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TO THE GRAVE

Summary:

El rey Viserys Targaryen, el primero de su nombre, el nombrado 'rey pacífico' estaba muerto... Y eso no era una sorpresa, pero sí una completa desgracia.

Notes:

Aemond tiene dos ojos, Jacaerys no.

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Chapter 1: 001. Siempre el vigilante

Notes:

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Chapter Text

El rey Viserys Targaryen, el primero de su nombre, el nombrado 'rey pacífico' estaba muerto... Y eso no era una sorpresa, pero sí una completa desgracia.

Y pese a los deseos de otros, su primogénita y heredera, estaba apunto de ser coronada como la nueva reina sentada en el trono de hierro.

Muchos habían querido replicar en contra, algunos habían perdido la lengua, la mayoría la cabeza a manos de su esposo, Daemon Targaryen.

Rhaenyra no solo era una mujer, embarazada en ese momento (y la mayoría del tiempo los últimos años) lo que era prueba de su fragilidad, era una alfa. No se había sentado un alfa en el trono de hierros desde Maegor el cruel, muchos lo tomaron cómo señal de días oscuro.

Era bien sabido que los alfas podían ser irracionales con tendencias agresivas, y además no se había visto una mujer alfa Targaryen de su clase desde Visenya. Rhaenyra había ignorado a los omegas que en su vida podrían traerle calma a su fuego interno. Y se casó con otro alfa aún más irracional.

Y sin embargo, nadie pudo hacer nada para evitar su próxima coronación.

Aemond había visto todo en silencio desde la distancia, como si de una obra dramática se tratase.

Desde la ira poco reprimida de su abuelo Otto, hasta la ansiedad y desesperación de su madre Alicent. También la repentina alegría de Aegon pese a saber lo que venía para él, como la tranquilidad con la que ahora Heleana pasaba por los pasillos.

Él sabía que Aegon no estaba interesado en la corona, no como él lo estaba, y sabía que nadie nunca doblaría rodilla ante cualquier omega, sin importar de dónde descendiera.

Pero Rhaenyra, que habían estado haciéndolo alianzas a diestra y siniestra los últimos años, que había peleado con garras y dientes por su puesto en el consejo cuando volvió al castillo lunas después del nacimiento de su último hijo, tampoco lucía contenta.

Con sus hombros hundidos y sus ojos húmedos y distantes, solo permitiendo sonrisa ante la presencia de sus hijos y esposo, desde que el último suspiro del rey Viserys fue anunciado.

Era la única que parecía genuinamente afectada.

Cuando la noticia fue pública él no había tenido nada que decir, Aegon había tenido la decencia de permanecer en silencio, pero Aemond lo había visto brindar a espaldas de su madre, sin importarle lo impropio que era que un omega de su edad y soltero bebiera de esa forma.

Heleana había mirado el suelo un largo rato antes de suspirar y murmurar algo sobre preparar sus flores, su madre se sentó un lloró con su rostro entre sus manos por minutos enteros. Aemond no fue incapaz de consolarla.

Rhaenyra no estaba presente cuando ellos fueron notificados, su esposo estaba por ella, mirando amenazante y con la espada apretada en su puño la reacción de todos, esa misma madrugada en la oscuridad Aemond lo vió descargando su ira contra muñecos de paja en el patio de entrenamiento, nadie se atrevió a interrumpir.

Él no sabía que sentir. No estaba triste ni lamentaba la muerte de su padre, y ni siquiera se sentía culpable por eso, apenas y tenía recuerdos del hombro siendo más que un saco de enfermedades.

Según Heleana, había estado así desde antes que ella naciera, pero a diferencia de ella, y el como disfrutaba pasar tiempo con su padre leyendo para él y tarareando las melodías que creaba, Viserys pocas veces había sido el que iniciaba la conversación entre ambos.

Lo había felicitado cuando ganaba sus primeras veces en entrenamientos, le había regalado su primera espada y había compartido palabras con él cuando se reveló como un omega, simplemente amable como lo era con cualquiera de la servidumbre.

