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No era díficil.
Era un simple asunto de conocimiento. Era un simple deseo de tener, de poseer. No había sentimientos involucrados.
Era un simple asunto de conocimiento. Porque, así como todo, deseaba poder aprender de todo lo que le era posible; sus habilidades, sus personalidades, sus quirks. De conocer todas sus expresiones, de poder repetirlas en su cabeza, de saber qué era lo que les molestaba, qué era lo que les gustaba, qué era lo que les excitaba. De quemar tras sus párpados las expresiones que tenían cuando les daba su primer beso, o los abrazaba de la cintura, o los acariciaba con sutileza sobre la ropa para después provocarlos en la privacidad de su habitación. De ver con claridad cómo sus caras se deformaban en el primer roce furtivo, en la primera embestida, en el primer orgasmo.
Era un simple deseo de tener. Así como sus figuras de acción, sus pósters, sus cuadernos llenos de información y trazos vagos sobre sus poderes y sus facetas de héroes. De poseer esas facetas que nadie más podría ver, expresiones que seguramente no volverían a tener con alguien más. Porque él siempre era el primero. Él siempre era el que los hacía sentir así de bien, así de satisfechos. Ni siquiera ellos mismos, ni siquiera juguetes u objetos con formas vulgares. Ni siquiera sus futuros amantes.
No había sentimientos involucrados. Porque, aunque sabía que aquello era algo privado, algo íntimo, no tenía nada que ver con su corazón latiendo en su pecho ni con la relación que tenían fuera de la habitación. Él no sentía nada por ellos, sólo mera curiosidad, sólo mero instinto de posesión.
Así que era bastante sencillo fingir un interés más romántico hacia ellos. Fingir que estaba atraído a ellos en un ámbito más serio y profundo que el de sólo amigos. Fingir que quería acariciarlos, besarlos, tener sexo con ellos.
Y aunque en un principio él mismo se había engañado con sus propios sentimientos, al darse cuenta que eran falsos y que todo interés había desaparecido al despertar al lado de su antiguo mejor amigo —marcas rojas coloreando la piel de sus propios cuello y pecho, puntos violáceos formando un semi círculo en los costados de sus caderas, una quemadura rojiza y ardiendo por negligencia justo debajo de sus costillas—, un alivio increíble le refrescó el interior, las imágenes de la noche anterior repitiéndose infinidad de veces en su cabeza y tranquilizando su deseo de conocer más sobre él.
Fingió que la cicatriz que le quedó había sido por una batalla y no por una falta de control al momento del orgasmo. Fingió que aquello no había sucedido porque no quería tener que enfrentarse a sentimientos que no eran correspondidos. Y él fingió que nada de eso había pasado, seguramente más por orgullo propio y negación que por pena o vergüenza.
Así que fue muy fácil seguir con otra persona.
Y con otra.
Y con otra más.
Porque todos, después de una noche con él causándoles placer, se volvían tímidos y cerrados, alejándose de él y permitiéndole continuar con su lista de colección.
Porque era lo que estaba haciendo: Coleccionar.
Y todo era más fácil cuando no había sentimientos.
—A-ah, I-izuku.
Al menos no de su parte.
—E-espera.
Bajó la velocidad un poco, no deteniéndose completamente y todavía moviendo un poco la cadera, la invasión dentro de su cuerpo palpitando dolorosamente y causándole un suspiro.
—¿Qué sucede?
Lo vio parpadear, alejando las gotas de sudor cayéndole en las pestañas, y desvió la mirada de la suya, su rostro enrojeciéndose más ante la pena.
—E-esto—lo escuchó titubear, sus manos alzándose a su propio rostro y tapándose los ojos con los brazos—, ¿p-por qué?
Ah, ¿qué clase de expresión mostraría si se lo decía? ¿Qué gesto o mueca haría si supiera que al menos un par de noches antes estaba entrando a la habitación de Todoroki y habían hecho eso mismo en su cama? ¿Sería tristeza? ¿Decepción? ¿Se le rompería el corazón?
—N-no creí que yo...—lo escuchó continuar, su piel alcanzando el mismo tono de rojo que su cabello teñido, despeinado y caído contra su propia almohada—Que tú...
Movió la cadera nuevamente, escuchándolo gemir por lo bajo, y alcanzó sus brazos con lentitud, alejándolos de su cara y permitiéndole verlo a los ojos.
—Mírame—dijo.
Déjame mirarte, fue lo que no dijo.
—I-izuku, pero...
Se posicionó mejor sobre él, levantando la cadera y bajando en su erección con la suficiente fuerza para hacerlo tensarse y casi gritar.
—No—dijo al verlo taparse la boca con sus palmas, intentando acallarse cuando lo que más deseaba era oírlo lloriquear su nombre—. No te contengas.
—P-pero Bakugou e-está...
Una embestida y sus manos cayeron de su cara, aferrándose a las sábanas y desgarrándolas con su piel endurecida.
—¡Izuku!
—Vamos, Eijirou—lo animó sin detener el movimiento, el rechinido de la cama acompañando sus suspiros y gemidos—. Córrete, por favor.
Lo vio estremecerse poderosamente entre la cama y su cuerpo, sintiéndolo venirse dentro de él y escuchando su voz quebrarse en su nombre, sus labios cortándose con la mordida de sus dientes puntiagudos y sus ojos cerrándosele ante la sensación.
Y se quedó embelesado mirándolo, su pecho subiendo y bajando al ritmo de su respiración poco a poco acompasándose, el alivio de haber completado otra colección cosquilleándole el interior.
—T-tú no...
Parpadeó un par de veces, frunciendo el ceño al sentirlo rodear sus hombros y jalándolo hacia abajo, algunos besos dejados en su frente y sien, finalmente plantando uno en la orilla de su boca.
—Tú no te corriste—le murmuró acurrucándolo contra su pecho y alcanzando su erección con la otra mano, comenzando a acariciarlo con dulzura.
—N-no es...—intentó debatir, pero un roce a la glande lo hizo curvear la espalda, deseando más contacto—Eijirou...
Lo masturbó con sosiego, respirando en su cabello y murmurando cosas sin sentido en su oído, la gentileza de sus caricias dejándolo sin aliento. Se corrió en su mano, y extrañamente tardó mucho en recuperarse del orgasmo, todavía un tanto atontado por la sensación.
—Izuku.
Respiró hondo y se alejó lo suficiente para aclamar sus labios en un beso, mucho más profundo y significativo que cualquiera de los que le había dado, mucho más que los que había repartido con alguno otro de sus amigos.
Y, aunque a la mañana siguiente despertó con él a su lado —marcas rosas y dulces en sus propios cuello y pecho, marcas de dientes ya desvaneciéndose en su hombro y un corte en su mejilla que ya había recibido atención médica de parte de una bandita—, el interés que había burbujeado en su estómago ayer seguía al punto de ebullición por más de él.
Su brazo conservándolo cerca se tensó un poco y lo acurrucó más a su costado, sintiéndolo respirar profundamente con un murmullo muy parecido a su nombre.
Y con esa dulzura que conocía y desconocía llegó a una conclusión bastante rápida.
Tenía otras cosas de él que añadir a su colección.
