Chapter 1: #1
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Llovía a cántaros el día en que la vida de Lisandro Martínez se puso patas para arriba.
Lisandro estaba empapado cuando regresó al palacio, y estaba pensando con nostalgia en una ducha caliente cuando el mayordomo lo interceptó y le informó que el rey quería verlo.
—¿Dónde está, Dylas? —Dijo Lisandro con un suspiro, haciendo una mueca ante el charco que crecía bajo sus pies.
—En el estudio, Alteza.
Lisandro miró sus botas sucias y su uniforme militar igualmente sucio. Liderar a sus tropas en un vigoroso entrenamiento físico lo había dejado tan cansado, con frío y sucio al igual que los soldados bajo su mando, y no estaba exactamente de humor para la mierda de su papá.
—Lo veo después de tomar una ducha.
Dylas negó con la cabeza.
—Su Majestad dijo que debe acudir a él inmediatamente después de su regreso —Su tono era de disculpa pero intransigente. El viejo mayordomo no iba a ceder. Esto debe haber sido importante.
Lisandro frunció el ceño y se dirigió al estudio de su papá.
Golpeó una vez antes de entrar.
—Majestad —dijo respetuosamente, pero no demasiado respetuosamente. Siempre fue un acto de equilibrio. Si era demasiado respetuoso, su papá empezaria a pensar que no era lo suficientemente alfa. Si era demasiado irrespetuoso, su papá se erizaria, sospechando inmediatamente que Lisandro quería robar su trono. Fue más que molesto. No por primera vez en su vida, Lisandro deseaba haber nacido beta.
O un omega.
Apartó el pensamiento. Tales pensamientos eran inútiles. Y ridículos. Él era un alfa. Los alfas lo tenían fácil, en comparación con los beta y especialmente con los omegas. Bueno, los alfas de Xeus lo pasaron peor que los betas u omegas, pero Lisandro no era uno, así que no tenía nada de qué quejarse.
El rey Estefano levantó la mirada de su computadora, sus cejas oscuras se fruncieron levemente.
—Por fin volviste.
—¿Querías verme? —Dijo Lisandro, enderezándose en toda su estatura, que puede no haber sido tan impresionante como la del rey, pero ciertamente lo hizo más alto que la mayoría de las personas.
Excepto que no era con la mayoría de las personas con las con quien solía ser comparado, y encontrado deficiente. Lisandro no pudo evitar pensar que a los ojos de su papá, él siempre sería la versión más pequeña de su hermano muerto. El otro hijo. No tan bueno como el primero.
—Sentate —dijo brevemente el rey Estefano.
Lisandro hizo lo que le dijo.
El rey lo miró desde el otro lado del escritorio.
—Tuve una reunión con el representante del Consejo Galáctico esta mañana. Vos lo sabías, supongo.
Lisandro solo asintió. Hubiera sido difícil para él ignorarlo cuando todo el palacio se había estado preparando para esa visita durante días.
A juzgar por el ceño del rey, la reunión no había ido tan bien como esperaba.
—El Consejo Galáctico no está satisfecho con nosotros —dijo Estefano—. No creen que nuestro planeta merezca ser parte de la Unión de Planetas hasta que termine nuestra “bárbara guerra civil”.
—¿Guerra civil? —Dijo Lisandro, frunciendo el ceño—. No hay guerra civil en nuestro reino.
—Guerra civil en nuestro planeta —dijo el rey—. Para el Consejo Galáctico, Eila es una entidad, y no les importa que hayamos tenido dos países diferentes con gobiernos diferentes durante miles de años. Quieren que hagamos las paces con Kadar y elijamos a un Lord Canciller para representar a nuestro planeta. No quieren dos.
Lisandro lo miró asombrado.
—No podes estar considerándolo realmente —Pelugia y la República de Kadar habían estado en guerra toda su vida; literalmente no podía imaginarlos sin estar en guerra. No es que a Lisandro no le agradara el fin de esta guerra. Obvio que lo agradecería. Estaba cansado de llevar a sus hombres a la muerte, una y otra vez. Había perdido dos mil hombres el mes pasado. Dos mil treinta y uno.
Así que, Lisandro estaría encantadísimo si la guerra finalmente terminara. Simplemente no creía que fuera posible. Había demasiados agravios en ambos lados.
Estefano hizo una mueca.
—Tenemos pocas opciones. Si no hacemos lo que dicen, el Consejo Galáctico revocará nuestra membresía en la Unión de Planetas y vamos a perder el acceso a la red TNIT y, lo más importante, la protección que tenemos como miembros de la Unión. Seríamos un blanco justo para cualquier coalición pirata.
Lisandro se reclinó en su silla, frunciendo el ceño.
—El Consejo Galáctico no puede hacer eso, ¿verdad? No es que Eila sea el único planeta de la Unión que no tiene un gobierno unificado. Hay algunos planetas del Núcleo Interno muy poderosos que tienen múltiples reinos o repúblicas: Vergx o Calluvia, por ejemplo.
El rey suspiró.
—No somos Vergx o Calluvia, Lisandro. Según los estándares galácticos, somos peces pequeños. No tenemos el poder político ni económico de esos planetas que les permite ser excepciones a la regla. Además, esos planetas todavía tienen algún tipo de gobierno unificado y un Lord Canciller. No podemos decir lo mismo de nosotros. Así que el Consejo nos está dando un ultimátum: nos arreglamos con Kadar y elegimos un Lord Canciller en los próximos meses, o nos echan de la Unión.
—Y p ero cómo se supone que vamos a arreglarlo con ellos —Dijo Lisandro, tamborileando con los dedos sobre el apoyabrazos. Su mente estaba corriendo, tratando de pensar en cómo podrían lograr la paz con Kadar. Todos los intentos de paz durante décadas habían fracasado y la guerra se reanudó en unos meses.
Su papá volvió a fruncir el ceño.
—Aparentemente, el Primer Ministro kadariano ya ofreció una solución perfecta: un matrimonio entre dos figuras políticas de alto perfil de nuestros países.
Lisandro sintió que el miedo le apretaba el estómago.
Se dijo a sí mismo que su papá no podía querer decir lo que pensaba que quería decir. Seguramente no tenía la intención de utilizarlo como pieza en un juego político.
—Obviamente como mi heredero y un general de renombre en mi ejército, no sos prescindible —dijo el rey.
Lisandro exhaló.
Pero su alivio no duró mucho.
—Así que le ofrecí a tu primo Enzo , pero el primer ministro Tapia rechazó esa oferta —Estefano hizo una mueca—. Por obvias razones.
Lisandro apretó los labios. Siempre había odiado el prejuicio contra los alfas de Xeus, pero no había nada que pudiera hacer al respecto, sin importar lo injusto que fuera para Enzo y otros alfas como él.
—El primer ministro insiste en que para que el matrimonio realmente una nuestros países —La expresión de Estefano volvió agria—, un matrimonio entre mi heredero y un senador kadariano es la única solución. Tenía que estar de acuerdo.
A Lisandro se le cayó el estómago.
La puta madre.
Abrió la boca para expresar sus protestas, pero luego la cerró, sabiendo que serían inútiles. No tenía sentido. Una vez que su papá tomó una decisión, nunca la cambió.
—¿Qué senador? —Dijo Lisandro, forzando a su voz a sonar tranquila—. ¿Ya eligieron?
—No te preocupes, dejé en claro que tenías que opinar. No se puede elegir a alguien en específico, desafortunadamente, la elección final es la del primer ministro, pero insistí en que al menos tenías que elegir el sexo y la designación de tu cónyuge. Sos el Príncipe Heredero de Pelugia. Mi heredero tendría que tener voz en el asunto.
Lisandro nunca se había sentido más agradecido por el orgullo de su papá.
—Gracias, pa —dijo—. No me importa su sexo, pero en cuanto a su designación... —Vaciló. Como era un alfa, la mayoría de la gente esperaría que eligiera un omega. Pero, Lisandro siempre se había sentido extraño con los omegas. Eran tan pequeños. Vulnerables. Necesitados. Esperaban que él se ocupara de ellos. No le gustó. No lo encontraba atractivo, no importaba lo bien que olieran a sus sentidos alfa cuando estaba en celo. Tener sexo con omegas siempre se había sentido como una tarea: vagamente insatisfactoria y equivocada. Algo en eso hizo que se le erizara la piel. No podía imaginarse casado con un omega.
—Entonces tiene que ser un beta —dijo Lisandro.
El rey arqueó las cejas.
—¿Un beta? ¿Por qué no un omega? Los omegas son más fáciles de controlar, hijo. Son muy maleables siempre que tengan un nudo duro en los agujeros.
La mandíbula de Lisandro se apretó. Miró al rey a los ojos.
—No quiero nada fácil. Me gusta el reto. Prefiero a los betas, deberías saberlo.
Estefano tarareó, luciendo escéptico, pero asintió.
—Probablemente sea lo mejor —dijo después de un momento—. Igual no creo que haya omegas en el Senado Kadarian. Incluso si los hay, el hecho de que no pueda pensar en ninguno prueba que no son de ninguna importancia. Rara vez lo son.
Lisandro mantuvo su expresión en blanco. El repugnante prejuicio de su papá contra los omegas estaba bien documentado y había aprendido a ignorarlo, sin importar cuánto estuviera en desacuerdo.
—Entonces está decidido —dijo el rey—. Voy a solicitar un senador beta. Ya te podes ir, Lisandro.
Cuando Lisandro se puso de pie, la mirada de su papá se posó en su sucio uniforme.
—¿Cómo estuvo la inspección? Confío en que todo esté en orden.
Lisandro sonrió, una sonrisa arrogante que lastimó un poco sus mejillas.
—Obvio
Inclinándose ante el rey, salió de la habitación, exudando una confianza que realmente no sentía.
Se permitió relajarse solo una vez que estuvo en la seguridad de sus habitaciones.
—La puta madre —murmuró, pasándose una mano por la cara. No es que hubiera estado esperando un matrimonio por amor, pero casarse con un político del país con el que habían estado en guerra desde siempre no había sido su idea de matrimonio.
Al menos sería un beta.
Eso fue algo.
♡
El senador Cristian Romero llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta.
—¡Justo a tiempo! —dijo el primer ministro Tapia, sonriendo ampliamente.
Cristian reprimió una oleada de irritación. Tenía treinta y seis años; apenas un niño.
—Excelencia —dijo tranquilamente.
—¡No digas eso! Llamame Chiqui, como todos mis amigos. Vení, sentate.
Cristian se sentó y miró expectante al primer ministro, mostrando una paciencia que no sentía.
—Seguro que queres saber por qué te pedí que vinieras —dijo Tapia.
Cristian simplemente asintió. El primer ministro podía hablar todo el día si se le daba el menor estímulo. A veces, Cristian no podía evitar pensar que el hombre era un tarado balbuceante, excepto que un tarado no seguiría siendo el jefe del gobierno de Kadar durante dos décadas. Chiqui Tapia tenía una mente aguda e instintos igualmente agudos, contrariamente a su comportamiento amistoso e inofensivo.
—¿Hace cuanto nos conocemos?
—Más de una década, Excelencia.
Tapia tarareó pensativo.
—Tenés razón. El tiempo vuela, ¿no? Así es la vida. Parece que apenas ayer te convertiste en el senador más joven de la historia.
En momentos como este, Cristian casi pensó que Tapia sospechaba de él y por eso lo molestaba a propósito, probando su paciencia y esperando que Cristian se delatara. A pesar de la actitud aparentemente cálida de Tapia, no había amor perdido entre ellos. Sabía que Tapia desconfiaba de su creciente influencia y poder en el Senado; tendría que haber sido un tarado para no hacerlo, especialmente considerando las elecciones del próximo año.
Cristian respiró por la nariz, con cuidado. El primer ministro era un alfa, y su olor nunca dejaba de agravar un poco a Cristian, lo cual era una reacción bastante normal, pero ese día el olor del hombre era más fuerte de lo habitual. Tapia estaba preocupado por algo. O emocionado. Fue difícil decirlo. El bloqueador de olores de Cristian también se metía con sus propios sentidos, haciéndolos más embotados, algo que normalmente no le importaba en absoluto, pero ahora le hubiera gustado poder determinar las intenciones de Tapia a través de su olor.
Pero eso hubiera sido demasiado fácil. No había llegado tan lejos confiando en sus instintos.
De modo que se mantuvo tranquilo y esperó. Tapia llegaría al grano eventualmente.
Y finalmente lo hizo.
—Estabas ahí cuando le dije al Senado sobre el ultimátum que el Consejo Galáctico nos había dado —dijo Tapia, mirándolo intensamente. Su mirada era seria ahora—. Así que no te voy a aburrir otra vez con los detalles. Sos uno de los pocos senadores que realmente entiende lo grave de la situación.
Cristian no dijo nada.
Tapia suspiró.
—Ya sé que la mayoría del Senado no confía en los pelugianos para mantener la paz. Por eso sugerí un matrimonio diplomático entre un miembro destacado del Senado y alguien de la nobleza de Pelugia. Para mi sorpresa, el representante del Consejo Galáctico apoyó mi idea y ya consiguió el acuerdo del Rey Estefano.
—Eso es bueno —dijo Cristian. Como alguien cuya propiedad estaba cerca de la frontera entre Pelugia y Kadar, siempre había sido un abierto partidario de la paz.
Tapia asintió.
—Si. La única condición del rey Estefano era que se tenía que elegir un beta para representar a Kadar.
La presión arterial de Cristian se disparó.
—¿Excelencia?
El primer ministro lo miró a los ojos.
—Te pido que lo hagas por tu país, hijo. Sabes mejor que nadie lo devastado que está Kadar por la guerra sin fin.
El primer instinto de Cristian fue negarse.
Por supuesto que quería negarse.
Pero luego pensó en los ojos enrojecidos y temerosos de su mamá cada vez que el hermano menor de Cristian no le enviaba un mensaje desde el frente. Pensó en su hermosa hermana Omega, viviendo en la casa tan cerca de la frontera que podría ser invadida por el ejército pelugiano en cualquier momento. Las tierras de Cristian estaban fuertemente protegidas, pero los guardias de seguridad no serían nada contra un ejército. Y un día el ejército llegaría. Habían tenido suerte de que la frontera entre Pelugia y Kadar fuera muy larga y que todas las batallas principales ocurrieran lejos de su territorio, hasta ahora. Un día, se les acabaría la suerte.
Pero la paz, si realmente se mantiene esta vez, podría ponerle fin de una vez por todas.
Había hecho mayores sacrificios por su familia. ¿Qué era uno más?
Los labios de Cristian se torcieron en una sonrisa amarga.
—Si no queda de otra, Excelencia.
Tapia sonrió ampliamente.
—Sabía que podía contar con vos, Cristian. Fuiste el único candidato en el que pude pensar que es beta y lo suficientemente destacado como para casarse con un príncipe. Todo el Senado te respeta y la prensa te quiere…
—¿Un príncipe? —Cristian lo interrumpió, poniéndose rígido—. ¿Te referís al príncipe Lisandro Martínez?
Tapia parpadeó.
—¡Quién más! ¿Conoces a algún otro príncipe? Los Martínez tienen un solo príncipe desde que murió el hijo mayor del rey Estefano —Inclinó la cabeza hacia un lado y lo estudió con ojos astutos—. ¿Pasa algo? ¿Tenés algún problema con el príncipe Lisandro?
Cristian apenas reprimió un gruñido instintivo, ya lamentando haber aceptado esto sin preguntar quién era la otra parte.
Lisandro Martínez. Fue conocido por muchos nombres. Su reputación lo precedió, incluso en Kadar, especialmente en Kadar. El Carnicero. El portador de la muerte.
Y un alfa.
—Sin problemas—dijo Cristian, porque cualquier objeción a casarse con el príncipe sonaría ridícula y sospechosa. El príncipe Lisandro era un favorito de los medios. Era excepcionalmente guapo, atlético y, según todos los informes, poseía una mente brillante para la estrategia. Fue principalmente gracias a sus esfuerzos que el ejército de Pelugia pudo asegurar seis condados de Kadar en los últimos años.
Un beta no tendría ninguna objeción a casarse con un ejemplar alfa tan fino.
El problema era que no era beta.
Pero ahora no podía dar marcha atrás. Su carrera política se arruinaría si admitía que los documentos de su presentación habían sido falsificados, sin mencionar los problemas legales en los que estaría su mamá. No importaba cuán enojado estuviera con ella, Cristian tenía que protegerla.
Con la mente acelerada, Cristian se miró las manos. Encontró sus dedos apretados con tanta fuerza que sus nudillos se destacaban blancos contra su piel bronceada por el sol. Respiró profundamente, obligándose a relajarse.
No fue necesariamente un desastre. Sería un matrimonio político, un medio de buena publicidad y destinado a convencer a los senadores vacilantes de que la paz sería sostenible, y garantizar que los pelugianos no les clavaran un cuchillo en la espalda.
Entonces, en teoría, la designación del príncipe no cambió nada.
Cristian casi se rió de sí mismo. ¿A quién engañaba? Un matrimonio entre dos alfas era inaudito por una razón, y no era porque los alfas no pudieran querer a otros alfas. Aunque Cristian no era uno de ellos, había alfas que estaban atraídos por otros alfas. Era muy raro y tabú, pero sucedían cosas así. El problema era que mantener una relación alfa-alfa era imposible. Era biológicamente difícil para dos alfas vivir juntos sin tratar de establecer el dominio sobre su pareja, y relaciones tan raras tendían a volverse violentas, abusivas y tóxicas rápidamente. Teniendo en cuenta que el alfa en cuestión era un general enemigo responsable de innumerables muertes en su país y que a Cristian ya le desagradaba el hombre incluso antes de conocerlo, esto era un desastre en espera. Y como estaba fingiendo ser un beta, todo el mundo esperaría que se sometiera a su marido alfa, o al menos los tradicionalistas lo esperarían. No es que a Cristian le importaran sus opiniones.
En lo que respecta a los tradicionalistas, se suponía que un alfa se aparearía solo con un omega y mantendría al omega preñado año tras año. Considerarían un desperdicio un matrimonio entre un macho alfa y un macho beta, ya que no podían tener hijos de la manera tradicional.
—Me sorprende que el príncipe Lisandro haya solicitado un beta —dijo Cristian—. Por lo que sabía de él, parece un poco tradicionalista.
Tapia se encogió de hombros.
—Escuché que le gusta el desafío de los betas y considera que los omegas son demasiado fáciles.
Cristian casi se rió. Fue un poco irónico. Si a Lisandro Martínez le gustaba un desafío, se iba a llevar una agradable sorpresa, si lograban no matarse entre sí en una semana.
—Bueno —dijo Cristian, poniéndose de pie—. ¿Cuándo es la boda?
Tapia sonrió.
—En dos días.
Chapter 2: #2
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Lisandro se miró a sí mismo en el espejo, mirando críticamente su nuevo traje. La tela oscura abrazó sus anchos hombros y acentuó su esbelta cintura. Probablemente pocos adivinarían cuánto esfuerzo puso para mantenerse en tal forma. Lisandro era naturalmente bastante delgado, pero su intenso entrenamiento y años de guerra habían dado forma a su físico en uno con el que la mayoría de los alfas habían nacido. Se preguntó ociosamente si volvería a adelgazar si la guerra realmente terminara.
Sacudiendo el pensamiento errante, Lisandro se pasó una mano por su cabello cuidadosamente peinado y sonrió ante su propia vanidad. No tenía sentido "producirse" para esto, como diría Enzo. Este fue solo un arreglo político. A su futuro cónyuge no le importaría su aspecto.
Un golpe en la puerta lo hizo estremecerse.
—Alteza, Su Majestad y la Reina le están esperando en la nave.
—Gracias, ahí voy.
♡
El vuelo a Citra, la capital de Kadar, no tomó mucho tiempo, pero fue insoportable. Lisandro se vio obligado a escuchar la furiosa diatriba de su papá sobre cómo debería haber tenido lugar la ceremonia de la boda en su reino y lo humillante y peligroso que era tener que viajar al territorio enemigo.
—Pa, tranquilizate. Los kadarianos difícilmente nos van a atacar frente al representante del Consejo Galáctico —dijo Lisandro con su voz más paciente, pero, por supuesto, su papá ignoró sus palabras. Como siempre.
Lisandro nunca se había sentido más aliviado al bajar de una nave. Amaba a su papá y lo había admirado de niño, pero de adulto solo podía tolerarlo en pequeñas dosis. Había demasiadas cosas en las que no estaba de acuerdo con él, cosas sobre las que tenía que mantener la boca cerrada, porque el rey Estefano no estaba interesado en opiniones además de las suyas.
Mientras el helicóptero los llevaba del aeropuerto a la Casa Opal, Lisandro miró la ciudad con interés. Nunca antes había estado en Citra. Tenía que admitir que la elegante y minimalista arquitectura de la capital de Kadar era muy agradable a la vista. La Casa Opal, la residencia oficial del primer ministro, era un edificio alto en el centro de la ciudad. Cuando el helicóptero aterrizó en su tejado, Lisandro respiró hondo, su corazón latía rápido.
Ahí vamos.
No esperaba reconocer al beta que los kadarianos habían elegido para representar a su país.
Pero una mirada al hombre alto que estaba junto al primer ministro Tapia fue suficiente para que Lisandro lo ubicara.
El senador Cristian Romero fue uno de los pocos políticos kadarianos que eran bien conocidos incluso en Pelugia. En la política desde muy joven, fue el líder del Partido Liberal, famoso por su persecución resuelta de sus objetivos. Se rumoreaba que era el favorito actual para ganar el puesto de primer ministro el próximo año. Lisandro no estaba seguro de cuán ciertos eran esos rumores. El sistema político de Kadar era confuso. Solía haber un presidente electo, pero después de que su último presidente fuera destituido del cargo con un voto de censura, la constitución había sido reescrita y el primer ministro ahora fue elegido mediante una combinación de voto popular y votación del Senado. Lisandro no estaba seguro de los detalles, pero había escuchado que Cristian Romero era inmensamente popular tanto en el Senado como entre la población en general, por lo que, a menos que sucediera algo que destruyera su reputación, Romero probablemente sería el próximo Jefe de Estado.
Cuando los ojos negros de Cristian se encontraron con los suyos, Lisandro apenas pudo evitar tensarse. Fue inesperadamente difícil sostener la mirada del político a pesar de que el hombre exudaba un inofensivo y neutral olor a beta. Su propio olor se espesó, como solía hacer cuando estaba ansioso, y Lisandro pudo ver una mueca apenas perceptible cruzar el rostro de Romero. Claramente no le importaba mucho el olor de Lisandro. De hecho, Lisandro pudo ver que algo parecido a disgusto emanaba de Cristian, disgusto que tenía muy poco sentido hasta que Lisandro recordó que las tierras del hombre estaban cerca de la frontera. Correcto. A los propietarios de las tierras fronterizas tendía a desagradarles. Por una razón.
Apartando el incómodo pensamiento, Lisandro se dijo a sí mismo que era algo bueno. Si a Cristian no le agradaba, su matrimonio sería solo en el papel y Lisandro no tendría que compartir la cama con un extraño.
No es que Romero fuera poco atractivo. Lejos de ahí. Cristian Romero era un hombre muy guapo. Cabello oscuro, ojos oscuros, boca gruesa y mandíbula fuerte. Era el tipo de beta con el que Lisandro solía relacionarse: alto y de hombros anchos, con un pecho musculoso y piernas largas y poderosas. En teoría, no le importaría tener sexo con él, excepto que Romero claramente no compartía esa opinión, su lenguaje corporal extrañamente agresivo.
Romero le dio un rígido asentimiento y apretó la mano de Lisandro con un poco de fuerza.
Reprimiendo el impulso de aplastarla, Lisandro se encontró con la mirada del otro hombre y sonrió. Totalmente podría ser el mejor hombre.
Los ojos negros de Cristian se entrecerraron un poco.
—Es un placer conocerlo finalmente, Senador Romero —dijo Lisandro con voz tranquila, todavía sonriendo.
Algo brilló en los ojos de Romero. Su mandíbula se relajó ligeramente, sus anchos hombros perdieron algo de tensión.
—El placer es mío, Alteza —dijo, soltando su mano. Él tenía una voz muy profunda.
Lisandro se aclaró un poco la garganta y miró alrededor de la habitación.
El primer ministro Tapia parecía más bajo que en las noticias. Estaba hablando con el papá de Lisandro y con un hombre alto y regio que olía extraño.
Su confusión debió ser obvia, porque Cristian aclaró en voz baja:
—Ese es el representante del Consejo Galáctico, el Lord Canciller Marc'ngh'os —Tropezó con el nombre y suspiró—. O Lord Marcos, como nos permitió llamarlo, porque seguimos matando en su nombre.
¡Ah! Entonces ese hombre era un extranjero. Explicaba por qué olía equivocado. Aunque la gran mayoría de las razas en la galaxia parecían lo suficientemente similares, todavía había suficientes diferencias en la biología de cada especie para hacer que cada raza fuera única.
—¿Su gente no tiene designaciones? —Lisandro murmuró, mirando a Romero y rápidamente apartando la mirada. No sabía por qué este hombre lo hacía sentir tan incómodo.
Cristian negó con la cabeza.
—Es un Calluviano. Tenga cuidado con sus pensamientos. Es un telépata.
Lisandro reprimió un estremecimiento de inquietud. No había tantas especies telepáticas en la Unión, gracias. Podía protegerse de las armas físicas y la fuerza bruta. El ataque telepático era otro asunto completamente diferente.
Se encontró dando un paso involuntario para alejarse del telépata y entrar directamente en el espacio personal de Romero.
Cristian se puso rígido, su aroma neutro se intensificó con algo que olía como el aire después de una tormenta.
A Lisandro le hormigueó un costado del cuello. De repente fue muy consciente del hecho de que su cuello estaba desnudo.
Rápidamente se alejó de Romero, la inquietud se agitaba en sus entrañas.
Carajo.
No tenía idea de por qué este beta lo ponía tan nervioso.
♡
Lisandro Martínez era de alguna manera exactamente lo que había esperado y nada parecido al mismo tiempo.
Cristian trató de no fruncir el ceño mientras miraba al príncipe, que estaba hablando con el rey Estefano al otro lado de la habitación.
—Si seguís mirándolo, se van a dar cuenta —dijo Linda, tocándole el brazo—. Dejá de mirar.
—No estoy mirando —dijo Cristian con rigidez.
Su hermana pequeña puso los ojos en blanco.
—Bueno. Entonces dejá de mirarlo. Es grosero —Ella lo miró con curiosidad—. Vos no sos así.
Ella tenía razón: no lo era.
Cristian se obligó a apartar la mirada. Metió los puños cerrados en los bolsillos de los pantalones de su traje y respiró hondo. Calma. Podría estar tranquilo. Este no era él.
—Tenés suerte, hermano —dijo Linda—. Es muy bueno. Y tan lindo.
Cristian sonrió con pesar a su hermana menor.
—Es obvio que vas a pensar así. Sos una omega.
Linda lo golpeó en el brazo y sonrió afablemente.
—¡Me molesta eso! Que sea un alfa no significa que me tenga que gustar si o si. Además, huele bien.
Cristian ciertamente no compartía esa opinión. El olor de Lisandro Martínez hizo que sus pelos se erizaran más que los de cualquier otro alfa. El fuerte olor del príncipe, una mezcla de cuero, hierro y fogata, frotó a Cristian de la manera incorrecta, haciéndolo querer adoptar una postura y demostrar que era superior. El impulso primitivo solo lo irritó. Siempre se había enorgullecido de no participar nunca en la postura del macho alfa. No era un animal incivilizado. Honestamente, no podía recordar la última vez que había reaccionado tan mal ante otro alfa.
Carajo, este matrimonio iba a ser un desastre.
La única gracia salvadora fue el hecho de que el príncipe tenía un genio inesperado para ser un alfa. No había reaccionado en absoluto a la postura instintiva de Cristian. Él solo sonrió neutralmente y parecía... agradable. Eso hizo que Cristian perdiera el equilibrio. Había esperado un alfa arrogante típico. En cambio, fue él quien terminó actuando como el temido cliché.
—Decime la verdad, está muy bueno—dijo Linda, dándole un codazo.
Cristian miró al príncipe.
—Es demasiado alto —Y demasiado alfa.
—Su altura es perfecta, tarado. ¡Tiene tu altura!
Cristian hizo una mueca. No se molestó en decirle a su hermanita que se sentía atraído por los omegas pequeños de la mitad de su tamaño. Aunque Linda sabía que él era un alfa, Cristian a menudo pensaba que se olvidó de su designación real o que no le dio mucha importancia. Él era solo un hermano mayor para ella, no un ser sexual o su designación.
—A veces los alfas se enamoran de los alfas —murmuró Linda en voz muy baja, demostrando que, después de todo, recordaba su designación—. No seas tan cerrado, loco. Por ahí funciona.
Cristian reprimió otra mueca. No se trataba de que él fuera de mente cerrada o anticuado. No lo era. Era el jefe del Partido Liberal por una razón. Desafortunadamente, sus gustos eran muy tradicionales: simplemente no encontraba atractivos a los alfas. Todo lo que lograron provocar en él fue estar alerta o desagrado, por lo general. Su reacción a Lisandro Martínez fue más extrema, por alguna extraña razón.
—Tiene una hermosa sonrisa —dijo Linda.
—Porqué no te casás vos con él entonces—dijo Cristian secamente.
Linda se rió. Besándolo en la mejilla, se alejó hacia su mamá, que estaba hablando con el oficiante del matrimonio. O mejor dicho, uno de los oficiantes de matrimonio, porque había dos de ellos, un kadariano y un pelugiano, para que el matrimonio fuera reconocido por las leyes de ambos países.
Cristian apartó la mirada. Costaba creer que en menos de una hora sería un hombre casado. Todo parecía estar sucediendo demasiado rápido. Por otro lado, no tenía sentido retrasar lo inevitable. Lord Marc'ngh'os estaba claramente impaciente por terminar de una vez y dejar su planeta. Cristian había oído que él mismo era un hombre recién casado. Probablemente estaba ansioso por regresar a casa con su esposa. A diferencia de él, Lord Marc'ngh'os probablemente esperaba con ansias meterse en la cama de su esposa.
Cristian miró a su futuro esposo y trató de convencerse a sí mismo de que era atractivo. No pudo. El príncipe Lisandro era demasiado alto, demasiado musculoso y demasiado alfa para su gusto. Aunque, para ser justos, tenía una buena boca. Una boca muy bonita. Estaba llena y muy rosada. Sus ojos también eran bastante agradables: un color inusual que era tan brillante y cálido que nunca podría confundirse. Tenía buenas manos, con dedos largos y aristocráticos que parecían demasiado elegantes para sostener un arma. Lo que solo probaba lo engañosas que podían ser las apariencias. Ese hombre era un asesino.
Cristian apartó la mirada y se dijo que debía ser racional. Habían estado en guerra. No era culpa del príncipe Lisandro haber matado a soldados enemigos durante la guerra. Cristian tuvo que dejar de permitir que sus instintos alfa afectaran su juicio. Al menos tenía que intentarlo. Era un hombre racional. Era más que su designación. No tenía por qué sentirse atraído por su marido; tolerarlo sería suficiente. Sería un matrimonio solo en papel. Podía reprimir sus instintos. Podía hacerlo. Podría hacerlo por su país. Por su familia. Habían pasado casi ocho años desde la última vez que vio a su hermano menor. Si la guerra realmente terminaba, Lionel finalmente regresaría a casa. Ese fue un incentivo tan bueno como cualquier otro.
Tenía que intentar llevarse bien con Lisandro Martínez en lugar de imaginarse empujarlo de rodillas y hacer que se sometiera. La parte irritante era que Cristian ni siquiera estaba seguro de lo que implicaría esa sumisión. Su cuerpo se sentía al borde, sus instintos alfa hacían difícil pensar racionalmente.
Controlate, por dios. Este no sos vos.
Chapter 3: #3
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La boda fue un asunto pequeño, y solo estuvieron presentes sus familiares más cercanos. Había más miembros de la prensa que invitados. Ciertamente hubo más discursos políticos que felicitaciones a los recién casados.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, se acabó. La prensa se fue, Lord Marc'ngh'os ofreció unas secas felicitaciones y también se fue, después de advertirles que volvería dentro de unos meses para la elección de su nuevo Lord Canciller, o al menos eso era lo que había dicho. Cínicamente, Lisandro pensó que vendría porque no confiaba en ellos para mantener la paz.
De cualquier manera, solo quedaban las dos familias y el primer ministro Tapia.
Este último estaba hablando con Romero. Su marido.
Lisandro todavía no podía creerlo del todo. Tenía marido. Un marido que había conocido hace unas horas. Parecía surrealista.
—Lisandro.
Se volvió al oír la voz de su papá.
—¿Majestad?
El rey Estefano parecía disgustado, pero siempre lo hacía.
—No quiero quedarme acá más tiempo del necesario. Salgamos ahora que esta farsa finalmente terminó. Ya le dije al piloto que prepare nuestra nave para la salida.
Lisandro asintió y miró a su mamá. Estaba hablando con la mamá de Romero.
—Le digo a mamá y nos podemos ir.
—¿A dónde vas?
La familiar voz profunda hizo que Lisandro se congelara. Se volvió y miró a Cristian, a su marido. El beta los estaba mirando con el ceño fruncido, sus ojos oscuros se movían rápidamente de Estefano a Lisandro y viceversa.
Antes de que Lisandro pudiera decir algo, su papá respondió con frialdad:
—Nos vamos.
El ceño de Romero se profundizó. Miró a Estefano durante un largo momento antes de decir suavemente:
—Les deseo a usted y a su esposa un buen vuelo, pero mi esposo se queda conmigo.
Una vena tembló en la sien de Estefano.
—¿Perdón? —Gritó—. Mi familia y yo nos vamos —Su tono fue definitivo—. Dale Lisandro, vení.
Cristian puso una mano sobre el hombro de Lisandro.
—Mi marido se queda acá —repitió, su voz como el acero.
Una risa histérica subió por la garganta de Lisandro. El rostro de su papá no tenía precio. Honestamente, Lisandro no podía recordar la última vez que alguien se atrevió a contradecir a su papá, y mucho menos que lo hiciera un beta. No es que los betas no pudieran estar seguros de sí mismos, pero era biológicamente difícil para los beta hacer frente a los alfas: las feromonas alfa generalmente eran demasiado opresivas e intimidantes. Incluso ahora, las feromonas alfa de su papá intentaban someter la voluntad de Romero, pero, para asombro de Lisandro, Romero no parecía afectado en absoluto, su expresión era firme y poco impresionada.
—¿Tu marido? —Dijo Estefano, burlándose—. El funcionario del Consejo Galáctico ya se fue, y no hay más reporteros; no hay necesidad de seguir así. Todos sabemos que este supuesto matrimonio no es más que una farsa.
Romero miró fijamente al rey.
—Está siendo ingenuo o miope si cree que podemos simplemente dejar el 'acto' ahora que Lord Marcos no está. No hay acto. Para que la paz dure, nuestra gente tiene que creer que nos tomamos en serio la paz y esta unión. Su hijo se casó conmigo. Él es mi marido, y él no puede salir de Kadar ahora. Ciertamente sería obvio para todos que este matrimonio no es más que una farsa y haría que todo lo que hicimos hoy sea para nada.
Lisandro frunció el ceño pensativo. Romero tenía razón. Necesitaba quedarse un rato. Pero su papá nunca había permitido que la opinión de nadie cambiara la suya, y Lisandro dudaba que empiece ahora.
El rostro enrojecido de Estefano lo confirmó.
—Vo-
—Pa —interrumpió Lisandro, manteniendo su voz firme pero respetuosa, el tono que había perfeccionado durante décadas. Necesitaba ayudar a su papá a guardar las apariencias, o Estefano nunca se rendiría—. Estoy totalmente de acuerdo con lo que decís, pero también lo que dice el senador Romero es válido. Me quedo en Kadar un tiempo y después vuelvo a casa. Vos y mamá deberían seguir adelante también.
Por un momento, pensó que su papá explotaría. Pero luego Estefano respiró hondo y luego lo dejó escapar.
—Bueno —gruñó—. Te esperamos en casa —Y agarrando a su esposa, salió de la habitación, sin siquiera molestarse en despedirse de Lisandro.
Lisandro suspiró, viendo a sus papás irse con sentimientos encontrados. Por un lado, se sentía aliviado de estar lejos de las quejas de su papá, pero también era muy consciente de que ahora estaba solo en un país extranjero, entre gente que no lo amaba; todo lo contrario.
Se volvió hacia Romero, y se miraron el uno al otro por un momento, cautelosos y tensos.
—Romero…
—Cristian. Se supone que estamos casados.
—Cristian —dijo Lisandro—. Si bien no me gustó que hagas algo y hables por mí sin preguntarme primero, estoy de acuerdo con lo que dijiste: no puedo irme ahora mismo.
—¿Pero?
—Pero soy el príncipe heredero —dijo Lisandro—. No puedo quedarme mucho tiempo. Tengo cosas que hacer y no puedo abandonar. Mi papá espera que vuelva con ellos.
Los ojos negros de Cristian se clavaron en él.
—¿Cuáles serían esas cosas?
—Soy el general del ejército pelugiano, para empezar.
—¿Para qué necesitas al ejército si realmente esperas que la paz dure?
Lisandro lo miró, su olor se agudizó.
—¿Estás insinuando que Pelugia tiene la intención de traicionar a Kadar?
Cristian lo miró fijamente.
—No estoy insinuando nada, Alteza. Simplemente estoy haciendo una pregunta.
—Lisandro —gruñó Lisandro—. ¿No se supone que estamos casados? ¿O te acordas solo cuando te conviene?
Las fosas nasales de Cristian se ensancharon. Caminó hacia adelante hasta que estuvieron nariz con nariz. Tenían exactamente la misma altura, o quizás Cristian era un poco más alto; era difícil estar seguro cuando estaban tan cerca.
Lisandro inhaló temblorosamente, el corazón le latía con fuerza en los oídos. El aroma neutro de Cristian estaba mezclado con algo más espeso, más oscuro, algo que hizo que la piel de Lisandro se erizara de agitación.
—Lisandro —dijo Cristian—. Sos mi esposo. No me olvido de eso. Vas a venir conmigo a Cleghorn. Vas a ir a los diversos eventos conmigo para una buena publicidad. Vas a permanecer en Kadar hasta que la gente se compre nuestro matrimonio.
Lisandro quería decirle que se fuera a la mierda. No por lo que Cristian estaba diciendo, sino por ese tono exasperante y prepotente. Nadie le habló de esa manera. Cómo se atrevía.
Sintió que su propio olor se volvía más espeso, una reacción alfa natural a la amenaza, pero Cristian ni siquiera se inmutó. Continuó mirando a Lisandro hacia abajo, ese olor a ozono y tierra húmeda apareció en su olor de nuevo y se volvió tan opresivo que hizo que Lisandro se estremeciera.
El momento se estiró. La tensión crujió como electricidad estática, atrapada entre sus dos cuerpos.
Todo lo que podía ver eran ojos negros que lo miraban fijamente.
Lisandro fue el primero en apartar la mirada.
—Bueno —dijo, incapaz de creerse a sí mismo. Si su papá estuviera en este lugar, si viera a su hijo alfa someterse a la voluntad de un beta, lo odiaría.
El aroma de Cristian se volvió menos abrumador, pero no volvió del todo a su aroma neutral, los matices agudos persistían.
—Bien —dijo Cristian y dio un paso atrás.
Lisandro dejó escapar el aliento que no se había dado cuenta que había estado conteniendo.
¿Qué carajo estaba pasando?
Chapter 4: #4
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Viajaron a Cleghorn con la mamá y la hermana de Cristian.
El viaje en helicóptero duró media hora, y Lisandro se la pasó conociendo a los familiares de su esposo mientras éste miraba por la ventana, sin aportar casi nada a la conversación.
Al menos, a diferencia de algunas personas, sus parientes parecían bastante agradables.
La mamá de Cristian, Sandra Romero, era beta. Debía de estar cerca de los sesenta, pero aún se veía hermosa, su rostro apenas tenía arrugas.
