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Language:
Español
Stats:
Published:
2025-07-07
Updated:
2025-12-15
Words:
384,596
Chapters:
23/?
Comments:
51
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72
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3
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1,885

Resident Evil: Por ella

Summary:

Llevar años sin hablar con una persona querida no hace que su bienestar sea menos importante.
Leon S.Kennedy lleva dos años sin hablar con Claire Redfield, pero cuando se entera de su desaparición no duda ni un segundo en correr en su busca, aunque para eso tenga que enfrentarse al mundo entero, a monstruos y a sus propios demonios.
Una historia que pone de relieve la importancia del perdón, la amistad, la familia y el amor que pueden con todo, incluso cuando todo parece perdido.

Notes:

Para informar a los lectores, respetar la propiedad intelectual de los creadores originales y evitar problemas legales, la autora informa de:

Descargo de responsabilidad: Como autora de esta historia no poseo los derechos de los personajes principales, de la historia original o el universo en el que se basa, ni reclamo su propiedad. Es un fanfic derivado del Universo de Resident Evil que no me pertenece. Una creación de fanfiction sin ánimo de lucro que no pretende infringir los derechos de autor originales.
Todos los derechos pertenecen a la compañía de videojuegos japonesa Capcom.

Propiedad: Todas las ilustraciones que acompañan esta historia pertenecen a la autora, así como personajes no existentes en la franquicia real.

Autorizaciones: Como autora de esta historia y sus ilustraciones no autorizo la venta y copia por ningún medio existente de los mismos.

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Chapter 1: Blanca Navidad

Chapter Text

RE:PE_Portada_PaulaRuiper 

 

Para mis cleoners, que habéis sabido mirar más allá de lo que se ve.

Paula Ruiper.-

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiper

No soy de los que celebra la navidad. Al menos no desde hace mucho tiempo. Pienso en estas festividades como una excusa comercial por parte de las grandes empresas lucrativas pero también como la excusa perfecta para las personas. Para verse después de meses ignorándose. 

Las risas, los abrazos, las chanzas y momentos jocosos. No digo que sean falsos pero desde luego yo no soy capaz de verlo sino como un gran teatrillo. Todo artificio y ficción.

Ni que decir queda que ni el frío y ni la nieve que se acumula a los lados de la carretera son el marco perfecto navideño para conducir durante horas. Una petición demasiado trivial como para negarme. O como si fuera posible negarle algo a Sherry. Y no, no es porque ella sea insufriblemente insistente sino porque es mi debilidad. Una de ellas. La quiero como creo que un padre debe querer a su hija. Así de fuertes siento nuestros lazos.”

Leon dio un largo suspiro mientras, sin apartar los ojos de la sinuosa carretera secundaria por la que circulaba, encendía la radio de su Jeep, con la esperanza de que la música acallara sus mezquinos pensamientos sobre la banalidad de la navidad y sus sentimientos por Sherry Birkin. Hacía ya un tiempo que se dedicaba a amordazar y ocultar cualquier brizna de sentimiento que le allegara. Normalmente el alcohol era su mejor compañía, pero no quería beber al volante. Todavía quedaba algo de sensatez en el hombre.

Pero por esas carreteras perdidas en medio de ninguna parte, rodeadas de enormes pinares por donde apenas encontrabas compañía de otros coches, no se le podía pedir mucho a las emisoras de radio cuyo alcance estaba claro que ninguna era capaz de abarcar aquel lugar. Por lo que su “música” de distracción terminó siendo un montón de ruido blanco cacofónico. 

No se quejaba. En ese momento cualquier cosa que sonara más alto que sus pensamientos era bien recibida.

Aflojó las manos enguantadas del volante, así como los músculos maseteros de su mandíbula que inconscientemente estaba apretando hasta el dolor articular.

Bruxismo. Eso fue lo que le dijeron los doctores. Una dolencia bastante común en los días vertiginosos que corren. Provocado por el estrés y la falta de sueño, le dijeron. Podía provocarle cefaleas, dolor cervical, vértigo, hipertrofia de los maseteros e incluso rotura dental.

Férula de descarga, de dijeron. Una funda de algún tipo de polímero transparente para los dientes, maxilar superior. Colocada antes de dormir corregiría todas las dolencias derivadas del trastorno. Solo que Leon necesitaría usarla continuamente, no solo a la hora de dormir.

Estiró el brazo hacia la bolsa de viaje que había dejado sobre el asiento del copiloto y abriendo un bolsillo lateral, sacó de su interior un estuche de plástico semiesférico. Lo abrió con facilidad  y sacó de él su férula de descarga. Se la metió sin gracia dentro de la boca y con un ligero movimiento de presión mandibular, la encajó en su sitio.

No es que fuera un remedio milagroso, él sabía que seguía apretando la mandíbula con fuerza cuando dejaba de pensar en ello. Pero bueno, si tenía que sufrir las consecuencias de ese trastorno, al menos que fuera con todos los dientes intactos.

“Estrés.” Pensó, dejando escapar un golpe de aire de entre sus labios. “Si ellos supieran.”

Pero ellos no tenían ni idea de los horrores que el gobierno se encargaba de cubrir. Ni ellos ni nadie que no fuera un funcionario del estado con la posición que te permite saber esa clase de secretos.

 Y en parte esa era su responsabilidad. Que nadie supiera nada. El ser humano no estaba preparado para saber según qué cosas. 

No quería ni imaginarse el caos que asolaría al planeta entero si la ciudadanía supiera que están en constante peligro. Sería una locura imposible de controlar o contener. El desorden triunfaría sobre el orden y muchas más vidas inocentes se perderían.

No, el ser humano no estaba preparado para saber que los zombies eran reales. Que hay corporaciones y laboratorios que se dedican a crear virus y armas biológicas capaces de acabar con la estabilidad reinante de un solo zarpazo.

Por supuesto que muchas noticias y vídeos fueron filtrados y viajaron como la pólvora gracias a nuestro querido amigo Internet. Pero la gente ya no confiaba en las cosas que Internet les mostraba, al no poder diferenciar lo que era real de lo que no. Pero es innegable que un aumento de estas noticias podría ser fatal y la gente podría empezar a creer. Del mismo modo que hay información reservada que de destaparse sería casi imposible de justificar u ocultar o negar.

Por eso era de vital importancia ocultarle al mundo la verdad. Algo que Claire nunca entendió. Pero bueno, es que ella siempre ha tenido demasiada fe en la humanidad. Tiene un corazón tan lleno de bondad que no es capaz de ver, después de todo lo que sabe y después de todo lo que ha vivido, que las personas, con tal de sobrevivir, son capaces de cualquier cosa.

Si supiera que ella es una entre un millón... Si supiera que los corazones se llenan no solo de amor sino también de odio y de miedo... Si quisiera siquiera cogerle el teléfono...

No soportaba escucharse. Alargó de nuevo la mano y subió el volumen del ruido a decibelios histéricos. Pisó el acelerador dejando tras de sí una estela disonante de estruendo, cuyas ondas sonoras eran absorbidas por la foresta que volvía a la calma existente antes de él.

Eran nueve horas de trayecto desde Washington D.C. hasta Vermont. Diez si decidías ir por la carretera que él había elegido. Y lo cierto es que no era una decisión muy racional por su parte. Simplemente, por razones que todavía le dolían, quería retrasar su llegada lo máximo posible.

Sin embargo, ahí estaba a unos veinte minutos de la casa que Sherry compartía con su esposo y padre de su hijo, Jake Muller. Sí, ese Jake Muller. El hijo de Albert Wesker.

En realidad a Leon no podía importarle menos quien fuera su padre. Era un buen chico. Agradable, incluso. Y quería a Sherry. Lo había demostrado en el pasado y seguía haciéndolo día a día, si las noticias de Sherry eran ciertas.

Su hijo apenas tenía tres meses de vida. J J. Jake Junior. Bonito nombre, tenía gancho. En cuanto a las habilidades sobre humanas que tendría heredadas de sus padres,  eso era algo que Leon no quería saber. En su posición, cuanto menos supiera, mejor.

Diez minutos. Eran las ocho de la tarde y tanto él como Sherry sabían que era un hora bastante intempestiva para cenar, pero ella se empeñó en que tenía que ir a cenar en navidad, ahora que la situación entre ellos había cambiado.

Desde que Claire y Leon rescataran a Sherry de la masacre de Raccoon City, la relación entre los tres se volvió realmente familiar.

 Para Sherry, Leon era una figura paterna, hasta el punto de que a veces cuando se ponía seria, le llamaba papá; mientras que Claire era claramente la figura materna pero de un modo incluso más íntimo que con él.

Cuando el equipo de salvamento del gobierno llegó a la periferia destruida de Raccoon City y los encontraron, Sherry pasó a estar bajo el cuidado del gobierno, pero tanto Claire como Leon siguieron hablando con ella casi a diario. La iban a visitar juntos en fechas importantes como sus cumpleaños, sus graduaciones, acción de gracias, las malditas navidades o los aniversarios de la muerte de sus padres.

A Leon le gustaba ese núcleo que, sin quererlo, habían construido entre los tres. Pero tanto él como Claire habían pasado largas temporadas ausentándose por motivos relacionados  a sus trabajos. Y Sherry, mientras tanto, seguía creciendo y viviendo su vida, conociendo gente nueva, estudiando, formándose y convirtiéndose en la increíble mujer que hoy era.

Cuando Sherry se independizó, la tradición de reunirse los tres en fechas señaladas siguió vigente y él mentiría si dijera que no esperaba esas fechas con un aleteo en el corazón. Eran sus fechas favoritas del año, marcadas con cariño en el calendario de su escritorio.

Pero todo eso cambió y se fue al traste cuando Claire se enfadó con él. Le retiró la palabra y dejó de presentarse en las fechas señaladas. Sabía que se presentaba días antes o días después de las fechas exactas porque Sherry se lo había contado cada vez. 

Esto le afectaba más a la niña —así insistía Leon en llamarla —, que a él, pero Claire era muy inflexible al respecto. Él no sabía que negarse a darle las pruebas de la existencia de laboratorios debajo de las grandes ciudades y la existencia de los b.o.w.’s, que ella quería para hacer públicas, les llevaría a esto.

Sí, claro que sabía que eso la decepcionaría y que estaría enfadada con él durante un tiempo. Pero ya habían pasado dos años desde ese incomodo encontronazo con ella y uno desde que él había dejado de intentar ponerse en contacto.

La única vez  que había coincidido con Chris y le había preguntado por ella, la respuesta de su hermano fue “Déjalo Leon. No es que esté enfadada, es que ya no te reconoce como un amigo. No va a cambiar de opinión. Y no creas que me gusta no romperle la cara al tío que ha hecho llorar tanto a mi hermana. Pero en este caso, y por más que me pese, creo que tú tienes razón. Pero no me verás diciéndoselo a Claire. Tú puedes permitirte perder a una amiga. Yo no puedo permitirme perder a una hermana.”

Y así estaban las cosas. Poco a poco se habían ido repartiendo las fechas especiales, con Sherry como intermediaria.

Y por eso Leon estaba yendo a cenar en navidad, porque suponía que la cena de Noche Buena la habían pasado con Claire.

Le dolía profundamente llegar a un sitio donde sabía que horas antes había estado ella.

A veces pensaba en enfrentarla. En acudir a la fecha señalada aunque no le correspondiera y tener un cara a cara.

Después lo pensaba mejor y no sabía si eso solo serviría para empeorar las cosas y empujarla a desparecer para siempre de la vida de todos.

Tres minutos y ya estaba en la casa de los Muller. Hacía horas que la noche se había cernido sobre él. Estaba cansado, pero tenía una bonita velada por delante.

Avanzó el coche hasta dejarlo frente al porche de la casa de madera blanca con tejas rojas.

Apagó el motor y se deshizo de la férula de descarga, guardándola en su estuche en el bolsillo de su bolsa de viaje de piel.

Salió del coche y la nieve crujió bajo sus botas. El viento frío y el bao que salía de su boca le azotaban el pelo.

De la chimenea salía humo a raudales y ya desde el porche podía oler las patatas al horno con ajo, romero y tomillo que tan ricas le quedaban a Sherry.

Antes siquiera de poner un pie en la escalera de madera que daba al porche, la puerta de la casa se abrió dejando salir una luz cálida muy agradable de su interior y con ella a una burbujeante Sherry que corría hacia él.

—¡Papá! —Sherry saltó los cuatro escalones que separaban su porche del suelo, y aterrizó en los brazos de Leon, abrazándolo tan fuerte como cuando tenía 12 años.

—¿Cómo estás niña? —Contestó él devolviéndole el abrazo con la fuerza suficiente como para dejarla vivir.

Sherry se apartó de su abrazo, tomó su cara entre sus manos sonriendo ampliamente y le besó en la mejilla, para acto seguido volver a abrazarle, hundiendo la cara en su cuello.

—Gracias por venir, Leon.—Le susurró al oído.

—¿Cómo no hacerlo? —Contestó Leon con una sonrisa en el rostro, sintiendo ya las mariposas en su corazón.

Sherry volvió a apartarse de él cogiéndole el rostro y acariciando la barba incipiente de varios días.

—Con barba. Te queda bien, me gusta. Pareces más bonachón.

—Estoy de acuerdo con eso. —Interrumpió una voz masculina desde lo alto de las escaleras del porche. —Sin ella pareces un maldito agente secreto de la Casa Blanca. Atractivo sin duda, pero un maldito agente secreto de la Casa Blanca.

Jake Muller había salido del interior de la casa para recibir a Leon como un buen anfitrión. Llevaba puesto unos vaqueros  azules y un jersey navideño con unas letras bordadas que rezaban “No he sido bueno, pero tampoco he sido tan malo”, acompañado de un reno bordado en cuyos ojos se encendían unas luces l.e.d rojas que le daban un aspecto bastante diabólico.

—Jake Muller. —Dijo Leon acercándose y extendiendo una mano hacía él. Jake la estrechó con fuerza y cuando Leon terminó de subir los escalones poniéndose a su altura, Jake le ofreció un abrazo en cruz, acompañado de unas palmaditas amistosas en la espalda. —Bonito jersey. —Añadió Leon con ironía.

—¿Verdad que sí? —Contestó Sherry con entusiasmo.  —Quiero comenzar esta tradición. Concurso de jerséis navideños. Gana el más feo.

Fue entonces cuando Leon se percató del jersey de Sherry. Se trataba de un esqueleto vestido de Santa Klaus dentro de una chimenea, con unas letras que decían “No debí comerme ese último dulce”.

—Vaya. —Dijo Leon. —Sí que te lo has tomado en serio con el tuyo. Es que, no tiene ni gracia.

—Y ahí está la gracia. —Rió con entusiasmo Sherry.

—Me alegra saber que este año no podré participar. —Dijo Leon fingiendo pesar levantando su bolsa de viaje. —Voy con lo justo.

—Que te lo has creído. Tenemos dentro uno maravilloso para ti. Vamos, pasemos, aquí fuera hace mucho frío.

—Lo del jersey para mí es una broma,¿Verdad?. —Le susurró Leon a Jake al pasar por su lado.

Jake soltó una fuerte carcajada al tiempo que le indicaba que entrase a la casa.

—Sherry nunca bromea con la navidad, amigo.

Dicho lo cual, entró tras Leon y cerró la puerta tras de sí.

 

RE:PE_Iterrupción_PaulaRuiper

 

La casa de Sherry siempre le había parecido un lugar de reposo. Ese sitio al que quieres acudir cuando te sientes tan mal con el mundo que necesitas refugiarte. Un oasis en el desierto.

Era un lugar muy bien iluminado, cálido y confortable.

La cocina, el salón y la salita, eran un único espacio bien dividido por una isla de cocina de aspecto tradicional y una decoración maravillosa que conseguía generar diferentes espacios en uno solo.

La chimenea siempre estaba encendida cuando el frío apretaba. El sillón de tartán rojo siempre estaba lleno de cojines y mantas calentitas. Las cortinas a juego y el suelo radiante con diferentes alfombras de pelo largo, hacían de ese espacio un lugar donde merecería la pena morir.

Si a esto le añadimos la deliciosa mesa que Sherry y Jake habían preparado para esa esperada reunión familiar, entonces se convertía en el lugar donde merecía la pena morir y resucitar. Pero no como un zombie, claro.

La cena había sido opípara. Habían preparado un delicioso puré de patata y nabo sazonados, acompañados de fréjoles al ajillo y unas chirivías a la mantequilla con una reducción de whisky que eran la guarnición perfecta para el jamón con piña clásico de todas las navidades.

Había también una amplia variedad de bollitos de pan recién horneados, quesos y mermeladas que hacían las delicias de todos los entremeses.

Y como no, lo que para Leon era el plato estrella de Sherry. Sus patatas al horno con ajo, romero y tomillo. Nada podía superar  a esas patatas. Doradas y brillantes. Crujientes por fuera, jugosas por dentro. Te enviaban de un primer bocado a la Toscana italiana. Sin duda Sherry debía haber sido chef en lugar de agente gubernamental.

De postre, prepararon una rica tarta de ruibarbo acompañada de nata montada que estaba excesivamente dulce, tal y como Sherry sabía que a Leon le gustaban los dulces. Exageradamente dulces.

Después de la copiosa cena, se retiraron al sofá de tartán que quedaba frente a la chimenea y Leon optó por sentarse en el sillón de piel que quedaba justo al lado. 

Jake les ofreció dos tazas de vino caliente con flores de anís, clavo y canela y les dejó a solas para ir a comprobar si J J seguía durmiendo tan plácidamente como cuando Leon había llegado a la casa.

La conversación durante la cena había sido distendida y agradable. Habían hablado del parto de Sherry, de los múltiples cafés que hicieron estragos con el estómago de Jake y de cómo abrazar a su hijo por primera vez, se había convertido en el momento más importante de sus vidas.

Hablaron largo y tendido sobre las esperadas vacaciones de Leon, sobre lo que haría, a dónde iría y qué amores se encontraría. Esto último, claro, estaba fuera de todo plan. Leon solamente deseaba descansar y estar tranquilo. En soledad.

Hablaron sobre la preparación de cada plato; los diferentes arreglos que hicieron a la casa en los últimos meses; sobre las diferentes y extrañas nuevas aficiones de Jake, que no podía quedarse quieto.

Pero no hablaron del pasado. No hablaron del trabajo. No hablaron de política, ni de economía ni del cambio climático. Tampoco hablaron de Claire.

Leon agradecía dejar todos esos temas fuera de la mesa, porque de alguna forma se sentía demasiado pesado emocionalmente como para disfrutar realmente del momento y de la compañía.

Bueno, agradecía dejar todos esos temas fuera de la mesa, excepto uno. Claire.

Se le estaba haciendo increíblemente extraño que Sherry no le hubiera mencionado a Claire ni una sola vez desde su llegada. Y es que Sherry siempre tendía a hacerlo. Y Leon jamás se quejó por ello. De hecho, le gustaba saber sobre Claire. Saber si todo le iba bien, si ella estaba bien. Si era feliz.

De alguna forma un poco masoquista, saber sobre cómo le iban las cosas a Claire le hacía feliz. Le daba paz y tranquilidad, aunque también doliera. Al fin y al cabo, Claire era alguien muy importante en su vida. Una superviviente de Raccoon City; ella era el verdadero motivo por el que Sherry estaba viva y él podía disfrutar de esa sensación paterna que jamás habría experimentado de otro modo.

Fue con Claire con quien creó esa suerte de familia que tan enamorado le tenía.

Así que sí, en parte visitar a Sherry era agradable porque le hablaba de Claire y eso le hacía tener la sensación ilusoria de que estaban los tres juntos de nuevo.

Pero no estas navidades.

Y creed que se moría de ganas de preguntar por ella, pero por un lado, no sabía si el hecho de no mentarla era un pedido de la propia Claire al que Sherry no quería faltar; y por otro lado estaba su inmenso orgullo que no le permitía reconocer lo mucho que extrañaba a la pelirroja.

Y mientras miraba las llamas danzantes de la chimenea, perdido en sus pensamientos, se dio cuenta del silencio que de repente estaba reinando en ese lugar.

Miró a Sherry para comprobar que no se había quedado solo absorto en el fuego, y efectivamente ahí estaba Sherry, mirándole con lo que  a él le pareció era preocupación en sus ojos.

Y de repente todo lo que hasta ahora había parecido cotidiano, se sintió preparado. ¿Cuánto podía tardar una persona en ir a comprobar si su hijo estaba durmiendo? No,  Jake les había dejado a solas a drede, y eso solo podía significar que Sherry tenía algo importante y urgente que decirle. Aunque, por cómo agarraba la taza entre sus manos y por cómo su mirada iba de él a la chimenea y de nuevo a él, estaba claro que ella no estaba encontrando la forma de abordar el tema en cuestión.

Leon decidió echar un cable.

—Ha sido una velada maravillosa como siempre. Gracias por invitarme un año más.

—¿Cómo no iba a hacerlo? Eres mi familia. Mi padre. —La voz de Sherry había perdido el burbujeo con el que le había hecho reír durante toda la noche y se había vuelto más dubitativa. Más débil.

Pero ella continuó entonces.

—Hay pocas cosas que me importen más en este mundo que mi familia. Supongo que tiene que ver con haber perdido a mis padres de una forma tan traumática siendo solo una niña. —Tomó aire, nerviosa y continuó. —Aunque supongo que el por qué no tiene relevancia ahora. 

Sherry miró de nuevo al fuego y dio un sorbo a su vino caliente.

—Sherry. —Llamó Leon. — Cuéntame qué está pasando. Me he dado cuenta de que Jake nos ha dejado a solas para que hablemos. Así que vamos, dime,¿Qué ocurre?

Sherry le miró a los ojos, y dónde antes había preocupación ahora había súplica y miedo. Leon estaba a punto de saltar de su propia piel solo de imaginarse las peores cosas que le podrían estar ocurriendo a su niña.

—Leon. —Empezó. —Necesito pedirte algo, y sé que no será fácil para ti aceptar, pero estoy muy preocupada y desesperada en este punto. Temo que pienses que he organizado todo esto porque necesito un favor. Sabes que no es así, que me encanta verte cada fecha especial de nuestro calendario. —Sherry habló a la carrerilla antes de detenerse y continuar con más templanza. —Pero necesito tu ayuda urgentemente... Y me aterra la idea de que sea demasiado tarde.

Leon dejó su taza de vino caliente sobre la mesita baja que quedaba en el centro del conjunto de sofás y sillón, y se inclinó hacia Sherry sin levantarse de su asiento.

—Jamás, óyeme bien niña, jamás podría pensar algo así de ti. Estoy en tu vida no solo para llenar mi estomago de comidas deliciosas de tanto en cuanto. Estoy aquí para lo bueno pero sobre todo para lo malo. Así que dime, ¿En qué te puedo ayudar?

Sherry arrugó su rostro en un puchero, solo durante un momento antes de recuperar la compostura respirando hondo.

A Leon se le encogió el corazón al haber visto a la pequeña Sherry de Raccoon City en ese gesto. Tenía tan claro que nunca permitiría que nada malo le ocurriera, que comenzaba a sentir el cosquilleo en las manos que solía preceder a apretar el gatillo en momentos de peligro.

—Es Claire.

Y el tiempo se detuvo. De repente fue como si el sonido hubiera dejado de existir y se le hubieran embotado los oídos. Solo cuando su corazón le empujó el esternón desde dentro, como quien toma aire tras estar a punto de ahogarse, recuperó la capacidad auditiva. El bello de su cuerpo se estaba erizando como un gato en una sala llena de mecedoras.

—¿Qué pasa con Claire? —Consiguió pronunciar esas palabras pese a que sentía que no sería capaz de soltar ni el mas mínimo sonido.

—Ha desaparecido, Leon. —Dijo Sherry sin apartar sus ojos de los de él. —Ha desaparecido. No logro dar con ella y no sé qué hacer.

Leon apoyó sus manos en la rodilla de Sherry más próxima y la apretó con lo que esperaba fuera un gesto reconfortante, aunque también porque necesitaba sentirse muy presente de sí mismo en ese instante.

—¿Qué quieres decir con que ha desaparecido? Sé meticulosa. —Le instó.

—Hace unos dos meses que no sé nada de ella. —Comenzó Sherry a relatar sin separar sus ojos de los de él y sin deja de apretar la taza humeante en sus manos. —Y antes de que me digas que tratándose de Claire dos meses no es tiempo suficiente para alarmarse, déjame que te explique como funciona nuestra relación.

»Claire y yo hablamos todos los días. Absolutamente todos los días sin excepción. Y aunque parezca increíble, podemos pasarnos horas y horas hablando. Cuando no llama ella la llamo yo, así funcionamos.

»Para mi Claire no es solo la madre que nunca tuve. Es mi hermana y mi mejor amiga. Y con ella siempre he podido hablar de cosas con las que, tal vez no me sentiría cómoda hablándolas contigo.

»Te quiero Leon. Te quiero muchísimo. Pero entre tu trabajo, y tus viajes y esas largas temporadas en las que nadie sabe donde estás, ella ocupó ese espacio que dejabas cuando te ibas y... supongo que nuestra relación se hizo más íntima.

»No quiero que pienses que eres menos importante para mí por esto, eso no es lo que trato de decir, es solo que...

—No tienes que darme explicaciones sobre la relación que tenes con Claire, —Atajó Leon desesperado porque Sherry continuara con la historia. —, y mucho menos disculparte por tener una relación preciosa e idílica con la que considero que es tu madre.

»Siempre he sabido que Claire ha estado mucho más presente en tu vida que yo, y en parte para mi, egoístamente, siempre fue más fácil ausentarme porque sabía que Claire estaría cubriendo ese hueco que yo estaba dejando vacío. Cuidándote.

»Y me encanta que tengáis esta relación y no podría desearte nada mejor que el hecho de tener a Claire en tu vida de una forma tan estrecha. Porque eso es tenerlo todo.

»Así que deja de disculparte conmigo por tener una buena figura materna, y continua. Por favor.

Solo cuando acabó de hablar se dio cuenta de que estaba elevando el tono de voz. Tenía que mantener la calma.

—Tienes razón. Sé que tu no albergarías sentimientos tan mezquinos sobre nosotras. Perdona. Es que... solo de pensar que algo malo le haya podido suceder... siento que se me cae el mundo encima. 

A Sherry se le quebró la voz e instintivamente Leon hizo el gesto de levantarse para abrazarla pero Sherry lo frenó con un gesto la mano, indicándole que se sentara; dejando su taza sobre la mesita, cogió entre sus manos las manos de Leon y continuó.

—Necesito que la encuentres Leon. —Le dijo. —Necesito que la encuentres y que compruebes que está bien.

»Sé que lleváis años sin hablaros y sin veros, pero estoy segura de que deseas tanto como yo que Claire este sana y salva.

»He tratado de contactar con Chris, pero la b.s.a.a. no me ha dado ninguna información sobre su paradero. Al parecer está en una de esas misiones súper secretas donde si saben dónde está y cuándo va a volver, no lo dirán.

»He llamado a las oficinas de Terra Save en incontables ocasiones y les he mandado tantos correos electrónicos preguntando por ella que les he llenado el buzón de entrada y ya no puedo mensajearles más. Además, ahora parece ser que han borrado el correo, y me pregunto si es por mi culpa.

»Yo... en verdad no quería tener que recurrir a ti, pero ya ves. Eres mi única esperanza.

Leon escuchó todo esto con atención. Entendía las reticencias de Sherry a pedirle a él que buscara a Claire, pero en realidad ella debía saber que podría contar con él hasta para buscar una aguja en un pajar si fuera necesario.

—No te preocupes por eso. Como bien has dicho, deseo tanto como tú la seguridad de Claire. Ahora dime,¿Qué es lo último que has sabido de ella?¿Cuándo fue la última vez que hablasteis?

—Hará cosa de dos meses que no hablamos. ­—Comenzó a relatar Sherry con una notable sensación de calma en su rostro y en todo su cuerpo. —La última vez que hablamos, ella me dijo que se iba a ir de viaje de nuevo a Penamstam. Después de haber logrado el dinero para la reconstrucción de los hospitales, ahora era el momento de la reconstrucción de los colegios y espacios verdes, así que Terra Save la iba a enviar con su equipo para gestionar toda esa logística. Ella estaba muy contenta con esto. Ya la conoces, le llena el corazón saber que puede ayudar a los más necesitados. Pero a saber si siquiera esa información era real.

A Leon se le escapó media sonrisa por la comisura de los labios al pensar en la bondad de Claire. La echaba de menos.

—Sí. Eso es lo que la hace tan especial. —Se escuchó decir así mismo antes siguiera de ser consciente de estar hablando. Aunque no le dio tiempo a pensarlo demasiado, pues Sherry continuó con su oratoria.

—El caso es que cuando Claire tiene que viajar lejos, podemos estar hasta una semana máximo sin comunicación hasta que ella encuentra la forma de hacerlo, normalmente vía satélite. Pero eso es lo máximo.

»Y además, las veces que eso ha ocurrido, siempre he podido ponerme en contacto con Terra Save y siempre me han dado noticias de ella.

»Cuando en esta ocasión, al cabo de una semana no pude ponerme en contacto con ella, fue cuando empecé mi acoso a Terra Save, como te digo, sin ningún éxito.

»Entonces traté en varias ocasiones ponerme en contacto con Chris, para que supiera sobre la situación de su hermana, pero la b.s.a.a. ha terminado por bloquear mi número hasta nueva orden.

»Y los dos sabemos que mi situación laboral no me permite tener ningún tipo de información relevante sobre absolutamente nada.

»Pero por suerte mi padre es un crack rescatando personas. —Dijo esto último mirándole con sincero orgullo y apretando sus manos en un gesto cariñoso. —Y hasta ahora. No te lo dije antes, porque nuestra reunión estaba próxima y necesitaba contártelo en persona. —Hizo una pequeña pausa, pupila azul contra pupila azul. —La buscarás,¿Verdad?

Leon le regaló una pequeña sonrisa, tratando de ocultar la mala espina que le daba todo ese asunto para que Sherry se sintiera más tranquila.

—Eso llevará al traste mis nunca existentes vacaciones. —Dijo con sorna, quitándole hierro al asunto. —Pero sí, claro que buscaré a Claire.

Sherry suspiró de puro alivio y se desinfló sobre sus propios huesos para acto seguido lanzarse al cuello de Leon y abrazarlo con fuerza.

—Gracias. Gracias. —Su voz había terminado por romperse. —Encuentra a mi madre, Leon. Encuéntrala y asegúrate de volver a mi lado sano y salvo. —Se separó de él para mirarle a la cara. De sus ojos caían lágrimas enormes que Leon se ocupó de limpiar con el gesto suave de su pulgar. —Ya perdí a mis padres una vez. No puedo permitir que vuelva a ocurrir. No puedo.

Leon fue quien la abrazó ahora con fuerza.

—No llores niña. —Le dijo luchando por sonar convincente y despreocupado. —No pienso permitirlo.

 

RE:PE_Interrumpcion_PaulaRuiper

 

La habitación de invitados de los Muller, era todo lo que una habitación de invitados podía desear y más.

La cama de metro cincuenta era una nube muy bien vestida. Cálida y reconfortante. Leon siempre se decía así mismo que tenía que preguntarle a Sherry dónde la había comprado porque cada vez que dormía en su casa, se despertaba como quien se pasa horas en un buen spa. Tal vez de las únicas veces que contaba con un sueño completo.

La habitación en sí no era muy grande. A parte de la cama, los únicos muebles que poseía eran dos mesitas de noche a cada lado de la misma y un armario empotrado al lado de la puerta, lo suficientemente grande como para meter toda la ropa de Leon. Aunque a decir verdad no es que Leon tuviera mucha ropa. En ese sentido, era un hombre muy sencillo.

La habitación también poseía un banco empotrado bajo la única ventana de la habitación que daba a un paisaje boscoso increíble; y también poseía su propio cuarto de baño.

Solo un pequeño espacio más para una cocina, y esa habitación sería casi tan grande como el departamento de Leon. Y no es que no se pudiera permitir nada mejor. Es simplemente que para vivir solo, no necesitaba nada más. O eso se decía así mismo.

 Pero la realidad es que con su trabajo pasaba más días fuera de casa que dentro, así que no sentía que tuviera sentido comprarse una casa familiar que estaría cerrada y vacía prácticamente todo el año. Pero no, era mucho más fácil decirse así mismo que simplemente no necesitaba (o no merecía) nada mejor que lo que ya tenía.

Puede que en el fondo ya estuviera muy cansado de su trabajo y de toda una vida rodeado de peligros y monstruos a cada cual más aterrador. Pero pensar en ello le daba tanto vértigo que no se lo permitía.

Su bolsa de viaje, que Jake se había encargado de llevar a su habitación, descansaba sobre el banco bajo la ventana, junto a su chaqueta de ante marrón con borreguillo interior.

Se aproximó y sacó de su interior unos pantalones grises de deporte bien anchos, como a él le gustaba dormir; y una camiseta térmica negra de manga larga que se ajustaba perfectamente a su figura. Era como no llevar nada. Y otras cosas no, pero Leon sabía como sentirse cómodo.

Dejó la ropa doblada sobre la almohada y después sacó del bolsillo interno de su chaqueta su teléfono móvil. Se sentó al borde la cama y apoyó los codos sobre las rodillas mientras giraba el teléfono entre sus dedos.

Era navidad. Y nadie quería ser molestado en navidad. Y además siempre era él quien chafaba todas las vacaciones de su mano derecha a consecuencia de que otros chafaban las suyas. Terminaría por odiarle.

Aunque en este caso las molestias estaban más justificadas que en cualquier otro. Estamos hablando de Claire y su seguridad.

Tomando una profunda bocanada de aire, desbloqueó su teléfono y tiró de agenda.

Ingrid Hunnigan. Llamando.

—¡Leon! —Contestó Hunnigan al segundo toque. —¡¿Que tal todo?!

Leon podía escuchar tras la voz de Hunnigan un escándalo atronador. Una mezcla de música a todo trapo, risas y voces divertidas de fondo, una botella (probablemente de champán) descorchándose y niños corriendo y gritando. Lo que parecía la clásica reunión familiar de los Hunnigan.

—Hunnigan. Hola, feliz navidad,¿Tienes un momento? Quería hablar...

—¡¿Qué?!¡¿Leon?! —Seguía vociferando Hunnigan. —¡Espera un momento, voy a buscar un lugar tranquilo!

Mientras Hunnigan iba en busca de ese lugar tranquilo, Leon podía escuchar las voces de fondo de sus familiares pidiéndole a Hunnigan que no se marchara y a ella disculpándose con la promesa de volver en unos segundos.

También escuchó  una conversación que no estaba destinado a escuchar entre Hunnigan y su mujer Susan.

“¿A donde vas?”, preguntaba Susan; “Tengo que atender una llamada, vuelvo enseguida” respondía Hunnigan; “No será Leon Kennedy al teléfono,¿Verdad?” Volvía a preguntar Susan; “Precisamente es él.” le decía Hunnigan entre risas; “¡Ah!¡No!¡Eso sí que no! Estás de vacaciones. Cuelga inmediatamente” le había suplicado Susan; “Shhhh, calla, podría oírte” le instaba Hunnigan; “Pues que me oiga.” había dicho Susan para acto seguido escucharse un cambio de manos y de nuevo a Susan “¿¡Me has oído señor Leon S. Kennedy!? Hunnigan no te puede atender, está de vacaciones y tú también”; “¡Dame eso!” Se escuchó a Hunnigan seguido de nuevo de un cambio de manos y a una Susan de fondo insistiendo con las vacaciones; “Cariño” le comenzó a decir Hunnigan, “Es solo la típica llamada de felicitación navideña. Somos compañeros de trabajo desde hace más de veinte años, es de la familia, no lo olvides”; Y Susan respondió a su vez “No lo olvidaré en tanto que él no olvide que estas de vacaciones”; “Y no lo hace” dijo Hunnigan y acto seguido escuchó el chasquido de un beso. “Ahora vuelve a la fiesta con todos los demás, yo iré enseguida”; “Está bien” dijo Susan, cuyo tono de voz indicaba que estaba haciendo un mohín con su cara “¡Feliz navidad guaperas!” le gritó Susan  a Leon, que poco a poco escuchaba como la música se alejaba hasta que, con el chasquido de una puerta al cerrarse, dejó de oír todo ese alboroto festivo Hunnigadiense.

—Leon, ya estoy aquí. —Dijo Hunnigan con lo que parecía una sonrisa en los labios. —Mi mujer le desea feliz navidad al guaperas.

—Ya la he escuchado. —Dijo Leon sin poder contener una sonrisa. —Feliz navidad a la irlandesa. Y a tu familia y a  ti.

—Feliz navidad. —Contestó Hunnigan. —¿Qué tal en la casa de los Muller?¿Sherry ha vuelto a hacerte las mejores patatas del mundo? —Preguntó Hunnigan con lo que parecía un deje de ironía.

—Esas patatas son una obra maestra y lo sabrías si alguna vez aceptaras la invitación de Sherry.

—Ya lo sé. Lo sé. Y no es por falta de ganas, es que en vacaciones mi familia me absorbe. Ya sabes como son papá y mamá Hunnigan.

Los dos compartieron unas risas desenfadadas. Leon todavía recordaba la primera Noche Buena que pasó con los Hunnigan. Había sido antes de que Hunnigan se casara, o siquiera que sus padres supieran sobre su orientación sexual. Y se pasaron toda la noche agarrados a ambos brazos de Leon, ofreciéndole comida y bebida e insistiéndole en que debía casarse con su Ingrid porque no encontraría a unos suegros mejores.

Y Leon estaba seguro de ello pero más allá de lo obvio, Leon y Hunnigan tenían una relación de camaradería que iba más allá de las fronteras románticas. Era un sentimiento prácticamente fraternal.

Esas fueron de hecho las mismas navidades en que Hunnigan les había contado a sus padres sobre su orientación. Y no es que estuviera planeado, es que dónde Leon encontraba graciosa la insistencia de sus padres en organizarles una boda, Hunnigan por la contra estaba muy harta de la situación y se lo soltó así, a bocajarro.

Recordó entonces que del jaleo Hunnigadiense pasaron a un silencio sepulcral, donde toda la familia se quedó callada mirando a Hunnigan que estaba roja de furia. Y acto seguido, volvió el estruendo familiar, como si nada hubiera pasado.

Sus padres la abrazaron y le dijeron que siempre lo habían sospechado, pero que como nunca había llevado a ninguna novia a casa pero sí a Leon, pues que dieron por sentado que se habían equivocado. 

Sus padres le dieron el pésame a Leon por no tener la posibilidad de tenerles como suegros. Y un año más tarde, Susan apareció en sus vidas para quedarse. Y hasta hoy. Eran la pareja más perfecta y sana que Leon conocía. 

Así que sí, Leon sabía que en vacaciones de navidad Hunnigan tenía muy difícil hacer algo más que no fuera reunirse con su familia.

—Sí, lo sé. Tu familia es genial. —Terminó contestando Leon. —Pero, Hunnigan, me temo que Susan tiene, una vez más, razón con respecto a mi llamada. No solo te llamo para felicitarte la navidad.

—Ya lo sé Leon,¿Te crees que no te conozco? En parte he buscado un sitio tranquilo porque sabía que algo no iba bien cuando me has llamado por segunda vez en el día de hoy. Si por la mañana fueron felicitaciones navideñas, por la tarde es algo serio. Dispara.

—Es sobre Claire.

—¿Claire?¿Claire Redfield?

—Sí.

—¿La misma Claire Redfield que no ha querido saber nada de ti en los últimos años?

—Esa es, sí. No te cortes en meter el dedo en la llaga.

—¿La misma Claire Redfield cuyo hermano amenazó con partirte la cara?¿La misma Claire Redfield por quien me tuviste meses contactando para recibir  a cambio malos humos por parte de los dos?¿La misma Claire Redfield por la que no sabes cómo volver a vivir en calma?¿Esa Claire Redfield?

Hubo un silencio en el que solo se escuchaba la respiración agitada de Hunnigan, antes de que Leon contestara.

—Sí, Hunnigan. Esa Claire Redfield. La única Claire Redfield que conocemos. —Dijo Leon con un tono cansado en la voz. —Y por cierto, lo de Chris no es como lo cuentas. No me amenazó. Simplemente me comunicó que deseaba partirme la cara por hacer llorar a Claire. Puede quedarse tranquilo, ya me la partí yo por él.

—Santo cielo. —Se escucho susurrar a Hunnigan al otro lado del teléfono. —En fin, dime, que sucede con Redfield.

—Creemos que ha desaparecido.

Un silencio y  Hunnigan tomó la palabra.

—Continua.

—Sherry me acaba de contar que lleva dos meses sin saber nada de ella.

—Dos meses no parece el tempo suficiente para dar a una persona como Claire por desaparecida. —Interrumpió Hunnigan.

—Ya lo sé, pero en este caso presiento que algo no anda bien. Sherry me ha dicho que ellas hablan todos los días. Y que cuando Claire viaja por trabajo siempre encuentra la forma de ponerse en contacto con ella. Si en dos meses no ha encontrado la forma de hacerlo, es porque algo le ha debido pasar.

—No tendría por qué. Hay tantas razones por las que una persona no puede ponerse en contacto con otra sin que suponga una desaparición...

—Prefiero dedicarle algo de tiempo y estar equivocado que dar por sentado que todo está bien y descubrir al final que no ha sido así y que yo no hice nada por ayudar. —Cortó Leon con algo más de vehemencia de la que quería impregnar a su voz. 

Podía entender hasta cierto punto la actitud de Hunnigan cuando se trataba de Claire, porque ella es la única testigo de lo mal que él lo había pasado cuando cortaron su relación y de hecho la testigo actual de cómo este hombre tan grande se sentía constantemente tan pequeño sin la figura de su amiga Claire.

 Pero al final, si él era capaz de dejar todas esas diferencias y todo ese dolor de lado, Hunnigan tendría que poder hacerlo también.

Además, estaban ablando de la vida de Claire. Y eso no estaba sujeto a  ninguna discusión. Leon siguió.

—Es Claire, Hunnigan.

No hacía falta que dijera nada más. Aunque Leon nunca había verbalizado, ni siquiera para sí mismo cuales eran los sentimientos reales que albergaba por la pelirroja, habría que estar ciego para no ver lo que estaba ocurriendo dentro del hombre.

Y Hunnigan quería demasiado a este desgraciado como para no ayudarle en lo que le pidiera sin necesidad de que se expusiera más.

—Y esa es razón suficiente para mandar al traste mis vacaciones. —Pronunció Hunnigan pensativa. —Te ayudaré a encontrarla, Leon.¿Qué quieres que haga?

Leon sintió un orgullo y un cariño tan grande por Hunnigan en ese momento. Bueno, en ese momento y en todos. Sin Hunnigan y su apoyo logístico, este saco de músculos no habría sobrevivido a su primera misión, siendo un novato en la selva amazónica; ni a todas las que vinieron después de esa. 

Ella era su ángel de la guarda y no tenía ningún reparo en reconocerlo.

—A tu mujer no le va a gustar.

—No. Desde luego que no le va a hacer ninguna gracia. Pero al final, ella misma me pediría que te ayudara en tu empresa. Es muy refunfuñona pero cuando se trata de salvar vidas, siempre sabe como hacer de tripas corazón. No por nada es Doctora en Medicina.

—Te encanta presumir de tu esposa. —Dijo Leon sonriendo, porque era cierto. Siempre que podía, Hunnigan mentaba la profesión de su mujer. Pero es que no había persona más orgullosa de su pareja que ella.

—¡Me encana presumir de esposa!¡Pero es que, mira que esposa! —Rió a su vez Hunnigan. Si no fuera por estos momentos de camaradería, ninguno de los dos podría soportar su trabajo. Daban las gracias por haber hecho migas desde el primer momento en que se conocieron en las oficinas de la d.s.o. y les asignaron el uno al otro. Habían crecido juntos mucho desde entonces.

—Gracias Hunnigan. Por esto y por todo. —Sintió la necesidad de decir Leon.

—No te me pongas blando ahora, estamos a punto de embarcarnos en algo muy gordo. Empezando por decirle a mi familia que me voy a trabajar. Así que déjate de agradecimientos, esto no son los premios de la academia. ¿Por dónde empiezo?

Y ahí estaba su mano derecha, en posición de ataque.

—Bien. Veamos. Lo primero que necesito que hagas es ponerte en contacto con Terra Save, por los medios que sea. Y si no lo consigues, entra en su base de datos y averigua a dónde han enviado a Claire. Creemos que a Penamstam, o eso le dijo Claire a Sherry, pero no podemos estar seguros de que sea real. Estaré encantado de escuchar qué excusas van a poner por haber ignorando a Sherry.

»Lo siguiente que necesito es que consigas contactar con Chris. Creo que como su hermano debe saber lo que está pasando. Sería todo mucho más fácil si contara con su ayuda.

—Entendido, lo abordaré en este orden. Primero averiguaré todo lo que pueda sobre Terra Save, y después trataré de dar con Chris. Aunque ya sabes que no puedo enfrentarme a la b.s.a.a. hackeando su sistema. Podría, pero eso me pondría en serios problemas.

—La b.s.a.a. no son nuestro enemigos, no será necesario. Solo trata de convencerlos de la importancia de contactar con Chris, pero no menciones nada sobre Claire.

—De acuerdo. Te llamaré con lo primero que sepa.

—Gracias. —Dijo Leon sintiendo cierto alivio en su pecho. —Y Hunnigan, sobra decir que esto que vamos a hacer es extraoficial. La discreción es imperante.

Hunnigan se rió al otro lado del teléfono antes de añadir.

—Tienes razón, Leon. Sobra decirlo.

—Buena suerte Hunnigan.

Hubo un silencio entre los dos antes de despedirse.

—La encontraremos, Leon. Aunque tengamos que mover cielo y tierra hasta dar con ella. La encontraremos.

—Sí. —La voz de Leon era ahora un susurro. —La encontraremos.

 

RE:PE_Interrupcion_PaulaRuiper

 

Se quitó las botas y se deshizo de su ropa para ponerse cómodo con lo que para él no solo era el mejor pijama del mundo sino también la ropa perfecta para andar por casa, o para salir a por el pan, o para ir a correr, o simplemente para estar preparado para la acción en cualquier momento sin renunciar a la comodidad.

Pero pronto iba a acabar con toda esa estética sport al ponerse por encima de la camiseta térmica negra un jersey de lana azul marino con un enorme árbol de navidad en el centro con espumillón real y bolas decorativas reales en él. Solo había en el mundo dos jerséis más feos que el suyo, y los llevaban puestos  Jake y Sherry.

Al final no se libraba de su participación en la nueva tradición navideña de los Muller. Cuando entró en su cuarto y vio el jersey estirado sobre la cama esperando a por él, se dio cuenta de que no habría otro remedio. Se lo pondría solo durante un rato para darle el gusto a Sherry pero después se lo quitaría para dormir. Le asombraba lo realmente feo que era. Pero aun así, este año no ganaría el concurso. El premio se lo disputaría el matrimonio.

Se acercó a su bolsa de viaje y sacó un neceser de piel marrón a juego con la bolsa de viaje, y la funda de su férula de descarga.

La férula la dejó sobre la mesita de noche, y con el neceser en la mano se dirigió al baño.

Dejó el neceser apoyado sobre la repisa del lavado y se agarró a los laterales del mismo, apretando con sus manos hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Estaba muy tenso. Trataba de fingir que estaba bastante tranquilo dentro de la preocupación, pero se sentía como si estuviera tratando de cerrar una puerta a sus espaldas, cuando había un mar al otro lado pujando por salir. Y a estas alturas de la película, Leon no tenía la fuerza que poseía antaño.

Abrió el grifo y dejó que el agua helada mojara sus manos. Después mojó su rostros y por último su nuca, masajeándola solo por un momento. Solo un momento.

Cerró los ojos. Inspiró profundamente. Visualizó el rostro de Claire aquella noche en la que le salvó de su primer ataque zombie en la gasolinera de Raccon City.  Joven y decidida. Esos rasgos la definían tanto, que aun era su sello de identidad hoy en día.

Después volvió a visualizarla, años más tarde, delante de la Casa Blanca. Magullada y con el brazo en cabestrillo, con el mismo furor de siempre en su rostro y después, un solo segundo después, con el rostro más decepcionado que jamás había visto. Se sentía traicionada. Enfadada. “Te lo volveré a decir Leon. El traje te queda fatal”. Esas fueron sus últimas palabras para él. Esa fue la última vez que hablaron. La última vez que se vieron.

Volvió a agarrarse a los laterales del lavabo, esta vez sin fuerza. Levantó el rostro y se miró al espejo.

Tras la cortina de pelo castaño, unos ojos azules sobre unas ojeras pronunciadas le devolvían la mirada. Es como si desde ese día la única forma de mirarse así mismo fuera con los mismos ojos decepcionados que Claire le había dejado grabado en la mente.

Retiró la mirada, cogió una toalla blanca que Sherry se había encargado de dejar doblada en el toallero, y se secó el rostro, la nuca y las manos.

Abrió su neceser y sacó su cepillo de dientes de viaje y su dentífrico. No tenían nada de especial. Cumplían su función y eso era todo.

Se lavó los dientes, se pasó el hilo dental, —sí, pertenecía a ese 1% de la población que usaba el hilo dental cada noche —, y usó su colutorio de menta.

Dejó el neceser en el baño. Al fin y al cabo, volvería a usarlo en la mañana.

Calzó unas zapatillas tipo bota negras que previamente había sacado de su bolsa de viaje y salió de su habitación, que se encontraba en la primera planta entre las escaleras que subían al segundo piso  y la cocina abierta.

Había ruido en la cocina y cuando se acercó vio a Jake recogiendo ollas y bandejas de horno de dentro del lavavajillas.

—¡Hey! Veo que ya te has puesto cómodo. —Comentó Jake dándole un rápido vistazo de espaldas y continuando con su tarea. —Y veo que tu jersey no es tan feo como los nuestros. Vas a perder, amigo.

Leon se rió por lo bajo y se sentó en uno de los taburetes de la isla de la cocina.

—Asumo mi derrota. ­—Comentó absolutamente despreocupado. —Veo que ya has recogido la mesa. Podría haber echado un cable.

Jake ya había vaciado el lavavajillas y poniéndose unos guantes de goma rosas empezó a enjuagar los platos, cubiertos y vasos sucios de la cena, para meterlos en la maquina.

—Oh, no te preocupes. Lo cierto es que me gusta hacerlo. Y me gusta hacerlo a solas.

—¿Recoger y fregar la cocina? —Preguntó Leon con cierto escepticismo.

—Las tareas del hogar en general. —Dijo Jake sonriendo. —Sé que parece raro, pero es un momento muy meditativo para mi. Estoy solo, realizando una actividad sencilla, sin pensar en nada. Es muy relajante, deberías probarlo.

—Yo limpio mi propio departamento y nunca es una actividad relajante. Es en todo caso tedioso y aburrido.

—¿Qué puedo decir entonces? Tengo un don. —Dijo Jake encogiéndose de hombros.

—Y te envidio por ello. —Zanjó Leon entre risas. —Solo venía a por un vaso de agua para la noche y a despedirme de Sherry. ¿Dónde está?

—Está arriba con J J. Puedes subir si quieres. Primera puerta a la derecha. La que está justo en frente es la nuestra, en caso de que Sherry ya no esté con el bebé.

—Gracias. —Dijo Leon al tiempo que abandonaba el taburete donde se había sentado previamente y se disponía a subir las escaleras de madera.

Ya en el segundo piso, se aproximó a la puerta de la derecha que se encontraba entornada. Tocó la madera con los nudillos y escuchó la voz de Sherry que desde el otro le daba paso.

Cuando entró, vio una habitación de paredes beige y alfombras, peluches y mantas en tonos terrosos.

Al lado de la puerta había un armario empotrado exactamente igual que el de su cuarto; En la pared contigua, una cuna bastante grande de madera al natural, con un móvil musical suspendido sobre él.

Enfrente de la puerta había un gran ventanal como el de su cuarto, con el banco empotrado y todo, y justo en frente se encontraba Sherry con J J en brazos sentada en un sofá orejero color mostaza.

Cuando miró bien, se dio cuenta de que Sherry le estaba dando el pecho a su hijo.

—¡Oh! Disculpa Sherry, no sabía que estabas dándole el pecho. Te dejo intimidad. —Dijo Leon a la carrerilla mientras se giraba y se disponía a abandonar la habitación.

—No digas tonterías y quédate. A mi no me importa que nos veas, así que adelante. Haznos compañía. —Dijo Sherry sonriendo a su bebé.

Leon no estaba nada familiarizado con la paternidad en cuanto a bebés se refería. Él no había tenido que pasar por eso y no recordaba si alguna vez había sido testigo del momento de amamantar a un bebé.

Era para él realmente impactante ver como su Sherry, su pequeña Sherry, ahora era mamá y estaba dándole el pecho a su hijo.

Se aproximó hasta la cuna y se quedó ahí, de pie, quieto. Con una mano apoyada al borde de la cuna y la otra abandonada al costado de su cuerpo.

De alguna forma ser testigo de esa estampa era fascinante. Y algo dentro de Leon tembló. Se le humedecieron los ojos y se le formó un nudo en la garganta. Porque él formaba parte de lo que estaba ocurriendo. Su hija tenía un hijo. Era como si no hubiera sido plenamente consciente de ese hecho hasta ahora.

—Qué grande es. —Empezó a decir Leon. —Para tener tres meses.

—Sí. Creo que ha salido a su padre en eso. —Contestó Sherry acariciándole la cabecita, que por lo demás, presentaba bastante pelo de color rubio claro, como Sherry.

—Uno pensaría que con un padre pelirrojo y una madre rubia, el niño sería castaño. —Comentó tontamente Leon, solo por no quedarse en silencio.

Sherry se rió echando la cabeza hacia atrás sin dejar de aferrar a su hijo contra ella.

—No sé si funciona así, Leon. —Dijo Sherry, bajando la cabeza hacia J J. —Creo que ya ha terminado.

En ese momento, Sherry cogió un disco de algodón húmedo, y lo coloco entre su pecho y J J limpiando los restos de leche materna y a continuación guardo su pecho dentro del sujetador con un movimiento totalmente casual.

Sherry miró a Leon con una sonrisa eterna en los labios.

—¿Quieres ayudar a J J a expulsa los gases?

—¿Qué?¿Yo? —Contestó Leon muy sorprendido por la pregunta. —Yo... creo que voy a pasar. No sabría hacerlo. Nunca he tenido a un bebé en brazos.

Sherry se levantó del sofá llevándose consigo una pequeña toalla que descasaba en el brazo del mismo. Se aproximó a Leon y puso dicha toalla sobre  su hombro izquierdo.

—Yo tampoco lo había hecho nunca antes. —Le contó Sherry. —Nadie nace sabiendo como cuidar de un bebé. Solo hay que asegurarse de que no se caiga al suelo.

Y dicho esto comenzó a separar a J J de sí misma, entregándoselo a Leon. Y Leon sintió que estaba a punto de hacer la cosa más complicada que jamás hubiera hecho. No permitir que el niño se cayera al suelo.

—Cuidado con la cabecita. Es la parte más sensible. —Dijo Sherry, al tiempo que Leon colocaba su mano sobre la nuca de J J. —Eso es, cuidado. Apóyalo sobre tu pecho, así. Muy bien. Este brazo lo sostiene por la espalda y con este otro le das palmaditas, así. —Sherry cogió la mano libre de León y apoyándola sobre la cintura escapular del niño, le dio unos toquecitos en el dorso de la mano para que comprendiera la fuerza con la que había que ayudar a J J a sacar los gases.

Sherry se apartó y observó la estampa con una sonrisa en los labios y los ojos húmedos por la emoción.

—Mírate. Si has nacido para esto.

A León el corazón le iba tan rápido que parecía que se le saldría del pecho. Definitivamente nunca había tenido a un bebé en brazos. La sensación era muy paternal. Parecido a lo que sintió por Sherry cuando era solo una niña pero multiplicado por mil. Esa criatura era tan frágil y tan vulnerable, que lo único que podía sentir era la necesidad de protegerlo a toda costa.

—Wow. —Y eso fue lo único que fue capaz de decir.

—Sí. Wow. —Convino Sherry. —Por cierto, puede que te vomite cuando eructe. Es muy normal.

—Esta criatura puede hacer lo que le de la gana conmigo. —Dijo Leon, que comenzó a mecerse de lado a lado suavemente. Se acababa de dar cuenta de que había estado tenso y rígido como un palo hasta entonces.

Jake Junior eructo varias veces sobre el hombro de Leon, pero no vomitó. A continuación Leon, siguiendo las indicaciones de Sherry, dejó a J J, que se había quedado dormido, sobre la cuna, tapándolo con una mantita.

—Ha salido a ti. Tenéis la misma cara. —Dijo Leon sin separar su ojos del bebe mientras se incorporaba.

—Eso dijo Claire. —Reconoció Sherry sin dejar de sonreír. —Pero tiene la personalidad de su padre. Es un torbellino.

—Pero si no ha hecho otra cosa más que dormir desde que he llegado. 

—Ya, pero cuando está despierto no puede parar. —Se rieron los dos con esto último. —Sé que todas las madres viven esta parte de la maternidad deseando que su bebé no crezca tan rápido. Pero yo no puedo esperar a que sea más mayor y verle jugar con su padre al football o al baseball o... a lo que quieran.

La voz de Sherry sonaba soñadora. Leon le pasó un brazo por encima de los hombros y la estrechó, apoyando su cabeza sobre la de ella.

—Leon. —Susurró Sherry.

—¿Sí, niña? —Contestó Leon.

—¿Te das cuenta de que esto te convierte en abuelo?

Leon soltó el abrazo de Sherry y la miró a los ojos con completo asombro.

—No me mires así. Si eres mi padre, eso te convierte en el abuelo de Jake Junior. —Dijo Sherry sin dejar de sonreír.

Leon parpadeo varias veces y cerró la boca que se le había quedado abierta por la sorpresa de esas palabras.

—Supongo que sí. —Reconoció finalmente. —Pero no estoy preparado para escucharlo. Todavía soy joven.

—Bueno. Serás el abuelo más guapo y más joven del mundo.

—Eso no sirve de consuelo. Pero regalarme los oídos es una buena estrategia. Continua.

—El más hermoso, bello y lindo de todos los abuelos del mundo. El más lozano, fuerte y valiente. El más alto, esbelto y con el mejor pelo de todos los abuelos.

Leon cogió la cabeza de Sherry con su brazo como solía hacer cuando era una cría, y le dio un beso en la nuca, mientras ambos se reían.

—Está bien Sherry, me has convencido. Soy un abuelo. —Dijo Leon levantando ambas manos en señal de rendición. —Y como tal, es hora de que me vaya a dormir.

—Sí. Tienes unas ojeras terribles. Y el abuelo más guapo del mundo no se puede permitir esas ojeras.

—Bueno, en tu casa siempre duermo genial, así que mañana estaré más bello que hoy, si cabe.

—Buenas noches, papá. —Dijo Sherry dándole un último abrazo a Leon. —Me quedaré un ratito más mirando como duerme J J. Me quedaría mirándole toda la eternidad. —Dijo Sherry con dulzura y orgullo.

—Lo habéis hecho bien. —Dijo León al tiempo que le daba un beso en la frente a Sherry. —Buenas noches, niña.

—Leon. —Llamó Sherry antes de que este saliera de la habitación. —Tu jersey no ganará el concurso del jersey navideño más feo este año. Pero te queda bien. —Y le sonrió.

Dicho lo cual, Leon salió de la habitación. Se encontró a Jake subiendo las escaleras. Se despidieron con amistosas palmadas en los brazos, y Leon bajó al primer piso.

Se acercó a la cocina, abrió el armario de los vasos y se sirvió un enorme vaso de agua. Se lo bebió de un solo trago. Lo volvió a llenar y esta vez se dirigió a su habitación.

Sin encender la luz, cerró la puerta tras de sí. Esa noche, era una noche de luna llena. Y después de estar todo el día nevando, por fin el cielo se había despejado y desde su ventana, se veía un cielo estrellado increíble que iluminada su habitación por dentro.

Caminó hasta el lado derecho de la cama, el que estaba más próximo a la ventana. Dejó el vaso de agua en la mesita de noche, al lado de la férula de descarga, y se colocó esta dentro de la boca con desgana.

Se acercó a su bolsa de viaje y extrajo de su interior una Silver Ghost, su pistola de confianza. Era una nueve milímetros de buena potencia y capacidad amplia. Bastante ligera y discreta por lo que era perfecta para llevarla encima sin ser detectada. También  era perfecta para dormir con ella debajo de la almohada, como llevaba ya mucho años haciendo.

En realidad no le hacía dormir mejor. Su insomnio era legendario pero al menos sabía que si algo ocurría, no le pillarían desprevenido.¿De quienes hablaba? No tenía ni idea. De los malos, simplemente, que podían camuflarse bajo muchos y diferentes nombres.

Dejó la pistola debajo de la almohada, se quitó el horrible jersey del árbol navideño y se metió dentro de la cama.

Silencio. No se escuchaba nada del exterior de la casa. Ni el más mínimo sonido del bosque ni el más ligero soplo de viento.

Boca arriba, miraba el techo blanco pensando en todo lo que había acontecido en tan solo unas pocas horas.

Había visto después de meses a su niña. Había conocido a su nieto. Le habían tirado una roca encima con la noticia de la desaparición de Claire... le habían demostrado una vez más que él era importante para muchas personas.

Las emociones se hicieron tan presentes, tan físicas, que a Leon se le escaparon varías lágrimas por las comisuras de los ojos, que se perdían en el pelo que nacía a los costados de sus sienes.

Lloró. Lloró en silencio. Lloró vacío. Sin respiraciones forzadas, sin arrugar su gesto, sin mover un solo músculo de su cuerpo. Lloró como un autómata. Simplemente dejando que las emociones explotaran por algún lugar y se drenaran poco a poco con discreción. Casi con solemnidad.

Pensó en Claire.¿Dónde estaría en ese momento mientras él descansaba en la cómoda cama de los Muller? Cama que  probablemente ella también habría usado en tantas otras ocasiones.¿Habría acaso un pedacito de Claire entre las sabanas?

Inconscientemente, estiró su brazo izquierda sobre el lado vació de su cama, y lo acarició.

Cuando se dio cuenta de ese gesto, se giró con fastidió hacia la ventana, en posición fetal.

Miraba desde su almohada esa luna tan brillante y tan enorme que lo iluminaba todo con su luz. Y sintió cierta compañía. Cierta paz.

Cerró los ojos queriendo dormir y descansar solo una noche. Y se dio cuenta, con pesar, que esa noche sería muy larga.

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Chapter 2: Toda ópera tiene un preludio

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El sol era solo un punto naranja en el horizonte opaco que asomaba sobre las copas de los árboles cuando Leon abrió los ojos.

Había pasado la noche durmiendo a intervalos de dos minutos, lo que supuso un descanso muy mediocre para alguien que tenía una deuda tan grande con Morfeo.

Cada vez que estaba a punto de quedarse dormido le visitaban sus fantasmas sacándolo de ese dulce placer.

Le visitaron zombies con las encías sangrantes, las caras comidas y el olor a podredumbre que formaba parte de su ser; le visitó Krauser en su forma puramente humana amenazándolo con su cuchillo; le visitaron Luis Sera y Ada Wong. Uno le pedía tabaco y la otra le besaba; también Manuela, que lloraba mientras perdía sangre por el brazo; y cuando alguien le puso una mano en el hombro, resultó ser Marvin que ya se estaba convirtiendo; y un sinfín de pesadillas con las que tuvo que luchar en el pasado hicieron acto de presencia, como siempre.

También lo visitó Claire. Era como si hubiese acompañado a cada una de esas visitas repetitivas quedándose en un segundo plano. Y cuando él iba a mirar en su dirección, ella desaparecía, coincidiendo con sus despertares agitados y sudorosos, dejando a Leon vacío y acabado.

Así que, cuando el pálido sol del amanecer despuntó al Este, lo que sintió fue un profundo alivio. Una especie de catarsis.

Después de observar la bola de fuego durante un buen rato mientras esta se elevaba por el cielo haciéndose cada vez más y más brillante (hasta que fue imposible seguir mirándola), se llevó las manos a los ojos y los frotó mientras estiraba todas sus extremidades como un león en la sabana africana.

Retiró las mantas que cubrían su cuerpo, calzó sus zapatillas y se dirigió al baño con el baso de agua (ya vacío) y la funda de la férula de descarga en la otra.

Dejando la funda y el vaso sobre la repisa del lavabo, sacó su férula de la boca y sintió una ligera distensión del maxilar superior. Quitarse la férula era glorioso. Al igual que era glorioso ponérsela cuando entraba en modo cocodrilo.

Del neceser que había dejado en el baño la noche anterior sacó un cepillo de doble cerda (por un lado corte recto, por otro lado corte biselado), y con ayuda del jabón de manos, comenzó a cepillar la férula para dejarla libre de todas las babas acumuladas durante la noche, tras lo cual, la secó y guardo en su funda correspondiente.

Después llenó su vaso de agua. Primero se enjuagó la boca, limpiándola y escupiendo los residuos de la maldita noche, y después bebió con avidez reponiendo todos los líquidos que su cuerpo había perdido en forma de sudor durante las largas horas nocturnas.

Se miró al espejo. “Que cara de mierda” pensó y cerró la puerta del baño.

Se quitó la camiseta térmica negra, las zapatillas de bota, los pantalones grises y los calzoncillos, que como dato extra eran blancos, y acudió al llamada de la naturaleza para más tarde abrir el grifo de agua caliente de la ducha y colarse dentro cerrando la mampara.

Le encantaba ducharse en las mañanas, sobre todo cuando no tenía prisa. Era como su momento de paz después de las terribles noches que sufría. Como si el agua tuviera un poder purificador.

Cuando su pelo estuvo mojado, lo retiro hacia atrás con ambas manos y dejó que el agua le cayera directamente sobre el rostro, llenando su boca hasta que se desbordaba por sí sola.

Después, descansando las manos sobre los azulejos, inclinó la cabeza para que el chorro de agua le golpeara la nuca. 

Ese era su ritual de cada mañana y era glorioso.

Cuando hubo terminado de enjabonar y aclarar su cuerpo y pelo, salió de la ducha y cogió dos toallas que descansaban dobladas sobre el toallero.

La más grande la ató a su cintura y la más pequeña la colgó de la nuca para empezar a secarse el pelo.

Abrió la puerta del baño y volvió a la habitación como si fuera una estrella del rock de los ochenta, con todo el bao del calor de la ducha envolviéndolo con gracia.

Se vistió con la misma ropa del día anterior. Vaqueros, camiseta interior blanca, camisa de franela a cuadros naranjas y mostazas y botas marrones. Los calzoncillos ahora eran grises.

Recogió todas sus pertenencias y las empacó en su bolsa de viaje. Las toallas que había usado las depositó en el cesto de mimbre que había en el baño para tal  fin  y acomodó toda la cama. Sabía que Sherry la desharía para limpiar las sábanas y vestirla con ropa nueva, pero no formaba parte de su ritual dejar la cama sin hacer.

Con el pelo húmero y peinado hacia atrás, cogió su bolsa de viaje y su chaqueta y salió de su habitación.

En la cocina ya había algo del típico jaleo que acompaña todos los desayunos. Una tetera silbando, unas naranjas exprimiéndose y las risas de un matrimonio que se amaba. El olor de huevos revueltos y tocino ya estaba llenando las fosas nasales de Leon. Pero fue el olor a café recién hecho lo que le hizo salivar.

—¿Eso que huelo es café? —Dijo Leon sonando suplicante mientras dejaba su bolsa de viaje y su chaqueta sobre el sofá de tartán. —Me muero por una taza enorme de café.

Sobre la isla de la cocina habían dispuestos tres platos vacíos con su cuchillo y tenedor a ambos lados, acompañados por vasos y servilletas de tela con estampados frutales.

En el centro, había una fuente llena de huevos revueltos a la pimienta con cebollino picado por encima; también una montaña enorme de tocino frito al lado de otra montaña enorme de tortitas; una jarra de sirope de arce, un tarro de mermelada de grosellas y una pequeña bandeja con mantequilla para untar.

Sherry, que estaba de espaldas riéndose con Jake se giró con una jarra de zumo de naranja recién exprimido y lo sirvió a partes iguales en los tres vasos.

—¡Buenos días Leon!¡Mira que festín hemos organizado para despedirte! —Dijo extendiendo las manos sobre la isla.

Jake se giró con la cafetera italiana más grande que Leon había visto nunca y comenzó a servir el café.

—Para despedirte y para recordarte por qué debes venir cada vez. Toma asiento. —Dijo Jake señalando el taburete del centro y volvió a la cocina para dejar la cafetera y la jarra de zumo que había estado en manos de Sherry.

—Me estáis consintiendo demasiado. —Dijo Leon sonriendo. —Hacéis que lamente volver a casa.

—Lo estamos haciendo bien cariño. —Le susurró a voces Sherry a Jake fingiendo que le transmitía un gran secreto sin que Leon pudiera oírlo pese a que estaba siendo el testigo principal.

—De aquí a unos meses se quedará a vivir. Sigamos así. —Le respondía en la misma sintonía Jake mientras le guiñaba un ojo a Leon.

—Por más a gusto que me encuentre en vuestra casa, jamás conseguiréis reclutarme para ser el abuelo niñero de Jake Junior.

—Nos ha pillado Sherry,¿Qué hacemos?

—Sacar la artillería pesada. —Dijo Sherry cambiando de los ojos de su marido a los ojos de Leon. —¿Ni siquiera lo harías por... mis deliciosas patatas toscanas?

—Oooh, vaya Sherry, eso es jugar muy sucio. —Le dijo Leon sonriendo. —Estoy orgulloso, niña.

Y los tres rompieron a reír.

—Buen provecho. —Anunció Sherry como pistoletazo de salida para atacar el papeo.

Leon le dio un buen trago a su café recién hecho y ya se sintió mucho más presente que después de la ducha.

Desayunaron tranquilamente sin dejar de reírse por cualquier cosa. Simplemente porque estaban felices de estar juntos.

Sherry le preguntó si había dormido bien y Leon mintió diciéndole que sí. Pero Sherry conocía muy bien a Leon y sabía que mentía, más allá de que sus ojeras fueran dos manchas negras bajo sus ojos que lo delataban y que por lo demás, potenciaban el azul de sus iris.

J J todavía dormía en su cuna, pero sobre la mesa estaba el “walki-chivato” que avisaría si el pequeño se despertaba.

El sol entraba a raudales por las grandes ventanas del salón iluminándolo todo con gracia. Y al igual que cuando llegara la noche anterior, en la chimenea quemaban leños en el fuego.

Fuera estaba todo nevado. En algún momento de la noche, lo que había parecido una tregua que le permitía a la luna salir a escena, debió durar poco a juzgar por lo copiosa que parecía la nieve.

La estampa familiar era sin duda alguna idílica. Por un momento casi se habían olvidado de la preocupación que se escondía a sus espaldas. Y como suele ocurrir, el momento no duró mucho.

El móvil de Leon comenzó a sonar rompiendo la maravillosa estampa en mil pedazos y devolviendo a Leon a la realidad.

—¿Quién es? —Preguntó Sherry no queriendo que el mágico momento que se había creado desapareciera.

—Hunnigan. Ayer por la noche contacté con ella. Ha debido averiguar algo. Dadme un momento. —Leon se levantó de la mesa y descolgó el teléfono avanzando hasta la ventana. —Hunnigan, aquí Leon,¿Has averiguado algo?

—Buenos días a ti también compañero. —La voz de Hunnigan sonaba cansada. —Sí he averiguado algo. Lo primero, cómo aguarle la fiesta a toda mi familia con tan solo pronunciar tu nombre.

—¿Has estado trabajando toda la noche? —Le cortó Leon  con asombro.

Hunnigan era una mujer muy dedicada a su trabajo. Tenaz y perseverante. Y una grandísima compañera. Pero cuando la noche anterior le dijo que se pondría a ello, no pensó que fuera literal, sino que ya por la mañana haría algunas llamadas y averiguaría alguna cosa.

No la conocía tanto después de todo.

—Sí, claro que he estado trabajando durante toda la noche. “Es Claire, Hunnigan” me dijiste. Así que me lo he tomado muy en serio.

A Leon le dio algo de corte escuchar sus palabras en la boca de Hunnigan,¿Cuándo se había vuelto tan sentimental? Además el deje burlón que Hunnigan le había conferido a sus palabras lo hacían aun más vergonzoso.

—Vale, vale.¿Qué has averiguado?

—Agárrate chico, porque vienen curvas. —Y literalmente Leon se agarró al marco de la ventana. —Terra Save no existe.

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

¿Conocéis esa sensación de ingravidez que se presenta cuando alguien os da una noticia sorprendente? Ya sabéis, esa sensación de que el suelo ha desaparecido bajo vuestros pies y que solo te mantienes en pie porque la gravedad ha desaparecido. Ese momento en el que el cerebro está tan ocupado procesando la información, que deja de atender a que las piernas te sostengan. Y mientras estas tiemblan y tu cabeza trata de entender la información recibida no puedes evitar pensar a tu vez,¿Estaré soñando?

Hunnigan acababa de decir que Terra Save no existía. Pero eso era del todo imposible. Era una organización con sedes en todo el mundo así que todo el mundo la conocía o había escuchado en algún momento hablar de ella. La mitad del planeta los amaba y la otra mitad los odiaba.

Claire llevaba muchos años dedicándole su vida. Así que esas palabras no tenían ningún sentido. Y no podían tenerlo, porque si Terra Save había dejado de existir, significaba que no podían saber dónde estaba Claire. Eso era algo que no podía ocurrir porque de hecho era lo peor que podía ocurrir.

­—¿Leon? ­—La voz de Hunnigan al otro lado del teléfono lo devolvió al presente.

—¿Cómo que Terra Save no existe? —Pregunto Leon tras carraspear con la intención de recuperar su voz.

Los Muller se levantaron de sus taburetes y se acercaron hasta donde estaba Leon con bocas serias y ojos preocupados.

Leon se giró hacia ellos y levantó la mano pidiendo silencio cuando Sherry abrió la boca para preguntar qué estaba pasando.

—Simplemente ha desaparecido. —Continuó Hunnigan. —Obviamente este es un muy buen trabajo de un equipo muy bueno de informáticos. Hacer desaparecer una empresa tan grande y famosa como es Terra Save no es nada fácil. 

»No solo han borrado todas las páginas web que tenían y su huella digital, sino que han borrado su presencia en cualquier medio de comunicación digital. He buscado los vídeos de publicidad que se proyectaban y no existen. He tirado de hemeroteca virtual, y sus anuncios en prensa en todos los periódicos que he visitado, de tirada nacional e internacional, ya no existen y eso que he retrocedido hasta diez años atrás en cada tirada. Es como si los hubieran arrancado.

»Me he puesto en contacto esta misma mañana con otras entidades y ONGs colaboradoras con Terra Save y, o hay amnesia colectiva o quien quiera que ha hecho esto ha sabido silenciar muy bien a las personas. Pero nadie sabe qué es Terra Save. O eso dicen. Si no fuera porque estoy muy cuerda, diría que alguien me ha metido en una película de Hitchcock.

Leon escuchaba atentamente al otro lado del teléfono, con la mano aun en alto y sin apartar los ojos de Sherry.

—¿Estás queriendo decir...—Empezó hablando lentamente, tratando de parecer tranquilo para no alterar a Sherry. —...que no tenemos la posibilidad de averiguar dónde está Claire?

Sherry se llevó una mano a la boca para contener su sorpresa, mientras Jake la rodeaba con un fuerte abrazo.

—¿Pero con quién te piensas que estás hablando? Claro que averiguaré dónde está Claire. Solo te ponía en contexto para que veas que soy la mejor informática del mundo y que ni los más grandes genios informáticos de nuestro tiempo están a mi altura, porque si la información estuvo en la web, nadie como yo para convertir un grano de arena en  un lingote de oro.

—Hunnigan... —Dijo Leon entre dientes echando de menos su férula de descarga. Se volvió a girar hacia la ventana con la sensación enfermiza de que la vena de su frente estallaría como el corazón expuesto de un Tyrant frente a un misil.

—Todavía no la he encontrado pero encontré una pista. —Se apresuró a decir Hunnigan ante el tono bajo de Leon. Sabía que había sido arriesgado generar tanta tensión. —Ellos borraron toda existencia sobre Terra Save pero no borraron la huella fantasma que existe en otras organizaciones.

»Me explicaré mejor. Ellos solo borraron sus propias huellas y presencias en otros medios que antaño les sirvieran de altavoz. Pero no podían borrar sus huellas digitales de otras ONGs colaborativas, porque para eso deberían borrar la existencia de todas esas ONGs, huellas incluidas y eso es un trabajo que además de ilegal puede llevar meses. Más de dos meses al menos.

»Así que cuando al ponerme en contacto con estas empresas colaboradoras de Terra Save y ver que no me iban a facilitar ninguna información, hackeé sus sistemas; que por cierto, tengo información suficiente como para sobornarlos a todos y convertirme en la mujer más rica del mundo. —Leon resopló perdiendo la paciencia al otro lado del teléfono. Hunnigan no lo hacía a drede, pero llevaba toda la noche sin dormir y en su torrente sanguíneo había más café que sangre a estas alturas, así que estaba un poco exaltada y orgullosa de sí misma. Una mezcla bastante explosiva para tratar temas delicados. — Y...—Se apresuró a continuar. — ...me percaté de que en sus huellas digitales había huellas superpuestas de otras agencias colaborativas. Como si tuvieses un ovillo de lana compuesto por diferentes colores, tiré de cada hilo que me llevaba directamente a la información de cada empresa, pero había un hilo que no llevaba a ninguna parte. Como si alguien lo hubiera cortado.

»Estos “hilos” de los que te hablo tienen una especie de número identificativo y en cada caso, el hilo que no llevaba a ninguna parte tenía el mismo número.

»Simplemente cogí una lupa de gran lente (digitalmente hablando), uní todos los hilos comunes y he dado con toda la información de Terra Save desde sus inicios hasta el día en que se cortaron los hilos. Hay aquí más información sobre Claire que en el pentágono. —Dijo a modo de chanza intentando calmar los nervios que, como si de electricidad estática se tratase, le estaban llegando a través del teléfono de su querido camarada. —Si los hilos se cortaron después de enviar a Claire a su destino, como es presumible, en unas horas tendré toda la información. Mantente tranquilo compañero. En unas horas rodamos.

Escuchar el discurso de Hunnigan había sido como volver a estar en la academia de policía con el profesor Ben Johnson. Hablaba tanto y daba tanta información en tan poco tiempo que salias de su clase prácticamente sedado.

Pero en definitiva todo eran buenas noticias. Hunnigan lo había conseguido una vez más. Había encontrado a Claire y él la buscaría.

Tan rápido como un parpadeo, la sensación de entumecimiento físico fue sustituido por una vibración parecida a la expectación, que pujaba por salir de él.

—¿Qué dice Hunnigan?¿Qué está pasando? —Preguntó Sherry tras Leon con un hilo de voz.

Leon volvió a girarse hacia los Muller y con una ligera sonrisa les enseñó el pulgar de la mano que no sostenía el móvil. Un simple gesto que había significado una ola de alivio para el matrimonio.

—Eres increíble. —Dijo Leon ahora con un tono de voz que delataba alivio. Aunque todos sabían que era un alivio fugaz. Todo volvería a la normalidad cuando Claire estuviera a salvo. Si es que estaba en peligro.

—Joder, ya te digo. Soy la puta ama, ostia. —Dijo Hunnigan. —Vamos, quiero oírte decirlo. Así me iré a dormir con una sonrisa en los labios.

En realidad a Leon le encantaba la Hunnigan alegre y traviesa que solía ser en los momentos libres en los que no era la Hunnigan ángel de la guarda. Así que le daría eso. Después de todo ella acababa de solucionar el problema más grande al que se iban a enfrentar si querían localizar a Claire.

—Lo eres. Eres la puta ama Hunnigan. —Leon puso los ojos en blanco al tiempo que desterraba con un ligero movimiento de su mano las caras extrañadas de Jake y Sherry.

Ya más relajado se apoyó de costado en el marco de la ventana con los brazos cruzados a la altura del pecho mientras observaba distraídamente el paisaje nevado. En su cabeza empezaba a fantasear con el momento en que encontrara a Claire sana y salva y le pidiera que se pusiera en contacto con Sherry. Porque Leon no perdía la esperanza de que efectivamente Claire estuviera a salvo y que todo eso no fuera más que un susto.

Mientras tanto, los Muller tomaron asiento en el sofá de tartán frente al fuego y esperaron pacientemente sin separar los ojos de Leon.

—Todavía faltan unas cuantas horas hasta que se descargue toda la información sobre Claire de Terra Save y otras tantas para ordenarla y llegar a la información realmente importante. —Como si los efectos de la cafeína hubieran caído en picado, de repente la voz de Hunnigan parecía muy cansada. —Sin embargo, me puse en contacto con la B.S.A.A y no he podido convencerles de la importancia de ponernos en contacto con Chris. Lo siento.

—No te preocupes. Partíamos de una negativa. Si no conseguimos lo que deseamos al menos conformémonos con que las cosas no se pusieran feas con la insistencia.

—Sin embargo ya me conoces, no me puedo conformar. — Dijo con lo que a Leon le pareció un tono de sonrisa en sus labios.—Tiré de agenda y hablé con algunos colegas de la B.S.A.A y uno en concreto me ha querido ayudar. No te emociones, más que una ayuda es un pequeño premio de consolación.

—¿De qué se trata? —Preguntó Leon con verdadero interés.

—Te he conseguido una cita con Rebecca Chambers. Mañana en Washington D.C. a eso de las 11:15 de la mañana en el “Big B Café”, a una manzana del laboratorio de la B.S.A.A, no tiene pérdida.

—Pero,—Comenzó Leon. —¿Por qué verme con Rebecca va a servir de alguna ayuda? —El ceño fruncido de Leon denotaba claramente su confusión con respecto a que Rebecca Chambers pudiera ser de alguna forma un premio de consolación. Continuó. —Ella es científica. Trabaja en un laboratorio. No sé que tiene que ver con localizar a Chris.

—Rebecca Chambers está trabajando en la misión de Chris. Esta información es por supuesto confidencial. Pero mi colega trabaja en soporte logístico como asistente del compañero de logística de Chris, así que tiene acceso a información bastante privilegiada. Es un buen tipo y hace muy buen su trabajo. Por eso no pudo darme información sobre el paradero de Chris ni prometerme un contacto directo con él. Pero me dijo que la Doctora Rebecca Chambers estaba trabajando con él en la misma misión de forma telemática y eso fue suficiente para llamar a su asistente y concertar una cita.

»Debo añadir que no fue fácil conseguirte esta cita, Leon. Rebecca es una mujer muy ocupada y solo lo conseguí insistiendo mucho y dando tu nombre. Creo que esa es la única razón por la que Rebecca ha accedido a la programación de esta cita, porque es algo que te concierne a ti. Parece ser que le importas a la gente, vete tú a saber por qué. 

—Si trabaja con Chris en la misma misión será perder el tiempo. Rebecca nunca va a darme su paradero. Si hay una mujer rigurosa en su trabajo esa es la doctora.

—¿Perdona? —Contestó Hunnigan al otro lado del teléfono con bastante indignación.

—Sin desmerecerte. Quiero decir que tu serías capaz de saltarte las normas por ayudar a un amigo. Lo estamos haciendo en este mismo instante. —Dijo Leon queriendo que nada se malinterpretara. —Sin embargo Rebecca no lo hará, ni siquiera por mi... es más inflexible que tú, eso es lo que quise decir.

—Déjalo Leon, era solo una broma. —El bostezo de Hunnigan a través del teléfono humedeció la oreja de Leon. O al menos así de físico lo sintió él. —Espero que entiendas que esta cita es una muy buena oportunidad para tratar de convencer a Rebecca de la importancia de la situación. Tener la ayuda de Chris en caso de que Claire esté realmente en peligro, no tiene precio. El tío es enorme. 

Cuando el segundo bostezo de Hunnigan se escuchó como el aullido de un lobo bajo la luz de la luna, Leon comprendió que su mano derecha se merecía un buen descanso.

—Piénsalo Leon. Si mañana convences a Rebecca de que le pase la información de la desaparición de Claire, igual ni siquiera te tienes que ver envuelto en esto. —Otro gran bostezo. —Y en cualquier caso, aunque Rebecca no pueda pasarle esa información, al menos ella estará enterada del asunto y cuando sea un buen momento, quién sabe, tal vez le de la información a tiempo para ayudar. —La última vocal de esta última palabra se alargó hasta los límites de su siguiente bostezo y desapareció con él.

—Estás agotada y no es de extrañar. Ve a dormir Hunnigan, yo cogeré el coche en breves y volveré a D.C. Esperaré tu información. Pero ahora descansa. Buen trabajo.

—Sí. Lo cierto es que me caigo de sueño. Susan y mis padres  ya están despiertos. —Bostezo. —Así que me echaré una siestecita hasta la hora de comer. —Bostezo. —Para comer en familia simplemente.—Bostezo. —Y ya después me pondré con la información de Terra Save y te diré algo sobre el paradero de Claire. —Bostezo. —Tú estate tranquilo y conduce con cuidado de vuelta. —Bostezo. —Estaremos en contacto.

Antes siquiera de permitirle a Leon despedirse, Hunnigan colgó la llamada. Se la podía imaginar quedándose dormida encima del teclado con las gafas torcidas y el pelo enmarañado tapándole el rostro, hasta que su mujer llegara a su rescate y la acompañara a la cama. Sin duda un lugar mucho mejor para dormir que el escritorio.

“Gracias Hunnigan” dijo Leon para sí, al tiempo que bloqueaba la pantalla del móvil y lo guardaba en el bolsillo de su pantalón.

Miró a Sherry que le miraba con ojos llorosos y los nervios a flor de piel. Se acercó al sofá donde ella y Jake esperaban sus palabras y sentándose en el brazo de tartán les contó todo lo que le había contado Hunnigan.

Sherry por fin sonrió aliviada al saber que todavía podían encontrar a Claire cuando la voz del pequeño JJ se escuchó a través del Walkie-Talkie indicándoles a todos que el príncipe de la casa había despertado.

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Eran nueve horas de trayecto desde Vermont hasta Washington D.C. Diez si decidías ir por la carretera que él había elegido. Once si la carretera presentaba nieve, tal como lo hacía.

Despedirse de Sherry siempre era doloroso. Siempre dejaba a Leon con la certera sensación de culpabilidad por no haber estado más presente en su vida. Y aunque si bien era cierto que ahora Sherry tenía su propia familia y no se quedaba de ningún modo sola, la realidad es que Leon no podía evitar verla como la niña que rescató en Raccoon City y que por voluntad propia le señaló a él como su nuevo padre. De entre todos, a él. Pudiendo decidir no elegirle en absoluto. Pudiendo elegir a alguien con otro tipo de vida.

Por eso, aunque visitarla era un auténtico regalo para el alma, también era el preludio de una odiosa despedida. Más ahora, que se despedía también de su nieto que apenas había empezado a vivir. Por supuesto, más ahora que Jake era su hijo político y su cómplice no pactado para proteger a Sherry en su ausencia, lo que lo convertía también en un ser muy querido.

Pero sobre todo, más ahora que no podía asegurar su regreso algún día. Haber tenido éxito durante toda su vida en las diferentes y peligrosas misiones a las que había sido enviado, no aseguraba su supervivencia en las siguientes. Siempre que emprendía un viaje, lo hacía con un pequeño y disimulado gesto de despedida, por si no volvía nunca más.

Y así era ahora que tenía la certeza de que Claire estaba en peligro. Sí, no había pruebas de ello todavía, pero habría que ser muy necio para no darse cuenta de que cuando una persona no da señales de vida en un tiempo y todo su entorno es borrado de la faz de la tierra, significa que algo, o mejor dicho, nada va bien.

Él sabía que no encontraría a Claire plácidamente tomándose un cóctel en un chiringuito de playa disfrutando del sol. No. Ella estaba en serios problemas. Ni siquiera se atrevía a asomar las narices en ese oscuro y terrible pensamiento al fondo del cajón en el que se barajaba la posibilidad de que estuviera muerta.

Por eso mismo, por el miedo y el vértigo que pensar en ello le daba, siempre había mantenido abierto el pensamiento de que ella podría seguir con vida, sana y salva, y por ese mismo motivo también trató de convencer a Sherry de lo mismo. Para que ella no se sintiera tan paralizada como empezaba a sentirse él.

Pero tenía que concentrarse. Mantener la mente fría. Existe una razón por la cual a los agentes especiales no les asignan misiones donde el asunto en cuestión sea demasiado personal. Y esa razón es porque cuando las cosas se vuelven personales no puedes pensar con claridad. No puedes tomar distancia y ver las cosas desde fuera. No puedes evitar arriesgar tu propia vida, pudiendo suponer eso incluso un final peor para la víctima en cuestión.

Leon estaba metido emocionalmente hasta las cejas en este asunto. No era buena idea participar y sin embargo lo haría con los ojos cerrados. Por Claire. Pero si quería tener éxito y realmente salvarla, tenía que tratar de tomarse esta misión como otra cualquiera. Sin sentimientos de por medio.

Nunca le había tocado tan profundamente una misión. No sería fácil cumplir con sus propias normas.

“Leon, promete una cosa. Nunca te he pedido nada. Pero esto necesito que me lo prometas.” le había susurrado Sherry en su abrazo de despedida. “Si la cosa se pone fea. Muy fea. Y las opciones son salvar tu vida o morir con ella. Por favor. Por favor te lo pido. Elige vivir.” 

En ese momento a Sherry se le rompió la voz y varias lágrimas escaparon de sus ojos. Se separó y le miró con súplica. “Prométemelo Leon. Si al final la cuestión se resume entre morir los dos o salvarte tú, prométeme que te salvarás.”

Ya hemos mencionado lo mucho que le cuesta a Leon negarle cualquier cosa a su niña,¿Verdad? Sin embargo en esta ocasión tendría que negárselo.

“No puedo prometerte eso, niña. Y no te quiero mentir.” le contestó Leon al tiempo que retiraba las lágrimas de ambas mejillas con los pulgares. “Pero lo que sí te prometo es que lucharé hasta el final para traerte de vuelta a Claire. Eso sí te lo prometo.”

Sherry volvió a lanzarse a sus brazos, apretándolo fuerte, como quien se aferra a la vida cuando no se desea morir.

Sin lugar a dudas, la despedida más dura a la que Leon se tuvo que enfrentar. Y no han sido pocas. Pero ninguna tan personal como despedirse de una hija.

Los Muller insistieron en que se quedara a comer con ellos las deliciosas sobras de la noche anterior, pero Leon quería empezar cuanto antes con la búsqueda de Claire, por eso prácticamente después de que JJ despertara, Leon se despidió de la familia y se puso al volante de su Jeep. Se despidieron a eso de las 11:00 así que presumiblemente llegaría a Washington D.C. sobre las 22.00 o 23:00h dependiendo del tráfico que encontrara.

Pretendía hacer este viaje del tirón, así que ya podía aguantar su estomago con el opíparo desayuno que los Muller le habían preparado porque no pensaba detenerse. Pensando en lo cual, esperaba  también que sus esfínteres aguantaran el trayecto.

Pero por si esto fuera de la preocupación de alguien, Leon llevaba en el maletero un bolsa enorme llena de tuppers con esas famosas sobras de la cena de navidad, patatas toscanas incluidas. Así que cuando llegara a casa después de hacer todo lo que tenía pensado hacer en cuanto pisara tierra, se pondría las botas con esos tuppers.

¿Qué cosas pretendía hacer después de conducir durante horas y horas? Su itinerario era bastante claro.

Lo primero que haría sería ir hasta la sede central de Terra Save, a las afueras de la ciudad. Quería averiguar personalmente en qué estado se encontraba el lugar mientras hacía tiempo para que, más entrada la noche, con el fin de evitar miradas indiscretas de vecinos cotillas, pudiera ir al departamento de Claire, al otro extremo de la ciudad de donde se encontraba el suyo propio, y tratar de averiguar algo sobre su paradero.

Después se iría a casa, cenaría algo y se tomaría esas malditas pastillas para dormir que le había recetado su psicóloga con aprobación de su médico de cabecera. Procuraba no tomarlas porque sus pesadillas se volvían más reales que nunca sin la posibilidad de despertarse. Pero necesitaba dormir varias horas del tirón si quería estar descansado para su cita con Rebecca.

En medio de todos esos pensamientos, sonó el móvil de Leon que puso en manos libres. Era Hunnigan.

—Dame buenas noticias, te lo suplico. —Contestó Leon a la llamada.

—Buenísimas noticias. Sé a dónde han mandado a Claire y tengo sus últimos movimientos bancarios.¿Sabías que Claire cobra su sueldo con efecto retroactivo? A mi me parece una mierda, pero gracias a eso sabemos cada paso que ha dado. Es mucho más rápido mirar las cuentas personales de un individuo que las de una empresa que se ha empeñado en desaparecer. —Por el tono de su voz, Leon ya se daba cuenta de que Hunnigan estaba en modo misión. Y Leon ya estaba calentando motores.

—¿Cuál fue su destino?

—Brasil. —Confirmó Hunnigan al otro lado del teléfono. —Pude comprobarlo rascando en los archivos de Terra Save. Ayuda humanitaria para los refugiados de los ataques bioterroristas que sufrieron los indígenas del Amazonas hará cosa de tres años.

>>La mandaron el diecisiete de Octubre. En un vuelo turista de la American Airlines. Vuelo directo hasta São Paulo, unas diez horas  de trayecto.

¿Brasil? pensó Leon, ¿Si la mandaron a Brasil, por qué ella no se comunicó con Sherry para decirle que ya no iría a Penamstam?

—¿A qué hora llegó a São Paulo? —Continuó él cortando sus pensamientos en pos de continuar con la búsqueda. Esas incógnitas se resolverían llegado el momento.

—Su vuelo salió de Washington D.C. a eso de las cinco de la mañana del diecisiete de Octubre y llegó al aeropuerto de São Paulo sobre las  cinco de la tarde, pues el avión llevaba dos horas de retraso por problemas climáticos. La pobre tuvo un viaje movidito. —A veces Hunnigan hacia esto. Hablaba en voz alta, pero con ese deje en la voz que te indica que en realidad es solo un pensamiento exteriorizado sin ser consciente de ello.

—Entonces, ¿está en São Paulo? —Inquirió Leon.

—No, esa solo fue su primera parada. Y aquí la cosa se me puso difícil porque la siguiente información ya no pude sacarla de Terra Save. Por eso me metí en su cuenta bancaria.

»Los últimos gastos de Claire datan del diecisiete de octubre a las nueve de la noche. Se pagó una habitación en un pequeño hotel en la isla de Fernando De Noronha, en el archipiélago que lleva el mismo nombre, a unas cuatro horas de São Paulo. La isla más alejada del continente de hecho.

»Debió coger un pequeño vuelo hasta la isla, concertado desde Terra Save porque ese gasto no aparece reflejado en sus movimientos. Solo el hotel. Habitación 404.

»Pagó una semana por adelantado. Hizo el check-in cuando llegó al hotel pero tras una semana no hizo el check-out. Tal vez ni siquiera llegó a pasar la noche ahí.

—¿Por qué lo dices?

—Por que no hay más gastos en su cuenta. Ni restaurantes, ni comida en un supermercado, ni room service. No te pasas una media de quince horas viajando y al llegar a tu hotel no pides comida ni bebida. Son los gastos y movimientos habituales de cualquier persona, Leon. Si no está registrado, es que no llegó a poder pedirlo.

Leon se sentía enfermar. Se consideraba un hombre con una paciencia de hierro, pero en este momento lo único que deseaba era estar en esa isla y hacerla arder hasta que apareciera Claire.

—¿Cuándo me voy? —La voz de Leon era puro hielo. No quería parecer descortés con Hunnigan, era simplemente la única voz que podía emplear en ese instante. Sabía que Hunnigan no se lo tendría en cuenta. A medida que avanzaban las misiones los dos se volvían cada vez más robóticos en sus interacciones. Defecto profesional suponían.

—Mañana mismo. Te he conseguido un vuelo a las dos de la tarde. Tienes que registrarte con una hora de antelación.

»Irás en un vuelo turista, así que no podrás llevar armas contigo. Maleta de mano con ropa técnica unicamente, así evitaremos esperas de bodega.

»He falsificado un justificante médico en el que quedas de baja con efecto inmediato por depresión. De ahí que te hagas un viaje a tierras más cálidas. No será necesario que viajes con pasaporte falso. En caso de que algo malo pase, quiero que tus pasos queden bien marcados.

»Al llegar al aeropuerto de São Paulo, cogerás un segundo avión en el puente aéreo de Recife dentro de la misma terminal. Este vuelo te llevará al aeropuerto de Noronha. Coges un taxi y le pides que te lleve al hotel Zalle. Tienes la habitación 404 reservada a tu nombre. Allí te espera una buena cantidad de armas por lo que pueda pasar.

Hunnigan ya lo tenía todo atado, en lo que él se había despedido de los Muller y conducía su Jeep hasta su casa. Si esto no era ser una mujer increíble, entonces nada en este mundo podía serlo.

—Sin embargo, —Continuó Hunnigan. —no has de olvidar tu cita con la Doctora Rebecca Chambers. Es muy importante que acudas y que trates de convencerla de la seriedad del asunto.

—No lo olvido. Gracias Hunnigan. No sé qué haría sin ti.

—Yo tampoco, pequeño león. —Contestó esta con un deje cariñoso en su voz. —¿A cuánto estás de D.C.?

—Unas dos horas. Pero antes tengo algo que hacer.

—¿Te vas a meter en líos antes de que empiecen los líos?

A Leon se le escapó una pequeña sonrisa al escuchar a su compañera resoplar sonoramente y sin disimulo, para dejarle bien claro que estaba en contra de lo que quiera que fuera a hacer.

—Te escucho sonreír Leon. Hablo en serio,¿Qué vas a hacer?

—Nada peligroso. Solo quiero ver en qué condiciones se encuentra la sede de Terra Save.

—Buena idea. —Convino Hunnigan después de un silencio.

—Y después iré al departamento de Claire a ver si puedo averiguar algo más sobre su paradero y las condiciones en las que se fue.

Se hizo un silencio.

—¿Allanamiento de morada Leon?¿En serio? —Era como su madre.

—Iré lo suficientemente tarde como para no levantar sospechas. —Tranquilizó Leon sabiendo que no estaba sirviendo de nada. —No te preocupes. Esto es lo menos peligroso que voy a hacer desde que sabemos dónde está Claire.

—Eso no resulta tranquilizador,¿Lo sabes?

—Ya... —Aceptó Leon con resignación. —Pero tengo que hacerlo. Cualquier información será de ayuda llegados a este punto.

Hunnigan asintió al otro lado del teléfono. Sabía que Leon tenía razón.

—Simplemente ve con cuidado. Mañana me volveré a poner en contacto contigo.

—Entendido Hunnigan. Gracias.

—Lo que sea.

Y Hunnigan colgó la llamada mientras el crepúsculo se desvanecía a sus espaldas dando la bienvenida a otra larga noche.

 

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Ahí estaba. Grande, imponente y abandonada. La sede central de Terra Save. Parecía el edificio más tétrico de toda esa zona industrial. La oscuridad de esa noche y la nieve manchada de barro que descansaba a ambos lados de la carretera le conferían esa característica. Además, las farolas de luz fría que a duras penas conseguían alumbrar la fachada no ayudaban.

El edificio se encontraba en suelo industrial porque estaba adherido a una nave enorme en la zona trasera del edificio, donde se guardaba y acumulaba la ayuda humanitaria. Tenía sentido que su posición geografía fuera esta, a las afueras de la ciudad. Pero desde luego estar tan alejado de la urbe y mantenerlo tan apartado hacía que esa zona fuera tan solitaria como el blando corazón de Leon.

Le constaba que las lindes de la zona industrial estaban vigiladas por cámaras, pero además contaba con vigilancia humana que patrullaba la zona de tanto en cuanto.

Y si bien era cierto que dado el aspecto del edificio de Terra Save, aquí no había nada que proteger, era entendible que el resto de empresas precisaran de esta protección. Lo que a su vez era un engorro, porque no quería tener que darle explicaciones a nadie de por qué estaba ahí a esas horas de la noche.

Aparcó el Jeep en el espacio libe que existía entre edificio y edificio para que quedase menos expuesto a la vista de los guardias. Cogió de la guantera una linterna y unas ganzúas; y de la bolsa de viaje, su pistola de confianza que guardo profesionalmente en la cinturilla de los vaqueros en la zona lumbar. Se puso la chaqueta y salió del coche a la fría noche.

Cuando minutos antes había llegado a la zona industrial, le pareció ver a un guardia de seguridad en el cuadrante más lejano del perímetro del terreno, así que se sentía bastante tranquilo al respecto. Podría entrar y salir antes de que ese hombre llegara al edificio de Terra Save.

Agradecía conocer bien el lugar por las contadas ocasiones en las que en el pasado fue hasta la sede. Principalmente para trabajar como guardaespaldas de algún político importante que fuera a sacarse la foto de rigor que después saldría en todos los periódicos de tirada nacional para un buen lavado de cara; pero también fue alguna vez a buscar a Claire para después ir juntos a ver a Sherry cuando todavía estaba bajo custodia del gobierno.

Y lo agradecía porque más allá del aspecto terrible del edificio, no había nada que indicase que alguna vez fue la sede central de Terra Save.

Donde antes hubiera un enorme cartel en la zona superior del edificio donde se indicaba que era la sede central de Terra Save, ahora no había nada; al lado de la puerta principal, donde antaño habría una placa  de metacrilato donde se señalaba de nuevo que se trataba de la sede central de Terra Save, así como el número y nombre de calle, ahora no había nada; ni siquiera las ventanas donde antes había vinilados translucidos que jugaban con el logo y el eslogan de Terra Save, presentaban ahora nada de eso. En su lugar estaban tapadas con periódicos y llenas de polvo.

Cuando estuvo seguro de que las cámaras de seguridad rotativas apuntaban en dirección contraria a la suya, trotó hasta la entrada principal del edificio y con ayuda de las ganzúas trabajó en la cerradura, que por lo demás no podía ser más simple. Consiguió abrirla en tres segundos de reloj, con guantes para combatir el frío incluidos.

Entró en la sede, cerró con cuidado la puerta y encendió su linterna. El lugar estaba irreconocible. Tan desolado por dentro como por fuera.

La planta a nivel del suelo en la que se encontraba Leon era un espacio diáfano y muy despejado, con techos altos y ventanales casi tan altos como los techos. 

En el centro de la estancia, bajo una enorme lámpara de estilo contemporáneo, se encontraba una más que amplia zona de sofás a modo de sala de espera.

Al fondo, a mano derecha desde la posición de León se encontraban las puertas hacia los baños y varios ascensores; y al fondo, a mano derecha desde la posición de Leon se encontraba los accesos a las escalera que subían a la primera planta así como la zona de recepción de Terra Save, en cuyo mostrador debería haber un cartel con el logo de la empresa en lugar de la nada.

Ese lugar siempre había destacado por parecer limpio, puro, vivo... verlo como se encontraba ahora le traían a Leon recuerdos que quería dejar en el pasado. Cuando veía lugares así de abandonados, tenía que hacer un gran esfuerzo por desterrar de su mente imágenes similares de ciudades similares dónde el caos había provocado ese abandono. Y ya de paso, desterrarlas sin joder sus músculos maseteros,¿Por qué demonios no había cogido su férula de descarga?

Leon comenzó a moverse por la zona. Poco había que ver. Polvo sobre los muebles y plantas muertas. No habían dejado ni el más mínimo panfleto que indicara que ese lugar alguna vez había sido Terra save.

De todas formas, su interés se encontraba en la primera planta, dado que más allá de los despachos de los directivos o salas de reuniones, dónde estaba más que seguro que no encontraría nada nuevo, quería visitar las oficinas de los trabajadores.

No penséis que las oficinas eran la maravilla que podías encontrar en el recibidor de la planta cero, eso solo se reservaba para futuros clientes y empresarios importantes. No. Las oficinas de Terra save no distaban en nada con cualquier zona de oficinas que podáis tener en mente. Un gran espacio gris dividido en cubículos ridículamente estrechos dónde los trabajadores de Terra Save dejaban sus vidas en esfuerzos constantes por lograr un mundo mejor. Y uno de esos cubículos era el de Claire.

Se movió entre cubículos con rapidez, no esperando encontrar nada. El servicio de limpieza de quien esté detrás de todo esto, sin duda era excelente.

Al llegar al cubículo de Claire, la única sorpresa era, como con todos los demás cubículos, el trabajo tan rápido que hacen las arañas tejiendo durante dos meses. 

Querían que el lugar pareciera abandonado y eso es exactamente lo que consiguieron. La única razón por la que Leon podría comprobar, si acaso tuviera alguna duda, de que Claire alguna vez estuvo ahí, fue gracias a la manía que esta tenía de usar su navaja multiusos para escribir sus iniciales en todas partes, tal y como se podía apreciar en su mesa de trabajo. Lo raro es que no hubiera garabateado más cosas y su puesto de trabajo fuera un galimatías de su rico y generoso mundo interior.

Ensimismado de repente en sus recuerdos con Claire y acompañado de una estúpida sonrisa que se había dibujado en sus labios sin consentimiento alguno, volvió de golpe a la realidad cuando escuchó la puerta de entrada de la sede al cerrarse.

Apagó su linterna rápidamente y se agazapó detrás de la silla de Claire.

Seguramente era el guardia de seguridad. ¿Su incursión en el edificio había tardado más de lo esperado o el guardia había sido más rápido de lo calculado?

Sea como fuere, no representaba ninguna amenaza, pero no quería ser pillado ahí como un adolescente haciendo una travesura. Y además todavía tenía cosas que hacer.

Se movió con sigilo pero veloz hacia la salida de emergencias al final de la sala mientras escuchaba los pasos del guardia subir por las escaleras. Eso es lo que tenían los espacios amplios y vacíos, que el sonido viajaba por todas partes.

Abrió la salida de emergencias que no se encontraba bloqueada y tampoco conectada a la alarma de emergencias y bajó por las escaleras de incendió que quedaban justo por encima de su Jeep.

Consciente de que sus pisadas sobre las escaleras metálicas eran lo suficientemente ruidosas como para llamar la atención del guardia, bajó a toda velocidad, se metió en su Jeep y salió de ahí a una velocidad moderada, como quien inocentemente está atravesando la zona industrial para volver a casa.

 

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Había sido muy iluso al pensar que por ir al departamento de Claire a altas horas de la noche se encontraría con menos ojos en su camino.

El barrio de Claire era como Claire. Vivo, intelectual, joven y por qué no decirlo, artístico.

Era una de las zonas de la ciudad más próxima a las facultades y por lo general, todos los edificios aguardaban a varios universitarios que se dedicaban a, como todos los universitarios, estudiar de día  y divertirse de noche. Daba igual que la temperatura fuera de 20Cº o de -20Cº; daba igual si llovía, nevaba o había tormenta; poco les importaba que fueran fiestas o época de exámenes, los universitarios campaban a sus anchas por todas partes y se reunían ocupando las calles como si estuvieran en sus propias casas. Más incluso. Leon estaba seguro que pasaban más tiempo en la calle que en sus guaridas. Algunos hasta dormían en los bancos o en los toboganes del parque.

Y no mal interpretéis a Leon. A él le gustaba que la ciudad vibrara tal y como le gustaba Claire. ¿Acababa de reconocer que le gustaba Claire? No era tonto, él lo sabía, pero soltarlo en sus pensamientos así como así, como si fuera lo más habitual en su vida, se acababa de sentir sorprendente... pero volviendo a los universitarios, no, el problema no era que existieran y no durmieran jamás, el problema era que esa noche en concreto, Leon quería pasar lo más desapercibido posible y con tanta gente por todas partes no sería de extrañar que alguien se fijara en él.

De todas formas nada de eso le iba a detener. 

Aparcó su todo terreno al otro lado de la plaza donde se encontraba el edificio de Claire y se apresuró hasta el portal.

Este estaba abierto, pues dos chavales se encontraban a ambos lados del quicio de la puerta fumando lo que era claramente marihuana.

No era asunto de Leon. Pasó entre los dos chicos y se metió en el ascensor de aspecto antiquísimo. Calco el número 6 y espero.

Y esperó, y esperó, el ascensor no se movía.

—Está averiado. —Le informó uno de los chicos. Tez pálida, ojos grises y pelo rapado. Si no fuera por el tatuaje sobre la ceja izquierda que rezaba “Paz”, Leon lo habría encasillado directamente como miembro de alguna panda Skinghead.

—Lleva averiado casi un año. —Añadió su compañero, un chico asiático con el pelo largo y verde y un aro en la nariz. —No vive en este edificio,¿Verdad?

Leon observó a los dos chicos. Unos veintitantos años. Complexiones delgadas y ropa cara. Estudiantes sin lugar a dudas. No representaban ninguna amenazada, pero haber llamado su atención era una cagada.

—No, vengo de visita. —Dijo al tiempo que salía del ascensor y se dirigía a las escaleras.

—Bonito abrigo. —Comentó el asiático mientras Leon subía las escaleras, sin responder a ese comentario y escuchándole susurrar a su compañero. —Y bonito trasero.

El chico tenía buen gusto.

Al llegar al sexto piso, se posicionó ante la puerta de Claire y comenzó a trabajar con sus ganzúas. De nuevo, cerradura básica. No esperaba que Claire fuera tan poco precavida.

Estaba guardando sus ganzúas cuando la puerta del fondo del pasillo se abrió dejando salir a una mujer mayor, entrada en carnes, que vestía una bata con estampados tribales y llevaba una malla de peluca sobre la cabeza.

En la mano portaba una bolsa de basura y cuando vio a Leon ante la puerta de Claire, entrecerró sus oscuros ojos y torció hacia un lado sus carnosos labios. Se aproximó y lo miró de arriba a bajo.

“Joder” pensó Leon, “¿No podría haber esperado unos segundo a bajar la basura?”

—Buenas noches. —Dijo la mujer casi como un ronquido que como unas palabras inteligibles.

—Buenas noches, señora.

—La señorita Claire Redfield no se encuentra en casa,¿Quería usted algo?

—Lo sé.

—Está de viaje de negocios. No va a volver.

—Ya, lo sé. He venido a regarle las plantas. Me lo pidió antes de irse.

—¿Eres su novio?

Esta señora no se andaba con rodeos y le estaba haciendo un buen interrogatorio. Valdría como agente de la ley.

Leon se la tenía que quitar de encima cuanto antes.

—Sí, sí, soy su novio.

—¿Cómo te llamas?¿Por qué nunca te había visto por aquí?

—Me llamo Leroy y nunca me ha visto por aquí, porque es la primera vez que vengo. —Silencio entre los dos. —Claire y yo llevamos poco tiempo y queremos ir despacio pero se ha prolongado su estancia en el extranjero y me ha pedido este pequeño favor.

La mujer se quedó mirando con ojos escrutadores a Leon claramente muy poco convencida de su historia.

—¿Por qué no abres la puerta? —Preguntó ella con cierto deje triunfal en su voz.

—Ya la he abierto. —Contestó Leon girando el picaporte y dejando la puerta entreabierta para asombro de la mujer.

—Supongo que Claire te ha dejado un juego de llaves para que pudieras venir a regar sus plantas antes de saber que su estancia en el extranjero se prolongaría.

—Yo tengo una copia de sus llaves y ella tiene una copia de las mías,¿Es eso raro?

—En absoluto. En absoluto. —Dijo la mujer bajando la voz. —Y,¿Dónde están las llaves? —Peguntó señalando el cerrojo de la puerta.

—Aquí mismo. —Dijo Leon al tiempo que sacaba sus propias llaves y las  hacía girar sobre su índice para más tarde guardarlas y evitar que esa cotilla se diera cuenta de que no eran las llaves que correspondían a esa cerradura.

Leon decidió tirar de encanto para poder seguir con su misión sin más interrupciones. 

—¿Cómo se llama usted? —Dijo acompañando la pregunta con esa sonrisa suya tan inmaculada.

La mujer descubrió que a su edad todavía podía ruborizarse. Desde luego ese hombre que tenía delante era muy atractivo. Tan alto, con unos hombros tan anchos, una cintura tan estrecha, unos ojos azules tan increíbles. Esa sonrisa. Y sobre todo, ese pelazo.

—¿Yo? —Dijo bajando la vista hasta el suelo tratando de ocultar su rubor. —No soy más que la vieja Aaliyah. Vecina de Claire y buena amiga. —Levantó la vista para encontrarse con los zafiros de Leon, y no pudo evitar pestañear nerviosamente. —Por eso me ha sorprendido que le pidiera a usted que regara su planta en lugar de a mi. No sería la primera vez que lo hago, ya me entiende.

—Ahora lo comprendo todo. —Dijo Leon sin dejar de sonreír y moviendo su cuerpo contra el marco de la puerta para que su lenguaje corporal ayudara a distender el ambiente. Lo que ruborizó más a Aaliyah si cabe. —Por eso me estaba haciendo un tercer grado. Supongo que ahora que Claire sabe que puede contar conmigo, no ha querido importunarla. Es la persona más considerada que conozco. —Y añadió guiñándole un ojo a Aaliyah. —Supongo que por eso me enamoré de ella.

Aaliyah, que prácticamente no se podía reconocer así misma temblando como una adolescente ante la belleza masculina de Leon, se llevó una mano al cuello de la bata y lo abrió un poco, ¿No hacía calor ahí?

—Sí, Claire es un encanto de persona. Tiene sentido que estando usted, cuente con usted.

—Sí, eso pienso yo.

—Perdone las molestias y mi actitud. Soy bastante protectora con las personas de este edificio. Somos gente de bien ¿Sabe? Una familia.

—Desde el momento en que la vi salir por esa puerta, supe que era usted una persona maravillosa. Lo irradia, no sé si me explico. Tengo buen ojo para ello. 

—Sí que los tiene. —Se le escapó a Aaliyah de entre los labios.

—Le agradezco que se haya preocupado por Claire. Cuando se lo cuente se va a reír y se lo va a agradecer, seguro.

—Sí, es una buena anécdota. La vieja Aaliyah poniendo al novio de Claire en apuros.

Los dos se rieron ante eso y se quedaron mirando.

—Si me disculpa Aaliyah, voy a entrar. Ha sido un auténtico placer conocerla.

—El placer ha sido sin duda mío. —Contestó bajando de nuevo la mirada.

—Buenas noches. —Se despidió Leon.

—Buenas noches, Leroy. —Contestó Aaliyah al tiempo que apretaba el paso hacia las escaleras, como quien trata de huir.

Por fin dentro del departamento de Claire, Leon sacó su linterna y comenzó a moverse por el espacio.

Jamás de los jamases Leon había pisado el departamento de Claire, y se sorprendió al descubrir dos cosas: La primera, que el departamento de Claire era casi tan pequeño como el suyo; Y la segunda, que la chica no era muy ordenada, en contraposición con él. O eso, o alguien había estado ahí revolviendo sus cosas antes de su llegada. 

Sea como fuere, no había tiempo que perder.

El departamento de Claire, pese a ser pequeño, estaba muy bien distribuido.

El baño se encontraba justo en frente de la puerta principal; a mano izquierda se abría el espacio hacia una cocina con península que conectaba directamente con un salón donde a duras penas entraba un sofá de polipiel negro muy desgastado y una televisión.

Ventanas a un lado del espacio y al otro dos puertas. Una daba a un despacho. El despacho de Claire. Estanterías recubrían las paredes por completo, a excepción de una ventana pequeña; y en el centro de la habitación un escritorio de buen tamaño  lleno de columnas de papeles. A su lado un caballete con una pizarra de corcho enorme donde presumiblemente Claire iba dejando pistas de sus muchas investigaciones para Terra Save.

El corcho estaba vacío y el papeleo que Leon pudo mirar por encima eran citas médicas, recibos del banco, fotocopias de libros sobre algún tema en concreto, información web impresa sobre legislación... no había nada que la pudiera conectar directamente con Terra Save. Y por supuesto, ni rastro de su portátil. Aunque en realidad Leon no esperaba encontrarlo, pues Claire nunca viajaba sin él.

Esto solo era una prueba más de que quien quiera que estuviera detrás de la desaparición de Claire, hizo sus mejores esfuerzos por asegurarse de que jamás nadie la encontrara.

“Han ido por la chica equivocada.”

Leon salió del despacho y entró en la habitación contigua. El dormitorio de Claire. Tal vez la estancia más espartana de todas.

Paredes blancas, cama pequeña con sábanas blancas totalmente desordenadas; dos mesitas de noche con una sola lamparita, un armario empotrado con poca ropa y una cajonera a los pies de la cama sobre la que descansaba una única planta. Un cactus.

Leon buscó entre sus cajones y entre los bolsillos de su ropa y no encontró nada, como era de esperar.

Volvería a casa y se prepararía para el viaje de mañana. Ya era tarde, y sus esfuerzos por encontrar algún tipo de información útil fueron vanos. Pero antes de irse, regaría al cactus, parecía necesitar agua.

Fue a la cocina, cogió un vaso de un armario, lo llenó de agua y volvió a la habitación para regar. Cuando se disponía a volver a la cocina, justo antes de salir de la habitación, chocó contra los pies de la cama y la hizo desplazarse levemente, pero lo suficiente como para comprobar que había algo rojo debajo de la cabecera de la cama.

Se aproximó y encontró una libreta roja de tapa dura. La abrió y leyó en la primera página “Diario”.

No se lo podía creer. Había dado por casualidad con en diario íntimo de Claire.¿Qué debía hacer? Estaba en medio de una investigación y podría ser que en ese diario hubiera información útil sobre su viaje. Pero al mismo tiempo, era el diario íntimo de Claire. Leerlo sería atentar contra su intimidad. Y además, no nos engañemos, Leon se moría de curiosidad por saber si su nombre estaba escrito ente esas páginas y en qué términos.

Abrió un poco más la encuadernación y al pasar página, de entre ellas, cayó una fotografía.

Leon la cogió y observó que se trataba de una foto de hace muchos años en la que Claire y Leon salían sonriendo bebiendo dos grandes pintas de cerveza.

En la foto, Claire vestía su icónica chupa roja, que le quedaba como un guante; y Leon su chupa negra motera, con cuello elevado.

Claire le pasaba un brazo por encima de los hombros a Leon y lo estrechaba apoyando y estrujando su rostro contra el de él, sacando la lengua.

Leon por su parte la abrazaba por la cintura y la elevaba del suelo mientras levantaba su cerveza con la otra mano a modo de brindis.

Los dos se veían muy jóvenes y muy felices. Y eso que la foto se la sacaron poco después del incidente de Raccoon City. Después de que el estado se quedara con la tutela legal de Sherry y antes de que Leon fuera reclutado como agente especial de la Casa Blanca y Claire se fuera a buscar  a Chris a una sede de Umbrella en Francia... Joder, si lo pensaba bien, Claire era única para meterse en problemas.

Giró la foto y había algo escrito acompañado del dibujo  de un corazón:

“Con mi persona favorita, después del fin del mundo, celebrando que estamos vivos.”

Leon se emocionó al leer aquello. Ya se había emocionado al encontrar una foto suya dentro de su diario, pero aquellas palabras eran tan de Claire, escritas con su letra y llenas de tanta verdad, que de repente lo mucho que la echaba de menos le pesó en el pecho como una roca y se sintió desesperado por no estar ya, en ese preciso instante en Brasil abrazándola fuerte. Juraba que en cuanto la viera, la iba a abrazar como si fuera su último abrazo. A la mierda la enemistad y los años sin contacto, su cuerpo, su mente y su alma necesitaban abrazarla una vez más.

Y esa foto se iría con él. Así que la guardó en el bolsillo interno de su abrigo.

Lo mejor sería no leer su diario. No iba a faltarle al respeto de esa manera. Era su intimidad. Y pensándolo bien, ella no sabía realmente a dónde la iban a mandar. Si encontraba algo sobre su paradero en esas páginas, solo serían mentira. Una buena distracción para quien quiera que la estuviera buscando. Sin duda un equipo de limpieza muy inteligente.

Tan ensimismado estaba en sus pensamientos y emociones, devolviendo el diario a su extraño lugar, que Leon olvidó algo que ningún agente debe olvidar jamás. No bajar nunca la guardia.

—¡Arriba las manos!¡Ahora!

Una persona, presumiblemente una agente de policía, acababa de entrar en el departamento de Claire pillando a Leon totalmente en renuncio. Nunca le había pasado antes. Nunca le habían pillado in fraganti cometiendo allanamiento de morada, pero no podía permitirse esta pérdida de tiempo, y más aun si la agente comenzaba a hacerle preguntas y sus respuestas no eran convincentes.

Un agente de policía no iba a dejar pasar las cosas tan fácilmente como la señora Aaliyah.

Leon levantó las manos.

—Dese la vuelta muy despacio, no haga tonterías.

Esa voz. Esa voz le resultaba Leon extremadamente familiar, pero lejana. Conocía a esa mujer. Pero,¿Era ella?¿Podría ser cierto?

—¿Ashley Graham? —Preguntó Leon con un hilo de voz al tiempo que se giraba y quedaba cegado por la luz de la linterna de la agente.

—Dios mío. —Escuchó decir a la mujer. —Leon,¿Eres tú?

La agente de policía alargó el brazo y accionó el interruptor de la luz. 

Sin sombras ni linternas en los ojos, ambos se miraron con bastante asombro descubriendo que efectivamente Leon y Ashley volvían a compartir espacio tiempo.

 

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Chapter 3: Saudações, Brasil.

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La última vez que Leon vio a Ashley Graham había sido allá por 2004, tras rescatarla de un grupo bio-terrorista llamado “los iluminados” en España.

Ella era solo una joven de 20 años terriblemente asustada pero valiente; y Leon, un ya experimentado agente especial en sus 27.

El tiempo había pasado por los dos, y Ashley era ahora toda una mujer. En su rostro había madurez, determinación y astucia. Pero también podía ver el asombro y el cariño de antaño. Sin duda, ninguno de los dos esperaba reencontrarse esa noche, ni en esas circunstancias.

Leon recordaba que Ashley le había pedido a su padre, el por entonces  presidente del gobierno, que asignara a Leon como su guarda espaldas. Pero Leon rechazó la oferta, pues quería seguir combatiendo al bio-terrorismo.

Muchas veces se había arrepentido de su decisión, pues probablemente su vida habría sido más tranquila y habría corrido muchísimos menos riesgos con un puesto de guardaespaldas que con las misiones que se le asignaban. Pero era muy consciente de que pese a todo, incluyendo adicciones, elegiría de nuevo el mismo camino, si ello suponía salvar al mundo.

Leon siempre sospechó que su negativa había, de alguna forma, hecho daño a Ashley, pues nunca más se volvieron a ver pese a que él trabajaba a diario en la Casa Blanca. Como si Ashley le estuviera evitando.

Cuando poco después volvieron a haber elecciones y su padre las perdió y fue destituido de su cargo, los Graham abandonaron la Casa Blanca y siguieron con sus vidas como ciudadanos de Estados Unidos.

Verse ahora, después de tanto tiempo y después de todo lo que vivieron juntos, era emocionante y al mismo tiempo aterrador. Se conocían pero a la vez no. Las personas cambian tanto con el paso de los años, que ni ella ni él podían estar seguros de cómo tratarse ahora o en qué personas se habían convertido.

Sobre todo cuando una es una agente de policía y pilla al otro cometiendo un delito.

—Cuánto has crecido. —Se atrevió a decir Leon sin bajar las manos.

Ashley tenía una pistola entre las manos, pero en cuanto vio el rostro de Leon, bajó su arma apuntando hacia el suelo.

Llevaba puesto un uniforme de policía, con gorro y todo. Una placa, una cartuchera en la cintura y el pelo recogido en una coleta baja. Toda una profesional.

—Tú estás igual. —Dijo Ashley mientras elevaba discretamente las comisuras de sus labios. Se notaba que estaba feliz de verle pero obviamente, dadas las circunstancias, no del todo. —Te has dejado barba,¿Eso es lo que os ocurre los hombre cuando os hacéis mayores?

¿Era eso una chanza?¿Intentaba romper el hielo?

—Eso es lo que nos pasa a los hombres cuando nos volvemos vagos.

—Leon Kennedy, agente especial del estado, ¿Vago?

—Créeme, da mucha pereza afeitarse.

—Soy mujer, créeme, sé de lo que hablas.

Ashley relajó algo más su postura moviendo su peso sobre una pierna, y mirándolo de arriba a bajo.

—Puedes bajar las manos, Leon. —Dijo al tiempo que guardaba su pistola en la cartuchera. —Pero tendrás que explicarme qué demonios haces en el departamento de Claire Redfield.

Leon bajó las manos, pero las cruzo sobre el pecho pensando en  cómo podría decirle a Ashley que no podía contarle el por qué. No perdía nada intentando mentir.

—Conozco a Claire, somos amigos. Está de viaje y me ha pedido que venga a regarle las plantas. —Ambos posaron la vista sobre el cactus encima de la cajonera y volvieron a  mirarse mutuamente. —Es decir, esta planta.

—Es un cactus. —Replico Ashley.

—¿Hay alguna diferencia?

—...No lo sé... la única verdad de lo que me has dicho  es que conoces a Claire Redfield,¿Por qué no nos evitas a los dos un momento incómodo y me cuentas la verdad?

Leon la observaba en silencio. Había crecido y probablemente sus habilidades en combate fueran excelentes, y pese a eso, él podría noquearla fácilmente y salir de ahí sin problemas. Pero la sola idea de hacerle algún daño le daban nauseas.

No podía contarle la verdad. Si ella era una agente con los principios inquebrantables, estaba jodido. Pero si le tenía algún tipo de lealtad lo dejaría irse sin consecuencias.

—No puedo decírtelo.

—No me hagas esto, Leon.

—No puedo decírtelo, lo siento.

—Si no me lo dices tendré que detenerte. Tendré que esposarte y llevarte a la comisaría más cercana,¿Es eso lo que quieres?

—Ese es el protocolo.

Ashley volvió a tensarse. De nada habían servido los intentos por conversar como viejos amigos. No cuando parece que están en dos lados distintos de la ley.

—Tengo que cumplir con mi deber. Así que si no me das más opción, seguiré el dichoso protocolo.

A Leon se le escapó la risa. Fue casi un resoplido pero cargado de ternura. No podía creerse que Ashley Graham, la  asustadiza y débil Ashley Graham, estuviera ahora mismo delante de él, a punto de detenerle.

—Al final cumpliste con tu palabra. —Soltó Leon, casi con orgullo fraternal.

—¿A qué te refieres?

—En España. Cuando te raptaron. Recuerdo que en algún momento me dijiste que estabas pensando en convertirte en agente como yo. Que sería genial trabajar juntos y proteger al país de cualquier amenaza. Y ahora eres agente de policía.

—Me pareció menos arriesgado que ser agente especial. —Ashley se llevó las manos a las caderas y se miró  los pies resoplando. —No me puedo creer que te acuerdes de eso. —Susurró.

—¿Y bien?¿Te parezco una amenaza?

Ashley levantó la vista y la clavó en él. Con el ceño fruncido y mordiéndose el labio inferior, negaba con la cabeza lentamente.

—Si alguien puede ser una amenaza en este mundo, ese eres tú. Pero siempre hemos tenido la suerte de tenerte en el bando de los buenos, sino, no me cabe duda de que estaríamos acabados. No cualquier agente me habría podido salvar en aquel otoño de 2004. Solo podría haberlo hecho alguien extraordinario, eso siempre lo he tenido muy claro.

—Sigo trabajando para los buenos.

—¿Estás en una misión encubierta?

—No.

—¿Una misión oficial?

Leon no respondió a esa pregunta y Ashley ató cabos.

—Entiendo. No puedes decírmelo, porque estés haciendo lo que estés haciendo, vas por libre. Nadie en el gobierno sabe lo que quiera que estés tramando.

—Te puedo asegurar que “tramar” no es la palabra que buscas.

Ashley cerró los ojos y se apretó el puente de la nariz como si estuviera tratando de contener una jaqueca.

—Ashley.

—Leon.

—Creo que confías en mí.¿Es así?

—Siempre lo he hecho.

—Pues necesito que confíes en que no estoy tramando nada. Que mi presencia en casa de Claire  responde a una necesidad y que en todo caso lo que quiera que esté haciendo es para ayudarla.

—Estás investigando su desaparición. —Soltó Ashley a bocajarro. —Y no trates de negarlo. Eso es lo mismo que estoy haciendo yo, por si te preguntabas qué demonios pintaba en todo esto.

En realidad escuchar eso eran buenas noticias. Que dos agentes estuvieran en su busca, uno desde el plano oficial y otro desde el plano extraoficial, ampliaba las probabilidades de éxito.

Sin embargo, las investigaciones oficiales tenían una grandísima desventaja. Todo lo que se llevase a cabo debía hacerse dentro del plano de la legalidad y los tiempos burocráticos hacían que en lugar de encontrar a una persona de un día para otro, tardases años.

Leon llevaba investigando un día y ya sabía en qué país estaba Claire y en unas horas él mismo estaría pisando dicho país. ¿Cuánto tiempo llevaba investigando Ashley?¿Cuánta información manejaba?

—¿Cómo lo sabes? —Preguntó Leon.

—¿Yo tengo que compartir mi información contigo pero en cambio tú conmigo no? —Ahora era Ashley la cruzada de brazos.

—Ashley. —La calló Leon con la voz tan firme que bien pudiera haber sido un ladrido. —Claire Redfield significa muchísimo para mi. Si estoy yendo por libre es porque necesito actuar rápido. Sin supervisión de superiores, ni ordenes, ni esperas.

»Tu trabajo y el mío son muy diferentes. Yo a veces tengo licencia para saltarme todos los protocolos. Tu propio rescate no fue nada ortodoxo, porque tu padre habría hecho cualquier cosa por salvarte. Incluso ir en contra de leyes nacionales e internacionales que él mismo apoyaba, por ti.

»En ese momento lo di todo porque tengo el sentido del deber agudizado hasta el ridículo. Pero en este caso, la persona que esta en peligro me importa más que nada. Y nadie, ni siquiera tú, agente Graham, me va a detener.

»Saber qué información manejas podría serme de ayuda, o tal vez no. Pero no pienses, ni por un solo momento que estamos en la misma posición para un quid pro quo, porque para ti es solo trabajo y para mí es personal. —Leon tomó aire y lo expulsó por la nariz, tratando de serenarse. —Así que, si alguna vez has sentido lealtad hacia mí, te pido que no te interpongas, que compartas lo que sabes sobre el caso y que esto quede entre tú y yo.

Ashley parecía muy perpleja. Sus dos enormes ojos azules saltaban de una pupila de Leon a otra. Su boca  entre abierta ante la necesidad de tomar más aire, más rápido.

De repente para Leon, Ashley volvía a ser una joven desamparada. ¿Se había pasado? A veces la sinceridad salia de él como una flecha tras la tensión de un arco. Necesitaba llegar a casa, tomar sus pastillas y dormir.

Tras un breve silencio, Ashley se recompuso, desvió la mirada hacia el cactus y cerrando los ojos calmó su respiración.

—Hará cosa de dos meses la ONG de ayuda humanitaria Terra Save desapareció. Esta ONG es una gran colaboradora del gobierno, por eso su desaparición no ha pasado desapercibida. Así que me asignaron la tarea, a mi y a mi equipo quiero decir, de investigar el extraño suceso.

»El gobierno tenía un listado de todos los trabajadores de Terra Save, así que fuimos visitándolos uno por uno para interrogarlos sobre este suceso. ¿Habían quebrado?¿Por qué no salió al mercado?¿Por qué no habían pedido un rescate bancario?¿Por qué no lo comunicaron a su mayor  colaborador que es el gobierno? Todo era demasiado sospechoso, y a todos nos olía a gran chantaje, pero sin duda lo más sospechoso es que nadie parecía saber nada, ¿Lavados de cerebro? Tal vez.

»Pero entonces, cuando quise interrogar a la última de mi lista, con la esperanza de que ella sí arrojara algo de luz sobre los hechos, descubrí que ella también había desaparecido. La única trabajadora desaparecida. —Hizo una pausa para mirar a Leon de frente. —Tu amiga Claire. Y supongo que sobra decir que ninguno de sus compañeros de trabajo saben nada de ella ni de su paradero.

»He estado esperando a tener ordenes de registro para la sede central de Terra Save y para este departamento casi tres semanas. Y cuando por fin me lo conceden, aquí estás tú, haciendo mi trabajo pero por la puerta de atrás. —Ashley se llevó una mano al mentón mientras lo escudriñaba con la mirada. ­—En la sede de Terra Save me dio la sensación de no estar sola. Incluso creí escuchar pasos y el motor de un coche. ¿Eras tú?

Leon no respondió a esa pregunta. De hecho parecía un muñeco de cera que se había olvidado de parpadear.

—No siento lealtad, ni camaradería, ni agradecimiento hacia ti, Leon. Te debo la vida. —La voz de Ashley se quebró al decir esto último. —No sabes lo difícil que ha sido para mí tratar de rehacerla. Confiar en cualquier persona que no fueran mis padres o tú. Entablar amistades, formar parte de un equipo o incluso enamorarme. —Leon vio como una lágrima caía por la mejilla de Ashley, pero antes incluso de sentir la necesidad de limpiarla, como haría con su hija, esta la apartó de su rostro como si le molestara. —Convertirme en agente de policía es mi forma de superar todo aquello. Es mi forma de sentirme fuerte y valiente y de sentir que yo puedo ser la Leon Kennedy de alguien y que de alguna forma puedo devolver lo que se me dio.

»Por eso quiero hacer bien mi trabajo. Por eso quiero ser excelente y seguir las normas y no saltarme la ley. Simplemente quiero ser la mejor para ayudar a los demás de la mejor forma.

»No esperaba volverte a ver. Y no esperaba que mi deber algún día pesara más que tú. Y no lo hace. —Los dos seguían sosteniéndose la mirada. Una acuosa y la otra dura. —No le contaré a nadie que te he visto esta noche. —Terminó Ashley haciéndose a un lado y haciendo un gesto hacia la puerta, invitando a Leon a marcharse. —Puedes irte.

Leon descruzó los brazos y pasó por su lado dispuesto a largarse. Pero era Ashley. No podía irse y dejar las cosas  tan frías.

—Ashley... —Antes de poder seguir con su frase, Ashley ya se había lanzado a sus brazos. Rodeó su cintura y apoyó su cabeza sobre el pecho de Leon y lo estrechó.

Leon por su parte, tras el primer momento de asombro, le devolvió el abrazo estrechándola por los hombros y apoyando su mentón sobre la coronilla de la ahora agente de policía.

—Te he echado de menos. —Dijo Ashley sorbiendo por la nariz, con la voz quebrada.

—Ha pasado mucho tiempo.

—Reconozco que hubo una temporada en la que te evité. —Dijo esta con lo que parecía una sonrisa en sus labios.

—Lo sé.

—Presumido.

Los dos rieron ante esto, y rompieron el abrazo para mirarse. Ashley volvió a enjugarse las lágrimas, fruto de la emoción y, con un mohín, se encogió de hombros mientras se le escapaba una risa.

—Sigo siendo la Ashley llorona de siempre.

—Y espero que nunca dejes de serlo. —Leon se pasó una mano por el pelo desviando la mirada de Ashley. —A veces este trabajo te inmuniza ante las emociones. —Volvió su mirada de nuevo hacia ella. —A veces no te sientes siquiera humano.

Ashley le miró con lo que Leon entendió era compasión en los ojos. No le gustaba que la gente se compadeciera de él.

Incómodo con el momento que se había creado, Leon se alejó de Ashley, tratando de ocultar su desagrado con una sonrisa.

—Me voy a marchar. 

Ashley asintió sin quitar su vista de Leon.

—Yo trataré de encontrar algo aquí.

—Pierdes el tiempo. No hay nada. Han hecho una buena limpieza.

—¿Sabes que si me contaras lo que sabes, podría serte de ayuda? Soy bastante buena en mi trabajo.

—No desde el lado en el que trabajas.

—Si al menos me dijeras por dónde empezar... aunque sea con mucha distancia, podría seguir tus pasos por lo que pudiera pasar.

Leon se lo pensó. No quería que la policía metiera las narices en esto, porque si descubrían que no se iba de vacaciones sino de misión, podrían querer apartarlo, sin contar con las consecuencias que tendría por no haber avisado a nadie sobre sus pretensiones.

Pero podría darle una pequeña pista a Ashley. Con lo lenta que era la ley, antes de siquiera poder ver sus pisadas, él ya habría vuelto.

—¿Dónde creéis que esta Claire?

—En Penamstam, si nos basamos en la información con la que el gobierno contaba antes de la desaparición de Terra Save y la amnesia colectiva de sus trabajadores. 

—No está allí. —Sentenció Leon.

—¿Cómo lo...

—Simplemente lo sé. Mis investigaciones han llegado más lejos que las vuestras y sé que no está allí. —Interrumpió Leon.

—Entonces,¿Dónde está?

Leon levantó una ceja e inclinó su cabeza a modo de respuesta.

—Vale, sí. No me lo vas a contar.

—No te pongo en camino, pero estoy evitando que recorras otro que no te va a llevar a ninguna parte.

—Algo es algo. Aunque ahora mismo siento que vuelvo a no tener nada.

—Lo resolverás. Eres Ashley Graham. La agente Ashley Graham. —Dijo haciendo énfasis en la palabra agente mientras sonreía ampliamente.

—Sí. Lo soy. —Dijo esta sonriendo tímidamente, con menos convicción de la que deseaba. —Larguémonos de aquí.

Ambos caminaron hacia la puerta de salida y Ashley cubrió a Leon mientras este cerraba desde fuera con las ganzúas.

Cuando acabó, ambos se miraron en silencio en medio del pasillo. Leon nunca se había imaginado un supuesto reencuentro con Ashley. Pero lo que no se esperaba es que estuviera tan lleno de miradas y silencios. Como si quisieran decirse muchas cosas pero no fuera el momento.

—Bueno. —Dijo finalmente Ashley. —Aquí nos despedimos.

—Tengo el coche a bajo, si quieres te acerco a casa o al trabajo.

—He venido con el coche patrulla, pero gracias.

De nuevo el silencio. Leon pensaba que no debería sentirse tan incomodo volver a ver a alguien a quien de alguna manera consideraba amiga.

—En fin... ya me voy... —Volvió a ser Ashley quien rompía el silencio. —No sé cuando nos volveremos a ver. —Dijo. —Me me gustaría que fuera en mejores circunstancias y que no pasara tanto tiempo.

—A mi también me gustaría. —Coincidió Leon. —Mi número es el de siempre. Tu padre lo tiene, por si algún día quieres tomar un café.

—De acuerdo. —Asintió Ashley son una sonrisa.

Se volvieron a abrazar. Esta vez no era un abrazo de reencuentro sino de despedida, lo que le confería al mismo más tiempo sostenido y más intensidad.

En esta ocasión, Ashley se puso de puntillas y rodeó el cuello de Leon hundiendo su cara en él. Y él se agachó para rodear su cintura.

—Mucha suerte Leon. Espero que encuentres a tu amiga y que volváis sanos y salvos.

—Yo también. —Soltó con sinceridad y casi esperanza en la voz. —Mucha suerte con tu trabajo Ashley, estoy seguro de que te convertirás en esa policía que sueñas ser. —Dijo estrechándola  una vez más

Se encontraban en medio de su despedida cuando una voz, como un ronquido, los interrumpió sobresaltándolos.

—¡Leroy! —Gritó Aaliyah mientras salía de su casa con un papel en la mano. —¿Qué está haciendo?

—Yo...

—¿Para esto quería entrar en casa de la señorita Claire?¿Para cumplir una extraña y traicionera fantasía donde la engaña? —Le interrumpió la mujer.

—No señora, se está usted confundiendo. —Intervino Ashley.

—A otro perro con ese hueso señorita. Reconozco el disfraz de las mujerzuelas como tú cuando lo veo. —Dijo esta señalando de arriba a bajo el uniforme policial de Ashley.

Leon y Ashley se miraron el uno al otro con expresiones sorprendidas pero bastante divertidos.

—Y pensar que he estado apunto de darle mi número de teléfono para  que me llamase para lo que necesitara...¡Descastado!

Gritó esto último con ira en su corazón y en su mirada mientras cerraba de un portazo la puerta a sus espaldas, dejando a Ashley y a Leon con la palabra en la boca, pero con una anécdota  fantástica para la posteridad.

 

RE:PE_SeparaciónDe Escenas_PaulaRuiz

Cuando por fin Leon llegó a su casa, eran las 4:00 de la madrugada, y estaba tan cansado que sopesaba la posibilidad de no tomar las píldoras para dormir. De hecho estaba tan cansado que ni siquiera les dio una oportunidad a los tupper de Sherry y los metió directamente en el congelador.

En general, había tardado mucho más de lo calculado en realizar las dos tareas que tenía pensado hacer antes de volver a su casa y por eso, siendo las horas que eran, no podía permitirse perder más tiempo con cosas tan poco importantes como alimentarse después de diecisiete horas sin probar bocado y que claramente le llevarían un tiempo precioso. Entiéndanme la ironía.

Tras meter los tuppers en el congelador, Leon dejó su bolsa de viaje en la cama, sacó y ordenó sus efectos personales y después guardo la bolsa en la última balda del armario.

A continuación sacó una mochila negra de tela técnica y en su interior metió un pantalón, una camiseta, dos pares de calcetines y ropa interior técnicas, así como un neceser con útiles de higiene íntima, un fajo de billetes para cambiar en el aeropuerto, y el pasaporte.

Sobre una silla en una esquina de su habitación dejó la ropa que usaría a la mañana siguiente, que era exactamente igual a la que había metido en la mochila, acompañado de sus botas de combate negras y una cazadora marrón en cuyo bolsillo interno metió la foto de Claire.

Se desnudó, dejando su ropa usada en la cesta de la ropa sucia y, poniéndose  uno de sus “pijamas”, se metió en la cama, se puso la férula de descarga, guardó su pistola bajo la almohada y apagó la luz.

Otra vez un techo en blanco al que mirar, esperando que el sueño se cerniera sobre él. Solo su presencia y su respiración le servían de compañía, lo que de hecho tenía el efecto de hacerle sentir muy solo y muy aislado.

Y no queriendo dejarse embriagar por ese sentimiento, comenzó a pensar en todo lo que ocurriría a la mañana siguiente, pues tras su cita con Rebecca, cogería dos vuelos dirección a Claire. Pero pensar en ello no era mejor idea que la primera, pues ahora la adrenalina quería desollarse de sí mismo y ponerle en marcha.

“Venga ya, joder” . Pensó Leon acompañándose de un sonoro suspiro, que más bien era un quejido,“Pues a las píldoras”.

Alargó un brazo, abrió el cajón de su mesita de noche, cogió el bote recetado y se metió en la boca una píldora para dormir. Se lo pensó de nuevo y entonces introdujo en su boca una segunda píldora del sueño.

Bebió un largo trago de su botella de agua de noche, que siempre dejaba en el suelo a un lado de la cama, y esperó unos efectos que no tardaron en llegar.

Es curioso como las pastillas para dormir te provocan el sueño pero no ofrecen descanso. Se supone que dormir tiene una función biológica específica. Descansar. Es el momento dónde todo tu organismo aprovecha para regenerarse y prepararse para la acción del día siguiente. Así que inducir el sueño químicamente debería ayudar a ese descanso, y sin embargo con Leon no funcionaba.

Era cómo si la lucidez y los sueños se sentaran juntos a ver una película, compartiendo palomitas y manta, para atrapar a Leon en su mundo, haciéndole estar tan presente que en realidad, si no fuera porque en sus sueños ocurrían cosas imposibles, él se sentiría muy despierto, viviendo en otra realidad.

Además la caída a ese mundo, cuando las píldoras entraban en juego, no era lo que se dice agradable.

Primero sentía que se le entumecía el cuerpo, dejando de sentir su peso sobre su colchón, almohada y sábanas. 

Al poco se sentía sobre una nube de plumas que lo sostenía suavemente y donde por unos segundos se sentía tan cómodo que se daba cuenta de que no podía ser real. Y ahí es cuando todo se jodía.

Las plumas dejaban de sostenerle y era engullido por la fiereza de la gravedad, que clamaba por él con un ansia y una ferocidad que casi parecía que tuviese manos que tiraban de su camiseta hacía el suelo.

La caída era corta pero brutal, y el choque contra el suelo, doloroso.

El escenario además siempre era el mismo. Un espacio oscuro donde Leon no podía ver más allá de la luz en cenital que se arrojaba sobre él, que no le permitía determinar si se encontraba en un lugar con espacio acotado, ni cuál era su posición en dicho espacio. Y que, por lo tanto, hacía que la sensación de vulnerabilidad fuera más grande. Sobre todo cuando llegaban los sonidos.

Había gritos agudos como aullidos de bestias y murmullos quedos y guturales desprovistos de vida; pasos lentos arrastrándose y pisadas rápidas chapoteando en líquido; cadenas chocando entre sí, garras arañando el suelo, disparos en la lejanía. Viscosidad siendo devorada.

Era entonces cuando un zombie entraba en el minúsculo espacio de luz. Un zombie que en algún momento fue un hombre. La piel le colgaba del rostro en jirones que se balanceaban al son de sus pisadas o que se desprendían y caían al suelo con un sonido acuoso. Ojos salidos de sus órbitas, que sin parpados lo miraban a través de una brillante película blanquecina y grumosa que los recubrían. Encías partidas y sangrantes que sujetaban a duras penas unos dientes largos y rotos ávidos de carne.

El hedor siempre era indescriptible. La muerte tenía un olor muy peculiar y desagradable. Pero cuando además estaba podrida, entonces definitivamente un cuerpo sano luchaba por dejar de respirar. 

Pero aunque las pesadillas de Leon se repetían una y otra y otra vez, no parecía tener el control por conseguir evitar los acontecimientos que acaecían. Así que, aun sabiéndolo, el zombie se abalanzaba sobre él, mordiéndole el trapecio y llevándose parte de Leon.

Esos dientes, sin filo alguno, sin la capacidad real para desgarrar limpiamente, con la única ayuda de una mandíbula feroz, rompían la piel y los músculos de Leon, rasgándole un grito de la garganta que apenas salía de él como un ligero aire. León forcejeaba, clavando sus dedos en una cabeza que se rompía como la cascara de un huevo envuelta en su propia secreción y lo apartaba  de una patada devolviéndolo a la oscuridad. 

Se llevaba la mano a la zona afectada, y la sangre que lo abandonaba a borbotones espesos como la brea le empapaba los dedos y salpicaba el suelo bajo sus pies.  

Entonces se percataba de que  llevaba el uniforme policial de Raccon City y que en uno de los bolsillos de sus pantalones asomaban las hojas de una planta verde que rápidamente se llevaba a la boca y las masticaba con premura. No cerraría la herida, pero evitaría la infección.

Y antes si quiera de poder tragar la hierba, el brazo enorme de un tyrant atravesaba la cortina de luz y lo golpeaba brutalmente en el pecho, enviándolo a la oscuridad, mientras escupía una mezcla de sangre y bilis.

Boca arriba, se llevaba las manos al pecho, sintiendo el agudo dolor de unas costillas rotas perforando sus pulmones. Cada respiración era una agonía. La frente se le perlaba del sudor frío que le indicaba que se estaba muriendo, y el castañeo de sus dientes marcaban el compás de un corazón que luchaba por vivir.

Al incorporarse, escupiendo el contenido enfermo que llenaba su boca, a duras penas podía ver a lo lejos el foco de luz dónde se encontraba anteriormente, mientras un montón de sombras monstruosas se interponían entre la luz y él.

Entonces, la luz parpadeaba un par de veces y se apagaba, dejando a Leon completamente a oscuras, sintiendo la respiración quejumbrosa de los monstruos a su alrededor, acercándose a él. Su propia respiración sonaba en sus oídos como las campanas de la muerte.

“Leon”. escuchó en su oreja a escasos centímetros. Era Claire. Pero como siempre, cuando se giraba en dirección al sonido, tanteando en la oscuridad, ella desaparecía.

Una lengua musculosa se alargaba sin fin agarrando por los tobillos a Leon, que caía de espaldas y era arrastrado de nuevo al foco de luz encendida, mientras cientos de manos violáceas y purulentas trataban de atraparlo por el camino, rasgando su ropa y su piel.

En ese momento Jill Valentine se introducía en la zona de luz, y con ayuda de un hacha, cortaba la lengua de lo que muy probablemente era un licker, dejando la parte muerta espasmódica alrededor de Leon, mientras la otra se alejaba regando el espacio con su sangre por aspersión.

“¡Arriba muchacho!” decía Jill mientras le cogía de la camiseta por la espalda y lo ayudaba a levantarse. 

Pero cuando Leon volvía a mirarla, ya no era ella sino Chris Redfield, con toda la gloria de su tamaño y toda la ferocidad en sus ojos. “¡Dónde está mi hermana!” le gritaba este al mismo tiempo que todo el espacio se volvía de un rojo cegador, lleno de polvo y humo, cuando la onda expansiva de una bomba trataba de arrasarlos.

Leon se protegía los ojos con los brazos y al volver a mirar a su alrededor ya no estaba a oscuras sino que la luz ampliaba su diámetro en varios metros. Los suficientes como para ver al ex presidente de los Estados Unidos de América aproximarse a él y poner una mano sobre su hombro. 

Leon ya no vestía su uniforme de policía de Raccoon city, sino un traje gris barato que se desintegraba bajo el tacto de la mano del presidente, dando paso a una de sus camisetas técnicas y pantalones cargo negros.

“Te unirás a nosotros, ¿verdad muchacho? Así podrás salvar vidas inocentes de verdad” decía el presidente al tiempo que señalaba hacia un punto lejano. 

Ahí podía ver a una niña de pelo negro, recogido en dos coletas despeinadas, que vestía de blanco, agachada en el suelo, llorando y sangrando por un brazo destrozado por el fuego, con quemaduras  que habían devorando su piel y dejaba al descubierto músculos y tendones calcinados. Ella lloraba y cantaba una dulce melodía que conseguía ponerle a Leon los pelos de punta. Era Manuela.

Corrió hacía ella para ayudarla, aunque recordaba que era muy poco lo que podía hacer.

“Leon”.  Claire de nuevo, a su espalda. Se giró y no estaba, como siempre. “Leon”, “Leon”, “Leon” . La voz de Claire se le había adherido a las orejas y procedía de todas partes a su alrededor. Y por más que  buscaba no daba con ella. 

La vista periférica de Leon comenzaba a engañarle, pues cuando creía ver el destello rojo del pelo de Claire, desaparecía en el momento en que trataba de enfocarla.

