Chapter Text
Junio de 2023 - Presente
Cada mañana empezaba de la misma forma. Maullidos ignorados en la cocina, patitas apresuradas por el suelo, un suave aterrizaje en la cama, un ronroneo exigente en su oído. Y cada mañana se levantaba con gusto, cuando el sol apenas se estaba asomando; excepto en sus dos días libres. Esos eran sagrados.
Esa mañana era el primer día libre de la semana, y Lena se levantó a regañadientes para darle el desayuno a Capitana. La minina blanca la persiguió presurosa hasta la cocina y esperó sentada, en un digno silencio, a que le llenara el bol. Una vez lleno, restregó su pelaje contra las piernas de su humana de forma apreciativa y se entregó a su desayuno.
—Que aproveche, ahora déjame dormir —rezongó Lena.
Volvió a la habitación y se dio cuenta del calor que hacía. La primavera estaba en las últimas, y el sol ya empezaba a molestar aunque acabara de salir. Se quitó el pijama y se metió en la cama. A esas temperaturas no soportaba ni una prenda, solo las sábanas. Se puso sus tapones de oído, antifaz y se dejó llevar por el sueño. Había estado teniendo un sueño agradable antes de que Capitana la despertara, ojalá pudiera volver a él...
Un viaje en carretera, buena música... Alguien que no debería estar ahí... ¿Qué hacía ahí? No le quedaba apenas tiempo...
¡DIN DON!
Lena pegó un salto al oír el timbre. Se quitó el antifaz y miró el móvil. Habían pasado tres horas, pero todavía tenía sueño, podía disfrutar de un par de horas más. Se volvió a poner el antifaz cuando el timbre volvió a sonar.
Ya volverán, pensó.
Entonces golpearon la puerta.
—¡Tiene una carta!
Lena abrió los ojos. ¿Una carta? Hacía años que no recibía ninguna carta, si no se equivocaba la última había sido en 2019, y el lugar de donde provenía ya no existía. Tenía que ser un error.
Esperó un poco más. ¿Es que no podía dejarla por debajo de la puerta? Era cierto que las otras veces había necesitado su firma, pero esta carta no podía ser como las anteriores, era imposible. Como leyéndole el pensamiento, una voz masculina gritó:
—¡Necesito que lo firme!
Maldiciendo la burocracia, se levantó y se puso el batín mientras caminaba hacia la puerta.
—¡Ya va!
Bostezó, se restregó los ojos y al fin abrió, solo unos centímetros para proteger la intimidad de su casa. Los soldados que se encargaban de la correspondencia tendían a cotillear.
—Ah, la pillo en su día libre ¿eh? —comentó el muchacho, mirándola de arriba a abajo con descaro. Lena cerró la puerta un poco más—. Ya me sabe mal.
—No te preocupes —respondió sacando una mano por la rendija para coger la carta.
—Oh, una firma aquí, por favor. —El joven levantó una carpeta con un bolígrafo atado a una cuerda. Qué prehistórico se había vuelto todo. Lena firmó sin casi mirar y volvió a tender la misma mano para que le diera la carta de una vez. No quería desvelarse, quería coger la maldita carta y volver a dormir—. Genial, aquí tiene.
—Gracias.
—Que tenga un buen dí...
Lena cerró la puerta antes de que el muchacho acabara de despedirse. Le echó un vistazo a la carta mientras volvía a la cama, bostezando y entrecerrando los ojos para lograr enfocar la vista en el remitente.
"Erwin Smith". No ponía nada más. Su nombre le quería sonar, pero sin más información su cerebro no le ponía cara. ¿Quién enviaba una carta sin poner el origen? ¿Era una carta oficial? ¿Es que quería ir de misterioso ese tal Erwin Smith? Pues qué poco seriedad.
Lena la desechó en su tocador antes de quitarse el batín, ignorándola cuando cayó al suelo, y volvió a meterse en la cama. Se puso tapones, antifaz, se hizo una bola y se abrazó a su cojín hasta que el sueño volvió a apoderarse de ella.