Su madre había dicho que era normal que guardara más amor por sus hijas, incluso si su rostro se arrugaba al mencionarlo, pero Aemond no había sentido una pizca del amor que Viserys le guardaba a Rhaenyra o Heleana.

El que no le haya permitido comprometerse hasta que el heredero de su heredera escogieran pareja era la prueba de ello.

No es que Aemond tuviera muchas opciones, no como Aegon, que solo con parpadear y sonreír lograba que los alfas lo siguieran como perros en celo, incluso con su terrible reputación.

Aemond no era hermoso como él.

Era alto, muy alto, al punto que por años se sospecho que sería el primer alfa del segundo matrimonio del rey, no fue así. Era demasiada delgado para tener curvas, de rasgos muy afilados como para causar ternura o transmitir dulzura, rígido y poco seductor, de manos ásperas y cicatrices en el pecho y espalda por la horas que invertia antes en su entrenamiento.

Un omega que nunca había sido atractivo más que para alfas que querían presumir tener a su lado al Targaryen con el dragón más grande y viejo de todos.

Y ahora él, estaba apunto de ser ofrecido junto a Aegon. El hermoso Aegon de figura perfecta, de sonrisas faciles y de aroma seductor para que lo eligieran.

Aegon a quién no le faltaban propuestas ni pretendientes, y quién no había podido aceptar ninguna y hacerle el camino fácil por orden de su padre.

Aemond podía sentir la bilis en su garganta.

Jacaerys lo escogería, estaba seguro de ello, y eso solo lo volvía más humillante.

Ellos que habían jugado en su infancia, que habían bromeado y reído juntos. Jacaerys había respondido algunas de las cartas que Aegon enviaba por obligación de su madre, e inclusive recibía regalos los días de su nombre de su parte.

Aemond no tenía oportunidad.

—Luce bien ese color en tí, hermanito —habló Aegon mirándose en el espejo al otro lado de la habitación, Aemond había olvidado por completo que no se encontraba solo—. Si solo el usar ese color hiciera borrar lo que hiciste.

Aegon tenía razón, pero él solo suspiro.

Era completamente ridículo.

Había conseguido una túnica de terciopelo, de un azúl tan oscuro que casi parecía negro a lo lejos, negándose a usar vestidos escotados que mostraran su plano pecho.

Él la había mandado hacer personalmente y en secreto, todas las casas estaban en camino a la coronación. Los Velaryon entre ellos, de los que tantos de había burlado, y que era los familiares más cercanos a su posible futuro esposo.

Los mismo a los que les había faltado el respeto terriblemente cuando atacó a su sangre, en el día más trágico para ellos y de dónde salió sin castigo más que la reputación de mata sangre que ahora lo perseguía.

Aemond no había matado a Jacaerys, pero eso solo había sido gracias a los Dioses, había desfigurado si rostro para siempre, mutilando su ojo y dejándolo a él con el castigo eterno de lidiar con el miedo de otros.

Puede recordar esa noche como si fuera ayer, los gritos de Lucerys, los temblores de su madre, las lágrimas de Rhaenyra... Y la mirada de Jacaerys, que cubierto de sangre y tierra, nunca dejó de mirarlo fijamente mientras cosían su herida.

Y ahora Aemond tenía el descaro de preparar una túnica especialmente para el alfa al que había arruinado para siempre. Pero que al mismo tiempo, era el único que lo hacía temblar y sentirse como un verdadero Omega.

—Cállate —siseó en respuesta, alejando de la jóven que terminaba de trenzar su cabello—. Madre dijo que debía lucir atractivo a sus ojos.

—Es irónico que decidas no vestir de funeral el único día que realmente hay uno —rió Aegon, sin mirarlo en ningún momento— Pero sé honesto contigo mismo, hermano. Le quitaste un ojo al bastardito, no tienes oportunidad.

Lo peor de todo es que a Aegon no le importaba.

A él nunca le importaba nada.

Esto solo era una escusa para salirse con la suya una vez más.