“¡LEON!”. Era Ashley. La joven y aterrada Ashley, siendo arrastrada por el Ganado de Saddler. Cuando se disponía a correr en su dirección, un cuchillo cruzaba por delante de su rostro, a una velocidad de bala, que por poco no le rebana la nariz. Y al mirar en la dirección proveniente del cuchillo, Krauser le ponía la hoja del mismo en el cuello, bajo su nuez de Adán, acercando su rostro al de Leon a escasos centímetros.

“Mejor con cuchillos, novato”. Decía, al tiempo que Méndez, por la espalda, le inyectaba el parásito “La Plaga”en el cuello.

Ambos desaparecían como bolas de humo ante él que, agotado y todavía con dificultades para respirar, se dejaba caer de rodillas mientras sentía como el parásito recorría su torrente sanguíneo, queriendo robarle su autonomía y convirtiéndolo en algo peor que un zombie.

“¡Hey!”, le saludaba una voz masculina a la que echaba de menos y a la que tanto debía. Y no tenía ni que mirarle para saber que se trataba del caballero Don Quijote, Luis Sera y que le iba a pedir tabaco. “¿Tienes tabaco?”.

Tampoco le hacía falta girarse y ver, para saber que Ada Wong le iba a besar en ese preciso instante, paseando de forma ascendente una mano por su pierna, y  apoyando la otra sobre su hombro vendado.

Sabía, que en cuanto cortaran el beso, Marvin aparecería por su espalda en medio de la transformación a zombie y que tendría que clavar su propio cuchillo en su cabeza para evitarlo.

Y sabía, que mientras todo esto ocurría, no dejaría de escuchar la voz de Claire susurrando su nombre, como una promesa que se llevaba el viento.

Pero esta vez sería diferente. Tenía que serlo.

En el momento en que se deshizo de Marvin, antes siquiera de girarse, Leon estiró su brazo a sus espaldas y agarró la muñeca de Claire.

Se giró para encararla, pero ella estaba de espaldas, a punto de irse, contenida solo porque él se lo impedía cogiéndola por la muñeca.

“Claire”. Pronunció Leon, sintiendo que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para poder hablar, como si el entorno fuera tan denso que su propio sonido no pudiera salir de él. “Claire”. Repitió, tirando de ella.

Entonces Claire empezaba a girarse muy lentamente, mostrando su rostro, que para horror de Leon, estaba totalmente irreconocible, pues su cara era una calavera adornada con trozos de carne, músculos y venas, absolutamente podridos; carecía de pelo en la zona frontal, donde sobrevivían solo unos pocos mechones que le caían por delante. Y de entre sus dientes, salían mares de sangre. Olía como todos los demás. A muerte y podredumbre.

“Leon”. Decía ella con la misma cadencia que durante todo la pesadilla. Como si tuviera siquiera labios o lengua con las que  poder hablar.

Leon le soltaba la muñeca y retrocedía ante la imagen que sus ojos registraban. Esa no era Claire. No lo era. Y si lo era, entonces Leon quería morirse.

Claire avanzaba y él retrocedía.

“Quiero despertar ya”. Se descubrió a sí mismo susurrando con sus dos ojos azules anegados en lágrimas y terror, esta vez sin ninguna dificultad para hablar. “¡Quiero despertar ya!”.  Gritaba entonces mientras retrocedía llevándose las manos a sienes, sintiéndose enloquecer, mientras Claire seguía avanzando en su dirección, con una calavera por rostro que parecía que le sonreía diabólicamente.

Entonces, la Claire zombie que tenía delante, le cogía por la cara con las manos. Unas manos huesudas, frías como la noche y pegajosas por la sangre que se había extendido por todo su cuerpo.

 Él la agarraba por las muñecas y con todas sus fuerzas trataba de zafarse, pero ella era mucho más fuerte que él. Empujándola por las muñecas, la carne podrida de los brazos de la Claire se deslizaba hacia atrás, hasta la cara interna de los codos, acumulándose ahí, destapando el radio y el cúbito, haciendo sentir a Leon enfermo y con la vista nublada, sin poder contener el vómito que llevaba gestándose toda la noche y que se derramaba sin fuerza de su boca, descendiendo por su barbilla.

Leon cerró sus ojos con fuerza ante el terror de ser devorado por Claire. 

“Leon”. Volvía a llamar esta, enredando sus brazos alrededor del cuello del rubio, aproximando su tétrico rostro al suyo y ladeando la cabeza, como para besarle. “Me has decepcionado”. Susurraba Claire al tiempo que abría sus fauces para devorar a un Leon completamente rendido.

Entonces el hombre abrió los ojos de golpe, incorporándose con tanta fuerza que por poco no sale despedido de la cama, y tomando aire como si llevara mucho tempo aguantando la respiración.

Empapado en sudor y lágrimas, miró hacia la ventana, y el sol ya despuntaba en el horizonte. 

Era hora de ver a la doctora Rebecca Chambers.

 

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Lo bueno de que dos personas puntuales tengan una cita, es que nadie hace esperar a nadie. Por eso, justo cuando Leon se iba a sentar en una butaca de la barra de la cafetería “Big B”, donde iba a tener lugar su cita, vio a lo lejos, en la mesa más apartada, a la doctora Rebecca Chambers haciéndole gestos con la mano y sonriendo afablemente, como afable era la querida doctora.

Leon se aproximó hacia la mencionada mesa, y Rebecca se puso en pie para abrazarlo mientras se saludaban. Ese abrazo era como ver abrazarse a David y Goliat, pues la doctora era una mujer delgada y bajita, y Leon media un metro ochenta y pesaba setenta kilos. Es decir, uno era un edificio y la otra la casa seta de un gnomo.

—¡Pero que guapo estás con la barba, Leon! Ya hacía tiempo que no nos veíamos. —Decía sonriente la doctora, al tiempo que se quitaba las gafas y las colgaba del cuello de su suéter.

—Sí, desde que un psicópata con nombre de queso fresco trató de casarse contigo implantándote el brazo de su mujer muerta.

Ugg, Arias. No me lo recuerdes, solo de pensarlo me dan escalofríos. Una pena, porque el chiflado era muy atractivo.

—¡Por dios, Rebecca! Eres única para encontrar atractivo a un maldito psicópata.

—Creo que es por el pelo blanco. Debo tener un fetiche.

Ambos se rieron  ante esto. Era muy fácil hablar con Rebecca. Ella hacía que fuera siempre fácil. Leon creía que se debía, principalmente, a que Rebecca nunca juzgaba a nadie, o al menos no parecía hacerlo. No era una mujer que se dejara llevar por los sentimientos sino que analizaba con mente fría cada situación. Lo que la llevaba a tener éxito la mayoría de las veces.

Su historia se parecía bastante a la de Chris y Jill. Ella era una agente del equipo bravo de los s.t.a.r.s de Raccoon City, en calidad de médico.

Pero, años más tarde, entró como científica jefe en la b.s.a.a.  junto a Jill. Solo unos pocos años más tarde que Chris. 

Y ahora ellos eran el trío de oro. Trabajaban juntos en casi todas las misiones y pocas veces estas no tenían un éxito rotundo.

Sin duda Rebecca era admirable. Y a Leon le caía muy bien.

—Pero te equivocas amigo. La última vez que nos vimos fue en la cárcel. Tratando de acabar con los bio-drones de Dylan Blake. —Leon recordaba ese episodio con más incomodidad que ningún otro. Motivo por el cual quería olvidarlo. Ver a Claire en una situación tan límite, sin poder hacer nada y sin haber usado el tiempo  para hablar de ellos, hizo a Leon sentir un remordimiento que le quemaba las entrañas. Pero cuando el peligro pasó, y él se acercó a ella, ella le hizo un gesto negativo con la cabeza y se fue. No había sido la última vez que la había visto, pero que había sido la vez más dolorosa. —Dejemos las anécdotas y recuerdos felices para otro momento. —Dijo Rebecca con ironía, cortando de golpe los tristes pensamientos de Leon. —Sé que necesitas algo con bastante urgencia, a juzgar por la insistencia de tu compañera de logística. Así que dispara.

Esa era Rebecca, sonriente, eficaz y siempre directa al grano.

Pero antes de poder empezar a explicarle lo que estaba sucediendo, apareció el camarero de la cafetería para tomarles nota.

Rebecca se pidió un caramel macchiato con crema batida y chispas de chocolate, mientras que Leon se pidió un café bien cargado, tratando así de combatir el cansancio que lo acompañaba siempre.

Cuando les llevaron las bebidas, Leon se lanzó a beber su café de la misma forma que los zombies de sus de sueños se lanzaban a por él. Con ansia.

—Te gusta el café ¡eh! —Comentó la doctora con una sonrisa impresionada al ver cómo prácticamente Leon se había bebido su café de un trago.

—Me mantiene vivo. —Contestó Leon, mientras inclinaba su cabeza hacia los lados, restallando el cuello, sintiendo un alivio instantáneo al liberar el nitrógeno de sus articulaciones. A continuación, se masajeó la nuca con una mano, echando la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y haciendo un “frito” vocal grabe, que  denotaba mejoría y consuelo.

—Creo que debes saber que esas cantidades de cafeína son realmente nocivas para la salud. Te veo cansado Leon, ¿No duermes bien? —Preguntó la doctora mientras le daba un sorbo a su propio café. —Y por cierto, también debes saber que restallarte el cuello de esa forma, haciendo esos ruiditos de gozo, resulta muy seductor. Contrólate amigo.

Leon no pudo evitarlo y soltó una buena carcajada, inclinándose hacia delante abrazándose el torso. Lo dicho, reírse con Rebecca era coser y cantar.

—Lo tendré en cuenta en el futuro, gracias por la información. —Le dijo Leon serenándose. —Aunque creo que tú también deberías saber que eso que te has pedido es más un postre que un café.

—¿Y hay algún problema?—Preguntó la doctora elevando una ceja. 

—En absoluto, doctora Chambers. —Contestó Leon levantando las manos y sin dejar de sonreír.

—Pues por el café, ya sea dulce o amargo. —Dijo Rebecca alzando su bebida.

Ambos chocaron sus tazas a modo de brindis y después dieron otro sorbo a sus respectivos cafés.

—Ahora dime, ¿Qué esta pasando? —Preguntó la doctora acomodándose en su asiento como la alumna ejemplar que era, prestando total atención a Leon.

—Necesito ponerme en contacto con Chris.

Las sonrisas desaparecieron. Sabía que a Rebecca le iba a pesar negarle la petición, pero que aun así su respuesta sería negativa.

—¿Por qué piensas que yo puedo ponerte en contacto con él?

Qué astuta es nuestra doctora.

—Sé que trabajáis juntos en la misma misión. Y no, no te diré cómo lo sé. Aunque puedes estar tranquila, no tengo ni idea de qué se trata, ni dónde demonios se encuentra Chris. 

»Que trabajáis juntos es la única información que tengo. Y de todas formas, no me puede interesar menos, solo necesito mandarle un mensaje. —Los ojos de Leon, llenos de súplica e incertidumbre, se clavaron en los ojos de Rebecca, que ahora se había puesto la máscara de la profesionalidad. Esa que conocía Leon tan bien y que sabía que significaba que estaba perdiendo el tiempo ahí.

—Alguien se ha ido de la lengua. —Sentenció Rebecca dando otro sorbo a su café. —Me alegra que no quieras conocer los detalles de la misión, porque no te los daría. Pero tampoco puedo ponerte en contacto con Chris o enviarle un mensaje. Lo siento.

Los dos se quedaron mirándose en silencio, sosteniéndose el uno al otro, casi como un pulso.

Leon se miró las manos. Sentía mucha impotencia pero al mismo tiempo resignación. Él ya sabía lo que tenía que hacer. Irse a Brasil. No tratar de convencer a alguien imposible.

Pero la negativa le había molestado más de lo que se había imaginado.¿Rebecca pensaba que la habría sacado de su laboratorio y le estaría pidiendo algún favor si no fuera un caso extremadamente importante?¿Por quién le tomaba?

—Ni siquiera me has preguntado por qué quiero ponerme en contacto con él o cuál es el mensaje que quiero enviarle. —Le contestó Leon calmadamente volviendo a mirar el rostro de la doctora.

—Solo porque sé que da igual lo que me digas, nada me hará cambiar de opinión. La misión es prioritaria.

—Sé que eres la rectitud personificada en tu trabajo Rebecca, cosa por la que siempre te he admirado, pero no estaríamos aquí si no fuera realmente importante.

—No quiero saberlo Leon. Estoy segura de que la urgencia es extrema pero...

—Se trata de Claire.

Entre los dos se hizo el silencio. Rebecca abrió la boca, con ojos sorprendidos y extendió las palmas de las manos.

—Te dije que no quería saberlo. —Le recriminó con una suavidad tan aterciopelada, que no parecía siquiera una recriminación.

—Ha desaparecido. —Continuó soltando Leon, tratando de llegarle al corazón.

—Ahora me lo has puesto mucho más difícil. —Dijo Rebecca enterrando el rostro entre las manos y negando con la cabeza.

—Lleva meses desaparecida y yo apenas me enteré antes de ayer.

—Calla, no me cuentes más. —Le pidió Rebecca mirándolo de nuevo  con el ceño fruncido.

—La engañaron y la han hecho desaparecer junto con toda Terra save y...

—¡Leon! —Le gritó la doctora, golpeando la mesa con las palmas de las manos y levantándose de su asiento.

—¡Creí que era tu amiga! —Le devolvió el grito Leon imitando sus gestos.

Había perdido el control. Con Rebecca, que no podía ser una persona más amable y cordial. Tenía que calmarse. No podía permitir que la desesperación lo dominara, o sino estaba perdido y  nadie salvaría a Claire.

—Perdona. —Le dijo Leon en un susurro. —Lo siento, lo siento mucho.

—¿Todo bien señorita? —El camarero se aproximó a la mesa donde ambos seguían inclinados, mirando a Leon con cara de desaprobación, dispuesto a echarlo del local si era necesario.

Simplemente un buen tipo.

—Sí, sí, disculpa. Estábamos manteniendo una conversación acalorada y se nos ha ido de las manos a los dos. No se preocupe. —Contestó Rebecca mientras volvía a tomar asiento. Leon la acompañó.

—Muy bien. Si necesita algo, estoy en la barra.

—Muy amable. Muchas gracias. —Le sonrió Rebecca mientras lo veía alejarse. Entonces, cuando el camarero estuvo a una buena distancia, Rebecca torció el gesto hacia Leon con cara de pocos amigos. No era la primera vez que la veía así de seria.

—Lo primero que quiero que sepas Leon, es que Claire es mi amiga y la quiero muchísimo. No desearía jamás que nada malo pudiera pasarle y trataría siempre de protegerla cuando eso estuviera en mi mano. Pero en este caso no lo está.

—Solo te pido que se lo cuentes a Chris. Yo mismo voy a coger hoy un avión a Brasil para buscarla. —La interrumpió Leon.

—¡Escúchame! —Susurró Rebecca con fuerza. —También Jill y Chris son mis amigos, que por si no lo sabes están juntos en esta misión. Y mientras ellos sigan ahí fuera, jamás voy a hacer nada que pueda ponerles en peligro.

»Te dedicas a esto, Leon. Sabes que darle a Chris esa información lo desestabilizaría y le pondría en peligro, tanto a él como a Jill. Tú en mi lugar, ¿Arriesgarías sus vidas?¿Sin siquiera saber si van a poder abandonar la misión para volver aquí y buscarla?

Leon no podía apartar sus ojos de los de Rebecca. Océano contra tierra. 

Ella era la de la mente fría. Estudiaba mejor las situaciones y siempre buscaba el mal menor.

Leon en cambio era más pasional. Se movía por el deber pero también por un código de lealtad que no entendía de números, porcentajes o balanzas.

—Sí. —Contestó Leon, a pesar suyo, con una voz tan grave que no parecía pertenecerle.

La mirada de Rebecca Chambers entonces cambió. Acababa de caer en algo. Tenía la misma mirada de quien comprende perfectamente una situación. Ese brillo en los ojos que concede el conocimiento y que le indicaba a Leon que ahora Rebecca entendía cómo pintaba la situación para él.

—Comprendo. —Le dijo, alargando el brazo para acariciar el dorso de la mano de Leon. —Y lo lamento. 

Leon tragó saliva, retiró la mano y desvió su mirada hacia cualquier punto que no fuera la doctora.

—No voy a poner en peligro la vida de mis compañeros...

—Me ha quedado claro. —Le cortó Leon. —Estoy solo en esto. 

De nuevo silencio, de nuevo miradas, de nuevo reproches. La doctora entonces entornó los ojos. Como si hubiera algo que no encajara en todo esto.

—No entiendo por qué quieres poner en sobre aviso a Chris. Sobre todo sabiendo lo peligroso que es hacerlo.

—Para que me ayude a encontrar a Claire, ¿No es obvio?

—Pero si el caso es tuyo y el gobierno ya está en la pista, ¿por qué necesitáis a un agente de la b.s.a.a.?¿Por qué no te asignan a un compañero?

Leon se dio cuentan entonces de que estaba hablando más de la cuenta. Rebecca no sabía que él estaba trabajado de forma extra oficial y no debía saberlo.

—Preferiría que mi compañero fuera el mejor. Y que estuviera tan implicado como yo. Por eso pensé en Chris. Es su hermano, si alguien va a luchar mejor que yo, ese es él.

—Me parece increíble que digas eso. —El ceño fruncido de la doctora parecía haberse instalado en su frente. —Sabes tan bien como yo, que a mayor implicación emocional, más riesgos se corren. Me sorprende que de hecho te hayan dado el caso a ti o que tú lo hayas aceptado.

—¿Crees que dejaría en manos de cualquiera la seguridad de Claire?

—No he dicho eso. Pero todo lo que estoy escuchando es completamente inusitado. No deberías ser tú que llevara a cabo esta misión, estás muy implicado emocionalmente. Ya no digamos Chris.

Leon y Rebecca volvieron al silencio. Y Leon retomó la palabra.

—No necesito que lo entiendas Rebecca. —La voz de Leon era puro hielo. —Esperaba que colaboraras  sin pensar en si la situación es inusual o no, simplemente porque hablamos de Claire.

La doctora bajó la mirada, cerró los ojos e inspiró profundamente.

—No avisaré a Chris pero...

—Muy bien. —La cortó Leon arrastrando su silla hacia atrás. Ya había escuchado suficiente.

—Pero... —Dijo Rebecca alzando la voz, reteniendo a Leon en su sitio. —...y no me interrumpa, caballero ...en cuanto sepa que Chris va a volver, le mandaré está información con absoluta premura. Solo cuando su misión haya acabado y puedan volver. Sé que no es mucho, pero es lo máximo que te puedo ofrecer.

—Es mejor que nada. —Dijo Leon dando un último trago a su café  poniéndose de pie.

Quería irse ya de ahí. Estaba realmente molesto con Rebecca y lo peor de todo es que él ya lo sabía. Sabía lo que le iba a decir, sabía como iba acabar esa reunión, sabía que sería imposible sacar a la doctora de su mente rígida y poco flexible. Y aun así se había molestado con ella. 

Leon supuso que tal vez había ido con algún tipo de esperanza que se había roto en añicos.

Agarró su cartera del bolso trasero de sus pantalones y sacó el dinero suficiente como para pagar los dos cafés, dejándolo sobre la mesa.

—Leon. —Le llamó Rebecca. Que no te engañe su aspecto menudo y angelical, cuando Rebecca se ponía seria, tenía la fuerza de un titán. —¿Has entendido toda esta conversación?

—No quieras saber lo que he entendido de esta conversación, doctora.

—¿Doctora?¿Ahora soy doctora?¿Ya no soy Rebecca?

—Hoy no.

Dijo esto último, guardando su cartera y girándose para irse.

—¿Así es como quieres dejar las cosas antes de irte a una misión?

—Así es como son.

—No te vayas así, por favor. Me importas.

—No quiero importarte yo. —Dijo Leon con hastío mientras giraba la cabeza para mirarla por encima del hombro. —Quiero que Claire te importe tanto como a mi. Tanto como para poner el mundo del revés si hiciera fatal y arriesgarlo todo.

—¿Hasta la vida de tus amigos? Chris es el hermano de Claire. ¿Crees que ella nos perdonaría si por nuestra culpa algo malo le llegara a suceder?

—¿Crees que Chris te perdonará no decirle que su hermana puede que esté muerta?

Lo había dicho. Leon había dicho aquello que tanto temía, en voz alta. Su voz se quebró en el mismo momento en que esas palabras salieron de su boca y sintió el dolor real de su corazón estallando en su pecho.

Rebecca se quedó en silenció pero alterada a juzgar por como su pecho se elevaba y descendía en una respiración agitada y nerviosa.

—Supongo que uno de los dos va a tener que cargar con esta situación. Y en este caso me va a tocar a mí. Ya arreglaré cuentas con Chris llegado el momento. —Contestó la doctora. —Buena suerte, agente Kennedy. —Dijo Rebecca con voz queda y acto seguido, cogió su bolso y caminó por delante de Leon hacia la salida de la cafetería.

Si pensaban que su discusión había sido discreta, estaban muy equivocados. Mientras Leon salía del local, era muy consciente de todos los ojos posados en él.

Y ya en la calle, vio la pequeña figura de Rebecca alejándose, pasando al lado de su Jeep.

—Rebecca. —La llamó este, ahora por su nombre.

Rebecca se giró hacia él con el rostro compungido. Esta cita sin duda había sido una tortura para ambos, que veían su amistad tambalearse. Y quisieran o no, ambos habían salido malheridos.

—No le cuentes a nadie sobre lo que hemos hablado. —Le dijo Leon aclarando su garganta, tratando de relajar unas cuerdas vocales que se encontraban en total tensión por contener las lágrimas y la súplica que pujaban por salir.

—¿Contarle a alguien sobre una misión? —Preguntó Rebecca con retórica. —Nunca.

Leon asintió y se subió al coche. Giró la llave en el contacto y salió del aparcamiento de la cafetería, pasando de largo a Rebecca que le seguía con la mirada.

Por fin, en dirección al aeropuerto, a solas consigo mismo, Leon pudo desahogarse para después serenarse.

Ojalá la cita con Rebecca no hubiera acabado así. Ojalá él hubiera estado más preparado para la negativa y hubiera podido despedirse de Rebecca en mejores condiciones. Ojalá Rebecca no se lo tuviera en cuenta de cara al futuro y, cuando volviera todo a la normalidad, pudieran abrazarse como dos buenos amigos.

La tensión le estaba destrozando los maseteros. Alargó una mano al asiento de copiloto y a tientas, sacó de su mochila de viaje la férula de descarga.

 

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El teléfono de Leon empezó a sonar cuando estaba a una distancia de cinco minutos del aeropuerto. Era Hunnigan.

—Hunnigan. —Contestó Leon poniendo el manos libres.

—¿Qué tal la cita con la doctora?¿Llevas puesta la férula?

—Un puto desastre. Y sí. —Contestó Leon con toda la sinceridad y confianza que hablar con Hunnigan le daba.

—¿Qué ha pasado?

—Que soy un sentimental. Eso ha pasado.

—Deja el melodrama y cuéntamelo.

¿Qué le podía contar?¿Que había sido un idiota que perdió los estribos?¿Que se fue de ahí enfadado como un crío que no conseguía lo que quería?¿Que estaba seguro de haberle hecho daño a Rebecca?

—Leon. —Lo devolvió a la tierra Hunnigan, hablándole con suavidad. —Sé que ahora mismo debes estar comiéndote la cabeza. Tranquilo, ¿Vale? Tú solo concéntrate en la misión. Si Chris nunca llega a enterarse de esto, será en detrimento de la doctora.

—Bueno, no recibí una negativa absoluta. Rebecca le contará a Chris la situación sobre Claire, pero solo cuando vuelva de su actual misión.

—Pero esas son buenas noticias, Leon. —Comentó Hunnigan con cierta entonación triunfal. —Era lo que esperábamos, siendo realistas. Lo ideal habría sido que lo avisara ya y poder contar con el apoyo de Chris para el asunto al que nos vamos a enfrentar pero sabíamos que probablemente esto sería lo máximo que íbamos a conseguir de ella.

—Ya...

Por un momento se hizo un silencio entre los dos.

Leon sabía que Hunnigan tenía razón. Que el ofrecimiento de Rebecca era lo máximo que podían esperar. Pero toda la situación fue demasiado tensa y Leon, que apenas había comenzado su misión, ya estaba en un estado de estrés impropio de un agente especial que de momento, se encontraba completamente a salvo.

—¿Quieres hablar de lo que te pasa? —Preguntó Hunnigan.

 Era su amiga. Su amiga de confianza. Muchas veces habían tenido conversaciones íntimas en el que cada cual le confesaba sus secretos al otro. Y siempre se sentía bien hablar con ella. Por que sabía escuchar y consolar, pero nunca le regalaba los oídos si no estaba de acuerdo con él. Eso era lo más apreciaba Leon de su amistad.

—Creo que me siento decepcionado.

—¿Con Rebecca? 

—Con los dos.

Hunnigan guardó silencio al otro lado del teléfono, esperando pacientemente a que Leon prosiguiera.

—Con ella, porque no esperaba que la vida de Claire le importara tan poco; conmigo, por no haber manejado mejor la situación.

»Creo que la he hecho sentir fatal y que estará muy disgustada conmigo durante un tiempo. Y eso me molesta porque Rebecca me cae realmente bien. Y nos ha salvado la vida a todos en algún momento.

»Además, creo que piensa que me gusta Claire.

Leon escuchó a Hunnigan suspirando con resignación al otro lado de la línea.

—Habéis discutido porque tenéis formas muy diferentes de ver el deber, Leon. Pero no creo que ella esté enfada contigo. Seguramente se sienta en estos momentos tan mal como tú, pero porque al igual que tú ella se preocupa por ti y vuestra amistad.  No debe ser fácil negarte el favor, sobre todo si es para salvar a Claire. Piensa en ello. —Trató de sonar conciliadora Hunnigan. —Seguro que cuando todo esto acabe, haréis las paces y no trascenderá.

»En cuanto a que piense que te gusta Claire, pues... bueno... es que te gusta Claire. Es una realidad. Y Rebecca una persona muy lenta si no ha sabido verlo antes. Es más que obvio que hay una tensión sexual no resuelta enorme entre vosotros.

—Venga ya Hunnigan.

—Os atraéis como una polilla a la luz, no trates de negarlo.

—¿Por eso lleva dos años sin hablar conmigo y sin verme?¿Porque le gusto muchísimo y soy tan irresistible como la luz para una polilla? Dejaos todos de tonterías, por favor.

—Podrás decir lo que quieras Leon, pero te aseguro que lo que sentís es un secreto a voces.

—No niego lo que siento por ella. Tú bien lo sabes. —Verbalizó Leon un poco a regañadientes. —Pero muy distinto es lo que ella pueda sentir por mi. —Sentenció. —Además nada de esto invalida que no me sienta cómodo sabiendo que Rebecca sospecha lo que siento. Si hubieras visto la compasión con la que me miró.

—Leon, la compasión en los ojos de los demás no te hace débil.

Leon calló. Puede que Hunnigan tuviera razón, pero para él seguía siendo incómodo. Y no es que no estuviera tratando todos estos temas en terapia. Pero todo llevaba su tiempo.

—Acabo de llegar al aeropuerto, estoy entrando en el aparcamiento. —Cortó Leon de raíz con la conversación íntima.

—Vale, dejaremos esta conversación más aparcada que tu coche. De momento. —Dijo Hunnigan, mientras Leon escuchaba al otro lado de la llamada una silla con ruedines deslizándose y los dedos de Hunnigan tecleando en el ordenador. —Tu aparcamiento ya está reservado. Piso -3, sección B, aparcamiento 151.

»Una vez que aparques, acércate a la caseta de alquiler y entrega tus llaves a tu nombre. Tienes el espacio alquilado por una semana. Volverás mucho antes de eso, pero era el mínimo de tiempo que nos ofrecían.

—Sin problema.

—Terminal cuatro. El cheking hazlo en la fila preferente. Una vez que pases el control de seguridad, espera en la puerta de embarque número seis. Unas dos horas de espera.

»He comprobado los registros de vuelo y tu avión no lleva ningún retraso y el tiempo es más que favorable. Cuando llegues al hotel, ponte en contacto conmigo.

—Entendido. Hablamos.

Y ambos colgaron la llamada abriendo las puertas a la misión más importante de sus vidas. O al menos, de la vida de Leon.

 

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Tal como lo había previsto Hunnigan, todo el trayecto desde el aparcamiento hasta la puerta de embarque, ocurrió sin ningún tipo de contratiempo ni interrupción.

a, b, c. Coche aparcado, llaves a buen recaudo con la empresa  de alquiler de aparcamiento del aeropuerto, checking rápido por fila preferente, control sin incidentes, y ahí estaba, tras una espera de hora y medía, caminando por la pasarela que conecta la puerta de embarque con el avión.

Leon no tenía muy buenos recuerdos de los viajes en avión, pero nunca le habían supuesto un problema. En general, digamos que lo último a lo que Leon le temía, era a volar.

Él viajaría en turista, como un hombre de clase media cualquiera.

El avión era enorme. Tres fila de asientos, de tres butacas cada   fila; y dos pasillos estrechos por donde moverse. Y eso solo a la cola del avión.

Encontró su asiento. 33K. “Chachi,” pensó Leon con satisfacción “ventanilla.”

 En los tres asientos que correspondían a los asientos contiguos al de Leon, aun no había ningún pasajero, pero pronto llegarían, a juzgar por la cantidad de gente que estaba entrando.

 Subirse a un avión, colocar el equipaje de mano en el compartimento superior y tomar asiento, siempre era una actividad que ponía a prueba la paciencia de Leon. Bueno, de Leon y de cualquiera. La realidad es que la gente quiere ser la primera en dejar sus pertenencias en su sitio y sentarse. Pero los pasillos del avión son estrechos, los bultos son muy grandes y la gente muy mal educada. Vamos que eso era como ver Humor Amarillo pero sin humor. Todo el mundo empujándose y pisándose. Aunque siempre acompañado de un “Disculpe” o “Perdone”. Qué menos.

Leon colocó su mochila en el compartimento, aguantando empujones y disculpas, y se sentó en su asiento al lado de la ventanilla, lugar que era de su predilección y que Hunnigan sabía muy bien. “Siempre consintiéndome”, pensó Leon con una media sonrisa dibujada en la boca.

—Disculpe, joven.

Una anciana, con la cara más afable del mundo, estaba dirigiéndose a Leon, y este, saliendo de sus pensamientos, miró en su dirección.

Esta mujer, bajita, de tez oscura y cabello gris recogido en un moño bajo, sonreía a Leon provocando que sus ojos no fueran más que dos lineas oscuras en un rostro completamente arrugado, que por lo demás le daba un aspecto absolutamente entrañable.

Vestía una falda negra de lana, un jersey granate de cuello vuelto y una mantilla gris a juego con su pelo, sobre los hombros.  Y llevaba en las manos una maleta de piel lo suficientemente pequeña como para ser de mano, pero demasiado grande para el tamaño de la mujer.

A Leon ya le caía bien. Además, ¿le había llamado joven?

—Dígame. —Contestó Leon devolviéndole la sonrisa.

—¿Podría hacerme un favor? Verá, es que no alcanzo a dejar mi maleta en el compartimento. ¿Podría subirlo usted?

—Desde luego, sin problema. —Contestó Leon al momento poniéndose de pie.

Mientras hacía sitio para la maleta de la mujer, pues otros pasajeros habían usado su compartimento por falta de espacio en los suyos, la mujer tuvo a bien dar conversación.

—Es usted un hombre muy alto.

—En realidad estoy en la media de Estados Unidos.

—Entonces, quizá soy yo muy bajita. —Contestó la mujer riendo, pues sabía perfectamente que ella era la bajita y que por eso Leon le parecía mucho más alto de lo que era. —Pero que hace ejercicio es algo que no me negará, ¿A que no?

—No se lo niego, señora. Me someto a entrenamientos muy exigentes.

—¿Es usted deportista?

Vaya, esta señora era una de esas a las que les gusta conversar. Leon no era ese tipo de persona. Prefería el silencio. Pensar en sus cosas hasta que estas se volvieran insoportables y entonces, ponerse los auriculares con música lo suficientemente explosiva como para acallar su mente.

Sin embargo esta mujer, con un marcado acento brasileño, era tan afable, y tenía una voz tan suave, que a Leon no le salía otra cosa que simplemente seguir hablando.

Pero obviamente, por más afable que fuera esta anciana, él no iba a contarle los secretos de su vida. No olvidaba que estaba ahí por el deber y no por el placer.

—Así es. Soy deportista en mi tiempo libre. Me dedico al trabajo de oficina, así que cuando salgo del despacho necesito moverme mucho.

—¡Oh! Eso esta bien, eso está bien. —Contestó la mujer asintiendo lentamente con la cabeza. Ahora que Leon la veía bien, si esa mujer fuera un animal, sin duda sería una adorable tortuga. 

Leon por fin metió la bolsa de la mujer con cuidado en el compartimento y tomó sitio.

La mujer se sentó a su izquierda, siempre acompañada de una sonrisa, y se inclinó un poco hacia Leon para mirar por la ventanilla.

—¿Sabe joven? Tengo setenta y dos años. He vivido una vida larga y dura, como muchos. Y es solo ahora que estoy cumpliendo mis sueños. Bueno al menos dos de ellos. —La mujer se recostó de nuevo en su asiento y entrelazó sus manos sobre su regazo. Miró a Leon, con esos ojillos diminutos, sin duda esperando que este le preguntara sobre sus sueños. Así que Leon tuvo a bien complacerla.

—¿Qué sueños son esos? 

—Uno de ellos lo estoy cumpliendo ahora mismo. Volar.

—¿Nunca antes había subido a un avión? —Preguntó Leon con educación e imitando el volumen de voz de la anciana.

—No, nunca. —Contestó esta riéndose, como si todo lo que saliera de su boca le pareciera divertido. Era sin duda una mujer agradable. —Verá, cuando yo tenía apenas tres años, mis padres emigraron de Brasil a Estados Unidos. Ya sabe, la tierra de las oportunidades.

»Por aquel entonces, volar en avión era algo muy exclusivo, solo reservado para las personas más adineradas. Así que podrás imaginar que unos inmigrante, que no tenían nada y que abandonaban su país en busca de una vida digna, no podían permitírselo. Igual que imaginarás lo horrible que fue nuestro viaje, no exento de peligros. —La anciana descansó un momento su relato, como si estuviera sopesando algo. —Pero bueno, esa es otra historia. 

»El caso es que, cuando ya fue posible para mí, porque los vuelos se democratizaron, yo estaba casada, tenía a mis hijos aquí en Estados Unidos, y pues bueno... no era el momento.

La mujer se encogió de hombros sonriendo, como quien acepta conformarse felizmente con lo que le tocó. Y así prosiguió:

—Hace unos meses, mi marido falleció.

—Lo lamento. —Respondió Leon, bastante enganchado a las palabras de esta mujer.

—Gracias joven. Pero es ley de vida. Nunca he tenido dificultad para aceptarlo. Perdí a mis padres muy pronto, y aprendí esta gran lección.

»El caso es que, ahora que él no está y que mis hijos son adultos y están casados y tiene hijos y la rueda sigue girando, ha llegado el momento de volver a casa. Quiero morir en el lugar donde nací.

La mujer sonrió a Leon ampliamente, con un brillo en los ojos muy especial. El brillo de la sabiduría y la determinación.

—Debe ser muy emocionante volver a casa. —Contestó Leon, que era consciente de lo que significaba volver a casa, cada vez que lo lograba.

—Ni te lo imaginas joven, ni te lo imaginas. —Contestó la anciana moviendo la mano como quien aparta una mosca. —Y ese es mi segundo sueño. Volver a pisar mi tierra. Brasil.

Ambos se quedaron mirando, y Leon sentía de una forma íntima y profunda, que esa conversación estaba siento más trascendental de lo que se podía llegar a imaginar.

—¿Y alguien la espera allí? —Inquirió Leon.

—¡Oh!¡Sí!¡Toda mi familia! Mis hermanas mayores, que en ese entonces se habían quedado al cuidado de mi abuela, y a las que no he vuelto a ver. También a mis primas. A mis tías, que lo creas o no las tengo más jóvenes que yo. A todos sus descendientes... Te aseguro que no somos pocos, joven. —Ella se rió. —Además, la casita de mi abuela, que en paz descanse, es una pequeña finca donde seré bienvenida siempre. Ellos me están esperando.

La mujer, sonreía y Leon tenía que contener las ganas de abrazarla fuerte, pues más allá de su historia, la mujer era realmente adorable.

—Así que, —Continuó la mujer. —, este es mi primer y último vuelo. Y así está bien.

La mujer volvió a mirar hacía la ventanilla y Leon también desvió su mirada hacia ahí. Si esa iba a ser la primera y última vez de esa mujer en subirse a un avión, se merecía que fuera en lo que eran para Leon los mejores asientos.

—Disculpa, —comenzó Leon. —, ¿Le gustaría ir al lado de la ventanilla?

A la mujer se le abrieron los ojos como platos, y ahora Leon pudo ver que eran negros como el azabache. Y mucho más grandes de lo imaginado.

—¿De vedad, joven? —Preguntó la mujer, pasando sus ojos de Leon a la ventanilla y de la ventanilla a Leon, con la sonrisa más amplia que antes. —¿Me cede su asiento?¿No le importa?

—En absoluto. Si es su primera vez, se merece tener acceso a las mejores vistas.

La mujer volvió a mirar hacia la ventanilla y asintió temblorosamente con la cabeza.

—De acuerdo. Acepto. Es usted muy amable.

—No es nada.

Y así fue como Leon renunció a su asiento favorito del avión.

Así fue como esa anciana adorable cumplió sus sueños, con vistas al cielo.

Así es como Leon tuvo que soportar durante diez horas al otro pasajero a su izquierda que, tras tomarse una pastilla (presumiblemente un somnífero), se quedó frito sobre su hombro, con ronquidos y todo, y no hubo forma humana de quitárselo de encima.

—No sé como alguien puede dormirse, —comentó la anciana en algún momento durante el vuelo. —, con estas vistas.

 

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Chapter 4: ¿Queréis jugar sucio? Juguemos sucio.

Chapter Text

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Cuando la azafata de vuelo comunicó el aterrizaje inminente en el aeropuerto de São Paulo, Leon creyó oír un coro cantando el “Aleluya” de Haendel; pero cuando el pasajero a su izquierda —que había sobre pasado todos los límites cuando abrazó a Leon como si este fuera una almohada —se despertó finalmente y se apartó, Leon creyó ver galopando por las nubes al mismísimo William Wallace gritando “¡Libertaaaad!”, con la cara de Mel Gibson y todo.

¿Por qué cada vez que Leon se subía a un avión aparecían monstruos? Unos escupían ácido, otros expulsaban gases venenosos, y otros te abrazaban como si en vez de brazos tuviera tenazas.

Además, puede que en Estados Unidos fuera invierno y por tanto el calor corporal se agradeciera, pero en el momento en que el avión pasó al hemisferio sur del planeta, las temperaturas empezaron a subir como la espuma, y el calor corporal ya no era en absoluto agradable. Sino espeso, pegajoso y apestoso.

Leon hasta llegó a sentir como su piel se despegaba como un velcro de la piel del pasajero mimoso. Sencillamente repugnante.

Y por si esto fuera poco, tuvo que aguantar un comentario del mismo, por lo bajo, en el que se quejaba de lo mal que había dormido.

Leon estaba por disculparse con él por no ser lo suficientemente cómodo para su majestad. 

“Vaya huevazos” pensó Leon acomodándose él también en su asiento, ahora sintiéndolo mucho más amplio que antes.

La mujer a su derecha, seguía mirando por la ventanilla. No había dormido nada en las diez horas que duraba el vuelo y apenas había apartado la mirada de ahí, pues todo le parecía fascinante.

Cuando el avión hubo aterrizado y la gente empezó de nuevo el ritual de empujones y disculpas para salir del mismo,— porque sí, este ritual se daba en dos direcciones, la de entrada y la de salida —, la mujer apartó los ojos de la ventanilla por primera vez y miró a Leon.

—Has hecho muy feliz a esta anciana, jovencito.

—Me alegra escucharlo,¿Ha disfrutado del vuelo entonces?

—¡Sí, me ha encantado! Cuando despegamos sentí  una gran adrenalina,¡no sabía que mis pobres músculos pudieran seguir emocionándose! —Dijo la anciana gesticulando como si estuviera contando una gran aventura. —Después estaban las nubes. Las he visto tan cerca y de tantos colores... y al anochecer, tantas luces desde abajo, ¡como luciérnagas! Nunca me habría imaginado que el arte tuviera como marco la ventanilla de un avión.

—Tiene razón. Es precioso.

—Muchas gracias.

—No ha sido nada. —Dijo Leon desabrochándose el cinturón de seguridad y dispuesto a bajar el equipaje de la anciana y el suyo propio. Le gustaba esperar sentado a que todo el mundo despejara el paso para evitar “el ritual”, pero tenía un transbordo que hacer y quería darse prisa.

—Joven. —Llamó la anciana. —Ha sido realmente muy amable conmigo, como haría un buen amigo. Así que, si está de acuerdo, me gustaría ser su amiga.

Leon sonrió. ¿Esa mujer era real?¿Cómo no la habían nombrado todavía la mujer más adorable del mundo? Esa señora, que tenía setenta y dos años y que iba a vivir sus últimos días en Brasil, quería ser amiga de Leon.

Y Leon descubrió que él también quería ser su amigo.

—Me encantaría que fuéramos amigos. —Dijo Leon sin dejar de sonreír.

—Bien, pues yo conozco el nombre de todos mis amigos, así qué... —La anciana estiró su mano hacia Leon. —...encantada de conocerte, me llamo María.

Leon miró la pequeña mano arrugada con una manicura perfecta de estampados florales rojos, y la estrechó con cuidado.

—Encantado de conocerte, María. Mi nombre es Leon.

—¡Oh!¡Leon!¡Qué nombre tan bonito!¡Te queda genial!

—Gracias. María también es muy bonito y también te queda genial.

—El nombre más común del mundo, para una anciana común del mundo. —Dijo María saliendo al estrecho pasillo y, cargando su maleta de piel, se dirigió hacia la salida seguida por Leon.

Tras cruzar la pasarela de embarque, se despidieron afablemente y tomaron caminos diferentes.

Leon tenía que ir hasta el puente aéreo de Recife, que por suerte estaba en la misma terminal.

Eran las 23:00 p.m. ahí en São Paulo. Las 00:00a.m. en Estados Unidos.

Leon llegó a la puerta de embarque, pero esta vez en lugar de atravesar una pasarela para subir al avión, una azafata le llevó a él y al resto de pasajeros a un autobús lanzadera que los acercaría directamente al avión ligero dentro de las plataformas exteriores.

Era un avión tan pequeño que parecía un jet privado como los que solían usar las personalidades de La Casa Blanca. Pero sin el glamour. De hecho, bien podría ser del tamaño y aspecto descuidado de un autobús urbano cualquiera.

Se sentó en su butaca, de nuevo al lado de la ventanilla y deseó que en ese vuelo tan corto, donde había tan poca gente, nadie se sentara a su lado. Estaba cansado. Realmente cansado.

—¡Leon! —Llamó una voz conocida con cara de tortuga. —No me digas que tu destino son las islas de Fernando de Nohorona,¡de ahí soy yo!

Leon se giró y descubrió, con más agrado del esperado teniendo en cuenta su cansancio, que se trataba de María.

—¡María! —Saludó Leon con alegría. —Pero, entonces, ¡el anterior vuelo no iba a ser el último!

—Parece ser que no. Soy muy vieja para saber moverme por sitios tan grandes y caóticos. Yo pensaba que iría hasta las islas en ferri, ¡como siempre se ha hecho! —María se reía. Qué buen humor derrochaba. —Me perdí, Leon. Me perdí. Debo reconocerlo. Hasta que un trabajador del aeropuerto tuvo a bien ayudarme y me trajo hasta aquí en un cochecito diminuto,¡como los que se ven en los campos de golf!

Leon y María se rieron. La historia era divertida y al final Leon se quitó de encima ese deseo de hacer ese corto viaje solo.

A continuación ayudó de nuevo a María a subir su maleta en el compartimento de equipaje y le cedió una vez más la ventanilla.

La buena noticia era que en ese avión solo había un pasillo y cada fila de asientos era de dos personas, así que no tuvo que aguantar la presencia de nadie más.

El vuelo duró cuatro horas, como estaba previsto y, cuando aterrizaron en el aeropuerto de Nohorona, Leon acompañó a María al exterior, donde un sobrino suyo la estaba esperando dentro de un Renault 4 blanco.

—Ojalá nos volvamos a ver, amigo.

—Eso estaría genial. Se feliz María. Bienvenida a casa.

María extendió sus manos para abrazar a Leon y este se agacho para facilitar el abrazo.

—Muchas gracias, hijo. La isla es pequeña, seguro que nos vemos en el marcado.

—Sería estupendo, María. De verdad. Buenas noches.

María se introdujo en el coche, bajó la ventanilla y mientras se alejaba, sacó la cabeza y, siempre sonriente, despidió a Leon con la mano hasta donde alcanzaba la vista.

 

RE:PE_SeparaciónDeEscénas_PaulaRuiz

Una vez que Leon cogió un taxi hasta el hotel Zalle, tal y como le había indicado Hunnigan, este se acercó al mostrador para hacer el check-in y pedir la llave de su habitación.

El hotel no parecía un lugar muy agradable. La fachada no estaba mal. Se trataba de un pequeño edificio de cuatro plantas, pintado de blanco con los marcos de las ventanas y molduras en rosa. Se veía que era un lugar antiguo pero pintoresco, como el resto de edificios coloridos de la zona.

Sin embargo el interior, mientras que seguía pareciendo igual de viejo que la fachada, además se veía todo bastante sucio y descuidado.

La iluminación era pésima. De hecho más allá de la lámpara sobre el mostrador y una luz sobre el ascensor, el resto estaba a oscuras. Pero no lo suficiente como para no ver el polvo sobre los sofás de cuero de la entrada, las telas de araña en las lámparas y ventiladores de pared o las moscas que parecían ser los únicos huéspedes en ese lugar.

“No hay cámaras de seguridad ni fuera ni dentro.” se fijó Leon. “Interesante.”

El hombre tras el mostrador era un tipo entrado en carnes, realmente muy corpulento, calvo y con un bigote enorme.

Vestía una camisa de manga corta con estampados de bananas sobre fondo celeste que usaba en calidad de chaqueta, pues la llevaba desabrochada dejando al descubierto un torso completamente peludo pero que brillaba bajo la luz de la bombilla. Todo él brillaba en realidad, fruto del sudor. Y no era de extrañar, pues los ventiladores del techo parecía que simplemente movían aire caliente de un lado a otro. 

Aun siendo de noche, el calor y la humedad de la isla  se pegaban a uno como una segunda piel.

El hombre se abanicaba con un abanico improvisado de papel de periódico y escuchaba en la radió música a volumen bajo.

El lugar era tan escamante que Leon no pudo evitar preguntarse por qué Claire habría elegido un lugar como ese. Estaba seguro de que podía permitirse un sitio mejor.

—Buenas noches. —Saludó Leon.

Boa noite. —Devolvió el saludo el hombre con una voz acuosa que al carraspear, le produjo una tos acompañada de una flema que devolvió a sus adentros, y que por lo demás no había hecho ningún esfuerzo en moverse para atenderlo.

“En serio, ¿en qué estaba pensando Claire?”

—Tengo una habitación reservada a nombre de Leon Scott Kennedy. Querría hacer el check-in.

El hombre, que no apartaba la vista de él con ojos entrecerrados, alargó una mano y tiró con desgana sobre el mostrador una carpeta de pinza donde llevaba el registro de la actividad del hotel y donde Leon tenía que dejar su firma. De la carpeta colgaba con un cordel un bolígrafo roto de propaganda de algún banco de la zona. Era todo tan cutre que costaba creer que fuera real. Y a Leon empezaban a ponérsele los pelos de punta, pese al calor, por simple instinto. Aquello quería recordarle demasiado al poblado del ganado de Saddler.

Leon firmó y el hombre retiró la carpeta con la misma gracia de antes. Ninguna.

Alargó su otra mano y de un expositor con llaves, cogió la correspondiente al 404. Se las lanzó a Leon al mostrador con la misma desgana anterior, y siguió abanicándose sin separar los ojos de él.

Leon cogió las llaves, no sin contenerse con gran disimulo para no cantarle las cuarenta a ese gilipollas por un trato pésimo con el cliente, por no hablar de todo lo demás.

Se dispuso a irse, pero entonces giró sobre sí mismo y, apoyándose en el mostrador, se dirigió al hombre.

—Disculpe... —Leyó la plaquita con su nombre en la camisa. —... João. Veo que tenéis un registro de todos los clientes que se hospedan aquí. No digo que me deje comprobar los registros de los últimos meses pero sí quisiera preguntarle,¿no habrá visto por aquí, hará cosa de dos meses, a una estadounidense de esta altura, —Leon hizo un gesto con la mano señalando la altura de Claire. —, pelirroja, de ojos azules, llamada Claire Redfield?

El hombre seguía mirando a Leon pero no hacía ningún gesto. Estaba vivo, movía los brazos pero aparte de eso, nada más.

—Mire. —Leon sacó de su chaqueta la fotografía de Claire. —Es esta mujer. Ahora más mayor, pero con las mismas características, ¿La ha visto?

Nada. Ninguna respuesta. De ningún tipo.

—¿Entiende usted mi idioma?

Silencio.

—De acuerdo. —Dijo Leon  separando sus brazos del mostrador, sintiendo ahora como este estaba repugnantemente pegajoso, y dirigiéndose al ascensor igual de viejo que el resto del hotel. —Gracias por nada.

Leon entró en el ascensor y calcó el número cuatro.

Cuando las puertas del ascensor, de madera vieja y cristal sucio, se cerraron y este empezó a elevarse a duras penas, con un sonido que bien podría ser el propio ascensor quejándose, Leon pudo ver, antes de abandonar ese piso, que el hombre  tras el mostrador se inclinaba rápidamente hacia un teléfono fijado en la pared y marcaba nerviosamente un número.

Ese João  era un tipo muy extraño y su comportamiento muy sospechoso. Había algo en ese lugar que no olía bien. Literal y metafóricamente hablando.

De hecho, Leon sabía perfectamente que Claire había estado ahí. La información de Hunnigan siempre era correcta. Pero quería poner a prueba la actitud de ese hombre. 

Y dos cosas  había sacado en claro. João, escondía algo. Y ese algo tenía que ver con Claire.

“Paciencia Leon.” se dijo a sí mismo restallando el cuello. “Paciencia.”

Cuando las puertas del ascensor de abrieron en el cuarto piso, Leon pudo comprobar que el estado de los pasillos era incluso peor que el estado del recibidor. ¿Cómo era posible que se permitiera a un lugar así permanecer abierto?¿Acaso pasaba las inspecciones técnicas o los controles de sanidad?

Las tablas del suelo eran viejas, estaban desgastadas, algunas rotas como los rodapiés, o carcomidas como los marcos de las puertas; las paredes tenían la pintura desconchada en varias zonas, y de nuevo, la iluminación era muy escasa, proveniente de lámparas de pared de aspecto antiquísimo, a cada lado de las puertas de las habitaciones.

Las moscas campaban a sus anchas y el olor a moho era tan penetrante que hacía cosquillas en las fosas nasales de Leon.

“¿Si saltara haría un agujero en el suelo? Mejor no comprobarlo.”

La habitación al final del pasillo era la suya. La habitación 404. La habitación de Claire.

Abrió la puerta, no sin miedo de que el pomo estuviera tan pegajoso como el mostrador de recepción, y entró, forzando esta a cerrarse pues la madera estaba hinchada por la humedad y se resistía.

La habitación no era nada del otro mundo. Cama y armario. Ni siquiera tenía baño propio.

Leon dejó su mochila sobre la cama y se sentó, apoyando los codos sobre las rodillas y entrelazando los dedos tras la nuca.

Claire había estado ahí. Hacía dos meses había estado en esa misma habitación. Había recorrido el mismo pasillo, había usando el mismo ascensor, había hablado con el mismo gilipollas de recepción. 

Y entonces desapareció.

Sin perder más el tiempo, sacó su móvil de su mochila y llamó a Hunnigan. Esta lo había solucionado todo para que no hubiera ningún tipo de problema para comunicarse al cambiar de país, ¿Cómo? Pues con la magia de Hunnigan, por supuesto.

—Ya era hora. —Contestó Hunnigan al primer toque.

—Estoy bien. Algo cansado,¿ y tú? —Contestó Leon con voz apagada pero con ganas de picar a su compañera.

—Muy gracioso, como siempre. Me parto contigo. —Hunnigan tecleaba sin parar en el ordenador. 

A Leon le fascinaba la capacidad de esa mujer para teclear mientras hablaba por el pinganillo con otra persona, diciendo cosas con sentido. Leon lo intentó una vez, pero las cosas que tecleaba no eran palabras. Y si le prestaba atención a lo que tecleaba, dejaba de hablar  y de escuchar.

Simplemente imposible para él.

—Este lugar es horrible Hunnigan. No te lo puedes ni imaginar. Todavía no he visto ninguna, pero estoy seguro de que estoy compartiendo habitación con cucarachas, o ratas, o chinches... o con las tres a la vez.

—Vaya, su página web no opina lo mismo que tú. —Su voz sonaba aburrida, y Leon sabía que Hunnigan le estaba dando ese deje a drede.

—¿En serio?¿Tienen página web? Me sorprende mucho, teniendo en cuenta que casi no tienen luz. —Estiró su brazo y accionó el interruptor de la lamparita de noche para comprobar si encendía.¡Sorpresa! Funcionaba. —No tengo pruebas pero tampoco dudas de que el ascensor se eleva con una polea impulsada por una persona encerrada en el sótano.

Hunnigan se rió de su ingenio. Pero ella sabía bien que eso no era más que un síntoma de su cansancio.

—Siento que el hotel esté siendo tan decepcionante, princesa.

—Ojalá solo fuera decepcionante. Es simplemente asqueroso. Y joder, no es por ser repelente, soy el primero que ha dormido encima de montañas de mierda o que ha nadado entre basura y cadáveres. Pero en esas ocasiones no había pagado para disfrutar de la experiencia.

—Bueno, si es por el dinero no te preocupes, la noche sale tan barata que merecería la pena vivir ahí en lugar de en tu departamento.

—Aquí no merecería la pena vivir ni aunque fuera gratis. No puedo entender por qué Claire elegiría un lugar como este.

—Pues porque ella no es tan delicada como tú, dulce flor de jardín. 

—Estás graciosa esta noche, ¿No?

—Yo siempre soy graciosa Leon, solo que no siempre tienes la capacidad mental de captarlo.

Los dos se rieron. Y Leon lo agradecía. Quería olvidar que estaba sentado sobre una colcha tan vieja que crujía bajo él.

Se levantó y caminó hacia la ventana para observar la oscuridad de la noche.

Una luna menguante se reflejaba en las ondas del mar a lo lejos. Y las calles de tierra, apenas iluminadas por unas pocas farolas rodeadas de polillas danzantes, estaban tan rodeadas de vegetación que apenas podías ver el resto de casas que componían el aspecto real del lugar.

Delante de la ventana había un pequeño mini bar con todo tipo de alcoholes, pero de marcas que Leon no había visto jamás. Y pese a la desconfianza que no conocer la procedencia de algo pueda causar, Leon sintió el impulso de darle un trago a alguna de esas botellitas. Entre el estrés y el cansancio acumulado, sus fuerzas flaqueaban. En el pasado, ya no quedaría ni una gota de alcohol en ese hotel. Y la mitad del camino lo habría recorrido tirando de petaca.

Leon quería alejarse de esa parte de él. Del camino que en ese entonces escogió para sobrevivir al trauma. Tenía que recordarse quién era ahora y que estaba muy por encima de su adicción.

—¿Has cenado? —Preguntó Hunnigan sacando a Leon de sus cavilaciones.

—Emm...eh...no, no, no he cenado.

—¿Estás bien?

—Sí, sí, es solo que me había quedado traspuesto, perdona.

Hunnigan suspiró al otro lado del teléfono. A veces se sentía más una madre que una colega de trabajo.

—En fin, Melancolic Man, ¿A qué estás esperando para meter algo en ese cuerpo? Las deliciosas patatas de Sherry hace tiempo que han sido expulsadas de ti, así que no sé con qué combustible estas tirando.

—Llevo más de quince horas con el café de esta mañana.

—De ayer por la mañana, querrás decir. —Corrigió Hunnigan, que parecía más consciente que Leon de que eran las 04:00 a.m. en el hemisferio sur.

—Ya, bueno, para mi sigue siendo el mismo día. —Dijo Leon volviendo a sentarse en la cama.

—Leon. —Llamó Hunnigan. —Dime que estás en condiciones de llevar a cabo este rescate. Te noto desconcentrado. Más descuidado que nunca. Menos eficaz. —De repente las palabras de Hunnigan sirvieron como toque de atención, y Leon se sintió más despierto que nunca. —Tienes que estar al 100% si quieres encontrar a Claire y yo diría que estas a un 40%. —Vale, esas palabras le estaban molestando. —Dime que no me he equivocado al ayudarte en esta empresa y que no seré cómplice de la muerte de mi mejor amigo.

Las palabras habían molestado a Leon, pero lo entendía. Entendía perfectamente la preocupación de Hunnigan. Un rescate no era un juego. Tanto él como Claire podrían morir. Así que nada de lo que dijo Hunnigan era mentira. Seguramente por eso le resquemaban esas palabras, por que él sabía que eran ciertas. Hunnigan tenía toda la razón. Y él tenía que dejar de molestarse cuando esta le soltaba la verdad a la cara.

Leon pellizcó el puente de su nariz con el pulgar y el índice y respiró hondo.

—Claro que no te has equivocado ayudándome Hunnigan. Perdona, tienes razón en todo lo que has dicho. Siento estar preocupándote.

»Creo que estoy un poco azorado porque... puede que esta sea la misión más importante de mi vida y, lo cierto es que no soporto la idea de que Claire...—Leon no pudo acabar la frase.

—La encontraremos Leon. Esto no ha hecho más que empezar. —La voz de Hunnigan era firme. Lo suficientemente firme como para restablecer el ánimo de Leon. —Pero para que eso ocurra, tienes que cuidarte. Sabes que eso es esencial. La supervivencia del sujeto depende...

—...depende de la supervivencia del agente. Lo sé. —Interrumpió Leon.

—Exacto. Así que llama al servicio de habitaciones ahora mismo y pide la cena. Tienen cocina abierta 24h.

—Lo haré. Francamente, haber mencionado las patatas de Sherry me han recordado que estoy muerto de hambre.

Leon buscó sobre las mesitas de noche el folleto de las opciones gastronómicas que ofrecían en el hotel y al final lo encontró dentro de uno de los cajones.¿El polvo vendría incluido con la comida?

—En la variedad está el gusto, dicen. —Comentó Leon tras ojear el folleto.

—¿Qué especialidades ofrecen? —Preguntó Hunnigan.

—Pocas y poco apetecibles. —Sentenció Leon. —A saber. Fish&Chips, Hamburguesa Americana, Pizza Hawaiiana y Kebab. Todo un lujo.

—Tratándose de un hotel pequeño, es bastante normal que no tengan buffet libre. Y se limitan a ofrecer lo que los guiris como tú pedirían en sus vacaciones.

—En realidad cualquier cosa me vale. Pero no sé si tengo el valor de comer nada que se cocine aquí. Si tienen así de sucia la recepción y las habitaciones, no quiero imaginarme la cocina.

»Y no me parece adecuado llevar a cabo una misión cagándome por las esquinas.

—No sería una mala táctica de dispersión. Piénsalo.

—Sin duda estás muy chistosa esta noche. —Se rió Leon.

—No puedo evitarlo. Ya sabes lo que me pasa con la cafeína y demás. De hecho me estoy conteniendo.

—En fin. Pediré la siempre confiable. —Dijo Leon rindiéndose ante la necesidad.

—Hamburguesa Americana, ¿Verdad? —Acertó Hunnigan.

—Viva América. —Dijo Leon con el menor de los entusiasmos.

Llamó al servicio de habitaciones con el teléfono que descansaba sobre la mesita de noche más próxima y pidió su cena.

Su interacción con João había sido tan parca como antes, pero estaba seguro de que le había entendido.

—¿Ya has visto todos los juguetes que te he preparado? —Preguntó Hunnigan con un deje de diversión en la voz.

—No. ¿Dónde están?

—Dentro del armario. Balda superior, al fondo, detrás de las toallas.

Leon se levantó y se aproximó al armario. Ahí, justo donde Hunnigan había señalado, se encontraba una bolsa negra de tamaño considerable, esperando por él.

Pesaba. Eso era bueno.

Dejó la bolsa sobre la cama y la abrió para encontrar en su interior todas sus armas favoritas, incluyendo su querida semiautomática Silver Ghost.

—Feliz navidad. —Dijo Hunnigan después de que Leon emitiera un largo silbido.

Dentro de la bolsa había una pistola ametralladora, que por no poseer la culata de una ametralladora al uso, era ideal para llevar al cinturón o en la cartuchera. Además son armas muy ligeras, automáticas y permite mayor capacidad de carga, con cartuchos de pequeño calibre disparados a una muy alta cadencia de tiro.

También había varias armas largas con culatas al hombro fijas, lo que las hacía más pesadas y obligaba a Leon a portarlas a la espalda, pero muy efectivas dado que son armas de largo alcance. 

Había un subfusil, que permitía tiros en ráfagas usando munición de pistola; una escopeta automática con un depósito de munición apilable muy amplio que permitía un volumen de fuego superior; y un rifle de combate, por ser el arma de fuego más versátil de todos, con un calibre de más alto poder, completada con una mira telescópica de largo alcance.

A parte de las armas de fuego y su cuchillo de combate, en la bolsa también había un kit médico con todo lo necesario para tapar heridas de gravedad así como medicinas; un kit alimenticio irradiado envasados en pequeños sobres al vacío así como el agua; un sin fin de cinturones, correas, cartucheras y riñoneras; y un equipo de buceo con un tanque de oxígeno portable que se coloca directamente sobre la boca.

—Hunnigan. —Comenzó Leon. —Dime que no necesitaré el neopreno.

—Tal vez. —Contestó Hunnigan con todo el desenfado del mundo.

—¿Qué has averiguado? —Preguntó él temeroso.

—Conozco la ubicación exacta de Claire.

Por fin. Leon se sentía aliviado. Muy aliviado. Saber exactamente donde se encontraba su amiga significaba que estaba a un buen plan de distancia de ella. Osea, para Leon era como rozar el pelo de fuego de Claire con la punta de sus dedos.

La presión en el pecho y esa puerta a sus espaldas que se empeñaba en mantener cerrada luchando contra un océano al otro lado, seguían ahí.

Pero la desesperada sensación que lo había estado acompañando desde que dos días antes supiera la situación de Claire, se había calmado. Seguía ahí, bajo su piel, pero ahora compartía sitio con la adrenalina que sus glándulas suprarrenales estaban liberando a toneladas.

De repente su cuello no estaba tan rígido, pero sus manos cosquilleaban, preludio de lo que se avecinaba.

—¿Dónde está? —Preguntó Leon paseándose por la habitación.

—En un peñón a unos cuatro kilómetros de la costa. Se puede ver desde tierra. Y al loro con cómo los isleños nombran ese lugar.

—¿Es relevante? 

—“O descanso de Deus”. Para que nos entendamos “El descanso de Dios.” Porque tiene forma de un trono gigante.

—¿Y ahí tienen retenida a Claire?

—Sí, porque mi querido Leon, ese peñón tiene dueño. Y te adelanto que la historia se repite.

—Genial. Un laboratorio bioterrorista.

—Bingo. Y no uno cualquiera me temo. —Hunnigan suspiró al otro lado del teléfono. —¿Sabes que el gobierno tiene una lista con los laboratorios más peligrosos del mundo y sus localizaciones?

—Sí. Nunca he visto dichas listas, pero sí, lo sé. No es ningún secreto.

—Lo que sí es bastante secreto, es que hay al menos tres laboratorios de esa lista cuya ubicación nadie conoce. Se siguen investigando en busca de ellas porque el gobierno quiere poder espiarlas y, sin localización, no hay espionaje y por lo tanto no hay información.

—¿Me estas diciendo que hemos dado con un laboratorio bioterrorista que ni siquiera el gobierno sabe dónde está?

—Te estoy diciendo exactamente eso, camarada. Trizom Corporation. Ubicado en “El descanso de Dios”. Hay que ser megalómano.

—¿Cómo lo has descubierto?

—Leon, de verdad, has de dejar de preguntarme cómo hago mi trabajo. —Le reprendió Hunnigan. —Pero en este caso, te lo diré, porque soy un puto genio.

Leon puso los ojos en blanco mientras seguía escuchando.

—En realidad fue bastante rutinario. Leí diferentes noticias sobre la isla de Nohorona y descubrí que hará cosa de un año ha ganado muchísima notoriedad teniendo una renta per cápita que ya quisieran los países más poderosos del mundo.

»Pensé “Es el paraíso. Seguramente ha habido una cantidad enorme de turismo”. Pero los datos del instituto de turismo no habían aumentado en los últimos cinco años, así que me di cuenta de que había gato encerrado.

»Seguí investigando y encontré que un gran colaborador de la alcaldía de Nohorona es un tal Alexis Belanova. ceo de la empresa millonaria Trizom. Está pagando caro el alquiler de un laboratorio en un trozo de roca en medio del mar a cambio de completa discreción.

»Fue entonces cuando entré en los archivos del gobierno y descubrí que Trizom está en esa lista negra de laboratorios sin ubicación.

—Nunca dejará de sorprenderme como hilas tan fino pero, ¿cómo puedes estar segura de que Claire está ahí?

—Verás, yo ya estaba mosca porque conociendo nuestros antecedentes, que Claire no esté ahí metida, sería lo raro. Pero obviamente no te puedo enviar a la boca del lobo sin saber si el premio está ahí.

»Hará cosa de dos meses, el equipo de Trizom no ha vuelto a hacer ninguna incursión a tierra,(lo que a los isleños les parece muy sospechoso), coincidiendo con la desaparición de Claire, pero hay más.

»Uno de mis colaboradores me ha dicho que algunas personas de la zona fueron testigos de cómo a altas horas de la noche unos hombres se llevaban el cuerpo de una mujer dormida hasta el peñón, en una lancha con el logo de Trizom.

»No pueden confirmarme si la mujer era pelirroja porque estaba oscuro. Pero me aseguran que la mujer llevaba una cazadora de cuero y el pelo recogido en una coleta alta.

»Tiene que ser ella.

—Tiene que ser ella. —Repitió Leon casi en un estado de trance.

Todo lo que le acababa de contar Hunnigan era impresionante. Sin duda su compañera era una fuera de serie. Solo necesitó un par de días para dar con Claire cuando la policía de su país no sabía ni por dónde empezar a buscarla.

Si volvían con vida, no sabía cómo podría pagarle esto a su querido ángel de la guarda.

—Y por eso es posible que necesites un equipo de buceo, porque todavía no sé si tendrás que bucear. Pero ya la tenemos Leon. —La voz de Hunnigan sonaba bastante triunfante. —Mañana armamos el plan. Esta noche trata de descansar. Tómate tus pastillas para dormir y no pienses en nada. Aunque eso sea pedirte demasiado.

En ese momento picaron a la puerta.

—Servicio de habitaciones. Le traigo su cena. —Una voz masculina pero joven se escuchó desde el pasillo y Leon se dispuso a abrir la puerta.

—Ha llegado la cena Hunnigan, ¿quieres una foto de prueba? —Bromeó Leon con Hunnigan que seguía al otro lado del teléfono, mientras daba paso al botones que empujaba un carrito con un plato y una campana plateada encima de este.

Leon peleó con la puerta, tratando de cerrarla en lo que el chico dejaba la bandeja sobre la cama y él buscaba en su monedero algo de propina para el joven por tener el valor de trabajar en un hotel tan decadente. Y por traerle la cena, claro.

—No será necesario Leon, te creo completamente capacitado para comer comida sin supervisión. —Contestó Hunnigan.

Los dos se rieron y Leon por fin consiguió cerrar la puerta. 

El bello de su nuca se erizó. Su ritmo cardíaco se aceleró. Su cuerpo se movió casi antes de que su cerebro tuviera tiempo de entender qué estaba pasando.

Esquivó la puñalada que le llegaba por detrás haciéndose a un lado y girándose hacia su agresor.

—¿Leon?¿Qué ha sido ese ruido? —Preguntaba Hunnigan algo alterada cuando el móvil se le cayó al suelo.

—Pretendía darte propina, capullo. —Fue lo único que Leon tuvo tiempo a decir antes de que el hombre se volviera a lanzar contra él, cuchillo en mano.

Leon volvió a esquivarlo, rodando por el suelo y poniendo distancia entre ellos. Si iban a luchar, necesitaba más espacio.

Chocó contra el carrito de la cena, volcándolo y descubriendo  sin sorpresa alguna que bajó la campana plateada no había ninguna hamburguesa. Este ataque estaba planeado desde el propio hotel, pero ¿Quién era ese chico?¿Trabajaba para Trizom?

El joven volvió a atacar, lanzando una serie de estocadas directas al estómago de Leon.

Leon esquivó dos, retrocediendo y, a la tercera, agarró la muñeca que sostenía el cuchillo al tiempo que lanzaba un codazo contra la cara del agresor, provocando que de su ceja comenzará a brotar sangre. Pero el agresor se recuperó demasiado rápido de ese golpe y pateando a Leon en uno de sus cuádriceps, lo puso de rodillas y liberó su muñeca.

Antes de que Leon pudiera ponerse en pie, el agresor lanzó un gancho con el cuchillo, que por muy poco no le raja el cuello. Y con el movimiento de vuelta, cambiando la posición de la hoja, el brazo volvió por el camino que ya había recorrido y, si no fuera porque Leon se tambaleó milimétricamente hacia atrás, en esa ocasión sí le habría cortado el cuello.

Cuando volvió con otro gancho de cuchillo, Leon paró la trayectoria del movimiento con sus antebrazos, sin ver venir por el otro flanco un puñetazo directo a su cara.

De la nariz de Leon descendió  solo un hilo de sangre, pero el dolor era agudo. Odiaba que le golpearan en la nariz.

Consiguió ponerse de pie y lanzó varios puñetazos, pero el hombre era joven, rápido y fuerte.

Luchaba bien, sin duda, y sabía manejar el cuchillo. Leon sabía que el suyo estaba en la bolsa sobre la cama, pero los segundos que tardaría en acudir en su busca podrían ser letales. No estaba enfrentándose a ningún aficionado. Este hombre era un profesional.

Cuando Leon le lanzó un gancho, el agresor uso su propia fuerza contra él, poniéndolo de espaldas y abrazándolo por el cuello mientras trataba de apuñalarlo por delante.

Forcejearon durante un rato, hasta que Leon se zafó de él lanzándole un codazo directamente a la boca.

Aprovechando la coyuntura de tener a su contrincante desprevenido, se lanzó a por el cuchillo y volvieron a forcejear.

Pero entonces el agresor pasó el cuchillo hacia su otra mano y no dudo en apuñalarlo.

Leon se lazó hacia atrás cayendo de espaldas al suelo, y antes de que el hombre pudiera arrojarse sobre él, el agente especial golpeó la rodilla del atacante con una fuerte patada, provocando que la pierna del agresor se doblara hacia atrás de forma antinatural y este cayera al suelo retorciéndose y gritando de dolor.

Leon se movió con presteza colocándose detrás del hombre, inmovilizando el brazo libre del agresor con una pierna y tratando de arrebatarle el cuchillo, tirando de este hacia arriba, con la fuerza de sus dos brazos.

El hombre, más sereno, uso la fuerza de su otra pierna para elevarse y caer sobre Leon con fuerza, liberando su otra mano y tirando del forcejeo hacia el frente.

Leon rodeó la cintura del hombre con sus piernas y empezó a comprimir esta como una boa constrictor para asfixiar a su atacante mientras el forcejeo continuaba.

El hombre empujaba el suelo con su pierna buena, arrastrándolos a los dos hasta dar con las puertas del armario.

Al darse cuenta de que se estaba asfixiando, el hombre soltó una mano del forcejeo y comenzó a golpear los muslos de Leon para liberarse. Momento que Leon aprovechó para aplicar más fuerza sobre la presión de sus piernas y abrazar el cuello del hombre con su brazo libre para que la asfixia ahora procediera de dos direcciones.

El hombre, desesperado por respirar, soltó el cuchillo y llevó sus dos manos a liberar su cuello, dejando vía libre al cuchillo en posesión de Leon. Craso error.

Leon asestó el golpe, pero el hombre se resistía a morir y paró su estocada cogiéndole del brazo y alejando la hoja de sí.

Leon hizo más presión con su cuerpo y, mientras apretaba el cuello del hombre con su brazo, ayudó a su otra mano a presionar hacia el pecho del hombre.

Hubo un momento en que todo se redujo a músculos bombeando sangre a toda velocidad, gruñidos, sudor y pupilas contraídas.

Leon apretaba hacia abajo. El hombre empujaba hacia arriba.

Leon iba ganando terreno. El hombre perdía fuerza. Perdía aire.

La punta del cuchillo rozó la camiseta del hombre. La rompió. La traspasó. Igual que empezó a rozar y romper y traspasar su piel.

La sangre comenzó a empapar su ropa así como la hoja que, lentamente, seguía avanzando hacía el interior del hombre.

La hoja bajaba y a veces subía cuando al hombre le daba un leve arrebato de adrenalina, pero en seguida volvía a bajar, para tortura de sí mismo.

Y entonces el hombre no pudo seguir con su férrea resistencia. Y la hoja volvió a bajar, atravesando ahora músculos, colándose por debajo de su esternón, cortando vísceras, abriéndose paso hasta el corazón.

Y así, la resistencia falló del todo y la hoja del cuchillo recorrió de golpe el camino que le quedaba hasta la empuñadura, atravesando el corazón del atacante antes de que este perdiera completamente el conocimiento por la asfixia.

Los brazos del hombre, lánguidos, cayeron sin vida a los lados. Y todo su cuerpo, que hasta ahora se había sentido fuerte y rígido, se había convertido en una masa blanda que descansaba sobre el torso de Leon.

Con la mano todavía apretando la empuñadura del cuchillo, Leon no se movía. Su respiración era acelerada, pero no se movía.

Sus ojos, clavados en el cuchillo, como el cuchillo estaba clavado en el pecho de aquel hombre, no pestañeaban.

El pitido en sus oídos ni siquiera era audible para él. Nada existía en ese instante para él.

En algún momento mientras Leon luchaba por matar a ese chico, su mente se había enajenado y ahora, se encontraba disociando en un punto donde su cuerpo y su mente se habían desconectado de sí mismo y nada parecía real.

Empezó a volver en sí cuando un murmullo llamó su atención. Se parecía mucho al sonido de la radio cuando no encontraba emisora. Era un sonido que iba y venía y cuanta más atención prestaba, más nítido se volvía.

Cuando se dio cuenta de que ese sonido era su propia respiración, su mente rápidamente volvió a conectarse con la realidad y por fin pudo pestañear, por fin pudo tragar saliva, por fin pudo relajar su cuerpo que seguía hasta entonces apretando el cadáver y por fin pudo comenzar a moverse y a reaccionar.

Soltó la empuñadura del cuchillo y empujó hacia un lado el cuerpo sin vida del hombre que había tratado de matarle. 

Apoyándose contra las puertas del armario, se incorporó sobre unas piernas temblorosas que hacían que sus pasos se tambalearan.

Miró a su alrededor y encontró su móvil tirado en el suelo, al lado de la puerta.

Lo cogió y se lo llevó a la oreja.

—¡Leon!¡Leon responde!¿Qué está pasando?¡Leon! —Era Hunnigan. Sonaba desesperada. —¡Enviaré a alguien en tu busca si no me contestas ahora mismo!¡A la mierda la misión!

Escuchar eso se sintió como cuando se hundía en sus pesadillas. Aterrador. 

—Estoy aquí Hunnigan. No mandes a nadie. —Logró decir con voz aguda. Apenas tenía fuerzas para hablar.

—¡Leon!¿Estás bien?¿Qué coño ha pasado?

“Que acabo de matar a un hombre, eso ha pasado.”

—Acabo de matar a un hombre. —Dijo Leon sintiendo que su voz sonaba tan impersonal, que parecía que otra persona estaba hablando por él.

—¿Cómo?¿Qué ha pasado?¿Te atacó?

“No. Me gusta ir por ahí matando a gente. No te jode.”

Joder Hunnigan, claro que sí.¿Qué puta pregunta es esa?

Silencio al otro lado de la línea, excepto por el sonido de la respiración acelerada de Hunnigan, mezclándose con la respiración acelerada de Leon.

—Vale, perdona. Estoy nerviosa. No esperaba algo así ahora. —Dijo Hunnigan serenándose. —¿Sabemos quién es el atacante?

Leon se giró hacia el cuerpo sin vida del agresor. Miró su rostro, contraído por una muerte dolorosa.

Entonces giró la cabeza apartando su mirada. Respiró hondo y soltó el aire en una ráfaga temblorosa.

El ataque le había pillado sin aclimatar. Era por eso los ataques por sorpresa eran tan efectivos.

Además, daba igual cuán duro hubiera sido su entrenamiento y cuantas vidas le enseñaran a arrebatar en su trabajo. La realidad es que matar siempre era difícil de digerir, fuera en defensa propia o no.

Y no se refería a los zombies, que ya estaban muertos; o a los monstruos, como los Hunters, que nunca debieron existir. Matar a los b.o.w.s no le hacia sentir nada. Bueno, tal vez adrenalina y satisfacción.

Pero cuando mataba a un ser humano, se sentía como perder una parte de sí mismo, pues le obligaba a hacer de tripas corazón y eliminar cualquier emoción.¿ Y qué es un hombre sin sentimientos ni conciencia? Él no tenía la respuesta a esa pregunta, pero se sentía tan monstruoso y tan frígido como un maldito Tyrant.

Se aproximó al cadáver y, acuclillándose, comenzó a cachear el cuerpo en busca de algún tipo de identificación.

Nada.

—No lleva ningún tipo de identificación. —Comentó Leon encontrando que un olor muy desagradable provenía del cadáver. —Y se ha cagado.

—Ya, suele pasar cuando mueres. —Comentó Hunnigan con una respiración más pausada, mientras comenzaba a teclear. —Me pregunto si el sujeto trabaja para Trizom o  ha sido... no sé,  un robo que salió mal.

—Te digo yo que este hombre venía a matar. —Contestó Leon sacando el cuchillo del pecho del cadáver y metiéndolo en la bolsa, no sin antes limpiar la hoja con la camiseta del hombre en el suelo. —Cuando llegué, pregunté por Claire al recepcionista, y cuando subía a la habitación, le vi muy nervioso llamando por teléfono. No me cabe duda de que trabaja para Trizom y que es quién me ha mandado este regalo.

—Tienes que salir de ese hotel cagando hostias. No por nada te enviamos al mismo lugar que escogió Claire. Ahora sabemos que la gente del hotel está metida en este asunto. Aunque no estaría de más que le hicieras un par de preguntas a ese recepcionista del que hablas.

—Estaría bien que no vinieran más amigos de visita. Pretendo mantener el perfil bajo al menos hasta alcanzar El Descanso de Dios. —Dijo Leon al tiempo que sacaba de la bolsa su Silver Ghost y la escondía en la cinturilla de su pantalón.

—Te buscaré otro alojamiento. Mientras, lárgate de ahí.

—¿Es una orden?

—Obviamente. —Y dicho lo cual, Hunnigan colgó la llamada.

Leon metió su mochila de viaje dentro de la bolsa de las armas y se la colgó a la espalda.

Salió de la habitación intentando hacer el menor ruido posible,—bastante difícil con esa maldita puerta —, atento a cualquier sonido o movimiento en la penumbra de ese execrable pasillo.

El lugar estaba despejado.

Se aproximó al ascensor, que ya estaba en su planta y calcó el cero, que lo llevaría directamente a la recepción. Pero no lo tomó.

Las puertas se cerraron y un ascensor vacío comenzó a descender.

Por la contra, Leon tomó una puerta que quedaba a la izquierda del ascensor que daba a las escaleras de paso y comenzó a descender con sigilo pero más rápido que el ascensor. Silver Ghost en mano, con un precioso silenciador incorporado. La discreción era esencial.

Cuando llegó al recibidor, se encontraba en el lado contrario al viejo elevador. Y al asomarse a la recepción, encontró a João de pie, de cara al ascensor con una escopeta de acción de quiebre de dos cañones en la mano. Una mierda de arma si no pretendías hacer tiro al plato, en opinión de Leon.

El muy cabrón estaba esperándole sudando como un cerdo.

Leon se acercó al corpulento hombre por la espalda. Y justo cuando el ascensor llegó al piso de recepción, y João vio a través del cristal que el ascensor estaba vació, Leon le puso la pistola en la nuca.

—No sé hasta qué punto aprecias tu sudoroso pellejo. Pero si quieres conservarlo, más te vale tirar tu arma al suelo.

João no dudó ni un instante. Tiró la escopeta y levantó las manos.

—Gírate muy despacio y no hagas ninguna tontería. Te puedo asegurar que tengo muy buena puntería. Excepto cuando no quiero tenerla.

Y João obedeció.

El hombre tenía miedo. Podía verlo en sus ojos o en la forma en que su respiración agitada hacía que le vibrasen las narinas.

—Siéntate. —Ordenó Leon, sin dejar de apuntar con su arma directamente a la frente del recepcionista. —Vamos a tener una pequeña charla.

Y el hombre obedeció de nuevo.

—Te voy a hacer una serie de preguntas, João. Y en función de tus respuestas, pueden ocurrir una de estas tres cosas.

»Uno. Puedes salir de aquí sano y salvo.

»Dos. Puedes salir de aquí vivo, pero a qué precio.

»Tres. Puedes no volver a ver un nuevo día.

»Te juro, que tu supervivencia y tu bienestar están en tu mano, así que vamos a poner a prueba tu amor propio.¿Me has entendido?

El hombre movió la cabeza afirmativamente, aunque por como temblaba, era difícil estar seguro.

—¿Hablas mi idioma? —Comenzó Leon.

—S-sí. —Contestó el hombre nerviosamente.

—¿Me entiendes cuando te hablo? Necesito saber que la comunicación no será un lastre.

El hombre guardó silencio durante unos segundos, sopesando su respuesta.

—¡Oh! João.¿Solo dos preguntas y ya te estás planeando mentirme? Nunca me diste la impresión de ser muy inteligente, pero pensé que tu integridad física te importaba más. —Dicho lo cual, Leon apuntó a la rodilla izquierda del hombre.

—¡Sí!¡Sí!¡Entiendo perfectamente tu idioma! —Gritó João, con un fortísimo acento brasileño, frenando la acción de Leon.

—¡Vaya!¡Pero si de hecho sabes hablar bastante bien! —Lo elogió irónicamente el agente especial, mientras sonreía. Pero esa sonrisa tan perfecta y afable, en esas circunstancias, era una imagen más aterradora que si se mantuviera serio. —Entonces, vamos a continuar si te parece bien.

El hombre asintió de nuevo, siendo más temblores que persona y, de cuando en cuando, miraba a hacia la puerta del hotel, gesto que Leon captó enseguida.

—¿Estamos esperando a alguien? —Preguntó Leon.

João cerro los ojos y apretó los labios, pero no contestó.

—Por cada segundo que me hagas perder, te vuelo un dedo de los pies. Y créeme, solo hace falta que te quedes sin uno para andar cojo toda la vida. No quiero ni explicarte cuando te falten todos.

João abrió los ojos, miró al techo y susurró algo así como un reclamo al cielo.

Leon apuntó entonces hacia el pulgar de uno de sus pies.

—¡Sí! —Gritó el hombre. —Ai,meu Deus! ¡Sí!

—¿Cuántos?

—No lo sé. —Le contesto João mirándole a los ojos con la angustia como bandera. Decía la verdad.

—¿Cuándo? —Volvió a preguntar Leon.

—Al amanecer. —Contestó João enseguida. Esa información era valiosa. Significaba Leon tenía dos horas para irse de ese lugar y encontrar  uno seguro.

—¿Quiénes son? —Preguntó de nuevo Leon.

—Sicarios. —Contestó  el hombre que tenía una cascada de sudor derramándose por la frente.

—¿Para quienes trabajan?

—Para una empresa. Trizom, se llama.

Bueno, confirmación de sus más que obvias sospechas.

—¿Trabajas para Trizom, João?

—Yo... solo regento este hotel y...

—Te dije que mentir te costaría tu integridad. —Le interrumpió Leon.

—¡No estoy mintiendo! —Gritó el hombre elevando las palmas de las manos, tratando de hacerse uno con el respaldo de su silla.

—Lo que haces aquí, no se puede considerar regentar nada.¿Has mirado alguna vez a tu alrededor? Como mucho regentas una pocilga.

—Está bien, sí, regento una pocilga. —Contestó João rápidamente, encogiendo los dedos de los pies en unas sandalias de cuerda que parecían más improvisadas que el abanico de periódico que horas antes usaba mientras escuchaba la radio.

—Pero ese no es el punto, amigo. —Continuó Leon. —¿Llamaste tú al hombre que ha venido a matarme?

—No, no. Yo solo llamé a mi contacto de Trizom.

—Luego trabajas para ellos.

—No, no, yo solo... yo solo... —El hombre parecía no encontrar las palabras correctas. —Yo solo recibo dinero a cambio de llamarles en caso de que alguien venga preguntando por la mujer por la que usted preguntó. —Respondió el hombre muy dubitativamente. —Pero no trabajo para ellos. Yo trabajo para mí mismo.

—Vaya huevazos tienes, cabrón. —Dijo Leon volviendo a apuntar con su arma a la cabeza de João. —Arriba tienes mucho que limpiar. Si es que sabes lo que es eso. —João tragó saliva y volvió a murmurar una suerte de plegaria mirando al techo. —Resumiendo, que  casi me matan porque eres un puto chivato. ¿También los llamaste cuando Claire llegó aquí? —Preguntó Leon levantando la voz y apoyando la pistola sobre la superficie empapada de la frente del hombre. —¡contesta!

—¡Sí! —Gritó João cerrando los ojos y ahora llorando. —¡Sí! ¡Yo los llamé! —Reconoció, todavía sin abrir los ojos. —Ellos me dijeron que les llamara cuando llegara una americana. Pelirroja, de ojos azules, como la mujer de la foto. —João tragó saliva, o al menos lo intentó, pues tenía la boca seca. —Y eso hice.

Leon se estaba conteniendo. Cuando a un hombre le das un arma, hay una parte muy oscura de uno que se siente tan invencible, que se cree con derecho a todo. Por eso uno de los exámenes para ser policía, es un control psicológico, porque poseer un arma si no eres completamente capaz de controlarte, sería lo mismo que darle un arma a un psicópata.

Era cierto que Leon era un hombre compasivo. Y que antes de hacer daño a alguien o matar, buscaba todas las opciones vitalistas posibles.

Pero en este caso, estar delante del hombre que entregó a Claire, quien había confiado en su hotel  y por tanto en él para hospedarse, le estaba haciendo difícil mantenerse en el lado de la profesionalidad, la cordura y la compasión, pues solo un sentimiento los estaba queriendo barrer a todos sin dificultad. La venganza.

Quería torturar a ese hombre. Y no es que no estuviera disfrutando de ese interrogatorio, pues la angustia y el terror que ese hombre estaba experimentando era ya una buena tortura.

Pero Leon deseaba torturarlo físicamente. Tener el tiempo suficiente como para pasarse días encerrado con él en un habitación más tétrica que ese hotel y hacer que se arrepintiera hasta la muerte de haber aceptado ese pequeño trabajillo para Trizom.

Por suerte para João, esa parte de Leon que lo contenía, que era toda bondad y rectitud, siempre ganaba a su lado más oscuro y despiadado. Y en esta ocasión, consiguió que Leon apartara el arma de la cabeza del hombre más sudoroso del planeta.

—Préstame atención, João. —Dijo Leon guardando su arma en la cinturilla del pantalón y cogiendo unas cerillas que estaban sobre el escritorio del mostrador. —La mujer a la que entregaste, se llama Claire. Y es una persona muy importante para mi. Así que imaginarás que lo único que deseo hacer ahora mismo, es quitarte la vida. —Leon se inclinó sobre João para alcanzar la carpeta del registro de huéspedes, mientras esté cerraba los ojos tratando de echar su cuerpo lo más atrás posible.  —Eso significa, que no importa lo que hagas con tu vida a partir de ahora. Yo nunca te perdonaré que la engañaras y la entregaras. —Dicho lo cual, cogió la hoja con su nombre y firma, encendió una cerilla y acercó la llama al papel hasta que este se prendió, borrando así la prueba de que él alguna vez pisó ese lugar. —Y eso, a su vez, significa que nunca te voy a olvidar, João. Nunca.

João sintió sus palabras como lo que eran, una amenaza letal. Tragó saliva, o hizo el gestó de tragar y miró a Leon con miedo de hacerlo.

—Voy a salir por esa puerta. —Dijo Leon señalando la entrada del hotel sin separar su ojos, de un azul muy vibrante por la contracción de sus pupilas, de los diminutos ojos oscuros de João. —Y como algún sicario de Trizom me pise los talones, sabré que te has ido de la lengua. Y te buscaré. Y te mataré. —Y ahora susurró entrecerrando los ojos. —Y es lo que más me apetece en el mundo, así que por favor, hazlo.

João junto sus manos sobre su más que considerable barriga entrelazando los dedos a modo de súplica.

—No por favor, no por favor, no por favor. —Suplicó aún llorando con un hilo de voz.

—No por favor,¿Qué? —Preguntó Leon.

—Esos hombres, vendrán hasta aquí. Y cuando vean lo que ha ocurrido... cuan-cuando vean que su hombre está muerto, irán a por usted, aunque yo no les diga nada.

—Pues empieza a pensar cómo los vas a ralentizar.

—¿Cómo... los voy a ra-ralentizar?

—Tenéis policía en esta isla,¿Verdad? —Preguntó Leon.

—S-sí. Claro.

—Pues vas a coger ese teléfono, vas a llamar al número de emergencias y les vas a decir que hay un cadáver en tu hotel. —Le ordenó Leon señalando el teléfono en la pared. —No me importa las razones que les des sobre lo que ha pasado aquí, pero como digas mi nombre, eres hombre muerto. —João miraba a Leon con los ojos como platos y boqueando como un pececillo fuera del agua. —¡Vamos João, no tengo toda la noche! —Le instó Leon a voces.

El hombre saltó de su silla como un resorte ante la voz de Leon y se acercó temeroso y encogido hacia el teléfono. Tanto bigote para tan poco valor.

Lo descolgó y se puso el auricular en el oído. Leon chascó su lengua un par de veces mientras negaba con la cabeza y colocaba el teléfono entre los dos, para estar seguro de escuchar la llamada.

João marcó lo que Leon entendió que era el número de emergencias, mientras este volvía a sacar su pistola y apuntaba con ella al estómago de hombre.

—Habla en mi idioma, por favor. —Le susurró Leon, antes de que una teleoperadora respondiera a la llamada.

—Emergências, diga-me.

João miró a Leon y este apretó la boca de su pistola contra el estómago del hombre.

—Buenas noches señorita. Necesito ayuda. —Habló João tratando de ocultar su acento brasileño.

La teleoperadora, al escuchar otro idioma, comenzó a hablar en este.

—Buenas noches,¿Cuál es la emergencia?

—Estoy en el Hotel Zalle, al este de la isla. Hay un cadáver en una de las habitaciones. Un hombre.

La teleoperadora tecleaba rápidamente en su ordenador a juzgar por el sonido que atravesaba la línea.

—¿Está seguro de que la persona está muerta?

João volvió a mirar a Leon y este asintió lentamente.

—Sí, sí, estoy muy seguro, traigan a alguien, por favor. —Contestó João cada vez más desesperado por dejar de compartir un espacio tan pequeño con alguien tan peligroso como era Leon en ese momento.

—Una patrulla ya está en camino. Por favor no cuelgue, le tomaremos declaración.

En ese momento, Leon le quitó el auricular de la mano a João, y colgó tranquilamente el teléfono.

—Mientras la policía ande por aquí dando vueltas, los sicarios de Trizom no podrán meter sus narices, y no podrán saber si yo estoy vivo o muerto como para empezar a buscarme. —Le comentó Leon. —Así es como se gana tiempo.

Y dicho lo cual, disparó tres veces su pistola contra el teléfono en la pared para gran sorpresa de João, que se tiró al suelo encogido como el animal asustado que era, cubriéndose la cabeza con los brazos y meándose encima.

“Y eso que llevo el silenciador puesto.”

Leon se dispuso a salir del hotel, dejando al hombre temblando en el suelo, gimiendo como un perro apaleado sobre su propia orina.

Antes de salir por la puerta se giró y le habló al hombre.

—Y recuerda, João. Tengo los ojos puestos en ti. Habla más de la cuenta, y no volverás a hablar.

Dicho lo cuál, salió a la espesura de la vegetación en busca de un lugar donde pasar la noche.

 

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Ya había pasado una hora desde que Leon dejó atrás el hotel Zalle escabulléndose entre las sombras de la noche, alejado de los caminos principales y farolas de escasa luz.

Son veintiuna las islas que componen el archipiélago de Fernando de Nohorona. Un total de 26km².

La isla en la que estaba Leon, la única habitada, contaba con 17km². Es decir, que prácticamente la había recorrido entera durante este tiempo.

La adrenalina que experimentó antes de salir del hotel había acabado con sus reservas energéticas. Y entre el cansancio acumulado por falta de sueño, todas las horas viajando y tener el estómago vacío, Leon empezaba a sentir punzadas de dolor en el abdomen. Además, desmayarse no era una opción. Si Hunnigan no le llamaba pronto, dormiría al raso debajo de cualquier árbol y tiraría de la comida irradiada que estaba destinada para la misión. A fin de cuentas,¿No estaba ya metido de lleno en ella?

En ese momento, llamó Hunnigan.

—Dame buenas noticias, por favor. —Contestó Leon, suplicante.

—Son malas, Leon. —Contestó Hunnigan, derrotada. —Estamos en temporada alta, y los hoteles no tienen sitio.

»He llamado también a varios Airbnb y he intentado encontrar Couch Surfing, pero nada, ni un maldito sitio. Salvo el hotel Zalle que tiene todas sus habitaciones vacías.¡Qué sorpresa!

—Eso podría explicar porque Claire acabó en ese sitio infecto.

Ambos suspiraron al unísono. Y Leon no podía verla, pero estaba seguro de que Hunnigan tenía la cabeza tan gacha como él.

—Lo siento, Leon. Esto no es lo que se puede decir un trabajo eficiente por parte de logística.

—No digas tonterías.

—¿Dejar a un agente en la calle en plena misión? Sé que me quieres, pero yo también puedo soportar el peso del fracaso cuando se cierne sobre mí.

Los dos guardaron silencio. Leon estaba demasiado cansado como para discutirle nada a su compañera en esos instantes.

—¿Dónde estás? —Preguntó Hunnigan, que además de derrotada, parecía también extremadamente cansada.

—Ni idea. Me he puesto a caminar campo a través, hacía el lado contrario al hotel. He visto pasar a varios coches patrulla, así que supongo que ahora mismo João tiene montada una buena fiesta en su cloaca. Espero que le jodan pero bien. 

—Y yo. Puto cabrón. —Soltó Hunnigan. —Pero no es seguro que andes por ahí. Y además tienes que descansar.

—Me buscaré un lugar apartado entre la vegetación y dormiré al raso.

—Genial, el gran descanso. —Dijo Hunnigan con ironía. —Y no creas que estoy dirigiendo mi acidez hacia ti. Me lo digo a mi misma.

Leon, que no se había detenido en todo este tiempo, de repente salió de entre unos arbustos y llegó a la entrada de una finca.

Esta no era muy grande, pero la casa que albergaba sí lo era. Pero pese al tamaño, no tenía ese aspecto elitista que cualquiera puede dibujar en su mente cuando piensa en una gran casa en una isla paradisíaca, no. Era grande, antigua y muy bien cuidada. La facha estaba decorada con platos de muchos colores, móviles de viento de madera y caracolas y sobre todas las cosas, una cantidad ingente de maceteros llenos de flores a raudales de todos los colores. Colores, de hecho, tan llamativos que aunque de nuevo, las farolas que rodeaban la edificación tenían una iluminación muy pobre, estas destacaban como si fueran fosforescentes.

Era blanca esa casa, con marcos de ladrillo rojo a juego con el tejado y un camino de gravilla que serpenteaba hasta las escaleras de la entrada, que por lo demás, estaba rodeada de césped y muchos tipos diferentes de cactus.

Sin duda el lugar era ecléctico, pero con muy buen gusto. Resultaba muy, muy hogareña.

—¿Leon? —Sonó una voz amiga proveniente de uno de los balcones de la casa. —¿Eres tú?

—¿De quién es esa voz? —Preguntó rápidamente Hunnigan al escuchar la voz de una mujer.

—María. —Dijo entonces Leon, más por la sorpresa de haberla encontrado en un momento tan lamentable para él, que como respuesta a Hunnigan.

—¿Quién es María? —Volvió a hablar Hunnigan, pero Leon apartó el teléfono de su oreja, dejando de escuchar a su compañera para interactuar con María.

La mujer iba vestida con un camisón blanco, de manga corta y que apenas dejaba ver sus pies descalzos.

Ella llevaba el pelo recogido en una trenza hacia un lado, y los rayos de la luna se reflejaban con fuerza en la plata de su pelo, dándole un aspecto casi divino.

—¡Leon! —Volvió a repetir María, esta vez con la alegría que el conocimiento de saber quien era el hombre enfrente de su casa le daría a cualquiera. Pero sobre todo con la alegría de quien vuelve a ver a un amigo. —¿Qué haces en mi casa?¿Y a estas horas de la noche?

Leon estaba cansado y no quería perder el tiempo. Tenía que buscar un refugio, descansar y comer. Sobre todo, comer.

—Perdona María, no sabía que esta era tu casa. Me he perdido entre la vegetación. —Leon sonrió. Qué guapo se ponía cuando sonreía.

—Ya. Suele ocurrirle a la gente de la urbe cuando se les quitan sus calles cuadriculadas, sus farolas y sus taxis. —Comentó María con su afable carita de tortuga mientras devolvía la sonrisa con su broma.

—No puedo estar más de acuerdo. —Comentó Leon tratando de no alargar la conversación. 

Se alegraba mucho de ver a María por fin en su casa, feliz. Pero esa alegre historia debía esperar a ser contemplada y admirada cuando Leon no estuviera en una misión.

—Pero no son horas para perderse por la isla. —Continuó María. —Es mucho más bonita de día, te lo aseguro. 

—Ya, seguro que sí. —Dijo Leon levantando la mano a modo de saludo hacía María. —Perdona de nuevo la intromisión, María. Voy a seguir mi camino.

—¿Dónde te hospedas? —Preguntó María, todavía siendo todo amor y bondad. Pero no podía contarle la verdad. No podían relacionarlo con el hotel donde acababa de aparecer un cadáver.

—Lo cierto es que no me hospedo en ningún sitio. —Comenzó a decir. —Otro problema de las personas de la urbe. Viajan a pequeñas islas encantadoras, en plena temporada vacacional y esperan encontrar la isla llena de hoteles con habitaciones disponibles sin reserva. —Dicho lo cual se encogió de hombros e hizo un mohín.

—¿Me dices en serio que has venido desde tan lejos, para no tener dónde dormir? —Ahora los ojos de María estaban abiertos como platos, cosa que seguía sorprendiendo a Leon, pues su carita arrugada de tortuga, por unos momentos, se desarrugaban y esos ojos tan grandes parecían no cuadrar con el resto.

—Eso parece, sí. —Dijo Leon riéndose tímidamente, mientras se pasaba una mano por el pelo.

—¡De eso nada! —Gritó entonces María, señalándolo con un dedo. —Pasarás la noche aquí, en mi casa. Serás mi invitado. Y te puedes quedar todo lo que dure tu estancia en la isla.

Si alguien en la sala se atreviera a decir que esa mujer no era un ángel, Leon le volaría la tapa de los sesos.

—No quisiera molestar María. Con lo tarde que es. —Contestó Leon por educación, pero realmente muriéndose de ganas de echarse en una cama.

—Mis amigos nunca son una molestia, Leon. Has de saberlo. —Contestó María con cierto orgullo en su expresión. —¿Y qué más da qué hora es? Yo ya estaba despierta, no puedo dormir. La emoción me tiene como un búho. —Y ambos se rieron.

—Entonces,¿Puedo pasar aquí la noche? —Preguntó Leon solo por tener asegurada la confirmación de María.

—Y las que hagan falta. —Le sonrió María desde lo alto. —Espera, bajo en seguida.

Mientras María volvía a entrar al interior de la casa por las puertas correderas del balcón, Leon devolvió el móvil a su oreja. 

—¿Lo has escuchado? —Le preguntó Leon a Hunnigan.

—Dios, sí, que suerte. —Dijo Hunnigan con alivio en su voz. —¿De dónde ha salido esa mujer?

—Conocí a María durante el vuelo en avión, y le he caído en gracia por cederle mi asiento al lado de la ventanilla.

—¿Los asientos especiales que tanto me afané en conseguirte? —Dijo Hunnigan fingiendo ofensa, relajada ahora que sabía que Leon tendría un lugar seguro dónde descansar.

—Es una adorable anciana de 72 años con una carita de tortuga adorable que iba a cumplir su sueño de viajar por primera vez en avión. Tú también lo habrías hecho.

—Siendo así, tendré que entenderlo.

—Gracias por tu esfuerzo en conseguir esos asientos para mí. Me has salvado la noche sin saberlo.

—Qué bonito, esto parece una versión cutre de Cadena de Favores.

Escucha, voy a entrar, María ya ha encendido las luces del primer piso. —Le informó Leon. —Así que vete a descansar. Te lo has ganado más que yo.

—Salvo porque a mí no ha intentado matarme nadie.

—Y no te preocupes por mi. Estoy en buenas manos. Cenaré algunas de las delicias que has preparado para la misión y me tomaré una pastilla que me deje k.o. el tiempo suficiente como para no sentirme un octogenario.

—Muy bien. Descansa Leon. Mañana se viene lo gordo... ojalá no se hubiera torcido tanto esta noche.

—Bueno, te dejo. A dormir. —Ordenó Leon bajando la voz.

—Sí, papá. —Contestó Hunnigan y acto seguido colgó la llamada.

Leon recorrió el blanco camino de graba, que crujía bajo sus pies, y subió las escaleras de ladrillo de la entrada de la casa, flanqueado por todas esas flores de colores que reptaban por el suelo y descendían desde el techo, cuando María abrió la puerta y lo invitó a entrar.

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Chapter 5: Con permiso

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Si la casa por fuera parecía acogedora, por dentro lo era aún más.

Las paredes parecían hechas de adobe, lo que le confería un tono arenoso muy relajante y un acabado tosco en texturas que lo hacía parecer todo muy artesanal pero, como todo lo artesanal, muy único y mimado.

Al entrar, a mano derecha, había unas escaleras con pasamanos de madera que subían al segundo piso y se perdían por un hueco en la pared con un arco de medio punto, que presumiblemente daba a la zona de los dormitorios.

Y más allá de la escalera, había un salón muy amplio, con un larguísimo sofá de cuero envejecido, y varios sillones a juego que rodeaban una mesita baja y redonda de madera sin tratar, también de aspecto antiguo, sobre la que descansaban diferentes cuencos de latón con popurrí de flores y pétalos secos que daban un olor muy natural a la casa.

Este salón, a su vez daba con una cocina de concepto abierto que ocupaba casi la mitad de toda la planta, con una isla muy grande de madera.

Y en el lado izquierdo de la casa, había un pequeño zaguán con bancos de madera, pintados de verde y azul, pero cuya pintura se veía muy desgastada por el uso y el paso de los años, que de hecho le daban un sentido mucho más estético que si fueran nuevos; y un montón de perchas con un montón de chaquetas, pañuelos y sombreros de paja.

Más allá, había una suerte de invernadero adherido al resto de la casa, siguiendo el concepto abierto, donde había varias mesitas de té de mimbre, acompañado de varias sillas a juego del mismo material y al fondo, colindando con la cocina, una amplia y robusta mesa de madera con sillas de diferentes colores que daban asiento para más de una docena de personas. 

Las lámparas del techo eran de cerámica con dibujos florales muy naif, y todo parecía muy limpio y agradable. Ricamente decorado con libros viejos, figurillas antiguas, cojines de yute y plantas.

Sin embargo, lo que para gusto de Leon era la joya de la corona de ese magnífico oasis, era el suelo. Nunca había visto nada tan artístico colocado en una parte a la que nadie prestaba la mínima atención y que sin embargo era la base de todo.

El suelo estaba compuesto, de extremo a extremo, por baldosas de barro mate, que poseían dibujos florales en varios tonos de barro más claros, pero con acabado brillante. Todo ello unido con juntas de un marrón más oscuro que las baldosas.

Sobre el suelo no había alfombras de ningún tipo. Por un lado, en un lugar tan caluroso, no eran necesarias; pero por otro lado, ¿Quién se atrevería a colocar nada en el suelo que pudiera tapar semejante obra de arte?

Sin duda, Leon se había quedado asombrado con ese lugar.

—Bienvenido a mi hogar. —Le dijo María, con su eterna sonrisa, mientras cerraba la puerta tras de sí.

—Este lugar es alucinante. —Dijo Leon que no podía apartar sus ojos de aquel espectáculo decorativo.

—Es bonita, ¿Verdad? —Comentó María poniéndose a lado de Leon y observando también el lugar. —Es muy diferente a cómo era cuando yo me fui. Con decirte que toda esta planta estaba destinada para cobijar a las gallinas y ovejas de mi abuela, te imaginarás que para nada era así. 

»Pero con el paso de los años, toda la familia puso su granito de arena para hacer de este lugar una casa grande y resistente que sirviera de cobijo para toda la familia. Al fin y al cabo, nadie, después del fallecimiento de mi abuela, quiso seguir teniendo animales. Y la familia no ha hecho más que crecer, así que, aquí estamos.

—Mi más sincera enhorabuena a toda tu familia. El trabajo que han hecho aquí es impresionante. —Dijo Leon con total sinceridad.

—Gracias, hijo. Se lo haré saber a todos los que siguen vivos. —Dijo María mientras se reía a carcajadas. —Y después, se lo ha´re saber a los muertos cuando me reúna con ellos. —Y siguió riéndose. Era una maravilla dar con alguien que pudiera reírse tanto de la muerte, desde una posición tan inocente, cuando de hecho había vuelto a su hogar para morir. Simplemente María era única, y Leon le acompañó riéndose a su vez, pues verla reírse con tanta energía, con lo pequeña y enjuta que era, sin duda era contagioso.

—En fin, has venido a dormir, no a escuchar a esta vieja. —Dijo María serenándose, —¿Has comido algo?

—No, pero no te preocupes, traigo algo de comida en mi bolsa. —Contestó Leon sacándose la bolsa negra por la cabeza y cargándola sobre el hombro.

—¿Alguno de esos pre-cocinados que tanto os gusta a los jóvenes? —Preguntó María con cierto aire de desaprobación sin perder la sonrisa de ojos estrechos que la caracterizaban. —Ahora mismo pasas ala cocina y te preparo comida de verdad.

—Gracias María, pero de verdad que no es necesario. Ya estás haciendo mucho por mi abriéndome las puertas de tu casa, como para ponerte a estas horas a prepararme algo de comer. —Dijo Leon mientras María lo empujaba apoyando una mano en su espalda en dirección a la cocina.

—No digas tonterías Leon. Ya te he dicho que no puedo dormir esta noche. —Le recordó María. —Y además no voy a cocinar nada. Solo pondré a calentar la comida que sobró de la cena. No veas la cantidad de platos deliciosos que han preparado para mí como fiesta de bienvenida. —Dijo María derrochando felicidad. —Con todos los que somos y la cantidad de comida que sobró. No le niegues esto a una vieja, jovencito.

Y llegados al espacio, María sentó a Leon en una de las butacas de mimbre de la isla de la cocina y, dejando la enorme bolsa  que portaba en el suelo, este cruzo de brazos sintiéndose bastante liberado al poder sentarse y respirar en un lugar seguro.

María le sirvió un enorme vaso de agua fría con menta que a Leon le supo a gloria, y otro cuando este se lo acabó de un trago.

—Te ves mal Leon.¿Cuánto llevabas sin beber?

—Prácticamente desde que subí al avión. —Contestó Leon, cruzándose de brazos y apoyando el mentón sobre estos.

Meu Deus! Muchísimas horas. Y con el calor que hace aquí. Me sorprende que no te hallas muerto. —Dijo María mientras de la nevera sacaba un olla de barro que coloco sobre la cocina y acto seguido encendió un fogón. —Te voy a calentar una feijoada sriquísima que te va a devolver las fuerzas y el color. —Le comunicó María. —Es mi plato favorito de siempre. —Dijo esto último con un susurró y los ojos brillantes, como quien está confesándole un secreto a alguien.

—Muchas gracias, María. —Dijo Leon con una sonrisa cansada en el rostro, que hacían buena pareja con sus ojeras, tan oscuras como la noche de la que se acababa de resguardar.

—Nada, corazón. —Le contestó María dándole un apretón reconfortante a Leon en el hombro.

Mientras la feijoada se calentaba en el fuego, María sacó un recipiente de cristal de la nevera, en cuyo interior había una gran cantidad de arroz blanco, y en un plato muy amplio sirvió una buena ración de ese arroz.

Una vez sirvió el arroz y volvió a guardar el restante en la nevera, cogió una naranja grande del frutero, la pelo y la troceó sobre una tabla de madera preciosa que había sobre la encimera de  azulejos blancos, y la colocó al lado del arroz en ese amplio plato.

La feijoada estaba inundando el ambiente de un olor delicioso y a Leon le sonaron las tripas mientras la boca se le hacía agua.

—Tranquilo, León. —Comentó María mientras removía los frijoles con chorizo, lomo y panceta, al escuchar el lamento del estomago de Leon. —Ya casi está.

Dicho lo cual, sirvió una buena y jugosa cantidad del puchero en el hueco sobrante del plato de arroz y naranja y, acercándose a  una bolsa que colgaba de la puerta trasera de la casa, —que estaba justo entre la cocina y el comedor —, sacó de su interior un buen bollo de pan blanco, que coloco en el centro del plato, coronándolo.

Le acercó a Leon su deliciosa cena, entregándole cuchillo, tenedor y servilleta, y este, tras volver a agradecerle a María su hospitalidad, se lanzó a comer.

Podría ponerse a comer como un cerdo, porque el hombre estaba realmente canino, pero por suerte para él y su reputación, el cansancio acumulado no le permitía devorar como lo haría una bestia y comió de forma comedida pero sin pausa.

Y en serio, Leon adoraba a esa mujer. Sabía que ella no había preparado esa comida, pero se la había servido y estaba tan deliciosa que Leon pensó por u momento, que se había desmayado entre la foresta de la isla y estaba soñando. Porque esa delicia no podía ser real.

Mientras Leon daba buena cuenta de su opípara cena, María recogió el resto de feijoada y lo devolvió a la nevara, y limpió todos los útiles que había usando para cocinar. Y después, cogiendo dos tazas de barro con decoración colorida de uno de los armarios de la cocina, y tras haber calentado leche en un cazo, le añadió a esta una cucharadita de cúrcuma y miel, y se la acercó a Leon.

—En lo que terminas de cenar, la leche templará para que te la tomes antes de ir a dormir. —Le dijo María, apoyándose en la isla a un lado de Leon, mientras soplaba su propia taza de leche. —No incita el sueño, pero sus propiedades relajantes y antiinflamatorias te dejarán como nuevo mañana.

—Toda ayuda es bienvenida. Normalmente no duermo muy bien.

—¿Y eso, por qué? —Inquirió María revolviendo su leche de cúrcuma.

Leon  sonrió a María, pero no contestó de inmediato.

—Por muchas razones. —Terminó diciendo.

María, que además de ser afable y bondadosa, era muy sabia, supo ver que ese tema atravesaba a Leon de una forma dolorosa y no era ella la persona a quien debía abrirse.

—Lo entiendo, hijo. Lo entiendo. —Le contestó María, algo más seria, pero sin pena o compasión en su rostro. —La vida no es fácil. Muchos son los monstruos que quieren acabar con nuestras fuerzas y nuestro espíritu. —Leon la miraba pensando en cuánto ignoraba María lo cerca de la verdad que estaban sus palabras. —Pero, —Prosiguió María. —, por suerte no estamos solos. Los amigos, la familia, el amor. Siempre estarán ahí para ayudarnos a luchar y salir a flote. —Dicho lo cual, volvió a dar un apretón suave en el hombro de Leon. —Volverás a dormir plácidamente, Leon. Lo presiento.

Leon colocó su mano sobre la de María y sonriendo, le dio a su vez un ligero apretón y siguió dando cuenta de su deliciosa y reconfortante cena.

Una vez acabó y mientras se tomaba su leche templada con cúrcuma y miel, siguió hablando con María de temas mucho más triviales, como qué cosas ofrecía la isla para los turistas; o cosas más sentimentales, como recuerdos de la infancia de María o las diferentes líneas de su árbol genealógico, mientras esta, fregaba los duernos de Leon, insistiendo en que como invitado especial en su casa, no le permitiría siquiera algo tan mundano como fregar sus propios cacharros.

—Voy a enseñarte el cuarto de invitados, sígueme. 

Leon colgó de nuevo su bolsa al hombro y siguió a María atravesando el salón y subiendo las escaleras de adobe hasta el segundo piso.

Tal y como era de esperar, ese segundo piso era un largo pasillo con varias puertas a cada lado terminando en un recodo hacia la derecha y un gran ventanal que daba a un pequeño balcón;

girando en el recodo, nos encontrábamos con la misma situación, salvo que al final del pasillo, además de otro gran ventanal con balcón, el recodo giraba hacia la izquierda.

Y fue en ese pasillo, acabado en otro gran ventanal con balcón, que a mano derecha se encontraba la habitación de invitados.

Era una estancia pequeña, con una buena cama de metro noventa, con mosquitera alrededor de la misma y vestida únicamente con sábanas blancas y livianas que parecían muy fresquitas.

Había dos ventanales que comunicaban con un balcón, y que poseían estores de madera  al natural, que servirían para combatir el sol de la mañana.

Una pequeña cajonera a los pies de la cama eran el único mueble de la estancia, y al final de la habitación, a través de una apertura igual que la del final de la escalera, se encontraba un baño pequeño, pero con plato de ducha y mampara que llamaba a Leon con desesperación.

Leon entró y dejó la bolsa negra sobre la cama observando el espacio.

—Puedes darte una ducha si lo deseas. —Le dijo María con su querida sonrisa. —Y tienes toallas limpias en la cajonera. —Señaló la cajonera al pie de la cama. —Yo voy a intentar dormir algo, ya casi va a amanecer, pero el sueño empieza a hacer mella en mi.  —María se acercó a Leon levantando los brazos y Leon se aproximó para corresponderla y abrazarla fuerte pero con delicadeza.

—Muchas gracias por acogerme, María. Me has salvado la noche.

—Nada, nada, hijo. Espero que puedas descansar bien. Mañana despiértate a la hora que quieras,¡Eh! —Y María se separó dirigiéndose a la puerta. —Buenas noches, corazón.

—Buenas noches, María.

Y así Leon se quedó solo.

Sacó de su bolsa llena de armas, su mochila de viaje, y cerrando la bolsa grande, la guardo debajo de la cama.

Se dirigió al baño. Se lavó los dientes, se desnudó y se metió en la ducha. En la gloriosa ducha de agua fría que tanto agradecía con ese calor pegajoso y tras una cena caliente.

Echó la cabeza hacía adelante, dejando que el chorro de agua golpeara directamente contra su nuca. Y después echó la cabeza hacia atrás, permitiendo que el agua cayera directamente en su rostro que se sentía completamente contraído y tenso.

La sangre seca que manchaba parte de su cara y sus manos, parecía barro que el agua se estaba encargando de limpiar y hacer desaparecer por el desagüe a sus pies, junto al polvo del camino y el sudor.

Ese día había sido horrible.

Para empezar, había dormido mal; Después se enemistó con una amiga, Rebecca; Después se comió un largo viaje de diez malditas horas soportando el peso y el calor de un desconocido; Acabó en el hotel de los horrores dónde se vio obligado a matar a un hombre, sin haber comido ni bebido nada durante horas; y después estuvo deambulando por la isla cargando con una pesada bolsa sobre los hombros.

Lo único bueno que ese inicio de misión le había traído, era el conocimiento del paradero del Claire (aunque aún desconocía nada sobre su bienestar), y que había hecho una nueva e inesperada amiga, María, sin la cual ahora mismo estaría durmiendo al raso, sucio y cansado y con un sobre de comida no muy apetitosa en su estómago.

Una suerte, al fin y al cabo, dentro de todas las desdichas.

Tras ducharse, Leon salió del baño, se puso unos calzoncillos  y se tiró sobre la cama, estirándose y bostezando y sintiéndose muy cómodo.

No quería pensar más. Solo quería descansar para entrar en acción cuanto antes. Así que, cogió su férula de descarga, su Silver Ghost y tomó su píldora para dormir y el resto, ya lo sabemos.

 

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Leon se despertó medio incorporado, como propulsado por un muelle a sus espaldas, bañado en sudor.

Como cada noche, sus pesadillas se repetían, y pese a que había conseguido dormir siete horas seguidas y si no fuera por una necesidad extrema de estar lo más descansado posible para la misión, Leon sabía que no merecía la pena el sufrimiento onírico al que se sometía cada noche con la intervención de las pastillas, qué precisamente ayudaban a dormir sin interrupción de sueño porque lo dejaba atrapado dentro de sí mismo sin la posibilidad de darse una pausa del horror.

Se sentó al borde de la cama, con la respiración agitada, gotas de sudor resbalando por su frente y unas nauseas ácidas que ardían en su interior.

Esa noche, la Claire Zombie le arrancaba la piel de la cara y la masticaba y la tragaba mientras él observaba sin poder detenerlo y sintiendo un dolor insoportable.

 Tambaleándose, Leon se incorporó pasándose el antebrazo por la frente para evitar que el sudor, que sus cejas colapsadas no podían retener, se le metiera en los ojos, y se dirigió al baño.

Ni siquiera se desnudó o retiró su férula de descarga. Se metió directamente en la ducha y abrió el agua fría.

Y ahí se quedó, acuclillado, con los ojos cerrados y las manos entrelazadas detrás de la cabeza con los antebrazos tapándole los oídos, oyendo el sonido encapotado del agua caer, al romper contra su cuerpo y contra el cristal; oyendo su respiración interna, los latidos de su corazón, sus lágrimas.

Se quedó ahí hasta pasado un buen rato. Hasta que su cuerpo temblaba de frío y los dedos se sus manos se arrugaban por la humedad.

Se quedó ahí hasta que pudo sentir punzadas de dolor real que le recordaban que estaba vivo y sus dientes castañeteaban amortiguados por la férula de descarga.

Se quedó ahí hasta que dejó de sentirse débil y de alguna forma abandonado por sí mismo. Y recordó que esa, tal vez, sería su última ducha y que tenía que ponerse en marcha. Por Claire.

Una vez hubo salido de la ducha y se hubo serenado, se preparó con su ropa técnica, acomodó la cama, subió los estores,  abrió las ventanas del balcón y, bolsa negra al hombro, salió de la habitación de invitados y bajó al primer piso.

Toda la casa parecía en silencio, salvo por dos voces lejanas que hablaban tranquilamente desde la cocina.

Leon se acercó y vio a María sentada en un taburete de la isla junto a un moreno de unos veintitantos, con el pelo negro, ojos negros y aspecto enclenque.

—Buenos días. —Saludó Leon mientras se aproximaba a la isla y dejaba su bolsa en el suelo.

—¡Leon!¡Muy buenos días! —Saludó María con su gran sonrisa.

María se veía radiante. Cualquiera diría que la noche anterior estuvo despierta hasta las tantas.

Llevaba un vestido largo y vaporoso en tonos verdes y dorados  de tirantes y de nuevo largo hasta los pies, que seguían descalzos. Y el pelo lo  volvía a llevar recogido en un moño bajo, sujeto con un palo de madera terminado en una caracola.

El joven con quien había estado conversando, y que se encontraba de espaldas a Leon, se giró sobre su asiento y, con cara de pocos amigos, miró a Leon de arriba a bajo.

Muy bien, ese chico no deseaba que Leon estuviera bajo su mismo techo. No le culpaba, al fin y al cabo  ese chico había dormido compartiendo espacio con un desconocido. 

Pero ya podía estar tranquilo, Leon se iría de ahí pronto. En cuanto tomara una buena taza de café.

—¿Has dormido bien? —Preguntó María que ya se había puesto de pie en busca de una taza para Leon. —Toma asiento, corazón. —Le indicó a Leon, que decidió sentarse en el extremo de la isla más alejado del joven, que en ese momento se había girado dándole de nuevo la espalda.

Pero antes de que Leon pudiera responder a la pregunta de María, esta volvió a hablar.

—Él es uno de mis sobrinos, Thiago. Lo viste en el aeropuerto, es quien vino a buscarme. Saluda a Leon, amor.

—Hola. —Contestó Thiago sin dignarse a mirarlo.

—Encantado. —Contestó Leon por pura educación pero desde luego sintiéndose muy incómodo.

—Estos jóvenes han perdido los modales. —Dijo María riéndose. —Está un poco enfadado conmigo por haber invitado a un desconocido a hospedarse a noche. —Le explicaba María, mientras le acercaba a Leon una enorme taza de café, más negro que la brea. —Pero ya le he explicado que no eres ningún desconocido. Que eres mi amigo. 

—Gracias por tu hospitalidad, María. Lo necesitaba. —Dijo Leon, tratando de dibujar una sonrisa en su cara teniendo en cuenta lo incomodo que resultaba saberse mal recibido por alguien. En este caso por Thiago.

—Un amigo. —Susurró a voces Thiago, haciendo énfasis en la palabra “amigo” y resoplando después, mirando de nuevo a Leon con el ceño fruncido. A continuación, con ojos venenosos,  le dijo algo en portugués, que Leon no entendió, pero que le sirvió una reprimenda de María.

—En primer lugar, Thiago, habla en su idioma. Sabes perfectamente que Leon no entiende el portugués, te lo he dicho. —María le hablaba con seriedad pero muy afablemente, como quien trata de calmar a un animal a base de canciones de cuna. —Y en segundo lugar, lo que has dicho ha sido muy ofensivo, tanto para Leon como para mí, así que espero que te disculpes con los dos.

—Si el resto de la familia no se hubiera ido a trabajar, pensarían lo mismo que yo. —Replicó Thiago.

—Y yo me encargaría de explicárselo tan bien como te lo he explicado a ti. Ahora discúlpate.

Thiago volvió a mirar a Leon con el ceño fruncido y labios apretados.

—No importa. Si ni siquiera lo he entendido. —Contestó Leon sintiéndose completamente fuera de lugar y no queriendo hacer que las cosas se pusieran más tensas de lo que se estaban poniendo, pese a la delicadeza de la voz de María.

—¿Ves? Si ni quiera me ha entendido,¿Por qué le debo una disculpa? No se ha podido ofender. —Replicó el joven.

—Le debes una disculpa porque le has faltado al respeto, te haya entendido o no. Y sobre todo le debes una disculpa por ti mismo. Porque eres un buen muchacho, con modales y valores y no eres la clase de persona que no repara sus errores.

Thiago bajo la cabeza, sopesando las palabras de María. Después la volvió a subir y, mirando a Leon todavía serio pero con menos hostilidad que antes, se disculpó.

—Perdona. No debí decir lo que dije y te pido disculpas.

María, que volvió a su asiento anterior, le paso una mano por la nuca al chico, sonriendo orgullosa.

—Acepto tus disculpas. —Contestó Leon regalándole una media sonrisa pero todavía incómodo. ¿Qué demonios habría dicho ese tal Thiago sobre él, como para que María se sintiera tan ofendida?

—Y disculpas a ti también, tía. Perdona.

—Está bien, hijo. Y solo para que te quedes tranquilo, yo no busco volver a enamorarme. Aunque Leon es un amor. —Dicho lo cual María empezó a reírse, y tanto Leon como Thiago solo pudieron sonreír incómodos. Ahora Leon empezaba a hacerse una idea de las palabras de Thiago. Y más fuera de lugar que antes, Leon le dio un largo trago a su café.

—Y bien, Leon, ¿Qué tal has dormido? —Volvió a preguntar María.

—Bueno, desde luego he dormido más horas que otras noches. Seguramente por tu leche con cúrcuma, así que muchas gracias.

—No hay de qué, cielo. —Dijo María. —¿Te puedo ofrecer algo más de comer? Tenemos macedonia, tostadas, mermelada.

—Así está bien, María. No suelo desayunar mucho.

—Tenemos queso de la zona, está riquísimo. Y también huevos. —Siguió ofreciéndole María.

—Tía, no insistas. Ya te ha dicho que no quiere nada. —Intervino Thiago que, por más que se hubiera disculpado, no pensaba ser ni mucho menos hospitalario con Leon

—¡Ay! Tienes razón. A veces me pongo muy pesada ofreciéndole comida a la gente. Pero es que en mis tiempos eso era sinónimo de ser buena anfitriona. Las cosas cambian. —Dijo esta, volviendo su atención a Leon. —¿Y qué planes tienes para hoy?¿Te perderás por la isla, pero esta vez de día?

Ambos rieron ante esa broma interna y Thiago los miraba a los dos con desconfianza mientras él también se bebía su taza de café.

—Tengo pensado ir al Descanso de Dios.

En ese momento Thiago, de la forma más explosiva posible,  comenzó a reírse a carcajadas. Cosa que asustó a María, quien dio un respingo, y que molestó a Leon, porque, ¿Qué era tan gracioso?

—¿Al Descanso de Dios? —Preguntó Thiago mirando a Leon como quien mira algo ridículo. —¿Ese trozo de roca en medio del océano que es, de hecho, propiedad privada? —Y siguió riéndose descaradamente.

—¿Qué tiene de gracioso? —Preguntó Leon, no dejando ver que la presencia de ese joven le estaba empezando a tocar las narices.

—Pues si la palabra “propiedad privada” no te dice nada como para darte cuenta de que no está abierto al público, —Thiago se estaba ganando a pulso el bofetón de su vida. Pero Leon estaba por encima de las burlas de un niñato flaco y desgarbado. —, no encontrarás a nadie que te lleve hasta ahí.¿Sabes nadar? —Preguntó Thiago esto último como quién pone algo en duda.

—¿Por qué no iba a querer nadie acercarme hasta ahí? —Preguntó Leon pacientemente.

—Esto es lo que pasa con los gringos. Se creen que pueden ir a cualquier parte y conseguir lo que quieran. ¿Sabes que la mayoría de las personas de esta isla no han pisado nunca ese lugar?¿Por qué tú sí?

—Thiago, compórtate, por favor. Es normal que los turistas quieran ir a conocer El Descanso de Dios. Si se puede o no, es otro tema, pero no puedes recriminarle a Leon que lo quiera visitar. —Terció María.

—Aun así no encontrará a nadie que tan siquiera le vaya a dar un paseo alrededor. ¿No conoces las historias, tía? —Le preguntó Thiago a María

—No,¿qué historias? —Preguntó esta a su vez.

—Desde hace ya varios años, nadie se acerca al peñón a menos de medio kilómetro de distancia. Quienes lo han hecho no han vuelto jamás. —Dijo Thiago volviendo su voz más oscura, como quien cuenta una historia de terror. —Es nuestro triángulo de las Bermudas personal.

—Bueno, —dijo Leon. —, creo que no perderé nada preguntando por el puerto. Tal vez haya alguien que me quiera echar un cable.

—¿No me has oído? —Contestó Thiago con una molesta voz  aguda. —Es propiedad privada. No puedes andar por ahí metiendo en casas ajenas. Es ilegal.

En ese preciso instante el móvil de Leon empezó a sonar. Y menos mal.

—Hunnigan, aquí Leon. —Dijo este, respondiendo a la llamada y alejándose de la isla de la cocina, haciendo  un gesto de la mano, disculpándose.

—Buenos días, Leon. —La voz de Hunnigan sonaba pesada. Su compañera estaba cansada. —¿Has dormido bien?

—Siete horas del tirón. —Contestó este.

—¡Wow! Todo un récord. —Contestó sinceramente Hunnigan.

—¿Y tú? Se te oye realmente cansada. 

—He dormido como un tronco, pero no me vendrían mal otras dos horas más de sueño, francamente.

—Tómatelas. No te voy a necesitar para llegar al peñón de Trizom. —Leon ahora bajó la voz. —Me están diciendo que la gente por aquí no se acercan a ese lugar porque hay varios desaparecidos.¿Podrías comprobar si es cierto o solo una leyenda urbana?

—Marchando. —Dijo Hunnigan mientras tecleaba. —Parece ser que es cierto. Hay varias noticias al respecto y en los últimos años se ha incrementado en un 20% las denuncias de desaparecidos en baja mar. Huele mal.

—Es bastante obvio que Trizom está detrás de esas desapariciones.  No es forma de no llamar la atención, ¿No te parece?

—Bastante torpe, pero como puedes comprobar, no ha trascendido.

Mientras Leon hablaba con Hunnigan, María se había levantado para servir más café caliente en las tazas.

—Pensaba en acercarme hasta el peñón en barca, pero la gente de por aquí no se atreve a ir hasta ahí, y parece que con razón. Estaba pensando en comprarles una barca, pero eso me va a llevar un tiempo increíble. Sobre todo porque las barcas son su medio de vida. Encontrar a alguien que quiera vender, no será fácil.

—Ofréceles una cifra que nadie en su sano juicio pudiera rechazar.

—Eso haré. Estoy tomando un café para espabilar, pero en cuando acabe me acercaré hasta el puerto. Espero que no haya mucha policía dando vueltas por ahí. Imagino que la presencia de un cadáver en un lugar tan pequeño como esta isla debe ser muy poco usual.

—¡Anda!¿Quiénes son esos? —Preguntó María cuando fue a dejar la cafetera sobre los fogones, mirando por la ventana que tenía justo en frente. —¿Son amigos tuyos Thiago?

Thiago se levantó para mirar por la ventana.

—No, no sé quie...¿Eso son armas?

Leon se giró al escuchar esa extraña conversación y pudo ver a través del cristal de la puerta trasera, a un grupo de tres hombres vestidos de negro con fusiles en las manos, aproximándose a la casa a trote ligero.

—No me jodas. —Consiguió decir Leon al tiempo que uno de esos hombres apuntaba directamente a la ventana donde María y Thiago se encontraban.

—¡agachaos! —Gritó Leon corriendo hacia ellos y tirándolos al suelo, al tiempo que las ventanas de ese lado de la casa volaban por los aires.

María y Thiago se tapaban los oídos agazapados contra el suelo mientras gritaban de puro terror.

En ese momento, uno de los hombres atravesó el cristal de la puerta de la cocina y apuntó con su fusil en dirección a ellos.

Y Leon entró en modo combate.

Desde el suelo, pateó el fusil del hombre desequilibrándolo, al tiempo que se ponía de pie y le pateaba de nuevo en el plexo solar enviándolo por encima de la mesa del comedor para doce comensales que le quedaba justo detrás.

En ese instante, entró otro hombre, pero antes de poder apuntar con su fusil hacia Leon, este lo cogió con ambas manos y usó la culata del arma para golpear con fuerza sobre la cara del individuo.

Mientras esto ocurría, tanto María como Thiago, se fueron arrastrando hacia detrás de  la isla, buscando refugio.

Cuando entró el tercer individuo disparando, Leon usó el cuerpo del segundo como escudo, y en ese instante, de repente, la puerta principal saltó por los aires y otro grupo de tres hombres armados entraron en tropel envueltos en polvo y astillas.

Leon, que aun tenía a un hombre como escudo, lo cambió de lado, pateando al tercer individuo y sacándolo por la misma puerta por la que había entrado

El primer individuo, que se acababa de incorporar desde detrás de la mesa de comedor, lo apuntó con su arma y Leon, rápido como el rayo, cogió el arma que colgaba del cuelo de el hombre —ahora cadáver —que empleaba como escudo, y le voló la tapa de los sesos al primero, dejando una enorme salpicadura de sangre sobre la pared.

Uno de los hombres que había estado disparando desde la puerta principal, avanzó hacia Leon, al tiempo que el tercer hombre volvía a entrar por la puerta trasera.

Leon le lanzó el cadáver al primero, desequilibrándolo, mientras le quitaba el arma al cuerpo sin vida, y aprovechó la confusión para volver a patear el tercer hombre, que en esta ocasión, cayó sobre los cristales rotos del marco inferior de la puerta, clavándose en ellos por el cuello, dejando un charco de sangre  sobre el suelo.

Acto seguido, Leon disparó a uno de los hombres que se encontraba más alejado, justo en frente de la apertura principal, y este cayó en el acto, sin más participación que dar fuego de cobertura.

El hombre al que Leon había lanzado el cadáver, tras zafarse de este, disparó en dirección a Leon, y Leon se escondió tras la isla.

Hubo intercambios de balas, hasta que ambos se quedaron sin munición. Y mientras ese hombre cargaba su arma, Leon saltó y se deslizó por encima de la isla, girándose al final de esta, apoyando su peso sobre sus antebrazos, para atrapar con sus piernas la cabeza del hombre y, con un simple movimiento de sus pies y el sonido opaco de un cuello al romperse, el hombre se desplomó en el suelo, momento que  Leon aprovechó para coger su munición.

Pero el último hombre, que se había aproximado hasta la mesa de comedor y que había tumbado esta para hacer una barricada, ahora le disparaba y viendo que no había respuesta de tiros por parte de Leon, abandonó la seguridad de su posición y se aproximó hasta la posición de Leon.

Leon por su parte, agazapado, rodeó la isla para pillarlo de espaldas, pasando al lado de María y Thiago, que lloraban y se protegía las cabezas con los brazos.

Cuando el último enemigo llegó a la posición dónde creía que encontraría a Leon, se encontró con un espacio vacío,—únicamente ocupado por el cadáver de su compañero —, por la espalda, y con ayuda de un arma vacía, Leon comenzó a estrangularlo.

El hombre se revolvió y, golpeando a Leon en las costillas, se zafó de este, y girando lazó una patada derecho al estómago de Leon, quien se dobló en dos por la fuerza del golpe.

Antes de que Leon se recuperara, el hombre lo cogió por la nuca y lo lanzó contra la isla, cuyo impacto frenó con sus caderas.

Leon se giró y el hombre se le echó encima con un cuchillo en la mano.

Leon tenía las piernas inmovilizadas por su atacante y las lumbares se le clavaban en el borde la isla.

El hombre gritaba, con los ojos saliéndole de las órbitas, mientras usaba todo el peso de su cuerpo para empujar el cuchillo que rozaba el cuello de Leon.

Leon trataba de resistir, pero su postura no le permitía un buen punto de apoyo que pudiera servirle para ejercer más fuerza, pudiendo a duras penas resistir el ataque.

¿Ya está?¿Así es cómo iba a acabar su misión?¿Con Leon muerto antes siguiera de haber encontrado a Claire?¿Y que sería de ella?¿De verdad no iba a poder salvarla?

Leon ejerció toda la fuerza que podía, gruñendo y tratando de mover su tren superior hacia un lado. Sabía que no iba a poder resistir mucho más, así que estaba buscando la forma de lograr que ese cuchillo se clavara en otra parte de su cuerpo menos vital que el cuello. Como los hombros.

Los músculos le ardía y le temblaban por el sobre esfuerzo. El sudor del hombre que tenía sobre sí, le goteaba sobre la cara. Y lo tenía tan cerca que podía oler su aliento, golpeándole sobre la boca, nariz con nariz.

Y de repente, se oyó un ruido sordo y el hombre se desplomó sin fuerza sobre Leon.

Leon no entendía qué acababa de pasar, pero rápidamente coló su mano por debajo de la mandíbula del hombre, y con un tirón, le descolgó la tráquea, provocándole una muerte segura.

Acto seguido, tiró el cuerpo hacia un lado, e incorporándose, vio a María de pie, sobre la propia isla, con una sartén de hierro fundido en las manos. Temblando, con la respiración agitada y con los ojos muy abiertos.

—Nadie se mete con mi familia. —Dijo mientras dejaba caer la sartén a sus pies.

Leon, que la observaba atónito mientras recuperaba el aire, vio como Thiago salía de detrás de la isla y ayudaba a María a bajar.

—Gracias. —Dijo Leon con asombro. —Me has salvado la vida.

—Por lo que puedo observar, —Dijo María con la voz muy temblorosa. —, el que nos la ha salvado eres tú.

Los tres se quedaron entonces en silencio, mirando a su alrededor y viendo cómo esa casa, que había sido refugio y oasis de Leon, era ahora un lugar destrozado, lleno de sangre y muerte.

—¿Quiénes eran estos hombres? —Preguntó Thiago que apenas estaba susurrando.

Leon se agachó y examinó cada uno de los cadáveres para comprobar que estaban debidamente muertos y que ninguno tenía documentación. Lo cual indicaba que eran hombres de Trizom,¿Pero cómo habían dado con él?

Le habían seguido el rastro. Leon había puesto en peligro la vida de la familia de María porque la noche anterior no había tenido el cuidado de borrar bien sus huellas. Un error que podría haber acabado en desgracia.

—Leon. —Llamó María. —No trabajas en una oficina,¿Verdad?

Leon miró a María y después bajó la cabeza.

—Lo siento. —Empezó a decir. —Estos hombres me buscaban a mi. Tienen órdenes de matarme.

—¿Por qué? —Preguntó María aproximándose a él tentativamente. Su expresión, sus movimientos, la inclinación de su voz. Todo indicaba que estaba realmente preocupada por él.

—Porque he venido para quitarles algo que ellos quieren. —Contestó Leon enigmáticamente. —No te puedo contar más por tu propia seguridad y la de tu familia. 

—¿¡Seguridad!? —Alzó Thiago por fin la voz. —¿¡Seguridad!? —Volvió a repetir, perplejo y casi riéndose. —Casi nos matan,¿y ahora te preocupas por nuestra seguridad?

—No sabía que me encontrarían aquí, sino nunca me habría quedado.

—Claro. —Dijo Thiago con ironía. —Para nada nos estabas usando de escudo.

—A ti te parece que tal y como nos ha protegido,¿nos ha tratado de usar como escudo? —Le contestó María con enfado en el rostro.

—¡Se estaba protegiendo a sí mismo! —Le gritó Thiago extendiendo los brazos y encogiéndose de hombros. —¿Es que no lo ves? Este tío es peligroso. Está metido en movidas muy chungas y te ha engañado y utilizado para esconder su culo de esos asesinos.  —Un bofetón cayó sobre el rostro de Thiago y, sorprendentemente, no provenía de Leon,(no por falta de ganas), sino de la buena, afable y gentil María. Leon jamás habría imaginado que una señora de setenta y dos años tuviera semejante fuerza.

—¿Mejor? —Le preguntó María a Thiago, que se sujetaba la cara con la mano y miraba perplejo a María. —Relájate. Tienes que mantener la calma.

Y Thiago se relajó. Un buen bofetón a tiempo arregla muchas cosas. O ese parecía ser el lema de María.

—Os pido perdón. —Dijo Leon. —De verdad que nunca quise ponerte en peligro, María. Ni a ti, ni a tu familia. —Leon la miraba a los ojos, ablando con el corazón en la mano. —Y siento mucho lo que le ha ocurrido a tu casa. Lo arreglaré, te lo prometo.

—Ya lo sé hijo, ya lo sé. —Dijo María, tomando asiento y llevándose una mano a la frente.

León buscó por el suelo y dio con su móvil. Lo cogió y se lo llevó a la oreja.

—Hunnigan,¿sigues ahí?

—Aquí estoy, Leon. —Contestó Hunnigan con voz cautelosa. —Primer ataque fuerte,¿No?

—Seis hombre armados.

—Joder. 

—Estamos todos bien. —Le dijo Leon mientras se giraba para mirar a María y a Thiago, que le observaban como dos corderitos en el matadero. Tenían miedo. —Les han destrozado la casa.

—Qué cabrones. —Dijo Hunnigan apretando los dientes. —Diles que deben abandonar la casa ya.

—Sí. Pero ya no puedo mantener mi perfil bajo. Tienen que llamar a la policía y explicar lo ocurrido. No creo que puedan no mencionarme.

—Algo se nos ocurrirá. Todavía tienes que conseguir un bote.

—Iré nadando.

—¿Qué? Ni de coña, Leon,¿te has olvidado de cuántos kilómetros son?

—Cuatro kilómetros. Pero no tengo opción.

—Lo que no es una opción es que te mueras en medio del mar. —Dijo Hunnigan alzando algo su voz. —Ni siquiera tu versión más joven habría podido recorrer cuatro kilómetros a nado y después enfrentarse a unos terroristas en misión de rescate. Cómo para que tu versión... menos joven, digamos, vaya a lograrlo.

—No me siento para nada ofendido. —Dijo Leon tratando de hacer una chanza para calmar a Hunnigan.

—La respuesta es no, Leon. —Zanjó Hunnigan. —Y si lo haces, lo destaparé todo y el gobierno ira en tu búsqueda antes de que te ahogues y después volarán en pedazos Trizom por secuestrar a una ciudadana americana, sin siquiera pararse a preguntar si está viva y cómo sacarla de ahí. Y tú acabarás relegado de tu trabajo y en constante observación por atreverte a actuar por tu cuenta. —Dijo Hunnigan a la carrerilla y acabó la perorata con respiración temblorosa.

—Haría cualquier cosa por Claire. —Fue lo único que contestó Leon.

—Leon, no estás pensando con...

—¿Tú no lo arriesgarías todo por tu mujer? —Le cortó Leon.

—Tú mismo lo has dicho. Es mi mujer. Estamos enamoradas y casadas y mi futuro está con ella. —Le respondió Hunnigan claramente enfadada. —Tú no puedes decir lo mismo de Claire. Tienes sentimientos por ella, de acuerdo. Pero como tú mismo has dicho, eso no significa que ella los tenga por ti. Y quieres arriesgar tu vida por una persona que no... —Hunnigan guardó silencio. —Leon. Es tu amiga y lo entiendo. Pero ni siquiera sabemos si está viva.

Leon apartó el móvil de su oreja y cerrando los ojos echó la cabeza hacia atrás, llevándose una mano a los ojos y respirando hondo.

Entonces, una mano amable se posó sobre el antebrazo de Leon. Y cuando este miró, con los ojos rojos y cansados, la sonrisa de tortuga de María le sostuvo.

—Thiago te llevará. —Le dijo María.

Leon parpadeo varias veces y miró a Thiago que miraba a María con ojos atónitos y la boca abierta.

—¿Qué Thiago? —Preguntó este.

—Tú, mi vida. —Le contestó María tranquilamente sin aparatar sus ojos  de los de Leon.

—Mira... Leon... —Comenzó a hablar Thiago. —No sé quien es la persona a la que buscas, ni por lo que debes estar pasando para encontrarla... y siento mucho que estés en esta situación, pero... pero... no te voy a llevar hasta ahí. —Aclaró Thiago.

—Sí lo hará. —Contestó María, todavía sonriendo afablemente, como si su casa no fuera un desastre lleno de muerte.

—Qué no insistas, tía, no lo haré. —Contestó de nuevo Thiago.

María dio unas palmaditas en el antebrazo de Leon y repitió calmadamente.

—Sí lo hará.

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El mar estaba en calma mientras Leon y Thiago se aproximaban paulatinamente hacia El Descanso de Dios.

Una vez que Thiago llamó a la policía para decir que un grupo de hombres habían convertido su cocina en un campo de batalla personal, —y sin mencionar a Leon —, la policía les comunicó que  irían inmediatamente pero que era mejor que esperasen en algún lugar seguro, lejos de la casa.

En eso, Thiago, María y Leon se subieron en el Renault 4  de Thiago y acudieron a casa de una vecina, donde María esperaría a la policía. Y mientras tanto, Thiago y Leon fueron hasta el muelle, cogieron la barca de Thiago y tomaron rumbo al peñón.

Thiago no estaba muy contento con tener que acercar a Leon hasta ese lugar. Estaba claro que se veía obligado y su actitud así lo reflejaba.

Leon le había agradecido varias veces que hiciera eso por él pero el joven no le contestaba y ni siquiera le miraba.

No importaba, Leon podía vivir con eso con tal de rescatar a Claire.

Todo lo que estaba ocurriendo en esa misión era absolutamente inusual. Depender de civiles, entablar amistades... sentirse tan histérico camuflado de serenidad. Todo muy poco ortodoxo. Es lo que tenía estar actuando por su cuenta, que no podía contar con una red profesional que lo avalara.

Si esto fuera cualquier otra misión, habría viajado hasta el peñón directamente desde un helicóptero y podrían darle apoyo desde arriba mientras él entraba a tropel a por Claire.

Bueno, falso. Claire no era lo que el gobierno consideraría persona de interés como para hacer ese despliegue de poder. Y fantasear con lo fácil y rápido que sería contar con todo el armamento posible no cambiaba la realidad de que estaba solo, y por una buena razón. Que solo él le daría la importancia suficiente como para saltarse todos los semáforos en rojo que se encontraría durante el camino.

No paraba de darle vueltas a lo mismo desde que inició esa misión. Y lo cierto era que cuanto más lo pensaba, más resentimiento, aversión y odio sentía hacia su gobierno. Algo insólito en él.

Nadie debería ser más importante que nadie a ojos del estado. Y que la persona más importante para Leon no fuera nadie para su gobierno, se sentía tan insultante que si fuera posible, Leon lo abofetearía como si fuera un sujeto de carne y hueso.

O podría dejar su trabajo y mandarlo todo a la mierda. No sería la primera vez que ese pensamiento cruzaba por su mente.

Pero basta de meditaciones y pensamientos intrusivos. Leon tenía que estar concentrado en sus siguientes pasos. En seguir un plan en cuanto pusiera un pie en ese lugar. El descanso de Dios. Propiedad de Trizom Corporation. Alexis Belanova. 

A medida que se iban acercando al peñón, Leon podía empezar a ver cosas que no se apreciaban desde tierra, como las diferentes construcciones, escaleras y pasarelas que lo cubrían casi todo; o las torres, cableados y paneles solares que parecían dar la energía necesaria a ese lugar.

—Thiago. —Habló Leon. —Cuando estemos a quinientos metros, da una vuelta completa al peñón. Quiero comprobar si tienen muelle y en qué zona, para evitarlo. Buscaré una entrada que no se esperen.

Thiago resopló poniendo los ojos en blanco pero obedeció. Estaba enfadado, sin duda, pero también tenía miedo, encubierto con desdén. Totalmente comprensible. Leon le devolvería este favor con creces.

Cuando estuvieron a la altura de quinientos metros de distancia, Thiago hizo lo que Leon le pidió y comenzó a dar una vuelta alrededor del peñón.

Tal y como Leon había imaginado, contaban con un amplio muelle flotante con varias lanchas motoras, motos de agua y la embarcación más grande, un Yate llamado Belanova. Realmente no estaba atracado, sino que se mantenía a cierta distancia del muelle, pero en esa misma zona. Aunque parecía moverse al rededor del peñón a una velocidad muy lenta. Lo suficiente como para que fuera difícil discernir si estaba en movimiento o no.

A parte del muelle, Leon pudo encontrar alrededor al menos tres superficies distintas que le podrían servir de entrada al peñón sin poner en riesgo la integridad de la barca de Thiago y que además le evitarían el tedio de tener que escalar, pues tenían caminos naturales que parecían llevar a la cima de loa 200metros de altitud.

Thiago había dado dos vueltas al peñón, por petición de Leon, manteniendo la distancia de quinientos metros, cuando frenó la barca.

—Vale, —Dijo Leon girándose hacia Thiago. —, creo que puedo entrar por el espació que vi en la zona de atrás, a unos cien metros del muelle. Eso nos dará la discreción que buscamos y podrás irte rápidamente sin ser visto. —Leon cogió su móvil para llamar a Hunnigan mientras seguía hablando. —Da la vuelta por el lado izquierdo aumentando la distancia,  y después nos acercamos a toda velocidad en línea recta hasta la zona de entrada donde...

—No. —Le cortó Thiago.

Leon levantó la vista de su móvil para mirar directamente al joven. Este miraba a Leon con los ojos muy abiertos, las cejas suplicantes y la respiración acelerada. Incluso parecía a punto de llorar.

—¿Cómo? —Preguntó Leon  con voz calmada. No le gustaba pensar que su asunto personal le estaba suponiendo un ataque de ansiedad a alguien inocente.

—Qué no. —Volvió a decir Thiago. —Lo siento Leon, pero quinientos metros es lo máximo que me voy a acercar a ese lugar. —El joven tuvo el valor de decirlo, como quien aguanta la respiración y después deja escapar el aire, agachando la cabeza.

Leon separó los labios para replicar algo, pero antes de decir nada los volvió a juntar.

Giró la cabeza para mirar el peñón. Eran  solo quinientos metros. El peñón parecía muy cerca. El mar estaba en calma. Tenía el equipo. No podía ser tan difícil.

Volvió a mirar a Thiago que seguía con la cabeza gacha. Era solo un crío, no podía pedirle tanto y mucho menos arriesgar su vida.

—Thiago. —Le llamó Leon con una media sonrisa. —No te preocupes. —Dijo poniéndole una mano en el hombro al tiempo que Thiago  alzaba la vista para mirarle a los ojos. —Ya me has ayudado mucho. Gracias.

—Soy un cobarde. —Dijo Thiago con la voz rota llevándose las palmas de las manos a los ojos.

—No, que va. —Dijo Leon quitándole hierro al asunto, girándose en la minúscula barca para abrir su bolsa negra llena de armas y sacar el neopreno. —Un cobarde no me habría traído hasta aquí. —Leon se volvió a girar para mirar a Thiago con el rostro de la confianza y la calma que él sabía que ayudaría al joven a sentirse mucho más valioso de lo que probablemente sus voces internas le estaban diciendo. —Me voy a desnudar para ponerme el neopreno. —Thiago apartó las manos de su rostro y se quedó mirando a Leon con confusión. —No me importa que mires, solo aviso. —Aclaró Leon.

Y Thiago se giró al tiempo que su rostro se sonrojaba. No era nada relevante, pero Leon se quedó extrañado.