Cuando parecía que recién había cerrado los ojos, sonó la alarma. Despertó con otro salto y la apagó. Las 11h; había dormido unas dos horas. Pero aún se sentía cansada, gracias a la interrupción más temprano por esa estúpida carta. Decidió que podía permitirse dormir un rato más, y eso hizo. Cerró los ojos y no tardó en caer en un profundo sueño.
Un rato después...
—Miau...
Lena volvió a despertar de golpe, esta vez arrancándose antifaz y tapones.
—¡Vale, joder, ya me levanto!
* · * · *
Cada día libre se desarrollaba de la misma forma. En el gimnasio, después de un ligero desayuno (y de darle un poco de atención a Capitana), se encontraba con su padre, el general Emil Kremer, quien hacía la función de su entrenador personal. Iban a la zona del tatami y practicaban artes marciales, boxeo, cualquier tipo de lucha que su padre considerara necesario. Lena seguía formando parte del ejército, aunque su labor como médica había cobrado más importancia después de la última guerra. Por tanto, debía mantener su forma física, y su padre se encargaba de que no lo olvidara.
—¿Te espero mañana para cenar, entonces? —le preguntó al acabar.
—Claro —contestó limpiándose el sudor con una toalla—. ¿Llevo algo?
—Lo de siempre —dijo el hombre, con una extraña mezcla de vergüenza, culpa y travesura en la mirada.
—¿Otra vez? Papá, dijimos que una vez al mes, no deberías comer tanto azúcar.
—Ah, ¿es que no ha pasado un mes todavía? —Puso esa mirada de señor mayor que usaba cuando quería salirse con la suya. Pero Emil Kremer no era ningún señor mayor.
—No, papá... El tiempo no avanza en este maldito lugar —murmuró.
—Pues no traigas nada entonces, hija, ¿para qué preguntas?
Acabaron de recoger el lugar y se dirigieron a la zona de máquinas.
—No lo sé...
Lena no sabía por qué siempre preguntaba. No sabía por qué siempre mantenía la esperanza de que algo algún día cambiara.
Después tocaba musculación. Hacía los ejercicios de siempre, variando solo los pesos y las repeticiones, y veía al chico mono con el que siempre cruzaba miradas pero nunca se acercaba a hablarle. Se saludaban de lejos, pues se conocían (todos se conocían en ese lugar, al fin y al cabo), pero nunca pasaba de ahí.
Ese día, mientras hacía una pausa en sus ejercicios de espalda, el chico se le acercó. Lena se quitó los auriculares al oír su saludo dirigido a ella.
—Hola —respondió.
—Has mejorado mucho —dijo él casualmente.
—Oh, gracias —contestó después de beber un poco de agua de su botella.
—Se nota la progresión —añadió él, señalando con un gesto de su mano el cuerpo de Lena.
Ah.
Por supuesto. Sabía de qué estaba hablando, pero decidió hacerse la tonta y dejarlo en evidencia.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, estás mucho más... —Empezó a balbucear. Lena ladeó la cabeza y disfrutó viéndolo sufrir—. En fin, has... Antes no eras tan...
—Antes estaba gorda —dijo sin rodeos.
—Eh... Bueno, sí...
—¿Has esperado a que adelgazara para hablarme? —Su tono de voz no perdonaba.
—¡No! —dijo él rápidamente, negando lo obvio, en su cara una sonrisa supuestamente angelical cuya calidez no llegaba a sus ojos.
El hombre le dio un trago a su botella verde camuflaje para no tener que decir ninguna excusa. Lena no dejó de observarlo sin ninguna expresión en su cara, disfrutando de su incomodidad. Habría sido tonta si pensaba que la conversación acabaría tomando otro rumbo más interesante. Toda interacción con un hombre marleyense había sido siempre igual de insulsa y displicente.
—¿Te gustaría tomar algo este finde? —dijo entonces el chico sin ningún reparo.