A Aegon no le importaba haber manchado su virtud y su reputación al punto que su madre considero encerrarlo en sus habitaciones hasta el día que inevitablemente tuviera que comprometerse.

Él solo quería esto porque en sus palabras 'Jacaerys le pertenecía desde siempre' —Aemond apretó sus puños ante el pensamiento— ¡Había sido él quién marcó a Jacaerys para siempre! Debería ser suficiente para atarlo a su lado, incluso si el alfa solo lo hacía para hacerlo infeliz hasta el último de sus días.

Evitándole la vergüenza de nunca lograr llegar un compromiso hasta el final mientras se hacía más y más viejo, perdiendo la juventud que hoy de alguna forma le daba ventaja sobre otros omegas.

—No me interesa que me elija —murmuró, ignorando que su omega interno lloriqueo ante la mentira—. Solo quiero salir de esto rápido.

Aegon volvió a reír, pero esta vez se giró para mirarlo.

A diferencia de Aemond, el novia está timado en su preparación. Su piel Lucía mucho más sana de lo que lo había hecho los últimos años, las ondas en su cabello se veían perfectamente suaves y brillantes, y el vestido rojo era atrevido, demasiado atrevido para el gusto de su madre, pero acentuaba perfectamente cada una de sus curvas.

Él mismo podía aceptar que era hermoso, y sabía que si no fuera resultado ser un Omega, se habría casado con él sin dudarlo.

—Es bueno que no tengas ninguna esperanza... —dijo llamando nuevamente su atención—... Mencionó en su última carta que estaba emocionado por nuestros encuentro.

Aemond sintió que el color se iba de su rostro. —¿Él te respondió?

Aegon frunció el ceño, mirándolo como si fuera tonto. —Por supuesto que lo hizo. Creo que es su forma de cortejarme —se encogió de hombros—. Seguro es parte de las malas costumbres que adquirió con esos salvajes.

Aemond no sabe por cuanto, pero desde que Jacaerys piso el norte por primera vez, había sido poco capaz de mantenerse en otro lugar, su hermana siempre suspiraban tristemente cuando hablaba con su padre, sobre lo bueno que era mantener lazos amigables con el norte, pero cómo eso lastimado su corazón cada que pensaba en su hijo al que poco veía.

Las pocas veces en las que su madre y Aegon habían estado de acuerdo en algo, era sobre mantener algo de cuidado cuando se tratara de un alfa que voluntariamente se había ido a pasar temporadas con los salvajes al borde del muro.

Aemond sintió envidia cada vez que pensaba en todas las libertades que el ser un alfa le traía.

Ventajas de las que ahora podía disfrutar si Jacaerys lo elegía.

—No tienes que hacer eso.

—¿Hacer qué? —respondió Aegon mirándolo con una ceja alzada—. ¿Lucir fantástico de rojo?

Aemond ignoró sus bromas mientras se acercan a él con rapidez. —Puedes tener mil propuestas más, nadie apostará por mí. No tienes que hacer esto, Aegon.

El menor puedes jurar que por un segundo los ojos de su hermano se ablandaron, pero rápidamente esa capa de frialdad volvió a ellos. —Si él me elige, lo que pasará, nadie podría culparlo —murmuró dando un paso al frente muy seguro de sí mismo, estirando su cuello para mirarlo a los ojos—. No después de lo que le hiciste. Y por fin podré alejarme de este asqueroso lugar.

Aemond soltó un suspiro completamente frustrado al escucharlo.

Aegon había recibido propuestas de los Lannister y los Baratheon en su momento, su abuelo incluso había intentado negociar un matrimonio con los Velaryon antes de ser rechazado.

Si lo único que quería era alejarse del castillo, no necesitaba a Jacaerys para eso.

—No necesitas quitarme a la única opción que tengo para eso —susurró, sintiendo que la humillación lo llenaba porque su voz era casi una súplica—. Él será el heredero, Aegon. Puede que no sea pronto, pero en algún momento estarás mucho más atado que yo al desembarco del rey.