Ponerse un neopreno en una superficie tambaleante como una barca pequeña no es tarea fácil, pero nada que Leon no pudiera realizar con maestría.

Había dejado a buen recaudo su mochila de viaje con María, así que en la bolsa negra con las armas, solo había lo que debía haber para el éxito de la misión. Y era una suerte que la bolsa fuera impermeable, sino andar por ahí con ropa y armas mojadas, no parecía la forma más correcta de llevar a cabo su empresa.

Una vez enfundado en el neopreno negro más ajustado del mundo y calzado con escarpines, llamó a Hunnigan.

—Leon, aquí Hunnigan,¿Ya estás en tierra?

—Aquí Leon. No, sigo en la barca, a quinientos metros de una entrada natural.

—Perfecto.

—Al final añadir un neopreno y una botella de oxígeno ha sido una buena idea. Recorreré los quinientos metros buceando.

—¿Y eso por qué?

—No voy a poner en peligro la vida del chaval que me ha acercado hasta aquí. —Le contestó Leon, no queriendo mencionar que el chaval se había negado porque de todas formas Leon estaba de acuerdo con que se fuera y se pusiera a salvo. —No te preocupes. Son solo quinientos metros.

—Ya, parece una distancia que un anciano como tú podría recorrer.

—Tenemos la misma edad, camarada.

—No, que va.¿No sabías que yo después de los veintisiete no volví a cumplir años?

—¡Vaya! Debí perderme ese dato de tu vida.

—Pues no entiendo cómo, es más que evidente.

Y ambos se rieron. Thiago observaba a Leon como quien no comprende que alguien que está a punto de meterse en una trampa mortal, se esté riendo tan tranquilo.

—Sincronicemos el móvil con el pinganillo, por favor. —Dijo Hunnigan con su tono  profesional.

—De acuerdo. —Contestó Leon, al tiempo que de la bolsa sacaba un pinganillo que iba conectado a una pequeña petaca.

El pinganillo era de última generación. Tan pequeño que apenas se veía en el oído. Y lo mismo ocurría con la petaca. Pequeña y ligera pero con más de cien horas de autonomía.

El único fallo de estos pinganillos que se sincronizaban con el móvil, es que solo permitían intercomunicación con una persona de la agenda (en este caso Hunnigan), y que a veces daba fallos por cobertura, como ocurría con un móvil cualquiera, aunque con menor frecuencia.

Leon se colocó el dispositivo en la oreja, y después de un pitido suave, empezó a escuchar a Hunnigan por el pinganillo. 

—Probando, probando, Leon,¿me escuchas? —Repetía Hunnigan en el micrófono de sus auriculares.

—Alto y claro. —Contestó Leon.

—Sincronización completada con éxito. —Informó Hunnigan.

—Te llamaré cuando pise tierra. Ya sabes como funciona a partir de aquí. Me pondré en contacto contigo cada dos horas. En caso de no hacerlo, tratarás de establecer contacto conmigo. Y en caso de no lograrlo, esperarás un máximo de doce horas para mandar ayuda. —Dijo Leon.

—Entendido.—Contestó Hunnigan. —Sincronizando relojes, hora de Brasil. —Volvió a hablar Hunnigan, explicando en voz alta toda su preparación como logística, tal y como  que hacía en cada misión. —Sincronización completada. Temporizador marcado cada dos horas. Cronómetro pre programado en doce horas. —Y Hunnigan tecleó de nuevo algo en su ordenador. —Listo.

—¿Qué sabemos del complejo? —Preguntó Leon.

—Por lo que he podido comprobar vía satélite, El Descanso de Dios mide quinientos metros totales de altura. Pero contando con su forma de trono, esa sería la altura correspondiente al respaldo.

»La superficie plana, donde se encuentra el laboratorio, está a doscientos doce metros de alto, con una extensión de 10.000m² construidos.

»He observado que cuentan con varios montacargas, así que podemos presumir que debajo de la superficie cuentan con más metros construidos. Es decir, que el lugar es enorme para estar en un trozo de roca en medio del mar.

—Ya veo. —Contestó Leon, parco en palabras, ahora que esa información comenzaba a dibujar mapas en su mente. La empresa no sería fácil, porque no conocían el lugar donde iban a meterse, ni dónde tenían escondida a Claire, pero saber que las dimensiones del lugar que iba a investigar medían lo mismo que un estadio de futbol y que además desconocían el tamaño total bajo la superficie, en fin, simplemente dejaba claro que ese rescate llevaría más tiempo del estimado.

—Eso no es todo. La parte más elevada, también cuenta con montacargas exteriores y  tres helipuertos con sus correspondientes helicópteros.

—Ya decía yo que en esta historia faltaban helicópteros. —Dijo Leon con la voz apagada pero sin perder su toque irónico.

—Ten cuidado Leon. He contado un centenar de soldados en la superficie. Y aunque en principio no supongan una amenaza, podrían tener también a un centenar de científicos trabajando dentro del laboratorio, así que no son poco los enemigos con los que te encontrarás. 

»Y como me digas que en el pasado te enfrentaste al triple de soldados, si no te matan ellos lo haré yo en cuento te vea.—Le dijo Hunnigan, con el mismo temor que siempre había experimentado cuando se despedía de Leon cuando empezaba alguna misión. —Así que ten cuidado.

Los dos tomaron aire, pero Leon además estaba sonriendo.

—Lo tendré. —Contestó entonces Leon.

—Buena suerte, agente. —Se despidió Hunnigan y acto seguido colgó la llamada.

El móvil de Leon quedó en ese momento completamente inutilizado, toda su actividad quedaba reducida a las llamadas a Hunnigan a través del pinganillo.

—Thiago, ¿me harías el favor de meter el móvil en la mochila que dejé  con María? —Le pidió Leon a Thiago, que hasta ahora se había quedado en silencio observando al agente especial hablando por teléfono, mientras asentía y cogía el móvil que este le estaba entregando.

—En cuanto me lance al agua no lo dudes ni un instante y sal lo más rápido que puedas de aquí. Reúnete con María y pídele a la policía que os asignen varios agente como protección para esta noche. Probablemente no los necesitéis. Esta gente no va a por vosotros. Pero por si acaso, solicitadlo.

—De acuerdo. —Contestó Thiago asintiendo nerviosamente. —Suerte Leon. Espero que encuentres a la persona que estas buscando. A esa tal Claire. Ojalá que esté bien. Y ojalá nos volvamos a ver.

Leon sintió la sinceridad en las palabras amables de Thiago, así como en su mirada amplia y limpia, aunque llena de temor.

—Y yo que pensaba que te caía mal. —Soltó Leon a modo de chanza, quitándole seriedad al asunto y provocando una sonrisa en Thiago.

—Bueno, es cierto. Creí que eras uno de esos jóvenes que encandilan a ancianitas ingenuas para quedarse con su dinero. Aunque no es que mi tía tenga dinero, realmente.

—Y no es como si María fuera una mujer ingenua que busca ese tipo de compañía.

—Ya, bueno, llevamos muchos años sin vernos y... no sabía lo que pensar de vuestra amistad.

—No te preocupes. Me alegra que ahora veas las cosas desde otra perspectiva. Desde la perspectiva correcta.

Leon se colocó la maya de cabeza del neopreno y se colgó la bolsa de la espalda. Pesaba varios Kilos, pero Leon podría con ello. Al fin y al cabo, seguía siendo uno de los mejores agentes especiales de su país y eso no era por nada. Era más mayor y por tanto más experimentado, pero seguía teniendo el fondo necesario para seguir combatiendo el mal, o bucear por aguas tranquilas con algunos kilos extra.

—Cuídate Thiago. Y cuida de María. Es una mujer maravillosa.

 Y dicho lo cual, se puso unas gafas de buceo y, con la botella de oxigeno en la mano, se lanzó al agua.

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Puede, y solo puede, que la distancia recorrida hasta tocar tierra por parte de Leon, fuera más dura de lo que había imaginado.

Para empezar, esos “kilitos” de más de la bolsa, puede que fueran demasiados. Por no mencionar que la bolsa quería tirar de él hacia el lado contrario al que se dirigía, por lo que  provocó que se cansara más de lo sospechado y que tardara más de lo previsto en llegar a tierra. Y tardar más no habría sido ningún problema si no fuera porque la botella portable de oxígeno tenía un uso limitado. Vamos, que por poco Leon no lo cuenta, ahogado a los pies de un peñón en Brasil y fracasando estrepitosamente en su misión.

A la vuelta cogerían una lancha o pilotaría un maldito helicóptero, aunque no tenía ni idea de cómo hacerlo. Pero lo que era seguro, es que no volvería a meterse en el agua. Al menos no sin algo más que una sola botella de oxígeno portable.

Todavía estaba tirado en el suelo, boca arriba, respirando todo el aire que le permitían sus pulmones, cuando accionó el pinganillo para llamar a Hunnigan.

—Aquí Hunnigan. —Respondió está al momento.

—Aquí Leon. Ya estoy en tierra. —Contestó el agente especial respirando lamentablemente.

—¿Por qué respiras como un jabalí? —Preguntó seriamente Hunnigan, pero con más desagrado que preocupación en la inclinación de su voz.

—Pues... porque las botellas de oxígeno portables... no son para mí. —Contestó Leon a tropicones.

—¿Te ha dado algún problema?

—¿No es obvio?

—Su capacidad tiene autonomía para una hora de inmersión. Y no has tardado tanto en alcanzar el peñón.

—Ya bueno, de todas formas he tardado más de lo que esperaba. Y supongo que el cansancio me hizo demandar más oxígeno. Ha sido duro, no voy a fanfarronear sobre unas capacidades que no poseo.

—Ergo, las botellas de oxígeno portables no son el problema, sino tu fondo físico.

—¡Eh! Listilla con un teclado pegado a los dedos, nunca dije que las botellas de oxígeno portables fueran el problema. Solo que no son para mí.

Hunnigan se reía al otro lado del pinganillo.

Leon, más recuperado, se incorporó y se quitó de encima la bolsa negra, riéndose a su vez. 

—¿Sabes si puedes pilotar por control remoto esos helicópteros que mencionabas antes?

—¿Planeas volver volando? —Preguntó Hunnigan.

—A nado, seguro que no. —Contestó Leo quitándose las gafas de buceo, la malla del neopreno que cubría su cabeza, y los guantes. —¿Podrías? —Volvió a preguntar.

—Lo comprobaré y te diré algo, pero me llevará un tiempo. —Contestó Hunnigan tecleando a toda velocidad.

—De acuerdo. En dos horas me volveré a poner en contacto contigo.  

—Muy bien. —Contestó Hunnigan.

—Corto. —Y Leon volvió a tocar el pinganillo para cortar la comunicación.

El espacio en el que se encontraba era estrecho. Un camino de tierra y arena enmarcado con diferentes arbustos, cizañas y campanillas amarillas, que se mecían suavemente bajo los rayos del sol de medio día, por el que apenas entraba un hombre holgadamente.

Leon se quitó el neopreno, y abriendo la bolsa, extrajo su ropa  seca del interior.

Los cargo negros, una camiseta de manga corta negra, un chaleco antibalas y sus botas de combate. Por no mencionar su parte favorita. Los complementos.

Se ajustó al cinturón cuatro arneses que caían hasta los vastos laterales de sus piernas que contaban con cuatro espacios amplios de almacenaje dónde metió la comida irradiada y el agua  almacenada en sobres plateados.

En la zona lumbar, ajustó una riñonera con el botiquín y, rodeando su cintura, diferentes espacios amplios para cargar toda la munición que pudiera. No era mucha, pero serviría para empezar.

Alrededor de los hombros se colocó otro arnés que contaba con dos espacios, uno a cada lado, para su pistola automática y  su pistola ametralladora, ambas cargadas. Además de su cuchillo de combate en la zona frontal del hombro izquierdo.

A la espalda, se colgó las tres armas restantes, el subfusil, la escopeta y el rifle de combate.

Leon había tenido a bien meter dentro de la bolsa la foto de Claire, que ahora llevaba en una apertura interna de su chaleco antibalas; y su férula de descarga, que llevaba dentro del uno de los bolsillos de su pantalón.

Completó su indumentaria con unas coderas, unas rodilleras y unos guantes sin dedos con refuerzo metálico en los nudillos, para que sus ataques cuerpo a cuerpo pasaran de ser dolorosos a ser letales.

Guardó el neopreno y el resto del equipo de buceo dentro de la bolsa, —ahora vacía—, y escondió esta entre los arbustos más próximos.

Comenzó a subir por ese estrecho sendero que le llevaría  a la cima donde se encontraba el laboratorio. Pistola en mano, agazapado, tratando de esconderse bajo la vegetación y observando cada esquina. No podía dar por sentado que por haber escogido un lugar apartado por donde llegar al peñón, este estaría desprotegido o desprovisto de vigilancia.

Siguió el sendero de subida hiperconsciente de todo lo que le rodeaba. Cada abejorro o pequeño roedor que se encontraba por el camino. Cada brizna de hierba bajo sus botas. Cada soplo de viento y el olor que acompañaba a este.

Leon se mimetizaba con su entorno. Se hacía conocedor de cómo este respondía mínimamente a su presencia. Y eso le daba la ventaja de ser invisible para quien no supiera ver u oír.

La subida era empinada y zigzagueaba en largos tramos que se volvían cada vez más anchos y menos protegidos por escarpadas paredes de roca.

Tras doscientos metros de subida, Leon llegó a una enorme pared rocosa que parecía acortarle el paso. Pero lo que le indicó que ya había acabado la subida, no era tanto la planicie del suelo como el hecho de que al lado de esa pared había montones de cajas y baúles de metal que albergaban desde armas, herramientas y munición básica, hasta misiles, minas y granadas.

Y que por cierto, olía tanto a orina que resultaba insultante.

Leon aprovechó el momento para colgar de su cinturón varias granadas explosivas y granadas de luz, así como bridas y cinta americana. Nunca se sabía cuando podrían ser útiles.

Se deslizó con la pared a sus espaldas, observando que no existía ningún punto cercano dónde pudiera ser visto, y llegó a una apertura natural en la roca que dejaba pasar la luz del otro lado.

A medida que se aproximaba, empezó a escuchar murmullos de voces. Eran dos hombres hablando. Leon se asomó con cuidado a la apertura y pudo comprobar que se trataba de dos soldados de Trizom. Su indumentaria era muy similar a la de Leon, salvo porque ellos llevaban una gorra negra que los protegía del sol, así como gafas negras y una hebilla plateada en el cinturón con forma de  “T”.

—Y va el tío y le dice “¡Qué te den por culo!” y claro, te imaginarás que al sargento no le pareció nada bien. Le dio tremenda paliza. —Decía el hombre más cerca a la apertura dónde se ocultaba Leon, mientras tiraba al suelo un cigarrillo acabado y lo pisaba con sus botas. —Y así es como el muy idiota acabó en la enfermería.

—Hay que ser imbécil. —Contestaba el hombre a su lado que estaba sentado en un montículo de tierra con el fusil apoyado entre sus piernas. —¿Pero por qué surgió la discusión?

—Eso no lo oí, tío. Pero se dice que se quería pirar de aquí. Lo solicitó y se lo denegaron.

—¿Pero ese tío no leyó el contrato? Son seis meses de curro y seis meses de descanso. No puedes irte sin cumplir la permanencia. Son las normas.

—Bueno... es que he oído cosas... que podrían justificar que deseara irse. —Dijo el hombre más próximo a Leon, con voz trémula.

—¿Qué cosas?

Hubo un silencio entre los dos. El primer hombre se pasó una pano por el pelo, retirando la gorra y volviendo a ponérsela.

Leon escuchaba atentamente. Todo la información que pudiera obtener de esos dos, sería de mucha ayuda. La paciencia y el espionaje eran dos armas mucho más potentes que cualquier bala.

—¿Qué cosas, tío? —Insistió el segundo hombre.

—No debería decirlo. Ni siquiera sabemos si es verdad.

—Quiero saberlo. —Replicó el segundo hombre. —Vamos, cuéntamelo. ¿Qué dice que vio?

—Bueno tío, te lo contaré pero que no salga de aquí. Y si le dices a alguien que yo te he contado este rumor, lo negaré todo. 

»Lo creas o no, ese maldito chisme está alterando al equipo. ¿No has notado a la gente más nerviosa de lo habitual?

—Lo cierto es que no. Pero venga, no se lo diré a nadie, ¿Qué pasa?

—Dicen que el maldito imbécil se metió donde no debía. Que sin quererlo se perdió por la zona de laboratorio, donde no debía estar y que vio cosas inhumanas.

“¿Inhumanas?”

—¿Cómo que inhumanas? —Inquirió el segundo hombre.

—Dijo que lo que quiera que se este haciendo aquí no puede ser legal. 

»Hablaba de monstruos, tío. De personas muertas que caminaban. De seres que parecían hombres pero que medían tres metros. De bestias criogenizadas con grandes garras o una suerte de animal sin piel con lenguas tan largas que podrían envolver a un hombre por completo. Habló de un ser con el que estaban experimentando, al que le inyectaban cosas mientras dormía dentro de un tanque de agua.

»Tío, al parecer estaba histérico cuando lo encontraron los compañeros.

Definitivamente en ese laboratorio se estaban llevando a cabo experimentos con b.o.w.s pero ¿Dónde encajaba Claire en todo esto? Leon seguiría escuchando, tal vez esos soldado supieran algo de ella y dónde la tenían retenida. 

“Si es que está viva”  se dijo Leon con una voz muy lejana en el fondo de su cabeza, a la que acalló inmediatamente.

—Joder, pero... nadie se puede creer eso.

—Nadie se lo cree a priori. Si no, se lo habrían comunicado a los altos mandos. 

»Pero la realidad es que la gente sí se lo está creyendo. Por eso no te lo quería contar, porque en los demás está haciendo mella.

—Qué fuerte. El tío pierde la olla y los demás le siguen el juego. Hay que joderse.

En ese momento, por la radio que llevaba sujeto al cinturón el soldado próximo a Leon, se escuchó una voz.

—Cabo Pérez, informe de situación, cambio.

—Aquí cabo Pérez. Todo en orden. Cambio.

—Recibido. Cambio y corto.

—¿Otra ronda?¿Qué está pasando? —Preguntó el segundo hombre.

—Tío,¿es que no te enteras de nada? —Le contestó el primero.

—¿De qué me debería haber enterado?

—Estamos en alerta amarilla. Puede que hoy tengamos visita.

Esto sí le interesaba a Leon. ¿Hablaban de él?

—¿Te refieres al tío que ha mandado el gobierno de Estados Unidos para destapar el laboratorio?

¿Es eso lo que creían?¿Que Leon estaba ahí enviado por su gobierno para destapar a Trizom? Qué lejos estaban de la realidad.

Aun así, saber que lo estaban esperando, no era lo ideal. Los ataques por sorpresa siempre eran la jugada más efectiva.

—Bueno, en realidad yo tengo otra teoría. —Contestó el primero haciéndose el interesante.

“¿Otra teoría? Escuchémosla.”

¿Qué teoría?

—¿Recuerdas el suceso de hace dos meses?

—Aquí suceden cosas todos los días, tío. Tendrás que ser más específico.

—¿Soy el único en este lugar que presta atención a lo que nos rodea? Hace dos meses mandaron a unos hombres a tierra y estos volvieron con una mujer.

“¡Claire!¡Hablaba de Claire!”

¡Ah! Sí, claro que lo recuerdo. La bella durmiente. Buen culo, si me preguntas.

“Nadie te ha preguntado, capullo.”

Sí, esa. “La bella durmiente.” —Prosiguió el primer hombre. —Una estadounidense, de hecho. Dime,¿dónde está?

El segundo hombre guardo silencio por un momento, con una expresión entre falta de comprensión e intriga.

—No lo sé, tío.

—Claro. Ni tú ni nadie. —El primer hombre tomó un trago de aire sin perder su actitud misteriosa. —Ninguno de nosotros la ha vuelto a ver. Y,¿cual es el único lugar que los soldados tenemos vetado?

—El laboratorio.¿Dices que tienen a esa mujer encerrada en el laboratorio desde hace más de dos meses?

—Esa es mi teoría, sí.

—Pero...¿por qué?

—Ya escuchaste a nuestro camarada. Aquí se están llevando a cabo cosas que son ilegales. Mi teoría es que esa mujer es una científica muy importante y la han traído a la fuerza para que trabaje en el laboratorio, compartiendo sus conocimientos en contra de su voluntad.

“Este tío debería ser escritor.”

—¿Y qué tiene que ver eso con la alerta amarilla?

“Y a este no deberían dejarle manejar un arma.”

—De verdad,¿sabes pensar? —Le contestó el soldado más próximo a Leon, con cierta irritación. —Los dos son estadounidenses. Mi sospecha es que no viene a destapar nada. Viene a recuperar a la científica.

“Bingo. Que alguien le aplauda, por favor.”

—Aun así,¿podemos estar seguros de que ese tío sabe dónde está?

—Sí, claro. ¿No ves que ayer se cargó al tío que mandaron para matarlo?

“Ya sabían eso también. Era de esperar.”

—Dios, tío. Tienes razón. No me entero de nada. —Contestó el más tonto de los dos, riéndose.

—Y esta mañana mandaron a una cuadrilla de seis hombres para acabar con él. 

—Entonces, probablemente ya se lo estén comiendo los gusanos.

—Eso todavía no lo sabemos pero creemos que no. Nadie del equipo responde a la llamada. Así que...

—¿Así que creéis que ese tío los ha matado a todos? Pero ¿Quién demonios es? ¿El puto Capitán América?

—Para empezar, no es “creéis”, es “creemos”. Somos uno, recuérdelo. —Le dijo el primero poniéndose muy serio. El colegueo estaba llegando a su fin. —Y para acabar, sí tío. Es el puto Capitán América si ha conseguido cargarse a siete hombres en solo unas horas. Así que mantén tus ojos y oídos bien abiertos, no vaya a ser que los pierdas por imprudente.

—Vale, tío. No hace falta ponerse así. —Dijo el segundo hombre mientras se incorporaba y se sacudía el polvo los pantalones. —Solicito permiso para ir a mear. —Dijo con la voz más aburrida del mundo.

—Concedido. Pero no vayas a la zona de almacenamiento, ya nos han llamado la atención por llenar de orina las cajas, así que vete detrás de esa roca. —Dijo el primer hombre señalando hacía la dirección contraría en la que estaba Leon.

“Menos mal.” Pensó Leon. “Una orina más y tendrían que declarar esta zona como zona catastrófica por vertidos químicos.”

Mientras el segundo hombre se alejaba, perdiéndose de vista tras una roca, el primer hombre se quedó observando el horizonte mientras carraspeaba y soltaba un esputo.

La conversación que había escuchado Leon, era sin duda muy importante. Acababa de acotar aun más el paradero de Claire. Estaba dentro del laboratorio.

Y podría parecer obvio, pero no lo era. No sabían por qué habían raptado a Claire. Si era un objetivo fijado o si simplemente querían a alguien de Terra Save seleccionado al azar. Así que lo más lógico sería pensar que estuviera encerrada en una zona militar, como un cuartelillo o una tienda de campaña con vigilancia.

Pero no. Estaba en el puto laboratorio. Y eso era de extrañar, porque algo que Leon sabía y que tiraba por tierra la teoría del primer soldado, es que Claire no era científica. Su presencia en los laboratorios no tendría ningún sentido, a priori.

Puede que ser una superviviente de Raccoon City, o incluso haberse enfrentado a diferentes tipos de  b.o.w.s a lo largo de su vida, fuera el motivo de que estuviera ahí. Para usarla como sparring contra los monstruos que estén estudiando en ese lugar.

Pero eran muchos los que habían luchado y sobrevividos a diferentes ataques de b.o.w.s. Él mismo, sin ir más lejos. Así que la pregunta seguía siendo,¿Por qué Claire?¿Era el objetivo más fácil?¿Tal vez alguna venganza contra Chris?¿Contra el propio Leon? No. Nadie sabía lo que Claire significaba para él.

Nada tenía sentido. Al menos por el momento.

Solo de imaginarse a Claire encerrada en ese laboratorio, luchando durante meses con diferentes monstruos para que los científicos pudieran mejorarlos, le provocaba a Leon un sudor frío enfermizo que abogaba por tumbarlo de golpe, pero que era sustituido rápidamente por ese cosquilleo en la punta de los dedos que lo preparaba para la acción.

Leon aprovechó ese momento de soledad y distracción para avanzar.

Agazapado, y sabiendo cómo respondía el suelo bajo sus pisadas, consiguió acercarse por la espalda al primer soldado sin siquiera ser  fruto de alguna sospecha. Y con un movimiento rápido, con una mano le tapó la boca y con la otra le rebanó el cuello.

El hombre murió al instante, dejándose caer sobre los brazos de Leon, que en silencio, lo apoyó en el suelo.

Cogió su gorra, sus gafas, su hebilla y su arma, y a continuación hizo rodar el cuerpo sin vida por el terraplén que tenía enfrente.

Se puso la gorra y las gafas. Y estaba en medio de ponerse la hebilla en forma de “T” en su cinturón, cuando escuchó al segundo soldado a sus espaldas, aproximándose hacia él.

—Venga ya. A mi me dices que no puedo echar un meo aquí, que me vaya a otra parte,¿y te pillo haciéndolo tú?

Entonces el hombre miró al suelo, entre las piernas de Leon y lo vio seco.

—Te he cortado el royo,¿eh? —Dijo, aun sin darse cuenta de que quien tenía delante, no era su compañero, sino Leon. —Pues te jodes, por capullo.

En ese momento, el segundo soldado pareció percatarse de algo que había pasado desapercibido para él hasta ese instante.

—Oye,¿Desde cuándo llevas tantas armas al hombro? No me digas que ha cambiado el reglamento y yo no...

El hombre se calló cuando Leon se giró hacia él, dejándolo totalmente asombrado al comprobar que él no era su compañero.

—Tú no eres Pérez. —Dijo tontamente.

—No.

Y justo cuando el hombre reaccionó y llevó su mano su arma, Leon eliminó rápidamente la distancia que los separaba y clavó su cuchillo por debajo de la mandíbula del soldado.

Su muerte no había sido tan rápida y elegante como la de su compañero, convulsionando y escupiendo sangre por la boca como hacía, pero murió casi al instante.

En este caso, Leon sentó el cadáver contra el muro de roca a sus espaldas, colocando el fusil entre sus piernas, haciendo ver que el soldado solo estaba descansando un momento, pero que seguía en su puesto de trabajo. Toda distracción es poca en cuanto a misiones de rescate se refiere.

Su llegada al peñón no había podido ser más efectiva. Sin ser detectado, ya se había quitado de encima a dos soldados, coincidiendo con el informe de ronda positivo que acababan de dar. Lo cual le daba un generoso margen de tiempo hasta el siguiente pase de ronda, donde saltarían las alarmas al no obtener respuesta por parte de los dos hombres.

El sol apretaba en un cielo despejado. Y aunque Leon tenía sed, todavía no deseaba beber. No sabía en qué condiciones encontraría a Claire, pero en general las provisiones estaban más pensadas para socorrer a la víctima de secuestro que al rescatador.

Así que no quería beber al no ser que lo sintiera absolutamente necesario. O al menos hasta no saber cómo se encontraba Claire.

Se paseó por la zona observando desde su posición ciertamente más elevada que el resto de la planicie.

Podía ver a lo lejos la construcción del laboratorio. 

Era una cúpula conformada de espejos que reflejaban la luz de tal forma, que era insoportable mirarla directamente durante mucho tiempo. Tenía varias entradas. No podía decidir si alguna era la principal. Y tal y como le había informado Hunnigan, había varios montacargas y bastantes soldados haciendo rondas.

El aspecto general del lugar era muy industrial.

A parte de lo ya mencionado por Hunnigan, también podía ver varios contenedores apilados en varias zonas; diferentes tipos de grúas, tanto pivotantes, como articuladas y fijas; cisternas gigantes con el logo de Trizom y tanques de agua casi por todas partes.

Humos negros y llamaradas explosivas salían de diferentes chimeneas, impregnándolo todo de un olor tan nauseabundo, que el rincón de mear de los soldados era perfume para las fosas nasales de Leon. Fácilmente tenían ahí montado un crematorio.

Había también torres de vigilancia, torres lumínicas y focos de gran alcance en el suelo; así como cámaras de vigilancia y altavoces por todas partes.

Sin duda alguna, Leon tenía ante sí una fortaleza inexpugnable.

Bueno, casi inexpugnable.

 

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Chapter 6: Un día que jamás olvidaré

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RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Cuando eres un novato, la mayoría de las veces la juventud y la inexperiencia te convierten en un ser torpe, impaciente y, en definitiva, muy poco astuto.

La observación del enemigo es un arte en sí mismo. Muchas veces la vista es lo único que tienes para avanzar en una misión. En otras ocasiones solo dependes de tu oído o de tu olfato, pero básicamente hay situaciones que te fuerzan a depender solo de un sentido.

En el caso de Leon, ahora la observación era muy importante. 

Se encontraba en una posición inmejorable para ver, sin ser visto. Lo que a su vez le otorgaba la oportunidad de estudiar al enemigo. Concretamente, los pases de ronda.

Hacía cosa de diez minutos que el pase de ronda de su posición había sido confirmada favorablemente. Por lo que, si Leon llegaba a comprender el orden de pase, podría acabar con muchos soldados antes de que saltaran todas las alarmas en el pase de la siguiente ronda.

Aquí es donde entra en juego el rifle de asalto y su mira telescópica. Gracias a ella, pudo comprobar, no solo dónde se había dado el último pase de ronda, sino cual sería el siguiente y el siguiente, hasta que volviera a su posición.

La observación le había ayudado a entender que la disposición de los soldados en la periferia rocosa, iba en círculo y bajaba como una espiral en embudo.

Había dos soldados por zona, por lo que se requería precisión y velocidad para desarmar todo ese andamiaje militar.

Leon se echó en el suelo, boca abajo, en una posición que le permitía observar y disparar.

 Con rifle en mano, se asomó a la mira telescópica y observó al primer par de hombres. 

Uno estaba estático, el otro se paseaba de lado a lado. Primero iría a por el que estaba en movimiento y después a por el que estaba parado, para aprovechar los segundos perdidos en los que este tardaría en reaccionar.

Observación. Meditación. Respiración controlada. Pulso estable. Dedo en el gatillo. Respiración controlada. Apreciación del  viento. Culata ajustada. Observación. Respiración. Un latido. Un tiro.

Observación. Velocidad. Bello de punta. Segundo tiro.

Hombres caídos. Siguiente.

A unos doscientos metros, otros dos hombres. Ambos estáticos, apoyados contra la pared, fumando un cigarrillo, charlando tranquilamente.

En esta ocasión la velocidad era muy importante, pues ambos estaban prestándose atención mutuamente; pero sobre todo, la técnica debía ser perfecta.

Un tirador no solo tiene el control de la bala mientras esta se encuentra en la recámara del arma. El tirador posee el control de la bala hasta el momento en que esta deja de volar.

Con un ligero giro de cañón, en el momento justo en que la bala sale de este, se puede conseguir un maravilloso efecto Magnus, en el que la bala gira sobre sí misma mientras vuela, pudiendo conseguir trayectorias curvas.

Si a eso le añades la forma concreta en la que quieres hacerla impactar sobre la superficie deseada, puedes lograr que la bala rebote sobre dicha superficie y, como se suele decir, matar a dos pájaros de un tiro.

La estrategia era clara. Tiro Magnus.

Observación. Meditación. Respiración. Pulso. Dedo en el gatillo. Apoyo estable, amplio. Rodillas abiertas, codos abiertos. 

Respiración. Latido. Tiro.

Hombres caídos. Siguiente.

Dos soldados a la misma distancia de doscientos metros. Estáticos. Sentados. Armas apartadas. Juegan a las cartas.

Dos tiros sencillos, muy sencillos.

Observación. Meditación. Respiración. Pulso. Dedo en el gatillo. Latido. ¡Observación otra vez! ¿Qué es eso? Una petaca.

Los hombres beben. Comparten la petaca. Leon tiene sed. Hace mucho calor. Traga saliva. Concentración. Observación. Petaca. ¡No! ¡Nada de petaca! Concentración. Observación. Meditación y Whisky. Dedo en el gatillo. Respiración. Traga saliva. Dedo en el gatillo. Concentración. Petaca. Latido. Tiro.

Falla.

La petaca sale volando por los aires. Hace ruido, pero el sonido propio de la industria de abajo lo apaga. Los soldados se miran. Corren a por sus armas. Uno de ellos coge la radio de su cinturón.

Bello de punta. Observación. Velocidad. Segundo tiro. Hombre muerto.

Tercer tiro. Hombre muerto.

“Joder.” Pensó Leon con la respiración temblorosa, apoyando la frente en el suelo terroso que, con el sudor, se le pegaba a la piel. “Eso ha estado cerca. Imbécil. Adicto. Imbécil.”

Todo el mundo comete errores. Y Leon tenía una gran capacidad empática para cuando esos errores los cometían otros, sin castigar de ninguna manera dicho error.

Pero no aplicaba la misma comprensión para consigo mismo. Algo bastante común en nuestra sociedad.

Había estado a punto de cagarla a lo grande. Había estado a punto de delatarse así mismo, complicarse mucho las cosas y tan vez, acabar con sus oportunidades de salvar a Claire. Y todo por la distracción de una petaca.

El poder controlador que el alcohol todavía tenía sobre él, le dolía profundamente porque le hacía sentir débil, —en el sentido más peyorativo de la palabra —, al no poder hacer frente y resistirse debidamente a la presencial de su adicción.

Hunnigan ya se lo había advertido. Tenía que estar al 100% y estaba solo al 40%. Y eso no podía volver a ocurrir.

Pero una cosa era clara. Seguir castigándose mentalmente, llamándose adicto, imbécil, alcohólico de mierda, no iba a corregir el error cometido y no iba a ayudarle a seguir adelante con la firmeza y seguridad necesarias. Tenía que cortar el royo, perdonarse por el momento y seguir con su plan.

El pase de ronda siguiente no podía pillarle desprevenido, y ya había perdido unos minutos preciosos castigándose. Tenía que volver a la acción.

Se quitó la gorra y las gafas. Limpió su frente de tierra y sudor. Tomo una bolsa de agua y bebió, apagando su sed. Bebió, y se sintió más despierto, menos irritable, más sosegado.

Volvió a ponerse las gafas y la gorra y se concentró en el siguiente par de soldados. Y después en el siguiente y en el siguiente.

Al llegar al final de la ronda, esta no empezaba desde el inicio inmediatamente, así que tuvo tiempo de matar a los tres grupos de vigilancia anteriores a su posición y, acto seguido, se concentró en los hombres que se encontraban más abajo, en las torres de vigilancia.

La dificultad de acabar con estos, es que aunque eran pocos y hacían las guardias solos, estaban muy próximos al suelo, por lo que era fácil que desde el suelo algunos soldados vieran a los hombres caídos o incluso que estos se precipitaran desde lo alto por la fuerza del tiro.

Era muy importante ser preciso para que la caída del cuerpo sin vida, sobre la superficie de la torre, fuera elegante y disimulara la realidad de la muerte.

Con la calidad de tiro que poseía Leon, salvaría ese nuevo objetivo sin problemas. Pero debía ser rápido y abandonar su posición cuanto antes, pues sería unos de los primeros lugares al que irían en cuanto nadie respondiera a sus pases de rondas.

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Había eliminado, todavía sin ser captado, a más de la mitad del centenar que había observado Hunnigan y, quitando el ruido industrial, todo parecía muy tranquilo y en silencio cuando Leon descendió veloz la loma arenosa hasta llegar a la planicie donde, a solo unos metros de distancia, se encontraba la gran cúpula del laboratorio Trizom.

Él se mantenía en la sombra, tras unos contenedores de carga, observando a los saldados de la zona. No parecían muchos, pero los suficientes como para estorbar en su camino.

Tenía que pensar rápido. ¿Cómo podía llegar hasta la cúpula sin ser visto?

En ese momento, entró una llamada de Hunnigan.

—Hunnigan, aquí Leon.

—Leon, aquí Hunnigan. Han pasado dos horas. Se supone que me has de llamar tú a mi si es posible. —Habló Hunnigan con cierto tono de reproche disfrazado de profesionalidad.

—Cierto. —Contestó Leon, algo distraído, contando a los hombres más próximos.

—En fin. —Suspiró Hunnigan. —Tengo una misión secundaria para ti, que de hecho corre más prisa que la principal.

—Lo dudo. Pero dispara.

—Necesito que llegues a los servidores de Trizom. He estudiado el plano exterior, y lo tienen en la parte Este desde tu posición.

»Con solo aproximarte, gracias a la petaca del pinganillo, puedo hackear su sistema operativo y controlar todo el laboratorio.

»Podría saber dónde estás en cada momento a través de las cámaras de seguridad. Abrirte y cerrar puertas y pasos y servirte como protección y guía en general.

—Sería genial tener esa clase de ayuda, no te voy a mentir. Desde aquí parecen muchos más soldados que solo un centenar.

—Tal vez sí. Mis estimaciones tienen variables aceptables. Y no descartes que cuando todo se ponga feo, traigan a más soldados para combatirte. Así que ya sabes. Velocidad y precisión.

—No será fácil llegar hasta esa zona. Estoy en el lado diametralmente opuesto. Me llevará algo de tiempo.

—Ya, bueno. Cúrratelo. Y recuerda, aproxímate durante cinco minutos mínimo. Es lo único que necesito.

—Lo tendrás. Corto.

Leon observaba su entorno. Estudiaba sus posibilidades.

Si rodeaba la zona exterior por el flanco derecho, contaba con muchos metros de sombra, gracias a los grandes contenedores de carga que se apilaban aquí y allá, pero que desde su posición le quedaba más lejos que por el flanco contrario. Y el tiempo en este tipo de misiones era esencial.

 Pero por el flanco izquierdo, el más corto, se veía más expuesto, pues esa zona estaba destinada al entrenamiento militar y tiendas de campaña.

Militares iba a encontrar en su camino, tomase la decisión que tomase, pero la clave estaba en que uno de los caminos propiciaba más encuentros que el otro, y quería evitar ser visto a toda costa.

Así que, definitivamente, aunque el tiempo apremiaba, elegiría acercarse hasta su nuevo objetivo por el flanco más largo y discreto.

Lo peor que puedes hacer estando de incógnito es hacer cosas que te delaten si hay más gente a tu alrededor. Como ir agazapado, tocarte la oreja para hablar por el pinganillo o matar al enemigo delante de otros.

Mimetizarse con el ambiente, implicaba hacer ver que formabas parte natural del mismo, que actuabas con la misma actitud que los demás y que te movías con un objetivo, porque al fin y al cabo todos ahí están trabajando.

Por lo tanto, Leon dejó su escondite tras el contenedor y se dirigió hasta la posición que le señaló Hunnigan. Los servidores de Trizom. 

No solo daban electricidad a todo el complejo, sino que era el cerebro que lo manejaba todo y la puerta de entrada de Hunnigan a su sistema de control.

Aunque Leon iba por la periferia para mayor discreción, por el camino, mientras avanzaba lo que se le estaba haciendo los metros más largos del mundo, se fue encontrando soldados por el camino, que con un simple gesto de cabeza le saludaban; y Leon devolvía el saludo de igual forma.

No existió ningún incidente antes de llegar al módulo de los servidores de Trizom. 

El módulo era una estructura prefabricada de color gris con los marcos blancos, en cuyo lateral había una puerta blanca de acero y un lector de huellas digital para poder acceder.

Disimulando, Leon llevó su mano al pinganillo y lo accionó para llamar a Hunnigan.

Antes de realizar o recibir una llamaba, por el pinganillo se escuchaba primero un ligero pitido, que precedía a descolgar la llamada, fuera en la dirección que fuera.

Pitido.

—¿Hunnigan? —Dijo primero Leon.

—Aquí Hunnigan.

—Los servidores está dentro de un módulo con puerta de seguridad. —Informó Leon, paseándose por el umbral de la puerta, vigilando su entorno y tratando de no levantar sospechas. Aunque para ser justos, por esa zona apenas pasaba nadie. Seguramente algún técnico de cuando en cuando, pero todavía ningún soldado.

—¿Qué tipo de seguridad? —Inquirió Hunnigan.

—Lector de huellas de manos.

—Aproxímate al lector con la petaca del pinganillo, por favor. Me llevará un tiempo.

—De acuerdo. —Contestó Leon que, como llevaba la petaca en la cinturilla del pantalón, —justo detrás de la riñonera del botiquín —, se apoyó enfrente del lector, con los brazos cruzados a la altura del pecho y con la visera de la gorra calada. Para que pareciera un soldado descansando un rato. —Ya estoy.

—Procesando. No te muevas. —Ordenó Hunnigan.

—Sí, jefa. —Contestó Leon con media sonrisa.

—Por cierto, he investigado los modelos de helicópteros que tienen en los helipuertos y no, no es posible  manejarlos por control remoto.

—Pues que bien. —Contestó Leon con ironía. —Saldremos de aquí en lancha o moto de agua. Tienen el muelle repleto, no creo que sea un problema.

—Tal vez esta sea tu señal para que aprendas de una vez a pilotar un helicóptero. No os deberían dejar salir de la academia sin ese requisito indispensable.

Leon puso los ojos en blanco. Realmente a veces Hunnigan era una madre. Y el tema de pilotar helicópteros era una cuestión que le escamaba realmente porque no es que Leon tuviera todo el tiempo del mundo para aprender, y además, este asunto ya era recurrente entre los dos.

Y no es que Hunnigan no tuviera razón. Simplemente no estaba teniendo en cuenta la clase de vida que llevaba Leon. Ser agente especial de La Casa Blanca, no es precisamente un puesto que te deje mucho tiempo libre.

—Sí, mamá, entendido. —Contestó Leon suspirando.

—Qué insolente se pone mi niño. —Contestó Hunnigan, con una voz dulce, pocas veces empleada por ella. —Ya queda poco. Ochenta y cinco por cierto. —Informó ahora, cambiando completamente el registro de su voz. —Al principio el porcentaje va muy rápido, pero a medida que  nos acercamos al cien por ciento, se ralentiza porque saltan todos los cortafuegos. Paciencia. —Explicó Hunnigan, aunque Leon ya conocía esa información.

—¡Soldado! —Gritó alguien en dirección a Leon. —¡Soldado!

Leon, miró por debajo de su gorra hacia la dirección de la que provenía la voz, y vio a un hombre aproximarse a él con paso rápido pero torpe.

¿Cómo describirle? Parecía un niño jugando a ser soldado.

Era bajito. Extremadamente delgado. Sus brazos eran más largos que sus piernas y su cara estaba coronada por una gran nariz aguileña, llena de espinillas.

Sus grandes dientes apenas podían ocultarse debajo de unos labios demasiado finos, y llevaba unas gafas redondas de montura dorada, que hacían que sus ojos fueran solo dos puntitos diminutos en su alargada cara sin mentón.

Rubio, pálido, y con una ropa que le quedaba dos tallas grandes. 

Se veía que era un gran fan de todo lo militar, a juzgar por todos los complementos y cachivaches que llevaba encima y que parecían más artículos de coleccionista, que útiles servibles en nuestro siglo.

Sus pasos, eran zancadas demasiado largas para su longitud de pierna; igual que sus botas parecían demasiado grandes para su estatura.

Se aproximó hasta la posición de Leon con la cabeza tan alta, que solo le podían ver las fosas nasales.

—¡Soldado! —Volvió a gritar con una voz nasal tan insoportable, que a Leon le costaba controlar su tic en el ojo derecho.

Leon no se movió ni un pelo. Órdenes de Hunnigan. Únicamente giró el rostro para decirle disimuladamente a su colega, que tenía compañía.

—Aguanta solo un poco más. —Le respondió Hunnigan con una evidente tensión en la voz.

—¡Soldado! ¡Le estoy hablando! ¿Es que no me escucha? —Le empezó a gritar el recién llegado a Leon, con la actitud de quien se cree al mando. 

¿Tendría a caso una posición elevada en la jerarquía militar? Tal vez ese bicho palo era sargento. O teniente... Leon se sorprendería mucho si fuera capitán o comandante. Y se negaba a creer que estuviera en frente del mismísimo coronel.

Los aires que se daba era sin duda de alguien con muy elevado estatus.

 —No, no le escuché. Disculpe. —Contestó Leon, todavía sin moverse, escuchando a Hunnigan comunicarte que estaban al noventa y tres por cierto.

—¡¿Pero usted quién se ha creído que es?! —Le gritaba “El hombre a una nariz pegado” sin poder contener la rabia y escupiendo al hablar. Escupiendo muchísimo. Cascadas de saliva saltaban de su boca.

 Leon empezó a sopesar seriamente si no estaría viendo al mismísimo Rey Jorge III en el musical Hamilton.

“Relájate y traga saliva, joder” pensó Leon, aunque lo que quería, era soltárselo en la cara.

—Soy el cabo primero de esta sección y le exijo el respeto que alguien de su categoría le debe a alguien de la mía. —Seguía gritando Jorge III.

¡Solo era un triste cabo! Un triste cabo narcisista y bravucón. Casi daba pena. O ternura. O pena y ternura al mismo tiempo.  (Y asquillo). Un simple Cabo tratando así a un soldado. Había que tenerlos cuadrados.

—Ya. Pido disculpas. Me ha dado un tirón en la pierna y no puedo moverme. —Le replicó  entonces Leon, haciéndose el dolorido. Pero no nos engañemos. La jactancia en su voz, la desenfadada postura corporal y la mirada desafiante que poseía, y que deliberadamente estaba exagerando hasta el extremo, no era más que la forma sádica de Leon de provocar a ese pequeño hombrecito con ínfulas de grandeza, para empujarme a cometer un error que le costara un buen golpe.

Si Jorge III jugaba a ser arrogante, jugarían los dos.

Mientras tanto, Hunnigan le seguía avanzando información a Leon. Ya iban por el noventa y ocho por ciento.

—¿Que le ha dado un tirón en la pierna? —Preguntó el Cabo bajando el tono de su voz, para después subirlo súbitamente, junto con el volumen. —¡¿Dice que le ha dado un tirón, soldado?! ¡¿Pero de qué pasta está usted hecho?! ¡Míreme a mí! ¡Tome ejemplo, soldado! ¡Aquí no estamos para lloriquear sino para trabajar! ¿Qué será lo próximo? ¿Que se ha clavado una astilla? ¿Que se le ha roto una uña? ¿Que se le ha metido arena en el ojo? 

El cabo avanzó hacia Leon para gritarle en la cara. Pero con la cantidad de saliva que estaba saliendo de su boca, Leon quería mantener las distancias lo máximo posible. Así que, antes de que pudiera seguir acercándose, Leon estiró un brazo y lo detuvo por el hombro.

El cabo se quedó en silencio, mirando la mano de Leon apoyada de su hombro, manteniendo  la distancia con él.

Con los ojos salidos de sus órbitas, y más ofendido que la ofensa en sí misma, el cabo cogió la muñeca de Leon y tiró de él hacia un lado. Leon no ejerció ningún tipo de resistencia, pero si volvía a acercarse, le patearía la cara poniéndole los dientes de diadema.

Hunnigan informaba de que estaban al noventa y nueve por ciento de carga para el hackeo de la puerta de seguridad.

—La has cagado, amigo. —Le decía el cabo a Leon. —Ahora mismo te vienes conmigo a darle explicaciones al sargento al mando. La última vez que un soldado se pasó de listo, terminó en la enfermería con una cara nueva.

“¡Oh! ¿Se estaría refiriendo a ese soldado que se perdió por el laboratorio y descubrió cosas terribles?”

—¿Una cara nueva por descubrir que en ese laboratorio están experimentando con armas biológicas? Me parece un poco exagerado. —Contestó Leon a bocajarro. La verdad es que sacar de quicio a ese tonto estaba resultando hasta divertido.

El cabo miro atónito a Leon. Era increíble como una cara tan fea podía volverse más fea todavía, cuando se estiraba y contraria, en una batalla entre asombro y extrañeza, que era la que estaba librando el cabo en esos precisos instantes.

—Ahora sí que te la has cargado, soldadito. —Contestó el cabo. —¡Esa información es reservada! ¡Tú no deberías saber lo que sabes! 

Todavía con su mano alrededor de la muñeca de Leon, tiró de esté para llevarlo ante el sargento. Pero Leon no se movió.

“Vamos, Hunnigan.” Pensó Leon con la mandíbula apretada. Dentro de poco la férula de descarga entraría en acción.

—¡No te resistas! —Le gritó el cabo mientras volvía a tirar de Leon sin ningún cambio, salvo en su cansancio. 

Ahora hiperventilaba, y Leon estaba deseando que sacara de su bolsillo un inhalador para ser ya una caricatura total.

—Muy bien. —Dijo el cabo rindiéndose. —En ese caso, si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. Informaré ahora mismo de este suceso a nuestro sargento, a ver si te pones tan chulito con él.

—Sí, por favor. Necesito que alguien me castigue. —Contestó Leon, haciendo tiempo en lo que la puerta terminaba de desbloquearse. —Es que, necesito que alguien me cure esta...¿Cómo lo llamo? ¿Chulería? —A Leon le estaba costando no romper a reír mientras hablaba. —Me hace demasiado sexy. Y entiendo que sea tan difícil para usted, Cabo Primero, resistirse a mis encantos. A mi... chulería.

—¿Se ríe usted de mí? —Le contestó el cabo estrechando los ojos, que ahora, a través de las lentes de sus gafas, eran solo dos finas líneas imperceptibles. Si no fuera porque Leon sabía que en esa cara había dos ojos, la imagen sería simplemente aterradora. —Ya veremos quién se ríe el último.

Y dicho esto, se dio la vuelta para recorrer el camino andado, en busca de su querido sargento.

“Mierda, mierda. No puedo dejar que se vaya. No puedo permitir que delate mi posición. Pero tampoco me puedo ir.”

Los pensamientos de Leon estaban operando a toda velocidad dentro de su cabeza, buscando una solución. Algo que lanzarle. Algo que lo cabreara y lo hiciera volver. Pero si no había más remedio, sacaría la Silver Ghost, y lo mataría. 

Entonces, un fuerte click se dejó oír  a espaldas de Leon, acompañado de un sonido de aspiración propio de las puertas herméticas de metal.

El cabo, que escuchó el sonido, frenó en seco.

Se giró y miró a Leon con los ojos inyectado en sangre.

—Cien por ciento. Buen trabajo. —Escuchó Leon a Hunnigan a través del pinganillo en su oreja.

—¡¿Qué ha hecho soldado?! —Comenzó a gritar el cabo, a medida que se volvía a aproximar a Leon. —¡¿Qué demonios a tocado?! —Gritó, al tiempo que apartaba al agente especial del lector de huellas para escudriñarlo. —¡Puede que lo haya estropeado por haberse apoyado sobre él! ¡¿Cómo puede haber alguien tan torpe, torpe, torpe, torpe?!

Leon ya estaba harto de escuchar esa voz nasal tan insoportable, y antes de que el cabo pudiera reaccionar de alguna forma, Leon le practicó el pellizco de Vulcano en la base del cuello, y este se desmayó.

—A dormir. —Soltó Leon, casi como una orden, casi como un buen chiste.

Desplomado en el suelo, el cabo parecía totalmente un amasijo de huesos descolocados, cubiertos de tela técnica. Si no fuera porque a Leon le había caído en gracia, lo mataría ahí mismo. 

Así que lo cogió por los brazos y, abriendo la puerta del módulo a sus espaldas, les introdujo dentro, agradeciendo en ese instante que su majestad, el Cabo Jorge III, pesara menos que su ego.

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Las bridas y la cinta americana que Leon había tomado prestado allá en el meadero de la colina, ya le estaban dando buen servicio.

Con las bridas, maniató al Cabo, juntando sus manos con sus pies por la espalda y dejándolo en el suelo de lado, justo detrás de las grandes torres, con cables y lucecitas de colores, que conformaban los servidores. 

Con la cinta americana, le tapó la boca. Pero sabiendo lo mucho que le al cabo gustaba escucharse, decidió darle dos vueltas a la cabeza con la cinta, no fuera a ser que tuviera la capacidad de hablar por encima de ella. 

“Recemos porque en su tiempo libre no le encante la ventriloquia.”

Leon se encontraba dentro del módulo, de unos seis metros  de largo por cinco metros de ancho, en donde a los laterales, formando filas y columnas, se encontraban las torres de la maquinaria que lo controlaba todo.

Leon mantuvo apagados los flexos del techo, no eran necesarios. La única luz que lo alumbraba todo por acumulación, eran las luces led de las torres cableadas.

Y lo más destacable, era la refrigeración. Se conseguía gracias a un sistema de tuberías de agua fría. Entraba agua fría, que temperaba las torres, y salía agua caliente. Sin duda una forma magnifica de evitar el sobrecalentamiento de la maquinaria, pero flaco favor a los ecosistemas marinos.

De todas formas, teniendo en cuenta lo que le habían hecho a ese peñón, Leon dudaba mucho de que Trizom Corporation tuviera algún tipo de interés en preservar y proteger la naturaleza y sus especies.

—¿Necesitas que me acerque a alguna torre en concreto? —Le preguntó Leon a Hunnigan.

—No, donde estas ahora mismo estas perfecto. —Contestó Hunnigan, como siempre, sin parar de teclear. —Siento mucho que este proceso sea tan lento. Pero tendríamos una ventaja increíble sobre ellos si pudiera controlar su sistema operativo.

—Por eso te he hecho caso, compañera. —Le dijo Leon. —A veces tienes ideas brillantes. Y esta ha sido una de ellas. Así que, aquí estoy, congelándome.

—¡Oooh! Sin duda un duro golpe para tus pobre huesos. —Contestó Hunnigan, metiéndose con él. —Ojalá que dentro del laboratorio tengan una mantita calentita que poner sobre tu regazo.

—Me echas tanto de menos que no puedes soportarlo. —Le dijo Leon entre risas. —Por eso te metes conmigo. Para paliar tu dolor.

—Claro, claro que sí. Es eso exactamente.

Ambos se rieron.

Leon se abrazó así mismo. Realmente en ese lugar hacía mucho frío en comparación a las temperaturas exteriores.  Esperaba no coger un resfriado. Cualquiera aguantaría las bromas posteriores de Hunnigan, contándole a todo el mundo que Leon se puso malito en plena misión de rescate.

Se empezaba a preguntar si Jorge III sobreviviría a ese frío, si lo dejaba ahí, maniatado en el suelo.

En fin. No era asunto suyo. 

Es difícil mantenerse en los grises cuando estás en una misión donde todos quieren matarte. O al menos querrían, si supieran que eres el objetivo. Pobre Jorge III, mira que no darse cuenta de que Leon no era uno de los suyos.

—¡Lo tengo! —Gritó Hunnigan triunfal.

—¡El pinganillo, compañera! —Le gritó Leon de vuelta, al quedarse sordo del oído derecho.

—¡Uy! Perdona. —Se disculpó Hunnigan. —Pero es que les he hackeado el sistema como la diosa que soy. 

»Tienen unos cortafuegos increíbles. Estoy segura de que me estoy enfrentando a los mejores hackers del mundo.

—¿Podrían echarte del sistema si te “contra hackean”? —Preguntó Leon, con cierta preocupación.

—Esa siempre es una posibilidad, claro. Pero yo tengo un sistema infalible. 

»Para que lo entiendas, es como si en una sala llena de gente, yo me multiplicara y además, tomara el aspecto de cada una de esas personas. Aunque me quisieran echar de la sala, tendrían muy difícil averiguar quien soy, sin echar a todos los demás conmigo. Y te aseguro que ellos no quieren salir de la sala. 

»Ahora mismo me los imagino a todos tirándose de los pelos intentando recuperar el control.

Hunnigan se emocionaba y se reía contando su hazaña. Leon podría verla frotándose las manos, mirando la pantalla con una sonrisa perversa y dos pequeños cuernos saliendo de su frente.

El mismísimo diablo digital era su compañera, y nadie lo sabía.

—Lo más guay de todo esto, es que tengo los planos de todo el complejo. Y como sospechábamos, bajo la superficie tiene varios pisos inferiores.

»¡Vaya! ¡Qué pasada! Tienen unas construcciones increíbles ahí abajo. Debió costar una fortuna crear un laboratorio de esta magnitud y con todo lo que estoy viendo.

—Hunnigan, céntrate. —Le dijo Leon, devolviéndola a la tierra. —Necesito saber donde está el laboratorio.

—Leon, no lo estás entendiendo. Todo el complejo es el laboratorio.

—Joder... —Comentó este con cierta derrota. —Encontrar a Claire será como buscar una aguja en un pajar.

—No necesariamente. —Le corrigió Hunnigan. —Deja que ahonde un poco más. Dame solo un minuto.

—¿Crees que habrán dejado constancia de que tienen aquí a Claire?

—Es lo más lógico. Ellos no podían prever que llegaría alguien como yo a inmiscuirme en sus asuntos, así que, ¿por qué no hacerlo? Al fin y al cabo toda su actividad es delictiva, y hay aquí documentos y archivos para enchironar a medio planeta.

—Ya. Supongo que tienes razón.

—Vale, acabo de encontrar algo. —Comenzó Hunnigan. —Es una especie de... informe sobre el plan de rapto de Claire. Como un  diario en realidad.

»Dice así:

Tercera fase:

- Llevar a C. Redfield al hotel Zalle.

- Dormir a C. Redfield y trasladar a Trizom.

- Llevar a C. Redfield al laboratorio 3C-001.

- Comenzar tarea con C. Redfield.

»La siguiente fase sería la cuarta, pero el archivo está dañado. Puedo recuperarlo, pero como siempre...

—Llevará su tiempo, sí, lo sé. Pero ya conocemos exactamente el paradero de Claire. Eso es lo importante.

—Sí, y por lo que puedo comprobar el 3 significa que está en la tercera planta por debajo de la superficie, en el área C, aula de investigación 001.

—Muy bien. Voy a entrar.

—De acuerdo. Yo seré tus ojos. Te iré guiando.

—Entendido. Gracias. Corto. 

Así que Claire estaba en la sección C del tercer piso, en el aula 001 del laboratorio Trizom. Cada vez era más sospechosa su presencia en este lugar.

¿Un aula de investigación? No tenía sentido. Claire era periodista de investigación, pero, ¿de qué forma eso podría serle útil a unos científicos, que la reclamaban a ella específicamente?

Cada vez estaba más convencido de que la estaban usando como entrenamiento para sus monstruos. Y ese pensamiento desesperaban a Leon de una forma animal.

Ni corto ni perezoso, salió del módulo de los servidores, dispuesto a dirigirse al laboratorio, cuando se dio de bruces contra un soldado enorme.

Y cuando digo que era enorme, no es una hipérbole, es que literalmente era un hombre gigante.

De ancho era dos veces Leon. Le sacaba una cabeza de altura y la ropa técnica que llevaba pedía auxilio antes de reventar.

Podríamos decir que Chris Redfield sería como el hermano pequeño y escuálido de este titán que se interponía entre Leon y el laboratorio. Y además tenía cara de muy pocos amigos.

—Con permiso. —Dijo Leon, al tiempo que lo trataba de esquivar por un lateral.

El gigante, apoyó una de sus enormes manos en el hombro de Leon y lo empujó suavemente hacia atrás.

—¿Qué hacías ahí dentro, soldado? —Le preguntó el gigante con la voz tan grave, que sus armónicos colapsaban entre sí y hacían que el espacio alrededor de ellos vibrara.

—El cabo primero me pidió que lo acompañara dentro para comprobar algo, señor. —Contestó Leon, no queriendo enfrentarse a semejante bestia.

—¿Para comprobar el qué, exactamente? —Preguntó el gigante.

—No lo sé, señor. Simplemente me pidió que lo escoltara. —Respondió Leon, con gran convicción.

—Ese enano cobarde. No puede hacer nada por sí solo. Siempre necesita escolta. —Dijo el gigante, con una mezcla entre fastidio y burla, mientras dejaba que su vista divagara por el entorno, antes de dirigirse a Leon de nuevo. —Vuelva a su posición, soldado.

—Sí, señor. 

Y dicho lo cual, Leon volvió a pasar por su lado para dejarlo atrás, con la esperanza de que al gigante no le diera por entrar en el módulo de los servidores y se encontrara con el cabo primero noqueado en el suelo.

—Un momento, soldado. —Llamó el gigante.

Leon se giró hacia él, viendo cómo el gigante entornaba los ojos.

—¿Señor?

—¿Qué clase de armas llevas al hombro?

“Ostia, joder. Mierda. Piensa rápido.”

—Son las armas del nuevo reglamento, señor.

—Lo dudo. Yo escribo los reglamentos, y esas armas no son las que usamos aquí. —Ambos hombres se quedaron mirándose en silencio, por unos segundos, antes de que el gigante le dedicara una sonrisa ladeada que emanaba satisfacción. —Te tengo, ratoncito.

En ese momento, una gota cayó sobre el hombro del gigante. Y después otra y después otra.

El gigante se miró el hombro. Con una mano tocó el líquido y lo frotó entre sus dedos. Era rojo. Era sangre.

Tanto Leon como el gigante, miraron hacia arriba, y resultó que estaban justo debajo de una de las torres de vigilancia.

La ropa del cadáver que descansaba en lo alto, ya no podía absorber más sangre, dejando que esta comenzara a precipitarse en forma de gotas contra el suelo.

El gigante miró a Leon con el ceño fruncido y los dientes apretados. Parecía un toro apunto de embestir.

—No me digas que era tu chica. —Le soltó Leon, que no podía evitar las chanzas cuando se ponía nervioso.

El gigante arremetió contra Leon, y antes de que el agente especial pudiera sacar alguna de sus armas de fuego, este lo cogió por debajo de la cintura, lo elevó por encima de su propia cabeza, y lo lanzó contra el suelo como si fuera un saco de arena, levantando una nube de polvo y tierra a su alrededor.

Leon sintió el dolor del golpe por todo su cuerpo, recorriéndole desde el coxis hasta la base del cráneo, incluyendo costillas, pelvis y hasta los pómulos.

Cuando abrió los ojos, el gigante se estaba abalanzando sobre él con los dos puños en algo, dispuesto a hacerle puré.

Leon giró sobre sí mismo, librando semejante golpe y haciendo a un lado el dolor que quería salir de él en forma grito. 

Cuando se levantó, el gigante ya estaba cogiéndolo en volandas por la parte interna de una pierna y rodeándole el cuello con un brazo, con la intención de girarlo y, boca a bajo, desnucarlo contra el suelo.

Leon, que en ese momento fue más rápido, en pleno giro, forzó la postura girando aún más y acabando a horcajadas sobre los hombros del gigante.

Rápidamente sacó la Silver Ghost de la cartuchera y apuntó con ella a la cabeza del grandullón, pero este fue más rápido ahora y con un salto, se tiró hacia atrás contra el suelo, provocándole a Leon, de nuevo, un fuerte impacto en la columna vertebral.

El gigante pateó la mano de Leon haciendo que la Silver Ghost se perdiera por algún lugar del suelo y, acto seguido, cogió a Leon por la pechera de su chaleco antibalas poniéndolo de pie.

Leon trataba de enfocar la vista, perdida en brumas borrosas durante unos segundos, cuando la frente del gigante impactó directamente contra su nariz.

Era la segunda vez desde que había iniciado esa misión, que su nariz recibía el impacto doloroso de los ataques de sus enemigos. Y como ya comentamos en el pasado, Leon odiaba que le golpearan en la nariz.

Volver en sí habría sido imposible, y realmente ahora estaría perdido, si Leon fuera un hombre normal con una misión sin importancia. Pero Leon no era un hombre normal, esta misión era la más importante de su vida y adoraba su preciosa nariz.

Aunque el golpe no se la había roto, Leon podía notar la humedad de la sangre brotando de sus fosas nasales y descendiendo por su barba.

Cuando el gigante tomó impulso con la cabeza para un segundo golpe, Leon cargó su brazo derecho, armado con un puño reforzado con metal en los nudillos, para darle un golpe que lo dejaría k.o.

Sumando la fuerza del impacto de la cabeza del gigante, con la fuerza del brazo de Leon, el puñetazo que este le propino, en la mismísima nuez de Adán, fue suficiente para tumbarlo en el suelo.

Leon, apoyado sobre sus rodillas, tomaba aliento y se apretaba la parte blanda de la nariz para cortar la hemorragia.

Enfrentarse a alguien que dobla tu peso, siempre es mala idea. Pero cuando no hay más remedio, casi parece una cuestión de suerte salir victorioso. 

De echo el hombre no estaba muerto, solo noqueado.

Leon buscó su Silver Ghost y la colocó de nuevo en su cartuchera. Debería matar a ese hombre por haberle hecho sangrar por la nariz. Pero Leon siempre prefería, en la medida de lo posible, no matar.

Es importante entender esto, para entender a Leon.

Leon, ante todo, era un hombre compasivo que amaba la vida. Por eso luchaba contra los b.o.w.s y el bioterrorismo. Porque quería proteger a los inocentes de las bestias que amenazaban con destruir el mundo.

Pero en su trabajo, a veces, tenía que matar a personas. Personas que no eran inocentes. Personas que trabajaban para los malos. Que iban en contra del bien, que se interponían en su camino y que querían matarle.

El cien por ciento de las veces, matar a otro hombre dejaba una mancha en el alma de Leon. Y puede que en algunas ocasiones, una parte sádica y perversa de nuestro agente secreto deseara hacerlo. Pero después, en la calma y la soledad, cada una de esas muertes le pesaba sobre los hombros y eternamente sobre los recuerdos.

Es por eso, que dejar por el camino personas vivas, no era un fallo de guión o un error de juicio.

Era, simplemente, la parte más esperanzada de Leon, que le recordaba que todavía había compasión en su corazón.

Y es muy cierto que Leon no solo había matado en defensa propia. Pero si a todos a los que se había quitado de en medio los hubiera podido noquear, lo habría elegido antes de recurrir a la muerte.

Tal vez deberían replantearse eso de cambiar las armas de fuego por sedantes para caballos.

Sea como fuere, lo entendamos o no, ahora Leon prefería dejarlo así. 

De todas formas, una vez entrara en el laboratorio, Hunnigan cerraría todas las entradas y Leon no tendría que preocuparse más por los soldados del exterior.

Tomada la decisión, cogió una gasa del botiquín, se limpió la boca y el mentón de su propia sangre y en unos minutos la hemorragia estaba cortada, con lo que abandonó la zona de los contenedores y salió a la planicie descubierta, pasando al lado de los demás soldados, en dirección a la gran cúpula de cristal.

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León estaba a unos doscientos metros de una de las entradas a  la cúpula. 

Pudo observar que en cada una de las entradas, había dos soldados que las vigilaban.

Recordemos en este momento, que los soldados tenían vetada la entrada al complejo y que, por lo tato, entrar ahí no sería tan sencillo como decir “¡Hey! ¡Camaradas! ¿Cómo lleváis el turno? Se os ve cansados. ¿Por qué no vais a daros un respiro mientras yo os cubro?”. 

Así que Leon tenía que encontrar la forma de sortearlos.

En medio de la planicie, se encontraba totalmente rodeado de soldados, que se movían de aquí para allá, pero que no reparaban en él. Afortunadamente, todos parecían muy atareados o preocupados, como para pararse a observar bien a un hombre que vestía prácticamente igual que ellos, con la salvedad de sus armas.

Leon tenía que inventarse algo para entrar. Y desde luego alguna forma había, si no, la historia de ese soldado que se perdió y vio con sus propios ojos las atrocidades que se llevaban a cabo ahí, no existiría, y sin embargo existe.

El colegueo no parecía ser la solución. Y mentir diciendo que se tenía un rango superior al de soldado, era muy arriesgado porque, que no todos los soldados se conozcan entre sí puede ser lógico, en el momento en que son cientos y van rotando los meses de trabajo con los meses de vacaciones y demás.

Pero los altos cargos, son harina de otro costal. Al fin y al cabo, son menos y tienen más poder.

Así que si fingía ser cabo o capitán, podrían descubrirle y que todo estallase.

Pero, a fin de cuentas, en algún momento todo tenía que estallar, ¿no?

Fue en medio de esos pensamientos, cuando Leon empezó a ver como decenas de científicos, con sus batas blancas, sus gafas de pasta ancha y sus calvas, comenzaban a abandonar el laboratorio con bastante premura y lo que parecía preocupación en sus rostros.

Los soldados, incluido Leon, se quedaron parados observando la escena sin entender qué estaba sucediendo. ¿Por qué todos los científicos abandonaban la cúpula? ¿Se les habría escapado algún experimento?

Leon agudizó el oído y pudo comprobar que el resto de soldados se hacían las mismas preguntas que él. Así que el desconocimiento de por qué abandonaban el laboratorio era general, y no una cuestión de ser un infiltrado que no se enteraba de nada.

—He sido yo. —Dijo Hunnigan por el pinganillo, con brillo en su voz. —He lanzado un mensaje por los altavoces del  laboratorio pidiendo a todo el personal que lo abandonara por incendio.

Leon no contestó nada, pero sonrío. Su compañera era un genio sin igual.

—Ahora puedes aprovechar y entrar, mientras los científicos salen. Piérdete entre la gente, puede que pases desapercibido.  En cuanto estés dentro, cerraré todas las puertas y tendrás acceso libre a todo el complejo. Suerte Leon. —Y con esto, se cortó la comunicación.

Leon, empezó a avanzar en dirección a la puerta mezclándose con los científicos, cuando de repente una alarma comenzó a sonar por todo el peñón, acompañado de luces rojas, vibrando aquí y allá, con un mensaje grabado que decía:

“¡Alerta! ¡Alerta! Intruso. Intruso. A todos los soldados, evacúen inmediatamente a todo el personal científico de Trizom. Código rojo, repito, código rojo.”

Y el mensaje seguía y seguía sin parar sin parar.

Por un momento, todos estaban quietos, escuchando a la voz. Pero de repente, el caos se apoderó del espacio. Todos los científicos echaron a correr como pollos sin cabeza, gritando y protegiendo sus preciados cerebros, no fuera a ser que el enemigo atentara contra ellos, igual que ellos atentaban contra el resto de  vidas humanas.

La gente podía verles como eruditos inalcanzables, pero Leon los veía como eran realmente. Unos terroristas que anteponían sus avances científicos a la vida humana. Incluso cuando su propia vida podría estar en riesgo. Como ocurrió en el pasado con los padres de Sherry.

—No he sido yo. —Hunnigan entró para comunicarse con Leon. —Quería que entraras con discreción, pero te ha pillado Leon. Yo no he dado la alarma, pero tampoco puedo desconectarla. El sistema operativo del laboratorio es diferente al sistema operativo que emplean los militares. Así que no tengo forma de meterme ahí y detenerlos. Siento mucho no haber previsto esto.

Leon seguía avanzando hacia la entrada más próxima del laboratorio, escuchando a Hunnigan, cuando, más cerca de lo deseado, escuchó una voz grave proveniente de un gigante que, con una mano en el cuello y otra señalándole directamente, daba órdenes a sus soldados de atraparle. Y como si de Moises abriendo las aguas del Mar Rojo se tratase, entre el gigante y Leon se abrió un pasillo largo y estrecho que los conectaba. 

Todos los ojos puestos en Leon.

—¡Corre, Leon! ¡Corre! —Gritó Hunnigan en su pinganillo.

Y la verdad es que no tenía que repetirlo dos veces.

Leon echó a correr, empujando a todos los científicos que, sin quererlo, se interponían en su camino.

Eran muchas las armas que querían dispararle, pero el gigante les impedía a sus hombres abrir fuego, porque podrían matar a los científicos. Y todas y cada una de esas mentes eran imprescindibles.

Leon vio como los soldados que vigilaban la puerta a la que se dirigía, apuntaban hacía él; y también cómo el último de los científicos salía por ellas, dejando el camino libre para ser diana de esos dos guardias. Pero también facilitándole a Leon la visión para que ellos fueran sus dianas. Podríamos decir que este era uno de esos maravillosos momentos Western en los que unos vaqueros se preparan para dispararse, acompañado de una musiquilla de armónica y plantas rodadoras.

Pero ni esto era un western, ni había musiquilla de armónica, ni ninguna planta rodadora se estaba cruzando por sus caminos.

Esta era la vida real, con gritos de fondo y arena en los calzoncillos.

Y además eran dos contra uno, así que, se acabaron las contemplaciones. Quien dispara primero, dispara mejor.

Leon cruzó los brazos por delante de su pecho para sacar sus dos armas de las cartucheras, la Silver Ghost y la pistola ametralladora, y sin ningún cuidado disparó a ambos hombres, sin concentrarse en tiros certeros.

Le daba igual si los mataba o no. Si el tiro era limpio en la cabeza, o los estaba dejando como un colador. Si les estaba dando de lleno o las balas se perdían a su alrededor. Porque lo único que quería Leon, era evitar que ellos le dispararan a él, y entrar rápidamente por esas enormes puertas de cristal. 

Y en realidad la táctica funcionó.

Los soldados de las puertas se tiraron al suelo y se cubrieron sin siquiera levantar sus armas, mientras Leon las atravesaba sin inconvenientes.

Una vez dentro, se giró hacía el panorama exterior y comprobó como, una por una, todas las puertas que rodeaban el laboratorio se iban cerrando en un canon precioso digno de una ópera.

“Grandísima, Hunnigan.”

Explicar lo grande y luminoso que era ese lugar, no era tarea fácil.

Los cristales que conformaban toda la cúpula se veían muy oscuros desde dentro, como las lentes de unas gafas de sol  con efecto espejo. De tal forma que estar ahí no se sentía como estar debajo de una lupa. Seguramente el vidrio era polarizado.

Además, todo el espacio estaba muy bien refrigerado con ayuda de diferentes sistemas de ventilación, así como aire acondicionado.

Dentro de la cúpula todo, desde la recepción, hasta las diferentes salas de espera, eran de un blanco puro que resultaba muy molesto a la vista. Y apenas había muebles, dentro de un concepto de distribución totalmente abierto.

De la cúspide de la cúpula, descendía hasta el suelo una enorme columna que albergaba cinco ascensores dispuestos alrededor de la misma.

En ese momento, de todos los ascensores que mantenían sus puertas cerradas, el que para Leon representaba el central, y que de hecho quedaba justo frente a él, abrió sus puertas, — acompañado de una voz femenina robótica, que anunciaba la planta en la que se encontraba —, invitando a Leon a entrar.

Era Hunnigan mostrándole el camino.

Un golpe sordo llegó a los oídos de Leon, que volviendo a girarse hacia las puertas de cristal, pudo ver al gigante golpeando estas con sus puños.

Al hacer contacto visual, este le señaló con su enorme índice y Leon pudo leer lo que decían sus labios:

“Eres mío”

A lo que Leon respondió:

“No eres mi tipo”

Y con más rabia e ímpetu que antes, el gigante comenzó a golpear las puertas cada vez con las fuerza, haciendo que todo el cinturón de puertas temblaran y hondearan a su son.

—Esas puertas no aguantarán mucho, Leon. —Le habló entonces Hunnigan. —Métete en el ascensor.

Y Leon se alejó, no sin antes guiñarle un ojo al gigante, provocándole y encendiendo aun más su cólera.

Una vez dentro del ascensor, este cerró sus puertas y comenzó a descender a un ritmo tranquilo. 

La voz robótica anunció que iban a descender hasta el tercer piso, cuando Leon escuchó una explosión por encima de su cabeza.

Con la mano en el pinganillo, llamó a Hunnigan.

—¿Qué ha sido eso? —Preguntó Leon directamente, cuando escuchó el primer pitido.

—Han conseguido entrar, Leon. —Le comunicaba Hunnigan con el corazón palpitando en sus sienes. —Han volado por los aires parte de la estructura base de  la cúpula y están dentro.

—Joder. —Dijo Leon más para sí que para Hunnigan.

—No te preocupes, les tengo retenidos. El resto de los ascensores están inutilizados y las puertas de acceso también. 

»Tendrán que dedicarse a volarlo todo si quieren pasar por encima de mi.

—Esa es mi chica. —Le contestó Leon, con orgullo.

—Siempre cuidando de ti, leoncito. —Le respondió esta. —Cuando salgas del ascensor, busca una puerta que ponga antesala 001 en el área C. Entrarás en un espacio amplio, lleno de sofás, libros y mesas. Casi parece el comedor de un correccional pijo. Al final de la sala, se encuentra el aula 001.

»Mientras acudes buscaré salidas alternativas para ti y para Claire.

—Gracias Hunnigan. —Y dicho esto, las puertas del ascensor se abrieron y ellos cortaron la comunicación.

 Leon no lo habría dicho en ese momento, porque realmente tenía que concentrarse y prepararse para lo que quiera que fuera que se iba a encontrar, pero, escuchar a Hunnigan hablando como si que Claire estuviera viva fuera un hecho, le había atravesado el corazón con la flecha de la esperanza y la emoción.

Por que si Hunnigan lo creía, entonces él no podía dudarlo ni un solo momento. Porque Claire estaba viva. Tenía que estarlo.

León salió del ascensor con pistola en mano atento a cualquier movimiento.

Podía estar casi seguro de que ahí ya no quedaba nadie, pero nunca se sabía.

Lo cierto es que el silencio era sepulcral, interrumpido unicamente por los pasos de Leon y su respiración, que parecían multiplicar sus decibelios por la ausencia de otros sonidos que los acompañasen.

Se encontraba en un pequeño recibidor circular, —que giraba alrededor del eje central que eran los ascensores —, en el cual no había nada, más allá de unos grandes ventanales con unas vistas increíbles hacia una enorme ciudad, —que bien podría tratarse de Nueva York —, pero que por lo demás, eran más falsas que la sonrisa de tu suegra.

Leon podía entenderlo. Estar aquí abajo encerrado durante horas, debía de ser mentalmente insoportable.

Poder tener un momento de observación hacia unas vistas, aunque estas no fueran reales, debía suponer un gran descanso para todas esas mentes.

Pero Leon no estaba ahí para entender a los pobres científicos que trabajaban destruyendo el planeta. Así que alejó todos esos pensamientos triviales de su mente, enfocándose en encontrar la puerta que Hunnigan le había señalado.

Leon empezó a girar alrededor del eje encontrando puertas  en frente de cada ascensor, que anunciaban las áreas.

Área A. Después área B. Y después el área C, seguidos de las áreas D y E. Leon se puso en frente de la puerta de su área.

Se trataba de una sola puerta con cierre de seguridad de lectura de huellas de manos.

Antes siquiera de que Leon tuviera que pedirlo, la puerta se abrió sola, permitiéndole el paso .

“Gracias, camarada”

Al otro lado de la puerta, había un corto pasillo que parecía estar conformado por tres ortoedros unidos entre sí, y en cuyas uniones brillaban unas luces led azuladas.

Un diseño innecesario pero que seguro que los cerebritos agradecían. Qué maravillosa empresa la de Trizom. Como mimaban a sus empleados. Qué gran trabajo. Cuánto altruismo.

Entiéndanme la ironía.

Leon avanzó hasta el final del pasillo y ahí se encontró con dos puertas batientes de acción física y un cartel en el marco superior que rezaba: “Antesala 001”.  

Con cuidado, Leon entreabrió una de las palas de la puerta y miró hacia uno de los lados de la estancia; acto seguido, repitió la misma operación en la otra pala de la puerta, para observar el lado contrario de la estancia. Y viendo que el sitio parecía despejado, decidió entrar.

Efectivamente, ahí no quedaba ni un alma. Que no se dijera  que los científicos no tenían en estima su vida. Si había que evacuar el edificio por incendio, se evacuaba.

Maravilloso. Menos trabajo para Leon.

Se encontraba en una sala rectangular bastante grande.

A diferencia del resto de lo que Leon había visto del laboratorio, esta, aunque aun con paredes y sueños de un blanco abrasador, poseía también varías mesas con sillas, aparentemente cómodas; una pequeña biblioteca con tomos tan grandes como el Quijote; una zona con sofás, y diferentes máquinas expendedoras; y una barra con una hilera bastante larga de cafeteras y hervidores de agua, para un regimiento.

Además todo se completaba con varias plantas aquí y allá que le daban un poco de vida a la estancia, así como alguna ventana con vistas falsas a diferentes  paisajes.

Por supuesto no era ningún resort y no debía serlo, pero como estancia de descanso, no estaba mal.

Hasta tenían cabinas insonorizadas, con cristales tintados, para que los científicos pudieran entrar a gritar en momentos de frustración, pudiendo desahogarse tranquilamente sin molestar al resto.

Sinceramente, un detalle muy considerado. Leon lo propondría en La Casa Blanca, a ver si colaba.

Avanzó sin prisa pero sin pausa, atentó a todo cuanto le rodeaba. Para un agente especial, cualquier esquina podría ser susceptible de albergar horrores y era por eso que aunque una estancia pareciera vacía, había que avanzar con cautela.

Cuando llegó al final, Leon se encontró ante una puerta enorme tipo guillotina.

Era de metal, hermética, blanca y con diferentes tipos de sensores para diferentes tipos de lectura. Lector de huellas de manos, lector de retina, lector de reconocimiento de voz y hasta una especie de etilómetro para medir el aliento.

La puerta era enorme. Un helicóptero grande podría entrar por esa puerta, sin problemas.

Leon esperó, sabía que Hunnigan estaba pendiente de él.

Entonces, la puerta hizo un sonido de aspiración, acompañado de unas luces intermitentes de color ámbar y unas señales acústicas muy ligeras.

Esa puerta se veía muy pesada. Poseía un grosor de tres o cuatro palmos, con anclajes a los marcos de unos veinte centímetros de diámetro en la base.

Leon se había posicionado en el marco de la puerta para asegurar el interior, cubriendo su cuerpo.

Se asomó a la apertura, y al igual que en la antesala, todo parecía vacío.

Este escenario sin duda, era lo más parecido a lo que todos nos podemos imaginar como un laboratorio.

La estancia era cuadrada, y bordeando el área del cuadrado, podíamos observar una larga mesa blanca, con muchas pequeñas butacas blancas debajo. 

Una gran cantidad de materiales abandonados a su suerte descansaban sobre la mesa. Microscopios, probetas, vasos de ensayo, mecheros bunsen y un sin fin de mezclas de diferentes colores. Así como mascarillas y guantes de nitrilo o látex, tirados por el suelo, como quienes salen despavoridos por la puerta.

En la pared derecha, había unos escalones que subían hasta una puerta  blanca de metal como todas las demás. Y no solo poseía todos los lectores de medición anteriormente descritos, si no que además poseía una plaquita exterior que decía “Científico jefe, Benedict B. Bordet”. Presumiblemente tras esa puerta habría un despacho.

En el centro de la estancia, cuyos suelos y paredes seguían con el mono tema blanco, había un cilindro de hierro que iba del suelo al techo, rodeado de tubos y cables que a su vez se conectaban con diferentes bidones de diferentes líquidos, así como un tubo en concreto conectado a una bomba de oxígeno.

Recordó entonces la conversación de los dos soldados en la colina. Cuando hablaban de ese compañero perdido en el laboratorio.

Este había dicho que había visto a un ser monstruoso metido en un tanque de agua al que alimentaban y mantenían con vida a través de diferentes tubos y cables.

Puede que este no fuera el tanque en concreto que vio ese tipo, pero Leon se podía imaginar que este no sería el único en todo el laboratorio.

 Y en realidad no era asunto suyo. Él no estaba ahí para destapar Trizom. Eso que lo hiciera otro. Él estaba ahí en misión de rescate.

Con tal de que lo que quiera que estuviera durmiendo ahí dentro no despertara, Leon sería capaz de pasarlo por alto de mil amores.

Tras este gran tanque, cerrado con persianas de hierro plegables, había una mesa no muy larga, dispuesta en una semicircunferencia que rodeaba parte de dicho tanque. 

Sobre ella había un gran equipo tecnológico de ordenadores, pantallas, mandos y teclados.

Y a los pies del gran cilindro de hierro, una base enrejada, probablemente pensada para drenar líquido si este se derramaba de dentro del tanque.

Un pequeño ruido activó las alarmas de Leon. Provenía de detrás del gran cilindró.

Leon se asomó con cuidado y una bala salió disparada en su dirección, chocando contra el tanque y no contra la cara de Leon.

Unos pequeños quejidos, así como una respiración nerviosa y agitada, provenían de ese lugar y Leon entendió que quien quiera que estuviera con él en esa habitación, tenía miedo, estaba nervioso y era muy mal tirador.

Leon volvió a asomarse, y de nuevo otra bala salió disparada hacia él, sin dar en el blanco por mucho.

—¡Vete de aquí! —Gritó la voz aguda de un hombre asustado. —¡Vete o te mataré! —Volvió a decir el hombre, disparando de nuevo.

Leon se mantuvo de espaldas, pegado al tanque, manteniendo la respiración estable y agudizando sus oídos.

—¡Vete! —Grito de nuevo el hombre disparando tres veces seguidas en dirección a Leon, pero sin éxito, ya que un tanque de hierro se interponía entre ellos. —¡Largo de aquí!

—¡Escucha! —Intentó Leon. —Solo quiero hablar. Baja tu arma.

Otra ráfaga de tres tiros salió volando, acompañado del sonido de un gatillo que ya no tenía más balas que disparar.

“Se ha quedado sin munición. Es mi turno.”

Leon bordeó el tanque y vio agazapado, escondido debajo de una mesa, tras una butaca, a un hombre vestido con bata blanca, pelo gris y gafas de pasta, que intentaba con manos torpes y temblorosas, meter balas dentro del cartucho de su pistola automática.

Cuando vio a Leon aproximarse hacia él, salió corriendo de debajo de la mesa, y bordeando el tanque, trató de huir por la pesada puerta de guillotina.

Leon, previendo sus movimientos, le cortó el paso apuntándole con su arma.

—Hola, Doc. —Saludó Leon. —Espero que seas tan malo con las probetas como disparando. Es que no has dado ni una, viejo.

—Déjame marchar. —Le exigió el científico a Leon con la voz y la boca temblorosas.

Leon pudo ver un carnet que colgaba de la solapa del bolsillo superior de la bata del científico. Y leyó su nombre.

Estaba delante del mismísimo científico jefe, Benedict B. Bordet.

—¿Por qué habría de hacerlo? Tuviste tu oportunidad y decidiste quedarte. ¿Por qué? —Preguntó Leon.

—Un científico nunca revela sus avances.

Leon cargó una bala en la recamara de su pistola, exagerando el movimiento para poner más nervioso al científico y empujarlo a hablar.

—¿Por qué? —Volvió a preguntar Leon.

El científico no respondió pero su mirada lo delató cuando la desvió hacia el tanque.

—¡Ah! Ya entiendo. Por tu monstruo.

—¡No es un monstruo! —Le gritó, casi histérico, el científico. —Es el arma biológica definitiva. Y es mi creación.

—Ya veo. —Contestó Leon con aburrimiento. —Vamos que eres el capitán que se hunde con su barco, ¿no?

—Así es. —Contestó el científico con el mismo miedo de antes pero alzando su mentón con orgullo.

—Casi mejor, Doc. Así podrás ayudarme a buscar a alguien que me consta ha estado aquí.

Y antes de que Leon pudiera seguir hablando, el científico corrió hacia la puerta de su despacho, para esconderse.

Leon disparó una bala que atravesó la rodilla izquierda del científico, el cual cayó al suelo gritando de dolor, con la cara constreñida y unas manos que dudaban de dónde agarrarse para paliar un dolor que no se iba a paliar.

Si Leon le había dado donde estaba seguro que le había dado, ese hombre no volvería a caminar sin muletas en lo que le quedaba de vida.

—Hunnigan, cierra la puerta del aula y abre la puerta del despacho. —Le comunicó Leon a Hunnigan, tocándose el pinganillo. —Voy a tener una charla interesante con el pequeño científico que me he encontrado escondido como una rata. No mires.

—Cerrando puerta del aula 001. —Contestó Hunnigan.

Leon se aproximó al científico, que no podía parar de gritar y llorar de puro dolor. Y se acuclilló a su lado.

—Eso tiene que doler. —Le dijo Leon. —Pero, y por favor no pienses que soy un cínico, si no hubieras intentado huir, yo no te habría disparado.

»Ahora, ¿por dónde iba? ¡Ah! ¡Sí! Nuestra querida conversación. Verás en realidad no puede importarme menos qué es lo que estáis haciendo aquí. Solo quiero saber dónde está Claire Redfield.

El científico respiraba con dificultad y gemía, apoyado sobre un antebrazo y colocando su otra mano temblorosa y llena de sangre, en un lateral de su rodilla afectada.

Leon sabía honestamente que un balazo en la rodilla, era uno de los lugares más dolorosos que existían, pero estaba perdiendo la paciencia a pasos agigantados.

Mentiría si dijera que no esperaba encontrarse a Claire ahí. Estaba en el aula 001. El aula donde trasladaron a Claire. Así que, si no estaba ahí, tal vez la habían evacuado y entonces Leon volvería a estar perdido. Y eso se le hacía insoportable.

Así que, teniendo en cuenta todo, lo cierto es que lo que era un milagro, es que al agente especial le quedara siquiera una nimia parte de paciencia.

—Estoy esperando, Doc. —Le dijo Leon, cogiéndole de la cara y girándola hacia él para hacer contacto visual. —¿Dónde está Claire Redfield?

—Sí se lo digo, ¿se irá de aquí?

—Se lo prometo. —Le contestó Leon con sinceridad. No tenía una especial intención de matar al viejo. Igual que no tenía intención de volarlo todo por los aires. No estaba ahí para vengarse de los bioterroristas. 

Leon no perdía de vista su objetivo principal.

—Está bien. —Dijo el doctor, que intercalaba gemidos y lágrimas con sus palabras temblorosas. Miraba de soslayo, todo el tiempo, hacía el enorme tanque en medio de la estancia. —Pero ¿se irá sin causar más daños? —Volvió a preguntar el científico jefe.

—Le haré hasta un torniquete para que no muera aquí desangrado, Doc. —Le dijo Leon, con una falsa voz tranquila.

—Esa mujer. La mujer a la que busca, ya no está aquí.

Joder, esta misión estaba siendo peor que buscar a Wally.

—¿Está seguro de eso, doctor? —Leon tenía sus ojos clavados en los del doctor. Se le daba bien detectar cuando la gente mentía. Pero en este caso, parecía verdad...

La forma en que el doctor miraba de cuando en cuando, nerviosamente, hacia el tanque, le dificultaba mucho la tarea de saber si el doctor mentía, porque dependiendo de la dirección de la mirada del interrogado o del movimiento de la pupila, podrías saber si una persona mentía o decía la verdad.

La inclinación de la voz, la velocidad de habla, el pulso, eran cosas que también podía medir, pero en la situación en la que se encontraba el doctor, había muchos factores externos que podían estar interfiriendo en la lectura de la veracidad.

—Escuche, Benedict. No tengo ninguna intención de acabar con su monstruo ahí dentro, así que deje de mirar hacía ahí y concéntrese en mí. Ahora mismo yo debo ser lo más importante de su vida, porque tengo la capacidad de acabar con ella, así que hable de una vez, ¿Dónde está Claire?

—¡Ya le he dicho que no está aquí!

—Eso no responde a mi pregunta, viejo. —Leon acercó su arma a la otra rodilla del científico y este tembló y gritó de puro terror. —¿¡Dónde se la han llevado!?

—¡Ella ya no está! —Decía el doctor llorando. Lloraba y lloraba y repetía esa frase como un mantra desquiciante. —Ella ya no está. Ella ya no está. Ella ya no está. —Miró a Leo a los ojos. Azul contra gris. Y como si estuviera despidiéndose de la vida, volvió a repetir bajando la voz. —Ella ya no está.

¿Qué estaba queriendo decir con eso? El doctor estaba siendo muy vago en sus palabras, pero a Leon algo se le movió dentro del estomago y tenía fuertes ganas de vomitar.

—¡Leon, cuidado! —Avisó Hunnigan por el pinganillo, pero demasiado tarde, pues una mano enorme lo había cogido por la nuca lanzándolo lejos del científico, hacía la pared contaría a la que se encontraba.

—Te dije... —Comenzó a hablar una voz grave que hacía reverberar todo a su alrededor. —... que tú eres mío.

Leon abrió los ojos y vio ante sí al gigante al que dejó vivir y que sin duda debió haber matado.

—Ya... —Contestó Leon incorporándose y restallando su cuello. —Y yo ya te he dicho que no eres mi tipo. —Y añadió. —Feo.

Hunnigan hablaba nerviosamente por el pinganillo.

—Se coló por debajo de la puerta en el último momento. No tengo ni idea de cómo ha podido llegar al tercer nivel. Me distraje solo un momento, y ¡no sé cómo ha podido llegar al tercer nivel!

—Cállate, por favor. —Dijo Leon, refiriéndose a su compañera, que quedó en silencio en el acto.

—Cállame tú. —Contestó el gigante. —Si puedes.

—Tío, esa frase no suena cómo tu crees que suena. —Le soltó Leon, haciendo que la expresión de enfado del gigantón cambiara por unos segundos a una expresión muy idiota de falta de comprensión. —Pero si es lo que quieres, estaré encantado.

Y acto seguido se lanzaron el uno a por el otro.

La diferencia de tamaño y peso eran exactamente las de antes, pero ahora Leon sabía cómo se movía su contrincante. Cuales eran sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Y en base a eso, ese pequeño gigante no tenía nada que hacer.

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Leon se movía con una agilidad y una precisión tal, que para el gigante, —que por muy grande y fuerte que fuera, sobre todo era muy lento —,  era como enfrentarse al mismísimo Flash.

Leon se aproximó a toda velocidad hacia el enorme hombre, y cuando este lazó un gancho hacia su cara, León se dejó arrastrar por el suelo sobre sus glúteos, quedando tras el gigante y aprovechando le lentitud de este para dispararle por la espalda.

Era tan corpulento, que desde su baja posición, Leon no podía dispararle directamente a la cabeza. Pero disparó tres tiros certeros hacia su corazón, motivo por el cual el hombre ya debería estar  más muerto que vivo.

Sin embargo, el gigante se giró riéndose hacía Leon, que desde su altura, lo miraba como quien mira una cucaracha.

—Mi ropa parece mejor que la tuya, ratoncito. —Dijo el saco de músculos de forma jactanciosa.

Leon disparó a sus dos rodillas y vio como las balas simplemente se quedaban incrustadas en la ropa, sin hacerle ningún daño.

“Tiros a la cabeza entonces”

Leon disparó su Silver Ghost hacia la cabeza del gigante hasta quedar sin munición, pero este se protegía con sus enormes brazos. Y es que aquí hay que tener en cuenta que sus brazos eran muy grandes y su cabeza más bien pequeña.

Vamos, que las proporciones no eran lo suyo, precisamente.

Definitivamente disparar desde el suelo no podía ser buena idea. Tenía que encontrar un lugar más elevado que su propia altura.

Dejando de lado la Silver, Leon sacó la pistola ametralladora, y tomando distancia y corriendo tras la mesa semicircular, comenzó a disparar al gigante, tratando de rodearlo, apuntando siempre hacía una cabeza totalmente protegida.

Se quedó sin munición, pero no quería perder tiempo de carga, así que entró en juego la escopeta. 

Quería mantener las distancias, pero debía sacrificarlas si quería  un resultado diferente. Así que la escopeta era mejor opción que el fusil para esta empresa.

Comenzó a disparar y comprobó que este tipo de arma era más efectiva. Las balas seguían sin atravesarle la ropa, pero ahora el sujeto sentía el impacto de cada bala, de tal forma que gruñía, se quejaba y se doblaba con cada disparo.

Entonces, en cierto momento, el gigante se cansó de recibir sin tener apenas participación, y protegiéndose la cabeza, arremetió a toda velocidad contra Leon.

Leon corrió hacía una esquina de la habitación, y aprovechando el ángulo de noventa grados que le ofrecían las dos paredes, tomó impulso, saltando de una pared a otra, para emplear su último salto en girar sobre sí mismo y propinarle una patada brutal en la nuca al “Gigante de Hierro”.

Ese tipo de patada le habría roto el cuello a cualquier persona, pero con este sujeto las cosas no funcionaban así. Simplemente lo había dejado un poco aturdido, momento que Leon aprovechó para volver a dispararlo por la espalda, esperando que en algún momento alguno de los impactos de bala le hicieran algún tipo de lesión o daño irremediable, que superara lo meramente cutáneo.

El gigante, recuperado, volvió a arremeter contra Leon y este corrió hacia el tanque saltó sobre su superficie vertical.

La idea de Leon era ganar altura, —corriendo por su superficie —, impulsarse hacia atrás, y aterrizar sobre los hombros del gigante, y desde ahí arriba reventarle los sesos.

Pero las cosas no suelen ocurrir como uno planea, ¿verdad?

Mientras Leon subía de forma vertical por las persianas de hierro del tanque, cometió el error de pisar el tuvo de oxígeno, pensando que este sería más resistente a su peso.

No fue así. El tubo cedió rajándose mínimamente, pero seguía siendo un apoyo lo suficientemente endeble como para, no solo desequilibrar a Leon, sino impedir que su impulso fuera lo suficientemente elevado.

Pero ya estaba en mitad de su salto cuando comprendió el error, impidiéndole corregir su trayectoria del puño gigante que se iba a estrellar irremediablemente contra el centro de su pecho.

Y así fue como su esternón, tuvo que resistir semejante golpe, para asegurarse de seguir protegiendo los órganos más vitales de Leon. Sus pulmones y por supuesto, su corazón.

Leon voló horizontalmente, impactó de espaldas contra la enorme puerta de guillotina, y cayó al suelo, de cara.

—¡Nooooooo! —Gritó el científico, que se arrastraba a duras penas en dirección al taque. —¡La entrada de oxígeno, no!

El gigante se acercó a Leon, con la parsimonia de quien está dando un paseo alrededor del lago, mientras Leon intentaba que sus pulmones volvieran a funcionar después de semejante golpe.

Sabía que no había nada roto, pero el choque le había dejado los pulmones como dos globos reventados, y necesitaba volver a respirar para tomar el control. Pero eso tampoco pasaría.

Cuando el gigante llegó a su posición, le arrebató la escopeta de la mano y cogiendo a Leon por el cuello, lo elevó por los aires contra la puerta, estrangulándolo lentamente. Ese tipo disfrutaba matando, sin ningún tipo de duda.

—Leon. —Susurró Hunnigan por el pinganillo, antes de silenciar su micrófono. Sabía que no ayudaría a Leon escucharla llorar.

—¡Mátalo! —Gritó el científico que apenas había logrado desplazarse más de unos pocos metros, dejando tras de sí un reguero de sangre. —¡Viene a por la chica! ¡Mátalo!

Así que Claire definitivamente estaba ahí. Puto Benedict. Había conseguido medio colársela a Leon.

Bueno, pues Leon prometía, que si salía de esa, no volvería a cometer el mismo error.

—¡Ah! Así que vienes a por la pelirroja de buen trasero ¡Eh! —Dijo el grandullón, que no había dejado ni el más mínimo resquicio de separación entre el cuerpo de Leon y el suyo.

Leon se agarraba a los antebrazos del gigante, tratando de evitar que cayera sobre su cuello la responsabilidad de sostener todo su peso.

No le había gustado ese comentario. Que Claire tenía un culo precioso era un hecho. Pero escuchar a otros hombres hablando sobre ello, tratándola como si fuera un maniquí en un escaparate, siempre le repateaba profundamente. 

Pero, digamos que Leon, en ese preciso instante, tenía cosas más importantes en las que pensar. Como sobrevivir  a ese ataque, para encontrar a Claire.

Trató de rodear la cintura escapular del gigante con sus piernas para estrangularlo, pero era tan jodidamente ancho, que Leon no podía enganchar sus pies entre sí para ejercer la presión necesaria.

Se quedaba sin tiempo. Se quedaba sin aire. Las granadas no podían servirle. Volarían los dos en pedazos. ¿Este era el fin?

Trató de coger su cuchillo de combate de su hombro izquierdo, pero el grandullón captó sus intenciones y, quitándosela, lanzo el cuchillo dejos de ahí.

—¿Y por qué la buscas? —Inquirió el gigante. —¿Es tu novia? ¿La quieres?

Leon estaba perdiendo visión, pero hizo un fuerte esfuerzo para mirar los ojos inyectados en sangre se su contrincante. Dicho esfuerzo sirvió de respuesta para el hombre más grande del mundo.

—¡Ya veo! —Contestó con fingida felicidad el grandullón. —Tengo que darte la enhorabuena. Menuda mujer. —Siguió hablando el gigante. —El día que la rapté, su sudor...—el hombre cerró los ojos y gimió descaradamente. —... olía muy bien.

¿Qué acababa de decir? ¿Acababa de decir que el sudor de Claire olía muy bien?

—Pero sabía aun mejor, amigo. —Seguía diciendo, abriendo los ojos. —Desde entonces no he podido olvidar su piel. —Continuó relatando. —No he podido olvidar como se revolvía la fierecilla. —Ahora, sonreía recordando. —Cómo luchaba contra mi cuerpo. Y cómo se rindió al final ante mi fuerza. —El hombre entonces acercó más su cara a la de Leon, para mirarlo frente a frente. —Y ¿Sabes cual fue mi parte favorita?  —Hizo una pequeña pausa, sonriendo abiertamente. —Ver como sus desafiantes y preciosos ojos azules, se apagaban ante la derrota. Como los tuyos.

»En ese momento, los dos comprendimos que yo la había domado. Como a ti.

Leon escucho todas y cada una de las palabras que salieron de la boca de ese hombre.

Todas y cada una de las palabras que, como si de ácido se tratase, fue corroyendo cada migaja de cordura que le quedaba a Leon. Cada molécula de oxígeno que aún se aferraba a sus alvéolos. Cada mínima gota de sangre que trataba a duras penas de bombear su corazón.

Leon se moría. Se moría en todos los sentidos.

Ese hombre acababa de destruir su alma, y en unos segundo acabaría también con su cuerpo.

Había tocado a Claire. Sus asquerosas manos habían tocado a Claire. Sus asquerosos ojos, se habían posado sobre Claire. Su asquerosa nariz había olido a Claire. Su asquerosa boca había saboreado a Claire. Su lengua, su asquerosa lengua había lamido a Claire. 

Y sus asquerosas palabras, habían tocado, golpeado y lamido de igual forma a Leon, que sentía su alma arder.

El dolor se transformo en una ira abrasadora. 

En su cabeza solo podía ver fotogramas que su imaginación había generado de ese cerdo cerniéndose sobre Claire.

 Imágenes de Claire gritando, resistiéndose, luchando hasta el final de sus fuerzas. Imágenes de Claire completamente rendida.

Podemos decir que, en este punto, Leon se había vuelto loco.

Del bolsillo de su pantalón sacó su férula de descarga y la estrelló entre los ojos del gigante. Y sin dar ni una micra de segundo para reaccionar y retroceder, le propinó un carrete entero de puñetazos que clavó y hundió la férula en sus globos oculares, y que siguió penetrando hasta su cerebro.

Cayeron juntos al suelo, Leon a horcajadas sobre el gigante sin vida, y siguió descargando puñetazos de gran poder sobre ese rostro que empezaba a ser un sacó de piel deforme.

Siguió golpeándolo incluso cuando la nariz dejó de ser nariz. Siguió golpeándolo hasta que sus dientes y muelas quedaron desparramados a los lados de su cara. Siguió golpeando hasta que sus puños tocaron suelo y chapoteaban en un cuenco de carne lleno de sangre. Siguió golpeando incluso cuando su propia cara estaba llena de sangre y  partes de cerebro del gigante.

Siguió golpeando, porque entonces Leon ya no estaba ahí.

 Su cuerpo se movía solo, dirigido por una parte del cerebro de Leon que no le pertenecía.

Leon se había quedado en la habitación de al lado, viendo las imágenes de su muy amada Claire, luchando contra una bestia a la que no podía vencer. 

Y él sin poder hacer nada al respecto.

Pero la otra parte de Leon, tomó el mando y descargó toda la furia que el gigante había cocinado dentro él. Y ahora que había acabado y se había ensañado bien, estaba en su momento de recreo, golpeando bestialmente un cadáver.

Una voz lejana se había colado con él en su habitación. Leon no quería escucharla, pero esa voz era como una caricia que lo consolaba. Como una luz cegadora que le impedía seguir viendo las imágenes de Claire sufriendo, y que le empujaban a salir de ahí y volver en sí mismo.

—Leon. Tranquilo. Vuelve. Ya está. —Le susurraba Hunnigan al oído a través del pinganillo. —Ya está muerto, Leon. Vuelve. Vuelve.

Leon recuperó el control, pero le costó un pequeño esfuerzo dejar de golpear el charco de sangre. Más por una fuerza mecánica de pura inercia, que por deseo.

No recordaba como había logrado acabar con ese malnacido, pero entre el charco de sangre se encontraba su férula de descarga, partida en dos.

—¿Estás aquí, Leon? —Preguntó suavemente Hunnigan por el pinganillo. 

Su voz estaba rota. Trataba de ocultarlo, pero estaba rota. Hunnigan había pasado mucho miedo viendo como su mejor amigo casi muere estrangulado. Solo quería que leon volviera para abrazarle muy fuerte. Era su mejor amigo. Su mejor amigo.

—Solo me he ido un momento. —Contestó Leon, con la voz más recuperada de lo que solía ocurrir en él cuando se enfrentaba con un hombre a muerte.

Un pequeño gemido llamó su atención.

Leon levantó su rostro ensangrentado, del cual caía al suelo restos de sustancia gris, y miró al doctor, que se encontraba agazapado debajo de una mesa mirando con horror, lo que Leon acababa de hacerle a el gigante.

Esa pequeña y sucia rata, que sabiendo dónde estaba Claire, le había mentido. Había tratado de engañarle para alejarle más de ella.

Una persona así no merecía vivir. Y a Leon le picaban los nudillos. 

Podría pasarse todo el día dejando las cabezas de todos sus enemigos como dejó la del gigante. Y una parte desquiciada de él, de hecho, deseaba hacerlo.

Leon se incorporó. Y rápido como un rayo, llegó a la posición del científico jefe. Y levantándolo del suelo por la pechera, lo estrelló contra la mesa bajo la cual se escondía.

—¡¡¡¿Dónde está Claire?!!! —Le gritó con todas sus fuerzas y acto seguido clavó con brutalidad los dedos en la rodilla devastada del doctor.

El doctor gritó con llanto y desesperación, tratando de zafarse, con unos ojos que se querían salir de sus órbitas y unas venas en el cuello que parecían a punto de estallar.

 Pero a Leon no le quedaba compasión dentro de sí.

Cogiendo al científico por el cuello, golpeo su cabeza contra la mesa con gran fuerza mientras seguía apretando la rodilla.

—Te juro por dios que te dejo la cara como a ese saco de músculos como no me digas ¡dónde demonios está Claire!

El científico, que no parecía poder hacer otra cosa que gritar, miró entonces hacia el tanque de hierro que presidía la sala.

Parecía que solo había una cosa en este mundo que le importaba a ese viejo. Y eso era su creación. Su maldito monstruo de Frankenstein evolucionado.

Muy bien. ¿Ellos le quitaban a Leon lo que más quería en el mundo y no pensaban devolvérselo? Pues Leon le quitaría al científico jefe lo que parecía que quería más en el mundo.

—Abre el tanque, Doc. —Le dijo Leon, tan cerca de su cara que se la manchó con la sangre y trozos de cerebro del gigante. —Y te prometo que dejo de meter mis dedos en tu rodilla.

El doctor parecía dudar mucho de sus acciones. Quería dejar de sentir ese dolor insoportable, pero no quería sacrificar su experimento. Más bien parecía querer morir.

Leon lo levantó en volandas y cogiéndolo por la nuca, le estampó a cara contra un monitor. 

—¡Qué abras el puto tanque! —Le gritó Leon, pero el científico no se movía. Solo lloraba, gemía y temblaba.

—Mi creación es más importante que yo. —Dijo con la voz de un niño. —Prefiero que muera a dejarlo en manos de alguien como tú.

—Yo puedo abrirlo. —Le comunicó Hunnigan por el pinganillo. —¿Estás seguro? Si es una bestia nunca antes vista, podría despertar y no te veo en condiciones para enfrentarte a un b.o.w.

—Ábrela, Hunnigan. —Le pidió Leon, con una seguridad en la voz que hizo estremecer más si cabe al científico.

—De acuerdo. —Contestó esta sin ninguna réplica.

—¿Hunnigan? ¿Con quién hablas? —Preguntó el científico al tiempo que una alarma y un sonido metálico inundaba la sala.

Leon soltó al magullado doctor, que se desplomó en el suelo, y se colocó en frente del tanque, recuperando su escopeta y esperando a que este se abriera.

—¡Noooooo! —Gritaba el científico. —¡Noooo! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Vas a arruinarlo todo!

El científico, trató de avanzar hacia Leon apoyándose en una silla con ruedines, pero esta se resbaló de sus manos y el hombre acabó en el suelo, luchando por arrastrarse hasta la posición de Leon, gritándole que se detuviera.

—Tú serás el siguiente. —Le informó Leon, sin elevar el volumen de su voz, al tiempo que colocaba la culata de la escopeta sobre su hombro, listo para matar.

Las persianas de hierro que ocultaban a la bestia dentro del tanque, comenzaron a plegarse sobre sí mismas de forma descendiente, ocultándose en la base del mismo.

Lo primero que Leon pudo ver, fue la sustancia del interior del tanque.

El soldado que se había perdido por el laboratorio, habló de un tanque de agua, pero la realidad es que el líquido aquí, de aspecto verdino, no podía ser agua. Más allá de por su color, porque las burbujas de oxígeno que flotaban por ahí, ascendía a un ritmo muy lento, casi viscoso, que denotaba que definitivamente eso no podía ser agua.

Lo siguiente que vio, fue todo un cableado enmarañado que subía hasta la zona superior del tanque y que salían al exterior, conectados a diferentes bidones con diferentes líquidos en su interior.

Algunos cables acababan en goteros y otros en cánulas donde presumiblemente los científicos inyectaban sus líquidos experimentales, que iba directamente al torrente sanguíneo de la “cosa”.

También pudo ver el tuvo de oxígeno, que era el más ancho.

Sin duda, sea la cosa que sea la que habitaba ahí dentro, llevaba un buen rato pasándolo mal, respirando un quinta parte de lo que necesitaba, ya que el tuvo exterior estaba roto.

Lo siguiente que pudo ver era pelo. Este era lacio, y se movía por el líquido verde de forma lenta y acompasada, casi hipnóticamente. 

Era castaño. Castaño oscuro. ¿O era rojo? Se hacía  difícil  discernirlo teniendo en cuanta que el líquido era verde.

Las persianas siguieron su retirada hasta abajó, mostrando a la criatura que albergaba el tanque, en toda su gloria.

 Lo que los ojos de Leon registraron en ese momento era motivo suficiente para deja de respirar y desear estar muerto.

Pues en aquel momento. En ese preciso instante, el corazón de Leon, se rompió.

Porque quien estaba dentro del tanque, era Claire. 

Su Claire.

 

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

 

Chapter 7: Leon

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RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Desde que era muy pequeña me ha gustado la velocidad.

Casi podría decirse que nací con una moto debajo del brazo.

Mi padre me inculcó el amor por el mundo del motor y más concretamente, por el mundo de las motos.

 Los fines de semana nos llevaba, a mi hermano y a mí, a ver carreras de motos, cuando era temporada de competición en mi ciudad.

Otras veces, retransmitían las carreras por televisión, y no había una que nos perdiéramos. De hecho, no apoyábamos a ningún equipo ni escudería en concreto. Simplemente nos gustaba verlos volar por la pista. Ir a toda velocidad. Sentir la adrenalina.

La adrenalina. 

La primera vez que me subí a una moto, tenía unos cuatro o cinco años. Mi hermano algo más, unos ocho o nueve.

Mi padre se había comprado su primera moto. Una Ducati 500 GT roja. Recuerdo esa moto con un amor y cariño especial.  Fue la primera moto de mi padre y después la mía.

A mi hermano Chris, le había gustado su primera experiencia montando en moto con mi padre, pero nunca desarrolló la pasión que desarrollé yo. A él le gustaban más los coches, los todo terrenos y hasta los camiones. Parece que su lema siempre ha sido “cuanto más grande mejor.”

Podríamos decir que el mío era, “cuanto más rápido mejor.”

La primera vez que monté en moto con mi padre, experimenté la adrenalina. Y ahí comenzó todo.

Seguí montando en moto. Al principio recorría distancias cortas con ella, para moverme por la ciudad o hacer pequeños viajes a las periferias y ciudades dormitorio; pero después mi cuerpo me empezó a pedir más y más.

Más lejos. Más rápido.

Alguna vez, esto le sirvió de disgusto a mi padre. Sobre todo cuando llegaban multas por conducción temeraria. Pero creo que él me entendía. Tenía que echarme la bronca, como cualquier buen padre. Pero jamás me castigó sin la moto. Porque él sabía que era lo único que me hacía sentir libre. Viva.

Era la adrenalina. Tal vez me había convertido una adicta a ella. Pero llevarme al límite, ser temeraria, no verle fin a las carreteras ni diferenciar el día de la noche, simplemente era lo que hacía latir mi corazón.

Pero como con toda adicción, llega un momento en el que el cuerpo y cerebro se acostumbran a lo que les das constantemente. Y es por eso que cada vez sentía la necesidad de aumentar más y más la velocidad. Porque al final, siempre me parecía poco. Mi cuerpo exigía y yo le daba.

Creo que llegó un punto en el que preocupé tanto a mi padre y a mi hermano, que comprendí que tenía que parar.

No podía convertir mi pasión en mi final. Tenía que saber moderarlo. 

Y lo hice. Lo conseguí, porque de alguna forma, ir agarrada a un manillar y no permitirme acelerar, resistirme a la tentación, era otra forma de adrenalina que no me mataría.

Y aunque no vivo en la frustración de no poder acelerar, porque encuentro placer en ello, lo cierto es que la provocación de la velocidad siempre estaba ahí.

Creí, en ese entonces, que no habría nada en el mundo capaz de compararse a las motos. Que nada en el mundo podría desbocar mi corazón de esta forma, casi hasta vomitarlo, como lo hacía la velocidad.

Nada en el mundo podría volver a hacerme sentir viva.

Y entonces el destino estaba preparado para sorprenderme. Me sorprendió como cuando un atracador te sorprende detrás de una esquina y te roba tu objeto de mayor valor. De forma impactante y aterradora.

Así fue como pasó. Así fue como me robaron lo más preciado que tengo latiendo dentro del pecho.

Él llegó a mi vida de golpe. Lo más veloz que pude percibir nada hasta entonces. Y como os he dicho, entiendo de velocidad.

Los dos habíamos aterrizado en el infierno. Y los dos logramos escapar de él. Juntos, así de caprichoso fue el destino.

Así fue como me enamoré. Rápido, brutal, sin límites, a primera vista.

Así fue como mi caprichoso corazón volvió a aletear. Tan fuerte que hasta dolía en el pecho. Aún duele.

El amor. Se parece mucho a la adrenalina. Cuando es correspondido, vas montada en un puto cohete hacia las estrellas. Eso sí es que rápido. Es vertiginoso. Solo puedes sentirte feliz.

Pero, cuando ya estas enganchada a esa adrenalina y te la quitan, la sensación de pérdida, de dolor e incluso de frustración es igual a la de un amor no correspondido.

El mío nunca lo fue. Solo pude estar con él en mis deseos y en mi dolor.

Así que, siempre fuimos amigos. 

Es insuficiente, si soy sincera. Es como querer subirte en una Kawasaki Ninja H2R, yendo a 400km/h, y acabar en una vespa o una motocicleta que no pasa de 50 km/h. Estás feliz porque al menos vas en moto pero... en fin, no te hace sentir lo que deseas sentir.

Y aun así, el cariño, el afecto y la admiración que sentía por él, aunque insuficiente, merecía la pena. La merecía de verdad. Había aprendido a saber conformarme. A vivir al borde de la velocidad, sin lanzarme, encontrando la forma de ser feliz. Así que sí, merecía la pena.

Pese a la distancia y largas etapas sin verle ni hablar con él por motivos de trabajo. Saber que siempre estaría ahí, creedme, merecía la pena. Cuando unos sentimientos tan puros están al mando, es muy difícil no saber conformarse.

Pero todo llegó a su fin. El castillo de naipes se vino abajo. Supongo que no eramos indestructibles como creía, después de todo.

Lo descubrí cuando un día, al mirarle a los ojos, no le reconocí. El día en que dejé de admirarlo porque la decepción, que creedme es un sentimiento muy oscuro, poderoso e invasor, se apoderó de mí.

Viví ese momento como un auténtico luto.

El hombre por el que mi corazón había vuelto a la vida había desaparecido. Y lo sustituía un engranaje más de la maquinaria del gobierno de mi país. El hombre al que amé durante tanto tiempo en secreto, solo era un títere con traje.

Solo una pieza dentro de  un sistema más grande y complejo, cuando para mi siempre había sido el corazón que bombeaba el mundo.

Tal vez yo era la única culpable de haberme infringido semejante dolor. La única culpable de haber cogido mi corazón y apuñalarlo hasta que de él solo quedase carne picada.

Nunca debí permitir que recayera sobre otro la responsabilidad de mi felicidad. 

Fui una imbécil. Y lo sigo siendo.

Creo que nunca dejaré de serlo.

Desearía no haberle conocido nunca.

Un águila no puede enamorarse de un leon.

Y yo lo hice.”

Eran nueve horas de trayecto desde Washinton D.C. hasta Vermont. Diez si decidías ir por la carretera que Claire había elegido.

Iba muy bien de tiempo. Creedme que sus intenciones eligiendo el trayecto más largo no estaban condicionadas por ninguna intención oculta. Simplemente, ¿Quién elegiría una carretera más corta, pudiendo elegir una más larga y sinuosa?

Claire disfrutaba mucho al manillar de su Harley-Davidson FXSTB Night Train, conduciendo por la carretera con la gracia y elegancia de una patinadora sobre hielo.

¿Y cómo no disfrutarlo? Era su momento de volar sin alas. De ver pasar las imágenes del paisaje sobre la pantalla negra de su casco a toda velocidad. De meterse en una burbuja de silencio donde su respiración y su corazón rugían más alto que el motor que la propulsaba.

Las hojas secas en los laterales de la carretera, la humedad en el aire y todo el bosque anaranjado que la rodeaba, hacían juego con su moto y con el traje de cuero que llevaba puesto, que tenían acabados en granate.

El otoño.

El otoño era la estación favorita de Claire. Y no solo porque hacía juego con su pelo y con su alma, más melancólica de lo que a ella le gustaba reconocer. Si no que esa estación era también una suerte despedida de la mitad del año y el momento de recolecta y cobijo para pasar el frío invierno. Ella no sabía explicarlo del todo. Simplemente era como la calma antes de la tormenta.

La misma calma que reinaba en esa carretera sin vida, por la que no pasaba ningún coche y que, además, se mantenía ajena a la guerra que se estaba librando en la mente de Claire.

A Claire le gustaba pensar. Lo hacía mucho. A veces se pasaba horas sin hacer nada, simplemente pensando.

Le gustaba escuchar su voz interior. Le ayudaba a conocerse mejor a sí misma. Nunca daba por sentado que por ser mayor se conocía profundamente, porque ella comprendía que estaba en constante evolución, como todo en el planeta. Así que pensar, escucharse, prestarse total atención, era algo que le gustaba hacer. Conocerse, definir y redefinir aquello que le gustaba y aquello que no.

Esto la convertía en una persona muy inteligente y en equilibrio, cosa que de hecho la hacía sentirse muy orgullosa de sí misma.

Pero no era perfecta. Solo era un ser humano. Llena de defectos. Algo que también sabía muy bien.

No tenía el poder de controlarlo todo dentro de sí. Y siempre había algún tema que se convertía en su talón de Aquiles.

En esos momentos, ella se esforzaba más, pensaba más y terminaba resolviendo el embrollo.

Pero había un tema en concreto que llevaba dos años atormentándola y que no se veía capaz de resolver. Ni siquiera se atrevía a reconocer que existía dicho tema. Lo evitaba dentro de sí misma. No quería pensar. No quería enfrentarse al asunto. 

“Supongo que al final, no soy más que una cobarde.”

La realidad era que nunca ha sido fácil enfrentarse a aquello que te hace más daño que nada en el mundo. Hacía dos años que no podía abrir, voluntariamente, esa puerta en su cabeza para solucionar el problema.

Pero aveces la puerta se abría sola. Y solía ocurrir en los momentos más inesperados y de la forma más brutal.

La puerta se abría de golpe. Y de su interior  salía un huracán que destrozaba la cabeza bien amueblada de Claire.

Papeles, fotos, libros, mesas y sillas volaban por los aires y desestabilizaban la paz mental de la pelirroja.

Y no es que ella no tratara de cerrarla con ahínco. Lo intentaba de veras. 

La mala noticia es que esos intentos, la mayoría de veces, iban acompañados de acciones irracionales que la ponían en riesgo. Era casi la estrategia para que la puerta se cerrase sola, solo por el momento. Al final siempre volvía a abrirse. 

Pensar tanto en algo que le hacía tanto daño, estando subida encima de su moto, nunca era buena idea.

Cuando sientes dolor en tu corazón, la balanza se puede inclinar hacia dos sentimientos adicionales para apoyar al primero. La tristeza o el enfado.

Claire era una persona sensible. De verdad que sí. La empatía hacia el dolor ajeno era su característica principal. Todo el mundo lo sabía.

Era una mujer de carácter tranquilo, suave, amigable y familiar.

Pero ante todo, la pelirroja era pura pasión. Le gustaba vivir la vida al límite. Siempre tratando de sentir la felicidad en cada molécula de su entera existencia.

Esa pasión, era la razón por la que ella podía sentir tanto como sentía. Y eso incluye todos los sentimientos.

Sin embargo, por más sensible y pasional que Claire fuera, no estaba en su carácter la autocompasión, ni echarse a llorar al primer golpe en el ring.

Es por eso, que mientras iba en su preciosa moto, en pleno otoño, por una carretera sinuosa, con esos pensamientos de derrota y decepción corriendo por su mente, que sintió la necesidad de ir más rápido y de volverse peligrosa.

Con un ligero giro de muñeca, aceleró y la Harley gruñó y Claire gruñó a su vez.

“Dos años.”  Pensó Claire. “Ya han pasado dos años. Dos años sin verle”.

Los ojos de la pelirroja se humedecieron, siendo la antesala de unas lágrimas que no dejarían de caer hasta que ella explotara.

Que, ¿hacia qué lado se había inclinado la balanza del dolor?

Hacia la rabia. 

Claire aceleró una vez más. Y después todavía un poco más.

“¡Decelera!” Gritaba una voz en su mente. “¡Ve más rápido!” Le gritaba otra.

Las curvas se estaban volviendo cada vez más peligrosas,el pavimento tenía menos adhesión con sus ruedas, su respiración empezaba a escasear dentro del casco.

Su corazón parecía ocupar toda su caja torácica, bombeando sangre con una fuerza que retumbaba en sus sienes. Los pulmones parecían cada vez más pequeños.

Le costaba respirar. Le costaba pensar.

Claire apretó los dientes y aceleró una vez más.

La imagen de Leon en su traje gris, delante de La Casa blanca, con el usb de la culpa en la palma de su mano, mirándola con unos ojos tan llenos de tristeza, de disculpas, de temor, abrió la puerta y dejó pasar al huracán.

Los ojos de Claire estallaron en lágrimas. Ya no veía la carretera.

“¡Detente!” Volvió a gritar la voz en su cabeza. “¡No puedo!” Contestó la otra. “¡Frena!” Volvió a gritar la primera voz.

Claire se aproximaba a una curva cerrada, muy cerrada. A esa velocidad, no podría darla. Saldría disparada por el terraplén.

“¡Frena, por favor, frena!” Gritaba Claire. Ya no eran las voces en su cabeza. Era ella misma, dejándose las cuerdas vocales dentro del casco, y desbloqueando unos oídos que por unos segundo se habían quedado sordos, metidos en sus recuerdos y en la voz de Leon pidiéndole perdón.

Cuando llegó a la curva, por fin pudo frenar.

La moto, con las ruedas totalmente paradas, siguió avanzando hacia el límite terroso de la carretera por propia inercia, quedando a escasos centímetros del salto de fe.

Claire se bajó de la moto a toda velocidad, se quitó el casco, —dejándolo caer al suelo —, y, con los ojos anegados en lágrimas, miró al boscoso horizonte. Y como si respirara por primera vez, tomó aire hasta el límite de sus pulmones y gritó al viento todo su dolor.

Su alma estaba en llamas, y así se apagó.

 Su cuerpo estaba rígido, y así se relajó.

 Su voz estaba atrapada, y así la liberó. 

Su mente tenía la puerta del huracán abierta, y así se cerró.

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Es tan increíble. En serio, es simplemente perfecto y hermoso. Se parece mucho a ti. —Dijo Claire, emocionada, acunando a JJ en sus brazos.

—¿Tú crees? —Contestó Sherry sonriente. —Tal vez sí. Aunque yo le veo igualito a Jake.

—Yo estoy con Claire. JJ ha tenido la suerte de parecerse a ti, mi amor. —Comentó Jake, sonriendo. —Aunque ojalá hubiera salido pelirrojo. Somos pocos.

Los tres se rieron suavemente, mirando al bebé.

—Somos pocos. —Repitió Claire. —Pero muy fuertes.

—Los rubios también somos fuertes. —Añadió Sherry. —Ya veréis. Cuando JJ sea grande, os aplastaremos a cualquier juego.

—Pero él seguirá siendo mucho más joven. Estaréis siempre en desventaja. —Razonó Jake.

—No, que va. Papá estará en nuestro equipo. —Respondió Sherry, mirando a Claire.

Se hizo un pequeño silencio. Unos micro segundos en los que las chicas intercambiaron sus miradas. Una, pedía permiso; la otra, lo denegaba.

Por suerte, Jake estuvo muy rápido, y antes de que esos micro segundos se convirtieran en un segundo completo, volvió a hablar.

—En ese caso, me bajo del barco. Te quedas sola Claire. No querría tener que enfrentarme a Leon.

Claire miró a Jake. Le miró y un pensamiento fugaz atravesó su mente. Ella tampoco querría, nunca, enfrentarse a Leon.

—Tampoco es como si fuera realmente rubio. —Dijo Claire, con más seriedad de la que pretendía. Pero mencionar a Leon siempre era muy difícil. —Como mucho rubio oscuro. —Continuó, sabiendo que la conversación se estaba volviendo rara, comentando el tono de pelo exacto de Leon. —En realizad casi diría que es más bien castaño claro, así que...

Sherry miraba a Claire con curiosidad. La rubia llevaba sufriendo la separación de sus padres durante todo este tiempo, y deseaba con todas sus fuerzas que se reconciliaran y volvieran a las reuniones familiares que le habían salvado la infancia y la vida.

Así que cuando Claire la visitaba, Sherry mencionaba de cuando en cuando a Leon para tratar de empujar a Claire a liberarles de unas cuerdas y mordazas que ella misma les había puesto a los tres. Por que sí, en parte Sherry culpaba a Claire de esa situación. 

Tal vez estaba siendo injusta con su madre. Pero Leon se había disculpado ya muchas veces, y había tratado de ponerse en contacto con Claire tantas otras para arreglar el problema, sin ninguna oportunidad. Hasta que Leon tiró la toalla, así que... estaba en manos de Claire el futuro de su familia. Y Sherry se moría de ganas de que ese momento llegara.

 Entonces, Claire sonrió, bajando la mirada hacia el bebé que tenía entre brazos.

—Esperemos que no seas tan cobarde como tu padre, pequeño. —Soltó de golpe, refiriéndose a Jake.

Y los tres rompieron a reír ante el inesperado comentario.

A Claire, pese a todo, le encantaba volver a casa de los Muller.

Y no solo porque era la casa de su hija y su yerno. Ahora también era la casa de un nuevo miembro de la familia muy especial. Su nieto. Jake Junior.

¡Su nieto! Solo de pensarlo le daba un vuelco al corazón. ¡Era abuela! Y además la abuela más guay del mundo.

Estaba deseando que JJ creciera para darle vueltas en la moto. 

Seguro que Sherry pondría el grito en el cielo, pero ahora Claire era abuela. Tenía licencia para hacer lo que quisiera y consentir a su nieto hasta el fin de los tiempos. Porque era la abuela,  con mayúsculas. 

Su única abuela, de hecho.

Bueno, también estaba Leon. Claro. El abuelo.

A Claire se le escapó una sonrisita por la comisura de los labios, solo de imaginarse la cara de Leon cuando se diera cuenta de ese hecho.

“Con lo presumido que es, seguro que se queda en Shock”

¿En qué piensas? —Le preguntó Sherry a Claire, cuando la pilló sonriendo disimuladamente, interrumpiendo esa línea de pensamiento.

—En... —Iba a decirle, sinceramente, que pensaba en Leon. Como siempre. Pero sabía que no debía hacerlo, porque entonces Sherry se emocionaría y se ilusionaría con un reencuentro que no iba a tener lugar. —... en las vueltas en moto que le daré a JJ cuando sea más mayor. —Tampoco era mentira.

—¡Hey! Te he pedido mil veces que me des una vuelta en moto, y nunca lo has hecho. —Replicó divertido, Jake. —Y permíteme que te recuerde, que soy tu yerno favorito.

—Claro, eres el único. —Le respondió Claire, alzando una ceja.

—¡Razón de más! —Contestó Jake entre risas.

—Vaaalee... Después de JJ, te daré una vuelta a ti. —Accedió Claire, guiñándole un ojo.

—No termina de parecerme un trato justo, pero más vale tarde que nunca. —Le contestó Jake, con un apretón de manos.

“Más vale tarde que nunca”

Vamos, que no ocurrirá. —Sentencio Sherry, sonriendo. —Porque no dejaré a JJ subirse a una moto hasta que sea mayor de edad y yo no tenga ningún control sobre su vida o sus decisiones.

Claire y Jake se miraron por un momento y, acto seguido, respondieron una amalgama de afirmaciones y de asentimientos que contentarían a Sherry, pero que ni por asomo eran ciertos.

—Quiero preguntaros algo. —Empezó hablando Claire. —¿Habéis notado cambios en JJ? ¿Algún comportamiento o habilidad especial?

Sherry y Jake entendían perfectamente a qué se estaba refiriendo Claire con esa pregunta. 

Ambos estuvieron expuestos a diferentes virus que les convirtieron en personas extraordinarias.

Sherry tenía una capacidad regenerativa que era de otro planeta. Podía romperse un hueso, cortarse la piel, magullarse con golpes, o incluso parir. Y en unos minutos estaría como nueva.

Vamos, que no tenía nada que envidiarle a Lobezno, para ser claros.

Mientras que el caso de Jake, era más extraordinario todavía. Al ser el hijo de Albert Wesker,  Jake heredó parte de sus dones, entre los que se encontraban la súper fuerza, la velocidad inhumana y también una gran capacidad regenerativa.

Y, tal y como ocurriera con Jake, heredando estos poderes de su padre desde el vientre materno, era lógico suponer que JJ heredaría ciertos dones de igual forma.

Dones que le convertirían en un chico extraordinario y casi invencible.

—De momento, no. —Contestó Sherry, sonriendo. 

—Y, ¿querríais? —Volvió a preguntar Claire.

Sherry y Jake se miraron. Y cómo se miraron. Hablaban a través de los ojos. Eran cómplices en la vida. Se sonreían con la boca pero también con el alma.

Sherry le pasó entonces una mano por la mandíbula a su marido, antes de responder.

—La vedad es que no nos importa demasiado a ninguno de los dos. —Contestó Sherry. —Pero yo me decanto más por desear que los tenga, mientras que Jake preferiría que no.

—Argumentad. —Propuso Claire con una sonrisa de oreja a oreja. Porque si algo le gustaba a Claire Redfield más que Leon... ¡Uy! Perdón, se me escapó... más que... ¿el helado de pistacho? Eran los debates.

—Bueno, en mi caso, —Comenzó hablando Sherry. —, simplemente pienso en su seguridad. 

»Creo que si heredara la capacidad regenerativa, yo no tendría tanto miedo de que le pasara algo o de que tuviera un accidente.

»Es más. Si tuviera ese don, le dejaría dar la vuelta en moto a los ocho años.

—Pero no existe ninguna certeza de que solo heredaría un don. —Intervino Jake. —Quiero decir, ser fuerte, resistente y rápido, no debería ser nada malo. Pero la verdad es que te aísla de la gente. Yo lo viví en mis propias carnes. Y ya sabéis la clase de persona que era.

»Se hace difícil hacer amigos o conocer a alguien importante, —Jake dijo esto mirando a Sherry a los ojos, verde contra azul, mientras se le escapaba una pequeña sonrisa. —, y al final sufres y te sientes muy solo.

»No le desearía eso a mi hijo. Preferiría que creciera siendo un  chico cualquiera, aunque sea vulnerable.

—Sí. —Concordó Sherry. —Es por esto que no nos ponemos de acuerdo. Porque cuando Jake da su punto, lo entiendo perfectamente y también me hace querer que JJ no tenga dones. 

—Y viceversa. Cuando Sherry explica por qué sería genial, pienso que tiene razón. —Dijo Jake acariciando la nuca de Sherry. —Pero después vuelvo a mi argumento. Y así constantemente.

—Entiendo. —Comentó Claire. —Por eso al final os da igual lo que ocurra, ¿no?

—Lo importante es que sea feliz. —Dijo Jake.

—Y que tenga buena salud. —Añadió Sherry.

—Así es. —Dijo Claire, asintiendo hace el bebé, que seguía en sus brazos y que se había quedado dormido. —Diría que también es importante la belleza, pero es que ya la tiene. ¡A raudales!

Los tres sonrieron mirando al pequeño JJ dormidito en los protectores brazos de Claire.

Claire, al igual que Leon, era madre sin haberlo pedido. Sin haberlo deseado.

Le cayó la maternidad encima de la forma más inesperada del mundo, cuando rescató del mismísimo infierno a una niña que no conocía, convirtiéndola en parte imprescindible de su vida.

Claire jamás podrá explicarlo. Pero cuando conoció a Sherry, supo que, pasara lo que pasara, merecía la pena morir tratando de protegerla.

Y así, sin más, se creó entre ellas un vínculo fraternal irrompible.

A su mente volvió el recuerdo en el que Leon, Sherry y ella caminaban lejos de Raccoon City, en medio de una desértica carretera, esperando la ayuda estatal.

Leon estaba hecho polvo y llenó de suciedad. Tenía heridas por todo el cuerpo. Un hombro vendado por herida de bala. Aquí y allá arañazos y mordiscos. Sangre y vísceras en su ropa y en sus botas. Heridas en las manos y en la cara.

Se le veía muy cansado. Y también muy triste. Pero hacía un gran esfuerzo por sonreír. Por Sherry. No se conocían, pero Leon  la quiso en el momento en que la vio, comprendiendo el horror que una niña de su edad tuvo que vivir dentro de esa ciudad infestada de zombies y monstruos.

En ese entonces, Sherry parecía contenta de haber salido de ahí. Pero todavía no estaba comprendiendo bien lo que había sucedido. Era como si su cerebro la protegiera, impidiéndole pensar demasiado en sus padres o en los monstruos que trataron de acabar con su vida.

Así que la pequeña de los Birkin, caminando entre Leon y Claire, cogida de sus manos, brincando y hablando por los codos, mientras Leon y Claire le seguían el juego por su propio bienestar, decidió emparejarlos.

Primero, Sherry  le preguntó a Leon si eran pareja. Y Leon le dijo que no, que se acababan de conocer esa noche. Para ese momento, a Claire ya le gustaba Leon. Le gustó desde el momento en que lo vio, cuando lo salvó en una gasolinera a escasos kilómetros de Raccoon.

Entonces Sherry comentó que Leon y Claire podrían adoptarla. Que podrían ser sus nuevos padres. Comprarle un perrito o un loro. Y no paró de construir una vida en la que los tres serían una familia feliz, hasta que llegó la ayuda y el estado se quedó con su custodia.

Pero pese a todo, al final Sherry sí que tuvo una familia. Leon y ella eran su familia. Una familia que ahora estaba bastante rota. Aunque Sherry siempre les tendría. Así que esta situación no debería afectarla de ningún modo. O eso se decía Claire, para su paz mental.

Recordar este momento del pasado, ponía blando el duro corazón de la pelirroja que con los años, se había vuelto más sensible.

Tener a JJ en los brazos, siendo abuela, le recordaba que ella nunca había tenido hijos propios. Había sostenido a muchos bebes, sobre todo en sus viajes de ayuda humanitaria, pero nunca uno propio.

Y cuando eso ocurría, sentía un vacío en su pecho. Le faltaban muchas cosas en su vida. Y ella lo aceptaba con resignación.

—Me hace muy feliz ver todo lo que habéis construido. —Comento Claire mirando al feliz matrimonio. —Y que me permitáis formar parte de ello. —Claire se estaba emocionando y, cuando los ojos se le llenaron de lágrimas, no pudo evitar echarse a reír. —Solo, gracias.

—No has de darlas. —Contestó Jake.

Sherry apoyó una mano en la rodilla de Claire y sonriéndola, —con los ojos tan llenos de lágrimas como los de Claire —, le dijo sin palabras lo mucho que la quería y lo agradecida que estaba de tenerla en su vida.

—¡Ay! ¡qué tonta! —Dijo Claire riendo y limpiando sus lágrimas. —Últimamente lloro por todo. Que nadie proponga ver Titanic, por favor. —Y siguió riéndose.

—En esta casa somos más de documentales de la sabana africana. —Dijo Jake, sonriendo a su vez.

—¡Uy! ¡casi peor! ¿ver cómo un león — “Leon”— mata a una cría de antílope? —Claire se recompuso a duras penas del pensamiento increíblemente intrusivo que tuvo sobre Leon en plena frase, con una risa nerviosa. —¿Qué quieres? ¿matarme?

Jake se reía de la ocurrencia. Pero Sherry, que era muy rápida y observadora, se dio cuenta de ese pequeño traspiés en la frase de  Claire, tras pronunciar la palabra que designaba al rey de la . Y la miró, debatida entre la tristeza y la decepción, antes de apartar la vista y ponerse de pie.

—Bueno, ya que JJ se ha quedado dormido, ¿Qué tal si lo acostamos y nos ponemos cómodos? —Propuso Sherry, acercándose a Claire y cogiendo delicadamente a su hijo entre sus brazos.

—Sí, perfecto. —Contestó Claire tratando de volver a la normalidad. —Creo que me daré una ducha y me pondré el pijama.

Nueve horas en moto era un viaje totalmente asumible para Claire, que prácticamente había recorrido el planeta así. 

Pero la verdad era que al fina se trataba de un viaje más agotador que si fuera en coche. Y la idea de darse una ducha y ponerse el pijama, era sinónimo de entrar en el Valhalla. Llevaba prácticamente todo el día con los Muller, embutida en su mono de cuero granate y negro, y ya era hora de “desembutirse”.

Cuando Claire llegó a la casa, la recibieron con un JJ muy despierto, que se aferraba al pelo rojo de Claire, dándole tironcitos, mirándolo como una novedad.

La comida en la mesa había sido deliciosa. 

Sherry tenía mucha mano en la cocina, y les había preparado unos rigattone al pesto de lima y limón, que era una locura en el paladar; acompañado con pan de ajo y romero, mantequilla casera de salvia, y unas olivas negras encurtidas, que eran las favoritas de Claire.

La tarde pasó entre charlas, juegos, tartaletas de arándanos, más charlas, JJ y más tartaletas.

Y para la cena, ya que estaban en otoño, Sherry había preparado una sopa de verduras de temporada con fideos; unas calabazas pequeñas rellenas de queso fundido con panecillos tostados para mojar; y las famosas patatas al horno que tanto le gustaban a... bueno, que tanto le gustaban a todo el mundo.

Hasta llegar a la sobre mesa, donde siguieron charlando y charlando.

Quien diga que ese no era un día redondo en familia, no sabe lo que es realmente la familia.

“Pero falta alguien” Pensó la voz en su cabeza. “¡Ay! ¡Cállate!” Respondió la otra.

Así que, aunque no era especialmente tarde, Claire estaba bastante cansada. Aunque en realidad sabía que después de una buena ducha se sentiría como nueva.

El enterizo de motorista era muy sexy, pero desde luego no era su vieja camiseta de algodón de los Washington Nationals, —que anteriormente había pertenecido a su hermano —,  que estaba tan gastada, que se había convertido en la camiseta más holgada, cómoda y suave del mundo.

—Cuando te pongas cómoda, ¿charla de chicas en el porche? Te haré una infusión caliente de menta —Le dijo Sherry a Claire, mientras subía los primeros tramos de escalera.

—No hace falta que me compres con bebidas calientes. Solo escuchar “charla de chicas” ya estoy dentro. —Contestó Claire, con una enorme sonrisa.

Y mientras Sherry subía al segundo piso, Jake se puso a limpiar la cocina y los vestigios de la cena.

—Espera, te echo un cable. —Dijo Claire cruzando al otro lado de la isla.

—Alto ahí, pelirroja. Este es mi reinado de paz y sosiego. —La detuvo Jake. —Por favor, no te entrometas.

—Tú siempre igual. —Contestó Claire girándose hacia su dormitorio. —No nos das a los invitados la oportunidad de sentirnos útiles. —Le gritaba Claire por encima del hombro, mientras ambos se reían. 

—Jamás. —Gritó Jake a sus espaldas, mientras metía una olla en la pila de la cocina. —Pero te quiero, mamá.

—Y yo a ti, hijo. —Contestó Claire mientras cerraba tras de sí la puerta de su habitación, dispuesta a darse una buena ducha relajante.

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Cuando Claire salió de su habitación, ataviada con su camiseta enorme de su equipo de baseball, unos calcetines rojos arrugados en los tobillos y el pelo suelto y húmedo, se dirigió al porche de la casa.

Las charlas de chicas entre Sherry y Claire, siempre tenían lugar en el porche. Daba igual que hiera frío, nevara o hubiera tormenta. Por alguna razón, desde que Jake y Sherry se mudaran a esa casa, ese siempre había sido su sitio para hablar.

El porche tenía los suelos, la barandilla y las vigas del techo de madrea en color verde oscuro. Las paredes, también de madera, eran blancas, y las dos sillas y mesita que tenían en un lateral, eran de madera al natural y ratán, que le daba  a todo un aspecto clásico y agradable.

Sobre ellas había un farolillo de hierro con una bombilla de luz cálida, en cuyo alrededor volaban varias polillas, pese a que todavía la luz del atardecer brillaba en el horizonte, volviéndolo todo de un tono dorado que a Claire siempre la dejaba sin aliento.

Cuando salió al porche, Sherry ya estaba esperándola, con dos tazas de menta infusionada, como había prometido; y dos mantas de lana, una sobre su regazo y la otra en la silla vacía al otro lado de la mesilla.

—Pero qué bien huele esa infusión. —Dijo Claire sentándose en su silla, cruzando las piernas sobre esta, y colocando la manta sobre sus hombros. En esta época del año, aunque todavía no se hacía de noche tan pronto como entrado el invierno, a la caída del sol, ya empezaba a refrescar. —Gracias.

—Nada, mamá. —Contestó Sherry, dándole un sorbo a su taza, mirando a Claire con interés. ¿Querría decirle algo?

—Me encanta como estáis dejando la casa. —Comentó Claire, evitando pensar en como Sherry la estaba mirando. —La última vez que estuve aquí, las vigas del techo eran las originales de la casa y estaban carcomidas. Este es un gran avance. —Dijo Claire, dándole a su vez un sorbo a su humeante infusión. Cómo le gustaban a la pelirroja las infusiones.

—¡Ah! Sí, sí —Comenzó a hablar Sherry, mirando al techo y señalando diferentes puntos. —Fue un trabajo complicado porque queríamos conservar, en la medida de lo posible, la mayor parte de piezas originales. Así que algunas son nuevas y otras estás están restauradas.

»Puedes apreciarlo ahí, en la esquina. Esa viga es original. Mientras que esta de aquí, tuvo que ser completamente sustituida.

—Un gran trabajo por parte de los restauradores, debo decir.

—Sí, trabajamos con los mejores. Y lo están haciendo todo muy rápido. —Concordó Sherry. —Para navidad estará totalmente acabado.

—Y yo me lo perderé. —Dijo Claire con un mohín.

—Bueno, tendrás más ocasiones para verlo. No es como que te fueras para siempre.

—No, no te librarás de mi tan fácilmente, jovencita. Ahora soy abuela, me tendréis aquí metida día y noche. —Dijo Claire, riendo.

—Eso sería fantástico. Todos juntos. —Asintió Sherry, poniéndose sería sin querer. Al darse cuenta, salió de sus pensamientos para retomar la conversación. —Así que a Penamstam de nuevo, ¡eh!

—Sí. —Contestó Claire sonriendo, tratando de fingir que no había visto ese gesto triste en Sherry hace unos segundos. —Para mí es muy importante volver. Me hace muy feliz ayudar a la gente. Y después del hospital, hacer una escuela y crear zonas verdes, es muy necesario. —Y poder poner tierra de por medio, entre sus sentimientos y el causante de estos, también eran un gran motivo para irse. Pero esto es algo en lo que Claire no quería pensar. Para eso está la narradora.

—Tienes un gran corazón, mamá. Y se te da bien ayudar a los demás. Siempre has sabido cómo hacerlo. —Le dijo Sherry, mirando las copas de los árboles en un horizonte crepuscular, que ya apenas podía iluminar la cúpula terrestre. —Sin ti, yo no habría sobrevivido a Raccoon City. No era tu responsabilidad, pero me salvaste la vida de todos modos. —Sherry, volvió a mirar a Claire, que miraba a Sherry con cierta preocupación en el rostro, pero también con emoción por sus palabras. —Y después me viste crecer y me ayudaste a hacerlo con los valores que hoy tengo. Igual que verás crecer y avanzar a todas las gentes de Penamstam. Tenemos suerte de tenerte.

—Gracias, Sherry. —Contestó Claire, con la misma emoción que transmitían sus grandes ojos azules, en su voz. Pero aún sintiendo que algo más trascendente quería salir de Sherry.

Hubo un silencio entre las dos mientras se miraban a los ojos. Otra vez, una pedía permiso y la otra lo denegaba.

Sherry volvió a posar sus ojos en el horizonte.

—Cuando ayudas a las personas que han sufrido los estragos del bioterrorismo, no solo les das cosas materiales, como ropa, alimento, hospitales y escuelas. Te conviertes en parte de sus vidas. Su dolor es tu dolor. No me hace falta presenciarlo para saberlo. Lo he vivido en mis propias carnes.

»Reconstruyes hogares, mamá. Reúnes y juntas familias enteras que estaban desperdigadas por ahí, y sin quererlo te vuelves un miembro de las mismas. Seguro que cuando vuelvas, todos abrirán las puertas de sus casas porque sentirán que de alguna forma también son tus casas. —Sherry hizo un silencio por un momento. —¿Cuánto amor puede ser eso? —Preguntó, y le dio un sorbo a si infusión.

—Incalculable. —Respondió Claire, expectante.

—Seguro que sí.

Entre las dos volvió a reinar el silencio.

—Entiendes la importancia de la familia. —Sherry miró a Claire a los ojos. —La entiendes muy bien.

Claire guardó silencio. Sabía el camino que estaba tratando de tomar Sherry. Y no le gustaba. Pero dejó que continuara.

—Sabes que para mí eres mi segunda madre. —Comenzó Sherry, con un aplomo en la voz pocas veces visto en ella. —Te quiero mucho. Muchísimo. Pero, ¿sabes cuál es el momento que más atesoro en mis recuerdos? El instante en que me despedí de mi madre, ¿Recuerdas? Ella... —Sherry tragó saliva. —Está todo muy borroso en mi recuerdo, pero ella estuvo a mi lado mientras tú buscabas una cura para mí. La cura que me salvaría la vida.

»Recuerdo a mi madre anunciar que me había curado y acto seguido se desplomó en el suelo. Te pidió que cuidaras de mí, y no hay un solo día desde entonces que no lo hayas hecho.

»Lo más duro que he tenido que hacer en mi vida, es despedirme de mi madre segundos antes de verla morir. —Sherry tragó saliva de nuevo. Esta conversación no estaba siendo fácil. —No sé si lo entiendes, Claire. Pero las despedidas para mí nunca son un “hasta luego”. Duelen mucho, porque siento que son definitivas.

Claire escuchaba atentamente a Sherry sintiendo el dolor de su hija como propio. Sus ojos estaban húmedos y la puerta en su mente temblaba más que su miedo, al prever a donde se dirigía todo.

—Creo, —Prosiguió Sherry. —, que si alguien entiende la importancia de la familia. La familia unida. Esa soy yo. Porque me ha tocado vivir lo peor que le puede tocar vivir a un niño, que es perder a sus padres.

»Tú y papá creasteis un hogar para mi. —Sherry volvió a tragar saliva y Claire la siguió. —Pese a todo lo que perdí, no puedo decir que yo creciera sin padres o que yo creciera sin una familia y eso os lo debo a vosotros, que no erais más que unos críos cuando decidisteis ocupar estos roles, que no tendríais porque haber ocupado, pero que sin embargo ocupasteis.

»Me hicisteis la niña más feliz que pudiera haber, dadas las circunstancias. Y después la adolescente más feliz y después la joven más feliz.

»Ahora soy madre. Y las cosas solo han cambiado en una cosa. Y es la promesa de que no dejaré que JJ crezca sin una familia.

—JJ tiene una familia. Y jamás nos perderá. —Interrumpió rápidamente Claire, ante la mención de su nieto.

—Lo sé, mamá. Pero yo quiero que JJ tenga una familia completa y no esta cosa rota que tenemos entre manos.

Y el silencio cayó entre ambas mujeres con la fuerza de una ola al romper contra la costa.

—Muchas familias están divorciadas, y no por eso dejan de ser familias. —Dijo Claire, con más miedo de hablar del que quería admitir. No quería hacerle daño a Sherry.

—Lo sé. Pero normalmente un divorcio ocurre cuando dos personas que se querían se han dejado de querer. Y la convivencia se vuelve un infierno tal, que la mejor solución para que la familia no acabe rota, es el divorcio. —Le replicó Sherry, con más fuerza de la que Claire tenía en ese momento. —Ese no es vuestro caso.

—Yo estoy enfadada con Leon, ¿no crees que de seguir viniendo juntos, terminaríamos discutiendo y haciendo de esta familia un infierno también?

—No, no lo creo. Porque no creo que tu enfado hubiera durado tanto si Leon y tú os hubierais sentado a tener una buena conversación.