Eso no se lo esperaba. La respuesta era no. De inmediato, no.Para empezar, para Lena no existía tal cosa como "finde". En su vida estaban los días que libraba en la clínica, que solían ser miércoles y jueves, y el resto de la semana, que no libraba.
Para terminar... No. Simplemente no. Había habido un momento en su vida, en sus veinte, en el que le habría dicho que sí, incluso después de esa penosa conversación, desesperada por darle algún tipo de confort a su corazón roto, por sentir algo aparte de dolor. Pero esos días ya habían pasado. Lena había endurecido su corazón además de sus músculos, y no le daba a nadie la oportunidad de hacerla perder el tiempo. Los amores de su vida eran su gata, sus plantas, el oasis que era su apartamento, y su amiga Amalia. No necesitaba más. Aún teniendo algunas horas libres en los días que trabajaba, prefería pasarlas leyendo un libro o escuchando música; sola.
—No —contestó. Se puso los auriculares y volvió a centrarse en su set.
Aunque ese día se empeñara en presentarle novedades, Lena sabía que iba a acabar igual que todos.
* · * · *
Después del entreno, Lena bajaba al pueblo a hacer recados y quedar con Amalia, donde pasaban el rato despotricando de éste o aquel paciente y desahogándose.
Ese día Amalia no libraba, así que solo podían verse un rato en su hora de descanso. Lena cogió el tren al pueblo y se encontró con ella en el bar de siempre. Amalia llegó un poco tarde y estresada, su pelo claro recogido en un apretado moño con algunos mechones sueltos, pero tan guapa y digna como siempre. Lena la esperaba con una cerveza fría para cada una. Nada más sentarse empezó la charla del trabajo.
—Es que ya es la cuarta vez —dijo su amiga después de un largo trago—. ¿No le hemos dicho ya tres veces que se tome lo que le recetamos? ¡Pues luego me viene con dolor de barriga, obviamente!
Lena la escuchaba y hacía gestos de desaprobación, y lo mismo pasaba cuando Amalia era la que la venía a ver en su rato libre. Era la rutina que compartían. No había mucha cosa más de la que hablar.
—En fin, ¿tú qué tal? —preguntó Amalia después—. ¿Algo nuevo?
Era un pequeño chiste entre las dos, usando el hecho de que nunca pasaba nada excitante. Lena se animó al pensar que podía contarle lo que había sucedido en el gimnasio, cuando el camarero se acercó con otra cerveza y la dejó en la barra frente a ella.
—Para la pelirroja —dijo sin más preámbulos, con la confianza con la que le hablaba a sus clientes regulares, señalando con la cabeza a un muchacho en la otra punta de la barra que saludó con la mano y una sonrisa efusiva a pesar del rubor en su piel.
Lena frunció el ceño sin molestarse en disimular mientras Amalia aspiraba con fuerza. Lena le devolvió el saludo secamente al joven y volvió a centrarse en su amiga.
—¿No es el que se rompió el meñique hace unos meses? —preguntó Amalia en voz baja con una sonrisa cómplice—. Se ha dejado la barba, qué mono.
Ah, de eso le sonaba.
—No sé qué pasa hoy, de verdad —preguntó Lena extrañada, casi para sí misma.
—¿Por qué? —dijo Amalia abriendo los ojos con intriga, bajando la cerveza que se acababa de llevar a los labios—. ¿Qué ha pasado?
—El tío ese, Koch, me ha pedido salir.
—¿El sargento? —Lena asintió mientras le daba un sorbo a su pinta—. ¡Enhorabuena, chica! ¡Cuánto me alegr...!
—Le he dicho que no, es un idiota.
Lena le contó la corta conversación que habían tenido. Amalia abrió la boca escandalizada hacia el final.
—¿Cómo se atreve a soltar eso? Ya te lo he dicho, creo que es la edad —dijo, como siempre decía—. Los de tu generación han salido con miedo a comprometerse. Y gilipollas. Los de mi edad son más respetuosos y agradecidos, al menos...