Aegon permaneció el silencio, y Aemond casi espero que estuviera reconsiderándolo, pero sabía que solo estaba tratando de engañarse a sí mismo, su hermano era capaz de hacerle ese favor.

—¿Sabes cómo lo llaman en las calles? —le preguntó luego de unos cuantos segundos de silencio mirándolo fijamente—. 'El único digno del trono' le dicen, ¿Puedes creerlo? —soltó una risa casi histérica—. El mismo niño tonto y enano que me perseguía antes de su presentación es considerado el único digno del trono de hierro —sonrió, suspirando para sí mismo con una alegría qué le hizo preguntarse si en realidad Aegon no deseaba este matrimonio—. Pero no te preocupes, hermanito. Lo convenceré de que olvide todo ese rencor que te guarda y consiga un buen partido para tí... Tal vez alguien ciego o sordo, ambas si tiene suficiente suerte.

Aemond ignoró sus palabras incluso si sintió un nudo formándose en su garganta.

Aegon había pasado mucho tiempo ignorándolo hasta que ya no lo hizo, y se volvió innecesariamente cruel con él desde ese momento.

—Aegon... —el menor estaba apunto de súplicar, ofrecerle ponerse de rodillas si eso lo hacía feliz, pero su hermano volvió a girarse hacía el espejo sin prestarle la mínima atención, así que decidió prestar atención a otras cosas—. ¿Él te dijo eso? ¿Te dijo que me guarda rencor?

No debería.

No debería.

No después de la última vez.

No después se ese día.

Aegon había borrado cualquier rastro de diversión de su rostro, y parecía apunto de gritarle algo, seguro que se alejaba, pero justo en ese instante se escuchó el gruñido de un dragón, lo que le devolvió su sonrisa, mientras lo miraba de reojo. —¿Tú qué crees, hermanito?

Aemond miró por la ventana, desde donde no podía apreciar nada de lo que pasaba afuera y sintió que sus manos sudaban.

Él ya estaba aquí.

Y que lo siguiente que viera fuera el rostro inexpresivo de su madre después de cerrar la puerta con sus dedos golpeándose entre ellos, era señal suficiente para comprender que era momento de dar la cara.

Y mirar al rostro al hombre que había arruinado para siempre, el que nunca sería su esposo.

Notes:

Aegon puede ser una perra

Chapter 2: 002. El esperado

Summary:

Jacaerys está de regreso, Aemond no sabe que pensar al respecto

Notes:

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Cuando Aemond junto con su madre y hermano llegaron al salón del trono, Heleana los estaba esperando al lado de una de las hijas de Damon, de espaldas no pudo distinguir cuál era y apenas escucho cuando lo presentaban, porque sus ojos se movieron rápidamente por todo el lugar.

Su madre tenía sus dedos clavados con fuerza en su brazo, mucho más ansiosa de lo que nunca se había mostrado abiertamente. Aegon estaba perfectamente de pie, sus labios casi en una sonrisa mientras miraba a su alrededor, Aemond casi deseó tener su confianza.

A pesar de ser un Omega, él era capaz de mantener su rostro frío en cualquiera situación, lo había aprendido años antes una vez que Aegon le hizo una broma dónde termino embarrado de lodo, él se había ido contra su hermano, pero él era mayor y lo tiró al suelo sin esfuerzo.

Aemond había lloriqueo con su brazo lastimado y su rostro bañado en lágrimas, muy parecida a la noche de Driftmark. Cuando se presentó escuchó a caballeros susurrar que eso explicaba sus comportamientos. Aemond se negó a escuchar vulgares palabras de esos hombres otra vez.

Fue en ese momento que posó sus ojos en Rhaenyra, ella lucía tranquila, al lado de sus esposo, el menor de sus hijos en sus brazos, aunque él ya estaba grande y ella muy embarazada para eso, pero lucía en mucha más calma que los últimos días.

Ella solo estaba esperando la presencia de su hijo mayor para celebrar su coronación, ya todos la habían visto sentada en el trono, no se había puesto una corona, pero sabía que pronto debía hacerlo, porque el consejo había respetado las lunas de luto que se declaró ante la muerte del rey, pero todos sabían que el trono no debía permanecer tiempo sin nadie sobre él.