—¿Conversar sobre qué? ¿Sobre que debo aceptar que las cosas han de ser como él dicta? —Claire estaba empezando a enfadarse y a elevar el tono de su voz, y eso la estaba castigando por dentro. —Ya conoces la historia. El gobierno experimenta con b.o.w.s, ponen en peligro a toda la población, y la gran idea de tu padre es ocultárselo al mundo. No sea que piense por sí mismo y desobedezca una orden directa de su amado presidente.

»Es el perro faldero de quien maneja la batuta.

—¡No hables así de Leon! —Saltó Sherry de su silla, con la voz tomada y los ojos abiertos por la sorpresa de escuchar a Claire hablando así de alguien a quien, estaba segura, todavía quería.

—Tú iniciaste esta conversación. De hecho llevas todo el día metiendo a Leon en todas las conversaciones que hemos tenido. Así que ahora encaja como buenamente puedas mis palabras y mi opinión.

—¿No ves que hablando así de él te haces daño a ti misma? Llevas enamorada de Leon, ¿Cuánto? ¿Toda la vida, desde que le conoces? ¿Qué sentido tiene lo que estás haciendo?

—Sherry... —Advirtió Claire.

—Nos estás haciendo daño a todos. —Dijo Sherry en un momento de pura ira. Pero inmediatamente se tapó la boca al darse cuenta de que le había dicho a Claire, las palabras que a esta más le podían doler. Aunque las creyera sinceramente.

Las dos mujeres se miraron en silencio. Sherry sintió las lagrimas cayendo por sus mejillas, mientras Claire no podía salir de su asombro.

—Perdóname. —Dijo Sherry llevándose la mano a la boca. —Perdona, mamá. Lo siento muchísimo. No quise decir eso.

—Pero lo piensas. —Dijo Claire, con la voz apagada.

De nuevo silencio entre las dos.

—No he querido hacerte daño con mis palabras. Debí controlar mejor mis emociones y hablarte de otra forma. —Le dijo Sherry, con un terror en el cuerpo que la hacía temblar.

—Se ha hecho tarde. —Dijo Claire, levantándose de su asiento, cogiendo la manta y su taza que de repente se había quedado más fría que fuero interno de Claire. —Voy a dormir.

—No, mamá, espera, espera. —La retuvo Sherry, apoyando las manos sobre los hombros de Claire. —No podemos dejar esto así. Perdóname, por favor. Te he hecho daño y no lo pretendía.

Claire dibujó con esfuerzo una sonrisa en su rostro y colocó un mechón de pelo de Sherry tras su oreja, con el cariño con el que una madre toca a un hijo.

—No tengo nada que perdonarte. —Le dijo Claire. —Estoy bien.

—Solo quiero que volvamos a estar unidos. —Le decía Sherry, con lágrimas en los ojos. —Sólo eso.

—Estoy cansada Sherry. —Le dijo Claire, manteniendo la compostura. —El viaje ha sido largo hasta aquí. Estoy agotada para sostener esta conversación. Y mañana tengo que coger un vuelo, así que...

—¿Te marchas mañana? —Preguntó Sherry, con lástima en su voz. 

—Sí. —Confirmó Claire. —Te lo quería comentar ahora, pero la conversación tomó otro camino. —Claire sonrió levemente, tratando de aparentar estar bien y quitándole hierro al asunto. —Así que, bueno, si te parece bien, mañana podemos cerrar este asunto. En el desayuno.

—Vale. —Respondió Sherry, soltando los hombros de Claire. —Tienes razón, ya es tarde. Tal vez no debí haber sacado este tema a relucir a estas horas.

—Necesitabas sacarlo de dentro. Has hecho lo correcto. —Contestó Claire. —Estoy bien, no te preocupes por mi. Ve arriba con tu marido y con tu hijo, que te estarán esperando.

—Jake ya está acostumbrado a dormir solo, cuando estás aquí —Comentó Sherry riendo vagamente, intentando romper el hielo. —¿De verdad estás bien?

—Sí, no te preocupes. Solo estoy cansada.

—Vale.

—Buenas noches, cariño.

Y dicho esto, Claire entró en la casa, seguida de Sherry.

Dejaron las mantas sobre el sofá de tartán, y las tazas en la pila de la cocina.

Claire cogió un gran vaso de agua, mientras Sherry seguía todo sus movimientos con la mirada. Se sentía fatal por las palabras que le había dicho a Claire.

Claire se dirigió a su habitación, y Sherry al pie de las escaleras.

—Buenas noches, mamá. —Le dijo Sherry a Claire.

—Te quiero. —Le contestó esta y entró en su habitación.

Sin encender la luz, se quedó apoyada en la puerta hasta que sus ojos se adaptaron a la oscuridad.

Caminó con derrota hasta el lado de la cama más próximo a la ventana y apoyó en la mesita de noche el enorme vaso de agua que siempre preparaba, por si le entraba sed entre sueño y sueño.

Aunque afortunadamente, Claire no tenía ningún problema para dormir. No siempre fue así. La temporada en la que estuvo buscando a Chris hasta en los confines del mundo, no podía dormir ni una hora seguida, preocupada como estaba por la seguridad de su hermano.

Se sentó al borde de la cama, y miró a través de la ventana la oscuridad de la noche.

Era exactamente como mirar negro sobre negro. Podía escuchar el viento entre los árboles, pero ni la luna ni las estrellas se dejaban ver a través de un cielo encapotado, que se asemejaba mucho a cómo sentía Claire su corazón en esos momentos.

Sí, había mentido a Sherry cuando le dijo que estaba bien. Pero no podía decirle que su comentario había sido devastador. Y menos cuando se estaba disculpando con ella  inmediatamente después. Muerta de miedo por si Claire se enfadaba.

“¿Esto es lo que he provocado? ¿Que mi hija tenga miedo de decirme lo piensa porque tal vez me enfade y le retire la palabra por tiempo indefinido?”

Claire empezó llorar. Sherry tenía razón. Estaban en esa situación por su culpa.

Ella nunca estaría de acuerdo con la decisión que Leon tomó en nombre de todos los ciudadanos. Pero, ¿acaso ella no pretendía hacer lo mismo? ¿Tomar la decisión de destaparlo todo en nombre de los demás? ¿Y si había gente que prefería vivir en la ignorancia? ¿Y si Leon tenía razón y el caos que sobrevendría tras destapar la verdad, se volvía incontenible? ¿Había sido una estúpida cabezota al haberse enfadado y haberse negado a hablar con él?

Le dolía la cabeza y la garganta de llorar en silencio. Bebió un largo trago de agua y se tumbó en la cama boca arriba, mirando el techo blanco. Pensando en Leon. Secando sus lágrimas.

No podía echarle más de menos. Es que no podía.

Tomó su móvil, que descansaba sobre la mesita de noche, y buscó en su agenda el número de Leon.

Ahí estaba. Guardado como “A. A. Leon”, persona de emergencia.

Pese a todo este tiempo, lo seguía teniendo guardado así. Seguía contando con él, aunque no permitiera el contacto. Eso significaba mucho.

La foto en miniatura de Leon era este de perfil. El pelo le tapaba la mitad del rostro, mostrando solo parte de la nariz y los labios.

Claire mordió sus propios labios.

“¿Le llamó?” Preguntó la voz en su cabeza. “No, es tarde. Debes meditar con la almohada” Contestó otra voz. “¿Le escribo un mensaje?” Volvió a preguntar la primera voz. “No.” Contestó la segunda voz. “Le hecho de menos” Pensó la primera voz. “Mañana lo gestionaremos mejor.” Contestó la segunda voz. “Sherry estaba muy triste. Hay que arreglar esta situación.” Volvió a intervenir la primera voz. “Mañana.” Respondió, de nuevo, segunda.

Y Claire bloqueó la pantalla de su móvil y lo volvió a dejar sobre la mesita de noche.

Techo blanco.

Se tapó con el esponjoso edredón de su cama y tomó una postura fetal para dormir. Pero no podía. Y eso no era propio de ella.

Giró hacia un lado y después hacia el otro.

Resopló.

Y pensó en Leon.

Leon había dormido en esa misma cama muchas veces desde que los Muller compraran la casa. De hecho fue una de las primeras habitaciones que reformaron para que, tanto Claire como Leon, pudieran pasar ahí las noches. 

Claire acarició las sábanas. Y se imaginó a Leon a su lado.

“Basta.” Pensó la voz en su cabeza. “Leon ha estado durmiendo aquí mismo.” Contestó otra voz. “¿Y qué?” Preguntó la primera voz. “Pues, que tal vez las sabanas huelan a él.”

Y aunque Claire sabía que Sherry mudaba la cama cada vez que iban y volvían, no pudo evitar girarse y hundir la cara en la almohada, aspirando el olor de esta. Olía a limpio, pero Claire imaginó que olía a él.

“Huele a él.” Pensó la voz. “Te estás engañando.” Contestó la otra voz. “Y está conmigo en esta cama” Volvió a decir la primera voz. “No es cierto” Replicó la segunda voz. “Sígueme el juego” Volvió a hablar la primera voz. 

La segunda voz, no dijo nada entonces. 

Tampoco dijo nada cuando Claire empezó a imaginar que Leon le hablaba al oído. Ni tampoco cuando creó la ilusión de estar agarrando su pelo. Ni cuando imaginó que Leon la acariciaba y la besaba. Ni cuando metió su mano por debajo de su ropa interior y se tocó como desearía que la tocara Leon.

Sus prejuicios estaban en silencio, su respiración temblaba, su mente vibraba alto y su cuerpo estallaba en fuegos artificiales de placer.

Echaba de menos a Leon. Pero tal vez solo echaba de menos al Leon de su imaginación, que la amaba y la deseaba, y no al Leon real, que nunca tuvo ojos para ella y que nunca los tendría.

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Era todavía de noche cuando Claire se despertó.

Abrir los ojos después de haber tenido un sueño tan triste, y ver la más absoluta de las oscuridades a su alrededor, la hizo sentir tan vacía y sola, que no pudo evitar volver a llorar.

Había soñado con el día en que Leon y ella hablaron por última vez.

En su sueño, Leon le entregaba el USB cuando Claire se lo pedía, sabiendo que esta lo haría público.

Leon le decía que no estaba de acuerdo con hacerlo público, pero que haría lo que fuera con tal de no perderla.

Claire le preguntaba entonces, si hablaba en serio. Si ella era para él más importante que el resto del mundo. A lo que él le respondía que sí.

Y Claire lloraba y se daba cuenta de que eso era lo que llevaba esperando escuchar toda la vida.

Así que Claire le devolvía el USB a Leon, diciéndole que confiaba en él y en que su elección sería la correcta.

 Y los dos se quedaban mirándose. Claire se perdía dentro de esos ojos azules. Dentro de esa sonrisa.

Leon alargaba un brazo y apoyaba su mano en el rostro de Claire. Ella respondía acariciando su cara contra la mano de Leon. Giraba el rostro y le daba un beso en la palma.

Leon le pasaba el pulgar por el labio inferior y se aproximaba a Claire.

El corazón de la pelirroja latía desbocado, sintiendo la adrenalina en sus venas, infectando su cerebro.

Su respiración aumentaba a medida que Leon se acercaba más y más.

Y cuando estaban frente con frente, Claire cerraba los ojos, a la espera del ansiado beso.

Y esperó. Y esperó. 

Sin atreverse a abrir los ojos, lloró más y más. Su cuerpo temblaba de frío. Sabía lo que estaba pasando. Estaba dormida y eso era solo un sueño.

Al abrir los ojos, Leon ya no estaba.

En su lugar, en el suelo, se encontraba el USB.

Y Claire se sentía tan arrepentida de su decisión, que deseó buscar a Leon en los confines de su mente para decirle, aunque fuera solo en sueños, que lo sentía mucho y que quería retomar su amistad.

Pero ya era demasiado tarde. Y Claire se había despertado.

Se incorporó sin dejar de llorar en silencio. Encendió su lamparita de noche, cogió su móvil y volvió al contacto de Leon.

Quería llamarle desesperadamente. Quería escuchar su voz. Que le dijera que la perdonaba por haberles hecho aquello. Decirle que le echaba de menos. Que le quería. Que le quería mucho. Que se presentara en casa de Sherry inmediatamente y la abrazara muy fuerte. Hasta volver a sentir su corazón latir emocionado.

“Cálmate.” Le habló una de las voces en su cabeza. “Todo saldrá bien.” Respondió la otra voz. “Deja el móvil. Sosiégate. Y llámale cuando llegues a casa.” Volvió a hablar la primera voz. “Todo saldrá bien.” Repitió de nuevo, la segunda voz.

Claire, serenándose, bloqueó el móvil y lo dejó de nuevo sobre la mesita de noche.

Bebió su baso de agua de un trago y se dirigió al baño.

Cuando salió, se vistió con su enterizo granate, hizo la cama,  —aunque sabía que Sherry la cambiaría en cuanto se fuera. —, y cogiendo su móvil, su casco y su mochila, salió de su habitación.

El resto de la casa estaba a oscuras y en un silencio sepulcral.

Era demasiado temprano para que los Muller estuvieran despiertos.

Claire dejó su casco y su mochila sobre el sofá de tartán y puso a calentar agua en el fuego con hojas de té para infusionar.

Abrió la nevera para hacerse algo de desayuno. Y las opciones eran infinitas dentro de esa nevera.

Al final se decantó por hacerse un porridge de avena, con plátano, arándanos y avellanas. Todo cubierto con un chorrito de sirope de arce. Un desayuno sencillo, pero contundente y sobre todo, dulce. Claire necesitaba mucho dulce en ese día, que había comenzado de una forma tan triste.

Estaba en medio de su desayuno cuando escucho unas pisadas bajando las escaleras.

Era Jake.

—¡Anda! Buenos días, Claire. —Saludó Jake son una sonrisa enorme en la cara y con un pijama chandalero que se ajustaba a sus tobillos y a su muñecas, mientras que el resto era holgado. —No esperaba que estuvieras despierta tan temprano.

—Hola Jake. —Saludó Claire, con una sonrisa cansada. —Ya, yo tampoco lo esperaba. Normalmente no suelo madrugar tanto.

—¿Ha pasado algo? ¿No has dormido bien? —Preguntó Jake mientras preparaba su cafetera italiana.

—No, supongo que no. —Le respondió Claire. —He tenido un sueño... un poco triste y ya no aguantaba más en la cama.

—¡Oh! Lo siento. —Le dijo Jake sinceramente. —Espero que tu día vaya mejorando y dejes ese sueño atrás.

—El porridge ya está haciendo maravillas. —Bromeó Claire, todavía con una sonrisa vaga en su rostro. —Pero hoy me voy de viaje, así que estoy preparada para que todo el día sea una  mierda.

—Sí, me lo contó Sherry. —Dijo Jake poniendo la cafetera al fuego. —Al menos hemos pasado tu último día  juntos. Y has conocido a JJ.

—Ha sido maravilloso. Pese al sueño que he tenido, me voy llena de amor. Y volveré llena de amor. Y todos seremos muy amorosos con todos.

Jake se rió de la chorrada que estaba diciendo Claire y esta se alegró. Porque necesitaba reírse y soltar la pesada carga de la tristeza que había dormido con ella durante toda la noche.

—Gracias Jake. —Le dijo Claire, ahora sonriendo de verdad.

—Nada, mamá. —Respondió este, aproximándose a Claire y dándole un beso en la frente.

—Qué imagen tan bonita. —Dijo una voz al pie de las escaleras. Era Sherry.

—Buenos días, mi amor. —Dijo Jake acercándose a Sherry, dándole un casto beso en los labios.

—Buenos días. —Le respondió Sherry, recibiendo el beso. —Buenos días, mamá. —Volvió a hablar Sherry, mientras se acercaba a Claire y le daba un beso en la cara.

—Buenos días, hija. —Le contestó Claire, devolviéndole una sonrisa.

—¿Has dormido bien? —Preguntó Sherry cogiendo unas naranjas y una tabla de corte.

—No mucho. Pero ya se me está pasando. —Le dijo Claire.

—¡La magia del porridge! —Dijo contento Jake, mientras ponía sobre la isla dos tazas, a la espera de que el café subiera.

—Eso es. —Contestó Claire, riéndose.

—Vaya, —Habló Sherry. —, siento mucho que durmieras mal. Pero me alegro de que estés mejor.

Sherry miró a Claire con ojos preocupados. No había olvidado que tenían una conversación pendiente.

 Sherry comenzó a exprimir las naranjas mientras la cafetera ya estaba impregnando toda la estancia de lo que, para los Muller, era el rico olor a café por las mañanas.

Jake sirvió el humeante café y acto seguido cortó dos rebanadas grandes de pan y las metió en la tostadora.

Claire observaba al matrimonio.

Eran tan felices. Estaban tan compenetrados. Se amaban tanto.

Claire se sentía muy feliz de que el destino los hubiera unido.

Al igual que le pasara a ella con Leon, Sherry y Jake se conocieron en el infierno. Y juntos salieron de él.

Pero en su caso, los dos se habían enamorado y empezaron a construir sus vidas juntos sin perder el tiempo.

A veces dos historias que empiezan igual, no tienen por qué acabar igual. Y estas eran muestra de ello.

Sherry ya había acabado de exprimir las naranjas, y había servido el zumo en los vasos con decoración frutal.

Jake había puesto sobre la isla mantequilla, mermelada de ciruela y el pan que ya estaba tostado.

Para cuando los Muller se sentaron a desayunar, Claire ya había hecho cuenta de su porridge y su infusión, y estaba lista para marcharse.

Se levantó, dejando sus cubiertos en el fregadero, acudió a su habitación a lavarse los dientes, y regresó a la cocina.

—Bueno, familia. Me voy. —Anunció Claire.

Sherry, que estaba llevándose una tostada a la boca, miró a Claire con ojos sorprendidos mientras la tostada se le caía de nuevo en el plato.

—Pero... —Comenzó a decir.

—No te preocupes, Sherry. Hablaré con él. —Dijo Claire, al tiempo que abrochaba su enterizo, cogía su mochila y su casco.

—¿De verdad? —Preguntó Sherry, al tiempo que se levantaba de la isla y seguía a Claire hacia la salida, seguida  a su vez, de Jake.

—Sí. —Le respondió la pelirroja. —Pero no le digas nada. —Le pidió a Sherry. —Voy a necesitar mi tiempo y no quiero que... no sé que se quede esperando. O que me llamé él primero o algo así.

»Así que no le cuentes nada, ¿vale?

—Vale, sí. —Contestó Sherry con una felicidad que inundaba su cara de tal forma, que para Claire era como volver a ver a su hija con doce años, fantaseando sobre la familia que serían Leon, Claire y ella. —Mis labios están sellados.

—Bien. —Dijo Claire abriendo la puerta a la oscura noche que comenzaba a clarear. —Despedidme del pequeño, ¿Vale?

—Claro. —Respondió Jake, mientras se acercaba a Claire para abrazarla. —Buen viaje, mamá.

—Gracias. —Contestó Claire, estrechando a Jake. Qué grande era este tío.

—¿A que hora es el vuelo? —Preguntó Sherry.

—Sale del aeropuerto a las  cinco de la tarde. —Contestó Claire. —El viaje será movidito, así que, puede que tarde en ponerme en contacto contigo.

—Está bien, no te preocupes. —Dijo Sherry mirándola a los ojos, con emoción. —Vas a ayudar a mucha gente, mamá.

—Eso espero. —Contestó Claire.

Y ambas se unieron en un abrazo fuerte y sincero.

—Gracias por hacer esto por mí. —Le susurró Sherry a Claire en el oído durante su abrazo.

—De nada. —Contestó Claire, no atreviéndose a decir que no lo haría solo por Sherry, sino por ella también.

Claire se subió en su moto, se puso el casco y miró hacia atrás.

En el porche, Jake y Sherry se abrazaban y la despedían con sonrisas y gestos de la mano.

 Claire les sonrió y les devolvió el gesto de la mano, antes de bajar la pantalla de su casco, prender el motor de su Harley y salir de ahí de vuelta a casa.

Poco se podía maginar Claire, que esa sería la última vez que los vería.

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Eran nueve horas desde Vermont hasta Washington D.C.

Diez si decidías ir por la carretera que había elegido Claire.

Ocho, si ibas a la velocidad a la que ella estaba yendo.

Llegaría a su departamento a eso de las tres de la tarde, lo que le dejaba un margen bastante escaso para coger la maleta, —que ya tenía preparada en la puerta de su casa. —, tomar un autobús hasta el aeropuerto, hacer el cheking y subirse a un avión.

La cantidad de trasbordos que Claire tendría que tomar para llegar hasta Penamstam eran tan ingentes, que Claire prefería no pensar en ello y dejar a la Claire del futuro enfrentarse al problema.

No era propio de ella no tomar la responsabilidad con anticipación, pero, si tenía que ser franca, había salido de casa de los Muller echa polvo. Física y emocionalmente. Y por eso se daría ese momento de respiro.

Leon seguía paseándose por su mente.

No es que normalmente no lo hiciera. Pensaba más en él de lo que querría. Pero cuando iba a casa de Sherry, solía ocurrir que pensaba más que antes.

Y teniendo en cuenta la discusión que Sherry y ella mantuvieron la noche anterior, y que llevaron a Claire a tomar cierta decisión, pues era casi hasta normal que ahora no pudiera quitárselo de la cabeza. Ni a lomos de su Harley, ni a una velocidad poco recomendable.

Tal y como tenía previsto, Claire llegó a su departamento a las tres de la tarde.

Tenía alquilado un pequeño trastero en los bajos de su edificio, donde guardaba su moto cada vez que volvía a casa.

No es que viviera en un barrio muy delictivo, pero ella se sentía más segura cuando dejaba a su bebé a buen recaudo, justo al lado de la vieja Ducati de su padre.

Desde el interior de ese trastero, tenía acceso al portal de su edificio. 

Subió las escaleras, ya que el ascensor llevaba un año sin funcionar, y sacando las llaves del bolsillo interno del enterizo granate, abrió la puerta de su casa, y entró.

La casa de Claire no era muy grande y tampoco era muy bonita. La decoración espartana le daba cierto aire de abandono, a decir verdad.

Pero era su casa. Su pequeño oasis de paz en medio de un mundo tan difícil de habitar.

Dejó su casco sobre la repisa de la península de la cocina y la mochila encima del viejo sofá.

Se quitó el mono de moto y lo colgó de una percha detrás de la puerta de la entrada. No solía meterlo en el armario con el resto de ropa porque no lo consideraba ropa como tal. Era solo un elemento protector, que cumplía la misma función que el casco.

Acudió al portátil en su despacho, para imprimir los billetes de vuelo que seguramente tendría en su correo electrónico por parte de Terra Save. Y se encontró con un e-mail que le había resultado muy extraño.

En la bandeja de entrada, había un e-mail de Terra Save con dos billetes de avión a nombre de Claire, como solía ser habitual. Pero no tenían como destino Penamstam, sino Brasil.

“Qué raro.” Pensó Claire.

Leyó el correo que acompañaban a los dos billetes y en él, su encargado le comunicaba que había habido un cambio de planes.

Que en un principio pretendían enviarla a Penamstam porque ya había estado ahí en el pasado, la gente la conocía y en general, la comunidad la tenía en alta estima.

Pero que se requería su ayuda en otro lugar con mayor urgencia. El Amazonas. Para ayudar a los indígenas refugiados de los ataques bioterroristas que sufrieron hace años y de los que todavía no pudieron recuperarse.

La noticia entristeció a Claire, porque ella ya se estaba viendo en Penamstam. Recordaba cada rostro de cada persona a la que había ayudado, y tal y como mencionara Sherry la noche anterior, para ella era como reencontrarse con su otra familia.

Y no es que el proyecto de reconstrucción de escuelas y zonas verdes en Penamstam se cancelara. Según decía su encargado, enviarían a otros agentes menos experimentados, porque no corría tanta urgencia como el otro caso.

Eso consolaba en cierta manera a Claire. Saber que aunque ella no fuera quien acudiera a Penamstam, los pensamstaníes no se quedarían sin sus construcciones, era un alivio.

Además a Claire le encantaba su trabajo, fuera donde fuera. Así que se iría a Brasil de mil amores.

Según le informaban en el correo electrónico, debía viajar de D.C. a São Paulo y de São Paulo al archipiélago de Fernando de Nohorona.

Allí vivía uno de los guías oficiales de la expedición que llevaría a Claire hasta las tribus indígenas perjudicadas, con quien debía reunirse para recibir diferentes instrucciones y crear un plan de acción. Y después, marcharían juntos en barco, pues se introducirían en la selva por el río Amazonas, que desemboca en el océano Atlántico.

El vuelo saldría de D.C. a eso de las cinco de la mañana. Eran diez horas de viaje, así que llegaría con tiempo de sobra para el trasbordo.

Llegaría de noche a la isla de Nohorona, así que buscaría dónde hospedarse para esa semana y reservaría ya una habitación.

Claire abrió el navegador de su portátil, y escribió en su buscador “Hoteles en Fernando de Nohorona”.

Cuando calcó la tecla “enter”, la pantalla de su portátil parpadeó durante unos segundos y después se quedó en blanco.

No,no,no,no. No te estropees.” Pensó Claire con la tensión en las cejas.

Entonces, la pantalla se puso en negro y acto seguido, volvió a su funcionamiento normal, enseñándole a Claire el resultado de su búsqueda.

“¡Uff! ¡Qué susto!” Pensó Claire con alivio, volviendo su atención a la búsqueda de un hotel.

El buscador le había mostrado un único resultado. Hotel Zalle.

“¡Ostras! Debe ser una isla muy pequeña para contar solo con un hotel” Pensó Claire. “Veámoslo.” Y acto seguido entro en la página web del Hotel.

Era un hotel muy bonito.

Se veía muy colorido, con una luz natural preciosa y unas habitaciones de ensueño. 

Las fotos de los trabajadores, también invitaban a hospedarse ahí. Sonriendo felices a la cámara, mostrando las preciosas vistas isleñas, la deliciosa comida típica del lugar y las diferentes especies de animales exóticos que ahí habitaban.

Sin duda, era un hotel pequeño, pero muy acogedor.  

Claire ya estaba refunfuñando por dentro, pensando en que solo podría disfrutar una semana de ese paraíso.

“Serás vaga.” Dijo la voz en su cabeza. “Bueno, no es como que me coja muchas vacaciones, ¿No?” Contestó la otra voz. “Cierto.” Respondió la primera voz.

En fin, Claire sabía como resignarse. Era una experta en ello.

Cuando fue ha hacer la reserva, parecía que solo les quedaba una habitación libre. Presumiblemente porque empezaban los meses de temporada alta en la zona.

Rápida como el viento, la pelirroja reservó esa habitación para ella, y recibió una confirmación en su correo.

Debía reconocer que era bastante inusual lo que estaba ocurriendo. No era propio de Terra Save cambiarle los destinos así, de un día para otro. Pero podía entender la justificación que le estaban dando. Al fin y al cabo, Claire tenía ya mucha experiencia en el campo y ella sería más eficaz en su nuevo destino que cualquier otra persona.

En cambio, todo el tema de los trasbordos, buscar  guías de diferentes sitios para crear planes de acción, y después acudir al centro del asunto; era en realidad la forma más común de proceder. O al menos, así solía ser en casi cada misión de ayuda humanitaria en la que se había visto envuelta Claire.

Qué suerte había tenido de conseguir esa última habitación en el hotel de la isla. No sabía qué habría hecho de no haber tenido sitio. Le habría resultado bastante incómodo tener que pedirle cobijo al guía con quien iba a estar trabajando todos esos meses, sin antes conocerlo un poco. Si acaso dicho guía la aceptara en dicho supuesto.

Claire estiró los brazos por encima de su cabeza. Se sentía cansada y agarrotada. Se recogió el pelo en un moño, sujeto a la cabeza con ayuda de un lápiz, se preparó en la cocina una taza enorme de té negro y volvió a su escritorio.

Antes de acudir a ningún lugar con la ayuda humanitaria, Claire preparaba a conciencia todo el papeleo que se requería para tales asuntos. Desde permisos legales, hasta acuerdos fronterizos. Sin duda la parte más tediosa de su labor.

También hacía un estudio de investigación sobre el terreno. 

El Amazonas no era ninguna tontería. Con ataques bioterroristas o sin ellos, era una jungla hostil, y por eso toda preparación sería poca.

Tal vez no sabría el lugar exacto al que acudiría hasta hablar con el guía que la llevaría a su destino, pero podía investigar muchas más cosas sobre el lugar. El clima, la fauna y la flora, las fronteras militares de diferentes países colindantes, las empresas madereras que estaban destrozando el planeta con talas masivas e incendios forestales a gran escala... cualquier problema que pudiera encontrarse por el camino, debía ser estudiado con antelación.

Este trabajo normalmente le llevaría al menos una semana a la pelirroja, pero teniendo en cuenta lo inesperado del cambio de destino, tenía que dedicar toda la tarde a este trabajo, sin descansar.

Tanto trabajó, que se le hizo de noche cuando terminó, sin ser consciente de cómo había pasado el tiempo.

Era bastante tarde y tenía hambre.

Ataviada en sus long johns blancos y su camiseta interior de tirantes, se puso su cárdigan gris y sus zapatillas tipo bota, y salió a la calle.

Justo debajo de su casa estaba su pizzería favorita. “La nonna de Luigi”, que no solo tenía las pizzas napolitanas más ricas de la ciudad, sino que vendían las pizzas por porciones enormes a solo dos dólares la porción.

Solo Luigi sabía cuantas cenas le había salvado a Claire, que odiaba cocinar porque entendía que era una perdida de tiempo.

Bajó las escaleras de su edificio y encontró en el portal, sentados a cada lado del quicio de la puerta, a dos muchachos.

Uno era pálido, con la cabeza rapada y un tatuaje sobre la ceja que decía “Paz”; y el otro era un chico asiático, con el pelo verde y un aro en la nariz.

Ambos jóvenes compartían un porro mientras hablaban y bebían las cervezas más baratas del mercado.

—Mike. Taylor. —Saludó Claire, mientras se aproximaba a los jóvenes. —¿Qué tal chicos? —Preguntó Claire, al tiempo que chocaba los puños con uno y con el otro.

—¡Claire! Siéntate con nosotros. —Invitó Mike, que era el chico rapado.

—¿Cuándo has vuelto? —Preguntó Taylor, que era el otro muchacho.

Claire se sentó con ellos en el escalón del portal, rechazando con la mano el porro que le estaba pasando Mike.

—Volví a eso de las tres de la tarde. Pero llevo trabajando hasta ahora.

—Joder tía. Respira un poco. —Le decía Mike.

—Ya. Es que no me di cuenta de que el tiempo estaba pasando tan rápido. Estoy agotada.

—Normal. Yo no paro de repetir que trabajar es malísimo. —Dijo Taylor riéndose, al tiempo que le ofrecía a Claire beber de su cerveza. Claire cogió la entre sus dedos y aceptó un trago de buena gana.

—¿Sabes qué? Te doy toda la razón. Trabajar delante del ordenador es un asco. Pero es muy importante, así que...

—Eres demasiado guay para trabajar tanto. —Respondió Taylor.

Los tres se rieron.

—No sabía que el nivel de “guayismo” se medía por las horas de trabajo. —Contestó Claire, devolviéndole a Taylor su cerveza. Ciertamente, era malísima.

—Joder, ¡eso es de manual, Claire! —Le dijo Mike.

—¡Todo el mundo lo sabe! —Contestó Taylor. —Necesitas pasar más horas con nosotros para mantenerte al día.

—Ojalá, creedme. —Dijo Claire incorporándose. —Voy a por una porción de pizza de Luigi, así de grande. —Les informó Claire, haciendo un gesto exagerado con sus manos.

—¡Qué rico! —Dijo Mike.

—Sí. Ese tío tiene magia en las manos. Ojalá haber conocido a su nonna. —Dijo a su vez Taylor.

—Sí tío, ya te digo. —Concordó entre risas, Mike.

—¡Ciao, bellos! —Se despidió Claire, guiñándoles un ojo y caminando unos escasos cien metros hasta el restaurante de Luigi, que tenía servicio desde el exterior.

Los fines de semana, esa atención exterior estaba a reventar con colas que bordeaban toda la plaza. Con todos los estudiantes universitarios queriendo su porción y huyendo de la cocina como hacia Claire.

Por suerte, por semana la cosa estaba más tranquila, y no había ninguna cola cuando Claire se acercó al mostrador.

—¡Buenas noches, Luigi! —Saludó Claire, sonriente.

—¡Oh! ¡La bella, bellísima Claire! ¡Buona sera! —La saludó Luigi, con todo su acento italiano, el mandil lleno de harina y salsa de tomate, y una eterna sonrisa en los labios.

Luigi era, sin lugar a dudas, Italia en estado puro. 

Napolitano de corazón, había nacido en plena Toscana italiana, en un pequeño pueblo llamado Castelfiorentino, muy cerca de Florencia, cuando al cumplir la mayoría de edad, se fue por amor a Nápoles y allí, aprendió el verdadero oficio de pizzero.

Cuando surgió la oportunidad, emigró a Estados Unidos con su mujer en busca de fortuna. Y llevaba ya más de tres décadas enfrente del restaurante “La nonna de Luigi” dónde hacía las pizzas de estilo napolitano más deliciosas, siempre con los ingredientes especiales de su abuela.

Luigi era sin duda, un abrazo calentito en plano invierno, con su gran sonrisa, su buen humor eterno y su galantería italiana. 

Y a Claire le encantaba charlar con él, porque sentía que él siempre tenía mucho que enseñar y ella mucho que aprender.

—¿Qué será hoy, bella? —Preguntó Luigi, apoyando los antebrazos en el mostrador.

—Ponme tus tres mejores porciones de pizza con pepperoni, por favor. —Pidió Claire.

—¡Marchando tres porciones de pizza pepperoni! —Gritó Luigi a nadie en concreto. Simplemente porque él era así. Un hombre excéntrico y alegre —¿Frías como siempre?

—Una fría y las otras dos calentitas, por favor. —Pidió Claire. —Y ponme tus tres peores cervezas. —Añadió Claire, riéndose.

—Sé exactamente lo que necesitas. —Contestó Luigi. —¡Marchando la cerveza más terribile que tengo! —Volvió a decir a voces, porque sí. Porque Luigi era simplemente auténtico.

—¡Ah! Y algo dulce, por favor. —Pidió Claire, como una ocurrencia de última hora.

—¿Algo dolce? —Preguntó Luigi. —Es que tienes noia (aburrimiento) en el corazón. 

—Sí. Tengo mucha noia. —Contestó Claire sonriendo y encogiendo los hombros. —Soy la reina de la noia. Diría que yo la inventé.

—¡Oh! Bellísima Claire. —Comenzó a decirle Luigi, como un abuelo hablaría con su nieta. —La noia, no se queda eternamente. Tú la sacarás de tu vida, sin ayuda de nadie. —Hubo un pequeño silencio con una gran sonrisa de ojos estrechos y mejillas sonrosadas. —Tu parola para oggi, non è noia. È pazienza.

Pazienza. —Repitió Claire. —Me gusta.

—Pero para pasar il dolore, unos ricos cannoli te ayudarán. —Y dicho esto, Luigi se giró y empezó a preparar una bolsa de papel con varios cannoli y una bolsa de plástico con las peores cervezas posibles.

Una vez que los trozos de pizza estuvieron calientes, le entregó los tres trozos sobre unas bases de cartón, apilados unos encima de otros.

—¿Cuánto te debo, Luigi? —Preguntó Claire.

—Por las pizzas y las cervezas, doce dolares, bella. —Le respondió Luigi.

—¿Y los cannoli? —Preguntó Claire.

—¡Eso es un regalo de Luigi, porque te quiere, bellísima! —Volvió a gritar el italiano, abriendo los brazos y riéndose. Estaba loco. En el mejor de los sentidos. 

Claire se reía. No podía evitarlo. La forma en que la llamaba bella o bellísima, se le metía en el corazón, y se sentía en un lugar seguro.

—Y esto, —Dijo Luigi en voz baja, por primera vez en su vida, pasándole algo dentro del puño. Como si fuera un secreto entre los dos. —Es il digestivo. Para ayudarte con la digestión de la cena, o de otros problemas del cuore.

Lo que Luigi le había entregado a Claire, era una mini botellita de grappa italiana. Un tipo de orujo bastante fuerte, que se empleaba durante los postres para ayudar a la digestión de comidas pesadas. Pero que, como orujo que era, también servía para emborracharse y ahogar las penas.

Claire sonrió a Luigi, y este la despidió con la mano y un guiño de ojos.

La pelirroja volvió a recorrer los cien metros hasta su portal, donde Mike y Taylor seguían hablando, ya sin porro y sin cervezas.

—¿Alguien ha pedido pizza? —Preguntó Claire, entregándoles la bolsa con las cervezas terribiles y sus trozos calentitos de pizza pepperoni. 

Claire prefería siempre la pizza del día siguiente. Fría, dura y con más sabor que la recién hecha, si querías saber su opinión.

—¡Pizza de Luigi! —Gritó Taylor, emocionado.

—¡Mamá ha traído la cena! —Dijo sonriendo Mike, mientras repartía las cervezas.

Claire se sentó entre los dos jóvenes, y entre charlas y risas, cenó con sus dos colegas del portal.

Cuando acabaron, Claire compartió los cannoli con los chicos. Luigi había metido diez cannolis, nada más y nada menos. Estaba claro que entendía las necesidades del corazón. 

Ese Luigi. Romántico y encantador Luigi.

—Bueno chicos, ha sido un placer, como siempre pero me subo ya. Tengo que intentar dormir algo. —Les comunicó Claire, poniéndose de pie y recogiendo las sobras y basuras de la cena.

—Detente Claire. Ya lo recogemos nosotros. —Le dijo Mike.

—Sí, que menos. Sube a descansar sin problemas.

—Gracias, chicos. —Les contestó Claire, subiendo los primeros escalones, cuando por la puerta entró la vieja Aaliyah, acompañada de su perrito, y unas bolsas que parecían bastante pesadas.

—Buenas noches. —Saludó Aaliyah.

—Aaliyah. —Saludaron los dos chicos sentados en el quicio de la puerta, al unísono.

—Buenas noches, Aaliyah. Déjame ayudarte con esas bolsas. —Dijo Claire, bajando los escalones que había subido, y cogiendo las bolsas que Aaliyah cargaba.

—¡Ay! Gracias, hija. Me fui al asiático del otro lado de la calle a por algo de comida, y no me dí cuenta de cuándo pesaría lo que había cogido hasta que empecé a andar. —Hablaba Aaliyah, con visible falta de aliento.

—¡Oh! Cuando necesites ayuda, sabes que me puedes llamar. Te ayudaré a cargar las bolsas sin problema, Aaliyah.

—Ya, hija, ya. Pero no quiero ser una molestia. —Le contestó Aaliyah, recuperando el aliento.

—Ninguna molestia, ya lo sabes. —Le dijo Claire, subiendo las escaleras tras Aaliyah. 

—A ver cuando arreglamos ese maldito ascensor. —Decía la anciana, mientras obligaba a sus viejos huesos a subir las empinadas escaleras de el antiguo edificio.

—Qué buen culo tiene Claire. —Comentó entonces Taylor.

—¡Te he oído, Taylor! —Gritó Claire, por encima del hombro. —¡Y ya lo sé! —Dijo divertida.

—Juventud. —Susurró Aaliyah, intentando reservar el aliento para los siguientes tramos de escaleras. —Divino tesoro.

Cuando llegaron al rellano de sus respectivas viviendas, Claire dejó las bolsas de Aaliyah en su puerta. Se despidieron amablemente,  y Claire entró de nuevo en su departamento.

Hizo todos los preparativos para el viaje que realizaría en tan solo unas pocas horas.  Y tras asearse, se fue a dormir.

“Tendría que haber llamado a Sherry y comentarle el cambio de planes.” Pensó Claire, mirando el reloj de su mesita de noche. “Pero es muy tarde. Mañana la llamo desde el hotel.” Se dijo así misma, con la despreocupación de alguien que no espera que nada malo vaya a suceder, en un viaje de trabajo tan rutinario como este.

No se podía ni imaginar lo que le esperaría en el hotel Zalle.

Sola de nuevo con sus pensamientos y un techo blanco que mirar, Claire no pudo seguir haciendo a un lado el tema que había estado intentando evitar todo el día. Hablar con Leon.

Llamarle no era una opción, porque era tarde. Pero enviarle un mensaje no era tan descabellado. En el caso de Sherry sí, porque ellas no se mensajeaban. Ellas eran de la vieja escuela. Se llamaban por teléfono, como siempre se ha hecho, porque querían escuchar sus voces.

En el caso de Leon, Claire se moría por volver a escuchar su voz, pero, después de dos años de cero contacto, llamarle directamente, se sentía demasiado. Seguro que a Claire le temblaría la voz o hablaría demasiado rápido o se confundiría de palabras, porque su boca iría más veloz que sus pensamientos. Y haría el ridículo.

Después de dos años sin hablarse, no estaba por la labor de quedar en evidencia delante de él.

“Escribirle un mensaje, es buena idea.” Dijo la voz en su cabeza. “Sí, pero es tarde. Hazlo mañana” Contestó la otra voz. “No dejes para mañana, lo que puedas hacer hoy. Escríbele, mándale el mensaje. Y mañana cuando él lo lea, te responderá al momento.” Volvió a hablar la primera voz. “¿Al momento? ¿Quién te crees que eres? No está pegado al móvil esperando un mensaje tuyo durante dos años. Tal vez ni responda. Pero bien visto, así a ojos de Sherry, tú ya no serás la responsable de nada.” Razonó la segunda voz. “Leon respondería. Estoy segura.” Volvió a intervenir la primera voz. “Si estuvieras tan segura, yo no estaría aquí, contraviniéndote.” Volvió a responder la segunda voz. “Cierto.” Convino la primera voz. “Duerme un poco. Mañana cuando llegues al hotel, llamarás a Sherry y después escribirás a Leon.” Dijo la segunda voz.

Y dicho esto, Claire puso una alarma en el despertador. Dormiría prácticamente una siesta de dos horas, antes de salir de casa y plantarse en el aeropuerto.

Su corazón estaba nervioso ante la expectativa de volver a contactar con Leon.

Cogió su pequeña botella de grappa, y de dos sorbos se la bebió. No sabía si ayudaría a su digestión, pero desde luego le estaba calentando el espíritu

De debajo de su almohada, cogió su diario. Y de su interior una fotografía donde ella y Leon, brindaban después de sobrevivir al infierno en la tierra.

A Claire le encantaba esa foto. Porque ella se veía muy feliz y Leon muy relajado. Se querían.

Claire pasó los dedos por la imagen de Leon. Le dio la vuelta a la foto, y leyó las palabras que había escrito por aquel entonces:

“Con mi persona favorita, después del fin del mundo, celebrando que estamos vivos”

Así era. Leon, su persona favorita. ¿Cómo pudo dejar de serlo? ¿Volvería a serlo si hacían las paces? ¿Leon le perdonaría tanto tiempo de silencio? ¿La aceptaría de nuevo?

“Seguro que sí. Es Leon.” Dijo la voz más amable de sus pensamientos.

Y nuestra querida Claire, no pudo evitar sonreír ante la idea, quedándose profundamente dormida, con la foto sobre su pecho, deseando que llegara mañana.

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Cuando sonó el despertador, Claire se sentía fresca como una lechuga. A veces estas cosas pasaban. Cuanto menos dormía, más despierta se sentía. Cuando se echaba a dormir diez horas, se levantaba hecha polvo. Algún día investigaría el por qué de este asunto.

Por el momento, tenía un plan que seguir.

Devolvió la foto, —que se le había quedado pegada en la cara. —, al interior de su diario; se aseó, —coleta alta, sin duda. —, se vistió, —chupa de cuero roja, por supuesto. —, cogió su maleta y cerrando la puerta de casa, salió a la calle a esperar el autobús que la llevaría al aeropuerto.

El trayecto en bus duraba una hora, pues iba haciendo paradas por toda la ciudad antes de llegar al destino final.

Claire iba leyendo un libro de bolsillo, de aspecto muy maltratado, que trataba sobre un niño en busca de su abuelo. Una lectura bastante devastadora pero que la tenía con el corazón en vilo.

Al llegar al aeropuerto, todo fue sumamente rutinario.

Entregó su maleta para facturarla, hizo el cheking, espero en su puerta de embarque, —llorando a moco tendido con la novela entre sus manos. —, y más tarde subió al avión con destino São Paulo.

Nunca en su vida había tenido un viaje en avión tan horrible. El clima estaba como loco. El piloto no tenía visión para aterrizar y sobrevolaron São Paulo durante dos horas, hasta que la falta de combustible requirió un aterrizaje de emergencia, que dejó a todos los pasajeros con la terrible sensación de haber escapado de la muerte.

Aunque Claire llevaba a su lado a un pasajero que dormía como un lirón y que roncaba como un jabalí.

Cuanto tocaron tierra y encendieron las luces, el hombre se despertó, quejándose de que había dormido mal.

“Señor, acabamos de sobrevivir a un accidente de avión. Cállese. ” Pensó Claire.

Tras una interminable espera en su asiento, por fin pudo salir del avión. Tras otra interminable espera, por fin pudo recuperar su maleta. Y tras una interminable espera más, en su puerta de embarque para el trasbordo, un autobús lanzadera los llevó hasta su pequeño avión de viajes cortos y por fin, a las nueve de la noche, Claire llegó a su destino.

El Hotel Zalle.

A decir verdad, el hotel desde fuera no se parecía en nada al hotel de la página web. ¿Se habría confundido el taxista llevándola hasta ahí?

No, no podía ser. El rótulo en la fachada era bien claro, “Hotel Zalle”. Además era el único hotel de la isla. Aunque francamente, le había parecido ver otros en la lejanía mientras el taxi la llevaba hasta el Zalle. 

Con la resignación de siempre, Claire tomó su maleta, y entró por las puertas del hotel.

“Qué lugar más horrible” Dijo la voz en su cabeza. “No seas impertinente. Seguro que las habitaciones tienen mejor aspecto” Contestó la otra voz. “Pero es que este sitio, ni siquiera está limpio.” Replicó la primera voz. “Ya. No puedo defender eso. Esto es una pocilga.” Concordó la segunda voz.

Claire, fingiendo no darse cuenta del aspecto de ese horrible lugar, se aproximó al mostrador de recepción, donde un hombre muy corpulento y sudoroso, llamado João, la miraba con cara de pocos amigos.

—Buenas noches. —Saludó Claire.

Boa noite. —Contestó con la mayor de las desganas el recepcionista.

—Tengo una habitación reservada a nombre de Claire Redfield. —Dijo Claire, sonriendo, tratando de equilibrar la falta de educación del hombre frente a ella, con buenos modales. —Quisiera hacer el pago ahora, si es posible.

Nuestro ya conocido amigo João, con la misma energía que un oso perezoso, alargó un brazo para coger  un datáfono, y tras introducir los datos correspondientes, dejó el datáfono sobre el mostrador, de mala gana.

Claire, sacando del bolso interno de su chupa de cuero la cartera, cogió su tarjeta de crédito y pagó la habitación por una semana. Deseando ahora no quedarse en ese hotel ni una sola noche.

Poco sabía ella que sus deseos serían órdenes para el destino.

Una vez su tarjeta fue aceptada, João retiró el datáfono y le pasó a Claire la llave de la habitación 404.

Claire cogió la llave, notando que tanto esta como el mostrador, estaban más pegajosos que la axila de ese hombre.

La pelirroja se quedó mirando a João, y João se quedó mirando a la pelirroja. ¿Podía pestañear siquiera? ¿Por qué la miraba así?

—¿No tengo que hacer el check in o algo? —Preguntó Claire, que empezaba a sentirse realmente mal en ese lugar, con ese hombre.

En la isla hacía calor. Mucho calor. Del tipo de calor que se te pega en la piel.

Pero Claire estaba sintiendo escalofríos. Algo no iba bien y ella no podía identificar el qué.

“No seas paranoica. El sitio simplemente es una mierda barata. No le des más vueltas.” Dijo la voz en su cabeza. La otra voz, no respondió.

—No hace falta. —Contestó João, carraspeando una flema que tras expulsarla, devolvió a sus adentros, al tiempo que le señalaba a Claire el antiguo ascensor.

Claire, haciendo de tripas corazón, sonrió de nuevo a João. Cogió su maleta y se introdujo en el elevador. Calcó el número cuatro y esperó a que este cerrara sus puertas y la llevara a su piso.

Ese ascensor debió fabricarse en el año primero después de cristo, por lo viejo que parecía. 

“Pero al menos funciona.” Pensó Claire, recordando el ascensor de su edificio.

Mientras el traqueteante ascensor se elevaba, a través de sus sucios cristales, Claire pudo ver moverse a João por primera vez,  —lo que fue una gran sorpresa para la pelirroja. —, acercándose a un teléfono en la pared, para hacer una llamada.

“Qué escamante es este lugar.” Volvió a pensar Claire. “Y qué raro es ese recepcionista.”

Claire no podía salir de su asombro cuando, tras poder abrir finalmente la puerta de su habitación, se encontró con la decadencia de la 404.

El pasillo desde el ascensor a la habitación, era sin duda como estar en la casa de los horrores, pero, ¿la habitación?

Claire quería darle una oportunidad al sitio, pero es que ese lugar era un absoluto vertedero.

Cerró la puerta, sintiendo asco de tocarla, y acto seguido se sentó en la cama, levantando polvo a su alrededor.

“No puede ser.” Pensó Claire. “Este lugar, como anécdota que contar, no está mal. Pero, ¿de verdad pretendo pegar ojo en esta cama victoriana? Joder, me han timado pero bien. ¿Será de verdad el único hotel de la isla?”

Claire, que todavía no las tenía todas consigo, decidió tomárselo con filosofía. Y dejando de lado los pensamientos que ese lugar horrible le provocaban, decidió sacar su móvil para llamar a Sherry. Era tarde, la verdad, pero no tanto como para no tener una llamada rápida.

“¿Y si primero contactas con Leon?” Pensó la voz en su cabeza. “Así, cuando llames a Sherry, le podrás dar la buena noticia de que tú ya hiciste tu parte.” Continuó la misma voz.

La segunda voz seguía sin hacer acto de presencia. ¿Dónde se había ido? ¿Estaba demasiado ocupada, con la mosca detrás de la oreja, como para prestar atención a otros asuntos?

Convencida, Claire sacó su móvil y buscó el contacto de Leon.

A. A. Leon.

El corazón le iba a mil. Le temblaban las manos. Se mordía el labio inferior. ¿Qué le podía escribir?

“Tal vez...” Claire empezó a teclear en su móvil el mensaje para Leon: 

Hola Leon, ¿Cómo estás? Yo estoy bien. Ando por Brasil por motivos de trabajo. ¿Tú que tal?

“Dios, ¡que horror!” Gritó la voz en su mente. “No puedes hablarle así, como si no hubieras estado dos años pasando de él. Además has repetido dos veces la pregunta de cómo está.”

Claire borró el mensaje, y volvió a empezar: 

“Hola Leon, soy Claire. Aunque supongo que ya lo sabes. Al no ser que hayas borrado el número, en cuyo caso...”

“¡Para, para! ¡Es horrible!” La interrumpió su voz interna. “Leon sabrá quien eres. No ha borrado tu número. Déjate de tonterías. Sé informal, pero con tacto.”

Claire resopló, y borró ese mensaje, empezando de nuevo: 

“Hola Leon. Perdona por darte de lado durante estos últimos años. Como sabes estaba muy enfadada contigo... y lo sigo estando porque no me puedo creer que un USB hubiera sido más importante para ti que nuestra amistad. ¿Qué clase de persona...”

“¡Alto! ¡No! Vuelve a empezar. ¿A eso le llamas tú tener tacto?” Interrumpió la voz, una vez más.

Claire respiró hondo, y volvió a escribir:

  “Hola Leon. ¿Quieres hablar?”

“Eso está mucho mejor. Pero... tal vez es demasiado impersonal, ¿No? ¿Y si pruebas a entrar con la sinceridad por delante?”

Claire sabía perfectamente a lo que su voz interior se estaba refiriendo.

Borró el mensaje, y escribió con la verdad.

Ya estaba sopesando si mandar el mensaje, cuando de repente picaron a su puerta.

—Servicio de habitaciones. —Habló una voz al otro lado, tan grave, que hacía vibrar las cosas a su alrededor.

“Qué raro, no he pedido nada. Se habrán confundido.” Pensó Claire, levantándose de la cama, y abriendo la puerta.

En el momento en que el picaporte soltó la pestaña del cerrojo, la puerta se abrió de golpe, empujando a Claire hacia atrás, que cayó de espaldas a los pies de la cama, golpeándose el centro de la espalda.

¿Qué estaba pasando? ¿El camarero había empujado la puerta?

Cuando Claire miró, tenía ante sí a un hombre enorme. Y ya sabéis que cuando digo enorme, no estoy empleando una hipérbole. Es que literalmente el hombre era un gigante.

—Vaya, vaya, vaya. —Comenzó a decir el gigante, con una sonrisa amplia en los labios y una mirada lasciva, mientras entraba en la habitación de Claire. —Pero mira que ratoncito tenemos aquí.

—¡¿Quién eres?! —Preguntó Claire con miedo en la voz, incorporándose y sorteando la cama para mantener las distancias.

—¿Yo? —Preguntó con retórica el gigante. —Soy tu raptor. —Contestó ni corto ni perezoso. —Pero si te portas bien, preciosa, puedo ser el amor de tu vida.

Dicho lo cual, el gigante avanzó hacia Claire con decisión.

A parte de su extrema corpulencia, el hombre llevaba un arma de fuego en una cartuchera a la cintura y un cuchillo de combate en el vasto lateral de la pierna derecha.

Enfrentarse cuerpo a cuerpo contra alguien que le sacaba tanto peso, era una locura. Su única posibilidad era huir.

El gigante trató de cogerla por un brazo y Claire lo esquivó.

 Trató de cogerla por el otro brazo, y Claire lo volvió a esquivar.

—No juegues con mi paciencia, ratoncito. —Le dijo el gigante con fastidio en su gruesa voz, mientras se cernía sobre Claire con ambas manos.

La pelirroja estaba contra la pared. Tenía que encontrar un hueco cuanto antes.

Cuando el gigante dio un paso más, Claire se lanzó entre sus piernas y saliendo por debajo de ellas, echó a correr hacía la puerta de la habitación.

Pero, cuando estaba a escasos centímetros de la misma, el gigante la atrapó por la coleta y, tirando de ella hacia atrás, la estampó contra el mini bar, arrojando por el suelo todos los botellines de alcohol y golpeándose la cabeza contra el cristal de la ventana, agrietando este, y sintiendo un fuerte dolor por el impacto.

Antes de poder recuperarse, el gigante se había metido entre sus piernas y, cogiéndola por el cuello, aspiró profundamente por la nariz el olor de Claire, emitiendo un gemido de satisfacción, para, acto seguido, lamerla desde la base del cuello hasta la oreja.

Claire gritó desesperada, luchando contra el gigante con todas sus fuerzas y sintiendo como estas abandonaban su cuerpo cansado.

La voz de su hermano, llenó entonces su mente con los recuerdos del entrenamiento al que este la había sometido, siendo más jóvenes. Para asegurarse de que Claire pudiera defenderse sola, si algún día él le faltaba.

En ese instante Chris le faltaba. Nadie la iba a ayudar en ese asqueroso lugar. Solo se tenía así misma, y las enseñanzas de su hermano.

“Si te ataca alguien más grande que tú, ¿Qué debes hacer?” Le preguntó un joven Chris a una más joven Claire.

“Huir.” Contestó la joven Claire.

“Eso es. Huir. No hay honor en un enfrentamiento desigual. Y más vale sentirse cobarde, a morir. 

»Bien, sí la huida es imposible, ¿qué debes hacer?” Volvió a preguntar Chris.

“Debo buscar un arma.” Contestó Claire.

“Eso es, cualquier arma, por improvisada que sea, pondrá en balanza la situación.” Dijo Chris.

“Pero, ¿Qué pasa si las armas no son suficientes?” Preguntó Claire.

“Juega sucio.” Le contestó su hermano.

Claire, que sentía las manos del gigante recorrer su cuerpo por encima se su ropa, dejó de gritar histérica y se obligó a usar la mente fría de Chris, y a poner en práctica las lecciones aprendidas.

Mientras el gigante la baboseaba, Claire alargó su mano y alcanzó el cuchillo del gigante.

Y cuando este apoyó una de sus grandes manos en la mesa del mini bar, Claire apuñaló su mano con tal fuerza, que la hoja no solo la atravesó limpiamente, sino que se quedó clavada en la superficie de madera.

El gigante se apartó de ella al instante, gritando y mirando su mano atravesada por su propio cuchillo, con más perplejidad que dolor.

Cuando volvió a mirar a Claire, esta le propinó una patada en los testículos de tal magnitud, que el gigante se quedó sin aliento, puso los ojos en blanco, y cayó de rodillas ante Claire.

Rápida, Claire cogió su pistola y salió corriendo de esa habitación. 

Antes de llegar al final del pasillo, el ascensor se abrió, y tres hombres, ataviados con la misma ropa técnica que el gigante, salieron de él.

Pero estaban charlando entre ellos con total tranquilidad, cómo si lo que estaban tratando de hacer, fuera coser y cantar.

Al ver a Claire, se quedaron en silencio. Se miraron los unos a los otros y antes de permitirles salir del ascensor o tomar sus armas, Claire disparó cuatro tiros certeros en las cabezas de esos hombres, que murieron en el acto.

La pelirroja, entonces, tomó la puerta de las escaleras de paso y  escuchó a varios hombres subir por ellas, hablando entre sí. Habían escuchado los disparos.

Claire retrocedió,  volviendo al pasillo. Tenía que pensar rápido.

Las pisadas de los hombres en las escaleras se escuchaban cada vez más cerca. Y de su habitación, llegó el sonido del gigante al liberar su mano gritando.

Entonces, en el último momento, Claire vio en la pared, al otro lado del ascensor, un monta platos con el tamaño perfecto para ella.

Corriendo, se metió dentro de este y comenzó a descender, escuchando a los hombres llegar al pasillo, tirando a bajo todas las puertas de las demás habitaciones, y la  terrible voz del gigante dando órdenes  a unos ya otros.

Ya abajo, Claire abrió la puerta del monta platos y salió en la cocina del hotel.

Era exactamente la típica cocina de armarios y mesetas de acero inoxidable, pero con una cantidad de suciedad y moscas ingentes. El hedor amargo y húmedo que impregnaba el lugar, provocaban sendas arcadas en la pelirroja.

Trató de salir por la puerta trasera, que era de aluminio y cristal. Pero al abrirla, esta tenía una verja de hierro exterior que estaba cerrada con llave.

Al mirar a las ventanas, se dio cuenta de que estaba en la misma situación. Todas ellas enrejadas con hierro.

“Joder.” Pensó Claire. “Joder, joder, joder.” Volvió a pensar. “¿Qué está pasando?”

En ese instante, entró un hombre por la puerta de la cocina que  la apuntaba con su arma.

—¡Alto! —Le gritó el hombre. 

Claire se giró, y  le apuntó con su arma a su vez.

—¡¿Quién eres?! —Le preguntó Claire.

—¡Baja el arma! —Volvió a gritar el hombre.

Claire disparó al hombre  tres veces en el pecho, y este cayó fulminado al suelo. Pero antes de que Claire pudiera avanzar para quitarle su arma, otros dos hombres entraron y gastó sus últimos dos tiros en cada uno de ellos.

Se había quedado sin munición, y de nuevo, cuando iba a coger las armas de los hombres caídos, entraron por la puerta otros cuatro.

Claire cogió un cuchillo que estaba lleno de una sustancia pegajosa indeterminada y una sartén con un contenido similar. Manteniendo las distancias con los hombres frente a ella, que la amenazaban con sus armas.

—¡¿Quiénes sois?! —Gritó Claire, más terror que coraje —¡¿Qué queréis de mí?!

—¡Señorita, suelte el cuchillo! —Le dijo uno de los hombres, a medida que iban cercándola por cada lado de la meseta central de la cocina. Arrinconándola. —¡No queremos hacerle daño!

—¡¿A no?! —Preguntó Claire, apretando con fuerza las empuñaduras del cuchillo en una mano y la sartén en la otra, a una distancia de zancada. —¡Pues yo sí!

Y dicho esto, golpeó primero al hombre que se aproximaba por su derecha con la sartén en la cara, y cortándole el cuello, en un segundo golpe de revés con la otra mano.

A continuación repitió el gesto con el hombre más próximo a su izquierda, que tras recibir el golpe de sartén, consiguió esquivar el mortal corte de cuchillo, atrapando la muñeca de Claire, y obligándola a soltar el arma blanca en su mano.

Claire gritó de pura ira. Y pateándole en la entrepierna, descargó tres potentes golpes de sartén sobre la cabeza del hombre, que sin saber si estaba muerto o no, lo cierto es que no se volvió a levantar.

Pero antes de que Claire pudiera defenderse de un tercer hombre, este la cogió por la espalda, inmovilizando sus brazos a sus costados y elevándola del suelo.

Claire aprovechó ese agarre para golpear la nariz del hombre a sus espaldas con un buen cabezazo, cosa que, por el sonido de rotura, debió suponer un dolor agudo para el individuo, que de todas formas no  aflojó ni un ápice su agarre.

—¡Átala! —Le gritaba el hombre con la nariz rota, al último de ellos que quedaban ahí. —¡Rápido!

Cuando el cuarto hombre se aproximó a Claire, está le dio una fuerte patada en el pechó que lo dejó sin aliento durante unos preciosos segundos, que Claire aprovechó para subir sus muslos sobre los hombros de este y,  con un fuerte y seco giro de sus caderas, le rompió el cuello, haciéndole caer sin vida al suelo.

Acto seguido, tomó impulso con sus piernas contra la meseta de la cocina, empujando al hombre que tenía a sus espaldas y, aprovechando la fuerza de la caída, voltear hacia atrás, liberándose de los brazos que la apresaban y poniéndose de pie. Descargó entonces un potente pisotón sobre el cuello del hombre, que murió en el acto.

Por fin, Claire cogió varias armas y  salió corriendo de la cocina.

Al atravesar la puerta, se encontró en el recibidor del hotel, donde la esperaban dos hombres armados en la salida.

Claire les apuntó con sus armas.

—¡Si me dejáis ir, prometo no haceros daño! —Dijo Claire.

Los hombres miraron las armas de Claire y después se miraron entre ellos y se echaron a reír. ¿Qué era tan gracioso?

—Adelante, preciosa. Dispara. —Dijo uno de ellos, con cero unidades de temor ni en su voz, ni en su postura corporal.

Entonces Claire cayó en algo en lo que no había caído anteriormente, entretenida como estaba en sobrevivir.

“Última lección, Claire.” Sonó Chris en su cabeza. “¿Cómo saber si un arma está cargada o no?” Preguntó este.

“Por el peso.” Contestó Claire.

“Exacto. Asegúrate siempre que, pase lo que pase, tu arma esté cargada.”

Claire miró las armas que sostenía en sus manos, con el semblante atónito.

Las armas que usaban estos hombres no estaban cargadas. Eran puro atrezzo. Eran simplemente disuasorias. Claire en realidad no portaba nada en sus manos.

Los hombres se seguían mofando, cuando ella levantó la vista para mirarlos, sin poder ocultar su sorpresa. 

Pero entonces recordó, que cualquier objeto, puede ser una arma improvisada.

Claire lanzó una de sus armas a la cabeza de uno de los hombres, quien la esquivó.

Cuando iba a lanzar su segunda arma, segura de que no daría en el blanco, pero sabiendo que no lo necesitaba para ganar los segundos de distracción que la liberarían de ese infecto lugar, una mano de gigante le tapó la boca por detrás y clavó una jeringuilla en su cuello, vertiendo su contenido en el torrente sanguíneo de Claire.

—Te tengo, ratoncito. —Le susurró el gigante en el oído. —Y esta vez, no te me escapas.

Al instante, Claire perdió cualquier control sobre su cuerpo, que se desplomó en el suelo con un golpe sordo.

El gigante pasó por encima de ella, dándole órdenes a sus dos hombres restantes y hablando por radio solicitando otros tantos para una limpieza.

Claire perdía visión mientras una solitaria lágrima se derramaba por el puente de su nariz.

La pelirroja, sin poder aguantar la consciencia por más tiempo, cerró los ojos.

Sus voces internas estaban en silencio. Su razón se estaba apagando.

Comenzó a ver imágenes pasar por su mente.

Vio a su padre, entrando por el garaje de casa con la vieja Ducati roja, sonriendo feliz, prometiendo que algún día sería suya.

Vio a Chris, entrenándola duramente, pero abrazándola después de cada entrenamiento, mirándola con el orgullo con el que la miraría su padre, cada vez que había logrado algo en la vida, si siguiera vivo.

Vio a Sherry abrazándola fuerte tras despedirse de su madre, y después, abrazada a su marido en el porche de su casa, despidiéndose de ella.

Vio a Steve. Steve Burnside. Dando su vida por salvarla. Una trágica historia, en la que no todos podían huir del infierno.

Vio a Moira y a Barry abrazados, sonriendo a Claire, con gratitud.

Y vio a Leon. 

Leon tras la enrejada puerta trasera de una comisaria de policía plagada de zombies, sonriéndola como si nada.

 Leon tras la pantalla de un ordenador buscando ayuda para ella. Buscando a Chris.

 Leon animándola en una tienda militar, a las afueras de un aeropuerto, cuando se sentía tan derrotada que no le quedaban fuerzas.

 Leon corriendo sobre un puente, con ríos de ácido por debajo, salvándola de una muerte terrible.

 Leon tratando de abrir las enrejadas puertas de una celda en Alcatraz.

Leon sonriendo, con una jarra de cerveza enorme en la mano, brindando feliz, cogiéndola por la cintura, elevándola del suelo.

Leon en traje, delante de La Casa Blanca, con un USB en la mano, que girándose, se alejaba de ella.

—¡Leon! —Le llamó Claire en su cabeza, haciéndolo girar hacia ella de nuevo. —¡El traje de queda genial!

Y Leon le regaló una sonrisa, antes de que todo se volviera negro y el telón bajara para siempre.

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Y allá arriba, en la habitación 404, tirado sobre unas sábanas viejas y polvorientas, un móvil abandonado dejaba ver sobre su pantalla un mensaje para A. A. Leon, que jamás se envió:

“Te echo de menos.”

 

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Chapter 8: Claire

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Vamos a jugar a un juego.

Quiero que trates de imaginarte de pie, en un espacio vacío y oscuro. Libre de sonidos, más allá de tu respiración o los latidos de tu corazones.

Ahora, imagina que frente a ti se alarga un pasillo estrecho, de pareces oscuras, con una iluminación lo suficientemente pobre como para que solo puedas ver el pasillo a una distancia de cinco metros. 

Al final de este hay una puerta.

Esta puerta la puedes imaginar como tú quieras.

La mía es vieja, blanca y desgastada. Hace juego con sus marcos, igualmente viejos y desgastados. Y el picaporte es sencillo, redondo y de latón, al igual que las bisagras y los goznes.

Sí, sin duda mi puerta es tétrica pero simple. Supongo que es lo que me toca por ser la narradora de una historia tan llena sangre, horror y muerte.

Sea como fuere, todas las puertas tienen algo en común. Todas descansan en un espacio oscuro y todas son endebles. Casi de teatrillo.

Bien. Imagina que te aproximas lentamente a tu puerta, escuchando ahora el eco de tus pisadas al andar.

Estás justo en frente de ella. Más alta ahora de lo que percibías antes. Imponente pero frágil. Muy frágil. Así debes imaginarla. Una puerta con poca vida útil.

En la parte superior de la puerta, hay un pestillo. Igualmente viejo, pero tal vez demasiado grande para el tamaño de la puerta.

Imagina que descorres el pestillo y llevas tu mano al picaporte. Envuelves el picaporte con tus dedos y empiezas a girarlo.

Justo antes de soltar el resbalón de la cerradura, desde el otro lado, algo más grande que tú golpea bestialmente la puerta, empujándote hacia atrás.

Y los golpes se repiten sobre la exánime puerta, cuyos goznes empiezan a doblarse y cuya madera a astillarse.

Visualízate corriendo hacia la puerta, echando de nuevo el pestillo y sosteniéndola con tu propio cuerpo, recibiendo los bandazos a tus espaldas, impidiendo que la puerta llegue a abrirse.

No sabes qué hay otro lado. Pero tu instinto de supervivencia te dice que mantengas esa puerta cerrada pase lo que pase. Que sea como sea, no permitas, bajo ninguna circunstancia, que lo que puja por salir desde el otro lado, cruce el umbral. 

Porque esa sería tu perdición.

¿Quieres saber qué se esconde al otro lado? 

Tus miedos. Ni más ni menos. Cada uno sabe cuán grandes son sus propios horrores. Porque eso sí, tus miedo, solo tú sabes cuán hostiles y bestiales son.

Pero una cosa es clara. Todos tenemos esa puerta dentro de nosotros.

Algunas son más opulentas que otras, pero en definitiva, todas pecan de los mismos defectos, da igual de que color la pintes.

Y la forma de enfrentarse a la puerta, es diferente en cada individuo.

Algunas personas, nunca llegan abrir el pestillo y se mantienen a una distancia prudencial de la puerta, simplemente observándola con recelo.

Otras personas, corren hacia la puerta, la abren y permiten que el caos se apodere de su realidad.

Hay algunos insensatos abren la puerta solo para cruzar al otro lado y no volver jamás, quedando atrapados en el seno de sus temores para siempre.

Hay personas que tienen más de una puerta que defender y otra personas que aunque la puerta esté delante de sus narices, son incapaces de verla.

Y después estamos nosotros, la gran mayoría, que contamos con una única puerta débil y tratamos de mantenerla cerrada. Lo intentamos porque no poseemos las armas necesarias para enfrentarnos a lo que nos aguarda detrás. Y otra cosa no, pero instinto de autopreservación, no nos falta.

Leon, por supuesto, tenía su propia puerta. 

Esta estaba anclada entre cuatro paredes oscuras, tan altas, que ver el techo era imposible, perdido como estaba en las sombras, allá arriba.

La puerta era azul. Azul marino. Al igual que sus marcos. Ambos decorados con sencillas chambranas que le daban al aspecto conjunto aires de elegancia y seriedad.

El pestillo, el picaporte y los goznes eran dorados. Bien pulidos.

Sin lugar a dudas, para un ojo inexperto, la puerta de Leon era una puerta que transmitía confianza. Con ese aspecto tan nuevo y cuidado, cualquiera podría imaginar que esa puerta era en realidad una puerta muy robusta y resistente, capaz de detener cualquier miedo que aguardara tras ella.

Pero como he dicho, solo para ojos inexpertos. Nosotros sabemos que todas las puertas tienen algo en común. Todas son débiles. Da igual cuánto de esfuerces por engañarte. 

Todas-son-débiles.

Y en algún momento, todas se abren.

Leon llevaba mucho tiempo luchando contra su propia puerta, impidiendo, embate tras embate, que esta se abriera.

Pero la puerta de Leon engañaba tanto como su aspecto.

Por las noches, como si de cantos de sirena se tratase, invitaba a Leon a mirar hacia el otro lado por el ojo de la puerta. Y era ahí cuando estaba perdido entre pesadillas que le estaban matando lentamente con el paso de los años y el cúmulo constante de cansancio.

Podríamos decir que era una puerta muy vengativa, ¿verdad? Ya que Leon tenía la fuerza suficiente como para no dejarla abrir, al menos esta, cuando Leon tenía la guardia baja, lo invitaba a mirar sus horrores, y así permitía que sus miedos gozaran de cierta libertad en el mundo de los sueños.

Tal vez las puertas, no sean simples puertas después de todo. Si no, ¿cómo podríamos explicar que estas se abrieran solas, en los momentos menos oportunos? Como le pasara a Claire. 

Aunque ese no era el caso de Leon. 

Él siempre había sido más fuerte que el océano al otro lado. Siempre había logrado mantener su puerta cerrada. Aunque siempre pensaba que no lo conseguiría, tan cansado comenzaba a sentirse después de tantos años de resistencia.

Pero a veces, el miedo encuentra otras formas de llegar a uno sin abrir la puerta y sin recurrir a los sueños.

Por debajo de la puerta de Leon, así como por el ojo de la cerradura, comenzó a colarse el agua.

A veces ocurría. Pero normalmente, solo eran pequeñas gotas o chorros de agua sin importancia, que Leon se encargaba de secar cuando pasaba el peligro.

Pero ahora el agua entraba en su cubículo a borbotones, con una fuerza inusitada, nunca antes vista a lo largo de todos esos años, que comenzaba a llenar el espacio como si este fuera una pecera.

Pero Leon, no reaccionaba.

Observaba, impasible, como su cubículo se llenaba más y más, empapando primero sus pantalones y luego su camiseta, hasta llegarle al cuello.

El agua estaba fría. Muy fría. Tan fría que dolía. Tan fría que quemaba.

Pero Leon no hacía nada. Ni el más triste intento por tapar el ojo de la cerradura con una mano, o el más patético quejido de fastidio o inclinación de resignación o gesto de dolor.

Nada.

Simplemente estaba ahí, sentado en el suelo con la espalda apoyada en la puerta, viendo como su océano de horrores se colaba en su fuero interno, sin resistirse. Aceptando la muerte sin ninguna lucha.

Leon flotaba, lejos de su puerta, lejos de su cubículo, has llegar al techo, allá arriba, que no le permitía seguir subiendo.

Cuando el agua llegó a su barbilla, no hizo nada; cuando el agua tapó su boca, no hizo nada; cuando el agua llegó a su nariz, no hizo nada; y cuando el agua llegó a sus ojos y lo cubrió por completo, no hizo nada.

Leon flotaba en el océano de sus miedos, ahora hundiéndose hasta el suelo, sin luchar por su vida y sin miedo a morir. Que es exactamente lo que estaba ocurriendo. 

Leon se ahogaba mientras se veía así mismo en un tanque lleno de agua, al igual que veía a Claire, al otro lado, en otro tanque lleno de otro líquido.

¿Creéis que le importaba? La realidad es que había perdido la capacidad para razonar o para sentir.

La imagen que sus ojos estaban registrando, no tenía sentido. Esperaba encontrarse con un monstruo, y se encontró a Claire. Su cerebro se veía incapaz de descodificarla y hacer que tuviera algún rasgo de lógica.

¿Realmente era Claire? ¿Tan tarde había llegado? ¿Qué demonios le habían hecho?

El sonido amortiguado de alguien tratando de tirar la puerta de sus temores abajo, llenó sus oídos. 

Era Hunnigan. Su ángel de la guarda. Le gritaba por el pinganillo para que volviera en sí.

Pero Leon no quería volver en sí.

Si Claire estaba muerta, él correría su misma suerte.

Mecánicamente, Leon se quitó el pinganillo y lo dejó caer al suelo.

Avanzó hasta el tanque sin apartar sus ojos de Claire, que parecía dormir plácidamente, como parecen dormir plácidamente los muertos.

 Y ahí, al pie del tanque, Leon se dejó caer de rodillas. Rendido, muriendo y esperando reunirse con ella en otro lugar, para poder decirle todas las cosas que se guardó en vida.

Una mano la posó en el cristal. La otra se la llevó al corazón. Un corazón partido en dos que, estando de acuerdo con Leon, decidió dejar de esforzarse en latir, aceptando su final.

“Claire.”

Leon cerró los ojos, aun ahogándose en su cubículo anegado de su peor temor, y por debajo de sus párpados, comenzó a ver  imágenes del pasado en las que Claire y él alguna vez estuvieron juntos.

Esta vez eran fotogramas de momentos reales. No algo que su imaginación maltratada hubiera creado.

Como la primera vez que la vio. 

Recordaba ese momento, como el momento en que quedó prendado de sus ojos. Al instante.

Él trataba de salir de una gasolinera infestada de zombies, y al abrir la puerta, una preciosa pelirroja se interpuso en su camino y  pidiéndole que se agachara, mataba al zombie que estaba a punto de abalanzarse sobre él.

Juntos subieron a un coche patrulla que estaba ahí mismo y,  huyendo de los infectados, tomaron rumbo a Raccoon City.

¿Qué está pasando? —Le preguntó ella entonces, con más miedo en su voz que en sus acciones.

No lo sé. —Le respondió él. —Espero que nos lo expliquen en la comisaría. —Dijo, el muy inocente, tratando de aparentar calma y profesionalidad cuando, en realidad, le había faltado muy poco para cagarse en los pantalones.

¿Eres policía? —Preguntó la preciosa pelirroja de ojos azules, que miraba de tanto en tanto hacia atrás, con miedo a que les estuvieran persiguiendo.

Sí. —Le contestó él, sin mencionar que era su primer día y que de hecho, llegaba tarde. —Soy Leon Kennedy, ¿y tú? —Le preguntó, más interesado de lo que realmente pensaba en ese momento.

Claire. —Respondió ella, tratando de calmarse, regalándole una preciosa sonrisa. —Claire Redfield.

Claire. Claire Redfield.

Claire. Claire Redfield.

“Claire. Claire Redfield.”

Como si acabara de despertar de una de sus pesadillas, Leon abrió los ojos dentro de su cubículo, y comenzó a golpear una de sus paredes con la determinación de quien ha decidido vivir.

Golpeó y esta se craqueló.

Golpeó una segunda vez, y esta se agrietó.

Golpeó de nuevo, y esta se rompió, sirviendo de desagüe.

Leon golpeó otra y otra y otra vez, haciendo el agujero de la pared más y más grande, hasta que el agua descendió, y Leon pudo respirar de nuevo, convenciendo a sus pulmones y a su corazón, de que todavía no estaba todo perdido.

Y golpeando una vez más esa pared, hizo un hueco lo suficientemente grande como para salir de ahí y volver, de nuevo, al mundo real.

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Cuando Leon retomó la consciencia, lo hizo tomando una bocanada de aire.

Parpadeó varias veces mirando a su alrededor. No sabía cuánto tiempo se había ido, pero todo estaba exactamente igual. 

Un gigante desfigurado en el suelo, un científico cobarde arrastrándose hacia su cuchillo, —el cuchillo de Leon, que estaba tirado por ahí. —, y en medio de la habitación, un enorme tanque con Claire dentro.

Leon se encontró así mismo de rodillas, al pie del tanque, con una mano apoyada sobre el vidrio y la otra sobre su pecho.

Retomando la normalidad de su aliento, se llevó una mano a la oreja, pero su pinganillo ya no estaba ahí.

Había entrado en shock cuando vio a Claire dentro de esa probeta gigante. Y poco antes se había enajenado, golpeando hasta la muerte al gigante. Dos cosas que nunca antes le habían sucedido. Y menos estando en una misión.

No podía volver a fallar. No podía volver a perderse así mismo. Era lo único que separaba a Claire de ser un experimento más, a ser un ser humano.

Leon no podía ni quería pensar en lo que  le estaba sucediendo en esa misión. Tal vez las respuestas fueran más grandes que su capacidad de comprensión.

Lo más grave es que estuvo a punto de rendirse. Estuvo a nada de saltar del filo de la hoja, sin siquiera comprobar si Claire seguía habitando su cuerpo ahí dentro, flotando como estaba en el líquido verdino.

Si se hubiera dejado morir y Claire siguiera con vida, jamás se lo habría perdonado.

Igual que Hunnigan jamás le perdonaría hacerla testigo de su último aliento. Porque tal vez los dos sabían que esa era siempre una posibilidad. No estaban jugando a las “casitas”, esto era real y Leon podía morir. Pero, ¿ver cómo tu amigo se rinde y básicamente se suicida? Eso no hay capacidad humana que te ayude a superarlo.

Leon buscó en derredor, y encontró a escasos metros de sí su pinganillo.

Lo cogió y se lo colocó en la oreja, con manos torpes y temblorosas que, poco a poco, iban ganando precisión, así como lo hacían sus órganos vitales.

—Hunnigan. —Habló Leon con la voz tomada, todavía recuperando el aliento. —¿Sigues ahí?

—Leon. —Contestó Hunnigan, claramente llorando.

—Estoy aquí, Hunnigan. Tranquila. —Trató de consolarla Leon.

—Creí que te morías, Leon. —Siguió hablando Hunnigan entre lágrimas. —Creí que te morías de pena. Y que yo iba a ser testigo. —Hunnigan perdió la voz. —Dios, no he pasado más miedo en mi vida.

—Lo siento. —Contestó Leon, aguantando sus lágrimas con gran esfuerzo. —Perdona.

—No, no. Perdona tú. —Contestó Hunnigan, sorbiendo por la nariz. —Ya estás de vuelta. Tengo que serenarme. Esto no ha acabado.

—Abre el tanque. —Pidió Leon en un susurro.

—Abriendo. —Contestó Hunnigan, que seguía sorbiendo  por la nariz y que seguramente, seguía secando sus lágrimas.

—¡Detente! —Gritó el científico moribundo, a un palmo de distancia de Leon, que, con cuchillo en mano, asestó un golpe en dirección al pie de este.

Valiente doctor pero en su estado, demasiado lento.

Leon esquivó ese patético intento de agresión y, pisándole la mano primero, y pateándole la cara después, desarmó al viejo y lo dejó k.o. haciéndole dormir una siesta que tendría posterior resaca.

Una voz robótica se escuchó entonces por todo el aula 001, al tiempo que unas luces rojas en la pared comenzaban a parpadear, acompañado todo de un sonido de sirenas que taladraban la mente y los oídos de Leon.

“Atención. Atención. Peligro. Arma biológica liberada. 

Clausura del área C, aula 001. 

Se recomienda evacuación inmediata de todo el personal de Trizom.

Extremen las precauciones. Repito. Extremen las precauciones.”

Y la grabación de voz femenina, se repetía en un bucle ensordecedor, al tiempo que un pesado telón cortafuegos caía de golpe ante la enorme puerta de guillotina. Como si esa puerta no fuera de por sí misma lo suficientemente pesada y segura.

—Hunnigan, ¿puedes hacer algo con este alboroto? —Preguntó Leon, casi a voces, pues apenas se escuchaba así mismo.

—Estoy en ello, camarada. —Respondió Hunnigan, tecleando a nivel araña, con una voz mucho más propia.

En ese momento, con un sonido de aspiración, el cristal cilíndrico que conformaba el cuerpo del tanque, giró sobre sí mismo, desenroscando su base. Empezó a elevarse, dejando que todo aquel líquido verdino y espeso se liberara, siendo drenado por la base enrejada de este.

El cuerpo de Claire convulsionaba mientras iba cayendo con suavidad hasta tocar el fondo, todavía con la mascarilla de oxígeno en la cara y un montón de tubos y cables enganchados a su piel.

Aunque la imagen de Claire seguía siendo impactante, —casi tanto como escuchar a la voz de alarma llamarla arma biológica. —, Leon no podía perder más el tiempo contemplando y alucinando con todo lo que estaba ocurriendo. Sino que tenía entrar en acción sin mirar atrás.

Si en algún momento encontraba la ocasión de sosegarse y meditar sobre lo que estaba ocurriendo, la aprovecharía. Pero ese momento no había llegado. Y tal vez no llegara nunca.

Leon corrió junto a Claire, quitándole la mascarilla de oxígeno de la boca y retirando con las manos la mayor cantidad de ese pegajoso gel verdino de sus ojos.

—¡Claire! ¡Claire! ¿Me oyes? ¡Claire! —Gritaba Leon, dándole palmaditas en la cara para ver si la pelirroja reaccionaba.

No lo hacía.

Rápido pero con cuidado, empezó a despegar y sacar de su cuerpo los diodos y agujas que la atravesaban como a un muñeco vudú, para acto seguido, cogerla en brazos, estrechándola fuertemente contra su cuerpo, y sacarla por entero del aquel tanque que había sido su hogar durante dos meses.

Con cuidado, pues Claire se le resbalaba a Leon de los brazos como una pastilla de jabón entre las manos, —a causa de la sustancia verdina que recubría su cuerpo casi como una crisálida. —, la apoyó en el suelo sin dejar de repetir su nombre, esperando alguna reacción.

No reaccionaba.

Leon colocó sus dedos en la carótida de la pelirroja y comprobó que su  pulsó era muy débil.

Acercó su oído a los labios de Claire y comprobó que no respiraba.

—No respira. Procedo a realizar el RCP. —Dijo Leon en voz alta, como si estuviera en medio de un examen en la academia de policía.

Colocó el cuerpo de Claire completamente recto. Después, pasando una mano por su nuca, ahuecó ese espacio, de tal forma que se abrían las vías respiratorias y, tapándole la nariz con el pulgar y el índice, y abriéndole a Claire la boca tirando levemente de su barbilla, Leon tapó la boca de la pelirroja con la suya e insufló aire de sus pulmones. Dos ventilaciones.

A continuación, entrelazó sus manos, una sobre otra, y tirando de sus dedos hacia atrás, apoyando solo el talón de la mano sobre el esternón de Claire, comenzó la compresión torácica. 

Treinta compresiones rápidas antes de volver a la ventilación de rescate.

Leon había realizado muchas RCP’s antes de salir de la academia de policía, y otras tantas después.

Siempre era un momento de estrés extremo, porque literalmente la vida de una persona estaba en tus manos.

A veces, no llegabas a tiempo. Y simplemente te afanabas en traer de entre los muertos a la otra persona.

Otras veces, cuando todo parecía perdido, se obraba el milagro y la otra persona volvía.

Y la mayoría de las veces, al menos en su experiencia, la gente recuperaba la consciencia al cabo de  unos pocos minutos.

—¡Vamos, Claire! —Le decía Leon mientras bombeaba el esternón de la pelirroja. —Por favor. ¡Por favor! —Gritaba desesperado.

Los minutos pasaban y Claire no daba señales de recuperarse.

Leon no se detuvo. En ningún momento. Y comenzó a llorar.

Lloraba porque sabía lo que significaba que una persona no diera señales de recuperación en diez minutos o más; y lloraba porque la persona que tenía debajo y por la que estaba luchando por reanimar, era el verdadero amor de su vida, y él nunca se lo había dicho. Claire no  podía irse de este mundo sin saberlo.

Sí, es cierto, no se puede negar. Nadie ha olvidado el pasado de Leon y cómo se enamoró en Raccoon City de otra mujer que, no solo lo manipuló en ese momento, que a fin de cuentas era joven y estúpido, sino que estuvo jugando con él, al gato y al ratón, durante años y años.

Y es justo aclarar que los sentimientos que Leon albergaba por Claire, no pretendían borrar ese pasado o incluso hacer ver que nunca existió. Porque estaba ahí. Y los dos lo sabían.

Los dos, porque Leon le había hablado a Claire de Ada, cuando todavía no sabía que le estaba hablando a su verdadero amor de otro amor que nunca florecería y que dejaría de serlo con el tiempo.

Pero Leon lo sentía como una especie de interrupción en una historia que se había iniciado antes, que se cocinó a fuego lento después, para acabar siendo un amor nunca reconocido, por muchas razones, y todas triviales.

Nuestro agente especial estaba muy cansado. Sus lágrimas caían sobre su rostro dejando ríos de pureza sobre la sangre seca que otro había salpicado sobre su cara, que a su vez caían sobre la piel resbaladiza de Claire. Y su corazón roto latía tan rápido, que cada latido se sentía como un desgarro.

Juraba que si Claire salía de esa, tendría la conversación más honesta de su vida y le contaría todo lo que siempre había sentido por ella. Pero para eso, ella tenía que sobrevivir.

Siguió de rodillas, comprimiendo su pecho.

Siguió de rodillas, ventilando sus pulmones.

Siguió de rodillas, suplicando que volviera.

Siguió de rodillas, llorando y gritando su nombre.

—¡Claire! ¡Despierta, joder! —Lloraba Leon sin detenerse.

—Leon... —Comenzó Hunnigan, con un hilo de voz. —...Leon... creo que ya no está.

—No. —Contestó Leon con llanto pero determinación. Se quedaría ahí, comprimiendo y ventilado a Claire, toda la vida si hiciera falta, hasta que sus ojos azules volvieran a brillar y su corazón a aletear.

Y sino, se quedaría ahí, hasta que sus propios ojos se apagasen y su corazón diera su último latido.

—Leon... —Lloraba contenida Hunnigan. —...para, por favor. Ya no está. ¡Para!

—No.

—Déjala Leon, por favor. 

—Desf... desfi... —Se escuchó entonces una voz muy apagada y engolada. Como de quien se acaba de despertar y está un poco desorientado.

Leon, sin detener su cuenta de treinta, miró en dirección a la voz y vio al científico levantar su cabeza ensangrentada, señalando hacia la  pared.

—Desfi... desfififi... —Balbuceaba el doctor.

Leon miró hacia la pared que este le señalaba y en esta, había un desfibrilador electrónico portátil de uso externo.

Leon sabía que una vez que se empieza un masaje cardiovascular, no se debe interrumpir sin que otro tome el relevo.

Pero él estaba solo, el masaje no estaba reanimando a Claire, y una descarga podría ser la solución.

Rápido, corrió hasta el desfibrilador, lo descolgó de su aplique en la pared y volvió al lado de Claire.

Abrió la tapa de la máquina, desenrolló los cables de los diodos y los conectó a sus respectivos puertos. Encendió el aparato y dejó que este se cargara.

Con el dorso de la mano enguantada, retiró gran parte del gel verdino que cubría el cuerpo de Claire, en el centro del pecho y en un lateral del pliegue submamario, donde colocó dos diodos.

Leon dio pasó a los puertos de los diodos. Estos enviaron información a la máquina, que avisó de la necesidad de realizar una descarga eléctrica con los voltios programados por ella misma.

Leon giró la perilla de la máquina y esta soltó su descarga eléctrica, que hizo que el torso de Claire se elevara por unos segundos antes de volver a su posición natural en el suelo.

La máquina sugería ventilación pulmonar, así que Leon volvió a juntar sus bocas e insufló aire.

La máquina estaba preparada para una segunda descarga. Y Leon volvió a girar la perilla, la descarga se liberó y Claire levantó su pecho para volver a caer.

Este tipo de desfibriladores solían tener un uso mínimo de descargas, por una cuestión de seguridad.

 Normalmente era el último recurso en lo que llegaba la ayuda. Pero en este caso, la ayuda no iba a llegar nunca, porque la ayuda era Leon, que no contaba con una UVI Móvil en el bolsillo y que además no era médico.

La máquina propuso nueva ventilación pulmonar mientras se recargaba para su tercer y último intento.

Leon posó su boca sobre la de Claire, insuflando nuevamente oxígeno, ya preparado para girar la perilla de la máquina desfibriladora, cuando al separarse, vio los ojos azules de Claire abiertos, mirándole. 

Acto seguido, Claire tomó una bocanada de aire y después, sendas toses indicaba que nuestra pelirroja favorita había vuelto de entre los muertos.

Leon la miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa. 

La emoción y el alivio que sintió en el momento en que cielo y mar se encontraron de nuevo, después de dos años, se sentía como fuegos artificiales estallando a toda ostia por debajo de su piel, recorriendo todo su cuerpo de arriba a bajo, que le empujaban a gritar de alegría, llorar de felicidad, abrazarla hasta estrangularla y llevarla definitivamente al otro barrió y besarla. 

Besarla, besarla, besarla. 

Aunque estuviera ella cubierta de un gel pegajoso y él de sangre de gigante. No importaba. Cualquier cosa por besarla.

Pero por suerte, Leon tuvo la fuerza de contenerlo todo en sus lágrimas y en su sonrisa.

—¡Está viva! —Gritó Hunnigan al micrófono de sus auriculares que, por como su voz se iba alejando, se notaba que se había quitado estos y que había echado a correr por su despacho, celebrando que la pelirroja seguía al pie del cañón.

Claire empezó a toser con más fuerza, mientras intentaba levantar la cabeza, sin éxito. 

Leon retiró los diodos de un tirón y  rápidamente la medio incorporó entre sus piernas para ayudarla a retomar la respiración con normalidad.

Claire convulsionó y vomitó una suerte de papilla verde y amarilla, que se derramó por su torso, antes de desplomarse entre los brazos de Leon.

Las sirenas y la voz de alarma se apagaron de golpe. Y las luces rojas fueron sustituidas por las frías luces de siempre, volviendo todo el espació a la normalidad conocida, generando una paz momentánea, que de hecho no era real.

Hubo un momento antes, que Leon había dejado de escuchar las alarmas y solo podía escuchar su propia respiración. Así que casi no sintió el latigazo del cambio de escena.

El rubio limpió con los dedos los restos de vómito que le caían por la barbilla a Claire, sin apartar la mirada, expectante, de los ojos de la pelirroja. 

Claire levantó los párpados a media altura y miró a Leon. 

Su respiración se acompasaba. Cerraba los ojos por un momento y los volvía a abrir para mirar a su alrededor. Solo movimiento ocular, nada de movimientos de cuello, tan débil estaba. Cerraba de nuevo los ojos, y al abrirlos, volvía a Leon.

—¿Leon? —Dijo a duras penas, con la voz rasposa y un terrible aliento ácido.

Leon, que seguía llorando, no podía evitar sonreír de oreja a oreja, y la abrazó como se abraza a un ser amado. Con verdad y sentimiento.

Poco importaba que estuviera llenando su ropa del gel viscoso. Si fuera ácido, la abrazaría de igual forma. Porque el mundo ya no importaba y todo se reducía a abrazarla.

Claire se sentía muy blanda y débil entre sus brazos, pero se dejaba hacer. Al fin y al cabo, ella todavía no podía entender qué estaba pasando.

Entonces Claire empezó a temblar, y cuando Leon la separó de sí para mirarla a la cara, esta estaba muy pálida, con los labios azules y dientes castañeantes.

—Te-tengo fri-frío. —Susurró Claire, encogiendo mínimamente sus hombros.

Leon la volvió a abrazar mirando a su alrededor.

El doctor, que seguía tirado en el suelo, miraba la escena que estaba teniendo lugar ante sí, sin decir nada. Casi como un pasmarote.

—Un momento. —Le dijo Leon a Claire, apoyándola en el suelo con cuidado, en postura fetal.

Leon se levantó y se acercó al doctor.

—Con permiso o sin él. —Le dijo al viejo tirando de él. Le quitó de mala gana la bata blanca llena de sangre que llevaba puesta, entre gritos de dolor del doctor, que aunque parecía medio moribundo, seguía teniendo la energía suficiente como para quejarse.

Leon volvió al lado de Claire, e incorporándola como antes, la pasó la bata por los hombros, mientras esta temblaba cada vez más y más.

¿Qué le estaba pasando?

—Tengo frío, Leon. Tengo mu-mucho frío. —Volvió a repetir Claire. —Abrázame. Abrázame. —Le pidió, inclinándose hacia él, hundiendo su cara en su pecho.

Leon la abrazo y la acarició tratando de hacerla entrar en calor. La verdad es que estaba muy fría. Mortalmente fría.

—¡Hey! ¡Doc! —Llamó Leon al viejo, que seguía tirado en el suelo como un trapo, pero que alzó la cabeza al oír que le llamaban. —Necesito que entre en calor. Ayúdame y yo te ayudaré a ti.

En Doctor Benedict, que parecía completamente rendido, señaló a duras penas hacia su despacho.

—Du-cha. —Dijo. —Agua... cal...

Leon lo entendió perfectamente y no perdió ni un segundo en actuar.

Cogió a Claire en brazos y, levantándose, se dirigió al despacho del doctor.

—Hunnigan, la puerta. —Dijo Leon mientras se aproximaba.

—Abriendo puerta. —Comunicó Hunnigan, que había recuperado su  asiento, sus auriculares y su tono de voz normal.

—¿Hu-Hunni... gan? —Preguntó Claire, con la voz más débil que el canto de un pajarillo.

—Sí, pelirroja. Estoy aquí. —Contestó Hunnigan al pinganillo, sabiendo que Claire no podía oírla.

Leon sonrío ante esto

—Te manda saludos. —Le dijo Leon a Claire, porque sí, esa era la forma de saludar de Hunnigan.

Y Claire hizo un gesto pobre donde intentó sonreír. A Claire le gustaba mucho Hunnigan. Aunque sabía que ella a Hunnigan no tanto.

Y con razón.

Una vez se abrió la puerta del despacho del doctor Benedict B. Bordet, Leon se encontró en una sala muy diferente a todo lo anterior. Era como pasar de una dimensión a otra.

Las paredes estaban empapeladas con un papel verde oscuro y revestidas de madera desde los zócalos hasta la mitad de pared, con chambranas y motivos florales tallados por todas partes.

Había estanterías de madera llenas de libros y diferentes cachivaches antiguos de medicina, que solo servían de decoración.

En el lado izquierdo de la habitación, había un cheslong de terciopelo granate, con un cojín redondo con borlas y estampados florales; y a su lado una Eames Lounge Chair, que Leon era capaz de reconocer porque le encantaba esa silla y de hecho, él mismo tenía una en su pequeño departamento.

La habitación era a doble altura, siendo que justo frente a la puerta, subiendo un escalón al fondo, llegabas al escritorio.

Se trataba de una enorme mesa de caoba, con un cartapacio verde, —a juego con las pareces. —; una lámpara de mesa Emeralite, que le quería recordar mucho al escritorio del despacho Oval de La Casa Blanca; y una plaquita dorada con su nombre, no vaya a ser que la misma plaquita en el exterior de la puerta no fuera lo suficientemente ilustrativa.

Justo en la pared de detrás del escritorio, había tres grandes ventanales con marcos de madera oscura, que daban vistas a un amplio jardín francés, con flores, arbustos, fuentes y pájaros, que hacían que ese lugar tan sobrio, de repente, se convirtiera en un refugio acogedor. Sobra decir que el paisaje era tan falso como el resto de paisajes que pudieras ver en ese laboratorio.

El suelo sobre la doble altura, estaba cubierto de una alfombra verde y granate, de aspecto muy pesado; mientras que el resto del suelo era de la misma madera oscura que el resto de revestimientos del espacio.

Y del techo, blanco con molduras geométricas, pendía una enorme lámpara de araña de latón, con pantallas de vidrio transparentes que aportaban mucha luz. 

En el lado derecho de la estancia, no había nada. Salvo una pared revestida de madera, de arriba a bajo; haciendo esquina, una planta de plástico que tenía unos acabados muy realistas; y  a su lado, una bolsa enorme de palos de golf que descansaba sobre una pequeña alfombrilla de mini golf, con una pequeña rampita.

Qué feliz vivía nuestro anciano doctor en su paraíso, mientras le destrozaba la vida a otras personas.

En la esquina izquierda, detrás del cheslong, había una puerta. La única en toda la estancia. También de madera oscura, con profusas decoraciones talladas y picaporte dorado. 

Leon supuso que sería el cuarto de baño, así  que se dirigió hacia esa puerta y la abrió sin soltar a Claire.

Encendió la luz y, efectivamente, se encontraba en el cuarto de baño. Y menudo espacio tenía ahí montado el doctor.

Ciertamente no era muy grande, pero era muy lujoso. También muy hortera, pero definitivamente lujoso.

Nada más entrar, te encontrabas con un espejo que recorría la pared de lado a lado, sobre un lavabo de mármol blanco con dos senos, grifería dorada, paredes de azulejo de metro en negro; un inodoro con la tapa dorada y tirador dorado, en una esquina discreta; y al otro lado, una ducha de obra con hidromasaje y mampara de cristal.

Los suelos eran de mármol blanco, a juego con el lavabo, sobre los que descansaban diferentes alfombrillas blancas.

Leon se dirigió a la ducha, abrió la mampara y se agachó para dejar a Claire sobre el plato de esta, —lo más ordinario de todo ese baño, siendo simplemente cerámica blanca. —apoyando su espalda contra la pared.

Cogió la alcachofa de la ducha, que también era dorada, y abrió el grifo de agua caliente.

Claire tenía la cabeza apoyada en la esquina de la ducha, con su pelo pegado a su rostro, cuello y hombros, permaneciendo con los ojos cerrados. Como si se hubiera quedado dormida.

—¡Hey! ¡Claire! ¡No te duermas! ¡Quédate conmigo! —Le decía Leon, al tiempo que le zarandeaba el hombro.

—No... —Dijo ella apenas sin voz, mientras abría los ojos a media apertura. —No me duermo.

—Ten. —Le dijo Leon, pasándole la alcachofa, que ella cogió con sus débiles manos temblorosas y apoyó sobre su pecho —¿Así está bien?

Claire frunció el ceño, cerrando los ojos, y sin dejar de castañear los dientes.

Había perdido color de una forma tan rápida, que Leon temía que no estuviera fuera de peligro.

—M-más. —Pidió Claire en un susurro.

—¿Más caliente? —Pregunto Leon, y Claire asintió.

Leon obedeció y aumentó el agua caliente.

—¿Así mejor? —Volvió a preguntar.

—Más. —Volvió a contestar Claire, sin abrir los ojos.

Y Leon subió la temperatura. 

—Ya está bastante caliente, Claire. —Le dijo esta vez.

—Más. —Repitió Claire, sin fuerzas, pero abriendo los ojos a media apertura para mirar a Leon. Y Leon volvió a subir la temperatura.

—No voy a subirla más, ¿Vale? —Le dijo Leon, que no quería contradecirla justo cuando acababa de volver de la muerte y su situación era tan vulnerable, pero no queriendo tampoco que se quemara.

—Vale. —Contestó Claire, que poco a poco dejaba de temblar de frío.

Leon cogió de un estante de dentro de la ducha, champú y jabón corporal. Iba a quitarle todo ese recubrimiento pegajoso a Claire de encima. Bastante duro tenía que ser ya para ella estar en una situación tan confusa y vulnerable, como para que además tuviera que aguantar un rescate envuelta en esa mucosidad pegajosa.

—Leon. —Llamó Claire débilmente, haciendo un esfuerzo por no dejar de mirarle.

—Dime. —Contestó Leon, con preocupación por ella, poniendo una mano sobre su hombro.

—Ayuda. Al. Hombre. —Volvió a hablar ella, con la misma dificultad que antes, pero casi sin castañear sus dientes.

Leon miró a Claire por un momento. Sabía perfectamente que el hombre al que se estaba refiriendo era al doctor Benedict. La miró a los ojos y sintió lo que siempre había sentido por ella. Amor, pero también admiración.

Pues en un estado tan preocupante como en el que ella se encontraba, solo podía pensar en que Leon fuera a ayudar a otro. Porque Claire era así. Pura abnegación.

No era el momento de decirle que ese cabrón era el que la había tenido retenida en un tubo lleno de babas durante dos meses experimentando con ella y que, por eso, lo último que quería hacer en esta vida, era ayudarle.

Por Leon, el doctor podía morir desangrado y sufriendo como un cerdo en el matadero.

Si lo pensaba muy sádicamente, lo que querría de verdad sería desnudarlo y meterlo en el tanque; ponerle la mascarilla de oxígeno por la que respiró Claire durante todo ese tiempo, —pero rota como estaba, para mayor tortura. —; clavarle todas esas agujas, aunque no supiera ni como  realizar correctamente una venopunción; pegarle los diodos por todas partes, cerrar el vidrió y llenarlo del líquido verdino para siempre.

La sola idea, satisfacía tanto a esa parte de Leon que clamaba venganza, que se le escapó un pequeña sonrisa satisfecha por la comisura de los labios.

Pero todo eso no eran más que imágenes felices en la cabeza de Leon que no iban a ninguna parte.

Claire le había pedido algo, y Leon estaba en disposición de hacer que sus deseos fueran órdenes para él.

—¿No prefieres que te ayude a ti primero? —Le preguntó Leon suavemente, aunque ya sabía la respuesta.

—No. —Contestó Claire, cerrando de nuevo los ojos. —Yo estoy bien. Él no.

Leon asintió. No quería dejarla sola. Acababa de recuperarla, no quería separarse de su lado.

—Ve. —Repitió ella, mirándolo de nuevo, a duras penas.

—Vuelvo enseguida. —Le dijo Leon, y con esto, salió del baño.

Acudió a grandes zancadas hasta el aula 001, y desde la puerta del despacho, miró el espacio completamente destrozado. Lleno de impactos de bala, sangre y muerte.

Lo primero que hizo fue recuperar su cuchillo y colocarlo en su funda, en el hombro izquierdo.

Acto seguido, recuperó su Silver Ghost y su pistola ametralladora, y las enfundó a los dos lados de sus dorsales.

 Por último, cogió su escopeta y volvió al despacho, dejándola apoyada sobre el escritorio, con el resto de armas que llevaba al hombro, que ya se sentían pesadas.

—Leon. —Habló Hunnigan, aprovechando el momento de soledad. —Enhorabuena amigo. ¡La has encontrado!

—La hemos encontrado. Juntos.—Contestó Leon, haciendo énfasis en la palabra “hemos”, pues sin Hunnigan no habría conseguido absolutamente nada y, sentándose a medias  sobre el escritorio, pasándose la mano por la nuca, respiró aliviado. —Gracias, Hunnigan. —Dijo Leon, ahora cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás. —Sin ti...

—Calla. No digas nada. —Le cortó Hunnigan. —Lo hemos logrado y punto.

—Sí. —Contestó Leon, sonriendo feliz, pero realmente cansado. Y esa misión  no había hecho más que empezar.

Estaba agotado a tantos niveles, que no sabía de dónde demonios estaba sacando las fuerzas para seguir.

Le dolían las manos, los hombros y el cuello. Y a su corazón le estaba costando volver a la normalidad.

Si pudiera descansar solo un momento.

—Leon. —Volvió a llamar Hunnigan. —Sé que debes estar bajo mínimos. Pero creo que deberías tratar de recuperar al doctor. Si no lo haces por piedad, que sea porque es el único aquí que sabe qué está pasando con Claire y que tiene respuestas que dar. —Le aconsejó Hunnigan con una voz que también denotaba cansancio. No estar constantemente hablando con Leon, no significaba que no estuviera trabajando en mil frentes, asegurándose de proteger a su compañero.

—Le ayudaré porque me lo ha pedido Claire. —Contestó Leon, no porque no estuviera de acuerdo con Hunnigan, sino porque para él, el pedido de Claire tenía más peso que cualquier otra cosa, en esos instantes.

—De acuerdo. Mientras os haré un plan de evacuación. Corto. —Y Hunnigan se despidió.

Leon se empujó lejos del escritorio, bajó el escalón y salió del despacho.

El doctor seguía en el suelo, boca abajo. Tal vez estaba inconsciente o tal vez estaba en shock, pero seguía vivo a juzgar por su respiración forzada.

Leon avanzó hasta él y, cogiéndolo por el cuello de su camisa por detrás, lo levantó unos palmos del suelo y lo llevó prácticamente a rastras hasta el despacho. Y sí, el doctor seguía gritando cada vez que le tocaba. Música para los oídos de Leon. Ya que no podía matarlo o dejarlo morir, un poco más de sufrimiento no estaría de más.

Y aun así, ese hombre no podría pagar, ni con todo el dolor del mundo, lo que le había hecho a Claire.

Una vez dentro del despacho, Hunnigan cerró la puerta tras ellos, a cal y canto.

Leon tiró al suelo al doctor contra una pared. Con las bridas, ató sus muñecas entre sí, y estas las ató  a su vez a una de las tuberías de uno de los radiadores que había ahí.

—Má-ta-me. —Pidió el doctor, entre sollozos, a punto de desmayarse. —No aguanto más. Y-ya tienes lo que... querías. Ahora mátame. P-por favor.

—Ojalá, doc. Nada me haría más feliz. —Contestó Leon, al tiempo que con su cuchillo cortaba el pantalón negro de pinza del doctor, hasta por encima de la rodilla, y hacía vendas con ella rápidamente.

Lo de trabajar rápido era más por volver al lado Claire, que por ayudar al doctor, por cierto.

De verdad, Leon estaría honestamente feliz si el doctor muriera en ese preciso instante y no hubiera nada en sus manos que pudiera hacer para evitarlo.

La rodilla del doc estaba totalmente destrozada. Pero la buena noticia para él, es que la bala la había atravesado limpiamente.

  —¡Enhorabuena, doc! La bala ha salido limpiamente. Qué guay, eh. —Dijo Leon sonriendo y dándole dos palmaditas en la rodilla. Lo que supuso un grito gutural por parte del doctor, que estaba sudando frío y empezaba a tener nauseas.

Toda la deformidad extra y carne levantada que mostraba ese amasijo de huesos que alguna vez fuera una rodilla, eran obra de Leon.

Saber eso no hacía sentir bien a nuestro agente especial. Tal vez ahora mismo puede parecer muy contradictorio. Pero ya sabemos que esas situaciones, al final, le pesaban más que una losa a nuestro agente.

Una cosa era saber que le había atravesado la rodilla al doctor con un fin superior. Y otra cosa era ver con sus propios ojos la deformidad que sus manos habían provocado. Que en lugar de crear belleza, creaba muerte.

Y no nos confundamos, Leon lo volvería a hacer. 

Odiaba a ese hombre y le deseaba lo peor. Pero lo que no deseaba, era ser un monstruo. Porque ese era el poder de sus enemigos. Acabar con su humanidad y convertirle en una bestia igual a las que él daba caza. 

Y Leon no quería que sus enemigos le ganaran en ningún terreno. Y menos, en el de cómo se percibía así mismo.

—La chica. —Dijo el doctor, con la voz como una lija, al tiempo que León se desabrochaba la riñonera botiquín y sacaba cosas de su interior. —¿Dónde está?

—Ni la menciones, hijo de puta. —Le contestó Leon, dejando de sentirse mal por ese viejo a la velocidad de la luz. —Es más. Cierra la boca. Habla solo cuando se te pida. Igual salvas el pellejo y todo.

Y sin más, el doctor Benedict se calló.

León sacó de su botiquín unos sobres en cuyo interior había diferentes útiles de primeros auxilios. Como las toallitas que acababa de coger, que plegadas medían 2x2cm, pero que desplegadas medían 30x30cm, fácilmente. 

Otros sobres tenían diferentes finalidades. Como dar calor o frío, contener medicamentos, cremas bifásicas, cementos quirúrgicos y demás.

Leon cogió uno de los sobres, lo frotó entre sus manos, y al abrirlo, de este salió un montón de espuma jabonosa que vertió sobre la rodilla del doctor.

El doctor volvió a gritar de dolor, y Leon, actuando tan rápido como podía, sacó de otro sobre una de las toallitas plegables que estaban impregnadas de suero fisiológico con el cual, limpió y retiró espuma y sangre de la herida.

El doctor estaba muy pálido. 

Se desangraba. 

Bueno, anda.

Después sacó unos sobres más grandes, en cuyo interior había unas extrañas tiritas gigantes hechas con algún material elástico, parecido a la silicona, que llevaban en sí mismas un tratamiento para cerrar heridas y cortar hemorragias.

Colocó estas piezas a los dos lados de la rodillas del doctor, donde se encontraban los orificios de bala y, automáticamente, este dejó de sangrar.

Usando de nuevo la toallita anterior, Leon limpió los restos de sangre de la pierna del doctor. Y también tuvo a bien limpiar la sangre que salía de su nariz y su boca, resultado de los fuertes golpes que Leon le había propinado. 

Leon sabía que si lo limpiaba y lo dejaba con mejor aspecto, sería mejor recibido por Claire.

Lo siguiente que hizo el rubio, fue coger dos palos de golf y, con los trozos de tela del pantalón del doctor, le entablilló la pierna. Todo ello acompañado de gritos, gemidos y lágrimas.

Después, Leon sacó un pen up o pluma inyectable, de color naranja que, tras quitarle el tapón, dejó ver una aguja pequeña. 

Giró uno de los extremos de la pluma, dejando pasar un medicamento a la base con la aguja, y liberando un botón superior.

—¿Qué es eso? —Preguntó temeroso el doctor.

—Algo que no te mereces. —Contestó Leon, clavando la aguja en el muslo del científico y apretando el botón del otro extremo para dejar pasar la medicación. Era una anestesia especial que otorgaban cien horas de bloqueo de las señales nerviosas de la zona.

Inmediatamente, el doctor sintió un alivio instantáneo del dolor. Tanto es así que ya no sentía ni la pierna.

—¡Oooh! —Gimió el doctor. —¿Por qué no lo has usado antes?

Leon sacó entonces un bote con pastillas del botiquín y le ofreció dos al doctor, quien las sostuvo en su mano, sin comprender y sin recibir respuesta alguna a su pregunta.

—Antibióticos. —Le dijo Leon, y acto seguido, recogió el botiquín, y lo devolvió a su cintura.

Sacó dos sobres plateados de las riñoneras de los vastos de las perneras, y le entregó al doctor un sobre de comida irradiada y otro de agua. Podemos asegurar que no había nada que le repateara más al agente especial que tener que compartir sus  recursos  limitados con  sus enemigos. Pero si quería que el viejo sobreviviera, tendría que recuperar líquido y nutrientes.

Y entonces, sin más, dejó al doctor solo, volviendo al lado de Claire.

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Cuando Leon entró en el baño, el espeso vapor de agua lo envolvió, haciendo que su cuerpo comenzara a transpirar de inmediato por el brusco cambio de temperatura.

Cerró la puerta a sus espaldas y se acercó a la ducha donde había dejado a Claire.

Esta no se había movido ni un milímetro de su anterior posición. Y si bien es cierto que había recuperado un tono de piel más saludable y que ya no tenía los labios azules, la pelirroja seguía temblando de frío.

Apoyada contra la pared como estaba, con los ojos cerrados y temblando, a Leon, que su corazón había sufrido la catarsis de entender que podría rescatar a Claire porque había una Claire que rescatar, sintió el pinchazo de la tristeza y el dolor. Pues su Claire parecía tan vulnerable y abandonada como un perro callejero.

No sabía qué demonios le habían hecho exactamente durante todo ese tiempo que la tuvieron retenida experimentando con ella. Pero lo que sí sabía, era razón de más para arrancarles la cabeza a todos los implicados.

Desde privarla de su libertad, desnudara y manipular su cuerpo como les viniera en gana; hasta privarla de su consciencia y sus pensamientos.

Ni siquiera le permitían respirar por sí misma, ¿puede haber algo más inhumano?

Pero por más que a Leon todas las Erinias le gritaran en los oídos clamando venganza, ahora mismo tenía que tener la mente fría, ir por partes y seguir una lista lógica de prioridades.

¿Primer punto de la lista? Limpiar a Claire para que se sintiera más persona. Y después, buscar con qué vestirla.

Todo lo demás esperaría.

Leon se acuclilló fuera del plato de ducha.

—Claire. —Llamó con suavidad.

Claire movió la cabeza en dirección a la voz y, frunciendo el ceño, abrió los ojos con párpados pesados para enfocarle.

—¿Te parece bien si te limpiamos toda esa porquería que llevas encima? —Le preguntó Leon, tratando de sonar conciliador, mientras alargaba las comisuras de sus labios mínimamente para transmitir una paz que no sentía. 

Pero más allá de su boca, la inclinación elevaba de los extremos internos de sus cejas, le delataban. Sentía más que nada, mucha pena por la pelirroja. Y con lo que Leon odiaba que a él le miraran así, quería evitar mirarla a ella del mismo modo. Pero a veces esas cejas iban por libre.

 Claire, lentamente, bajó la mirada comprobando que estaba desnuda y cubierta por una sustancia pegajosa que el agua caliente solo se había llevado en parte.

Claire volvió su ojos a los ojos de Leon. Todavía su cabeza estaba trabajando a toda velocidad tratando de encajar las piezas del puzzle. 

Pero tenía un pequeño espacio libre de pensamientos, dedicado exclusivamente a atender el presente con la comprensión mínima necesaria para ello.

Lo que la pelirroja sabía es que estaba desnuda, sucia y muerta de frío. Tirada en una ducha con agua caliente. Y que con ella estaba Leon. Eso era lo único importante. Que Leon estaba ahí.

Entonces, no sin dificultad, Claire asintió con la cabeza en respuesta a la pregunta de Leon.

—Sí. —Consiguió decir, débilmente.

—Vale. —Dijo Leon. —Vamos a quitarte primero la bata.

Leon hizo el amago de aproximarse hacia ella, cuando ella levantó una mano lentamente, frenándolo. Y Leon se detuvo.

—¿Qué... —Empezó a decir la pelirroja, con más aire en la voz que sonido. —...q-qué te ha... —Y antes de acabar con la frase, ella se llevó su propia mano a su cara. — ...en ...la ...cara?

Leon se levantó, y se acercó al enorme espejo de los lavabos.

Efectivamente, Leon tenía la cara roja. Roja y marrón por el  efecto de oxidación de la sangre.

Si se miraba bien, no solo tenía la cara llena de sangre. El pecho, los brazos, las manos y el pelo, también. Como si se hubiera dado un baño. Aunque bien visto, chapotear en la cara desfigurada de un gigante, cuenta como darse un baño de sangre, ¿no?

León se quitó los guantes y se lavó las manos, los brazos, la cara, el cuello y el pelo en el propio seno del lavabo, con jabón de manos y agua fría, sin perder demasiado tiempo en sí mismo.

Estaba más que acostumbrado a acabar lleno de mierda cuando iba de misión. La higiene no era una prioridad en un rescate. Aunque llevaba encima útiles de higiene corporal y bucal, no solía usarlos, sobre todo por falta de tiempo.

Pero no quería preocupar o alterar a Claire, así que limpiarse rápidamente le parecía un gesto importante para con ella.

Una vez acabó, cogió una toalla blanca, de las muchas que había en uno de los armarios bajo los senos del lavabo, y se secó rápidamente.

Guardó sus guantes en un bolsillo del pantalón, y volvió a la ducha.

Se encontró a Claire en postura fetal sobre el plato de ducha, con media bata quitada. Se ve que intentó hacerlo por sí misma, pero que no pudo.

Claire, con la cara apoyada en la loza, miró a duras penas a Leon y después apretó sus parpados para cerrarlos con fuerza.

Solo la pelirroja sabía por lo que estaba pasando y en lo que estaba pensando.

Leon se arrodilló en el extremo del plato y cogiéndola por los hombros la acercó hacia sí y la ayudó a sentarse, apoyando la espalda en su pecho.

—Vale, Claire. Vamos a ir muy despacio, ¿De acuerdo? Tenemos todo el tiempo del mundo. —Le dijo Leon suavemente al oído, para que ella estuviera más tranquila. Aunque la realidad es que no tenían, ni por asomo, todo el tiempo del mundo.

Claire asintió con la cabeza, que tenía apoyada en uno de los hombros de Leon.

Leon, con cuidado, ayudó a Claire a retirar de sus hombros la pesada bata blanca del doctor, que ahora mojada, y también llena de sustancia verdina, parecía resistirse a despegarse de Claire.

Leon dejó la bata a un lado, y volvió a hablar.

—¿Te parece bien si empiezo por el pelo? —Preguntó Leon. Claire asintió.

Leon separó a Claire de su pecho y, ayudándola, inclinó su peso hacia adelante, de tal forma que la pelirroja se podía sostener así misma, para que Leon pudiera tener espacio para lavarle el cabello.

El agente especial cogió la alcachofa de la ducha y comenzó a mojar la melena roja de Claire, quien cerrando los ojos, echó la cabeza hacia atrás.

Una vez estuvo todo lo empapado que podía estar, teniendo en cuenta la pegajosa sustancia verdina, Leon cogió el champú,  —que tenía un fuerte olor artificial a “macho de las montañas” con todos esos toques a madera, cuero y almizcle, de los que solían abusar los hombres inseguros con su virilidad. —, y vertió una cantidad contundente en la mano.

Acto seguido lo aplicó en el pelo de Claire y comenzó a masajear, frotar y escurrir su cuero cabelludo y el resto de la melena.

Nunca, jamás, Leon se habría imaginado que lavarle el pelo a una mujer, pudiera ser un momento tan intensamente íntimo. De hecho no estaba seguro si era por la acción de lavar el pelo, o porque a quien se lo estaba lavando era a Claire.

Lo que era muy cierto, es que nunca había estado tan cerca de ella. Nunca habían tenido un contacto físico tan prolongado.

Y aunque evidentemente esa no era la situación adecuada para ponerse romántico y sentir mariposas en el estómago, —pues no podía olvidar que seguían en peligro. —, el momento parecía sostenerse en el tiempo y mantenerlos envueltos en esa bruma onírica de los dulces sueños, en donde nada malo puede suceder, y todos los deseos se vuelven realidad.

Estaba Leon aplicando por tercera vez champú en el pelo de Claire, cuando esta tuvo las fuerzas suficientes como para coger el bote de jabón corporal, echar una cantidad en su mano y comenzar a frotarse el cuello, la nuca y la cara.

La sustancia verdina se iba mucho mejor de la piel que del pelo, por lo que pudieron comprobar.

Claire se aclaró la cara, y sin prisa, repitió el proceso en hombros, axilas y pechos.

Se aclaró y siguió con brazos, pubis y piernas, llegando a duras penas a los dedos de los pies.

Sus manos temblaban en el proceso, pero no cejó en su empeño. Y a medida que encontraba más fuerzas, intentaba moverse con más atino y constancia.

Leon le aclaró una vez más el pelo, sintiendo que este ya estaba completamente libre de la sustancia pegajosa, y comenzó a peinarlo y desenredarlo con ayuda de un peine que estaba ahí mismo.

Ya había acabado cuando sintió que Claire volvía a temblar con más fuerza, pues sus hombros se subían y se bajaban de forma más vehemente que antes.

Entonces, le devolvió la alcachofa de la ducha, para que se siguiera dando calor, cuando la escuchó llorar.

Claire se hizo una bolita, abrazando sus rodillas y escondiendo su cara entre estas, tratando de no hacer ruido, pero sin poder evitar que saliera todo de golpe.

A Leon se le rompía el corazón una y otra vez, antes de haberse recuperado. 

Ver a Claire usada como una cobaya había sido lo más duro que había visto en su vida. Pero verla llorando, absolutamente derrotada, abrazándose así misma, tratando de no hacer ruido... era simplemente devastador.

Y entonces Leon tampoco pudo contener sus lágrimas, ni el fuerte abrazo que le dio a la pelirroja por detrás.

De alguna forma, Leon se sentía culpable por no haber evitado todo aquello. Por no haber estado a su lado para protegerla y haber llegado tan tarde a rescatarla.

Todos aquí sabemos que realmente él no podía haber evitado nada porque ella le echó de su vida. Y ojalá todos juntos pudiéramos tenerle delante y decirle que no puede sentirse culpable o responsabilizarse, cuando no tenía ningún poder ni conocimiento sobre la situación. Y que además, en cuanto lo tuvo, actúo más rápido que el viento por rescatarla.

Y que lo había logrado. Aun sin saber qué cojones le habían hecho en ese laboratorio, Leon lo había logrado. Aunque seguramente él no daría la misión por cumplida hasta llegar a casa.

Pero por más que a nosotros nos gustaría hacerle entender, él no podía evitar ese peso en el pecho que lo estaba destrozando por dentro.

Así que la abrazó. 

Apoyó su cara en el hueco del cuello de Claire y lloró con ella.

Lloraron juntos y abrazados. Lloraron en la intimidad del momento. Se escucharon, se sintieron y se mojaron con sus lágrimas. Casi al compás. Tenían química hasta para eso.

Claire, soltó la alcachofa y abrazó los brazos que la abrazaban, llorando ahora más fuerte y sin contenerse.

Tenía que sacar de dentro todo el dolor y la confusión y la humillación que estaba sintiendo.

Alguien la había arrebatado de su mundo y la había mantenido fuera de combate haciéndole quien sabe qué cosas.

Por todo su cuerpo tenía moratones y pinchazos. Físicamente sentía dolor, pero emocionalmente se quería morir. No entendía nada y a cada segundo llegaban nuevas dudas y preguntas.

Pero el cansancio que sentía, mezclado con cierta incredulidad, no le permitían todavía tener las fuerzas de preguntar, y más aún las fuerzas para conocer las respuestas.

Leon había empapado su ropa  con el cuerpo de Claire. Pero no podía importarle menos. Si el tiempo se hubiera detenido en ese abrazo, en esas lágrimas, —donde se estaban diciendo muchas cosas, no solo consuelos. —, él habría estado conforme.

Pero el tiempo no se detiene y los malos tampoco. 

Así que cuando Claire estuvo lista y soltó los brazos de Leon, este se apartó, poco a poco, y cerró el grifo de la ducha.

Miró la espalda desnuda de Claire, con esa melena roja cayéndole hasta la mitad, pensando en cómo una imagen tan hermosa, podía ser al mismo tiempo tan desgarradora.

Quería acariciarla. Consolarla. Decirle que todo iría bien. Que volverían a casa pronto y que  ya estaba a salvo, porque él no iba a permitir que nadie volviera a ponerle una mano encima.

Pero no lo dijo. 

Era Claire quien debía decidir cuando estaba lista para hablar y para escuchar. Y ese momento aún no había llegado.

Leon se incorporó y cogió una toalla pequeña, con la que envolvió, como buenamente pudo, la melena de Claire; y a continuación, cogió una toalla más grande para envolverla a ella.

—Quiero intentar ponerme de pie. —Le dijo Claire, cuya voz dejaba de ser un susurro, cuando Leon cubrió sus hombros con la toalla y se disponía a cargarla.

Leon pasó sus brazos por debajo de las axilas de Claire y esta hizo un gran esfuerzo por hacer que sus piernas la sostuvieran.

En verdad lograron la vertical, pero sus rodillas temblaban tanto que apenas pudo dar un torpe paso, cuando casi se desploma.

Por suerte Leon, que estaba justo en frente, pudo cogerla antes de que tocara el suelo y, colocando los brazos de Claire alrededor de su cuello, la aupó mientras esta rodeaba su cintura con unas piernas de trapo.

Leon les condujo hasta el largo lavabo de mármol con dos senos y la apeó sobre este, asegurándose de mantener bien tapada a Claire, quien se abrazaba fuertemente a la toalla, pero que ya no temblaba de frió y había recuperado totalmente su color natural.

Leon comenzó a buscar por todos los armarios del baño ropa con la que pudiera vestir a Claire. No podía ir por ahí solo con toallas. 

Pero no encontró nada.

—Espera un momento. —Le dijo Leon a Claire mientras salía del baño, sin atreverse a mirarla a la cara, después de ese momento tan íntimo y vulnerable que habían tenido apenas unos momentos antes en la ducha.

Hacía mucho tiempo que Leon había dejado atrás, encerrado en el fuero interno de un Leon mucho más joven, la timidez.

Leon no era un hombre tímido. Más al contrario, todas las relaciones que había mantenido con diferentes mujeres a lo largo de  todo este tiempo habían sido, de hecho, muy lanzadas. Sin  intermedios o pausas para florituras o rodeos.

Había aprendido que ser directo, preguntar y verbalizar lo que deseaba, era una forma mucho más sencilla y rápida de conseguir lo que ambas partes querían del encuentro.

Sin complicaciones y sin malos entendidos.

Claro que esto solo era aplicable a situaciones más bien fortuitas. No es como si Leon se hubiera molestado en conocer a alguien realmente. Porque eso conllevaba tiempo e interés. Y Leon no tenía tiempo. Y su interés siempre estuvo enfocado hacia otra persona.

Así que verse en la situación en la que estaba, y ser consciente de que le costaba mirar de frente a Claire, —porque acababan de vivir juntos un momento tan íntimo donde ambos se abrazaron y lloraron. —, era como saludar a un viejo amigo al que en realidad no echaba de menos.

No quería sentirse así cuando se trataba de nadie, pero mucho menos de Claire. 

Y además, es que simplemente no era el momento. Ya está. Ambos han llorado abrazos en una ducha porque la situación lo requería. Fin.

Claire asintió cuando Leon se giró para irse, sintiendo la punzada de la añoranza y bajando la mirada. Y os adelanto que Claire no bajó la mirada por timidez. Era una caída de ojos culpable y derrotada.

Cuando Leon salió del baño, de vuelta al despacho, el científico jefe seguía atado en el lugar dónde Leon lo había dejado. Pero ahora presentaba un aspecto mucho mejor, con más color en la cara. 

Su semblante estaba serio pero impasible, en una postura bastante relajada, mirando al suelo bajo sus pies.

—Doc. —Llamó Leon, que trataba de dirigirse a él con la mayor frialdad posible. No quería pensar en él como en un ser humano, pero no podía dejar de hacerlo si no quería que los malos ganaran. —¿Tienes ropa?

El doctor giró la cara lentamente hacia la dirección de Leon.

Le miró de arriba a bajo sin emoción, y tal vez algo que Leon tradujo como petulancia. Y volvió de nuevo la vista hacía la nada anterior, sin dar una respuesta.

¿Cómo era posible que una sola persona pudiera poner tan al límite la paciencia de Leon? ¿Por qué no le volaba de una vez la tapa de los sesos?

—Si no tienes más ropa aquí, haremos uso de la tuya. —Dijo Leon, mientras se aproximaba a grandes zancadas hasta el científico, que al escucharlo, lo miró con los ojos muy abiertos y empezó a hablar.

—¡Sí, sí, tengo ropa! ¡Tengo ropa! —Contestó al instante.

Leon se agachó y lo cogió por la pechera, juntando su frente con la del viejo, mientas este cerraba los ojos con fuerza y aguantaba la respiración.

—La próxima vez que te haga una pregunta y no contestes de inmediato, ya no prestaré atención a lo que digas después.

»Debería dejarte aquí desnudo, sin nada de dignidad, ¡cómo vosotros hicisteis con Claire!

»Tienes suerte de que quiero que ella se sienta cómoda, y no creo que ponerse tu ropa sudorosa y cagada de miedo sea lo suficientemente reconfortante.

Y Leon, soltándolo de golpe, vio al científico señalando la pared a su izquierda, que era la que estaba completamente revestida de madera, y que resultaba ser un armario pequeño, con ropa para un solo cambio. 

“Qué oportuno.”

León cogió unos calzoncillos blancos tipo Slip, unos pantalones de pana verde oliva, un cinturón de cuero marrón, una camiseta interior blanca de tirantes y un jersey de lana gris con diferentes diseños en granate; un par de calcetines con rombos y unas zapatillas de cuadros con el talón cubierto.

Aunque el científico era más bien un hombre pequeño, toda esa ropa le iba a quedar muy grande a Claire. Pero dadas las circunstancias, era un tesoro haber dado con ella.

Leon volvió al baño, mirando por encima del hombro al doctor que permanecía sentado en el suelo, y al entrar, el bao de la ducha ya estaba bastante disipado.

 Claire  seguía sentada sobre el mármol, con la toalla blanca cubriéndole los hombros, abrazándose así misma para guardar el calor que había conseguido retener bajo su piel.

Alzó la vista cuando el rubio entró por la puerta. Y sus ojos se encontraron.

Leon bajo la mirada primero.

“Deja de hacer eso, idiota.” Se reprendió.

—Esto es lo único que he podido encontrar. —Dijo, aproximándose a la pelirroja y dejando la ropa a un lado. —No vas a ser la reina del desfile, precisamente. Pero creo que servirá.—Comentó el agente especial, a modo de chanza. Había que diluir el ambiente.

Leon alzó la vista y volvió a dar con los enormes ojos azules de Claire.

—Gracias. —Contestó esta, elevando una de las comisuras de sus labios. La broma había sido muy mala, pero a ella le gustó el intento.

Leon tragó saliva. Por alguna razón ahora se estaba poniendo nervioso.

“Venga ya. ¿Qué tengo quince años?”

—¿Te sientes con fuerzas para hacerlo sola o quieres que te ayude? —Preguntó Leon, carraspeando nervioso y señalando la ropa.

Claire observaba a su amigo. Tan grande. Tan fuerte. Tan fiable. Y tan... ¿nervioso? ¿Estaba incomodo con ella? ¿Sabía algo que ella ignoraba?

—Quiero... que me... ayudes. —Contestó Claire, dubitativa y algo insegura. 

Ella era muy consciente de que Leon la estaba viendo desnuda, y que llevaba ya un buen rato haciéndolo. Pero su inseguridad venía por creer verle a él nervioso. ¿Era porque estaba desnuda? ¿O había algo más?

Nunca se imaginó que Leon la vería tal y como dios la trajo al mundo. Y menos en esas circunstancias.

Y sí, es cierto que lo había deseado muchas veces, pero jamás pensó que un día así podría llegar.

Y ahora que había llegado, ella no sentía ningún pudor. Algo que jamás puso en duda, por otro lado.

La desnudez, en general, nunca había sido un problema para ella. Y no solo porque amara su cuerpo, sino porque se había criado en una casa donde todo el mundo iba en pelotas. Al menos hasta que Chris y ella se hicieron adolescentes y ya no les parecía apropiado. Pero incluso en esas circunstancias, Claire sentía la desnudez como el estado natural de todas las cosas y todos los animales.

Así que sí, Claire estaba desnuda delante de Leon y no le importaba.

Además, estar desnuda y completamente vulnerable delante de un hombre en el que confiaba tanto, —casi más que en sí misma. —, en fin, sinceramente se sentía tan vestida como él.

Leon cogió en primer lugar la camiseta de tirantes y pasó la cabeza y los brazos de Claire por sus aperturas correspondientes, con cuidado de no desarmar la toalla que había colocado en su cabeza para secar su pelo.

En segundo lugar, la ayudó con los calzoncillos. Ella se agarró fuertemente al cuello de Leon, quedando nariz con nariz, y este la levantó con un brazo, mientras que con la otra mano le pasaba la prenda por encima de los glúteos.

Después, repitió la misa operación con los pantalones de pana, estrechándose cada vez más entre ellos, sosteniendo más en el tiempo el contacto ocular.

 Lo siguiente fue ponerle el cinturón y ajustarlo a su cintura, para asegurarse de que no se le cayeran, lo que hizo que pudieran tomar distancia. Aunque Claire no separó sus manos de los trapecios del rubio.

Leon se agachó para ponerle a Claire  los calcetines y las zapatillas. Aprovechó para remangar los bajos del pantalón, ­—para que no los pisara al andar —, y al alzar la vista, vio a Claire mirándole desde arriba. Él desde abajo. 

Sin poderlo evitar, un profundo calor se desató dentro de él.

Se puso de pie, casi de un salto y carraspeando. Se pasó una mano por el pelo y se concentró en lo que tenía entre manos.

“Para de una vez, joder.”

Todo a Claire le queda increíblemente holgado. Verla así vestida, con la toalla mal enrollada todavía en la cabeza, y con la piel del rostro roja por el calor residual que quedaba en el baño, había devuelto a Leon a la normalidad, pues la imagen era tremendamente entrañable y muy ridícula. Y no pudo evitar sonreír ampliamente.

—Puedes decirlo. —Comentó Claire, sonriendo, alzando una ceja y poniendo los ojos en blanco.

—No he dicho nada. —Contestó Leon, más divertido de lo que esperaba.

—Venga ya. Suéltalo. —Lo animó Claire ahora riéndose, todavía sintiendo el cansancio en sus formas.

—¿El qué? —Se hizo el loco Leon.

—¡Qué estoy ridícula! Vamos puedes decirlo, no me ofenderé. —Soltó Claire, que sabía perfectamente el aspecto que tendría con esa ropa.

—No pienso decir semejante cosa. —Respondió Leon, riéndose  y tomando cierta distancia de ella.

—Te estoy dando permiso para que te partas el culo riéndote de mi, ¿vas a desaprovechar esta oportunidad de oro? —Preguntó Claire.

—Sí. —Contestó Leon, volviendo al contacto visual.

—Pero, ¿por qué? ¡Si me veo horrible! —Replico Claire, todavía sonriendo, señalando sus ropajes.

—Pues porque no estás horrible. —Contestó Leon, todavía sonriendo, pero con una voz muy honesta. Se hizo un pequeño silencio de bocas, pero el diálogo seguía en los ojos. —Me pareces adorable metida en esa ropa horrible que te queda enorme.

Los dos se sostuvieron las miradas, y ahora Claire bajó la suya primero. Y podemos decir que en esta ocasión, fue cierto grado de timidez que lo provocó.

—Emmm... esto... uff... —Dubitaba Claire, con una risa nerviosa. ¡Leon le había dicho que ella estaba adorable! —¿Podrías hacer algo con esto? —Preguntó la pelirroja tirando de la camiseta interior. —Si la cortas por detrás, la podemos ajustar al pecho, anudándola. —Le explicó a Leon. —Me sentiría mucho más cómoda.

—Claro. —Contestó Leon, cogiendo el cuchillo de combate. —Quítatela. —Le pidió.

—¿Es necesario? —Preguntó Claire con una mirada un tanto peculiar. Se veía cansada pero también había un matiz juguetón en la inclinación de su mirada.

—¿Cómo? —Preguntó Leon, que no estaba entendiendo la cuestión.

—Preferiría no quitármela. —Explicó Claire mirando de arriba a bajo a Leon. —Igual puedes abrirla desde tu posición, si yo... —Claire, entonces, abrió las piernas y, tirando de la cinturilla del pantalón de Leon, lo hizo aproximarse lentamente hacia ella, hasta que ambos quedaron encajados. — ...si yo te abrazo. —Y acto seguido, Claire abrazó a Leon por la cintura, apoyando su oreja sobre su pecho, cerrando los ojos, en paz. Escuchando la respiración del rubio y los latidos de su corazón. 

Eso se sentía como el hogar.

A Leon, la situación lo dejó descolocado solo los segundos en los que ella abrió las piernas, metió un dedo por la cinturilla de sus pantalones y tiró de él. No puede negar que esas tres acciones juntas eran, en su experiencia, preludio de muchos mimitos subidos de tono, sudor y jadeos.

Pero cuando Claire rodeó su cintura con los brazos, y apoyó la cabeza en su pecho estrechándole, toda la perplejidad e imágenes no oportunas que su cabeza había fabricado en esos escasos segundos, se desintegraron como el polvo, sustituidos por una sensación vibrante y muy potente de emoción y cariño.

Leon le devolvió el abrazo apoyando su cara sobre la coronilla de Claire y acunando su nuca con su mano libre.

La estrechó contra sí. Olía a “macho de las montañas”, pero le daba igual.

Cogió la cara de la pelirroja entre sus manos. La miró a los ojos y estos le devolvieron la mirada. Acarició sus mejillas con los pulgares, sonriendo vagamente y, acto seguido, se acercó a ella y le dio un sentido beso en la frente.

Los dos se sonrieron después de eso y Leon empezó a cortar.

Con la hoja hacia arriba, Leon colocó el cuchillo en el cuello holgado de la camiseta interior y, rasgando con suavidad, la llevó hasta el final. 

 Claire sintió el frío metal del dorso de la hoja recorrer su espalda de arriba a bajo, lo que a decir verdad resultaba bastante excitante. Una mezcla perfecta entre tensión y confianza plena, que había despertando cada terminación nerviosa de la pelirroja, que estaban enviando a su cerebro las señales eléctricas más estimulantes de toda su vida.

“Esto se siente increíble.” Dijo una voz en su cabeza. “Serénate, por favor te lo pido.” Contestó una segunda voz. “¡Hemos vuelto, querida!” Volvió a hablar la primera voz. “¡Ya lo sabe!” Respondió alterada la segunda voz.

Y la camiseta quedó cortada en dos mitades y volvían a dejar el espectáculo que era la espalda de Claire al descubierto.

Leon devolvió el cuchillo a su cartuchera, alejando los pensamientos intrusivos que querían acariciar esa espalda y, acto seguido, comenzó a anudar la camiseta.

Esta le quedaba tan grande, que podía rodear toda la espalda de Claire y ser atada por delante, justo por debajo de su pecho.

Leon tiró de los dos extremos de la camiseta para ajustarla al cuerpo de Claire, cruzando los extremos por detrás para anudar por delante.

Ambos tomaron cierta distancia para que Leon pudiera operar por delante, pero todavía lo suficientemente cerca, como para que sus cuerpos siguieran acoplados.

—Más fuerte. —Le pidió Claire, sin apartar sus ojos de él.

Leon levantó la mirada, medio escondida en sus perfectas cejas ceniza, y, pupila contra pupila, ejerció más presión en la tela que envolvía los pechos de Claire.

La situación se estaba volviendo más excitante por momentos y los dos empleaban un lenguaje no verbal que les estaba indicando que ambos estaban sintiendo esa excitación y que los dos, de un modo u otro, estaban resistiéndose a ello, pero sin duda jugando con fuego.

—Un poco más. —Volvió a demandar Claire, que se veía imposibilitada a pestañear teniendo a Leon tan cerca, tan pendiente de ella.

Leon volvió a apretar lentamente más la tela envuelta en sus puños, y a Claire se le escapó el aire de entre los labios.

Las pupilas de Leon se dilataron en contra de su voluntad.

—¿Así está bien? —Preguntó Leon con la voz tan grave y frita, que más bien parecía el ronroneo de un gato grande.

—Sí. —Contestó Claire con aire en su voz mientras, algo sorprendida por lo inverosímil de toda la situación que estaba viviendo, empezó a sentir que un calor que se había generado en su estómago, bajaba hasta su entrepierna y subía en forma de rubor hasta sus mejillas. —Así está muy bien.

Sin que ninguno de los dos aparatara la mirada, Leon anudó los dos extremos, con dos nudos bien fuertes, y se quedó ahí, sosteniendo los dos extremos ya anudados, porque ni podía ni quería moverse.

Claire levantó una mano y acarició el rostro de Leon con sus dedos.

 Y, como si de alguna forma el hechizo se hubiera roto al darse cuenta Claire de que Leon tenía barba, llevó toda su atención a ese hecho. 

Esta era muy cortita, bien definida y áspera. Y le sentaba muy bien.

—Te has dejado barba. —Comentó con cierta sorpresa en su voz.

Leon parpadeó varias veces, despertado de lo que quiera que hubiera pasado ahí hace unos segundos, y tomó distancia, desencajándose de entre las piernas de Claire, mientras se pasaba una mano por el pelo, echándolo hacia atrás.

—Sí. Llevo semanas sin afeitarme. —Reconoció carraspeando su voz, tratando de volver a la normalidad.

—Te queda bien. — “Como el traje gris.” pensó la voz en su cabeza. “No empieces.” Respondió la otra voz. —Estás muy guapo. —Dijo finalmente Claire, acallando ambas voces.

—Gracias. —Contestó Leon, quedando ambos en un silencio algo incomodo, después de lo que acababa de pasar. 

—Bueno, vamos a ponerte ese Jersey. ¿Sigues teniendo frío? —Preguntó Leon, volviendo su voz a su tono normal, aproximándose de nuevo a Claire, cogiendo el jersey en sus manos.

—No. He entrado en calor. —Contestó ella, sin intención de que sonara a nada sugerente, pero que de hecho así sonó. —Pero me la pondré, por si acaso.

—Vale. 

Y dicho esto, Leon la ayudó a ponerse el jersey de lana. Ahora sin mirarse a los ojos ni dejándose caer en el embrujo de la atracción que innegablemente luchaba por cernirse sobre ellos a cada segundo.

Después soltó la toalla de su cabeza, que ya había absorbido bastante humedad y, a falta de goma para el pelo, se lo tuvo que dejar suelto a la espera de que secara.

Y entonces, con cuidado, Leon la cogió en brazos, como si fueran koalas y salieron del baño.

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Leon apoyó a Claire con cuidado en el cheslong, acomodando el cojín de borlas en sus lumbares y, a continuación, le entregó dos bolsas de agua y dos bolsas de comida irradiada.

—Necesitas reponer fuerzas. —Le dijo Leon, entregándole los sobres plateados.

—Gracias. —Contestó Claire, que no tardó nada en abrir la boquilla precintada del sobre con agua y beber con premura.

Leon se dirigió al escritorio. 

Aprovecharía el tiempo en que Claire comía y bebía para comer y beber él a su vez. También aprovecharía para cargar sus armas y hacer balance de cuanta munición le quedaba.

Mientras se dirigía al escritorio, miró al doctor, con todo el desprecio que le otorgaba su altura, y comprobó que este miraba a Claire con los ojos muy abiertos y la boca también entre abierta.

No podía molestarle más cómo el viejo miraba a Claire. Aunque para ser justos, le molestaría que la mirara, lo hiciera de la forma en que lo hiciera. 

Simplemente ya la había observado mucho durante todo ese tiempo y había excedido por mucho el cupo de miradas.

Leon se sentó al bode de la mesa del escritorio, cogió su sobre de agua y bebió, sin apartar sus ojos del doctor. Estaba a nada de increparlo.

Claire ya había hecho cuenta de uno de los sobres de agua, y ahora estaba atacando a la comida.

Ese tipo de comida estaba llena de los nutrientes y vitaminas esenciales necesarias para el buen funcionamiento del cuerpo humano. Pero al final era un puré con un sabor horrible que intentaba imitar sabores mejores, y que en definitiva, solo era un manjar si estabas hambriento.

Y por cómo comía Claire, ella lo tenía que estar disfrutando.

Entonces, la pelirroja levantó la vista y miró al doctor.

Este la mirada de una forma tan estática, sin apenas pestañear, que se estaba volviendo realmente incómodo. ¿Qué le pasaba a ese anciano?

—Si quieres le puedo sacar los ojos. —Dijo, rompiendo el silencio, Leon.

Claire miró en su dirección y lo encontró de brazos cruzados,  medio sentado al borde del escritorio, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos, y mirándola con seriedad pero también con cierta diversión en los ojos.

—O se los puedo meter. Solo pídelo. —Volvió a hablar Leon, quien estaba elevando una de las comisuras de sus labios.

Claire no pudo evitar reírse. Intentó evitarlo. Hasta se había llevado una mano a la boca y dobló su cuerpo hacia adelante para tapar su cara entre sus piernas. Pero es que, ver a Leon hablando tan en broma, pero al mismo tiempo tan en serio, al más puro estilo Leon S. Kennedy, la devolvió a tiempos mejores, donde quedaban para beber cerveza, reírse y pasarlo tan bien, que le hizo sentir muchas cosquillas en los oídos y en el pecho.

Leon tampoco lo pudo evitar, y más contenido que Claire, también comenzó a reírse. Azul contra azul, en una danza de complicidad tan única como ellos.

El doctor, que al escuchar esa amenaza se había puesto pálido y mirando a Leon empezó a boquear, al verlos reír, sin entender demasiado bien la situación ni qué era tan gracioso, empezó a reírse tímidamente con ellos. Una mezcla entre risa y confusión.

—Lo digo en serio. —Dijo entonces Leon, clavando sus ojos en los ojos del doctor y cortando su sonrisa de golpe. —Solo tiene que pedirlo.

El doctor volvió a su semblante asustadizo de siempre y llevó su mirada al suelo.

—Vale, Leon. —Intervino Claire, dejando de reír paulatinamente. —Eso no será necesario. —Claire llevó sus ojos de Leon al doctor y después de nuevo a su sobre de comida. —Pero parece que quiere decirme algo, ¿es así, doctor? —Preguntó Claire volviendo a mirar al científico.

Benedict levantó la vista y se encontró con la cara afable de Claire, que le miraba con compasión e interés.

Entonces, el doctor miró a Leon, que seguía mirándole con el ceño fruncido y los ojos como dos glaciales.

—Te ha hecho una pregunta, doc. —Le dijo Leon calmadamente, pues parecía que el doctor le estaba pidiendo permiso para hablar. 

“Buen doc.”

El doctor tragó saliva y volvió a mirar a Claire. Desde luego un lugar mucho mejor para posar sus ojos que Leon.

—Solo... quería decirte que comieras más despacio. —Le dijo el doctor con la voz temblorosa.

Claire alzó sus cejas pestañeando. La verdad es que no se esperaba ese comentario.

—Tiene que ser broma. —Susurró Leon, pellizcándose el puente de la nariz. —¿Ahora le vas a decir cómo tiene que comer?  —Preguntó Leon, que comenzaba a levantar la voz por la irritación que le provocaba ese hombre enjuto. —¿Eres imbécil o disfrutas provocándome? Si es la segunda opción, mueres aquí y ahora.

—¡No, no, no! ¡Nada de eso, nada eso! ¡Es solo una recomendación! —Se apresuró a responder el científico, que vio la muerte en los ojos de Leon y en la vena hinchada de su cuello. —¡Es por ella! —Continuó, mirando ahora a Claire. —Después de tanto tiempo sin añadir alimento o agua al estómago, este necesita  tiempo para volver a su capacidad digestiva normal. —Siguió hablando el doctor. —Necesita volver a habituarse a su función natural poco a poco. Si comes o bebes demasiado rápido, puede que tengas problemas gástricos más tarde, como diarreas o vómitos. 

»En el peor de los casos una intoxicación alimentaria que requeriría de un lavado de estómago. —El doctor tomo aliento, tembloroso, y volvió a mirar a Leon con temor. —Por eso... es importante... que coma más despacio. Solo eso.

Tanto Leon como Claire se quedaron mirando al doctor en silencio.

Claire miró su comida, y asintió. Lo que decía el doctor tenía mucho sentido, pero sus pensamientos, por alguna razón, no estaban yendo más allá. Todavía.

Mientras tanto, Leon no pestañeaba ni apartaba su mirada asesino del doctor.  Por un momento, se le olvidó que en ese despacho no estaban el viejo y él solos.

—¿Ahora te preocupas por ella? —Pregunto Leon lentamente, con la voz grave y un deje irónico muy palpable. —¿Cómo ha pasado? ¿De repente te has dado cuenta de que es una mujer y no experimento? ¿O solo estás protegiendo lo que crees que es tuyo?

Leon se levantó del escritorio aproximándose lentamente hacia el doctor.

—Dime doctor, tengo mucha intriga. ¿Cuándo la miras, qué ves?

—No, no. Por favor no te acerques. —Suplicaba el doctor, muerto de miedo, tratando de alejarse de sus propias manos atadas con bridas, bajando la cabeza y temblando como un corderito recién nacido.

—Responde a la pregunta, doctor. —Volvió a decir Leon, que estaba justo delante de él, viéndolo como la cucaracha humana que era, pero sin el mínimo de compasión que sentiría por una cucaracha.

—¡No me hagas daño, por favor!—Suplicó el doctor postrándose a los pies de Leon, en postura fetal, cubriendo su cabeza con sus temblorosos brazos.

Leon estaba a punto de encerrarse en la habitación de su cabeza y que su otro él tomara el relevo, cuando Claire lo devolvió a la tierra.

—¡Leon! —Llamó Claire, desde el cheslong.

Leon parpadeo varias veces, apretó la mandíbula y se resistió a  los impulsos primitivos que deseaban destrozar al viejo.

El agente especial se giró y miró a Claire.

Él se sorprendió al ver en el rostro de la pelirroja asombro y decepción.

Ella se sorprendió al ver en el rostro del rubio peligro y maldad.

Y ambos se quedaron un rato en silencio leyendo sus rostros, sin reconocerse por primera vez.

—Leon, para. —Empezó a hablar Claire. —Ese hombre está aterrado, ¿no lo ves? —Preguntó señalando con su mano al doctor. —Le das miedo. ¿Qué le has hecho para que te tenga tanto miedo? —Entonces Claire reparó en su pierna entablillada. —¿Tú le ha hecho eso? —Leon no contestó, pero tampoco cambió su semblante. —¿Pero qué te pasa? Es un anciano, Leon.