Linda Romero era excepcionalmente bonita, su olor a omega dulce e inofensivo. Tenía veintiún años, el mismo cabello negro y los mismos ojos negros que tenía su hermano mayor. Aparentemente también tenía otro hermano, un macho alfa cuatro años mayor que ella.
—Lionel va a volver a casa dentro de poco —le dijo Linda emocionada—. Ahora que la guerra terminó, su despliegue también —Sus ojos brillaban de alegría—. Yo lo extraño muchísimo.
—Todos lo hacemos, amor —dijo Sandra, lanzándole a su hijo mayor una mirada que Lisandro no pudo leer—. Nunca tuvo que haberse ido.
La mandíbula de Cristian estaba apretada. Él no dijo nada.
Lisandro se preguntó acerca de la extraña tensión entre la mamá y el hijo, pero no preguntó. Apenas conocía a esta gente.
Por fin llegaron.
Lisandro salió del helicóptero y se quedó mirando la hermosa mansión. Era más pequeña que el palacio de su papá, pero no mucho. No era tan alta, pero era más extensa.
—Bienvenido a Cleghorn, Lisandro —dijo Sandra—. Tu nuevo hogar.
Lisandro le dedicó una leve sonrisa. Dudaba que se quedara acá el tiempo suficiente para empezar a pensar en este lugar como un hogar.
Inclinó la cabeza hacia un lado cuando notó que alguien estaba parado en los escalones que conducían a la puerta principal.
A medida que se acercaban, se hizo obvio que la persona era un omega masculino. Debía de tener más o menos la edad de Lisandro, Capaz mayor, pero olía sin reclamar, lo cual era inusual para un omega mayor de treinta, especialmente uno que era tan hermoso. Y realmente lo era. Cabello castaño claro y ondulado, grandes ojos, una cara muy hermosa con una delicada estructura ósea y una piel perfecta, y un cuerpo pequeño y en forma con curvas en todos los lugares correctos: este hombre parecía un omega perfecto.
—¡Pablo! —Dijo Linda, agarrando la mano del omega e inclinándose para besar su mejilla—. ¡Mirá! Este es…
—Linda —dijo Sandra con brusquedad—. Es costumbre que el hombre de la casa presente personalmente a su cónyuge.
Linda se sonrojó y miró a su hermano en tono de disculpa.
Cristian no parecía que le importara de una forma u otra.
—Este es mi esposo, Lisandro Martínez —dijo, poniendo una mano sobre el hombro de Pablo—. Este es Pablo —dijo, dándole al omega una suave sonrisa.
Lisandro frunció los labios, molesto. ¿Este es Pablo? ¿Listo? ¿Ni siquiera iba a explicar quién era el omega? Respiró profundamente, tratando de controlar su temperamento, sin entender por qué esto le molestaba tanto. Pero respirar profundamente solo sirvió para hacerlo más consciente del dulce aroma de Pablo. El aroma de un omega fértil no reclamado. Pablo claramente había tenido su calor muy recientemente; por eso su aroma era abrumadoramente dulce.
Lisandro notó que Cristian lo estaba mirando con atención, con los ojos ligeramente entrecerrados. Al principio estaba confundido antes de darse cuenta de que Cristian debía haberse sentido protector con ese omega.
Frotó a Lisandro de la manera incorrecta por razones que no pudo identificar. ¿Su marido pensaba que era tan incivilizado que no podía controlarse con un omega recién salido del celo? Difícilmente era un alfa verde que recientemente había hecho su primer nudo.
—Es un placer conocerte —dijo Lisandro con su voz más agradable, estirando la mano.
Después de un momento, Pablo le sonrió tentativamente y la agarró.
—Tenes mucha suerte —dijo. Su voz era agradable y melódica. Una perfecta voz omega—. Cristian es el mejor hombre que conozco.
—Naa, estás exagerando —dijo Cristian con una risa, sus ojos cariñosos mientras miraba al omega.
Pablo le sonrió.
—No, yo no... —Dejó escapar un sonido de dolor y tiró de su mano fuera del agarre de Lisandro, su aroma se llenó de ansiedad y cautela.
—Perdón, ¿te lastimé? —Dijo Lisandro, encogiéndose de hombros en tono de disculpa—. A veces no controlo mi propia fuerza.
Cristian puso una mano sobre el hombro de Lisandro, agarrándolo con demasiada fuerza. En clara advertencia.
Lisandro se puso rígido. El toque parecía quemarlo incluso a través de las capas de su ropa.
—Vamos adentro dale —dijo Cristian, llevándolo hacia la puerta principal. Para los espectadores, probablemente parecía que Cristian estaba siendo un esposo atento, pero Lisandro podía sentir la dureza de su agarre. No dolió, pero podría. Ambos lo sabían. A Lisandro le picaba la piel.
Una vez que llegaron a la casa, todo fue un poco borroso. Fue presentado al personal y le fue mostrada la casa por la amable ama de llaves. Su esposo los acompañó en la gira, pero permaneció en silencio, con cara de piedra, mirando a Lisandro con una mirada aguda y extraña en sus ojos.
Al final de la gira, Lisandro sintió ganas de gritar. O golpear a alguien. Su piel se estaba erizando con una conciencia terrible e inconscientemente estaba bombeando alfa feromonas sin ninguna maldita razón. Se sintió amenazado, pero ni siquiera estaba seguro de por qué. Todos eran simpáticos y amables con él, como si fuera un verdadero marido de su jefe en lugar de un matrimonio político.
Cuando llegaron a la oficina de Cristian, el beta agradeció al ama de llaves y empujó a Lisandro dentro.
La puerta se cerró con un ruido sordo y se quedaron solos.
—¿Qué fue eso? —Dijo Cristian.
Lisandro cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Qué fue que?
Cristian se acercó hasta que estuvieron cara a cara. Los ojos negros se clavaron en él.
—La forma en la que te portaste con Pablo. Fue inaceptable.
—No hice nada. Estuve bien.
—Tu lenguaje corporal no fue agradable. Tampoco tu olor — Cristian hizo una mueca—. Mirá, no te lo tomes personal, pero tendrías que dejar de lado esa mierda alfa cuando estés en la casa, sobre todo cerca de Pablo.
Lisandro apretó los labios en una delgada línea. Pablo esto, Pablo aquello.
—¿Por qué? ¿Qué tiene Pablo de especial? —Su voz era más ronca de lo que pretendía.
Los ojos de Cristian se endurecieron.
—No es mi historia para contar. Nada más alejate de él.
Lisandro lo miró, muy consciente de lo inestable que era su respiración. Qué cerca estaban.
—¿Quién te creés que sos para darme órdenes? Mi papá es menos prepotente que vos, y es un alfa. Yo también — Parte de él estaba mortificado por la postura inmadura que salía de su boca. Él era mejor que eso, pero no parecía poder detenerse cuando dijo condescendientemente: —Te estás olvidando de quién sos, Cristian.
Cristian lo golpeó contra la puerta con tanta fuerza que sus huesos vibraron, ese familiar olor a ozono volviéndose abrumador nuevamente. —Capaz estés acostumbrado a que la gente atienda todos tus caprichos, pero no estás en Pelugia —dijo Cristian con las pupilas dilatadas—. Esta es mi casa. Si yo digo que tenés que ser más amable con Pablo, lo vas a ser. ¿Estamos?
Esa voz baja y profunda y ese fuerte aroma le estaban haciendo algo extraño. Apenas podía respirar.
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, Lisandro inclinó la cabeza hacia un lado. Descubriendo su garganta.
Cristian se quedó muy quieto.
Lisandro se sonrojó, mortificado y confundido por su propio comportamiento. Los alfas no desnudan sus gargantas, o al menos lo hacen muy raramente como una señal de respeto, generalmente hacia los alfas mayores con los que estan relacionados. No tenía ninguna maldita razón para desnudarle la garganta a su esposo beta.
Pero antes de que pudiera retractarse de la oferta, Cristian levantó la mano y presionó su pulgar contra la glándula de olor en el cuello de Lisandro.
Lisandro inhaló temblorosamente y le permitió marcarlo. Era la forma más inocente, no invasiva de marcas de olor, pero era todavía una marca de olor. Podía sentir el olor a ozono persistiendo en su piel, muy débil pero ahí.
Después de un rato, la ira desapareció del olor de Cristian. Dejó caer su mano y, por unos momentos, se miraron el uno al otro.
Lisandro se obligó a seguir sosteniendo su mirada, a pesar de que la necesidad de dejarla era casi irresistible. Su cuerpo se sintió apagado, sus rodillas débiles.
—Hace unos años, Pablo fue víctima de violación —dijo Cristian en voz baja—. Estaba en su primer celo durante un ataque por parte de un grupo de alfas pelugianos. Tu gente lo violó cuando estaba demasiado perdido en el calor para aunque sea resistir. Tenía catorce años.
Lisandro tragó. Le gustaría decir que lo que escuchó lo sorprendió, pero desafortunadamente, cosas así sucedieron todo el tiempo durante la guerra, en ambos lados. Todavía se sentía culpable por su comportamiento agresivo con Pablo antes. El pobre omega debe haber tenido miedo de los alfas, especialmente los alfas pelugianos.
—Perdón —dijo torpemente.
Cristian hizo un ruido despectivo.
—No te culpo por algo que tu gente hizo cuando eras más chico. Pero te voy a culpar si asustás a Pablo con tu mierda alfa y hacés que resurjan los malos recuerdos.
—Pará —dijo Lisandro, confundido—. ¿Estás queriendo decir que vive acá?
Cristian exhaló un suspiro.
—Obvio que vive acá. No tiene adónde ir. Viene de una familia muy vieja e influyente, pero lo repudiaron después de su 'desgracia', sobre todo cuando quedó embarazado.
—¿Y tus papás lo acogieron incluso con un niño? —Dijo Lisandro, un poco sorprendido por tanta amabilidad. Por injusto que fuera, la sociedad no trataba con amabilidad a las víctimas de violación, ni en Kadar ni en Pelugia. Era más que jodido y pasado de moda, pero la pureza de omegas todavía era muy valorada. Los Romeros eran de la vieja escuela. Era sorprendente que hubieran acogido a un omega deshonrado y repudiado con un hijo bastardo.
Cristian negó con la cabeza.
—Pablo perdió al niño por demasiado estrés. Mi papá se apiadó de Pablo y lo reclamó como su segundo cónyuge.
Las cejas de Lisandro volaron hacia arriba. Estaba desconcertado por un momento antes de recordar que en la sociedad kadariana a un alfa se le permitía casarse con varias personas siempre que el alfa pudiera proporcionar cónyuges adicionales.
—¿No tenía Pablo catorce años en ese momento? Eso es asqueroso.
—Mi papá no era un pedófilo —dijo Cristian—. El matrimonio fue solo en papel, para darle a Pablo algo de respetabilidad.
—¿Lo hizo? —Lisandro dijo suavemente.
Cristian hizo una mueca.
—Sí y no. La gente no olvidó nada, pero Pablo es aceptado en la sociedad educada, como parte de nuestra familia. Todavía le gusta más quedarse en casa.
—Así que en realidad es tu padrastro —dijo Lisandro.
Cristian soltó una carcajada.
—Tenemos casi la misma edad. Nunca lo ví como tal. Pero Linda lo ve como una figura paterna; Pablo incluso la amamantó, porque mamá no quería hacerlo.
Lisandro asintió pensativo. Ahora el afecto de Linda por Pablo tenía sentido, al igual que la protección de Cristian.
—Gracias por decirme esto —dijo—. Lo aprecio de verdad. Y prometo que voy a tener más cuidado con él.
Algo parecido a la sorpresa brilló en los ojos de Cristian, como si no hubiera esperado que Lisandro fuera una persona lo suficientemente decente como para hacer tal promesa. Fue un poco insultante.
—Gracias —dijo Cristian.
Lisandro solo asintió. Miró a su alrededor y pasó una mano por su cabello, buscando algo que decir.
—¿Me podrías mostrar mi habitación de nuevo? —Él dijo—. Sé que tu ama de llaves me dijo dónde está, pero no estoy seguro de poder encontrarla de nuevo. La casa es enorme.
—Si obvio—dijo Cristian, abriendo la puerta y guiándolo fuera de la habitación con una mano firme en su espalda.
Lisandro tuvo que reprimir el impulso de encogerse de hombros. Después de catorce años de librar una guerra, era difícil aceptar una mano en su espalda desprotegida. Pero tuvo que aceptarlo. Este hombre era su marido. Necesitaban aprender a llevarse bien si esperaban que la paz se mantuviera. Ya era bastante malo que casi hubieran llegado a los golpes hace unos minutos. Necesitaban hacer algo mejor que eso.
—Está acá —dijo Cristian, deteniéndose frente a una puerta en el segundo piso—. La mía está al final del pasillo por si necesitas algo.
Lisandro se volvió hacia él y vaciló. Pero necesitaban hablar de ello, para establecer que ambos entendían dónde estaban.
—¿Esperás que tengamos sexo? —Dijo sin rodeos.
Cristian lo miró fijamente.
El silencio se prolongó, volviéndose incómodo.
Lisandro cruzó los brazos sobre el pecho.
Finalmente, Cristian dijo:
—No te lo tomes personal, pero no me atraen mucho los alfas.
Frotándose la nuca, Lisandro asintió con la cabeza.
—Bueno. ¿Así que supongo que va a ser un matrimonio abierto?
Una pequeña arruga apareció entre las cejas de Cristian.
Le estaba tomando una cantidad de tiempo desmesurada responder a una pregunta tan simple.
Lisandro enarcó las cejas y se rió un poco.
—¿No esperarás que seamos célibes el resto de nuestras vidas, no?
Cristian hizo una mueca y dijo:
—No, ya sé. No me gusta mucho la idea de que otras personas toquen mis cosas.
—¿Perdón? No soy 'tu cosa' —dijo Lisandro, aunque estaba algo divertido—. No puedo creer que vos hayas tenido el descaro de sermonearme sobre mi mierda alfa. ¿Estás seguro de que no tenes un nudo?
Esperaba que Cristian se riera.
En cambio, su expresión se volvió muy extraña. Vacilante. Cauteloso.
La diversión de Lisandro se desvaneció. ¿Espera, qué?
Antes de que pudiera decir nada, Cristian lo empujó dentro del dormitorio. Cerró la puerta, se volvió y miró a Lisandro con solemnes ojos oscuros.
—¿Qué tan comprometido estás con la paz? —Dijo Cristian—. ¿Posta la querés?
Lisandro ladeó la cabeza, desconcertado por el cambio de tema.
—Obvio que si —dijo con una sonrisa quebradiza—. Estoy tan cansado de esta guerra. Estoy matando gente desde que tengo dieciséis años, Cristian. Puede que sea bueno en eso, pero no es algo que realmente quiero hacer.
Los ojos de Cristian parecían mirar directamente a su alma.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, asintió.
—Entonces te toca conocer las dificultades que a las que nos vamos a enfrentar. No soy beta. Soy un alfa.
A Lisandro le hubiera gustado decir que estaba sorprendido, y lo estaba, pero la emoción más fuerte que sintió fue el alivio. Ahora todo finalmente tenía un poco más de sentido. Su extraña reacción hacia este hombre era un poco más comprensible ahora. La forma en que se le erizaba la piel de conciencia y alerta, la forma en que se erizaba por tener a Cristian en su espacio personal: todo tenía sentido.
Cristian lo miraba con recelo, como si esperara que se enojara. Lisandro no estaba seguro de por qué no lo estaba. Sobre todo, estaba perturbado.
—¿Por qué te eligió tu primer ministro? Solicité específicamente un beta. ¿Tapia no quería que la paz durara o qué?
—Él no sabía nada—dijo Cristian—. Nadie que no sea mi familia lo hace.
Lisandro frunció el ceño.
— No entiendo por qué fingís ser un beta. Hay más políticos alfa que beta —Olió con cuidado—. Olés como un beta —Aunque ahora se preguntaba si el olor a ozono y suelo húmedo que aparecía en el olor de Cristian cuando estaba enojado era su verdadero aroma alfa.
Suspirando, Cristian se aflojó la corbata y salió al balcón.
Lisandro lo siguió.
Observaron el paisaje durante un rato.
Era un muy lindo lugar, tuvo que admitir Lisandro. La finca estaba hermosamente situada en colinas verdes que se inclinaban suavemente hacia el mar. Había un bosque alto en la distancia, sus árboles verdes y rojos visualmente espectaculares, especialmente bajo los rayos rojizos del sol poniente. Las cuatro lunas de Eila eran visibles en el cielo cada vez más oscuro.
—¿Sabias que durante la guerra, todos los alfas Kadarianos menores de treinta y cinco años tienen que servir diez años en nuestro ejército sin importar si quieren o no?
Lisandro volvió la cabeza y miró el perfil de Cristian. Era un perfil hermoso: mandíbula fuerte y sin barba, nariz recta, boca sensual. Fue una pena que fuera un alfa.
—Soy consciente de eso —dijo—. ¿Qué tiene eso que ver con esto?
La mirada de Cristian estaba fija en el sol poniente.
—Solía tener una hermana mayor. Ella era una alfa, y fue reclutada cuando cumplió diecisiete. Murió unos meses después —Frunció los labios—. Mi mamá estaba inconsolable. Yo tenía once años en ese momento. Cuando me presenté como alfa unos años más tarde, mi mamá tenía miedo de perder otro hijo en la guerra. De alguna manera se las arregló para conseguir un implante beta ilegal y me hizo implantarlo. Enmascara mi verdadero olor y de alguna manera entorpece mis sentidos, pero ahora tengo que vivir con eso si no quiero que ella se meta en problemas por falsificar mis documentos de presentación.
Lisandro frunció el ceño.
—¿No se hacen pruebas a los más chicos después de que nacen? — Así era como se habían hecho las cosas en Pelugia durante siglos. Todos ya sabían qué iban a ser desde la primera infancia.
Cristian negó con la cabeza.
—Hacer pruebas a los niños es ilegal. En ese sentido, somos una sociedad tradicional. La presentación sigue siendo un evento para todos los niños, y creemos que saber que van a ser simplemente le saca toda la diversión.
Lisandro tamborileó distraídamente con los dedos sobre la barandilla.
—¿Pero no está tu hermano en el ejército?
—Sí. Lionel es once años menor que yo. Para cuando se presentó como alfa, yo ya era un adulto. Le prohibí a mi mamá que falsificara sus documentos y lo hiciera pretender ser algo que no es.
¡Ah! Eso explicaba la extraña tensión entre Cristian y su mamá.
—Uy —murmuró Lisandro—. Tiene que ser un alivio que la guerra haya terminado —Si el hermano menor de Cristian hubiera muerto, probablemente habría estado en su conciencia para siempre.
Cristian asintió entrecortadamente.
—Creo que hiciste lo correcto para todos —dijo Lisandro.
Cristian lo miró, una mirada larga que hizo que algo en el estómago de Lisandro se retorciera.
—Sos muy diferente de lo que esperaba —dijo al fin.
Lisandro se rió entre dientes.
—¿De buena o mala manera?
—Buena.
Lisandro sonrió, batiendo las pestañas exageradamente.
—Bueno, gracias entonces, mi amor.
Cristian soltó un bufido.
—Definitivamente más ridículo —Se volvió hacia la puerta—. Estoy seguro de que estás cansado —dijo—. Yo ciertamente lo estoy.
—Sí —murmuró Lisandro—. Buenas noches.
—Buenas noches, Lisandro.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, Lisandro sonrió un poco para sí mismo, mirando la puesta de sol. Cristian ni siquiera se había molestado en extraerle la promesa de que no contaría su secreto a nadie. Eso implicaba que creía que era digno de confianza. A Lisandro le agradó más de lo que podía expresar. Aunque su relación había comenzado difícil, Capaz él y Cristian podrían convertirse en… ¿amigos?
¿Qué más se puede pedir de un matrimonio entre dos alfas?
Chapter 5: #5
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A finales de mes, Cristian estaba al límite. Estar casado con un alfa fue un desafío de que no esperaba. El olor de un alfa extraño en su casa, en su territorio, era increíblemente molesto, sin importar cuánto le hubiera gustado Lisandro. En cualquier lugar, cada espacio parecía apestar al aroma del otro alfa, lo que lo hacía vergonzosamente irritable y gruñón. Fue demasiado mortificante.
Lisandro parecía simpatizar con su difícil situación, pero no parecía tener el mismo problema en absoluto. Probablemente fue más fácil para él porque no consideraba a Cleghorn como su territorio. Para él, solo estaba compartiendo techo con otro alfa, nada más.
—Bueno listo, me cansaste —dijo Lisandro una mañana.
Cristian levantó la mirada del documento que estaba estudiando en su tablet, o más bien, fingió estar estudiando, tratando de distraerse del hecho de que el pequeño comedor apestaba al otro alfa.
Lisandro tomó un sorbo de su bebida antes de dejar la taza.
—No podemos seguir así —dijo—. Si lo hacemos, te vas a romper. Levantate.
Cristian entrecerró los ojos. No le agradaba recibir órdenes. ¿Quién se creía que era, ordenándole en su propia casa?
Cortó ese hilo de pensamiento. Este no era él. No era este hombre de las cavernas territorial.
Cristian se puso de pie y respiró profundamente, tratando de relajar sus músculos tensos. Realmente no podría seguir así. Otras personas en el Senado estaban empezando a notar su actitud irritable. En poco tiempo, habría rumores de que algo andaba mal con su matrimonio, que era lo último que necesitaban para mantener esta paz inestable.
—Vení acá —dijo Lisandro en voz baja, como si supiera lo cerca que estaba de romperse.
Cristian se adelantó y se detuvo junto a la silla de Lisandro.
Mirándolo a los ojos, Lisandro tragó e inclinó la cabeza hacia un lado. Descubriendo su cuello.
Cristian se tensó. Lisandro no le había vuelto a ofrecer su garganta desde esa primera noche. Esa otra vez había sido instintiva, en respuesta a la ira de Cristian. Esto fue deliberado. Lisandro lo estaba haciendo porque quería ayudarlo. Debió haberse esforzado, luchando contra sus propios instintos por el bien de Cristian. Fue demasiado generoso.
Y era exactamente lo que Cristian necesitaba para aplacar el alfa que había en él. Se inclinó y empujó su rostro contra la garganta desnuda de Lisandro, frotando su nariz contra la glándula de olor, sus feromonas bombeando como locas, hasta que todo lo que pudo oler en la piel de Lisandro fue a él, Cristian.
Podía sentir a Lisandro tensarse al principio antes de relajarse lentamente. Los dedos subieron para pasar por el cabello de Cristian.
—¿Mejor? —Lisandro murmuró cuando Cristian finalmente se relajó, solo marcándolo con un olor perezoso.
—Sí —dijo Cristian con brusquedad, avergonzado de que incluso necesitara esto. Millones de años de evolución y, sin embargo, era solo un poco mejor que el animal del que descendía. Levantó la cabeza y se enderezó. Se sentía más tranquilo de lo que se había sentido en semanas—. Gracias.
Lisandro asintió con una pequeña sonrisa torcida.
—En cualquier momento. En serio, en cualquier momento. No podemos permitirnos que explotes y hacer que la gente hable. Las malas lenguas buscan cualquier razón para exagerar las cosas.
Cristian hizo una mueca. Desafortunadamente, era cierto. Ya había personas que cuestionaban su matrimonio porque no hacían apariciones públicas a menudo.
—Hablando de malas lenguas y chismes, ayudaría si nos vieran juntos. ¿Y si nos vamos a cenar esta noche? Conozco un gran restaurante que capaz que te guste.
—Bueno —dijo Lisandro—. Creo que voy a terminar con el papeleo a las seis de la tarde.
Cristian frunció el ceño.
—¿Tu papá todavía te castiga por no volver a Pelugia? ¿Qué edad tiene, cinco? Eso es muy infantil.
Lisandro se rió, pero Cristian pudo sentir que su alegría no era del todo genuina.
—No le gusta cuando desobedezco sus órdenes. Tuve que decirle que estaría en casa en los próximos cinco días.
Cristian mantuvo su rostro cuidadosamente neutral, aunque no estaba seguro de cómo se sentía al respecto. Por mucho que el aroma alfa de Lisandro por toda la casa lo volviera loco, no podía imaginar regresar a casa y que Lisandro no estuviera ahí. El pensamiento era... extraño.
—Hablemos de eso por la noche —dijo, mirando su reloj—. Te busco a las siete.
—Entonces me voy a asegurar de usar mi vestido más lindo —dijo Lisandro riendo.
Cristian le devolvió la sonrisa. Le gustaba lo generoso con su sonrisa y lo fácil de reír que era Lisandro. Era... divertido estar cerca. Para ser un alfa, era bastante tranquilo y relajado. Hizo que vivir con él fuera mucho menos doloroso de lo que podría haber sido.
—Siempre vas a ser el más lindo para mí —dijo inexpresivo.
Lisandro sonrió y le lanzó un beso burlón.
Las manos de Cristian temblaron. Se volvió rápidamente y salió de la habitación.
Este... comportamiento juguetón nunca dejaba de agitarlo. Lisandro era así con todos. Coqueteó con Linda, coqueteó con la mamá de Cristian, coqueteó con sus empleados y coqueteó con Cristian. No quiso decir nada con eso; así era como era. A Lisandro realmente le agradaba la gente y fue un poco divertido para él. Cristian lo sabía.
Todavía lo ponía nervioso. A él... no le importaba cuando Lisandro era así con él. Era ridículo, pero era... tolerable.
Pero tan pronto como Lisandro fijaba su atención en otra persona y sonreía, Cristian apenas podía evitar echarlo de la casa. Capaz fueron sus instintos los que volvieron a actuar, reaccionando a un alfa extraño que encantaba a su gente en su casa. Pero era inmensamente frustrante. Lisandro era inmensamente frustrante. Lisandro era…
Suficiente, se dijo a sí mismo, pasándose una mano por la cara. Pasó demasiado tiempo pensando en Lisandro y frustrado por él. Estaba obsesionado. Basta, la puta madre.
♡
La cena fue un gran éxito. Fueron fotografiados juntos, y Cristian incluso logró no sentirse demasiado agravado por el olor de Lisandro. La única vez que se puso algo irritable, Lisandro simplemente lo miró a los ojos al otro lado de la mesa y le desnudó un poco la garganta. Eso apaciguó bastante bien los instintos de Cristian. Obviamente, no podía marcarlo con el olor cuando estaban en público (los betas rara vez marcaban con el olor algo, por lo que se vería extraño), pero la mera señal de sumisión calmó los nervios en carne viva de Cristian.
—Todavia no sé cómo haces eso —dijo Cristian mientras salían del restaurante. Abrió la puerta del helicóptero para Lisandro y lo siguió al interior, ignorando los flashes de las cámaras.
—¿Hacer qué? —Dijo Lisandro, estirándose en el asiento.
Cristian lo miró con amargura. Se veía demasiado "lindo" esa noche, su traje gris ahumado hacía que sus risueños ojos resaltaran. Todos en el restaurante lo habían mirado.
—Someterte —dijo Cristian cuando el helicóptero despegó. Mantuvo la voz tranquila, consciente de su piloto a pesar de la partición que los separaba de él. Este nuevo modelo de helicóptero produjo muy poco ruido. En realidad, era más un coche aéreo como los que se usan en los planetas del Núcleo Interior, y casi tan silencioso.
Lisandro inclinó la cabeza hacia un lado, su cuerpo largo y musculoso se estiró ligeramente mientras bostezaba.
—No sé —dijo, sonando un poco pensativo. Un poco sorprendido—. Creo que estoy acostumbrado a vivir con otro alfa y controlar mis propios instintos para no restregarlo de la manera incorrecta —Arrugó la nariz de una manera divertida—. Aunque mi papá definitivamente nunca necesitó marcarme con su olor —Miró a Cristian—. ¿Por qué te volves tan loco?
Al darse cuenta de que el aire estaba lleno de sus feromonas, Cristian se sonrojó.
—No estoy muy seguro —dijo con rigidez. Apenas podía decirle a Lisandro que... no le gustaba la idea de que Lisandro se sometiera a cualquier alfa que no fuera él. Sonaba extraño incluso en su propia cabeza. No era de su incumbencia lo que Lisandro hiciera en la casa de otro alfa.
Lisandro suspiró y le desnudó la garganta.
—Bueno, vení para acá.
Cristian no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Empujó su cara contra la glándula de olor de Lisandro y se frotó la nariz contra ella, necesitando poner su olor en él.
—Yo tenía un gato cuando era más chico—murmuró Lisandro—. Sos como él ahora.
—Puedo parar si te hace sentir incómodo —dijo Cristian, con los ojos cerrados mientras reemplazaba el olor agravante de Lisandro por el suyo.
—No, está bien —dijo Lisandro—. Es un poco raro nomás. Mi cabeza se siente rara cuando bombeas tantas feromonas.
Habiendo obtenido permiso para no moverse, Cristian pasó el resto del vuelo con la cara enterrada en el cuello de Lisandro. A Lisandro no pareció importarle, hablando de algunos problemas de Pelugia que su papá le hizo resolver desde la distancia. Cristian escuchó con medio oído, sabiendo que a Lisandro no le importaba su falta de atención. Solo necesitaba desahogarse un poco.
Para cuando llegaron a Cleghorn, Cristian estaba completamente tranquilo. Se apartó y ayudó a Lisandro a salir del helicóptero.
Apoyando una mano en el hombro de Lisandro, lo condujo al interior de la casa, hacia su cuarto.
—Ya sé en dónde duermo, Cristian —dijo Lisandro, sonando divertido.
Cristian dejó caer su mano.
—Si, perdón —dijo, frunciendo el ceño, desconcertado por su propio comportamiento.
Lisandro se rió entre dientes, colocando una mano en la manija de la puerta y volviendo la cabeza para sonreír a Cristian.
—Buenas noches, amor.
Los labios de Cristian se crisparon.
—Buenas noches.
Lisandro entró en su dormitorio y cerró la puerta.
Cristian se quedó mirándola, su cuerpo se arrastró con una extraña especie de agitación. Se quedó mirando el lugar en el que había estado Lisandro y sacudió la cabeza para sí mismo, sintiéndose extrañamente desequilibrado. El pasillo parecía mucho más silencioso y oscuro de repente. Fue inexplicable.
Se volvió y se dirigió a su propio cuarto.
Chapter 6: #6
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Lisandro se fue cuatro días después.
Cristian lo acompañó a su jet privado.
—Debería estar de vuelta dentro de poco —dijo Lisandro—. A más tardar en diez días. Creo. Disolver el ejército no es exactamente algo que hayamos hecho antes, así que es difícil decirlo con certeza —Hizo una pequeña mueca—. A menos que a mi papá se le ocurra otra razón por la que necesito estar sin falta en Pelugia.
Los labios de Cristian se tensaron.
—Tenés que volver antes de que Lord Marcos llegue para comprobar cómo se mantiene la paz. Sospecho que no nos va a avisar sobre su visita con antelación.
—Todavía falta un mes igual —dijo Lisandro, encogiéndose de hombros—. Estoy seguro de que estoy de nuevo para entonces. ¿No podés venir a Pelugia?
Cristian negó con la cabeza.
—No puedo dejar mi trabajo en el Senado. Tus deberes son mucho más flexibles que los míos.
El olor de Lisandro se disparó con su molestia, y Cristian sintió que su propio olor también se disparaba en respuesta.
Se miraron el uno al otro.
Lisandro fue el primero en apartar la mirada, para satisfacción de Cristian.
—Bueno —dijo Lisandro, con una voz más aguda de lo que había sido en mucho tiempo.
A Cristian no le gustó. Le gustaba cuando Lisandro se reía o sonreía. Cuando Lisandro estaba de mal humor, su olor alfa se volvió mucho más pronunciado, lo que solo sirvió para agravar más a Cristian.
Cuando Lisandro comenzó a darse la vuelta, Cristian lo agarró del brazo.
—Lisandro.
Lisandro le devolvió la mirada.
Cristian abrió la boca y luego la cerró. Ni siquiera estaba seguro de lo que quería decir. No iba a disculparse por decir la verdad. El horario de Lisandro era mucho más flexible que el suyo. Era el general de un ejército en tiempos de paz. Cristian era un senador activo y líder del Partido Liberal del Senado de Kadarian.
Lo que sea que Lisandro vio en su rostro, fue suficiente para suavizar un poco su expresión.
—Yo tampoco quiero separarme así —dijo Lisandro. Una sonrisa vacilante se formó en sus labios—. Creo que nos hicimos muy buenos amigos, ¿o no?
Amigos. La palabra no se sentía del todo bien. Le gustaba Lisandro. Era agradable. Era cálido, paciente y bondadoso. Era fácil hablar con él, fácil de agradar, fácil de confiar, Cristian no esperaba que le agradara tanto, pero su presencia siempre lo ponía nervioso. Nunca podría relajarse a su alrededor.
—Sí —dijo Cristian—. Obvio que somos amigos.
Lisandro sonrió, lo que hizo que su olor se volviera mucho más tolerable.
—Nos vemos, entonces —dijo, tirando de Cristian en un abrazo con un solo brazo—. No te desaparezcas. Llamame.
Cuando empezó a alejarse, Cristian no se lo permitió. Manteniéndolo quieto, empujó su rostro contra la garganta de Lisandro.
Lisandro se rió.
—Dale, soltame —Pero él no estaba alejando a Cristian, permitiéndole marcarlo con su esencia.
Cuando los instintos de Cristian finalmente quedaron satisfechos, dio un paso atrás y dijo con rigidez:
—Nos vemos. Espero que tengas un vuelo seguro.
Lisandro solo asintió con una sonrisa y se alejó, oliendo a Cristian.
Cristian observó cómo el jet despegaba y desaparecía en dirección a Pelugia.
Suspiró, sintiendo su cuerpo relajarse por lo que parecía ser la primera vez en un mes. Por mucho que le gustara Lisandro, Cristian se alegraba de finalmente tener una distancia muy necesaria de él. Odiaba el efecto que tenía Lisandro en él: el animal territorial primitivo en el que se convertía alrededor del otro alfa. Lejos del irritante olor y los hermosos ojos de Lisandro, la cabeza de Cristian se sentía más clara. Se sintió más tranquilo en general. Más como él mismo. Ya no sentía la necesidad de orinar en toda su casa, y al extraño alfa dentro de ella.
Con suerte, la distancia calmaría sus instintos, y cuando Lisandro volviera, serían amigos normales sin que Cristian necesite marcarlo a cada hora.
Bueno, podía esperar eso.
Chapter 7: #7
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Cristian descubrió que era mucho más fácil ser amigo de Lisandro cuando no podía oler su irritante esencia. Se llamaron por video todas las noches y hablaron durante unas horas antes de que Lisandro tuviera que irse a la cama; su zona horaria estaba tres horas antes que la de Cristian.
Lisandro bromeaba y se quejaba sobre todo de su papá, pero su sentido del humor parecía oscurecerse cada día. Aunque sus quejas no eran serias, Cristian pudo leer entre líneas y ver que el rey Estefano realmente estaba poniendo de los nervios a Lisandro.
—Quiere que te quedes en Pelugia, ¿no? —Cristian dijo, levantando la vista de su computadora. Se había puesto a trabajar durante sus videollamadas, sabiendo que Lisandro solo necesitaba un oído comprensivo para desahogarse.
—Sí —dijo Lisandro—. Está siendo muy irracional al respecto. Le dije que tenía que estar de nuevo en Citra antes de la llegada de Lord Marcos, pero le chupa un huevo. Si no lo conociera, pensaría que quiere que se reanude la guerra.
Cristian lo miró.
—¿Estás seguro que no es así?
Lisandro no respondió de inmediato.
—No, no lo estoy —dijo por fin, haciendo una mueca—. Y no es el único. Estoy empezando a ver que mucha gente acá quiere que la guerra siga—Suspiró, sus ojos de repente parecían años más viejos —. La cuestión es que, después de décadas de guerra, toda nuestra economía se basa en eso. Si no hay guerra, la mayor parte del ejército se disolverá y entonces toda esa gente volverá a casa, sin trabajo y pobre. Crear suficientes puestos de trabajo para los veteranos es nuestro mayor problema. Convertir la fabricación de las fábricas en tiempos de guerra en producción en tiempos de paz también es un dolor de cabeza, sobre todo teniendo en cuenta que muchos no creen que la paz dure.
Cristian asintió.
—Kadar está teniendo problemas parecidos —dijo, mirando a Lisandro con atención—. Parece que estás fuera de lugar. Muy tenso.
Lisandro soltó una risa áspera.
—Esperaba que no te dieras cuenta. Estoy entrando en mi celo. Supongo que es una suerte que no esté en Kadar en este momento.
Cristian frunció el ceño y se puso de pie. Acercándose a la ventana, miró las lunas. No, su oído no le había fallado.
—¿Estás en celo? Pero ninguna de las lunas está llena.
—Mis celos nunca siguieron algún ciclo lunar —dijo Lisandro—. Ya sé que es raro, pero nuestro médico dice que soy algo así como una rareza genética.
Cristian nunca había oído hablar de algo así. Todos los alfas y omegas tenían sus ciclos de apareamiento siguiendo una de las cuatro lunas de Eila, dependiendo del tipo de alfa u omega que fueran. El propio celo de Cristian estaba firmemente adherido a la segunda luna más grande de Eila, Torryn, y como la mayoría de los alfas que seguían el ciclo de Torryn, era relativamente racional y ecuánime. Los alfas de Torryn eran considerados los alfas más civilizados, la mayoría de sus rasgos lupinos primitivos engullidos por la evolución.
Los cambios del hermano menor de Cristian siguieron el ciclo de la luna más grande de Eila, Xeus, y Lionel era tan irascible y agresivo como la mayoría de los alfas de Xeus. Sin mencionar que los alfa Xeus también eran físicamente diferentes de otros Eilans, sus genes eran los más cercanos a su ancestro lupino primitivo. A diferencia de los alfas de Torryn, los alfas de Xeus podían adoptar sus formas bestiales cuando Xeus estaba en su fase de luna llena. El ciclo estral de un omega solía estar asociado a una de las lunas más pequeñas, Dainiri o Vos, aunque siempre había excepciones.
Cristian nunca había conocido a una persona cuyo ciclo de apareamiento fuera independiente de cualquier luna. Incluso los betas se vieron algo afectados por una de las lunas, porque los betas todavía llevaban genes alfa u omega recesivos.
—Si tenés alguna especie de anomalía genética... —Cristian tarareó pensativo—. Capaz eso explicaría mi reacción a tu olor alfa.
Lisandro resopló.
—No, estoy bastante seguro de que sos vos nomás. Ningún otro alfa reaccionó de esa manera. Paso mucho tiempo con otros alfas sin que ellos necesiten frotar su olor en mí.
Cristian miró hacia otro lado, su mano agarrando el borde de su escritorio. Su rostro se sintió cálido.
—Perdón —dijo Lisandro con una sonrisa—. Ya sé que odias que te recuerden tu comportamiento menos civilizado. Ya me dijeron que soy malo cuando estoy caliente y frustrado.
Cristian miró alrededor de la habitación antes de volver a mirar a Lisandro y finalmente hacer la pregunta que lo estaba molestando.
—¿Cómo vas a pasar tu celo?
Lisandro le dio una mirada inexpresiva y arqueó las cejas.
—¿Cómo te pensás que lo voy a hacer? Con mi mano derecha. Difícilmente puedo conseguir un omega lindo en mi nudo cuando supuestamente estoy felizmente casado.
Cristian desvió la mirada. Se sintió irracionalmente culpable. No es que fuera culpa suya, excepto que lo era. Si hubiera sido beta, habría podido ayudar a Lisandro con su celo. Un celo con un beta no era tan satisfactorio que con un omega, pero aún así era mucho mejor que la mano derecha. Pero como era un alfa, no había forma de que pudiera ayudar a Lisandro incluso si estuviera dispuesto a hacerlo. Los alfas en celo reaccionaron muy mal ante otros alfas, percibiéndolos como una amenaza. Incluso las raras parejas alfa-alfa nunca pasaron sus celos juntas: era una receta para el desastre.
—Perdón, en serio —dijo con brusquedad, aflojando su cuello y deliberadamente sin mirar el bulto prominente entre las piernas de Lisandro.