Amalia también era soltera crónica, pero al menos ella tenía algo de acción, gracias a la falta de traumas que Lena sí tenía y le impedían tener dicha acción.
—Bueno, ve a hablar con aquel entonces, a ver qué te cuenta. —Lena negó mientras bebía otro trago—. ¿Cómo que no? ¿Por qué? No está mal.
—No me interesa...
—¿Cómo que...? Lena, las cosas han cambiado. —Amalia se inclinó hacia ella, bajando la voz—. Qué más da que sea eldiano, a nadie le importa eso ya...
Lena chasqueó la lengua.
—No es eso, Malia...
—Te mereces ser feliz, amiga, ¿cuántos años han pasado ya?
Lena bajó la mirada. No pretendía cerrarse sobre sí misma cada vez que salía ese tema, pero así reaccionaba su cuerpo. Esos eran temas tabús, de esas cosas no se hablaban. No quería recordar. Amalia debió leer la expresión de su cara.
—Lo sé... Perdona, ya no digo nada más —dijo y le dio otro trago a su cerveza. Un silencio algo incómodo se cernió sobre las dos.
—Es un crío, ¿no lo ves? —continuó entonces Lena para aliviar tensiones—. Podría ser su madre.
—¡Lena, como mucho tiene diez años menos que tú, no exageres! —rió Amalia.
—Pues eso, un crío...
—Lo que te sirva de excusa...
—Además, ¿comprar una sola bebida siendo dos? Qué rata. —Lena negó otra vez mientras Amalia reía—. Si quisiera ganarse mi favor debería al menos pagarle la bebida a mi amiga. Si quieres ser mi amante, tienes que llevarte bien con mis amigas, ya lo dijeron las Spice Girls.
Amalia rió grandiosamente, y entre las dos se bebieron la bebida invitada. Saludaron al chico de la barra con un gesto de la cabeza al irse, que las miró algo decepcionado, y después se despidieron. Amalia volvió a la clínica y Lena aprovechó para hacer algunos recados. Necesitaba mantequilla y chocolate para hacerle las benditas galletas a su padre. Compró también pienso para Capitana y algo de café. Se indignó con los precios de todo ("Ya sabe, la cosa está mejorando, sí, pero todo va muy lento. Se han llevado a casi todos los ingenieros, ¿qué vamos a hacer?") y volvió a coger el tren de vuelta a la base.
Cuando llegó a casa tuvo la curiosidad de mirarse al espejo, a ver si veía algo diferente, algo que hubiera causado que dos hombres hubieran mostrado interés en ella el mismo día. Vio a la misma chica alta y corpulenta de siempre. Llevaba ropa de verano, pero nada muy revelador. Los rizos rojos estaban atrapados en una apretado moño que amenazaba con desmoronarse en cualquier momento, como cada día. Se había hecho el maquillaje de siempre, un poco de rimel, corrector para esconder las ojeras y algo de colorete encima de las pecas para parecer más viva de lo que se sentía.
Era una belleza algo salvaje, sus cejas pobladas, sus brazos pecosos, sus dientes imperfectos, pero belleza al fin y al cabo, al menos ella lo veía así. Pero hacía mucho que no notaba ese tipo de mirada en un hombre. La mirada de deseo.
Sacudió la cabeza y se dispuso a hacer la cena.
Los días siempre acababan con un poco de yoga suave y meditación, y después se metía en la cama con la mente libre de pensamientos. Esa era la rutina que le había salvado la vida.
* · * · *
Su segundo día libre lo pasaba poniendo su casa en orden, un rato de gimnasio, ocupándose de sus plantas y leyendo. Ese día también se dedicó a hornear las galletas que a su padre tanto le gustaban.
Con las galletas listas y la bestia blanca alimentada, Lena salió de su apartamento a la hora de la cena y se dirigió a la unidad donde residía su padre. Normalmente Emil cenaba en el comedor con el resto de soldados (no eran muchos, había un sentimiento de familiaridad en el cuartel), pero los jueves se guardaba la noche para cenar con ella.