—¿Estás preparada para recibir respuestas? Porque imagino que tus preguntas irán más allá de mi comportamiento. —Le contestó Leon, aún sin moverse.

Claire sopesó bien la situación.

Ver a Leon tratando así a un hombre mayor la había disgustado muchísimo.

Leon era la persona más buena que ella conocía en el mundo. Tenía un sentido de la justicia muy elevado. A veces tomaba decisiones duras, pero siempre pensando en el bien común, nunca de forma egoísta.

Así que, verle en una situación así, tan desigual, la había alterado y entristecido. Y la empujó a intervenir, sin pensar en nada, más allá del presente.

Sus ideas todavía no estaban en su sitio. Si había sufrido un trauma, puede que tardara horas, meses o incluso años en explotar y volver a su mente. Lo sabía porque había ayudado a muchas personas víctimas de bioterrorismo que habían pasado por ello.

Así que todavía no se había hecho las preguntas más importantes como, ¿dónde estaba? ¿Por qué estaba ahí? ¿Cómo se había visto Leon involucrado en todo esto? ¿Quién era, en primer lugar, ese anciano al que Leon parecía querer matar? ¿Qué estaba pasando en general, y cómo había llegado ella hasta ahí?

Sin entrar en cosas más turbias como, ¿por qué estaba desnuda y qué era eso que le recubría el cuerpo? ¿Por qué tenía moratones y pinchazos por todas partes? ¿Por qué llevaba meses sin comer y ahora su estómago tenía que acostumbrarse a la comida de nuevo?

Cuando Leon le preguntó si estaba preparada para escuchar las respuestas de todas las preguntas que tendría, fue como abrir una caja a medias. Que dejaba salir todas estas preguntas a cuenta gotas y de forma desordenada.

Y Claire sintió miedo. ¿Estaba preparada para ello? No estaba segura. Pero tampoco era propio de Claire acobardarse y no sacar pecho.

—Tal vez no estoy preparada. —Contestó Claire despacio tras meditar. —Pero tal vez nunca lo esté. Así que suéltalo. A bocajarro.

Leon ahora se giró por entero hacia Claire, y su semblante se dulcificó. Este momento tenía que llegar, pero Leon temía por la salud mental de la pelirroja. 

—¿Estás segura? Puedo controlarme y seguir ignorando a este trozo de mierda si no estas lista.

—Quiero saber porque mi persona fav... —Claire se calló de inmediato y retomó el habla. —Quiero saber porque la persona más justa que conozco está tratando así a un anciano indefenso. 

Leon suspiró, pasándose una mano por el pelo y después poniéndose en jarras.

—Lo siento. —Le dijo Leon a Claire, mirándola con  verdadero arrepentimiento. —Solo quiero que lo sepas antes de que esto empiece.

Dicho lo cual, cogió su cuchillo, rompió las bridas que ataban al doctor, y levantándolo de suelo con un brazo, —sin gritos, gracias a la anestesia en su pierna. —, lo llevó a la Eames, dónde el doctor tomó asiento justo en frente de Claire.

 Leon recuperó su lugar y su comida, sentándose al borde del escritorio, justo entre ellos dos.

—Vamos, doc. Explícale a Claire por qué te trato tan mal. — Y dicho esto, Leon empezó a comer su ración, sin quitarles el ojo de encima.

El doctor miró a Claire y Claire al doctor. 

Solo se observaban y Leon se preguntaba si el doctor, al mirarla, no estaría contemplando su gran obra. De verdad, solo pensarlo hacía hervir la sangre de Leon.

—¿Cómo te llamas? —Preguntó Claire, rompiendo el hielo.

—Me llamo Benedict Bordet. —Contestó con la voz dubitativa el doctor que, de cuando en cuando, miraba a Leon.

—¿Qué significa la B? —Preguntó Leon, con cierta falta de curiosidad en la voz.

—¿Cómo? —Preguntó de vuelta el doctor. 

—¿Por qué hay que repetirte las cosas mil veces, doc? —Preguntó Leon con bastante irritación. —¿Que qué significa la B? —Preguntó de nuevo cogiendo la plaquita del escritorio con el nombre del doctor y enseñándosela.

—B-Boris. Significa Boris. —Contestó rápido el científico.

A Leon su nombre le hizo gracia, y se rió disimuladamente. 

—Boris. —Repitió sin dejar de sonreír. —Benedict suena más a cabrón. —Murmuró y devolvió la plaquita a su sitio. —Perdón por la interrupción, seguid. —Volvió a decir Leon, mirando a Claire, quien le miraba seriamente.

—¿Y qué haces aquí? —Preguntó de nuevo Claire.

—Soy el científico jefe de este área del laboratorio. —Contestó el doctor sin abandonar su actitud temerosa.

—Entonces, estamos en un laboratorio. —Dijo Claire, recibiendo imágenes del espacio blanco en el que había despertado en brazos de Leon. —¿Qué laboratorio? —Volvió a preguntar.

—Trizom Corporation, propiedad de Alexis Belanova.

Claire se llevó un dedo a la barbilla, pensando. Trizom era un nombre que le sonaba mucho. 

—Trizom... Trizom... ¿Por qué me suena tanto ese nombre?

—Tal vez porque está en la lista de laboratorios bajo investigación del estado. —Respondió Leon. —Es de conocimiento público.

—¡Ah! Sí, es por eso... —Claire siguió en silencio pensando. —Pero se rumoreaba que su localización era desconocida. —Volvió a decir la pelirroja, volviendo a mirar a Leon.

—Pues ya no. —Contestó este, que ya había acabado de comer y beber, y ahora sacaba del botiquín una bolsita con un líquido parecido al colutorio, que se usaba para limpiar los dientes. Aunque a Leon le encantaba usarlo escupiéndolo en los ojos de los enemigos. Era un arma silenciosa muy efectiva.

Acto seguido, cogió la papelera al pie del escritorio, y expulsó su contenido de su boca.

—Yo quiero de eso. —Pidió Claire, que sabía lo que se acababa de meter en la boca Leon. Su hermano le había hablado de ese producto, pero ella nunca tuvo acceso a él. y francamente, sentía su boca asquerosa.

Leon se acercó, le entregó una y miró al doctor. 

—Para ti no hay. —Y dicho esto, volvió al escritorio a poner sus armas al día.

Claire puso los ojos en blanco, y volvió su atención al doctor, mientras seguía comiendo y bebiendo.

—Benedict, ¿por qué estoy aquí?

El doctor, que hasta ahora respondía a las preguntas nervioso pero haciendo contacto visual, retiró su mirada y la bajó a sus manos temblorosas.

Tardó un momento, pero finalmente empezó a hablar.

—Estás aquí por un error. —Contestó el doctor.

Ahora tenía plena atención de Claire y Leon. Este último, tenia las cejas alzadas por la sorpresa.

—¿Qué quieres decir? —Preguntó Claire, con más curiosidad que miedo.

—Pues... que no eras tú a quien esperábamos. —Contestó el doctor.

—Tiene que ser una broma. —Respondió Leon, aun bastante asombrado.

—¿A quién esperabais? —Preguntó temerosa Claire.

—A... a C. Redfield. Chris Redfield. —Respondió el doctor, sabiendo que a partir de ese momento, toda la información que iba a soltar era absolutamente confidencial. Pero era un hombre débil y cobarde. No estaba hecho para la acción ni para el dolor. Él solo era un científico. Su fuerza era su intelecto, no su cuerpo.

Le matarían por hablar de más. Pero también si hablaba de menos.

—C. Redfield se refería a Chris, no a Claire. —Murmuró Leon, con el ceño fruncido, recordando el diario que Hunnigan había encontrado cuando hackeó el sistema del laboratorio.

—Queríais a mi hermano. —Susurró Claire, entre el asombro  y el alivio de que se confundieran de persona. —¿Por qué?

—En el laboratorio estamos investigando sobre mutaciones genéticas para aumentar las capacidades físicas humanas, con el objetivo de crear humanos más fuertes y resistentes de lo que somos ahora.

—No lo maquilles, doc. Experimentáis con armas biológicas. —Le interrumpió Leon.

—Vale, de acuerdo, es otra forma de decirlo. —Concordó el doctor, antes de seguir. —El caso es que todos los primeros estadíos de los experimentos estaban fallando.

»Los sujetos con los que estábamos experimentando no eran lo suficientemente fuertes para resistir el cambio genético y morían. Todos morían. Ninguno pasaba a la fase dos.

»Así que pensamos que necesitábamos a un hombre más resistente. Un hombre lo suficientemente fuerte como para poder soportar el cambio genético en todas sus fases.

»Fue el propio Alexis Belanova quien sugirió a Chris Redfield.

El silencio se adueño de ese lugar. Toda la atención sobre el pequeño doctor.

—¿Por qué Alexis Belanova sugirió a mi hermano? ¿De qué le conoce?

—Eso no lo sé. Ni siquiera sé cómo es tu hermano. El jefe sugirió que fuera él porque aseguraba que era un hombre lo suficientemente fuerte como para someterse al estudio con éxito.

—¿Cómo pudisteis cometer un error tan absurdo?

—Por dos razones absurdas. —Contestó el científico. —En primer lugar, cuando se le solicitó al equipo de sustracción de personas...

Leon se empezó a reír a carcajadas, que escondía detrás una ira difícil de controlar, interrumpiendo al doctor. 

—¿Equipo de sustracción? Pero, ¿cómo podéis ser tan cabrones? —Preguntó mientras se serenaba. —Las palabras son importantes, doc. Así que llama a las cosas por su nombre. Un equipo de sicarios malnacidos y secuestradores, eso es lo que son. 

»No el elegante equipo de sustracción que nos quieres vender.

Claire miró a Leon y sintió que estaba muy de acuerdo con él. Pero ella era más paciente y sabía callarse hasta el final.

—Esta bien, está bien. El equipo de secuestradores. A ellos solo se les dio un nombre y una ciudad. C. Redfield, Washington D.C. Desconocíamos entonces que podría haber otra C. Redfield, y que sería de hecho una mujer.

»Y el otro motivo, es que Chris Redfield es imposible de localizar. Así que cuando comenzaron todo el estudio para el secuestro, dieron contigo. —Dijo mirando a Claire. —Y cuando te trajeron aquí, y vimos que eras una mujer, fue cuando nos dimos cuenta de todo esto.

—Pero yo no soy un hombre. —Razonó Claire. —Buscabais a un hombre, así que, ¿por qué sigo aquí?

—Alexis Belanova estaba hecho una furia. Mi equipo llevaba trabajando mucho tiempo y no había obtenido ningún resultado satisfactorio. Amenazó con echarnos a la calle y... —El doctor hizo una pausa y miró a Leon solo unos segundos para volver a mirar al suelo. —Esta es la investigación de mi vida. Alexis me da los medios. No podía permitir que nos echara.

»Así que... así que..

—Experimentasteis conmigo. —Completó Claire la frase por él.

Leon apretaba la mandíbula tanto que estaba por volver al aula 001, coge la férula de descarga de entro de la cabeza del gigante, pegarla con cinta americana y colocársela. Los maseteros iban a reventar. Pero era muy difícil contenerlo, cuando la rabia y la ira querían salir de su piel.

“Cuando regresemos, me voy a hacer con cincuenta férulas de descarga.”

Claire no podía pestañear mirando al doctor que la miraba a ella. 

Era bastante obvio, si ataba cabos, que ella había sido objeto de experimentación. Pero entre que su cerebro no la estaba dejando pensar en ello, y que necesitaba la confirmación real del asunto, verbalizarlo y darse cuenta de que era real, se había hecho difícil de digerir.

Y podemos asegurar que Claire no quería llorar, porque ella sabía que las lágrimas solían empeorar las cosas. Pero no pudo evitarlo.

Las lágrimas caían por sus ojos con una velocidad y un peso, que apenas dejaban regueros en sus mejillas, pero que encharcaban el suelo entre sus piernas.

Leon se agarraba con mucha fuerza al borde del escritorio. Era tan hiper consciente de que lo que le habían hecho a Claire iba más allá de lo físico, que sabía que ese golpe, la pelirroja no podría sortearlo en años.

Y todavía no sabían nada.

—Pero, —comenzó a hablar el científico, tras un lago y muy tenso silencio. —, por lo que estoy pudiendo comprobar, estás fuera de peligro. —Dijo tratando, de una forma absolutamente ridícula, ser consuelo. Él no era quien para consolarla, después de ser el objeto de su dolor.

—Por eso dijiste que después de tanto tiempo sin meter alimento en mi estómago, comer rápido podría hacerme daño.  —Dijo Claire, con la voz en un susurro y llevándose las manos a la cara. —Por eso Leon te quiere matar. —Y su llanto se pronunció.

—Yo... —Empezó a decir el doctor. —solo... soy científico. Me dedico a estudiar los cuerpos y experimentar la diferen...

No había acabado su frase cuando tenía a Leon encima. Este se había movido a una velocidad indetectable y, subiéndose a horcajadas sobre el viejo, comenzó a estrangularlo.

—¡¿Te estás justificando, cabronazo?! —Le gritó mientras apretaba su cuello y veía la vida abandonar sus ojos.

—¡Leon, no! —Gritó Claire, levantándose de su asiento y tirando de un brazo de Leon para que se detuviera. —¡Para, por favor! ¡Leon, para! —Gritaba la pelirroja sin apenas fuerzas para apartarlo. Aunque de estar en plena forma, tampoco lo habría tenido fácil. —¡Lo vas a matar! ¡No, por favor! —Y dicho esto, lo abrazó. Claire abrazó a Leon, como buenamente pudo desde su ángulo y con las pocas fuerzas que tenía. —Te lo suplico. Para. Para. —Lloraba ella cerca de su oído.

Y Leon se detuvo.

—¿Por qué? —Le preguntó con la voz tomada, pues escuchar a Claire llorar siempre tocaba su fibra sensible. —¿Por qué no me dejas acabar con este cabrón que te ha utilizado como si tu vida no fuera importante?

—Por que eso no es justicia, Leon. —Claire se separó y lo miró a los ojos. —Eso es venganza. Y tu no eres así. —Claire cogió la cara de Leon entre sus manos y focalizó su mirada. —No dejes que los malos ganen. No dejes que te conviertan en algo que no eres.

Leon escuchó estas palabras, tan parecidas a las que él se decía así mismo en tantas otras ocasiones, y comprendió que Claire tenía razón.

Pero este era uno de esos momentos en lo que saber que la otra parte tiene razón, no te hace sentir más satisfecho o convencido.

Así que Leon, retiró las manos de Claire de su rostro y se apartó del científico, volviendo al escritorio.

De espaldas a ellos, comenzó a cargar todas sus armas, una por una, para ponerse en marcha.

Quería salir de ese maldito lugar que no había hecho otra cosa que jugar con él, su paciencia y sus emociones desde que todo eso empezara.

Saldría de ese peñón con ayuda del plan que Hunnigan seguramente estaba organizando con detalle. 

Volverían a Estados Unidos y Leon le diría a Claire todo lo que siempre le quiso decir.

Mientras tanto, no podía olvidar quien era. No iba a dejar que su paciencia se agotara de nuevo.

El doctor tosía profusamente, con un collar morado de dedos marcado en el cuello y los ojos rojos por la falta de riego sanguíneo regular.

Claire lo ayudó a duras penas a incorporarse, dándole palmaditas en la espalda y entonces, recuperó su sitio.

—Gracias. —Le dijo el doctor a Claire.

—No me las des. Dejaría que te matara si no fuera porque sé que algo de él moriría contigo. Así que no lo he hecho por ti. —Contestó Claire, sin lagrimas en los ojos y con una voz mucho más armada y contundente. —Quiero más respuestas.

—Está bien... —Contestó con un hilo de voz el doctor.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —Preguntó Claire.

—Algo más de dos meses.

—Dios mío. —Susurró Claire llevándose una mano al puente de la nariz. Y entonces recordó algo —¡Sherry! ¡Jake! ¡Terra Save! —Y Claire miró hacia Leon que seguía de espaldas. —¡Todos estarán muy preocupados por mí! ¡Chris estará...

—Tu hermano no está localizable. Normas de la b. s. a. a. —Contestó Leon mientras mantenía su atención en las armas, cargándolas. —Terra Save ha desaparecido, pero creo que prefiero explicarte eso más tarde.

»Y Sherry, Jake y JJ están bien. No te preocupes por ellos.

Claire mantuvo su mirada en la espalda de Leon. Tenía preguntas que hacerle a él también, pero podían esperar.

—Benedict. —Devolvió su atención al científico. —Has experimentado conmigo. Es algo que nunca podre perdonar. Pero necesito comprender qué me habéis hecho. 

»Háblame del experimento.

Benedict asintió de forma torpe. Al final, él sabía que estaba perdido. Y ver a Claire, tan humana y tan bien adaptada al entorno, todavía con sus recuerdos y su conciencia, le hacían ver que el experimento había sido un absoluto éxito.

—Es un experimento de cambios genéticos donde hacemos mezclas de diferentes virus para potenciar las habilidades físicas humanas, siguiendo las investigaciones del matrimonio Birkin.

—¡¿El virus G?! —Gritó Claire, y Leon se giró entonces, mirando con los ojos muy abiertos al doctor.

Tanto Leon como Claire habían tenido que vérselas con el padre de Sherry, el doctor Birkin, cuando este se inyectó el virus G, en un desesperado intento por proteger sus avances de la corporación Umbrella, para la que de hecho trabajaba.

—Ese virus mató al doctor Birkin. —Dijo Leon mirando al científico. 

—Sí, sí, lo sabemos. Pero su virus era muy experimental, apenas acababa de sintetizarlo cuando tuvo el accidente.

—Ya empezamos a adornar la historia con palabras bien sonantes. —Replicó Leon, sin darle mayor importancia.

—Nosotros llevamos años y años trabajando con este virus, cambiando todas las variables mutacionales para que lo que le ocurrió a Birkin no vuelva a pasar.

»De hecho, los sujetos nunca llegaban a la fase dos del experimento, no por los problemas mutacionales, —que están completamente anulados—, sino por incapacidad cromosómica. O eso creemos, después del éxito en la señorita Claire. —Era la primera vez que el doctor se dirigía a Claire como si fuera un ser humano y no su maldita criatura perfecta. —Nunca habíamos pensado en este virus enfocado a los cromosomas XX sino a los XY.

Ahora el doctor la miraba con cierto orgullo. Era asqueroso.

—Dices que el resto de sujetos no pasaron a la segunda fase. —Comenzó a hablar Claire. —¿En qué... fase... —A Claire le estaba costando muchísimo hablar de sí misma como un experimento, lo que era totalmente comprensible. —¿En qué fase estoy yo? —Consiguió preguntar tragando saliva, pero con el ceño completamente fruncido.

—Fase cinco. —Le dijo el doctor emocionado y casi sonriendo. —Llegaste a la última fase. Eres un éxito rotundo.

Claire experimentó entonces unas terribles ganas de vomitar, mientras Leon seguía luchando consigo mismo por no acabar con el doctor, con Trizom y con el propio Alexis Belanova.

—Tenía mis dudas cuando el agente irrumpió en la 001 y abrió el tanque. Pensé que no lo conseguirías, y aún tendría que estudiar si tu supervivencia ha sido un milagro o es la forma natural en que la biología se adapta al nuevo entorno.

»Habría que monitorearte y comprobar tu reacción a diferentes estímulos, pero... te miro y... solo veo perfección.

»Quién sabe las cosas increíbles que podrás hacer con tantos dones que te hemos otorgado.

—¡CÁLLATEEEE! —Gritó Claire, levantándose de su asiento, llorando con desesperación y en definitiva, perdiendo todos los papeles. —¡NO SOY TU EXPERIMENTO! ¡NO TE PERTENEZCO! ¡NO TIENES NINGÚN PAPEL EN MI EXISTENCIA! ¡NO ERES NADIE PARA MI!

Claire estaba roja, cómo nunca Leon la había visto.

Sus ojos parecían más grandes. Su boca parecía más grandes. Su cuerpo, sus brazo, sus manos, parecían más grandes. Sus dientes... su voz... todo parecía mucho más grande en ella de lo que era habitual. Y Leon sintió la imperiosa necesidad de calmarla para que volviera en sí.

Se acercó a ella en dos zancadas y la abrazó.

La abrazo fuerte y la sostuvo mientras ella gritaba, fuera de sí sobre su pecho.

—¡LEON! —Gritaba a pleno pulmón. —¡¿QUÉ ME HAN HECHO, LEON?! ¡NOOOO!

Y Leon la siguió abrazando. A ella, a su llanto, a sus emociones. Porque pasara lo que pasara Leon siempre estaría ahí.

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Cuando Claire se hubo calmado, todavía con los ojos y los labios hinchados de tantas lágrimas, Leon cogió sus armas, ya cargadas, y se las guardó en sus respectivos lugares.

El doctor no había vuelto a hablar ni a mirar directamente a Claire. Parecía consternado pero orgulloso. Se merecía la más terrible de las muertes.

“Todo a su tiempo.”

Hunnigan se había vuelto a poner en contacto con Leon cuando la explosión de Claire pasó a fase de onda de calor y ya era posible hablar.

Le había asegurado que tenían una salida muy rápida y fácil.

Solo tenían que bajar al quinto piso, entrar en la sala de mantenimiento del servicio de ventilación, meterse en el tuvo de extracción principal que salía al exterior del peñón, y desde fuera, sin ser localizados, coger una lancha y volver a tierra.

Una vez en tierra, conseguiría dos vuelos rápidos hasta São Paulo y después de vuelta a casa.

Un plan realmente sencillo. En unas horas estarían de vuelta. Y Leon tenía munición suficiente para un plan que parecía poder evitar a tantos enemigos.

Leon se acercó al doctor y con nuevas bridas, volvió a atarle las manos. Había decidido llevárselo con ellos, para que respondiera a más preguntas, si es que estas surgían. Y también como moneda de cambio en caso de que algo malo ocurriera.

Lo levantó y lo empujó para que caminara frente a él.

Ayudó después a Claire a levantarse, que justo acababa de escupir el líquido limpiador de dientes de su boca y estaba lista para abandonar ese horrible lugar.

Salieron del despacho. De nuevo al aula 001.

El doctor usaba un palo de golf a modo de bastón y Claire iba agarrada al chaleco antibalas de Leon. Todavía seguía muy débil, pero el hecho de estar caminando casi sola, y de estar estabilizada, ya era mucho.

Cuando Claire miró el espacio, sintió como si alguien estuviera cogiendo su corazón y apretándolo con en un puño.

Ahí estaba el tanque. Abierto, verde y pegajoso.

Ahí estaban los cables, la agujas la mascarilla de oxígeno.

Parecía mentira que ella hubiera estado ahí dentro. Era como si eso le hubiera ocurrido a otra persona y no a ella.

—¿Ahí dentro me viste tú? —Le preguntó Claire a Leon.

—Sí. —Leon miró a Claire, azul contra azul. —La peor imagen que he visto en mi vida.

—Te habrás asustado muchísimo. —Pensó Claire en voz alta.

—No te haces una idea. —Respondió Leon, con el mismo deje en su voz.

Volver a entrar en el aula 001 se sentía como no haber estado ahí en año, cuando apenas habían pasado una pocas horas. 

“Horas muy tranquilas, por cierto.”

Avanzaron y Claire vio, tirado en el suelo, a un hombre girante, sin cara y sobre un suelo lleno de sangre.

A ella vinieron las imágenes de un gigante chupándola y manoseándola en el hotel Zalle, y supo entonces que se trataba del mismo hombre.

“Qué se joda.” Dijo la voz en su cabeza. “Estoy de acuerdo.” Concordó la otra voz. 

—Qué te jodan. —Le dijo Claire al cadáver, que al mirar, no despertaba en ella ni la más mínima compasión.

Estaba claro que en ese sitió había habido una buena pelea. Y no solo por el cadáver que lo demostraba, sino por todos los casquillos de bala en el suelo, todos los impactos por todas las paredes y todos los utensilios y cristales rotos aquí y allá.

Y no hacía falta ser un genio para saber que el causante de todo aquello había sido Leon. 

Su Leon.

Se situaron justo frente al telón corta fuegos para salir en dirección a los ascensores, esperando a que Hunnigan lo levantara, cuando esta comenzó a hablar muy alterada por el pinganillo.

—¡Leon! ¡Leon me han atrapado! —Comenzó a decir. —¡Me han localizado y me han expulsado de la habitación! ¡Estoy tratando de entrar, pero no paran de ponerme puertas para abrir! ¡Me han dejado fuera!

—¿Estás fuera del sistema? —Preguntó Leon, con cierta preocupación, queriendo confirmar. La misión estaba saliendo bien y relativamente fácil, gracias a Hunnigan.

—¡He perdido visión en las cámaras! Por eso estaban tan tranquilos, ¡estaban trabajando en expulsarme! —Hablaba alterada y velozmente Hunnigan que, por como sonaba al otro lado, sus dedos estaban en llamas tecleando.

—Pase lo que pase no olvides el protocolo, Hunnigan. —Le recordó Leon. —Si en dos horas no nos podemos poner en contacto, entran las doce horas de espera antes de la ayuda. ¿Queda claro?

—Cristalino. —Respondió Hunnigan. —Cre...os dais pr...sta los ascenso...ante con el pl... horas coger la mo... lograrlo, ¿verdad? —De repente, la comunicación por el pinganillo estaba fallando. No era la primera vez que le ocurría, pero siempre era un fastidio, porque entonces Leon se quedaba solo.

—¿Qué? —Preguntó Leon. —¡Hunnigan! ¡Se está cortando Hunnigan! ¡No te entiendo!

—¡Leon! ¡Le... oyes! ¡Cuida..! ¡Ya van! —Y la comunicación con Hunnigan se cortó del todo.

—¿Qué está pasando? —Le preguntó Claire a Leon, que había sido testigo de las reacciones y palabras de este. —¿Has pedido el contacto con Hunnigan?

—Sí. —Contestó Leon, ahora visiblemente preocupado. —Estamos solos.

Leon y Claire se miraron a los ojos con preocupación, cuando una voz masculina irrumpió en el aula 001 de forma casi estrepitosa.

—Le doy la bienvenida a mi laboratorio. —Dijo la voz masculina, al tiempo que de las pareces se abrían unos compartimentos que dejaban ver varios monitores que comenzaban a encenderse, mientras la voz seguía hablando. —Estoy encantado de poder conocerlo por fin. Señor Kennedy.

 

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Chapter 9: Memento Mori

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De las cuatro paredes del aula 001, se abrieron dos compartimentos en cada pared, que dejaban salir de su interior unos monitores que se encendieron a la vez, cuando la voz masculina les dio la bienvenida por los altavoces del laboratorio.

En las pantallas, apareció la imagen de un hombre. Este era joven, unos veintitantos. Tenía la tez pálida, los ojos grises y el pelo rubio casi blanco.

Poseía un hoyuelo en la barbilla y llevaba un afeitado muy apurado.

Su nariz recta, sus labios finos, sus pómulos marcados, encajaban con armonía en esa cara de mandíbula angulosa.

Sus cejas, de un rubio mucho más oscuro que su pelo, enmarcaban con elegancia la fiereza de sus ojos.

Y la sonrisa con la que los miraba a través de los monitores, dejaba ver unos dientes perfectos y blancos, que le hacían ver como un lobo.

El hombre en cuestión vestía un traje azul de tres piezas hecho a medida, y estaba sentado en un sofá grande, detrás de un escritorio vacío.

Tenía las manos unidas, con los dedos entrelazados, usándolas como apoyo para su mentón, mientras los miraba con complacencia y diversión. Más aún con algo escalofriante y peligroso.

En definitiva, podríamos decir que el hombre que se estaba dirigiendo a ellos, y más concretamente a Leon, era hermoso. Y de tan hermoso, era aterrador.

El doctor Benedict, agachó la cabeza ante la presencia de su señor.

Claire miraba al recién llegado con recelo y, casi inconscientemente, se juntó más a Leon, escondiéndose parcialmente tras su brazo.

 Leon lo miraba con el mismo desafío que sentía latiendo en su pecho. ¿Estaba teniendo un déjà vu o una entrada así ya había tenido lugar?

—¿Quién cojones eres tú? —Preguntó Leon, ni corto ni perezoso. Si había algo le daba menos miedo a Leon que un guaperas trajeado, era un guaperas trajeado a trasvés de una pantalla.

—Shhh... esa boca, señor Kennedy, ¿dónde están sus modales? —“Este tío, ¿está de coña?” —Pero tiene razón. Disculpa mi despiste. La emoción por conocerle me ha hecho ser un descuidado. Mi nombre es Alexis Belanova. Dueño y señor de Trizom Corporation.

Así que él era Alexis Belanova. El principal responsable de lo que le había ocurrido a Claire. Ahora Leon conocía la cara de aquel al que daría caza.

—Alexis. —Comenzó a hablar Leon.

—Qué bien suena mi nombre en su boca, señor Kennedy. —Le cortó Alexis.

Vale, sin duda este personaje era un experto en confundir y distraer al enemigo.

—Voy a por ti. —Amenazó Leon, señalando la pantalla que tenía justo en frente, con todo el calor de la ira acumulándose en su pecho.

—Me encantan los hombre lanzados. —Contestó Alexis, sin dejar de sonreír y totalmente ajeno a la amenaza que Leon le acababa de lanzar. Para él, provocar era un juego. —Pero, por favor, ¿Podríamos darnos primero la manita? ¿Prometes ser delicado conmigo? Aquí donde me ves, soy muy sensible.

Leon miró a Claire y Claire le devolvió la mirada. Ambos estaban totalmente confusos. ¿Ese tío era real? ¿Dónde estaba la cámara oculta?

—Creo que no lo estas entendiendo, niño. —Le volvió a hablar Leon. —Lo que te estoy diciendo, es que no voy a olvidar tu cara.

—¿Tan guapo de parezco? —Preguntó Alexis, alzando una ceja. Y apoyando sus manos en el escritorio, cruzó las piernas. Todo en él era opulencia y elegancia. —No contestes, lo sé, la magia de la genética. Mis padres también eran guapos.

—No olvidaré tu cara por otras razones. —Intervino Leon.

—Tú también eres muy guapo. Tienes una fiereza en la mirada que francamente me tiene en vilo. —Alexis suspiró teatralmente y se cogió a los brazos de la silla donde se sentaba. —Cuando me comunicaron que un agente de los Estados Unidos había entrado en mi territorio y estaba matando a todos mis hombres, te juro que no pensé encontrarme contigo.

»Llámame básico, pero creí que serías un calvo con cara de bulldog. Pero cuando te vi, —Alexis se inclinó hacia delante de nuevo, apoyando la mejilla en una de sus manos, soñadoramente. —, me quedé prendado.

»Esa fuerza, esa agilidad, esa puntería... su mirada, señor Kennedy. Tan desafiante. —Alexis se empezó a reír, de un modo casi distraído. Como si se hubiese olvidado de que le estaban viendo. —Qué ganas tengo de borrar esa fiereza con mis manos.

—Lo único que se va a borrar aquí, es esa sonrisa de payaso que tienes. —Le soltó Leon, cuya paciencia estaba empezando a agotarse.

—Ufff, sigue, no pares. —Dijo Alexis, sin dejar de sonreír echando la cabeza hacia atrás. Leon observaba en silencio. —¿Por qué paras? No sabes lo que me excita que me hables así.

Leon no dijo nada. Ese tipo seguramente no estaba en sus cabales. Pero si sí lo estaba, y simplemente estaba usando sus armas para desquiciar a Leon y empujarlo a cometer algún error, Leon tenía que ser más inteligente que él, y usar sus mismas armas.

—Alexis. —Volvió a llamarle Leon.

—Si vamos a tutearnos, entonces permíteme que yo también me dirija a ti por tu nombre. Leon. —Respondió Alexis, que no abandonada su papel de provocador ni para pestañear. —Aunque tengo que reconocer que Scott tiene un punto masculino muy irresistible.

—Como quieras. —Contestó Leon, que no estaba nada habitado a que nadie se dirigiera  él por su segundo nombre, pero que quería avanzar hacia algo que no fuera el tío más escamante del mundo tirándole la onda. —Mira Alexis. Aquí donde me ves, soy un tío muy despistado en ciertos asuntos, y me gusta que las cosas se hablen sin rodeos. Puede que me equivoque, pero por cómo te estás dirigiendo a mí y por las cosas que dices, creo que te gusto.

»Corrígeme si me equivoco, por favor.

—Te voy a corregir tantas veces, Leon. —Le contestó Alexis. —Y en tantas posturas diferentes, que no comprendo por qué aún tienes dudas.

Leon no pudo evitar sonreír. Ese tío parecía hablar muy en serio.

—En ese caso, ¿por qué no vienes aquí, y nos conocemos cara a cara? Te aseguro que gano en persona. —Le invitó el agente especial.

—¡Oh! Leon. No juegues con mi inteligencia, por favor. Solo me podría delante de ti si estuvieras maniatado. —Alexis volvió a suspirar. —He visto la facilidad con la que matas, y por más que me encantaría estar delante de ti, lo cierto es me quiero demasiado.

—Poco podrás corregirme, en tantas posturas diferentes como dices, escondido detrás de una pantalla. —Le provocó Leon. —Vamos, ven aquí. Y te prometo que será muy lento.

—Creo que no eres consciente de como me están poniendo tus palabras, Leon Kennedy. —Le contestó Alexis, llevándose una mano al mentón y mordiéndose el labio inferior. —Y si lo sabes, haces muy mal en ilusionar a un niño caprichoso.

»Siempre consigo lo que quiero. Y ahora tú estás en mi punto de mira.

—Pues entonces, como ya te he dicho, ven a buscarme. —Volvió a provocarlo Leon.

Claire agarró de la muñeca a Leon, al ver como la vena de su  cuello parecía querer estallar, recordándole que seguía ahí.

Alexis vio a través de las cámaras ese gesto y por primera vez desde que entró en escena, pudieron ver al joven serio y con cara de muy pocos amigos.

—Señor Bordet. —Llamó entonces a su científico jefe. 

—¿Señor Belanova? —Respondió Benedict, aún sin alzar la vista del suelo.

—Usted me informó de que la sujeto C.R.-01 había llegado a la fase cinco del experimento, ¿cierto?

Leon se salía de sí mismo, al escuchar cómo llamaban a Claire por su nombre de archivo. Iba a reventar todo aquello en cuanto Claire estuviera a salvo. Esto era demasiado personal.

Claire, al sentir la tensión tan elevada de Leon, se abrazó a su brazo, y mirándole, le dijo con los ojos que ella estaba bien. Y que mantuviera la calma.

—Así es, señor. —Contestó Benedict.

—Entonces, tal y cómo se demandaba de este experimento, el sujeto obedece mis órdenes, ¿cierto?

Tanto Leon como Claire se miraban ahora perplejos, y pasaron de mirar al doctor, a mirar a Alexis en las pantallas, a mirar de nuevo al doctor.

—B-bueno, s-señor, —Comenzó a hablar dubitativamente el científico. —Aunque el sujeto C.R.-01 ha demostrado una buena adaptabilidad al virus G, lo cierto es que no hemos tenido tiempo de comprobar ciertas cosas...

—¿Cómo dice? —Preguntó Alexis bajando tanto la voz, que de repente, ya no parecía un niño jugando con sus trenecitos.

—B-bueno, es que el agente Kennedy irrumpió en el laboratorio y sacó al sujeto de experimentación antes de tiempo de la crisálida.

»Dos meses no es tiempo suficiente para añadirle todos los parámetros que deseábamos.

—Me está usted queriendo decir, —Comenzó a hablar Alexis lentamente. —, que si yo, a esa mierda pelirroja le ordeno que deje de poner sus manos sobre el señor Kennedy, ¿no va a obedecer?

Todos se quedaron en silencio sepulcral, con dificultades para asimilar todo lo que acababa de soltar por esa boca el CEO de Trizom.

—N-no señor. No lo creo. —Contestó el doctor con cierto grado de terror en su voz.

—Entonces, ¿¡DE QUÉ ME SIRVE!? —Gritó Alexis golpeando su mesa, perdiendo completamente a compostura.

—No deja de ser un éxito rotundo, señor Belanova. —Siguió hablando el doctor. —La señorita Redfield...

—¿Señorita? —Cortó Alexis al doctor con voz gutural.

—El sujeto C.R.-01. —Se corrigió inmediatamente el doctor. —Ella ha respondido a muchas incógnitas y le ha dado sentido al  virus G. 

»Los estudios a partir de aquí serán mucho más viables. E inhibir su respuesta independiente para pasar a obedecer órdenes, será sencillo. 

»Solo tenemos que seguir monitoreándola.

Leon sacó de su cartuchera la Silver Ghost, y apuntó directamente a la sien del doctor.

Este, por la sorpresa, perdió el equilibrio y se cayó al suelo, protegiéndose la cabeza con los brazos, y temblando en postura fetal.

El silencio se apoderó del lugar.

—Hazlo. —Dijo entonces Alexis. —Me harías un gran favor. No quiero a más inútiles en mi equipo.

—Señor Belanova. —Dijo Benedict con sorpresa y suplica en su débil voz.

—Cállese y muera con dignidad, señor Bordet.

—Estoy amenazando con matar a tu científico jefe, ¿y te da igual? —Preguntó Leon con más hastío que curiosidad.

—No solo me da igual, Leon. Te suplico que lo hagas.

—¡Estás loco, joder! —Gritó entonces Claire. —¡Es una persona!

—¡La criatura defiende a su creador! —Dijo entonces Alexis. —Interesante.

Leon apuntó su arma hacia el monitor que tenía en frente y apretó el gatillo.

La pantalla se rompió en mil pedazos, pero no saltó por los aires, dejando un fondo negro.

La risa de Alexis Belanova llenó todo el espacio, y por el resto de monitores, se le podía ver carcajeándose con muchísima diversión. Sin duda el muy cabrón se lo estaba pasando bien.

—Leon, por favor, qué fácil eres de provocar. —Comentó el CEO mientras se abrazaba el torso, doblado de la risa. —Me encantas, de verdad te lo digo. Necesitas domesticarte.

»Cuanto te ponga las manos encima, voy a disfrutar muchísimo.

—Ya nos ha quedado clara tu orientación sexual y a nadie le importa, tío. —Le contestó Leon con muy pocas ganas de jugar a su juego. —Así que si no tienes nada más que añadir, adiós.

Leon comenzó a disparar a todas las pantallas, que pasaban de Alexis a la nada, en el acto.

—¡Espera, espera! —Dijo entonces Belanova, cuando solo quedaba un monitor intacto. —Sí que tengo algo que decir.

»En primer lugar, no tengo orientación sexual, amor mío. Soy sádico. Me gusta poseer y dominar aquello que parece indomable. Como tú. Me da igual lo que tengas entre las piernas, pero la belleza es importante.

»En segundo lugar, has robado algo que me pertenece, Leon. Y a mí nadie me roba. —La cara de Alexis cambiaba más que una veleta. En un momento estaba riendo y al otro estaba serio como un cura. —Pero como te tengo aprecio, te daré la oportunidad de devolvérmelo sin más consecuencias que una cenita romántica. —Y volvió a cambiar su cara a una sonrisa seductora, acompañada de un guiño de ojos. —Y como no soy un monstruo, no solo dejaré que te despidas de C.R.-01, ya que pareces haber desarrollado sentimientos hacia ella; sino que también dejaré que la visites cuando vuelva a su crisálida.

—Eres un hijo de puta y te voy a matar. —Le cortó Leon.

—No me interrumpa señor Kennedy o dejaré de ser tan benevolente. Lo único que se interpone entre mis cien hombres esperando detrás del telón de seguridad y usted, soy yo. Así que guarde las formas y diríjase a mí con el debido respeto.

Leon guardó silencio. No tenía mucho más que añadir.

—Y en tercer lugar, —Continuó hablando Alexis. —ha destrozado un laboratorio que cuesta una fortuna, señor Kennedy. 

»Ciertamente no me va a llevar a la banca rota pero, y disculpe mi vocabulario, me jode que otros rompan mis juguetes. 

»Ya resolveremos este asunto usted y yo a solas.

Alexis volvió a guiñarle un ojo a Leon.

—¿Has acabado? —Preguntó Leon pacientemente.

—No, hasta que no te tenga de rodillas entre mis piernas.

Y dicho lo cual, Leon disparó al último monitor, quedando el espacio en silencio. 

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Poco duró la calma.

En el momento en que Leon disparó al último monitor, la voz de Alexis volvió a llenar el espacio, al tempo que el telón corta fuegos empezaba a elevarse.

—Por favor, caballeros, quiero al experimento C.R.-01 con vida. Y si para eso tenéis que usar la fuerza bruta, adelante.

»En cuanto al señor Kennedy, por favor, apresadle pero no le hagáis ningún daño. Lo quiero intacto para cuando sea mío.

»Matad al doctor Bordet.

Y entonces la voz de Alexis se apagó y el único sonido que se les metía en la cabeza, como una amenaza, era el sonido del telón corta fuegos al elevarse.

Leon miró a su alrededor, comprobando que en el aula 001, no solo no tenían salida, sino que no tenían una buena situación para protegerse. 

Y ahí iban a haber tiros.

—Tenemos que retroceder. —Dijo Leon, señalando el despacho del doctor, que tenía la puerta cerrada. —Rápido.

Claire corrió hasta donde estaba el doctor tirado en el suelo y lo ayudó a levantarse.

—Podríamos necesitarle. —Le dijo Claire a Leon, cuando este se quedó mirándola sin entender.

El doctor era importante antes, cuando podía ser una buena moneda de cambio o un escudo disuasorio.

Peor ahora que tan solo era un objetivo a destruir de Belanova, lo cierto es que pasaba de ser útil, a ser un protegido. Y Leon no estaba por la labor de protegerle de ningún modo.

Si Alexis Belanova quería darle caza, por Leon estaba todo bien.

Pero Claire pensaba diferente. Siempre vería, antes que cualquier cosa, a un hombre herido y desarmado.

Leon se acercó y, colocando un brazo del doctor por encima de sus hombros, ayudó a Claire a llevarlo ante la puerta del despacho.

Y resultó que el doctor ya estaba siendo útil antes casi de empezar el enfrentamiento.

—Benedict. —Le habló Claire. —Abra la puerta. Nos esconderemos aquí.

El doctor, sin rechistar de ninguna manera, —como si solo estuviera ahí su cuerpo. —, apoyó su mano en el lector biométrico, permitió la lectura ocular, la métrica del aliento, y la puerta se abrió.

Cuando entraron, la puerta se cerró tras ellos.

Benedict trató de poner un cierre de seguridad, de forma que esa puerta solo pudiera abrirse si él lo deseaba, pero cuando se dispuso a hacerlo, en la pantalla biométrica aparecieron unas letras en rojo que decían, básicamente, que el doctor Benedict B. Bordet estaba fuera del sistema.

—Me han echado. —Dijo el doctor con resignación. —Ya no soy nadie.

—No diga eso Benedict, resistiremos como sea. —Le contestó Claire.

—No tenemos muchas opciones. —Comentó Leon, que volvía del baño después de comprobar suelos y techos. —Este es un callejón sin salida.

—¿Y qué hacemos? —Preguntó Claire, alterada por la situación. 

—Luchar. —Contestó Leon, sin una mejor idea. —Propongo que hagamos una barricada en la puerta con los muebles y desde el otro lado disparemos con tino.

Dicho esto, Leon cogió el fusil y se lo entregó a Claire.

—¿Podrás usarla? —Preguntó Leon.

Claire cogió el fusil entre sus manos, cerró los ojos a inspiró profundamente, antes de soltar el aire de golpe y asentir mirando a Leon.

—Puedo hacerlo. —Contestó con firmeza.

—¿Y yo qué? —Preguntó entonces el científico, que parecía haber recuperado las ganas de vivir.

—Tú puedes formar parte de la barricada. —Dijo Leon, que en realidad hablaba en serio.

—¡Leon! —Dijo Claire, dándole un codazo a su compañero en el brazo. 

—No puedo entregarle un arma a este cabrón. —Le contestó Leon a Claire. —Creo que las razones son obvias.

—Sí, lo son. No te pido que le des una arma. —Le contestó Claire. —Pero estaría bien que no quieras usarlo como escudo humano.

Leon se encogió de hombros al tiempo que cogía el cheslong, y lo apoyaba en vertical delante de la puerta.

—Doctor, usted quédese detrás o escóndase en el cuarto de baño. —Le dijo Claire a Benedict, quien la miraba con una expresión entre admirado y orgulloso.

—Me quedaré aquí detrás. —Contestó, cojeando hasta detrás del escritorio. —De todas formas, cuando entren me matarán. Da igual si estoy aquí o en el baño.

Leon ya había colocado la silla Eames junto al cheslong en la puerta, cuando escucharon al otro lado un fuerte sonido de aspiración, acompañado de la sirena de la puerta guillotina del aula 001.

—Ya están aquí. —Susurró Leon, mientras acudía al lado del escritorio del doctor, lo despejaba y lo tumbaba en el suelo.

Comenzó a arrastrarlo hasta la puerta y trató de ponerlo en vertical para dar mayor apoyo a los muebles que estaba justo delante.

—Te ayudo. —Dijo Claire, quien colgando el fusil de su espalda, comenzó a levantar el escritorio.

Entre los dos consiguieron hacerlo y chocaron sus puños.

Claire ganaba fuerza por momentos. Cada vez parecía menos débil. Hacía un momento estaba al borde de la muerte, y ahora ayudaba a Leon a levantar un mueble de madera maciza, no sin esfuerzo, pero con gran fuerza.

Era increíble.

Se apoyaron de espaldas en el mueble y escuchaban como los soldados daban señales de entrar tirando granadas de humo.

—En cuanto abran la puerta, esto va a ser una carnicería. —Le decía Leon a Claire. —Asegúrate de cubrirte. Es más importante que te cubras a que dispares, ¿lo entiendes? Dispara solo si ves un hueco con claridad.

—Entendido. —Contestó Claire, agarrando con fuerza el fusil, mientras escuchaba a Chris en su cabeza dándole lecciones sobre cómo usar un arma con un poder tan elevado como esta.

“El fusil es un arma de gran poder, ¿por qué?” Le preguntaba Chris en su lección de armas de fuego.

“Tiene un gran poder de impacto y además permite disparos a gran distancia.” Contestaba la joven Claire.

“¿Cual es la característica principal que la convierte en un arma tan versátil?” Preguntaba de nuevo Chris.

“Que el fusil permite realizar ráfagas de tiro tanto, como tiros individuales.” Contestaba Claire.

“¿Y por qué eso es una ventaja?” Preguntaba de nuevo Chris.

“Porque puedes eliminar tanto a grandes grupos juntos, como a objetivos uno por uno.” Contestaba Claire.

“Es decir, que tiene un gran poder disuasorio para abrir caminos, así como ofrecer una puntería de tiro letal.” Añadía Chris. “Muy bien, empollona. Ahora, te explicaré su funcionamiento.”

Y mientras el silencio se adueñaba del lugar, Claire fue recordando cada parte del arma que tenía entre manos, su funcionamiento y las claves que su hermano le había enseñado para evitar el desperdicio de balas. 

Únicamente se escuchaba, al otro lado de la puerta, el humo que salía de las diferentes granadas que los soldado habían lanzado ahí fuera.

—Leon. —Empezó hablando Claire. Por más que supiera que estaba preparada para defenderse, tenía miedo. Ella no quería volver al tanque. Acababa de volver a la vida, no quería que la atraparan y la volvieran a manipular.

Pero también temía por Leon. Alexis Belanova lo quería para él. Y estaba claro que solo quería torturarlo. Solo de imaginarse a Leon sufriendo, la pelirroja sentía dos punzones atravesar su corazón. Dolor y culpa.

Leon no estaría ahí si no fuera por ella.

—No digas nada. —Dijo Leon, interrumpiendo sus horribles pensamientos. —No vamos a morir aquí. —Añadió, suponiendo que Claire querría decir unas palabras de despedida. Pero Leon tenía la determinación de hacerlos volar por los aires a todos, antes que permitir que la volvieran a atrapar.

Claire asintió, y ambos volvieron a quedar en silencio.

Leon escuchaba, con oído de felino,  como los soldados empezaban a entrar en el aula 001 con cautela, mirando en cada rincón, buscándolos.

Pronto se darían cuenta de que no estaban ahí sino en el despacho contiguo.

Fue entonces, cuando Leon se quedó mirando los grandes ventanales del despacho. Esos que mostraban un precioso jardín francés.

No era un paisaje real, sino unos monitores tras unos ventanales.

—Doc. —Empezó a hablar Leon, bajando la voz. —Sabes que ese paisaje que siempre has disfrutado aquí dentro, no es real, ¿verdad?

El científico, que estaba sentado en el escalón a doble altura de su despacho mirándose las manos, levantó la vista hacia Leon, con una expresión cuidadosa en su rostro.

—Sí, claro que lo sé. —Respondió con cautela.

—Me pregunto si alguna vez cambia el paisaje. —Volvió a hablar Leon.

—No, nunca. —Contestó el doctor.

—Y, ¿nunca se han estropeado los monitores? ¿Cómo hacen el mantenimiento?

—Sí, bueno. Llevan un mantenimiento. Como todas las instalaciones de Triz... —El doctor entonces se quedo en silencio, como si hubiera caído en algo. —Este despacho tiene un doble fondo para poder tener estos monitores.

—Esperaba que dijeras eso. —Contestó Leon, sonriendo. Tenían un plan.

—Cuando hacen el mantenimiento, se meten ahí detrás a través del armario. —Comunicó entonces el doctor, poniéndose de pie a duras penas, con ayuda del palo de golf.

—Claire, ve a mirar. —Le dijo Leon.

Claire acompañó al doctor al armario, y lo que vio ahí era simplemente un armario pequeño con algunos efectos personales de doctor. 

—Aquí no hay nada. —Susurró Claire.

—No todo es lo que parece. —Dijo entonces el anciano, al tiempo que descorría un trozo de la madera del fondo, dejando ver un teclado numérico.

El doctor metió cuatro números y, con el sonido metálico de un cerrojo corriéndose, el fondo del armario se abrió, dándoles paso al doble fondo del despacho, donde estaban los monitores de los ventanales.

Leon escuchó a sus espaldas a los soldado colocándose a los lados de la puerta del despacho, dispuestos a abrirla.

—Entrad. Rápido. —Susurró Leon, al tiempo que se dirigía al armario y entraba con ellos dentro.

Tras de sí, la puerta de fondo del armario se cerró, corriendo de nuevo el pestillo, pero con picaporte interno que permitía la apertura desde ese lado.

El doctor miraba el suelo, buscando algo con premura.

—Tiene que estar por aquí. Tiene que estar por aquí. —Decía el viejo.

—¿Qué está buscando? —Le preguntó Claire. —Le ayudaré.

—Tiene que haber una trampilla. —Dijo el doctor. —Por todo el laboratorio hay pasillos de servicio. Es por donde se mueven las personas de mantenimiento, cuando las aulas o los despachos están cerrados.

»Me consta que en mi ausencia, aquí han venido a pasar revisiones de los monitores. Por eso por aquí debe haber una puerta o una trampilla por donde acceder.

Los tres comenzaron a buscar. Pero el espacio era pequeño. Si había una trampilla, tenían que estar viéndola ya.

—Esperad. —Dijo Claire. —El suelo tiene moqueta.

—Y parece recién puesta. —Añadió el doctor.

Leon se agachó y comenzó a golpear cuidadosamente el suelo, en busca de un sonido hueco.

La puerta del despacho se abrió en ese momento.

—¡Salgan de ahí, con las manos en alto y desarmados! —Gritaba la voz de un soldado.

—Date prisa, Leon. —Le susurró Claire a su compañero.

—¡Lo tengo! —Susurró Leon, cogiendo su cuchillo de combate y cortando un cuadrado en el suelo.

Acto seguido, abrió la trampilla. El fondo era tan oscuro, que aunque tenía escaleras de mano, requería valor bajar por ahí.

Leon sacó unos tubos fluorescentes de una de las muchas riñoneras que llevaba atadas al cuerpo, y doblándolas en dos, estas empezaron a brillar.

Las tiró por el hueco y ahora ya podían ver el fondo. La caída era alta, sin duda.

—Claire. —Dijo Leon, acompañando sus palabras con un gesto amable de la mano, en el cual le cedía el paso a la pelirroja.

Claire, colgando el fusil de su espalda, comenzó la bajada sin perder el tiempo.

El siguiente en bajar fue el doctor, que por cómo tenía una de sus piernas, debía bajar con más dificultad y sin duda de forma más lenta que los demás.

—Bajo enseguida. —Dijo Leon, alejándose de la apertura en dirección al armario.

—¡Leon! —Llamó Claire en un susurró, tratando de impedir que Leon se pusiera en peligro, pero inútilmente.

Los soldados, al otro lado, habían tirado las barricadas y varias granadas de humo.

Mientras entraban sigilosamente, Leon abrió desde dentro el fondo del armario y después la puerta exterior del este.

Y sin que nadie se diera cuanta, lanzó una granada explosiva al centro del despacho, cerró la puerta del armario y el fondo, y se metió dentro de la trampilla, cerrando esta tras de sí.

—¿Qué ha sido eso? —Preguntaba un soldado.

Todos miraron entre el humo, como una granada explosiva rodaba hasta el centro del despacho, sin la arandela de seguridad. 

—¡Granada! —Gritaba uno de los soldados y ¡PUM! ya no volvió a gritar más.

El despacho voló por los aires, destrozando todos esos muebles increíbles, todos esos libros viejos y todos esos cachivaches médicos de incalculable valor.

Pero las ventanas, que por supuesto eran de cristal de blindaje; las paredes, que solo perdieron su papel pintado; y el armario, cuya puerta quedó destrozada pero el fondo seguía perfectamente camuflado, no sufrieron ningún daño.

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Leon encabezaba al grupo, con su Silver Ghost en una mano y una linterna en la otra, mientras avanzaban sigilosamente por unos pasillos estrechos y altos.

El glamour del laboratorio, estaba exclusivamente reservado para los científicos, a juzgar por el aspecto de ese lugar.

No tenía nada especialmente desagradable que destacara, simplemente se acabaron los revestimientos blancos y pulidos, dando paso a suelos, techos y paredes de hormigón armado.

Arriba en el techo, tenían fluorescentes, pero habían decidido no encender la luz por si ese espacio estuviera monitoreado. En algún momento sus enemigos sabrían cómo habían huido del despacho, no podían ser tan tontos. Pero mientras lo descubrían y no, ellos no les iban a facilitar ninguna información.

Claire iba detrás, sirviendo de apoyó para el doctor, de tal forma que pudieran avanzar un poco más rápido.

Leon parecía más conforme ahora de que el doctor los acompañara, pues había sido gracias a él que habían conseguido huir de una batalla perdida, demostrando ser de gran ayuda.

Pero en el fondo seguía disgustándole la idea de que ahora el doctor formara parte de su equipo, pues le consideraba el principal culpable de todo ese asunto.

Puede que Alexis Belanova fuera quien diera las órdenes. Pero si ningún científico aceptara el trabajo, daría igual cuantas órdenes diera, nadie las ejecutaría y su poder no existiría.

Y Claire no habría pasado por todo lo que había pasado y presumiblemente, por todo lo que le quedaba por pasar.

Nadie sabía qué ocurriría con ella a partir de ahora, o de que forma el virtus G alteraría su vida y la vida de todos quienes la querían.

Tendrían que ser pacientes y darle tiempo al tiempo para saber a que se estaban enfrentando y hasta dónde podría llegar Claire.

Los pasillo de mantenimiento parecían seguir la estructura circular de todo el laboratorio, así que tenían que ir con los ojos muy abiertos para no volver al punto de partida, lo que les haría perder un tiempo de huida maravilloso. Haber escapado del despacho, no significaba, ni por asomo, que estuvieran fuera de peligro.

Cuando llegaron a un pequeño recodo, al final de un tramo de pasillo no circular, vieron una luminaria de emergencia sobre una puerta metálica.

Avanzaron hasta ella y la traspasaron.

Al otro lado se encontraron en el rellano de unas escaleras de paso.

Esa zona estaba iluminada con luminarias de emergencia, así que Leon guardó su linterna.

A un lado del rellano había una alarma anti incendios y un extintor; y al otro lado, una manguera y un hacha, guardados en sus respectivos gabinetes de cristal.

Leon golpeó el gabinete de la manguera provocando un estrépito que se hizo eco en ese lugar tan desprovisto de vida y,  sacando la manguera, ató el manillar de la puerta entre sí, para evitar que cuando inevitablemente les siguieran, pudieran abrirla desde el otro lado.

—¿Hacia dónde? —Preguntó Claire.

—Vamos a seguir el plan de Hunnigan. —Comunicó Leon. —Bajaremos hasta el último piso, entraremos en la sala de ventilación y huiremos por los conductos hasta el exterior.

»Aunque nos siguieran los pasos, aquí perderían nuestras pistas. No saben hacia donde nos dirigimos. —Comunicó Leon, sin bajar la guardia.

—Pero tienen cámaras de vigilancia por todo el laboratorio. En algún momento nos verán. —Señaló acertadamente el doctor.

—Para cuando nos localicen en el sector cinco, estaremos demasiado cerca de la salida como para que nos puedan detener. —Observó Leon.

El doctor no parecía convencido. Se veía por su expresión que había algo que le preocupaba.

—Escúpelo. —Le instó Leon.

—El sector cinco no me gusta. —Comenzó a decir el científico. —Es el lugar dónde acaban todos los experimentos.

—¿Experimentos fallidos? —Preguntó Claire.

—No,no, ahí acaban todos. Es como un gran almacén de criaturas que han llegado a su completa evolución. La mayoría ni siquiera son de cosecha propia.

»Pero también acaban ahí los fallidos, dónde son eliminados.

—Ahí habría acabado yo. —Pensó Claire en voz alta.

Leon, que estaba justo en frente, alargó la mano para tocarle el hombro a la pelirroja, dándole ánimos.

Iba a necesitar mucha ayuda cuando volvieran a la libertad de sus vidas. Pero ese no era ni el momento ni el lugar para pensar en  lo que  Claire iba a necesitar en el futuro.

La pelirroja, colocó su mano sobre la mano de Leon y se la acarició, diciéndole con la mirada, que estaba bien.

—Correremos el riesgo. —Dijo entonces Leon, ante la mirada de preocupación del doctor. —Podemos esquivar las zonas peligrosas. Conoces este laboratorio, ¿no? —Le preguntó Leon a Benedict

—No. En realidad no. —Contestó Benedict, encogiéndose de hombros. —Solo conozco las actividades que se hacen ahí abajo, pero yo nunca he estado en ese sector. Yo solo trabajaba en mi aula asignada.

»Los celadores son quienes bajan ahí cuando les entregamos un sujeto. Una vez cruzan las puertas de nuestro área, no sabemos qué o cómo suceden las cosas ahí abajo. 

»Solo sé que los experimentos que triunfan se almacenan y los que no, se destruyen.

El doctor miraba a Leon y a Claire mientras hablaba, queriendo hacerse entender.

—Vamos, que iríamos a ciegas. —Concluyó Claire.

Los tres quedaron en silencio un momento.

—Bueno, estaremos yendo a ciegas nos movamos por donde nos movamos. —Señaló Leon. —Si lo que dices es cierto, doc, y nunca has salido de tu aula, tampoco conocerás el resto de espacios.

—No. Soy un hombre muy entregado a mi trabajo agente Kennedy. —Contestó el científico mirando a Leon. —No ando por ahí dando paseos cuando puedo estar descubriendo algo a través de un microscopio.

—¡Oh! Digno de admiración, Boris. —Le contestó Leon, que no terminaba de tragar al científico.

—Entonces, ¿qué hacemos? —Volvió a preguntar Claire.

—Sigamos el plan de Hunnigan. —Dijo Leon.

El doctor se veía disconforme, pero no dijo nada. Al fin y al cabo, Leon tenía razón. Fueran a  donde fueran, iban a ciegas. Y aunque el nivel cinco era peligrosos, también era el lugar dónde encontrarían la salida.

Los tres comenzaron a bajar las escaleras metálicas, sin poder evitar el ruido que estas hacían bajo sus pisadas.

El lugar era oscuro, pero por lo que podían escuchar, estaban solos y no parecía que nadie les estuviera pisando los talones.

Lo cierto es que tanto silencio por parte del enemigo, nunca significaba nada bueno. Siempre era preludio de un buen ataque.

El doctor Benedict bajaba las escaleras muy despacio pero sin dolor. Y Claire seguía siendo el hombro que le ayudaba.

Leon iba un tramo de escalera por delante, asegurándose de que el camino seguía libre.

A medida que iban descendiendo, el calor del lugar aumentaba. No era un calor insoportable, pero desde luego existía un cambio de temperatura notable que esperaban, no fuera a más.

—Es aquí. —Dijo Leon, cuando llegó al rellano final, (que era exactamente igual que el resto de rellanos.), a la espera de Claire y el doctor.

—Pues vamos. —Dijo Claire.

El doctor los miraba con cara de miedo.

Leon abrió  despacio la puerta de metal, cuyos marcos parecían llenos de algún tipo de moho negro, así como el umbral.

La puerta parecía más pesada y vieja que la del tercer piso. Y esta gemía al abrirse, haciendo que el sonido viajara por todo el espacio, tanto en la zona de las escaleras como en el pasillo de mantenimiento al otro lado.

 El agente especial asomó parcialmente la vista.

La luminaria de emergencia al otro lado de la puerta, iluminaba muy poco el espacio, y Leon creyó ver, en la oscuridad del fondo, cierto movimiento.

Cogió su linterna y apuntó hacia ese lugar, comprobando que no había nada. Tal vez su imaginación le estaba jugando una mala pasada.

Pero lo que sí pudo comprobar, es que ese espacio era muy diferente al pasillo de mantenimiento del tercer piso.

La construcción era de hormigón, si duda, pero por encima de esta, parecía haber una tela de araña cárnica que lo recubría parcialmente.

Leon cerró la puerta a sus espaldas y, cerrando los ojos, echó la cabeza hacia atrás.

—¿Qué pasa? —Preguntó Claire con preocupación. Que Leon no diera paso inmediatamente, significaba que algo iba.

—Sinceramente, no tengo ni idea. —Contestó Leon riéndose y apoyando su peso en sus rodillas. —Pero lo que hay ahí dentro es sin duda algo muy chungo. —Dijo, alzando la vista para mirar a Claire.

—¿Veis? Os lo dije. En este piso se guardan todos los experimentos. —Apuntó el doctor.

—Ya, pues lo que quiera que haya hecho la decoración ahí dentro, no está muy guardado que se diga. —Señaló Leon.

—Pero es el pasillo de mantenimiento. —Dijo Claire. —Por ahí pasará a diario el personal de mantenimiento, ¿no? No puede estar tan mal.

—Dudo mucho que por ahí haya pasado nadie desde hace tiempo. —Añadió Leon.

Los tres se quedaron en silencio momentáneamente.

Entonces escucharon un ruido que parecía venir de los pisos superiores. Una puerta al abrirse.

—¡Han pasado por aquí! —Decía una voz masculina. —Han obstaculizado la puerta con la manguera.

—Vamos, no me jodas. —Dijo Leon en voz tan baja, que prácticamente se lo dijo para sí.

—Nos quedamos sin tiempo. —Dijo Claire. —Sigamos. —Propuso.

—¿Hablas en serio? —Le inquirió el doctor.

—Es eso o morir. —Le contestó la pelirroja. —Al menos ahí dentro tendremos una oportunidad.

—Subamos al cuarto piso. —Propuso el doctor.

—Tendremos que bajar nuevamente para seguir el plan de huida. Estaríamos perdiendo el tiempo. —Volvió a contestar Claire.

—¿No es mejor perder el tiempo y vivir, que morir directamente? —Preguntó de nuevo el doctor.

—Para ser justos, aquí solo morirías tú. —Intervino Leon, con ganas de molestar al cobarde Boris —A Claire la volvería a encerrar y a mi me sodomizarían. Peros seguiríamos vivos. —Y dicho esto, sonrió al doctor quien puso los ojos en blanco.

Arriba se escuchaban los golpes de los soldados tratando de abrir la puerta a base de fuerza bruta.

—Yo digo que sigamos por aquí y nos defendamos con las armas que tenemos. —Dijo Claire.

—Yo creo que, mientras podamos, deberíamos intentar pasar por el nivel cuatro. —Propuso de nuevo el doctor.

En ese momento, la puerta del tercer piso se abrió de golpe, y los soldados comenzaron a subir y bajar las escaleras buscándolos.

—Y yo opino que nos hemos quedado sin opciones. Todos a dentro. —Dijo Leon, rompiendo de un codazo la galería de emergencia con el hacha dentro y, entrando en el nivel cinco detrás del doctor, usó el largo mango del hacha para bloquear la puerta y seguir retrasando al enemigo.

—Leon, luz. —Susurró Claire.

Leon encendió su linterna y ahora Claire y el doctor pudieron ver a lo que Leon se refería.

Sin duda el lugar era escalofriante. Tan parecido a otros escenarios que tanto Leon como Claire tuvieron que ver y a los que tuvieron que sobrevivir.

El aspecto de esas extrañas redes de carne que cubrían el espacio eran frescos. Como si fueran venas que bombearan vida. Aunque seguro que estas lo que bombeaban era la propia muerte.

La linterna de Leon era una pequeña linterna ideada para colocar bajo la pistola, por lo que no tenía un gran alcance.

Es decir, que alumbraba solo unos pocos metros por delante de ellos.

A Leon le había parecido ver antes movimiento en la oscuridad. Ahora estaba seguro de que no estaban solos ahí abajo.

Comenzaron a moverse de forma muy sigilosa, pisando ese suelo visceral y en fila.

El olor que lo envolvía todo era sin duda cárnico y ferroso, como el olor en las carnicerías; pero al mismo tiempo terroso y sulfuroso. Muy desagradable, sin duda, aunque no tan repugnante como el olor de los zombies.

Leon encabezaba la marcha, iluminando el camino; detrás le seguía el doctor, que sin el apoyo de Claire se movía con demasiada lentitud; y cerrando la fila, Claire, que miraba hacia atrás de cuando en cuando, aunque poco podía ver entre toda esa negritud. La luminaria de emergencia servía de bien poco al estar así misma recubierta de la telaraña de carne.

Llegaron a unas escaleras de mano, que subían hasta el techo, tal y como ocurriera cuando abandonaron el despacho del doctor Benedict.

Por supuesto, estas tenían el mismo recubrimiento venoso por encima que el resto del lugar, así que habría que subir con cuidado. 

A dónde les llevaría esa trampilla, es algo que ninguno podía saber, pero de momento, abandonar ese lugar tan pintoresco era prioritario.

—Claire. —Llamó Leon. —Ve tú primero, yo defiendo desde aquí.

Claire asintió y dejando que el fusil le colgara de la espalda, comenzó a subir con cuidado.

Un ruido a su izquierda llamó la atención de Leon, quien señaló hacia el lugar con su pistola y su linterna. 

—¿Qué ha sido eso? —Susurró el doctor aterrado. —Parecía un alarido.

—¡Shhh! ¡Cállate! —Le cortó Leon, mientras avanzaba en la oscuridad, con los ojos bien abiertos.

—¿Pero a dónde vas? —Volvió a susurrar el doctor. —No me deje solo, por favor.

Mientras, después de un buen trecho, arriba del todo, Claire levantaba unos centímetros la trampilla para mirar lo que les esperaba al otro lado.

Parecía una sala bien iluminada y muy blanca. Tal vez era un comedor o una sala de espera.

El lugar estaba vacío y parecía agradable. O al menos más agradable que el  escabel de sangre a sus pies.

Cerró la trampilla y llamó desde arriba en voz baja. 

—¡Leon! ¡Benedict! ¡Despejado! 

Acto seguido, empezó a oír en la oscuridad el sonido de alguien subiendo por las escaleras.

Era el doctor, con los ojos muy abiertos, y respirando forzosamente.

—¿Dónde está Leon? —Preguntó Claire.

—Subiendo tras de mí. —Contestó el doctor.

Entonces Claire abrió la trampilla, y subió hacia ese nuevo espacio, echándole una mano al doctor para salir.

Pero tras el doctor, no subió nadie más.

—¿Y Leon? —Volvió a preguntar la pelirroja.

Leon seguía ahí abajo, avanzando en la oscuridad, siguiendo el gutural sonido de unos alaridos informes.

Fuera lo que fuera lo que estaba haciendo ese ruido, seguro que era responsable de toda esa red sangrante que lo cubría todo.

Fue en ese momento cuando vio colgando del techo, ahorcado en venas y con el abdomen totalmente abierto, a un hombre que aluna vez fue el de mantenimiento. Evan se llamaba el pobre desdichado.

Tenía los ojos abiertos cubiertos por la tela rosácea, y la boca descolgada en un rictus final de dolor.

Ese cadáver llevaba tiempo ahí, descomponiéndose poco a poco, a juzgar por el hedor.

Leon creyó ver unas piernas perderse en un recodo, justo detrás del cadáver y se acercó para comprobar qué era lo que había ahí abajo y asegurarse de que no les siguieran.

Pero cuando giró en el recodo y alumbró el lugar, la sorpresa fue que lo que ahí había no era una sola criatura, sino varias, tal vez diez.

Agazapadas, unas encima de otras, como si estuvieran durmiendo en su propio nido de excrementos.

Leon nunca había visto criaturas así. Porque simplemente parecían personas.

Personas desnudas, con la piel rosa y brillante, con pelo negro y lacio en sus redondas cabezas. 

Caras alargadas, barbillas alargadas, bocas alargadas. Narices incompletas, ojos caídos, y extremidades muy grandes.

Leon apagó la linterna y comenzó a retroceder.

Sin saber qué clase de criaturas eran esas, no le parecía sensato abrir fuego. Le superaban en número y puede que las balas no fueran suficiente para acabar con ellas.

Lo mejor sería volver sobre sus pasos hasta la trampilla.

Con la mano en la pared, comenzó a retroceder sin hacer ningún ruido.

Miró a sus espaldas y vio, a cierta distancia, una luz blanca en cenital que descendía desde el techo. Era la luz a través de la trampilla por donde subieron Claire y el doctor.

Siguió retrocediendo, sintiendo las vísceras aplastarse bajo sus botas, y los relieves de las vinosidades húmedas bajo la palma de su mano, cuando al fondo, allá donde dejaron la puerta atrancada con un hacha, los soldados comenzaron a golpearla, armando un gran estrépito que se escuchaba por todo el pasillo.

Leon tenía que correr hasta las escaleras de mano y subir, antes de que esas cosas despertaran y fueran a por él.

Pero justo estaba pensando en ello, cuando sintió una mano posarse sobre su mano en la pared.

Entonces Leon encendió su linterna y encontró a un palmo de su cara, la cara de una de esas bestias, con la boca abierta enseñando unos dientes como sierras y con los ojos caídos velados por la misma carnosidad rosa que lo envolvía todo.

Leon apretó el gatillo de su pistola, y la criatura salió disparada hacia atrás, al tiempo que el agente especial corría hacia las escaleras de mano, escuchando a sus espaldas cómo el resto de criaturas se despertaba y corrían en su busca.

Justo cuando Leon empezaba a subir las escaleras de mano, los soldados tiraron a bajo la puerta de salida, llamando la atención de todas las criaturas que ahí habitaban. 

Leon sintió como por debajo de él tenía lugar una estampida rosa de alaridos guturales y gritos de hombres que estaban hallando la muerte.

Ya arriba, Leon se encontró con la mano que Claire le ofrecía para subir y, una vez fuera, cerraron la trampilla, volviendo a dejar aquel lugar sumido en la oscuridad.

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—¿Qué demonios era eso? —Preguntó alterado el doctor, pues aunque ciertamente no había visto nada, desde ahí arriba habían escuchado los tiros, los gritos y los alaridos monstruosos.

—Una fiesta que acabó mal. —Contestó Leon con ironía. —Pero me encontré con el de mantenimiento. Evan. Y te envía saludos desde el más allá.

—¿¡Qué?! —Soltó el doctor en apenas un susurro. —Dios mío. ¿Cómo es posible que algo tan grave como que se escapé un sujeto experimental sea algo que nadie ha denunciado?

»Llevo años trabajando en mi área del tercer piso, y nunca imaginé que algo así estuviera sucediendo justo debajo de mis pies.

»¡Es aterrador!

—Ya. Bueno. Todo lo que hacéis aquí es aterrador.—Añadió Leon como recordatorio para el doctor de que estaba en el mismo saco inmoral que el resto de sus colegas, trabajasen en el nivel en el que trabajasen.

Claire había retrocedido un par de pasos, una vez que Leon subió por la trampilla, dándoles la espalda a sus dos acompañantes.

De repente, al escuchar los gritos de los hombres y las bestias, algo se había apoderado de ella.

Su corazón empezó a bombear con más velocidad y su frente comenzó a perlarse de sudor frío.

Era una sensación demasiado extraña y nueva como para describirla con precisión. Pero Claire lo sentía como una ira que se quería salir de control, mezclada con su siempre vieja amiga la adrenalina, mezclada a su vez con una extraña sensación depredadora, muy impropia de ella.

Sentía cómo si su estómago se estuviera haciendo cada vez más pequeño y como si su cabeza quisiera estallar. Tenía que controlar su respiración si no quería perder el conocimiento.

Se abrazó el torso, medio doblada hacia delante, tratando de que sus rodillas no cedieran. ¿Le estaba dando un infarto? ¿¡Qué le pasaba!?

Justo cuando un calor insoportable comenzaba a devorar su cuerpo, de pies a cabeza, apretando la pelirroja los dientes y mirando sus manos que ante sus ojos parecían garras, otra mano amiga se posó sobre su espalda.

—¿Estás bien, Claire? —Preguntó Leon con un deje de preocupación en su voz. ¿Cuándo se había acercado tanto?

Como si la sorpresa hubiera sido un toque de atención en medio de clase de aritmética, Claire recuperó su estado normal más rápido que sumar dos más dos.

Se volvió a erguir, como si nunca hubiera estado doblada en dos, y se giró hacia Leon sonriéndole.

—Sí. —Contestó. —Estoy bien. Solo me he mareador un momento. —Añadió ante la atenta mirada de Leon. —Creo que fue al agacharme para darte la mano. Me sentí un poco mareada. —Y siguió sonriendo.

—Vale. Si te encuentras mal, avisa. —Dijo Leon, con un resquicio de sospecha en su voz.

—Claro. —Le respondió Claire.

El espacio al que acababan de llegar, era una cafetería y zona de estar muy amplia del nivel cinco.

El espacio resultaba muy extraño teniendo en cuenta la disposición de todo el laboratorio hasta entonces. Recordemos que todos los niveles eran circulares, cuyo vértice eran los cinco ascensores dispuestos en círculo.

Pero justo detrás de ellos  había un único ascensor, — con las puertas cerradas. —, en una larga pared, sin más elementos.

¿Dónde estaban los ascensores dispuestos en círculo? ¿Por qué ese espacio era rectangular? ¿Estarían ya en un área determinada? Y de ser así, ¿por qué para acceder a ese área era necesario un ascensor? ¿Sería a caso que el nivel cinco contaba con diferentes subniveles?

El doctor estaba caminando a duras penas hasta el ascensor, arrastrando la pierna entablillada y respirando como un animal.

 Leon le siguió. Una cosa es que no soportara la presencia del viejo y otra cosa que permitiera que se fuera  dejándoles, a Claire y a él, ahí abajo solos. Esto ahora era cosa de tres.

—¿Por qué tan lento, doc? —Preguntó Leon, pasándole de largo. El doctor poniendo los ojos en blanco y resoplando.

Cuando el agente llegó al ascensor, calcó el botón de llamada, que por supuesto no respondía.

No esperaba otra cosa. Probablemente todo el equipo de seguridad de Trizom ya les tendrían localizados en ese espacio lleno de cámaras. Y por supuesto habían bloqueado tanto el ascensor, como la enorme puerta de guillotina que había al fondo de la sala.

Leon se giró y se apoyó en la pared, observando el espacio.

—Este espacio es muy extraño. —Comentó . —No parece seguir la estructura cilíndrica del resto del laboratorio. ¿Sabes algo? —Le preguntó Leon al doctor.

—Estoy tan perdido como tú fuera de mi área. —Contestó el doctor, mirando a su alrededor.

La estancia poseía a mano izquierda una barra de bar bastante amplia, con escaparates de comida, neveras con bebidas frías, una máquina enorme para hacer café, e incluso un apartado para bebidas alcohólicas.

“Ni te acerques.” Se dijo Leon así mismo.

Y más allá de la barra, lo que parecía una cocina enorme, con mesetas y armarios de acero. Muy limpia y reluciente.

En el lado izquierdo había una gran profusión de mesas redondas con sillas, sofás al rededor de mesillas más bajas, y una pared que estaba compuesta por entero de ventanas blindadas con unas vistas increíbles a una playa paradisíaca.

Sin duda, ese lugar parecía un comedor para albergar a cien científicos, fácilmente.

—¿No decías que el nivel cinco estaba reservado al almacenaje y destrucción de los experimentos? —Le preguntó Leon al doctor.

—Bueno, que se lleve a cabo una actividad, no significa que no se lleven a cabo otras, ¿no? —Contestó molesto el doctor, ante tantas preguntas del agente especial. —Repito que yo no salía de mi área. Desconozco cómo son el resto de niveles y las actividades que se llevan a cabo en cada uno de ellos.

»Solo sé que todos los experimentos terminan almacenados o destruidos en el nivel cinco.

—¿Y cómo explicas este lugar? —Insistió Leon.

—¡No lo sé! —Le gritó el científico, girándose y volviendo sobre sus pasos. —Tal vez este nivel sea especialmente grande porque aquí se gestionan los estudios obtenidos de los cuatro niveles superiores. Que están, a su vez, subdivididos en diferente áreas donde llevan a cabo diferentes estudios. Para albergar tantos resultados, positivos o negativos, hará falta un gran espacio, ¿no te parece? Y si hay un gran espacio, habrá un equipo de personas enorme trabajando y gestionando dicho espacio, ¿no es lógico?

»Tal vez para Trizom este área sea el más importante y por eso tengan a sus trabajadores aquí abajo mejor atendidos.

»No. Lo. Sé.

Leon no apartó su mirada escéptica del doctor durante toda su perorata, mientras volvían al centro de la estancia.

 No parecía que el doctor mintiera. De hecho había dicho cosas con sentido. Pero que no fuera de ayuda en cuanto a información se refería, era demasiado conveniente para él y demasiado inconveniente para Leon. Así que no iba a dejar de hacer preguntas cuando estas surgieran. 

“No vaya a ser que de repente el doctor sepa algo.”

Leon levantó la vista del doctor, y vio a Claire al otro lado de la barra cogiendo agua de la nevera. La pelirroja se giró hacia los hombres y les hizo un gesto con la mano para que se aproximaran.

—Hay aquí muchas bebidas refrescantes, ¿os pongo algo? —Preguntó Claire, tratando de relajar los humos.

—¿Tienen ginger ale? —Preguntó Benedict.

Leon puso los ojos en blanco.

—Qué singular eres, Boris. —Le dijo, medio sonriendo y apoyando los ante brazos en la barra, echando su peso adelante.

—No vas a dejar de criticar cada palabra que diga, ¿verdad? —Preguntó entonces Benedict, bastante cansado de la actitud de Leon para con él.

—No. —Respondió Leon, mirándolo sin dejar de sonreír. Una sonrisa cínica y violenta, para nada amistosa.

Ahora el que ponía los ojos en blanco, era el doctor.

—No tienen ginger ale Benedict, lo siento. —Informó Claire. —Pero tienen refresco de limón. 

—Me vale. —Le contestó el doctor mientras cogía la lata que Claire le ofrecía y la abría con un chasquido.

—Y tú Leon, ¿qué deseas? —Preguntó Claire, colocándose delante del agente especial, y apoyando a su vez los antebrazos en la barra.

Los dos se quedaron mirándose con sonrisas pícaras en los labios unos segundos.

—¿Qué me ofreces? —Respondió Leon.

—Lo que quieras. —Contestó Claire, en el mismo tono sugerente. ¿Seguían hablando de bebidas?

Leon sonrió y se acercó un poco más a la pelirroja, que no cedió ni un milímetro de espacio.

—Quiero un ginger ale. —Susurró Leon, sin dejar de sonreír.

Claire se apartó entonces, riéndose.

—¡Vaya! Justo lo que no tengo. 

—Me has dicho que me ofrecías lo que quisiera. —Replicó Leon.

—Ya, bueno, pues resulta que ginger ale no me queda. —Contestó Claire, encogiéndose de hombros sin dejar de sonreír.

—Bueno, me conformo solo con el ginger. —Le contestó Leon, con picardía, haciendo un juego de palabras dónde ginger significaba pelirrojo, igual que pelirroja era Claire.

Ambos se quedaron entonces mirando, como si se estuvieran desafiando a algo que solo ellos entendían, cuando el doctor atragantándose con su refresco, los trajo de vuelta a la tierra.

—Pues te conformarás con agua. —Contestó Claire, sacando dos botellas de agua y entregándole una a Leon.

—Hasta que vuelva a haber ginger ale. —Susurró Leon, abriendo su botella y bebiendo un largo trago.

Claire fingió no escucharlo, mientras nerviosamente ella también bebía de su botella.

¿Qué había sido eso? Antes, en el baño, le había parecido que había ocurrido algo entre los dos. Ella estaba jugando a un juego y él estaba accediendo a jugar con ella. ¿Cuándo él había entrado al trapo? Bueno, alguna vez ella creyó que él se le había insinuado, pero, normalmente era ella la que se insinuaba inocentemente y él, el que la ignoraba y la abrazaba como a una hermana.

Algo había cambiado entre ellos y Claire no sabía en qué momento había ocurrido.

Leon se puso se espaldas a la barra apoyando los codos y, echando la cabeza hacia atrás, soltó un leve quejido gutural, al sentir el placer de estirar la espalda. Tal vez se podía hacer un café espresso en esa cafetera enorme para estar más despierto.

Pero no podían andar perdiendo el tiempo. Sabiendo que ahí había cámaras de vigilancia, lo suyo era seguir adelante con el plan de fuga. Ya habían descansado suficiente.

—¿Disfrutando de un refrigerio? —Sonó de repente una voz masculina por todo el comedor.

—Señor Belanova. —Dijo asustado el doctor, mirando hacia el techo. Como si quien le estuviera hablando fuera Dios. 

“Patético.”

—Alexis. —Habló entonces Leon, levantando la cabeza. —Ya decía yo que estabas tardando en molestar.

—¡Oh! Leon. Entiendo que me eches de menos. Yo también a ti. —Respondió Alexis con diversión. —Debo felicitaros. Nadie había previsto que fuerais capaces de huir del despacho del señor Bordet. Sin duda, el traidor supo como salvar el pellejo. —La voz de Alexis parecía oscurecerse por momentos, mientras Benedict tragaba saliva sonoramente. —A mis hombres les costó un precioso tiempo entender lo qué había pasado y por dónde habíais huido. Y por lo que parece, después les costó la vida. 

»No sé si lo sabéis pero el nivel cinco es muy hostil y hace unos meses se nos escaparon algunos experimentos que andan por ahí campando a sus anchas. Así que en realidad estáis en una zona muy peligrosa y clausurada.

—¿Te estás preocupando por nosotros? —Preguntó Leon con un deje juguetón en la voz. —No me digas que tu cerebro de nuez ha entendido que raptar y experimentar con personas está mal y nos va a dejar salir de aquí sanos y salvos.

La risa que a Alexis se le había escapado, reverberaba por todo el espacio. Y Claire sintió escalofríos.

—Es increíble cómo te gusta jugar con fuego, Leon. —Empezó a decir el CEO. —Estás muy cerca de quemarte, mi amor. Pero ya sabes que podemos solucionarlo. Solo tienes que entregarme a la chica y ponerte un lacito. 

—Ya, bueno, pero es que hay un problemilla. No te puedo entregar algo que no me pertenece. —Contestó Leon. —Y por esa misma razón, no te he podido robar nada, así que no entiendo muy bien lo que me pides. —Y añadió. —Sobre el otro tema, ¿dónde quieres que me ponga el lacito?

Alexis comenzó a reírse descaradamente, dejando salir sus carcajadas a través de los altavoces de la sala a unos decibelios bastante desagradables.

—¡Qué gracioso eres, leoncito! —Dijo Alexis dejando de reírse. —Eres muy ingenioso y te admiro de verdad. Pero no me gustaría que comenzaras a aburrirme.

»Ahora prestadme atención, porque no tengo la costumbre de repetir lo que digo.

—¿Podrías repetir, por favor? —Le cortó Leon al momento, que disfrutaba mucho de bajarle los humos al CEO de Trizom.

Hubo un silencio por parte de Alexis. Pudieron escuchar entonces como dejaba salir el aire por sus fosas nasales, como señal de impaciencia.

—Tal y como yo lo veo, te conviene escucharme, Leon. —Dijo Alexis, ya sin ningún deje de diversión en su voz. —No creo que quieras desaprovechar esta oferta.

En ese momento el ascensor abrió sus puertas, acompañado de la voz robótica que anunciaba el nivel al que había llegado.

—Dado que estáis en una zona peligrosa, no puedo mandar a mis hombres ahí abajo a deteneros. Los últimos que os siguieron los pasos no han vuelto a responder.

»Pero, bien visto, sea lo que sea que está suelto en el nivel cinco, también me pertenece. Y como tengo a mi disposición a científicos que sí cumplen con lo que se les pide, muchas de esas criaturas obedecen mis órdenes. Por lo que si lo pensáis bien, tengo un ejercito mucho más poderoso que mis débiles y mortales hombres, ahí abajo.

»Tenéis apenas unos minutos para subir al ascensor y entregaros voluntariamente, antes de que por esa puerta enorme del fondo, aparezca una horda de zombies. —Dijo Alexis, dejándolo caer con cuidado.

Leon y Claire se irguieron lejos de la barra del bar, mirándose entre ellos con ojos preocupados.

—O podéis quedaros y morir. Porque, mi amor, no tienes suficientes balas para lo que aguarda al otro lado. Y créeme, me dolería perderte, Leon.

Claire saltó al otro lado de la barra, colocándose al lado de Leon con su fusil en mano, ambos mirando la puerta guillotina, —más grande que la del aula 001. —, sopesando si lo que estaba diciendo Alexis era cierto o no.

—¿¡Por qué me hace esto, señor Belanova!? —Preguntó el doctor, gritando al techo. —¡Soy un científico brillante! ¡Puedo seguir siéndole de ayuda! ¡No me deje morir!

—Benedict. —Dijo Alexis. —Estamos hablando los mayores, ¿quiere hacer el favor de callarse? Ya se lo he dicho. No me interesa.

El doctor agachó la cabeza, llorando y susurrando “No quiero morir. No quiero morir:”

—¡Eres un monstruo! —Gritó entonces Claire.

—Cariño, en esa estancia solo hay un monstruo, y esa eres tú. No me des las gracias. —Respondió Alexis, sin despeinarse.

—¡Serás... —Comenzó a hablar Claire, cuando Leon apoyó su mano en el hombro de la pelirroja para que se tranquilizara.

—Alexis, nos estas viendo por las cámaras, ¿vedad? —Preguntó Leon.

—Así es. Tienes muy buen trasero, ¿lo sabías? —Contestó Alexis, volviendo a su tono juguetón.

—Sí. —Contestó Leon. —¿Puedes hacerme el favor de mirarme a través de la cámara que tengo justo delante? —Pidió Leon.

—Ya lo hago. ¿Quieres que empiece a tocarme? —Preguntó Alexis.

—Sí. Tócate con esto. —Le contestó Leon, sacándole un corte de manga a la cámara. —Esta es mi respuesta a tu mierda de propuesta. Nadie va a subir a ese ascensor.

Silencio al otro lado de los altavoces.

—No tienes suficiente munición para sobrevivir. —Volvió a repetir Alexis, seriamente.

—Eso ya lo has dicho. —Dijo Leon. —Pero créeme, antes acabar devorado por unos putos zombies, que acabar compartiendo el mismo aire que tú.

—¿Y la misma cama?

—Qué te den. —Le soltó Leon, y añadió. — Y antes de que vayas a decir algo súper ingenioso, no. No seré yo quien te conceda el placer.

Al otro lado volvió a reinar el silencio.

—C.R.-01 —Habló ahora Alexis, rigiéndose a Claire.

—¡Mi nombre es Claire! —Replicó la pelirroja.

—¿Tú también estás dispuesta a morir? Es estadística pura. Leon no podrá protegerte. No podrá salvarse ni a sí mismo.

—¡Lo que no estoy dispuesta es a volver a ser tu puto objeto de estudio! —Gritó la pelirroja, debatida entre la auto compasión y la dignidad.

—Muy pasional, querida, casi humana, pero, ¿estás dispuesta a sacrificar a tu amigo?

En ese momento Claire no respondió, y miró a Leon a los ojos, con toda esa culpa que no había dejado de crecer dentro de su pecho desde que volviera a la vida.

—No. —Contestó en un tono bajo.

—Pero yo sí. —Volvió a hablar Leon. —No trates de manipularnos, Alexis. Porque no te va a funcionar.

»Si aquí hay algún cabrón homicida, ese eres tú.

El silencio se volvió a apoderar del lugar.

—Que no se diga que no lo he intentado. —Fue lo último que dijo Alexis antes de que las puertas del ascensor se cerraran y la enorme puerta de guillotina al final de la sala comenzara a elevarse.

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—¡Nooo! ¡Señor Belanova! —Gritaba entonces el doctor, corriendo a durísimas penas hasta el ascensor. —¡No me deje morir, señor Belanova! ¡Por favor! ¡Por favor!

Leon y Claire, uno al lado del otro, miraban cómo la enorme puerta de guillotina, con toda su opulencia, luces y sirenas, comenzaba a elevarse con un sonido de aspiración, dejando ver al otro lado la más absoluta de las oscuridades.

Leon sacó de las cartucheras atadas alrededor de su cintura toda la munición del fusil que tenía y se la pasó a Claire.

—Cada bala cuenta. —Le dijo Leon, haciendo contacto visual con la pelirroja y retrasando el momento en que sus manos se tocaron.

—Lo sé. —Contestó Claire.

Los gritos del doctor, al fondo de la sala, golpeando el ascensor, suplicando a su señor Belanova que le perdonara la vida, llenaban todo el espacio. 

Pero entonces, sus gritos comenzaron a entremezclarse con otro tipo de sonido.

Eran voces sin vida. 

Este sonido era agudo y a veces grave. Las voces se engolaban y aplanaba con gruñidos, que a veces reverberaban y otras veces eran huecos. 

Rugían y gemían en glisandos que subían y bajaban en un compás de lija dura o en chapoteos de líquido grumoso

En definitiva, el sonido que llegaba desde el otro lado de la pesada puerta guillotina, era el de la muerte después de no haber hecho bien su trabajo.

Un sonido con el que Leon y Claire estaban muy familiarizados.

Todavía la puerta no se había elevado más que unos cuantos palmos del suelo, cuando las luces blancas de los fluorescentes al otro lado comenzaron a parpadear, antes de encenderse.

Lo que pudieron ver entonces, fueron las siluetas de muchas piernas avanzando hacia la puerta; y de torsos con dos brazos y una cabeza arrastrándose por el suelo, a falta de dos piernas sobre las que sostenerse.

A esa distancia era difícil saber el estado de descomposición de las criaturas. Pero por el hedor, podían estar casi seguros que llevaban pudriéndose ahí abajo tanto tiempo como había señalado Belanova.

Y  creedme, saber el grado de descomposición de un zombie, no es un dato sin importancia. Cuanto más frescos están, más difícil es acabar con ellos. Pues cuando están muy descompuestos, prácticamente puedes reventares el cráneo con una cuchara.

Por no mencionar la velocidad. 

En las últimas décadas, los b.o.w’s tipo zombie, habían evolucionado lo suficiente como para dejar de ser seres de gran lentitud, —dado que el rigor mortis no les afectaba al sustituir el trifosfato de adenosina por otro tipo de molécula sintetizada en los laboratorios. —, teniendo la energía muscular precisa para poder moverse con velocidad o incluso correr.

Pero aun con estas mejoras implementadas en los zombies, si el nivel de descomposición era muy elevado, perdían la musculatura necesaria para moverse con velocidad, y comenzaban a andar tan lento como los primeros zombies de Raccoon City. Lo que obviamente facilitaba mucho la huida y disparar con tino.

Así que tal vez, y solo tal vez, Claire y Leon contasen con esa ventaja. Al fin y al cabo, no sabían cuantos zombies habían al otro lado. Pero si tenían que creer a Belanova, serían cientos.

—Claire... —Comenzó a hablar Leon. 

—No digas nada. —Le cortó Claire, mirándole con  una sonrisa en los labios y miedo en los ojos. —No vamos a morir aquí. —Le contestó, igual que él le dijera, unas horas atrás, en el despacho del doctor Benedict Bordet.

Leon sonrió a su compañera. Y cogiéndola de la mano, le dio un beso en el dorso de esta.

—¿Estás lista? —Preguntó Leon.

—Que vengan. —Contestó Claire.

La puerta ya estaba lo suficientemente elevada como para que  los zombies más bajos pudieran avanzar, con los brazos estirados al frente, dentro de la estancia.

Los primeros cuerpos que entraron tenían la piel verde y la sangre marrón.

La heridas que tenían por la cara y el cuerpo, estaban recubiertas de moho y otros organismos fúngicos, que vibraban gelatinosamente a cada pesado y agotador paso que los zombies daban.

Eran una pesadilla andante.

“Bienvenidos a mi maravilloso mundo de los sueños, nuevos habitantes. ¡Pasad!” Pensó irónicamente Leon, al tener que posar sus ojos sobre las destruidas criaturas sin cerebro que avanzaban hacia ellos.

—¡Dios mío! ¡DIOS MÍO! —Gritaba el doctor con los ojos saliendo de sus órbitas, pegado a las puertas del ascensor, viendo a esas horribles criaturas que ganaban terreno dentro de la cafetería.

—Vayamos a la zona de descanso y tumbemos las mesas y sofás en el suelo, a modo de barricada. —Le dijo Leon a Claire, moviéndose hacia esa zona, seguido por la pelirroja.

Un plan factible, si la munición le daba para ello, era usar las mesas y sofás como obstáculos para los zombies y también como barricadas para poder disparar cubriéndose, en caso de que ganaran demasiado terreno.

La puerta se había abierto del todo. Los fluorescentes al otro lado, ya no parpadeaban. Y los zombies que estaban ahí hacinados, los miraron y comenzaron a avanzar hacia ellos.

El doctor dejó de gritar y se movió, con la velocidad que su pierna entablillada le permitía, hacia la zona donde se encontraba Leon, entendiendo que con él tenía una oportunidad de sobrevivir.

Leon tumbó las primeras tres mesas, observando a los primeros zombies, con ceños fruncidos y saliva negras, avanzar hacia él.

“Ce-rebros.” “Cere-bros.” “Ce-re-bros.”

Los zombies avanzaban clamando por su comida favorita. Los cerebros.

Leon disparó a todos los zombies que se iban aproximando hacia él, con total acierto, en las cabezas. Otra cosa no, pero nuestro agente especial, tenía una puntería formidable. Y también tenía muy poca munición, pero a dios ponía por testigo, que se llevaría por delante cada zombie con cada bala que tuviera.

Miró entonces a su flanco derecho, donde creía que estaría Claire, al no escuchar disparos procedentes de su dirección.

Pero Claire no estaba con él.

Claire se había quedado anclada en medio de la habitación, con piernas y brazos rígidos, ojos estrechos y la boca grande, enseñando los dientes.

La pelirroja no estaba en disposición de pensar en que no entendía que le estaba sucediendo.

La sensación era igual que la que tuviera hace apenas unos minutos al salir de la trampilla en el suelo. Pero multiplicada por cien.

No intentó siquiera resistirse, porque no había podido.

Estaba justo detrás de Leon. Iban a seguir su estrategia.

Pero entonces, olió el hedor zombie. Giró su cabeza, y los vio. Tan muertos. Tan despreciables. Tan poca cosa. Tan inútiles que no sabían ni morir.

Ira y rabia. Calor extremo burbujeando bajo su dermis. Energía desmedida que electrificaba su cerebro. Respiración acelerada.

Quería cazar

—¡Claire! —Le gritó Leon para despertarla de su extraño estado de trance, mientras seguía disparando a los zombies que cada vez llegaban en mayor cantidad. —¡Claire! —Volvió a llamar sin tener respuesta.

—¡Señorita Claire! —Llamó también Benedict, agazapado detrás de Leon.

Un grupo de cuatro zombies y medio se aproximaban hacia la pelirroja y esta no solo no reaccionaba, sino que había dejado caer al suelo el fusil y los cargadores.

Leon disparó a los diez zombies que estaba prácticamente encima de él y saltó al otro lado de la mesa, corriendo hacia Claire.

—¿¡A dónde va!? ¡Vuelva! —Gritaba el doctor que se había quedado solo ante el peligro, viendo como sus gritos llamaban la atención de otro grupo de zombies.

Leon se fue de un zombie, que le había agarrado del hombro, disparándole en medio de la frente.

Se fue de otro, que había tratado de abrazarlo por arriba, agachándose y cortándole el cuello con su cuchillo de combate.

Se fue de otro, que se le había tirado a los pies, pateándole la cabeza y haciéndola bolar como un balón de futbol.

Se fue de otro y de otro y de otro, reventando y arrancando todas las cabezas que se interponían en su camino, a la velocidad y agilidad “made in Leon”, mientras intentaba desesperadamente alcanzar por la espalda a los zombies que estaba a un palmo de distancia de Claire.

La pelirroja no se movía. Se sentía cargar de fuego y lava ardiente. Si te fijabas, incluso parecía que echaba humo.

Ella se sentía al bode de la línea. A tan solo unas décimas de explotar y descargar toda esa energía que se estaba acumulando a cada segundo que pasaba.

No veía a Leon. No escuchaba nada. Solo un rugir interno que iba creciendo y que salía de su boca como una amenaza.

Cuando Leon por fin pudo quitarse de encima a todos los zombies que se interponían en su camino, clavó su cuchillo en medio de la cabeza del zombie más próximo a la yugular de la pelirroja, que se sintió igual que atravesar la cascara de una sandía rellena de aire; acto seguido, pisó la cabeza del medio zombie que empezaba a escalar por las piernas de Claire, haciendo puré de sesos bajo sus botas; y por último, al zombie de su derecha le clavó el cuchillo de combate en la parte alta de la nuca, justo en la base del cráneo, y al zombie de su izquierda, le metió una bala por la sien que salió por el otro lado, acompañado de un líquido negruzco que alguna vez fueron sesos y sangre.

Cogió de la cara a la pelirroja y focalizó sus ojos, dándole palmaditas en las mejillas, tratando de hacerla reaccionar.

Juntos, lo tenían difícil para poder sobrevivir. Pero, ¿él solo? Era imposible. Aunque los zombies no fueran la amenaza más rápida, fuerte e indestructible, lo que los hacía tan poderosos era el número.

—¡Claire! ¡Claire! ¿Me oyes, Claire? ¡Despierta! —Le gritaba Leon, ignorando las voces de la muerte que se aproximaban por su espalda.

—Claire, por favor. —Susurró, apoyando su frente en la frente de la pelirroja. —Vuelve, vuelve, vuelve. —Repitió con el mismo deseo de quien espera un milagro.

Claire comenzó a vibrar bajo sus manos. Estaba muy, muy caliente.

Leon se separó para mirarla a la cara, y aunque esta no había cambiado su expresión anterior, ahora la veía hiperventilar, con las narinas abiertas e hilos de saliva cayendo de su boca.

Y entonces Claire vio en rojo.

Antes de que Leon pudiera reaccionar a lo que le estaba sucediendo a la pelirroja, en ese preciso instante, un zombie se asomó por detrás del hombro de Leon, y sin tener tiempo siquiera de temer su presencia, Claire apoyó su pie derecho en el cuádriceps  izquierdo de Leon; después, subió su rodilla izquierda sobre el hombro derecho de Leon, con una agilidad pasmosa; y después clavó su rodilla derecha sobre la frente del zombie que se abalanzaba sobre ellos, partiéndosela en dos, y aterrizando el salto a espaldas de Leon.

Leon se giró a tiempo de ver al zombie con la cabeza partida  caer al suelo a sus pies; y a Claire lanzarse hacia el resto de los zombies, gritando con una voz tan grave que parecía el motor de su Harley.

La pelirroja se movía como una flecha. A una velocidad inhumana.

“Inhumana.”

Saltaba  sobre el pecho de un zombie, atravesaba su cabeza de un puñetazo y saltaba hacia los hombro de otro zombie, y repetía la operación.

Prácticamente no tocaba el suelo. Volaba entre criatura y criatura, en una danza de explosiones de líquido verde y negro.

Giraba sobre sí misma, saltaba y aterrizaba con patadas que arrancaban cabezas y extremidades. 

Utilizada su extrema velocidad para ser lacerante y dar muerte real a todas esas bestias.

Leon estaba ante un espectáculo brillante y al mismo tiempo escalofriante.

¡Esa que estaba peleando como la diosa de la muerte, era Claire!

Sabían que algo habían hecho con ella. Que habían modificado su genética con el virus G y que trataban de convertirla en una súper mujer a órdenes de un megalómano.

Pero Leon jamás habría imaginado que sus ojos presenciarían semejante muestra de poder.

Claire seguía, a toda velocidad, matando y matando. Dejando a su alrededor montañas de cadáveres que pronto la enterrarían si no salía de ahí.

Leon, volviendo en sí, cogió el fusil que Claire había dejado en el suelo y varios cargadores, y comenzó a disparar hacia los zombies al fondo, que seguían entrando como si todos los muertos vivientes del mundo estuvieran ahí retenidos.

Se subió a la barra del bar para ganar altura y poder disparar por detrás de Claire, librándola.

Vio entonces a Benedict tratando de huir de un pequeño grupo de zombies.

Francamente, llevaban la misma velocidad. La diferencia radicaba en que el doctor se cansaba y los zombies no.

Y yendo en contra de su odio, Leon disparó en su dirección, librando al  viejo de un doloroso final.

Por cada vez que le salvara el pellejo al doc, era un zombie menos al que matar, así que no era tan mal plan.

Leon acabó un cargador. Añadió nueva munición y siguió disparando. Y así hasta acabar con el segundo cargador. Y el tercero y el cuarto.

Cogió una granada explosiva, retiró la arandela de seguridad y la lazó al otro lado de la puerta guillotina.

—¡Granada! —Gritó, y agachándose se tapó los oídos.

Claire no se detuvo. Ella no escuchaba nada. Solo veía, rostro tras rostro, la muerte a su alrededor. Y solo veía, muerte tras muerte, la posibilidad de seguir destruyendo a esas bestias podridas que nunca debieron existir.

La explosión se llevó a muchos zombies de la horda, pero Claire seguía moviéndose a toda velocidad de un lado a otro sin descanso.

Leon vio a otra tanda de zombies aproximarse por encima de los cuerpos sin vida de sus compañeros. No parecían muchos, tal vez una veintena.

¿Cuántos se habían cargado ya? ¿Cien? ¿Doscientos?

Las montañas de cadáveres aquí y allá atestiguaban que ahí habían más zombies, que hombres en el exterior.

Cuando Belanova hablaba de tener un pequeño ejército de bestias, Leon no se imaginó que sería un pequeño ejército tan grande.

Viendo que el que parecía el último grupo de zombies se aproximaba a la puerta, Leon lanzó una segunda granada, se tapó los oídos y vio a todo ese grupo de zombies explotar y saltar por los aires.

No parecía haber más.

Con un último sonido de cuello al romperse, y de carne siendo separada de su piel, Claire le arrancó la cabeza al último zombie que quedaba en pie.

Leon la observaba desde lo alto de la barra. Por primera vez, con recelo.

Claire respiraba forzosamente, mientras avanzaba fuera del cráter de cadáveres que había acumulado a su alrededor, hacía una zona más despejada, al fondo.

Su paso ahora era lento, torpe y tembloroso. Sus manos, caídas a los dos lados de su cuerpo, se tambaleaban como gelatina a cada pesado paso, y su cabeza, inclinada hacia delante, mantenía su rostro tapado por el pelo.

Leon caminó lentamente sobre la barra, paralelamente a Claire.

Cuando la pelirroja salió del montículo de cadáveres, escalando y a veces incluso gateando, y caminó hacia la zona despejada, se dejó caer de rodillas al suelo y enterró su rostro entre sus manos, controlando su respiración que, poco a poco, se iba pausando.

Cuando parecía más calmada, se miró de nuevo la manos, manchadas de sangre negra, pus blanco y carne verde.

Comenzó a quitarse meticulosamente los trozos de piel y carne de zombie de sus manos, dejando caer los restos a los lados. Casi parecía que lo hacía meditativamente.

Entonces, una vez hubo acabado, trató de limpiar los restos de suciedad ya seca de sus manos, en sus pantalones.

Las frotaba sobre sus cuádriceps, tratando de quitar la mayor parte de excremento zombie, pero la suciedad no se iba.

Ante esto, Claire pareció desesperarse y comenzó a frotar más fuerte y más rápido sus manos en los pantalones, gimiendo ante la frustración de no lograr limpiarlas.

Entonces, se llevó las manos a las sienes, cogiéndose la cabeza. Y negando con esta, comenzó a llorar.

¿Qué demonios había pasado? Ella... de repente no era ella.

Habitaba su cuerpo, pero este fue por libre. Su mente también fue por libre.

Estaba ahí, en una semiinconsciencia. Ella quería hacer lo que hizo. Deseaba hacer lo que hizo. Y disfrutó haciendo lo que hizo. Pero no tuvo ningún control en el asunto. No tubo autonomía.

Claire sabía pelear. Desde joven su hermano le había enseñado todo lo que sabía en lucha y manejo de armas. Y puede que no fuera la mejor tiradora o la luchadora más fuerte, pero nunca tuvo problemas para defenderse y sobre vivir.

Aún así, nunca en su vida se había movido con esa velocidad. La autoridad de cada golpe mortal que dio, era tan nuevo para ella como la forma en que su cuerpo, ágil y flexible como nunca, se había movido en esa batalla.

¿Quién era?

“¿Quien soy?” Se preguntó en primera primerísima voz. “¿Quién soy?” Se preguntó una segunda vez. Y entonces, se respondió. “Soy un b.o.w.”

En ese momento, tomó aire en sus pulmones, hasta su capacidad máxima y, doblándose hacia delante, gritó.

Gritó como cuando se quedaba al borde del precipicio después de una carrera mortal en moto.

Gritó como cuando no era capaz de cerrar la puerta del vendaval en su cabeza.

Gritó como debería haber gritado cuando volvió de la muerte.

Gritó, como ella sabía que debía gritar para vaciarse del dolor y trauma que sobre sus hombros la hundían en la oscuridad.

Leon, que hasta ese momento la observaba desde la distancia, al verla tan rota por el dolor y la confusión, sintió que su alma se resquebrajaba.

Esta historia no es la común historia de «héroe salva a damisela.»

Esta historia trata sobre cómo dos adultos intentan encontrar la cura para sus almas atormentadas, y por el camino, descubren que la cura se encuentra en cómo miran al otro.

Leon bajó de la barra, dejando ahí su fusil, y se acercó hasta Claire, que ya había liberado su voz y ahora, se encontraba abrazada así misma, con la cabeza apoyada en el suelo, llorando sin consuelo.

Cuando Claire percibió la presencia de Leon a su lado, giró la cara y vio sus botas, llenas de sangre y vísceras.

Giró de nuevo la cara, y volvió a encerrarse en sí misma, llorando más amargamente. No queriendo que Leon la viera.

Leon se agachó a su lado. Se arrodilló a su lado. Y comenzó a acariciarle la espalda.

La pelirroja seguía llorando, sintiendo la mano de Leon como un apoyo reconfortante pero insuficiente.

Entonces Leon, comenzó a acariciarle la cabeza, la nuca, los hombros.

Claire no cambió su postura, pero se sentía mejor.

Leon retiró los mechones de pelo que tapaban la cara de Claire, colocándolos detrás de su oreja, viendo ahora la mano de la pelirroja tapando parcialmente su rostro.

Leon apoyó su mano sobre la cara interna de la muñeca de Claire, y comenzó a abrirse paso lentamente por su palma, hasta que pudo entrelazar sus dedos con los de la pelirroja.

Retiró entonces la mano de Claire, colocándola encima de su rodilla, con el pulgar e índice, tomó a la pelirroja por la barbilla, girando su rostro hacia el de él.

—No. —Dijo Claire, retirando de nuevo su rostro, sin dejar de llorar.

Leon, con paciencia, suavidad y cariño, colocó sus dos manos a los dos lados de la cara de la pelirroja y giró su rostro, que iba cediendo suavemente, hasta quedar a la altura del suyo.

Claire mantenía los ojos fuertemente cerrados, con las pestañas anegadas en lágrimas, y llanto escapando por sus labios en pequeñas ráfagas de metralleta.

Ella se irguió hasta donde sus rodillas le dejaban y se agarró a las fuertes muñecas de Leon.

Leon acarició sus cejas con los pulgares, alisando la profunda arruga que se forma entre ellas, y Claire se sintió relajar un poco más.

Leon limpió las lágrimas bajo sus ojos, y Claire se sintió relajar otro poco.

Leon  posó un suave beso sobre su parpado izquierdo, y Claire ya no lloraba.

Entonces, Leon dejó caer otro suave beso sobre su párpado derecho, y Claire suspiró con alivio.

Leon era una cura que ella no sabía que necesitaba, pero que se estaba llevando todas esas imágenes de sí misma que no terminaba de reconocer.

Claire abrió los ojos y se encontró con el cielo despejado en un día de verano, que eran los ojos de Leon.

Él, volvió a ver el océano profundo que eran los ojos de Claire.

Ambos se reconocieron en los ojos del otro, y Leon, sonriendo a Claire, le acarició una mejilla.

Ella, sin apartar sus ojos, volvió a llorar.

—Leon. —Dijo débilmente, contorsionando de nuevo su cara  en llanto. —Lo han logrado. —Decía. —Lo han logrado de verdad. Soy un monstruo.

La pelirroja se disponía a bajar su cabeza de nuevo, pero Leon se la mantuvo en alto, sin permitir la ruptura del contacto visual.

—Eres increíble. —Le dijo Leon.

—Soy un arma biológica. —Volvió a decir ella, con lágrimas precipitándose de sus ojos.

—Eres increíble. —Repitió de nuevo Leon.

—Soy un peligro para el mundo. —Dijo de nuevo la pelirroja, perdiendo la voz.

—Eres. Increíble. —Insistió Leon, cuyos ojos comenzaban a humedecerse.

Claire quedó en silencio. Azul contra azul. Cielo contra océano.

—Nos dedicamos a matar b.o.w’s. —Dijo Claire bajando la voz. —Te dedicas a matar b.o.w’s —Repitió haciendo énfasis en “te”. —Y soy un b.o.w. —Dijo ahora cerrando los ojos, pero no con fuerza, sino con rendición. —Haz tu trabajo.

Y dicho lo cual, soltó las muñecas de Leon y dejó caer sus temblorosas manos sobre sus rodillas, aceptando un destino del que trató de escapar, pero no podía.

Leon no movió ni un solo músculo de su cuerpo.

Claire, levantó la vista y le volvió a mirar.

—No me dolerá. —Le dijo. —Y lo entiendo perfectamente. —Añadió.

Pero Leon no se movió.

—Tienes que hacerlo. —Volvió a hablar Claire. —No sabemos de lo que soy capaz o a cuantas personas puedo poner en peligro. —Claire cerró los ojos con fuerza y agachó la cabeza todo lo que las manos de Leon le permitieron, tratando de contener el llanto para facilitarle el trabajo al rubio.

Y Leon no se movió.

—¡Vamos! —Le apremió, Claire. —¡Vamos, hazlo!

Leon tragó saliva y frunció el ceño, pero no se movió.

Claire, entonces, alargó una mano y cogió la Silver Ghost de la cartuchera izquierda de Leon. Pero antes de poder reaccionar, Leon se la había quitado de la mano, y en cuatro movimientos la había desmontado y dejado a un lado.

Claire, acto seguido, cogió la pistola ametralladora que Leon tenía en la cartuchera derecha, y con la misma velocidad de antes, Leon se la quitó de la mano, y la desmontó en tan solo unos segundo, dejándola al otro lado.

Claire cogió entonces su cuchillo de combate, y Leon se lo quitó de las manos, en un rápido movimiento, lanzándolo lejos. Y volviendo a coger la cara de Claire entre sus manos, acercó sus rostros, a distancia de beso y le susurró.

—Haría al mundo arder por ti. 

Y el tiempo se detuvo.

La respiración de Claire se detuvo.

Su corazón se detuvo. 

Claire estaba entonces más desarmada que Leon. Literal y metafóricamente hablando.

Se encontró más desnuda que en el tanque de babas y que en la ducha entre sus brazos.

Su corazón dio un vuelco mucho más grande que la primera vez que montó en moto o que la última vez que había hablado con Leon delante de La Casa Blanca. Y comenzó a latir como un caballo desbocado.

Sintió una felicidad desbordante y al mismo tiempo una pena atroz.

Leon le estaba diciendo algo muy importante en esa frase.

Que ella era más valiosa para él que el mundo que juró proteger.

No estaba soñando, ni fantaseando, ni pidiendo ningún deseo en una fuente.

Estaba ahí, a una distancia de beso, y le había dicho lo que ella siempre quiso oír.

Pero ya era tarde.

Ya era tarde.

Que él le dijera algo tan significativo, no cambiaba el hecho de que ella ahora era un arma biológica.

Tal vez él estaría dispuesto a dejar que el mundo ardiera por ella. Pero ella no quería vivir siendo un monstruo.

No quería habitarse, temiéndose así misma.

Se percibía ahora como una persona muy impredecible, y eso la asustaba.

Era muy irónico. Justo cuando escuchó lo que siempre había anhelado, lo que ella sabía que la haría sentir viva, era el mismo momento en que iba a tener que dejar de vivir.

Claire sonrió y lloró en paz. Y en silencio, con la frente de Leon pegada a su frente, suspiró. Detonante de la expansión de las pupilas del agente especial.

Poco a poco, con toda la fuerza de voluntad que le quedaba, se separó de él, mirándole a los ojos.

—Gracias. —Le dijo. —No te haces... ni un mínima idea... de cuánto deseaba escucharte decir algo así. —Siguió hablando Claire, sin romper el contacto visual y tratando de aparentar calma, por los dos. —Pero eso no cambia lo que soy.

—¿Una mujer increíble capaz de salvarnos la vida? —Preguntó Leon. —Y hablo en plural porque ahí detrás, agazapado como una mierda en la hierba alta, sigue con nosotros nuestro amigo y vecino Boris.

Claire se giró y vio al anciano doctor hecho una bolita escondido debajo de un sillón volcado, temblando y totalmente inconsciente de la escena que estaba teniendo lugar entre Leon y Claire.

—Nos has salvado la vida a todos. —Repitió Leon sin separar su ojos de los océanos de la pelirroja. —¿Cuántos b.o.w.’s has visto haciendo eso?

Claire guardo silencio, mirando el hermoso rostro de Leon.

Le costaba concentrarse, todavía pensando en que dejaría que el mundo ardiera por ella.

“No lo dejaría arder.” Dijo la voz en su cabeza. “Lo haría arder.” Contestó la segunda voz. Estaba claro que había que recalar esa distinción.

—Gracias por tu sacrificio. —Dijo Leon, cogiéndola de las manos. —Pero no te pienso matar. —Añadió, alzando las cejas, no pudiendo resistir una pequeña risa que se escapaba de entre sus dientes, por lo absurdo que le parecía siguiera pensarlo.

—¿Y si termino siendo una amenaza? —Preguntó Claire con cautela, bajando la vista a sus manos entrelazadas.

—En cuanto pierdas tu atractivo, te juro que te mato. —Dijo Leon bromando, refiriéndose a lo guapo que quedó el doctor Birkin.

“¿Ha dicho, atractivo?” Preguntó la voz en la cabeza de Claire. “¡Sí! ¡Lo ha dicho!” Contestó, emocionada, la segunda voz.

Claire se rió. Por fin. Relajándose todo lo que sus peores temores le permitían.

—Y si me muerde un puto zombie, espero que tú hagas lo mismo por mi. —Añadió Leon, sonriéndola. —¿Tenemos trato? ¿Juramos que nos mataremos si hace falta? —Dijo esto último, estirando la mano hacia ella, sin borrar su sonrisa divertida de su rostro.

Claire miró su mano extendida y después miró su rostro. Y contagiándose de la risa de Leon, ella sonrió a su vez y estrechó su mano.

—Tenemos trato. —Dijo la pelirroja, riéndose. —Espero que tengas el valor de cumplir.

—Lo mismo digo. —Respondió Leon.

—¡Oh! Por favor, ambos sabemos que para que un zombie te ponga una mano encima es necesario que ya estés muerto y sin vida.

—No quería presumir, pero ya que insistes, sí, soy extraordinario matando zombies. ¿Qué digo extraordinario? ¡Soy pluscuamperfecto! ¡Apoteósico! ¡Prácticamente irreal!

Claire se echó a reír al oír tantas maravillosas tonterías, y se abrazó al cuerpo de Leon con fuerza.

Leon, por supuesto, le devolvió el abrazo, sintiendo ambos las vibraciones de las risas de cada uno en el pecho del otro.

—Vamos a salir de esta. Juntos. ¿De acuerdo? —Susurró Leon sobre su cabeza.

—De acuerdo. —Contestó Claire.

Se levantaron del suelo y Claire se sintió, de repente muy cansada.

Parece ser que moverse a una velocidad inhumana, tiene sus consecuencias.

Ella se sentía como un flan. A la vez incorpórea, a la vez dolorida.

Estiró su cuerpo, tratando de volver a la normalidad.

Miró las faldas del montículo de muerte que había creado, y vio la cabeza de un zombie con el pelo recogido en un moño.

Se acercó y tomó la goma de pelo que mantenía atado el moño del zombie y se lo dejó alrededor de la muñeca.

Rodeó la barra de la cafetería y limpió sus manos y su cara de los restos de zombie que tenía salpicados por la piel, en el lavabo. Y acto seguido, recogió su preciosa melena roja, ahora seca, en una coleta alta, sintiéndose más Claire que antes, teniendo en cuenta todas las novedades.

Leon recogió su siempre fiel cuchillo de combate, su amada Silver Ghost, —que montó a la misma velocidad que la había desmontado.—, y después su pistola ametralladora, colocando ambas en sus respectivos lugares.

A continuación, avanzó hasta donde se escondía el doc, y levantando el sillón con fuerza desmedida, —a drede, para asustar al viejo. —, le indicó que ya podía salir de su madriguera.

Claire se secó con el papel de cocina que había por ahí y de nuevo en la nevera, empezó a beber otra botella de agua fresca. Tenía la boca muy seca, como si hubiera corrido una maratón.

Bien visto, tal vez, teniendo en cuenta la velocidad a la que se movió, pudiera ser que sí hubiera  corrido una maratón.

A su mente le llegó la imagen de Jake Muller.

Él tenía súper velocidad. Heredada desde el vientre materno pudo desarrollar su poder desde su más tierna infancia hasta la adultez. Así que Claire se preguntaba si esa velocidad había aumentado poco a poco con los años, o en cambio siempre había sido tan explosiva como había sido la suya.

Si lograban salir de esa y ella no se convertía en un terrible monstruo sin conciencia como el doctor Birkin, tal vez Jake estaría dispuesto a enseñarle a manejar su nueva condición. A cambió de largas vueltas en moto, claro. 

Leon se acercó a la barra, estiró el brazo y le quitó a Claire la botella de agua para darle un largo trago, despertando a  la pelirroja de sus cavilaciones, y sin separar su ojos de ella.

¿Podía ser este hombre más sexy?

Leon le devolvió la botella y le guiñó un ojo, y Claire se sintió sonrojas como una adolescente.

“No,no,no, no te sonrojes, no te sonrojes.” Decía la voz en su cabeza. “¡Eres una mujer adulta, por el amor de dios!” Apostilló la segunda voz.

Claire se giró, para ocultar la rojez de su rostro y, dándole un último trago a su botella, cogió otra de la nevera para el camino.

Cogió el fusil, descargado, y le añadió munición nueva, de la que Leon le había entregado antes. Se lo colgó de la espalda y salió de detrás de la barra.

Se topó de frente con el cobarde científico y se miraron momentáneamente a los ojos.

Él la miraba a ella con absoluta devoción y admiración. Y a Claire su presencia empezaba a asquearla.

—Leon, ¿sigue en pie tu oferta de sacarle los ojos al doctor? —Preguntó Claire, llamando la atención de Leon, que estaba haciendo un inventario rápido.

—O metérselos, sí. —Contestó Leon, levantando la vista en su dirección.

El doctor abrió los ojos como platos y separó sus labios en expresión perpleja.

—Si vuelves a mirarme así, —comenzó a decirle Claire. —, no dudaré en echarle un cable.

Y dicho esto, pasó por su lado, golpeándolo con el hombro y colocándose al lado de Leon.

—¿Nos vamos? —Preguntó la pelirroja.

—Cuando gustes. —Contestó Leon, que no podía ni quería ocultar la sonrisa divertida que se había dibujado en sus labios, al ver al imbécil del doctor dándose se bruces con su admiración.

En ese momento, la puerta guillotina comenzó a cerrarse.

Estaba claro que al otro lado de las cámaras de vigilancia, había un niño rico teniendo una perreta por no conseguir lo que se proponía, y quería dejarlos en esa habitación sin salida encerrados.

Para su pesar, la puerta guillotina tardaba lo suyo en subir y bajar, así que nuestros protagonistas tenían más que tiempo suficiente para cruzar al otro lado.

No tanto nuestro doctor, que no dejaba de tropezar y caerse con esa pierna de palo que iba arrastrando por todas partes.

Si se hubiera quedado atrapo al otro lado, en este punto, ni a Claire, ni por supuesto a Leon, les hubiera importado demasiado. Al menos hasta que a Claire se le pasara el enfado y volviera a sentir compasión por cada criatura que habita este planeta.

Pero en definitiva, el doctor llegó a tiempo al otro lado y siguió el macabro camino hacia la salida, siguiendo lo más cerca posible a nuestro dúo favorito.

 

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

 

Chapter 10: Interludio

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

La enorme puerta guillotina ya empezaba a aplastar los pútridos cuerpos que a sus pies se amontonaban, cuando Leon y Claire, seguidos a cierta distancia del doctor Bordet, avanzaban y doblaban la esquina del pasillo perdiéndola de vista.

De vista, que no de oído. Parecía que no se podían alejar lo suficiente como para dejar de escuchar el sonido de huesos, carne y órganos siendo brutal y lentamente aplastados por la potencia de una puerta que pesaba toneladas.

El horror se valía de los cinco sentidos para ser perturbador. Y lo curioso del sentido del oído, es que era capaz de dibujar imágenes en las mentes de los oyentes, más perturbadoras de lo que tal vez podían apreciar los ojos.

Aunque seamos sinceros, ver o imaginarse montones de cadáveres de zombies siendo aplastados, siempre iba a ser perturbador, lo recibas con el sentido que lo recibas.

Excepto tal vez para Claire, que se estaba sorprendiendo así misma disfrutando internamente del sonido y de las imágenes en su cabeza. Como un placer prohibido que debe ser clandestino.

Cada vez que la pelirroja se distraía mínimamente, se encontraba atrapada en sus recuerdos y en como se movió y mató. Y si bien no dejaba de ser preocupante la forma en que ella había conseguido llegar al resultado final de ese enfrentamiento, una parte de ella más salvaje, se sentía bien. 

La sensación tan intensa de placer y regocijo al imaginar todos esos cuerpos hechos puré, quería manifestarse físicamente y salir de su cuerpo, pero debía controlarse.

Debía demostrarse así misma que ella era quien mandaba y quien tenía control absoluto sobe su cuerpo y su mente.

Perderlo anteriormente estuvo bien porque el resultado fue increíble. Pero nunca, sentirse fuera de control, sería algo que Claire pudiera disfrutar.

Quién sabe si perderlo podría dañar a un ser querido.

El pasillo al otro lado de la puerta guillotina era espeluznante.

En algún momento fue un lugar tan blanco y genial como la cafetería, pero por lo que estaban observando, no hacía falta ser un genio para saber qué demonios había pasado ahí abajo.

Presumiblemente, cuando el virus fue liberado en ese área del nivel cinco, cerraron la puerta guillotina y dejaron atrapados y sepultados a los cientos de personas que trabajaban ahí. Sin darles la oportunidad de sobrevivir. Sin un protocolo de cuarentena. Sin enviar a nadie para rescatar a los supervivientes.

Los grandes ventanales con paisajes sorprendentes no podían paliar que alguien, desde su despacho, a salvo del mundo, tomara la decisión de quien vivía y quien moría. Pero así se hizo.

Las paredes y la parte interna de la puerta, estaban llenas de sangre y huellas de manos; así como moho, excremento de zombies, ya sea pus, ya sean restos de carne pútrida, y salpicaduras negras que llegaban hasta el techo, probablemente efecto de las granadas que había lanzado el rubio.

Por ese mismo motivo, las paredes estaban negras y aboyadas, ahí donde todavía quedaba algún revestimiento que antaño fuera pulcro; así como montañas de zombies desmembrados y con los cerebros reventados, por encima de los cuales debían pasar.

Leon y Claire, avanzaban en silencio, paso a paso, con los ojos bien abiertos. Que acabaran de enfrentarse a una horda tremenda de zombies, no significaba que no hubieran más por ahí, rezagados.

Y cabe recordar que no estamos ni en Raccoon City, ni cerca de las montañas Arklay para conseguir las maravillosas plantitas salva vidas. Aquí un mordisco de zombie era mortal, y Leon lo tenía más presente que nadie, ya que no habría sobrevivido en Raccoon City de no ser por esas plantas.

A medida que avanzaban por el ancho pasillo de la muerte, las luces a sus espaldas se iban apagando, y la luces de enfrente se iban encendiendo.

Eran luces en estado de reposo, que solo se encendían ante el movimiento, gracias a un sensor. Lo que les hacía tener que estar más atentos si cabía. 

Leon y Claire iban a paso ligero, uno al lado del otro, con todos los sentidos agudizados, pero cansados y sudorosos.

El doctor iba varios pasos por detrás de ellos. Y creedme que se esforzaba por no perderles de vista.

—¡Esperadme, por favor! —Suplicó el doctor Benedict, que se estaba distanciando tanto de ellos, que cada vez que Leon y Claire giraban una esquina, el doctor les perdía de vista durante los segundos más largos de su vida. 

Estaba absolutamente aterrado, al verse tan rodeado de monstruos que, de un modo u otro, él había ayudado a crear. Al fin y al cabo, si era difícil para Leon y Claire verse de nuevo frente al horror, después de tener la gran experiencia que tenían, cómo no se sentiría el anciano doctor, siendo esta su primera vez frente al espanto.

Benedict no había olvidado la amenaza de Claire, y no volvería a mirarla con el orgullo paterno que sentía. Pero apreciaba vivir y necesitaba mantenerse cerca de la pareja para ello.

Leon y Claire no parecían dispuestos a bajar el ritmo, y mucho menos a esperarle.

—¡Te pido perdón, Claire! —Dijo entonces el doctor, sudando, agotado y con falta de aliento. —Por favor, perdóname.

Y Claire se detuvo.

Se giró y miró al doctor. Pero no dijo nada.

Leon también se detuvo y se giró. ¿De verdad el doc iba a disculparse?

—Lo siento, ¿vale? —Volvió a decir el científico, ahora que tenía la atención plena de Claire.

Hasta ahora había contado con su apoyo o al menos con su simpatía o con sus modales. Y todo estaba siendo mucho más fácil de lo que sería si Claire no estuviera, teniendo en cuenta que Leon prefería verlo muerto, como así se lo hacía saber.

Pero que las dos únicas personas que podrían hacer que salvara el pellejo, le dieran de lado, podría ser simplemente catastrófico. 

Tenía que recuperar la compasión de Claire. Del modo que fuese.

Se hizo el silencio. ¿Es que decir que lo sentía y pedir perdón no era suficiente? 

Pues resulta que no.

—¿Qué sientes? —Preguntó Claire, aún mirándolo con el ceño fruncido y la expresión seria, en un tono engañosamente tranquilo.

—¿Cómo? —Preguntó el doctor sin entender la pregunta, mientras sacaba un pañuelo de uno de los bolsillos de sus pantalones y secaba el sudor de su frente.

—¿Que qué es exactamente lo que se supone que sientes? —Respondió Claire, asertivamente. —¿Por qué me pides perdón?

—¡Ah! Por mirarte como te he mirado antes, claro. —Contestó el doctor dando unos cojos pasos más hacia ella, guardando el pañuelo, mientras sonreía como quien cree que está dando en el clavo. —Supongo que fue totalmente inconsciente. Ni siquiera sé con qué cara te estaba mirando.

—Con cara de alelado. —Respondió Leon, casi para sí, pero que de hecho se escuchó en todo el pasillo.

El doctor miró a Leon entrecerrando sus ojos. Recibiendo la misma expresión de vuelta. Se odiaban irremediablemente.

—Pues entonces, siento mucho haberte mirado con cara de alelado. —Se disculpó el doctor, más con humillación y resentimiento extremo por Leon, que con sinceridad en sus palabras.

Claire se humedeció los labios y no pudo contener una sonrisa irónica mientras miraba a Leon, quien la mirabas con preocupación en su rostro.

—¿Nada más? —Preguntó la pelirroja con más paciencia de la que sentía. 

El doctor la miró un momento en silencio, no comprendiendo qué era lo que la pelirroja esperaba de él.

Miró a Leon y este le miraba con desprecio, negando con la cabeza.

—Prometo no volver a hacerlo. —Volvió a hablar el doctor, tratando de sonar muy sincero. Aunque dubitativo, no sabiendo si estaba contestando bien a la pregunta del examen.

Leon, que se había apoyado de espaldas a una pared para descansar, suspiró aburrido ante las palabras del doctor. Se incorporó, y le hizo un gesto con la cabeza a Claire para que continuaran.

Claire, mirando con desprecio al científico, giró sobre sus pies y volvió al lado de Leon, fusil en mano, para continuar su avance, sin disminuir la marcha.

—¡Hey! ¡Espera! ¡Claire! —Llamaba el doctor con miedo en su voz. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué no disminuían la marcha?—¡Ya me he disculpado y he prometido no volver a mirarte así! ¿Qué más puedo hacer? —Llamó desesperado, viéndose de nuevo solo en esos pasillos que, aunque estaban bastante desérticos, él los percibía llenos de peligros.

Claire entonces se giró explosivamente y caminó a grandes zancadas hasta el doctor, siendo todo fuerza y amenaza, para cogerlo por la pechera y zarandearlo mientras le gritaba firmemente.

—¡Podrías disculparte por haber experimentado con mi cuerpo, hijo de puta! —Comenzó a decir. —¡Soy un ser humano, como tú! ¡Tengo familia! —La voz de Claire se quiso quebrar, pero la pelirroja aguantó las lágrimas como una guerrera. —¡Tengo un hermano! ¡Tengo una hija! ¡Y hasta un nieto! —Claire tomó aire y siguió. —¡Tengo a Leon! ¡A Jake! ¡Una sepultura que visitar todos los años y la moto de mi padre! ¡Tengo vida! —Claire tragó saliva mientras respiraba con más fuerza de la que deseaba. —Y tú me has arrancado del mundo para encerrarme en una cápsula, inyectarme un virus y ¿por qué no decirlo? ¡Verme desnuda durante meses!

»Y dices, ¿qué lo que sientes es haberme mirado con cara de pasmarote hace un momento? Pues, ¿sabes qué? ¡Qué te jodan, doctor Benedict! ¡Qué te jodan! —Claire soltó al doctor con una fuerza tal que lo tiró al suelo. Y desde su altura lo miró con todo el desprecio que su rostro era capaz de transmitir. —Métete tus disculpas por donde te quepan. 

Dicho esto, Claire se giró para seguir la marcha, y encontró a Leon con los brazos cruzados y el semblante serio, mirándola. Ella sabía que él la apoyaba y que estaba sufriendo por ella.

No era justo.

Antes de llegar a la altura de Leon, se volvió a girar hacia doctor para añadir algo más.

—Si quieres sobrevivir y beneficiarte de venir con nosotros, aprieta el paso. Porque nadie te va a esperar.

Y dicho esto, volvió al lado de Leon y posó su mano sobre uno de sus brazos cruzados a la altura del pecho.

—Estoy bien. —Le comunicó Claire y Leon asintió.

La pelirroja siguió adelante y Leon se quedó ahí de pie, mirando al viejo mientras luchaba por levantarse a prisa.

Cuando el doctor dio dos pasos y vio a Leon ahí, quieto, de brazos cruzados, mirándole con sus dos glaciales azules, el doctor reculó.

No esperaba palabras amables por parte de Leon, pero rezaba en su fuero interno porque no aprovechara esa situación en la que estaba completamente solo y sin apoyos, para golpearle.

Pero Leon no se movía ni decía nada. Y el doctor estaba harto de sentirse tan vapuleado.

Al fin y al cabo, nuestro doctor no era una persona humilde. Nunca lo fue. Y verse sometido de esa forma,  como un macho alfa que ha perdido su liderazgo ante otro macho alfa más joven, le hacía sentir envenenado por la ira y la frustración de no poder hacer nada para evitar su situación.

En otras palabras, se sentía castrado.

—¿Algo que añadir? Seguro que te mueres de ganas. —Preguntó el doctor con acidez en la voz, escupiendo veneno.

—No. —Contestó Leon, con honestidad. —Claire lo ha dicho todo y ha hablado muy claro. —Dijo, descruzando los brazos y girándose para seguir a la pelirroja. —Solo pensaba. —Le dijo por encima del hombro. —Que es una pena que un hombre con una cabeza como la tuya sea una mierda de persona sin escrúpulos. —Ahora se paró, se giró una última vez y añadió. —Imagina las cosas increíbles que habrías hecho por la humanidad, si simplemente fueras buena persona.

Y dicho esto, Leon trotó hasta quedar a la altura de la pelirroja, siguiendo sus pasos.

Las palabras de Leon no caían en saco roto. Porque el doctor no siempre había sido como era entonces y no siempre había tenido los mismos valores.

Benedict siempre supo que quería ser científico. Desde muy temprana edad ya jugaba con mezclar los jabones y aceites de su madre, o los licores y pastillas de su padre, para crear potingues sin sentido.

Provenía de una familia humilde, pero él jamás supo serlo. Era un genio, ¿sabéis? Siempre por encima de la media, con un cociente intelectual muy elevado. Incluso iba varios cursos por delante en su colegio e instituto.

Nunca tuvo muchos amigos, pero no le importaba. Sus amigos eran las ciencias.

Cuando entró en la facultad de biología se graduó con honores y estaba total y completamente decidido a cambiar el mundo.

Él sería quien encontraría la cura contra las peores enfermedades; él daría con la respuesta a la longevidad y con la fuente de la eterna juventud.

Haría de este mundo un lugar mejor. Y protegería y salvaría a todas las personas que habitaban en él.

Lo que no sabía en ese entonces, el muy ingenuo, que esos estudios no siempre encontraban financiación y que la mayoría de las veces no ganaría lo suficiente como para vivir sin agobios.

Así que cuando se encontró con el lado oscuro de su profesión y descubrió que los que mejor pagaban no tenían ningún tipo de escrúpulos, —pero le darían el nivel de vida que se merecía, mientras seguía investigando y experimentando —, no le costó mucho tomar una decisión.

Al fin y al cabo, si veía a las personas que le entregaban como ratas de laboratorio, no tendría problema en experimentar con ellas. Aunque los resultados fueran un infierno de dolor para dichas personas o acabaran muertas.

Pero el doctor no se podía engañar así mismo. Por que esa parte de él que quería salvar al mundo seguía ocupando un esquina minúscula al fondo de su mente que siempre se las apañaba para generarle dudas o una brisa de remordimiento que pesaba, aunque solo fuera brevemente.

Así que esas palabras de Leon, sí, le hicieron daño. Más daño del que el rubio probablemente se figuraba.

Y el doctor, inevitablemente, se quedó atrás. 

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Desde ese momento, caminaron en silencio. Lo cual, en realidad, era perfecto. A más silencio, más atentos a posibles peligros estarían.

Durante este tiempo encontraron, de cuando en cuando, algunos zombies que se daban cabezazos contra las paredes, se comían los codos, o que se quedaban quietos mirando al techo en estado de letargo. Totalmente inofensivos dentro de la ofensa que eran. 

 Leon se encargaba de pasarlos por su cuchillo. Se manchaba las manos, cierto, pero la munición era escasa y preciada así que, mientras pudieran avanzar en modo sigilo, seguirían haciéndolo.

En alguna ocasión tuvieron que volver sobre sus pasos, o bien para salvar la vida del doctor al ser atacado por algún zombie errante, o bien para tomar otros caminos.

A decir verdad, esa parte del sector cinco en la que se encontraban era, no solo muy grande, sino laberíntica.

A veces tomaban un pasillo y cuando se querían dar cuenta, volvían a estar en el punto de inicio, pues eran pasillos circulares; en otras ocasiones, llegaban a un callejón sin salida y tenían que volver sobre sus paso para tomar otro pasillo. Y así durante horas.

Hacía calor en el sector cinco. Calor agobiante y asfixiante.

Estaban cansados y lamentaban no haber cogido más botellas de agua de la cafetería, porque empezaban a racionar la que Leon llevaba encima, que era ya más escasa que la munición.

Lo importante en estas situaciones siempre es mantener la calma. Y el rubio y la pelirroja lo estaban llevando bastante bien, teniendo en cuenta lo tedioso que se estaba volviendo el camino.

Por los pasillos se encontraban muchas puertas, a un lado y al otro, que daban siempre a diferentes despachos y archiveros. Pero no conseguían dar con la sala de ventilación. ¿Se la habían pasado ya? ¿O después de tanto caminar aún no la habían encontrado?

—Sin un mapa, seguir el plan de Hunnigan nos está llevando mucho más tiempo del deseado. —Le comentó Leon en cierto momento a Claire. Necesitaba romper el silencio después de tanto tiempo andando sin llegar a ninguna parte. —¿Existe acaso la sala de ventilación?

—Cuentan que es una leyenda. —Contestó Claire, cansada pero sonriendo. —Pero tenes razón. Avanzar sin un mapa es como ir completamente ciegos. —Respondió Claire, que acusaba mucho la falta de energía, empleada en diezmar la población de zombies que habitaban ahí. Emplear la energía necesaria para ser tan veloz, la convertía en un verdadero guepardo. Velocidad explosiva, por poco tiempo.

—Bueno, al menos lo suficientemente videntes como para matar a los zombies que nos vamos encontrando. —Señaló Leon, tratando de subir los ánimos. Sin mucho éxito, debo añadir.

—Ya. —Respondió Claire, suspirando. —Estoy tan cansada, que ni siquiera sé si cuando lleguemos a la sala de ventilación tendré la fuerza para subir hasta el exterior. 

—Te subiré yo si hace falta. —Contestó Leon, que no hablaba en broma.

Se volvió a hacer el silenció mientras avanzaban, viendo al doblar la esquina, a otro zombie despistado.

Leon se acercó, cada vez con menos sigilo, y clavó su cuchillo en la base del cráneo del zombie, que se desplomó en el suelo, con sonidos huecos de huesos chocando entre sí.

Y siguieron caminando.

—No te lo he preguntado en todo este tiempo. —Empezó hablando Claire, que tenía varias preguntas en el tintero. Más o menos sabía todo lo que necesitaba saber, pero había algunas cuestiones más específicas que desconocía y quería saber los detalles. Aunque tal vez no fueran importantes para otros. —¿Dónde se supone que estamos? Sí, ya sé, en un laboratorio, presumiblemente subterráneo teniendo en cuenta el artificio de los “paisajes” en las ventanas. Pero, geográficamente hablando, ¿dónde?

Leon, sin dejar de caminar, miró hacia Claire, preguntándose cuánto de lo que le había pasado era capaz de recordar la pelirroja.

—¿Qué es lo último que recuerdas? —Le preguntó Leon.

—¿Lo último? —Claire hizo una pausa, mordiéndose sus carnoso y rosado labio inferior. Pupilas de Leon expandidas. —Recuerdo que viajé hasta Fernando de Nohorona. Es una isla en un archipiélago de Brasil.

»Después... —Volvió a hacer una pausa y entrecerró los ojos. —Me hospedé en una trampa de hotel y ahí... ¿Sabes ese hombre enorme con la cabeza reventada en el aula 001?

—Hum. —Contestó Leon, asintiendo con la cabeza. ¿Cómo no recordarle? Casi le mata y Leon lleva un bonito collar morado alrededor del cuello gracias a él. Sin hablar de la trágica pérdida de su férula de descarga. Aunque para trágicos, sus maseteros.

—Ese cerdo me atacó. —Le dijo Claire, apretando el fusil en sus manos. Gesto que no pasó desapercibido para Leon. —Se abalanzó sobre mi como una bestia y... y... —Claire tragó saliva, frenó el paso y cerró los ojos.  Cuando los abrió, se encontró con los ojos duros pero preocupados de Leon.

—¿Llegó a abusar de ti? —Preguntó el agente, con un nudo en el pecho y la boca seca. Él gigante había insinuado que sí, motivo por el cual Leon entró en la enajenación mental que le salvó la vida. Pero podría haber dicho lo que fuera con tal de provocarlo, ¿no? 

Y no nos engañemos, para Leon era mucho más fácil creer que Claire no había tenido que pasar por eso.

—No. —Respondió Claire. Y Leon sintió un alivio instantáneo que se evidenció en la forma en que dejó escapar el aire de su boca. —No, él... se propasó sin duda. Él... tocó mi cuerpo y... me intentó besar y... me lamió. —Claire estaba pudiendo contar y revivir los escasos recuerdos de su vivencia con una entereza digna de admiración, pero no falta de dolor y vergüenza.

—Me cargaría a ese hijo de puta si no me lo hubiera cargado ya. Cabrón, cerdo, trozo de mierda. —Intervino Leon hablando entre dientes, llevándose las manos a la cabeza. Apretando su mandíbula machacada y sintiéndose fuera de sí. Cuánto echaba en falta su férula.

—Sí, es todas esas cosas. —Dijo Claire. —O lo era, mejor dicho. Me alegra saber que lo has quitado de en medio, la verdad. Un cabrón menos en el mundo. —Claire puso una mano sobre el hombro de Leon y le regaló la sonrisa más dulce que podía expresar en ese momento. —Me defendí bien, Leon. Me defendí muy bien. Tal vez no le maté, cierto. Pero dejé K.O. a un maldito gigante. Aunque solo fuera durante unos minutos.

Leon miró a Claire. La conocía muy bien. Ella era una guerrera. Y él sabía que ella había luchado a juzgar por las palabras del gigante. Pero no dejaba de resultarle doloroso que hubiera tenido que sufrir ese ataque.

Leon cogió la mano que Claire apoyaba sobre su hombro y entrelazó sus dedos. Simplemente porque necesitaba tener ese contacto físico con ella.

No la consolaría con lástima, tan en contra de ello como él estaba,—aunque ya nos había regalado unos momentos maravillosos de consuelo sensiblero —, pero ese gesto era suficiente para decirle sin palabras, que él estaba ahí. Y que siempre lo estaría.

—Lo sé. —Contestó Leon. —Eres fuerte Claire. Quien lo ponga en duda, o bien no te conoce, o bien es un necio.

Claire miró sus manos. Sus dedos entrelazados. Piel con piel.

Hacía calor y sus manos estaban calientes, pero ese roce, tan sincero, tan auténtico, tan Leon, era algo que la cargaba de un anhelo tan potente, que le costaba mucho resistirse a empezar a acariciar otras partes del cuerpo del rubio.

“No es el momento, ni el lugar” Pensó Claire, saliendo de sus deseos.

—Después, —Prosiguió narrando la pelirroja, tras carraspear su garganta seca y alejar de su mente las imágenes de sus manos recorriendo a su compañero. —, intenté huir. Y el resumen es que no lo logré. —Claire volvió a mirar sus manos entrelazadas, más por bajar la cabeza que por mirarlas. —Si supieras que fácil lo tuvieron para atrapare. —Dijo, riéndose lastimeramente. —Si Chris supiera que me atraparon porque no supe diferenciar un arma cargada de un arma vacía, se llevaría las manos a la cabeza. Y seguramente volverían los entrenamientos de nuestra juventud. —Alzó entonces los ojos para mirar a Leon. —Este ahora será nuestro secreto, ¿vale?

Leon sonrió ante eso. Como dos adolescentes guardando secretos. Era ridículo, pero al mismo tiempo divertido, tierno y hasta romántico.

—Vale. —Le respondió Leon. —Seré tu cómplice. —Y le guiñó un ojo.

“Joder, ¿por qué hace eso?” Habló la voz en la cabeza de Claire. “Me derrito, en serio, ¡Me derrito!” Intervino, dramáticamente, la segunda voz. “Ese guiño de ojos debería ser ilegal.” Volvió a hablar la primera voz. “Tienes nuestro permiso para desmayarte, Claire. ¡Adelante!” Dijo, igual de dramática que antes, la segunda voz.

“¡Callaos!” Las reprendió Claire, que no quería sonrojarse ante ese gesto. Bastante emocionada se estaba sintiendo ya después de las cosas que se habían dicho allá atrás en la cafetería. Incluida ella, reconociendo que llevaba mucho tiempo deseando escuchar a Leon decir ¡Qué haría el mundo arder por ella!

“Le gustas. Es más que evidente.” Dijo la primera voz, haciendo sonreír a Claire como una niña ingenua. “¡Alto! Te estás precipitando. Hay que analizar toda la situación y tener el cuenta todas las variables.” Intervino la segunda voz, y Claire dejó de sonreír, poco a poco. “¿Qué variables puede tener que el hombre del que estas perdidamente enamorada, diga en voz alta que haría arder el mundo por ti?”  Volvió a intervenir la primera voz, ciertamente perdiendo la calma. “Leon quiere mucho a Claire. Desde siempre. Eso no es nada nuevo para nadie. Pero que la quiera, no significa que esté enamorado de ella.” Razonó la segunda voz. “¿Qué no has entendido de que haría arder el mundo por ella? Si eso no es una declaración de amor, entonces, ¿qué demonios es?” Preguntó la primera voz. “Chris también haría arder el mundo por su hermana. Y la quiere como se quiere a una hermana. No románticamente.” Acertó a decir la segunda voz. “Ugg, eres asquerosa.” Dijo la primera voz. “Lo que quiero decir, Claire, es que no puedes dar por sentado que le gustas o que esa haya sido una declaración de su amor, porque el cariño que Leon te tiene es legendario, pero nunca ha ido más allá de una amistad.” Aclaró la segunda voz. “¿Y qué me dices de todas esas insinuaciones que le está haciendo?” Preguntó de nuevo la primera voz. “Es el juego al que siempre han jugado. No tires por ahí, porque eso sí que no es indicio de nada.” Atajó la segunda voz. “Eso no es cierto. Sabes tan bien como nosotras que él está entrando al trapo de una forma que nunca antes había hecho. ¿Por qué iba a hacerlo si no sintiera algo por Claire?” Volvió a intervenir la primera voz y la segunda se quedó callada durante un momento. “Tal vez solo la echaba de menos por haber estado separados durante dos años y por eso está complaciéndola entrando en sus juegos.” Contestó mordazmente la segunda voz, zanjando el asunto.

Esa última reflexión, golpeó dolorosamente en el centro del pecho de la pelirroja, que agachando la cabeza, triste, soltó su mano de la de Leon.

Y Leon percibió ese gesto.

En ese momento, los alcanzó el doctor que, yendo más a su ritmo, parecía menos agotado de lo que estaba cuando trataba de alcanzarlos.

El anciano tenía que cambiar su estrategia con ellos. No solo demostrar ser útil, como ya había hecho. Sino tratar de ser más amable. Agachar las orejas, al menos hasta que ya no fuera necesario.

—¡Ah! Estáis aquí, ¿nos tomamos un descanso? —Preguntó el viejo, al verles parados en medio del pasillo, sonriéndoles como si se estuviera encontrando con dos viejos amigos.

Leon miró al viejo con el desprecio de siempre, sintiendo una profunda repulsión al verle sonreír. ¿Ya había perdido la cabeza?

Claire por su parte, compartiendo la mirada de desprecio con Leon, no posó sus ojos ni un segundo más del necesario sobre el anciano, y siguió su camino seguida del rubio.

—Supongo que no. —Contestó el doctor con resignación y calma, para sí mismo.

Leon y Claire, retomaron  su marcha, dejando atrás al doctor,  y con ganas de seguir hablando. 

Hay que entender que tras dos años sin saber nada el uno del otro, eran muchas cosas las que se querían contar. Y además eran sus personas favoritas del mundo, así que para ellos hablar durante horas era tan natural como respirar. Y se sentía bien.

—Entonces, ¿eso es lo último que recuerdas? —Preguntó Leon.

—Sí. —Contestó Claire, no queriendo mencionar cosas tales como que ella tenía pensado enviarle un mensaje ese día o que la última persona en la que había pensado antes de perder el conocimiento, era él. —Me inyectaron algo y me desplomé.

»Lo siguiente que recuerdo, es tu voz llamándome en la lejanía y tu cara al abrir los ojos. Sonriendo y llorando al mismo tiempo. —Dijo Claire, riendo.

Leon le regaló una sonrisa y la miró de soslayo.

—Bueno, tengo que decir que me hizo muy feliz saber que estabas viva. —Dijo Leon y los dos se rieron vagamente. Y se hizo el silencio. —Hubo un momento en que creí que no conseguiría reanimarte. —Ahora los dos se miraban, con completa comprensión en sus ojos y en sus almas. —Todavía estoy asimilando que estamos aquí, juntos. Matando zombies y hablando.

Claire sintió una punzada de dolor muy extrema en su corazón al escuchar esas palabras.

Ella sabía que Leon no las había dicho con el objetivo de lanzarle segundas sobre la importancia de estar ahí hablando, después de dos años sin verse por culpa suya. Él lo decía porque la había reanimado y por poco no lo cuenta. 

Pero Claire no olvidaba que tenía una disculpa pendiente para con él. Aunque reconocía que le gustaría tener esa conversación cuando salieran de ahí.

—¿Estás bien? —Preguntó Leon, entrometiéndose en sus pensamientos de culpa, y sacándola de ahí. 