Lisandro suspiró.
—No es tu culpa —dijo, arrojándose sobre la cama y gimiendo—. Ya está. No es el primer celo que paso solo.
—¿Qué? —Cristian lo miró confundido—. ¿Por?
Lisandro se volvió de espaldas. Cristian no podía ver bien su rostro desde ese ángulo, porque la cámara estaba sobre el escritorio de Lisandro.
—Mis celos son raros —dijo Lisandro en voz baja—. Alterno entre ser muy agresivo y muy... necesitado, supongo. Es difícil de describir. Pero Antony, mi amigo, describió sus celos de manera completamente diferente a como yo los experimento. Cuando estoy en celo, quiero... consumir a alguien. Pero no importa cuán profundamente meta mi nudo en un omega, se siente insatisfactorio, ¿sabías? Es muy frustrante. Así que supongo que estoy acostumbrado a sentirme frustrado. Pasar mis celos solo es un poco más frustrante que eso —Él se rió sin humor—. Soy todo un rarito.
A Cristian no le gustó lo derrotado que sonaba.
—No te digas así —dijo secamente, sin saber qué más decir. No podía decir que sabía a qué se refería Lisandro. Sus propios celos eran bastante estándar en lo que respecta a los celos de los alfa de Torryn. No se convirtió en un animal salvaje y sin sentido que pensaba solo con su nudo como lo hacían los alfas Xeus durante sus celos. Simplemente se puso muy cachondo y muy territorial.
—Capaz sea porque tu ciclo no está unido a ninguna luna — dijo Cristian.
—Capaz —dijo Lisandro, cerrando los ojos—. Capaz que no.
—¿Vas a dormir? ¿Querés que corte?
—No —dijo Lisandro, con los ojos aún cerrados—. Voy a intentar tomar una siesta. Vos trabajá, pero no cuelgues. Me gusta escucharte mientras escribís. Me hace sentir muy cómodo.
—Sos un raro —dijo Cristian con una sonrisa.
Lisandro sonrió, sin abrir los ojos.
—Sí —dijo en un tono de voz extraño—. A lo mejor si.
Cristian volvió la mirada a su computadora y continuó trabajando en el proyecto de ley que su partido quería impulsar.
Cuando lo terminó, había pasado una hora. Volviendo la cabeza, se sorprendió al darse cuenta de que se había olvidado de finalizar la videollamada.
Miró el video proyectado en la pared opuesta y se acercó lentamente. Parecía que Lisandro se había girado mientras dormía y ahora dormía de cara a la cámara. La calidad de la imagen era tan buena que Cristian podía ver cada pequeña imperfección en el rostro de Lisandro.
Se quedó mirándolo durante un largo momento hasta que se dio cuenta de que posiblemente se estaba poniendo espeluznante.
Alcanzando el control remoto, Cristian finalizó la videollamada.
Se quedó mirando la pared en blanco, con la familiar sensación de malestar e insatisfacción que le corría por las entrañas.
Chapter 8: #8
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—Me parece que estás muy ansioso vos —dijo Enzo.
Lisandro se encogió de hombros, esperando a que bajaran las escaleras.
—No puedo esperar a estar en tierra firme —dijo—. La turbulencia me marea demasiado.
—¿Estás seguro que es por eso? ¿No por el chico lindo ese que te espera ahí?
Lisandro se rió.
—Cristian es mi amigo. Solo amigos, Enzi. Ya te dije: él también es un alfa —Todavía se sentía un poco culpable por contarle a Enzo sobre la designación de Cristian, pero sabía que Enzo nunca traicionaría su confianza. Eran tan cercanos como hermanos, y Lisandro confiaba en Enzo tanto como en sí mismo.
—¿Y qué tiene? —Enzo dijo, sus ojos llenos de diversión perezosa—. No es como si los alfas nunca cogieran con otros alfas.
—A Cristian no le gustan los alfas —dijo Lisandro, dándose la vuelta.
— A Cristian no le gustan los alfas —repitió Enzo lentamente antes de reír—. Solo estás demostrando que tengo razón, Li-san-dro.
Lisandro le lanzó una mirada molesta.
—Estoy empezando a arrepentirme de traerte conmigo.
—Como si lo hubieras podido evitar. Ya es bastante malo que no me hayan invitado a la boda.
—Sólo mis papás estaban presentes, Enzo —dijo Lisandro distraídamente cuando finalmente bajaron las escaleras. Bajó las escaleras con la mirada fija en Cristian.
Pero Cristian no lo estaba mirando. Sus ojos entrecerrados estaban fijos en Enzo, evaluando y levemente disgustado.
—Che, tu marido soy yo —dijo Lisandro intencionadamente, sonriendo mientras se acercaba a Cristian.
Cristian finalmente desvió su mirada hacia él, sus fosas nasales dilatadas.
Antes de que Lisandro pudiera decir algo más, Cristian tiró de él hacia él y lo abrazó, su rostro se posó cerca del cuello de Lisandro, pero sin tocarlo del todo. Lisandro podía sentir lo tenso que estaba su cuerpo. Cristian probablemente quería marcarlo con su olor, pero obviamente no podía hacerlo en presencia de un extraño. Después de todo, los betas no marcaban con olor a las personas.
—Hola para vos también —dijo Lisandro con una sonrisa, sus párpados se volvieron más pesados a medida que el familiar aroma de tierra húmeda y ozono asaltaba sus sentidos. El olor era espeso y embriagador, y rápidamente nubló la mente de Lisandro al ritmo que Cristian estaba bombeando sus feromonas.
El impulso de desnudar su garganta se estaba volviendo irresistible, y Lisandro luchó contra ello con todo lo que tenía. Mierda, esto era tan extraño. Mientras estaba en Pelugia, había comenzado a dudar de su memoria, a dudar de sí mismo. Seguramente no se había limitado a desnudar dócilmente su garganta a otro alfa de forma regular, ¿no? Pero lo había hecho.
Alguien tosió.
Lisandro tardó un momento en recordar que no estaban solos.
Abriendo los ojos de golpe, se apartó de Cristian y se volvió. Había esperado ver diversión en el rostro de Enzo, pero las cejas oscuras de Enzo estaban fruncidas, su mirada se movía entre Lisandro y Cristian. Olía a perplejidad y algo más.
—Enzo Fernandez, el duque de Westcliff —dijo Enzo, extendiendo su mano hacia Cristian—. El primo de Lisandro.
Después de un momento, Cristian sacudió su mano, sus ojos negros perforaron un agujero en Enzo. Todavía estaba bombeando sus feromonas sin parar, y eso puso a Lisandro nervioso. Quería sentarse. Quería comenzar una pelea. Quería desnudar su garganta. Quería huir.
Respiró profundamente, tratando de deshacerse de las necesidades y deseos contradictorios.
—Cristian Romero —dijo Cristian secamente, su mirada volviendo a Lisandro—. ¿Lisandro? ¿Estás bien?
Él asintió.
—Sí. ¿Podés parar eso por favor?
Cristian lo miró incómodo y asintió. Su olor se volvió un poco menos abrumador. Un poco menos era la parte clave.
Lisandro reprimió un suspiro. Sabía que Cristian probablemente no podría evitarlo. No solo el olor alfa de Lisandro lo agravó, sino que había otro alfa presente, un alfa extraño que Cristian no conocía en absoluto. Cualquier alfa sería un poco territorial en tales circunstancias. Probablemente no ayudó que Enzo fuera un Xeus y su olor fuera muy fuerte. Habiendo crecido con Enzo , Lisandro apenas notó su olor, pero sabía que otras personas lo consideraban invasivo. Era difícil estar cerca de los alfas Xeus. Tendían a incomodar a la gente. Incluso los beta reaccionaron a ellos con fuerza, y otros alfas mucho más.
—No sabía que ibas a traer un invitado —dijo Cristian, poniendo una mano sobre el hombro de Lisandro y conduciéndolo hacia la mansión en la distancia.
El toque se sintió ridículamente propietario, y Lisandro supo que no solo lo estaba imaginando cuando vio la mirada incrédula de Enzo.
—Enzo se invitó solo—dijo Lisandro—. No le des bola. Mientras le demos un cuarto y comida, no nos va a joder mucho.
—No se si sabías que te puedo escuchar.
Lisandro le sonrió a su primo por encima del hombro.
—¿Y?
Enzo le sacó el dedo.
La mano de Cristian se apretó sobre su hombro.
—Vení, todo el mundo te está esperando. Todos te extrañaron.
Lisandro sonrió un poco. Cristian probablemente estaba exagerando, pero aún así fue amable de su parte decir eso.
—¿Todo el mundo? ¿Y vos? —Dijo, chocando sus hombros juntos.
Los ojos oscuros de Cristian lo miraron por un momento.
—Te extrañé un montón. Especialmente tu exquisito aroma.
—Ay bueno —dijo Lisandro con una sonrisa—. No había necesidad de insultar.
Tan pronto como estuvieron en casa, Cristian prácticamente empujó a Enzo hacia su mamá y arrastró a Lisandro a la habitación vacía más cercana mientras ella y Enzo estaban hablando incómodamente.
—¿Qué? —Dijo Lisandro tan pronto como Cristian cerró la puerta.
—Le hablaste de mí —dijo Cristian, acercándose a él.
Lisandro no sabía cómo se las arreglaba para imponerse cuando tenían aproximadamente la misma altura y peso, pero de alguna manera, Cristian lo hacía.
Lisandro tragó saliva, su propio olor subiendo, lo que, por supuesto, solo agravó aún más a Cristian.
—Enzo no cuenta —dijo Lisandro—. Es prácticamente mi hermano. No le va a decir a nadie, segurísimo.
Cristian lo fulminó con la mirada.
—¿Pero y si te equivocás? Si es así, mi carrera se va a arruinar y mi mamá enfrentará consecuencias legales. Te lo dije en confianza, Lisandro.
Sintió una punzada de culpa.
—No le va a decir a nadie. Enzo no es así.
Cristian hizo una mueca.
—Es un Xeus. La impulsividad es su norma. Podría hacerlo sin querer.
—Pensé que no eras tan cerrado como otras personas. ¿No es tu hermano un Xeus también?
—Es precisamente por eso que sé de lo que estoy hablando — dijo Cristian, con expresión sombría—. Mirá, muchos de los prejuicios contra los alfa de Xeus no están justificados, pero algunas cosas que la gente dice son ciertas: son impulsados por sus instintos y emociones más que por sus pensamientos racionales. ¿Qué pasa si Enzo se enoja con vos? Va a revelar tus secretos por despecho.
Lisandro lo fulminó con la mirada.
—Esa sigue siendo una generalización, Cristian. Sos un alfa Torryn, pero tampoco fuiste un modelo de sensatez a mi alrededor.
—Eso es irrelevante —dijo Cristian con rigidez.
—¿Es?
Cristian se pellizcó el puente de la nariz.
—Bien. Reconozco que podría haber alfas Xeus sensatos. ¿Enserio te pensas que Enzo es uno de esos?
Lisandro hizo una mueca. No podía mentir: la sensatez fue la última palabra con la que asociaría a Enzo. Enzo era agresivo incluso para los estándares de los alfa Xeus. Era uno de esos alfas Xeus que podían cambiar parcialmente a sus formas animales fuera de la luna llena. Esa era una de las razones por las que había tanto prejuicio contra los alfas como Enzo: la gente pensaba que eran más animales que hombres.
Lisandro suspiró.
—Perdón. No tendría que habérselo dicho sin antes preguntarte.
La expresión dura de Cristian se suavizó ligeramente.
—¿Por qué le dijiste?
—Quería mandarte a buscar, para que pudieras ayudarme durante mi celo. Tuve que decirle el porqué no podías ayudarme.
Los hombros de Cristian se tensaron.
—¿Estuvo con vos durante tu celo?
Lisandro resopló.
—No conmigo, no seas tarado. Es un Xeus; quiero arrancarle la garganta durante mi celo. Nos hablamos por videollamadas.
Cristian pareció sólo un poco apaciguado.
Lisandro sonrió, divertido a su pesar.
—¿Es lo de 'mis cosas' de nuevo? ¿No querés a otro alfa alrededor de tus cosas?
Un leve rubor apareció en la piel bronceada de Cristian.
—Callate —dijo con brusquedad, dándose la vuelta, con los hombros todavía tensos.
—Vení acá —dijo Lisandro con un suspiro de sufrimiento, inclinando la cabeza hacia un lado.
—No lo necesito —dijo Cristian secamente, sus ojos oscuros en la garganta de Lisandro. Apretó la mandíbula—. Puedo controlarme.
—No estoy diciendo que lo necesitás o que no podés controlarte. Vení para acá.
Cristian no necesitaba que se lo dijeran de nuevo. Estuvo en el espacio personal de Lisandro en un instante, empujando su rostro contra la garganta desnuda de Lisandro.
Lisandro se obligó a relajarse. Ese momento inicial de sumisión siempre fue el más difícil, sus instintos le decían que esto estaba mal, pero luego se volvió más fácil. Mejor. Después de unos momentos, la relajación forzada se volvió natural, su cuerpo se volvió flexible cuando las feromonas embriagadoras de Cristian comenzaron a hacer su trabajo. ¿Por qué necesitaba ser fuerte cuando alguien más podía serlo por él? Se sintió bien, de una manera extraña. Aunque había una parte de él que insistió en que esto estaba mal, que debería estar luchando por el dominio y haciendo que Cristian descubriera su garganta para él, esa parte se hizo más tranquila con cada momento. Se sintió tan bien. Su mente estaba felizmente vacía. Solo estaba Cristian y su embriagador, equivocado y maravilloso aroma.
Para cuando Cristian se echó hacia atrás, sus músculos se veían sueltos y relajados. Incluso Lisandro podía decir cuánto olía a Cristian ahora.
—¿Mejor? —Dijo con una sonrisa divertida.
—Sí —dijo Cristian con una mirada vagamente avergonzada. Sonriendo, Lisandro le dio una palmada en el hombro.
—No hay de que avergonzarse. Vos decime nomás cuándo necesites esto en lugar de arrancarme la cabeza, ¿si?
Cristian asintió entrecortadamente y se volvió hacia la puerta.
—Vamos a rescatar a mi mamá.
—Enzo no es tan malo —dijo Lisandro poniendo los ojos en blanco—. Estoy seguro de que finalmente pueden ser amigos.
—Claaaro.
Lisandro solo pudo reírse de la expresión escéptica de Cristian.
Era agradable estar de vuelta.
Chapter 9: #9
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La fase de luna llena de Torryn se acercaba rápidamente a ellos. Lisandro nunca había sido tan consciente del ciclo de una luna en su vida. Nunca antes le había prestado mucha atención a Torryn. Solo lo registró vagamente cuando su papá desapareció por uno o dos días.
Siempre había sido más consciente del ciclo de Xeus, ya que era mucho más peligroso y perturbador para su vida que el de Torryn. Había muchos alfas Xeus en el ejército, y siempre había sido una lucha organizar protocolos de seguridad durante sus celos. Después de todo, controlar a los cambiaformas salvajes en celo era mucho más difícil que organizar discretas hojas de celo para los alfas Torryn entre sus tropas. Los raros alfas Dainiri y Vos eran un problema aún menor que los Torryn, ya que sus celos eran apenas más que picos de libido elevada.
Pero esta fase de luna llena de Torryn puso a Lisandro más que un poco ansioso a medida que se acercaba unos días después de su llegada y la de Enzo a Cleghorn.
No estaba seguro de cómo iba a cambiar el comportamiento de Cristian.
—¿Querés que nos vayamos? —Dijo la tarde antes de la luna llena.
Cristian paseaba por su estudio y Lisandro seguía sus movimientos con cautela. Ya había una agresión en el lenguaje corporal de Cristian, su olor más denso y agudo, eclipsando por completo el aroma artificial de su implante beta.
—Quiero que tu primo se vaya —Cristian apretó los dientes, sus ojos brillaban—. Pero no te va a llevar con él.
Bueno. Claramente había sido una mala idea usar "nosotros". La posesividad de un alfa se intensificó mucho durante un celo.
—Enzo y yo nos vamos por separado —dijo Lisandro—. Nos vamos a diferentes hoteles.
Cristian negó con la cabeza.
—No te podés ir. La gente puede hablar si pasás el ciclo de Torryn en un hotel. No es difícil sumar dos más dos.
Lisandro frunció el ceño.
—¿Cómo lidiaste con esto antes? ¿Con tus celos?
—Usé compañeros omega que firmaron un contrato de confidencialidad.
Lisandro asintió lentamente. Eso tenía sentido. También hubo discretos servicios omega en Pelugia.
—¿Por qué no usás un compañero de nuevo? —dijo—. Me voy a quedar en el otro lado de la casa así no te jode.
Cristian lo miró fijamente, sus ojos oscuros casi aterradoramente intensos.
—¿Y no te importaría?
Lisandro soltó una carcajada.
—¿Por qué habría de hacerlo? Sos mi amigo. No quiero que sufras al pedo.
Cristian olfateó el aire.
—Decime la verdad.
Reprimiendo una mueca, Lisandro apartó la mirada. No era que no estuviera siendo honesto: Cristian era su amigo, y realmente no quería que sufriera innecesariamente por un celo insatisfecho. Pero…
Se encogió de hombros con una risa incómoda.
—Creo que es un poco raro nomás.
—Pasaste tu celo solo. Es justo que yo también lo haga.
Lisandro negó con la cabeza.
—Es diferente. Ya te dije que mis celos con una pareja son un poco mas frustrantes que sin una, pero es un poco diferente en tu caso.
Cristian no lo negó.
—Hacé los arreglos para que venga un compañero, dale —dijo Lisandro, mirándolo a los ojos. Él sonrió un poco—. No es que esté celoso o algo así, Cristian. No importa que estemos casados. Somos amigos. Quiero que lo hagas, enserio te digo.
Cristian todavía lo miraba con extrañeza, pero finalmente asintió.
Lisandro se obligó a seguir sonriendo e ignorar la punzada de malestar en su estómago.
Quizás el problema era que había comenzado a pensar en Cristian como "sus cosas" también. Los alfas eran notoriamente malos para compartir lo que consideraban suyo, y Lisandro no fue la excepción. No importaba. Él podría superarlo. Tenían que ser prácticos. Difícilmente se podía esperar que fueran célibes por el resto de sus vidas. Necesitaban encontrar una solución práctica al problema, y un compañero omega de alquiler parecía tan bueno como cualquier otro.
Tenían que intentarlo.
♡
Cristian no se acuerda la última vez que su celo fue así de malo. La presencia de otros alfas era probablemente la culpable. Aunque Enzo se había ido de su casa, al menos por ahora, Lisandro seguía ahí.
Lisandro .
Todavía podía olerlo, incluso a una casa entera de distancia. Cristian apretó los dientes y se pasó una mano por la cara con frustración.
Quería echar a Lisandro de su casa.
Quería encadenarlo ahí mismo.
Ambos deseos eran completamente contradictorios y, sin embargo, coexistían de alguna manera. Fue más que frustrante.
Aún faltaba una hora para la luna llena, pero ya sentía las ganas de salir arrastrándose de su piel, la excitación, la frustración, la posesividad y la ira creando una mezcla horrible de deseos que no podía manejar del todo.
Incluso la presencia de la omega que la agencia había enviado no logró resolver su estado de agitación, lo cual era inusual para él. Por lo general, la presencia de un omega era suficiente para calmarlo, ya que el animal en él entendía que su impulso de apareamiento iba a ser saciado.
No esta vez.
Esta vez, Cristian todavía se sentía como un desastre agitado, con los nervios encendidos. Ni siquiera podía mantener su atención en la hermosa omega en la cama esperando a que se uniera a ella. No podía concentrarse.
Se obligó a mirar a la omega, a sus pechos llenos y desnudos, su cintura delgada y sus largas piernas. Olía bien. No en celo pero excitada, lo que era de esperar alrededor de un alfa en celo. Era una rubia diminuta y curvilínea, y completamente de su tipo.
Cristian todavía no se animaba a coger con ella.
La mera idea se sentía... mal. No estaba mal en el sentido de que sería moralmente incorrecto porque estaba casado, sino porque no era lo que su cuerpo quería. El aroma alfa de Lisandro parecía diez veces más fuerte para sus sentidos intensificados, y el impulso de ir a buscarlo y afirmar su dominio era mucho más fuerte que el impulso de coger a la hermosa omega en su cama.
Esto no iba a funcionar.
Sin hacer caso de la omega, Cristian salió a la terraza y respiró el aire fresco de la noche tan profundamente como pudo. El cielo estaba nublado y Xeus era la única luna completamente visible en el cielo.
Al mirar el tono rojizo de Xeus, Cristian se sintió repentinamente agradecido de que sus celos no siguieran el ciclo de esa luna. Si lo hicieran, habría sido salvaje en menos de una hora y probablemente habría matado al otro alfa en la casa.
Tal como estaban las cosas, simplemente estaba luchando por concentrarse en cualquier cosa que no sea Lisandro.
Sacando el teléfono de su bolsillo, inició una videollamada.
Lisandro pareció sorprendido cuando respondió. También parecía recién salido de la ducha, su cabello todavía estaba húmedo y su musculoso torso reluciendo con gotas de agua.
Cristian apretó los dientes. Ver el físico fuerte de Lisandro lo puso más nervioso, como si estuviera siendo desafiado. El instinto de luchar o aparearse era a menudo indecifrable para los alfas en celo.
—¿Cristian? —Dijo Lisandro—. Pensé que estabas... ocupado.
—Esto no va a funcionar —dijo Cristian, pasándose una mano por la cara—. No puedo concentrarme en la omega mientras estés en la casa.
Los labios de Lisandro se fruncieron.
—Puedo ir a caminar.
—¡No te vas a ningún lado! —Cristian espetó. Respiró hondo, avergonzado de sí mismo—. Perdón. Yo–
—Te entiendo —dijo Lisandro, su voz tranquila—. Está bien, te entiendo. Yo también estuve ahí.
Cristian suspiró.
—Nunca ha sido tan malo, y ni siquiera es luna llena todavía. Me quiero morir.
—¿Cómo te puedo ayudar? —Lisandro sonó comprensivo. Cristian lo miró y vaciló.
—¿Podés venir acá y estar conmigo durante el celo? —Se sonrojó, dándose cuenta de cómo sonaba eso—. Sólo estar cerca —dijo con rigidez—. Podemos compartir a la omega.
Lisandro lo miró fijamente.
—Apenas soportás mi olor cuando no estás en celo. ¿Posta me querés cerca ahora?
Cristian hizo una mueca y se pasó la mano por el pelo.
—No sé. Pero sé que no puedo concentrarme en la omega cuando puedo sentirte en la casa pero no puedo verte. Creo que ayudaría tenerte cerca. Debería calmar mis instintos territoriales.
—Me vas a atacar —dijo Lisandro, luciendo escéptico.
—Capaz. Capaz no. Pero no algo que no puedas solito —Cristian sonrió con ironía—. Sos un soldado. Soy un político. Probablemente puedas matarme con tus propias manos.
Eso hizo sonreír a Lisandro.
—Probablemente pueda —Agarró su ropa—. Bueno. Ya voy, pero me voy si mi presencia lo empeora.
—Gracias.
Lisandro se rió.
—No me agradezcas todavía.
Cuando se desconectó la llamada, Cristian miró el disco lleno de Torryn asomando entre las nubes. Esperaba no haber cometido un error que le costara su amistad.
Chapter 10: #10
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Lisandro no estaba seguro de qué esperar cuando entró en el dormitorio de Cristian. La habitación olía abrumadoramente a tierra húmeda y al aire después de una tormenta eléctrica, el dulce olor de un omega apenas distinguible.
Había una omega femenina desnuda en la cama, siguiendo a Cristian con los ojos. Olía desconcertada, y no era de extrañar: los alfas normalmente no ignoraban a los omegas desnudos cuando estaban en celo.
En el momento en que Lisandro entró en la habitación, Cristian estaba en su espacio personal. Empujó a Lisandro contra la pared y lo apretujó, un gruñido escapó de su garganta.
Lisandro se volvió dócil y desnudó la garganta, tratando de parecer lo menos amenazante posible.
Cristian lo marcó con su olor, frotando su rostro contra el cuello de Lisandro como un felino grande y peligroso. No era nada inusual, excepto que Lisandro no estaba acostumbrado a que Cristian estuviera desnudo y excitado mientras hacía esto. Era muy consciente de la pija de Cristian contra su estómago, dura y gruesa. Aunque Cristian no se estaba moliendo contra él, todavía estaba ahí. El pene de otro alfa.
No fue tan repugnante como probablemente debería haber sido.
Antes de que Lisandro pudiera decidir qué pensar de eso, Cristian lo arrastró hacia la cama.
Lisandro no se resistió y se obligó a ser lo más dócil posible, sabiendo que cualquier iniciativa solo enfurecería a Cristian cuando estaba en el celo.
Por el rabillo del ojo, pudo ver a la omega mirándolos con perplejidad mientras Cristian comenzaba a desnudar a Lisandro con movimientos rápidos y eficientes de sus manos.
Lisandro lo permitió, un poco sorprendido. Todavía no podía creer que Cristian realmente quisiera compartir a la omega con él: los alfas en celo eran extremadamente posesivos. Pero, de nuevo, considerando que Cristian pensaba en él como "sus cosas", no le importaría que Lisandro también se cogiera a la omega.
Cuando Lisandro finalmente estuvo desnudo, Cristian solo lo miró fijamente por un momento, frunciendo el ceño, antes de comenzar a pasar sus manos arriba y abajo por el cuerpo de Lisandro. Marcándolo con olor. Probablemente... tenía sentido. Lisandro necesitaba oler como Cristian para que Cristian no lo viera como una amenaza.
Cristian fue extremadamente minucioso. Con todas las caricias y toqueteos, era inevitable que Lisandro comenzara a ponerse duro. Había pasado un tiempo desde la última vez que había tenido relaciones sexuales, y su celo reciente pasado a solas solo había aumentado su frustración sexual.
Su excitación podría haber sido inevitable, pero Lisandro todavía se sentía avergonzado y más que un poco extraño. Se mordió el labio para evitar gemir cuando las palmas de Cristian acariciaron sus pezones. Mierda.
Afortunadamente, Cristian no pareció sentirse ofendido por su erección. Lo miró antes de empujar a Lisandro a la cama.
Con un gruñido, Lisandro aterrizó de espaldas.
Con el corazón latiendo con fuerza, miró a Cristian.
—Sentate de espaldas a la cabecera de la cama —le ordenó el otro alfa con voz entrecortada, mirándolo con el ceño fruncido.
Frunciendo el ceño confundido, Lisandro hizo lo que le dijeron.
Cristian finalmente miró a la omega.
—Vos acostate entre sus piernas, de espaldas a él.
La omega - Lisandro realmente necesitaba averiguar su nombre - se movió silenciosamente, asumiendo una posición reclinada contra el pecho de Lisandro, sus suaves nalgas presionadas contra su erección.
Lisandro se dio cuenta de lo que pretendía hacer sólo cuando Cristian se subió encima de ella, encima de ellos.
Mirando el rostro de Lisandro, Cristian abrió los muslos de la omega.
Lisandro tragó saliva y miró la dura pija de Cristian entre sus piernas.
Cuando Cristian finalmente empujó dentro de ella, gimió, su culo rechinando contra la pija de Lisandro.
Los ojos de Lisandro se desenfocaron. Nunca se había sentido tan raro. El olor de una omega excitada le resultaba familiar, pero la posición en la que se encontraba, de espaldas, con otro alfa en celo acechando sobre él, como si Lisandro fuera el que estaba siendo empomado, era completamente antinatural para un alfa. Podía sentir cada empuje mientras Cristian se la cogía. Fue tan raro.
Y sin embargo... todavía estaba duro. Nunca había estado más excitado en su vida. Su propia excitación en esta extraña situación hizo que Lisandro se sintiera incómodo, por lo que trató de enfocar su atención en la omega en sus brazos. Acarició sus grandes pechos y su suave estómago, haciendo que sus gemidos crecieran en volumen. Deslizó sus dedos más abajo, jugando con su clítoris. La omega arqueó su cuerpo y la mano de Lisandro rozó accidentalmente la pija de Cristian.
Los músculos de Cristian se tensaron, sus ojos negros parecían casi salvajes mientras miraba a Lisandro.
Lisandro se sonrojó y apartó la mano.
—No —dijo Cristian.
¿Qué?
—Seguí tocando dale.
¿Tocando? ¿Se refería a la omega? ¿O... a su amigo?
Lamiendo sus labios, Lisandro llevó su mano de vuelta y tocó a la mujer, acariciando alrededor de su abertura, donde estaba estirada alrededor de la gruesa longitud de Cristian.
Los ojos de Cristian se pusieron vidriosos, su pene chocando contra la mano de Lisandro cada vez que se movía. Sus embestidas se volvieron cada vez más duras, el olor de Cristian espeso y abrumador, cada embestida molía el culo de la omega contra la pija de Lisandro. Sometete , decía el olor de Cristian. Sometete, sometete, sometete .
Un gemido confuso salió de la boca de Lisandro, con la cabeza dando vueltas. Desnudó la garganta y Cristian se lanzó hacia adelante, doblando a la pobre omega por la mitad y hundió los dientes en el cuello de Lisandro.
Lisandro se sacudió, como electrocutado, y se corrió, su orgasmo lo tomó desprevenido.
Cristian dejó escapar un gruñido bajo, sus caderas lo golpearon contra el colchón con la fuerza de sus embestidas. Finalmente, se estremeció y se quedó quieto, gruñendo, con los dientes aún enterrados en el cuello de Lisandro.
Lisandro miró al techo aturdido, confundido, avergonzado y enloquecido.
Se sintió como si hubiera pasado una pequeña eternidad antes de que Cristian finalmente levantara la cabeza.
Se miraron el uno al otro, el aire de incomodidad entre ellos era tan espeso que Lisandro prácticamente podía saborearlo.
La mirada de Cristian estaba más clara de lo que había sido, la bruma del celo desapareció por un momento.
—Perdón —dijo, sus ojos se movieron rápidamente hacia el cuello de Lisandro, a la marca de la mordedura que sin duda estaba ahí. Si Lisandro hubiera sido un omega, habría sido un mordisco de apareamiento; el conocimiento flotaba en el aire entre ellos, pesado e incómodo.
Lisandro se encogió de hombros, intentando parecer indiferente.
—Tampoco es la gran cosa —mintió, tratando de no mostrar lo raro que era—. Te dejaste llevar un poco y listo —O mucho.
El sonido de un carraspeo les hizo estremecerse. Miraron a la omega atrapada entre ellos.
—Sos bastante pesado —le dijo a Cristian, su voz suave y educada—. ¿Te molesta si...?
—Si, perdón —dijo Cristian, rodando fuera de ella para acostarse de espaldas al lado de Lisandro.
Lisandro notó que no la había anudado. No es que necesariamente hubiera esperado que Cristian lo hiciera (anudar era un requisito solo para los alfas Xeus), pero aún así era bueno saber lo considerado que era Cristian. Contrario a la opinión popular, no todos los omegas disfrutaban de ser anudados.
—Perdón por eso —le dijo Cristian, su voz seca e incómoda.
Al nebuloso cerebro de Lisandro le tomó un momento darse cuenta de por qué Cristian se estaba disculpando: ninguno de los dos se había molestado en asegurarse de que la omega se corriera. Ella no olía sexualmente frustrada, por lo que probablemente también se había venido, pero el hecho de que él no estuviera seguro era más que un poco vergonzoso. ¿Había estado tan concentrado en Cristian?
Lisandro miró a la mujer tímidamente, pero ella parecía imperturbable, casi aburrida. Cierto. Para ella era solo un trabajo, nada más.
—Está bien —dijo, mirando el reloj—. Esto fue inesperadamente corto, lo cual no es malo —Le dio a Cristian una mirada evaluadora, olfateando delicadamente—. No debería pasar mucho tiempo antes de que termine su celo, señor Romero. Quizás una vez más sea suficiente —Miró con curiosidad a Lisandro—. ¿Su... el otro alfa se queda con nosotros el resto de la noche?
Lisandro tragó, repentinamente consciente de lo extraña que era la situación. Estaba desnudo y en la cama con un alfa igualmente desnudo. Apestaba a celo, sexo y feromonas de Cristian. Las feromonas de su marido.
Su marido alfa que acababa de hacerle correrse. Por morderle.
—No —dijo Lisandro, aclarándose un poco la garganta. Se bajó de la cama y buscó su ropa—. Ya es bastante tarde, me voy.
Cristian hizo un movimiento abortado, como si quisiera agarrarlo pero luego se lo pensó mejor.
Lisandro no miró en su dirección y se vistió rápidamente.
Una vez que estuvo presentable, murmuró,
—Buenas noches —y salió de la habitación, su rostro enrojecido y el aroma de Cristian todavía se adhería a él.
La puta madre.
Que mierda.
Chapter 11: #11
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Cuando Lisandro se despertó, apenas amanecía.
Se quedó acostado en la cama por un rato, solo mirando al techo y decididamente sin pensar en los eventos de anoche. Tampoco se preguntó si Cristian todavía estaba con la omega. Puede que sí o no. De cualquier manera, no era su asunto.
Pasando una mano por su rostro, Lisandro se levantó de la cama y fue al baño.
Después de tomar una larga ducha caliente, caminó hasta el lavabo para cepillarse los dientes cuando algo en el espejo llamó su atención.
Lisandro lo miró fijamente.
Tenía un gran hematoma en el cuello, justo encima de la glándula de olor. Podía ver claramente las marcas dejadas por los dientes de Cristian. El hematoma era el lugar donde habría estado una mordedura de apareamiento si hubiera sido un omega. Excepto que las mordeduras de apareamiento nunca dejaron moretones. Una mordedura de apareamiento fue limpia y ordenada, una cicatriz bonita, gracias a las hormonas omega que curaron la mordedura y formaron un vínculo de apareamiento. Lisandro no tenía una buena mordedura de apareamiento. Tenía un chupetón rojo desagradable que lo hacía parecer como si lo hubieran mutilado.
Llevó una mano a la marca y la trazó con el pulgar, fascinado.
Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, apartó la mano de un tirón, su rostro de repente cálido. ¿Qué le pasaba? Esto debería haberlo cabreado. Los alfas no permitieron que otros alfas los marcaran. Era inaudito. Aunque esto no era un mordisco de apareamiento, no podía ser, ya que ambos eran alfas y Lisandro no tenía las hormonas necesarias para que el mordisco lo tomara, una marca como esta le haría oler muy fuertemente a Cristian. ¿Cómo carajo se suponía que iba a ocultarlo? Al menos todos en la casa sabían que Cristian era en realidad un alfa, pero no podía salir hasta que la marca se desvaneciera. Lisandro solo podía esperar que el funcionario del Consejo Galáctico no regresara antes de que lo hiciera. No es que el extranjero se diera cuenta de nada, pero los miembros del Senado ciertamente lo harían, y revelaría la verdadera designación de Cristian.
Que quilombo.
Suspirando, Lisandro se vistió y salió de su habitación, y casi tropezó con la forma oscura en el suelo.
Al detenerse abruptamente, Lisandro lo miró confundido. El pasillo todavía estaba bastante oscuro, por lo que sus ojos tardaron un poco en adaptarse. Su sentido del olfato entró primero.
—¿Cristian? —Dijo Lisandro, con la boca abierta.
La forma oscura en el suelo se agitó.
Lo siguiente que supo es que Cristian ya estaba en su espacio personal, apretándolo contra la puerta.
—¿Qué estás haciendo acá? —Dijo Lisandro, completamente confundido. Deseó poder ver mejor la cara de Cristian y no tener que depender de su sentido del olfato. Cristian olía a… una mezcla de agravio y excitación, su aroma espeso e inconfundiblemente alfa. Parece que todavía estaba en celo.
—¿Qué estás haciendo acá si todavía estás en celo? —Dijo Lisandro—. ¿Dónde está la omega?
—La mandé a casa —dijo Cristian con voz tensa—. No podía concentrarme en ella de todos modos cuando la habitación tenía tu aroma por todas partes.
Lisandro parpadeó.
—Cris ¿Vos estuviste acá toda la noche?
—No —dijo Cristian, sus manos se posaron en los costados de Lisandro y apretó con fuerza—. Intenté dormir un poco al principio. No funcionó. Las sábanas apestaban, y eso también me puso demasiado nervioso —Parecía casi acusador. Enojado—. Pero vos no estabas ahí.
Cansado de no poder ver correctamente a Cristian, Lisandro lo arrastró de vuelta a su habitación y lo estudió con atención. Se veía horrible: había ojeras oscuras debajo de sus ojos, que estaban enrojecidos y nublados por la falta de sueño. Tenía la mandíbula apretada, su cuerpo tenso por la frustración y la excitación. Claramente se había duchado, pero el olor agrio del celo incumplido todavía se pegaba a él.
Lisandro lo miró con simpatía.
—Qué feo estás. Tendrías que haberme despertado.
Cristian no respondió.
Después de un momento, Lisandro se dio cuenta de que estaba mirando su cuello. Al chupetón gigante, magulladura, mierda, en él.
Antes de que Lisandro pudiera decir algo, Cristian dijo en voz baja y tensa:
—¿Cómo no estás enojado conmigo? —Su mirada todavía estaba fija en el moretón, extrañamente fija.
Lisandro sonrió.
—¿Querés que lo esté? ¿Que me ofenda? Te puedo golpear si tenés tantas ganas.
Cuando Cristian le lanzó una mirada frustrada, Lisandro suspiró.
—Mirá... No es que no me remueva por todas partes. Lo hace. Se siente raro, pero supongo que soy más tolerante que la mayoría de los alfas —Lisandro se encogió de hombros—. Tuve que hacer malabares con los egos de otros alfas durante años durante las campañas de guerra, Cristian. Si me pusiera nervioso cada vez que alguien quisiera superarme en alfa, no habríamos hecho mucho —Eso era bastante cierto, pero Lisandro no podía admitir que era solo una verdad parcial. Admitir que no encontraba repulsivas las feromonas alfa de Cristian, que en realidad lo hacían sentir bien, era demasiado vergonzoso. Él era un alfa. Los alfas no se suponía que deseen feromonas agresivas de otra alfa.
—Está bien —dijo Cristian con brusquedad, aparentemente aceptando la explicación. También era posible que no pudiera pensar con claridad en su estado actual. Un celo incumplido era una mierda.
—No tendrías que haberla enviado lejos —dijo Lisandro, frunciendo el ceño al notar la tensión en el cuerpo de Cristian—. ¿Puedo ayudarte de alguna manera? —Las palabras fueron reales, nacidas de la simpatía por un compañero alfa. Lisandro registró lo que estaba ofreciendo demasiado tarde.
Las fosas nasales de Cristian se ensancharon. Sus ojos oscuros se posaron en el cuello de Lisandro por un momento antes de volver a mirarlo a la cara. No dijo nada, pero Lisandro podía oler su creciente excitación.
Lisandro se humedeció los labios.
—Cris —dijo, más suave—. Podés pedirme cualquier cosa. Quiero ayudar.
—Yo... no quiero que te ofendas.
Con el corazón latiendo más rápido, Lisandro arqueó las cejas.
—A ver, probame. No me ofendo fácilmente.
—Quiero correrme en tu cara.
Lisandro lo miró fijamente.
Cristian le devolvió la mirada, su rostro enrojecido, pero su mirada desafiante, hambrienta.
—¿Eso es... es lo territorial? —Dijo Lisandro, lamiendo sus labios de nuevo.
La expresión de Cristian se volvió bastante tensa. Se encogió de hombros bruscamente.
—Probablemente.
Lisandro miró hacia abajo y luego alrededor de la habitación. Aclaró su garganta.
—Está bien —dijo.
Los ojos de Cristian se clavaron en él.
—¿En serio?
Sonriendo torcidamente, Lisandro se encogió de hombros.
—¿Por qué no? Todo lo que tengo que hacer es sentarme ahí y dejar que te masturbes —Volvió a la cama y se sentó en el borde, contento de hacerlo porque sus rodillas temblaban de adrenalina a pesar de la ligereza de su tono.