El salón no estaba en silencio, nunca estaba en silencio, pero Aemond nunca escuchó nada, porque todos sus sentimientos estaban enfocados en el aroma que llenó sus fosas nadales y le hizo apretar sus puños.

Jacaerys Targaryen atravesaba las puertas.

Y la vista logró sorprenderlo como cada vez que lo veía.

El castaño parecía mucho más alto de lo que recordaba, lo que en sí mismo era una locura y siempre causaba asombro en todo aquel que lo reconociera. Vestido de negro de pies a cabeza, con una exagerada capa de piel felpuda cubriendo sus anchos hombros.

Aemond solo pudo ver su rostro de perfil, y no quiso parar de hacerlo.

El alfa hizo que dejara de respirar para no vomitar, su aroma amenazaba con hacerlo enloquecer.

—El príncipe Jacaerys Velaryon de la casa... —el Omega no escuchó el final de aquello, concentrado en que su rostro no mostrará lo que se formaba en su interior.

La túnica empezaba a sentirse más apretada e incómoda mientras sentía ahogarse al verlo caminar. El alfa no le dió una mirada, un grupo de norteños de igual exageradas capaz lo seguia de cerca mientras él se dirigía sin dudar hacía su madre.

Y aunque Aemond esperaba que corriera a abrazar a la mujer, como había visto a Lucerys hacerlo en cada reencuentro, el alfa Velaryon no dudó en doblar rodilla apenas estuvo frente a ella, dejando su espada a los pies de su madre.

—Mi reina —saludó, utilizando el título sin dudar—. Lamento mucho la tardanza. Después de ser tan amablemente acogido, no tuve corazón para no acompañar a mis compañeros del norte en su viaje.

Cuando fijo su mirada en su hermana, la verdadera sorpresa resultó en que no fuera ella quien corriera a abrazarlo, pero fue probablemente el estar rodeados de tantos señores lo que evitó que reaccionara de esa forma.

Ya era suficientemente inusual que fuera ella, quien estaba a punto de ser nombrada reina quien estuviera esperando la presencia de su heredero y no al revés.

—La ceremonia será en un par de horas —murmuró Aegon con un carraspeó a su lado sin quitar su mirada de la vista madre e hijo—. Deberías tomar una ducha, apestas a desesperación. No necesitas rogar tan evidentemente para que te escoja.

—Cierra la boca. —le respondo entre dientes, alejándose unos pasos de su hermano.

—¡Jace!

Aemond no había sido testigo de una sonrisa tan amplia en el alfa como cuando el pequeño Aegon corrió hacía él, apresurándose a ponerse de pie y guardar su espada para sostenerlo en sus brazos.

—¡No, Jace, ya soy grande! —se quejó el niño, pero todo el movimiento que hizo fue para arreglarse en brazos de su hermano, lo que hizo que el castaño riera—. Eres malo. Vete de nuevo.

—Uff —resopló Joffrey, acercándose a ellos para poner una de sus manos sobre los hombres de su hermano mayor—. ¿Entonces tendré que soportar tus lloriqueos por qué lo extrañas otra vez?. Mejor llévatelo, Jace, así me libras de ese enano.

El pequeño Aegon volvió a quejarse, pero los hermanos no le prestaron atención mientras compartían un pequeño abrazo con el atrapado entre ambos.

—Hermano, ¿Qué pasa contigo? ¿Cuando vas a dejar de crecer? —rió Jacaerys poniendo al menor de nuevo en el suelo—. ¿Dónde está, Luke?

—Podrías disimular que es tu favorito —respondió el menor haciéndolo resoplar—. Al menos frente a Aegon, es bastante celoso.

Todo el castillo reconocía la extrema protección que Jacaerys ponía sobre su primer hermano menor, el único que hasta el momento se había presentado oficialmente un omega. Aemond una vez escuchó que incluso había propuesto casarse con él para que Lucerys no corriera el riego de encontrarse con un alfa que fuera menos de lo que mereciera.