—Sí, sí, perdona. Solo es el cansancio. —Mintió Claire. —Bueno, dime, ¿dónde estamos? —Preguntó entonces, queriendo cambiar de tema.

—Seguimos en Fernando de Nohorona. —Le informó Leon, alzando las cejas.

—¿Cómo es posible? La isla es ridículamente pequeña. —Preguntó Claire.

—Pues estamos en un sitio ridículamente más pequeño aún. —Claire alzó las cejas y entrecerró los ojos en una clara expresión de no entender a que se refería el rubio. —Estamos en un peñón a unos cuatro kilómetros de la costa.

—¡Ostras! —Dijo Claire, que no parecía ser capaz de decir nada más. 

—Sí. Y como tiene bastante altitud, excavaron el laboratorio dentro de la roca. Aunque no tengo ni idea de si ahora mismo estamos a nivel submarino o no.

»Hunnigan dijo que estas instalaciones son impresionantes.

—¡Hunnigan! ¡Es cierto! ¿Cóm-cómo está? ¿Cómo están su mujer y su familia?

—Están todos bien. —Le respondió Leon sonriendo y con los ojos brillantes. Hunnigan era muy importante en su vida. Saber que ella y su gente estaban a salvo, era una bendición. —Hunnigan debe estar volviéndose loca tratando de restablecer su control sobre el laboratorio y el contacto conmigo.

»A estas horas ya habrá entrado en activo el protocolo de doce horas. —Soltó Leon suspirando.

—Vale, vale, necesito saber varias cosas. —Dijo Claire, tratando de ordenar sus pensamientos. —Lo primero y más importante, ¿cómo me has encontrado y cómo has liado en todo esto a Hunnigan? —Preguntó la pelirroja, que sabía que Hunnigan estaba muy resentida con ella, pese a que Claire seguía admirándola profundamente. —Y en segundo lugar, ¿qué es eso del protocolo de las doce horas? —Preguntó Claire.

Leon se rió. Tenía que recordar que Claire acababa de aterrizar en el planeta tierra y no sabía nada sobre su rescate.

—Bueno, pues en primer lugar, y para resumir, —Comenzó Leon. —Sherry me contó sobre tu desaparición y me pidió que te buscara.

—Sherry. —Susurró Claire. —Debe estar muy asustada. —Pensó en voz alta.

—Sí. Lo está. —Afirmó Leon, con pesar. No soportaba la idea de que su niña estuviera sufriendo, aunque el sufrimiento fuera inherente al ser humano. —Estaba asustada y desesperada. —Continuó. —Incluso le costó pedirme que te buscara. Ya sabes por... —Leon no sabía como seguir sin mencionar el asunto candente entre los dos. 

—Sí, ya. —Contestó Claire, no queriendo entra en el tema y dándole a Leon pie para continuar.

—En fin. Ella me lo pidió y yo se lo pedí a Hunnigan. —Dijo Leon, queriendo atajar.

—¿Y Hunnigan aceptó sin más? —Preguntó Claire con verdadera curiosidad.

—Sí. —Contestó Leon. —Obviamente hizo algunas preguntas al respecto, pero Hunnigan es mi compañera. —Dijo Leon, con orgullo en sus palabras. —Nunca me dejaría solo ante el peligro.

Claire miró a Leon, tan orgulloso hablando de su compañera, que sintió de nuevo esa pena oscura que, de cuando en cuando, golpeaba su estómago, al pensar que de ella no podía decir lo mismo.

—Hunnigan es maravillosa. —Dijo Claire, asintiendo y tragándose su dolor.

—Joder, es una crack. —Dijo Leon, sonriendo. —¿Sabes que encontró tu paradero en  menos de veinticuatro horas?

»Sherry nos contó que Terra Save te mandaba de nuevo a Penamstam, y resulta que estabas en Brasil.

»No exagero cuando digo que sin Hunnigan, no te habría encontrado. —Añadió Leon, mirando a Claire.

—Sí, bueno. Es que iba a ir a Penamstam, pero mi supervisor me cambió el destino a última hora. —Dijo Claire, recordando los hechos. —Y aunque era una situación muy inusual, me pareció que la justificación tenía sentido, y no hice ninguna pregunta. —Claire guardó silencio, tragó saliva y volvió a hablar. —¿Terra Save tiene algo que ver con esto? ¿Están implicados? —Ciertamente la pelirroja quería saber la verdad, pero temía la respuesta.

—Todavía no lo sabemos, pero me decanto a pensar que no. —Dijo Leon, para alivio de Claire. —Pero, mira, dato de interés, Terra Save ya no existe.

Claire frenó en seco el paso y miró a Leon.

—¿Qué? —Preguntó.

—Para esto tampoco tengo ninguna explicación. —Adelantó Leon, frenando su paso a su vez. —Solo sabemos que, probablemente Trizom, en sus esfuerzos por raptarte y borrar sus huellas, han hecho desaparecer la empresa.

»Ni rastro de transacciones económicas, ni rastro de webs, publicidad, noticias...

—¿Y mis compañeros? —Preguntó Claire, cortándole.

—Amnesia colectiva. —Contestó Leon. —Y una única desaparecida. Tú.

—Ya. C. Redfield. —Contestó con sorna Claire, al recordar que ese terrible destino estaba reservado para su hermano. —¿Quiénes estáis implicados en el caso, a parte del gobierno y la unidad especial? —Preguntó Claire, retomando el paso, caminando al lado de Leon.

—Bueno. En realidad la unidad especial solo somos Hunnigan y yo. Y no estamos trabajando con el gobierno. —Contestó Leon.

—¿Estáis actuando por libre? —Preguntó Claire, sorprendida de que Leon no estuviera siguiendo órdenes de sus superiores. —¿Desde cuando tú actúas por libre? —Preguntó de nuevo, no queriendo sonar descortés.

—Desde que eres tú la que está en peligro. —Le contestó Leon, mirándola a los ojos con total verdad y franqueza.

Claire se quedó momentáneamente desarmada, mientras seguía caminando por propia inercia.

Leon S. Kennedy, agente especial del gobierno de los Estados Unidos de América, protector de sus secretos y sus leyes, saltándose todos los protocolos y todas las normas, ¿por ella?

“Punto para mí.” Dijo la primera voz en su cabeza, sin que la segunda voz se atreviera a añadir nada más.

—Tú... —Comenzó a hablar Claire, casi a trompicones. —...Te. Has saltado. Las. Normas. Del gobierno. ¿Por. mí?

Leon entonces la sonrió, sin apartar los ojos de ella.

—Y lo volvería a hacer. —Contestó.

“¡Infarto! ¡Infarto!” Gritó la primera voz en su cabeza. “Basta ya. Contrólate. Repito que Chris también lo haría.” Trató de cortar la emoción la segunda voz. “Ya, pero no hablamos de Chris, hablamos de Leon. Esa persona que prefirió quedarse el USB de la culpa, alejándose de Claire, para proteger a su país.” Volvió a hablar la primera voz, con toda la agresividad que la competitividad por llevar la razón le confería. “Ya, pero en ese caso la vida de Claire no estaba en peligro. No puedes afirmar que él nunca lo haría basándote en un único suceso.” Intervino de nuevo la segunda voz, que parecía que siempre tenía las de ganar. Pues los nervios que hubiera sentido segundos antes Claire ante las palabras de Leon, se habían vuelto a esfumar.

Claire empezaba a tener dolor de cabeza con todas esas ideas contradictorias gritando en su cabeza. Por no hablar del cansancio y el calor.

—¿Te encuentras bien? —Preguntó el rubio. ¿Esa expresión se debía a lo que le acababa de decir? ¿Estaba siendo muy lanzado con sus sentimientos?

—No. Me duele la cabeza. —Contestó Claire, alejándose de esa conversación, que se estaba volviendo peligrosa a nivel emocional.

—¿Quieres un analgésico? —Preguntó Leon, preocupado.

—No, no. Se me pasará. Seguramente es el calor. —Contestó Claire, restándole importancia. —Además, no sé si puedo medicarme teniendo en cuenta que acabo de salir de una probeta gigante, así que.

—Le preguntaremos al doctor. —Dijo Leon. —Esperémosle.

—No, no. Prefiero seguir adelante. —Le comentó Claire. —Cuando salgamos de aquí, ya obtendré todas las respuestas que busco.

Leon miró a la pelirroja, sopesando sus palabras, pero obedeciendo. Confiaba en el buen juicio de Claire.

—Así que por libre. —Retomó el tema la pelirroja. —El estado no sabe que estoy aquí atrapada. Chris no sabe que estoy aquí atrapada. Solo Sherry, Hunnigan y tú. ¿Es correcto? —Preguntó Claire.

—No del todo. El gobierno esta investigando tu desaparición a cuenta de la desaparición de Terra Save. —Le contó Leon. —No se explican cómo o por qué ha desaparecido, ni tampoco porqué los empleados presentan amnesia colectiva, pero, como única trabajadora de la empresa desaparecida, te has vuelto de interés y la policía investiga tu caso.

»Y debo decir que están bastante lejos de encontrarte.

—¿Cómo sabes todo eso? —Preguntó Claire.

—Me lo contó Ashley Graham. —Respondió Leon.

—¿Ashley Graham? —Preguntó muy extrañada la pelirroja. —¿La Ashley Graham a la que fuiste a rescatar a España? ¿La hija del expresidente? —Siguió preguntando con asombro.

—La misma. —Contestó Leon, divertido.

—Pero, ¿cómo? 

—Es la agente de policía detrás de tu caso. —Volvió a responder Leon.

Claire no salía de su asombro. La joven Ashley Graham era ahora agente de policía y estaba investigando su desaparición.

—¿Sorprendida? —Preguntó Leon, con la misma diversión de antes.

—Sí. —Contestó Claire, sin pensar demasiado. —Bueno, no. —Rectificó. —Quiero decir, no tengo razones para sorprenderme, ¿no? Todo el mundo evoluciona y se forma y después tienen trabajo. —Trató de razonar. —En fin, que no me sorprende que Ashley Graham sea policía y esté detrás de mi caso, solo que hacía mucho que no pensaba en ella. —Zanjó la pelirroja, que se sentía muy absurda con sus palabras y conclusiones obvias. Pero había algo que no había pasado por alto en el fondo de su cabeza. —No sabía que seguías en contacto con Ashley. —Añadió Claire, bajando la voz .

“¿Has sonado celosa?” Preguntó la primera voz en su cabeza. “Tal vez, ¿estás celosa?” Preguntó entonces la segunda voz. “¿Por qué iba a estarlo?” Preguntó la primera voz. “No lo sé. No tendría sentido.” Contestó la segunda voz. “Es de todos conocido que Ashley albergó sentimientos hacia Leon.” Recordó la primera voz. “¿Y quién no?” Preguntó la segunda, casi con retórica. “Pero Leon nunca ha tenido ojos para ella, así que, ¿por qué iba a estar celosa?” Volvió a preguntar la primera voz. “Tal vez porque Ashley ya no es una cría y se acaba de enterar de que tienen contacto, después de tanto tiempo.” Propuso la segunda voz. “Ya. Pero Leon le salvó la vida. Es lógico que mantengan el contacto. Ahora son amigos.” Concluyó la primera voz. “¿Son amigos? Leon no ha dicho que sean amigos. De hecho todavía no ha dicho nada sobre que mantengan el contacto.” Puntualizó la segunda voz. “¡Anda! ¡Es verdad!” Dijo divertida, la primera voz. “Dejemos de comerle la cabeza. Seguramente no ha sonado nada celosa.” Zanjó el asunto la segunda voz.

“¿Está celosa?” Se preguntó Leon.

—No puedo decir que tenga contacto con ella, la verdad. —Dijo el agente especial. —Nos encontramos en tu departamento. —Leon miró a Claire y Claire, con los ojos muy abierto por la sorpresa, miró a Leon. —Coincidimos ahí buscando pruebas o indicios de tu paradero. —Aclaró Leon. —Y me contó lo que sabía sobre el caso. Que no era mucho por cierto, otra de las razones de ir por libre. Poder actuar lo más rápido posible.

—¿Has estado en mi casa? —Preguntó Claire, muriéndose de vergüenza. A ver, su casa era pequeña, vieja y espartana. No era una casa de revista de esas que enseñas con orgullo.

—Sí. —Contestó Leon, con cautela al ver la expresión avergonzada de Claire. —Muy maja Aaliyah, por cierto. —Añadió el agente especial, rompiendo el hielo que se estaba formando. —Me sometió al tercer grado cuando me pilló entrando en tu casa.

»Ahora me llamó Leroy, soy tu novio y te soy infiel en tu departamento con una striper rubia disfrazada de policía.

—¿¡Qué!? —Preguntó muy confusa Claire.

—Ya lo entenderás cuando vuelvas a casa. —Se rió Leon.

Claro que lo entendería. Aaliyah se lo contaría todo con pelos y señales. Era una cotilla de tomo y lomo. Pero apreciaba a Claire y le solía hacer pastel de carne los domingos.

—Bueno, y ¿qué me dices sobre el protocolo de las doce horas? ¿Qué es eso? —Preguntó Claire, queriendo pasar a otro tema que esperaba fuera más trivial y aburrido.

—Un plan de apoyo. —Contestó Leon, asomándose a un recodo y dando vía libre. —Pasadas doce horas desde la falta de contacto entre nosotros, Hunnigan enviará ayuda. 

—Parece que lo tenéis todo muy bien estudiado. —Señaló Claire.

—Sí, bueno, son muchos años trabajando juntos. Tenemos nuestros métodos. Y funcionan. 

Dicho esto, llegaron a una sala de descanso. 

Esta estaba limpia y bien amueblada, con varios sofás blancos, plantas artificiales por aquí y por allá en maceteros de plástico también blancos, y un revistero lleno de revistas de todo tipo, desde decoración y salud, hasta temas del corazón y cotilleos.

Parecía un buen lugar para descansar un rato antes de seguir su camino. No sabían cuánto más iban a tardar en encontrar la sala de ventilación. Y ciertamente el agotamiento empezaba a hacerles mella.

Leon encendió la luz, cansado de ir por los pasillos con las luces de descanso. Al fin  al cabo en esa sala había un interruptor.

Entraron, cerraron la puerta tras de sí, la atrancaron con un sillón individual, y se sentaron en los sofás a descansar y reponer líquidos.

 Claire tenía mucho calor. Bueno, ambos tenían mucho calor. Pero Claire todavía llevaba puesto el jersey de lana del doctor, no queriendo parar a quitárselo en medio de los pasillos.

—¿Por qué hará tanto calor en este nivel? —Preguntó la pelirroja, mientras se sacaba por la cabeza el jersey, se lo ataba en la cintura y se sentaba en uno de los sofás.

—No tengo ni idea. Parece que estemos descendiendo al centro de la tierra. —Dijo Leon, dejándose caer en el sofá de enfrente, echando la cabeza hacia atrás y gimiendo por la sensación de descanso.

Claire cruzó las piernas encima del asiento y bebió el agua que el rubio le había entregado, dosificándola con cuidado.

Fue entonces cuando miró a Leon. Ahí sentado. Con sus largas piernas abiertas. Sus brazos extendidos por encima del respaldo del sofá. La cabeza inclinada hacia atrás dejando al descubierto su cuello, que brillaba por el sudor; y su nuez de Adán, que ascendía y descendía cuando este tragaba saliva.

Mirarle era perderse en nubes de deseo que la envolvían en hipnótica danza onírica, mientras se recordaba así misma acariciándose pensando en él. 

Se fijó en sus manos, en reposo lánguido, colgando de sus muñecas. Eran grandes. Y fuertes. Y en su cabeza, esas manos la acariciaban, la agarraban con ímpetu, la dominaban y la poseían.

Manos fuertes como fuertes eran sus piernas, enfundadas en esos cargo negros llenos de riñoneras y cartucheras.

Cada vez hacía más calor. Pero este calor venía de dentro. De una explosión volcánica que nacía en los ojos de Claire, se procesaba y mezclaba con las fantasías en su cabeza, aterrizando de golpe entre sus piernas, arrasando su cuerpo por completo, en sinuosas llamas prohibidas.

Subió su mirada, como subía su fiebre, hasta la hebilla de su cinturón, que ajustaba sus estrechas caderas. Y siguió subiendo por su torso, viendo como iba ensanchándose con sus dorsales y su espalda, sobre un vientre plano y unos pectorales marcados que se unían a sus clavículas, que a su vez, eran asiento para esos trapecios perfectamente desarrollados, que acababan en unos deltoides redondos y preciosos que le hacían ver tan imponente.

Se mordió el labio inferior, observando a su amigo y dando cuenta de lo caliente que estaba, cuando al llegar a su cara, se dio cuenta de que Leon la estaba mirando.

Jarro de agua proveniente de los mares más fríos de la Antártida, allá en el polo sur, instantáneo sobre la cabeza de la pelirroja.

¿Cuánto tiempo llevaba mirándola? ¿La había pillado dándole un repaso? ¡Qué vergüenza!

El jarro de agua fría se convirtió al momento en un jarro de ácido directamente sobre su cara.

Claire apartó la mirada corriendo, sin poder contener una aspiración sonora entre sus labios, lo que la llevó a taparse la boca con la mano, y a quitarla rápidamente por lo traicionero que era ese movimiento.

“¡Todo mal, Claire!” Dijo la voz en su cabeza. “¡Es de primero de encubrimiento! ¡Nunca apartar la mirada corriendo! ¡Eso te delata!” Le increpó la segunda voz. “Deberías haberle preguntado cualquier cosa, para disimular.” Volvió a intervenir la primera voz. “Aunque tampoco sabemos cuánto tiempo llevaba viéndonos mirarle. Una mala excusa y tarde, es peor que no poner excusas” Volvió a hablar la segunda voz. “¿Y qué me dices de ese ruidito? Si te ha sorprendido, cierras la boca.” Siguió criticando la primera voz. “Casi tan ridículo como la manita. ¡La manita relajá!” Se unió la segunda voz a la crítica mordaz de la primera.

—¿Qué estabas mirando? —Preguntó Leon ronroneando, mirándola con diversión y dejando escapar una pequeña sonrisa por la comisura de sus labios.

Claire le volvió a mirar, deseando no haberse sonrojado, y tratando de salir rápido del paso. Obviamente no quería hacerle saber que su presencia la había puesto candente.

—Nada. —Contestó con la voz más alta y aguda de lo que hubiera deseado. “¡Contrólate, joder, contrólate!”.

¿Nada? —Volvió a ronronear Leon, sonriendo más y estrechando sus ojos.

—No, nada. —Volvió a contestar Claire, levantando el mentón y tratando de aparentar control. 

“Ya está. Tranquila” se dijo así misma.

—Pues para no estar mirando nada, —Comenzó a hablar Leon, con esa voz aterciopelada tan sexy. —me has dado un buen repaso. —Soltó entonces el rubio, ni corto ni perezoso. Solía ser muy directo en todos los ámbitos de su vida.

—¡¿Cómo?! —Preguntó Claire, que ahora sí estaba siendo consciente de estar sonrojándose, sintiendo todos los capilares de su cara dilatarse sin control.

—Digo, que te has dado un buen tour por mi cuerpo. —Dijo Leon, ahora inclinando la cabeza hacia un lado. ¿Estaba tratando de seducirla?

—Anda ya, Leon. —Dijo Claire, con una risa nerviosa, apartando la mirada de él, pero, ¿a dónde mirar?

—Bueno. En caso de que tengas dudas, me estabas mirando así. —Y acto seguido, Leon comenzó a mirarla.

Su gesto no era exagerado. De hecho, no parecía que la estuviera imitando en absoluto, sino que había decidido tomarse la revancha. Y no se dejó ni una esquina de Claire.

Comenzó por sus piernas, cruzadas sobre el asiento; siguió por sus caderas, que se ensanchaban hasta llegar a su cintura dónde se estrechaba, para volver a ensancharse a la altura de unos preciosos pechos, redondos y llenos, que se escondían tras la tela blanca de algodón; continuó después por un brazo, hasta llegar a sus manos, que agarraban nerviosamente a la bolsa plateada de agua; subió por su otro brazo, aterrizando en sus clavículas, y después, continuó por su cuello hasta llegar a sus labios, rosados y carnosos, perfectos y dignos de ser besados. Sin duda el objeto de deseo más poderoso para Leon. Deseaba tener esos labios abiertos en cada parte de su cuerpo desde hacía mucho tiempo; continuó subiendo, pasando de largo sus ojos para centrarse en su pelo, que a Leon tanto le gustaba, recordando la intimidad de lavarlo y cepillarlo; para terminar, ahora sí, zambulléndose en los océanos de sus ojos. De donde no se apartó ni siquiera para tomar aire o parpadear.

El calor corporal del rubio también aumentó en constante subida y tenía que mantener un riguroso control sobre sus pensamientos, si no quería que cierta manifestación física hiciera acto de presencia.

Los dos parecían haber entrado en trance. Claire con las mejillas sonrosadas. Leon con las pupilas dilatadas. Claire mordiéndose los labios. Leon mordiéndose  la segunda falange del índice.

Los dos devorándose sin respeto ni permiso, compartiendo respiraciones profundas de autocontrol. Porque si no se controlaban, si lo mandaban todo a la mierda y se lanzaban el uno al otro, nada los iba a detener.

La primera en salir del trance fue Claire. Y no sin gran esfuerzo.

No podía ni quería olvidar que no estaban en un lugar seguro, que ella misma no era segura para él y, que si no era mutuo, acabaría destrozando su relación, antes siguiera de disculparse con él por destrozarla previamente.

Además, ¿qué le estaba pasando? ¿Era un animal incapaz de controlarse? No.

—Vale —Consiguió decir la pelirroja, tragando sonoramente saliva. —, lo admito. Te estaba mirando. Ya está, no le des más importancia. —Fue cortante. Y más tajante y dura de lo que había previsto, pero la situación lo requería. De todas formas, seguía siendo, al mismo tiempo, un amasijo de nervios con los bellos de punta. Y esa parte no había sido invisible para el agente especial.

Leon, cerrando los ojos y tomando aire por la nariz, los volvió a abrir, mirando a Claire, percibiendo su deseo. Ella se estaba conteniendo, o eso percibía él. Así que, si quería aparcar ese momento que estaban teniendo, lo aceptaba. Pero eso no significaba que no pudiera seguir jugando, ¿no?

Volvió a sonreír, inclinando de nuevo la cabeza hacia atrás y estirando su cuerpo en su máxima extensión, para después, volver a relajarse en la postura cómoda anterior.

 Quería parecer imperturbable e inocente. Pero en el fondo solo la estaba provocando y seduciendo. ¿Hasta dónde podría llegar Claire para negarse así misma algo que Leon sabía que ella deseaba, y él también?

Inconscientemente, Claire se mordió el labio inferior de nuevo, perdida en la perfección de ese cuerpo. Pero esta vez, cuando Leon la volvió a mirar, ella tuvo el acierto de retirar disimuladamente la mirada, antes de que él pudiera tener la certeza de que le estaba mirando.

“¿Me habrá sorprendido mirándole otra vez?” Se preguntó Claire.

“¿Me estaba mirando otra vez?” Se preguntó a su vez Leon.

Claire, entonces, cogió una revista del revistero y empezó a pasar sus páginas. Solo quería distraerse mientras descansaban, para no terminar de nuevo con los ojos sobre su amigo.

—Uff, —Soltó Leon, rompiendo el silencio. —Cada vez hace más calor aquí, ¿no crees? —Preguntó, mientras cogía el dobladillo de su camiseta técnica, y lo levantaba para abanicarse el torso, dejando ver parcialmente su abdomen, esculpido por el mismísimo Bernini; su ombligo, que quién hubiera previsto que podría ser algo tan sexy; y su bello corporal, dorado como los rayos de sol.

Todo en Leon respiraba a verano. A cielos despejados, luz y calor. A diversión, aventuras y sexo.

“¿Te has quedado mirando otra vez?” Preguntó la primera voz en su cabeza. “Has caído en su trampa. Eres de carne débil.” La reprendió la segunda voz en su cabeza.

Cuando Claire levantó la vista, volvió a encontrarse con Leon mirándola. Y este le sonrió. 

“Pillada.” Pensó el rubio.

—Para. —Le dijo entonces Claire, con una sonrisita que se le escapaba de los labios.

—¿Que pare el qué? —Preguntó Leon, muy divertido, entrelazando sus manos detrás de su cabeza. Consciente de que en esa postura sus brazos se marcaban más y se veían más grandes.

—De hacer lo que estás haciendo. —Contestó Claire, metiendo la cabeza en la revista.

—¿Y qué se supone que estoy haciendo? —Siguió jugando Leon al despiste.

—¡Seducirme! —Respondió Claire, demasiado rápido.

—¿Te estoy seduciendo? —Preguntó Leon, ronroneando, sabiendo muy bien la respuesta.

—Tratando de seducirme, quise decir. —Se corrigió Claire.

—¿Y lo estoy consiguiendo? —Seguía provocando el león.

—No, ¿pero qué dices? —Contestó Claire, que sentía los labios ardiendo y palpitando, en una mezcla de vergüenza y atracción indomables.

Leon se levantó en ese momento, se acercó hasta el sofá de la pelirroja, —siendo esta hiper consciente de su presencia física y  de todos su movimientos. — y cogió con dos dedos la revista que la pelirroja tenía entre manos. Lo giró. Y se lo devolvió.

Claire miró hacia arriba, —sin poder evitar por ningún medio volver a escalar ese abdomen y esos pectorales —, y vio a Leon, con esos ojos azules que parecían brillar entre las sombras de sus cejas, que la observaba desde su altura.

—La tenías al revés. —Le dijo, sonriéndola y volviendo a su asiento. Por supuesto, girándose para que Claire no se perdiera la vista de su espalda y su precioso trasero.

“¿Ni siquiera te fijaste en que la revista estuviera al derechas?” Se lamentaba la voz en su cabeza. “Ni que decir tiene que la temática te convierte en una pringada.” Añadió la segunda voz.

Claire miró entonces la portada de la revista y resultaba ser un especial de “Toda la Verdad” dónde hablaban sobre los reptilianos.

“¿Cómo eres tan torpe?” Preguntó retóricamente la primera voz. “¿Cuánto hace que no catas varón?” Preguntó muy preocupada la segunda voz.

“¿Por qué Leon está haciendo esto?” Se preguntó entonces Claire, en primera persona.

“Solo hay una forma de saberlo.” Respondió la primera voz de su cabeza. “Preguntándole.” Añadió la segunda voz en su cabeza. “Pero, ¿estás preparada para escuchar lo que te tenga que decir?” Volvió a preguntar la primera voz. “¿Para bien o para mal?” Añadió de nuevo la segunda voz.

“No.” Respondió Claire. Solo de pensar en mantener una conversación íntima y profunda con Leon sobre sus sentimientos, le daban ganas de vomitar de puros nervios. “Soy una cobarde.” Se dijo así misma de nuevo.

“En ese caso, no te precipites.” Aconsejó la primera voz. “Y no esperes sentir la llamada. Tal vez debas aceptar que en lo que concierne a estos temas, nadie está nunca preparado. Y simplemente hay que encararlo con valentía.” Añadió sabiamente la segunda voz, cortando este hilo de pensamientos.

“Valentía.” Repitió Claire en su cabeza, sabiendo que eso era precisamente lo que le falta a los cobardes, mientras miraba a Leon casi con añoranza.

De repente, toda esa escena caliente, donde no se sentía más que palpitar, se derritió bajo sus pies, sustituido por un sentimiento amargo y triste de desesperanza y anhelo. 

Ahora, lo único que quería, era que Leon la abrazara fuerte.

Claire no tuvo tiempo de seguir lamentándose, cuando de repente, rompiendo su autocompasión, alguien llamó a la puerta.

Leon y Claire miraron en esa dirección y una voz, en un susurro, comenzó a  hablar.

—Señorita Claire, agente Kennedy. Dejadme entrar, por favor. —Pedía el doctor Bordet al otro lado, con voz lastimera.

Leon y Claire, entonces, se miraron.

Leon negó con la cabeza. Claire juntó sus cejas y encogió los hombros. Leon resopló, poniendo los ojos en blanco y se levantó.

Fue hacia la puerta, retiró el sillón y el cerrojo, y dejó pasar al desvalido doctor.

Este estaba cansado, sin duda. 

Tenía calor, a juzgar por el color de sus mejillas y las gotas de sudor cayendo por sus sienes. 

Respirando con fuerza, cojeó veloz hasta el sitio donde antes se sentaba Leon y se desplomó ahí.

Leon cerró la puerta. Puso el pestillo. La atrancó con el sillón y se giró.

Al ver al doctor en su asiento, puso cara de pocos amigos, y miró a Claire. Esta le sonrió ampliamente, enseñándole las palmas de las manos y, acto seguido, le indicó que se sentara a su lado en su sofá.

Y a Leon le pareció un buen cambio.

—Me ha costado dar con vosotros. —Empezó a hablar el doctor. —He ido picando en todas las puertas, tratando de encontraros. —Les decía. —Pero entonces, empecé a escuchar ruidos y algo que me seguía, y por eso apreté el paso hasta llegar aquí. —Sacó un pañuelo de su pantalón y se secó el sudor de su frente, quitándose las gafas y después volviéndoselas a poner. —Y hace tanto calor aquí abajo. ¿Tenéis algo de agua?

—No. —Mintió Leon. No quería compartir su agua con el viejo. Hablaba en serio cando decía que no le importaba su supervivencia y que no estaba por la labor de ayudarle a sobrevivir.

Claire, tenía en su mano una bolsita de agua. Quedaba la mitad. Y habría que dosificarla. Pero ese hombre, anciano, cansado y con la pierna rota, le estaba pidiendo agua. Solo agua.

Claire le odiaba, sin duda, pero... era un ser humano pidiendo ayuda. Ella no podía no ayudarle si estaba en su mano. 

Pero esa ayuda no significaba nada. Puede que el enfado de antes se hubiera apaciguado, pero ella jamás perdonaría al doctor por lo que le hizo y por lo que le volvería a hacer si pudiera.

Así que le daría de beber y lo protegería cuando un zombie se abalanzara sobre él, pero no iba a ser amable.

—Toma. —Le dijo al anciano, mientras le acercaba el agua. —Solo queda la mitad. Así que dosifícala, porque no te pienso dar más.

—¡Oh! ¡Gracias, gracias! —Dijo el doctor que se puso a beber con ansias pero sin acabársela.

Claire se giró para volver a su asiento y vio a Leon mirándola con una ceja elevada, mordiéndose un lateral interno de la cara.

Claire, suspiró, encogiéndose de hombros como diciendo “Ya lo sé. Pero es superior a mis fuerzas.”

El agente especial, entonces, echó la cabeza hacia atrás y, resoplando, cerró los ojos y descansó el tiempo que les quedaba.

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Cuando se pusieron de marcha de nuevo, la dinámica era la misma de antes. Leon y Claire avanzaban a su ritmo y el doctor desaparecía a sus espaldas, yendo al suyo.

De cuando en cuando, seguían encontrándose zombies rezagados a los que seguían matando en sigilo y sin ningún problema para seguir hacia delante. Porque aunque siempre era desagradable encontrarse con ellos, daban gracias de no encontrarse con grupos grandes.

El problema de la travesía radicaba en las temperaturas, —que seguían subiendo. —, y en la fortaleza mental para no volverse loco en ese laberinto subterráneo.

Mientras avanzaban, Leon se percató de que cada vez que el viejo desaparecía de su vista, Claire aminoraba el paso hasta que lo veía de nuevo. Y después volvía a apretar el paso hasta que el viejo se perdía otra vez de vista y, entonces, volvía a aminorar hasta verlo de nuevo. Y así constantemente.

Leon se dio cuenta, porque compartía el ritmo con Claire. E ir frenando la marcha cuando la tenían marcado, generaba bastante desgaste físico. Pero era paciente, porque sobre todo le parecía entrañable como la pelirroja se preocupaba por otra persona más de este mundo, a sabiendas de que esa persona en concreto se merecía lo peor que le pudiera pasar.

Cuando recuperaron la marcha, después de haber ralentizado y de ver al doctor por la esquina, a Leon se le escapó la risa.

—¿De qué te ríes? —Preguntó Claire, contagiándose de la risa de Leon, ajena a lo tierna que estaba siendo a ojos de su amigo.

—De que sé lo que estás haciendo. —Contestó Leon, sin dejar de avanzar.

—¿Y qué se supone que estoy haciendo? —Preguntó Claire frunciendo el ceño, sin dejar de sonreír, no entendiendo a qué se refería el rubio.

—Cada dos por tres ralentizas nuestro paso para comprobar que Boris está bien.

—No, que va.

—Claire.

—Vale. —Dijo Claire saltando a la liebre. —Vale, sí lo reconozco. Me preocupa que lo maten. 

»Pero  que quede claro que no es porque le vea como a mi creador, ni ninguna de esas gilipolleces que dijo antes Alexis. —Quiso aclarar la pelirroja, que temía que alguien más, a parte del CEO de Trizom, lo viera desde esa perspectiva, porque ella no albergaba semejante sentimiento por el anciano. —Me preocupa porque es un hombre mayor, tratando de sobrevivir con una pierna rota. Simplemente.

Leon seguía sonriendo. Claire no tenía ni que explicárselo, Leon la conocía. La pelirroja tenía el sentido de la compasión muy desarrollado y actuaba en consecuencia.

—No tiene la pierna rota. —Puntualizó Leon.

—¿Ah, no? ¿Y por qué la lleva entablillada?

—Tiene la rodilla reventada. —Informó Leon, con toda la tranquilidad del mundo.

—¿Le reventaste la rodilla? —Preguntó Claire con asombro.

Leon la miró, y levantó la Silver Ghost.

—Y lo volvería a hacer. —Añadió el rubio con total sinceridad.

Claire se quedó en silencio, pensando en las palabras de Leon.

Ella en realidad podía entenderlo. Tal y como se estaban dando las cosas desde que ella despertara en ese lugar, seguro que para Leon abrirse paso hasta ahí no habría sido fácil. Y no habría estado exime de peligros.

Leon seguramente había matado a mucha gente. Y el doctor podía dar las gracias de seguir con vida.

—¿Te estoy decepcionando? —Preguntó Leon con un deje irónico en la voz que trataba de esconder una verdadera preocupación subyacente.

—Para nada. —Contestó Claire. —Tú y yo somos muy diferentes. Pero entiendo perfectamente tu trabajo, Leon. Siempre lo he hecho.

»Además yo tampoco soy una santa. —Dijo Claire dándole un codazo, sonriendo.

—Pero casi. —Le dijo Leon a modo de chanza.

—Ja-ja muy gracioso. —Contestó Claire siguiendo la broma.

Volvieron al silencio, pero no dejaban de avanzar. A más distancia recorrían, menos zombies se iban encontrando. Parece que a ellos tampoco les gustaba el calor que iba en aumento en esas zonas. Y menos mal. Ya estaban podridos, descompuestos y oliendo a muerte, como para que encima estuvieran a gusto en zonas más cálidas.

Leon no podía evitar mirar de Claire de cuando en cuando. Era superior a sus fuerzas. Sentía una atracción hacia la pelirroja que tenía que encadenar dentro de una jaula en su fuero interno para no estar abrazándola constantemente, o acariciando su pelo, o caminando con ella de la mano.

Ella era magnética. Y auténtica. Y fuerte. Y preciosa.

Y Leon se sentía muy rendido ante unos sentimientos sobre los que no tenía ninguna agencia. Pero deseoso de liberarlos sobre esa boca redonda de la que no podía apartar la mirada. Pensando en  lo maravilloso que tenía que ser besarlos, morderos, abrasarlos.

—¿Qué estás mirando? —Preguntó Claire, que le había pillado mirando sus labios.

—¿Qué? —Preguntó a su vez Leon, mirándola ahora a los ojos, tratando de salir de sus ensoñaciones.

—¿Me estabas mirando la boca? —Preguntó Claire, imitando la actitud seductora que Leon tuvo para con ella en la sala de espera que hacía rato habían dejado atrás, con la clara intención de ponerlo nervioso.

Leon  volvió a bajar la mirada a sus labios y después volvió a sus ojos, con honestidad y diversión.

—Sí. —Contestó el agente especial para sorpresa de Claire, que esperaba una reacción menos sincera por parte de Leon, mientras se le escapaba una risa nerviosa.

—¡Leon! —Exclamó Claire, y no supo que más decir.

—¿Te puedo decir que tienes unos labios preciosos? ¿O me estoy pasando de sincero? —Preguntó el rubio, sonriendo, sabiendo que estaba sonrojando a Claire con sus palabras directas.

Claire se rió vagamente, pasándose el dorso de la mano por la frente para retirar el sudor, y para ocultar parcialmente su rostro.

—De santa a tener unos labios preciosos. Cómo ha cambiado la cosa. —Añadió la pelirroja, buscando, activamente, encontrar sosiego en sus adentros, porque las voces en su cabeza, estaban analizando toda esa conversación con ojo de abuela.

—¿Es incompatible? —Ronroneó Leon. —¿Una santa no puede tener unos labios preciosos?

—No, no es incompatible. —Reconoció Claire. —Pero de la misma forma que no soy una santa, no tengo unos labios preciosos. Son normales. —Y antes de que Leon pudiera replicar cualquier cosa, Claire añadió. —Deja de jugar, Leon.

Eso último, la pelirroja lo dijo en serio. Así que Leon dejó de tirar de ese hilo. No todo el mundo apreciaba que la gente fuera directa como una bala. Él mismo no siempre fue así. Aprendió a serlo, convencido de que era la mejor forma de evitar malos entendidos.

Poco podía saber el rubio que la petición de su amiga, era más una súplica para paliar el dolor de no sentirse correspondida, que una cuestión de sentirse incómoda con él.

Pero una cosa estaba clara, y es que Claire no estaba entendiendo, todavía, que Leon no estaba jugando a nada.

Leon retiró la mirada, enfocándose en los interminables pasillo que tenía en frente, sin dejar de sentir todo lo que sentía. Era todo una dramatización de persona que solo tiene un interés amistoso con la persona que tiene al lado, porque mostrar un interés romántico no iba a ser bien recibido.

Y cómo ese silencio había caído sobre ellos de una forma abrupta y hasta incómoda, Leon decidió seguir conversando, tratando de ser lo menos directo que podía.

—¿Sabes qué en realidad tu compasión es algo que admiro mucho de ti, te convierta eso en una santa o no? —Le dijo entonces Leon.

—¿De verdad? —Preguntó Claire con verdadera extrañeza, levantando su rostro hacia el rubio. —¿No te parezco tonta, ingenua y débil? —Le preguntó.

—No. —Contestó Leon mirándola de soslayo. —Creo que hace falta tener mucha fuerza y valor para sentir compasión y ayudar a quienes te han hecho daño.

Los dos se quedaron en silencio, mientras volvían a aminorar el paso, esperando al doctor.

—Qué guay que lo veas así. La mayoría de la gente no lo hace.

—No quieras saber lo que opino sobre la mayoría de la gente. —Dijo Leon, sonriendo disimuladamente. 

—Seguro que pensamos totalmente lo contrario. —Se rió Claire.

—Seguramente. —Reconoció Leon, pero a continuación añadió. —Pero vega ya, no somos tan diferentes. 

—¡Ah! ¿No? —Preguntó Claire mirando hacia atrás y comprobando que ahí estaba el doctor.

—No. —Dijo Leon. —Es más, diría que tenemos muchas cosas en común.

—Vale, te seguiré el juego. ¿Qué tenemos en común? —Preguntó la pelirroja, pícara.

—Sherry. —Dijo Leon sonriendo de oreja a oreja.

Claire resopló poniendo los ojos en blanco.

—Pero eso no vale. —Contestó la pelirroja riéndose. 

—¿Por qué no? Somos sus padres. 

—Ya, pero es una persona. —Señaló Claire. —Si nos basamos en que lo que tenemos en común son las personas, en ese caso también tenemos en común a Jake y a JJ. 

—¿Y no te parece precioso que tengamos a esas personas en común? ¡Somos abuelos! ¿No es eso una pasada? —Preguntó Leon poniéndole emoción a sus palabras.

Claire sonrió. Eso que acababa de decir el rubio era muy bonito.

—Vale, de acuerdo. Has dado en el blanco, tenemos un nieto en común. Qué fuerte es eso. —Reconoció Claire. —Pero pensé que ibas a mencionar otras cosas. Gustos, aficiones, intereses.

Leon guardo silencio un momento, pensando.

—A los dos nos gustan las motos. —Dijo el agente especial, sabiendo que acababa de dar en el clavo.

—Mira, ahí tienes un puntazo. Es cierto, nos gustan las motos. —Claire se estaba divirtiendo con esa conversación, y casi se estaba olvidando de que tenía un fusil en la mano y que estaba atrapada en un laboratorio. —Pero las motos que nos gustan son muy diferentes. ¿Sigues teniendo la Kawasaki Ninja?

—Por supuesto. —Contestó Leon, como si le hubiera preguntado una estupidez. —Adoro esa moto. Es un milagro que siga de una pieza.

—Ya. Conozco tu historial con las motos. 

—En mi defensa diré que no es mi culpa. Siempre hay alguien dispuesto a destrozarlas. —Comentó Leon intentando quitarle hierro al asunto, aunque en el fondo no le hacía ninguna gracia ese historial de motos desguazadas. —Por eso uso muy poco la Kawasaki.

—¡Ah! Pensaba que era porque las motos deportivas son terriblemente incómodas. —Le picó Claire.

—Venga ya. Si te gusta la velocidad, nada como una deportiva.

—La velocidad me encanta, pero nada como ir en crucero.

—¿Te refieres a ir sentada como en una bicicleta, saludando a las ancianitas que te adelantan? —Le devolvió el pique Leon.

—¿Perdona? Mi Harley patina sobre el asfalto, es veloz y sobre todo, co-mo-da. 

—Las deportivas también son cómodas. —Señaló Leon. —Al menos si te gusta echarte encima de las cosas. —Leon miró de reojo a Claire y sonrió. —Si mi Kawasaki pudiera hablar, creo que diría que a ella también le encanta que me eche encima.

Claire apartó la mirada y se mordió el labio. Era increíble como Leon sabía ponerla nerviosa. Cada cosa que decía parecía que llevaba un mensaje oculto muy excitante.

Y no nos engañemos, así era.

—Bueno y a parte de las motos, ¿qué otras cosas crees que tenemos en común? —Preguntó Claire, cambiando de tema, porque sentía que se estaba volviendo a sonrojar.

—Déjame pensar. —Contestó Leon, que había vuelto a apretar el paso, dejando atrás de nuevo al doc. —¿A los dos nos gusta Chris?

Claire se echó a reír y se tuvo que tapar la boca con la mano para no armar un escándalo.

—¿Qué? —Preguntó Leon, defendiendo su idea. —¿Me vas a decir que los hermanos Redfield no se encantan? —Volvió a preguntar riéndose a su vez, tratando de no hacer ruido.

—Claro que sí. ¡Amo a mi hermano! Pero no creo que sientas por él lo mismo que yo. —Dijo Claire, tratando de recomponerse. —Pero te la acepto, venga. A los dos nos encanta Chris.

—De formas diferentes y en diferentes grados, pero sí. Chris es la ostia. —Zanjó Leon.

Siguieron riéndose mientras volvían a aminorar.

—¿Sabes? —Empezó a hablar Claire. —A Chris le gustas también. Y mucho.

—No lo creo. —Opinó el agente especial. —En nuestra última conversación me dejó bastante claro que no. —Añadió Leon de forma despreocupada.

—¿Ah, sí? —Preguntó Claire, extrañada. —Igual le pillaste en un mal día. Pero te aseguro que te adora. —Insistió Claire. —¿Sabes que Chris fantaseaba con que tú y yo estuviéramos juntos?

—No me digas. —Contestó Leon sonriendo, mirando a la pelirroja, quien estaba comprobando que el doctor les había vuelto  alcanzar.

—Sí. —Contestó Claire apretando de nuevo el paso, y sin mirar a Leon. Nunca le había contado eso a nadie, ¿por qué lo hacía ahora? —Bueno, siempre está con “Me gusta este chico para ti, Claire” —Dijo esta imitando la voz grave de su hermano. —O, “¿Jill, no crees que Leon sería un miembro genial en la familia?” A lo que por cierto Jill siempre contesta, “Por supuesto que sí. Es un tío genial.” —Dijo ahora Claire, imitando la voz de Jill. —Y todas esas veces que me ha dicho “Leon es tan fuerte, tan valiente, tan guapo, que no entiendo por qué todavía no es mi cuñado” o las veces que ha preguntado por ti, “¿Cómo le va a Leon? ¿Qué sabes de Leon? ¿Todo bien con Leon? ¿Leon sigue soltero? ¿Por qué no os casáis?”  —Y Claire se echó a reír.

En ese momento, los dos se miraron entonces y las risas desaparecieron paulatinamente.

—No tenía ni idea de que Chris me tuviera en tanta estima. —Reconoció el rubio. —¿Y tú qué le contestabas? —Preguntó Leon con verdadero interés.

Claire alzó sus cejas, con cierta perplejidad. No esperaba que Leon le fuera a preguntar aquello.

—Emmm... bueno, no sé... que estabas bien, supongo. Trabajando. De aquí para allá.... —Claire se había puesto nerviosa. La mayoría de las veces le contestaba a su hermano que la dejara en paz. Que Leon no sentía nada por ella, y que cada vez que se lo mencionaba, le hacía daño. —Y que si tanto quería que fueras un Redfield, que se casara él contigo. —Añadió la pelirroja forzando la risa. Quería dejar esa conversación y le pareció que una chanza sería la mejor forma.

Leon lo captó y aunque no se rió con ella, —pues ni podía ni quería. —, pero la sonrió amablemente mientras seguían su camino.

Claire percibió ese cambio de ambiente. ¿En qué estaría pensando Leon? ¿Por qué había hecho ese gesto con la cara? ¿Le había molestado algo?

La pelirroja no sabía que esperaba Leon de sus respuestas, pero ella no podía ser tan lanzada y despreocupada como él al hablar.

Ella tenía miedo de las posibles consecuencias devenidas de sus sentimientos. Y tenía que proteger su corazón.

Pero el pesado silencio estaba carcomiéndola, y no deseaba que se terminases las conversaciones. Sobre todo cuando se había quedado intrigada con algo.

—¿Qué pasó la última vez que hablaste con Chris? —Preguntó Claire, que se había quedado con la mosca detrás de la oreja. —¿Por qué dices que te había dejado claro que no le gustas?

Leon no contestó. ¿Debía hacerlo? ¿Decirle que simplemente  Chris le quería partir la cara por hacerla llorar? Eso removería todo ese tema que ambos estaban intentando no abordar. El tema de haber estado dos años sin contacto. ¿Era ese el momento de hablarlo?

—Nada. Discrepamos sobre un asunto. —Contestó vagamente Leon.

—¿Sobre qué asunto? —Volvió a preguntar Claire.

—Nada, simplemente no estábamos de acuerdo sobre algo. —Trató Leon de zanjar disimuladamente. —De todas formas, no tiene ninguna importancia. No espero gustarle a todo el mundo. Sino, pregúntale  al viejo que nos sigue en cuanto aminoremos la marcha. —Dijo Leon, cerrando el tema con una chanza.

Ambos, miraron hacia atrás y cuando vieron aparecer al doctor, retomaron de nuevo su camino, sus pensamientos y sus conversaciones.

—Ya bueno, pero esa tampoco es que sea la tónica general. —Dijo Claire.

—¿A qué te refieres? —Preguntó Leon, confuso.

—¿De verdad te lo tengo que decir? —Preguntó Claire riéndose.

—Sí, por favor. —Dijo Leon, recuperando su sonrisa.

—A que no estarás muy acostumbrado a no gustarle a todo el mundo. —Aclaró la pelirroja.

Leon la miró extrañado. ¿Ella pensaba que solía caer bien a todo el mundo? Era más bien al contrario. Como mucho, la gente le respetaba. Pero de ahí a gustar, había una diferencia.

—¿De verdad crees eso? —Preguntó Leon.

—La mayoría de la gente que ha trabajado contigo o que ha tenido que pasar tiempo contigo, ha terminado prendada de ti. Sobre todo las del sexo opuesto. —Dijo Claire, suspirando y mirando la reacción de Leon. —No trates de negarlo.

Leon sopesó entonces sus palabras. Era cierto que solía tener buena relación con sus compañeras de trabajo y que en misiones de rescate protegía el paquete con su vida. Pero Claire estaba diciendo que, sobre todo las mujeres que le habían acompañado, habían acabado prendadas de él. Y él no estaba de acuerdo.

—A veces, cuando estás en una misión, y pasas mucho tiempo pegado a otra persona, si tienes suerte, hay química. —Razonó. —Generas una buena relación. Que de todas formas es la mejor manera de sobrevivir; y cuando acabas, ahí se queda la cosa. En una buena relación.

Claire resopló negando con la cabeza.

—Venga ya, Leon. —Soltó la pelirroja, sonriendo y mirando al rubio.

—¿No me crees? —Dijo Leon mirándola y sonriendo con suficiencia.

Esas sonrisas que se estaban regalando, estaban ocultando otras expresiones en su haber. Y ambos estaban siendo conscientes de ello.

—No. —Contestó Claire, con un deje de exasperación en su voz. —Porque soy muy consciente de que las cosas no se quedaban en tener una buena relación, cordial y afable. —Claire no sabía si Leon se estaba haciendo el difícil o de verdad no era consciente. ¿A qué jugaba? —¿De verdad no eres consciente de ser un rompe corazones?

Leon se echó a reír. Sonoramente, sin poder evitarlo. Y Claire, rápida, se lanzó hacia él, empujándolo contra la pared, tapándole la boca con las manos.

Leon se siguió riendo y apoyó sus manos sobre las de Claire para tratar te apagar la risa. 

Le lloraban los ojos, le vibraba el pecho y se estaba doblando en dos. ¿Tan gracioso había sido lo que Claire había dicho?

—Para, Leon. —Le susurró la pelirroja.

Y Leon de verdad lo estaba intentando pero, es que, Claire le había llamado rompe corazones. ¿Estaban de vuelta en el instituto o qué?

A Claire, de repente, le pareció muy mal que Leon se riera.

 Lo que ella había dicho era cierto. Le constaba que todas sus compañeras o protegidas se habían prendado de él. Si no era porque lo habían verbalizado, eran las miradas o las insinuaciones. ¿Y por qué no decirlo? Las relaciones que sí se llevaron a cabo.

Cuando Leon se relajó y la risa empezó a disminuir, apartaron sus manos de la boca del agente especial.

Él la miraba divertido, secándose las lágrimas; ella le miraba seria e incluso con disgusto.

—Shenmai. —Dijo entonces Claire, cortando de raíz la diversión de Leon. —Ángela Miller. Helena Harper. Ashley Graham. —Claire hizo una pausa ahí, porque decir el siguiente nombre era peliagudo. —Ada Wong.

“¡¿Pero qué demonios estás haciendo?!” Gritó la voz en la cabeza de Claire. “¿¡Te has vuelto loca!?” Gritó casi al mismo tiempo la segunda voz. “Retrocede inmediatamente, Claire Redfield.” Advirtió la primera voz, hablando de nuevo, sin que la segunda voz quisiera intervenir.

Leon se puso serio y frunció el ceño. ¿Por qué Claire mencionaba a las mujeres con las que había coincidido? ¿Eran los ejemplos de su teoría? 

—Te ríes cuando te llamo rompe corazones. —Siguió hablando Claire, cogiendo con fuerza su fusil para darse coraje. —Pero todas ellas sintieron algo por ti. 

»Con algunas incluso tuviste citas. Y no hace falta ser un genio para saber qué pasó después.

“¡Cállate ya, Claire!” Grito de nuevo la primera voz. “¿Qué te está pasando? Has perdido por completo el control y la estas cagando con Leon.” Señaló la segunda voz. “Definitivamente estas celosa. Y si no lo estás, ¡lo pareces!” La reprendió la primera voz.

“No puedo parar.” Se dijo Claire así misma, con una boca tan pequeña y una voz tan débil, que apenas se escuchaba. La puerta en su cabeza vibrando, luchando por abrirse. 

¿Qué estaba pasando? ¿En que momento el nivel cinco de Trizom se convirtió en un consultorio del corazón? ¿Por qué Claire estaba sacando este tema a relucir? ¿Cómo demonios habían llegado hasta ahí?

—Así que no vuelvas a reírte de mí cuando digo que eres un rompe corazones. —Continuó Claire, con el semblante duró y la voz rasposa. —Porque lo eres.

Claire se giró, con los ojos húmedos, en plena guerra mental, dispuesta a retomar la marcha, cuando Leon la tomó por la mano suavemente, esperando que se girara.

La pelirroja y el rubio se miraron a los ojos.

Él, con cierta consternación y asombro.

Ella, con ofensa y dolor.

—No entiendo muy bien qué acaba de pasar. —Dijo Leon lentamente. —Pero en ningún momento me estaba riendo de ti. Me hizo gracia la expresión que usaste, pero no pretendía ofenderte. Perdona.

—Disculpas aceptadas. ¿Seguimos? —Dijo Claire tratando de avanzar, avergonzada y dolida por cómo había resultado esa conversación. Pero Leon seguía cogiéndola de la mano.

—Espera. —Dijo Leon. —No voy a ser tan cínico de decirte que nunca sentí atracción física por esas mujeres, y que tal vez sentí reciprocidad por parte de ellas.

»Tampoco te voy a decir que no he sospechado que alguna se haya podido colgar de mí o que directamente me hayan pedido una cita.

»Pero no creo, en absoluto, haberle roto el corazón a nadie. Tal vez a Ashley, pero era una cría que se enamoró  de su rescatador. Ocurre continuamente. No tiene ninguna importancia.

—No, claro, ninguna. —Convino cínicamente la pelirroja.

Leon estrechó los ojos. ¿Claire estaba enfadada? ¿Por qué se enfadaba con él?

—¿Quieres que te hable de ellas, una por una? —Preguntó con sarcasmo Leon. —No tengo ningún problema en hacerlo.

—Adelante, Leon. Me muero por conocer tu vida amorosa. —Le soltó esa Claire que tenía delante, que estaba siendo incontenible por las voces de su cabeza que se removían con furia.

Leon se estaba enfadando. Sentía esa situación como un enfrentamiento peligroso con Claire. Y nada le iba a hacer más daño al agente secreto que discutir con ella, cuando ni siquiera se había resuelto  aquella discusión previa de hace dos años.

Pero ella quería saber. Y él no tenía nada que ocultar.

—Shenmai. —Dijo Leon. —Asesinada en servicio de la forma más cruel. Una buena agente. Preciosa. Le pedí una cita que jamás tuvo lugar.

»Helena Harper. —Siguió Leon. —Compañera. Hemos trabajado juntos en varios casos y jamás ha mostrado ningún interés en mí. Y por si las dudas, yo tampoco en ella.

»Ashley Graham. —Continuó el rubio. —No tengo mucho que decir. Se enamoró de su rescatador porque era una cría. Y nunca he tenido ningún sentimiento, ni romántico ni sexual hacia ella, porque repito, era una cría.

»Ángela Miller. —Prosiguió el agente especial. —Nos vimos una vez. Tú estabas ahí. Me pidió una cita y la rechacé. 

Leon y Claire se miraban a los ojos. Con los ceños fruncidos. Ella escuchando con el corazón en la garganta. Él hablando con un enfado creciente.

—Es curioso que a ti misma no te incluyas en el lote de mujeres con el corazón roto, ¿no? —Inquirió Leon. —Al fin y al cabo, tú también has sido mi compañera y hemos coincidido en varias ocasiones. 

»Si como dices, todas las mujeres que han trabajado conmigo se han colado por mí, o bien eres la excepción que confirma la regla, y por tanto tu teoría se va a pique; o estás colada por mí, y te he roto el corazón.

“¡Tierra tráganos!” Gritaron las dos voces en la cabeza de Claire, cundiendo el pánico, y dejándola sola.

Claire tenía miedo. Lo que dijera en ese instante cambiaría el rumbo de las cosas irremediablemente. Tenía la boca seca, un corazón que proteger y un orgullo que alimentar. La honestidad y la sinceridad abandonaron a la pelirroja.

—Muy bien. —Comenzó Claire. —En primer lugar, si yo no me he metido en el saco, no deberías hacerlo tú.

»En segundo lugar, no, tranquilo, a mi no me has roto el corazón nunca, porque nunca he estado colada por ti. —Confirmamos que en ese preciso instante, dos corazones se rompieron a la vez. Leon cerró los ojos para contener el dolor. Claire siguió hablando para disimularlo.—Y en tercer lugar, he mencionado a las chicas que he mencionado porque son las que me constan que han sentido algo por ti. 

»Llámalo sexto sentido si quieres. Pero yo sé que es así.

Leon abrió los ojos, todavía los dos con los ceños fruncidos, y se miraron. Y creedme que ahí solo había dolor.

—Vale. —Dijo Leon, tragando saliva. —¿Algo más?

—No. —Contestó Claire, manteniéndose firme, aunque por dentro estuviera ahogada en lágrimas. —Salvo que parece que quieres evitar hablar sobre una persona, ¿no?

Leon sabía que se estaba refiriendo a Ada, pero no le parecía buena idea hablar de ella.

Claire sabía todo lo habido y por haber sobre su relación, porque Leon se lo había contado en cada cita con la pelirroja.

El agente especial restalló su cuello y giró los hombros. Estaba muy tenso. Y su paciencia al límite.

—Ada Wong —Soltó Claire, a bocajarro. —Ya me has hablado de ella. Sé que tuvisteis una historia en Raccon City y que os habéis visto en otras ocasiones.

—¿Y qué resumen quieres que te haga? —Preguntó Leon, entrecerrando los ojos.

—Seguro que tan escueto como los anteriores, no te sale. —Dijo Claire sin perder la acidez.

“Te estas comportando como una gilipollas, tía.” Dijo lamentándose la voz en su cabeza. “Y ni siquiera sabes a dónde quieres llegar.” Siguió la segunda voz. “Te estás autosaboteando” Volvió a decir la primera voz. “Porque de verdad eres una cobarde.” Sentenció la segunda voz.

Claire bajó la cabeza. Tenía ganas de llorar. De pedirle perdón a Leon por estar hablándole así. Por tratarle así.

Leon no se lo merecía. Pero había algo esta conversación que se había hecho ineludible.

Ella necesitaba saber si en el corazón de Leon todavía había un altar dedicado a Ada Wong, y si alguna vez hubo otros. Pero no esperaba que esa conversación se diera en ese momento ni en ese lugar.

Y ella ni siquiera estaba cumpliendo con la parte que debía tocarle, siendo sincera con él.

—La historia con Ada es muy complicada. —Contestó Leon, sin separar su ojos de los de Claire. —Ni siquiera yo he terminado nunca de comprender qué pasó.

—Qué te enamoraste de ella, Leon. Así de simple.

—Sí, muy simple. Porque enamorarse de una mujer que te ha manipulado como a un gilipollas es algo muy fácil de entender. Y para nada vergonzoso de decir en voz alta. —Contestó Leon, con ironía.

Leon tragó saliva. Estaba tan cabreado y tan dolido que si una apisonadora le pasara por encima, sentiría alivio.

 No entendía porque estaban hablando de Ada. Claire lo sabía todo, ¿necesitaba que se lo repitiera?

 Esa mujer había quedado fuera se su vida hacía ya mucho tiempo, y no la había echado de menos ni un solo día.

Y ahora estaba en plena misión de rescate, delante de Claire, nada más y nada menos, discutiendo sobre ella.

—Me enamoré de Ada cuando creí que trabajaba para el FBI intentando averiguar la verdad sobre los acontecimientos que estaban teniendo lugar en Raccoon City..

»Después creí que estaba muerta y que había sido por mi culpa. Lo creí durante seis años. Seis años culpándome y atormentándome con su imagen resbalándose de mis manos y cayendo al vacío. Para descubrir más tarde que estaba viva, que había conseguido el virus que me hizo robar para ella y que seguía trabajando como sicaria para los bioterroristas.

»Tomamos caminos separados después de eso. 

—Ya. —Dijo Claire, consciente de que esa conversación estaba pesándole en el corazón como un yunque al rojo vivo.

—Nos vimos una vez, de casualidad. Ninguno de los dos estábamos trabajando. Y nos acostamos. 

»Bebimos unas copas. La conversación no fluía porque evidentemente había mucha mierda en ese cajón. 

»Subimos a la habitación y ...

—No quiero saber más. —Le interrumpió Claire, tirando de su brazo, con la voz quebrada.

—Sólo pasó una vez, y ni siquiera lo hicimos porque sintiéramos algo el uno del otro. —Siguió hablando Leon, dando un paso hacia Claire, quien intentaba romper el contacto visual. Pero Leon necesitaba que ella comprendiera. —Creo que solo queríamos cerrar ese círculo sin sentido que se había abierto. 

»Y lo hicimos.

—No quiero saberlo, Leon. —Le repitió Claire, con la voz tomada y temblorosa, ¿iba a llorar? —En realidad esta conversación es absurda. No me debes ninguna explicación.

—Entonces, ¿por qué siento que te la debo?

—Por que te llamé rompe corazones. —Contestó Claire. —No te preocupes, ya me ha quedado claro que no lo eres. 

»En todo caso el del corazón roto eres tú. Pero no hay de que preocuparse, para eso te acostaste con la mujer que más daño te ha hecho en la vida. —Contestó Claire, queriendo hacer daño, para paliar el dolor que ella estaba sintiendo en su corazón. —Pero me ha quedado claro que después del sexo, pudisteis cerrar vuestra tóxica relación.

»Una historia muy conmovedora. Enhorabuena.

Dicho lo cual, de un tirón se soltó de la mano de Leon y siguió caminando, más rápido que antes.

Leon, que sentía que le acababan de meter una paliza, hizo de tripas corazón y siguió a la pelirroja, sintiendo que nunca la iba a alcanzar.

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Caminaron sin descanso y sin intercambiar palabras durante horas, intercalando los ritmos de avance y espera para con el doctor, sin que ninguno dijera nada.

El calor aumentaba, el cansancio también y parecía que lo único que disminuía ahí, era su amistad.

Leon iba un paso por detrás de Claire, sin quitarle los ojos de encima.

Ella solo miraba hacia atrás para asegurarse de que el doctor les seguía, pero nunca posando los ojos sobre Leon.

¿Por qué Claire se había puesto así con él? ¿No tenían los dos un pasado? ¿De verdad no quería explicaciones? Juraría que ella de alguna forma se las había pedido, ¡Dios! Se estaba volviendo loco dándole vueltas a ese tema.

Además recordar a Ada nunca era una actividad fácil y agradable.

Leon siempre sintió algo fuerte hacia la sicaria. Una atracción física muy potente e innegable, pero también la esperanza de que cambiaría. No sabía si lo había hecho. Pero de ser así, él lo desconocía. Y a estas alturas de su vida, no le importaba.

Pensar en Ada era recordar la vergüenza y el dolor que sintió por su culpa. Era recordar una situación incomprensible que hacía muchos años había dejado de tratar de entender.

Ella le había salvado la vida a él muchas veces y él a ella, y por eso siempre había creído que ahí había algo más entre ellos.

Pero ninguno de los dos estuvo nunca por la labor de renunciar a sus principios ni a sus trabajos.

En el momento en que el amor no es suficiente, es que no es amor. Es una atracción a la que no se le ha de buscar ninguna explicación, y ya.

O al menos así lo simplificaba el rubio en su cabeza y en su corazón.

¿Claire estaba celosa? Parecía estarlo, pero, ¿quién sabe? Igual Leon estaba malinterpretando la reacción de la pelirroja, y no tenía nada que ver con eso.

Además no debería tener ningún motivo para estarlo. Más allá de porque no eran nada más que amigos, (y eso todavía estaba por ver), porque si Leon sentía algo por alguien, era por ella. 

Y si bien era cierto que él no se lo había dicho directamente, le estaba lanzando unas insinuaciones muy directas, que de hecho, parecían abrumar a la pelirroja.

Además ella había confirmado, mirándole a los ojos, que nunca había sentido nada por él.

Si sentir algo por él era vagar con un corazón roto, como ella había afirmado, entonces se alegraba.

Pero joder, él acababa de confirmar sus peores sospechas. Esas de las que siempre tuvo la esperanza de estar equivocado, porque deseaba que sus sentimientos por Claire fueran correspondidos.

Se iba a reír mucho el rubio cuando se lo dijera a Hunnigan. A ver si así dejaba de insistir en que la pelirroja sentía algo por él.

Aunque igual debería dejarse de insinuaciones y decirle directamente lo que sentía, solo por no quedarse con ello dentro. Casi egoístamente.

Claire le había llamado rompe corazones. ¿Tal vez lo era? Pero sonaba demasiado despectivo.

Para Leon, un rompe corazones es alguien que desea romper activamente los corazones de las personas, jugando con sus sentimientos, emociones y esperanzas. Y él nunca había hecho algo así, o al menos nunca de forma consciente.

Nunca le dio esperanzas a nadie sobre absolutamente nada. Sus relaciones sexuales se limitaban a ser directo y claro con sus intenciones. Y la mayoría de las veces coincidían con las de sus citas. No se encontraba con mujeres que quisieran casarse con él, precisamente.

No podía entender a la pelirroja. Y eso le pesaba más que el hecho de que ella creyera de él que jugaba con las mujeres.

Claire, por su parte, fingía estar ignorando a Leon por una cuestión de principios, cuando en realidad, cada vez que se giraba para comprobar si el doctor les seguía, aprovechaba para mirar de soslayo al rubio.

Le había hecho daño. Con sus palabras le había hecho daño, lo sabía. Y lo lamentaba profundamente.

Pero a ella también le estaba haciendo daño esa conversación, ¿no lo veía? Le pidió que lo dejara en cuando mencionó que Ada Wong y él se habían acostado, y él siguió justificándose.

¿Qué hacia falta para que se enterara? ¿Que le dijera directamente que estaba enamorada de él, desde hace tanto tiempo que ni siquiera sabe cuánto, y que hablar de sus antiguas conquistas la destrozaban por dentro? Ya no tendría ningún sentido. Le había mirado a los ojos y le soltó la mentira más grande del mundo. Y ella juraba que se había hecho más daño así misma con esas palabras, que a él.

“Tú solita te lo has buscado.” Intervino la primera voz. “Esa conversación tuvo lugar porque tú la propiciaste.” Añadió la segunda voz. “Si no estabas preparada para escuchar la historia de sus conquistas, ¿por qué insististe en que te lo contara?” Preguntó la primera voz, tratando de razonar con Claire. “El problema principal radica en que no eres sincera siquiera contigo misma, Claire. Sabes que de todas esas historias solo una te duele, y lo hace porque sabes que fue muy importante para Leon.” Dijo mordazmente la segunda voz. “Sacaste a relucir los nombres de las otras mujeres como excusas para llegar hasta a Ada Wong, dando el rodeo más peligrosos y dañino que podrías haber dado.” Señaló la primera voz. “Pero claro, preguntar directamente sobre Ada habría delatado tu interés romántico hacia Leon, que prefieres mantener en secreto por pura cobardía. Aunque eso destroce a tu amigo por el camino.” Volvió a hablar la segunda voz. “Además de cobarde, egoísta.” La acusó la primera voz. “Si Leon no te vuelve a dirigir la palabra, lo tendrás merecido.” Zanjó el asunto la segunda voz.

Claire se estaba maltratando en su cabeza de una forma absolutamente letal. Y aunque su cara fuera un páramo de emociones, por dentro los golpes la estaban matando, y solo quería llorar. Llorar, gritar y desahogarse.

Le dolía la garganta en sus constantes intentos por aguantar el llanto. Le dolían los ojos por la tensión en ellos tratando de contener sus lágrimas. Le dolía el corazón, porque lo había vapuleado sin piedad.

Claire solía ser una mujer honesta, sincera, inteligente y valiente. Pero todas esas virtudes desaparecían cuando se trataba de Leon.

Pero era cierto, la historia entre Leon y Ada siempre le había dolido profundamente.

Cuando Leon le contó sus historia la primera vez, Claire escuchó atentamente. Consolándole por la pérdida, apoyándole en sus decisiones, animándole como podía. Se acababan de conocer. Se habían hecho amigos. Y aunque el muchacho le entró por los ojos en el momento en que lo vio, todavía no podía decir que estuviera enamorada de él. 

Sin embargo siempre había sentido un profundo dolor al pensar, que mientras ella estaba sola en Raccoon City, al cargo de una niña enferma, pensando en Leon constantemente, y en que ojalá ese muchacho lo hubiera logrado; él estaba enamorándose del enemigo.

Nunca dirá ni creerá que la experiencia de Leon no fue lo suficientemente dura o traumática en Raccoon City, porque estaba segura de que su amigo luchaba contra sus propios demonios a diario. Pero la realidad es que al final, él tuvo a su lado a una sicaria que sabía luchar, que llevaba armas encima y que contaba con la tecnología suficiente como para facilitar el avance.

Pero, ¿qué hacía pensando en todo eso? La terrible historia en Raccoon no era una competición. Se alegraba mucho de que los dos sobrevivieran, fueran cuales fueran sus historias y experiencias.

“Le das tantas vueltas a esos temas del pasado porque no has terminado de zanjarlos.” Le decía la primera voz. “Nunca te has sentado delante de Leon a decirle que jamás llegarás a comprender del todo cómo se pudo enamorar en un momento como ese.” Señaló la segunda voz. “Y cómo siguió estándolo después de saber la profesión real de Ada y de que permitiera que pensase durante seis años que estaba muerta.” Añadió la segunda voz.

Cuando Ada volvió a aparecer en la vida de Leon, este se lo contó todo cada vez a su amiga. Los sentimientos de Claire ya estaban desbocados por el rubio. Y escuchó todas esas palabras desde entonces, con una sonrisa en los labios, aguantando el dolor de unos sentimientos no correspondidos y tratando de ser la buena amiga que Leon merecía tener en su vida. Porque sí, esa era la única razón por la que Claire tragó siempre su dolor. Porque aunque Leon no podía ser para ella lo que ella deseaba de él, al menos ella si podría ser para él lo que él deseaba de ella.

Y eso la había convertido, en realidad, en una mala amiga. Pues los buenos amigos son sinceros los unos con los otros.

Claire había hecho cosas muy mal, y las seguía haciendo. Y eso tenía que cambiar.

Se había pasado con Leon, y ahora se avergonzaba profundamente.

Era una mujer adulta, pero a veces parecía que se había quedado atrapada en el patio del instituto.

Cuando Leon se empezó a reír porque ella le llamara rompe corazones, se había enfadado tanto, que explotó como una novia celosa y absurda. ¿Por qué demonios tuvo que ponerse así, joder? ¿De dónde viene esa falta de autocontrol? ¿Será que ya no tiene la capacidad de fingir que todo esta bien? ¿Va a estallar la verdad de un momento al otro? ¡Ella no estaba preparada!

Como si estar ahí abajo, atrapada en el mismísimo infierno, después de haber sido usada como conejillo de indias no fuera suficiente, ahora, la había cagado con su rescatador y amigo. Y si no se relajaba y conseguía controlarse, las cosas se iban a poner muy dolorosas ahí.

La pelirroja sabía que se tenía que disculpar. Era justo y necesario. Por él y por ella. Por evitar esa explosión descontrolada de sinceridad. Pero todavía no sabía por donde empezar.

En medio de sus pensamientos estaban los dos, cuando a sus espaldas escucharon al doctor gritando y acelerando el paso.

Tanto Leon como Claire retrocedieron en su busca, armas al frente, pensando que algo estaba atacando al anciano.

Pero cuando le alcanzaron, lo vieron sonriendo, tan feliz, acercándose a ellos con un papel enorme en la mano.

—¡Lo tengo!  —Gritaba eufórico. —¡Lo tengo!

—¡No grites! —Le increpó, Leon en cuanto estuvo lo suficientemente cerca. —¿Se te ha olvidado dónde estamos?

—¡Oh! Perdonad. La emoción ha podido a la razón.

—Creo que muchas cosas pueden a la razón cuando se trata de ti, doc. —Contestó Leon tajantemente, cambiando la sonrisa del doctor por una mueca.

Claire cogió el papel que el científico llevaba en la mano y le echó un vistazo.

—Esto es...

—¡Un mapa! —Volvió a gritar el doctor, que se sentía la solución a todos sus problemas, sonriendo de oreja a oreja. 

—¡Boris! ¿Qué tengo que hacer para que dejes de delatar nuestra posición? ¡Baja la voz!

Benedict dejó de sonreír  de nuevo y puso los ojos en blanco.

—Es cierto, es un mapa. —Dijo Claire, mirando a Leon de frente por primera vez desde su discusión, entregándole el papel.

Leon lo observó y encontró que era un mapa muy extraño. Parecía una serie de conductos que giraban alrededor de diferentes niveles, incluido el nivel cinco, y que terminaban en dos grandes conductos que llevaban al exterior.

Leon miró entonces al viejo.

—Es un plano de los conductos de ventilación del laboratorio. —Le dijo al doctor. —¿De dónde lo has sacado?

—De un despacho. —Dijo Benedict. —Como me lleváis mucha ventaja, cuando me siento cansado, voy asomándome a cada despacho, por si estuvierais descansando.

»En una de esas, al abrir la puerta, vi estos papeles sobre una mesa y me di cuenta de que eran los planos de los conductos de ventilación.

»En otras palabras, un mapa.

Leon volvió a mirar los planos y sonrió.

—Buen doc. —Dijo. —Te daría un premio si lo tuviera.

—El problema de esos planos es que no los podemos seguir en tanto que no sabemos dónde demonios nos encontramos nosotros. —Apuntó Claire, mirando a Leon tratando de propiciar el  contacto visual.

—Cierto. —Dijo Leon, distraído en sus papeles. —Estos conductos de esta zona son los que nos interesan, porque son los del nivel cinco. Pero este nivel es enorme, no podemos saber exactamente dónde nos situamos para poder seguirlos y llegar a la sala de ventilación.

—Osea, que seguimos necesitando un mapa de las instalaciones. —Razonó Claire, resoplando.

—Así es. —Dijo Leon doblando los planos y guardándolos en uno de los bolsillos laterales de sus cargo. —Pero buen trabajo, Boris. —Dijo Leon sonriéndole con sorna, como siempre.

El científico miró con cara de pocos amigos a Leon, y pasó de largo al rubio y a la pelirroja, que se habían quedado ahí, viendo al viejo pasar entre ellos, refunfuñando algo por lo bajo.

Después se miraron mutuamente, por fin.

Claire se encontró con esos cielos de verano y, conmovida, quiso disculparse con su amigo. Sabía muy bien que se lo debía, y cada vez por más razones diferentes. Pero tenía miedo de hablar.

Cuando la pelirroja estuvo a punto de decirle que lo sentía, pero sin el valor para hacerlo, fue la primera en contar la mirada y avanzar detrás del doctor.

“Cobarde.” Dijo la primera voz. “Egoísta.” Dijo la segunda voz. “¡Dejadme en paz!” Las calló Claire.

Leon suspiró para sí, sintiéndose mal consigo mismo y con la pelirroja, y los siguió a su vez.

En poco tiempo, Leon les había adelantado, seguido por Claire. Y el doctor, se había vuelto a quedar atrás.

Y la historia sin fin se repetía. 

Caminaban cansados. Tenían calor. Aguantaban la sed. Se perdían y daban alguna vuelta de más. Y todo en total silencio.

A esto se refería Leon cuando decía que lo ideal era tener química con sus compañeros, porque la operación se hacía menos cargante.

La moral estaba por los suelos. Tal vez se dijeron todas esas cosas  antes como consecuencia del calor, el cansancio y la sed.

Entonces, después de mucho andar y mucho silencio, llegaron al final de un pasillo, donde había una puerta de metal blanca de apertura manual.

Tenía un cartel metálico que decía en letras mayúsculas, “prohibido el paso salvo personal de mantenimiento”.

Leon miró a Claire y esta asintió. Iban a entrar. ¿Habían llegado finalmente a la sala de ventilación?

El agente especial apoyó su hombro sobre la puerta y girando el picaporte, la abrió despacio, viendo a través de una rendija lo que se ocultaba al otro lado.

Estaba dando con una pared de hormigón. 

Siguió abriendo y entonces pudo ver un extintor y una alarma de incendios. ¿Estaban en otras escaleras de paso?

Abrió poco a poco la puerta, y observó un suelo metálico que daba a unas escaleras metálicas de bajada.

—Volvemos a estar en unas escaleras de paso. —Informó Leon, abriendo del todo la puerta.

La diferencia con las escaleras de paso anteriores, es que estas no tenían escaleras de subida. Ellos eran el piso más alto de esas escaleras.

Leon entró, comprobando que el lugar estaba despejado y se asomó al hueco de la escalera.

El tramo de bajada parecía profundo, a juzgar por la luminaria de emergencia que brillaba ahí. Pero no veía puertas de acceso a otros niveles.

Llevasen a donde llevasen esas escaleras, eran a un único lugar abajo del todo.

—Bajemos. —Dijo Leon, girándose hacia Claire, la cual asintió y entró en la sección con él.

Antes de que la puerta se cerrara tras ellos, el doctor apareció al fondo del pasillo, acelerando su paso de palo hasta llegar al acceso de las escaleras. 

El viejo se veía horrible. Verdaderamente agotado.

Si estaba siendo duro para Leon y Claire, que eran bastante más jóvenes que el anciano, y que además estaba habituados al ejercicio físico, ese hombre tenía que estar  tirando de pura voluntad para seguirles el paso, con una pierna totalmente inútil.

Una vez se les unió el doctor, cerraron la puerta tras de sí, y  comenzaron a descender. 

El eco de sus pisadas y la respiración asmática del científico inundaban el lugar.

Habían bajado tan solo unos escasos cuatro tramos de escaleras, cuando el doctor se desplomó en el descanso entre un tramo y otro, respirando agitádamente y cogiendo el agua que le quedaba con manos temblorosas.

Leon y Claire le miraron. Uno con una mezcla de fastidio y resignación y la otra con compasión.

Claire miró a Leon y este le devolvió la mirada. La pelirroja quería tomarse un descanso a favor del querido Boris. Y Leon lo captó.

—Descansaremos un rato. —Anunció Leon, bajando hasta la mitad de la escalera, sentándose lejos del doctor.

Benedict bebió un escaso trago de agua y guardó el resto. Se había tomado muy en serio lo de dosificarse.

—¿Estás bien? —Preguntó Claire, fingiendo desinterés. No quería que la compasión le hiciera olvidar con quién estaba hablando.

—Sí. —Contestó el doctor a duras penas. —Sí, estoy bien. Solo soy viejo.

Claire entonces sintió todavía más lástima por el hombre, que intentaba aparentar estar bien, cuando claramente no lo estaba.

—¿Necesitas algo? —Preguntó Claire.

—¿Tenéis comida? —Preguntó el viejo en voz baja para que Leon no lo escuchara. Aunque ahí donde estaban todo se oía por duplicado. —Y tal vez otro antibiótico y otro analgésico.

Antes de que Claire se acercara a Leon para pedirle lo que el anciano necesitaba, este se levantó, se acercó al viejo y le entregó un sobre de comida irradiada, y las dos pastillas que pedía. Ya habían pasado más de ocho horas desde la primera toma.

—Gracias. —Le dijo Benedict, con sinceridad.

Leon no le contestó. 

Hay que entender que lo odiaba profundamente y que si salían de ahí con vida, Leon no iba a parar hasta ponerle delante de la justicia y conseguir que pasara sus últimos días entre rejas.

Puede que fuera un genio de las ciencias y la genética, pero también era un criminal, que ayudó y cubrió el rapto de Claire y después experimentó con ella sin importar si moría en el intento.

“No pienses en ello, Leon.” Se decía el rubio volviendo a los escalones a mitad de tramo. “No pienses en ello, o lo matas.”

Leon apoyó sus codos sobre sus rodillas, se inclinó hacia delante y entrelazó sus dedos detrás de su cabeza.

Necesitaba estirar la columna. Y puestos a pedir, necesitaba descansar. Dormir. Aunque fuera acompañado de sus más que terribles pesadillas. Su cuerpo se lo estaba gritando.

Mentalmente se sentía devastado.

—Gracias. —Dijo la voz femenina de Claire, que se había sentado a su lado.

—No lo hago por él. —Dijo Leon, cerrando los ojos.

—Lo sé. —Contestó Claire. —Por eso, gracias.

—No me las des. —Respondió Leon, sin cambiar su postura, y sin abrir los ojos.

Claire le miraba. Ahí, agotado. Ahí, descansando. Ahí, en ese lugar de mierda, por su culpa.

Claire lo sentía mucho. ¿El qué? Pues todo.

Desde ser la razón por la que Leon estaba luchando y jugándose el tipo, hasta haber discutido con él, haberle acusado de jugar con las mujeres y haberle mentido sobre sus sentimientos.

Claire se sentía muy mal. Culpable.

Quería muchísimo a Leon. Le quería como se quiere de verdad. Le quería y se sentía inmensamente agradecida de que alguien decidiera arriesgar su vida por salvarla de un horrible final. 

Ojalá no fuera Leon quien estuviera poniendo en juego su vida. Pero bendito sea quien tenga que ser, por enviar a Leon a arriesgar su vida. Contradictorio, ¿verdad? Como la vida misma.

—Leon. —Empezó a decir Claire. —Perdona por lo de antes.

—No hace falta, Claire. —Respondió Leon con la voz agotada. En realidad al hombre no le apetecía hablar. Solo reponer fuerzas como fuera. Y tal vez dejar de pensar en lo roto que estaba su corazón.

Claire lo percibía. Estaba muy cansado. Dolido. Pero ella había tenido el valor de disculparse en ese momento. Así que lo haría igualmente. Tal vez fuera egoísta, como las voces en su cabeza no paraban de decirle, pero no quería retrasar más algo tan urgente como una disculpa.

—No, sí que hace falta. —Contestó Claire sin apartar sus ojos de él. De sus manos entrelazadas sobre su precioso pelo. —Hace falta por ti y por mí.

Leon no contestó.

—Perdóname. —Empezó Claire, tomando aire y tratando por todos los medios mantenerse tranquila. —Lo siento mucho. No sé que demonios me pasó ahí atrás. Simplemente perdí el control de mis palabras y de mis emociones. —Comenzó a decir.

Hizo una pausa, tomo aire y continuó.

—Hace calor aquí y estoy cansada y... y...

“Si has decidido empezar, ahora has de llegar hasta el final.” Dijo seriamente la voz en su cabeza. “Pero solo si vas a ir con la verdad por delante.” Dijo la segunda voz.

Claire cerró la boca. ¿Cómo abordar tantas cosas importantes que decirle?

—No estoy siendo sincera. —Dijo entonces la pelirroja, soltando una bocanada de aire. —Ni contigo ni conmigo. Y créeme, suelo serme muy honesta, me conozco bien. Pero cuando se trata de ti, ya no sé quien soy. Te miento y me miento.

Leon, aun con los ojos cerrados, sin cambiar la postura, escuchaba atentamente. Y al oír esas últimas palabras, frunció el ceño. ¿A qué se estaba refiriendo la pelirroja?

Claire prosiguió.

—Sí sé porque me puse así antes. —Pausa. Tragar saliva. Continuar. —El problema es que me da miedo reconocer el por qué. —Pausa. —Pero nos lo debo.

»Leon, sé perfectamente que no eres un rompe corazones. Sé que jamás has jugado con los sentimientos de ninguna persona. De hecho eres un hombre muy sincero  y directo con respecto a  cualquier cosa.

»También sé que tus compañeras han tenido sentimientos hacia ti, eso no lo retiro. Y como tú bien has dicho, seguro que tú hacia ellas también. Pero te creo cuando dices que nunca has mantenido ningún tipo de relación amorosa con ellas, y te pido perdón por ponerlo en duda y por haberte empujado a darme explicaciones. Incluso aunque fueras tan cabrón como te acusé ser, no tendrías que darme ninguna explicación. No soy nadie. —Pausa. Toma aire.  Tranquila. —Y por supuesto, te pido perdón por mencionar a Ada Wong. Ese fue un golpe muy bajo. Sé lo mucho que te duele recordarla y hablar sobre ese tema. Fui desmesuradamente cruel y no hay nada que lo pueda justificar. Lo siento.

—Lo que me duele de ese tema, —Intervino Leon, como una estatua, en la misma posición. —, es que creas que sigue significando algo para mí. Me gustaría que te quedara claro. Está más enterrado que este laboratorio.

—Ahora lo sé, Leon. —Contestó Claire. —Ya has dicho todo lo que tenías que decir sobre ese tema, y prometo que nunca más volveré a sacarlo o a poner en entredicho tus sentimientos. 

»Te creo.

Se hizo un silencio entre los dos.

—Perdona. —Susurró Claire.

Leon dibujó una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios.

—No te preocupes. Olvidado. —Contestó el rubio.

Claire sonrío.

—Pero, ¿eso significa que me perdonas? —Preguntó tímidamente,  esperando que la pequeña sonrisa de Leon se hiciera más grande.

—Sí, Claire. Eso significa que te perdono. —Respondió Leon, que efectivamente hizo más grande su sonrisa.

Claire se sintió instantáneamente aliviada. Se había disculpado y Leon la había perdonado. Aunque en realidad no le había explicado que había sacado ese tema antes tratando de hablar sobre Ada. Y que quería hablar sobre ella porque necesitaba saber si seguía siendo importante para él. Y necesitaba saberlo porque estaba irremediablemente enamorada del rubio.

Esa conversación iba a tener lugar. ¿Pero cuándo?

Leon desentrelazó sus dedos de su nuca, y apoyó la cabeza entre sus manos, suspirando, pero aun mirando hacia el suelo.

Claire lo observaba. Quería tocarle. Tal vez acariciar su pelo, o apretar su brazo o apoyar la cabeza en su hombro.

Necesitaba contacto físico con él.

Alargó una mano, y sin pensarlo, comenzó a masajear la nuca del rubio. Estaba perlada de sudor, pero a Claire no le importaba. Todos estaban sudando como cerdos.

Comenzó a pellizcar los músculos tensos del rubio, comprobando que estaban duros como piedras, subiendo y bajando el roce desde los trapecios hasta la base del cráneo.

Qué sensación tan grande en un contacto tan pequeño. Sus cinco sentidos estaban focalizados en dicha acción y Claire se sentía en una especie de trance mientras seguía aliviando la tensión del rubio.

El sonido de la fricción de sus dedos sobre su piel.

El tacto suave, caliente y húmedo haciendo sinergia entre sus dos.

El olor a Leon. Tan característico, tan sensual, tan masculino. 

La visión se su piel siguiendo la presión de sus dedos allá por donde ellos se movían. Tan brillante, tan dorado.

Por desgracia no podía decir a qué sabría ese cuello. Pero eso no evitaba que se le hiciera la boca agua, imaginando la sal en sus papilas gustativas, siendo rápidamente sustituido por la acidez del sudor y la dulzura afectiva de su boca contra su piel. Umami estallando en su cerebro.

Leon gimió de puro placer, y sin decir nada se dejó hacer, mordiéndose el labio inferior y uniendo sus dejas en una expresión de total deleite.

Claire lo percibió en ese estado alterado de sus sentidos donde todo se estaba masificando. Y sintió a su vez un placer extremo, al provocarle placer a Leon.

—¿Te gusta? —Preguntó la pelirroja en un susurro tembloroso, pues no tenía la capacidad física de hablar con normalidad, acercándose más a Leon.

—Uff, sí. —Contestó este, alargando la vocal que moría en sus labios, relajándose  cada vez más y más.

La pelirroja ahora empleó sus dos manos, y comenzó a masajear los preciosos trapecios de Leon, provocando nuevos gemidos en el agente especial.

Metió las manos por dentro del cuello de la camiseta térmica de su amigo, y llenándoselas de sudor, clavó sus pulgares en los puntos exactos que necesitaba el rubio.

—Joder, no pares. —Le pidió Leon, tragando saliva.

—No pensaba hacerlo. —Le contestó la pelirroja al oído.

Leon no pudo evitar volver a gemir ante eso. Su temperatura corporal estaba elevándose a niveles estratosféricos.

Claire se incorporó un poco más sobre su asiento en las escaleras, y pasó sus manos hacia delante, casi hasta el pecho del rubio, masajeando esa zona y los laterales de su cuello.

La respiración de Leon estaba aumentando, y Claire empezó a sentir ese calor que ardía desde su entrepierna hasta sus mejillas. La tensión sexual que estaba soportando la pelirroja era una olla express a punto de estallar. No menos potente que la del rubio en sus manos.

Su respiración temblorosa comenzaba a delatarla. Se iba a lanzar sobre su cuello de un momento al otro. Así que decidió parar.

Retiró sus manos suavemente, sintiendo el anhelo de ese contacto antes de alejarse del todo y, sentándose de nuevo en el escalón, apoyó sus codos sobre sus rodillas y controló su respiración.

—Ya está. —Le dijo a Leon, casi temblando.—Espero haber aliviado un poco esa tensión que cargabas sobre los hombros.

Leon, que seguía con los ojos cerrados, tragó saliva y, recuperando la vertical de su columna, alzó sus pesados parpados y miró a Claire. 

Tenía los ojos tan dilatados que el azul casi había desaparecido de su mirada. Lo que le confería un aspecto peligroso pero muy excitante.

Y su respiración, que segundos antes estaba acelerada, comenzaba a recuperar su ritmo normal.

—Gracias. —Le dijo Leon, humedeciendo sus labios, y bajando su mirada hacia los de Claire.

—De nada. —Contestó Claire, humedeciendo sus labios a su vez.

Y se quedaron mirando, los segundos pasando, diciéndose muchas cosas con esos ojos tan sinceros.

Claire alargó una mano, y retiró uno de los mechones de Leon hacia atrás, para contemplar mejor su rostro.

—¿Alguna vez te he dicho, que me encantan tus cejas? —Dijo entonces la pelirroja, sin retirar su mano de ese mechón colocado en su sitio hacía eones.

—Creo que no. —Contestó Leon, con la voz relajada pero aterciopelada. Con un frito vocal involuntario que eran las delicias para cualquier oído.

—Pues son preciosas. —Siguió Claire. —Espesas. Contorneadas. Oscuras. —Claire ahora pasó su pulgar por encima de una de ellas. —Suaves. —Añadió. —Enmarcan perfectamente tu mirada. 

Entonces Claire se mordió el labio, dejándolo escapar de entre sus dientes de forma húmeda y lenta. Igual que lenta era su mano bajando por el rostro de Leon, o su parpados cerrando y abriendo esa mirada azul tan intensa.

Leon cogió suavemente la mano de Claire, y sin apartar sus ojos de los de la pelirroja, apoyó sus labios en sus nudillos, dándole un beso.

Claire abrió la boca, observando esa acción sin apenas poder respirar, mientras el calor volvía a sus mejillas con más potencia.

Entonces estiró sus dedos, y acarició los labios de Leon. Finos, suaves y perfectamente perfilados.  

La pelirroja humedeció de nuevo sus labios y volvió a atrapar el inferior entre sus dientes.

Leon acercó su mano hasta el mentón de Claire y con el pulgar,  hizo presión hacia abajo liberando suavemente la cereza que eran sus labios, que recuperaron su espacio como una flor que se abre.

Leon tragó saliva y miró  a Claire a los ojos. Ella hizo lo propio, y encajaron, pupila con pupila.

Como si el tiempo se hubiera detenido, o como si de repente ellos hubieran abandonado el plano terrenal, se encontraron rodeados de una cacofonía de sus propias respiraciones, gemidos y alientos temblorosos, que los estaban empujando el uno hacia el otro.

Estaban muy cerca.

Leon quería besar esa boca. Claire quería ser besada por él. Y el magnetismo de ambos los estaba atrayendo a una distancia de beso. Una distancia de beso, donde los ojos querían cerrarse, las cabezas inclinarse y la pasión liberarse.

El deseo era más potente que el miedo.

Claire se agarró al cuello de la camiseta de Leon, para no desvanecerse. Leon apoyó su mano sobre el rostro de Claire para asumir que estaba ahí y que era real.

Se acercaron más. Apoyaron sus frentes, tragando saliva, recordando cómo respirar.

Giraron sus cabezas. Humedecieron sus labios, cerraron los ojos, y se dispusieron a sentir el calor aterciopelado y eléctrico de su primer beso.

“Por fin”, pensó Leon.

“Por fin”, pensó Claire.

—Un espectáculo precioso, mi amor. Pero basta. —Escuchó Leon la voz de Alexis dentro de su cabeza. Y a solo unos milímetros de la boca de Claire, se echó hacia atrás de golpe, con los ojos abiertos como platos.

—¡Hijo de puta! —Gritó Leon poniéndose de pie, casi de un salto, llevándose los dedos al pinganillo, sin poder controlar la furia y el asco instantáneos que sintió al escuchar la voz del CEO.

Claire se puso de pie, asustada y muy confundida por el golpe de realidad que chocó contra su pechó como un Mavericks contra una roca. 

 Y el doctor Benedict, que se había quedado dormido apoyado contra la pared, se despertó de golpe con un sonoro ronquido.

Alexis se reía al otro lado del pinganillo.

—¿Te acabo de joder el momento? —Dijo Alexis, riendo. —Te juro que estaba siendo absolutamente de película.

»¡Oh! Leon, perdóname, soy una celosa de tomo y lomo.

»No hay nada que perdonar, nena.

»Te haré un masaje, ¿te gusta?

»¡Oh! ¡Claire, no pares!—Los imitó de forma totalmente esperpéntica el CEO de Trizom. —Absolutamente conmovedor. Me seco las lágrimas y hasta os aplaudo. —Dijo esto último con la voz tan grave que parecía un lobo gruñendo.

—Qué te jodan, cabrón. —Contestó Leon apretando los dientes. Maseteros estallando.

—¿Es Alexis? —Preguntó en un susurró Claire, al percatarse de que Leon hablaba a través del pinganillo.

Leon la miró y asintió sin decir nada más. Se lo llevaban los diablos de lo cabreado que estaba. Alexis le había hecho más daño que si lo hubiera apuñalado directamente en el estómago.

Estuvo a nada de besar a Claire. ¡A nada!

—Todo lo que estoy haciendo, tiene esa finalidad, Leon. —Dijo Alexis. —Como al final de todo esto no me jodas pero bien, estaré tremendamente decepcionado.

—Eres... eres...

—Cuánto más me odies, más placer encuentro en hacerte daño, leoncito. 

—Pues ahora la tendrás como el cerrojo de un penal, puto cabrón. —Leon se llevó una mano al puente de la nariz y echó la cabeza hacia atrás buscando calma y sosiego.

Nadie jamás le había hecho sentir un momento tan anticlimático en toda su vida. Se había llevado muchos chascos, sin duda. 

Pero estar a nada de besar a Claire, y que un puto psicópata le empezara a susurrar al oído... sin duda se puede catalogar como una gran putada espeluznante.

—Me acaricio mientras hablo contigo, Leon. Tienes una voz increíble, y más aún cuando te enfadas. Pareces un león de verdad. —Dijo Alexis ronroneando como un gato.

—Voy a vomitar. Puto payaso. —A Leon parecía que solo le venían a la mente insultos y palabras mal sonantes para Alexis. No estaba demostrando ser muy despierto.

—Te noto cansado, Leon. Realmente agotado. Ya no pareces tan chulito como al inicio. Está claro que te acabo de dar un golpe demoledor. —Se lamentó cínicamente el CEO. —Pero recupérate pronto por favor. Sino, esto no será nada divertido.

—¿Cómo has entrado en la señal de mi comunicador? —Preguntó entonces Leon.

—¡Oh! Ya decía yo que no estabas haciendo las preguntas adecuadas. —Se río Alexis. —No quiero aburrirte con tecnicismos informáticos, que ni siquiera yo entiendo. Simplemente te diré que trabajo con los mejores.

»¿Sabes? Tu compañera de logística, es una fuera de serie en su trabajo. Te puedo asegurar que no es fácil saltarse todos nuestros escudos y tomar el control de nuestro sistema operativo. Y menos durante tanto tiempo como ella hizo.

 »Es más, sigue tratando de hackearnos sin desfallecer. ¿Con qué lo podría comparar? Déjame pensar ¡Ah! Sí. Es como cuando en una pelea de perros de 40kg, metes a un pequeño chihuahua para que entre los más grandes lo despellejen y lo desmiembren hasta la muerte.

»No puedo escuchar los gritos de tu compañera, pero así es como me la imagino. Y joder, que gratificante es.

»Aunque, por otra parte, me muero por contratarla.

Leon cerró los ojos, pensando en Hunnigan. Solo podía dar las gracias de que ella estuviera en un lugar seguro.

—¿Algo más? —Preguntó Leon, que se estaba quedando sin fuerzas para luchar semánticamente contra Alexis.

Alexis guardo silencio por unos segundos.

—¿Te estás doblegando? —Preguntó con la voz oscura. —Suenas rendido y eso me pone muchísimo.

—Siento en lo más profundo de mi alma que andes cachondo por todas las esquinas porque eres insufrible. Date una puta ducha de agua fría o píllatela con una puerta, ¡pero deja de hablar  de tu polla! —Le gritó Leon, perdiendo la paciencia.

—En cuanto la veas, entenderás por qué es la protagonista de mi vida. —Dijo Alexis, claramente sonriendo al otro lado del pinganillo.

Claire se puso al lado de Leon, cogiéndole de la mano. Ella estaba ahí.

—Repito, por última vez. —Dijo Leon despacio y tomando aire, recuperando la calma y la paciencia. —¿Algo más?

—Sí. —Ronroneo Alexis, alargando la vocal y haciendo una pequeña pausa dramática. —Nos vemos en diez minutos, mi amor. Ponte guapo.

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

 

 

Chapter 11: Dime que no es cierto

Notes:

ATENCIÓN: Capítulo altamente sensible.

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Leon sintió un húmedo y pegajoso escalofrío recorrer su columna vertebral ante esas palabras que, no nos engañemos, eran una amenaza.

Sintiendo su pulso palpitar con desmesurada fuerza en su cuello y en sus sienes, creyó por un momento que los habían atrapado.

—¿Cómo? ¿Qué has dicho?  —Preguntó Leon con una voz que apenas era un susurro seco. Pero Alexis ya había cortado la comunicación y no estaba por la labor de retomarla por más que Leon lo intentara. —¡Alexis! ¿Hola? —Insistió el rubio, más por impulso que por creer que serviría de algo. Y efectivamente, no hubo respuesta.

—¿Qué está pasando? —Preguntó Claire, con la preocupación como bandera que ondeaba en sus ojos y en sus manos.

Leon miró el espacio en el que se encontraban. Rápido pero eficaz, buscaba unas cámaras de vigilancia o cualquier signo de estar siendo controlados.

Si Alexis decía que se verían en diez minutos, eso significaba que sabía dónde se encontraban ellos en ese momento, en primer lugar. Y para saberlo, tenía que estar controlándoles y mirándoles de alguna forma. Pero en ese acceso de escaleras no había cámara alguna, ni micrófono.

¿Les había visto entrar en esa zona por las cámaras de los pasillos que acababan de recorrer? ¿Cómo sabía que seguían ahí y que no se habían movido ya a otro lugar?

Fuera como fuere, no tenían tiempo que perder.

—Tenemos que irnos. —Dijo Leon, cogiendo a Claire de la mano y bajando las escaleras de dos en dos.

Claire le seguía, igualándolo en velocidad, compartiendo su paso y ahora también su preocupación.

El doctor Bordet ya se había puesto de pie y, apoyándose en el pasamanos por un lado, y en su improvisado bastón de palo de golf por otro lado, trataba de bajar las escaleras a toda velocidad. Aunque ya sabemos que eso era equivalente a bajar como un oso perezoso.

El ahínco y el sudor no le harían ser más rápido. Pero el anciano no cejaba en su empeño.

Varios tramos de escaleras por delante, Leon y Claire seguían corriendo, con los corazones en las gargantas y los pulmones atrás, justo al lado de Benedict, como en los dibujos.

—¿Qué te ha dicho? —Le preguntó Claire con la voz aguda por la preocupación.

—Se ha despedido diciendo que nos vemos en diez minutos. —Le comunicó Leon. —Pero en estas escaleras no hay vigilancia, no he visto ninguna cámara o micrófono.

—¿Puede ser que nos viera antes, desde los pasillos? —Preguntó Claire.

—Puede ser. Pero, ¿cómo sabe que seguimos aquí? —Preguntó Leon a su vez. —Sea como sea, en diez minutos entrarán todos sus hombres por esa puerta de arriba y más vale que estemos bien lejos para entonces.

—Pero Alexis había dicho que no bajaría aquí a sus hombres. ¿Qué le habrá hecho cambiar de opinión? —Preguntó Claire, más como una pregunta al universo que a Leon per se.

—Le hemos despejado el camino, eso desde luego. —Razonó el rubio, que no aminoró el ritmo ni en micras. —Ahí arriba solo había zombies. Ninguna otra amenaza. Y nos hemos encargado de que estén definitivamente muertos. 

»Así que creo que eso sería suficiente para que enviara a sus hombres aquí abajo.

—Hemos sido demasiado lentos, perdiéndonos por esos pasillos sin parar. —Se lamentó Claire. 

—Pues no nos van a alcanzar. —Prometió Leon, bajando con premura el resto de tramo de escaleras, que empezaban a parecer infinitas.

Cuando llegaron finalmente al rellano del último tramo de escaleras, se encontraron con un espació sombrío con paredes de  hormigón. 

Aquí, como en todos los pasos de escalera, había también una alarma anti incendios, un extintor, un hacha y una manguera, en sus respectivos gabinetes de cristal; en el centro, una luminaria de seguridad; y a los dos lados del espacio, dos puertas. Una frente a otra. Con dos luminarias más pequeñas encima de sus marcos. 

Ambas puertas eran metálicas y pesadas. Y contaban con un lector de tarjetas, de aspecto antiguo, para ser abiertas y permitir el paso.

En la puerta de la izquierda había un letrero que decía, en letras mayúsculas y rojas, “Zona de peligro biológico. Trituradora.”; mientras que en la puerta de la derecha, escrito con el mismo color y caracteres, un letrero que decía. “Sala de ventilación”.

—¡Es aquí! —Dijo triunfal Claire, saltando los últimos escalones, empujando la puerta y encontrándola cerrada. —Mierda. —Se lamentó, mirando el lector de tarjetas. —Lector de tarjeta.

—¡Joder! —Gritó Leon, perdiendo la calma. —¿Cómo no? Necesitamos una puta tarjeta para entrar. —Dijo el rubio, con sarcasmo, peinándose el pelo hacia atrás, resoplando y pensando.

Deseando que ojalá Hunnigan tuviera el control de nuevo para abrirles el paso.

Pero eso no iba a pasar, así que tenían que pensar en otra solución, otra salida.

—¿Y si volamos el lector? —Preguntó Claire.

—Podría funcionar o no. —Respondió rápido Leon, que ya había sopesado la idea. —Podríamos abrir la puerta o dejarla cerrada para siempre. Es demasiado arriesgado.

»Y las granadas que llevo encima no la echarán abajo.

Nada se le ocurría al agente especial, salvo tratar de volver sobre sus pasos y encontrar la forma de sortear a los hombres de Alexis. Y aun así, ese plan seguía siendo demasiado arriesgado.

Pero entonces, al rubio le vino un recuerdo a la mente.

—Sé dónde hay una tarjeta. —Informó Leon, casi en voz baja.

—¿Dónde? —Preguntó Claire, que derrotada contra la puerta, se había dejado resbalar hasta acuclillarse, pero que al escuchar esa noticia, le habían vuelto las ganas y la acción a los ojos.

—No te va a gustar. —Contestó Leon. —Joder, ni siquiera sé si me daría tiempo a llegar.

—¿Dónde? —Volvió a preguntar Claire.

—En el pasillo de mantenimiento del nivel cinco. —Contestó Leon. —Ahí hay un cadáver de un tal Evan, un trabajador de mantenimiento.

»Debe tener una tarjeta.

—Vale. —Dijo Claire, recuperando la vertical y sacudiéndose las manos. —Yo podría llegar a tiempo.

—¿Qué? —Preguntó Leon, mirándola como si fuera la primera vez. 

—Soy rápida como el diablo. Ya lo has visto. —Señaló Claire.

—Ya. —Convino Leon. —Pero en ese lugar hay unas bestias que yo jamás había visto. Tan rápidas como tú. —Señaló el agente. —Y te superan en número, por mucho. —Añadió con un gestó de la mano, dando por zanjado el asunto.

Pero la pelirroja no dejaba los asuntos zanjados, así como así.

—Habrá que intentarlo. —Dijo Claire, levantando las cejas. —¿Cuál es la otra opción?

Leon miró a Claire. ¿Cómo era posible, que apenas unos segundos atrás, estuviera a punto de besarla en un momento tórrido que los envolvió a los dos, sin preguntas y sin dudas; y ahora estuvieran sopesando la posibilidad de que ella se fuera sola a una muerte casi segura?

No, Leon no había llegado hasta ahí para perderla ahora.

—No he llegado hasta aquí para perderte. No sé si lo entiendes. —Le dijo Leon, que comenzaba a moverse nervioso de lado a lado. Pensando y repensando cómo salir de esa.

—Claro que lo entiendo, Leon. —Contestó Claire, con paciencia y cariño. —¿Crees que me gusta ponerme en peligro? Pues no. Pero si no hacemos algo, vamos a estar en peligro igual.

—Ni siquiera sabemos si realmente ese tipo llevaba encima su tarjeta. O si la perdió entre montañas de carne a sus pies. O si existe alguna jerarquía y él precisamente no tiene acceso a según que zonas. 

»Y todo tu sacrificio habría sido en vano. —Soltó Leon a la carrerilla, nervioso, al darse cuenta de que, que la pelirroja se fuera en busca de la tarjeta, fuera, en efecto, la única solución lógica.

—Vale, —Dijo Claire, con asertividad. —, lo entiendo. Sería hacerme un viaje interminable tal vez para nada. —Claire respiró hondo, manteniendo la calma que los dos estaban empezando a perder. —Pero Alexis nos pisa los talones, ¿no es cierto?

Leon no contestó pero seguía en movimiento. Su cabeza haciendo funcionar sus engranajes a velocidad de descarrilado.

—Puedo ir rápidamente, en menos de diez minutos. —Dijo Claire, siguiéndole en su caminar incesante de lado a lado, como el león enjaulado que parecía, tratando de hacerle entender el único plan que realmente era viable. —Bajar sigilosamente, buscar la tarjeta y volver. —Leon seguía moviéndose. Parecía no estar prestando atención a la pelirroja. Pero en realidad la estaba escuchando, perfectamente alarmado ante la idea de que realmente su plan era el único plan. —Si no la encuentro, estaremos en las mismas.

»Si la encuentro y no vale, también.

»Pero si la encuentro y nos abre el camino, estaremos a salvo.

Leon sabía que Claire tenía razón. Pero aunque la había visto en plena acción matando a un enorme grupo de zombies sin pestañear, también sabía que Claire estaba cansada, que se habían movido dentro de un laberinto durante muchas horas y que no sabía si la podrían atraparla por el camino.

Sin mencionar que se pudiera perder tratando de regresar.

—¿Te soy sincero? —Preguntó Leon, caminando más lentamente, pero sin apartar la mirada de Claire.

—Sí, claro. —Contestó la pelirroja.

—No quiero que vayas. —Contestó Leon, con total honestidad. —Tengo miedo de verte marcha y no verte regresar. En cuanto te tuve a mi lado me prometí que no volvería a despegarme de ti. Y lo que propones nos obliga a separarnos.

Claire lo entendía. No era fácil lo que pretendía hacer. Pero no había otra elección.

Así que se acercó a Leon y colocó sus manos sobre sus hombros, deteniendo su caminar, pupila contra pupila.

—Voy a regresar. —Le dijo la pelirroja, con total convicción.

—Eso no lo sabes. —Contestó Leon, con el ceño fruncido y los labios apretados.

—No dejaré que me atrapen. —Dijo Claire. —Esta vez no.

—Joder. —Susurró Leon, alargando la última consonante, echando la cabeza hacia atrás y tapándose la boca con una mano.

—¡Hey! —Le llamó suavemente Claire, cogiendo la cara de Leon entre sus manos para volver a enfocarse. —¿Confías en mí?

—En quien no confío es en nuestros enemigos. —Dijo Leon, acertadamente.

—Contesta solo a mi pregunta, ¿confías en mí? —Insistió la pelirroja.

Leon guardó silencio por un momento, sopesando su respuesta. 

Pero claro que confiaba en Claire. No le falta fuerza ni inteligencia para ir al inicio de todo a recuperar una tarjeta.

Pero en cuanto le dijera que sí, que confiaba en ella, sería para Claire el pistoletazo de salida. Y de verdad que Leon solo quería retenerla a su lado.

—¿Y si la puerta guillotina está cerrada para cuando llegues? —Preguntó Leon.

—Si están a diez minutos de nosotros, estará abierta. —Contestó Claire y esperó, pacientemente.

—¿Y si te pierdes por el camino? ¿Y si no sabes volver conmigo?

—Lo haré tan rápido que aunque me pierda, recorreré todos los senderos hasta dar contigo antes de que puedan pestañear. —Contestó de nuevo Claire. —No nos van a volver a separar. —Añadió como una promesa que se clavaba directa al corazón del rubio.

Leon cerró los ojos, rendido ante la evidencia de que era una mierda de plan, pero era también el único plan y que, además, discutiendo, solo estaban perdiendo el tiempo.

Lo que antes eran diez minutos ahora ya solo eran ocho.

—Sí. —Contestó entonces Leon, abriendo los ojos. —Confío en ti.

Claire en ese momento sonrió y Leon volvió a quedar anclado en esos labios carnosos de cereza madura, y en esos dientes perfectamente alineados que destacaban sobre el rojo.

 Ojalá besarla antes de verla marchar. Ojalá volver a esos segundo antes de la maldita interrupción de Alexis y besarla sin más espera. 

Ojalá, ojalá, ojalá.

Leon levantó la mirada a los ojos de Claire y conectaron. Era tan fácil para ellos hacer eso. Conectar sus químicas y desconectar del resto del mundo.

Por suerte, el doctor, entrando en escena como un elefante en una cacharrería, los sacó de ese estado de trance al que parecían no poder evitar entrar cuando se miraban, haciendo que recordaran poner en práctica el nuevo plan con premura.

El caso es que, el doctor, en su ansia por bajar las escaleras a toda velocidad, llegando al último descanso del último tramo de escalera, tropezó y cayó como la gran roca rodante de la que huía Indiana Jones en la película “En busca del arca perdida”, hasta llegar a  los pies de Leon y Claire. 

—Tremenda caída. —Dijo Leon con cierta sorpresa y una pizquita de diversión.

A ver, no vamos a negar que una buena caída no es graciosa, porque sería mentir. Y esta en concreto, os aseguro que ganaría un concurso de caídas. Entre la pierna rígida entablillada y el palo de golf volando por los aire, la realidad es que no reírse era como no aplaudir a un actor después de su mejor actuación. Rayano la mala educación.

—¡Dios mío! ¡Benedict! ¿Estás bien? —Preguntó Claire, que se había sobresaltado ante semejante trompazo.

El doctor, que se estaba retorciendo en el suelo, no podía evitar gritar de dolor.

—¡Creo que me he roto la otra rodilla! —Gritaba. —¡Me duele muchísimo! ¡Y también la cabeza y la espalda y las manos! —Se quejaba el viejo, quitándose las gafas y poniendo un rictus de dolor en su rostro, completamente rojo.

—Déjame ver. —Dijo Claire, agachándose y subiendo el pantalón de la pierna sana del docto, para comprobar si se había roto la rodilla, como aseguraba. Pero al momento, Claire se dio cuenta de que era absurdo mirar. Ella no tenía ni idea de que aspecto tendría una rodilla rota. —Creo que está bien. —Le dijo al doctor, sonriendo sin mucha convicción.

—¡No puedo mirar! ¡No puedo mirar! —Gritaba el doctor, con más miedo que vergüenza.

—Déjame a mí. —Dijo Leon, poniéndose al lado de Claire.

—¡No! ¡Tú no! —Gritó el doctor, estirando una mano para evitarlo. Pero Leon la apartó de un manotazo, como quien aparta una mosca.

El agente palpó la rodilla del científico por varias zonas, comprobando que esta no estaba rota ni dislocada. Le había tocado al rubio saber esa clase de cosas.

—No está rota doc. Ni dislocada. Lamentablemente, sobrevivirás. —Dijo Leon, poniéndose de pie, ante la mirada entre atónita y sufrida del doctor. —Te la has podido luxar o dislocar en la caída y que se volviera a recolocar en su sitio. Es bastante habitual.

»Pero puedes caminar. Quejica.

—¡El dolor es insoportable! —Gritó el científico, clamando justicia por un dolor bien justificado. 

—Te la puedo volar para que vayas a juego con la otra. —Le dijo Leon, con cara de pocos amigos, pero en el fondo, llenito de diversión.

—Leon, —Claire le miró con reprobación, cruzando los brazos a la altura del pecho. —, ¿te puedo dejar a solas con él? —Preguntó la pelirroja, con un deje condescendiente pero jocoso en la voz.

—¡¿Qué?! —Preguntó a su vez el doctor, alterado. —¡No! ¿A solas con él? ¡No! ¿Por qué? —Siguió preguntando el científico, aterrado ante a idea. Cosa que de hecho llenaba de orgullo y satisfacción al rubio. 

Leon no le iba a hacer nada al doc, por Claire. Pero que el viejo no lo supiera y estuviera amedrentado el tiempo que Claire les dejaría a solas, era muy gratificante.

—Tengo que volver al pasillo de mantenimiento del nivel cinco. —Informó Claire, poniéndose de pie y con los brazos en jarra.

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —Preguntó confuso el doctor.

—Que Alexis nos pisa los talones y la puerta para escapar está cerrada con un lector de tarjetas. —Contestó Claire. —Entendemos que esta zona está reservada para el equipo de mantenimiento, y Leon vio el cadáver de uno en ese pasillo.

—¿Lector de tarjetas? —Preguntó el doctor. —Dejadme verlas. —Dijo, agarrándose sin pedir ningún tipo de permiso a la muñeca de Leon, impulsándose para levantarse.

—¿Y estas confianzas, Boris? —Preguntó Leon, sin apartarse pero sin ayudar, siendo ignorado por el viejo.

El doctor se acercó cojeando, palo de golf en mano, hacia la puerta de la derecha y miró el lector colocándose las gafas en su lugar correspondiente.

—Yo puedo abrir esta puerta. —Dijo el doctor, después de un momento de observación. 

—¿Qué? —Preguntó Leon, avanzando al lado del anciano.

—¿Cómo? —Preguntó Claire a su vez, avanzando hasta el otro lado del doctor.

—Estos lectores son los antiguos lectores que teníamos en todo el laboratorio. —Explicó Benedict. —Las tarjetas se dividía en nivel bajo, nivel medio y nivel alto.

»Como jefe científico, yo poseo una tarjeta de nivel alto. Lo que significa que tengo acceso a los niveles por debajo del mío. — Dicho lo cual comenzó a buscar en sus bolsillos.

—Y, ¿sigues poseyendo esa tarjeta? —Preguntó esperanzada, Claire.

—¿No te habían dejado fuera del sistema? —Preguntó Leon.

—Sí, porque sigue siendo la tarjeta identificativa que usamos todos, aunque el sistema de seguridad de las puertas haya cambiado. —Contestó el doctor a Claire, en primer lugar, mirándola con amabilidad. —Y estos lectores no están sujetos a ningún sistema, agente Kennedy. Son más viejos que yo. Son solo cerraduras. En cuando el lector lea la tarjeta y los códigos coincidan, se abrirá. —Dijo el científico poniéndose nervioso, pues no encontraba su tarjeta. —¡Oh! ¡No! —Soltó alarmado, Benedict.

—¡Oh, no! ¿Qué? —Preguntó Claire, temiendo las nuevas del doctor.

—La tarjeta. —Dijo el doctor mirando tanto a Claire como a Leon, de lado a lado, con cara de absoluta consternación. —¡No está!

—¿Dónde está? —Preguntó Leon, con ojos preocupados.

 —Se quedó en mi bata. —Anunció el científico, tras pensar durante unos segundos, como un jarro de agua fría. 

—No me jodas. —Contestó Leon, soltando el aire de sus pulmones, golpeando su frente contra la puerta suavemente, y cerrando los ojos. 

La bata del doctor, con la que había envuelto a Claire cuando la liberó, se había quedado en el baño del despacho. Estaba todavía más lejos que la tarjeta que ellos creían podría tener el cadáver de Evan.

Las misiones nunca eran fáciles, pero esta les estaba haciendo dar muchos rodeos. Y la paciencia de Leon tenía un límite.

—¡Es broma! ¡La tengo aquí! —Dijo el doctor, enseñando su tarjeta en alto, de un modo triunfal, pero mirando a Leon con ojos  estrechos y divertidos. Al fin y al cabo, él también podía ser puro veneno a veces, ¿no? Y hacer que el rubio lo pasara mal durante unos segundos, ponía en balanza lo mal que Leon se lo estaba haciendo pasar a él.

“¿Quién se divierte ahora, agente?” Pensó el doctor.

Leon dejó de golpear su frente y, apoyando las manos sobre la puerta para impulsarse en su verticalidad, giró la cara mirando al doc con los ojos en llamas.

Se separó lentamente de la puerta, dispuesto a estrangular al viejo con sus propias manos.

El anciano comenzó a retroceder ante la imagen de un hombre mucho más grande que él, en todos los sentidos, aproximándose con el rostro de quien le iba a matar sin despeinarse.

—¡Era solo una broma! —Dijo el doctor, que empezaba a sudar frío y a tragar saliva, mientras se sentía temblar de puro terror.

Claire se interpuso entre los dos, colocando sus manos sobre el pecho de Leon.

—Leon. —Llamó la pelirroja, frenándole, pero sin lograr que este separara sus ojos del doctor. —Alexis. Diez minutos. Salida.

Simplificado, todo sonaba mejor. Pero Leon no olvidaría que su última bala, estaba destinada a la rodilla sana del doctor.

El rubio se giró y volvió hasta la puerta, respirando hondo, tratando de serenarse.

Claire avanzó hasta el doctor, le cogió la tarjeta y se aproximó hasta la puerta con Leon. 

—Con permiso. —Dijo Claire.

—Adelante. —Contestó el doctor, carraspeando su garganta de lija, sintiendo un alivió momentáneo.

Cuando Claire estaba a punto de pasar la tarjeta por el lector, Leon escuchó el ligero pitido en su pinganillo. Era el pitido que este hacía cuando alguien descolgaba o colgaba la comunicación. 

Desde que perdiera su contacto con Hunnigan, el pinganillo parecía completamente muerto, pero Leon lo mantuvo con él por si Hunnigan conseguía recuperar la comunicación.

Durante todas las horas de travesía por esos pasillo del nivel cinco, Leon escuchó pitidos de cuando en cuando, pero al no existir ninguna comunicación, entendió que eran los múltiples intentos de Hunnigan por recuperar el contacto, y por eso no le dio mayor importancia.

Pero ahora se daba cuenta de que ese había sido un grave error.

Detuvo inmediatamente a Claire, apoyando su mano sobre la de ella, e indicándole con el incide sobre los labios que no dijera nada, la apartó de la puerta. Y los tres se quedaron en silencio.

Leon sacó el pinganillo de su oreja, lo tiró al cuelo y lo destruyó de un pisotón.

Acto seguido, cogió su petaca, la tiró al suelo y le metió una bala entre puerto y puerto de mini jack, reventándola en pedazos. 

—Nos han estado espiando. —Afirmó entonces el rubio con total convencimiento.

—¿¡Qué!? —Contestó Claire, ojiplática.

—He llegado a esta conclusión por varios motivos, no me he vuelto paranoico. —Aclaró Leon, ante las miradas expectantes de sus acompañantes. —Antes, cuando hablaba con Alexis, hubo algo en la conversación que me desconcertó. 

»Y no me refiero a sus  constantes insinuaciones sexuales, sé que soy irresistible. —Dijo el rubio, con toda la ironía. —Sino porque me habló de Hunnigan.

—¿Cómo que te habló de Hunnigan? —Preguntó Claire.

—Bueno, no la mencionó directamente, pero mientras me hablaba sobre mi compañera de logística, habló de ella siempre en femenino. Mencionando que Hunnigan es una mujer. —Dijo Leon, esperando que Claire le siguiera de cerca en sus conclusiones. —Que sepa que tengo apoyo logístico es normal si sabes un poco de como funcionan las misiones especiales, pero, ¿cómo sabe que mi apoyo logístico es una mujer? Vivimos en un mundo machista, ¿quién piensa en primer lugar que el compañero de un agente especial es una mujer antes que un hombre?

—Sería muy inusual, desde luego. —Concordó Claire.

—No le di mucha importancia, porque para inusual nuestro turbio Alexis. Además en ese momento no me detuve a analizarlo porque me pilló... ocupado. —Dijo esto último Leon, mirando directamente a Claire a los ojos, como recordatorio de que estuvieron a punto de besarse, cosa que el rubio no iba a olvidar.

Pero la pelirroja tampoco lo olvidaría. Tranquilo leoncito.

—Entonces... —Apremió Claire.

—La única razón para hablar de Hunnigan como si fuera una mujer, es que supiera de antemano que es una mujer. Y la única forma de que supiera que Hunnigan es una mujer, es que nos haya estado escuchando. Pero, ¿cómo? Las cámaras de vigilancia no atrapan el sonido, es solo imagen.

Tanto Claire como el doctor, seguían mirándole, escuchándole atentamente, viendo ya a dónde quería ir a parar el agente especial.

—Estos pinganillos que usamos en la d.s.o, generan un pequeño pitido cuando alguien descuelga o cuelga la comunicación. Es una mínima cortesía para no sobresaltar a los agentes en momentos peliagudos. —Explicaba Leon. —Y ahora, cuando estabas a punto de pasar la tarjeta por el lector, lo he escuchado. Claramente.

»Igual de claro que lo llevo escuchando durante nuestro recorrido por el laberinto del nivel cinco, pensando que era Hunnigan tratando de retomar la comunicación. Pero que ahora veo claro, era Alexis.

»Por eso sabía que hemos discutido. —Dijo eso más para sí que para el resto. 

—¿Nos ha escuchado discutir? —Preguntó Claire, que había oído perfectamente a su compañero. —¿Cómo lo sabes?

—Lo mencionó antes. —Aclaró Leon. —Un pésimo imitador, por cierto.

Claire y Benedict miraban a Leon como si este fuera un genio ante sus ojos.

—Alexis sabía que Hunnigan es una mujer porque nos ha estado escuchando hablar de ella y de su plan de escape durante todo este tiempo. —Afirmó entonces el rubio. —Y si nos vemos en diez minutos, no es porque haya mandado a sus hombres entrar en este pozo de muerte. —Continuó. —Es porque nos esperan al otro lado de los conductos.

—Joder, Leon. —Dijo Claire, sin salir de su asombro.

—Tiene mucho sentido. —Añadió el doctor, claramente preocupado.

—Con lo cual...—Prosiguió Leon. 

—...nos hemos quedado sin plan de escape. —Cerró Claire.

Los tres se miraron entonces. Preocupados y perdidos.

Si las conclusiones a las que acababan de llegar eran correctas, estaban jodidos para encontrar una escapatoria.

Pero no podían quedarse ahí, parados, mirándose eternamente, esperando que la solución apareciera mágicamente.

—Bueno, ¿y qué hacemos? —Preguntó el doctor, rompiendo el silencio.

—Podríamos volver sobre nuestros pasos, enfrentarnos a las bestias del pasillo de mantenimiento del nivel cinco y tratar de llegar al nivel cero. —Propuso Claire, a la carrerilla, que ya llevaba un buen rato pensando en eso. —Es un plan suicida, pero con suerte, una vez en la superficie podremos escondernos para huir.

—¿Y la puerta guillotina de la cafetería? —Preguntó Benedict.

—Podemos sortearla por los conductos de ventilación más próximos. —Contestó la pelirroja.

—Ese parece el plan más lógico. —Convino Leon, muy pensativos, que también había sopesado ese plan.

—Supongo. —Añadió el doctor, sintiendo más terror por subir esas escaleras que por encontrarse con el enemigos.

—Pues en marcha. —Dijo Claire, dispuesta a abandonar ese lugar, costara lo que costara.

—Espera. —La detuvo Leon. —Por ser el plan más lógico, no lo vamos a hacer.

—¿Cómo? —Preguntó la pelirroja, con total confusión.

—Alexis se va a percatar de que hemos abandonado el plan de Hunnigan en cuanto vean que no salimos por los conductos de ventilación de aquí a un tiempo. —Dijo Leon. —Así que pensará en cuál será nuestro siguiente paso lógico. Que sería precisamente el que has propuesto, Claire. Llegar hasta la superficie lo más rápido posible, por el nivel cero. Apostará ahí todo su armamento. Y estaremos otra vez jodidos.

Tanto Claire como el doctor se vieron convencidos al momento. Leon tenía razón. Alexis podría ser todo lo despreciable que quisiera ser, pero era inteligente. Sabía adelantarse a sus enemigos.

—¿Y qué hacemos? —Preguntó Claire rendida, sentándose en un escalón.

Leon miró hacia la otra puerta. 

—Hagamos algo que no se espere. —Dijo el agente especial.

—¿Meternos por una puerta que dice expresamente “Peligro biológico. Trituradora”? —Preguntó Claire, con todo sarcasmo.

—Sí. —Dijo Leon, enfocándose en ella. —Es casi tan suicida como tu plan, pero sin que nos esperen. —Razonó el rubio, dedicándole una sonrisa a su pelirroja favorita.

Claire, ante esa sonrisa perfecta que le rompía todos los esquemas, sonrió a su vez tímidamente.

Habían pasado muchísimas cosas en muy poco tiempo entre ella y Leon. Y mentiría si dijera que en medio de todo el horror que estaba viviendo, no se sentía al mismo tiempo feliz, como en sus mejores sueños. Porque estaba con él.

—Me has convencido. —Dijo Claire, levantándose. Y pasando por delante de Leon, —quien la seguía con la mirada. —, se acercó a la puerta de la izquierda, apretando su fusil contra su pecho.

—¿Listos? —Preguntó Claire.

—Qué remedio. —Suspiró alicaído y cansado el doctor.

Leon se apoyó en la puerta sobre su hombro, y le confirmó a Claire con la cabeza.

La pelirroja pasó la tarjeta del doctor por el lector de la puerta, y una pequeña luz LED se iluminó en color verde, al mismo tiempo que la puerta metálica hacía un sonoro ruido al retirar sus cierres.

Leon respiró hondo y empujó la pesada puerta.

Tras comprobar que el camino estaba despejado, atravesó el umbral, acompañado de cerca por Claire y un poco más lejos por el doctor.

Y la puerta que anunciaba a voces el peligro biológico que aguardaba, se cerró tras ellos con un sonoro chirriar, que parecía el grito triunfal de la muerte.

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Al otro lado de la puerta se encontraron con un espacio bastante abandonado.

Paredes y suelos de hormigón, se veían camuflados por metros y metros de tuberías oxidadas que encajaban y retorcían sus caminos anclados en las paredes, asemejándose a una pecera llena de serpientes.

Aparte del óxido, en algunas juntas goteaban líquidos; de otras salían vapores calientes disparados como balas; y otras tenían profusa vegetación, de colores no muy naturales, que se enroscaban sobre ellas.

El lugar tenía un horrible olor a cloaca y vertedero, y la única iluminación en ese lugar eran  algunas luminarias rojas. Como si a drede se hubiera decidido dejar esa zona sin energía.

Las tuberías gemían y hacían sonidos que mantenían a todo el grupo en alerta. Nunca podían estar del todo seguros de que un ruido u otro fuera propio de las instalaciones o fuera por otro motivo más amenazante.

Leon comenzaba a sospechar que desde ese lugar había sido por donde los experimentos habían subido hasta el nivel cinco. Aunque no había desperfectos. Todo parecía muy ordenado dentro del caos y la desolación. ¿Y si esas bestias no habían escapado solas?

La situación era sospechosa y espeluznante, pero realmente eso estaba fuera de los asuntos de Leon. No podía importarle menos la historia de ese lugar. Pero era defecto profesional, crear conjeturas sobre las cosas más sospechosas. 

Él solo quería salir de ahí con Claire. 

Claire. Su amiga y compañera de mil aventuras que horas atrás le había confesado que jamás había sentido nada por él, — pero que poco después estuvo a punto de besarle —, caminaba a su lado con la concentración que a él le estaba faltando.

Leon la miraba y se perdía en el deseo. Pero si quería poder tener una oportunidad con la pelirroja, tenía que estar a su altura y concentrarse también en su camino. Los sentimientos pueden dejarse a un lado cuando la vida esta en juego, al fin y al cabo. ¿No?

Pero la realidad es que Claire no estaba ni de lejos tan concentrada como Leon creía. De hecho era muy consciente de los ojos del rubio sobre ella, lo que la excitaba y al mismo tiempo la turbaba.

Su mente quería regresar todo el tiempo a esos milímetros de distancia en que estuvo del rubio. A esos milímetros de calor y electricidad que agitaron su corazón, su cerebro y su alma.

Cuando Leon se alejó de ella en ese momento, con los ojos como platos, Claire se asustó.

Podemos decir que tuvo miedo real. Tan real, que casi se había vuelto tangible y físico. Podría invitar a ese miedo a una copa  de vino y pagarle un asiento en el cine de lo literal que se había vuelto en tan solo unos segundos.

Pero es que en esos segundos, antes de que la pelirroja pudiera entender lo que estaba pasando, ella creyó que Leon se había arrepentido de haberse acercado tanto a ella, y que, espantado, retrocedió todo lo que el espacio entre ellos le permitía.

Sintió su corazón esconderse tras el resto de órganos, tembloroso. Y una mezcla de vergüenza y tristeza se habían anclado con dientes y garras en su cuello.

Quería morirse ahí mismo o que se la tierra la tragara de una vez.

Pero cuando vio a Leon llevarse los dedos a la oreja, levantarse de un salto, mirando al frente con el ceño fruncido y gritarle a alguien un improperio, se dio cuenta de que la cosa no iba con ella. Y no hacía faltar pensar demasiado para saber que esa reacción solo podía ser provocada por el ser más provocador de esta historia. Alexis.

No negará que, pese a que estaban huyendo de él en una carrera a contrarreloj, ella sintió en ese momento un alivió inimaginable.

Leon se había acercado a ella porque quiso acercarse a ella. Y estuvieron a distancia de beso, porque él quiso estar a distancia de beso. Pero se había alejado en contra de su voluntad, por un asunto más apremiante, y eso, era suficiente para que la pelirroja se sintiera feliz.

Claire no sabía si otro momento como ese tendría lugar de nuevo ahí dentro. Pero que no iba a desaprovechar la oportunidad de decirle todo lo que sentía a su rubio, era una promesa a la que no iba a faltar.

Benedict ahora les seguía más de cerca. Más que porque de repente al doctor le entrase una cantidad ingente de adrenalina en el torrente sanguíneo, porque Leon y Claire avanzaban más despacio. En un lugar como aquel, no podían caminar a la ligera.

Era sin duda un lugar hostil y demasiado oscuro como para no controlar cada pisada, tratando de hacer el menor ruido en cada charco o con cada golpe a una piedra.

Pero algo positivo que se podría decir de aquel lúgubre lugar, es que al menos no era un laberinto como el que habían dejado atrás.

El pasillo por el que transitaban no tenía puertas, ni escaleras, ni ascensores, ni diferentes bifurcaciones. Era un único pasillo ancho que conectaba las escaleras de paso con otro lugar desconocido, pero que seguramente sería la trituradora, como anunciaba la puerta de entrada.

—Doc, —Comenzó hablando Leon, en voz más bien baja, tratando de no hacer ruido en ese lugar. —¿Sabes algo de la trituradora?

El viejo le había dicho a Leon en más de una ocasión que no conocía las instalaciones más allá de la suya y que no sabía con lujo de detalles las cosas que se hacían en otras zonas del laboratorio.

Sin embargo, sabía que en el nivel cinco se almacenaban las criaturas que habían llegado a buen término, y que se destruían las que habían sido defectuosas. ¿La trituradora tenía algo que ver con ello? ¿Qué sabía el doctor al respecto?

—Bueno, creo que no hace falta explicar mucho. —Comenzó el doctor. —Todos podemos llegar a una conclusión lógica sobre lo que significa trituradora y sobre las cosas que hacen. —Contestó Benedict tratando de dejar en evidencia a Leon, sin bajar la voz. El muy idiota.

Leon tomó aire por la nariz tratando de mantener la calma y no girarse hacia el doctor para estrellarle la culata de la Silver Ghost sobre la cara

—Evidentemente, doctor. —Contestó Claire, con un deje en la voz que denotaba falta de paciencia, pero manteniéndola baja. —De la misma forma que no hace falta usar mucho la lógica para entender que la pregunta que te acaba de hacer Leon va más allá de tu estúpida respuesta superficial y condescendiente. —Claire tomo aire, calmándose. —Así que deja tu pasivo agresividad a un lado y contesta a la pregunta con propiedad. Bajando la voz al poder ser. Gracias. —Eso último, lo dijo con tanto sarcasmo, que casi abofetea al doctor con sus palabras.

El doctor, humillado y asombrado, no podía cerrar la boca, contrariado como estaba de que Claire lo hubiera puesto en su sitio, cuando todos sabían que era Leon el que se pasaba todo el tiempo metiéndose con él, humillándolo y amenazando con matarle.

No lo sentía justo. Y de nuevo se sintió como un cachorrillo castrado que debía bajar las orejas. Pero esos dos no debían olvidar que estaban salvando el pellejo gracias a él, y que le necesitaban más que él a ellos.

Pobre iluso.

—Es para hoy, doc. —Habló entonces Leon, que miró de soslayo a Claire y le regaló un guió de ojos cuando esta le miró a él.

Provocando en la pelirroja, lo que ya sabemos que ese guiño de ojos le provocaba.

—Bueno, no sé que creéis que puedo saber. —Empezó el viejo, con un humor de perros pero bajando la voz con respecto a su intervención anterior. —Es el lugar donde se destruyen los experimentos fallidos. Aunque yo nunca he estado ahí en persona.

»No sé cómo llegar, no sé que aspecto tiene, no sé cómo está distribuido, no sé cómo funcionan, no sé si hay varias o solo una, no sé nada. Como ya expliqué varias veces.

—¿Sabes si existe algún horario de uso? ¿O si solo se tritura rellenando un cupo? ¿Sabes si el sistema está informatizado? ¿Sabes si la zona está vigilada?

—No, no sé nada. Porque no me corresponde a mi saber esa clase de cosas. —Escupió con ácido el doctor, queriendo dejar de hablarles y centrarse en su perreta. —Las recogidas se realizaban cuando avisábamos. Así que quiero creer que los sujetos eran destruidos al momento. Pero esto es todo especulativo.

—Pues vaya ayuda. —Dijo Leon para sí, pero estaban todos tan cerca, que el doctor pudo escucharlo.

—¿Vaya ayuda? —Preguntó Benedict, ciertamente alterado. —Te recuerdo que sin mí todavía no habríais salido de mi despacho, agente.

—Pues claro que sí habríamos salido. —Dijo Leon. —Fui yo quien encendió tu bombilla de filamentos sobre el doble fondo de las ventanas. 

—Ya, pero fui yo quien introdujo el código para llegar a ese doble fondo. —Señaló el doctor.

—¿De verdad crees que un puerta de madera con un cerrojo simple, me habría detenido para escapar por esa zona? No sabes con quien estás hablando, Boris.

—¡No me llames Boris! —Gritó con una rabia incontenible el doctor.

—De acuerdo, Boris. —Contestó Leon, que quería molestar al doctor pero ya no con diversión. 

Le parecía alucinante que el muy capullo, encima de ser el máximo responsable de que todos estuvieran metidos en ese agujero, se creyera una suerte de salvador. ¿De verdad  creía que ellos le necesitaban a él más que él a ellos? Su egolatría estaba al nivel de la de Alexis, sin duda.

—Mira, agentecillo especial, puede que hubierais logrado escapar del despacho. Pero los tres sabemos que no habríais podido abrir las puertas para estar donde estamos ahora, sin mi tarjeta de acceso. Así que cállate, agacha la cabeza y dame las gracias.

Leon se giró, con una velocidad y una potencia imparables, cogió al doctor por la tráquea, poniéndolo de puntillas y acercó sus caras.

Leon parecía el mismísimo demonio, y el doctor, que se agarraba a la muñeca de Leon dejando caer su palo de golf, boqueaba tratando de tomar aire y lo miraba con los ojos muy abiertos a través de sus gafas de pasta.

Estaba seguro de que iba a morir.

—Estoy aquí, delante de ti, cogiéndote por la tráquea, en el lugar más espeluznante del mundo, rescatando a Claire y a punto de matarte, porque un día decidiste seguir las órdenes de un psicópata y raptar y experimentar con ella. —La voz de Leon eran cristales rompiendo bajo las pisadas de pesadas botas. —Y te atreves a decir, ¿qué tengo que agachar la cabeza ante ti y darte las gracias? —Leon apretó un poco más esa tráquea que estaba a punto de ser descolgada. —Me parece que eso no va a pasar, Boris. No suelo actuar en contra de mi buen juicio, y dejarte vivir ha sido exactamente eso.

»Pero te voy a dar la oportunidad de agachar la cabeza y darnos las gracias por salvar tu pellejo. De ser tú, no la desaprovecharía.

Leon no soltó al doctor. Este tendría que decirlo como buenamente pudiera, en ese estado, o moriría.

Claire, que estaba observando la situación, estaba totalmente de acuerdo con Leon. Al doctor se le habían dado muchas oportunidades y sin embargo, nunca llegó a disculparse con ninguno de los dos.

Y además se creía el salvador del rescate, cuando solo estaba siendo un lastre.

Es cierto que facilitó mucho el avance en dos ocasiones, pero ellos no estarían ahí, necesitando esas ayudas, si en primer lugar nunca les hubieran obligado a estar ahí, así que ¿cómo se atrevía a hablarle así a Leon después de todo?

Ahora bien. Claire no quería que Leon matara al doctor. Se merecía un toque de atención sin duda, pero no quería verle morir. Era una cuestión de piedad y compasión.

Y ella esperaba que el doctor tuviera la fuerza de decir lo que tenía que decir para salvarse.

El doctor, poco a poco, y con un hilo de tela de araña por voz dijo, a duras penas y sin poder pronunciar todas las consonantes, aquello que Leon le estaba dando la oportunidad de decir.

La imagen era tan angustiante, que Claire se sintió enferma por un momento,  viendo como las lágrimas del doctor caían por sus mejillas, mientras comenzaba a ponerse rojo por la presión y la falta de oxígeno.

Leon soltó su cuello en cuanto escuchó lo que quiso oír. Y el viejo no cayó al suelo porque su pierna entablillada no se lo permitía. Pero la sensación de mareo y de querer desmayarse estaban ahí.

Sin poder evitarlo, el científico vomitó parte de la comida irradiada que Leon le había entregado, y comenzó a temblar de frío.

Cogió lo poco que le quedaba de agua, y tras escupir los restos de vomito de su boca, bebió, tratando de serenarse y dejar de toser.

Le dolía tanto el cuello y las cuerdas vocales, que hasta respirar o tragar se hacía duro.

Leon se giró, sin mirar a Claire y continuó caminando.

Claire, solo un paso por detrás, le seguía.

Y el doctor, tratando de recomponerse, seguía a Claire. Muy consciente de que la pelirroja no había hecho nada para ayudarlo.

Claire sabía que Leon no estaba bien. Más allá de el agotamiento físico y mental que esa locura de rescate estaba provocándole, porque Leon no era un hombre agresivo que disfrutara con el dolor ajeno. 

Y también sabía que a Leon le avergonzaba y entristecía torturar o maltratar a las personas, fueran estas merecedoras o no de ese maltrato.

Por eso lo escondía todo detrás de las burlas y las risas. Era su forma nerviosa de paliar la situación antes de que se pusiera seria e incontenible.

Ahora Leon necesitaba encerrarse en sí mismo y escucharse. Así que ella simplemente le seguiría en silencio, atenta a cualquier sonido o movimiento inusual, y les protegería a los dos.

Continuaron caminando y girando recodos hasta llegar a una puerta metálica muy oxidada, con apertura de palanca, que recordaba a las puertas estancas de los barcos.

Leon se aproximó y tiró de dicha palanca. El esfuerzo no fue poco, pues el óxido no cooperaba, pero finalmente la consiguió abrir, con el eco de un gemido oxidado como compañía.

Al otro lado se encontraron en el rellano de una escalera de hierro que servía de balcón ante el espacio enorme que se abría ante ellos.

Estaban, en esencia, en la trituradora.

El espació era diáfano y abierto, con techos muy altos, —como si de una nave industrial se tratase. —, y grandes focos que lo iluminaban todo a la perfección. Había electricidad.

En un lado del espacio, había una pequeño módulo, probablemente del técnico que trabajaba ahí; y al otro lado, justo en frente, se abría un gran espacio, que hacía de pasillo entre el módulo y una barandilla. Esta servía de protección ante una caída que, desde su posición, ni Leon ni Claire podían calcular.

Ellos se encontraban a unos ocho metros de altura, con respecto al suelo, en unas escaleras de bajada, y justo detrás, un montacargas.

Al fondo de la sala, había otra gran puerta guillotina, de aspecto antiguo, sucio y descuidado.

 Y al lado del módulo, lo que parecía una cabina de W.C.

León cerró la puerta tras ellos, así como las trincas, para asegurarse de que nadie pudiera entrar desde el otro lado, pisándoles los talones.

En algún momento Alexis se iba a percatar de que ellos ya no estaban siguiendo el plan de Hunnigan. Y para cuando se diera cuenta de que tampoco estaban tomando el camino fácil de volver al exterior, ellos ya estarían muy lejos de ese lugar. O eso esperaba Leon.

El rubio observó con ojo de halcón que en ese lugar había cámaras de seguridad, así que esperaba que tardasen mucho en mirar a través de ellas, para ganar más y más tiempo.

—Este lugar es enorme. —Dijo Claire, escuchando su voz reverberar, asombrada de que todavía hubiera espacio en ese peñón para algo de esas magnitudes. —Y apesta. —Añadió, pues el olor a vertedero y podredumbre que les acompañara desde que entraran por la puerta con lector de tarjetas, se intensificaba en ese nuevo espacio.

En el techo había, de hecho, ventilación, pero parecía que no estaba en uso. Y llevaba mucho tiempo sin estarlo, a juzgar por las telas de araña que los cubría, tal y como cubrían cada esquina  de ese lugar.

—Parece que abandonaron este sitio en cuanto clausuraron el nivel cinco.—Dijo Leon, sin dejar de observar todo lo que pudiera ser importante.

El científico se mantenía callado en un segundo plano.

Empezaron a bajar las escaleras, que estaban tan oxidadas como todo lo demás, dándoles una sensación de inseguridad bastante palpable.

Leon y Claire, iban apoyados contra la pared, apuntando hacía el exterior con sus armas, atentos a cualquier movimiento; pero el doctor, necesitaba agarrarse a la barandilla. Y esta temblaba tanto, que casi era un deporte de riesgo bajar ayudándose de ella.

El calor en ese sitio seguía yendo en aumento. 

Tanto Leon como Claire, pensaban que llegaría un punto en el que encontrarían el lago de lava del volcán donde se encontraban, y que ese sopor tendría, al menos, un sentido lógico que respondiera a por qué demonios hacía ahí tanto calor.

Cuando llegaron al suelo, se movieron perimetralmente para comprobar que el espacio estaba despejado, a trote ligero.

El lugar parecía vacío, y efectivamente estaba vacío, cosa que agradecieron en silencio los dos.

Después se aproximaron hasta la barandilla, para comprobar qué había ahí abajo. Y pudieron ver con horror, cómo al fondo, a unos quince metros de altura, había cuerpos desmembrados y enteros, de zombies y de otras criaturas. Amontonados, podridos, rotos y enmarañados. Culpables de semejante hedor en ese lugar.

Era la trituradora, sin duda. No podían ver las cuchillas por la montonera de cuerpos que lo cubrían, pero ese era el lugar a juzgar por las manchas de todos los colores que cubrían las paredes del pozo, haciendo salpicaduras que seguían su forma.

Pudieron observar también, que al fondo de la barandilla, prácticamente al lado de la puerta guillotina, había una apertura de bajada, por la cual podías bajar a un entramado de escaleras que descendían por las paredes del espacio circular de la trituradora, hasta llegar al fondo.

Leon se pudo imaginar a un técnico, teniendo que soportar las ganas de vomitar, bajando por esas escaleras para poder desatascar cualquier cúmulo de cuerpos que no permitieran el correcto funcionamiento de las cuchillas.

¿Cómo el hombre podía inventar una cosa así y dormir tranquilo por las noches? Jamás lo entendería.

El doctor, que ya había logrado bajar el tramo de las escaleras, cojeó hasta el módulo y entró, mientras Leon y Claire aseguraban la zona.

El módulo tenía las paredes de metal, y poseía un gran ventanal que ocupaba prácticamente todo el frontal del mismo, que permitía una vista casi completa del lugar.

Dentro, había una hilera de cinco taquillas, tan oxidadas como todo lo demás; una pequeña mesa auxiliar con una cafetera con moho y tazas sucias llenas de pequeños insectos; una mesa larga con tres ordenadores viejos y diferentes botones y palancas aquí y allá; y tres sillas de despacho, con ruedines. Dos de ellas, totalmente rotas.

El doctor se preguntaba si desde esos ordenadores se podría controlar la trituradora, así como las cámaras de vigilancia y la puerta guillotina del fondo.

 Aunque por el aspecto de dichos ordenadores, parecían más bien máquinas completamente inútiles. Y no solo porque el doctor estuviera fuera del sistema, sino porque llevaban apagados tanto tiempo, que no tenía en absoluto esperanzas de que funcionaran.

El anciano se sentó en la silla que todavía cumplía su función, con la intención de encender los ordenadores, y salir de dudas. Pero entonces, a su lado, escuchó un gemido.

Giró su rostro con completo terror al imaginarse qué era lo que podría estar ahí con él, y vio entonces a un hombre corpulento, vestido con un enterizo azul oscuro, cuyo nombre colgaba de un lateral de su  pecho, —Jeremiah se llamaba. —, con los ojos velados tras una mucosidad blanquecina y la boca abierta como hocico de perro, saliendo de debajo de la mesa de los ordenadores.

Tenía la cabeza completamente abierta y dentro, se apreciaban trozos de sesos  flotando en una sopa oscura que se derramaba por la apertura con cada torpe movimiento del zombie.

El doctor trató de retroceder pero las ruedas se habían atascado y no rodaban.

Trató de gritar, pero no le salía la voz, en parte porque Leon le había dañado las cuerdas vocales al cogerle del cuello; en parte porque el terror se lo impedía.

El zombie apoyó sus manos sobre los muslos del doctor y comenzó a incorporarse escalando por este.

“Cerebro. Cerebro”

Decía el zombie, dejando caer babas negras de su boca y con un aliento tan nauseabundo que al doctor le costó mucho aguantar la arcada.

El zombie siguió escalando, agarrándose a la camisa del doctor y abriendo más sus fauces para clavarlas en la frente del científico.

El doctor entonces pensó en que esa era una manera horrible de morir. Que haber llegado tan lejos no había servido de nada. Que aguantar tantas vejaciones y maltratos no había servido de nada. Que tantos esfuerzos por ser el  mejor en su campo, no había servido de nada.

Jeremiah le iba a devorar su preciado cerebro, antes de que nadie pudiera socorrerle y su aventura habría llegado a su fin.

—No, no. —Susurró el doctor, apoyando sus manos en el cuello del zombie, tratando de mantenerlo alejado, mientras este lanzaba mordiscos sonoros al aire.

El zombie era más corpulento que el doctor. Y tenía más hambre. Así que en esa muestra de fuerza, el doctor tenía las de perder.

Benedict giró la cabeza, tratando de alejarse sin éxito, y lo último que vio antes de cerrar los ojos con horror, fue esa boca grande y enorme ocupar todo su campo visual.

Pero entonces, el cartucho de una escopeta impactó contra la cara de Jeremiah y reventó su cabeza hasta solo dejar colgando de su cuello, una mandíbula sin dientes.

El doctor, ante el ensordecedor disparo de escopeta, abrió los ojos, giró la silla, y se encontró a Leon en la puerta del módulo bajando su arma, de la que salía un lazo de humo suave como la seda, que se elevaba en una danzante columna vertical.

—¿No te he dado? —Preguntó con ojos fríos el agente especial. —Vaya, la próxima vez apuntaré mejor.

—¡¿Qué ha pasado?! —Dijo Claire entrando a toda velocidad en el módulo, con los ojos muy abiertos, al escuchar el disparo de escopeta.

—Que me he cargado al pobre Jeremiah cuando estaba siendo atacado por Boris. —Contestó Leon, mientras se colgaba la escopeta al hombro.

El doctor seguía asombrado, mirando a su salvador, sintiendo un alivio tan grande, que a punto estuvo de besarle los pies a Leon. Le temblaba todo el cuerpo. Nunca había estado tan cerca de un zombie ni tan cerca de la muerte.

Esa acababa de ser sin duda, la experiencia más aterradora y traumática de su vida.

—Gra-gra-gra —Trataba de decir el doctor, sin conseguir que nada saliera de ese bucle.

—He fallado, Boris. No me las des. —Le contestó Leon, moviendo la silla donde el doctor estaba sentado, y haciéndola aun lado, mientras encendía los ordenadores.

Claire apoyó una mano sobre la de Leon, para llamar su atención. Y cuando Leon miró hacía la pelirroja, ella le dio las gracias dibujando las palabras con los labios, mientras sonreía.

Leon asintió y volvió a la pantalla del ordenador, luchando contra el magnetismo de la boca de Claire.

Todavía no estaba recuperado de su descontrol allá atrás en el pasillo del óxido. Pero agradecía mucho que su amiga se mantuviera cerca y le apoyara. 

Porque a veces, eso es lo único que hace falta. Que un ser querido esté ahí, y te coja la mano cuando lo necesitas.

Claire cerró la puerta del módulo y sus ojos se abrieron como platos ante la sorpresa.

—¡Un mapa! —Gritó la pelirroja, triunfante. 

Leon miró en su dirección y comprobó que efectivamente tras la puerta del módulo había un mapa de las instalaciones.

Era grande, pero fácilmente plegable para llevar. Y mostraba todos los niveles, no solo el nivel cinco, que era realmente el que necesitaban.

Como su plan ya no era huir por los conductos de ventilación, el mapa que había encontrado el doctor ya no servía para nada. Y este nuevo, era demasiado necesario.

—Nosotros estamos aquí. —Señaló Claire sobre el mapa.