Cristian se quedó ahí un rato, muy quieto, antes de finalmente acercarse. Bajó el cierre de un tirón y su pija saltó libre, gruesa y larga. Era aproximadamente del mismo tamaño que la propia pija de Lisandro, un tamaño promedio para un alfa. Pero lo que contaba como promedio para un alfa era muy grande para los estándares beta. Hasta la de Cristian, Lisandro solo había visto pijas erectas de omegas y betas, que eran significativamente más pequeñas que las de un alfa.
Tan cerca, Lisandro podía ver cada vena de Cristian. Podía olerlo, el aroma almizclado y embriagador de la piel y excitación. Cristian envolvió su mano alrededor de su pene y comenzó a acariciarlo, mirando el rostro de Lisandro de una manera que era casi salvaje.
—Esto se está yendo a la mierda—susurró Cristian con brusquedad, sonando no del todo como él—. Pero es en todo lo que podía pensar mientras estaba en la cama llena de tu aroma, quería correrme encima tuyo, ensuciarte todo y después frotarlo en tu piel —Sus golpes eran más rápidos ahora, su mano casi tocando la cara de Lisandro mientras trabajaba su pija.
El olor de la excitación de Cristian era tan fuerte que a Lisandro le daba vueltas la cabeza. Las palabras sucias que arrojaba Cristian tampoco ayudaron. Sus instintos alfa gritaban que esto estaba mal, pero a su cuerpo no parecía importarle. Se balanceó un poco hacia adelante y la pija de Cristian chocó contra su cara.
Cristian hizo un sonido bajo y la frotó contra la mejilla de Lisandro mientras se sacudía rápido y con fuerza.
Lisandro debería haberle dicho que parara. Que no estaba en el trato. Pero su cuerpo parecía congelado, sus ojos atrapados en esos charcos negros que parecían retenerlo bajo algún tipo de hechizo mientras Cristian frotaba su pija goteando por toda su cara. Capaz fueran las feromonas que Cristian estaba bombeando como loco; Capaz fue otra cosa. De cualquier manera, su mente se sentía demasiado confusa. No podía pensar.
—Sólo la punta —gruñó Cristian, frotando la cabeza de su pija contra la boca de Lisandro—. Dale. La puntita.
Lisandro se sonrojó, su propio aroma alfa se disparó. Esto fue demasiado. Posiblemente no podría…
Pero luego una gota del pre-semen de Cristian tocó su boca y los sentidos de Lisandro explotaron por lo bien que sabía. Sus labios se separaron involuntariamente y Cristian gruñó, empujando la gorda cabeza dentro de su boca.
—Sii —dijo Cristian, sus ojos vidriosos fijos en los labios de Lisandro estirados alrededor de su pene. Se veía tan extraño como se sentía Lisandro, pero su pija estaba dura como una roca dentro de la boca de Lisandro. Sabía tan bien. Lisandro ahora entendía lo que los omegas con los que se había acostado habían querido decir cuando dijeron que se pusieron un poco colocados con el sabor de su pene. Si este sabía la mitad de bien que la de Cristian, no era de extrañar.
—Sólo la punta —murmuró Cristian de nuevo, sonando completamente fuera de sí, sus ojos oscuros vidriosos con lujuria primitiva mientras empujaba su pija más profundamente.
Lisandro pensó que ya era más que solo la punta, pero no estaba seguro. No estaba seguro de nada, la cabeza le daba vueltas, los sentidos llenos del olor de Cristian, la boca llena de él. Sus ojos se cerraron, con un gemido bajo construyéndose en su pecho.
La otra mano de Cristian, la que no le alimentaba con la pija, se envolvió alrededor de la garganta de Lisandro, aplicando una ligera presión.
—Sólo la puntita, por favor —murmuró delirante—. Chupala, chupala.
Lisandro hizo lo que le dijo, apretando la boca alrededor de la cabeza. Cristian maldijo elaboradamente, su cuerpo se puso rígido cuando se corrió en su boca. Se sentía como si se estuviera corriendo para siempre, chorro tras chorro de líquido salado caliente golpeando la parte posterior de la garganta de Lisandro. Lisandro se atragantó, tragando la mitad del semen, y la mitad terminó en su rostro.
Cristian hizo un sonido de satisfacción, frotando su semen en las mejillas y el cuello de Lisandro.
—Basta, esto es asqueroso —trató de decir Lisandro, pero todo lo que salió fue un murmullo ininteligible. Se sintió... Se sintió tan bien, el sabor de la corrida de Cristian haciéndole algo extraño. Se sintió tranquilo. Casi drogado.
Mierda, no era normal. Se suponía que solo los omegas experimentaban este estado de felicidad al consumir la eyaculación de un alfa: estaban conectados biológicamente a ello. Los alfas no tenían por qué sentirse así por tragarse el semen de otro alfa.
Pero lo hizo. Se sintió extrañamente satisfecho, una calidez peculiar llenando su cuerpo.
—... ¿Lisandro?
La voz de Cristian parecía venir de algún lugar lejano.
—¿Lisandro?
Lisandro se obligó a abrir los ojos y parpadeó hacia el techo. ¿Por qué estaba acostado? No recordaba haberse acostado.
—Lisandro —La voz de Cristian sonaba más urgente ahora—. ¿Estás bien?
Lisandro se arrastró hasta sentarse y centró su mirada en Cristian.
—Mmm —dijo, olisqueando—. ¿Tu celo terminó?
Cristian asintió con la cabeza, mirándolo con extrañeza.
—¿Estás bien?
Lisandro asintió. Se sentía bien. De hecho, se sentía ridículamente bien.
Porque dejaste que tu marido te meta la pija en la boca y se corra dentro. Tu marido alfa. Y ahora estás volando tan alto como un barrilete.
Lisandro sintió que sus mejillas se calentaban.
Se aclaró la garganta y dijo:
—Estoy bien —Se puso de pie, mirando a cualquier parte menos a Cristian, sintiéndose terriblemente cohibido.
—¿Estamos bien? —Cristian dijo, su voz un poco rígida.
—Obviamente —dijo Lisandro con una pequeña risa—. Creo… solo necesito una ducha. Otra —Caminó hacia el baño y cerró la puerta detrás de él. Después de un momento, también la cerró con llave.
Apoyado contra la puerta, Lisandro exhaló con las rodillas temblorosas.
Su piel se sentía asquerosa y pegajosa.
Apestaba a otro alfa.
Todavía podía saborear la corrida de otro alfa en su boca.
Lisandro se estremeció, ni siquiera estaba seguro de lo que estaba sintiendo: repulsión o deleite.
Capaz ambos.
Chapter 12: #12
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Cuando Lisandro finalmente se sintió más como él mismo, se vistió y bajó las escaleras. Aunque no estaba seguro de cómo portarse con Cristian, no podía quedarse en la habitación que todavía olía abrumadoramente al celo del otro alfa. Hizo que su piel se erizara con esa extraña ansiedad-anticipación-repulsión-anhelo.
Todavía era bastante temprano y supuso que todos debían estar en la sala del desayuno, pero la encontró vacía.
—Están en la sala de estar, maestro Lisandro —le dijo una criada, sonriendo—. ¡El señor Lionel acaba de llegar a casa!
De acuerdo, eso tenía sentido. Cristian llevaba un tiempo esperando que su hermano menor volviera a casa. Sandra debe haber estado exaltada.
—Gracias, Martha —dijo Lisandro y se dirigió hacia la sala de estar.
Escuchó las voces antes de llegar. Se detuvo en la puerta, sin estar preparado para la escena emocional que lo recibió.
Sandra estaba llorando, sus delgados brazos rodearon a un hombre desconocido con el uniforme militar rojo de Kadar con dos bandas de oro que denotaban su rango de capitán. El hombre era ridículamente guapo. No se parecía mucho a Cristian, era más alto, más ancho y más peludo. Su olor era… fuerte. Muy fuerte.
Lisandro arrugó la nariz, su propio aroma se disparó en respuesta a la presencia de un alfa Xeus desconocido.
El hombre, Lionel, volvió la cabeza, probablemente también oliéndolo, y Lisandro notó otra diferencia entre él y Cristian: sus ojos eran mucho más claros, no negros.
Las cejas de Lionel se arquearon.
—Aunque ya me lo habías dicho, ma, quiero decir que todavía es muy raro ver al carnicero en nuestra casa.
Lisandro se puso rígido ante el apodo. Él siempre lo había odiado. El hecho de que fuera bueno en eso no significaba que le gustaba matar.
Antes de que pudiera decir algo, Cristian se interpuso entre Lisandro y su hermano.
—No le digas así boludazo.
Lisandro se estremeció. La voz de Cristian era baja, casi un gruñido. Envió un calor a través de su cuerpo, su mente se volvió un poco confusa.
Sacudiendo la extraña sensación con cierta dificultad, Lisandro dio un paso adelante para que él y Cristian estuvieran hombro con hombro. Le sonrió amablemente a Lionel. Lisandro no estaba realmente enojado. Podía decir que Lionel simplemente se sentía protector con su familia, y los alfas Xeus eran notoriamente malos para controlar sus instintos.
—¿Te parece que esa es la forma de saludar a tu nuevo hermano?
Lionel soltó un bufido.
—Si, obvio. No tenemos que fingir nada. Ya sabíamos que no era un matrimonio porque se amaban. Cristian es un alfa, no un... —Lionel se interrumpió, su mirada se posó en el cuello de Lisandro.
Lisandro sintió que su rostro ardía cuando la mirada de todos siguió la de Lionel. Linda chilló, los ojos de Sandra se agrandaron y Cristian... Cristian miró la marca con una expresión extraña antes de mirar hacia arriba, a los ojos de Lisandro.
Lisandro no estaba seguro de lo que veía en ellos, pero el olor de Cristian se hizo más fuerte. Cristian puso una mano sobre su hombro, sus dedos presionando contra el moretón. Lisandro se sacudió, como electrocutado, y sus párpados se volvieron pesados. Uy.
Solo podía parpadear aturdido cuando Cristian dijo:
—Este es MI marido, se llama Lisandro, y lo vas a tratar como a un hermano. ¿Me escuchaste, Lionel?
Lionel miró de Cristian a Lisandro con ojos afilados. Un ceño de desconcierto apareció entre sus cejas oscuras mientras olía el aire.
—¿En serio te lo estás cogiendo? —Dijo Lionel, mirando a su hermano con curiosidad.
—¡Lionel! —Dijo Sandra.
—Yo también quiero saber —murmuró Linda, ganándose una mirada de reproche de su mamá.
La mano de Cristian sobre el hombro de Lisandro se apretó.
—Y vos qué carajo te importa, Lionel. Es mi esposo y mi amigo. Le vas a dar el mismo respeto que me das a mí como tu hermano mayor. ¿Te quedó claro o te lo vuelvo a repetir?
Lionel se rió entre dientes y levantó la mano para tranquilizarlo.
—No era necesario ese tonito, Cristian. Si me hubieras dicho que tu matrimonio no era en joda, lo saludaba de otra forma —Se acercó y estiró la mano—. Perdón. No te quise ofender.
Lisandro le estrechó la mano y la soltó cuando el olor de Cristian se agrió de disgusto.
Lionel pareció darse cuenta de eso también, y le lanzó a su hermano una mirada curiosa antes de que su rostro se aclarara.
—Ju ju, celo reciente.
Antes de que Cristian o Lisandro pudieran decir algo, Lionel miró a su alrededor.
—¿Dónde está Pabli? Tenía muchas ganas de verlo.
Los ojos de Cristian se clavaron en su hermano.
—Ya sabes que a Pablo no le gusta estar cerca de los alfas.
—No soy “cualquier alfa”. Nunca pensé que se iba a negar a verme.
—No lo hizo —interrumpió Linda—. Te extrañaba terriblemente y te quería ver, pero Cris le dijo que capaz no era lo mejor.
Un músculo saltó en la mandíbula de Lionel, todo el humor abandonó su rostro. Miró a su hermano con el ceño fruncido y un gruñido escapó de su garganta.
—No tenías ningún derecho, tarado —dijo, con las garras deslizándose fuera de sus dedos.
Lisandro se tensó. Siempre había defendido a los alfas Xeus, insistiendo en que su reputación violenta era inmerecida, pero incluso él tenía que admitir que un Xeus enojado era peligroso. Extremadamente peligroso. No solo eran dos veces más fuertes que los alfas no cambiantes incluso cuando no era luna llena, sino que también tenían la ventaja de tener garras largas y afiladas que podían destripar a una persona en un abrir y cerrar de ojos.
Pero Cristian no parecía molesto. Se mantuvo firme, de alguna manera logrando mirar a su hermano más alto, su expresión tranquila y dura.
—Y si sabes que tengo razón, Lionel. Acordate lo que pasó la última vez. Alejate de Pablo si realmente estás tan preocupado.
Las manos de Lionel se crisparon.
Pero no atacó a su hermano. Solo lo miró y salió.
Cristian exhaló con expresión sombría.
—Linda, controlá que Pablo nunca esté solo con Lionel.
—Él nunca lastimaría a Pablo —dijo Linda, frunciendo el ceño—. ¡Lo adoraba cuando era chiquito!
Cristian la miró con una mueca.
—Ya no es más un nene —dijo rotundamente.
—Cristian tiene razón —dijo Sandra—. Ahora que Lionel está de nuevo en casa, le vamos a buscar una pareja adecuada ¿Si? Un joven omega de una familia agradable y respetable…
—¡No te lo puedo creer! —Linda espetó y salió enojadísima de la habitación, dejando un incómodo silencio a su paso.
Lisandro miró a Cristian, sin saber de qué se trataba.
Cristian suspiró y lo condujo fuera de la habitación.
—Vamos Li, te cuento en el desayuno.
Lisandro lo permitió, tratando de ignorar el calor de la mano de Cristian en su espalda baja.
—Lionel fue un alfa tardío —dijo Cristian cuando entraron en la sala de desayunos—. Y siempre estuvo enamorado de él. Tuvimos que haber esperado que Pablo se convirtiera en una fijación cuando Lio se presentara como un alfa.
Lisandro hizo los cálculos en su cabeza. Pablo tenía cuanto, ¿treinta y cinco?
—Pablo tiene diez años más que él. Ese tipo de diferencia de edad es rara, pero tampoco es para tanto. Todavía es joven y podría tener hijos por muchos años si quisiera. No entiendo por qué te opones al emparejamiento —A menos que... a menos que estés realmente interesado en Pablo , vino un pensamiento que hizo que a Lisandro se le retorciera el estómago—. ¿O se trata de que Pablo es técnicamente el viudo de tu papá?
Cristian hizo una mueca.
—Si, entre otras cosas. Ya te había contado lo que le pasó a Pablo durante su primer celo. Desde entonces, no le gusta estar rodeado de alfas. Cuando Lio se presentó... justo coincidió con el celo de Pablo —Cristian se sirvió un vaso de jugo y lo bebió—. En el momento en que los interrumpí, Lionel ya estaba entre sus piernas. ¿Viste la fea cicatriz en mi brazo izquierdo? Lio me la hizo cuando lo arrastré lejos de Pablo. Tuve la suerte de que Lionel no fuera tan grande en ese momento. Lo envié al ejército al día siguiente.
Lisandro tarareó pensativo. Podía ver por qué Cristian quería proteger a Pablo, pero…
—¿Le pediste a Pablo su opinión? ¿Estaba traumado por lo que pasó con Lionel?
Cristian resopló.
—Pabli estaba en celo. Difícilmente estaba en condiciones de recordar algo. Después me dijo que no era culpa de Lio y que no estaba traumado en absoluto, pero que se yo. No confío en su palabra cuando se trata de Lionel. Siempre ha tenido una especie de debilidad por él. Si Lionel no fuera un Xeus, podría haber confiado más en él, pero piensa con su chota en lugar de su cerebro. Un Xeus es la peor opción para un omega que le tiene miedo a los alfas. Mi mamá tiene razón: Lionel necesita un omega de su misma edad, sin ningún trauma psicológico que pueda desencadenarse en algún momento.
—Tengo la impresión de que a tu mamá le preocupa más de donde venga el omega y quien sea su familia —dijo Lisandro secamente. Realmente le gustaba Sandra, pero la mujer no era perfecta.
Cristian suspiró.
—Le gusta Pablo, pero…
—No le gusta lo suficiente como para que sea compañero de su hijo —terminó Lisandro con una voz cuidadosamente neutral.
Una sombra cruzó el rostro de Cristian.
—Yo sé que no es justo. Pablo no merece ser avergonzado por algo en lo que no tuvo ninguna opción, pero no hay nada que se pueda hacer al respecto. No podemos obligar a la gente a aceptarlo, Li.
Lisandro clavó el tenedor en la ensalada y frunció el ceño, sin apetito.
—Es gracioso que hayamos avanzado tanto a nivel tecnológico que llegamos a tener los viajes interestelares, pero nuestra sociedad sigue siendo tan incivilizada en otros aspectos.
—Dejá de hacer eso —dijo Cristian con brusquedad.
Confundido, Lisandro miró hacia arriba.
—¿Qué cosa?
La expresión de Cristian era un poco tensa.
—Dejá de largar ese aroma. Me estás distrayendo.
—¿Distrayendo? —Lisandro repitió lentamente.
Cristian le miró de forma muy molesta.
—Estoy saliendo del celo —dijo, como si eso lo explicara todo.
Correcto. El celo.
Pensó que estaban fingiendo que nunca sucedió.
Lisandro miró su plato con mucho interés. Abrió la boca. Metió algo. Masticó. No podía saborear nada, todos sus sentidos estaban enfocados en el hombre frente a él.
El silencio se prolongó, volviéndose incómodo.
—Gracias —dijo Cristian con una voz ligeramente forzada—. No puedo agradecerte lo suficiente por... ser tan complaciente durante mi celo.
Complaciente. Claro.
La cara de Lisandro estaba ardiendo.
—Ni me lo digas —dijo con su voz más casual.
Él miró hacia arriba y sus miradas se cruzaron.
Los ojos de Cristian estaban muy oscuros.
Lisandro tragó.
Antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada, la puerta se abrió y Enzo entró en la habitación.
—Buenísimo, tenía un miedo de no llegar para el desayuno —dijo, dejándose caer en la silla junto a la de Lisandro.
Cada músculo del cuerpo de Cristian pareció ponerse rígido. Lisandro le puso una mano en el brazo para calmarlo y miró a su primo.
—¿Por qué volviste tan rápido, bobo? —Los alfas todavía estaban excitados después de sus celos y no les gustaban los extraños en su hogar.
Los ojos de Enzo se movieron rápidamente hacia Cristian.
—La llamé a Linda. Ella me dijo que su celo había terminado — Alzó las cejas y miró a Lisandro—. ¿Te meó o qué? Tenés una baranda, hermano. Es como si se hubiera meado encima tuyo, varias veces.
Lisandro trató de ignorar el calor que subía por su rostro de nuevo. No, simplemente se vino en toda mi cara y mi boca.
Con cuidado, no miró a Cristian.
—No tendrías que haber vuelto tan rápido después del celo de Cristian. Ya sabes que no es lo mejor.
Enzo sacó algo de su bolsillo.
—Es que recién me acordé de darte tu medicina. Tu mamá insistió en que te la diera cuando subiera al avión, pero bueno, me olvidé.
—Ah sí —dijo Lisandro, un poco apaciguado mientras aceptaba la familiar botella blanca. Se estaba quedando sin ella. Fue algo bueno que su mamá se acordara.
—¿Qué medicina? —Dijo Cristian, mirando la botella con el ceño fruncido—. ¿Por qué no tiene ninguna marca? ¿De dónde es esto?
Lisandro se encogió de hombros.
—Porque el medicamento todavía no está certificado. Me dijeron que es bastante experimental.
El brazo de Cristian se tensó de nuevo bajo su mano.
—¿Por qué? ¿Estás enfermo?
Acariciando su muñeca distraídamente, Lisandro suspiró.
—Tengo un trastorno genético poco común. Es como una alergia grave a algo en mi cuerpo. Lo tengo desde que nací. Si dejo de tomar mi medicamento... —Hizo una mueca—. La única vez que me olvidé tomar las pastillas, no fue para nada agradable. Me sentía tan mal que pensé que me iba a morir. Apenas podía respirar y tenía una fiebre tan alta que me provocó unas convulsiones terribles.
Cristian frunció el ceño.
—¿Por qué es la primera vez que escucho sobre esto?
Lisandro le sonrió, conmovido por la preocupación en el olor de Cristian. De repente sintió una oleada de agradecimiento hacia el primer ministro Tapia por haber elegido a Cristian para él y no a otra persona.
—Porque no era necesario —explicó pacientemente, acariciando el brazo tenso de Cristian—. Nunca me olvido de tomar mi medicina. Me gusta respirar. Te juro que no tenés nada de qué preocuparte.
—Dios mío —murmuró Enzo. —Dejá de comertelo con los ojos. Me estás arruinando el desayuno.
Lisandro le frunció el ceño, pero Cristian ignoró por completo a Enzo, con la mirada fija todavía en Lisandro.
—No me gusta —dijo secamente, el olor a tormenta y tierra húmeda se volvió predominante en la habitación, a pesar de la presencia de un Xeus.
Lisandro frunció el ceño y ladeó la cabeza.
—¿Está funcionando mal tu bloqueador de aromas? Ya no tenés más el olor de un beta.
—Definitivamente no lo haces —dijo Enzo.
Algo sombrío se instaló en los rasgos de Cristian.
—Mi implante funciona. Ya lo comprobé —Antes de que Lisandro pudiera decir que algo estaba mal, Cristian negó con la cabeza—. Pero ya sé cuál es el problema: Linda ya me lo había dicho hoy a la mañana. No sé cómo voy a solucionarlo. Parece que estoy largando más feromonas de lo normal y bueno, el implante no puede bloquearlas a todas.
Uy.
—Capaz sea solo el celo —dijo Lisandro lentamente—. Por ahí este problema desaparece cuando tus hormonas se estabilicen después del celo.
Cristian miró hacia abajo, frunciendo los labios brevemente.
—Por ahí. Esperemos que el problema se vaya antes de tener que volver al trabajo pasado mañana.
Pero ¿y si no fuera así?
Chapter 13: #13
Chapter Text
—¿Qué vamos a hacer? —Dijo Sandra, retorciéndose las manos. Estaba pálida, su cabello normalmente impecablemente peinado en un ligero desorden—. Voy a tener muchos problemas por falsificar tus documentos de presentación. ¡Ni siquiera puedo culpar a tu papá, porque ya estaba en otro mundo cuando te presentaste!
El rostro de Cristian estaba serio, su cuerpo tenso al lado de Lisandro. Su olor era alfa puro ahora, fuerte y difícil de ignorar. Al menos Lisandro no podía ignorarlo, el olor de Cristian era lo único que podía oler. Por supuesto que no ayudó que estuvieran sentados tan cerca, pero no se sentaron de otra manera estos días. El comportamiento territorial de Cristian no había disminuido en absoluto desde su celo. Siempre estaba en todo el espacio personal de Lisandro, y cada vez que intentaba conseguir algo de espacio entre ellos, Cristian simplemente lo apretaba y lo marcaba con un olor tan profundo que la mente de Lisandro se volvía confusa y desenfocada de todas las feromonas.
Enzo había dicho de hecho que Lisandro parecía un poco drogado todo el tiempo.
—¿Te lo estás cogiendo o no? —Había dicho ayer. Cuando Lisandro se sonrojó y dijo con vehemencia que no, Enzo lo miró como si estuviera loco—. Entonces, ¿por qué mierda dejas que te marque? Olerías más como él si sacara su chota y te meara. Apenas puedo olerte bajo su aroma estos días.
—No huelo mal boludo —había dicho Lisandro incómodo. Huelo bien . En voz alta, había dicho —Su olor no me molesta. Dejalo así, Enzi.
Volviendo al presente, Lisandro estaba muy contento de que Enzo no estuviera en la habitación y no podía ver que Cristian prácticamente lo tenía debajo del brazo y estaba frotando el bíceps de Lisandro distraídamente mientras pensaba.
—Los tradicionalistas se van a hacer una comida con todo esto —dijo con un suspiro—. Nuestro partido va a tener que presentar otro candidato para las elecciones.
—Ser un alfa no es el problema —dijo Lisandro—. El problema es toda la mentira ¿o no?
Cristian asintió.
—¿Y si...? —Lisandro pensó por un momento—. ¿Qué pasa si les decimos que posta eras un beta? Uno con genes alfa inactivos. ¿Qué pasa si esos genes inactivos se activaron cuando te casaste con un alfa? Creo que hubo algunos casos así en Pelugia.
Cristian solo lo miró por un momento antes de sonreír.
—Te comería toda la boca ahora mismo —dijo, su mano en el bíceps de Lisandro tensando y acercándolo.
Lisandro se humedeció los labios con la lengua y sonrió.
—Podrías hacerlo —dijo con su voz más altanera. La puta madre ¿de verdad que se lo estaba chamuyando?
Cristian se rió entre dientes y le besó la mejilla, la barba creciente le rozó la piel.
Lisandro se estremeció y arqueó el cuello, deseando la boca de Cristian en él. Cristian se inclinó, colocó sus labios sobre el moretón en la garganta de Lisandro y lo chupó. Un gemido se escapó de la boca de Lisandro. Enterró sus dedos en el pelo corto de Cristian y lo mantuvo en su lugar. Sí. Sí-
Una tos incómoda los hizo quedarse quietos.
Era cierto. No estaban solos.
Lisandro se obligó a abrir los ojos y se encontró mirando a Sandra.
Ella los estaba mirando, con una expresión de incomodidad en su rostro.
—Estoy feliz de que hayamos encontrado una buena solución que no nos meta en problemas a ninguno de nosotros —dijo con cierta rigidez—. Me voy entonces —Salió de la habitación y cerró la puerta con demasiada firmeza, dejándolos solos.
—Ya no le caigo bien a tu mamá —dijo Lisandro con un suspiro.
—Ella siempre fue posesiva con todos nosotros —dijo Cristian, sin levantar la cara del cuello de Lisandro—. Solamente no le gusta compartir toda mi atención con vos.
Lisandro se rió un poco.
—Puede ser. Parecía gustarle cuando la conocí, cuando nosotros no nos llevábamos tan bien.
Cristian tarareó.
—Y la verdad es que era más fácil que le caigas bien cuando eras nada más que la otra parte de un matrimonio político. Ahora sos la persona que cambió a nuestra familia.
Lisandro emitió un sonido evasivo y volvió a cerrar los ojos. Se sentía tan bien, sentarse ahí, siendo apretado contra el respaldo del sofá por Cristian, con la cara de él en su garganta y ese embriagador aroma en sus fosas nasales. Sabía que no era normal disfrutar de que otro alfa le marcara con su olor. Él lo sabía. No se suponía que se sintiera bien.
Pero lo hizo.
—Por ahí no se esperaba esto —dijo Lisandro con una pequeña risa—. Y para serte sincero, yo tampoco esperaba esto.
—Ninguno de los dos —Había mucho desconcierto en la voz de Cristian. Desconcierto y frustración—. Siempre me enojaba cuando escuchaba a la gente decir que los alfas no podían vivir sin marcar su territorio, pero bueno, ahora parece que soy uno de esos.
Lisandro pasó sus dedos por el cabello de Cristian, disfrutando de lo bien que se sentía, espeso y suave. No se sentía tosco a pesar de ser corto.
—No me interesa.
—A mí sí —gruñó Cristian, chupando la glándula de olor de Lisandro de nuevo, un suspiro de frustración escapó de él—. Esto no es normal para mí, Lisandro. Este no soy yo. Tu primo jode diciendo que siempre oles como si yo me hubiera hecho encima tuyo, pero sí, a veces siento que podría mearte si me dejaras—Él se rió, con una nota de amargura en su voz—. No puedo creer lo que digo, pero en realidad si lo quiero.
—Lastimosamente, no me gustan ese tipo de cosas —dijo Lisandro con una risa forzada, una extraña sensación retorciendo su estómago en un nudo apretado. La mera idea de ser ensuciado y degradado así por otro alfa... estaba mal. Muy mal.
—A mí tampoco —dijo Cristian—. Siempre pensé que era asqueroso. Pero algo sobre vos todo cubierto por mis fluidos corporales... es... —Se interrumpió, exhalando temblorosamente—. Esto se está yendo a la mierda.
Lisandro no pudo evitar el escalofrío que lo atravesó al pensar en la ocasión en que había estado cubierto por la corrida de Cristian. No habían hablado de eso desde la otra mañana, así que pensó que era solo una cosa que pasó durante el celo y que no volvería a suceder, pero ahora Cristian casi lo estaba haciendo sonar como…
—Querés decir que te excita —dijo Lisandro con su voz más neutral.
Por un momento, se hizo el silencio y Lisandro pensó que Cristian lo negaría.
Pero no lo hizo.
—Si si, eso también —dijo Cristian con brusquedad, sin levantar la cara de la garganta de Lisandro.
Lisandro miró fijamente a la pared opuesta.
—Igual tiene mucho sentido. Todavía es luna llena, o está lo suficientemente cerca. Por ahí todavía te está afectando.
Cristian exhaló.
—No había pensado en eso. Probablemente mi celo no haya terminado todavía.
El corazón de Lisandro latía tan rápido que casi podía oírlo. Él tragó.
—Podes hacerlo de vuelta si vos queres. No me importa.
Bueno , dijo una voz sarcástica en el fondo de su mente. Te importa tan poco que es todo en lo que pensaste durante los últimos días.
Cristian se puso rígido contra él.
Levantó la cabeza del cuello de Lisandro y lo miró fijamente, su mirada oscura y tan intensa que provocó un aleteo de nervios en el pecho de Lisandro.
—¿En serio me decís? —Cristian dijo con voz ronca. Olía excitado. Él parecía excitado.
Lisandro se encogió de hombros con una sonrisa triste.
—Y si sabes que yo no jodo con estas cosas. Dale boludo. Te lo estoy ofreciendo por única vez.
Cristian no necesitaba ser convencido. No le tomó mucho tiempo bajarse el cierre y sacar su pene medio duro. Unas cuantas caricias, y estaba duro y grueso en la mano de Cristian, la cabeza brillando con pre-semen.
Lisandro se humedeció los labios.
—¿En mi cara? —Se las arregló a través de su garganta reseca.
Los ojos negros de Cristian se posaron en su rostro y se desenfocaron un poco. Pero él sacudió su cabeza.
—Quiero... —Miró hacia abajo, al pecho de Lisandro.
—¿En mi pecho? —Lisandro murmuró.
Al recibir un asentimiento entrecortado, Lisandro levantó las manos y comenzó a desabrocharse la camisa gris. Se sintió terriblemente consciente de la mirada de Cristian sobre él, de lo duro que estaba Cristian, que olía de una manera impresionante. Una parte de él no podía creer que realmente estuviera haciendo esto. Fue una locura.
Cuando su camisa finalmente se abrió, Cristian recorrió con la mirada la longitud de su torso, deteniéndose en sus gruesos pectorales.
—Son casi como unas tetas —dijo Cristian, acariciando su pija distraídamente.
Lisandro se sonrojó.
—No hay necesidad de estar celoso —dijo con una sonrisa, tratando de ignorar el extraño calor que se acurrucaba en su estómago.
—Tocátelos —dijo Cristian, sin dejar de mirar sus pechos.
Sintiéndose demasiado cálido, Lisandro hizo lo que le dijo. Levantó las manos y apretó sus tetas, uh, sus pectorales, y Cristian hizo un sonido bajo y apretó su pija contra los abdominales de Lisandro, empujando su rostro contra la garganta de Lisandro nuevamente. Le mordió el cuello y Lisandro se sacudió, un gemido escapó de su boca.
Estaba duro.
De repente, fue dolorosamente consciente de ello. Estaba medio tirado en el sofá, con su marido alfa encima de él, apretando su pija contra el estómago de Lisandro, y nunca había estado más duro en su vida.
—Esto te está excitando a vos también —murmuró Cristian, teniendo el descaro de sonar sorprendido.
Lisandro se rió un poco.
—No estoy con alguien desde hace meses. En este momento me pondría duro hasta por el viento —Era un poco exagerado, pero de todos modos era cierto. Estaba prendido; eso fue todo. Esto no significaba nada. Solo quería venirse, deshacerse de la tensión enloquecedora debajo de su piel. Cristian y su pene no tenían nada que ver.
Cristian chupó con fuerza su cuello, apretando su pija contra el estómago de Lisandro.
—Nunca estuve tan cerca de un alfa excitado.
Lisandro hizo una mueca. ¿Por qué tenía que recordarles lo mal que estaba esto?
—Dale Cris, terminemos ya con esto —murmuró, bajando su cierre y sacando también su pija.
—Sí —dijo Cristian, frotándose con más fuerza contra sus abdominales. Su pija ahora estaba goteando profusamente, por lo que definitivamente ayudó a la fricción. Pero la mano de Lisandro alrededor de su propia erección seguía chocando contra la cadera de Cristian, y todo era muy incómodo.
Finalmente, Cristian hizo un ruido frustrado y tiró de los pantalones y bóxers de Lisandro, dejándolo desnudo por debajo de la cintura.
—No te asustes tarado —gruñó, colocándose entre las piernas de Lisandro y presionando sus pijas juntas.
Lisandro no se asustó. Pero se sentía un poco extraño. Ahora estaba completamente acostado debajo de Cristian, con las piernas abiertas como... algún omega ansioso por ser cogido.
El pensamiento provocó una retorcida oleada de excitación, y Lisandro dejó escapar un gemido confuso, su mente se nubló y se volvió lenta.
Miró al techo aturdido mientras Cristian juntaba sus caderas, la fricción al borde de lo incómodo pero deliciosamente bueno. Había una cualidad surrealista en esto, como si le estuviera sucediendo a otra persona, no a él. Posiblemente no podría ser ese hombre, acostado pasivamente bajo otro alfa y permitiendo que dicho alfa se coloque entre sus piernas.
Y sin embargo, lo era.
Esto estaba tan mal, el peso de otro alfa encima de él, el embriagador aroma alfa de Cristian, esta posición sumisa, pero nunca había estado más excitado en su vida. Lisandro trató de no hacer ningún sonido, trató de mantener la fachada estoica, trató de fingir que no estaba disfrutando activamente de esto, pero fue inútil. En poco tiempo, comenzó a jadear, pequeñas respiraciones entrecortadas salían de su boca cada vez que su pija se frotaba contra el muslo de Cristian.
Muy pronto, sus piernas se engancharon alrededor de las caderas de Cristian por su propia voluntad, sus dedos se clavaron en la espalda de Cristian a través de su camisa. Carajo, esto se sentía tan bien, tan mal, pero tan bien. Se movieron juntos, buscando fricción, fuerte y rápido. Cristian hundió la cara en su cuello, succionando su glándula de olor agresivamente, y Lisandro gimió, con la cabeza dando vueltas. Quería... quería…
Cristian gimió y se corrió, cubriendo el estómago de Lisandro con su semen. Se hundió encima de él, pesado, sudoroso y muy quieto.
Lisandro casi sollozó de frustración. Había estado tan cerca. Demasiado cerca.
Como si escuchara sus pensamientos, Cristian se incorporó sobre un codo y lo miró, sus ojos negros un poco desenfocados.
—Venite, dale.
Si Lisandro hubiera estado menos excitado, se habría sentido demasiado cohibido para hacerlo. Pero estaba demasiado ido. Agarró su pene dolorido y goteando y casi gimió de lo bien que se sentía.
Mirando a los ojos oscuros de Cristian, se acarició a sí mismo, fuerte y rápido, inhalando el aroma de Cristian con avidez. Se sentía increíblemente bien, mejor de lo que tenía derecho a sentirse masturbarse.
Mirándolo con una mirada extraña, Cristian puso una mano sobre el estómago de Lisandro y lo untó con su semen. Lisandro gimió, un relámpago de puro placer lo atravesó, especialmente cuando la mano de Cristian se movió más arriba, frotando su semen en sus pectorales. La mano de Cristian le rozó el pezón y Lisandro gimió- gimió, qué carajo.
Después de un momento de vacilación, Cristian acarició su pezón, mirándolo con atención. La cara de Lisandro se sintió caliente. Se sentía caliente por todas partes, su mano volaba cada vez más rápido sobre su pija. Necesitaba, necesitaba…
Lisandro tiró de Cristian hacia abajo, hasta su cuello, dejando al descubierto su garganta. Quería volver a ser marcado. Quería la boca de Cristian en su cuello. Lo necesitaba, lo necesitaba más que nada…
Los dientes de Cristian se hundieron en su glándula de olor y Lisandro se corrió con un gemido, el placer recorrió su cuerpo mientras su pija brotaba en su propia mano.
Cristian emitió un sonido bajo, un gruñido, todavía succionando su cuello, sus feromonas espesas en el aire, emanando sometete, mío, sometete, sometete, sometete. Hizo temblar a Lisandro, sus instintos por todas partes. Quería alejar al otro alfa. Quería envolver todas sus extremidades alrededor de Cristian y aferrarse.
No hizo ninguna de las dos.
Se quedó ahí tendido, tratando de darle sentido a lo que acababa de suceder. ¿Realmente habían tenido sexo? ¿Esto cuenta como sexo? No estaba seguro. No lo creía así.
De cualquier manera, estaba mucho menos asustado de lo que probablemente debería haber estado.
El sonido del tono de llamada de un teléfono rompió el silencio.
Cristian se incorporó hasta sentarse y sacó el teléfono del bolsillo.
—Romero hablando —Se pasó una mano por la cara—. Es mi gerente de relaciones públicas ¿Te jode si voy, ya sabés? —dijo, mirando a Lisandro mientras se ponía de pie y se abrochaba los pantalones. No hizo nada para arreglar su aspecto maravillosamente despeinado.
Lisandro trató de no mirarlo. Algo en ver a Cristian tan despeinado y relajado después del sexo hizo que se le encogiera el estómago.
—Andá a hablar con ella, dale —murmuró Lisandro. Cristian probablemente necesitaba discutir con su gerente de relaciones públicas cómo iban a dejar que la noticia de la presentación tardía de Cristian llegara a los medios.
Cristian le lanzó una mirada que Lisandro no pudo leer y se fue.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, Lisandro exhaló, y algo de la niebla desapareció de su mente. No podía pensar cuando Cristian estaba en su espacio personal.
Probablemente fue un problema.
¿Probablemente?
Lisandro se rió.
Chapter 14: #14
Chapter Text
Cristian evitó fruncir el ceño mientras miraba a la multitud de periodistas en la sala.
—Parece que somos bastante conocidos —Murmuró Lisandro a su lado.
Cristian cuidadosamente evitó mirar en su dirección. Todavía se sentía agitado por su celo, especialmente desde ayer, por lo que no confiaba en sí mismo para mantener la cabeza fría cuando se tratara de su marido.
Su marido . Cristian no estaba muy seguro en qué momento esa palabra dejó de sentirse como una broma. Lisandro era su marido. Su marido. Suyo.
Cortando ese hilo de pensamientos, Cristian encendió su micrófono.
Inmediatamente, la multitud se calló.
—Gracias a todos por venir. Probablemente se estén preguntando por qué estamos celebrando esta conferencia de prensa. Algunos de ustedes probablemente ya puedan adivinar —Miró a los periodistas de la primera fila. Todos tenían expresiones confusas mientras lo miraban—. Algunos de ustedes probablemente puedan olerlo. Así que queríamos simplemente anunciarlo en lugar de dejar que los rumores se dispararan: me presenté como alfa hace dos días.
La habitación estalló.
Cristian esperó a que la multitud se calmara antes de volver a hablar.
—Mi médico planteó la hipótesis de que mi estrecha convivencia con otro alfa simplemente activó los genes alfa inactivos que tenía. Si bien es raro, puede suceder —Él sonrió con ironía—. Soy prueba de ello.
Hubo otro murmullo entre los periodistas antes de que hablara una joven de la primera fila.
—Pero, Senador Romero, ¿significa que su matrimonio con el príncipe Lisandro se disolverá?
—No —dijo Lisandro antes de que Cristian pudiera hacerlo. Su voz clara y tranquila llamó la atención de todos, incluida la de Cristian.