—¡Ah! —exclamó al verla llegar con la bandeja—. Me haces feliz. Adelante.
Cenaron algo de carne y verduras al horno, la especialidad de Emil, y bebieron bastante vino. No había mucho de lo que hablar, se veían prácticamente cada día y nunca pasaba nada nuevo.
—Te he visto hablar con el sargento Koch —comentó su padre después de un rato.
—Ah, ¿nos viste? —dijo Lena masticando un trozo especialmente rebelde. Emil asintió—. ¿Qué te pareció nuestro lenguaje corporal?
—No parecía una conversación muy alegre.
—Básicamente me felicitó por ya no estar gorda y me invitó a salir.
—¿Que te...? Menudo imbécil... Es que no hay hombres buenos para ti, hija.
Sin quererlo, se puso tensa. Sabía a dónde iba esa conversación, y su padre sabía perfectamente que no era algo de lo que a ella le gustara hablar.
—Nop... —fue todo lo que pensaba decir al respecto.
—No tendré nietos, ya me he hecho a la idea... —Lena respiro hondo. Tabú. Ese tema era tabú. Su padre siguió como si nada—. Y si los tengo seré tan viejo que...
—Papá, apenas pasas de los cincuenta, no eres viejo —lo cortó—. Y no, no los tendrás.
La conversación quedó en el aire y volvieron a ocuparse de sus platos. Ya estaba frío. Al acabar, Lena recogió la mesa y destapó la bandeja de galletas, inundando la habitación con su dulce aroma. Su padre cogió una con una sonrisa agradecida y los dos comieron en silencio.
—Por cierto —dijo Lena después de la primera galleta, feliz de haber encontrado otro tema de conversación—, ¿te suena un tal Erwin Smith?
Su padre desapareció y en su lugar apareció el General Emil Kremer.
—¿El Comandante Erwin? —preguntó erguido, su ceño fruncido.
¿Comandante Erwin? Eso le sonaba todavía más.
—¿Quién es? No lo recuerdo.
—El... El Comandante del Cuerpo de Exploración, de la isla... —dijo su padre con cautela. Lena se mordió el labio, pensando—. De Paradis, hija.
Fue como si algo le golpeara el pecho y la dejara sin aire. Todos los recuerdos le vinieron de golpe, la inundaron con una oleada de melancolía, haciendo que se mareara. Soltó el trozo de galleta en la mesa y se llevó la mano a la frente. Aquel hombre... Aquel hombre que la había mirado como si la reconociera...
La mano de su padre en la suya la hizo volver a flote. Él lo sabía, sabía el efecto que esa palabra tenía en ella. Había dejado de ser el General Kremer para volver a ser su padre, rescatándola de la ola de flashbacks.
—¿Por qué? ¿Por qué me preguntas por él, Lena?
—Me... me ha llegado una carta suya.
—¿Una carta...? —preguntó con un hilo de voz—. Oh... Oh, entonces... te han elegido a ti.
* · * · *
Lena volvió a su apartamento hecha una furia. Cerró de un portazo y se apoyó en la puerta, dejándose resbalar hasta acabar sentada en el suelo. La conversación con su padre se reprodujo en su cabeza sin poder evitarlo.
—¿Elegido? —repitió Lena, su sangre de repente helada—. ¿Para qué me han elegido, papá?
Emil tomó un trago de vino y volvió a dejar la copa en la mesa antes de hablar. Con cada segundo que pasaba el corazón de Lena se llenaba de pavor.
—Sabes que hemos mantenido una línea de conversación estos tres años, después del día R —comenzó—. Hace unos meses me envió una carta desde Paradis, breve, poco detallada. Necesitaban a alguien para una misión especial, y me pidió que le enviara informes de mis mejores soldados.
—¿Misión? —Lena tenía los pelos de punta en toda la piel—. ¿Qué... qué clase de misión?
—No había demasiada información, sospecho que es algo secreto y no querría fiarse de la confidencialidad de los mensajeros. Lo que sí sé por el tono de la carta es que era una petición de ayuda.