Leon observó detenidamente, viendo de qué forma podían salir a la superficie. Y la cosa no parecía fácil.

—Joder, ¿cómo no? —Dijo Leon, con desgana.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —Preguntó Claire mirando del mapa a Leon y de Leon al mapa.

El rubio estiró la mano y señaló a un punto del mapa con el dedo. 

—Este es el único lugar por el que podremos salir al exterior. —Dijo el agente especial, dejando caer su mano.

Claire observó bien la zona señalada y comprendió entonces las quejas del rubio.

—Alcantarillado. —Leyó la pelirroja. —¿Por qué siempre, siempre, siempre, nos meten alcantarillas en nuestras aventuras? —Preguntó Claire, mirando a la autora con una ceja elevada.

—Porque les gusta vernos mojados. —Contestó Leon, medio sonriendo, volviendo al ordenador.

Claire siguió observando el mapa, que no solo demostraba lo que ya sabían, —que ese lugar era enorme. —, sino que estaba observando cosas que no sabía, cómo dónde almacenaban a las bestias, que, ¡oh, sorpresa! Se encontraban más allá de la puerta guillotina; o dónde se encontraba la enfermería de ese nivel.

—¿Qué buscas en el ordenador? —Preguntó la pelirroja sin dejar de observar el mapa.

—Quiero comprobar si hay alguna forma de que podemos abrir la puerta guillotina. Aquí no hay nada más que ver. —Contestó Leon, mientras tecleaba dentro de un sistema operativo bastante obsoleto. —Pero no parece que este ordenador esté en funcionamiento.

»Seguro que es cosa de Alexis.

—Tiene sentido. —Comentó Claire. —No va a dejar que nosotros tomemos el control de absolutamente nada, cuando lo que quiere es atraparnos.

—Ya. —Dijo Leon, mirando a través del gran ventanal que había tras los ordenadores, y que permitían la visión de la puerta desde ahí. —Este lugar parece realmente muy atrasado tecnológicamente con respecto al resto del laboratorio. —Comentó en voz alta para hacer partícipe a la pelirroja de sus  pensamientos. —Por lo que, podemos suponer que muchas cosas todavía podrían ser analógicas. 

—¿Crees que podemos abrir esa puerta con la fuerza de nuestros brazos? —Preguntó Claire, apartando por un momento la vista del mapa para mirar al rubio, con las cejas elevadas. —Estás muy fuerte, Leon, pero ni Chris podría levantar esa puerta.

—No, claro que no. —Murmuró Leon, todavía pensativo. —Pero pudiera ser que no se abra a través de un ordenador sino a través de una palanca o un interruptor.

—Eso sí suena plausible. —Volvió a concordar Claire, mirando de nuevo el mapa. —¡Ostras! ¡Mira Leon! —Dijo Claire con sorpresa.

Leon se aproximó a Claire para mirar lo que ella estaba señalando en el mapa. 

Señalaba  un lugar no muy lejos de su posición, a través de la puerta guillotina, que les llevaba a un pasadizo que conectaba directamente con un invernadero que tenía por nombre “Montañas Arklay”.

Tanto Leon como Claire se miraron, bastante atónitos.

—Tienen las hierbas curativas de las montañas Arklay. —Dijo Claire con entusiasmo.

—Podríamos acercarnos para abastecernos. Hasta ahora no hemos tenido problemas, pero no sabemos con qué nos podemos encontrar más adelante. —Dijo Leon, ante la sonriente cara de Claire, que asentía de acuerdo con la idea.

—Primero averigüemos cómo demonios podemos abrir esa puerta gigante. —Dijo Claire cambiando su sitio por el que ocupaba Leon anteriormente, frente a los ordenadores, donde comenzó a buscar información sobre el modelo de esa puerta, para entender el mecanismo y comprobar si efectivamente había una forma no informatizada de abrirla.

—De acuerdo, yo voy a organizar el recorrido para salir de este puto agujero de una vez. —Dijo Leon, cogiendo un rotulador que encontró en una de las mesas, y comenzó a marcar el camino que entendía, era el más corto y seguro para encontrar la salida.

Mientras tanto, el doctor se iba recuperando poco a poco de su baile con la muerte, empezando a plantearse cuánta responsabilidad habría tenido él en su propia muerte de no haber sido salvado por Leon, y cómo podía paliar todo ese horror. ¿Dónde estaba ese joven que juró salvar a las personas? ¿En quién se había convertido el doctor Benedict B. Bordet?

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Una vez que Leon hubo marcado el camino en el mapa, le explicó el itinerario a Claire, quien estuvo de acuerdo con todo el plan, así como estar tan cerca de Leon, casi cabeza con cabeza; y ella a su vez le explicaba a Leon cómo podían abrir la puerta, mientras Leon disfrutaba de estar hombro con hombro con la pelirroja.

Si la huida no fuera tan apremiante como lo era en ese momento, hablarían sobre lo que había ocurrido en las escaleras y sobre por qué los dos se morían porque eso ocurriera de una vez.

Pero hasta encontrar ese lugar seguro, no podían distraerse con las ganas que se tenían.

En cuanto a la puerta, en realidad su apertura era una tontería. Tal y como había comentado Leon, se abría mecánicamente al activar un botón que se encontraba en los marcos de la misma. Y en tanto que en ese lugar había electricidad, la puerta se abriría, sin dudas.

Leon cogió el mapa de detrás de la puerta, lo plegó y lo guardo en sus cargo, tal como habría hecho anteriormente con los planos de los conductos de ventilación. Salió del módulo, seguido de Claire, y se acercaron hasta la puerta.

Observaron los marcos y, efectivamente, ahí había un enorme pulsador rojo, debajo de uno completamente verde.

El botón verde, servía para abrir la puerta y el rojo para cerrarla.

A decir verdad, la apertura de una puerta, en un lugar como aquel, nunca era una tontería. Al fin y al cabo, los dos sabían que detrás de cada puerta podían esconderse horrores, como ya hubieran visto en la cafetería allá atrás. 

Pero tenían que seguir avanzando y ese era el único camino. Por eso la apertura de cualquier puerta, debía estar debidamente coreografiada y algo que podría parecer tan sencillo como abrirla, era en realidad una decisión que estudiar con cabeza.

En este caso, Leon se podría en el marco de la puerta para activar el pulsador por si hubiera algo al otro lado, poder cerrarla rápidamente, manteniendo a Claire lo más alejada posible.

—¿Lista? —Preguntó Leon, que se disponía a abrir la puerta mientras Claire esperaba en frente con su fusil, lista para disparar a lo que hiciera falta.

—Lista. —Contestó la pelirroja.

Leon pegó su espalda a la pared, con su Silver Ghost en mano, y entonces presionó el pulsador verde.

La puerta gimió y comenzó a elevarse, dejando caer trozos oxidados de su propia estructura y polvo del paso del tiempo.

El único sonido que se escuchaba reverberando en todo ese espacio, era el de la pesada puerta luchando por elevarse en constante traqueteo.

No había ni sonidos de sirenas, ni luces ambarinas. Era todo mucho más antiguo y sencillo. Y claramente se agradecía por resultar, dentro de lo que cabía, más discreto.

Al otro lado, la oscuridad  y una neblina con olor a azufre lo inundaba todo, mientras Claire, con los bellos de punta y la respiración amplia, observaba cualquier indicio de movimiento.

Pero no parecía haber absolutamente nada al otro lado.

—No parece haber nada, Leon. —Comunicó la pelirroja. —Pero no hay luz, no puedo estar segura.

Al otro lado no se escuchaba nada. Ni la más mínima respiración, gruñido o arrastre que pudiera delatar que hubiera nada esperándoles. Pese a la oscuridad, Leon estaba seguro de que el camino estaba despejado.

Se asomó parcialmente, y con la linterna echó un vistazo dentro.

El espacio se dividía en tres pasillos que parecían vacíos. Con un aspecto mucho más cuidado que los pasillos que hubieran dejado atrás. Parecidos al aspecto de los pasillos del resto del laboratorio, pero más grisáceos y antiguos.

Leon se separó de la pared, ahora que no parecía que necesitasen calcar el pulsador rojo para nada, y avanzó hasta colocarse al lado de Claire.

—Ya. —Contestó Leon bajando su arma y guardando la linterna. —Voy a volver al módulo, a ver si hay alguna forma de encender las luces del otro lado.

Leon trotó hasta el módulo, mientras Claire retrocedía lentamente, no queriendo darle la espalda a esa boca de metal negra que era la apertura en la pared.

Cuando Leon entró por la puerta, encontró que el doctor seguía sentado en la silla con ruedines, al lado de Jeremiah, sin aportar nada a los avances. Inmerso como estaba en sus remordimientos.

Leon comenzó a teclear en el ordenador, buscando alguna respuesta que no terminaba de encontrar.

Tal vez, en algún lugar al otro lado hubiera un interruptor, o tal vez desde su propio lado una caja de fusibles que necesitase ser conectado. Podría funcionar todo ello de formas tan diferentes, que tenía que estar seguro antes de adentrarse en la oscuridad.

—¿No hay suerte? —Preguntó Claire, que ya había retrocedido hasta el módulo, pero que no dejaba de apuntar al espacio en negro.

—No. —Contestó Leon. —Se me ocurre que hayamos pasado por alto algún cuadro eléctrico, y que tal vez estén los diferenciales bajados.

Claire se giró para mirar el espacio a sus espaldas, bajando el arma, caminando más allá del módulo.

—No veo nada. —Contestó Claire, inspeccionando la pared. —Espero que esa zona no esté informatizada. Sería una putada enorme.

En ese momento, mientras Claire hablaba, Leon sintió el suelo vibrando bajo sus pies, a un ritmo y fuerza que iban en aumento, hasta tal punto que los ordenadores comenzaron a saltar sobre la mesa que los sustentaban, haciendo que las imágenes en sus pantallas vibraran hasta quedar completamente en negro. 

“¿Qué demonios es eso?” Pensó el rubio para sí.

Incluso el doctor se puso de pie ante ese temblor que parecía acercarse a ellos, sin entender si tal vez estaban sufriendo un terremoto. Los hombres se miraron confusos, compartiendo por primera vez un sentimiento común.

—¿Qué es eso? —Preguntó Claire avanzando de nuevo, quedando  la altura del módulo, cuando Leon vio con absoluto temor a través de la ventana, a un Tyrant entrando a toda carrera en su lado del espacio con luz, directamente hacia Claire.

—¡Joder! —Gritó la pelirroja, comenzando a disparar en el centro del corazón externo del Tyrant. Pero este, cruzando los brazos por delante, se protegió ese órgano vital, cargando con más fuerza contra Claire.

Antes de que el Tyrant impactara contra la pelirroja, que parecía tan pequeña y vulnerable en comparación, Leon salió corriendo contra el Tirano justo cuando este se cruzaba por delante de su puerta, y lo desvió de su colisión inminente contra Claire.

—¡Leooon! —Gritó la mujer corriendo hacia ellos, que se habían desviado hacia la barandilla, cuando una pierna enorme, con la fuerza de un titán, la golpeó de lleno en el torso, y la lazó contra la pared por encima del techo del módulo, levantando una fuerte y espesa polvareda.

Un segundo Tyrant había entrado en escena.

Por supuesto, nuestro cobarde Boris se encerró en el módulo y, agazapado, observó toda la escena, cogiendo unas tijeras, y sopesando la posibilidad de suicidarse antes que enfrentarse a esos gigante sin razón.

El aspecto de los Tyrant era mejorado, tal como Leon los hubiera visto allá por Eslavia. 

Medían unos tres metros de alto, y tenían un aspecto más joven y fuerte que sus primeros intentos, como fuera el primer Tyrant al que Leon se enfrentó en Raccoon City.

Eran más rápidos, más fuertes y más resistentes. Y eran dos.

Pero esa idea nefasta de dejar el corazón externo parecía ser algo que todavía a nadie se le había ocurrido cambiar.

Mejor.

Leon se levantó, después del placaje que le hiciera al Tyrant, al tiempo de ver como un segundo Tyrant pateaba a Claire, lanzándola por los aires contra la pared del fondo.

—¡Claireee! —Gritó Leon, girándose para correr hacía el lugar del impacto, cuando el Tyrant a sus espaldas lo cogió como si fuera un muñeco de trapo, lo elevó varios pies del suelo y lo lanzó contra este, con fuerza y brutalidad.

Leon encajó el golpe, comprendiendo que el Tyrant no le iba a dejar escapar.

Justo cuando su enemigo principal levantaba una pierna con la intención de descargan su pie sobre Leon y hacerle papilla, el agente especial rodó por el suelo y volvió a la vertical.

Acto seguido se lanzó contra Tyrant, y se deslizó por entre sus piernas, quedando a sus espaldas.  Escaló hasta sus hombros, donde aprovechó para meterle varias balas en la cabeza con ayuda de su Silver Ghost. 

Sin duda, las balas penetraban. Pero eran absorbidas por su piel y parecían formar parte del monstruo una vez este las sintetizaba de alguna forma en su interior.

El Tyrant levantó los brazos para atraparlo, pero Leon saltó al frente, cogiendo su escopeta, y con una floritura al aterrizar, comenzó a llenar de plomo el corazón del Tyrant.

Hay que aclarar que Leon, aunque se había enfrentado en varias ocasiones a los Tyrant, nunca había acabado con ellos sin un lanza misiles.

Por desgracia tenía la manía de no llevar un lanza misiles encima. Resulta que eran bastante pesados y eran lentos de cargar. Pero que bien le vendría encontrarse por el camino con un buhonero amigo que le vendiera una.

Mientras disparaba al corazón de la bestia, observó que el otro Tyrant se iba aproximando lentamente hacia el lugar donde Claire había sido lanzada.

 Leon tenía que impedirlo.

Ciertamente, era una ilusión creer que con sus armas podría acabar con un Tyrant, como para encima creer que podría con dos. Pero no tenía muchas opciones, ¿no?

Leon cambió el objetivo y el arma, pasando a usar su rifle de asalto. Tomó distancia del primer Tyrant, y comenzó a disparar al segundo, que parecía no inmutarse con los impactos de bala que Leon le estaba propinando.

No había forma de detenerlo. No al menos manteniendo las distancias. Así que Leon se dispuso a ponerse delante del segundo Tyrant para hacerlo retroceder con disparos directos al corazón, cuando un puño, del tamaño de una cría de elefante, le impactó en el pecho y lo lanzó contra la pared más lejana.

León impactó de espaldas y cayó hacia delate.

Se llevó una mano al pecho, en el suelo en postura de cuadrupedia, mientras trataba de retomar la respiración. El impacto había sido como tener un accidente de coche, llevando el cinturón de seguridad. Seguía vivo, pero le dolía todo el cuerpo.

Al levantar la vista, vio al primer Tyrant aproximándose hacia él sin prisa. Y vio al otro Tyrant escalando hacia el techo del módulo, dispuesto a acabar con Claire.

Pero justo cuando Leon sacó su escopeta, para seguir disparando el duro corazón del Tyrat que tenía justo en frente, vio algo en la zona donde se suponía que estaba Claire.

Y lo que vio lo dejó momentáneamente pasmado.

De entre las espesas nubes de polvo, vio salir a la pelirroja, con paso tranquilo, tal y como si no le acabaran de dar un golpe mortal.

Pero esa Claire, era diferente a su Claire.

Era más alta. Mucho más de lo que solía ser. Casi diría que era más alta que Leon. 

Y más musculada. Mucho más musculada. Se atrevía a decir que más musculada que Chris.

Llenaba la ropa que antes de quedaba como un saco enorme, y la reventaba en las costuras con su musculatura.

Claire se acercaba tranquilamente hacia su Tyrant, contoneándose con gracia, sonriendo con una boca que también era más grande, unos ojos de los que salían llamas y unas manos enormes con unas garras que no eran humanas.

El Tyrant, al verla, no solo frenó su avance, sino que retrocedió.

Era la primera vez en su vida que Leon veía a un Tyrant retroceder ante nada.

—¿Me buscabas? ¡Pues aquí estoy! —Dijo Claire, con la voz grave como un rugido, tal y como hablara en la cafetería antes de enfrentarse a la horda de los zombies.

Tomando impulso, corrió hacia el Tyrant y se lanzó contra él.

Entonces Leon no pudo observar más, porque el Tyrant que se dirigía hacia él, y que no había reparado en Claire, estaba ya justo encima del agente especial.

Leon esquivó un golpe y después otro y después otro, al tiempo que seguía disparando con su escopeta hacia el corazón descomunal de su oponente, sin que esto lo frenara de ninguna forma, y además, quedándose sin munición de escopeta.

Cogió de nuevo el rifle de asalto y comenzó a disparar al mismo lugar, mientras bailaba  a su alrededor, esquivando sus ataques, pero empezando a sentirse agotado.

Además, Claire estaba siendo un dura distracción para el rubio, que estaba viendo de soslayo como la pelirroja había arrinconado a su Tyrant contra la barandilla de la trituradora, y ahora se encontraba de pie sobre su pecho, empujando su cuello con un pie, mientras sujetaba los brazos de la bestia por sus muñecas en un pulso de fuerza que la pelirroja estaba ganando, mientras se escuchaban sus risas por todo el espacio.

Tan distraído estaba viendo como Claire estaba a punto de romperle el cuello a su bestia, que no pudo evitar que la suya lo cogiera por el torso y lo estampara contra la pared. Pero esta vez, no lo lanzó, sino que lo mantuvo sujeto, varias cabezas por encima de sí mismo, apretando el cuerpo de Leon como se aprieta el papel del periódico.

Leon trató de soltarse, pateando el corazón del Tyrant, que le quedaba justo a la altura de las piernas, cuando este apretó su puño alrededor de su cuerpo. Leon pudo sentir el crujir de unas costillas rotas que se estaban clavando en sus pulmones con insoportable letanía.

Leon gritó como hacía años que no gritaba. Sintió un dolor tan profundo y agravado que se quería morir, mientras se sentía encorsetado por sus propias costillas, que lo apuñalaban suciamente, como sucia era su rotura. Astillada e imperfecta.

No era la primera vez que Leon se rompía una costilla. Su duro entrenamiento para el gobierno, así lo dispuso. Pero nunca se le habían roto varias costillas a la vez y nunca estas habían perforado sus pulmones.

El dolor era tan agudo que Leon solo podía gritar, como un lobo al caer en un cepo, mientras todo se volvía negro ante sus ojos.

Vio a Claire a lo lejos romperle finalmente el cuello a su Tyrant de un brutal pisotón, y todo se volvió negro. 

Después volvió a ver a Claire, lanzado el cuerpo del Tyrant al vació y todo se volvió negro.

Cuando volvió a recuperar momentáneamente la visión, Claire ya no estaba, no la veía, el espacio se había quedado vació y de nuevo negro.

Cuando de nuevo pudo ver, vio entonces a Claire, de rodillas sobre los hombros de su Tyrant, clavando sus garras en la mandíbula de la bestia y tirando hacia atrás con la intención de arrancarle la cabeza.

El Tyrant apretó una vez más su puño, apuñalando los pulmones de Leon hasta atravesarlos, haciendo que sendos hilos de sangre escarlata se derramaran de la boca del rubio, como un grifo abierto. Pero el agente ya no podía gritar. Apenas podía respirar. Dejó caer su cabeza hacía delante, colgando de su cuello, prácticamente desmayado. Y todo se volvió negro.

Entonces Leon pudo tomar la más dolorosa de las bocanadas de aire, volviendo en sí, recuperando su vista que era nebulosa, borrosa y doble. Y vio, a cierta distancia desde el suelo, a Claire, que había obligado al Tyrant a retroceder hasta la barandilla, como hubiera hecho antes, tirando de su mandíbula hacia atrás, despegando la piel del cuello de la criatura que trataba en vano alcanzarla con sus brazos para salvarse, pero que no podía. 

La superioridad de Claire era como un cuento de hadas. Imposible y fantástica.

—Claire. —Susurró Leon, con la cara apoyada en un charco de su propia sangre, cuya visión comenzaba a hacerse más nítida y que intentaba ponerse de pie para ayudarla, pero que no estaba teniendo las fuerzas necesarias.

Cada vez que respiraba, el dolor intenso que sentía lo tumbaba como si la muerte lo estuviera tratando a empujones.

Leon, sin saber con qué fuerzas, alcanzó su botiquín y sacó una de las plumas inyectables con esa anestesia de cien horas que aliviaban el dolor al instante.

Con dificultad, abrió el lateral derecho de su chaleco antibalas,  cargó la pluma inyectable y se la clavó debajo del esternón.

El alivió no fue instantáneo. Su dolor era producido por daños en órganos vitales, pero desde luego Leon creía que ahora podría ponerse en pie.

Se volvió a abrochar el lateral del chaleco antibalas y poniéndose boca a bajo, trató de levantarse, sin poder frenar la sangre que, como hierro fundido, se escapaba de entre sus dientes.

Tragaba, llenando su estomago de su propia sangre, pero dejar que saliera era más fácil, ya que su glotis había dejad de funcionar.

Cuando consiguió ponerse de pie en una postura encorvada imposible, volvió a mirar en la dirección donde Claire estaba dando muerte al Tyrant, y vio, con profundo horror, como Claire caía al pozo, seguida del cadáver del Tyrant, cuando esta por fin le arrancaba la cabeza.

—¡Clairee! —Trató de gritar Leon. Pero no podía. No podía.

Abrazándose el torso, consiguió arrastrarse, sintiéndose enfermo, mareado y ahogado en su propio cuerpo, hasta la barandilla.

Ahí, se dejó colgar de la balaustrada para mirar abajo. Pero no pudo distinguir el cuerpo de Claire del resto de cuerpos.

En ese preciso instante, unas luces rojas, acompañadas de sonidos de alarma, comenzaron a vibrar por todo el espacio, mientras una voz mecánica anunciaba:

“Atención. Atención. Triturado de deshechos biológicos activado. Secuencia de cuenta atrás, un minuto, comienza ahora. Cincuenta y nueve, cincuenta y ocho, cincuenta y siente, cincuenta y seis, cincuenta y cinco...”

“No puede ser.” Pensó Leon con el corazón en los oídos.

Comenzó a caminar hacía la escalera de bajada al final de la barandilla sacando otras dos plumas inyectables, que rápidamente inyectó a los dorsales de su cuerpo, por debajo del chaleco antibalas. Y sintiendo mucho más alivio, echó a correr.

Era una locura llegar hasta abajo del todo en menos de un minuto, pero juraba que era capaz de saltar al foso si no lo lograba.

Podemos decir, después de todo, que Leon no bajó las escaleras. Voló por las escaleras.

Tanto es así, que cuando llegó a bajo del todo, todavía le sobraban diez segundos.

Miró por encima de todos los cuerpos acumulados, y en el centro, pudo ver una mano en alto, lánguida, que pertenecía a la pelirroja. Y Leon , sin pensárselo dos veces, saltó sobre los cadáveres.

Caminar por ahí era muy parecido a caminar por una piscina de bolas infantil, pero sin fondo y con bolas de cuarenta kilos de peso. Pero en este punto, Leon no podía hacer otra cosa que dar gracias de no estar hundiéndose hacia abajo.

“...Tres, dos, uno. Trituradora preparada. Manténganse alejados de la barandilla de seguridad, por favor. Repito. Manténganse lejos de la barandilla de seguridad.”

Entonces, el suelo carnoso bajo los pies de Leon comenzó a moverse, girando lentamente en el sentido de las agujas del reloj.

—No,no,no. ¡Claire! —Gritó Leon con apenas voz, sin dejar de escupir sangre, mientras avanzaba a grandes zancadas hacia el centro, cayéndose por culpa de los cuerpos que se movían en horizontal encima de él, como las olas  cuando te revuelcan en la orilla.

Cuando estaba a punto de alcanzar el centro, la mano de Claire comenzó a hundirse en el ojo del tornado de cadáveres que se estaba formando.

Leon saltó y cogió la mano de Claire a tiempo, mientras usaba todas sus fuerzas para no dejarse arrastrar con los demás, muy consciente de que sus pulmones estaban completamente atravesados por sus costillas y que cada movimiento pulmonar era una danza de fricción entre la carne y el hueso.

El aire en el pozo también comenzaba a girar, y Leon podía ver algunos trozos de cuerpos desmembrados volando hacia arriba, elevándose y chocando contra las paredes.

El rubio sacó el cuerpo de Claire del ojo central, que cada vez era más grande, haciendo una fuerza sobre humana, dónde el apoyo de sus pies iba desapareciendo ante sus ojos a medida que los cadáveres iban entrando en el vórtice, viendo ahora, desde su posición, las grandes cuchillas girando a toda velocidad y tragándose el puré de carne y vísceras que se estaba formando.

Ya estaba casi fuera del mar de muerte. Había conseguido sacar a Claire y apoyarla en las escaleras para poder impulsarse encima y aguantar ahí agarrados el tiempo que durara la trituración de muerte.

Lo que no podía imaginar nuestro rubio, es que ahí abajo quedase algún no muerto con vida. De la misma forma que no se podía figurar que ese muerto con vida, saliera a la superficie con la fuerza de una flecha impulsado por la fuerza centrífuga de la batidora, y que le mordería en la pierna.

Leon gritó, sin aire. Miró hacia abajo y encontró a ese zombie despreciable mordiendo su pantorrilla, con los ojos salidos de sus órbitas, sin nariz y, por desgracia, con una boca llena de dientes.

León le pateó la cabeza con su otra pierna y se la reventó en mil pedazos, mientras sentía como el tornado ahí dentro comenzaba a elevar su cuerpo y el de Claire queriéndolos arrastrar hacia un horrible final.

Leon se colocó justo encima de Claire, sirviendo de escudo contra ese imán aéreo, abrazando las escaleras metálicas bajo el cuerpo de la pelirroja, con brazos y piernas, haciendo toda la fuerza que su cuerpo moribundo podía ejercer.

Ahora solo tenía que aguantar. Solo tenía que aguantar. Solo tenía que aguantar.

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Todavía se encontraban resistiendo en medio de esa locura de tornado sangriento, cuando Claire, que había recuperado su físico normal, despertó de su pequeño y merecido descanso.

Al abrir los ojos, alucinó con lo que estaba viendo, sin comprender del todo si estaba despierta o seguía inconsciente.

Como si de un ballet de los horrores se tratase, la pelirroja vio sobre sí una serie de cadáveres y miembros de diferentes bestias volando en círculos por encima de ella, llenándolo todo de diferentes líquidos y sustancias acuosas que pintaban a golpe de brochazo las paredes que los rodeaban, como si fueran genios postimpresionistas imbuidos en su propia obra, locura y genio.

Se sintió como “Alicia en el País de las maravillas” cuando esta cae por la madriguera del conejo. Definitivamente tenía que estar soñando. Y aunque macabro, el sueño era plácido e ingrávido.

Sentía sus piernas flotar. Sus brazos flotar. Su pelo moverse con el viento. Su cuerpo se elevaba también, queriendo unirse a la danza aérea, pero algo duro y fuerte se lo impedía.

Fue entonces cuando se percató de que aquello pesado y rígido que se apoyaba sobre ella y la abrazaba con fuerza contra el suelo, era real. ¿Estaba atada? ¿Por qué no le permitían volar como al resto de bailarines?

Entonces, la pelirroja, observó bien, hasta donde podía mover la cabeza, y vio una cabellera rubia apoyada sobre su hombro derecho, así como un brazo fuerte cubriéndola por el hombro izquierdo.

Olía bien. Podría distinguir esos matices únicos y masculinos entre miles de olores, porque eran feromonas en estado puro.

Leon.

Era Leon quien la abrazaba en medio de ese vendaval, perdiéndose la danza macabra que ella estaba viendo tranquila desde su posición.

El cuerpo de Leon temblaba. Le escuchaba rugir apretando los dientes. Sudaba manantiales de sí mismo y empapaban cálidamente a la pelirroja. Pero, ¿qué le pasaba? No parecía estar bien.

¿Dónde estaban? ¿Qué había pasado?

Fue en ese momento, en ese preciso instante, cuando a Claire le volvieron todas las imágenes de lo que había sucedido minutos antes, comprendiendo inmediatamente dónde se encontraba.

Como acto reflejo, rodeó con sus piernas la cintura del rubio y su torso con sus brazos, tan fuerte como podía, cerrando los ojos y enterrando su cara en el hueco del cuello de Leon, sin poder contener un grito de horror.

Estaban dentro de la trituradora en funcionamiento, y solo Leon se interponía entre la fuerza de sus cuchillas y la vida.

El agente especial, ante el abrazo de Claire, no pudo evitar gritar sacando fuerzas de la mismísima desesperación. Pero no se soltó. No cejó en su empeñó durante los cinco minutos que duró la pesadilla, aunque para él hubieran parecido cinco horas.

“Triturado completado. Por favor, no se acerquen a la barandilla de seguridad hasta que las luces rojas se apaguen. Gracias por su colaboración.”

Poco a poco, el viendo que los pretendía arrancar de sus posiciones fue perdiendo fuerza.

Los cuerpos y miembros que se habían quedado florando en el aire, comenzaban a caer al vacío de las cuchillas.

El calor y el hedor, comenzaban a hacerse más presentes de nuevo.

Y la luz roja dejó de brillar allá en lo alto.

Leon se retiró de encima de Claire, apoyando sus rodillas en el último escalón, tan dolorido y tan abatido, que apenas podía enfocarla, mientras trataba de coger más aire debido al sobre esfuerzo de ese ejercicio de resistencia que acababa de superar, sin poder lograrlo por como sus pulmones se estaban inundando.

Cuando Claire miró a Leon, y lo vio con ese aspecto, se asustó muchísimo.

Ya no solo es que viera al rubio sudando a mares y pálido como la luna. Es que tenía la boca y la cara llenas de sangre. Sangre que se le derramaba por la barbilla hasta el suelo.

—¡Leon! —Dijo Claire, poniéndose de pie de un salto, totalmente asustada ante la imagen de su amigo con ese aspecto moribundo, cogiéndole de la cara, manchándose las manos de la brillante escarlata. —¿Qué ha pasado? ¿Qué...¿¡Qué ha pasado!?

Leon no podía apenas hablar.

Trató de ponerse en pié, pero cuando apoyó su pierna derecha, esta cedió bajo su peso, ensangrentada también como estaba.

—¡Tenemos que volver arriba! ¡Necesitas ayuda! —Gritaba Claire en medio de su desesperación. Nunca había visto a Leon así. Prácticamente moribundo. 

Claire se aproximó al rubio y, pasando el brazo de su amigo por encima de sus hombros, lo cargó sin apenas fuerza para poder ayudarlo.

Estaba agotada, ¿por qué estaba tan cansada?

Abrazó el torso del rubio para impulsarlo, y Leon volvió a gemir guturalmente, escupiendo nuevamente sangre por la boca y poniendo los ojos en blanco, mientras todo se volvía negro.

—No, no, no, Leon. Escúchame, Leon. No te desmayes, ¿vale? —Le decía Claire, golpeándole las mejillas, mirando hacia arriba y sintiéndose desesperanzada al ver los metros de tramo que tendrían que lograr superar. —Quédate conmigo, Leon. Quédate conmigo.

Y comenzaron la subida.

Leon arrastraba los pies, y siempre que recuperaba un poco la consciencia, trataba de sostenerse por sí mismo, pero sin perder nunca el apoyo de Claire  aun lado, y el pasa manos al otro.

Leon sabía que iba a morir. Nunca lo había tenido tan claro como en ese momento. Si no era ahogado por sus propios pulmones, sería convertido en zombie por el virus Progenitor.

“Mamá me va a echar una bronca tremenda por llegar tan borracho al cumpleaños de la abuela.” Pensó Leon, dándose cuenta inmediatamente de que no era un adolescente y no estaba yendo a ver a su abuela por su cumpleaños. “No te desmayes Leon. Estás en una misión. Sigue.” Volvió a pensar de nuevo en sus cabales.

El agente especial quería llegar hasta arriba para poder despedirse de Claire sin miedo a que ese pozo de tortura volviera a ponerse en marcha.

Y no sería de extrañar. Estaba claro que Alexis había visto su momento de acabar con ellos, y lo aprovechó.

“Bien jugado, hijo de puta.” Pensó Leon entre consciencia y consciencia. “Me habrás quitado a mi de en medio. Pero no te vas a quedar con Claire.” Y Leon sonrío ante la idea de ver a Claire libre, lejos de ese lugar. Aunque hubiera cumplido a medias su misión, al menos el objetivo se habría cumplido. Leon se sentía en paz ante ese pensamiento.

“¡Papá, de mayor quiero ser policía como tú, y haré cumplir la ley!” Pensó Leon, mientras jugaba con su padre a pasarse la pelota. “Papá, espero no llegar a parecerme a ti nunca. Porque eso significará que me he convertido en una mierda de persona.” Pensó Leon, mientras discutía con su padre que había llegado borracho a casa una vez más.

Claire, no se detenía. Era exactamente como una hormiga. Tenaz y perseverante. Iba a llevar a Leon hasta la cima, costase lo que costase.

No sabía todavía qué le había ocurrido al rubio, pero estaba claro que se desangraba y por como respiraba, también se ahogaba. Y ella no iba a permitir que su persona favorita en el mundo, muriera por intentar rescatarla. 

Así que no importaba lo cansada que estuviera, o los kilos que tuviera que cargar sobre sus hombros. Ella no se rendiría.

Y lo que para Leon fue una bajada de menos de un minutos, para Claire se convirtió en una subida de más diez. 

—Como le vuelvas a poner una mano encima... —murmuraba Leon entre chorros de sangre. —...te mato.

—Leon. Leon, ¿estás aquí conmigo? —Le llamaba Claire, queriendo que Leon no perdiera la consciencia.

—Claire... —Dijo Leon. —... mi... madre me ha... me ha escondido... la petaca. —Y Leon se rió, lo que provocó sendas y opacas toses que ayudaban a expulsar más y más sangre.

—La petaca la tengo yo Leon. —Le decía Claire, con los ojos húmedos. —Te la devolveré, ¿vale? Está ahí arriba, solo un poco más.

—No... pero... si yo no bebo... ¿qué está pasando? —Preguntó Leon confuso, y sin dicción. —¿He vuelto a beber? —Leon gimió, abrió los ojos mirando hacía la cima y siguió luchando. —¿Por...qué... no puedo... llorar?

Claire estaba tan asustada. Leon estaba delirando. Delirios propios de la muerte que está llevándoselo con ella.

—Es mío, cabrona. —Susurró Claire, apretando los tientes y tirando del rubio.

Cuando llegaron a las escaleras de mano para subir a la superficie, Claire prácticamente se había colgado a la espalda en cuerpo casi sin vida de Leon, y subió hasta arriba.

Una vez ahí, arrastró el cuerpo lejos de la barandilla, apoyándolo contra la pared del módulo.

—¡Leon! Leon, ¿me oyes? —Decía Claire, dándole pequeños golpes sobre el rostro al agente.

Leon volvió en sí, a duras penas agarrándose a la vida.

—Mi madre me saluda al otro lado del puente. —Susurró el agente especial, dejando su cabeza caer lánguida hacia adelante. 

—No, Leon, tu madre no está aquí. ¡Y no hay ningún puente!  —Le contestó la pelirroja preocupada por cuánto tiempo le quedaba a su amigo. —Necesito saber qué te ha pasado.

Leon levantó la cabeza y miró a Claire a los ojos.

—Eres preciosa mi Claire. —Le dijo, tratando de sonreír sin éxito.

Claire sintió un pinchazo en su corazón y todas las lágrimas que estaba tratando de contener comenzaron a brotar de sus ojos como cascadas.

—¡Leon, por favor, atiéndeme! —Suplicó Claire, tomando al rubio por la cara y obligándolo a concentrarse.

Como si de un efímero rayo de sol se tratase, Leon volvió al presente.

—Las costillas. —Dijo, dejando caer una mano sobre su torso. —Los pulmones. —Siguió, tosiendo sangre una vez más. —Soy un puto zeta. —Dijo esto último, señalándose la pierna con un cansado dedo.

Claire remangó la pernera de los cargo de Leon y vio una mordedura horrible en su blanca piel. Por debajo de la sangre, la necrosis se estaba extendiendo por segundos hacía el resto de su pierna, con unas venas negras y marcadas por el virus que corría por ellas.

Claire se sintió demasiado abrumada en ese momento. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo salvar a su amigo? Leon seguro que sabía que tenía que hacer. ¿Cómo podía curarle las costillas? ¿Cómo se hacía eso? Ella no era médico, no tenía ni idea de cómo podría salvar a Leon, que estaba muriendo agónicamente ahogado en su propia sangre, delante de sus ojos.

Eso si tenía suerte de morir antes de convertirse.

—Claire. —Llamó Leon, sin fuerzas. —Bolsillo. —Dijo, señalando débilmente un bolsillo de sus pantalones.

Claire lo abrió y de su interior sacó el mapa de las instalaciones con el plan de huida que Leon había organizado tan solo unos minutos antes, y que parecía la solución a todos sus problemas.

¿Cómo las cosas podían cambiar de una forma tan radical en tan poco tiempo?

“Sálvale.” Suplicó la primera voz en su cabeza. “Sálvale.” Suplicó la segunda voz.

“¡El doctor!” Pensó Claire.

Rápido, se puso en pie y se dispuso a abrir la puerta del módulo. Pero esta estaba cerrada desde dentro. 

—¡Benedict! ¡Doctor, soy Claire, abre la puerta! —Llamó suplicando la pelirroja.

—¡No! ¡Déjame aquí! ¡Largo! —Gritó desde dentro el doctor, que estaba en medio de un ataque de pánico.

—¡Por favor! ¡Leon te necesita! ¡Por favor! —Suplicó Claire.

—¡No hay nada que yo pueda hacer por él. ¡Vete!

Claire, desesperada y sintiendo la ira envolver su mente, tiró la puerta abajo de una patada, antes siquiera de pensarlo.

El científico, que estaba sentado en la silla de ruedines, prácticamente abrazado a Jeremiah, saltó del susto y se cubrió la cabeza con los brazos.

—¡Vas a ayudar a Leon, quieras o no! —Gritó Claire, acercándose al anciano y llevándolo prácticamente en volandas hacia fuera.

Sentó a Benedict al lado de un Leon prácticamente muerto, explicándole que tenía las costillas rotas y los pulmones perforados inundados de sangre. Y que además había sido mordido por un zombie.

—No hay nada que hacer, Claire. —Le dijo el doctor mirándola a los ojos. —Necesita una operación de urgencia y drenaje para los pulmones, así como una transfusión de sangre de su grupo sanguíneo y aquí no tenemos nada de eso.

»Si solo fuera la infección, podríamos conseguir hierba curativa en ese invernadero que mencionabais antes, pero estas lesiones  van más allá de eso y no podemos hacer nada.

Claire, escuchaba al doctor, con los ojos grandes, húmedos y sintiendo su mundo cayendo a sus pies.

Leon se moría. Eso era un hecho. Y que ella era la culpable de que Leon estuviera en ese pozo, también era un hecho del que nunca podría recuperarse.

Entonces Claire pensó en algo. Era desesperado, pero lo había visto en muchas películas. Así de desesperado era el pensamiento.

—Doctor, lo que ahora mismo está costándole la vida a Leon en la falta de oxigeno, ¿verdad? Se está ahogando, ¿cierto? —Preguntó la pelirroja, sorbiendo por la nariz y tratando de controlar sus lágrimas.

—Lamentablemente, sí. —Contestó cabizbajo el doctor.

—Pues hagámosle esa cosas que hacen siempre en la películas. —Dijo Claire. —¡Eso que hacen! Les hacen una incisión en dónde sea y drenan la sangre que está inundando los pulmones.

Claire miraba al doctor con los ojos muy abiertos y las cejas elevadas, la clara imagen de la esperanza.

—¿Te refieres a una descompresión torácica? —Preguntó el doctor. —Nunca he practicado ninguna. Soy científico, no médico.

—Pero conoces el cuerpo humano y conoces los procedimientos, ¿no? —Preguntó Claire, desesperada. —Nunca le has practicado una descompresión a ninguna de tus criaturas?

—A mis criaturas alguna vez. Pero nunca a un ser humano. —Aceptó el científico.

—Pues esta será la primera. —Dijo Claire, cogiendo el cuchillo de Leon.

—Espera Claire. —Dijo el doctor.

—¡No hay tiempo, Benedict! ¡Leon se queda sin tiempo! —Le gritó llorando Claire.

—¿Pero que pasará cuando pueda respirar? Si le mantenemos con vida se terminará transformando. —Razonó el doctor.

—Correré a por la hierba verde mientras tú le descomprimes los pulmones.

—¿Y qué me dices del desangrado? Podrá respirar pero no puede vivir sin sangre.

—En el mapa, hay no lejos de aquí una enfermería. —Le informó Claire al doctor. —Iremos hasta ahí en cuando pueda respirar y le haremos una transfusión de sangre. Pero solo si se da prisa, doctor.

Y Claire le extendió el cuchillo que el doctor cogió con manos temblorosas.

—Podemos salvarle, Benedict. —Dijo Claire, con esperanzas.

Si el doctor lo pensaba detenidamente, ella tenía razón. Una vez eliminado el virus Progenitor y pudiendo respirar, el agente podría llegar hasta la enfermería de la que hablaba Claire y hacerse una transfusión de sangre para poder tirar hasta la superficie y largarse de ahí con su creación. 

Con su creación. Suya.

Claire cogió la cara de Leon y,  llamándole, lo devolvió al presente.

—Leon, te vamos a quitar el chaleco antibalas y te vamos drenar la sangre de los pulmones para que puedas volver a respirar, ¿de acuerdo? El doctor lo hará. 

Leon miró al viejo y negó con la cabeza.

—Sí, Leon. Es la única forma. —Insistió Claire.

—No. Dejes. Que. Me. Toque. —Consiguió decir el rubio, mirando al científico con todo el odio del que disponía, que no era mucho.

—Leon, es la única manera. —Insistió Claire.

—Hay otra manera. —Dijo de repente el doctor.

—¿Cómo? —Preguntó Claire, confusa.

—Tu sangre. —Señaló el doctor. —El virus G modificado podría salvarle la vida. 

—¿Qué? ¿Cómo es posible? —Preguntó Claire nerviosa y confusa. Con una mente absolutamente vulnerable.

—¿Quieres que te dé una máster class sobre las modificaciones del virus o quieres salvar al agente Kennedy? —Preguntó el doctor.

—Salvarle, claro que sí. —Contestó Claire, sin pensarlo.

El doctor le pasó el cuchillo a Claire.

—Solo tienes que abrirte una herida y dejar que la sangre caiga sobre la carne abierta en la pierna de Leon. 

»El virus G correrá por su torrente sanguíneo y vivirá.

Leon, con sus últimas fuerzas, apoyó su mano, casi muerta, sobre el brazo más cercano de la pelirroja, llamando su atención.

—No. Confío. En. Él. —Dijo el rubio, aguantando en alto la mirada como un auténtico guerrero, mientras brillaba bajo todo aquel sudor frío.

—Y yo no te dejaré morir. —Contestó Claire. 

Dicho lo cual, la pelirroja se cortó la palma de la mano y apretando el puño, dejó que su sangre cayera sobre la herida abierta de Leon, para más tarde, apoyar la mano sobre dicha apertura, uniendo herida con herida, y deseando con los ojos cerrados, que funcionara.

Ella tampoco confiaba en el doctor. Pero si alguien ahí sabía como funcionaba la genética, ese era él.

Y aunque no se llevara bien con Leon, Leon le había salvado la vida en varias ocasiones. Eso tenía que tener algún peso.

Leon aspiró el aire a través de sus dientes, cerrando los ojos con fuerza y echando la cabeza hacia atrás, por el dolor que sentía al curarse, mientras intentaba retirar la pierna sin que Claire se lo permitiera, pues apenas tenía fuerzas para nada.

—Aguanta, Leon. —Le susurró Claire.

—Mira. —Empezó a decir el doctor. —El virus G está atacando al virus Progenitor . —Anunció Benedict observando como toda la necrosis al rededor de la herida de Leon, así como las venas negras que comenzaban a expandirse por su cuerpo, desaparecía devolviendo el aspecto de Leon a su estado natural y cerrando la herida.

Leon, en ese momento, abrió los ojos como platos y se contorsionó hacia atrás gimiendo, con los dientes apretados, moviendo las manos desesperadamente sobre su torso, abriendo los velcros de su chaleco antibalas y liberándose de él.

—¿¡Qué le pasa!? —Preguntó Claire, preocupada, no sabiendo dónde colocar sus manos para ayudar a su amigo.

Entonces, Leon miró su cuerpo, levantando su camiseta térmica por encima del pecho, y observando, al igual que Claire y Benedict, como de repente, con fuertes golpes de tambor, las seis costillas rotas de Leon se recolocaron en su sitio en un canon perfecto, que volvió a contorsionar al rubio hacia atrás gritando a pleno pulmón.

—¡Dios mío, Leon! —Llamó Claire, muerta de miedo, por el dolor del que estaba siendo testigo, tapándose la boca con la mano.

Entonces Leon, volviendo a inclinarse hacia delante, abrió las piernas y vomitó la sangre que había estado llenando su estómago y que no estaba siendo reabsorbida por su propia biología.

Finalmente, Leon se dejó caer hacia atrás, con la espalda apoyada sobre el módulo, respirando con cierta fatiga pero sin dificultades físicas ni dolor.

—¿Leon? —Llamó Claire, con la voz de una campanilla tímida, apoyando una mano sobre la rodilla del rubio.

—Estoy... aquí. —Contestó el agente respirando con fatiga, levantando la cara y mirando a Claire por debajo de su flequillo, con un color en el rostro y una apertura de ojos que derrochaban salud pero cansancio.

—¡Leon! —Gritó Claire, lanzándose a sus brazos, rodeando su cuello y besándole la mejilla. Todo con toda la fuerza.

Leon le devolvió el abrazo, enterrando la cara en la coleta de la pelirroja y sintiéndose muy aliviado de haber sobrevivido a una muerte que era inevitable.

El agente especial no confiaba en el doctor Benedict. Había hecho cosas realmente atroces. No solo con Claire, también con muchísimas más personas.

Pero en ese momento había decidido salvarle la vida. Y aunque eso no iba a cambiar su pasado, ni haría que ese anciano se librara de la justicia, al menos esa última bala de la Silver Ghost de Leon, ya no estaba destinada a la rodilla sana del doctor.

Claire se separó de Leon, cogiéndole la cara entre sus manos, llorando de alegría y sin dejar de reírse de puro nervio.

—¿Cómo te sientes? —Preguntó la pelirroja.

—Raro. —Contestó Leon, mirándose así mismo. —Creo que esa es la mejor forma de expresarlo. —Dijo sonriendo.

—Raro, ¿en qué sentido? —Preguntó la pelirroja de nuevo.

—No sé. —Comenzó dubitativo, Leon. —Es como que me siento bien porque ya no estoy agonizando y no siento ningún dolor, pero al mismo tiempo me siento enfermo y cansado. —Le explicó a Claire. —Tengo mucho calor. Como si por dentro tuviera fiebre, o algo así.

—Aquí sigue haciendo mucho calor. —Le informó Claire. —Tal vez solo necesitas descansar un rato.

Leon entonces miró al doctor.

Este estaba de pie, de espaldas a ellos, a una distancia de metro y medio, mirando su reloj. Y de cuando en cuando mirando a una de las cámaras de vigilancia.

—Doctor Bordet. —Le llamó Leon, haciendo que el científico le mirara.

—Ahora soy doctor Bordet. —Contestó el anciano. —¿Dónde quedó Boris, doc o viejo? —Preguntó, con condescendencia.

Leon se rió ante esto. Puede que nunca llegaran a ser amigos, pero el rubio podía empezar a ser algo más cortés con el anciano.

—Si les has cogido cariño, puedo seguir llamándote así. —Contestó Leon, a modo de chanza. —Solo quería decirte que gracias. Me has salvado la vida.

El doctor se volvió a girar, dándoles la espalda.

—No me las des. —Respondió el anciano.

—Claro que sí, Benedict. —Intervino Claire. —Esto no lo olvidaré. Te doy mi palabra.

Pero el doctor siguió sin mirarlos. Solo desviaba la mirada para comprobar su reloj y mirar hacia la misma cámara de vigilancia.

Un comportamiento muy sombrío para alguien que acababa de ayudar a salvar una vida.

—Doctor. —Volvió a llamar Leon, quien no paraba de darle vueltas a un asunto. —¿Cómo sabías que la sangre de Claire se adaptaría a mi genética? Según tus explicaciones, había entendido que el virus G era incompatible cromosómicamente con los hombres.

Hubo un pequeño silencio.

—Lo sigue siendo. —Respondió el doctor por encima de su hombro, todavía dándoles la espalda.

Esa respuesta dejó tanto a Leon como a Claire sin habla. ¿Acababa de decir que el virus que corría por la sangre de Claire, y ahora por la de Leon, seguía sin ser compatible con los cromosomas del agente especial?

—¿Qué quieres decir? —Preguntó Claire, que empezaba a sentir el abrazo del terror por su espalda.

—Digo, —Comenzó a hablar el doctor, ahora girándose y mirándoles de frente. —, que el agente Kennedy va a morir. —Dijo esto último mirando de nuevo a la cámara de vigilancia. —En realidad podríamos decir que ya está muerto. 

»Calculo que le quedan dos minutos antes de colapsar.

—¡¿Qué?! —Gritó Claire. —¿¡Pero qué estás diciendo!?

—El virus G ha eliminado al virus Progenitor y curado sus heridas, porque tiene la capacidad de autoregenerar al huésped. Pero mientras siga dentro de él, querrá seguir evolucionando, como está haciendo ya contigo señorita Claire.

»Salvo que tú te adaptarás a cada cambio. Y él morirá.

»Ningún hombre ha superado la fase uno de la mutación genética.

Leon, que en un principio había sentido miedo, ahora, solo se sentía conforme. Sabía que no habría manera de sobrevivir a eso. Así que volverse loco no iba a solucionar nada.

—Miras mucho a la cámara, doctor. —Intervino tranquilamente, Leon. —¿Qué ha pasado mientras Claire y yo nos enfrentábamos a los Tyrant?

—Muy observador, agente Kennedy. Muy observador. —Dijo el doctor sonriendo. —Pasó lo que tenía que pasar. Alexis Belanova se ha dado cuenta de mi valía y se comunicó conmigo a través del ordenador.

»Me ha prometido devolverme mi puesto de trabajo si acababa contigo.

»Y he acabado contigo. Si hubiésemos seguido el plan de la señorita Claire, habrías tenido una oportunidad, y eso era algo que no estaba dispuesto a permitir.

»Pero con el virus G dentro, acabo de garantizar al 100% que no sobrevivas.

—¡Maldito hijo de perra! —Gritó Claire. —¡Me has engañado! ¡Me has usado por segunda vez para tus propósitos! —Llorando, miró a Leon. —Me has hecho matar a Leon. —Claire se llevó las manos a la cabeza, con la boca abierta tratando de respirar y no colapsar. —Te he matado. ¡Te he matado!—Gritaba, alejándose cada vez más de la cordura.

Leon cogió a Claire de las muñecas y la acercó así, haciéndola salir de esa pecera de oscuridad en la que se estaba metiendo.

—¡Claire! ¡Escúchame atentamente! —Le dijo Leon. —No me queda tiempo, y esto es muy importante, ¿me oyes?

Claire pestañeó y sintió con la cabeza nerviosamente.

—Tendrás todo el tiempo del mundo para llorar cuando seas libre, pero ahora necesito que tengas la mente fría, ¿de acuerdo?

—S-sí, Leon. —Contestó Claire, esforzándose al máximo por atender a Leon como él necesitaba, apagando todos sus interruptores emocionales.

Leon cogió el mapa con el plan de fuga del suelo, a su lado y se lo metió a Claire en el bolsillo de su pantalón.

—El plan no ha cambiado, ¿me oyes? El plan no ha cambiado, sigue siendo el mismo. —Le decía Leon seriamente, clavando sus cielos de verano en los océanos de la pelirroja. —En cuando te diga lo que te quiero decir, coges toda la munición y recursos que me quedan, que lamento decirte que no son muchos, te llevas la Silver Ghost y el cuchillo de combate, prometiendo amarlos como los amo yo, y sales de este puto agujero cagando ostias.

»Te haces con una lancha o moto de agua y en cuando llegues a la isla, vas directamente a la comisaría y desde allí llamas a la embajada de los Estados Unidos. ¿Me entiendes?

—No te pienso dejar aquí. —Contestó Claire, sin casi poder hablar.

—¡Claire, por favor! —Le gritó Leon, cogiéndola de la cara y juntando sus frentes. —La única forma de que mi muerte no sea en vano, es que tu consigas completar esta misión. Y la única manera de completarla, es que vuelvas a casa sana y salva. 

»Dime que lo entiendes.

Claire no pudo aguantar más y se echó a llorar, cogida a las muñecas de Leon.

Leon le dejó un prolongado beso en la frente, empezando a sentirse muy enfermo, y comenzando a sudar a mares. Sus órganos estaban hirviendo.

Se separó de la pelirroja y se miraron a los ojos. 

—¿Has entendido el plan? —Le preguntó el rubio.

Claire asintió con la cabeza, sin poder dejar de llorar. Con el corazón roto, el alma rota, la esperanza rota... el amor roto.

—Ahora estás sola, Claire Redfield. —Dijo el agente. —Así que lucha y sobrevive. Prométemelo.

Claire no dijo nada, mirando a Leon a los ojos, con los labios hinchados, la nariz roja y los ojos húmedos.

—Prométemelo, por favor. —Le dijo Leon, cuya voz se estaba rompiendo, con los ojos húmedos, tratando de ocultar el dolor que comenzaba a sentir por dentro de forma grave. Suplicándoselo, para poder morir en paz.

—Lo prometo, joder. —Dijo Claire, en profundo llanto.

—Gracias. —Le sonrió Leon, sin poder evitar que varias lágrimas cayeran por sus mejillas. —Además necesito que envíes varios mensajes por mí.

La pelirroja vio las lágrimas de Leon y solo quería recogerlas y guardarlas para siempre como un tesoro, para poder tocar a Leon cuando él ya no estuviera. Porque ya era un hecho. No podía seguir en el mundo de la piruleta. El viaje de Leon había llegado a su fin, y le tocaba seguir adelante sola.

—Claire. —Llamó Leon, sacándola de sus pensamientos, sin poder evitar un rictus de dolor. —Por favor, dile a Sherry que siento no haber podido volver a su lado. Y que espero que pueda perdonarme. —Claire comenzó a llorar sin retener su voz, mientras se doblaba en dos abrazando su abdomen, mientras negaba con la cabeza, queriendo despertar de esa pesadilla horrible que estaba teniendo. Porque la muerte de Leon no podía ser real.

—Por favor, —Siguió Leon, que no podía dejar de llorar. —,  dile que ha sido para mí... un honor ser su padre. Porque ella... ha sido la niña más maravillosa... que hay en el mundo, y... que me arrepiento de no haberle dedicado todo el... tiempo... que se merecía... que siempre será mi niña.

—Leon, no voy a poder seguir sin ti. —Lloraba Claire, que a estas alturas era todo lágrimas, mocos y saliva.

—Háblale a JJ de mí. —Siguió Leon. —Y por favor, incúlcale... el amor por las motos y el buen... gusto por las deportivas. Confío en ti. —Dijo esto último alargando la ultima vocal en un gruñido mientras arqueaba la espalda. Sus órganos desollándose dentro de él.

—¡Leon, Leon! —Llamó Claire, acercándose al rubio y cogiéndolo por los hombros, para estabilizarlo.

—A Hunnigan. —Siguió Leon, gimiendo mientras su respiración se aceleraba. —Dile a Hunnigan que la quiero muchísimo... Que no era solo una compañera para mí... que era mi hermana, mi mejor... amiga y una de las personas más importantes en este mundo. —Dijo Leon, a la carrerilla. —Dile que sin ella yo no habría logrado nada. Que le debo cada... vida que he salvado y que ella es... realmente... la fuerza del equipo. —Otro latigazo de dolor atravesó la columna del rubio, que aguantó el grito que quería salir de su boca apretando los dientes. —Que cuando la vuelva a ver, dentro de muchos, muchos años la recibiré... con los brazos abiertos... ¿Se lo dirás? ¿Te acordarás de todo?

Claire era dolor en estado puro, pero estaba memorizando y grabando a fuego cada palabra del rubio.

Iba a salir de ahí con vida e iba a cumplir el último deseo de Leon. Llevar sus últimas palabras a sus seres queridos.

—Sí Leon. Me acordaré. —Contestó la pelirroja con hipo en la voz, temblor por todo el cuerpo y unos océanos tormentosos en los que se ahogaba.

—Y dile... a la pelirroja más preciosa del mundo, —siguió hablando Leon, refiriéndose a su Claire. —, que la amo... Y que siempre fue ella. ¿Vale?

—¡Dios, noo! —Gritó Claire, apretando los dientes y bajando la cabeza, rendida, apoyándola en el hombro de Leon.

—Claire, —Dijo el rubio con sus últimas fuerzas. Empezaba a dejar de sentir tanto dolor —Siento no haber podido sacarte de aquí, perdóname.

Claire levantó la cabeza, y acarició el rostro de Leon.

—No digas eso. —Consiguió susurrar la pelirroja.

—Te amo, Claire. —Repitió el rubio, cogiendo la mano con la que la pelirroja acariciaba su rostro, llevándosela a los labios y dándole un beso. Pupila azul contra pupila azul —No te lo dije antes por inconsciente. Y no te lo dije después por cobarde. Y te lo digo ahora por puro egoísmo.

—No, Leon. —Interrumpió Claire.

—Sé... que es una putada decir algo así cuando me estoy muriendo, pero... es que necesitaba que lo supieras antes de irme. Necesitaba que lo supieras. 

»Y... y... no me olvides. Pero conoce a alguien y sé feliz.—Leon le regaló su última sonrisa de comisuras marcadas. —Si pudiera dar marcha atrás, te habría besado en Raccoon City.

En ese momento, Leon sintió un dolor insoportable que recorrió su cuerpo como una descarga eléctrica, haciendo al rubio contorsionarse hacia atrás de una forma inhumana, mientras gritaba de dolor.

—¡Nooooo! —Gritó Claire, temblando y llevándose las manos a la cara con terror mientras no podía apartar los ojos de su Leon.

Ese cuerpo, que estaba tensando cada fibra muscula como queriendo comprimirlos y estirarlos hasta la rotura fibral, de repente, de desplomó, relajado, en el suelo.

Claire se acercó, apoyando sus manos sobre el torso del agente, agitándolo para que recuperara la consciencia.

—Leon... Leon... ¡Leooon! ¡Leooon!—Lloraba y gritaba desesperada, Claire.

Era como estar tocando un muñeco de trapo. Estaba muerto. De su cuerpo salía vapor, de lo caliente que estaba. Y la languidez era la propia antes del rigor mortis.

Claire miraba el rostro tranquilo de Leon, sintiendo sus ojos saliendo de sus órbitas, esperando que el rubio de repente abriera  los suyos y le dijera que era todo una broma. Que había sido todo una inocentada, y que se encontraba perfectamente.

Pero siguió mirando. Y siguió mirando. Y el semblante de paz con el que se había ido Leon, no cambiaba.

—Amor mío. —Susurró Claire, acariciando la barba corta de Leon. —No me ha dado tiempo a decirte, que yo también te amo. Y me muero por ti.

Claire apoyó su cabeza sobre el pecho de Leon. Abrazó su cuerpo hasta dónde abarcaban sus brazos. Y siguió llorando. Susurrándole todas las palabras de amor que nunca le dijo. Prometiendo que, cuando se volvieran a encontrar, no volvería a perder la oportunidad.

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

 

Chapter 12: Un camino para volver

Notes:

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Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

¿Alguna vez os habéis preguntado por qué cuando perdemos a un ser querido, nos vestimos de luto? Seguro que existe alguna explicación histórica detrás de la tradición. Pero para Claire la razón ahora era obvia.

Nos vestimos de negro porque así es como se quedan los vivos cuando esas personas se van. A oscuras.

Muy probablemente todos nosotros tenemos a una persona en nuestra vida que hace que todo se ilumine. Hace que el sol brille más, caliente más, te llene más de energía. En definitiva, hace que despertar un nuevo día tenga sentido.

Es posible que haya gente con más de una persona así en su vida. Pero os aseguro que solo hace falta una. Solo una.

Esa persona era, para Claire, Leon. Y ella no iba a olvidar jamás que durante dos años, vivió en la penumbra por decisión propia.

Pero, ¿sabéis qué? La penumbra podría ser triste y desoladora, pero todavía te permitía ver, y sentir y seguir adelante. Porque en la penumbra todavía hay luz. Porque aunque hubiera distancia, ella sabía que él estaba bien.

Pero en la oscuridad no hay nada. No puedes avanzar. No puedes seguir. Tal vez ni siquiera quieras.

Imaginaos que una noche os vais a dormir, con la paz y la tranquilidad que da saber que a la mañana siguiente un nuevo día comenzará. Y que cuando abrís los ojos, sigue siendo de noche.

Imaginad que os asomáis a la ventana para mirar al cielo y no hay sol que anuncie la mañana, ni estrellas que adornen la oscuridad y concedan deseos.

Imaginad el frío y la soledad infinitas que os acunarían en sus brazos.

Y ahora imaginad que, a partir de entonces, vuestra existencia siempre fuera a ser así. ¿No creéis que un día os despertaríais preguntándoos para qué seguir despertando cada vez?

Ahora estáis solo un poquito más cerca de sentir lo que estaba sintiendo Claire en ese momento, abrazando el cuerpo sin vida del hombre al que amaba y obligada a vivir para cumplir la última promesa que le hizo antes de morir.

En estas páginas no vais a encontrar las palabras que describan bien el dolor que anidaba en el destrozado corazón de la pelirroja. Porque no hay palabras en el mundo que puedan hacerlo.

Una última lágrima se desbordó de los ojos de Claire y viajó por  su nariz  hasta la punta, donde se precipitó sobre el pecho de Leon, uniéndose a tantas otras que habían empapado la camiseta térmica del agente especial y que se quedarían ahí, con él, para siempre.

Claire acariciaba con dedos distraídos el pecho del rubio, mientras miraba desde abajo el mentón con barba de Leon.

—Me gusta mucho como te queda la barba. —Dijo con voz ronca, haciendo funcionar unas cuerdas vocales que no querían trabajar. —Estás muy guapo. —Volvió a decir, sorbiendo por la nariz y tragando saliva.

Giró la cara contra el cuerpo de Leon, apretando los ojos y los dientes. Buscando el coraje para separarse de él.

No sabía cuanto tiempo llevaba ahí tumbada al lado del rubio,  y para ser honesta, en el fondo no le importaba.

Por ella, podría entrar por la puerta Alexis Belanova en ese preciso instante y meterle un tiro en la cabeza.

Le estaría agradecida.

Claire no quería vivir en un mundo donde Leon no existiera.  Y la sola idea de tener que hacerlo, la desgarraba por dentro de una forma tan brutal, que pensar en coger el cuchillo de Leon y apuñalarse el estómago, parecía una gran alternativa para paliar el dolor.

—A una parte de mí le habría encantado que sobreviviera. —Se oyó entonces la voz del doc. —Habría sido un hito en mi investigación.

»El hombre parecía muy fuerte. Pero se ve que solo era un hombre más.

Claire se había olvidado del científico. Casi se había olvidado incluso de dónde estaba.

El viejo no podía importarle menos. Ya estaba muerto, aunque él todavía no lo supiera. Y sus palabras provocadoras no podían hacerle ningún daño. Ya no había corazón que golpear. Él mismo se había encargado de ello

¿Sabéis? Hasta ahora, cuando Claire pensaba en un corazón roto, siempre lo había imaginado como un fino cristal rompiéndose en añicos o un mineral partiéndose en dos.

Pero ahora se daba cuenta de que la cosa era peor. Porque primero, lo que sientes es que alguien con uñas muy cortas está clavando sus dedos tratando de partir el musculoso órgano en dos; y después, cuando el dolor llega a su clímax, el corazón desaparece, como por arte de magia.

No es que Claire sintiera dentro de su pecho el peso de un corazón destrozado. Es que no había nada que sentir. Solo un vacío enorme por donde corría el aire que empujaba su puerta.

Pero tenía sentido, ¿no? El corazón de Claire le pertenecía a Leon. Y Leon ya no estaba.

Ese era hasta un pensamiento reconfortante para la pelirroja. Leon se fue, pero no se fue solo. Se llevó lo más importante consigo. Y eso haría que siempre estuvieran juntos. Pasara lo que pasara.

Y con ese pensamiento vagamente feliz, Claire por fin separó su cabeza del torso de Leon, unidos todavía por hilos brillantes de mucosidad y saliva.

Se secó la inmundicia con el dorso de la mano, sin mucho éxito, y suspiró.

Su misión ahora había cambiado.

Ya no era solo que tuviera que escapar del laboratorio y volver a casa. Su misión principal, que como daño colateral incluía el huir de ese peñón de la muerte, era el de hacer llegar los mensajes de Leon a sus seres queridos.

Hacer honor a sus últimas palabras, ya que él puso toda la energía que le quedaba en pronunciarlas.

—Voy a quitarte las riñoneras y el arnés, ¿vale? —Dijo Claire, con la voz hecha una campanilla, mirando el placido rostro de Leon, que parecía dormido.

Primero desabrochó su cinturón y se lo sacó con cuidado de las trabillas de su pantalón, deslizando el cuero sobre la tela técnica, haciendo un sonido áspero que parecía llenar el silencio que envolvía todo.

Después de liberar las cinchas del cinturón, desabrochó las de las riñoneras a los vastos de las piernas del rubio, y las colocó a su lado.

También desabrochó la riñonera botiquín y, pasando una mano por las lumbares de Leon son total solemnidad, la dejó a su lado junto a las otras riñoneras.

Levantó el torso del rubio, colocando una mano en su nuca para evitar que su cabeza colgará hacia atrás. Y apoyándolo sobre sus hombros, liberó su cintura escapular del arnés de cuero marrón que Leon siempre llevaba consigo.

Y con el cuidado y respeto casi religioso de cualquier ritual, Claire volvió a apoyar el cuerpo de Leon en el suelo, asegurándose de peinar bien su precioso pelo de sol y estirando la camiseta térmica para que no se arrugara bajo el peso del rubio.

—Vamos a ponerte guapo. —Dijo Claire, tras observar durante un silencioso momento el rostro manchado de sangre seca del Leon.

No solo tenía sangre en casi toda su cara, sino también en su cuello, en su pecho (la sangre había atravesado la tela técnica),  en sus brazos y manos. En su pierna derecha.

Claire sabía que iba a tener que abandonar el cuerpo de Leon en ese páramo de pesadillas, por más que su deseo fuera llevarlo con ella. Pero al menos lo dejaría con toda la dignidad que Leon merecía.

Abrió el botiquín y sacó varios sobres pequeños que contenían en su interior unas toallitas húmedas con suero fisiológico. Ella sabía que el empleo de estas toallitas estaba destinado a otros fines, como limpiar heridas. Y si usarlas para limpiar un cuerpo sin vida eran un mal gasto en ese contexto donde los recursos eran escasos, que lo fuera. Para ella despedirse del cuerpo de Leon tenía más importancia que nada en el mundo en ese momento.

Empezó por su pierna derecha. Esa donde hace unos pocos minutos le mordiera un zombie y que no quedaba de esa mordida ni una cicatriz para el recuerdo.

Pasó, con delicadeza y dedicación, la toallita por encima de la piel y el bello. Ella no tenía prisa. Comprendedlo. Eran sus últimos momentos con la imagen de Leon para siempre. Y lo peor de todo, es que por más que tardara en su despedida, nunca sería suficiente tiempo. La pelirroja iba a vivir su vida añorando al rubio cada día. Añorando cómo la sonreía. Añorando cómo la miraba- Añorando como la hacía sentir. Añorando su tacto.

Una vez acabó de limpiar su pierna, desechó a un lado la toallita llena de sangre seca, más negra que marrón, y bajó la pernera del pantalón cargo, estirándola para no dejar arrugas.

Después continuó por sus brazos. Tan definidos y perfectos. Tan grandes pero  proporcionados. Los brazos con los que tantas veces soñó ser abrazada.

Siguió con las manos. Esas manos. Comparables solo a las manos de Hades clavándose en los muslos de Proserpina, que tantas veces en la imaginación de Claire eran las manos de Leon clavándose en sus muslos.

Esas manos que tantas veces imaginó recorriendo su cuerpo de arriba a abajo, de fuera a dentro y otra vez fuera. Acariciando, sosteniendo, agarrando.

Esas palmas, esos dorsos, esos nudillos, esos dedos.

Manos expertas capaces de cometer actos brutales, sostener armas y quitar vidas; igual que manos expertas sabiendo cuidar, sabiendo tocar con delicadeza, sabiendo peinar su cabello o apoyarse en su hombro, o entrelazar sus dedos o darle la vuelta a una revista.

Claire dejó que las lágrimas volvieran a escapar de sus ojos, con la misma solemnidad con la que limpiaba a Leon. Sin resistirse. Cediendo con calma.

Cuando acabó de limpiar sus manos, se las llevó a los labios y besó los nudillos del rubio. Apoyó su cara sobre ellos. Suspiró. Y los dejó apoyados sobre el frío suelo.

Levantó su camiseta térmica, cuya sangre seca la estaba volviendo cada vez más rígida, y limpió su torso, empleando sus cinco sentidos pero al mismo tiempo sintiendo que de alguna forma ella ya no estaba del todo presente.

Continuó por el cuello, usando siempre nuevas toallitas, y cuando acabó, plantó un beso en su nuez de Adán y respiró lo que quedaba del aroma siempre único de Leon. Deseando y pidiéndole a quien quiera que la escuchara, que por favor, no la dejara jamás olvidar ese olor.

Llegó a su hermosa cara.

Primero quitó la sangre seca de su pelo, pensando en lo irónico que era que él la hubiera limpiado a ella en la cucha del despacho del doc cuando se encontraron, y que ahora ella le estuviera limpiando a él, con unas toallitas de mierda, cuando se tienen que despedir.

Se cerraba un ciclo.

La pelirroja, que seguía llorando, vio como varias de sus lágrimas caían sobre el rostro de Leon y que estas también ayudaban a  ablandar la sangre para retirarla. Lo que para  Claire tenía un significado más profundo y romántico de lo que nosotros podamos imaginar.

Limpió su rostro. Su barba, que fue sin duda la parte más difícil, —porque se rompían las toallitas con la fricción. —, sus pómulos, su frente, su nariz y sus labios.

Esos labios que ya nunca iba a poder besar. 

Fugazmente pasó por su cabeza besarlos. Tal y como habría visto de pequeña tantas veces en diferentes películas. El beso que el príncipe le daba a la princesa y que la despertaba, rompiendo así la maldición que la mantenía dormida.

¿Y si Leon estaba preso bajo una maldición y los labios de Claire le podían traer de vuelta?

Claire suspiró secando sus lágrimas, negando con la cabeza y acariciando esos labios tan preciosos y rosados con la yema de sus dedos. Registrando ese contacto, cada vez más frió, para siempre en su memoria táctil.

Y se llevó esos mismos dedos temblorosos a sus propios labios.

Trató todo ese proceso como se tratan las cosas sagradas. Con veneración.

Leon ya estaba perfectamente presentable para la muerte. Esa muerte que le había ganado la mano a Claire, y ante la que no podía hacer más que agachar la cabeza y aceptar la derrota.

Está claro, que esta no es la despedida más bonita del mundo para un ser querido.

Leon no vestía de traje, ni ella iba de luto.

No había flores, coronas con bandas, ni banderas que doblar.

No había disparos al cielo, ni arcos de violín danzando en sublime melodía sobre cuartetos de cuerda.

No había ni familiares, ni amigos, ni colegas que le dedicasen unas últimas palabras o unos últimos pensamientos.

No había lápida familiar, ni urna, ni forma humana de volver a él para visitarlo o hablarle en momentos de soledad.

Solo estaba Claire. Sucia, cansada y devastada, limpiando un cuerpo mientras se regodeaba en su dolor y en los pensamientos de lo que pudieron haber sido y ya jamás serán.

Ella ya no sería ella nunca más.

Además, ¿qué iba a hacer después de cumplir con su misión? “Conoce a alguien y se feliz.” Le había dicho Leon.

—No conoceré a nadie, Leon. —Le dijo ella en susurros. —Yo solo quiero reunirme contigo.

La pelirroja acarició una vez más el rostro de Leon y por fin, tuvo las fuerzas y la valentía de ponerse de pie.

Ató todas las riñoneras de Leon alrededor de su cuerpo, incluyendo botiquín, la comida y el agua y la poca munición de rifle de asalto que le quedaba.

Se colocó el arnés de pistolas en los hombros, dónde todavía llevaba la pistola ametralladora sin munición y la Silver Ghost, a la que apenas le quedaban dos balas.

Se agachó de nuevo, y colocó ambas manos de Leon sobre su abdomen.

No podía dejarlo ahí. Tirado. En el suelo. Como cualquier otro muerto de los que habían visto por ahí. 

Leon se merecía más.

—¿Ya has acabado? —Volvió a hablar el científico, que se mantenía a una distancia prudencial del momento íntimo entre Claire y Leon.

La pelirroja se había vuelto a olvidar del viejo.

Sin mirarle y sin contestarle, entró en el módulo. Otro lugar horrible dentro de un lugar mucho más horrible, pero al menos más privado.

Claire cogió a Jeremiah en brazos, salió del módulo, avanzó hasta la barandilla y tiró su cuerpo a la trituradora.

Volvió al módulo, y sacó de debajo del escritorio otros dos cuerpos, más delgados y descompuestos que Jeremiah y los cargó hasta la barandilla, por dónde los dejó caer.

—¿Qué estás haciendo? —Volvió a preguntar el doctor.

Y Claire, sin contestarle, entró de nuevo en el módulo, desenchufó uno de los ordenadores, lo llevó hasta la barandilla y lo dejó caer.

—Claire, ¿qué haces? —Preguntó de nuevo el doctor, suspirando y empleando un tono paternalista que Claire no iba a dejar pasar por alto. —Deberíamos irnos. 

»Alexis ya sabe dónde estamos y sabe como llegar, y sus hombres ya están de camino. No hay nada que hacer. Entreguémonos.

Claire siguió llevando a cabo su actividad, ignorando al doctor, sacando el resto de ordenadores del módulo, así como los utensilios sucios de cocina, las sillas rotas y los restos de miembros que estuvieran desperdigados por el suelo.

—No te resistas Claire. —Seguía hablando el viejo. —Ven con nosotros. Permite que sigamos con el experimento. Podrías llegar a ser invencible e indestructible si me dejas.

»Ahora te has quedado sola. El propio agente Kennedy te lo ha dicho. ¿De verdad quieres continuar y arriesgar tu vida?

Claire vació una de las taquillas, que no tenía más que toallas, botas y unos guantes, y la colocó sobre la mesa. Era lo suficientemente ancha para Leon.

Quitó el nombre de su anterior propietario, que estaba escrito en un papel dentro de un compartimento plástico; y con un rotulador escribió en la puerta:

“Aquí yace Leon S. Kennedy, quien dio la vida por salvar la mía.

Mi persona favorita en el mundo.”

Claire movió la mesa de los ordenadores, que estaba pegada a la ventana del módulo y la centró en la estancia.

Ese lugar era una basura. Y olía a basura. Pero dejaría a Leon sobre la mesa, dentro de ese ataúd de metal que era la taquilla y cerraría la puerta del módulo a cal y canto.

Nadie perturbaría el sueño de su Leon. Y su cuerpo podía descansar en paz en las mejores condiciones, teniendo en cuenta las circunstancias.

Claire se acercó a Leon y se acuclilló a su lado.

—Te voy a llevar a un lugar seguro, Leon. Nadie te pondrá una mano encima. —Le susurró la pelirroja, como una promesa.

—Vamos Claire. Déjalo. —Interrumpió el anciano. —Vayámonos ya de aquí. ¿Por qué le das tanta importancia a un cuerpo? Ya está muerto, no se está enterando de todos tus cuidados. —El viejo hizo una pausa y, acercándose a la pelirroja, se atrevió a colocar una mano sobre su cabeza. —Despídete ya, hija mía. Y volvamos al lugar que nos corresponde.

Claire se levantó, creciendo dos cabezas más de las que le correspondía, ganando tono muscular, pero sin llegar a la completa transformación física que sufrió momentos antes cuando se enfrentara a los Tyrant, y sin perder la consciencia de sí misma.

El doctor, con temor y admiración, retrocedió con paso torpe, mientras Claire se giraba y le miraba por encima del hombro con ojos de fuego y lágrimas de lava, que caían por sus mejillas y desaparecían antes de llegar al mentón.

Claire cogió de la cartuchera de sus hombros la Silver Ghost de Leon, a la cual le quedaban dos balas. Y girándose del todo, con Leon a sus pies, apuntó con la pistola hacia el científico.

—No. —Dijo el doctor con la boca seca. —No, no, Claire. ¿Qué vas a hacer? —Preguntó el viejo, temeroso.

—Esta pistola le pertenece a Leon. —Comenzó a hablar la pelirroja con la voz más armada de lo que ella esperaba. —Lleva con ella muchos años. Le tiene mucho cariño. Es preciosa en verdad. Y le ha salvado la vida muchas veces. A él y a sus seres queridos. 

»Por eso le tiene tanto cariño.

El científico miraba del cañón de la pistola a Claire, y de Claire al cañón de la pistola, retrocediendo lentamente, con una mano en alto mientras la pelirroja avanzaba hacia él.

—Tú mataste a Leon...

—En realidad lo mataste tú. —Se atrevió a interrumpir el viejo.

—¡Tú mataste a Leon, hijo de puta! —Gritó Claire, señalándole con fuerza con la pistola. —¡Tú le mataste valiéndote de mi miedo, de mi desesperación y de mi amor! 

El científico guardo silencio, no atreviéndose a pronunciar otra palabra. 

—Así que, desde el momento en que Leon nos dejó, tú te fuiste con él, doc. ¿O de verdad pensabas que te iba a dejar vivir después de arrebatarme lo que más me importaba en este mundo? —Claire entonces, dibujó una amarga sonrisa en sus labios. —Tú solito te has condenado a muerte y yo voy a ser tu ejecutora. 

»Aunque una parte de mí, siente que eso no es justo.

—Claro que no lo es Claire. Entra en razón. —Dijo el doctor, creyendo que podía apelar a la bondad que siempre había caracterizado a la pelirroja. —Deja de luchar, baja el arma y vayámonos de aquí.

—¿Pero de qué estas hablando, Boris? —Preguntó Claire, empleando las palabras con las que Leon se dirigía al doctor. —Cuando digo que no me parece justo, no me refiero a tu muerte.

»No se me ocurre nada más justo que acabar con tu miserable vida. —Claire movió sus dedos sobre en mango de la pistola para mejorar su agarre, mientras avanzaba hacia el doc.

—¿En-en-tonces? —Tartamudeó en doctor.

—Lo que no me parece justo, es que no te pueda matar él mismo. —Contestó Claire, con una sonrisa y una voz aguda propias de un psicópata. Estaba empezando a perder el control y la consciencia de sí misma. —Pero no me digas, doc, que el hecho de que tu propia criatura te quite la vida, no es lo más poético que has visto jamás.

»Cuánto más poético, cuando te voy a matar con la pistola de Leon. —Claire hizo una pausa, miró la pistola y se empezó a reír. —Es como si te estuviera matando él. Ahí está la puta justicia.

—Claire, basta. —Dijo el anciano, sudando por la frente con terror en los ojos. Pues tenía la certeza de que no podría librarse de la muerta esa vez. —Soy como tu padre. Yo te he dado el poder que tienes ahora. Deberías haberte visto acabando con esos dos Tyrant antes. Eres una máquina de matar increíble. No tienes límites y todavía podrías ser mucho mejor, gracias a mí.

—Yo ya tengo un padre. —Le contestó Claire. —Un padre que jamás me puso una mano encima, ni trato de manipularme para sacar algo a cambio. Un padre de verdad, que se desvivió cada día por darme la libertad que me corresponde y hacerme entender que nadie me la podía arrebatar.

»Pero, ¿tú qué vas a saber? Si nunca has separado la cara de tus libros, probetas o de tu propio ombligo.

»Has debido de tener unos ejemplos de mierda, doc. Has debido tener una infancia horrible y una vida muy solitaria, para acabar siendo como eres.

»¿Alguna vez te has enamorado, Boris? ¿Sabes lo qué es eso?

—Claro que sí. Yo te amo, Claire. Tú eres mi mayor logro. Mi mayor tesoro. —Contestó el viejo, tratando de interrumpir a la pelirroja, pero esta siguió hablando, haciendo que sus voces se mezclara.

 —¿Sabes lo qué es querer dar la vida por quién amas? ¿Sabes lo qué es ser amado y sentirte lo más importante para otra persona? ¿Alguien te ha querido alguna vez en tu miserable vida, Boris? ¿Alguien te ha querido?

El doctor no contestó a esa última retahíla de preguntas. No había mucho que contestar. Todas las respuestas eran la misma.

—En realidad no me importa. —Contestó Claire. —No quiero saberlo. Tuviste la oportunidad de disculparte. De pedir perdón. De huir de este sitio. —Claire tragó saliva. —Tuviste la oportunidad de salvarle la vida a Leon.

»Y desaprovechaste todas ellas.

El doctor no pudo evitar pensar en las palabras que en algún momento le dijera Leon, sobre lo increíble que habría sido su vida, si simplemente no fuera una mierda de persona.

El agente especial tenía mucha razón. Él era una mierda de persona. Así lo sentía. El rubio había dado dónde más dolía.

Pero aunque él se sintiera decepcionando consigo mismo y el remordimiento hiciera cada vez más acto de presencia, la realidad es que al final su codicia y su vanagloria eran más fuerte que cualquier otros sentimiento. Y el poder del conocimiento le cegaban hasta tal punto, que no le importaba pasar por encima de quien fuera.

Se arrepentía de ser el trozo de mierda que era. Pero ya no podía arreglar las cosas. Él le había ganado la batalla a Leon y ahora se merecía su recompensa. ¿Por qué Claire era tan obstinada? ¿Por qué no se dejaba atrapar de una vez y les dejaba seguir hasta el final con el experimento? Si su vida ya no tenía sentido, que al menos dejara a los profesionales hacer que sus trabajos sí lo tuvieran.

Puto egoísta sin corazón.

—Claire... —Comenzó el doctor. — ... entra en razón. —El doctor hablaba suavemente, tratando de calmar a la fiera.

Claire empezó a perder altura y masa muscular, retomando cada vez más y más el control sobre sí misma. Sintiéndose algo cansada. 

Cada vez que su cuerpo sufría alguna modificación, la pelirroja se sentía con falta de energía. Pero la suficiente como para acabar con ese cabrón.

—En algún momento perdí la conciencia y la libertad, Boris. —Dijo la pelirroja. —Pero jamás la razón.

—¡Vayámonos de aquí! ¡Déjame acabar mi investigación, por favor! ¡¿Cómo puedes ser tan egoísta?!

Claire se echó a reír con una sonrisa enorme y los ojos estrechos, sin apartar la mirada del viejo.

—Boris, Boris, Boris. —Dijo la pelirroja moviendo la cabeza de lado a lado, con diversión. —Ya que veo que la tensión te puede, voy a explicare lo que va a ocurrir en unos segundos.

»Dentro de esta pistola quedan solo dos balas. Las dos últimas preciadas balas de la Silver Ghost de Leon.

»Una de estas balas, va a acabar dentro de tu cabeza, y te va a destrozar el cerebro. Tranquilo, procuraré dar justo en el centro. Sé que te gusta la perfección.

»La otra, prometo que la guardaré para mí. En cuanto cumpla con mi nueva misión.

Claire volvió a estirar el brazo, dejando que la pistola automática diese pasó a una de las balas del cartucho a la recámara del cañón, apuntando justó al centro de la cabeza del viejo.

—Nos vemos en el infierno. Boris.

Y dicho lo cual, con manos firmes, mirada decidida y venganza en su sangre, Claire respiró profundo e imaginó que Leon apretaba ese gatillo con ella.

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Leon abrió poco a poco los ojos.

El sol entraba a raudales por las rejillas de su estor de cedro, dibujando haces de luz por toda su habitación, que permitían ver flotando por el aire, un increíble efecto Tyndall, donde las motas  y coloides en suspensión provocaban pequeños brillos dorados.

Cuando Leon era pequeño, se distraía tratando de coger con su pequeña mano todo esos destellos que flotaban ante sus ojos, aunque siempre era imposible.

De niño le divertía y de adulto le encantaba pasarse un buen rato mirando esos destellos, sin pensar en nada más. Simplemente dejando su mente en blanco y disfrutando de la placentera y confortable visión, que activaba su respuesta sensorial meridiana autónoma.

Leon se giró sobre su colchón y se estiró en su máxima extensión mientras bostezaba sonoramente, empujando la pared detrás de su cabeza y dejando que sus pies salieran del confort de su colchón y sus sábanas.

Se llevó las manos a la cara y se rascó los ojos y la barba, colocando un brazo tras su cabeza como apoyo mientras seguía mirando los haces de luz.

Esa noche había dormido tan bien, que parecía increíble que fuera real. No recordaba haber tenido ninguna pesadilla. De hecho, no recordaba haber soñado nada.

Pero la forma tan natural en la que se había despertado, la ausencia de sueño o de algún tipo de cansancio, y la tranquilidad en sus pensamientos y de su respiración, indicaban que sin duda había tenido el mejor descanso de su vida.

Leon sonrió vagamente y suspiró. Innegablemente las personas que dormían bien, tenían ganada la mitad de la felicidad que un ser humano pudiera sentir.

Al fin y al cabo, despertarse por las mañanas sin miedo, sin agobios, sin enfado, sin sentir que tu corazón se te quiere escapar del pecho, era un lujo.

El rubio se incorporó y salió de su cama. Tenía una energía brutal, como cuando era un crío. Se sentía genial. Imparable. Imperturbable. Triunfador.

 Ese día, sería un gran día, lo presentía.

Subió el estor, abrió las ventanas y un brillante y precioso día soleado le llamaba desde la calle.

No había una sola nube en el cielo, los abejorros volaban sobre las flores del parque y los pájaros cantaban en las ramas de los arboles.

Leon apoyó los antebrazos en el marco de la ventana, observando la calle y sintiendo una brisa fresca muy agradable sobre el rostro.

Había mucha gente paseando tranquilamente por el parque que había justo en frente de su departamento. 

Un grupo de ancianas en un banco, daban de comer legumbres a las palomas; al otro lado, en la zona de columpios, un montón de niños y niñas correteaban de un lado para el otro, se columpiaban o jugaban con la pelota, mientras los padres los cuidaban y charlaban entre ellos; una pareja de adolescentes, descansaban bajo un árbol mientras compartían lectura y se reían; y la terraza de la cafetería de debajo del departamento de Leon, estaba llena de gente que conversaba animadamente, se reían y bebían sus deliciosos cafés.

No había tráfico por la carretera, lo cual se agradecía. Y un delicioso aroma a bollitos recién horneados inundó el ambiente, invitando al rubio a bajar a por un gran café y un buen bollo.

El rubio llevaba puesto sus pantalones de deporte anchos y su camiseta térmica negra, sin duda la comodidad en estado puro.

Así que se puso sus zapatillas de bota, cogió las llaves de su departamento y salió de casa sintiéndose realmente contento.

No se puso a bailar y dar brincos por las escaleras de bajada porque no empezó a sonar ningún acorde de guitarra, sino, podríamos estar de lleno en el musical privado de Leon.

Cuando salió por el portal, los vecinos que estaban desayunando en la terraza comenzaron a saludarle con sonrisas y gestos de cabeza.

Había gente a la que hacía mucho tiempo que el rubio no veía, y se alegraba de que estuvieran todos tan bien.

Entró en la cafetería, que resultaba ser un lugar muy agradable, con toda la decoración en un estilo nórdico europeo muy limpio y unos toques boho que lo hacían un oasis de relajación.

Se acercó al mostrador de los pasteles y bollos, y los ojeó haciéndosele la boca agua.

Había tanto donde elegir y todo tenía un aspecto tan delicioso.

Desde pastelitos de calabaza, vainilla, y clavo; cupcakes de fresa, chocolate y menta; tarrinas de banoffee o de queso con frutos rojos; bocaditos de hojaldre con crema de almendras y caramelo; bollos de brioche con frutas escarchadas o pepitas de chocolate; Croissants y palmeras de todos los sabores; y uno de los favoritos de Leon, los New York Roll, rellenos de crema de pistacho, con trocitos de caramelo por encima.

Lo más llamativo de todo ese escaparate, es que todos los dulces eran de tamaño extra grande. El New York Roll que se iba a pedir, era tan grande como su cara. Y Leon no podía estar más contento.

—¿Qué le pongo? —Dijo una voz masculina, muy conocida, por detrás del mostrador.

—El café más grande que tengas para llevar y ese New York Roll de pistacho de ahí. —Dijo Leon, señalando el dulce que le había puesto ojitos a través del cristal.

—¡Marchando! —Dijo el dependiente.

Leon se incorporó y apoyó los antebrazos sobre el mostrador, mirando al hombre que, de espaldas a él, le estaba haciendo el café. Le resultaba tremendamente familiar de espaldas.

Cuando el hombre se giró, con un impresionante vaso de café para llevar de un litro, Leon descubrió, con gran alegría, que el hombre que le estaba atendiendo, no era otro que Marvin.

—¡Marvin! —Dijo Leon, sonriendo de oreja a oreja.

—¿Qué tal estás, agente Kennedy? —Respondió con la misma sonrisa amplia el que hubiera sido su jefe en la comisaría de Raccoon City. —Espero que estés cuidando de mi cuchillo de combate. Tengo entendido que lo has estado usando contra sierras mecánicas. Pero me he negado a creerlo.

Leon no podía salir de su asombro. Marvin. ¡Era Marvin!

—Por favor, solo Leon. —Respondió el rubio, con un gesto de la mano. —Yo estoy genial, y el cuchillo está mejor que yo.

»Pero tú, ¿qué haces aquí? ¿Desde cuándo trabajas en esta cafetería?

—¡Uuuf! Yo creo que llevo aquí desde que llegué, básicamente.

—¿Y has dejado la placa por los cafés, voluntariamente? Porque menudo cambio. —Siguió hablando Leon, tan tranquilo.

—¡Oh! Sí, sí. Aquí no hacen falta oficiales de policía. —Dijo Marvin, mientras cogía una caja de cartón con el logo de la cafetería, —que ahora Leon se percataba de que ponía “Cafetería Marvin” —, y con unas pinzas, cogía su New York Roll y lo introducía en la caja. —Cuando era niño. —Continuó hablando Marvin. —Siempre había soñado con ser confitero y abrir mi propia cafetería. Y ahora lo he logrado.

—No me digas. —Contestó con asombro Leon, mientras cogía un sobre de azúcar del autoservicio, ahí mismo en el mostrador, y se echaba el contenido del obre en el café.

—Sí, de verdad. Ese siempre había sido mi sueño. —Se reía Marvin. —La vida al final me llevó por otros senderos, pero aquí puedo ser lo que quiera ser.

—Me alegro mucho por ti, la verdad. Será un placer bajar cada día, viendo una cara amiga. 

—¿Tú siempre quisiste ser policía? —Preguntó Marvin.

—Sí, siempre. —Contestó Leon, cogiendo ahora un palo de madera largo, del autoservicio, y removiendo el azúcar de su enorme café. —Mi padre era jefe de policía en la ciudad donde nací, así que... no sé, de pequeño quería ser como él. Ya sabes. La admiración de los niños por sus padres.

—Sí, claro, entiendo. —Sonreía Marvin, mirando con ojos brillantes a Leon. —¿Cómo te quedas si te digo que mi padre era confitero?

—¡Venga ya! —Contestó Leon y los dos se echaron a reír. —Oye, ¿cuánto te debo?

—Nada. —Contestó Marvin, cruzando sus palmas abiertas por delante del pecho.

—¿Cómo qué nada? —Preguntó Leon, riéndose.

—Absolutamente nada. Aquí no te voy a cobrar jamás ni un penique Leon Kennedy. Pero espero que eso no te haga no volver.

—Pero, ¿cómo no te voy a pagar tremendo café y tremendo bollo? No lo entiendo.

—Bueno, es que no hay nada que entender. Las cosas funcionan así.

—¿Eres un ángel y estoy en el cielo? —Preguntó Leon con ironía mientras se reía. 

—¡Claro! —Contestó Marvin riéndose a su vez. —El grandullón está más arriba echándose la siesta. 

—Y por supuesto, el grandullón es nuestro creador. —Siguió riéndose Leon.

—Efectivamente. Efectivamente. —Contestó Marvin.

Los dos se rieron mucho. Leon no sabía exactamente qué tenía todo eso de gracioso, pero no podía dejar de reírse.

—Bueno, me voy. Muchas gracias por el desayuno. Me podría bañar en este café.

—Nada amigo. Disfrútalo. —Contestó Marvin, despidiéndole con un gesto de la mano, cuando recordó algo. —¡Ah! ¡Leon! Casi se me olvida. Tu colega te espera en el parque.

—¿He quedado con alguien y no lo recuerdo? —Preguntó Leon, girándose hacia Marvin. —Mejor, necesitaré ayuda para acabarme todo esto. —Respondió el rubio, levantando ambas manos cargadas.

Marvin movió la cabeza, mientras se colocaba un trapo blanco sobre los hombros y se despedía con su brillante sonrisa de Leon.

Qué bien le caía a Leon el bueno de Marvin. En su momento le había salvado la vida. 

Era por eso que nunca se iba a ninguna misión sin el cuchillo que Marvin le había dado antes de morir. 

Cada muesca de ese cuchillo, eran señales de vidas salvadas, incluyendo la suya.

Y venga, el buhonero en España había hecho un trabajo de diez.

Leon siguió saludando a todas las personas que pasaban por su lado y que parecían conocerle, mientras cruzaba la acera y bebía su enorme café y daba un gran mordisco a su dulce.

¡Dios! ¡Sabían a gloria! Tanto el café como el dulce era como estar en el séptimo cielo. ¿Cómo los había hecho Marvin? ¿Con magia? ¿Cómo algo podía estar tan increíblemente rico? Tendrían que santificar al confitero por tener esas manos.

“Dios te bendiga, amigo” Pensó Leon mientras caía por el agujero del placer culinario, sin remisión. Cerrando los ojos y gimiendo sonoramente con cada sorbo y con cada bocado.

—Si gimes así por un café, ¿cómo serás en la cama? —Preguntó una voz a su espalda.

Leon se sintió muy emocionado. Recordaría esa voz en cualquier lugar del mundo. Y sabe dios que Leon echaba de menos a su Don Quijote.

El rubio se giró lentamente y vio sentado en un banco, con su chupa de cuero y  jugando con un mechero, a Luis Sera, el hombre gracias al cual él y Ashley pudieron eliminar las plagas de sus cuerpos, y sobrevivir.

—¡Luis! —Dijo Leon emocionado. Con los ojos grandes como platos y la sonrisa abierta.

—Oye, ¿tienes tabaco? —Pregunto Luis, guiñándole un ojo a nuestro rubio.

—Sigue siendo malo para la salud. —Contestó Leon acercándose a él.

—Aquí no existe eso. —Dijo Luis, poniéndose de pie y sacando un cigarrillo arrugado de sus pantalones. —Pero cada cigarrillo es el mejor del mundo.

—¡Qué canalla! —Dijo Leon, riéndose y negando con la cabeza.

—Se llama picaresca española. —Dijo Luis, encendiendo su cigarrillo. —No lo entenderías.

Dicho esto, le quitó a Leon el dulce de su mano y le dio un gran mordisco mientras caminaba por el suelo de gravilla, invitando a Leon a seguirle, pasando de largo una gran fuente de aspecto barroco.

—Sírvete. —Dijo Leon con ironía, caminando a su lado.

Luis comenzó a gemir de placer, como hubiera hecho poco antes Leon, o incluso de forma más exagerada, doblándose hacia atrás, y sintiendo la verdadera gloria.

—¡Guau! Ahora lo entiendo todo. Tengo que pasarme más por la cafetería de Marvin. —Dijo Luis cuando recuperó el habla, ante las risas de Leon, que le dio un nuevo sorbo al café.

—¿Cambiamos? —Preguntó Luis, queriendo el café de Leon, a cambio de su dulce.

—¿Sabes que las dos cosas son mías no? —Preguntó con diversión Leon.

—Quien lo sostiene, lo posee. —Contestó Luis, guiñándole un ojo al rubio, llevándose el cigarro a los labios.

—Eres incorregible. —Contestó Leon, entregándole el café, después de darle un gran sorbo y cogiendo el dulce.

—Obviamente, Sancho. Obviamente.

Leon volvió a morder un trozo del dulce y, sin poder resistirlo, volvió a gemir. De verdad, ¿qué estaba pasando? ¿Por qué cada bocado parecía el primero? ¿Qué le había echado Marvin a ese bollo?

—Los hace con amor. —Contestó Luis, como si le hubiera leído el pensamiento a Leon. —Ese es el secreto. —Y dicho lo cual, soltó el humo de su boca y dio un sorbo al café. Que también le hizo gemir.

—Dios mío, contrólate. —Le dijo Leon a Luis, riéndose, sabiendo que eso era imposible. —¿Qué pensarán las damas del mundo?

—¡Oh! Querido Sancho. Pensarán en llevarme a la cama, una detrás de otra. Te lo aseguro.

Los dos se echaron a reír justo cuando dos mujeres, preciosas, pasaban al lado de Luis, sonriéndole y saludándole con picardía.

—Señoritas. —Saludó Luis, con su mejor guiño de ojos. Y las muchachas siguieron su camino entre risitas.

—No puede ser real lo que acabo de ver. —Dijo Leon, continuando su camino, sin parar de reír. —Tiene que ser el acento.

—Por supuesto, Leon. Tienes mucho que aprender. 

—No estoy muy interesado en aprender tus dotes de galán. No te ofendas. 

—No me ofendo. No todo el mundo puede aspirar a esto. —Dijo Luis con un gesto de la mano, que mostraba su porte, de arriba a bajo —Pero te perderás a muchas preciosas señoritas.

—A mi solo me interesa una preciosa señorita, mi señor. —Contestó Leon, cambiando de nuevo el dulce por el café.

—¡No me digas! —Dijo impresionado Luis. —Dime que es la joven Ashley, por favor. Muchos fans están deseando ver eso.

—¿Ashley? ¡Venga ya! ¡No! —Dijo Leon, dándole un sorbo a su café, con gemidos incluidos.

—¿Por qué no? Es preciosa, valiente, adinerada...

—... una cría.

—Seguro que ya no es una cría. —Dijo Luis sonriendo con picardía y moviendo sus cejas.

—Luis, eres un puto cerdo. —Dijo Leon, riéndose de las tonterías que Luis estaba soltando por la boca.

—Vale, vale, no tengo remedio. Pero entonces, ¿quién es esa preciosa dama que te ha robado el corazón? —Preguntó Luis, dándole otro mordisco al dulce, con su consecuente reacción sonora.

—No la conoces. Se llama Claire.

—¡Oh! Bonito nombre, ¿rubia? ¿Morena? ¿Castaña?

—Pelirroja. —Dijo Leon, sonriendo a Luis muy orgulloso de la belleza de Claire.

Luis comenzó a aullar como un animal, echando la cabeza hacia atrás.

—¡Dios mío! ¿Podrías dejar de avergonzarme, por favor? —Pidió Leon, dándole un puñetazo a Luis en el hombro.

—Tranquilo, Sancho, me mantendré lejos de tu preciosa pelirroja.

—Como si tuvieras alguna posibilidad. —Dijo Leon riéndose, dando otro sorbo a su café.

—¿Tú me has visto bien? Las mujeres y muchos hombres, me adoran.

—No puedo negar que tienes tu punto, Luis. —Dijo Leon, guiñándole un ojo a su camarada. —Pero no creo que Claire te tocara ni con un palo.

—¿Es frígida? —Preguntó Luis.

—¿Qué? No. —Contestó Leon, frunciendo el ceño. 

—¿Cómo lo sabes? ¿Te has acostado con ella? 

—No, nunca. Pero no es frígida. —Dijo con total seguridad Leon.

—Hummm... Entonces, ¿besa muy bien?

Leon no contestó y volvió a dar otro trago a su café.

—¡Tampoco os habéis besado! ¿En qué te basas para afirmar que no es frígida?

—En que ha tenido otras relaciones, supongo.

—Eso no significa nada. ¿O acaso estabas presente para saber cómo era en la intimidad con esos otros caballeros?

—Vale, no puedo explicarte por qué lo sé. Pesado.

—Entonces, tengo muchas posibilidades.

—Mira, Claire es puro fuego. Y cuando me toca o me mira siento esas llamas en ella. —Leon miró su café. ¿Por qué nunca se habían besado? —Una persona frígida, no podría tener ese volcán dentro.

—¡Oh, por dios! ¡Mírate! ¡Estás enamorado! —Gritó Luis.

—Para. —Dijo Leon, quitándose de encima al moreno, que estaba tratando de subírsele encima como un macaco. —No recordaba que fueras tan pegajoso. No se como las señoritas no salen huyendo.

—Porque con ellas no soy tan cariñoso como contigo, amigo. —Dijo Luis, dándole a Leon un beso en la mejilla, apartándose rápidamente, sin dejar de reírse.

—Estabas deseando hacer eso. —Dijo Leon, dando un último sorbo a su café.

—Sí. Soy muy tonto. —Reconoció Luis, dando un último bocado al pastelito. —Gracias por el desayuno, por cierto.

—De nada. Cara dura. —Contestó Leon, mientras se aproximaban al límite del parque, y comenzaban a entrar en una zona arbolada con suelos de tierra.

—Por cierto, —Comenzó el rubio. —, ¿A dónde vamos? Me dijo Marvin que querías verme.

—Sí. Me han mandado para arreglar todo el papeleo de tu departamento.

—¿Qué papeleo? —Preguntó extrañado el rubio.

—Ya sabes, como ahora el edificio ha cambiado de zona, todos los departamentos nuevos tienen que registrarse. —Comenzó explicando Luis. —Es una mera formalidad sin importancia. Tu departamento es tuyo.

—¡Ah! Vale. Por un momento creí que no me pertenecía, y recuerdo perfectamente haberlo comprado.

—Bueno, aquí siempre podrás cambiar de casa, si quieres. Pero lo normal es que la gente decida quedarse en sus hogares de siempre.

—Lo encuentro lógico. —Dijo Leon, mientras seguían caminando, adentrándose en el bosque, mientras el cielo se empezaba a volver naranja por el atardecer. —¿Ya está atardeciendo?

—Amigo, aquí las cosas funcionan de formas muy distintas. —Dijo Luis, teatralmente, alzando los brazos, señalando al cielo. — Tan pronto es de día como es de noche. Tan pronto hace calor, como frío. Tan pronto llueve como nieva. Va al gusto del consumidor.

—Parece divertido. —Supuso Leon.

—Lo es. Nunca te pilla en un mal momento. —Insinuó Luis, levantando las cejas con picardía y riéndose después.

Quijote y Sancho, continuaron su camino, charlando de cosas banales pero divertidas, totalmente despreocupados, porque ahí, las preocupaciones no existían.

Salieron de la arbolada  a un pequeño claro que daba a un puente.

Bajo el puente, torrentes de agua fría corrían sin descanso en un río bravo y caudaloso, que era tan hermoso como peligrosos.

El puente era de madera y dibujaba un arco. Y al otro lado, un pequeño camino de piedra daba a un palacio enorme que se escondía tras la vegetación. Pero esta no podía ocultar la grandeza de la edificación.

—¡Ya hemos llegado! —Anunció Luis, extendiendo los brazos.

—Este lugar es increíble. —Dijo Leon observando el espacio natural que se abría ante él.

—Sí. Todo aquí es increíble, magnifico y especial. —Concordó Luis. —Pero te acabas acostumbrado, tranquilo.

—No sé cómo alguien podría acostumbrarse a esto. —Susurró el rubio.

—Bueno, lo que tienes que hacer es muy sencillo. Solo tienes que cruzar el punte y entrar en el registro.

»Ahí dentro te atenderán muy bien. Solo tienes que firmar una serie de burocracias y cuando vuelvas ya serás oficialmente un ciudadano aquí.

—Vale, pero, ¿no vienes conmigo?

—No, no. No todos podemos andar cruzando el punte. Una vez y no más, Santo Tomás. —Dijo Luis, recurriendo al refranero español.

—Vale. ¿Nos vemos después? —Preguntó Leon dirigiéndose al puente. 

—Ya te avisaré. Ahora tengo una cita con una morena impresionante. —Dijo Luis pasándose las manos por la cabeza, peinándose el pelo hacia atrás.

—Estas muy guapo. —Le dijo Leon con ironía, para molestar  al moreno.

—Ya lo sé Leon. Deja de ligar conmigo.

Los dos se rieron, y Luis volvió por el mismo camino por el que habían llegado.

Cuando Leon se giró y encaró el puente, vio descender corriendo a una mujer más o menos de su edad, de pelo rubio y lacio a media melena, que vestía una camisa blanca remangada y unos pantalones de pinza color crema, ajustados a la cintura con un cinturón ancho marrón.

Llevaba unos botines marrones por debajo del pantalón, y un chal de intricados bordados florales a juego que abrazaban su cuerpo.

Un anillo de casada, dos ojos enormes como cielos de verano, una sonrisa radiante y los brazos abiertos.

—¡Hijo! —Gritó la mujer, llorando.

—¿Mamá? —Contestó Leon con asombro, al ver a su madre correr hacia él. 

Ella venía del otro lado del puente, con el rostro contorsionado por la emoción y el pelo al viento.

Cuando Leon salió de su asombró, trotó hasta el inicio del puente para reencontrarse con su madre.

—¡No pises el puente! —Le dijo su madre llegando ya hasta él.

Leon retrocedió y flexionó las rodillas para coger a su madre en brazos, —que no pesaba nada. —, y abrazarla fuerte, levantándola del suelo.

—¡Leon! ¡Hijo mío! ¡Mi niño! —Lloraba su madre, abrazándolo alrededor del cuello.

—Mamá. —Leon enterró la cara en el pelo de su madre y lloró con ella, estrechándola fuerte entre sus brazos. Olía a jazmín. Su madre siempre olía a jazmín.

 ¿Cuántos años hacía que no se veían? Pues desde que él era solo un adolescente.

—Déjame verte. —Dijo la madre, mientras Leon la dejaba de nuevo en el suelo. —¡Dios! ¡Pero que guapo te hice! —Dijo la madre cogiendo a Leon por la cara y empezando a besársela por todas partes. Sin orden ni concierto. Nerviosa y emocionada.

Leon se sentía muy abrumado. ¡Era su madre! ¿Cuánto la había echado de menos!

—Cuanto has crecido, hijo mío. ¡Mírate! ¡Eres un hombre! ¡Tienes barba! —Decía su madre tomando distancia para verle mejor. —Me gustas más sin ella. Se ve mejor tu hermosa cara.

—Tu estás... —Empezó a decir Leon, sin parar de llorar. —...Estás tal y como me recordaba.

—Sí. Las cosas no cambian mucho por aquí. —La madre de Leon alargó las manos para retirar con sus pulgares las lágrimas de su hijo. —No llores más, mi leoncito. Ya estamos juntos. 

La madre de Leon, con ojos húmedos, sonreía a su hijo, con orgullo y admiración. 

—Te has convertido en un hombre muy atractivo, hijo mío. —Dijo su madre. —Te pareces mucho a tu padre. Los ojos son míos, pero la mandíbula y las cejas las heredaste de él.

A Leon no le gustaba hablar de su padre. 

Desde que su madre les dejara cuando él era apenas un adolescente de quince años, su padre, que siempre había tenido problemas con el alcohol, empezó a tener problemas más grandes que implicaban drogas, corrupción, prostitución y juego.

Un día, incluso ofreció a su propio hijo como moneda de cambio a una mujer mayor que llevaba un prostíbulo, donde la deuda de su padre venía acompañada de amenazas de muerte.

Por suerte, Leon pudo sobrevivir a aquel episodio. 

Después de eso, siguió viviendo con su padre hasta alcanzar la mayoría de edad. Nadie quería meterse con el jefe de policía, como para ayudarle a abandonar esa casa antes, y sus abuelos vivían en estados diferentes. 

Pero cuando pudo, se largó a la academia de policía donde tenía una beca completa por ser su padre quien era.

La última vez que se vieron, se pelearon e incluso llegaron a las manos.

Leon empezó su primer día en la academia de policía con un ojo morado y el labio roto.

Su padre fue a trabajar a la mañana siguiente con una brecha en el pómulo y poco más.

Nunca volvieron a hablar. Ni a verse.

Así que parecerse a su padre no era ningún alago. Leon despreciaba parecerse a él. Sobre todo las tendencias alcohólicas. La razón de mayor peso para dejar de beber.

Leon sonrió a su madre, pero no dijo nada. No quería acabar con ese momento.

Pero como si su madre pudiera leerle el pensamiento, su cara se puso triste, y cogió de las manos a su hijo.

—Ya hablaré con él cuando llegue el momento. —Dijo su madre, besando los dorsos de las manos de Leon. —Pero ahora, vamos, tenemos mucho de que hablar.

Su madre entrelazó los dedos en la mano de Leon y tiró de él hacia la apertura boscosa por donde entrara antes con Luis-

—¡Oh! Tengo que ir a el registro para solucionar algún problema con mi departamento. —Dijo Leon, señalando en dirección al puente.

—No hará falta. —Dijo su madre, insistiendo en abandonar ese claro. Pero sin dejar de dedicarle esa gran sonrisa que poseía.

—Pero un amigo me ha dicho que tengo que ir. —Insistió Leon.

—Sí, tenías. Pero ya lo he solucionado todo.

—¿A qué te refieres? —Preguntó Leon.

—Bueno, pues que cuando me enteré de que estabas aquí, yo me encargué de todo el papeleo. Como tu madre tengo mis poderes en estas cosas.

—¡Ah! No tenía ni idea.

—Sí, bueno, vamos, vamos. —Apremio su madre. —Tanto firmar papeles, me ha entrado hambre. ¿Qué te parece si me enseñas tu departamento y vemos una película en la cama como cuando eras niño? Pidamos chucherías, o dulces o pizza, ¡o lo que quieras!

Leon se rió con esto. Su madre había invocado un recuerdo muy feliz en su mente.

Los viernes, su madre lo iba a recoger a la salida de las extraescolares. Leon jugaba a football, pero para entonces era tan pequeño, que sus protecciones le hacían parecer una pequeña seta o un enano de Tolkien.

Además siempre salía del campo lleno de barro por todas partes, así que los viernes su madre no le recogía con el coche, para no mancharlo, por lo que volvían a casa dando un paseo. Y los días que hacía buen tiempo, le compraba un helado.

Cuando llegaban a casa, entraban por la puerta del jardín, directamente a la cocina, y Leon se quitaba la ropa y las protecciones en la lavandería que quedaba justo al lado, para después subir corriendo al cuarto de baño y ducharse.

Mientras tanto, su madre se encargaba de conseguir un montón de comida deliciosa (pero para nada saludable), y preparaba el banquete en la cama de Leon, para ver juntos una película infantil.

El pequeño Leon se ponía el pijama y no se callaba en toda la película. Solían ver siempre las mismas. Películas de súper héroes. Y Claro, el niño que quería ser policía de mayor, era todo energía y juego.

Saltaba en la cama; corría alrededor de la habitación; cogía dos de sus juguetes favoritos y fingía pelear contra ellos; se tiraba encima de su madre para protegerla de los malos.

Era simplemente un niño en su mundo de fantasía jugando con su madre.

Cuando su padre llegaba a casa, subía a la habitación con ellos, y los tres se quedaban viendo lo que quedase de la película.

Su padre siempre llegaba en la mejor parte, pero hacia el final.

Después, Leon se quedaba dormido. Sus padres le daban el beso de buenas noches y le dejaban solo, en su camita, con la boca llena de restos de regaliz.

Sí. Leon había tenido una infancia muy feliz. Mientras su madre vivía.

—Vale, mamá. Me parece un buen plan. —Dijo Leon, sonriendo, caminando junto a su madre.

Cuando salieron de la zona boscosa, ya era de noche en el parque, pero las farolas lo alumbraban todo a la perfección. En los árboles había guirnaldas de bombillas, como si fuera una verbena; y la fuente tenía sus propias luces subacuáticas.

En el parque aun quedaban niños jugando, y los grillos cantaban rítmicamente, como en las noches de verano que Leon recordaba.

—Me encanta ver a los niños jugando en el parque. —Dijo entonces su madre, deteniéndose a observar. —Disfrutan tanto. Se ríen tanto.

Leon observaba junto a su madre y también sonrió.

—¿Tú quieres tener hijos, Leon? —Le preguntó su madre.

Leon se había  dado cuenta en ese momento, de que su madre no sabía nada de Sherry.

—Tengo una hija. —Le dijo a su madre muy sonriente. —Es una chica encantadora y maravillosa mamá. Tienes que conocerla algún día.

—¿Qué me dices? —Preguntó su madre. —¿Eres padre? ¿Cómo se llama mi nieta? ¿Cuantos años tiene? ¿Quién es la madre?

—A ver, no soy su padre biológico. —Empezó aclarando Leon. —Ni siquiera soy su padre a niveles legales. Soy su padre porque así lo decidió ella. Y lo mismo ocurre con su madre.

—Explícate. —Pidió su madre, con cara de no entender.

—Sherry, que así se llama mi hija de 29 años.

—¡Qué! ¿Cómo?

—Deja que te explique.

»Sherry perdió a sus padres cuando solo tenía doce años, mamá. Y ahí fue cuando yo la conocí. Sobrevivimos a una catástrofe y desde entonces, me convertí en su figura paterna. Y ella es mi hija, sin discusión posible. 

»¡De hecho también soy abuelo! Sherry acaba de tener a su primer hijo, Jake Junior.

—¡Eres abuelo! —Gritó su madre, con los ojos abiertos como platos y la sonrisa grande y abierta. —Pero, ¿cuántos años tienes?

—Treinta y ocho. —Dijo Leon, riéndose. —Yo también quedé en shock cuando me lo contaron.

—Eres tan joven, mi niño. Y ya eres abuelo. 

—Casi mejor, si lo piensas.

—Bueno, —Dijo su madre, alucinada pero sonriente, mientras digería toda esa información. —Tengo ganas de conocerles, mi nieta y mi bisnieto. —Dijo esta vez casi soñadoramente. Y entonces guardó silencio volviendo a mirar a los niños del parque. —Pero yo en realidad te preguntaba si deseabas tener hijos biológicos. Un bebé.

Leon había pensado en ello más veces de las que cualquiera se imaginaría. Y la respuesta siempre había sido sí.

—Sí, me gustaría. Algún día. —Reconoció Leon, mirando a su madre.

—Pues ya estás tardando. —Soltó su madre haciendo el comentario de madre pertinente, levantando una ceja reprobatoria. —Quiero ser abuela.

—¡Pero si ya eres abuela! —Dijo Leon, riéndose del comentario de su madre, poniendo los ojos en blanco.

—¡Oh! ¡Cómo echaba de menos esos ojos en blanco! —Se rió su madre. —Quiero ser abuela biológica. Déjame soltar mis comentarios de señora mayor, ahora que puedo. 

—Claro que sí, mamá. —Siguió riendo Leon. —Puedes decirme todo lo que quieras, estás en tu derecho. 

»Hasta viene reflejado en la constitución de los Estados Unidos, ¿lo sabías?

Los dos se rieron y Leon pasó su brazo por encima del hombro de su madre, dándole un beso en la cabeza.

—Bueno, pero, veo que no estas casado. —Dijo su madre, cogiendo la mano de su hijo y viendo sus dedos desnudos. 

—No, nunca llegué a hacerlo. —Contestó Leon.

—Y eso, ¿por qué? Mi hijo es demasiado guapo para no estar debidamente casado. —Se quejó su madre haciendo un mohín.

—Qué pensamiento tan arcaico. —Se rió Leon.

—Será todo lo arcaico que quieras, pero yo deseo verte casado, hijo. Con una buena persona que te quiera.

—Bueno, pues eso responde a tu pregunta. No ha aparecido una buena persona que me quiera. 

—Eso no es posible. —Dijo su madre asombrada, mirando a Leon con los ojos muy abiertos.

Leon se empezó a carcajear. Era tan divertido descolocar a su madre. De pequeño siempre le gastaba bromas y era algo que los dos disfrutaban demasiado como para parar.

Su madre le dio un codazo en el abdomen, y Leon fingió que le había dado muy fuerte y que se iba a desmayar, para risas de los dos.

—No, hijo, venga, ahora en serio, ¿no tienes pareja? —Quiso saber su madre.

—No. —Suspiró Leon. —Sigo soltero.

—¿Y cuál es tu orientación sexual, hijo?

Leon puso los ojos platos sonriendo a su madre con la boca abierta. No esperaba esa pregunta en absoluto.

—¿Ves? Al final no soy tan arcaica, ¿eh? —Se rió su madre. —Vamos, dime, ¿qué te gusta?

—Me gustan las mujeres. —Contestó Leon, encogiéndose de hombros —Un hombre hetero más en el mundo.

—Vale, vale. Pero entonces, cuéntame, ¿ninguna mujer en el frente?

—Creo que no.

—Y que fue de esa chica... ¿Cómo se llamaba?... ¡Ah! Sally.

Leon frunció el ceño, no sabiendo a quien se estaba refiriendo su madre.

—¿Quién es Sally? —Preguntó finalmente el rubio.

—Sally Westborn. La hija pequeña de los Westborn. Nuestros vecinos. La niña rubita con un parche en el ojo.

»Os escondíais detrás del árbol del jardín para daros besitos creyendo que nadie os veía, pero todos sabíamos que estabais ahí.

Leon se echó a reír.

—Mamá, ¿de verdad me estás preguntando por mi “relación amorosa” de cuando tenía seis años?

—Bueno, ¿hubo alguien más después? —Preguntó su madre seriamente.

Leon no podía parar de reírse.

—Pues claro que sí, mamá. —Dijo Leon con lágrimas en los ojos de la risa. —¿No sería un desgraciado si mi única relación íntima con otra persona hubiera sido a los seis años, con una niña que se comía los mocos?

La madre, entendiendo lo absurdo de todo, no pudo evitar echarse a reír a su vez.

Esos dos se reían exactamente igual. Leon no se había dado cuenta antes, de lo mucho que echaba de menos reírse con su madre.

—Tuve algunas novias en el instituto, pero ninguna fue Sally. —Aclaró Leon, calmando su risa. —Creo que mi primera relación adulta, si se le puede llamar así, fue con una chica que se llama Peyton. Peyton Burton.

—¡Ay! Háblame de ella. —Pidió su madre.

—Bueno pues, estuvimos juntos dos años. Empezamos antes de ser mayores de edad y acabamos después. Lo cierto es que estuvo conmigo en mis peores momentos.

»Pero yo fui un capullo con ella. Y ella me dejó.

—¡Hijo! ¿Por qué? —Preguntó su madre con tristeza en su rostro.

—Mamá, no te quiero decepcionar, pero... —Leon se calló y tragó saliva. —...igual no soy la persona que tu habrías querido que fuera.

—¿A qué te refieres? —Preguntó su madre, ahora preocupada.

—Bueno. Esto no es fácil de decir. —Leon hizo una pausa sin dejar de mirar a su madre. —Yo... he tenido muchos problemas con el alcohol. Muchos. Y desde muy joven.

—¡Oh! Mi leoncito. —Se lamentó su madre. —Como tu padre.

—Sí, bueno, tal vez por mi padre, más bien. —Dijo Leon, con resquemor,  que no quería mencionar a su viejo mucho más. —El caso es que Peyton estuvo conmigo en un momento en que yo era un niñato alcohólico al que casi echan de la academia de policía por imprudente. Y cuya misma imprudencia hizo que Peyton me dejara.

Se hizo el silencio.

—¿Nunca intentaste volver con ella? —Preguntó su madre.

—No. Cuando me dejó me di cuenta de que yo era lo peor que le podía pasar a ella, porque no me dolía que me dejara. 

»Aunque eso no evitó que no ahogase mis “no-penas” en alcohol, porque cualquier excusa era buena para eso.

Los dos se quedaron en silencio un momento.

—Y ahora, ¿qué clase de hombre eres? —Preguntó su madre seriamente, pero sin soltar su mano.

—Soy agente especial para el gobierno de los Estados Unidos. —Le dijo a su madre, con el semblante serio.

—Eso suena bien, ¿no? —Preguntó esta, con duda en sus ojos.

—Bueno, no tuve mucha elección. —Contestó Leon. —Te imaginarás que he matado a muchas personas en un puesto de trabajo así.

—¿Has matado a muchas personas? —Preguntó entonces su madre.

Leon asintió con la cabeza. Si bien era  cierto que la mayoría de cosas que Leon mataba no eran personas, la realidad es que muchas veces se había visto en la tesitura de tener que hacerlo.

—Y esas personas, ¿eran malas? —Preguntó su madre.

—No lo sé. Eran enemigos del estado. —Dijo entonces Leon. —Y yo era enemigo del suyo. Para ellos, ¿yo era mala persona?

Silencio de nuevo.

—¿Seguías órdenes? —Preguntó su madre.

—Sí.

—¿Te gusta matar?

—No.

—Bueno... —Dijo su madre. —...¿Tú vida corre peligro cuando les matas? ¿La cuestión está entre tu vida o la de ellos?

—Sí. —Volvió a contestar Leon.

—En ese caso, que arda el mundo, tú eres lo primero. —Dijo la madre quitándole hierro al asunto. —Tu trabajo ya no suena tan bien, pero entiendo que salvas vidas.

—Sí. Las vidas que le interesa al gobierno. —Contestó Leon, alicaído.

—Haces falta en el mundo Leon. Proteges a la gente, aunque solo seas un peón para el gobierno. Piensa en las vidas que has salvado y no en las que has arrebatado.

»Si fueras mala persona, no estarías aquí.

—¿A que te refieres? —Preguntó Leon, confuso.

—¿Y después de Peyton? ¿No ha habido nadie más?

Leon, olvidándose de la pregunta que su madre ignoró, hizo memoria.

—Han habido muchas mujeres mamá, no puedo nombrarte a todas. —Dijo Leon pasándose una mano por el pelo, un tanto incómodo.

—No me refiero a tus amantes cuando te pregunto si ha habido alguien más. 

—Agg, mamá. —Dijo Leon asqueado al escuchar a su madre mencionar a sus amantes.

—Me refiero a si te has enamorado. —Dijo finalmente su madre, con brillo en los ojos. Siempre fue una romántica empedernida.

A la mente de Leon llegó instantáneamente la imagen de Claire. Y sonrió.

—¡Esa! ¡Esa en la que estas pensando! ¿Quién es? —Preguntó su madre en ese momento, con toda la emoción de haber pillado a su niño pensando en la mujer a la que amaba.

Leon se rió por la momentánea emoción de su madre. Pero muy dispuesto a hablarle de ella.

—Se llama Claire. Claire Redfield. —Respondió el rubio. —La otra madre no biológica de Sherry.

—El destino os quiere unir. —Soltó su madre, sonriendo de oreja a oreja. —¿Y a qué se dedica? ¿Cómo la conociste? ¿A ella le gustas tú?

—Uff, a ver. Ella es periodista, aunque trabaja en una ONG, ayudando a refugiados de guerras bioterroristas.

—¿Guerras bio qué? —Preguntó su madre.

—Hummm... Guerras donde se usan armas biológicas. —Explicó Leon.

—¡Dios mío! ¿Qué es eso? —Preguntó su madre, horrorizada.

—Es... bueno no importa. Ayuda a refugiados de guerra.

—Me gusta. —Dijo su madre al instante. —Una mujer con estudios que ayuda a los más necesitados. Demuestra inteligencia y buen corazón.

—Es la mejor. —Dijo Leon, sin poder evitar el brillo en los ojos. —Es la persona más compasiva que he conocido en mi vida.

»Y es preciosa, mamá. Tiene el pelo rojizo, los ojos azules pero muy intensos, y una sonrisa increíble... y no te voy a mencionar su otros atributos porque no me parece apropiado.

—¡Leon Scott Kennedy! ¿Cómo te atreves a ser tan canalla delante de tu madre? —Le regañó su madre, mientras se reía por el camino, intentando darle un capirote a Leon, pero obviamente sin llegar a hacerlo.

—Pero si he sido muy refinado. —Contestó Leon, entre risas.

—¡Ay, hijo mío! —Dijo su madre, abrazándole por la cintura y apoyando la cabeza en su pecho. —¿Y cómo os conocisteis?

—Nos conocimos en la misma catástrofe dónde conocimos a Sherry. —Contestó Leon, no queriendo entrar en detalles sobre Raccoon City. —De hecho Sherry sobrevivió gracias a Claire.

—¿Cómo es eso? —Preguntó su madre.

—Bueno, durante la catástrofe, Claire y yo nos vimos obligados a separarnos.

»Claire encontró a Sherry. La cuidó y la protegió hasta llegar a un lugar seguro. —Leon guardó silencio, pensando en sus dos chicas y en como siempre le pesará no haber estado con ellas en Raccoon.—Yo no estuve presente, pero Claire me contó todo por lo que tuvieron que pasar y solo puedo pensar en que Claire es una guerrera.

»Le debo el ser padre. Así que se lo debo todo.

La madre de Leon miraba a este con los ojos brillantes y las manos entrelazadas delante del pecho. Emocionada al escuchar a su hijo hablando así.

—¿Y dónde estabas tú?

Leon miró a su madre, perdiendo la emoción en el rostro con el que hablaba de Claire, recordando entonces a Ada Wong.

—¿Quién es esa mujer? —Preguntó su madre, leyéndole de nuevo el pensamiento.

—Yo... tomé otro camino. —Empezó Leon. —Y en ese otro camino conocí a una mujer que fingió trabajar para el FBI.

»Quise ayudarla a llegar al fondo de todo el asunto que había provocado la catástrofe y... —Leon tragó saliva. —Mamá yo era muy joven. Acababa de salir de la academia de policía. Mi primer día de trabajo se vio envuelto por esa catástrofe y me creí cada palabra que me dijo esa mujer.

»La ayudé a sustraer material peligroso de un laboratorio. Y cuando me di cuenta del engaño, ella ya se había ido con ese material. Supongo que lo vendió al mejor postor.

—Por como hablas, parece que esa mujer fue muy importante para ti. —Dijo su madre con ojos tristes pero con voz tranquila. —Y también parece que se atrevió a hacerte mucho daño.

—Sinceramente, no es un tema del que me guste hablar.

—Solo quiero conocerte mejor. —Contestó su madre, aun con voz tranquila, acariciando el brazo de su hijo. 

—Lo sé, mamá. —Aseguró Leon, con una sonrisa vaga en los labios. —Me namoré de esa mujer. Se llama Ada Wong. Y es una sicaria y una ladrona. Como ves, sé elegir muy bien. —Dijo Leon con una sonrisa ácida y un deje de voz sarcástico.

—Tú no lo sabías cuando te enamoraste de ella. Pensabas que era una agente del FBI.

—Ya, pero después sí que lo supe y seguí como un perro detrás de ella.

La madre miró a su hijo seriamente pero con ojos que sabían comprender la situación.

—Es muy difícil incluso para mí entender por qué estaba tan loco por ella. La despreciaba por dedicarse a lo que se dedica y al mismo tiempo me moría por tenerla a mi lado.

»Creo que fue la relación más tóxica en la que me he visto involucrado jamás.

—¿Y qué sabes de ella ahora?

—Nada. —Contestó Leon, sinceramente. —Hace muchos años que nos dijimos adiós.

»Y la verdad es que solo se me viene a la mente cuando hablo con alguien sobre la catástrofe. De otra forma, siento que este tema está muy enterrado, aunque nunca llegue a comprenderlo del todo. He llegado a la conclusión de que hay cosas que no están hechas para entenderse, y este tema es uno de ellos.

»Si Ada fue importante, solo lo fue porque me enseñó qué es lo que quiero de verdad en mi vida y qué no.

—Ese no es un mal aprendizaje. —Convino su madre, con una sonrisa dulce en su rostro.

—Lo que me resulta muy revelador, es que cuando pienso en la catástrofe, en la primera persona en la que pienso es en Claire. Y me siento feliz.

»Después pienso en Ada y todo se oscurece y me siento triste.

»Y por último, vuelvo a pensar en Claire y todo vuelve a tener luz y me vuelvo a sentir yo mismo.

»Por eso sé que siempre fue Claire. Solo que estaba demasiado distraído con otras cosas como para darme cuenta.

—Lo importante es darse cuenta, mi niño. La vida es un camino que desconocemos. No podemos prever lo qué nos depara o de qué formas aprenderemos lecciones relevantes.

»Lo importante es no irse sin saber tú verdad. Y tú ya la sabes.

Leon entendía perfectamente lo que quería decir su madre. Ella siempre daba los mejores consejos. Era muy sabia.

—¿A Claire le gustas? ¿Ella te quiere? —Preguntó su madre, con ojos curiosos y una sonrisa pícara en los labios.

—No lo sé. —Contestó Leon. —Creo que me quiere. Pero no sé si de la forma que yo la quiero a ella.

—Bueno, está bien no saberlo todo. Eso le da emoción a la vida. Dale tiempo al tiempo. —Dijo su madre riendo, volviendo a los momentos divertidos previos a conversaciones más serias. —Vamos, enséñame tu departamento. ¡Me muero de hambre!

Los dos cruzaron la carretera que separaba el parque del edificio donde vivía Leon, así, abrazados como estaban.

Entraron al edificio, cogieron el ascensor y subieron a la sexta planta.

Leon se acercó a su puerta, abrió y le cedió el paso a su madre.

—Bienvenida mi humilde hogar. —Dijo Leon, que sabía que su casa era pequeña, pero que por eso le encantaba.

La casa de Leon tenía la cocina a mano izquierda según entrabas por la puerta principal, y el baño a mano  derecha.

De frente se abría un espacio que era el salón, que contaba con varios sofás grises  y una mesita baja de mármol negro.

Y a mano izquierda, en concepto abierto, subiendo varios escalones de madera, se encontraba su habitación.

Era la estancia más grande de la casa, pues en ese espacio había ropero abierto, la cama y el escritorio.

Toda la decoración jugaba con la escala de grises, con algún rojo vibrante pero escondido por aquí y por allá, en un estilo más bien minimalista, en el que mezclaba elementos industriales con otros más lujosos, como el mármol.

—¡Oh! Leon, pero ¿cuándo te has vuelto tan sofisticado?

—¿Te gusta? —Preguntó Leon. —Estoy pensando en cambiarlo. Mi casa me parece fría. Y a veces me hace sentir solo.

—Tienes razón. —Concordó su madre. —Es bonita. Parece de revista. Pero no tiene personalidad.

La madre se paseó por la casa, mirándolo todo ante la sonrisa divertida de Leon, que la observaba observar.

—¿No tienes mascota? —Preguntó su madre.

—No puedo, dedicándome a lo que me dedico. —Contestó Leon, de brazos cruzados apoyado sobre un hombro contra la pared.

—¡Ah! Ya, entiendo. Será difícil, si pasas mucho tiempo fuera de casa. —Su madre seguía hablando tocando cada mueble y pieza de decoración del salón.

—Así es.

—En cuanto puedas tienes que hacerte con una. De pequeño siempre pedías por navidad un perro. —Le recordó la mujer.

—Pues ahora soy más de gatos. —Contestó Leon, guiñándole un ojo a su madre.

—¡Sabía que al final serías de los míos! —Contestó esta, señalándole con el dedo de manera triunfal.

En ese momento, el móvil de Leon comenzó a sonar.

Era Luis.

—Mamá, ponte cómoda, voy a contestar a esta llamada.

—Vale, cielo. —Dijo su madre mientras se dirigía a su dormitorio.

Qué guapa era su madre. Qué joven había muerto, y cuánto la echaba de menos.

Leon respondió a la llamada.

—Dime Luis. 

—¡No cruces el puente! —Gritó el moreno al otro lado del móvil.

—A buenas horas, capullo. —Dijo Leon, riéndose.

—¿Lo has cruzado? —Preguntó Luis.

—No. Llegó mi madre para decirme que no hacía falta. ¿Por qué estáis todos tan raros con ese puente?

—Porque si no es tu momento, no lo debes cruzar. Es irreversible.

—¿El qué? —Preguntó Leon, sin entender qué era lo irreversible.

—Al final mi cita ha acabado antes de lo previsto. ¿Quieres tomar algo? —Preguntó Luis, ignorando la pregunta de Leon.

—No, que va. Estoy con mi madre en casa. Vamos a ver una película.

—¿Mamá Kennedy is in the house? ¿Puedo conocerla? —Preguntó Luis en un tono sugerente bastante desagradable a oídos de Leon.

—¡No, psicópata! —Dijo Leon. —Es mi madre, ¿qué te pasa?

—Tengo un fetiche con las madres. —Respondió Luis.

—Tienes un fetiche con el género femenino en general. —Le contestó Leon.

—No puedo negarlo. Las señoritas son las señoritas.

—Mi madre no es una señorita, idiota.

—Bueno. La buscaré cuando te hayas ido. —Dijo Luis, riéndose.

—Eres tan despreciable. 

—Shhh, calla Sancho. Así no se le habla a tu señor.

—Adiós, mi señor. 

—¡Espera! —Gritó Luis antes de que Leon colgara la llamada.

—¿Qué pasa? —Contestó Leon, poniendo los ojos en blanco.

—Nada. Solo quería despedirme. —Dijo Luis con voz seria. —Me ha encantado volver a verte amigo mío. Y me alegra saber que no te veré más en bastante tiempo.

A Leon había cosas que empezaban a no cuadrarle y se había dado cuenta de que las personas evitaban contestar a ciertas preguntas que hacía el rubio.

—¿Por qué no nos vamos a ver más en un tiempo? Podemos quedar mañana. —Propuso Leon.

Luis hizo un silencio antes de contestar.

—Sí, claro amigo. Mañana nos vemos.

—Estás muy raro, Quijote. ¿Qué pasa?

—Nada. No pasa nada. —Contestó Luis inmediatamente, recuperando la sorna y el tono jocoso de su voz. —Te tengo que dejar. 

»Oye, háblale a tu señorita de mí, ¡eh! Tiene que saber que de estar yo, jamás se habría fijado en ti.

—El día que te la presente, te va a romper el corazón. —Dijo Leon como advertencia para su pobre colega. Pero los dos se echaron a reír.

—Te quiero Sancho. ¡Nos vemos!

—Nos vemos Luis. —Y dicho esto, Leon colgó la llamada. 

Esta conversación con Luis había sido muy extraña. ¿Por qué estaba tan nostálgico el español? Parecía que se estaba despidiendo para siempre. ¡Qué ridículo! Mañana mismo desayunarían juntos en el café de Marvin.

En fin, iba a dejar de pensar en ello y a pasar una fantástica velada con su madre.

—¡Mamá! ¿Pedimos la cena? ¿Qué te apetece?

Cuando Leon entró en su dormitorio, su madre ya tenía sobre la cama todas las chucherías favoritas de Leon de cuando era un crío.

—¡Tachan! —Gritó su madre extendiendo los brazos.

—¿Pe-pero... —Quería preguntar Leon, muy asombrado de todo lo que había ahí. ¿En qué momento su madre había conseguido toda esa comida?

—Una madre no desvela sus secretos. —Respondió esta como leyendo sus pensamientos.

Leon caminó hacia el lado de la cama libre, sin dejar de mirar todas esas chuches, encontrando marcas que ya no existían, y que solían coincidir con sus favoritas.

—Estoy alucinando. —Dijo Leon. —¡Los Mr. Loops! ¡Guau! ¡Estos me encantaban de niño! Parece que explotan en la boca, con todo ese algodón de azúcar. ¿Recuerdas que un día me atragante y me salió Mr.Loops por la nariz?

—¡Sí! —Contestó la madre riéndose a carcajadas. —Me asusté mucho en ese momento. Pero después no podíamos parar de reír. Fue muy gracioso.

—Estuve una semana oliéndolo y bordeándolo todo a algodón de azúcar. ¿Los guisantes? Algodón de azúcar. ¿El filete? Algodón de azúcar. ¿Las barritas de pescado? Algodón de azúcar. —Los dos se reían sin parar. —Igual por eso me gusta ahora tanto el dulce.

—Fuiste goloso desde siempre. No le eches la culpa a Mr.Loops —Dijo su madre, dando palmaditas a su lado para que  Leon se sentara, mientras ella se ponía de pie y se acercaba a una televisión, que Leon no recordaba tener.

—¿Qué película quieres ver? —Preguntó su madre. —¿Tintín? ¿Asterix y Obelix? ¿Spiderman?

Leon pensó un rato.

—¿Sabes qué? Me apetece ver lo que tú quieras ver. —Contestó finalmente. —No sé cuál es tu película favorita, mamá. Siempre veíamos lo que yo quería.

—Bueno, es que eras un niño. —Dijo su madre.

—Pero ya no. —Contestó Leon, sonriendo. —Elige tú.

La madre de Leon, llevándose un dedo a la barbilla, pensó en qué  película deseaba ver.

—Lo cierto es que no me parece decente que no sepas cuál es la película favorita de tu madre. —Contestó esta, fingiendo ofensa. —Así que veremos mi favorita.

—¿Qué es...? —Preguntó Leon.

—¡Dirty Dancing! —Dijo su madre, llevándose las manos a la cara, ocultando la vergüenza de ser una gran romanticona.

—¿¡Dirty Dancing es tu película favorita!? —Repitió Leon. —Mamá, pensé que eras más modosita. Más del tipo, “La vida es bella”.

—¡Oh! ¡Esa es preciosa! ¡Creo que también es mi favorita! —Dijo corrigiéndose su madre.

—No, por favor, veamos Dirty Dancing. —Dijo Leon rápidamente, consciente de que lo último que le apetecía ver, era una tragedia.

—Decidido. ¡Vamos a bailar! —Dijo la mujer, con toda la energía, encendiendo la televisión, apagando la luz y sentándose en la cama al lado de su hijo.

Leon se recostó sobre el hombro de su madre, mientras esta de acariciaba el pelo, tal y como hacían cuando era un niño.

Comieron Mr. Loops, chocolatinas, regalices y un sin fin de chucherías y dulces que habían alimentado los viernes del pequeño Leon, cuando su familia estaba completa y feliz.

En esta ocasión, el Leon adulto no dijo nada en toda la película, pero se fue recolocando, buscando la comodidad, hasta acabar abrazado a la cintura de su madre con la cabeza apoyada en su abdomen.

La madre de cuando en cuando hacía algún comentario sobre lo guapos que eran los actores y lo bien que se movían. Sobre lo bonito del amor y la fuerza arrasadora que tiene. Sobre los poderes familiares y la importancia de estar unidos.

Hacia el final de la película, con un Leon totalmente somnoliento, su madre comenzó a hablarle.

—Mi niño. —Empezó.

—¿Sí? —Contestó Leon con la voz pesada.

—¿Le has dicho a Claire lo que sientes por ella?

—No. Me da miedo. —Contestó, medio dormido, cuando se dio cuenta de que eso no era cierto. —Espera. Sí que se lo he dicho.

Su madre sonrió, sin dejar de acariciar su pelo.

—Y, ¿qué te dijo ella? —Volvió a preguntar la mujer.

—Nada. —Contestó Leon, no recordando bien cómo habían sucedido las cosas.

—¿Nada? —Preguntó su madre.

—Es que... creo que no se lo dije en un buen momento. —Volvió a hablar Leon.

—¿Existe acaso un buen momento para algo así? —Preguntó de nuevo su madre.

—Es que creo que no teníamos tiempo para hablar. —Dijo Leon dubitativo. —Creo que nos estábamos despidiendo o algo así. 

—¡Ah! Ya entiendo. —Dijo su madre. —Pero, ¿crees que tienes posibilidades?

—Quiero creer que sí. —Contestó el rubio. —Tardé demasiado tiempo en decirle que la amaba.

—Nunca es tarde. —Contestó su madre. —Sois como Johnny y Baby. Cuando parece que está todo decidido, aparece Johnny, dice lo que siente por ella y la rescata de su mundo.

»Parecía demasiado tarde, pero míralos. Al final se van juntos.

»Si sabes que es ella, hijo mío. Ve a por ella. No la dejes escapar. Haceos felices.

—Es ella. No he tenido nada más claro en toda mi vida. —Volvió a hablar Leon, que se estaba quedando profundamente dormido.

—Muy bien mi leoncito.

—Oye, mamá. 

—¿Sí?

—Te quiero mucho. 

—Y yo a ti, mi niño. Mucho, mucho, muchísimo.

—Te echaba mucho de menos. Me hiciste falta muchas veces.

—Lo sé, mi amor. Lo siento. Siento haberte dejado tan pronto.

—Odio a mi padre.

—Lo sé. —Dijo su madre. —Tiene muchas explicaciones que dar.

—Fue una puta pesadilla vivir con él.

—Lo sé. —Contestó su madre, con pesar. —Me ha decepcionado mucho.

—Jamás superó tu muerte. —Volvió a decir Leon. Quedándose cada vez más dormido. —Mi padre murió el mismo día en que moriste tú mamá. —Volvió a intervenir el rubio. —Y conmigo se quedó alguien a quien nunca reconocí.

La madre de Leon comenzó a llorar en silencio, sin dejar de acariciar la cabeza de Leon.

—Algún día, mi niño, nos reuniremos los tres y nos diremos todo lo que se quedó en el tintero.

Leon estrechó más para sí la cintura de su madre.

—¿Mañana repetimos el plan? —Preguntó Leon, ya casi sin voz. Luchando por mantenerse despierto.

Su madre siguió acariciando el pelo de su hijo sin saber qué contestar, secando sus lágrimas, pero con una voz muy temblorosa.

—Mañana no podrá ser, mi leoncito.

—¿Por... qué... no? —Preguntó Leon, que ya casi no estaba ahí.

—Porque este no es tu sitio, mi niño. Y mañana ya no estarás aquí.

Leon giró el rostro hacia el vientre de su madre, inspirando el olor a jazmín y dejando que las lágrimas salieran libres por sus ojos.  

—Pero yo no quiero irme, mamá. —Dijo el rubio, con las últimas fuerzas que le quedaban.

La madre se dobló hacia adelante y besó la cabeza de su hijo sin dejar de acariciarle.

—Nos volveremos a encontrar cuando llegue la hora mi niño. Te lo prometo. Pero ahora tienes que volver, cariño. Con Claire.

»Tienes que sobrevivir.

—¿Tengo que seguir luchando? —Preguntó Leon en su cabeza.

—Sí, mi León. Tendrás que luchar mucho. Y mucho más en los años venideros. —Contestó su madre leyendo sus pensamientos. —Ahora duerme mi niño. Duerme y vuelve al lugar del que no debiste irte tan pronto.

—Te quiero mamá. —Repitió Leon, una vez más, estrechando el cuerpo de su madre, dejando que las lágrimas fluyeran por sus mejillas, prometiéndose no olvidar ese momento.

—Te quiero, Leon. —Dijo su madre, en un susurro, abrazando fuerte a su hijo, mientras los dos se desvanecían en el velo que separa los dos mundos.

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Justo cuando Claire se disponía a apretar el gatillo, un sonido, como de arrastre, llamó su atención.

Giró el rostro a sus espaldas y, tanto ella como el doctor, miraron el cuerpo sin vida de Leon en el suelo.

No había nada más ahí que el cuerpo del rubio, que seguía en la misma posición en la que lo había dejado Claire.

“¿Qué ha sido eso?” Preguntó la voz en la cabeza de la pelirroja. “¿Qué importa? Matemos a ese cabrón” Contestó la segunda voz, refiriéndose a el doctor.

Claire volvió su atención hacia el científico, con la Silver Ghost  apuntando directamente a su cabeza. 

Boris volvió a mirar hacia la pelirroja, con ojos suplicantes y una sola mano en alto.

Pero entonces, de nuevo, cuando se disponía a disparar, un sonido la sacó de sus intenciones. Esta vez el sonido había sido abrupto, contundente, imposible de ignorar.

Claire miró tras de sí de nuevo, comprobando que no había nada, salvo el cuerpo de Leon. 

Pero, espera. 

Una de las manos de Leon, que Claire se había afanado en dejar apoyada sobre su propio abdomen, estaba sobre el suelo con la palma hacia arriba.

Era imposible que alguien hubiera entrado ahí y hubiera tocado a Leon sin que ella lo viera. Pudiera ser que la mano se resbalara por su propio peso y cediera, pero los codos estaban bien apoyados en el suelo. No parecía muy plausible.

Al no ser...

Claire se mantuvo quieta, con los ojos muy abiertos, mirando a sus espaldas el espacio entre ella y Leon. No estaba imaginando cosas, ese cambio mínimo era real. Pero una sola mano cayendo no podía hacer tanto ruido.

Fue entonces cuando, con extremo asombro, tanto Claire como el doctor, vieron el cuerpo de Leon sufrir una convulsión sostenida, donde elevaba su pecho del suelo a una distancia de dos palmos, contorsionando de nuevo su columna, dibujando casi una “c” perfecta.

Después volvió a dejarse caer en el suelo, con el peso y la languidez de alguien que no terminaba de estar vivo.

Sus piernas sufrieron un espasmo, donde una se doblaba hacia arriba y otra giraba un pie.

Sus dedos también sufrieron un espasmo sostenido y tenso, antes de volver a la relajación.

—¿Qué está pasado? —Susurró la pelirroja, bajando su arma y aproximándose a Leon.

—No tengo ni idea. —Contestó el doctor con el mismo tono. —Tal vez sean espasmos musculares post mortem.

Entonces la pelirroja se agachó junto al cuerpo de Leon. Colocó de nuevo su mano sobre su abdomen, y observó su rostro.

Seguía igual que antes. Relajado y plácido.

Pero entonces, volvió a convulsionar. Esta vez las convulsiones eran seguidas, se repetían y movían todo el cuerpo de Leon con brutalidad.

Claire, sin pensarlo, colocó sus manos debajo de la cabeza de Leon para evitar que se la golpeara contra el suelo.

—¡Dios mío! ¡¿Pero qué le pasa?! —Gritó Claire, quien quería echarse a llorar ante la imagen realmente aterradora de ver el cuerpo de Leon sufrir todos esos espasmos musculares y todas esas convulsiones.

—¡No lo sé! ¡No lo sé! Hasta ahora los sujetos masculinos morían sin más. Estos espasmos no son normales. —Decía el doctor que se había aproximado a ellos, manteniendo las distancias prudenciales.

Entonces Leon apretó los dientes y cerró con fuerza sus ojos, mientras trataba de elevar su torso doblándose hacia delante. Pero Claire, que estaba justo detrás, lo cogió por  los hombros y empujó hacia el suelo, para evitar  que se golpeara desde más altura.

Fue un momento tensó, donde Leon estaba ganando en fuerza, consiguiendo elevarse cada vez más y más, sudando a mares y dejando salir un sonido gutural de entre sus dientes; mientras, Claire usaba las fuerzas que le quedaban en mantenerlo pegado al suelo, implicando incluso las rodillas para ello.

Leon golpeó el suelo con sus puños y plegando las rodillas elevó su pelvis, doblándose antinaturalmente. Con una pierna, comenzó a golpear el suelo con fuerza, provocando sonidos que hacían eco por los pasillos oscuros tras la puerta guillotina.

Entonces, el cuerpo de Leon, después de semejante demostración de fuerza y flexibilidad, volvió a desplomarse sobre el suelo de forma lánguida.

Claire, secando sus lágrimas y sin apartar sus ojos de él, se percató de algo extraordinario. Algo que ella no podía creer que fuera real.

¿Tal vez después de todo ella hubiera muerto y ahora estuviera soñando?

El pecho de Leon se elevaba y descendía suavemente a un ritmo regular.

Estaba respirando.

Claire tomó el pulso del rubio en su arteria carótida, y efectivamente tenía pulso. Un pulso fuerte y estable.

¿Leon estaba vivo?

—¿Le-Leon? —Susurró la pelirroja, retirando hacia atrás el pelo de Leon con dedos temblorosos. —¿Puedes oírme? —Volvió a susurrar.

Ella estaba a punto de sufrir un infarto. Hasta que Leon no abriera los ojos y le dijera que estaba bien, ella no creería lo que estaba viendo.

Acercó su oído a su boca, y Leon respiraba. Volvió a tomar su pulso, y seguía pulso. Era innegable.

Joder, si estaba soñando, la pelirroja no quería despertar.

—Leon. —Llamó ahora con más fuerza. —Leon, despierta. Despierta, por favor. —Volvió a decir con la voz quebrada. —Por favor, dime que estás vivo. —Suplicó la pelirroja, bajando la cabeza y llevándose las manos a la cara, llorando sin consuelo.

El doctor, se aproximó un poco más, porque no creía lo que estaba viendo.

Ese hombre, ¿estaba respirando? Eso era del todo imposible. ¡Imposible!

—No puede ser. —Susurro el viejo. —¡No puede ser! —Repitió de nuevo, moviendo los ojos de un lado para otro por cuerpo de Leon y quitándose las gafas, para pensar.

—Leon si puedes oírme, abre los ojos. —Pidió Claire, volviendo su atención al rostro del rubio. —Estoy aquí, contigo.

Claire tocó la cara del agente especial, y encontró que empezaba a coger algo de color y temperatura.

—Fueron cientos los sujetos masculinos que murieron en el laboratorio. Todo ellos presentaron los mismo síntomas cuando colapsaban y después morían en el acto. En el transcurso de 24-48h después de la muerte, se procedía a  su disección, donde se demostraba que el virus G mutaba cada órgano haciéndolo puré.  

»Es una cuestión cromosómica, no tiene ningún sentido que se haya adaptado a un hombre. ¡No puede ser! ¡No puede ser! —Seguía hablando para sí el doctor, murmurando paso a paso momentos claves de su investigación con hombres y pareciendo un científico chiflado que no encontraba la solución a un problema.

—¡Pues tiene pulso y respira! —Le dijo entonces Claire. Mirándole con odio y resentimiento.

—¡Pero no puede ser! —Gritó el científico.

—¡Míralo por ti mismo! —Le devolvió el grito Claire.

—¡El virus G responde a una cuestión cromosómica! ¡Inadaptable al cromosoma Y, sino destructible! Al contrario de la respuesta con el cromosoma X donde se adapta y lo evoluciona, cambiando así la propia estructura del huésped y del propio virus... —El doctor entonces se calló y, frunciendo el ceño, sintió que algo empezaba a encajar. —Claro que... para ser exactos... el agente Kennedy no fue infectado con el virus G.