A Cristian se le hizo un nudo en el estómago mientras miraba los labios rosados y en movimiento de Lisandro, los labios que se habían estirado alrededor de su miembro hace unos días. Él desvió la mirada.
—... apoyo totalmente a Cristian, y su presentación tardía no cambia nada —decía Lisandro mientras Cristian finalmente lograba concentrarse en sus palabras.
—Pero un alfa no se puede casar con otro alfa —gritó alguien en la multitud.
—No va en contra de la ley —dijo Cristian.
La misma joven volvió a hablar.
—Con el debido respeto, Senador, pero eso es porque todos saben que no se necesita ninguna ley: es imposible que dos alfas tengan una relación romántica.
—¿Sí? —Lisandro dijo suavemente.
—Así es, señor —dijo la mujer, levantando la barbilla obstinadamente. Una alfa. Su lenguaje corporal era el de una alfa. Su fuerte olor también era el de una alfa. Era lo suficientemente fuerte como para que Cristian lo oliera a pesar de la distancia.
Colocando una mano sobre la de Lisandro, Cristian dijo, mirando a la mujer:
—Estamos legalmente casados y tenemos plena intención de mantener nuestros votos matrimoniales.
La alfa enarcó las cejas y anotó algo en su tablet, sin molestarse en ocultar su desagrado.
A Cristian temblaron los puños.
Antes de que pudiera decir algo, Lisandro puso su mano debajo de la de Cristian y entrelazó sus dedos. Los apretó.
Cuando Cristian lo miró, encontró a Lisandro mirándolo con una expresión que parecía estar pidiendo algo. ¿Confia en mí? ¿Seguime la corriente?
Cristian no sabía lo que pretendía, pero asintió de todos modos.
La sonrisa neutra de Lisandro se amplió hasta convertirse en algo arrogante cuando miró a la mujer.
—Entiendo su molestia, pero le aseguro que nuestro matrimonio es más fuerte que nunca. La presentación de Cristian no cambió nada. La verdad es que no esperaba ser tan feliz en mi matrimonio como lo soy.
Cristian pudo sentir que las palabras de Lisandro no convencieron a su audiencia en absoluto. La mayoría de las personas en la sala parecían asombradas, en el mejor de los casos.
Cristian hizo una mueca por dentro. Ya podía ver los artículos que hablaban de cómo la paz entre los dos países estaba al borde del colapso, al igual que su matrimonio. Se iba a ir todo a la mierda.
Lisandro volvió a apretar sus dedos.
Cristian lo miró y se quedó tieso. Lisandro tenía la cabeza ligeramente ladeada, dejando al descubierto su garganta de tal manera que las marcas de dientes en su cuello asomaban por el cuello de su camisa.
Cristian tragó saliva y miró a Lisandro a los ojos para asegurarse de que lo entendía correctamente.
No, no hubo ningún error.
En el fondo, un periodista hizo una pregunta, pero Cristian no pudo escucharla a través del ruido blanco en sus oídos. Se inclinó y colocó su boca sobre la marca de la glándula de olor de Lisandro y mordió. A lo lejos, registró el silencio atónito antes de que la habitación explotara de nuevo, pero todo en lo que pudo concentrarse fue en la forma en que el cuerpo de Lisandro se tensó por un momento y luego se volvió dócil, el olor agresivo de Lisandro endulzándose un poco.
Cristian tuvo que obligarse a sí mismo a retroceder. Algo acerca de marcar a Lisandro frente al mundo apelaba demasiado a sus instintos y era difícil apartarse, pero lo hizo.
Se encontró con los ojos desenfocados de Lisandro y luego se enderezó. Dirigiéndose a su audiencia atónita, Cristian dijo:
—¿Necesitan más pruebas de que mi designación no va a ser ningún problema?
No esperó a que los periodistas se recuperaran del shock. Apoyando una mano en el hombro de Lisandro, lo guió fuera de la habitación.
Tan pronto como salieron de su vista, Lisandro se rió.
—Boludo ¿viste como quedaron?
Cristian sonrió, pero ya estaba pensando en el quilombo que se les iba a armar. Sobre todo a Lisandro.
—¿No vas a tener problemas con tu viejo por esto?
Cualquier rastro de alegría desapareció del rostro de Lisandro. Él se encogió de hombros.
—No va a ser la primera vez que lo decepciono así que ya no importa.
Cristian frunció el ceño mientras caminaban hacia su helicóptero.
—¿Qué? ¿A qué te referís?
La sonrisa que le dio Lisandro fue... un poco apagada. Un poco frágil.
—Desde muy chiquito, tenía que estar a la altura del recuerdo de mi hermano. Murió antes de que yo naciera. Según mi viejo, era prácticamente perfecto. Un general perfecto. Un hijo perfecto. Un alfa perfecto. Para él, nunca fuí ninguna de esas cosas, así que esto va a ser nada más que una confirmación de lo que siempre pensó.
Cristian abrió la puerta del helicóptero para Lisandro. Hubo flashes de cámaras, los paparazzi finalmente los alcanzaron. Puso una sonrisa neutra en su rostro y siguió a Lisandro al helicóptero.
Mientras despegaban, estudió al hombre a su lado. Lisandro parecía un poco pálido, con la mirada perdida. Su mano estaba agarrando su rodilla con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.
—Todavía querés su aprobación ¿no? —dijo Cristian.
Los labios de Lisandro hicieron algo extraño, una mezcla entre una sonrisa y una mueca.
—Te juro que yo trato, Cris. Ya sé que estoy viejo, pero... sigue siendo mi papá.
Cristian asintió y puso su mano sobre la de Lisandro.
—No hay nadie acá viéndonos —dijo Lisandro, dándole una mirada medio rara, pero no sacó su mano y se pudo ver como algo de color volvía a su cara.
—Sos mi amigo, Li —dijo Cristian.
Lisandro sonrió un poco.
—¿Seguro? —Él dijo—. ¿Eso somos? ¿Amigos?
Cristian le devolvió la sonrisa.
—¿Cuál es la trampa?
Riendo suavemente, Lisandro apoyó la cabeza en el hombro de Cristian y miró sus manos por un momento antes de entrelazar sus dedos.
—Sos mi amigo, Cris —murmuró—. Sos el amigo más raro que tengo. ¿Pero sabes qué? No mentí en la conferencia de prensa. Me alegro mucho de que seas vos.
El pecho de Cristian se sintió raro. Se quedó mirando la separación que había entre ellos y su piloto antes de decir con voz ronca:
—Me alegro de que hayas sido vos también.
El aroma de Lisandro se endulzó de nuevo. De hecho, olía tan bien que Cristian se encontró tomando una bocanada de su esencia. Todavía no fue suficiente.
Quería más.
Dudó, inquieto por la fuerza de ese deseo, pero qué importaba, habían pasado ya del punto en el tenían que andar con cuidado alrededor del tema.
—Quiero marcarte con mi olor.
Una risa fue la única respuesta de Lisandro cuando se movió hacia atrás contra los cojines y empujó la cara de Cristian hacia su garganta. Cristian hundió la nariz en él con un suspiro de satisfacción.
Lisandro hizo un ruido de sorpresa.
—No me estás marcando, Cris —dijo débilmente.
—¿Cómo qué no, boludo?
—Bueno, sí —dijo Lisandro, todavía sonando aturdido—. Pero también me estás oliendo.
Cristian se quedó quieto.
Quería negarlo, pero Lisandro tenía razón: En realidad lo estaba oliendo. Olisquear. Inhalar su olor con fuerza en lugar de simplemente marcarlo con su propio olor. Había una diferencia y no era muy sutil.
—Vos me dijiste que olía mal. O algo así —dijo Lisandro, con un rastro de diversión en su voz.
—Capaz ya me acostumbré.
Lisandro le dio un golpe en la cabeza en joda, y de la misma forma, Cristian lo mordió en el cuello. Pero eso no era suficiente. Él tenía que cortar y chupar toda la garganta de Lisandro, probablemente dejando moretones, sin parar. Había algo embriagador en ello, en la falta de espacio entre ellos, sus fuertes olores mezclándose y creando un pequeño mundo en el que solo ellos existían. La respiración de Lisandro era irregular ahora, sus dedos se enredaban en el cabello de Cristian, alentándolo en silencio.
—Deja de hacerme chupetones —murmuró Lisandro, pero no lo estaba alejando.
—Ni uno solo te hice —dijo Cristian, dándole otro.
Lisandro se rió.
—Ponele.
Cristian se movió, tratando de aliviar la presión en su pija medio dura, pero fue en vano. Probablemente dijo algo que ni siquiera le sorprendió más por su excitación inapropiada. Después de su celo, su cuerpo parecía asociar la cercanía de Lisandro con el sexo, el placer y su corrida en la piel de Lisandro, sin importar lo inapropiado que fuera.
Cristian suspiró en su cuello.
—Esto en serio me jode, Lisandro.
Hubo un largo silencio, los dedos de Lisandro rastrillaron su cuero cabelludo de una manera perezosa y distraída. Ciertamente no estaba ayudando a la situación en sus pantalones.
—Lo mismo pienso —dijo Lisandro—. Esto no... esto no es muy normal, ¿o sí?
—Mm —dijo Cristian, agarrando la piel de su pálida garganta con los dientes y chupando. Lisandro hizo un sonido agudo, su aroma se volvió más dulce. Cristian inhaló con fuerza, sintiéndose como un adicto inhalando su droga favorita—. Esto se está yendo a la mierda
—Sí.
—No tiene sentido.
—Ajá.
—Una parte de mí todavía no puede creer que haya estado con otro alfa.
—No del todo —dijo Lisandro. Su olor estaba teñido de vergüenza, vergüenza y algo más—. Todavía estabas afectado por la luna llena. Nos vinimos juntos y listo.
Cristian resopló.
—No quiero tener que decirte esto pero el sexo se hace cuando las personas se vienen juntas.
—Ya sabés a lo que me refiero, Cristian. No te hagas el pelotudo.
Lo hizo. Salvo que ayer no fue la única vez que estuvieron juntos.
—¿Y cuando me la chupaste?
—¡No lo hice! —Lisandro sonaba un poco estrangulado—. Fue, fue solo la puntita.
Cristian se echó a reír, y después de un momento en silencio, Lisandro se rió también, tirando un poco del cabello de Cristian.
—Callate. Eso era lo que vos dijiste —dijo a la defensiva, todavía riendo.
—Bueno —dijo Cristian, tocando el hueso de la cadera de Lisandro. Hizo una pausa, inseguro cuando su mano se había deslizado por debajo del cinturón de Lisandro—. Estoy segurísimo de que no necesito decirte que un alfa en celo diría lo más choto para meter su pene en donde quiera. Y no cambia el hecho de que tenía mi pija en la boca de otro alfa. Tu boca.
El silencio descendió entre ellos, pesado y cargado.
Cristian ya estaba empezando a arrepentirse de recordarles a ambos lo que habían hecho. Ya era bastante malo que hubiera estado despierto toda la noche, pensando en Lisandro: el cuerpo sonrojado de Lisandro debajo de él, los gruesos pectorales de Lisandro cubiertos con su semen, los bonitos labios de Lisandro estirados alrededor de su pija.
Pero capaz necesitaban hablar de eso. Eran adultos y, lo que es más importante, fueron socios en esto. Si esperaban que su matrimonio, y la paz entre sus países, duraran, eran necesarias la honestidad y la comunicación abierta. Y todavía no habían hablado realmente de su celo, además de que él agradecía impersonalmente a Lisandro por su ayuda. Quería hablar de eso. Quería saber dónde estaban. Lo que sucedió ayer solo lo había confundido todo aún más. Le gustaría echarle la culpa de todo a la luna llena, excepto que ya no era luna llena y, sin embargo, todavía tenía ganas de salir arrastrándose de su piel y entrar en la de Lisandro.
Quería saber si era solo él. Capaz fue diferente para Lisandro: él también se había corrido ayer, pero por ahí fue solo la fricción y la privación sexual. Cristian no pudo leer demasiado en eso. El hecho de que quisiera leer demasiado fue la parte inquietante. O capaz la parte inquietante fue que no era luna llena, pero aún quería meter su pija en su marido alfa.
—¿En serio no te importó ayudarme con mi celo? —Cristian dijo en voz baja, rompiendo el silencio.
Lisandro se movió un poco debajo de él, haciendo un pequeño sonido que no fue un suspiro.
—Yo... en serio no me importó —Su voz sonaba vacilante, extrañamente insegura para él, sus dedos aún jugaban con el cabello de Cristian—. No habría ningún problema en ayudarte con tu próximo celo, si vos querés obvio.
Cristian exhaló, algo de la tensión lo abandonó. Lisandro estaría ahí para él durante sus celos. Estaba bien. Lo está.
Pero todavía falta un mes y medio hasta la próxima luna llena de Torryn, dijo una voz en el fondo de su mente. Vos querés meterle la pija ahora, enfermo.
Cristian hizo una mueca. Lisandro estaba siendo extremadamente generoso. Permitir a otro alfa tales libertades durante un celo era un gran favor. Querer más era simplemente codicioso. Codicioso y desordenado. En serio, ¿qué le pasaba? ¿Desde cuándo había comenzado a querer coger con otros alfas?
—Gracias Cris —dijo en el cuello de Lisandro, tratando de inyectar tanta sinceridad en su voz como fuera posible. No quería parecer ingrato. Él estaba agradecido, sin tener en cuenta el deseo zumbando bajo su piel que le daba ganas de exigir más—. Lo aprecio.
El helicóptero aterrizó, salvándolo de decir nada más. Cristian se apartó, abrió la puerta y saltó al suelo. Le dio la mano a Lisandro para ayudarlo a salir.
Lisandro se rió entre dientes pero aceptó su mano.
—Vos te das cuenta de que no soy un omega delicado que no puede salir del helicóptero por su cuenta, ¿no?
—Estoy siendo amable con mi esposo, nada más —dijo Cristian.
La sonrisa de Lisandro se suavizó.
—Lo sos —dijo, casi pensativo.
Se miraron el uno al otro, y luego desviaron la mirada cuando un olor extraño les hizo evidente que no estaban solos.
Cristian se volvió y vio a Enzo frunciendo el ceño.
—Necesito hablar con vos —dijo Enzo, mirando a su primo—. Solo.
Lisandro frunció el ceño.
—¿Ya?
—Sí.
Cristian sacó su teléfono.
—Necesito hacer algunas llamadas de todas formas —Se alejó de los primos, pero no demasiado. Él no... realmente no tenía ganas de separarse de Lisandro todavía.
Increíble. No solo soy codicioso, si no que tengo un quilombo en mi cabeza y estoy siendo pegajoso.
Cristian suspiró, más que un poco perturbado. ¿Podría uno ser adicto a una persona? Habían hablado varias veces ese día, en público y en privado, y él había marcado profundamente a Lisandro, pero de alguna manera no fue suficiente, lo que parecía ser un tema común en lo que a Lisandro se refería.
Cristian hizo una mueca, le dio la espalda a Lisandro y Enzo y llamó a su gerente de relaciones públicas.
—¿Bueno, malo o desastroso? —dijo cuando Constanza respondió.
—Ambos fueron brillantes —dijo—. La conferencia de prensa fue mucho mejor de lo que esperaba. Estoy monitoreando las reacciones de las redes sociales, y en su mayoría es positivo hasta ahora, quiero decir, las de nuestra gente. La reacción de los pelugianos es completamente diferente. Voy a necesitar hablar con ustedes lo antes posible.
Cristian se pellizcó el puente de la nariz.
—¿Puede ser más tarde? Te llamamos enseguida.
Hizo una pausa, algo en sus propias palabras lo golpeó de una manera inesperada. Le tomó un momento darse cuenta de qué era diferente. Nosotros. Se había referido a él y a Lisandro como una sola entidad.
Y le gustó.
Chapter 15: #15
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—¿Qué querés? —Dijo Lisandro, mirando a Cristian, que sacó su teléfono y comenzó a hablar con alguien.
—Dios mío —dijo Enzo—. No se si sabías pero podés sobrevivir cinco minutos sin él. Mirame Lisandro.
Con el rostro cálido, Lisandro frunció el ceño y cruzó los brazos sobre el pecho. De repente se sintió terriblemente cohibido. ¿Realmente estaba siendo pegajoso?
—Dale decime —Dijo, su voz más aguda de lo que era normalmente—. ¿Qué es tan urgente como para que me estés rompiendo las pelotas?
Enzo le dió una mirada inexpresiva, sin inmutarse.
—A ver si adivinas. Acabaste de desnudar tu garganta a otro alfa, un kadariano, en frente de todo el planeta. ¿Vos pensás que tu viejo no lo vió?
A Lisandro se le cayó el estómago.
—¿Te habló?
Una mueca cruzó el rostro de Enzo.
—¿Hablar? Me gritó. La próxima vez que decidas hacer alguna pelotudez así durante una conferencia en vivo, por lo menos avisame, así yo también puedo hacerme el boludo y apagar mi teléfono.
—La puta madre. Perdón enzi, todo surgió en el momento.
Enzo suspiró y sacó un cigarrillo del bolsillo.
—Ya está —dijo con brusquedad, encendiéndolo y dándole una larga calada—. Mirá Licha, no sé en qué carajo estabas pensando, pero… —Se encontró con los ojos de Lisandro—. ¿Estás seguro de lo que estás haciendo? Tu papá está empezando a preguntar de qué lado están vos y tu lealtad.
Lisandro frunció el ceño.
—Estoy haciendo mi parte para mantener la paz entre nuestros países. ¿No es la prueba definitiva de mi lealtad?
Enzo se rió entre dientes y dijo:
—Si obvio ¿Pero lealtad a quién?
Lisandro se quedó sin habla por un momento, solo parpadeó confundido. ¿Su papá realmente pensó, incluso Enzo pensó, que su lealtad ya no era hacia Pelugia? ¿Qué carajo?
—¿En serio? —contestó Lisandro, comenzando a enojarse—. Serví a mi país toda mi vida. Sangré por él, y eso no es una metáfora, durante los últimos catorce años, pero ¿ahora mis lealtades están en duda? ¿Por una tonta conferencia de prensa?
Enzo lo estudió detenidamente.
—Si vieras la forma en la que se ve, sabrías por qué tu papá se está volviendo ansioso.
Lisandro no supo qué responder a eso.
—No tengo ni la más puta idea de lo que me estás hablando.
Enzo suspiró y apagó el cigarrillo con el zapato.
—¿Querés un consejo, Li?
Cuando Lisandro asintió con la cabeza, Enzo dijo:
—Necesitás elegir. No podes sentarte en ambas sillas a la vez. Independientemente de la paz entre nuestros países, Pelugia y Kadar nunca van a ser amigos. Entonces, tu posición neutra nunca se va a poder mantener.
—¿Y por qué mierda no?
Enzo soltó una pequeña risa.
—¿En serio? ¿Cómo vas a gobernar Pelugia desde Kadar? Porque tu marido no se va a mudar a Pelugia. Escuché a los kadarianos decir que él es el candidato más probable para ganar las elecciones el próximo año. ¿O estás dispuesto a volver para Pelugia y verlo algunas veces en el año?
Lisandro lo miró y no supo qué decir.
Luego desvió la mirada hacia su esposo. Se quedó mirando su perfil fuerte y atractivo mientras Cristian hablaba por teléfono. Se imaginó volviendo a Pelugia y renunciar a esta extraña intimidad fácil entre ellos, y eso hizo que su estómago doliera .
Ay no.
—Vos no estás dispuesto a eso —dijo Enzo cuando el silencio se prolongó—. Entonces, ¿por qué mierda estás prolongando lo inevitable? Decile a Estefano que renuncias al trono y listo, solucionado.
Renunciar.
La palabra hizo que el interior de Lisandro se torciera en un nudo duro e incómodo. Había sido el heredero al trono desde que nació. No tenía idea de cómo ser otra cosa.
—Tampoco es tan fácil —dijo Lisandro—. No puedo, no puedo simplemente hacerlo y ya está. Yo amo a mi país, Enzo.
Una extraña emoción cruzó por el rostro de Enzo. ¿Tristeza? ¿Molestia? Pero desapareció tan rápido que Lisandro no estaba seguro de no haberlo imaginado.
—Está bien —dijo Enzo—. Vos sos el que elige y se atiene a las consecuencias —Y se alejó antes de que Lisandro pudiera decidir cómo responder a eso.
Se quedó mirando la espalda de Enzo en retirada, desconcertado y frustrado. Tenía un mal presentimiento y no estaba seguro de por qué.
—¿Todo bien? —Cristian dijo, acercándose a él.
Lisandro se volvió y le sonrió levemente, la sensación de inquietud se desvaneció.
—No. Enzo está siendo Enzo.
—Pensé que te caía bien.
—Lo amo pero eso no significa que me lo tenga que bancar siempre —dijo Lisandro con un suspiro. Su primo podía ser frustrante a veces.
—¿Hay algún problema? —Dijo Cristian.
Lisandro se encogió de hombros.
—Por ahí. Todavía no sé —Hizo una mueca, mirando su teléfono—. Probablemente necesite llamarlo a mi papá y dejar que me grite un poco.
Cristian solo lo miró por un momento antes de decir.
—No.
Alzando las cejas, Lisandro se rió un poco.
—¿No?
—No dejes que te bajonee —dijo Cristian, poniendo una mano en su hombro y guiándolo hacia la casa—. Vos no hiciste nada malo. Lo que hagamos con nuestro matrimonio no es asunto suyo.
El corazón de Lisandro dio un vuelco gracioso ante las palabras de nuestro matrimonio .
—Igual todavía necesito llamarlo —dijo, pasándose una mano por la cara cuando entraron a la casa—. Si no lo hago, es capaz de traer al tío Félix a joderme —Lisandro se estremeció al pensarlo—. Ese viejo hijo de puta es peor que el mío. Me conoce desde que uso pañales, así que no me respeta un carajo.
A juzgar por la expresión del rostro de Cristian, ya había tenido el dudoso placer de hablar con el nuevo embajador pelugiano y sabía exactamente lo que quería decir.
—Podes llamarlo más tarde —dijo Cristian—. No trabajo hasta mañana, así que tengo el día libre. Dejemos todo en casa y vamos a la playa.
Lisandro se rió entre dientes.
—¿La playa? ¿Vos sos joda?
Cristian sonrió ampliamente, su sonrisa lo hacía parecer diez años más joven.
—¿Por qué no?
♡
Al final fueron a la playa.
A Lisandro le hubiera gustado decir que se había bronceado bien, pero considerando que pasó la mayor parte del tiempo con la cara de Cristian enterrada en su garganta y el cuerpo de Cristian medio encima de él, el bronceado resultante no fue exactamente perfecto.
Seguía siendo la mejor tarde que había tenido en mucho, mucho tiempo.
Regresaron a casa todavía sonrojados por el sol, riendo juntos, con el brazo de Cristian alrededor de sus hombros.
Lisandro se sintió... se sintió feliz. Y cálido por dentro. Muy cálido.
Lo más feo del día fue cuando tuvieron que separarse a la noche. Para su incomodidad y mortificación, Lisandro descubrió que estaba siendo pegajoso. Se negaba a alejarse de su marido, y casi se quejó cuando Cristian finalmente se apartó después de desearle buenas noches.
Lisandro entró en su habitación y se quedó mirando su cama en silencio, un extraño escalofrío lo recorría. De repente se sintió muy frío y solo.
Se preguntaba si así se sentían los adictos cuando se les pasaba el efecto.
Chapter 16: #16
Notes:
TW: Leve scaimar
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Aunque el teléfono de Lisandro permaneció apagado, su papá mandó al tío Félix a buscarlo. Todos los días.
Hasta ahora, Lisandro había logrado evitar a su tío al estar fuera la mayor parte del día. A veces daba largos paseos con Linda, conociendo sus tierras y conociéndola mejor a la omega. Aunque era nueve años menor que él, era fácil hablar con ella, cuando no se burlaba de él por Cristian.
—¡No me toques! —dijo riendo cuando Lisandro le ofreció una mano para ayudarla a saltar sobre un arroyo—. Mi hermano favorito me podría arrancar la cabeza si se me pega algo de tu olor.
—Que exagerada.
Linda puso los ojos en blanco.
—Ojalá. ¿No te diste cuenta que a Cristian no le gusta ver omegas alrededor tuyo? Que yo sea su hermana no le importa mucho que digamos. Se re pone de mal humor y gruñe cuando siente que tengo tu aroma —Ella sonrió—. Para mi es medio boludo, porque no tengo ni idea de cómo puede olerte en mí cuando apenas tenés tu propio olor.
Lisandro se metió las manos en los bolsillos y se sintió un poco acalorado. Sabía que olía abrumadoramente a Cristian, con todo el tiempo que Cristian pasó marcándolo y olfateándolo, era inevitable. A Lisandro... no le importaba exactamente. De hecho, obtuvo una cantidad embarazosa de placer al llevarse la mano a la cara y oler a su marido en la piel. Le hizo sentirse bien. Cálido. Aturdido por dentro.
—Te juro que me pone tan feliz que con Cris se lleven así de bien —dijo Linda, sacándolo de sus pensamientos—. Sos muy bueno con él. Antes era demasiado serio, todo negocios y política. Era bastante ortiva para serte sincera, pero ahora, incluso llega a tiempo para cenar en lugar de estar trabajando todo el tiempo.
Lisandro se aclaró la garganta.
—Me pone feliz de que nos llevemos bien también.
Se llevaban bien. Eso fue en realidad un eufemismo. Cuando aceptó este matrimonio arreglado, esperaba simplemente tolerar a su cónyuge, no ansiar su compañía.
Pero lo anhelaba, lo hizo.
Siendo honesto consigo mismo, por esa razón a menudo se detenía en el trabajo de Cristian y lo llevaba a almorzar. Bueno, lo llamaron almuerzo, pero en realidad fue solo una hora en la que Cristian marcó su cuello con moretones y mordeduras y bombeó sus feromonas como loco hasta que Lisandro olió lo suficiente a él. A sus cosas. Como suyo.
Carajo, algo en ese pensamiento era tan atractivo y jodido. No podría querer ser cosa de otro alfa, ¿verdad?
Lisandro ya no sabía. Todo era tan confuso. Eran amigos, sí, pero su amistad era diferente a cualquier amistad que Lisandro había tenido. Muy intensa. Demasiado obsesiva. No se suponía que los amigos fueran tan posesivos entre sí. Se suponía que no debían joderse entre sí como lo hacía con Cristian. Y se suponía que, siendo amigos, no se deberían dejar marcas en el cuello.
Pero, ¿podrían ser otra cosa que amigos? Eran alfas. Los alfas normales no... no se suponía que querían con otros alfas. La mera idea debería haber sonado asquerosa. Repulsiva. Debería querer omegas suaves y bonitos con sus dulces aromas florales y ojos sumisos, no el olor almizclado y dominante y el cuerpo musculoso de un alfa sobre él. No debería soñar con chuparsela a un alfa y anhelar el sabor amargo de su semen.
¿Estaba enfermo? Tales deseos eran anormales. Antinatural .
Aunque Lisandro no se consideraba a sí mismo un tradicionalista, era un alfa, criado por su papá, y algunas cosas eran difíciles de superar. La vergüenza ardía en sus entrañas cuando quería cosas que no debería.
Pero no sabía cómo dejar de quererlas.
Tal vez debería intentar poner algo de distancia entre ellos. Eso podría ayudar.
♡
La determinación de Lisandro de poner algo de distancia entre ellos duró un total de cuatro horas.
Cuatro. Putas. Horas.
En su defensa, simplemente andaba por ahí. Buscar a Cristian del trabajo no obstaculizaba su objetivo de mantenerse lejos. Todavía podía poner algo de distancia entre ellos ¿no?
Excepto que en el momento en que Cristian se subió al helicóptero y lo miró con esos ojos oscuros, el objetivo de Lisandro se hizo mierda. Todo se fue cuesta abajo desde ahí. Cristian y él estaban solos en un espacio cerrado y, como era de esperar, pasaron media hora olfateándose como locos, haciendo que la mente de Lisandro se sintiera lenta y confusa por todas las feromonas al momento de llegar a casa.
Probablemente por eso no olió al tío Félix antes de verlo.
—Mierda —siseó Lisandro, mirando con mucho miedo al anciano alto que hablaba con Sandra en el pasillo. No quería lidiar con esto en este momento, especialmente porque no había forma de que el tío Félix pasara por alto que olía como su marido. Por lo que metió a Cristian a la habitación más cercana, rezando para que Félix no los hubiera notado.
Cristian le permitió maltratarlo, pero se rió cuando Lisandro cerró la puerta.
—Dale boludo, vos no podes esperar que en serio nos escondamos acá hasta que tu tío se vaya.
—Puedo, y eso vamos a hacer —dijo Lisandro, mirando hacia la puerta y suspirando decepcionado al no encontrar una cerradura.
—Estoy bastante seguro de que nos vio —dijo Cristian seco.
—No no, no lo hizo.
—Bueno si, pero algo debe haber visto, porque empezó a girar la cabeza cuando me empujaste adentro. En cualquier momento, viene hacia acá. ¿No sería mejor ir a encontrarlo en lugar de que él nos encuentre acá escondiéndonos? Yo sé que es un tipo desagradable, pero…
—Es que vos no lo conoces ni la mitad de bien que yo —dijo Lisandro, mirando alrededor de la habitación hasta que su mirada se detuvo en el gran armario—. Describirlo como 'desagradable' es subestimarlo, creeme —Agarrando la mano de Cristian, Lisandro lo arrastró hacia el armario.
—¿Me estás jodiendo, no? —dijo Cristian—. No me voy a esconder ahí, Lisandro. Hasta acá llego.
Lisandro abrió el armario y lo empujó dentro antes de seguirlo y cerrar la puerta.
—Dale boludo, dejá de ser tan infantil —dijo Cristian.
—Basta, dejá de andar protestando —siseó Lisandro.
—¿Protestar? Yo no estoy protestando por nada.
Lisandro sonrió con cariño en la oscuridad. Cristian sonaba tan ofendido que eso se le hacía demasiado tierno.
Lo que fuera que Cristian iba a decir fue interrumpido por el ruido de la puerta al abrirse.
Ambos se congelaron.
El corazón de Lisandro latía con mucha fuerza. La peor parte era que sabía que Cristian tenía razón: estaba siendo infantil. Debería haber superado este miedo hace mucho tiempo. Ya no era el adolescente que solía esconderse todo el tiempo de las espantosas charlas de Félix. Ya era un adulto. Un general de guerra. No debería haber estado todavía aterrorizado de un hombre viejo y arrogante. Debería haber sido más fuerte que esto.
Pero Lisandro fue lo suficientemente sincero consigo mismo para admitir que preferiría enfrentarse a un escuadrón enemigo él solo antes que enfrentarse a su tío abuelo. Ni siquiera su papá lo asustaba tanto como Félix. Incluso su papá respetaba al viejo ese, y él sí que no respetaba a nadie. El tío Félix era el Alfa definitivo, con A mayúscula. Lisandro solo pudo hacerse chiquito al imaginar su reacción a la conferencia de prensa: la mirada despectiva en su cara, la mueca burlona en sus labios y los comentarios fríos y mordaces. Ese chico nunca fue lo suficientemente fuerte, Estefano. Es una pena que no tengas un mejor heredero.
Con el corazón latiendo en su garganta, Lisandro se reclinó contra el pecho de Cristian. Este último pasó un brazo alrededor de su cintura, probablemente para estabilizarlo, pero también tuvo un curioso efecto en Lisandro: sus nervios se calmaron y su respiración se hizo más lenta.
Lo último de su ansiedad se desvaneció cuando la persona que entró en la habitación habló. No era Félix.
—Vení, dale —dijo una voz masculina. Lisandro tardó un momento en ubicarlo. Fue Lionel.
Lisandro puso una mano en la puerta del armario, con la intención de abrirla.
—No, Lionel —dijo otro hombre, su voz sonaba temblorosa—. Tu mamá está afuera.
—Está ocupada con el embajador ese —dijo Lionel.
Y luego hubo un inconfundible sonido de... besos.
Bueno.
Lisandro soltó la puerta. Abrirla ahora sería incómodo.
Detrás de él, Cristian estaba muy tenso.
Lisandro olfateó el aire y se dio cuenta de que había un indicio de ira en el olor de Cristian.
—Es Pablo —Cristian murmuró en su oído.
¿Pablo y Lionel?
—Debería parar esto —dijo Cristian, poniendo una mano en la puerta.
Lisandro lo agarró.
—Son adultos —susurró—. Y por lo que parece, adultos que se gustan. Dejalos en paz Cristian.
—Pero Pablo está…
—No está en celo —espetó Lisandro, enojándose con la extraña sobreprotección de Cristian. ¿Cristian estaba realmente celoso? La idea hizo que su estómago se encogiera de manera desagradable—. Puede frenar a Lionel si quiere. Nosotros nos vamos a meter solamente si creemos que Lionel lo está obligando.
Cristian se quedó en silencio, pero fue un silencio tenso. Claramente no estaba de acuerdo, sus feromonas agresivas abrumaron rápidamente los sentidos de Lisandro y nublaron sus pensamientos en el pequeño espacio en el que se encontraban.
—Basta —mordió Lisandro, sus ojos se cerraron involuntariamente. La necesidad de desnudar su cuello y simplemente admitir que Cristian tenía razón se estaba volviendo irresistible. Cristian olía tan bien. Tan mal pero tan bien. —Basta Cristian —repitió, su voz más débil.
—No estoy haciendo nada —murmuró Cristian, hundiendo los dientes en el cuello de Lisandro y chupando —. Es toda tu culpa. Sos tan…
Los ojos de Lisandro se abrieron de golpe cuando sintió un bulto duro contra su culo.
Cristian dejó escapar un suspiro irritado.
—Simplemente genial.
Lisandro se humedeció los labios. No era la primera vez que notaba que Cristian se excitaba cuando lo olía, o la primera vez que él mismo se excitaba, pero normalmente ambos lo ignoraban por un acuerdo no escrito. Nunca supo qué pensar de la excitación de Cristian, ya que este no había indicado que quisiera tener sexo cuando no estaba en celo. Lisandro tampoco estaba seguro de que él quisiera. Bueno, eso último era mentira, uno no soñaba despierto con la pija de otro alfa y permanecía negado, pero Lisandro no tenía ni idea de qué hacer con ese descubrimiento.
Dejando a un lado sus propios problemas, Cristian no era un beta ni un omega. Todo lo que Cristian había dicho indicaba que estaba molesto por esta atracción extraña y antinatural entre ellos, que le rompía la cabeza. Así que Lisandro no quería romper ese acuerdo silencioso y arriesgar su amistad siendo demasiado agresivo y forzando a Cristian a salir de su zona de confort. A menos que el otro alfa hiciera el primer movimiento, Lisandro no lo haría, por mucho que a veces quisiera fusionarse con él. Así que estaban bailando uno alrededor del otro, con su amistad al borde pero sin cruzarlo. Era demasiado adictivo e inmensamente frustrante.
En este mismo instante, Lisandro estaba tan duro que comenzaba a sentirse incómodo. Los sonidos afuera del armario tampoco ayudaban a mejorar la situación. De golpe, se hizo demasiado obvio que Lionel y Pablo no solo se estaban besando.
—Dios, como me encantan tus tetas —dijo Lionel con voz ronca—. No, no las escondas, son preciosas.
—Son horribles —dijo Pablo, sonando incómodo y sin aliento—. No Lio, Para... ah…
Preocupado de que Lionel realmente estuviera presionando al omega para hacer algo que no quería, Lisandro abrió la puerta para ver qué estaba pasando.
Bueno.
Pablo ciertamente no parecía resistirse. Estaba sentado en el escritorio, con la camisa abierta para revelar su pecho. Lionel estaba entre sus muslos abiertos, chupando su pezón izquierdo con avidez, su gran mano apretando y amasando el otro pecho de una manera posesiva.
Lisandro los miró fijamente. Nunca había visto un omega masculino con tetas. Estuvo confundido por un momento hasta que se acordó cuando Cristian había mencionado el embarazo fallido de Pablo. Cierto. Pablo debe haber sido un omega Dainiri. Los Dainiri eran los omegas más raros y fértiles, e incluso los varones podían amamantar a sus hijos y por lo general conservaban sus pechos después del embarazo.
—Dejá de decir boludeces —gruñó Lionel, bañando los pechos de Pablo con besos hambrientos y provocando sus pezones endurecidos con la lengua—. Son hermosos. Vos sos hermoso .
El dulce aroma de un omega excitado llegó a la nariz de Lisandro y empezó a incomodarse. Siempre se había sentido extraño alrededor de omegas excitados.
—No se si sabías pero me masturbé pensando en tus tetas desde que supe para qué mierda me servía la chota —dijo Lionel, lamiendo entre el pecho de Pablo antes de moverse al pezón derecho. Pablo gimió, con su mano enterrada en el cabello oscuro de su acompañante. Lionel arrastró su boca hacia abajo, pasando por los abdominales de Pablo, hasta el bulto entre sus piernas que se encontraban abiertas.
Al darse cuenta hacia dónde iba, Lisandro volvió a cerrar la puerta. Pero la oscuridad en el armario solo lo hizo más consciente de los gemidos afuera y del cuerpo firme y musculoso de Cristian presionandolo desde atrás.
Lisandro tragó, su piel estaba caliente y su cuerpo hipersensible. Trató de no pensar en lo que probablemente Lionel estaba haciendo ahora: su cabeza oscura moviéndose entre los pálidos muslos de Pablo, chupando su pija y luego lamiendo su agujero. La imagen era más que excitante, pero no porque se imaginara a sí mismo en el lugar de Lionel. No, se imaginaba a sí mismo en el lugar de Pablo , excepto que no era Lionel entre sus piernas. Era Cristian. Cristian, chupándole el pene y luego abriendo sus mejillas para poner su lengua dentro de él.
La pura maldad de ese pensamiento casi lo hizo gemir. Mordiéndose el labio, se movió e involuntariamente se frotó contra la dura pija de Cristian.
Cristian maldijo, con su brazo alrededor de él apretándose.
—Dejá de moverte así, hijo de puta —murmuró en su oído, su aliento caliente contra el caparazón sensible.
Lisandro se estremeció, deseando .
Fuera del armario, los gemidos de Pablo aumentaron en volumen, desenfrenados y agudos, e hicieron que algo en la parte inferior del estómago de Lisandro se calentara y necesitara. Frotó su cola contra la pija de Cristian de nuevo.
Cristian maldijo.
—Bueno —espetó, bajando el cierre de Lisandro y tirando de sus pantalones y ropa interior.
Hubo algo de torpeza antes de que la erección de Cristian presionara entre las mejillas de Lisandro.
Lisandro se estremeció. Parte de él insistía en que esto estaba mal, que no debería permitir que un alfa le hiciera eso, pero sus dudas fueron ahogadas por el fuego en sus venas. La mano de Cristian acarició su estómago tembloroso antes de finalmente envolver su dura erección. Lisandro tuvo que empujar una mano contra su boca para no gemir. La mano de Cristian era grande, firme y confiada mientras lo acariciaba, y se sentía tan bien en su dolorido miembro, pero por alguna razón, la dureza rechinando entre sus nalgas parecía ser el foco de su mundo. Cuando la cabeza resbaladiza se atascó un poco en su agujero, Lisandro se estremeció, gimiendo contra su propia mano. Carajo. Él realmente quería esa pija. No le importaba lo mal que estuviera, no le importaba que fuera un alfa, y que se suponía que un alfa no debería querer esas cosas. Pero él lo hacía. Se le hizo agua la boca al recordar lo bien que se había sentido tenerla en la boca.
Antes de que pudiera pensarlo dos veces, se dio la vuelta y cayó de rodillas.
—Lisandro —Cristian murmuró sin aliento.
Lisandro se inclinó y se tragó su erección. Cada músculo del cuerpo de Cristian pareció endurecerse, su pija palpitaba en la boca de Lisandro y se endurecía aún más. Lisandro tarareó apreciativamente y comenzó a chupar, moviendo la cabeza hacia arriba y hacia abajo, hambriento, salivando por todas partes. Probablemente fue una mamada torpe e inexperta, pero a Cristian no pareció importarle, gruñendo y respirando entrecortadamente mientras Lisandro se la chupaba. Ninguno de los dos estaba muy callado y tuvieron suerte de que Pablo hiciera tanto ruido, o los habrían escuchado.