Lena exhaló con fuerza. ¿Misión secreta? ¿Ayuda? ¿Los mejores soldados? No sabía por dónde empezar.
—Yo no soy tu mejor soldado, papá —dijo como si fuera algo obvio. No entendía la lógica de su padre.
—Estaban interesados en... mujeres.
Fue como una bofetada.
—¿Mujeres...? ¿Te pidieron mujeres y les enviaste mi informe?
—Les envié los informes de mis mejores soldados mujeres, dentro de las cuales estás tú —dijo Emil, poniéndose serio—. Lo estás poniendo como algo que no es. Soy el General del Ejército de Marley, si un emisario de la paz me pide una mano se la tengo que tender, no puedo dejarme llevar por mis asuntos personales. Además nos pone en una situación muy interesante, crear una alianza con Pa...
—¡Así que me has vendido a nuestro antiguo enemigo para crear una alianza, qué noble por tu parte! —Lena se levantó y golpeó la mesa con la palma de la mano—. ¡Al menos vas a recibir algo más que un par de vacas a cambio de tu única hija, me siento honrada!
—Lena Kremer, te estás pasando de la raya.
—¡Me vas a mandar a la guerra otra vez!
Su voz se rompió con esas palabras. Los dos estaban de pie, dirigiéndose miradas frías, respirando agitadamente. Lena notó la furia brotarle de los ojos en forma de lágrimas.
—Nadie ha hablado de ninguna guerra, Lena...
—¡Una misión especial en territorio enemigo, ¿qué podrá ser?! —lo interrumpió.
—Hice lo que tenía que hacer —respondió Emil con calma—. Y si te hace sentir mejor, no contaba con que te eligieran a ti.
—Eso es todo un consuelo —dijo con frialdad. Arrastró la silla hacia atrás y se marchó.
Lena se pasó las manos por la cara para deshacerse de las lágrimas. Capitana se acercó y pegó su cuerpo cálido y suave sobre sus piernas; Lena se concentró en su ronroneo para intentar calmarse.
Unos minutos después se dirigió a su habitación con paso firme. Buscó la dichosa carta en su tocador y la encontró en el suelo. Se sentó en la cama y la observó. Tenía pinta de antigua, el papel parecía venir de otra época, el sello no lo conocía, y la escritura era extraña.
"Erwin Smith" era todo lo que ponía en el lado del remitente. Ni "Comandante Erwin Smith", o "Comandante Erwin Smith, Paradis", o "Erwin Smith, Trost" o como fuera que se llamara la maldita ciudad de donde provenía. En el lado del destinatario tampoco había demasiada información:
"Srta. Lena Kremer,
Fuerte Salta, Marley"
Con esa simple información la habían encontrado, obviamente. No había muchos asentamientos entre la isla y Fuerte Salta, así que no había podido ser muy difícil.
Al fin se decidió por abrir la misiva, con manos temblorosas. Había dos papeles adentro. El primero decía lo siguiente, después de un encabezamiento con formalidades militares:
"Nos complace informarle de que ha sido elegida para una tarea especial que se llevará a cabo a partir del mes de octubre en la isla de Paradis. Para ello le harán falta las habilidades que ha ganado a lo largo de los años en su carrera en el ejército, y serán bienvenidos sus conocimientos médicos.
Es importante puntualizar que esta tarea puede acarrear riesgos, y es imposible saber hasta cuándo se alargará, por lo que le concedemos una semana para considerarlo. Adjuntamos un formulario para que nos envíe su respuesta. Una vez recibida, le enviaremos más información, junto con documentación para poder acceder a un billete para su traslado.
Le rogamos encarecidamente que no comparta el contenido de ésta con personas que nos sean de su confianza.
Ante cualquier duda acuda al General Emil Kremer. Esperamos su respuesta.
Atentamente,
Comandante Erwin Smith.
Subcomandante Armin Arlert
Capitán Levi Ackerman"