Pero para su padre había sido más importante terminar con las disputas familiares que calmar los temores del alfa. Jacaerys había aceptado, pero según sabía, había dejado claro que su hermano no se casaría con alguien que no fuera de su agrado -evitando cualquier enlace desesperado-, y mucho menos que no contará con su aprobación.

Cuando Aemond pudo volver a prestar atención a la escena frente a él, Jacaerys ahora abrazaba a su madre, que se aferraba a él con una ligera capa de lágrimas en sus ojos.

—Mi niño —susurró juntando sus frentes, su amplio vestido parecía dificultar en que se acercarán, pero aquello no hizo que ninguno se alejará. Daemon también camino hacía ellos con una pequeña sonrisa en su rostro dándole una palmada en su hombro cuando Rhaenyra al fin se alejó—. No tienes permitido permanecer tanto tiempo lejos de nuevo, Jacaerys Targaryen.

El nombrado soltó una risa, y se inclinó para dejar un beso sobre la frente de su madre. —Se hará como usted ordene, su excelencia.

Fue en ese momento que su madre dió una paso al frente, sus manos entrelazadas frente a ella mientras interrumpía el reencuentro familiar. —Nos alegra que al fin haya vuelto, mi principe —dijo suavemente, mirando al alfa casi sin parpadear—. Han sido días oscuros para nuestras vidas, y que su regreso brinde consuelo a algunos de los presentes es digno de celebración.

En ese momento Jacaerys se giró completamente a mirarlos. Y una vez más, Aemond perdió la respiración.

El alfa no hace el mínimo intento de ocultar su cicatriz, la marca ocupa casi la mitad del lado derecho de su rostro, un rubí rojo muy parecido al color de la sangre ocupa el lugar donde debería estar su ojo. Su cabello rizado ligeramente despeinado no estaba lo suficientemente desordenado para lucir desarreglado pero sí para moverse con cada movimiento que hacía.

—Pero claro que hay cosas que celebrar —sonrió Joffrey detrás de su padre—. Está semana, hermano. Beberemos por los que están y por los que no.

La sonrisa de Jacaerys se vió interrumpida cuando su madre volvió a hablar. —Se que entenderá que las festividades pueden esperar, mi príncipe —dijo antes de dejar escapar un suspiro—. Cómo sabe, uno de los últimos deseos de mi esposo fue unir nuestras familias. Uno de mis hijos se uniría a usted en matrimonio, usted mismo tendría el poder de elegir—sonrió aunque Aemond pudo ver como su labio se curvaba en desagrado—. Se esperaba que para su regreso hubiera tomado una decisión.

Jacaerys en ese momento centro su atención en los platinados detrás de la mujer. Su sonrisa no era la única que había desaparecido, ninguno de sus hermanos pareció encontrar gusto en su comentario.

Pero en lugar de decir algo al respecto, enfoca su atención en Aegon a su lado, que le sonreía al príncipe castaño.

—Príncipe Aegon, es un placer estar aquí —empieza el alfa con voz suave—. No soy un hombre que se deje llevar por rumores, pero debo admitir que nadie se ha equivocado al hablar de su gran belleza.

Aemond podría jurar que vió un sonrojo apoderarse del rostro de su hermano, sin embargo este en ningún momento se miró avergonzado. En cambio, estiró su mano hacía el alfa en dirección a sus labios, dejando en claro lo que quería, y ninguno de los presentes castigo su falta de modestia cuando Jacaerys tomo su mano entre las suyas y dejó un beso sobre sus nudillos.

Y entonces, el rubí se gira hacía él.

—Príncipe Aemond... —su omega parecía chillar en su interior, complacida de que la atención de su alfa estuviera puesta solo en él. Aemond se maldijo por sentirse de esa forma, este era su sobrino al que había mutilado, no podía reaccionar de esa forma cada que lo mirará—. Es un placer volverlo a ver.