Lisandro trató de tragarse sus propios gemidos, incapaz de creer lo que realmente estaba pasando y cuánto lo estaba disfrutando. Estaba chupando la pija de otro alfa espontáneamente, de buena gana, con entusiasmo, como una especie de puta hambrienta. Su papá lo desheredaría si pudiera verlo ahora. Pero se sentía tan correcto. Como si esto fuera para lo que había nacido: estar de rodillas ante otro alfa, este alfa, y tener su pene dentro de él.
Lisandro agarró su propio miembro descuidado y lo acarició fuerte y rápido, tratando de coordinar sus movimientos con la mamada que estaba dando, pero era tan difícil. Todo lo que podía enfocar era en el grueso miembro moviéndose dentro de su boca, el rico y embriagador aroma de Cristian, y esas fuertes manos agarrando su cabello cuando el alfa empezó a empujarse en su boca.
Lisandro sólo pudo soportarlo, su mente se nubló por la abrumadora mezcla del aroma excitado de Cristian y feromonas alfa. Los gemidos de Pablo eran ahora gritos inentendibles de placer, y parecía acercarse rápidamente a su orgasmo. El omega comenzó a rogar por el pene de Lionel, luego por su nudo, y carajo, el simple pensamiento de algo tan grande como un nudo, el nudo de Cristian dentro de él, sorprendió a Lisandro lo suficiente como para hacerlo correrse con un gemido confuso.
Cristian empujó unas cuantas veces más y se quedó quieto, su pene palpitaba profundamente dentro de su boca, llenando la garganta de Lisandro con su semen caliente. Lo tragó con avidez, la sensación de estar lleno de la semilla de Cristian envió una extraña especie de emoción a través de él. Sintiendo ese familiar subidón, Lisandro presionó su rostro contra el muslo musculoso de Cristian, acariciándolo mientras trataba de recuperar su aliento. Se sintió tan bien. No quería volver a moverse nunca más. Cristian estaba caliente. Y olía increíble. Que ganas tenía de chuparle la pija a Cristian otra vez, quería más de su corrida.
—Lisandro —La mano de Cristian pasó por su cabello—. Ya se fueron.
Lisandro parpadeó aturdido. Le tomó una cantidad vergonzosa de tiempo entender lo que le quería decir. La habitación fuera del armario estaba en silencio.
—¿Vos crees que escucharon algo? —Murmuró.
—No creo que hayan escuchado algo con todo el ruido que estaban haciendo —Cristian apartó suavemente a Lisandro de su entrepierna y se acomodó el cierre—. Dale, vamos —dijo, tirando de Lisandro.
Lisandro lo siguió fuera del armario, todavía sintiéndose mal. Esa fue probablemente la razón por la que no sintió vergüenza cuando se dio cuenta de que el pantalón le llegaba a la mitad de los muslos y que su culo estaba todavía al aire.
Cristian negó con la cabeza con algo parecido a cariño en sus ojos y le acomodó el pantalón en su lugar para después de meter con cuidado el suave pene de Lisandro dentro de su ropa interior.
Lisandro se limitó a mirarlo, sintiendo... no sabía qué. Se sintió cálido. Y un poco mareado. Pero eso debe haber sido solo sexo. Sexo. Habían vuelto a tener sexo. Y esta vez Lisandro no podía culpar de ningún modo al celo de Cristian, ni a su abstinencia.
—Esperemos que tu tío ya se haya ido —dijo Cristian con una sonrisa irónica—. No creo que a él le guste verte así.
—¿Así cómo? —Dijo Lisandro mientras Cristian le arreglaba la camisa.
La expresión de Cristian era muy extraña.
—Como si... —Su mirada vagó por el rostro de Lisandro, deteniéndose en sus labios—. Parece como si acabaras de chuparme la pija.
Lisandro sintió que su rostro se calentaba. Se aclaró la garganta, sin saber qué decir, sin saber cómo actuar. También tenía una creciente necesidad de extender la mano y tocar a Cristian. Solo tocar. Con sus manos o su boca.
Mordiéndose el interior de su mejilla, metió las manos en los bolsillos de sus pantalones.
—Entonces roguemos que se haya ido —dijo Lisandro a la ligera—. No queremos que tenga un derrame cerebral.
Cristian resopló, poniendo una mano en su hombro. El toque se sintió como una marca.
—¿Seguro que no queremos?
Lisandro le sonrió y sintió algo caliente y un hormigueo en el estómago cuando sus miradas se encontraron.
—Bueno che, si lo decís de esa manera…
Cristian se echó a reír, sus dientes destellaron blancos contra su piel bronceada por el sol, sus ojos oscuros cálidos e intensos y…
No me jodas , pensó Lisandro, con el estómago hundido.
Mierda.
Chapter 17: #17
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Era posible que el teléfono de Lisandro estuviera apagado, pero desafortunadamente, su papá todavía podía mandarle correos electrónicos y Lisandro aparentemente era lo suficientemente masoquista como para leerlos.
Nunca me había sentido tan avergonzado de tener un hijo como ahora.
Prendé el celular, Lisandro.
No me obligues a ir hasta Kadar y traerte a casa como a un pendejo maleducado.
Y el favorito por goleada de Lisandro:
Tu hermano debe haber estado revolcándose en su tumba. Me alegro de que no esté vivo para ver esto. Nunca habría dejado que un kadariano lo convirtiera en su puta.
Lisandro todavía temblaba de ira cuando arrojó su tablet al sofá. Apretando su mano en un puño, caminó hacia la puerta principal. Aire. Necesitaba un poco de aire fresco para aclarar su mente y calmarse.
Que se vaya bien a la mierda. Directo a la concha de su madre.
Pero no se equivoca, ¿o si? Dijo una voz sarcástica en el fondo de su mente. Te portas solo un poco mejor que una puta cuando estás cerca de Cristian .
No, no lo hace.
¿No te arrodillaste y le chupaste la pija en un puto armario? ¿Mientras tu cuñado estaba afuera de ese armario? Estabas chocho atragantándote. Con el pene de otro alfa.
Con el rostro en llamas, Lisandro salió furioso de la casa.
Tu papá tiene razón. Por eso estás tan enojado. Estás ignorando a tu rey, porque tenés miedo de hablar con él y enfrentar en lo que te convertiste. Esa es la verdad.
—Callate —murmuró Lisandro.
—¿Hablás solo ahora?
Lisandro frunció el ceño y caminó más rápido.
—No estoy de humor ahora, Enzo. No me jodas.
—Ya me dí cuenta —dijo Enzo, dando un paso a su lado.
A Lisandro le molestaba la facilidad con la que lo seguía. Podría haber estado en la mejor forma física, pero los alfas de Xeus tenían ventajas con las que nacieron y que hacían imposible que Lisandro lo perdiera a menos que Enzo se rindiera.
—¿Dejaste el agua en la pava? —Enzo dijo, su voz llena de diversión.
Lisandro suspiró.
—¿Qué pasa Enzi?
—Te traigo una ofrenda de paz —dijo su primo—. Así finalmente dejás de quejarte por lo que dije la otra vez.
—No me estoy quejando.
—Si si, como vos digas. Tomá.
Cuando Lisandro finalmente lo miró, encontró una botella de su licor favorito en la mano de Enzo. Su primo sonrió con picardía.
—¿Estamos bien? ¿Vos tenés alguna idea de lo difícil que fue encontrar tu veneno favorito en este país de mierda?
Resoplando, Lisandro aceptó la botella. La abrió y se la llevó a los labios, tomando un trago largo y codicioso. No bebía a menudo, pero lo necesitaba ahora.
Algo de la tensión desapareció de sus hombros cuando el alcohol golpeó su sistema.
—Gracias Enzi —dijo.
Enzo se encogió de hombros, abrió su propia botella y tomó un trago.
—Me voy para casa dentro de poco. No me gustaría irme peleado con vos.
—No estábamos peleados. Y no te tenés que ir. ¿No era que estabas evitando la ira de ese Lord que no me acuerdo?
Enzo hizo una mueca.
—Y si sabés que no puedo evitarlo siempre. Seguro que el viejo ese debe haberse dado cuenta ya que su hija no era ninguna santita inocente a la que pervertí. Igualmente, no puede obligarme a casarme con ella. Y ella tampoco quiere casarse conmigo así que…
Lisandro tomó otro sorbo de su botella.
—Quedate unos días más porfi. Necesito un aliado en caso de que mi papá o el tío Félix decidan arrinconarme.
—¿No tenías a tu marido para eso?
—Teniendo en cuenta que él es la razón por la que están enojados conmigo, es poco probable que su presencia mejore algo —dijo, evitando la mirada de Enzo.
—Bueno.
—Callate.
—Pero si no dije nada.
Lisandro exhaló un suspiro.
—Bueno. Te voy a contar algo, pero no te rías porque te saco a patadas de la casa.
—Si si, dale. Contame.
Lisandro se mordió el labio inferior entre los dientes.
—Se podría decir que tuve sexo con Cristian. Como, varias veces.
—¿Se supone que eso me tiene que sorprender? —Dijo Enzo —. Con la forma en la que tenés el cuello así de maltratado, estaba casi seguro de que se moría por empomarte hasta la garganta. No existe el aroma platónico.
Lisandro miró hacia otro lado, con la cara caliente.
—Creo que... yo podría estar un poquito enamorado de él — O mucho.
—Por fin, boludo. Me alegro de que no seas tan tarado como pensaba que eras.
Dándole un codazo, Lisandro murmuró:
—Te podés ir a la mierda —Miró a cualquier parte menos a su primo—. ¿No pensás qué es un poco raro? Ambos somos alfas.
—Un poco sí, pero ya sabés que para los gustos, los colores.
Lisandro no dijo nada.
Podía sentir la mirada de Enzo en la cara.
—¿Cuál es el problema, Licha? ¿Es por el viejo?
Lisandro se rió. ¿Cuándo no fue sobre él?
—Entre otras cosas, sí. Pero las relaciones alfa-alfa nunca funcionan, Enzi. Todos saben eso.
Su primo tarareó.
—Mirá Li, siempre hay excepciones a cualquier regla. Personalmente, no podría imaginarme queriendo otro alfa como para ir en contra de mi naturaleza, pero, si la idea de someterte a él no te hace querer vomitar, por ahí es una buena señal. Las relaciones alfa-alfa son tan raras porque se sienten desagradables e incorrectas; la química de nuestro cuerpo está conectada en contra de la sumisión, pero no porque estén equivocadas.
Lisandro lo miró con curiosidad.
—Parece como si hablaras por experiencia.
Su primo se encogió de hombros.
—Hice algunas cosas cuando estaba en la universidad. La única vez que traté de juntarme con otro alfa, casi llegamos a los piñas por quién se cogía a quién, así que no pasó nada —Sonrió un poco con nostalgia—. Lo cual fue una lástima, porque ese pibe era hermoso —Miró a Lisandro, su mirada evaluativa y curiosa—. ¿Te imaginás dejarte coger? Esa es como la prueba definitiva.
Lisandro tragó y no respondió.
Para cuando dejó a Enzo y volvió a su habitación, Lisandro todavía estaba pensando en su pregunta: las imágenes que Enzo le había metido en la cabeza.
¿Te imaginás dejarte coger?
Se imaginó a sí mismo en cuatro, mostrándole el culo a Cristian como un omega , y algo en la parte inferior de su estómago se apretó con una mezcla de vergüenza y mortificación. Pero por más mortificante que fuera la idea, no era exactamente repulsiva. Lejos de ahí.
No tenía idea de cómo se sentía ser cogido, él siempre había sido el que la ponía cuando tenía sexo con omegas y betas en el pasado, pero la idea de someterse a Cristian, dejar que el otro alfa lo usara de esa manera era…
Lisandro se humedeció los labios. Debería haber sido repugnante. Él era un alfa. Los alfas no querían esas cosas. Los alfas querían coger, no ser cogidos.
No debería quererlo. Incluso si quisiera a Cristian, que en este punto eso ya era innegable, debería fantasear con coger a su marido en lugar de ser empalado por él. Y aunque la idea del cuerpo morocho y musculoso de Cristian debajo de él era atractiva, seguía fijándose en cómo se vería ese cuerpo sobre él, encima de él, dentro de él. Se imaginó estirado sobre el nudo de Cristian y su semen caliente bombeando dentro de él hasta que estuvo tan lleno que su estómago se hinchó. Algo en ese pensamiento era tan satisfactoriamente sucio que casi hizo gemir a Lisandro.
Echó un vistazo a la tienda en sus pantalones y suspiró.
Supuso que eso respondía a la pregunta de Enzo.
Chapter 18: #18
Chapter Text
Lisandro pasó los siguientes días alternando entre asustarse silenciosamente por el hecho de que estaba enamorado de su esposo alfa y asustarse por el hecho de que no tenía idea de qué hacer al respecto. No ayudó que Cristian siguiera enviándole señales confusas. Seguía siendo tan atento con Lisandro como siempre, pero actuaba como si lo que había sucedido en el armario no fuera la gran cosa. Nada había cambiado en su amistad y eso estaba volviendo loco a Lisandro. La mitad del tiempo quería literalmente saltar sobre Cristian y arrancarle la ropa, mientras que Cristian permanecía exasperantemente imperturbable, de buen humor y manejable con él.
También estaba el problema no insignificante de su papá. No podía evitarlo a él ni al tío Félix para siempre.
No tenía idea de qué hacer.
Para empeorar las cosas, las tensiones entre los dos países estaban aumentando nuevamente. Si bien la conferencia de prensa pareció haber resuelto las dudas de los kadarianos sobre la viabilidad de su matrimonio, también pareció haber incomodado a los pelugianos que su futuro rey le hubiera descubierto el cuello a un senador kadariano.
—Me parece una boludez —dijo Lisandro con frustración.
Constanza, la gerente de relaciones públicas de Cristian, le lanzó una mirada comprensiva.
—Es que lo es —dijo—. Lo más tonto de todo es que hubiera estado bien si fueras algún omega o un beta, pero sos un alfa, a tus súbditos les ofende que no seas... —Se interrumpió, algo así como una incomodidad apareciendo en su esencia beta.
Lisandro se burló, recostándose contra el sofá.
—¿Qué cosa? ¿El que “lleva los pantalones” en mi matrimonio?
Constanza hizo una mueca, mirando a Cristian vacilante. Seguía hablando por teléfono y parecía prestarles una atención mínima.
Lisandro trató de no mirarlo demasiado. Sabía que solo había tenido un éxito parcial. Su mirada pareció volver a los fuertes dedos de Cristian que golpeaban distraídamente la superficie del escritorio y al botón desabotonado de la camisa blanca de Cristian. Lisandro quería lamerlo. Y besarlo por todas partes. Y chuparle la pija. Y-
Cortala pelotudo.
Amigos. Solo eran amigos. Si Cristian quisiera más, ya lo habría dicho, ¿cierto?
—Básicamente, sí —dijo Constanza—. Yo sé que no suena muy bien, pero así es.
Pasando una mano sobre sus ojos, Lisandro suspiró.
—Pero y entonces, ¿qué podemos hacer para arreglar mi imagen?
Ella le dirigió una mirada larga e intensa.
—La pregunta es ¿vos querés arreglarla?
El primer impulso de Lisandro fue reírse y decirle que, era obvio, que eso era lo que quería. Pero después pensó en su discusión con Enzo. Podrían haberse reconciliado, pero Enzo no había dicho exactamente qué había cambiado de opinión.
Necesitás elegir. No podes sentarte en ambas sillas a la vez.
Tenía que tomar una decisión, ¿no? No podía construir su imagen pública como un esposo lo suficientemente sumiso para Cristian, y luego hacer un giro de ciento ochenta grados y ser un alfa exagerado para el beneficio de sus compatriotas. No tenía que ser uno u otro, supuso, pero su credibilidad eventualmente se arruinaría si intentaba interpretar ambos papeles.
—Puedo hacer lo que hiciste en la conferencia de prensa — interrumpió Cristian, demostrando que les había estado prestando atención después de todo.
Lisandro frunció el ceño y lo miró.
—¿Cris vos... me desnudarías la garganta? ¿En público?
Las comisuras de la boca de Cristian se tensaron, pero sus ojos oscuros eran suaves cuando puso una mano sobre el hombro de Lisandro.
—Si vos queres, lo puedo hacer.
Un agradable escalofrío recorrió la espalda de Lisandro, y el calor le recorrió el estómago. Si vos queres . Cristian lo haría si se lo pidiera. Porque le importaba lo suficiente que Lisandro hiciera algo que iba en contra de la naturaleza de cada alfa. El pensamiento fue embriagador.
Lisandro le sonrió y Cristian le devolvió la sonrisa y le apretó el hombro. Sus dedos rozaron la glándula de olor de Lisandro, sobre la marca que no había tenido la oportunidad de desaparecer debido a la frecuencia con la que Cristian la volvía a aplicar. Lisandro se retorció un poco, deseando más de la mano de Cristian sobre su piel desnuda. Desde el incidente en el armario, se sentía hambriento por su toque, y estos toques casuales e inocentes ya no eran suficientes. Quería más. Quería la mano de Cristian en su pene de nuevo. Quería las manos y la boca de Cristian en su cuerpo.
Pero no sabía cómo conseguir más. Por primera vez en su vida, se sintió inseguro, equivocado e inseguro de su propio atractivo. Lisandro nunca había tenido baja autoestima por su apariencia. Sabía que era interesante, un alfa atractivo. ¿Pero estaba afectando a otro alfa? ¿A Cristian? Últimamente había comenzado a sentirse cohibido por su tamaño y fuerza, por el hecho de que no se parecía en nada a un omega. ¿Cristian lo encontró desagradable?
Despreciaba esos pensamientos, esa repentina inseguridad por algo tan superficial como la apariencia física. Odiaba sentirse como un adolescente de nuevo, pensando demasiado y obsesionado con cada mirada y toque de Cristian. Esto fue ridículo. Tenía treinta años. Nunca había sido tan malo, ni siquiera cuando fue un adolescente.
Pero parecía que no podía detenerse. No podía dejar de obsesionarse con el hecho de que Cristian no había iniciado nada en días y actuaba como si nada hubiera cambiado. ¿Cristian estaba pensando en lo que había sucedido? ¿Se estaba arrepintiendo? O capaz había significado muy poco para él, solo amigos que estaban calientes y se vinieron juntos, nada más. Lisandro no estaba seguro de qué opción era peor.
Constanza se aclaró un poco la garganta, haciéndolo estremecerse.
—Definitivamente ayudaría a la imagen de Lisandro en Pelugia si estás dispuesto a hacerlo, pero dañaría tu imagen.
Cristian se rió.
—No me podés decir eso. Mi imagen política nunca se basó en mi designación.
—Es cierto —corrigió Constanza—. Pero en ese momento todos pensaban que eras un beta. Ahora que saben que sos un alfa, sus percepciones y expectativas son diferentes —Ella se encogió de hombros en tono de disculpa—. No me podés decir que no. Puede que seas el líder del Partido Liberal, pero vos y yo sabemos que algunos prejuicios son difíciles de romper, especialmente en zonas rurales, donde vive la mayoría de los votantes. Si lo hacés, va a perjudicar tus posibilidades para el próximo año.
Cristian maldijo en voz baja. Pasando una mano por su cabello oscuro, miró a Lisandro con expresión resuelta.
—Todavía lo puedo hacer si eso te gusta.
Sintiendo una oleada de afecto, Lisandro negó con la cabeza.
—Gracias Cris, pero no va a ser necesario —Bajó la mirada y se miró las manos—. Siempre traté de estar a la altura de lo que mi papá quería —Dio una sonrisa quebradiza—. Ahora ya es medio obvio que nunca voy a ser ese hijo que soñaba. Si a él y a mi gente no les gusta como soy, no tiene sentido seguir intentando. Realmente quiero que me vean por lo que soy y no por otra cosa.
La mano de Cristian en su hombro se movió levemente, el toque se volvió más sólido.
—Lisandro…
Alzando la mirada, Lisandro forzó una sonrisa al encontrarse con la mirada preocupada de Cristian.
—Estoy bien, en serio. Ya pasó un tiempo — Sacó su teléfono del bolsillo y lo encendió. Suspiró cuando la pantalla se iluminó con notificaciones de llamadas y mensajes perdidos. Él se puso de pie—. Voy a llamarlo.
—Suerte —dijo Cristian—. Salgo ahora, pero llamame si me necesitás, ¿bueno?
Lisandro asintió y, resistiendo valientemente el impulso de hundirse en los brazos de su esposo, salió de la habitación.
Se dirigió a su habitación, su resolución se debilitaba con cada paso.
—La puta madre —susurró mientras cerraba la puerta detrás de él. Era fácil ser valiente cuando estaba con Cristian. Demasiado fácil. Cuando estaba con él, todo lo demás parecía volverse irrelevante, sin importancia y simple. Lejos de la reconfortante tranquilidad de la presencia de Cristian, las cosas se complicaron más. Eran más aterradoras. Pero era un hombre adulto. Era el momento de defenderse y seguir adelante, no acobardarse en la sumisión. Él podía hacer esto. Él podía.
Su papá respondió al primer timbre.
Lisandro trató de no inmutarse cuando la mirada dura de su papá chocó con la suya.
—Pa —dijo tranquilamente.
—Quiero creer que el celular se te rompió —dijo Estefano, mirándolo—. Y que en realidad no estás evitándome ni a tu tío.
Lisandro reprimió el impulso de disculparse.
—Estaba ocupado —dijo brevemente.
Un músculo se crispó en la mandíbula de Estefano. Durante un largo momento, no dijo nada.
Cuando finalmente habló, su voz era casi un gruñido.
—Vas a dejar de jugar a la casita con ese kadariano y vas a volver a tu casa ya mismo. Tuve suficiente de esto.
Lisandro frunció los labios y sintió un nudo en el estómago.
—No puedo hacer eso, papá. El representante del Consejo Galáctico va a venir en cualquier momento y…
Estefano lo inmovilizó con una mirada fulminante.
—No te estoy preguntando, Lisandro. Es una orden de tu Rey. Vas a volver a tu casa. Hoy. Y es definitivo.
Lisandro abrió la boca. Quería decir que no. Realmente quiso.
Pero no salió nada. Sentía una opresión en el pecho y parecía imposible pronunciar la palabra "no" mirando la expresión intransigente de su papá.
Aún lo intentó.
—Pa, yo creo que quedarme en Kadar es lo mejor para Pelugia.
—Dije que era definitivo —Estefano se inclinó hacia adelante, su rostro llenando el marco de la cámara—. ¿O estás desafiando a tu Rey?
Lisandro se humedeció los labios con la lengua.
—No señor —se escuchó a sí mismo decir.
Estefano asintió.
—Te espero en casa esta misma noche —Terminó la llamada, dejando a Lisandro mirando su teléfono aturdido.
Luego vinieron episodios de náuseas y autodesprecio, con nubes de depresión.
Tanto por no tener miedo.
Patético .
¿Por qué era tan patético cuando se trataba de su papá? Nunca podría enfrentarse a él, sin importar cuánto estuviera en desacuerdo con él. No importaba que, racionalmente, supiera que su papá era solo un hombre muy imperfecto y obstinado que tenía sus propios caminos. Nunca podría enfrentarse a él cuando importaba.
¿Y ahora qué carajo le iba a decir a Cristian?
Chapter 19: #19
Chapter Text
Cristian acababa de volver a casa del trabajo cuando fue abordado por su mamá.
—Necesito que revises la lista de posibles omegas que me gustarían para tu hermano —dijo Sandra.
Cristian hizo una mueca, recordando la escena que él y Lisandro habían presenciado involuntariamente. Realmente dudaba que su hermano se alegrara de escuchar los planes de su mamá para él.
—Estoy cansado, ma —dijo brevemente, caminando más rápido hacia la habitación de Lisandro. No le había contestado cuando Cristian lo llamó, y después de su conversación esta mañana, Cristian estaba preocupado. Si Lisandro había hablado con su papá y no había salido bien... Necesitaba ver a Lisandro, asegurarse de que estaba bien.
—¡Cristian! —Sandra dijo bruscamente, trotando para alcanzarlo—. No me ignores cuando te hablo.
— Dije que estoy cansado —espetó.
Ella se estremeció y dio un paso atrás, con una expresión de asombro en su rostro.
Le tomó un momento darse cuenta de que había usado su Voz con ella.
Cristian hizo una mueca. Nunca había recurrido a usar su designación contra su mamá y su hermana. Hasta ahora, aparentemente. Solo quería ver a Lisandro. No tenía paciencia para los planes matrimoniales de su mamá para Lionel.
—Perdón, ma —dijo, obligándose a sonar más suave—. Estoy realmente cansado y necesito hablar con Lisandro.
En lugar de parecer pacificada, su mamá parecía más irritada ahora.
—Lisandro —dijo—. No tengo nada en contra de él, pero ¿te diste cuenta de cuánto tiempo pasan juntos cuando estás en casa? ¡Apenas te veo, hijo!
—Él es mi marido —dijo Cristian, su enojo en aumento—. Es obvio que vamos a pasar mucho tiempo juntos.
Los labios de su mamá se fruncieron.
—Pero no es un matrimonio real.
Los ojos de Cristian se entrecerraron. Esta vez, permitió que su olor se espesara y llenara el aire entre ellos a propósito.
—Te aseguro que mi matrimonio es muy real. Quise decir lo que dije cuando hablamos con Lionel: Lisandro es mi marido y espero que lo trates como tal.
El desconcierto cruzó su rostro.
—Pero... pero no son compañeros, Cristian.
Algo caliente y enojado llenó su pecho. Su mano se apretó.
—El hecho de que sea un alfa y no tenga las hormonas necesarias para que tome la marca de apareamiento, no lo hace menos mío. No te equivoques, vieja: es mío . Y no voy a permitir que ninguno de ustedes lo trate como si fuera un extraño. ¿Está claro?
Ella lo miró fijamente por un momento antes de asentir lentamente.
Cristian se alejó a grandes zancadas, con los nervios aún tensos por el encuentro. Parte de él estaba sorprendido y perturbado por la fuerza de su reacción, pero sobre todo estaba enojado.
No son compañeros, Cristian.
Algo en esas palabras le molestaba, le hacía sentir ganas de buscar a Lisandro y poner su marca sobre él.
Lisandro era suyo. Excepto que no lo era , y ese era el problema. Mientras Lisandro no usara su marca permanentemente, el alfa en Cristian nunca estaría satisfecho, sin importar cuán imposible fuera para él recibir el mordisco. Lisandro era un alfa. El mordisco nunca resistiría; lo sabía racionalmente. Pero saber algo racionalmente no era lo mismo que sentirlo. Quería marcar a Lisandro. Quería que Lisandro oliera a él.
Porque era suyo, por el amor de Dios.
Cristian respiró hondo y soltó el aire mientras se detenía frente a la puerta de Lisandro. Tranquilo. Necesitaba calmarse. No era un animal que necesitaba mear sobre su marido para sentirse mejor consigo mismo. Pero en los últimos días, controlar esa parte de él había sido una verdadera lucha. Todas las noches, se acostaba con ganas de ir a la habitación de Lisandro y hacer valer sus derechos conyugales. Después del incidente en el armario, estaba razonablemente seguro de que Lisandro no lo rechazaría.
El problema era, ¿cómo se suponía que dos alfas tenían relaciones sexuales? Incluso si Lisandro también lo deseaba, era un alfa. No querría que se lo cogieran. Lisandro querría metérsela a él . Y aunque Cristian se consideraba a sí mismo una persona de mente abierta, no podía luchar contra sus instintos alfa en esto. No podía obligarse a desempeñar un papel sumiso en la cama. Todos sus instintos se rebelaron ante el mero pensamiento, las náuseas se agitaron en su estómago. No podía romper su propia naturaleza. Pero si no podía hacerlo, tampoco sería justo pedirle eso a Lisandro, sin importar cuánto lo deseara Cristian, sin importar cuánto ansiara meterse en él, estirarlo en su nudo, y llenarlo con su corrida.
Mierda, incluso pensar en ello lo excitaba, y Cristian tuvo que tomar unas cuantas respiraciones para calmarse antes de llamar a la puerta.
Lisandro tardó un poco en abrirla y, cuando lo hizo, fue demasiado obvio por qué. Había una valija en el suelo, casi llena.
El corazón de Cristian comenzó a latir más rápido.
Miró a Lisandro y luego volvió a mirar la valija.
—Decime que no es lo que creo, Lisandro.
Lisandro cruzó los brazos sobre el pecho, sus ojos cayeron por un momento antes de levantarse hacia el rostro de Cristian.
—Perdón, mi papá me ordenó que volviera a casa.
Una risa áspera salió de la garganta de Cristian.
—¿Y dijiste que sí? ¿Qué pasó con esa determinación de vivir tu propia vida?
Lisandro desvió la mirada y tensó la mandíbula.
—No seas injusto, Cristian. No lo conocés. Si lo hicieras, sabrías que es imposible decirle que no.
Cristian miró su perfil.
—No pensé que fueras un cobarde.
Lisandro se estremeció. Miró a Cristian, su olor se espesó con ira.
—Andá a cagar. No sabes de qué mierda estás hablando.
—No —dijo Cristian, tratando de ignorar la voz que gruñía en el fondo de su mente. No te permito dejarme. Me pertenecés, pertenecés a mí lado, en mí cama, debajo de mí. Sos mío. Te voy a encerrar si es necesario.
Apartó esos pensamientos espeluznantes, perturbado por su intensidad. Nunca se había sentido así, ni siquiera con omegas con los que había salido durante mucho tiempo. No se suponía que los alfas modernos se sintieran así. Como miembro del Partido Liberal, Cristian había estado luchando contra la misoginia y puntos de vista alfa obsoletos durante más de una década. Ahora sus propios pensamientos lo asustaban. Se suponía que era mejor que eso. Se suponía.
Bueno, él no dijo nada de eso. Pero esos pensamientos, esos instintos todavía lo influenciaban, ahogando su sentido común y haciendo que sus palabras fueran más cortantes de lo que le hubiera gustado.
—Pero tenés treinta años, boludo. ¿No te parece que no deberías dejar que ese tarado dirija tu vida y elija lo que debes ser?
Lisandro se rió, el sonido fue agudo y áspero como un cristal roto.
—Esto es increíble, sobre todo viniendo de alguien como vos.
Cristian se puso rígido.
—¿Y eso qué mierda significa, eh?
Lisandro se acercó y lo miró ceñudo, algo duro parpadeó en sus ojos.
—Puedo olerlo, ¿sabías? El deseo —Él sonrió. No era su encantadora sonrisa habitual. Había un tono desconocido cuando su mano acarició la corbata en el pecho de Cristian—. Yo sé que me querés, pero a la vez no, ¿tengo razón? No soy lo suficientemente omega para vos —Él rió entre dientes—. Así como no soy lo suficientemente alfa para mi papá. Entonces, realmente, no hay una puta diferencia entre mi viejo y vos: ambos encuentran que tengo faltas, solo de diferentes maneras. No soy suficiente.
—Nunca dije eso, Li —dijo Cristian lacónicamente—. Nunca dije que quería que fueras un omega.
Lisandro se rió de nuevo.
—No es necesario que lo digas, Cristian. Tus acciones, la forma en que la que mantenés la distancia entre los dos a pesar de que casi me meas encima, tus acciones hablan más que cualquier palabra —Inclinó la cabeza hacia un lado, sus ojos brillando—. Estaríamos cogiendo todo el tiempo si yo fuera un omega. Admitímelo.
Cristian quería negarlo. Pero no pudo. Si Lisandro fuera un omega, probablemente estarían cogiendo todo el tiempo. Mierda, no había "probablemente" al respecto: no le quitaría el nudo durante días. Que Lisandro fuera un omega realmente hubiera facilitado las cosas. Pero había una diferencia entre eso y querer activamente que Lisandro fuera un omega; no lo hizo.
Lisandro asintió y sus labios se curvaron en una sonrisa amarga.
—Andate —dijo en voz baja—. Necesito terminar de guardar todo.
—No
—¿Perdón?
—Dije que no —Cristian puso sus manos en las caderas de Lisandro—. No te vas.
Las fosas nasales de Lisandro se ensancharon.
—No me vengas con toda esa mierda que no sos mi jefe.
—No —dijo Cristian, mirándolo a los ojos—. Soy tu marido.
La lengua de Lisandro se movió rápidamente para humedecer sus labios.
—Falso marido.
—¿Falso? Nuestro matrimonio es muy real en ambos países, Lisandro Martínez de Romero.
Lisandro lo miró, algo inseguro en su expresión.
—Sabés a lo que me refiero. Y basta. Ya sé que estás intentando mantener la paz, pero…
—No tiene nada que ver con esa paz de mierda —espetó Cristian, acercándose para que estuvieran cara a cara—. Vos sos mío. Mío. Es tan simple como eso.
Escuchó más que vio a Lisandro tragar. Lisandro bajó la mirada.
—Aunque no soy tu omega.
—¡No quiero que seas un omega! —Cristian gruñó. Agarró la cara de Lisandro, obligándolo a mirarlo a los ojos—. Te quiero. ¿Pero sabés por qué no me estoy emparejando con vos todos los días como quiero? Porque las pajas y las mamadas no son suficientes para mí, Lisandro. Quiero tenerte.
Lisandro se quedó muy quieto.
—No quería asustarte —dijo Cristian—. No quería presionarte para que hicieras algo que los alfas encuentran asqueroso. No sería justo. Por eso no me permitía acostarme con vos. No tiene nada que ver con que no seas un omega o no seas lo suficientemente bueno, te lo prometo. Sos bueno. Sos perfecto para mí —apretó la mandíbula—. Pero cada vez que te toco, las cosas que quiero... ofenderían a cualquier alfa —Mirando a Lisandro a los ojos, dijo en un susurro ronco: —Quiero cogerte. Quiero meter mi pija en ese culo, anudarlo y llenarlo hasta que no pueda parar de gotear mi semen.
Lisandro lo miró fijamente. Solo lo miró, sus ojos abiertos y muy bonitos, sus mejillas de un hermoso tono rosa. Tragó, los músculos de su garganta moviéndose. Su olor se disparó, pero no parecía que quisiera golpear a Cristian y no olía asqueado. Olía... olía excitado.
El corazón de Cristian empezó a latir con fuerza.
—¿Me dejarías? —Se escuchó decir. Su voz parecía venir de lejos.
Lisandro se humedeció los labios. Su agarre en la corbata de Cristian se apretó, tiró de él hacia la cama y lo empujó sobre ella.
Cuando la espalda de Cristian golpeó el colchón, miró a Lisandro, su pene presionando contra el cierre de su pantalón. Carajo, no sabía por qué la fuerza de Lisandro lo estaba excitando, pero lo hizo. Cada vello de su cuerpo se erizaba y podía sentir el pulso latiendo en su pene mientras veía a su esposo, su marido alfa, desvestirse para él.
Finalmente, Lisandro estaba desnudo.
Era hermoso, todo músculo y poder y piel, pero también había gracia en su paso mientras merodeaba y se sentaba a horcajadas sobre los muslos vestidos de Cristian.
Mirándolo con ojos vidriosos, Lisandro tiró de la camisa de Cristian para abrirla y los botones volaron por todas partes. Luego se inclinó y murmuró contra el oído de Cristian:
—¿Querías cogerme, lindo? ¿Por qué no demostrás primero que sos digno de hacerlo?
Los bordes de su visión se enrojecieron, un gruñido salió de su garganta. Cristian les dio la vuelta, cambiando de posición. Excepto que Lisandro no se sometió fácilmente. Lucharon y forcejearon, y se necesitó toda la fuerza de Cristian para finalmente sujetarlo al colchón.
Respirando con dificultad, se miraron el uno al otro, ambos enrojecidos y emocionados. Cristian nunca había estado más duro en su vida. Su cuerpo quería . Prácticamente podía sentir la sangre palpitando en su miembro.
Sus ojos se encontraron.
Y luego se estaban besando.
Cristian gimió, saqueando la boca de Lisandro con su lengua y ni siquiera le importó cuando sus dientes chocaron, incapaz de besarlo lo suficientemente profundo o lo suficientemente fuerte. Lisandro se adelantó, enterrando su mano en el cabello de Cristian y devolviéndole el beso con la misma avidez. No besó como lo hizo un omega; no había nada tímido o sumiso en ello. La boca de Lisandro era tan agresiva y codiciosa como la suya, y para sorpresa de Cristian, no era nada desagradable. Pero activó sus instintos alfa, el aire entre ellos se espesó con sus feromonas.
Lisandro gimió y le desnudó la garganta. Cristian se aferró a él, chupando con fuerza y formando un chupón en el cuello de Lisandro. Suyo. SuyoSuyoSuyo.
Pasó sus labios entreabiertos por el cuello de Lisandro y volvió a besar su bonita boca, metiendo la lengua tan profundamente en su garganta que se sintió avergonzado por su propio entusiasmo. Nunca se había sentido tan fuera de control. Nunca sintió que quisiera meterse en el cuerpo de otra persona tanto como para sentir una necesidad en lugar de un deseo. Los sonidos que estaba haciendo Lisandro iban directamente hacia abajo, y Cristian se encontró temblando de deseo. Quería poseer, tomar, reclamar. Ya.
—Quiero tenerte —dijo con fuerza, mirando al alfa debajo de él. La re puta madre, era hermoso—. Quiero tomarte.
Las pupilas de Lisandro estaban tan dilatadas que sus ojos parecían negros.
—Hacelo, lindo —susurró, mirando a Cristian a los ojos y abriendo las piernas.
Hubo un rugido en sus oídos, y después de eso, todo fue algo borroso. Más tarde, Cristian honestamente no recordaría mucho de lo que había sucedido. Vagamente recordaría haberse desnudado. Vagamente recordaría haber tomado lubricante de alguna parte y haber preparado a Lisandro apresuradamente. Recordaría que los ojos de Lisandro se pusieron vidriosos de placer mientras metía los dedos en él. Recordaría haber olido a Lisandro como loco, necesitando hacerlo suyo.
Pero todo se enfocó cuando finalmente se empujó dentro de Lisandro. Gruñó, un sonido animal bajo, temblando con todo su cuerpo mientras tocaba fondo. Ah, finalmente. Después de meses de tensión y frustración, finalmente tenía a Lisandro donde lo quería: debajo de él, estirado sobre su miembro.
—¿Todo bien? —Gruñó, manteniéndose quieto solo por pura fuerza de voluntad. Lisandro se sentía tan apretado a su alrededor, tan perfecto, y Cristian quería, necesitaba , cogerlo.
Lisandro lo miró, con las piernas abiertas para acomodar las caderas de Cristian entre ellas.
—Movete —gruñó, sus labios hinchados por sus besos, su cara enrojecida y los ojos vidriosos de lujuria—. Dale, Cristian.
Y así lo hizo.
No hubo delicadeza al respecto, solo su pene bombeando en un agujero a un ritmo rápido, su cuerpo caliente con un deseo primitivo de derramar su semilla en el otro alfa y marcarlo desde adentro. Afortunadamente, a Lisandro no pareció importarle. Estaba gimiendo debajo de él, moviéndose con él, tomándolo maravillosamente. Se sentía tan bien coger con alguien tan fuerte como él. No tenía que preocuparse por su fuerza, no tenía que mantener su peso fuera de Lisandro, y podía simplemente perderse en la sensación y tomar, tomar, tomar.
No estaban callados. Eran demasiado ruidosos, considerando el hecho de que había alfas Xeus con sentidos intensificados en la casa, pero a Cristian no le importaba un carajo. Que escuchen , pensó con primitiva satisfacción. Este era su marido muriendo por su pija. Su compañero. Suyo.
Durante interminables minutos, eso fue todo: Cristian golpeó en él, duro e implacable, gruñendo por el esfuerzo, y Lisandro gimiendo descaradamente mientras se aferraba, su pene atrapado entre ellos.
En poco tiempo, lo estaba perdiendo, golpeando su miembro dentro de Lisandro a un ritmo feroz, su rostro enterrado en su garganta.
—Mío —murmuró delirante, sus manos agarrando fuerte el culo suave de su marido—. Decime que sos mío. Decilo, Lisandro.
Las uñas de Lisandro arañaron la espalda de Cristian.
—No —gruñó, apretando los puños a su alrededor—. Vos sos mío.
Gruñendo, Cristian hundió sus dientes en el cuello de Lisandro, necesitando marcarlo, poseerlo, hacerlo suyo. Envolvió su mano alrededor de la pija llorosa de Lisandro y la acarició al mismo tiempo que sus embestidas hasta que Lisandro sollozó de placer y se vino en su mano con un fuerte grito, su nudo creciendo en el puño de Cristian.
Fue la cosa más caliente que jamás había visto.
Agarrando las caderas de Lisandro con fuerza, Cristian siguió cogiendoselo rápido y duro, persiguiendo su propio orgasmo.
Cuando se corrió, su cuerpo ardió, el calor y el placer lo recorrieron. Su visión se volvió blanca, su cuerpo se estremeció violentamente, su espalda se arqueó mientras derramaba su liberación profundamente en su esposo. Se detuvo de anudarlo solo por pura fuerza de voluntad y se derrumbó sobre Lisandro, jadeando como si hubiera corrido un maratón. Sus caderas seguían empujando, su cerebro estaba convencido de que podía profundizar, que podía poner una parte de sí mismo dentro de Lisandro y quedarse ahí para siempre.
Le tomó mucho tiempo recuperar algo parecido al pensamiento racional. Cuando lo hizo, se encontró de espaldas, con el brazo y la pierna de Lisandro sobre él, con la cara presionada contra el hombro de Cristian. Lisandro estaba acariciando su piel, sus dedos trazando patrones perezosos en el pecho de Cristian.
—Creo que te desmayaste por un momento —dijo Lisandro, sonando bastante complacido—. Soy tan bueno.
Cristian se rió y, levantando la cara, lo besó.
—Sí —dijo, pasando sus dedos por el cabello húmedo en la nuca de Lisandro.
Lisandro le dedicó una sonrisa que Cristian solo podía llamar soñadora. Era tan suave y placentera que hizo que algo en el pecho de Cristian se tensara. Acarició la mejilla sonrojada de Lisandro con el pulgar, sintiéndose tan malditamente enamorado que no supo cómo lidiar con eso.
Entonces lo besó de nuevo. Y otra vez. De alguna manera, no fue suficiente. Curiosamente, todavía sentía hambre a pesar de experimentar el mejor orgasmo de su vida. Pero este hambre no era lujuria. Tenía un sabor diferente.
No supo cuánto tiempo se besaron, con los labios pegados el uno al otro. Podrían haber sido horas, por lo que sabía.
Después de que los besos se agotaron y la emoción salvaje se calmó un poco, se quedaron un rato sin hablar.
—No te vas —dijo Cristian por fin.
Lisandro lo miró parpadeando, todavía luciendo halagadoramente aturdido.
—No vas a volver a Pelugia, ¿cierto? —Dijo Cristian.
Lisandro se limitó a mirarlo durante un largo momento antes de negar con la cabeza.
Cristian exhaló. Está bien. Esa fue la parte importante. Sabía que todavía necesitaban hablar sobre su relación, pero eso podía esperar.
—Te vas a quedar toda la noche —dijo Lisandro, apretando el brazo alrededor de Cristian.
Cristian resopló y lo besó en la frente.
—Sí, general.
Lisandro le sonrió y movió las cejas.
—Hmm, no me opondría a que me llames así.
—Veremos —dijo Cristian con una sonrisa—. Vamos a dormir que mañana va a ser un día bastante largo.
—¿Por?
—El representante del Consejo Galáctico llega en dos días. Voy a tener que trabajar hasta tarde en la oficina —Él suspiró—. Las elecciones para el puesto de Lord Canciller no van bien. Ninguno de los candidatos obtuvo suficientes votos en ambos países. Esperaba que tuviéramos más tiempo, pero…
—¿Existe la posibilidad de que no haya ningún Lord Canciller elegido para cuando el representante del Consejo Galáctico esté acá?
—Eso parece —dijo Cristian—. Esperemos que Lord Marcos sea más comprensivo de lo que parece.
Lisandro exhaló un suspiro y murmuró:
—Realmente no me gusta que lleves una carga que ni siquiera es tuya. ¿Tapia está yendo a trabajar o no sirve para un carajo?
Cristian enterró su rostro en el cabello de Lisandro.
—No es tan así. Estoy empezando a pensar que el Chiqui no está tan comprometido con la paz. Solo quiere lucirse y ganar las próximas elecciones. Todo lo demás es un medio para ese fin.
Lisandro tarareó y lo besó en el cuello.
—Entonces vamos a dormir. No quiero que te sientas cansado mañana si vas a trabajar hasta tarde.
El pecho de Cristian se tensó repentinamente de afecto. Nunca antes había tenido esto: una pareja que se preocupara por su bienestar, alguien con quien pudiera compartir sus problemas y pensamientos.
Alguien solo suyo.
Cristian rodeó a su marido con el brazo y cerró los ojos. No podía recordar la última vez que sintió este contenido.
—Buenas noches, mi amor —dijo. El cariño se le escapó como si hubiera llamado a Lisandro así muchas veces antes.
La respiración de Lisandro se aceleró un poco, su brazo en la cintura de Cristian se apretó contra su carne antes de relajarse.
—Buenas noches, Cris —murmuró, retorciéndose aún más cerca de él.
Cristian seguía sonriendo levemente mientras se quedaba dormido.
Chapter 20: #20
Chapter Text
El primer ministro Tapia estaba organizando una gran recepción en honor a la llegada de Lord Marc'ngh'os, y se esperaba que asistieran las figuras políticas más destacadas de Kadar y Pelugia.
Lisandro había estado temiendo el evento. No hubo forma de evitar a su papá o al tío Félix en esa reunión. Todos los que fueran alguien estarían ahí, y sus familiares no se lo perderían, especialmente porque también estuvieron involucrados en la elección del nuevo Lord Canciller que iba a representar a su planeta en la Cámara Galáctica de los Lores.
Lisandro sabía que los candidatos para el puesto se habían reducido a un omega kadariano masculino y una beta pelugiana femenina, sin que ningún país estuviera dispuesto a apoyar al candidato del otro país. Todavía estaban en un punto muerto, y Lisandro solo podía esperar que Lord Marc'ngh'os estuviera dispuesto a ayudarlos a elegir en lugar de enojarse con ellos porque aún no habían logrado resolver sus diferencias.
La recepción, el baile, en realidad, se llevó a cabo en la Casa Opal.
Lisandro llegó con Enzo, a quien el rey le había ordenado quedarse para el evento en lugar de regresar a Pelugia como había planeado. Lisandro sabía que Enzo en realidad no quería asistir a la recepción, pero tenía tantas opciones en el asunto como Lisandro: como prominente noble pelugiano, Enzo tenía que acompañar al rey a tales reuniones políticas, sin importar cuánto pudiera odiarlas. Lisandro estaba egoístamente contento de que su primo estuviera con él; odiaría llegar solo y que todos lo miraran. El rostro estúpidamente hermoso de Enzo era lo que más le gustaba de Lisandro: cuando estaba con Enzo, nunca era el principal objeto de las miradas de la gente.
—No pongas esa cara de boludo y sonreí —murmuró Enzo—. Nos están sacando fotos.
Haciendo una mueca interiormente, Lisandro siguió su consejo y puso una sonrisa neutra mientras sus ojos buscaban a su marido entre la multitud. No podía ver a Cristian por ningún lado, pero vio a Lord Marc'ngh'os hablando con Tapia. Lisandro miró a su alrededor con el ceño fruncido. Cristian se había ido por la mañana y ya debería estar acá. Había sido parte de la reunión con Lord Marc'ngh'os, y la reunión claramente había terminado.
Lisandro se preguntó qué tan exitoso fue. ¿Habían logrado elegir al Lord Canciller? ¿O la reunión había sido un desastre?
También se esforzaba por no pensar en el hecho de que su papá había estado en la misma habitación que Cristian durante horas. ¿Habían hablado? ¿Había Cristian...?
—Lisandro, por el amor de Dios —dijo Enzo—. Nunca te había visto tan necesitado. Dejá de pensar en él por un segundo y divertite un poco. Esto se está pinchando.
Lisandro lo miró con el ceño fruncido, su rostro cálido.
—Cerrá el orto y andate, dale.
—Esa no es forma de hablarle a tu primo favorito.
Lisandro se rió.
—¿Mi único primo?
—Faa, que mala onda estamos —dijo Enzo, sus dientes blancos centelleando—. Bueno. Me voy a buscar a alguien lindo y que tenga ganas de un rapidito. Ya pasaron como 300 años desde que me cogí a alguien.
—¿Seguro? Según yo pasaron uno o dos días como mucho.
Enzo se rió entre dientes y se alejó.
Abandonado a sus propios pensamientos, Lisandro deambulaba por el salón de baile, escuchando las conversaciones de la gente con medio oído. Parecía que el señor Marc'ngh'os no estaba contento. Aparentemente, se había negado a elegir al Lord Canciller de su planeta, afirmando que el candidato para el puesto debía ser elegido mediante elecciones. Parecía que todavía estaban atascados.
Lisandro estaba tan perdido en sus pensamientos que casi saltó cuando su papá se materializó frente a él.
Tragó cuando sus ojos se encontraron.
Los labios de Estefano se curvaron en algo feo. Llamarlo una mueca habría sido demasiado amable.
—Lisandro —dijo, su tono neutral contradecía la mirada fulminante en sus ojos.
Lisandro se inclinó levemente.
—Señor.
Hubo un tenso silencio.
Las fosas nasales de Estefano se ensancharon y Lisandro de repente se dio cuenta de lo mucho que olía a Cristian. Apenas lo notó en estos días, pero para alguien a quien no había visto en un tiempo, el cambio en su olor debió ser deslumbrantemente obvio.
Especialmente después de anoche. Y la noche anterior.
Su piel se calentó al pensarlo. El olor de Cristian realmente se adhería a él de una manera que nunca antes lo había hecho, y la verdad sea dicha, Lisandro no se había esforzado mucho en borrarlo cuando se duchó esa mañana. Le gustaba oler a su marido. Gustar podría sonar muy superficial. Le encantaba que nadie confundiera su matrimonio con un matrimonio en el papel una vez que olían su esencia.
—Parece como si fueras su puta —dijo Estefano.
Lisandro miró a su alrededor, fingiendo estar interesado en los otros invitados.
—No había necesidad de usar ese lenguaje, papá, pero gracias.
—Qué vergüenza —siseó Estefano—. Nunca pensé que vería el día en que mi hijo se convertiría en una puta de Kadarian.
Los dedos de Lisandro se cerraron en puños y se los metió en los bolsillos. Él sonrió.
—Me encanta poder sorprenderte todavía. Odiaría ser tan predecible.
—Tu hermano nunca habría…
—Te encontré —dijo una voz familiar desde atrás mientras Cristian le ponía la mano en el brazo.
Toda la tensión desapareció de él. Lisandro volvió la cabeza y sonrió, esta vez con sinceridad. Los ojos oscuros de Cristian se cruzaron con los suyos y el calor se extendió por el cuerpo de Lisandro. Dios, quería besarlo.
Como si leyera sus pensamientos, Cristian se inclinó y le rozó la boca. Un escalofrío de placer recorrió la espalda de Lisandro. Apenas se contuvo de profundizar el beso con necesidad. Estaban en público. Su viejo estaba a solo unos pasos de ellos. Podría estar enojado con su papá, pero no quería que tuviera un derrame cerebral.
Y, sin embargo, no pudo evitar un ruido de decepción cuando Cristian se apartó un poco.
Cristian lo miró fijamente por un momento, su mirada fija e intensa, antes de finalmente mirar a Estefano.
—Majestad. Debe estar feliz de poder ver a su hijo —Su voz podría ser más fría que el hielo; carecía por completo de la calidez que tenía hace un momento.
Una oleada de vergüenza se apoderó de él. Cristian debió haber escuchado las palabras de su papá.
—Ciertamente —dijo Estefano rotundamente.
—Si nos disculpa, necesito hablar con mi esposo —dijo Cristian, y sin esperar una respuesta, se llevó a Lisandro.
—Tu sincronización fue perfecta, Cristian —dijo Lisandro tan pronto como estuvieron fuera del alcance del oído de su papá.
—Se estaba portando como un imbécil con vos, pero bueno, se portó como un imbécil durante todo el día, así que no me sorprende —Cristian hizo una mueca.
—¿Tan mal te fue? —Lisandro dijo con simpatía, tocándole la muñeca.
Cristian se rió entre dientes sin mucha alegría.
—Tuve que mediar entre tu papá y Tapia todo el día, tratando de mantener la paz que ninguno de los dos parece interesado en mantener. No me pagan por esto.
Lisandro frunció el ceño y llevó a Cristian al hueco detrás de la gran planta por la que pasaban.
—Ey —dijo, tocando la mejilla bien afeitada de Cristian—. ¿Estás cansado? Podemos irnos.
Suspirando, Cristian enterró su rostro contra la garganta de Lisandro.
—Estoy cansado, pero no puedo irme. No confío en que Tapia no arruine todo accidentalmente a propósito. Yo solo... — Respiró profundamente—. Solo necesito un momento para recargar, y luego vuelvo a ser un mediador.
La sensación de opresión en el pecho de Lisandro causada por las palabras de su papá se disipó por completo, el calor inundó sus entrañas. Sonrió y pasó los dedos por el pelo de la nuca de Cristian.
—¿Estás diciendo que mi asqueroso olor de alfa es realmente agradable? —Dijo bromeando.
Cristian bufó, acariciando su glándula de olor.
—Debe haber crecido en mí. Como un hongo.
Lisandro se rió.
—Aww, viste que sos un tierno cuando te lo proponés.
Las manos de Cristian se deslizaron por su espalda y lo empujaron contra él.
—Tu olor es reconfortante —dijo en voz baja, su boca mordiendo su cuello—. Vos sos reconfortante. Me encanta tenerte cerca. Me haces sentir bien. Ligero por dentro —Sus labios subieron por el cuello de Lisandro—. Como si pudiera lograr cualquier cosa que quiera. Solo podía pensar en vos cuando estaba atrapado en la habitación con tu papá y Tapia.
Temblando, Lisandro hizo un pequeño ruido cuando sus bocas finalmente se unieron. Nunca se había sentido así: como querer salir arrastrándose de su piel y querer tener a Cristian dentro. Chupó la lengua de Cristian, acercándolo más, necesitándolo…
Había un flash de cámara, pero no le importaba. Este era su esposo, suyo , y Lisandro tenía todo el derecho de besarlo y tocarlo y…
—Mi amor, tenemos que parar mientras podamos —dijo Cristian con voz ronca, rompiendo el beso y juntando sus frentes.
El corazón de Lisandro se derritió en un charco de sustancia viscosa. Besó a Cristian de nuevo. Solo uno breve. Excepto que el beso corto se convirtió en uno muy largo, sus bocas se aferraron una a la otra, negándose a separarse. Nunca había imaginado que besar pudiera ser tan adictivo. Que pudiera sentirse tan bien.
—Odio interrumpir este amoroso encuentro, pero Lord Marcos te está buscando, Cristian.
Gimiendo, Lisandro rompió el beso y miró a su primo.
Enzo estaba sonriendo, luciendo guapo y divertido. Pelotudo.
Cristian exhaló un suspiro, rozó su boca contra la de Lisandro una vez más y luego se alejó, murmurando entre dientes:
—La concha de la lora, yo no soy el primer ministro.
Enzo movió las cejas.
—¿En serio se estaban besando atrás de una planta? ¿Cuántos años tenés, quince?
Apartando los ojos de la espalda de Cristian en retirada, Lisandro suspiró.
—Callate. Ya sé que estoy haciendo el ridículo, pero es que... —Se encogió de hombros con impotencia. Lo deseo tanto. Tanto.
Enzo pasó un brazo por los hombros de Lisandro y dijo:
—Vamos a tomar algo.
Como convocado por sus palabras, un mesero se materializó frente a ellos y les ofreció bebidas.
Lisandro agradeció al muchacho y tomó un sorbo de su vino, queriendo prolongarlo para poder parecer ocupado e ignorar las miradas de curiosidad. Él y Cristian no debían estar tan bien escondidos detrás de la planta como había pensado.
—Entonces... —dijo Enzo, tomando un sorbo de su propia bebida—. Dejaste que te cogiera, ¿no? Tenés una baranda impresionante, Lisandro. Mucho más que antes.
Lisandro se pasó una mano por el rostro cálido y no dijo nada. Aunque no se arrepintió de nada, todavía era difícil admitir ante un compañero alfa que había disfrutado de ser jodido por otro alfa.
—No es asunto tuyo lo que haga con mi esposo, Enzi —dijo, sus ojos volvieron involuntariamente a Cristian al otro lado del salón de baile. Estaba hablando con Lord Marc'ngh'os, ambos fruncieron el ceño mientras discutían algo.
—¡Justo el hombre que estaba buscando!
La voz vagamente familiar hizo que Lisandro se volviera.
Se encontró mirando al primer ministro Tapia, que le sonreía afablemente.
—Príncipe Lisandro —dijo, estirando su mano para un apretón de manos—. ¡No te había visto desde tu boda! Quería ofrecerte mis felicitaciones nuevamente, especialmente ahora que tu matrimonio está prosperando.
Lisandro le entregó su bebida a Enzo y le estrechó la mano.
—Gracias, Excelencia —Le dedicó una sonrisa genuina. A diferencia de su marido, en realidad no le desagradaba el primer ministro. No pudo evitar sentirse agradecido de que Tapia hubiera elegido a Cristian para él y no a otra persona. La mera idea de estar casado con otra persona era…
—¿Este es ese primo tuyo? —Dijo Tapia, mirando a Enzo. Su tono fue despectivo y no le ofreció la mano.
Lisandro sintió una punzada de irritación. Siempre había odiado el prejuicio contra los alfas como Enzo, pero un desprecio tan descarado era extraordinariamente grosero, sobre todo teniendo en cuenta que Enzo formaba parte de la familia real pelugiana. Parecía cierto el rumor de que Tapia despreciaba a los alfas Xeus.
Sus labios se torcieron en una sonrisa sardónica, Enzo saludó a Tapia con la bebida de Lisandro y se la tragó.
Los labios de Tapia se fruncieron, su aroma se disparó. Apartó la mirada de Enzo y centró su atención en Lisandro. Él sonrió de nuevo, una gota de sudor rodando por su frente.
—Bueno, contame, ¿cómo te estás instalando en tu nueva casa?
Lisandro vaciló, la pregunta lo hizo sentir incómodo. El primer ministro estaba haciendo sonar como si se hubiera mudado de Pelugia a Kadar de forma permanente.
—Sigo siendo un pelugiano —dijo con cuidado—. No tengo intención de abandonar mi país, pero me gusta estar acá. Cristian y su familia estuvieron portándose excelente conmigo desde que llegué.
Tapia le dirigió una mirada larga y penetrante.
—Lo hicieron, ¿no? —dijo, acercándose a Lisandro. Le puso la mano en el brazo y lo alejó de Enzo. ¿Era esto la imaginación de Lisandro o el olor de Tapia se había vuelto más fuerte? Resopló, confundido por qué el otro alfa estaba repentinamente en todo su espacio personal. Tapia debería haberlo sabido mejor que eso. Cualquier alfa se sentiría nervioso con un alfa desconocido en su espacio personal, y Lisandro no fue la excepción.
—Lisandro —dijo Enzo detrás de él.
Su voz sonaba extraña, ronca y tensa, y Lisandro se volvió hacia él y frunció el ceño. Enzo respiraba de forma extraña, sus ojos desenfocados.
—Algo está mal —gruñó Enzo antes de que un estremecimiento visible lo recorriera. Un gruñido salió de su garganta mientras sus ojos brillaban. Su vello facial se espesó, convirtiéndose en un pelaje oscuro, y al momento siguiente, sus garras se salieron de sus dedos, largas y afiladas, otro gruñido animal abandonó su pecho mientras sus hermosos rasgos se volvían monstruosos.
La multitud que los rodeaba empezó a gritar.
Con el corazón latiendo con fuerza, Lisandro tragó.
—¿Enzi? —Murmuró, completamente confundido. Esto debería haber sido imposible. Se suponía que Enzo no sería capaz de convertirse en su forma bestial fuera de su celo. Xeus no estaba ni cerca de su fase de luna llena.
No hubo reconocimiento en los ojos brillantes de Enzo. Miró a Lisandro y Tapia con hostilidad. Como un depredador a su presa.
—Mierda —murmuró Tapia entre dientes, pálido y con los ojos muy abiertos. Encendió su auricular—. Seguridad, tenemos un Xeus salvaje.
Enzo se abalanzó sobre él, sus garras apuntaban a la garganta de Tapia, y solo los reflejos afilados de guerra de Lisandro lo salvaron. Agarró a Tapia y los hizo rodar a ambos fuera de peligro, sabiendo que nada los salvaría si Enzo decidía atacar de nuevo. Lisandro podría haber sido un veterano de guerra y un alfa, pero un Xeus completamente cambiado en su mejor momento era al menos cinco veces más fuerte que un alfa no cambiante.
Afortunadamente, la aparición de los guardias de seguridad distrajo a Enzo. “Distrajo” fue la palabra clave. Un guardia tras otro fue víctima de la fuerza bruta y las garras de Enzo. La gente gritaba, los guardias de seguridad gritaban, trataban de coordinar sus acciones y los paparazzi tomaban fotografías de la terrible experiencia. Fue un caos.
—¡Matalo, imbécil! —Tapia gritó al último oficial de seguridad que estaba de pie. Tenía la cara roja, apestaba a miedo y odio mientras se agarraba la herida del hombro; después de todo, Enzo debía haberlo rozado—. ¡Usa el arma!
—No está siendo él mismo —espetó Lisandro—. ¡Nadie tiene que matarlo!
El oficial de seguridad miró de Tapia a Lisandro, su expresión perdida. Ese momento de distracción fue suficiente para que Enzo lo arrojara contra la pared. El tipo la golpeó con un ruido sordo y repugnante, y Lisandro hizo una mueca, esperando que la herida no pusiera en peligro su vida.
Enzo se volvió hacia él, gruñendo, y Lisandro dio un cauteloso paso hacia adelante. Fuera lo que fuera lo que le pasaba a Enzo, tenía que intentar localizarlo. Era lo más parecido a la familia que tenía Enzo. Quizás Enzo no se había ido. Quizás una parte de él lo reconocería.
—Enzo, soy yo —dijo con su voz más tranquila y suave.
Enzo lo miró fijamente, sus fosas nasales dilatadas.
Por un momento, Lisandro se atrevió a esperar que funcionara. Por eso se retrasó medio segundo en reaccionar cuando Enzo se abalanzó sobre él.
Pero fue empujado fuera de peligro, el olor familiar de Cristian golpeó sus fosas nasales cuando Cristian las hizo rodar hacia un lado.
—No te metas —siseó Cristian, pasando sus manos por el cuerpo de Lisandro, buscando heridas—. ¿Estás bien?
Lisandro miró por encima del hombro, temiendo que Enzo atacara a Cristian por la espalda, pero Enzo estaba demasiado ocupado defendiéndose de las fuerzas especiales de élite que acababan de llegar. Cuando vio a Lionel, el hermano de su marido, entre ellos, Lisandro exhaló. Si alguien podía manejar a un Xeus salvaje, eran otros alfas Xeus. Por supuesto, Lionel y sus compañeros oficiales Xeus tenían la desventaja de no estar completamente cambiados, pero eran duros y tenían garras. Enzo podría ser más fuerte que ellos individualmente, pero seis alfas Xeus parcialmente cambiados finalmente lograron obligarlo a someterse y le pusieron esposas reforzadas.
Lisandro se apoyó contra Cristian y el alivio hizo que sus rodillas se debilitaran. Los brazos de Cristian se levantaron para envolverlo, y durante un dulce y feliz momento, todo estaba bien en el mundo, antes de que una voz enfurecida le enfriara la sangre.
—¡Los pelugianos son los que tienen que asumir la responsabilidad de este desastre!
—Por el amor de Dios —murmuró Cristian, soltando a Lisandro y volviéndose hacia Tapia. Levantó la voz—. Su Excelencia, no nos apuremos. Claramente, algo anda mal con el duque de Westcliff, y no fue intencional…
—¿No intencional? —Tapia gruñó, señalando su traje rasgado—. ¡No me importa! ¡Esta… esta bestia casi me mata!
Enzo gruñó con las esposas, sus ojos brillantes fijos en Tapia con tristeza.
—¿Ves? —Dijo Tapia, su voz cada vez más fuerte a medida que las personas que habían salido corriendo del salón de baile comenzaron a regresar—. Permití que esto entrara en mi casa, lo toleré por el bien de la paz, ¡y casi me matan por eso!
—No voy a permitir que difames a mi familia y mi reino — interrumpió el rey Estefano, empujándose al frente de la multitud y mirando a Tapia—. En todo caso, sos vos el que tiene que asumir la responsabilidad, Tapia. Vine acá de buena fe, pensando que mi familia y yo estaríamos bien. ¡En cambio, mi sobrino fue envenenado en tu casa!
—Cómo sos capaz de-
—Basta.
Tapia y Estefano se quedaron en silencio cuando Lord Marcos dio un paso adelante.
La multitud se calmó un poco. Lisandro entendió por qué. Este extranjero puede no tener una designación biológica como la que tenían ellos, pero había pocas dudas de que hubiera sido un alfa si hubiera sido un Eilan. Estaba en la forma en que se comportaba: seguro de sí mismo y altivo, como esperaba que todos hicieran lo que él decía.
—Su señoría... —intentó Tapia, pero se calló ante la mirada plana del extranjero.
—No tengo tiempo para tus peleitas de pendejo —dijo Lord Marcos, sus extraños ojos verdes finalmente se detuvieron en Enzo, que todavía gruñía bajo el peso de tres alfas Xeus prácticamente sentados sobre él — Tengo entendido que esto no es normal.
—No —respondió Cristian antes de que Tapia o Estefano pudieran hacerlo—. Aunque los alfas Xeus son conocidos por su agresividad, no deberían poder convertirse en esta forma fuera de su ciclo lunar.
Lord Marcos miró fijamente a Enzo por un momento y dijo:
—No puedo sentir ningún pensamiento racional en él. Su mente es la de un animal salvaje.
Cierto. Lord Marcos era un telépata.
Un murmullo inquietante se extendió por la multitud.
El extranjero pareció pensativo.
—Llamá al médico. Hacé que lo examinen y que nos digan lo que está mal.
Tapia frunció el ceño.
—¡La bestia no merece atención médica! ¡Lastimó a docenas de mis guardias de seguridad! Debería dejarse…
—Pedí por un médico —repitió Lord Marcos.
Cristian se tocó el auricular.
—Los médicos ya están en camino.
—No es necesario —escupió Estefano—. Yo mismo puedo decirle qué le pasa a mi sobrino. Claramente lo envenenaron. Reconozco la droga: solo hay una cosa que puede convertir a un hombre en una bestia. Se llama kerosvarin. Fue prohibido en Pelugia hace cientos de años, pero sus síntomas son obvios e inconfundibles.
Lisandro frunció el ceño. Reconoció el nombre de la droga, pero…
—¿Estás hablando de la droga que cambia el código genético de uno? —Dijo Cristian.
Estefano hizo una mueca.
—Sí. Es una de las drogas médicas más invasivas que jamás haya existido. Básicamente amplifica de una designación de rasgos y alfas a convertirse en poco más que bestias. No tiene cura. ¡Mi sobrino fue envenenado por los kadarianos en esta misma casa! —Miró a Lord Marcos—. ¡Exijo justicia!
Otro murmullo atravesó la multitud reunida, el malestar de la gente era obvio.
Lisandro ciertamente compartió el sentimiento. Envenenado. Por mucho que odiara estar de acuerdo con su papá, sus palabras tenían sentido. Un alfa Xeus nunca podría cambiar a su forma bestial fuera de su rutina a menos que hubiera algún juego sucio involucrado.
—¡Dejá de hablar al pedo! —Tapia dijo con una risa áspera—. Nosotros nunca…
—¿El duque comió o tomó algo desde que llegaron? —Dijo Lord Marcos, ignorando a Tapia una vez más.
Lisandro se aclaró la garganta.
—Sí. Estuvo tomando unas copas de vino. Un mozo nos ofreció bebidas —Miró a su alrededor, pero por supuesto era imposible encontrar sus vasos entre los restos de vasos rotos en el suelo—. Lastimosamente, no me acuerdo su cara.
Cristian se tocó la muñeca y frunció el ceño. ¿Estás bien? Dijo su mirada.
Estoy bien , le dijo Lisandro antes de volver su atención al funcionario del Consejo Galáctico. Parecía pensativo.
—Reúna a todos los meseros masculinos —dijo Lord Marcos, el tono de su voz no toleraba discusión.
Tapia apretó la mandíbula con terquedad.
—Con el debido respeto, señoría, pero no da órdenes acá. No voy a permitir que se sospeche de mi personal por el bien de ese animal.
Lisandro apretó los puños.
Cristian exhaló un suspiro y levantó la voz, dirigiéndose al mayordomo de la Casa Opal.
—Juan, reunime a todos los meseros que sean hombres.
El mayordomo tragó, mirando de Tapia a Cristian y viceversa. Lisandro sintió una punzada de simpatía por él. Estar atrapado entre la espada y la pared nunca fue fácil. Tapia era su jefe ahora, pero era muy probable que Cristian ganara las próximas elecciones.
Después de un momento de vacilación, el mayordomo asintió y comenzó a hablar por su auricular.
—Tampoco das las órdenes acá, senador —siseó Tapia, con el rostro rojo por la ira y la humillación mientras miraba a Cristian—. Sigo siendo el primer ministro.
—Lo sos —dijo Cristian con calma—. Pero el personal de la Casa Opal sirve al Estado ante todo. Con el debido respeto, Su Excelencia, pero ponerse en el lugar de la víctima e intentar ensuciar al representante del Consejo Galáctico no sirve a los mejores intereses de Kadar.
Tapia abrió la boca y luego la cerró, todavía viéndose más allá de enojado cuando el mayordomo reunió a todos los camareros masculinos.
—Realmente no me acuerdo de como era —dijo Lisandro, mirando a las pocas docenas de hombres que estaban junto al mayordomo.
—No importa —dijo Lord Marcos, caminando entre la fila de hombres—. Lo voy a reconocer igual. El patrón de pensamiento de una persona culpable es bastante obvio.
Lisandro se estremeció, más que un poco desconcertado. Parecía que los camareros compartían su malestar, sus rostros palidecían mientras el telépata pasaba lentamente junto a ellos.
Por fin, el extranjero se detuvo frente a uno de los camareros y lo estudió.
Con la garganta moviéndose, el camarero bajó la mirada.
—Por favor, yo sólo... hice lo que me ordenaron —dijo temblorosamente—. ¡No... no te metas en mi cabeza! Se lo voy a contar todo.
Lisandro contuvo el aliento. Hasta ahora, había estado esperando contra toda esperanza que su papá estuviera equivocado y que todo fuera algún tipo de malentendido. Mucho para eso.
—Hablá —dijo Lord Marcos, su voz fría como el hielo.
—No sabía que iba a terminar todo así —dijo rápidamente el camarero—. Él dijo que era algo que amplificaría las hormonas alfa del príncipe Lisandro y, con suerte, lo haría chocar con su esposo en público, nada malo, solo lo suficiente para hacer que Pelugia quedara mal.
A Lisandro se le cayó el estómago. Así que era su bebida la que había sido envenenada, no la de Enzo. Pero la pregunta era, ¿por qué no le había afectado? Él también lo había bebido, no tanto como Enzo, pero lo suficiente. Él no se sentía diferente, no se sentía más agresivo en absoluto.
—¿Él? —Preguntó Cristian—. ¿Quién? ¿Quién te dió la orden?
La mirada del camarero se posó rápidamente en Tapia, cuyo rostro estaba tenso.
—El primer ministro.
Estefano se rió con dureza.
—¿Viste? Yo tenía razón.
La expresión de Lord Marcos era inescrutable mientras miraba a Tapia.
—¿Hay alguna explicación para este accionar?
Los labios de Tapia se apretaron en una delgada línea. No dijo nada, todavía luciendo terco.
Estefano resopló.
—Está claro que no. Todas sus bonitas palabras sobre la paz eran eso: bonitas y vacías palabras. Kadar nunca quiso la paz, señoría, mientras entramos en este acuerdo con el corazón abierto y un sincero deseo de paz. Incluso forcé a mi único hijo y heredero a aceptar esta farsa de matrimonio, ¿y para qué? ¡Para que los kadarianos intentaran envenenar a mi hijo con drogas ilegales que no lo convirtieron en una bestia sin sentido solo por un golpe de buena suerte! ¿Cómo se puede esperar razonablemente que tratemos con gente tan sin principios y que apuñala por la espalda?
Lisandro suspiró para sus adentros. La voz de su papá se hizo más y más fuerte, con tal convicción que todos los nobles pelugianos comenzaron a reunirse a su alrededor, oliendo claramente la sangre, una ventaja que podían aprovechar y usar.
Simplemente genial. No es que no estuviera enojado con Tapia, absolutamente lo estaba, pero a Lisandro no le gustaba el rumbo que estaba tomando esto. Tenía un mal presentimiento sobre esto.
Las siguientes palabras de Estefano confirmaron sus peores temores.
—¡Los kadarianos nos engañaron desde el principio! Mis fuentes dicen que el primer ministro Tapia sabía que el senador Romero era un alfa cuando se casó con mi hijo.
A su lado, Cristian se puso rígido. Varios gritos de sorpresa sonaron entre la multitud.
Su expresión se tornó brutalmente triunfante, Estefano dijo:
—¡Entonces los kadarianos sabotearon la paz desde el principio!
Lisandro se humedeció los labios con la lengua.
—Eso no es cierto, papá.
Todos se volvieron hacia él, incluido su papá.
Inesperadamente, Estefano no parecía enojado. Su expresión estuvo muy quieta por un momento antes de que su mirada se suavizara.
—Hijo, yo sé que querés que esta paz dure, y yo también, pero ahora es obvio que la paz no se puede mantener cuando nos siguen apuñalando por la espalda. Decile a su señoría la verdad: que los kadarianos te hicieron contraer matrimonio con un alfa con falsos pretextos, sabiendo que un matrimonio entre dos alfas nunca funcionaría. Decíselo, mi hijo.
Lisandro tragó saliva y miró a su papá a los ojos. Una parte de él, la parte que seguía siendo el niño pequeño que siempre había anhelado el raro afecto y la aprobación de su papá, quería hacer lo que decía, quería finalmente enorgullecerlo. No era como si Estefano estuviera necesariamente equivocado, después de todo. Era posible que Tapia hubiera tenido sospechas sobre la designación verdadera de Cristian y elegido a Cristian a propósito, esperando que su matrimonio se estrellara y ardiera, y Capaz incluso había pensado que arruinaría las posibilidades de Cristian en las elecciones, por lo que mataría dos pájaros con una sola piedra. El papá de Lisandro podría tener toda la razón de que Kadar nunca tuvo la intención de mantener la paz.
Pero…
Miró a Lord Marc'ngh'os. Pudo ver por la expresión ligeramente resignada en su rostro que si Lisandro confirmaba las palabras de su papá, Lord Marcos, y el Consejo Galáctico, se pondría del lado de Pelugia. Probablemente dejarían de insistir en la paz entre los países y se ocuparían exclusivamente de Pelugia a partir de ahora. Sería una victoria rotunda para Pelugia y una derrota rotunda para Kadar. Significaría guerra.
Y significaría que Lisandro perdería a su marido.
El pensamiento fue como un puñetazo en el estómago.
Lisandro miró a Cristian, a sus solemnes ojos oscuros. Su hermoso rostro estaba tenso, pero a diferencia del papá de Lisandro, permaneció callado, ni siquiera tratando de presionar a Lisandro para que tomara una decisión.
Porque confiaba en Lisandro.
Confió en él para tomar la decisión correcta. Su propia decisión.
La garganta de Lisandro se cerró.
—Hijo —dijo Estefano, con su mirada pesada y exigente fija en él.
Nunca había dicho que no cuando su papá lo miró así.
Nunca pudo hacerlo.
Muy consciente de que todas las personas en la habitación lo miraban conteniendo el aliento, Lisandro tomó la mano de Cristian y entrelazó sus dedos.
Todos en la habitación parecieron inhalar con fuerza.
Las fosas nasales de Cristian se ensancharon, su olor se agudizó mientras miraba a Lisandro.
Lisandro podía sentir las miradas que le dirigían su papá y los nobles pelugianos. Prácticamente podía sentir el abismo creciendo entre ellos. Sabía que se había convertido en un traidor a sus ojos. Pero fue una elección consciente. Sabía lo que estaba eligiendo. A quién estaba eligiendo.
—Mi papá está equivocado —dijo Lisandro, apartando los ojos de Cristian y mirando a Lord Marcos —. Mi esposo fue un gran defensor de la paz desde el principio. Cristian nunca quiso ni buscó que nuestro matrimonio fracasara.
—Está mintiendo —espetó Estefano, toda la calidez en su voz desapareció—. Está mintiendo, Su Señoría, sólo mire en su mente, ¡es un telépata!
A Lisandro se le cayó el estómago. Aunque técnicamente no había mentido, dudaba que al representante del Consejo Galáctico le importaran los tecnicismos.
Lord Marcos solo lo miró por un momento, sus ojos verdes inescrutables.
Cristian apretó la mano de Lisandro y le dio a Lisandro la fuerza para no bajar la mirada.
Por fin, el telépata desvió la mirada y dijo:
—Su hijo nos dijo la verdad, Su Majestad. Considero que el asunto está cerrado ahora.
Lisandro exhaló.
Estefano se sonrojó, la rabia enrojeció su rostro.
—¿Qué pasa con el hecho de que Tapia intentó envenenar a mi hijo y que, de hecho, envenenó a mi sobrino? ¡El kerosvarin no tiene cura! ¡Esto no es algo que pueda descartarse como nada!
—Si bien las acciones del primer ministro Tapia son lamentables, no se debe responsabilizar a todo el país por las acciones de un hombre tonto —dijo Marcos con frialdad—. Dicho esto, habrá consecuencias —Miró a Tapia. —Que se sepa que el Consejo Galáctico no hará tratos con un hombre que trató activamente de sabotear el acuerdo, descartando nuestro requisito de paz como algo opcional. No lo haremos. Hasta que sea destituido de su cargo, no tiene sentido continuar esta conversación. De hecho, esto ha sido una enorme pérdida de tiempo —Parecía completamente harto—. Tienen dos semanas estándar para reemplazar a Tapia y elegir un Lord Canciller para su planeta, alguien que ambos países aprobarán. Si no logran hacerlo para cuando regrese, Eila ya no será parte de la Unión de Planetas. Terminé de mediar en sus disputas.
Y con eso, activó el transpondedor TNIT en su muñeca y se teletransportó, dejando un silencio atónito a su paso, por un momento.
Y luego vino el caos .
Chapter 21: #21
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A falta de mejores opciones, Enzo fue internado temporalmente en el hospital de máxima seguridad de Citra mientras los mejores médicos del planeta buscaban una cura.
—¿Vos pensás que puede haber alguna cura? —Dijo Lisandro con cansancio, con la cabeza en el hombro de Cristian mientras esperaban al médico de Enzo. Normalmente, nunca se encorvaría en un lugar público, pero fue un día largo y emocionalmente agotador, y si quería acurrucarse con su esposo, nadie podría detenerlo. Además, todavía se sentía un poco... frágil después de la confrontación con su papá esa misma noche, y quería, necesitaba, los brazos de Cristian a su alrededor. Después de todo, no todos los días uno se volvía traidor a los ojos de los demás.
Las últimas palabras de su papá para él antes de partir todavía resonaban en sus oídos, una y otra vez.
Ya no sos más mi hijo. Desafortunadamente, no puedo repudiarte ahora, pero ni se te ocurra poner un pie en Pelugia mientras yo esté vivo.