Aemond no encontró fuerza en sí mismo para darle aunque sea la mínima cortesía de una sonrisa. La humillación quemando el fondo de su estómago cuando el alfa ni siquiera dió un paso en su dirección, todavía sosteniendo la mano de Aegon.

—El placer es todo mío, príncipe Jacaerys. —alcanzó a susurra apenas antes de desviar la mirada del contacto entre sus manos y permanecer en silencio.

Solo entonces sintió que Jacaerys retiraba su mirada de él, alejándose para volver a lo de su madre.

—Mi reina —volvió a hablarle a Rhaenyra, retomando aquella seriedad que había perdido después de los abrazos—. Se que hay una decisión por tomar, pero me gustaría hablar ese tema antes en privado —pasó la mirada por ellos, deteniéndose unos segundos de más en el segundo hijo del fallecido rey, congelando la sangre de Aemond—. Se lo que se espera de mí... Y por eso debo admitir que no he sido capaz de tomar una decisión en este tiempo.

Aemond sintió que su corazón bombeada con fuerzas renovadas, y cuando vio flaquear la sonrisa en el rostro de Aegon, seguramente decepcionado ese no haber sido rápidamente elegido, casi sintió la libertad de sonreír.

Está era la segunda vez desde que se anunció que existiría un compromiso que Aemond se permitió sentir esperanza.

Notes:

¿Jacaerys será un poco imbécil o tal vez no?

Chapter 3: 003. Sobre cuerda floja

Summary:

Aegon en ocasiones realmente piensa.

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Aegon quería destruir todo a su alrededor. No había disimulado su aroma, la canela y el romero nunca habían sido más desagradables mientras abandonaba el salón a grandes pasos, dejando que ese alfa bastardo y decepcionante supiera lo que había provocado.

La decepción llenó su cuerpo y tuvo que reír, sin humor, solo amargura e incredulidad.

No había sido iluso, y mucho menos ingenuo, él no había malinterpretado ninguna señal, en papel todo parecía bastante claro. Él realmente se había esforzado.

Había dejado el vino, había dejado de lado a cualquier alfa que se atravesara su camino, incluso se había empezado a leer aquellos libros de su madre que describan como debía comportarse el 'Omega perfecto', claro, se aburrió y no lo terminó, pero leyó las primeras cuatro páginas con mucha atención.

Y ahora ese desgraciado tenía el valor de dudar frente a él.

Aemond ni siquiera debería ser una opción, le había quitado un ojo, ¡Por los dioses!

Aegon nunca lo había visto como una amenaza, y ahora eso lo ponía en la cuerda floja.

Ahora que no tenía la seguridad de que Jacaerys lo escogería sin dudar, todo empezaba a estar en duda.

Él sabía que era hermoso, y sabía que Jacaerys lo percibía de la misma forma, había pasado toda su niñez detrás de él, y su comportamiento solo había sido cada vez más evidente después de su presentación. Habían sido compañeros, incluso podría decirse que amigos, pese a la diferencia de edad, pero eso era todo.

Era obvio que tenía más cosas en común con Aemond, no era deslumbrante como él, pero era a quien más miraba Jacaerys cuando realizaba visitas en el pasado. Siempre pensó que sus miradas escondían algún tipo de rencor, pero ahora incluso de eso estaba en duda.

Tal vez lo deseaba, desgraciadamente eso tendría sentido, Aemond quién devoraba libros como si realmente lo alimentaran, quien dedicaba la mitad de las horas de su día en entrenar con la espada, quien si se había preparado para hacer el Omega perfecto porque sabía que tenía que compensar sus otros comportamientos bruscos.

Y se supone que Aegon ahora debía competir contra él.

El Targaryen se miró en el espejo y suspiró profundamente, por un segundo había olvidado que Jacaerys no era otra cosa que un alfa.

Alfas tontos y débiles que se dejaban hechizar por el mínimo aroma atrevido. Nunca ninguno le había dicho que no, Aegon ni siquiera debía poner esfuerzo en eso, una sonrisa, un poco más de piel, palabras arrastradas, y ya los muy tontos hacían promesas, normalmente promesas vacías, pero nunca lo había importado porque no eran de quienes le importaba recibirlas.

¿Realmente estaba él dudando si podría conseguir el favor de un alfa? Estaba claro que la sorpresa había logrado desestabilizarlo por un segundo.

Eso no era propio de él. De hecho, empezaba a sonar como Aemond.

El Omega tuvo que parpadear para borrar aquel horrible pensamiento.

Jacaerys había abandonado las visitas los últimos casi tres años que estuvo en el norte, eso era cierto, pero nunca habían perdido comunicación, el alfa había respondido cada una de sus cartas y sus intenciones habían sido claras.

Esto no era más que un formalismo para no humillar a su hermano, eso era bastante obvio.

Incluso después de todo lo que había pasado entre su familia, Jacaerys nunca había perdido la educación y siempre era amable con todos ellos. No había aquella calidez, ni mucho menos dulzura con la que trataba a su familia, pero eso era suficiente para entender lo extraño de su comportamiento.

Después de todo, ¿Qué clase de loco consideraría casarse con alguien que le despedazó el rostro?

Sabía que otra posible razón podía ser que el alfa había conseguido algún romance en el norte, no creía que sus estándares fueran tan bajos, pero seguía siendo una posibilidad. No importaba que estuviera del otro lado del mar, los rumores volaban mucho más rápido que los cuervos, y tenían mucho más alcance.

Tal vez, Jacaerys era tan desviado como aseguraban las malas lenguas habían sido sus padres.

El difunto Laenor que disfrutaba ser tratado como un omega más, y Rhaenyra, que realmente nunca parecía haber considerado la opción de buscarse su propio omega, sus dos matrimonios siendo con otros alfas, donde había asumido ella la responsabilidad de cargar en su propio vientre a sus hijos.

Eso fuera decepcionante para el heredero al trono, y simplemente imposible.

Los dioses saben que su madre jamás permitiría que ese compromiso no se lleve a cabo, no solo porque había sido la última voluntad de su padre, sino porque era lo único que según ella les aseguraba la vida y un legado próspero, Aegon nunca logró entender lo último, pero cuando se trata de su madre había aprendido cuáles eran las batallas que valía la pena luchar.

Aegon perdió cualquier inseguridad cuando se echó a reír, para sabía que debía volver al salón, aunque esperaría que terminara por completo la ceremonia, para que su excusa sonara más convincente, y pedir disculpas por su inesperada salida, tampoco podía olvidar cuál era la razón por la que el alfa había vuelto.

Su padre estaba muerto y ahora su hermana tomaría el trono, era irónico y divertido como él de entre todas las personas era el más conforme con esa decisión, ahora solo tenía que asegurarse que Jacaerys se comprometiera con él, para asegurar por completo su lugar.

Aegon había escuchado por boca de su madre, que el hijo no ha escogido no tendría que temer por el rechazo del alfa, ya que los Lannister estaban más que dispuestos a aceptar un compromiso con uno de ellos, sin importar cuál fuera.

Al principio no le había prestado atención, e incluso la idea no suena tan mala, ya que implicaba irse lejos de ese lugar, hasta que recordó que estaría casado con un Lannister, y él solo imaginarlo lo asqueó.

Incluso él con todos sus errores merecía algo mejor que un león cobarde, y siendo honesto consigo mismo, la idea de estar casado con Jacaerys, ser el próximo Omega consorte, sonaba realmente atractivo.

Sus manos se posaron entonces en su estómago, nunca se había imaginado con un hijo dentro de él, pero era algo que definitivamente acabaría con cualquier duda en la mente de Jacaerys, Aegon lo conocía bien, sería incapaz de dejar a un hijo suyo por allí a la deriva.

Aquella moral que todos le aplaudían podían resultar ser un castigo para él.

Solo sería adelantar lo inevitable, y conseguir aquella seguridad que parecía faltarle, algo que no tenía vuelta atrás y que le aseguraría un matrimonio.

Y Aegon solo debía ser el mismo y comportarse como tal.

Notes:

Aegon puede ser una perra de vez en cuando