Lisandro se retorció aún más cerca de Cristian, pasando un brazo alrededor de su cintura.
Cristian puso su brazo sobre el suyo y entrelazó sus dedos sobre su estómago. Todavía estaban vestidos para el baile, pero Lisandro podía sentir lo cálido y sólido que era incluso a través de las capas de ropa entre ellos.
—No tengo idea —dijo Cristian—. Perdón, amor, pero creo que no deberías ilusionarte.
Amor .
Lisandro se sonrojó, algo en su interior se calentó con la palabra. Fue ridículo. Fue solo una palabra. Una expresión cariñosa que no significaba necesariamente nada.
—Sí —dijo, mirando sus dedos entrelazados. Eran exactamente del mismo tamaño, la única diferencia era la piel más oscura de Cristian. Sus cuerpos encajan perfectamente juntos. Como anoche.
Temblando, Lisandro trató de apartar ese pensamiento. Ahora no era exactamente el momento para sentirse excitado.
Pero fue tan difícil. No importa cuán cansado, preocupado y mentalmente agotado se sintiera, era como si estuviera energizado por la mera proximidad de Cristian, sus preocupaciones se volvían lejanas cuando estaba envuelto en sus brazos y respirando su aroma. Todo lo que quería era más. No podía esperar a tener a su marido desnudo y dentro de él nuevamente. Su marido. Era increíble lo mucho que le encantaba pensar en Cristian en esos términos. Su marido. Suyo.
Tratando de distraerse, Lisandro dijo:
—¿Y ahora qué? ¿Qué va a pasar con la paz?
Cristian exhaló un suspiro.
—No sé. Con suerte, se va a mantener, pero mientras el Chiqui siga al mando, es muy poco probable. Mañana por la mañana hay una sesión en el Senado, bueno, hoy. Ahí veremos y sabremos qué hacer después.
Lisandro tarareó.
—¿Pensás que el Senado lo podría destituir con un voto de censura?
—Eso espero. De todos modos, sus índices de aprobación no están siendo buenos últimamente.
—No tengo ninguna duda de que te van a elegir como primer ministro — murmuró Lisandro, besando la base de la garganta de Cristian e ignorando el chillido que soltaron las enfermeras en la esquina. Lisandro sabía que los estaban vigilando. A él le importaba un carajo. Podían mirar lo que quisieran. De todos modos, lo más probable es que ya hubieran visto ese video de él eligiendo a Cristian por encima de su viejo —. Sos la mejor opción. Todos lo saben.
Cristian se rió entre dientes.
—No estoy tan seguro, pero ¿sabes quién sí va a conseguir laburo dentro de poco?
—¿Quién?
—Vos.
Lisandro parpadeó y abrió los ojos, sin saber cuándo los había cerrado.
—¿Qué? —Dijo, levantando la cabeza para mirar a Cristian.
Cristian le apretó la mano.
—Constanza llamó mientras estabas en el baño. Se habla de que sos el único candidato posible para el puesto de Lord Canciller en el que ambos países estarían de acuerdo. Sos un príncipe pelugiano, pero también demostraste hoy que no vas a permitir que eso afecte en tus decisiones.
Lisandro soltó una carcajada.
—¿En serio? ¿Eso dice la gente? Pensé que los pelugianos iban a estar enojadísimos porque me convertí en un traidor.
—Y…
Lisandro sonrió.
—No hay necesidad de ocultarlo, Cris. Mi viejo no la hizo nada larga y me llamó tu puta. Estoy seguro de que la gente dice cosas mucho peores a mis espaldas.
Las comisuras de la boca de Cristian se tensaron.
—Constanza dijo que una fracción de los pelugianos se lo tomó muy mal, pero no parece ser un porcentaje importante de la población. Todavía sos bastante querido en tu país. El Lord Canciller no necesita ser elegido por unanimidad. Siempre que un candidato tenga un poco más del cincuenta por ciento del voto popular en cada país, es suficiente, y Constanza cree que podés lograrlo.
—¿Y quién te dijo que yo quiero ser el Lord Canciller? —Lisandro dijo, solamente para llevarle la contra a su marido.
Cristian lo estudió.
—¿Te pensás que no te conozco? Sos un tipo que necesita estar ocupado. No estás acostumbrado a hacer nada todo el día. Lo escondés bien, pero yo sé que te ponés todo inquieto y aburrido cuando estoy trabajando.
Lisandro le sonrió suavemente. No estaba seguro de cuándo exactamente habían llegado a conocerse tan bien, pero era increíblemente reconfortante saber que Cristian se preocupaba por lo que quería en lugar de simplemente asumir que estaría contento de sentarse en casa y esperarlo como la mayoría de los esposos omega habrían hecho.
—Que hijo de puta. Tenés razón: Si me interesa. Voy a hablar con Constanza mañana.
Cristian asintió, pero antes de que pudiera decir algo, la médica de Enzo, la doctora Jordan finalmente regresó.
—Por favor, vengan conmigo —dijo, y la siguieron hasta su oficina.
Ella tomó asiento detrás de su escritorio y se sentaron en el sofá.
El sofá era grande. Demasiado grande , pensó Lisandro malhumorado, luchando contra el impulso de acercarse a Cristian.
No seas así. Podés estar unos minutos sin poner las manos sobre tu marido.
La doctora Jordan suspiró.
—Disculpen la demora. Tuvimos que realizar numerosas pruebas, y también tuve que consultar a otros médicos… —Ella negó con la cabeza, luciendo tan cansada como se sentía Lisandro—. Su papá tenía razón: realmente era kerosvarin. Lo encontramos en la sangre de Enzo y en la suya.
Cristian se inclinó hacia adelante, sus músculos tensos.
—¿Está diciendo que Lisandro también fue drogado?
La doctora Jordan asintió.
—Sí. La concentración de la sustancia química fue significativamente menor en la sangre de Lisandro, pero fue más que suficiente.
Cristian se acercó a Lisandro y le puso la mano en la rodilla.
—Entonces, ¿por qué no funcionó en él también? Nos alegramos de que no haya convertido a Lisandro en una bestia sin sentido, pero es raro, no sé.
La doctora Jordan se frotó la frente.
—Es necesario entender cómo funciona ese medicamento para saber porqué no funcionó. El kerosvarin no convierte simplemente a uno en una bestia salvaje. La droga no puede cambiar la biología de una persona tan drásticamente. Simplemente amplifica los genes inactivos de la designación de la persona. Los beta con genes inactivos se convierten en omegas o alfas, los omegas Vos se convierten en omegas Dainiri, los alfas regulares no cambiantes se convierten en alfas Xeus. Y los alfas Xeus como Enzo vuelven a ser las criaturas salvajes en las que generalmente se convierten solo durante sus celos.
Lisandro frunció el ceño.
—Pero no me siento diferente. No creo que sea Xeus ahora.
—Es que no lo es —dijo la doctora, luciendo un poco incómoda—. Las pruebas genéticas que le hicimos nos dieron la respuesta. El kerosvarin no lo convirtió en un alfa Xeus porque simplemente no tiene genes alfa Xeus inactivos.
Lisandro parpadeó, sintiéndose completamente perdido.
—¿Cómo? Pero si todos los alfas descienden del…
—Sí, exceptuando que descubrimos que su código genético es artificial.
Lisandro la miró fijamente.
—¿Qué? —Cristian dijo lacónicamente.
La doctora Jordan lo miró.
—Entiendo que suene difícil de creer pero es verdad. Me tomó un tiempo darme cuenta de las irregularidades en el código genético de Lisandro. No es mi área de especialización, así que tuve que consultar a un buen genetista, sin revelar la identidad del paciente, por supuesto. Dijo que parece que el código genético de Lisandro se alteró mientras era un embrión…
—¿Alguien estuvo modificando genéticamente a Lisandro cuando estaba en el útero de su mamá?
La doctora Jordan asintió.
—Pero si no tenemos una ingeniería genética tan avanzada — dijo Lisandro—. Y es más que obvio que tampoco la teníamos hace treinta años.
—Acá no —dijo—. Pero los planetas del Núcleo Interno lo hacen. Planetas como Irili y Calluvia tienen programas genéticos muy avanzados. Son tan avanzados que pueden diseñar todos los rasgos que quieren para sus futuros hijos. Siempre que los progenitores tengan el deseo de arreglar algo, y dinero, se pueden hacer esas cosas.
Deseo de arreglar algo y dinero.
El estómago de Lisandro pareció convertirse en una bola de plomo.
Escuchó a alguien reír. Pensó que sonaba un poco desquiciado y tardó un momento en darse cuenta de que era él.
—Lo que significa que yo no soy realmente un alfa —Esa fue la única explicación que se le ocurrió. Lo único que el viejo querría "arreglar" si descubrían que su futuro heredero era un omega.
La doctora hizo una mueca.
—Usted es un alfa. Sería más correcto decir que originalmente no era un alfa.
—Mi medicina —susurró Lisandro aturdido, pensando en las pastillas que había tomado toda su vida—. Realmente no tengo alergia, ¿o si?
—En realidad, sí —dijo Jordan—. Pudimos encontrar antihistamínicos en su sistema. Su 'alergia' parece ser una reacción exagerada de su sistema inmunológico a las hormonas alfa que produce. Si bien es biológicamente un alfa ahora, esas hormonas alfa todavía parecen desencadenar algo en su biología que las rechaza.
—¿Me estás diciendo que si dejo de tomar mi medicina habitual, me podría convertir en un omega?
La doctora negó con la cabeza.
—Solo puedo especular, pero creo que es muy poco probable. Fue un alfa toda su vida y no creo que sea capaz de convertirse en un omega normal sin necesitar alguna intervención médica.
—Como kerosvarin —dijo Cristian.
—Como kerosvarin —estuvo de acuerdo la doctora—. Excepto que Lisandro es un alfa desde hace tanto tiempo que el kerosvarin apenas lo afectó. Todavía es un alfa en su mayoría. Todo lo que el kerosvarin hizo fue desestabilizar su código genético con algunos rasgos omega inactivos.
Lisandro no sabía qué pensar. Cómo sentirse. Le hubiera gustado decir que estaba sorprendido, pero una parte de él no lo estaba. Esto explicaba muchas cosas: la perpetua insatisfacción de su papá con él, la forma en que siempre había mirado a Lisandro con leve desaprobación y sospecha, sin importar lo bien que lo hiciera. Lisandro siempre había pensado que era solo porque no era lo suficientemente alfa para su gusto. Tal parece que simplemente no era un alfa real y listo.
La risa brotó del pecho de Lisandro, dura e incómoda. Volteó la cara, sintiendo... No sabía qué.
—Eso es bueno, Lisandro —dijo la doctora con voz suave—. El hecho de que solía ser un omega es probablemente la razón por la que usted y su esposo tienen una dinámica estable y saludable, aunque generalmente es imposible mantener una relación alfa-alfa.
A Lisandro se le encogió el estómago.
—¿Me estás queriendo decir que mi designación original es la razón por la que me gusta mi esposo? —No le gustó la idea. No era un omega. Él era... No sabía lo que era, pero en realidad no se sentía como un omega.
—No —dijo ella—. Usted no es el primer alfa físicamente atraído por un miembro de su propia designación. Pero la homodesignación no es como la homosexualidad: la homosexualidad es completamente normal, pero la homodesignación no lo es.
Cristian se puso rígido a su lado.
La doctora debió de notarlo, porque hizo un gesto apaciguador.
—No estoy siendo intolerante, Cristian. Estoy hablando desde el punto de vista médico. Es biológicamente difícil superar la designación de cada uno. Las designaciones fueron la respuesta de la evolución a la sexualidad: que la compatibilidad de apareamiento va más allá de los sexos femenino y masculino. Ahí es donde se originaron los primeros alfa y omegas. Los alfas y omegas tienen instintos y rasgos complementarios perfectamente compatibles. Pero los alfas y los alfas... están conectados biológicamente para agravarse y repelerse entre sí. Las relaciones alfa-alfa inevitablemente se vuelven tóxicas debido a las hormonas agresivas y dominantes que producen los alfa. Es probable que los genes omega inactivos de Lisandro simplemente ayuden a mitigar un poco su agresión alfa; eso es todo.
Lisandro exhaló. Eso estuvo... bien. Tenía sentido. Y tenía que admitir que era un alivio saber que aquella relación no corría riesgo de deteriorarse y volverse tóxica solo porque ambos eran alfas. Era algo de lo que había temido.
Cristian le puso una mano en el hombro, metiéndolo ligeramente en su costado. Lisandro lo permitió, dejando que el aroma familiar de Cristian calmara sus nervios tensos.
—¿Hay efectos a largo plazo de esa droga? —Dijo Cristian.
Las cejas de la doctora se juntaron.
—Nunca se puede estar seguro. Los efectos del kerosvarin parecen haberse estabilizado, pero la designación de Lisandro ahora no es ni alfa ni omega, sino un poco de ambos. Es probable que aún tenga más rasgos alfa que omega, pero... — miró a Lisandro con simpatía—. Debe estar preparado para algunos cambios en su cuerpo. Es poco probable que sean importantes, pero no se alarme si comienza a sentirse extraño.
Lisandro suspiró.
—¿Tengo arreglo?
La doctora Jordan pareció dudar antes de asentir.
—En teoría, sí. Los centros genéticos en los planetas del Núcleo Interno capaz puedan arreglar su código genético y convertirlo en un alfa o un omega. Pero sería increíblemente caro.
—Eso es lo de menos —dijo Cristian, tomando la mano de Lisandro y apretándola—. Si Lisandro quiere, podemos pagarlo. Es su cuerpo. Nadie tendría que poder cambiar algo en él sin su consentimiento.
Lisandro miró sus manos y sintió una oleada de amor tan abrumadora que sus ojos se llenaron de lágrimas. Se aclaró la garganta y miró a la doctora antes de que pudiera hacer algo tan tonto como besar a Cristian frente a otras personas.
—Lo que yo no entiendo es porqué el Chiqui me daría ese medicamento. ¿Para qué? No me dan los números. Si me convirtiera en Xeus, no pasaría nada. Todavía podría heredar el trono —Los alfas de Xeus podrían haber sido objeto de burla y temor, pero legalmente, todavía tenían tantos derechos como los alfas no cambiantes y aún podían gobernar Pelugia.
—Es que no era su idea hacerte perder el trono, Li —dijo Cristian, su pulgar frotando círculos en la palma de Lisandro de una manera distraída—. Al Chiqui no le podría chupar más un huevo la realeza pelugiana. Lo que seguramente quería era destruir la paz y después echarle la culpa al príncipe extranjero y su rival político. Si una relación entre dos alfas normales es prácticamente insostenible…
—Entonces un alfa Xeus probablemente mutilaría físicamente a su compañero alfa —terminó la doctora Jordan por él, con expresión sombría—. Los alfa Xeus son demasiado violentos y agresivos para tolerar un compañero alfa. Si el kerosvarin hubiera funcionado como se esperaba, sin duda habría arruinado su matrimonio. El primer ministro no podía saber que Lisandro no tenía genes alfa inactivos para amplificar, y esa es la única razón por la que ese plan falló.
—Eso me hace sentir mejor —dijo Lisandro en un tono plano. Preparándose, finalmente hizo la pregunta que había temido hacer—. ¿Qué pasa con Enzo? ¿Se puede arreglar?
La doctora Jordan suspiró, su suave aroma beta se agrió con alguna emoción negativa.
—Perdón, Lisandro, pero no tengo buenas noticias. El kerosvarin está prohibido por una razón: no tiene cura.
—Ya pasaron quinientos años desde que fue declarado como ilegal —dijo Cristian—. ¿Estás segura que nuestra medicina no avanzó lo suficiente como para encontrar una cura?
La expresión de la doctora se tornó un poco contraída.
—Vamos a hacer nuestro mejor esfuerzo —dijo—. Pero no quiero que se hagan ilusiones al pedo.
Lisandro bajó la mirada y se tragó el nudo en la garganta.
—¿No hay... no pueden los centros genéticos de los planetas del Núcleo Interno arreglarlo también?
Cuando miró hacia arriba, encontró una expresión incómoda en el rostro de la doctora Jordan.
—Es una opción sí, pero... Según lo que yo tengo entendido, este tipo de centros genéticos pueden arreglar irregularidades de código genético en casos como el suyo. El caso de Enzo es más complicado. Su transformación fue exitosa, así que técnicamente no hay nada que arreglar. La modificación genética de adultos es diferente a la modificación de embriones. Incluso si su estado salvaje se puede arreglar con modificaciones genéticas, hay chances de que Enzo no vuelva a ser la persona que conocieron.
—Igualmente lo vamos a tener en cuenta pero sería nuestra última opción —dijo Cristian.
Ella asintió.
—Correcto. En primer lugar, vamos a intentar buscar una cura antes de llegar a esa opción, ¿les parece?
Lisandro asintió aturdido y se puso de pie.
—Gracias, doctora Jordan —dijo—. Por favor, avísenos cualquier cosa.
Regresaron a casa justo cuando el cielo comenzaba a ponerse rosado.
Por un acuerdo tácito, fueron a la habitación de Cristian, se desnudaron y cayeron en la cama, demasiado agotados para nada más que intercambiar besos somnolientos mientras se quedaban dormidos en los brazos del otro. Seguía siendo la mejor sensación del mundo: la intimidad embriagadora, la forma en que sus cuerpos encajaban, como dos piezas de un rompecabezas.
Lo último que recordó Lisandro antes de que el sueño lo reclamara fue la sensación de la boca de Cristian chupando su glándula de olor.
Eso estaba bien.
Todo iba a salir bien.
Chapter 22: #22
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Lisandro se despertó con la sensación de un duro miembro moliéndose contra sus nalgas.
—Perdón —dijo Cristian en su oído—. Yo sé que por ahí no estás de humor con todo lo que está pasando, pero no puedo… —Respiró temblorosamente, su brazo alrededor de la cintura de Lisandro se tensó—. Ya pasó un día desde que te tuve. Siento que me voy a romper si no me vuelvo a meter dentro tuyo —Sus dientes mordieron la nuca de Lisandro, y Cristian suspiró, la frustración agrió su olor—. No sé qué carajo me pasa.
Lisandro parpadeó somnoliento y apenas se contuvo de decir algo estúpido como: soy tuyo, podés hacerme lo que quieras, incluso cogerme mientras duermo.
Todavía medio dormido, rodó sobre su estómago, se puso de rodillas y enterró la cara entre los brazos cruzados. Mostrándole a Cristian su culo.
Escuchó la respiración de Cristian entrecortarse.
Lisandro cerró los ojos y esperó, la posición sumisa le hacía cosas extrañas en el interior. Se sentía mal y bien al mismo tiempo, su mente se volvió confusa.
Se sintió casi como un sueño. Sintió unas manos tirar de sus bóxers por sus piernas, dejándolo desnudo. Luego hubo una boca caliente que le recorrió la espalda con besos, haciéndolo temblar y jadear. Manos fuertes separaron sus mejillas y luego…
—Hijo de puta —jadeó Lisandro cuando Cristian comenzó a lamer y saborear su agujero. Se sintió bien. Realmente bueno. Tan bueno que Lisandro no pudo evitar presionar hacia arriba y abrir más las piernas, ofreciéndose.
Cristian gruñó y metió la lengua. Y Lisandro se volvió loco, gimiendo y lloriqueando, tratando de empalarse en esa hermosa lengua. Oh Dios, oh Dios, oh Dios…
Cristian se lo comió por lo que pareció una eternidad, su lengua logró golpearlo de todas las formas correctas. Pero aun así no fue suficiente. Luego hubo dedos resbaladizos dentro de él, moviéndose, estirándolo. Todavía no fue suficiente. Lisandro se encontró medio sollozando, medio gruñendo en la almohada, rogando al otro alfa por su pene. Por favor, por favor, lo necesito, pija, tu pija…
Cuando Cristian finalmente metió su pene en él, sintió como si todo lo demás dejara de existir excepto por la longitud gruesa y dura como una roca que lo empalaba lentamente. Se sentía casi demasiado, su interior parecía reorganizarse para la pija de Cristian, pero al mismo tiempo, se sentía perfecto, como si hubiera sido creado para esto.
Lo fuí , pensó Lisandro aturdido. Si le hubieran permitido ser un omega, habría estado goteando por su alfa, mojado y necesitado por dentro. Lisandro era un alfa y no estaba mojado, pero estaba necesitado por dentro. Sentía que iba a morir si Cristian dejaba de cogérselo, si no se derramaba profundamente dentro de él.
Al poco tiempo, Cristian golpeó, fuerte y rápido, sus dedos agarraron las caderas de Lisandro, gruñidos bajos escaparon de su garganta.
— Lisandro.
Lisandro gimió cuando la pija dentro de él golpeó algo que se sintió particularmente bien.
—¡Más!
Con un sonido gutural, Cristian lo puso boca arriba y lo empujó hacia atrás, enterrando su rostro en la garganta de Lisandro.
—La puta madre, no puedo tener suficiente —dijo con frustración, sus caderas golpeando en Lisandro a un ritmo enloquecedor—. Es como un hambre, te quiero, quiero que seas mío —Hundió los dientes en la glándula de olor de Lisandro, bombeando sus feromonas como loco.
Lisandro gimió, descubriendo su garganta para un mejor acceso y apretando alrededor de la pija en él.
—Anudame Cristian —exigió, su mirada desenfocada en el techo—. Quiero que me anudes.
El musculoso cuerpo de Cristian se estremeció encima de él.
—Yo podría lastimarte —dijo, su voz increíblemente tensa, pero Lisandro ya podía sentir la base de su pene expandiéndose, empujándose hacia él, manteniéndolos juntos cuando Cristian finalmente se vino con un gemido, su semen caliente lo llenó.
Dios mío.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Lisandro. No eran lágrimas de dolor; simplemente se sintió tan intenso. Tan bueno. El nudo de Cristian se sentía perfecto dentro de él, tan increíblemente grueso pero tan correcto. Lisandro sentía que esto era lo que se había perdido toda su vida. Él gimió débilmente, abrumado, su miembro brotando. Este orgasmo se sintió como nada que hubiera experimentado. Pareció durar una eternidad, y fue satisfactorio en un nivel que no pudo explicar. La puta madre que lo parió. Nunca se había sentido mejor en su vida. Tan lleno.
Se agarraron el uno al otro, respirando con dificultad, los dientes de Cristian todavía en la garganta de Lisandro y su nudo uniéndolos firmemente.
—Esta fue una muy mala idea —dijo finalmente Cristian.
—¿Por? —Lisandro dijo con una sonrisa aturdida—. A mí me encantó.
Cristian medio rió, medio gimió.
—No me digas eso, boludo. Ahora todo en lo que voy a pensar es en la próxima vez que pueda anudarte. Vas a terminar con mi nudo llenándote cada hora.
Lisandro pasó los dedos por el cabello húmedo de la nuca de Cristian.
—Siempre que no joda con nuestros horarios, estoy dispuesto.
Riendo, Cristian acarició su cuello antes de quedarse quieto de repente.
—Lisandro.
Al darse cuenta de la extraña inflexión en la voz de Cristian, Lisandro le lanzó una mirada inquisitiva.
—¿Qué?
Cristian respiró hondo, un gruñido bajo y retumbante escapó de su pecho.
Los ojos de Lisandro se cerraron.
—¿Eh?
— Oles a mío —dijo Cristian sin aliento, su voz tensa y llena de asombro—. Oles como si fueras mío, Lisandro.
Lisandro se obligó a abrir los ojos y parpadeó confundido.
—¿Eh?
—La marca se formó —dijo Cristian, apretándolo con tanta fuerza que se hizo difícil respirar.
¿La marca?
La mente borracha de placer de Lisandro tardó un momento en comprender lo que eso significaba. Por supuesto. La doctora Jordan había dicho que aunque su biología todavía era principalmente alfa, el kerosvarin había amplificado algunos genes omega inactivos. Si ahora tenía algunas características omega, era probable que su cuerpo ahora produjera suficientes hormonas para que tomara la marca de apareamiento de un alfa.
Ahora estaba unido a Cristian.
Eran compañeros.
Compañeros.
Ahora que Lisandro sabía qué buscar, realmente podía sentir un ligero cambio en él. Se sintió más anclado. Estable. Seguro y afianzado. Más importante aún, podía sentir en sus huesos que este hombre era suyo. Cristian era suyo.
Cristian levantó la cabeza y se miraron el uno al otro, más que un poco aturdidos, antes de sonreír como tontos y aplastar sus bocas juntas.
Cuando lograron romper el beso, Cristian tarareó de satisfacción, presionando sus frentes juntas.
—Esto me encanta. Se siente bien no sentir esa necesidad de mear encima tuyo para que sigas oliendo a mí. Aunque voy a extrañar un poco esto si arreglas tu código genético.
A Lisandro se le encogió el estómago.
Cierto.
—¿Vos querés que lo haga?
Cristian se apartó un poco para mirarlo a los ojos.
—¿Qué?
Lisandro se mordió el interior de la mejilla.
—Digo, ¿no querés que me convierta en un omega?
Las cejas de Cristian se juntaron.
—En primer lugar, no importa lo que yo quiera, Li. Es tu cuerpo y tu elección. Debería ser solo lo que vos quieras ser —Tocó el corazón de Lisandro—. Tiene que ser lo que sientes que es adecuado para vos.
Lisandro lo miró inquisitivamente.
—¿En serio no querés que me sea un omega? Nos facilitaría muchas cosas. Y podría darte hijos de manera natural — Se sonrojó, de repente avergonzado e inseguro. Nunca antes habían hablado de eso. Ni siquiera sabía si Cristian quería tener hijos con él. En realidad, nunca hablaron del futuro.
Cristian lo miró por un momento antes de inclinarse y besarlo en la nariz. Él estaba sonriendo.
—Sos demasiado lindo cuando te ponés colorado, ¿lo sabías?
Lisandro se rió un poco.
—¡Callate pelotudo!
Cristian lo besó brevemente en la boca antes de retroceder nuevamente. Su mirada era seria ahora.
—Si quiero tener hijos con vos, Lisandro —dijo—. Me gusta la idea de tener algunos, capaz un par con tus ojitos y esa sonrisa... —Su expresión se volvió más suave. Tocó el labio inferior de Lisandro con el pulgar—. Pero me importa un carajo si nacen de forma natural o si son gestados en un centro genético, no los amaría menos.
Lisandro se mordió el labio, tratando de controlar sus emociones.
Cristian tomó su mano entre la suya.
—Te digo en serio, Lisandro. No me importa si sos alfa, omega o beta.
Su visión se volvió borrosa de repente. Hasta ahora, no se había dado cuenta de cuánto temía que Cristian quisiera que cambiara su designación a omega. No estaba seguro de estar listo para hacerlo. No importaba que omega fuera su designación natural. No importa cuán enojado estaba con su viejo por alterar su genética, todavía se sentía como un alfa. Por ahí algún día consideraría la opción de convertirse en un omega, pero ahora, se alegraba de que no hubiera presión sobre él para decidir de una forma u otra. Por ahora, no haría nada. Se sentía lo suficientemente cómodo con su designación mayoritariamente alfa ligeramente omega y no tenía ganas de jugar con ella.
Y, sin embargo, existía una molesta duda que se negaba a desaparecer. Le dio a Cristian una mirada escrutadora.
—Pero te gustan más los omegas.
—Lo hacían, si. Hasta que vos apareciste —Los ojos oscuros de Cristian lo miraron intensamente—. Sos mi marido. Sos mi compañero, lleves o no mi marca de apareamiento. Yo como que... —Tragó saliva, su mandíbula se apretó un poco y sus pómulos se tiñeron de rosa—. Por si todavía no te habías dado cuenta, me traes un poquito loco.
Lisandro frunció los labios para evitar sonreír estúpidamente, pero a juzgar por la expresión de Cristian, no estaba engañando a nadie.
Rodeando el cuello de Cristian con los brazos, tiró de él hacia abajo, rozando su nariz contra la de Cristian.
—Yo también estoy un poquito loco por vos —murmuró con una sonrisa.
La respiración de Cristian se aceleró.
—¿Ah sí?
—Mhmm. Mucho —Abrazó a su esposo con fuerza y pensó: te amo . —Te amo —dijo Lisandro, porque necesitaba decirlo. Loco por él sonaba tan incorrecto para ese sentimiento que lo abarcaba todo y que llenaba su corazón de alegría y calidez—. Me asusto un poco cuando pienso que nunca nos hubiéramos conocido si el Consejo Galáctico no se cansaba de la guerra.
Cristian presionó sus frentes juntas, sus manos acunando el rostro de Lisandro.
—Ya sé, mi amor —dijo con voz ronca, besando la esquina de la boca de Lisandro—. Te amo tanto que quiero vivir dentro tuyo.
Lisandro se estremeció, sintiendo una punzada de excitación.
—Capaz podamos-
Su teléfono sonó.
Apartándose de Cristian, alcanzó la mesita de noche donde había dejado caer su teléfono la noche anterior y lo contestó.
—¿Hola?
— ¿Lisandro? Soy la doctora Jordan.
Frunciendo el ceño, Lisandro se sentó, haciendo una pequeña mueca cuando la pija de Cristian finalmente se deslizó fuera de él.
—¿Hay noticias? ¿Encontraste una cura?
—No —dijo ella—. Perdón, pero su primo se escapó del hospital.
El teléfono se le cayó de los dedos repentinamente entumecidos, y miró al espacio, su mente corriendo.
—¿Lisandro? —Dijo Cristian, incorporándose también y tocando su hombro—. ¿Qué pasa, mi vida?
—Enzo se escapó del hospital —susurró Lisandro, el miedo le oprimía la garganta—. Mierda. Está... está completamente indefenso, sin ningún recuerdo y… cualquiera podría dispararle como a un animal... y... y…
Cristian lo tomó en sus brazos y apretó la cara de Lisandro contra su garganta.
—Respirá —dijo con firmeza—. Él va a estar bien. Es un alfa Xeus completamente transformado, mucho más fuerte y rápido que vos o que yo. No es tan fácil de lastimar. Tranquilo.
Lisandro aspiró el familiar aroma de Cristian y sintió que se calmaba poco a poco. Casi se sintió culpable por la sensación de seguridad y bienestar que se extendió a través de él, ¿cómo podía sentirse así cuando Enzo estaba quién-sabe-dónde, posiblemente lastimando o siendo lastimado por otros? pero no podía luchar contra el sentimiento. Estaba en los brazos de su esposo, y todo se sentía absolutamente perfecto, sin importar lo que dijera su cerebro.
Lisandro suspiró y besó la garganta de Cristian, permitiéndose disfrutar esto por un momento. Iba a ser un día largo, unas largas semanas si era elegido Lord Canciller y Cristian reemplazaba a Tapia como primer ministro.
—Te juro que lo vamos a encontrar, Li —dijo Cristian, dejando un beso en la parte superior de su cabeza—. Yo voy a dirigir la búsqueda.
Lisandro resopló divertido, aunque estaba conmovido, especialmente considerando lo ocupado que estaba Cristian y el hecho de que Enzo tampoco le caía tan bien.
—No es necesario, bobo. Voy a necesitar más recursos y personas, pero yo mismo voy a dirigir esa búsqueda. Ya tenés muchas cosas con las que lidiar hoy.
Cristian suspiró.
—Bueno. Sos más que capaz de liderar esta búsqueda. Pero... —Levantó la cara de Lisandro para que se miraran a los ojos. La expresión de Cristian era seria—. Tené cuidado, ¿si? Yo sé que lo amas, pero ahora mismo es extremadamente peligroso. Odio la idea de que te pueda llegar a lastimar.
Lisandro sonrió torcidamente.
—Voy a tener cuidado, te lo juro. No tengo ninguna intención de lastimarme y perderme todo el sexo que me prometiste.
No engañado por su intento de frivolidad, Cristian lo besó en la frente y lo abrazó con fuerza de nuevo.
—Todo va a estar bien —afirmó—. Te lo juro, mi amor.
Cerrando los ojos, Lisandro se permitió fundirse en su abrazo y creerle.
Chapter 23: Epílogo
Notes:
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Chapter Text
Meses después
Cristian apartó la mirada de su computadora y se reclinó en su asiento con un suspiro. El nuevo proyecto de ley de impuestos propuesto al Senado no logró mantener su atención por mucho tiempo.
Miró el reloj de la pared y tamborileó los dedos sobre el reposabrazos, con la piel erizada de agitación.
Lisandro ya debería haber regresado.
No había motivo de preocupación. Lisandro podría cuidar de sí mismo. Había sido un general de guerra durante más de una década; podía manejar el rastreo de un alfa salvaje. Además, no estaba solo. Tenía gente con él. No había razón para preocuparse.
Cristian sonrió para sí mismo. ¿A quién estaba tratando de engañar? No importa lo que se dijera a sí mismo, nunca había logrado sofocar su ansiedad hasta que tuvo a Lisandro de nuevo en sus brazos. Cada vez que Lisandro se marchaba en busca de su primo, siguiendo nuevas pistas, Cristian no podía concentrarse en su trabajo hasta que su pareja regresaba. Cada vez.
No era normal, pero Cristian había hecho las paces con eso. Su relación no era exactamente normal, punto. Aunque estaban emparejados en todos los sentidos de la palabra, este impulso de reafirmar su emparejamiento era demasiado fuerte para una pareja normal. A estas alturas, Cristian estaba acostumbrado a sentirse agitado si no veía a Lisandro aunque solo fuera por un día. Por supuesto, era molesto que su personal lo tratara como una bomba de relojería cada vez que Lisandro estaba ausente en sus deberes de Lord Canciller o se iba en busca de Enzo. Hubiera sido vergonzoso si él y Lisandro no estuvieran tan acostumbrados a tener ojos en su relación desde el principio.
Teniendo en cuenta que siempre estuvieron en el centro de atención como el primer ministro kadariano y el Lord Canciller del planeta, era difícil mantener su relación en privado, por lo que ni siquiera lo intentaron. Todos en el planeta sabían que el suyo era un matrimonio feliz. Todos sabían que Cristian amaba a su esposo; no se avergonzaba en demostrarlo. Sus gerentes de relaciones públicas no parecían descontentos con ellos, por lo que Cristian lo usó descaradamente para salirse con la suya y besar a su esposo cuándo y dónde quisiera. Fue uno de los raros casos de buena cobertura mediática que coincidió con algo que realmente quería hacer.
Aunque la prensa no pensaría favorablemente en él si supieran cuánto lo distraía de su trabajo la ausencia de Lisandro.
Cristian volvió a mirar el reloj y frunció el ceño. Era casi mediodía. Lisandro le había prometido que volvería esta mañana.
Miró su teléfono y se obligó a no tocarlo. No quería ser demasiado controlador. Lisandro había sido un alfa fuerte e independiente durante décadas. No le divertiría si Cristian comenzara a reprimir su libertad y exigir saber dónde estaba en todo momento.
Su intercomunicador sonó.
— Su esposo desea verlo, excelencia —dijo la voz de su secretaria.
—Dejalo pasar, gracias —dijo Cristian, su corazón se aceleró y todos sus sentidos se agudizaron.
Parte de él estaba incrédulo. Habían estado emparejados durante meses; semejante entusiasmo y obsesión eran ridículos e inapropiados. Él estaba trabajando.
Pero habían pasado ocho días. Ocho días y cuatro horas desde que Lisandro le dio un beso de despedida antes de partir en su interminable búsqueda para encontrar a su primo. En este punto, Cristian pensó en privado que Enzo debía haber estado muerto, asesinado por un boludo con un arma como el Chiqui, ansioso por "sacrificar a un animal". Cristian no había compartido ese pensamiento con su esposo, pero Lisandro tampoco era estúpido. Con cada búsqueda infructuosa y pista falsa, la esperanza en los ojos de Lisandro parecía debilitarse. Cristian se había estado preparando para lo inevitable: el día en que Lisandro encontraría el cuerpo o se rendiría por completo. No estaba seguro de qué opción sería peor. Un cierre adecuado probablemente sería bueno para Lisandro, pero maldita sea, Cristian no quería que su esposo se enojara.
Frunció el ceño, preparando palabras de aliento y apoyo, cualquier cosa para que Lisandro se sintiera mejor, cuando la puerta se abrió y Lisandro entró con una amplia y brillante sonrisa en su rostro.
—¡Lo encontré, Cris!
Por un momento, las palabras ni siquiera se registraron: Cristian estaba demasiado ocupado mirando con avidez la hermosa sonrisa de Lisandro. Cuando lo hicieron, Cristian se sentó más recto.
—¿Qué?
Sonriéndole, Lisandro se sentó a horcajadas sobre su regazo y lo besó con fuerza.
—Lo encontré —dijo entre besos, su mano agarrando la corbata de Cristian—. Mmm, te extrañé mucho.
—También te extrañé, Li —dijo Cristian, mordiendo el labio inferior de Lisandro y tirando de él contra su pecho. La puta madre. No podía abrazarlo lo suficientemente fuerte, su pija ya estaba dura y ansiosa. Tenía sed, hambre, hambre de él. Besó a Lisandro con fuerza, apretándose contra su culo, y dejó un rastro de besos húmedos por el musculoso cuello de Lisandro antes de aferrarse a su glándula de olor.
Lisandro se rió sin aliento.
—¿No querés saber en dónde lo encontré?
—¿Su vida está en peligro?
—Bueno no.
—Entonces puede esperar —Cristian empezó a desabotonar la camisa de Lisandro, salpicando su cuello de besos—. Pasó mucho tiempo desde que estuve adentro de ese culito.
—Que lindo —dijo Lisandro riendo, aunque estaba igualmente duro contra el estómago de Cristian—. Mi vida, estamos en el edificio del Senado. Tenemos que trabajar acá.
Cristian se obligó a detenerse, a pesar de que su cuerpo gritaba en protesta. Pellizcándose el puente de la nariz, respiró hondo.
—Tenés razón, perdón. Fue muy irresponsable de mi parte. Pero te echaba muchísimo de menos.
Lisandro le sonrió, sus ojos eran muy suaves y encantadores.
—Ya sé. Yo también. Lo sentí como una eternidad.
—Ocho días.
—Y cuatro horas —agregó Lisandro con tristeza, acariciando el pecho de Cristian.
Cristian se rió y lo abrazó con fuerza. Era bueno saber que él no era el único obsesivo.
—Te amo —dijo, besando detrás de la oreja de Lisandro y aspirando su aroma con avidez. No podía creer que hubo un momento en que lo había encontrado poco atractivo. Parecía que fue en otra vida, como si hubiera sido un hombre completamente diferente. Un hombre solitario e infeliz casado con su trabajo.
Lisandro dejó escapar un suspiro de satisfacción.
—También te amo —dijo, pasando sus dedos por el brazo de Cristian y entrelazando sus dedos—. Mucho.
Cristian le apretó la mano.
—Entonces, ¿dónde lo encontraste al boludo ese?
Sonriendo, Lisandro comenzó a hablar y gesticular animadamente, sus ojos brillantes de felicidad y alivio.
Cristian se limitó a mirarlo y asintió con esperanza en los lugares correctos, bebiéndolo. No podía ser tan precioso. Tan bonito. La cosa más hermosa que jamás había visto. Y él era solo suyo. Su marido, su pareja, suyo.
Lisandro se echó a reír.
—¡No me estás escuchando, Cris!
—No sé quién te podría escuchar en este momento —Dijo Cristian, empujándolo hacia su escritorio. A la mierda. Había dejado de ser responsable.
—Vos me estás jodiendo…
Cristian lo besó.
Lisandro todavía se reía cuando le devolvió el beso, por lo que no fue muy bueno.
Aún así se sentía perfecto.
♡
Notes:
Nuevamente llegamos al final de antinatural!
Los espero en Salvaje y proximamente en Ilícito (y en otras adaptaciones obvio) <3

Milena (Guest) on Chapter 1 Thu 30 May 2024 03:26PM UTC
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kmolap on Chapter 23 Mon 04 Mar 2024 11:13PM UTC
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Donna157 on Chapter 23 Sat 31 Aug 2024 07:31PM UTC
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frankfoq on Chapter 23 Sun 17 Nov 2024 01:34AM UTC
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