—¿Cómo? ¿Qué quieres decir? —Preguntó Claire, que necesitaba saber si Leon sobreviviría o no, dentro del estado inconsciente en el que se encontraba.

—Si lo analizamos a nivel microcósmico, por tu sangre no corre el virus G en su forma más pura.

»Tus anticuerpos han ido modificando el virus para que este fuera adaptable. Para que nos entendamos, tú funcionas como un filtro. Cualquier humano funciona como un filtro. Cuando el virus entra, no sale exactamente con todas las propiedades con las que entró en el huésped. Suelen ser modificaciones ínfimas, por eso existen los contagios, pero ya no es igual al virus principal.

»El virus G que ha entrado en el torrente sanguíneo del agente Kennedy no es más que un sucedáneo del verdadero virus G... y esa podría ser la razón por la cual no ha acabado con él.

Tanto el doctor como Claire miraron al rubio, que seguía plácidamente dormido, pero vivo.

—¿Quieres decir, que vivirá? —Preguntó Claire, sintiendo una esperanza tan inmensa en su interior, que, como finalmente esa no fuera más que una broma del destino, era capaz de quitarse de en medio para siempre.

—No lo sé. —Contestó el doctor con honestidad. —Es la primera vez que me encuentro con esta situación.

»Es muy interesante, tendría que poder estudiarlo.

—No vas a tocarle ni un pelo mientras yo esté viva. —Respondió rápidamente Claire.

—No comprendes la importancia de este hito. —Respondió Benedict. —Podríamos estar ante la respuesta que tanto tiempo llevábamos buscando.

»Si el virus G, tras pasar por un filtro cromosómico, es adaptable a los cromosomas masculinos. Podríamos lograr aquello para lo que tanto hemos investigado. 

»Conseguir armas biológicas sin precedentes.

—Sigues siendo un hijo de puta. Y morirás siendo un hijo de puta. —Le dijo Claire, con veneno en la voz. —Todavía, para ti, lo único importante son tus experimentos.

»Vas a morir. Y lo único importante, ¡son tus experimentos!

»¿Cómo puede existir alguien tan despreciable?

—La ciencia salva vidas.

—Tú ciencia no. Las destruyes, Boris.

—Se te ve muy infeliz pudiendo acabar con cada monstruo que se te pone por delante. —Dijo el doctor con ironía. —Vamos, por favor. Reconoce que te sientes genial.

—¡Qué te den! —Dijo Claire poniéndose de pie. —¡Ya estoy harta de ti! —Volvió a gritar, apuntándole con la Silver Ghost de nuevo. —¡No tienes ni idea de cómo me siento! ¡Ni de cómo me quiero sentir!

»Sí. Me alegra saber que puedo defenderme en este pozo de monstruos y muerte. Pero para empezar yo no debería estar aquí; y para terminar, ya me he enfrentado a todos ellos en el pasado, ¡y sobreviví!

»No necesité convertirme en un monstruo más temible para hacerlo. No te debo nada.

»Lo que más me jode de matarte ahora mismo, es no escucharte pedir perdón.

En ese instante, Leon comenzó a toser.

Claire y el doctor, le miraron mientras el rubio se incorporaba apoyándose en los codos y,  sin dejar de toser, el agente abrió sus ojos, viendo sombras borrosas y dobles que danzaban ante él y que le revolvían el estomago.

Un sonido grave y amortiguado sonaba a su alrededor y hacía vibrar su oído interno de manera que le estaba provocando una fuerte jaqueca.

¿Dónde estaba su madre? ¿Seguía en casa? ¿Por qué se encontraba tan mal?

Entonces Leon sintió nauseas.

Su laringe espasmódica estaba preparándose para vomitar, y el velo del paladar se estaba tensando ante las arcadas que su estómago le estaba provocando.

Entonces, la glotis se cerró  con fuerza, protegiendo la tráquea y Leon se giró rápidamente, colocándose en cuadrupedia, para  vomitar.

De su interior solo salía bilis, pues su estómago estaba vacío.

Sus costillas y músculos abdominales, seguían ejerciendo fuerza para ayudar a su cuerpo a vomitar, y por la presión en sus capilares a reventar, a Leon se le saltaron algunas lágrimas de los ojos como respuesta refleja.

Seguía escuchando ese ruido cacofónico y opaco que se le estaba haciendo insoportable y que no ayudaba a sus nauseas, cuando le entraron unas ganas horribles de orinar.

Leon se puso de pie, descubriendo que la fuerza de la gravedad estaba pudiendo con él. Dificultando sobremanera mantener el equilibrio mientras el suelo parecía tambalearse y su visión seguía sin ser completa.

Pasando por encima de su vómito, arrastró los pies hasta el espacio que existía entre el módulo y la cabina de W.C. y, bajándose la bragueta, miccionó ahí en medio, de espaldas a Claire y al doc, apoyando su peso sobre un brazo que descansaba en la pared de la cabina.

Mientras orinaba tuvo varias arcadas más, pero no llegó a vomitar.

Cuando acabó y subió su bragueta, comenzó a temblar.

Tenía mucho, muchísimo frío.

Dio un par de pasos más, hasta colocarse en el frontal del módulo, y ahí se sentó en el suelo, apoyando la espalda en dicho módulo y abrazándose las rodillas. Haciéndose una bolita, enterrando la cabeza hacia dentro, tratando de conservar el poco calor corporal que le quedaba.

Mientras todo eso ocurría, Claire y el doctor habían dejado de discutir, observando al rubio.

Claire, en un estado imposible de describir en una sola palabra. Feliz sin duda. Asustada también. Temerosa, incrédula hasta la médula. Tenía miedo de que lo que sus ojos estaban viendo no fuera real. Tenía miedo de hacerse ilusiones y que, igual que Leon se había ido y vuelto, se marchara de nuevo.

Y ella no podía soportar más dolor. Era una locura de emociones las que estaba experimentando la pelirroja. ¿Cómo era posible que tuviera la fuerza física y mental de superar todo eso?

El doctor por su parte, observaba con desconcierto y admiración. Había logrado algo que ni todo su equipo en varios años habían podido siquiera acercarse. Adaptar el virus G a los cromosomas XY.

Si Leon presentaba la clase de poderes que ya estaba presentando Claire, iba a ser una bestia sin precedentes. 

Y los dos juntos, iban a ser los dueños del mundo.

El viejo solo esperaba que los vómitos y la orina no fueran la forma del cuerpo de Leon de expulsar lo que quedara del virus G dentro de sí.

Se hacía absolutamente imprescindible estudiarlo.

En ese momento, Leon, que parecía más estabilizado, comenzó a recuperar la visión nítida. Y al ver donde estaba, recordó todo lo que había pasado.

Y todo lo que acababa de vivir, ver a su madre, a Luis y Marvin, comer su dulce favorito, estar en un sitio increíble en verano... todo eso no había sido real. Solo había estado soñando. O tal vez no.

El rubio se sentía tan desamparado, tan desarropado y tan solo en esos instantes. 

Soñar con su madre había sido algo bastante único, por lo infrecuente que se había vuelto algo así desde que el trauma llegara a su vida.

Y joder, nadie sabía cuánto la echaba de menos.

El agente especial quería estar solo, en su casa, en su cama, llorando hasta drenar su dolor y después ya seguiría adelante.

Pero no podía ser.

Estaba en los laboratorios Trizom, en la sección de la trituradora. Estaba rescatando a Claire, la chica a la que amaba y que le gustaba a su madre.

Y el científico que los acompañaba, le había matado.

Leon entonce levantó la vista, y miró por debajo de sus cejas al viejo, que lo observaba a mucha distancia, como un conejito ante su depredador.

Leon, apoyando las manos en la estructura a sus espaldas se puso de pie, sintiéndose de repente muy bien consigo mismo y muy fuerte, sin aparatar su ojos de su objetivo. El doctor.

Avanzó hacia él, con paso decidido, mientras el viejo abría los ojos y retrocedía con temor.

—Leon. —Llamó Claire cuando este pasó por su lado, como si no la hubiera visto.

Leon en ese momento solo veía una cosa. A un viejo decrépito, con gafas de pasta, un ridículo bastó y mierda en sus calzoncillos.

Entonces, una mano se apoyó en el pecho de Leon, reteniéndolo. 

El rubio, cogió con fuerza la muñeca de esa mano, y la apartó de sí mismo, encarando ahora  la persona que se estaba interponiendo en su camino. Y entonces, cayó en un océano profundo, de un azul tan intenso y eléctrico que no podía ni quería escapar de él.

Era Claire.

—Leon. —Volvió a decir Claire, con lágrimas cayendo de sus ojos. —¿De verdad estás aquí?

Leon, sin pensarlo dos veces, abrazó a la pelirroja, sintiendo el fuerte abrazo de vuelta al rededor de su cuello, y dejándose llevar por la emoción de estar de nuevo con ella. 

—Claire. —Dijo Leon, estrechándola con más fuerza pero permitiendo que la pelirroja siguiera respirando. —Claire. —Repitió el rubio,  como deseando que fuera cierto y no otro sueño producto de su imaginación.

Claire apretó entre sus brazos a Leon. Estaba vivo. Estaba caliente. La estaba abrazando.

Besó su cuello, su trapecio, su hombro.

Olió su pelo y lloró, mientras sus manos se movían desesperadamente por la espalda y la nuca y la cabeza del agente especial, queriendo sentirle y recargarse de él hasta explotar. Agarrándole fuerte por la camiseta, para impedir que se volviera a ir de su lado.

Leon levantó a Claire del suelo, clavando sus dedos en su carne y perdiéndose en el pelo de fuego de Claire, sintiendo un alivio muy intenso al volver a sus brazos y saber que estaba bien y que seguían ahí, juntos.

Mientras nuestros queridos protagonistas se fundían en el abrazo del reencuentro, el doctor Benedict, cojeó hasta acercarse a la cámara de vigilancia a través de la cual Alexis Belanova estaba observándolo todo, suplicándole que le sacara de ahí, pues el viejo ahora sí que no esperaba poder salir de aquella.

No habría palabras que les detuvieran. Se había atrevido a atacara al agente especial y de la forma mas sucia. Y se imaginaba que lo matarían de la forma más horrible posible.

Fue entonces cuando la pequeña luz roja parpadeante de la cámara, se apagó. Y la cabeza pivotante de la lente, descendió apuntando hacia el suelo, dándole por completo la espalda al doctor.

Benedict, sabiendo que no podría esconderse en el módulo cuya puerta estaba rota; y que abajo en la trituradora había un camino sin salida, decidió cojear a toda velocidad hacia la oscuridad por donde habían entrado anteriormente los Tyrant. Era arriesgado, sin duda, pero al menos, mejor que quedarse ahí.

Justo cuando pensaba que había pasado de largo a Claire y Leon, —que seguían abrazándose acarameladamente. —, estando ya muy cerca de la entrada a las sombras, una bala atravesó la rodilla sana del doctor, reventándola en astillas de hueso dentro de sus propios ligamentos y musculatura.

El doctor cayó al suelo de bruces, golpeando su cara contra el suelo, empezando a sangrar por la boca.

Comenzó a gritar de puro dolor. Era tan insoportable como lo recordaba y la sangre no tardó en salir a borbotones por las heridas abiertas.

Cuando se giró, retorciéndose y gritando, pudo ver a Claire con el brazo estirado, sosteniendo la Silver Ghost después de haber disparado el arma contra el doctor, mientras seguía abrazada al cuello de Leon con la otra mano.

—¡Claire! —Gritó el doctor. —¿Por qué? ¡Déjame vivir! ¡Él está vivo! ¡Es como si nunca le hubiera hecho nada! 

Leon soltó la cintura de Claire y, separándose de ella,  de nuevo enfocado en el doctor, se acercó al animalillo herido y, clavando sus dedos en la nueva rodilla reventada, levantó y arrastró el pequeño y enjuto cuerpo del doctor hasta la barandilla.

El científico gritaba y gritaba de dolor, apenas pudiendo pronunciar las palabras que él creía le salvarían la vida, y tratando en vano frenar su arrastre con sus manos sudorosas sobre el suelo.

—¡Claireee! ¡Claireee! —Gritaba Boris, girando el rostro para mirarla mientras Leon se alejaba de su posición. —¡Protégeme! ¡Ayúdame! ¡Soy tu padre!

Claire no contestó nada. Solo podía sentir un alivio enorme al imaginar que por fin, el horrible doctor Benedict iba a dejar de existir.

Claire siguió a Leon hasta el borde de la barandilla por dónde entendía que Leon iba a arrojar al doctor.

El rubio soltó la rodilla del viejo y, cogiéndolo por la pechera, lo levantó del suelo y, sintiendo que pedía fuerzas, lo apoyó de espaldas a la barandilla, mientras agachaba la cabeza recuperando el aire.

El doctor, consciente de esta pérdida de fuerza del agente especial, comenzó a buscar las tijeras que hubiera cogido cuando les atacaron anteriormente los Tyrant.

—Agente Kennedy. Por favor, no me mates. ¡Por favor, puedo ser de utilidad! —Le decía, con manos temblorosas que no conseguían sacar las tijeras de su pantalón, tan nervioso y dolorido como estaba.

Leon alzó la cabeza, todavía cansado, pero con la energía suficiente como para acabar con lo que había empezado.

Volvió a elevar del suelo al doctor, pasando sus glúteos por encima de la barandilla, pero el doctor se agarraba con fuerza a los barrotes con los cuádriceps y la mano que tenía libre, mientras Leon seguía empujando. 

Los dos hombres gruñendo.

Leon le propinó un rodillazo a Boris en la rodilla sangrante, provocando más alaridos por parte  del viejo.

Entonces Benedict, consiguió sacar las tijeras de sus pantalones, y cogiéndolas con fuerza, levantó en alto su brazo para apuñalar a Leon en el hombro más cercano.

Pero el agente especial, fue mucho más rápido. Y en dos movimientos había luxado la muñeca del doctor, conseguido la posesión de las tijeras y clavarlas de un golpe seco en el cuello del científico.

El anciano, con los ojos muy abiertos, sin dar crédito a que le acababan de herir mortalmente, se palpaba el cuello, encontrando las tijeras clavadas en su piel.

Un borbotón de sangre se derramó por su boca, mientras Leon seguía empujando al viejo a caer a través de la barandilla.

Benedict miró una última vez a Claire, extendiendo una mano en su dirección. Pero la pelirroja observaba la escena con los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada. Haciendo que el viejo se fuera con todo su odio.

Benedict se agarró con la poca fuerza que le quedaba a los brazos de Leon, y le miró a los ojos, encontrando en ellos puro hielo. No había piedad a la que rezar dentro de ese hombre.

Y sin poder resistirlo más, el doctor Benedict B. Bordet, cayó por el precipicio de la trituradora, y murió junto a todos sus queridos experimentos fallidos. Como fallido resultó ser él como hombre.

Leon, apoyado en la barandilla, miró hacia abajo, pudiendo distinguir el cuerpo del científico ahora que ya no había tantos cadáveres en el fondo y, decepcionado, descubrió que el alivio que sintió al matar al hombre que le había matado a él, no era tan grande como su dolor.

Cansado, se dejó descender hasta el suelo, sentándose y, de nuevo, abrazando sus rodillas.

Y sin saber muy bien por qué, el agente especial comenzó a llorar.

Estaba realmente muy abrumado. 

La situación de un agente especial en una misión, es siempre muy compleja y te mantiene en niveles de estrés muy elevados.

Cuando esa misión es secreta y además está en juego la vida de la mujer a la que amas, esos niveles de estrés se vuelven infernales, como para perder fácilmente la cordura.

Pero cuando además de todo eso, añades haber muerto, entonces  el tema se vuelve realmente de locos.

Y si además vuelves a la vida, teniendo que despedirte de la mujer que te trajo al mundo, después de toda una vida sin ella, y despiertas de nuevo en el infierno que dejaste atrás, te volvías emocionalmente insostenible.

Y por último, si todo esto lo coronas con añadir otro nombre a la lista de hombres a los que Leon había matado, con el peso que eso suponía para el rubio, entonces llorar desconsoladamente, como un crío que se cae en el parque, no es la respuesta más dramática de todas.

Claire se acercó a Leon y se arrodilló frente a él, acariciando su cabeza y sus hombros, que temblaban al son de su llanto.

—Déjame entrar. —Susurró la pelirroja.

Leon entonces desentrelazó sus brazos, abrió sus piernas y dejó que Claire se acercara.

Claire cogió el mentó de Leon y lo levantó hacia su cara para mirarle a los ojos. Esos cielos lluviosos de verano, tan hermosos como siempre,  que la conmovían hasta el extremo de su alma.

—¿Puedo llorar contigo? —Le preguntó la pelirroja, sintiendo sus propios ojos volver a la carga con otra ronda de lágrimas.

Leon no respondió, pero abrazó la cintura de Claire, atrayéndola más hacia él, hundiendo su cara en su pecho y  quedándose ahí anclado, desahogando todas esas emociones que lo estaban volviendo loco.

Por su parte, Claire abrazó la cabeza del rubio, y en silencio, recibió su llanto y su dolor, al tiempo que ella soltaba su propio lastre, que estaba más enmascarado por la felicidad de tener a un Leon al que poder consolar, porque estaba vivo; que seguir adelante sola el camino de una vida, que no quería vivir.

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

Ninguno de los dos estaba seguro de cuánto tiempo habían permanecido ahí, abrazados, llorando, descansando sus mentes y sus emociones. Liberándose de la pesada carga que eran.

No tenían tiempo que perder. Los dos lo sabían.

Pero darse ese momento, era elemental tanto para él como para ella.

Cuando Leon hubo dejado de llorar, permaneció todavía un rato más abrazado a la pelirroja, con los ojos cerrados y simplemente respirando. Sintiéndose a salvo. Como en un oasis.

La pelirroja, continuó abrazando al rubio, masajeando su nuca y acariciando su pelo. Oliendo su aroma y grabando cada centímetro de él en su cuerpo, por si no hubiera otra vez. Pues Claire todavía temía por la salud de Leon, no sabiendo si estaba fuera de peligro.

Por fin, Leon tuvo el ánimo de separarse de Claire, echándose hacia atrás y secando los resto de lágrimas de sus ojos.

Claire peino su pelo con los dedos y le dejó un beso sobre la frente.

El rubio se veía fatal. Muy pálido y ojeroso. Necesitaba reponer fuerzas, así que Claire se puso de pie y sacó de las riñoneras que había atado alrededor de su cuerpo, una bolsa de agua y otra de comida irradiada. Y se las entregó al rubio.

Leon los cogió y primero atacó el agua.

Todo era mucho mejor con el agua. Había llorado tanto. Había vomitado y orinado y vuelto a llorar y sudado a mares... se sentía completamente deshidratado y ese agua que estaba entrando en su boca y bajando por su laringe, hidratando el interior del rubio, se sentía como el primer café de la mañana. Pura gloria.

Después de dar un buen trago, el rubio abrió la asquerosa comida irradiada y comenzó a comerla como si de verdad ese fuera un manjar digno de las manos de Marvin.

No sabía cuánta hambre tenía hasta que empezó a comer.

—¿Te sientes mejor? —Preguntó Claire, sentándose a su lado.

—Mucho mejor. —Contestó Leon, pasándole a Claire el agua.

Claire lo cogió y le dio un sorbo. Ella también necesitaba recuperar fuerzas. Entre su nueva transformación, el dolor de la perdida y la alegría del reencuentro, se sentía realmente agotada.

Pero ese descanso entre lágrimas, y poder beber  agua, estaban ayudando.

Leon le pasó la comida irradiada a Claire, y esta comió. Sin duda, lo estaba necesitando.

Los dos comieron, bebieron y recuperaron las fuerzas en completo silencio.

En ese preciso instante, escucharon golpes detrás de la puerta estanca por donde ellos habían entrado a la trituradora.

Los hombres de Alexis ya estaban ahí. 

Y aunque les llevaría un buen rato tirar esa puerta abajo, los tenían mucho más cerca de lo que Leon deseaba.

—Nos tenemos que ir. —Anunció entonces Leon, poniéndose de pie y ayudando a Claire a levantarse.

—La calma no dura mucho por aquí. —Dijo la pelirroja, buscando en una de las riñoneras los botecitos con el líquido limpiador de dientes. 

Ella deseaba lavárselos, e imaginaba que Leon, después de haber vomitado sangre y bilis, lo deseaba más que ella.

Y así era. El rubio se sintió mucho más persona cuando se lavó los dientes. Y cuando volviera a casa y se diera una ducha, iba a sentirse renacido. Metafóricamente hablando. Ya había probado la forma literal y no era tan genial como la gente pudiera creer.

—Te devuelvo tus riñoneras y el arnés. —Dijo Claire, desabrochándose todos los efecto personales que anteriormente hubiera cogido de Leon. —Y ahí tienes el chaleco antibalas. —Añadió señalando al lugar en el suelo donde se había quedado, muy cerca del vómito del agente.

—Te quedaba bien toda esta equipación. —Dijo Leon, con una sonrisa vaga en los labios. 

Todavía se sentía raro en su propio cuerpo. Pero trataba de volver a la normalidad.

—No tanto como a ti. —Respondió la pelirroja, sonriéndole más ampliamente, mientras Leon seguía abrochando todas las cinchas alrededor de su cuerpo, y cogía el rifle de asalto que Claire le entregaba, así como la Silver Ghost.

Los golpes en la puerta eran ahora más contundentes. Como si la estuviera tratando de volar desde el otro lado.

Leon cogió su linterna y entró, delante de Claire, en el espacio más allá de la puerta guillotina. 

Se trataba de  un cruce de caminos. Podían seguir de frente, o tomar el pasillo de la izquierda o tomar el de la derecha.

Ellos querían ir al invernadero antes de seguir con su ruta hacia la libertad, así que tomarían el camino de la izquierda.

Pero antes tenían que cerrar la puerta guillotina, para asegurarse de que no les pisaran los talones.

Al otro lado, la puerta poseía los mismos pulsadores para abrir y cerrar que hubieran en el lado de luz. Pero la cuestión es que había que inutilizara.

Cuando Claire pasó al otro lado tras Leon, calcó el pulsador rojo, haciendo que la puerta comenzara a descender.

Entonces Leon pudo ver, entre la pesada puerta y los marcos por los que esta descendía, el sistema de polea que empleaba la puerta para subir y bajar. 

Así que el agente especial, cogió dos granadas, retiró las anillas, colocó dichas granadas en la polea y, alejándose de ahí a trote ligero con Claire, agachándose y tapándose los oídos, las granadas explotaron, el sistema de poleas reventó, y la vieja y oxidada puerta guillotina de la sala de trituradora, se descolgó con un  fuerte golpe que hizo temblar los cimientos que la sustentaban, quedando completamente inutilizada y sirviendo de escudo protector para Leon y Claire.

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

 

Notes:

Agradecimiento especial a Emma Rojo (@raposasorprendida) por corregir la composición de la ilustración. ¡Gracias!

Chapter 13: El momento de poder acercarme a ti

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Cuando la pesada puerta guillotina golpeó el suelo, este reventó, levantando una fuerte y espesa polvareda que se sostenía en el aire como un abrazo incómodo.

Por no mencionar el estruendo que comenzó a hacer eco por los pasillos que continuaban a partir de ese cruce de caminos, y que parecía molestar a las criaturas que se escondían en la oscuridad y que gemían como quejándose.

Leon se levantó y, a falta de luz, encendió su linterna, colocándola debajo de su rifle de asalto.

El agente especial todavía se sentía un poco mareado, y le venían oleadas de fuerza y debilidad a intervalos muy cortos que le hacían sentir bastante enfermo. Pero tenía que seguir adelante. El juego no había acabado y todavía les quedaba un largo viaje hasta alcanzar la libertad.

Enfocó a sus espaldas, hacia la puerta que acababa de inutilizar, y lo único observable era una cortina de humo y polvo que no le permitía ver más allá, por donde escuchaba claramente gruñidos y gritos de bestias que se habían despertado por el alboroto.

Se giró enfocando al frente, por el camino de la izquierda donde estaban. El que pretendían seguir. Era oscuro y tétrico, pero despejado.

Leon se colgó el rifle de asalto del hombro y le ofreció una mano a Claire, para ayudarla a incorporarse.

—¿Estás bien? —Preguntó el rubio.

Claire, que se mantenía en cuclillas con los oídos tapados y los ojos cerrados, al escuchar a Leon miró hacia arriba y le vio alargando su brazo hacia ella. Aceptando la ayuda, cogió la fuerte mano de Leon y se incorporó en medio de esa oscuridad tan egoísta.

—Sí. —Contestó la pelirroja. —Estoy bien. Los ruidos fuertes me alteran un poco, pero estoy bien. ¿Tú?

—Todo bien. —Contestó Leon, sabiendo que no era cierto.

Poco después de volver de la muerte, Leon se preguntó sobre cómo era posible que hubiera sido capaz de volver. El doctor Bordet había sido muy claro. Los cromosomas masculinos eran inadaptables al virus G.

Pero entonces empezó a recordar y discernir los significados cacofónicos de aquellas voces distorsionadas y opacas que le taladraban el oído interno y que ahora comenzaban a tener sentido.

Escuchó entonces la teoría del doctor sobre como el virus G que corría por las venas de Leon, era en realidad un sucedáneo del virus original. Y  pudiera ser que esa fuera la razón por la que no le había matado.

Pero entonces, ¿qué implicaba eso? ¿Leon estaba contagiado o no? ¿Sobreviviría a esa misión? ¿Sufriría cambios físicos como Claire, para bien o para mal? 

Desde luego esas preguntas ya no se las podía responder el doctor. Aunque al rubio no le pesaba demasiado. Si conseguían salir de esa, ya investigarían el asunto. 

Aún así, Leon no paraba de darle vueltas al tema en su cabeza. Pero el presente era el que era. Él estaba vivo. Y se había librado para siempre del doctor Frankenstein aka Benedict Bordet aka Boris.

 —Teniendo en cuenta que podría ser el nuevo mesías, me encuentro genial. —Añadió el agente especial con ironía.

Claire se río vagamente ante esa broma sobre que Leon fuera  Jesucristo por haber resucitado. Pero era también una risa nerviosa, pues no le gustaba nada el lugar donde se encontraban.

Mirara donde mirara la pelirroja, solo había oscuridad. Y eso la hacía sentir muy vulnerable pues no podría distinguir a un B.O.W que se le pusiera a un palmo de distancia para defenderse a tiempo.

Sin mencionar que los ruidos que les rodeaban, le ponía el bello de punta.

Leon se metió la linterna en la boca y cogió el mapa, —que antes le hubiera entregado Claire. —, para memorizar el camino hasta el invernadero.

Claire se acercó a Leon para mirar el papel y memorizar a su vez cada giro. Al fin y al cabo dos mentes pensaban mejor que una. Y no dejaba de ser la excusa perfecta para acercarse al hombre que amaba y que acababa de recuperar casi milagrosamente.

Y ahí, a su lado, respirando casi el mismo aire que él, su cabeza empezó a divagar. 

Qué bien olía Leon. Cómo te gustaba su cara. Ese dedo que señalaba el recorrido en el mapa, debería recorrer otro tipo de mapa de carne y hueso. Y Claire, que acababa de caer en su particular pozo del deseo, por un momento se abstrajo de la realidad y se mordió el labio inferior, siguiendo con los ojos el movimientos de traslación de ese dedo. Un dedo que para Claire no era un simple apéndice más. Nada en Leon era solo algo simple.

Entonces el movimiento de ese dedo se detuvo. Y cuando Claire se dio cuenta, miró hacia arriba, y vio a Leon mirándola. O más concretamente, mirando sus labios.

Inmediatamente, Claire soltó su labio inferior y carraspeando se alejó mínimamente de Leon, apretando con fuerza su fusil, aparentando normalidad.

Era increíble como los dos podían perderse el uno en el otro, teniendo en cuenta las circunstancias que los rodeaban.

Entonces Leon plegó de nuevo el mapa y sacando la linterna de su boca, cogió entre sus manos el rifle de asalto y comenzó a avanzar alumbrando el camino.

—Pégate a mí. —Le dijo a Claire, en un tono de voz bajo y airoso. Haciendo que Claire solo pudiera desear respirar ese aire que salía de Leon.

—De acuerdo. —Contestó Claire, intentando volver a la cruda realidad.

“No te preocupes. Es totalmente comprensible que se te olvide dónde estás cuando le miras” Dijo la primera voz en su cabeza. “Es que el tío no puede estar más cañón.” Añadió la segunda voz, como una camionera borracha en un bar de carretera. “Bueno, más allá de que esté cañón, es que hace varios minutos le dijo la amaba, y que siempre había sido ella.” Señaló la primera voz. “Cierto. Sus últimas palabras antes de morir fueron que si pudiera retroceder en el tiempo, la abría besado en Raccoon City. Primera voz, tenías razón. Leon está enamorado de nosotras.” Comentó emocionada la segunda voz. “¡Sí! ¡Lo dijo! Fue súper romántico. Obviamente triste, pero, ufff, romántico sin duda.” Dijo entonces, con un tono más cursi que nunca, la primera voz. “Sin embargo, aquí hay alguien que todavía no ha dado el paso de decirle al chico lo que siente. Después de haber dicho que si pudiera, no volvería a perder el tiempo, ¡Pues vaya si lo está perdiendo!” Mencionó con cierto ácido, la segunda voz. “No puedo estar más de acuerdo, querida Segunda voz. Pero bueno, tal vez Claire no crea que estar en medio de estos pasillos oscuros y hostiles sea el mejor momento.” Medió la primera voz. “El momento es cuando se siente. Sino,  podría volver a pasar cualquier cosa y volver a quedarse sin su oportunidad.” Apuntó la segunda voz, con bastante acierto. “Tienes totalmente la razón. Claire, díselo.” Aconsejó la primera voz. “Claire, díselo.” Insistió la segunda voz.

Claire iba a la par de Leon prácticamente unida a él por la piel, pues iba sintiendo su roce con cada paso que daban. Era una cuestión de seguridad, por supuesto. Cuanto más unidos, más protegidos. Pero para la pelirroja, estar en contacto físico con Leon, significaba mucho más que una estrategia militar.

Era el hombre de su vida. Casi lo pierde y sin embargo estaba ahí.

Joder, rozar su piel era estar en constante emoción eléctrica. Le amaba muchísimo. Quería abrazarle y no soltarle jamás. Y tocar su pelo y acariciar su rostro. Y besarle tan profundamente que se volvieran uno. 

Claire levantó la mirada hacia Leon y vio como este avanzaba medio encorvado, con las rodillas semiflexionadas. Mirando al frente y a cada esquina del pasillo que transitaban.

Parecía muy concentrado. Serio. Con el ceño fruncido y listo para atacar.

Ella no debería permitirse tanta distracción. Pero las voces en su cabeza tenían razón. ¿Cuándo llegaría ese supuesto buen momento?¿Y si nunca llegaba, nunca se lo diría? Ella no podía permitir que eso sucediera.

Volvió a mirar a Leon. Estaba a punto de soltarlo. A punto de estallar con toda la verdad. Tenía las palabras en la punta de la lengua y se estaban volviendo fricativas mientras se escapaban de entre sus dientes. Tomó aire y con un último empujó de su corazón, liberó su glotis.

Pero entonces Leon se detuvo y, estirando un brazo hacia ella, la detuvo también.

Leon apagó la linterna y los hizo retroceder pegándose a la pared de espaldas.

—No respires. —Le susurró Leon a Claire y esta obedeció, tomando una gran bocanada de aire.

Claire no sabía qué estaba pasando. Había estado tan distraída mirando a Leon, que no vio lo que el rubio vio delante de ellos.

Pero podía oírlo.

El sonido de algo gelatinoso que se arrastraba por el pasillo, como un saco de chicles, y que parecía cloquear como una gallina gigante, se acercaba cada vez más y más hacia ellos.

Leon nunca retiró su brazo de delante del cuerpo de Claire. La pelirroja podía sentir rozando con su abdomen el brazo del rubio, que lo mantenía ahí firme, protegiéndola de lo que quiera que fuera ese ser que parecía estar pasando justo por delante de sus narices.

El olor no resultaba tan nauseabundo como el de los zombies, pero sin duda era muy desagradable, casi como una mezcla entre neumático quemado y gasolina. 

Claire no aguantaría mucho más la respiración. Nunca tuvo una capacidad pulmonar muy buena. De pequeña siempre perdía al juego del “submarino”, donde ella y sus amigas competían por ver quién aguantaba más sin respirar. Una vez hasta se desmayó, motivo por el cual le cayó una buena regañina por parte de los profesores, porque obviamente era un juego peligroso. 

Y ahora estaba segura de que se volvería a desmayar como entonces, si no recuperaba rápidamente la respiración.

El sonido del B.O.W alejándose y doblando la esquina al fondo se hizo esperar, pero por fin los dos pudieron tomar aire. Claire con mucha más necesidad que Leon.

—¿Estás bien? —Preguntó Leon en medio de la oscuridad, justo en su oído, susurrando. Con ese frito vocal que lo hacía ronronear como un gato que encendía el fuego interno de Claire.

La pelirroja sintió un escalofrió recorrer todo su cuerpo de pies a cabeza y de lado a lado. Su entrepierna palpitó sin permiso y ella giró su rostro hacia Leon, cerrando los ojos, rozando sus narices y casi sus labios. Le iba a besar. Le iba a besar sin remisión en la oscuridad.

—S-sí. —Contestó Claire en otro susurro, inclinando su cabeza y a punto de juntar su boca con la de Leon.

Pero entonces el agente especial se separó de la pelirroja y volvió a encender la linterna, alumbrando primero a sus espaldas, —comprobando que la bestia que había pasado por delante de ellos se hubiera ido definitivamente. —, y después señalando al frente, donde el camino (ahora lleno de una mucosidad azulada y resbaladiza) estaba despejado. 

Claire sintió el anticlimático momento devorarla por dentro.

Si no le decía de una vez lo que sentía por él y le besaba, terminaría lanzándose como una leona a una gacela. Y no podía dejar que eso ocurriera.

Primero, porque ella no era un animal salvaje. Era una humana con autocontrol.

Y segundo, porque Leon no se merecía ser asaltado. Sino que merecía palabras honestas y sinceras y sobre todo, autenticidad en sus actos y emociones.

Así que Claire respiró hondo, tratando de recomponerse.

Nunca la oscuridad y el peligro habían sido tan excitantes para la pelirroja, que había crecido temiendo  la oscuridad desde cría.

—Despejado. —Dijo Leon, en voz baja. —Sigamos. Pégate. —Ordenó Leon.

Qué sexy se ponía cuando se ponía tan serio y profesional.

Claire obedeció, volviendo a las posiciones anteriores, donde sus brazos se rozaban, haciéndole a la pelirroja cosquillas en el corazón.

Los dos continuaron un largo camino por esos pasillos oscuros donde les tocaba, de cuando en cuando, quedarse completamente a oscuras para camuflarse de diferentes B.O.W’s que andaban por ahí sueltos y que no parecían percatarse de sus presencias.

Cada vez que se quedaban completamente a oscuras, Claire deseaba subirse al cuello de Leon y devorarle la boca con ansia, pasión y destreza.

Sentiría más miedo si no se sintiera tan desesperada por desatar sus fantasías con el hombre al que amaba y que le había dicho claramente, que él a ella también.

Y es que ahora Claire manejaba mucha más información que Leon. Porque Claire sabía que los dos se amaban y que era cuestión de tiempo que se amaran en horizontal.

Pero Leon solo sabía que él la amaba y que ella estaba en posesión de ese conocimiento. No sabía nada sobre los sentimientos de Claire, porque Claire nunca jamás se lo había dicho. Más allá de sus coqueteos, Leon no tenía confirmación de nada.

Claire se preguntaba si él estaría tan al límite como ella, si supiera que ella también le amaba a él y que le deseaba desde hace años.

“Aunque para ser justas, desde que Leon regresara de entre los muertos no le ha vuelto a decir a nuestra Claire que la ama. ¿No debería haber despertado y haberse lanzado a sus brazos y haberle repetido aquellas palabras que dijo antes de morir? ¿O va a ser verdad que es un egoísta y solo sabe sacar sus sentimientos en el último momento?” Comenzó hablando la primera voz, que había estado un ratito en el subconsciente de Claire analizando los cabos sueltos. “A ver, es cierto que nosotras esperábamos un regreso de cuento de hadas, pero no estamos en condiciones de llamar cobarde a nadie, ¿no te parece? Al fin y al cabo, aunque él  dijera que nos ama en el último momento, al menos lo ha dicho. Claire no ha soltado prenda en todos estos años, ¿por qué él iba a tener que seguir mojándose?” Intervino la segunda voz, con bastante criterio. “No te puedo quitar la razón. Señalar solo las cosas que no hace Leon y no señalar las cosas que no hace Claire, es del todo injusto. Pero, ¿tú crees que Leon no ha vuelto a mencionarlo porque está esperando a que Claire dé el siguiente paso? Parece una actitud un poco infantil.” Mencionó la primera voz. “Eso no lo podemos saber. Pero conociendo lo lanzado que es Leon, me decanto más por pensar que volver de la muerte es un viaje terrible y que todavía no esta al cien por cierto aquí.” Dijo la segunda voz, analizando las circunstancias. “Cierto, cierto. No nos permitamos olvidar de que Leon acaba de volver de un viaje del que no se vuelve. Además, en cuento nos vio nos abrazó como si fuera su último abrazo.” Recordó la primera voz. “Repitiendo nuestro nombre, una y otra vez, como si no se creyese que fuésemos reales. Ese momento fue tan intenso y tan íntimo, que francamente no creo que Claire necesite que él siga diciendo que la ama. Sus actos hablan por sí mismos.” Terminó sabiamente la segunda voz. “No podría estar más de acuerdo. En realidad Leon está siendo de lo más honesto. Finjamos que no he dicho nada.” Añadió la segunda voz con un convencimiento, que hizo sonreír a la pelirroja.

En ese momento, Leon frenó su paso, bajó el rifle y la linterna, se llevó una mano al puente de la nariz y se dejó apoyar de lado en  la pared más cercana.

Claire, saliendo de sus cavilaciones, corrió a coger a Leon por la cintura, pasando un brazo del rubio por encima de sus hombros.

Que Leon no estuviera fuera de peligro era en ese entonces la cosa que más aterraba a la pelirroja. Podrían aparecer delante de ellos todos los monstruos que os podáis imaginar, y aun así lo que más aterraría a Claire es no saber si Leon sobreviviría al sucedáneo del virus G que tenía dentro.

No quería ponerse histérica, tenía que saber mantener la calma para poder ayudar a su amigo.

—Hey, Leon, ¿estás bien? —Preguntó Claire, tratando de no alterarse y no levantar la voz.

—Sí, espera. Solo dame un momento. —Contestó Leon, con voz cansada, cambiando su peso hacia Claire y tratando de mantenerse firme.

—¿Qué te pasa? —Preguntó Claire, ciertamente temerosa. —¿Necesitas agua, comida, un analgésico?

Leon volvió a cambiar su peso hacia la pared, apoyándose ahora con el antebrazo y apoyando a su vez su frente en su antebrazo. Cerró los ojos e inspiró profundamente por su nariz.

Lo que le estaba pasando al rubio era lo que llevaba sintiendo desde su regreso. Esas oleadas de debilidad que lo dejaban casi K.O.  y que requerían de cierto momento para recuperarse.

El problema es que parecía que esas oleadas de debilidad cada vez se extendían más en el tiempo y que él tardaba más en volver a su fuerza habitual.

Todo empezaba con un ligera taquicardia que de alguna forma atacaba a sus oídos y lo hacían marearse. Y como si de una bajada de azúcar se tratara, empezaba a ver puntitos negros y a dejar de sentir el suelo bajo sus botas.

Por eso tenía que detenerse y apoyarse, tratando de no perder el conocimiento.

No quería preocupar a Claire, pero cada vez se le hacía más difícil fingir que esos episodios no tenían lugar.

—Tal vez un analgésico me vendría bien, sí. —Respondió Leon a la oferta de Claire.

La pelirroja, cogiendo la linterna que Leon apenas sostenía entre sus dedos, buscó en el botiquín que el rubio llevaba en una riñonera justo por encima de sus lumbares y encontró los analgésicos.

Cogió dos píldoras, volvió a cerrar el botiquín y se hizo con  la poca agua con la que contaban.

—Toma Leon. —Ofreció Claire que, ignorando la cansada mano que Leon ofrecía, y volviendo a pasar el brazo de este por encima de sus hombros, ayudó al rubio metiendo ella misma las píldoras en su boca y dándole de beber.

Leon tenía los ojos cerrados y el ceño fruncido cuando su amiga introdujo en su boca las píldoras, pero al momento de echar la cabeza hacia atrás para dar un par de tragos, este abrió los ojos y la miró con esos cielos de verano, tan hermosos y tan sexys. 

Y es que siempre sería un gran misterio como Leon, ya fuera al borde de la muerte, ya fuera regresando de esta o ya fuera totalmente enfermo, podía verse siempre tan sexy.

Cuando Claire retiró la bolsa de agua, una gota se escapó de una de las comisuras de los labios de Leon mientras este tragaba su último sorbo.  Claire, cuyo cerebro no estaba pensando en ese momento, recogió dicha gota con su índice y se lo llevó a la boca, chupándolo como si fuera una gota de miel o de sirope. Y sin romper el contacto visual con Leon, cuyos ojos azules se dilataron hasta volverse casi negros, a la pelirroja se le escapó una onomatopeya muy dulce.

Por fin, Claire, dándose cuenta de lo caliente que debía haberse visto toda esa escena desde fuera, tragó saliva, parpadeo y, retirando su mirada, cerró el recipiente de agua y se lo devolvió a Leon.

El rubio, que volvía a sentir su fuerza normal, se separó de la pared y retiró su brazo de sobre los hombros de Claire, aclarándose la garganta y recordándose que tenía que mantenerse concentrado. No podían seguir rondando por esos pasillos hostiles mucho más tiempo y deberían encontrar algún lugar seguro donde dormir  y descansar aunque  solo fueran por un par de horas.

Continuaron su camino, recordando los giros que debían dar, con el sigilo y la paciencia que esos pasillos requerían. 

Leon no volvió a experimentar malestar, aunque debía reconocer que tener a Claire tan cerca, después de semejante visión de ella chupándose un dedo, lo estaba manteniendo menos concentrado de lo que le gustaría. ¿Dónde quedaba su profesionalidad?

Sin detenerse, y haciendo ambos un gran esfuerzo por concentrarse en la misión, siguieron su camino hasta que llegaron por fin a una puerta con cierre de tarjeta, cuyo letrero sobre la misma decía, “Invernadero Arklay”.

—Es aquí. —Anunció Leon.

Claire sacó la tarjeta del fallecido Boris y la pasó por el antiguo lector de tarjetas.

Nada ocurría.

—Lo que me imaginaba. —Susurró Leon, resoplando. —Vamos a tener que restablecer las luces de este lugar para poder acceder a cualquier sitio.

Acto seguido se colgó de nuevo el rifle sobre el hombro y se metió la linterna en la boca, sacando el mapa y desplegándolo.

—Te ayudo. —Dijo Claire, cogiendo con cuidado la linterna de los labios de Leon, y sacándola mientras este abría la boca.

Los dos hicieron contacto visual de nuevo, mientras llevaban a cabo esos pequeños gestos. Y Claire sintió todo su cuerpo arder.

Cabe destacar que por esos pasillos seguía haciendo un calor infernal, pero Claire era un volcán en erupción independientemente del calor externo.

Leon quitó la vista, aclaró su garganta y volvió al mapa.

Claire se había quedado prendada mirando a Leon, apuntando con su linterna a la pared en lugar de al papel.

Leon miró a Claire para pedirle que apuntara al papel, cuando la vio mirándole. Mordiéndose su labio inferior de cereza y moviendo sus pestañas a una velocidad perezosa que la estaban haciendo ver muy sexy. Con toda su piel brillante por el sudor, su pecho moviéndose ante una respiración cansada y esos mechones rojos despeinados que la volvían muy salvaje.

A Leon se le secó la garganta, y se le estaba bajando la fuerza a la entrepierna ante tanta tentación. Así que volvió corriendo a su mapa y, cogiendo la mano de Claire, apuntó directamente al papel.

—Enfoca. —Le dijo Leon carraspeando, tratando de calmar al primate que llevaba dentro.

—¡Oh! Perdona. —Contestó Claire, volviendo en sí, sintiéndose ahora muy avergonzada.

¿Con qué cara le habría mirado para que él se retirara de forma tan abrupta?

“Creo que le has puesto nervioso.” Dijo la primera voz. “En el buen sentido.” Añadió la segunda voz, con picardía. “Si le dijeras de una vez lo que sientes.” Volvió a hablar la primera voz. “Tal vez conseguirías antes lo que deseas.” Concluyó la segunda voz.

—Aquí. —Dijo entonces Leon, señalando un punto en el mapa.

No lejos de ahí, se encontraba la sala del suministro eléctrico de la zona donde estaban.

Leon paseó el dedo un par de veces sobre el papel, memorizando el camino, y después plegó de nuevo el mapa. Recuperó su linterna y se puso en marcha.

—Vamos. —Le dijo a  Claire.

—Pegada a ti. —Le dijo Claire a Leon en un ronroneo involuntario, y los dos compartieron una mirada que hablaba a voces. 

La tensión sexual que había entre ellos generaba estática a su alrededor. Y de repente ya no parecían una leona cazando una gacela, sino una leona y un león a punto de lanzarse el uno al otro.

—Pegada a mí. —Volvió a decir Leon, mientras se ponía en marcha. Y Claire estalló en fuego por dentro.

Caminaron por aquellos sitios por dónde les llevaba Leon. Claire no había mirado demasiado el mapa, así que se tomó al pie de la letra lo de ir pegada a él. Y Leon no parecía tener nada que objetar.

La oscuridad seguía siendo papable, pero el camino que estaban tomando no parecía estar muy concurrido por ninguna bestia, lo cual era de agradecer por esa escasez de munición que tenían. Pero Claire no podía negar que le encantaba quedarse completamente a oscuras al lado de Leon, escuchando solo sus susurros en el oído.

Cuando llegaron a la sala del suministro eléctrico, se toparon con una puerta de picaporte simple, cerrada con llave.

—Venga ya. —Dijo Claire, al ver el cerrojo. —¿Ahora tenemos que buscar esta llave? Será como intentar encontrar una aguja en un pajar.

—No, ni de coña doy más vueltas. —Dijo Leon, y tomando distancia, colocó la culata de su rifle de asalto sobre su hombro, puso un ojo en la mira y apuntó al cerrojo.

Su rifle estaba equipado con un silenciador, lo cual era muchísimo mejor que nada. Pero los dos sabían que en ese lugar tan vacío, el sonido viajaría como la luz. Pero estaban en un punto de su aventura en el que no podían soportar más detalles que los atrasaran.

Así que Leon apretó el gatillo. Un único tiro. No hizo falta más para reventar una cerradura simple.

Pero como anunciábamos, el sonido reverberó por los pasillos, llamando la atención de monstruos que se encontraban más alejados. 

Leon giró el picaporte de la puerta con sigilo, abrió y le pareció encontrar el camino despejado.

Pero cuando abrió más la puerta, y estaba a punto de decirle a Claire que efectivamente estaba despejado, un grupo de cuatro crimson head se lanzaron sobre él.

Leon tuvo el tino de disparar a uno en la cabeza y reventársela de primeras, pero los otros tres lo empujaron hacia atrás, contra la pared, haciéndole soltar su rifle de asalto.

Leon pateó a uno empujándolo lejos, y a los otros dos que se abalanzaban sobre él, los pudo coger por el pecho y mantenerlos a cierta distancia. Entonces, al que había pateado, volvió a la carga directamente contra el cuello de Leon.

Pero antes de que el rubio tuviera tiempo para pensar, los tres zombies habían perdido sus cabezas escarlatas.

Y cuando Leon miró más allá de los cuerpos sin cabeza que se desplomaban en el suelo, vio a Claire con una mano como una garra, que acababa de arrancar tres cabezas de un solo zarpazo.

Claire, al principio tenía los ojos entrecerrados y el ceño fruncido. La mismísima expresión de la furia. Pero en cuento miró a Leon, perdió completamente esa fiereza pasando del asombro al miedo.

Leon la miraba completamente perplejo, perdido ante la sorpresa de no ser carne de Crimson.

Claire se giró, agachando la cabeza y escondiendo su garra, deseando que su mano volviera a su forma natural cuanto antes, mientras se limpiaba los restos de sangre contra el pantalón de pana.

Transformarse la avergonzaba. Era genial poder acabar con tres zombies de un solo golpe, pero, ¿a qué precio? Al precio de su humanidad.

Ni siquiera lo había pensado. Cuando vio a Leon en peligro, permitió que su mano se desatara y acabó con los crimson head en un abrir y cerrar de ojos.

No pretendía que Leon la viera. 

Ya lo había hecho antes, cuando les atacaron los Tyrant, pero esperaba que entre estar moribundo y haber muerto, fuera un recuerdo vago en la mente del agente especial.

Pero en ese preciso instante, la había visto con claridad. Y ella no soportaba que Leon viera lo monstruosa que era en realidad.

Entonces, mientras Claire ocultaba su garra con su cuerpo, sintió otra mano posarse sobre su piel. Era Leon, que había cogido una toallita de suero fisiológico y se disponía a limpiar la sangre de crimson de la piel de Claire.

Claire le miró asustada. Asustada de quien era ella. Pero sobre todo con un miedo profundo y enraizado en su corazón, a que Leon la temiera. O al menos que le repugnara de alguna forma que su cuerpo se volviera tan bestial.

Pero lo que vio en los ojos del rubio fue más que amor. Vio en ellos admiración, comprensión, alivio, cariño. Vio a su querido amigo y amor de su vida dándole el apoyo que ella sabía que nunca le faltaría.

Aunque a veces parecía que ni todo eso era suficiente.

—Gracias. —Le dijo Leon, mientras retiraba la sangre de su garra que, poco a poco, estaba volviendo a su forma más humana.

Claire quería contestar “de nada” pero no le salía la voz. 

No sabía si Leon estaba siendo amable porque Leon era amable en general, o por que le daba pena y no quería que se sintiera mal, o porque genuinamente no le importaba que Claire fuera un monstruo.

Él ya le había dicho en el pasado que le parecía increíble cuando se movió como la luz matando a más de un centenar de zombies, pero, ¿qué habría pensado cuando su transformación física se volvió realmente evidente y mató a los Tyrant? ¿Qué pensaba ahora de esa zarpa que acababa de dar muerte a tres crimson sin despeinarse?

Claire no contestó. Y dejó de mirarle a la cara. Sentía mucha vergüenza de sí misma. Por no hablar del temor.

¿De verdad era buena idea que la sacaran de ahí? Todavía no sabían hasta donde podía llegar su transformación. Claire tenía mucho miedo aunque siguiera adelante. 

Y habían matado al único hombre con respuestas.

Aunque seamos sinceros, ese hombre jamás daría más respuestas de las que dio.

Cuando Leon terminó de limpiar la sangre, le devolvió a Claire su mano. Y esta se hizo a un lado, cabizbaja, esperado junto a la puerta a que pasara Leon, alumbrando con su linterna.

Leon cogió el rifle, todavía preocupado por Claire. Sabía que la pelirroja se sentía mal usando sus nuevos poderes. Pero a él francamente no le importaba. Nunca dejaba de ver a Claire. Y además le acababa de salvar la vida, otra vez. ¿Quién estaba rescatando a quién?

Leon se adelantó y entró en la sala, asegurándose estaba vez de que ciertamente estaba despejada. Claire entró tras él, cerrando la puerta.

La habitación era pequeña. Tenía una torre que ofrecía el suministro eléctrico de esa zona, con todos los diferenciales bajados; una mesa con varios monitores de vigilancia y varias estanterías con un montón de grabaciones de dicha vigilancia.

Leon subió todos los diferenciales y así, sin más, se hizo la luz.

—Por fin, joder. —Dijo Leon, guardando la linterna.

Claire se mantenía apoyada contra una pared, mirando al suelo, con los brazos cruzados bajo el pecho.

Leon sabía que la pelirroja necesitaba su tiempo y se lo iba a dar. Cuando él estaba contrariado, necesitaba espacio y detestaba que la gente se le echara encima, aunque fuera con buena intención. Así que él haría lo propio con Claire.

Ya hablarían sobre ese asunto cuando ella estuviera preparada.

Leon encendió todos los monitores y tuvo acceso total a todos los pasillos del nivel en el que se encontraban. Y descubrió con horror que había más B.O.W’s de los que se imaginaba.

Podía decir que tuvieron suerte de elegir el camino de la izquierda antes que el de la derecha, pues parecía que ahí se congregaba la mayor cantidad de monstruos de todo el nivel.

Algunos, como los crimson head los reconocía; pero había otros que no había visto en su vida, como el monstruo de gelatina. Y francamente, esperaba no toparse con ellos, porque no había nada peor que desconocer las habilidades de tu contrincante.

El ruido que había hecho Leon con el rifle estaba llamando la atención de un pequeño grupo de bestias que se dirigían a su posición. Pero el camino por el que habían llegado hasta ahí estaba muy espejado y no parecía que hubiera rondando ningún B.O.W, así que podrían salir de la sala de suministro eléctrico rápidamente, ir al invernadero sin problemas y, si eran rápidos, volver al cruce de caminos y tomar el del centro. Su siguiente paso en su estrategia hacia la libertad.

—Si nos damos prisa, podremos seguir nuestro itinerario sin ser vistos. —Le dijo Leon a Claire, tras mirar las cámaras de seguridad. —¿Está lista?

Claire, que seguía sin mirarle a la cara, asintió con la cabeza a modo de respuesta.

—Pues vamos. —Y Leon abrió la puerta de la sala y trotó con sigilo por los pasillos de vuelta al invernadero, seguido de cerca por Claire.

Cuando llegaron, Claire pasó la tarjeta del doctor, y la puerta se abrió.

Leon se apoyó sobre esta, y observó a través de una rendija que el espacio de la derecha estaba despejado.

Miró a Claire, pero esta permanecía con la cabeza agachada.

—Claire. —Le susurró Leon.

Claire levantó las cejas, indicándole que le estaba escuchando, pero todavía sin alzar la mirada.

—Voy a entra súbitamente para comprobar si el lado izquierdo está despejado. Necesito que me cubras. —Le volvió a susurrar.

Claire asintió, y se colocó detrás de Leon.

Leon, respirando hondo, entró a tropel rodando por el suelo, apuntado a cada esquina de la estancia, mientras Claire le cubría desde la puerta.

Despejado.

La estancia resultaba ser mucho más pequeña de lo que Leon se había imaginado. Al fin y al cabo, después de haber estado en N.E.S.T en Raccoon City, esperaba que todos los invernaderos de laboratorio tuvieran el mismo aspecto. Y este era sin duda mucho más humilde que el del laboratorio de Umbrella.

Básicamente era una habitación rectangular con varias mesas de luz con riego automático y campanas de cristal que protegía las plantas en su interior. Y no había más variedad que las de las montañas Arklay. Lo que, por su nombre, podría ser de esperar.

—Cojamos varias plantas rojas y verdes. Las cortamos, las mezclamos y que cada uno que cargue con su propia medicina. Por si acaso, así no dependeremos el uno del otro. —Dijo Leon, colgándose el rifle a la espalda.

Claire asintió y comenzó a recolectar plantas rojas.

Leon asintió haciendo un mohín, y comenzó a recolectar las plantas verdes a su vez. Ambos en completo silencio.

Una vez tuvieron buenos matojos, se colocaron uno al lado del otro  en una mesa de trabajo y comenzaron a separar las hojas de los tallos en dos montoncitos. Uno rojo y otro verde.

Llevaban un buen rato sin hablarse y Leon necesitaba saber si Claire estaba bien. Si ya había pasado tiempo suficiente para poder volver a conectar y si había algo que él pudiera hacer para que ella se sintiera mejor.

Entonces Leon colocó una hoja verde en el montoncito rojo de Claire, para llamar su atención. Le dolía mucho verla así de triste y callada.

Claire, que no se había percatado de ese gesto, cuando fue a dejar sus hojas recién arrancadas en su montoncito rojo, vio la hoja verde desubicada que Leon había dejado ahí, y la pelirroja alzó la vista para mirarle. Pero Leon fingió continuar seriamente con su tarea, sin mirarla y totalmente ajeno a que una hoja suya estuviera en el montoncito de Claire.

Así que Claire, inocentemente, dejó esa hoja en el montoncito verde que le correspondía y siguió con su trabajo.

Pero cuando volvió a mirar su montoncito para dejar otras hojas recién arrancadas, vio que ahí ya no había solo una hoja verde, sino dos.

Claire volvió a mirar a Leon y este, fingiendo no enterarse del asunto, e incluso añadiendo un bostezo a su actuación, siguió deshojando sus plantas, como si nada.

Claire, de nuevo, volvió a colocar esas dos hojas en su montoncito correspondiente y, fingiendo seguir con su parte, se quedó  muy atenta a los dos montoncitos y a los gestos de Leon.

Fue ahí cuando vio a Leon coger tres hojas verdes de su tallo y colocarlas sobre su montón rojo. Así que Claire se giró rápidamente hacia Leon y colocó su mano sobre la del agente especial.

—¡Te pillé! —Gritó la pelirroja sonriendo, olvidándose de que estaba triste y cayendo en la trampa de Leon.

Los dos se miraron a los ojos divertidos, primero abriéndolos por la sorpresa, pero después estrechándolos con picardía.

Leon miró su mano bajo la de Claire y estiró el pulgar con el que abrazó el pulgar de la pelirroja.

—Te pillé yo a ti. —Dijo el rubio.

Claire se puso tan roja como sus labios y apartó la mano nerviosa.

—¿A qué estás jugando? —Preguntó colocando un mechón de pelo detrás su oreja. —Deja de mezclar los montones. Eso se hace después.

—Solo quería llamar tu atención. —Le dijo Leon volviendo a su tarea sin dejar de sonreír. —Y lo he conseguido.

Eso último lo dijo mirándola y guiñándole un ojo, lo que provocó que la pelirroja se pusiera todavía más roja que antes.

—¿Y para qué quieres llamar mi atención? Qué tontería. —Volvió a hablar Claire, sin poder disimular su nerviosismo.

—Me encanta tener tu atención. —Le contestó Leon, mirándola desde ahí arriba, con ojos tan sinceros como seductores. Y Claire se tuvo que agarrar disimuladamente al bode de la mesa para no perderse. Al fin y al cabo no podía olvidar que era un monstruo y que podría ser peligrosa para él.

Dejando que su tristeza y su pesar se volvieran a apoderar de ella, bajó la cabeza, suspiró y siguió deshojando su parte.

“Peligrosa, ¿en qué sentido?” Preguntó la primera voz en su cabeza. “No será por contagio. Leon ya se ha contagiado y está vivo. Se ha sobrepuesto al virus.” Defendió la segunda voz. “Aunque aun desconocemos si está fuera de peligro.” Puntualizó la primera voz. “Cierto. Pero sea como fuere, temer contagiarle ya no tiene ningún sentido. Si esta contagiado ya lo está. Y si no, significa que puede resistirse a ello.” Razonó la segunda voz. “Buen razonamiento.” Alagó la primera voz a la segunda. “Gracias.” Contestó amablemente la segunda voz. “¿Se refiere entonces a ser peligrosa porque en su transformación le pueda hacer daño?” Preguntó con curiosidad la primera voz. “Podría ser. Aunque tampoco tendría sentido. Cada vez que se ha transformado ha sido para defenderle.” Recordó la segunda voz. “Así es. Además ella lo sabe. Por defender a Leon, haría lo que fuera. Incluso aunque eso la destroce emocionalmente.” Añadió la primera voz. “Por lo tanto, ese pensamiento de que pudiera ser peligrosa para Leon, no se sostiene de ninguna forma. Claire, deja de boicotearte” Concluyó la segunda voz.

Leon sentía esa pena como propia. Sabía que la tristeza de Claire estaba relacionada con la forma en que su cuerpo modificaba su físico cuando se volvía más fuerte. Y podía llegar a entenderla, porque el cambio era brutal y él no podía siquiera imaginarse lo que podría sentir ella al verse tan diferente en su propio cuerpo. Pero a Leon le parecía espectacular. Ojalá la pelirroja se pudiera mirar con los ojos del rubio.

—¿Te puedo preguntar algo? —Inquirió Leon.

Claire no respondió inmediatamente y miró de soslayo al rubio. Miedo le daba lo que le quisiera preguntar.

—Puedes preguntar lo que quieras. Pero no sé si responderé.

—Me parece justo. —Aceptó Leon. —¿Te duele cuando te transformas?

Claire no esperaba esa pregunta. Pensó, por alguna razón, que el rubio iba a ir por derroteros más personales entre los dos.

—No. —Contestó Claire. —De hecho me gusta. Y que me guste me aterra.

—¿Te gusta? —Preguntó Leon.

—Sí, bueno. Se siente como cuando te estiras por las mañanas. —Trató de explicar Claire. —Se siente genial y mi cuerpo se queda muy relajado. Pero por eso mismo me da miedo.

—¿Por qué? —Volvió a preguntar Leon.

Claire suspiró y dejó de deshojar las plantas rojas, enfocándose en su compañero.

—¿No crees que si me sienta tan bien la transformación es porque de alguna forma ese es mi estado natural y yo estoy tratando de comprimirlo en este cuerpo, retrasando lo inevitable? Que me convierta en un monstruo para siempre. —Conjeturó Claire, señalándose así misma.

Leon tragó saliva. ¿Y si Claire tenía razón?

—¿Te sientes comprimida ahora mismo? —Preguntó el rubio.

—No. —Contestó Claire. —No, solo me siento yo misma.

—Entonces, ¿por qué hay que creer que si no te duele transformarte tiene que ser por algo malo? Yo daría las gracias.

—Porque ya no es solo que no duela. Es que cuando lo libero, se siente increíble.

—¿Y qué?

—Pues... —Claire trataba de encontrar las respuestas en su mente, para hacerse entender. —Joder, pues que si me gusta convertirme en un monstruo, de alguna forma estoy siendo cómplice de serlo. —Claire hizo una pausa. No estaba siendo todo lo clara que le gustaría. —Si detestara transformarme, sería genial porque al menos no sería más que la víctima de un científico loco, que se transforma en contra de su voluntad y no tiene agencia sobre lo que ocurre. —Siguió hablando la pelirroja. —Pero si disfruto cuando me libero... entonces... es como si el puto doctor Bordet tuviera razón y al final tuviera que estarle agradecida por...—A Claire se le quebró la voz y se tapó la cara dándole la espalda a Leon.

—A ese hijo de puta jamás le tendrías que dar las gracias ni aunque te hubiera hecho de oro. Porque todo lo que te hizo fue en contra de tu voluntad.

»Que te sientas bien contigo misma, incluso después de pasar por lo que has pasado, es un alivio, Claire. No un castigo.

—No es natural. No debería gustarme convertirme en un puto monstruo. —Contestó la pelirroja por encima del hombro, con la voz quebrada.

—¿Quién lo dice?

—¡La lógica! —Gritó Claire, girándose de nuevo hacia el rubio. —¿A quién en su sano juicio le puede gustar ser un monstruo?

—No. Que quién dice que en lo que tú te conviertes es en un monstruo.

—Venga ya, Leon. Me viste con tus propios ojos.

—Exacto. Y no vi a ningún monstruo. Más allá de los Tyrant.

—¡Aarg! ¡¿Quieres dejar de intentar hacerme sentir bien y ser honesto?! —Volvió a gritar Claire, que estaba perdiendo su paciencia al creer que Leon solo trataba de cuidarla, en lugar de decirle a la cara lo que ella sabía que cualquiera pensaría. Que efectivamente, era un monstruo.

—Estoy siendo honesto. —Contestó Leon, frunciendo el ceño.

—Leon, ¡me vuelvo Hulka!

—A mí Hulka me pone un montón. —Contestó Leon encogiéndose de hombros, siendo sincero, pero sin saber si esa confesión ayudaba en algo a su amiga.

—¿Quieres tomarte esto en serio? ¡Me estoy abriendo contigo! —Le increpó la pelirroja, sintiendo que Leon se estaba tomando esa conversación en broma.

—Y yo contigo. —Contestó Leon, tratando de hacer entender a Claire, que ciertamente estaba siendo sincero y abierto con ella.

—No, estás diciendo tonterías para hacerme sentir mejor.

—¿Cómo no estoy diciendo lo que tú crees que debo sentir, estoy diciendo tonterías?

—No puedes hablar en serio cuando dices que no te parezco un monstruo, cuando me convierto en un monstruo.

—¡Joder, porque sigues siendo tú, Claire! ¿No lo entiendes? Me da igual que midas dos metros o que seas un tapón. Me da igual que seas ancha como un armario o estrecha como un lápiz. Me da igual si tienes más músculos que tu hermano o eres enclenque como un fideo. Me da igual que seas dura como el acero o blanda como un osito de peluche. 

»Me da igual como se transforme tu cuerpo, mientras tú sigas siendo tú. ¿Sigues siendo tú, Claire?

Claire guardo silencio, abrumada por todas las palabras que Leon había soltado de golpe. 

Pero le acababa de hacer una pregunta. Y tenía que contestar. 

—Sí. Sí, sigo siendo yo. —Dijo la pelirroja, finalmente. —Me cuesta mantener el control, pero soy yo quien está al volante.

—Pues mientras eso siga siendo así, yo solo te voy a ver a ti. —Le dijo Leon, clavando sus ojos en los ojos de ella. —Eres más que un buen físico y una cara bonita Claire. Lo más alucinante de ti lo llevas dentro.

»Y ningún científico hijo de puta podrá cambiar eso, por más que cambien tu físico. ¿Queda claro?

—Pero también soy mi físico. —Intervino Claire, más suavemente. —Me gusta mucho mi cuerpo y mi cara. Y eso cambia cuando me transformo. De alguna forma dejo de ser yo, aunque mi mente sea la misma.

—Pues igual te toca aceptar que Claire no es solo una versión de una mujer, sino varias versiones de la misma.

»Claire es la mujer empática y luchadora que protege a los débiles y ayuda a los más necesitados. 

»Pero también es la mujer más rápida del mundo capaz de acabar con las hordas de zombies más grandes; o la tía más fuerte que jamás haya visto, capaz de cargarse a dos putos Tyrant con sus propias manos. 

»Joder Claire, ¡te has cargado a dos Tyrant!

—Tú también lo has hecho en muchas ocasiones. —Contestó Claire, resoplando, quitándole importancia.

—Con misiles.

—Otra muestra más de lo monstruosa que soy. —Respondió la pelirroja, con todo el sarcasmo que corría por sus venas.

—Otra muestra más de lo poderosa que eres.

—Leon...

—Siempre has sido poderosa, Claire. Pero ahora tienes unas capacidades físicas impresionantes.

»No buscabas tenerlas y básicamente te las han impuesto. Y eso es lo terrible. Pero no te sientas mal por tener la capacidad de adaptarte y seguir adelante.

»Claire, si no llegas a transformarte en Hulka, los dos estaríamos muertos. Ni tú ni yo seguiríamos aquí. Teniendo esta conversación.

»Yo no habría podido protegerte.

—Tú estuviste muerto.

—Y fue gracias a ti que sobreviviera. ¿Eres un monstruo? Pues en ese caso eres el monstruo que salva vidas. ¡Qué horror! —Dijo Leon con ironía. —Oye, ponme con el monstruo, quiero agradecérselo en persona.

Claire se hecho a reír con esa última tontería.

—Ya estás hablando con ella. —Contestó.

—No, me refiero a Hulka. Ponme con ella.

—Sigo siendo yo.

—Exacto.

Claire miró durante un rato largo a Leon a los ojos, sin poder evitar que una pequeña y tímida sonrisa escapara de sus labios.

—No me vas a dejar sentirme mal por sentirme bien conmigo misma, ¿verdad?

Leon la sonrió y negó con la cabeza.

—Eres tan tonto. —Dijo Claire, volviendo a sus plantas pero sin perder la sonrisa.

—Sí, pero soy el tonto que sale ganando porque ha logrado hacerte sonreír. —Dijo Leon, volviendo él también a su tarea.

Claire le dio un pequeño codazo aun sonriendo y negando con la cabeza. Cómo no iba a estar enamorada de él. Si siempre encontraba la forma de hacerla sentir bien.

—¿De verdad te pone Hulka? —Preguntó Claire, divertida, ante la idea de que a Leon le pusiera un personaje de cómic.

—¿Quieres que abramos ese cajón? —Preguntó Leon a su vez, mirando a Claire con unos ojos prendidos en fuego azul. 

“A ver, pensemos, ¡pensemos!” Intervino la primera voz. “Él ha afirmado hace un momento que Hulka le pone un montón.” Apuntó la segunda voz. “Sí. Y dijo que básicamente Claire se convierte en Hulka.” Añadió la primera voz. “Bueno, es lo dijo Claire.” Corrigió la segunda voz. “Vale, pero él no lo negó, sino que reconoció que Hulka le ponía un montón, ergo...” Dijo la primera voz. “¡Ergo le pone un montón Claire cuando se vuelve Hulka!” Afirmó la segunda voz, emocionada y algo cachonda. “Así que si ahora Claire decide abrir ese cajón donde Leon reconozca que efectivamente le pone Hulka, tal y como ha dicho, ¡será en realidad la confirmación de que le pone Claire!” Razonó la primera voz. “Al no ser que lo niegue.” Dijo entonces la segunda voz, que perdió toda la emoción que estaba sintiendo hace apenas unos segundos. “¿Cómo?” Preguntó la primera voz. “¿Y si lo que dijo antes lo dijo por hacer sentir mejor a Claire, y ahora que Claire se siente mejor decide ser sincero, y en realidad no le pone nada Hulka?” Preguntó la segunda voz. “Sería un duro golpe, la verdad. Pero nadie preguntaría si queremos abrir ese cajón con esa voz y esa mirada, si no fuera porque la cosa se están poniendo interesante para nosotras. Como mucho se negaría a contestar.” Trató de darle sentido al asunto la primera voz. “Ya, sería de una crueldad impropia de Leon.” Reconoció la segunda voz. “Además, nos ama. Él lo dijo. Así que de verdad creo que nos ama de la forma que sea.” Añadió entonces la primera voz. “Entonces, ¿Qué hacemos?” Preguntó la segunda voz. “No tengo ni idea.” Contestó dubitativa la primera voz. “Pues en ese caso, de perdidos al río.” Sentenció la segunda voz, armándose de valor.

—Sí. Quiero que abramos ese cajón. —Contestó Claire sonriendo, terminando con su tarea, al tiempo que Leon acababa con la suya.

Leon miró a Claire con las cejas elevadas, bastante sorprendido de que la pelirroja quisiera jugar, mientras dejaban de lado los tallos y comenzaban a partir las hojas en pequeños trozos con los dedos.

—¿Segura? —Le volvió a preguntar el rubio, para cerciorarse de que estaban en la misma onda.

—Muy segura. —Contestó Claire troceando sus hojas, y mirando a Leon de cuando en cuando, encontrándose con unos ojos divertidos y una sonrisa peligrosa en los finos labios del agente especial.

—De acuerdo. —Contestó Leon. —¿Cuál era la pregunta?

—Que si de verdad te pone Hulka. —Repitió la pelirroja.

—¿Estás segura de que esa es la pregunta que quieres hacerme? —Preguntó Leon, con una voz ronroneante que calentaba el estomago de Claire encendiendo su entrepierna.

—Sí. —Contestó Claire, casi sin aliento.

Leon se rió por lo bajo, mientras seguía troceando sus hiervas.

—Si esa es la pregunta, la respuesta es que sí. Me pone Hulka. Me pone mucho.

—Madre mía. —Dijo Claire, negando con la cabeza y sintiendo el calor subir por sus mejillas.

—¿A ti no te pone ningún súper héroe? —Preguntó Leon, a la contra.

—Sí, en realidad sí. Pero no Hulk. 

—El puto Hulk es muy feo. —Reconoció Leon.

—¡Ajá! —Soltó Claire triunfal, como si hubiera pillado a Leon en algún tipo de renuncio.

—¿Qué? —Preguntó este, sin dejar de reír.

—Estás reconociendo que Hulk es horrible. Ergo Hulka también.

—¿Pero qué tienen que ver el uno con el otro?

—Son el mismo ser verde y brutal, solo que uno con rasgos masculinos y la otra femeninos.

—Sí. Y una está tremenda y el otro es un orco.

Claire se empezó a reír a carcajadas. Tenía que darle la razón a Leon. Hulka era mucho más guapa que Hulk, eso era un hecho.

—Además, ¿por qué te iba a mentir? Si no me pusiera Hulka, no lo diría.

—Tal vez lo has dicho para animarme.

—Para nada.

—Demuéstralo. —Dijo Claire, retándolo, casi antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo.

—¿Qué me acabas de pedir? —Contestó Leon, mirando a Claire con el mismo fuego en los ojos y una sonrisa depredadora, que eran muy excitantes.

—Nada. No he dicho nada. Se me ha ido la fuerza por la boca. —Reconoció la pelirroja, poniéndose muy nerviosa.

Leon giró todo su cuerpo en dirección a Claire, apoyando sus caderas sobre la mesa de trabajo y cruzando sus brazos a la altura de su pecho. 

—¿Qué me has pedido? —Volvió a preguntar el rubio, haciendo un frito vocal delicioso que vibraba en el pecho de Claire como si fuera su propia voz.

Claire miró a Leon. Nerviosa y excitada. Leon se humedeció los labios lentamente. Y la pelirroja volvió a agarrarse al borde de la mesa, esta vez para no lanzase sobre sus brazos.

—Dije que lo demuestres, Leon. —Se atrevió a decir Claire, cambiando su sonrisa de juego por una más seria y expectante.

Leon inclinó la cabeza hacia un lado y elevó una ceja, sopesando a la pelirroja. Mordiéndose el labio inferior.

—La demostración podría llegar a ser muy física. —Dijo Leon, mientras Claire tragaba saliva. —¿Estás segura de lo que estás pidiendo?

Claire entonces se sintió arder como una cerilla. Potente al inicio y suave hacia el final, hasta que la llama se extinguía.

Se acababa de acobardar de la forma más adolescente posible. Le estaban ofreciendo su mayor fantasía sexual en bandeja de plata, ¿por qué de repente tenía tanto miedo?

“Porque para ti esto es algo realmente serio, Claire. No se puede tratar como un juego.” Dijo la primera voz. “¿Qué tiene de malo llegar a lo serio a partir del juego?” Preguntó la segunda voz. “Nada. Pero no es la forma de proceder de Claire. Respétala.” Contestó la primera voz, dando por zanjado el asunto.

Claire bajó la cara, sonrojada como estaba y volvió a sus hierbas.

—Solo bromeaba. —Dijo, con la voz tan baja, que a Leon le costó entenderla. Aunque sobraban las palabras. Todo su cuerpo indicaba que la pelirroja se había echado atrás.

Leon asintió con una sonrisa y retrocedió de nuevo a sus hierbas. El momento había sido bastante caliente y divertido. 

—Pero no entiendo cómo te puede poner Hulka. Tengo que admitirlo. —Volvió a hablar Claire, que ya no estaba hablando de Hulka sino de sí misma en plena demostración de fuerza.

—Me ponen las mujeres con poder. Físico, mental, emocional. —Leon hizo una pausa y entonces añadió. —Tú cubres esos tres aspectos.

Claire no sabía si podía seguir poniéndose roja, pero había partes de su cuerpo endureciéndose dolorosamente ante las palabras del rubio.

Si no pensaba ponerle fin a esa tensión sexual, tenía que tratar de acabar con esa conversación.

—Por cierto. —Siguió Leon. —No has dicho qué súper héroe te pone a ti.

—¿No puedes adivinarlo? —Preguntó Claire, mirando a Leon con una intensidad  que superaba los límites de sus ojos.

—¿Crees que puedo adivinarlo? —Preguntó Leon, acabando de trocear sus hojas.

—Sí. —Contestó Claire con algo en su voz parecido a la esperanza pero mezclado con unos agudos que parecían más bien una súplica.

Leon miró a Claire a los ojos, y se dejó atravesar por la intensidad de esa mirada. Si Leon contestaba lo que Leon deseaba que fuera cierto, muchas cosas se estarían desvelando en esa conversación, en principio inocente.

—¿Es el Capitán América? —Preguntó Leon. De repente el ambiente se había vuelto más serio de lo planeado.

—Sí. —Contestó Claire, sin apartar su mirada. —Es alto, fuerte, rubio, tiene dos cielos de verano en los ojos y una sonrisa perfecta.

»Trabaja para el gobierno. Es valiente, honesto, leal, justo. Y arriesga su vida para salvar al mundo.

Leon tragó saliva escuchando a Claire hablar de, por lo que sospechaba, era  él.

Claire terminó de cortar sus hojas y miró a Leon.

—Tal vez le falte barba y dejarse el pelo largo para ser el súper héroe perfecto.

A Leon le estaban faltando fuerzas para no lanzarse sobre Claire. Los dos estaban entendiendo perfectamente esa conversación, y las intrigas entre los dos estaban desvelándose ante sus ojos.

Pero todavía faltaba algo. Faltaba que Claire le dijera de frente y sin adornos, que ella también le amaba a él.

Leon carraspeó la garganta volviendo a las hierbas y Claire, algo azorada, le siguió.

—Mezclemos las hierbas y después dividamos la mezcla en dos papeles. —Dijo Leon, moviéndose por el espacio buscando algunos papeles para portar las hierbas.

Claire asintió, sintiendo la lívido y el calor de sus mejillas descender, mientras comenzaba a mezclar los colores.

Leon encontró dos bolsitas de papel que les iba genial para llevar las medicinas. Mucho mejor que unos trozo que ellos mismos pudieran doblar.

—He encontrado esto. —Dijo Leon, dejando una bolsita en el lado de Claire, pasando un brazo por detrás de su cintura.

¡Dios! Claire se iba a volver loca con tanta tensión sexual subiendo y bajando del tren. ¿Por qué cada movimiento de Leon se sentía tan intenso y tan importante? ¿Por qué era tan hiper consciente de él, de su forma de moverse, de su respiración, de su voz, de sus miradas, de su olor y de absolutamente todo?

“Estás tan colada por él, que ni te lo crees.” Dijo la primera voz. “Ídem.” Contestó la segunda voz. “Díselo ya.” Le aconsejó la primera voz. “Libérate de este peso.” Le instó la segunda voz.

Vale, metámoslo en las bolsitas y larguémonos de aquí. —Dijo Leon, sacando a la pelirroja de sus cavilaciones.

—¡Oh! Sí, claro. —Contestó Claire, algo aturdida, y comenzó a introducir sus hiervas en su bolsita de papel.

Una vez hecho eso, ambos cogieron sus armas y abandonaron el invernadero donde casi se vuelven el uno para el otro.

Casi.

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Tomaron todos los pasillos que les hacían volver sobre sus pasos hasta llegar al cruce de caminos del inicio.

Al llegar, descubrieron con alarma que los hombre de Alexis ya estaba haciendo uso de gatos hidráulicos para levantar la pesada puerta guillotina.

Es cierto que Leon y Claire se habían demorado más de lo esperado en el invernadero, tanto hablar e insinuarse, pero no se podrían haber imaginado que los hombres de Alexis estuvieran trabajando a tanta velocidad.

Seguro que sus señor les estaba azuzando desde detrás para que trabajaran en su persecución de sol a sol.

Leon sabía que con el ruido del rifle que había ocasionado antes, había hecho mover a un pequeño grupo de bestias hacia la zona donde se encontraban. Así que teniendo en cuenta el ruido que estaban haciendo esos hombres levantando la pesada puerta, Leon sabía que era cuestión de muy poco tiempo que ese cruce de caminos se llenara de bestias. Tenían que darse mucha prisa.

Menudo recibimiento les esperaba a esas pobres almas en desgracia cuando por fin lograran elevar la puerta.

Cuanto mejor para Leon y Claire. Estaban seguros de que tenía que llegar un momento en que los hombres de Alexis se negaran a seguir con esa persecución suicida. Sobre todo si veían que no dejaban de perder a compañeros constantemente. El dinero no podía pagar la vida.

El rubio y la pelirroja tomaron el camino central para continuar con su itinerario hacia la libertad, como estaba previsto.

Pero con lo que no contaban era con que, al haber restablecido toda la red eléctrica de esa zona, todas las puertas que antes se mantenían cerradas, ahora se podían abrir.

Como tampoco contaban con que varias de esas puertas fueran automáticas, que se abrían con sensores de movimiento a su paso.

Con lo que sí contaban, es con que dentro de cada habitáculo de esos pasillos hubiera mil especies diferentes de experimentos conviviendo. Y que al sentir las puertas mecánicas abrirse, más todo el ruido que recorría cada pasillo de ese nivel, estas salieran en busca de comida.

Y la comida eran ellos.

Claire y Leon echaron a correr cuando vieron esas puertas abrirse a su paso y a todas esas criaturas salir al pasillo.

Algunas iban directamente hasta la puerta guillotina, que es donde estaba el alboroto.

Pero otras, las que tenían mejor vista que oído, iban directamente a por ellos. Así que correr era la única opción.

Leon iba adelantando a voces los giros que tenían que dar para llegar al siguiente punto de su huida, para que Claire estuviera prevenida, dado que él se había memorizado el camino, pero ella no.

Disparaban con acierto a la cabeza de los seres que se encontraban de frente, que no eran muchos. Los que se estaban haciendo cada vez un grupo más grande, era los que les seguían desde atrás, pisándoles los talones.

Leon cogió una granada, retiró la arandela de seguridad y la lanzó a sus espaldas.

—¡Granada! —Gritó, sin dejar de correr, para que Claire se tapara los oídos.

Las bestias se quedaron rezagadas alrededor de la granada, analizándola por si fuera algo comestible. Y ahí mismo perdían la vida.

Leon y Claire ya no estaban siendo perseguidos por los monstruos rezagados, pues les habían perdido de vista. Pero siguieron corriendo a igual velocidad, queriendo dejar atrás ese particular juego de dragones y mazmorras versión zombies.

Cuando estaban a punto de llegar a la siguiente sala en su mapa, empezaron a  escuchar gritos de hombres y armas disparando a lo loco en todas direcciones, acompañado de gemidos y gruñidos de los experimentos colindantes.

Los hombres de Alexis habían logrado elevar la puerta y ahora estaban encontrando la muerte más terrible.

Y ojalá de verdad estuvieran encontrando la muerte y no se convirtieran a su vez en bestias, porque cuantos más miembros en su bando, peor para la vida humana. Así de sencillo.

Por fin, Leon y Claire llegaron a otra gran puerta guillotina que era la siguiente parada.

Leon se colocó a un lado del marco, como hiciera anteriormente en el espacio de la trituradora, y Claire justo en frente, por lo que pudiera salir de ahí.

Se miraron y se asintieron. Y Leon calcó el botón de apertura.

Esta puerta guillotina, aunque vieja como todo lo demás, no mostraba signos de deterioro tan graves como la puerta guillotina por la que entraran a ese nivel.

Era vieja y tenía polvo, pero no estaba oxidada ni hacía un ruido quejumbroso al elevarse. Solo hacía ruido. El suficiente como para llamar la atención de los experimentos.

La puerta guillotina comenzó a abrirse, y de su interior salió un aire tan cálido y sulfuroso, que bien podría ser el aliento de un dragón. 

Claire no daba crédito a lo que veía ante sí.  Por fin entendía cual era la fuente de calor de ese lugar. Acababan de llegar al infierno.

Claire levantó la vista, y por encima de la puerta guillotina, pudo ver unas letras que decían “CREMATORIO”.

Dentro estaba despejado, pero si hacía calor donde ellos estaban, ahí dentro se triplicaba.

—Despejado. —Informó Claire.

Leon asomó parte de su cuerpo y sintió en su cara el bofetón del calor que no llegaba a quemar pero que sin duda era como meterse voluntariamente dentro de un horno.

Tanto Leon como Claire entraron y Leon se dispuso a colocar otras dos granadas en el sistema de poleas de esa puerta, para que nada les siguiera. Sobre todo al percatarse de que la puerta del fondo era una puerta corredera que se abría hacia los lados.

Ya estudiarían cómo abrirla y cómo bloquearla llegados a ese punto.

Justo cuando Leon colocó las granadas, escucharon gritos provenientes del fondo del pasillo.

Era un grupo de tres hombres que habían logrado escapar de las bestias,  pero que de hecho estaba siendo perseguidos por una.

Esa bestia parecía un guepardo gigante al que le habían dado la vuelta. Con todos sus músculos, venas y tendones al descubierto. Tan sangrante y tan jugoso como un licker; al que le habían añadido elementos metálicos, como unas fauces de acero en el hocico o unos pistones y cigüeñales justo sobre las crestas ilíacas.

Leon y Claire retrocedieron, a la espera de que las granadas estallaran, pero aun así, y aunque esos hombres no lo merecían, Leon y Claire abrieron fuego contra la bestia, dándole muerte, sacrificando su escasa munición.

Esos hombres miraron hacia atrás, sabiendo que ya estaban a salvo. Sintiéndose incrédulos ante la idea de que seguían vivos, gracias a Leon y Claire.

Uno de ellos se giró dispuesto a disparar contra Leon, siguiendo órdenes. Pero entonces sus dos compañeros le bajaron el arma y negaron con la cabeza. Todavía había algo de honor en esas gentes.

Volvieron a mirar hacia Leon y Claire, y con un asentimiento  los saludaron y les dieron las gracias. De pocos momentos como este podremos ser testigos en esta aventura, donde el dinero es quien manda.

Fue entonces cuando las granadas explotaron y la puerta cayó con el mismo estrépito que la anterior. Y si esos hombres esperaban sobrevivir, ya podían echar a correr y salir de ese peñón infernal, pues las bestias llegarían y encontrarían la forma de escapar de ese nivel.

Pero para infernal, el crematorio.

Se trataba de un espacio enorme y esférico, cruzado por una pasarela ancha, con barandillas a los lados, que conectaban con el siguiente punto, que era, —según el mapa y el letrero sobre la propia puerta. —la cámara frigorífica.

Por lo demás, bajo la pasarela había una laguna de lava que burbujeaba como la sangre en las venas de Leon y Claire. Esta lava, de color incandescente, hacía el aire imposible de respirar y amenazaba con quemarles con cada estallido de gas.

Al rededor de las paredes, se abrían diferentes bocas de tuberías, por donde salían restos de algún tipo de masa cárnica y sangrante que caía directamente sobre la lava.

Y justo en el centro del techo, una apertura circular se abría hacia un espacio desconocido, como un observatorio en un quirófano.

Del centro, más arriba que el observatorio, caían hacia un lado y hacia el otro, dos cadenas conectadas a dos poleas terminadas en dos ganchos, que parecían servir para abrir y cerrar las escotillas de las aperturas en las paredes.

—¿Qué demonios es este lugar? —Preguntó Claire, que comenzaba a sentir el peso de un calor sofocante que dificultaba la mismísima vida.

—Mira las paredes y las tuberías. Esos restos parecen pasados por una trituradora, ¿no te parece? —Comentó Leon.

—¿Primero los trituran y luego los incineran? Sí que se lo toman en serio. —Añadió la pelirroja.

—Continuemos. —Dijo Leon, avanzando por la pasarela hacia el otro extremo de la misma, tratando de retirar el sudor de su frente con el dorso de la mano, sin estar seguro de estar retirando o añadiendo más sudor a su cara.

Si alguna vez habéis estado en una sauna, podéis imaginar como se sentía aquello solo un poquito.

Hacía tanto calor que cuando tomaban aire les quemaban las fosas nasales o la boca, y los poros de la piel estaban tan dilatados que se hacían sentir, milímetro a milímetro.

Sin duda ese era el infierno en Trizom, y ellos tenían que abandonar ese lugar cuanto antes.

Llegaron a la puerta corredera. Esta no tenía ninguna forma de ser abierta desde el lado donde ellos estaban, lo que les hacia pensar que se trataba de una puerta automática que en esos instantes se mantenía bloqueada por algo que ellos todavía ignoraban.

—¿Estamos en un callejón sin salida? —Preguntó Claire, respirando con dificultad.

—Eso parece. —Contestó Leon, con la misma fatiga que la pelirroja. —Tiene que haber alguna forma de abrir esta puerta.

—Y la hay, mi amor. —La insoportable y escurridiza voz de Alexis se hizo oír por todo el crematorio de una forma apagada y distorsionada. Era como estar escuchando la mismísima voz del diablo a través de una emisora de radio sin alcance. Distorsionada y con ciertas interferencias.

—Deberíais cambiar los altavoces de esta zona. —Sugirió Leon, mirando directamente a uno de los altavoces. —Qué servicio de mierda ofreces, Alexis. Uno esperaría más de un niño rico.

Las cámaras de vigilancia del lugar, que hasta ahora se mantenían apuntando hacia abajo, se alzaron apuntando hacia Leon y Claire, encendiendo sus pilotos rojos.

—Bienvenido al mundo de los vivos, Leon. —Dijo Alexis con voz jocosa. —Dime, ¿cómo es morir? ¿Es cierto eso que dicen de que la vida pasa por delante de tus ojos?

—Si bajas aquí, estaré encantado de ayudarte a vivirlo en tus propias carnes.

—No me aburras, Leon. Tu desesperación por tener una cita conmigo te hace cada vez menos sexy.

—¿Esa era la fórmula secreta para que dejaras de olerme el culo? Si lo llego a saber, te hubiera prestado más atención desde el principio.

Alexis se río al otro lado de los altavoces y suspiro, casi románticamente.

—¿A quién pretendo engañar? Tu actitud me pone demasiado.

—Y yo que pensaba que me había librado de tus fantasías. —Contestó Leon, jugando a su juego, pero sin pizca de diversión.

—Yo también pensaba que me había librado de ti y que recuperaría a mi experimento. Y mira, aquí sigues.

»Sí, lo sé, lo que hice fue una jugada maestra. Quién iba a pensar que el pobre señor Bordet sería capaz de llegar tan lejos por seguir estudiando a su espécimen.

»Te juro que fue divertidísimo ver como os engañaba.

—Debió de ser casi tan divertido como ver tu cara cuando te diste cuenta de que no íbamos a usar los conductos de ventilación para salir a la superficie.

»Dijiste que nos veríamos en diez minutos tan convencido, que la humillación debió de ser más grande que tu ego.

»¿Cuánto tiempo te hicimos esperar? ¿Te gusta que te hagan esperar, Alexis? Apuesto a que no.

»Fuiste tan predecible, que casi me das pena.

—Adelantarte mis movimientos, Leon, es un error que no pienso volver a cometer. —Dijo Alexis, claramente apretando los dientes.

—Cometerás otros. Es lo que le suele ocurrir a los imbécil como tú que se cree más inteligente que los demás. Subestimar a tu enemigo es el primer paso para cagarla. 

»Y no importa cuanto te esfuerces. Más tarde o más temprano, acabaré contigo, puto niñato. 

Alexis se rió con la boca cerrada al otro lado.

—Seguro. Acabarás conmigo, en mi cama. —Dijo el CEO volviendo a su zona de confort.

Leon puso los ojos en blanco, suspirando. Y miró a Claire, quien le devolvió la mirada negando con la cabeza.

—C.R-01, cuanto tiempo, ¿cómo estás? —Preguntó Alexis, destilando maldad en cada sílaba.

Claire, por su parte no respondió. Jamás respondería a ese nombre. 

Ella se sentía muy vulnerable con respecto a que hubieran experimentado con ella, como es lógico. Hace unos minutos tuvo una charla sobre eso mismo con Leon. Así que cada vez que Alexis la llamaba por su nombre de archivo, la estaba apuñalando directamente en el corazón. Lenta y dolorosamente. Y el CEO lo sabía muy bien.

—Claire, cariño. No te enfades con papá. Al fin y al cabo, tu novio lo ha matado. Así que, sonríe Claire. Era lo que querías, ¿no? —Volvió a hablar Alexis. —Por cierto, gracias por eso Leon. Tardaste en hacerme caso, pero al final entraste en razón. Lo tendré en cuenta como aliciente para no ser demasiado brutal contigo cuando termines en mis manos.

—No acabé con la vida del doctor por ti, psicópata.

—No es eso lo que he decidido creer, mi amor. Al fin y al cabo, fui yo quien empujó al doctor a intentar matarte con una promesa que, de hecho, era falsa.

»Y tú, no te habrías vengado de él matándole a su vez, si él no lo hubiera hecho contigo, ¿no es cierto?

Leon apretaba los dientes con tanta fuerza que se los iba a partir. Alexis tenía una habilidad muy peligrosa de meterse en las cabezas de las personas y manipularlas con sus palabras venenosas.

—Así que, tal y como yo lo veo, sí que acabaste con él por mi. De un modo u otro, cariño.

—Qué asco me das.

—Y más que te voy a dar.

—¿Tú te escuchas? Primero me quiere llevar a la cama, después me quieres matar y ahora vuelves a querer llevarme a la cama. 

»¿Por qué alguien como tú anda por ahí suelto? ¿Dónde están tus padres? Me gustaría hablar con ellos.

—Lo siento, profesor, se han ido de viaje y no volverán hasta el mes que viene. 

»Pero si tiene que reprenderme por algo, acepto unos azotes.

Claire llamó la atención de Leon colocando una mano sobre su hombro.

—Nos está retrasando deliberadamente. —Le dijo la pelirroja. —Tratemos de encontrar otra salida y pasemos de él.

—C.R-01, no me gusta nada que se me ignore. —Dijo Alexis, cuyo tono de voz comenzó a ensombrecerse. —Igual que no me gusta que los demás toquen mis cosas.

»Antes de acostarnos, Leon, te darás una buena ducha.

En ese momento, sin darle a Leon tiempo para reaccionar, Claire se abrazó al cuerpo del rubio, acariciando su espalda, su cuello y su pecho, mirando a una de las cámaras, para acto seguido enseñarle el dedo corazón a Alexis, mientras le guiñaba un ojo.

Leon, al ver el gesto, no pudo evitar sonreír. Qué maravilloso ingenio tenía su pelirroja. Qué bien supo como molestar al CEO.

—Lo primero que voy a hacer cuando te atrape, será cortarte las manos, preciosa. —Amenazó Alexis a Claire, con la voz hecha un aullido de lobo.

Leon entonces le devolvió el abrazo a Claire, apoyando su mentón sobre su cabeza y enseñándole su dedo corazón a Alexis, por otra cámara. Aunque no le salió la jugada tan bien como a la pelirroja.

—¡Oh! Leon. Con ese dedo haré otras cosas. —Añadió Alexis, que no podía evitar que en su voz los celos se escucharan como bocinas de camiones.

Aunque Leon y Claire estaban sudando a mares, y mantenerse tan juntos estaba haciendo que sus camisetas comenzaran a empaparse, lo cierto es que no había lugar en el mundo como estar en los brazos del otro.

Claire levantó la cara para mirar a Leon y Leon tomó una mínima distancia para mirar a Claire y cogerla por la cara, retirando las gotas de sudor de sus sonrojadas mejillas.

Y de nuevo se quedaron solos. Absolutamente solos.

Si Alexis miraba desde el otro lado de las cámaras, eso era algo que ellos ignoraban, porque acababan de conectar tan intensamente, que ahora solo existían ellos en el mundo.

Claire, inclinó la cabeza hacia Leon. Le estaba invitando a besarla. Casi se lo estaba suplicando, sintiendo una tensión apretada y dolorosa en su bajo vientre. 

Y Leon se inclinó hacia ella aceptando dicha invitación y nadando hacia las profundidades abisales de los océanos que eran sus ojos.

—Todos tenemos nuestros fetiches, Leon. —Interrumpió Alexis, cuya voz había conseguido traspasar las barreras que mantenían a Leon y a Claire aislados de la realidad. —Pero no puedo entender cómo te has podido enamorar de esa bestia.

Claire, fue la primera en separarse de Leon, agachando la cabeza y llevándose una mano a los labios.

—Dime cariño, ¿eres zoofílico? —Preguntó Alexis, con cierto aburrimiento en su voz. —Porque hasta yo tengo mis límites.

Leon cogió a Claire por el mentón y alzó su cara para mirarla a los ojos. 

—No le escuches. —Le pidió Leon.

—Pero tiene razón. —Contestó Claire, sintiendo que sus ojos comenzaban a picarle, preludio de las lágrimas.

—No le des ese poder. —Volvió a pedir Leon.

—El poder no me lo puede ni dar, ni quitar. —Intervino de nuevo Alexis. —Para vosotros, aquí, soy Dios. 

»Yo decido quien vive, quien muere, ¡quien vuelve a su puta probeta! Y quien se va a arrodillar ante mí.

—Pues hasta ahora no te ha salido muy bien la jugada. —Le  interrumpió Leon. —Vaya Dios de mierda estás hecho. ¿Puedes ser más patético? Hasta un niño jugando al Risk sería mejor estratega que tú, que no haces más que perder hombres.

»Tiene que joder mucho creerte un puto Dios y darte cuenta de que no sabes jugar.

»Claire no va a volver a ninguna probeta, y el único que se va a poner de rodillas eres tú ante ella, cuando decidamos cómo matarte. Porque morir vas a morir, por si todavía a estas alturas no te había quedado claro.

—¿Te atreves a amenazarme? ¿En serio?

—¿Eres tan tonto que no ves que sí? 

Alexis guardo silencio por un momento, sin duda apagando el micrófono y gritando de rabia en su despacho. Pateando el suelo y despeinando su sedoso pelo platino, mientras arrugaba su traje, para después serenarse con un trago de whisky, alisarse el traje y repeinarse el pelo hacia atrás.

—¿No queríais abrir la puerta de la cámara frigorífica? —Volvió a hablar Alexis, con un tono tan suave que resultaba más amenazante que cualquier gruñido. —Pues ahí tenéis.

Acto seguido, el CEO cortó la comunicación y las puertas correderas de la cámara frigorífica se abrieron, dejando salir de su interior la sublimación helada y seca que se extendía por todo el crematorio y, que de hecho, era un alivio inmenso para Leon y para Claire, cuyos rostros estaban rojos y sofocados.

—Es una trampa. —Anunció Claire. —Si nos metemos ahí, nos dejará encerrados y moriremos congelados.

—Eso parece. Busquemos otra salida. —Coincidió Leon, comenzando a moverse hacia una de las barandillas.

Entonces una voz robótica reverberó por toda la estancia. La voz venía de la cámara frigorífica.

“ATENCIÓN. ATENCIÓN. CÁMARA FRIGORÍFICA ENTRANDO EN ESTADO DE REPOSO. DESCONGELANDO SUJETOS EN HIBERNACIÓN. SE RECOMIENDA A LOS EQUIPOS RESPONSABLES, EXTREMEN LAS PRECAUCIONES. REPITO, EXTREMEN LAS PRECAUCIONES.”

Leon y Claire se miraron con expectación. No les había gustado mucho eso de “Sujetos en hibernación”.

Iban a tener que luchar. Y apenas les quedaba munición.

—Claire, ¿tienes munición? —Preguntó Leon.

—Un último cartucho. ¿Tú? —Preguntó Claire a su vez.

—Poco más. —Respondió en agente especial.

—Veo movimiento. —Anunció Claire, llevando la culata de su fusil a su hombro, preparada para disparar.

Leon hizo lo propio y ambos comenzaron a retroceder lentamente, sin apartar sus ojos de la apertura.

Tras la niebla helada, podían observar sombras que se movían de forma lenta y que, poco a poco, se iban aproximando ganando velocidad.

Leon sentía el pulso en las sienes. Claire en la garganta. Los dos se miraron una vez más y se dijeron a  través de los ojos:

“No moriremos aquí.”

Entonces, vieron atravesando la niebla a la primera criatura.

Primero, una zarpa enorme, con unas garras que bien podrían partir a un hombre en dos de un solo golpe; después, una pierna musculosa, casi con el mismo aspecto que la zarpa; y por último, una cabeza unida al cuerpo  sin el tramo del cuello, con ojos amarillos y bocas enormes, de las cuales caían hilos de saliva hacia al suelo.

El ser presentaba una piel brillante y verde, como la de un reptil.

—Mierda. —Susurró Leon.

—Hunters. —Dijo Claire.

Tras esa primera bestia, aparecieron otras dos, y después otras dos, y después otras dos. Puede que hubiera fácilmente una treintena de Hunters en ese lado del espacio entrando en el crematorio y fijando sus ojos en sus nuevos objetivos de caza. Leon y Claire.

Claire nunca se había enfrentado directamente a los Hunters, pero los conocía. Su hermano le había hablado de ellos. Eran seres rápidos, muy ágiles, capaces de saltar grandes alturas y con una piel tan dura como el acero.

Te podían desgarrar y arrancar la cabeza en un solo movimiento, siempre y cuando tuvieras la suerte de no toparte con sus fauces.

Leon se había enfrentado a ellos en el pasado, y ya sabía que no podrían matarlos a base de balas. De media, con buen puntería, un Hunter necesita cinco tiros en la cabeza para derribarlo. No salían las cuentas.

Leon volvió a mirar a Claire, con preocupación y Claire miró a Leon, con esperanza.

“Tal vez de todos los malos momentos para declararte, este sea el peor. ¡Pero puede ser tu última oportunidad!” Gritó la primera voz en la cabeza de Claire. “Esta pelea no está inclinada a vuestro favor. ¡Díselo ya, Claire!” Gritó la segunda voz a su vez.

—Leon... —Comenzó a decir Claire.

Pero no pudo terminar de decir lo que tanto tiempo llevaba deseando confesar, porque Leon se giró y disparó cinco tiros certeros sobre un Hunter que se había abalanzado sobre ellos, y cuyo cuerpo sin vida aterrizó justo a sus pies.

—Dímelo después. —Contestó Leon, sin apartar la vista de los Hunters, que comenzaron a gritar alzando sus cabezas y extendiendo sus brazos hacia ellos. 

Los Hunters echaron a correr en su dirección. Algunos saltaban a las paredes y corrían horizontalmente para rodearlos por detrás, mientras  que otros saltaban la valla y comenzaban a trepar por debajo de la pasarela y sus pilares, para aproximarse sin ser abatidos.

Algunos Hunters subieron por las paredes hasta el techo, pero al llegar arriba se caían a la lava donde morían, pues no tenían la capacidad de sostenerse en ese plano.

Los demás corrían de frente a ellos, alzando sus zarpas y descargándolas en el aire amenazadoramente, mientras seguían gritando, escupiendo saliva de poder y rabia.

Tanto Leon como Claire comenzaron a disparar a los que les llegaban de frente. Eran objetivos mucho más fáciles de atinar que aquellos que se movían lateralmente.

Apenas habían matados a un par de Hunters, cuando los que corrían por las paredes llegaron a sus espaldas, saltando hacia ellos en completó frenesí.

Leon lanzó dos granadas hacia el montículo de Hunters que se habían amontonado ahí. Y cuando estas reventaron, la mayoría de los monstruos cayeron a la lava, de dónde no podían volver a salir.

Cuando Leon volvió a mirar al frente, un Hunter se abalanzó sobre él y lo tiró al suelo. Pero justo cuando se separaba de Leon para coger el impulso que lo abriría en dos, Leon apuntó con su rifle y se lo quitó de encima con facilidad.

¡Sin munición! —Gritó Claire que, dejando su arma a un lado, comenzó a transformarse en esa otra Claire grande y fuerte que era capaz de matar a dos Tyrant. Y se lanzó a toda velocidad contra los Hunters.

Leon se puso de pie y disparó a todas las bestias que veía que se lanzaban a por Claire, cubriéndola como buenamente podía, aunque no era fácil.

Claire se movía muy deprisa, pero no estaba matando tan rápido como hubiera hecho con la horda de zombies. Y ademas los Hunters estaban yendo a por ella en manada, y eran muchos.

Por detrás de Leon, el suelo de la pasarela estalló en mil pedazos, abriendo un agujero en el suelo, cuando un grupo pequeño de Hunters lo atravesó lanzándose hacia él.

Leon disparó a una velocidad inhumana. Llegó un punto en que el agente especial ya no podía escuchar nada, salvo su propia respiración y los latidos de su corazón. Haciendo un acto de presencia tan grande que, por un momento, sintió que su cuerpo se movía solo sin que él tuviera ninguna agencia sobre ello.

Cuando acabó con ese grupo, él también se había quedado sin munición. Así que tocaba tirar de cuchillo. Era tan arriesgado como tirarse de un helicóptero sin paracaídas y pretender sobrevivir. Pero si iba a morir, sería luchando hasta el final.

Claire estaba luchando con mucha determinación. A la mayoría de Hunters solo los hería. Les arrancaba algún miembro o los dejaba ciegos, pero no terminaba de darles una muerte real.

Salvo a aquellos a los que estaba tirando por la borda. Esos morían entre alaridos, siendo devorados por la lava que los amenazaba por igual, bajo sus pies.

Un Hunter corrió hacia Leon. El agente espacial corrió hacia la barandilla y se lanzó contra el Hunter, chocando ambos en el aire. El rubio tuvo la velocidad de girar por el cuerpo del Hunter, y, a abrazándolo por la cintura a sus espaldas, ejecutando un suplex, lo dejó aturdido el tiempo suficiente como para girar por encima de la bestia y atravesar su cráneo con su cuchillo, dándole muerte.

El siguiente Hunter que se lanzó sobre él, fue debidamente esquivado. Pero cuando volvió a la carga alzando su zarpa, Leon lo lanzó por encima de su cabeza con un derribo de hombro seogi nage y a continuación, subiendo sobre su espalda, atravesó su cráneo dándole  muerte a otro más.

Leon alzó la vista. Eran demasiados. Fácilmente todavía les quedaba una quincena.

Y Claire los tenía a todos encima, por más que ella estuviera luchando como la guerrera que era.

Leon corrió hacia su posición. Se deslizó por el suelo cortándole los tendones a un Hunter, provocando que se desplomara en el suelo. Momento que el rubio aprovechó para pasarlo por el cuchillo.

Después, cuando otro Hunter corrió hacia él, Leon realizó una acrobacia aérea, donde le lanzó una parada que lo desvió de su trayectoria, empujándolo contra una barandilla, para, al momento, arrojarlo a la lava.

Y siguió luchando. 

Esquivó un zarpazo, esquivó otro; se agachó y saltó; hubo paradas de garras con su fiel cuchillo y se abrió hueco hasta las cabezas de todas esas bestias, tratando de llegar a Claire.

Fue entonces cuando lo que sus ojos le mostraban casi hizo que su mundo se desintegrara por completos.

Mientras Claire lanzaba a otro Hunter a la lava, uno se le acercó con velocidad por la espalda y atravesó a la pelirroja, de lado a lado con sus garras.

Claire se arqueó hacia atrás tomando una gran bocanada de aire y sintiendo que un dolor inmenso le colapsaba el cerebro.

Miró hacia abajo, estallándole las lagrimas en los ojos. Y pudo ver como de su abdomen, salían cinco garras blancas como la luna, derramando su sangre.

Entonces, esas garras se retiraron de ella en un movimiento violento y Claire expulsó sangre de su boca.

El cuerpo de Claire comenzó a hacerse más pequeño, recuperando su forma natural, cuando otro Hunter se posicionó justo delante de ella y, clavando sus garras solo unos centímetros por encima de  las primeras heridas, la atravesó  con fuerza, levantando el cuerpo de la pelirroja del suelo y alzándola por encima de sus cabezas.

—¡Claireeee! —Gritó Leon, que estaba siendo testigo de cómo los Hunters la estaban matando.

El Hunter que tenía a Claire atravesada por el abdomen, la lanzó con fuerza hacia el lado de la pasarela donde se encontraba Leon. Y el cuerpo de la pelirroja derrapó y giró sobre el suelo, en dirección a la apertura recién abierta de la pasarela, a punto de caer en la lava.

Leon corrió hacia ella, y colocándose como escudo, evitó que Claire se precipitara al mar incandescente que parecía llamarlos con cada estallido de gas.

—¡Dios mío! —Gritó Leon al ver todo el cuerpo de Claire empapado en tanta sangre. 

Claire usaba sus manos para tratar de tapar sus heridas, pero todo era inútil. Se estaba desangrando a velocidad de vértigo y Leon no sabía qué hacer.

Los Hunters volvían a la carga contra ellos y ahora estaba solo, tratando de proteger a Claire y con  un cuchillo como aliado.

La mente de Leon estaba trabajando tan rápido, que por un momento parecía que todo lo demás se estaba ralentizando.

El agente especial miró a su alrededor.

Atravesar a todos esos hunters para tratar de avanzar por la cámara frigorífica, era del todo imposible.

Retroceder también, dado que había inutilizado la puerta.

¡Granadas! ¡Le quedaban dos!

Leon cogió sus dos granadas rápidamente, les quitó las arandelas de seguridad y las lanzó el grupo  más próximo.

Muchos Hunters volaron por los aires y cayeron a la lava, pero tras esos venían muchos más.

Leon solo había ganado unos pocos segundos extra.

“Piensa, Leon, Piensa.” Se repetía el rubio como un mantra desesperado.

Entonces, la mano ensangrentada de Claire se posó en su cara y Leon bajó la mirada hacia la mujer a la que amaba y que se estaba muriendo.

—Leon, —Comenzó la pelirroja, con la voz suave, como si se estuviera quedando dormida. —Yo... te... te... a...

Y sin poder acabar su frase, Claire cerró los ojos y se fue. 

O al menos eso había parecido.

—¡CLAIRE! —Gritó Leon, tratando de contener sus lágrimas, mientras la abofeteaba con fuerza.

 Claire abrió los ojos y moviéndolos en círculos, consiguió enfocar a Leon.

—¡No te duermas! ¡Aguanta! —Le dijo Leon. A lo que Claire no respondió más que con una sonrisa por cuyas comisuras se derramaban hilos de sangre.

Leon alzó de nuevo la vista. Podía llevarlos hasta los tubos por donde caían los desechos de la trituradora, pero los Hunters los podrían seguir fácilmente. Y Leon no sería lo suficientemente rápido teniendo que cargar con Claire.

Así que miró al techo, desesperado, implorando la ayuda de alguna deidad en la que no creía, cuando se dio cuenta de las cadenas.

 “¡La cadenas!”

—¡Claire! ¡Necesito que hagas un último esfuerzo! ¿De acuerdo? —Llamó Leon, sabiendo que tenía a los Hunters ya encima. —¡Súbete a mi espalda! ¡Vamos!

Y Leon, antes de que Claire pudiera reaccionar, la levantó del suelo colocándola a sus espaldas.

Claire gritó, como nunca la había escuchado gritar, y a Leon le desgarró por dentro ser tan poco delicado con ella cuando sabía que tenía los órganos destrozados por dentro y que cualquier gesto suponía un dolor infernal.

Pero si querían tener una oportunidad, era ahora o nunca.

Claire, con sus últimas fuerzas, rodeó la cintura de Leon con sus piernas y cruzó sus brazos alrededor de su cuello y pecho, dejando el peso de su cabeza sobre el hombro del rubio.

Y mientras los Hunter saltaban de frente a ellos para por fin acabar con sus presas, Leon corrió lateralmente hacia la cadena de su derecha, saltó sobre la barandilla y, usándola de trampolín, alcanzó los eslabones  que se encontraba suspendidos sobre la lava.

Los vapores de la lava que subían, hacía que Leon sudara más, que las cadenas estuvieran húmedas y que al agente le costara sus dedos mantenerse agarrado sin resbalar.

Enredó la cadena sobre sus piernas y pies para que le sirvieran de impulso para alcanzar el observatorio. Pero la distancia a recorrer era mucha, y él llevaba un peso extra sobre sus espaldas. Claire.

Abajo, los Hunters se lanzaban  hacia la cadenas, pero con unas garras tan grandes, se veían imposibilitados para poder coger cualquier elemento que fuera de pocas dimensiones. Sin embargo, las cadenas eran perfectas para manos humanas.

Los Hunters que se lanzaban directamente contra la cadena, acababan en la lava; los que se lanzaban contra la pared y de ahí contra Leon y Claire, o bien no los alcanzaban y caían en la lava o bien los pasaban de alto (normalmente porque Leon resbalaba hacia abajo) y caían de nuevo sobre la pasarela donde estaban acumulados y revueltos.

Desesperados por cazar, algunos intentaban de nuevo escalar las paredes verticalmente y al llegar al techo, se caían en la lava.

Ellos solos, en sus intentos por cazar a sus presas, se estaban diezmando.

Leon por su parte, empleaba cada músculo de su cuerpo  en subir la vertical.

Podía sentir como su chaleco antibalas y después su camiseta térmica, se estaban empapando con la sangre de Claire. Y esta, más tarde, empapaba su propia piel haciendo que Leon sintiera que se estaba bañando en ella.

Claire aflojó su agarre de Leon, a punto de perder el conocimiento.

—¡Claire! —Llamó Leon, que se estaba quedando sin aliento por el sobre esfuerzo de subir esa cadena infinita.

Claire volvió a cogerse con fuerza a Leon, y sin poder evitarlo, tosió de nuevo sangre, salpicando un lado de la cara del rubio. Pero a él no le importaba. Solo le importaba llegar arriba y socorrerla.

Abajo ya solo quedaban tres Hunters, que saltaban y gritaban desesperados, viéndolos ascender.

Leon subía muy lentamente, pero sin detenerse.

El sudor de su cuerpo comenzaba a mezclarse con la sangre de Claire. Y todo su cuerpo empezaba a temblar descontroladamente por unos músculos llevados al límite que gritaban de dolor.

Con cada avance, Leon comenzó a gruñir, apretando los dientes. Necesitaba dejar de pensar y que su cuerpo, como antes, fuera por libre y comenzara a trabajar de forma casi autómata, pues su fuerza mental estaba agotada.

Solo deseaba que su fuerza no se desvaneciera, volviendo a  esos momentos de extrema debilidad que lo estuvieron acompañando desde que regresara a la vida. Ese hubiera sido el peor momento. Aunque a decir verdad, desde que tomara el analgésico, no se había vuelto a sentir tan débil y enfermo.

—¡Claire! ¡Háblame! —Le pidió Leon con sus últimas fuerzas.

—Leon. —Dijo Claire con voz suave. —Ya no me duele.

Leon se alarmó tanto al escuchar esas palabras que redobló sus esfuerzos y comenzó a ascender a mayor velocidad. Seguía sin ser lo suficientemente  rápido, pero el rubio no cejó en su empeño, nunca.

—Tengo sueño, Leon. —Dijo Claire, estrechando más su cuerpo con el del rubio. —Pero no me voy a soltar.

Leon, que ya estaba a punto de llegar a las barandillas que bordeaban el observatorio, en sus últimos esfuerzos gemía y gritaba, sintiendo su pelo totalmente empapado pegándosele a la frente y al cuello.

Cuando por fin alcanzó la altura de las barandillas, comenzó a columpiarse para acercarse a ellas, lo cual  era imposible, pues el peso de Claire no les permitía coger inercia.

—¡Claire! ¿Cómo estás? —Preguntó Leon, más jadeos que palabras.

—Estoy bien. No duele. —Contestó la pelirroja, todavía con la voz apagada. —Estoy muy cansada.

—Vale. Claire. Necesito que hagas algo por mí. —Comenzó a hablar Leon, que iba perdiendo su posición lentamente. —Te juro que no te volveré a pedir nada más, pero necesito que escales por mi espalda y saltes hacia la barandilla.

Claire levantó la cabeza y miró la distancia.

—Vale. —Contestó. —Puedo hacerlo.

—Genial. Ve con cuidado, y agárrate fuerte a la cadena.

Claire entonces, soltó el agarre cruzado en el pecho de Leon, y se sujetó a la cadena por encima de los puños de este.

Con cuidado, descruzó las piernas que abrazaban la cintura del rubio, e impulsándose, consiguió apoyar una rodilla sobre uno de los hombros de Leon, y después la otra rodilla sobre su otro hombro.

—Muy bien Claire. Lo estas haciendo genial. —La animó el rubio, cuyo cerebro estaba al borde del colapso por el esfuerzo.

Subiendo sus manos por la cadena, consiguió apoyar sus dos pies sobre los hombros del agente especial, preparada para impulsarse y saltar.

Pero Leon entonces se resbaló y bajó unos centímetros de su posición, desequilibrando a Claire, que tuvo a bien agarrarse con fuerza a la cadena.

—¡Lo siento! ¡Lo siento! —Dijo Leon, esforzándose por volver a subir a su anterior posición. Los músculos de sus brazos estaban hinchados hasta el límite. Le iban a estallar de un momento a otro.

—¡Voy a saltar! —Avisó Claire, con la voz algo más compuesta, sintiendo la base de los trapecios de Leon temblar.

Entonces Claire, flexionó sus rodillas y soltó una de sus manos de la cadena, y cuando se sintió preparada, saltó, agarrándose fuertemente a la barandilla.

La pasó por encima y se dejó caer al suelo del observatorio.

Leon por su parte, se quería rendir.

Le dolía todo el cuerpo con desesperación. Pero Claire estaba muy mal herida. Ella aún le necesitaba.

Así que el rubio, tirando más de esperanza que de fuerza, comenzó a columpiarse  en la cadena, hasta quedar lo suficientemente cerca de la barandilla como para alcanzarla con una mano.

Por unos segundos se quedó dividido entre la barandilla y la cadena, con los brazos en cruz, sin atreverse a soltarse de un lado u otro.

Su cuerpo le pesaba, el sudor sobre sus ojos le picaba. La sangre de Claire en su cara y espalda comenzaba a secarse.

Dedicando un último esfuerzo en aferrarse a la barandilla como si sus manos fueran alicates, soltó la cadena y, agarrándose con fuerza al cálido metal, pasó al otro lado y, tal y como hubiera hecho Claire, se dejó caer al suelo, respirando como un asmático en plena crisis y tratando de descansar unos músculos que no hacían más que doler, entre fuego y calambres.

Al fin y al cabo, lo que acababa de hacer era una hazaña, teniendo en cuenta que estaba cargando con peso extra y que no había terminado de sentirse cien por cien recuperado de su viaje al más allá.

Pero lo había conseguido. Joder. Lo había conseguido. 

Miró entonces hacia el lado donde se encontraba Claire y ella   miraba hacia Leon con sus manos ensangrentadas en el abdomen.

—¿Estás bien? —Preguntó Claire, regalándole una sonrisa débil.

Leon se giró, y gateó hasta colocarse al lado de la pelirroja, no sin un gran esfuerzo.

Y cogiendo el botiquín, comenzó a buscar coagulantes para cortar la hemorragia interna y pérdida de sangre. Así como vendas, plumas inyectables y las toallitas para limpiar las heridas.

Le temblaban las manos trabajando a toda velocidad, tratando de ser útil y sobre todo, tratando de que sus lágrimas no le impidieran ver por donde debía ayudar.

—Leon, tranquilo. —Le dijo Claire, que lo estaba viendo tan cansado, torpe y nervioso. —Estoy bien. Ya no me duele.

Leon no contestó nada. Solo podía pensar en el estado interno de Claire. 

Esas heridas, inevitablemente habían debido atravesar órganos vitales, y por más que él tapara las heridas y evitara el desangrado y el dolor, no sabía si llegaría a tiempo de sacar a Claire de ese lugar y llevarla a un hospital para operarla de urgencia. Todo eso parecían simples fantasías. Era logísticamente imposible llegar a salvarla. Y eso era algo con lo que el rubio no iba a poder lidiar.

Una mano ensangrentada se apoyó dulcemente sobre el dorso de la mano de Leon, deteniendo todos sus movimientos.

—Estoy bien. —Repitió Claire, ganando cada vez más presencia y librándose del sopor del sueño.

Leon apartó la mano, cogió un sobre con toallitas limpiadoras, extrajo una toallita, la extendió y comenzó a limpiar el abdomen de Claire. Con cuidado y delicadeza. La que le había faltado antes.

Comenzó a retirar la sangre de arriba a bajo, temiendo hacer daño a Claire cuando llegara a las aperturas de las heridas, pues imaginaba que debía ser algo bastante insoportable. Aunque la pelirroja insistiera en que no le dolía.

Y limpió, temeroso, avanzando hacía abajo, devolviéndole a Claire el color natural de su piel por debajo de la sangre.

Y siguió limpiando y avanzando y bajando, pero, no encontraba las heridas.

Continuó retirando sangre, y lo único que podía ver era la piel inmaculada de Claire. Como si nunca hubiera sufrido ningún daño. ¿Era acaso real? Él estaba muy seguro de lo que había visto. La propia sangre que estaba retirando en ese preciso instante era testigo de ello.

Cuando terminó de limpiar el abdomen de la pelirroja, pasó sus dedos por encima de su piel, suave y perfecta, comprobando que efectivamente era real y que no tenía ninguna herida.

Desabrochó el cinturón y el pantalón de Claire, dejando la piel al descubierto hasta la ropa interior, limpiando también esa zona, ante la tranquila mirada de la pelirroja. Y cuando acabó, descubrió que la única cicatriz ahí, era el ombligo de Claire.

Leon apoyó la palma de su mano y recorrió todo el abdomen de la pelirroja de arriba a bajo, con el ceño fruncido, dándose cuenta de que Claire tenía la misma capacidad regenerativa que Sherry.

Claire no pudo contener una sonora aspiración de su boca, al sentir la mano de Leon acariciar su cuerpo, llamando la atención del rubio y sacándolo de sus cavilaciones.

—Te autoregeneras. —Le comunicó Leon.

Claire le sonrió, todavía con la boca manchada de sangre, y sus manos entrelazadas encima de su pecho.

—Te dije que ya no me dolía. —Le contestó la pelirroja.

Leon volvió su mirada el cuerpo prístino de Claire.

—Es increíble. —Dijo Leon. —Y genial. —Señaló mirando a Claire, sonriéndola y dejando que por fin esas lágrimas que se habían cocinado en sus ojos cayeran por su cara, mientras las retiraba feliz de no necesitarlas. —Vaya velocidad. ¿Sherry se regenera tan rápido?

—Creo que tarda incluso menos. —Dijo Claire, sin apartar sus ojos de Leon, quien no apartaba los suyos de abdomen de Claire.

—¿Me devuelves mi intimidad? —Preguntó Claire, sonriendo, al ver a Leon tan absorto.

Por su parte, el agente especial, dándose cuenta de que había actuado todo ese tiempo sin pedir permiso, absorto como estaba en su preocupación por el bienestar de la pelirroja, se disculpó y comenzó a abrochar el pantalón de Claire, así como su cinturón.

Y volvieron a su particular y extrema vorágine de emociones.

¿Cómo un momento tan estresante, podía de repente volverse tan excitante?

Leon jamás había tocado el cuerpo de Claire. Nunca. Más allá de en las fantasías que ambos compartían sin saberlo, ese hecho jamás había tenido lugar. Y mientras Leon limpiaba el cuerpo de Claire, esta estaba enfermando de fiebre, conteniéndose así misma.

No era el momento. Leon estaba muerto de miedo y preocupación por ella. Y ella estaba pensando en todas las formas en las que podría hacerle el amor si tuviera la oportunidad.

Cuando el agente especial le desató el cinturón, desabrochó el botón de sus pantalones y bajó su bragueta, ella por poco pone los ojos en blanco de pura expectación.

Y ahora que el rubio estaba subiendo su bragueta, abotonando el botón de sus pantalones y ciñendo el cinturón a su figura, ella sentía que podría ponerse a gemir en cualquier momento.

—Leon. —Llamó la pelirroja, mientras el agente operaba con su cinturón.

El rubio levantó la vista y conectó con los ojos de la pelirroja.

—Más fuerte. —Le susurró Claire, mordiéndose su labio inferior.

Las pupilas de Leon se dilataron sin remisión ante el pedido y humedeciéndose los labios, obedeció, apretando más el cinturón de la pelirroja.

—¿Así? —Preguntó con la boca seca.

—Mmm... —Ronroneó Claire. —Un poco menos. —Susurró.

Leon obedeció sintiendo como la fuerza se le bajaba a los pantalones.

—¿Así? —Volvió a preguntar, tras aflojar el cuero sobre las caderas de Claire.

—Perfecto. —Gimió Claire, absolutamente caliente y sonrojada, gritándole a Leon con la mirada que se echara sobre ella y la tomara ahí mismo, sucios, ensangrentados y sudorosos como estaban, con el deseo con que se hace la primera vez y con la pasión con que se hace la última.

Leon estaba recibiendo la invitación como reciben los hombres los cantos de sirena, casi hipnóticamente. 

Sus pantalones iban a estallar, su corazón iba a estallar y su respiración comenzaba a acelerarse.

Se iban a lanzar el uno sobre el otro con la misma fuerza con la que dos coches chocan de frente a máxima velocidad. Sin reflejos pero hasta el límite de adrenalina.

En ese punto estaban, al borde de la línea, cuando los gritos de los Hunter los detuvo.

El deseo estaba ahí. Tirando de ellos.

Pero la realidad también, devolviéndolos al presente.

Si se hubieran llegado a tocar, no habría existido realidad que los frenara. Eran demasiados años llenando ese vaso del deseo que ya llevaba un tiempo desbordándose.

Leon fue el primero en ponerse de pie. Girando sobre sí mismo y peinándose el pelo hacia atrás, cerró los ojos y resopló, tratando de volver a la calma y esperando que no se notara la erección.

Claire, por su parte, se puso de pie suspirando y llevando sus manos a su mejillas, sabiendo que estaba roja como un tomate y caliente como una plancha.

Leon se giró y, carraspeando, pasó por delante de Claire.

—¿Seguimos? —Preguntó el rubio.

—Claro. —Contestó la pelirroja.

—Necesitamos encontrar un lugar donde poder descansar. —Señaló Leon —Si este lugar no tiene entradas, podríamos aprovechar y dormir aquí. Sabemos que los Hunters no pueden subir, y con un poco de suerte, los que quedan abajo se mataran lanzándose a la lava.

—Muy bien. —Volvió a responder Claire, que por el momento, prefería guardar silencio. Al menos hasta que se le pasara el calentón.

La zona de observatorio no tenía nada de especial.

Sus pareces y techos eran de hormigón armado, abovedado. Y el pasillo circular que acababa en las barandillas, tenía un metro de ancho.

Más allá de eso, una apertura rectangular en la zona diametralmente opuesta a la de Leon y Claire, les indicaba que ese era el único lugar de acceso a  esa zona, si no teníamos en cuenta  el acceso mucho más divertido de escalar una cadena resbaladiza. Entiéndanme la ironía.

Rodearon el espacio, armados únicamente con un cuchillo y una pistola con una única bala, y se asomaron al hueco en la pared.

Este daba a un pasillo corto que acababa en una puerta con picaporte simple, pero con cerrojo.

Leon y Claire se aproximaron, esperando que esa puerta no estuviera cerrada. Y no es porque Leon o Claire no pudieran tirarla abajo de una patada. Más bien era porque querían poder entrar sin romperla y así tener la seguridad de poder cerrarla para mayor seguridad propia. 

Leon apoyó la oreja para escuchar al otro lado, pero no oía nada.

Giró el picaporte lentamente y comprobó felizmente que la puerta estaba abierta.

Apoyando un hombro sobre la superficie plana, abrió solo una rendija hacia el otro lado para comprobar que era seguro seguir por ahí.

El espacio a través de la puerta estaba a oscuras, así que Leon alumbró con su linterna.

Lo primero que vio fue un catre pegada a una pared de piedra.

Y que la pared fuera de piedra y no de hormigón llamó poderosamente su atención, pero en ese momento, no tenía mucha más importancia.

Siguió empujando la puerta, mirando con cautela.  

El espacio se abría en una habitación pequeña dónde no había nadie pero donde había muchas cosas interesantes..

—Despejado. —Dijo Leon, entrando en la estancia, seguido de Claire.

Leon trató de accionar el interruptor de la pared, pero la luz no se encendía.

En ese lugar había un baúl enorme. Un escritorio de aspecto antiguo con varios cajones, sobre el cual descansaba una máquina de escribir y varios candelabros con velas.

Bordeando las paredes había barias estanterías con libros de aspecto antiguo y en la esquina más alejada un habitáculo con puerta desde donde se podía ver en su interior un inodoro y un lavabo.

Cuando ambos entraron en ese espacio, Leon cerró la puerta a sus espaldas, comprobando que unas llaves colgaban desde el cerrojo interno. ¿Por fin estaban teniendo algo de suerte?

Leon giró la llave, manteniéndolos encerrados y a salvo, y redobló esa seguridad cogiendo la silla de madera del escritorio y atrancando la puerta con ella.

Parecía que nuestros protagonistas habían encontrado por fin un lugar seguro donde dormir.

 

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

 

Chapter 14: No tengas miedo

Notes:

Sugerencia de la autora: Leer la tercera escena con "Everything is romantic/Fall in love" de Charli XCX de fondo.
Por ser la banda sonora que ayudó a la escritura de dicha escena.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Miedo. 

La emoción más recurrente en un rescate en el que se pone todo el corazón.

Cuando a Claire la raptaron y luchó por su libertad, tuvo miedo; cuando Leon se enteró de la desaparición de la pelirroja, tuvo miedo; y también tuvo miedo después, cuando la vio llena de cables dentro de un tanque; Claire tuvo miedo cuando despertó en los brazos de Leon sabiendo que algo iba muy mal pero sin saber bien qué; y más tarde, tuvo miedo cuando lo recordó todo y se descubrió siendo un monstruo; Leon tuvo miedo cada una de las veces que creyó que Claire se rendiría, y Claire tuvo miedo cada una de las veces que se transformó para salvar la vida; Leon tuvo miedo cuando supo que iba a morir, y Claire tuvo miedo cuando le vio hacerlo; y más tarde Claire tuvo miedo cuando vio su estomago atravesado por las garras de un Hunter y Leon tuvo miedo cuando creyó que Claire moriría desangrada en sus manos.

Sí. Sin lugar a dudas el miedo es el leitmotiv para nuestros protagonistas. Funcionando como motor y al mismo tiempo paralizándolos tanto, que seguir adelante era simplemente una prueba de fondo para la que no estaban debidamente entrenados.

Pero, ¿qué es el miedo?

Son muchas las respuestas que podrían tratar de definir, en mayor o menor medida, lo que es realmente el miedo.

Si nos inclinamos por una explicación más bien académica, podríamos decir que el miedo es la emoción que ha logrado que la raza humana sobreviva hasta nuestros días, ya que ante una situación de peligro, activa todas nuestras alarmas para protegernos. 

Pero no todas las respuestas son tan puristas. Muchas vienen de las experiencias y de los sentimientos, y pueden ser igualmente válidas.

Si se lo preguntáramos a nuestros abuelos, probablemente nos dirían que el miedo es la guerra; o si se lo preguntáramos a un niño pequeño, nos diría que el miedo es el monstruo de debajo de la cama; si se lo preguntáramos a Leon o a Claire, creo que todos aquí ya sabemos cuales serían sus respuestas.

Cada persona experimenta el miedo de una forma particular y única, aunque para todos el recorrido es el mismo: La activación de la amígdala, el hipotálamo encendiendo el sistema nervioso, el hipocampo buscando en la memoria situaciones similares para una respuesta adaptativa y la corteza prefrontal racionalizando el miedo para asegurar soluciones inteligentes.

No importa si eres un anciano, un niño, un agente especial o una chica con increíbles habilidades sobrehumanas. El recorrido del miedo por nuestro sistema es exactamente igual.

Además, el miedo tiene múltiples formas de presentarse. Ya no es solo que un mismo miedo se experimente de formas distintas según el individuo. Es que el miedo es muy caprichoso como caprichosas somos las personas.

Hay miedos que pueden considerarse universales como el miedo a la muerte, el miedo al dolor o el miedo a lo desconocido. Pero después hay miedos que, aunque sean muy populares, no los sufren todas las personas, como el miedo a la oscuridad, el miedo a las arañas, el miedo a suspender un examen. Es decir, que al final el miedo vive con nosotros de diferentes maneras según la persona.

Por ejemplo, hay gente que le tiene miedo al rechazo y al riesgo. A la soledad y a la pérdida. Al conflicto en general. Y por eso, muchas veces, cuando desean decirle a la persona que aman lo que sienten, ponen excusas y se callan, ocultando sus sentimientos a la otra parte. Incluso cuando ocultarlos se vuelve tremendamente doloroso. Creo que todos sabemos de quien estoy ablando.

A esto me refiero cuando digo que el miedo es paralizante. Ante un mismo estimulo, un individuo puede echar a correr y ponerse a salvo, mientras que otro puede quedarse quieto, sin saber reaccionar. Curioso cuanto menos.

Pero siguiendo con esta disertación sobre el miedo, es importante saber que  a todos nos provoca los mismos síntomas, como sudores fríos, alteración del ritmo cardíaco, hiperventilación, tensión muscular, estrés extremo, ansiedad paralizante e incluso paros cardíacos súbitos o  infartos fulminantes. Es decir, la muerte.

Si no llegas a esos últimos extremos, todos los síntomas anteriores van a empezar a afectarte, no solo de la forma física en que lo hace, sino también de forma psicológica.

En estado de estrés, el cerebro comienza a liberar cortisol y dopamina que, en grandes cantidades, si se prolonga en el tiempo, pueden llevar a una persona a alcanzar un estado de alerta tan extremo, que esta puede empezar a tener pensamientos irracionales y acciones descontroladas, totalmente inhibidas de los impulsos cerebrales.

Es decir, una sobreexposición al miedo puede generar tantos cambios en la química cerebral y alterar tanto los neurotransmisores, que una persona bajo su influjo podría llegar a presentar trastornos de estrés postraumático, psicosis, experiencias disociativas o incluso trastornos de bipolaridad.

En pocas palabras, el miedo es una moneda de dos caras. Está ahí para salvarte la vida. Pero también te la puede quitar.

Por eso es importante encontrar lugares seguros donde poder darte un respiro y gestionar esos miedos.

Ese lugar seguro puede ser el calor de la familia, el abrazo de un amante, una cerveza con un colega, la mano de un profesional o, por qué no, una habitación secreta con una máquina de escribir.

Sea como sea, ese lugar te brinda paz, tranquilidad, seguridad, confort, calma y un sin fin de alicientes que ayudan a rebajar ese estrés y esa ansiedad asesinas, y dan un respiro absolutamente vital a las personas que lo padecen.

Y es por eso, que cuando nuestros protagonistas encontraron la habitación secreta, lo que sintieron en primer lugar fue alivio.

Un alivio tan sanador y terapéutico que ambos sintieron que podían volver a respirar después de pasar horas y horas conteniendo el aire en unos pulmones a punto de estallar.

Y no solo es que esa habitación estuviera en una zona libre de cámaras de vigilancia y altavoces cabrones, sino que además contaba con cerrojo interno, y no parecía que se pudiera llegar hasta ahí por ningún lugar accesible. Lo más maravilloso de todo, en ese instante, es que además estaba perfectamente aclimatada.

En definitiva. Acababan de llegar a un oasis en medio del desierto. Y podrían recargar fuerzas con una tranquilidad nada usual en ese maldito laboratorio infernal.

Pero no nos engañemos. Un pequeño respiro no iba a acabar con el miedo que habitaba en sus corazones. Esta era solo una pequeña tregua. El miedo siempre perduraría en su interior.

Cuando Leon atrancó la puerta, inspiró por la nariz con los ojos cerrados y expiró por la boca lentamente. Era catártico  sentirse a salvo, aunque en el fondo supiera que esa sensación no duraría.

Le dolía todo el cuerpo. Saber que Claire estaba a salvo era lo único que necesitaba para seguir viviendo, pero eso no paliaba el dolor muscular que lo estaba acosando. Incluso aunque hiciera unos segundos se hubiera excitado hasta el extremo con Claire y estuviera a una distancia de átomo de lanzarse sobre ella, la realidad es que se sentía muy agotado. Y la idea de poder quitarse el chaleco antibalas, en ese estado, casi le excitaba tanto como la pelirroja. En cuanto tuviera la ocasión estiraría todo su cuerpo y se encontraría en la gloria. Algo que nuestro rubio bien merecía.

 Leon se giró y alumbró el espacio con su linterna. La habitación parecía muy antigua y abandonada, a juzgar por los muebles que lo llenaban todo, así como por las telas de araña que la revestían. Pero seguía siendo el lugar perfecto para descansar.

Incluso una cloaca sería el lugar perfecto para descansar, si los mantenía aislados y a salvo el tiempo suficiente como para recuperarse.

Afortunadamente ese sitio no era una cloaca. Y contaba con baño y catre. Un auténtico lujo si atendemos a las circunstancias.

El rubio, que tenía muy de cerca a Claire, avanzó unos pasos, cerciorándose de que bajo el catre no hubiera peligro, ni tampoco tras la puerta del baño. Ese lugar estaba completamente despejado. Otro respiro para el agente especial.

Hecho esto, Leon se acercó al escritorio y, entregándole la linterna a Claire, desplegó el mapa sobre la madera.

—Vale, recalculemos el camino. —Comenzó hablando el rubio, ante la atenta mirada de Claire. —Nosotros estábamos aquí. En el crematorio. —Dijo señalando el punto en el mapa correspondiente. —El siguiente paso era la cámara frigorífica. Y a juzgar por la temperatura de esta habitación, diría que nos encontramos justo encima.

—Eso mismo pensé yo. —Añadió Claire. —Aquí se está de lujo. Sobre todo teniendo en cuenta de dónde venimos.

—Sí. —Concordó Leon. —El caso es que tenemos que seguir por el mismo camino. No podemos retroceder.

—Ya, la puerta hacia los pasillos está reventada. 

—Alexis ha abierto la puerta de la cámara. Y si no la ha cerrado, todavía podríamos intentar pasar por ahí.

—Es demasiado arriesgado. —Señaló Claire.

—Lo sé. —Dijo Leon, asintiendo con la cabeza.

—Incluso aunque ahí abajo ya no quedara ningún Hunter, cosa de la que no podemos estar seguros, todavía está el problema de que Alexis controla esas puertas y podría dejarnos encerrados. Moriríamos congelados. 

»No es una opción.

Leon se pasó una mano por el pelo, inspirando hondo y, después, apoyó su índice sobre su barbilla, pensando en cómo podrían avanzar sin pasar por esa cámara frigorífica. Al fin y al cabo Claire tenía razón, ese lugar era claramente una trampa mortal.

Pensar con claridad se le estaba dificultando al agente especial. Se sentía muy embotado y poco despierto.

El estrés amigos. Empezaba a hacer de las suyas con la psique del rubio.

Leon apoyó las dos manos sobre el escritorio y bajó la cabeza cerrando los ojos, respirando con calma y tratando de oxigenar su cerebro, que claramente alzaba la bandera blanca.

—¿Estás bien? —Preguntó Claire, apoyando una mano sobre un hombro de Leon y apretando ligeramente. Una muestra física de apoyo emocional que siempre era bien recibida.

—Tengo el cerebro frito. —Contestó el agente especial cambiando su postura, volviendo a la vertical. —No estoy pensando con claridad.

—Estás agotado. —Sentenció Claire. —Ambos lo estamos. Creo que, ya que hemos encontrado este lugar y parece que estamos a salvo, deberíamos descansar y solo después, devanarnos los sesos buscando una nueva ruta. ¿Te parece bien?

Leon volvió su vista al mapa, suspirando y poniendo los brazos en jarras.

—Sí. Será lo mejor. —Dijo finalmente el rubio, plegando de nuevo el mapa y guardándolo en sus pantalones.

Mientras Leon guardaba el mapa, Claire inspeccionó un poco el escritorio.

Este era bastante grande teniendo en cuenta el tamaño de la estancia, y tenía muchos cajones de diferentes profundidades.

Sobre la mesa, además de la máquina de escribir, había un cráneo humano, diferentes plumas y estilográficas, papeles y libretas y dos candelabros dorados bastante grandes con capacidad para cinco velas cada uno.

Además, en la pared sobre el escritorio, había otros tres candelabros de cinco velas cada uno, y también diferentes velas sobre sus porta velas individuales, repartidos por aquí y por allá en el habitáculo.

Sobre sus cabezas, en el techo, había un flexo conectado a un interruptor y a la corriente eléctrica, pero más allá de que en esos instantes no funcionaba, quien quiera que fuera que usara ese lugar, estaba claro que prefería la luz de una vela antes que la de una bombilla.

Claire abrió el primer cajón central del escritorio y dentro encontró, además de más estilográficas, botecitos de tinta líquida, cera de lacrar y carretes  para la máquina de escribir, una cantidad bastante ingente de cajetillas de cerillas. ¿Se las vendieron al por mayor al antiguo dueño del lugar?

Claire cogió las cerillas, prendió una y con ella comenzó a encender las velas. No podían seguir tirando de la linterna. Por un lado, porque la batería se terminaría agotando de un momento a otro; y por otra parte porque no era práctico.

—¿Te has dado cuenta de que este lugar no aparece en el mapa? —Comenzó a hablar Leon, apoyando los glúteos al borde del escritorio, observando a Claire encendiendo las velas.

—Sí. —Contestó la pelirroja. —Está claro que este lugar es anterior al laboratorio. Al menos por su estética y abandono.

—Todo el laboratorio es muy ecléctico. —Dijo Leon, cruzando los brazos por delante del pecho. —Los primeros niveles son totalmente futuristas. Pero aquí abajo, parece que hemos viajado en el tiempo directamente a los ochenta, perdidos en una nave espacial de cualquier película de ciencia ficción.

—¡El Nostromo! —Saltó Claire sonriendo, y encontrándose con la cara sorprendida pero divertida de Leon, al escucharla de repente tan entusiasmada. —Es que... me encanta esa saga. —Añadió Claire, continuando con el otro candelabro, sintiéndose momentáneamente absurda por su salida de tono.

—A mí también. —Dijo Leon, sonriendo a la pelirroja. —Y además tienes razón. Hemos pasado de la nave Elysium al Nostromo a través de la puerta de Narnia.

»Y ahora hemos vuelto a viajar en el tiempo, donde lo más anacrónico es el interruptor de la luz. 

—Si no fuera porque nuestra vida está en juego, sería casi divertido. —Comentó Claire soplando la cerilla que tenía en la mano, después de encender la última vela de los candelabros que había sobre el escritorio.

—Cómo un lugar así puede existir y mantenerse en secreto, es un misterio que me intriga y que agradezco a partes iguales. —Comentó Leon, mientras se incorporaba del borde de la mesa y observaba la máquina de escribir.

Sin pensarlo demasiado, alargó una mano y, sobre el papel que ya estaba calado en el rodillo de la máquina, comenzó a teclear despacio su nombre, añadiendo a continuación fecha y hora.

Claire, que estaba justo a su lado observándolo, sonrió ante la acción, y acto seguido, retornó el carro hacia la izquierda, cambiando de renglón, y justo debajo del nombre de Leon, escribió el suyo propio, imitando fecha y hora, bajo la atenta mirada del rubio.

—Es divertido. —Se rió Claire. —Acabamos de salvar la partida.

—Esperemos no necesitarlo. —Añadió Leon, aproximándose al enorme baúl metálico que descansaba al lado izquierdo del escritorio. —Veamos que hay aquí.

Al abrirlo, Leon comprobó que dentro había munición para su pistola y su pistola ametralladora, así como varias granadas pequeñas, cuchillos y machetes y las joyas de la corona, dos fusiles.

—Vale, retiro lo dicho, lo más anacrónico de esta habitación es el contenido de este baúl. —Leon miró directamente a la narradora, sonriendo. —¿Estás de coña?

—¿Qué has encontrado? —Preguntó Claire, acercándose al agente especial para comprobar el interior del baúl. —Joder. —Dijo con sorpresa y alegría, mientras metía una mano y cogía un fusil. —¿Pero qué hace todo este arsenal aquí?

—No tengo ni idea. —Reconoció Leon. —Tal vez este lugar no está tan abandonado como creemos.

—Sea como sea, menos mal y gracias. —Dijo Claire, observando su nueva arma. —Es de las antiguas y pesa bastante, pero no íbamos a poder continuar nuestra huida sin armas. 

»Ya he demostrado que mis dones no bastan para abrirnos paso.

—Ya, bueno. Eran muchos y muy rápidos. Y fueron todos a por ti. —Leon miró a Claire, con una disculpa en sus preciosos ojos azules. —Lo siento.

—¡Oh! Calla, Leon. —Dijo Claire devolviendo el arma al baúl, para más tarde. —Me has salvado la vida.

—No, que va. —Contestó Leon, cerrando el baúl. —Tu autoregeneración te la ha salvado. Sin duda tu mejor habilidad. Pensé que te perdía otra vez. No sabes el miedo que he pasado. —Dijo mirando a Claire con seriedad y tristeza un unos ojos tan azules como tormentosos.

—Sí que lo sé. —Susurró Claire, reviviendo el funeral que había preparado para Leon, con la cabeza y el corazón muertos con él, devolviéndole la intensidad de la mirada.

Leon tragó saliva, poniendo en ascendente movimiento a su nuez de Adán, sin separar sus ojos de la pelirroja.

Claire tenía ganas de decirle al rubio que desde el momento en que aceptó esa misión, ya le había salvado la vida, fuera cual fuera el resultado. Al fin y al cabo, él estaba arriesgando su propia vida, hasta el punto de morir, por ella. Y por más que el agente especial le dijera que lo volvería a hacer, Claire tenía esa deuda marcada a fuego en su corazón.

Y todavía se disculpaba con ella por no poder protegerla, cuando ella solita había sido la que no pudo defenderse correctamente. Los sentimientos que Leon albergaba por la pelirroja, la estaban conmoviendo hasta los límites más recónditos de su corazón. Y ella sentía cómo su mente comenzaba a perder el control sobre su cuerpo. Un cuerpo que quería decirle a Leon todo lo que su boca seguía callando.

—Parece que quieres decirme algo. —Dijo entonces Leon, interrumpiendo los pensamientos de Claire, que se había quedado mirando al rubio durante toda esa reflexión, con los ojos brillantes y la boca entreabierta, conmovida como se sentía.

—No, no. Perdona, me he quedado traspuesta. —Cortó Claire, cruzándose de brazos, apoyándose en el borde del escritorio y retirando rápidamente la mirada.

—Pero antes sí que querías decirme algo. —Volvió a hablar Leon, girando su cuerpo hacia el de la pelirroja. —¿Qué era? —Preguntó, clavando sus pupilas en las pupilas de Claire.

Claire, sintiendo el vértigo de perderse en esos ojos, no se dejó atrapar por su fuerza gravitatoria, tratando de que su mente y su intelecto la sacaran del paso.

—No sé de que me hablas. —Respondió a la carrerilla, queriendo apartarse de la cercanía de Leon, pero al mismo tiempo muriéndose porque él se acercara más.

—Abajo. Justo antes de que los Hunters se lanzaran sobre nosotros. Me llamaste y yo te dije que fuera lo que fuese, me lo dijeras luego. Después todo se volvió una pesadilla de garras y sangre.

»Pero ahora, ya es luego. Así que, ¿qué me querías decir? —Resumió perfectamente el agente especial, sin dejarle mucha escapatoria a Claire.

No, no, no. Claire no se sentía todavía preparada.

“¿Cómo que no te sientes preparada? Antes estuviste a punto de decírselo, pero perdiste el conocimiento.” Intervino la primera voz. “Va a ser verdad eso de que sincerarse al borde de la muerte es mucho más fácil. Pero ni siquiera en esas circunstancias lo hiciste.” Añadió la segunda voz. “Deja de huir.” Ordenó la primera voz.

Claire cogió entonces uno de los candelabros del escritorio, incorporándose y sonriendo.

—Tengo que ir al baño con urgencia. ¡La naturaleza llama! 

Dicho lo cual, corrió a esconderse al baño. Y digo a esconderse porque era literalmente lo que estaba haciendo. Puede que fuera cierto que aprovechara la coyuntura para hacer uso del inodoro, pero sobre todo quería tener un momento con ella misma y sus malditos pensamientos. Lejos de Leon, de sus ojos escrutadores, de su boca tentadora y de su persona en general.

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Claire abrió el grifo del agua y esta comenzó a correr.

Llenó sus manos y mojó su cara. El agua salía fresca, y desde luego se sentía como un auténtico lujo. Dejar atrás el calor y el sudor parecía algo que iba a ser imposible, pero ese lugar y ese agua estaban ayudando a paliar el cansancio y, sobre todo, la suciedad.

Aprovechó la pelirroja para asearse, mojando su nuca, sus brazos, su pecho y su abdomen. Retirando las manchas de sangre seca, el polvo pegado a su piel en una perfecta sinergia con su sudor, y el sudor per se.

Sobre el lavabo había un espejo antiguo, cuyas esquinas estaban desplateadas y cuyos marcos eran de latón con florituras y sogueados que le daban un aspecto tan barroco como los candelabros.

Claire apoyó las manos a los margenes del lavabo con la cabeza agachada y los ojos cerrados.

Se sentía mucho más viva después de empaparse en agua fresca, pero el estomago le giraba, saltaba y temblaba descontrolado por todas esas mariposas en su interior, que querían salir de ella en plena libertad. Haciéndola sentir enferma y con ganas de vomitar.

¿Por qué era tan difícil para Claire sincerarse con Leon? El asunto a tratar era extremadamente delicado y estaba en juego lo que ella más quería en el mundo. Pero por más que lo razonara en su mente y por más que sus voces la empujaran a ello, ella no terminaba de estar convencida de que las palabras de Leon fueran sinceras, o solo producto de la eterna despedida. Y si solo había sido un desliz emocional del momento, y ella se abría, la podría cagar.

“¡Pues cágala, joder!” Le gritó entonces su primera voz de su cabeza al límite de su paciencia.

“¿Cómo?” Se preguntó Claire, alzando la vista hacia su reflejo en el espejo, sin entender del todo a esa primera voz.

“¡Qué la cagues, Claire!” Repitió la segunda voz, con la misma fuerza que la primera. “¿No ves que esto ya no trata de Leon?” Preguntó de nuevo la segunda voz.

“¿De quién trata entonces?” Se preguntó de nuevo Claire, sin apartar su mirada de su rostro empapado.

“Se trata de ti Claire. No puedes seguir viviendo enjaulándote a ti misma. Se acabó.” Zanjó la primera voz. “¿O acaso pretendes guardar este secreto hasta el fin de tus días? ¿Quieres ser feliz, Claire, ya sea con Leon o sin él? Pues empieza por permitirte decir la verdad.” Añadió la segunda voz.

“Pero, ¿y si Leon...”Comenzó a decir Claire, siendo brutalmente interrumpida por su primera voz.

“¡Al carajo! Esto lo vas a hacer por ti. Y si Leon reacciona mal, cosa de la que estoy segura no pasará, que lo gestione él como buenamente pueda. Lo importante ahora, siendo egoístas, es que salgas ahí fuera y le digas todo lo que llevas tantos años queriendo decirle. Claire, por favor. Quítanos ya el peso del silencio de encima. Libéranos.” Terminó pidiendo la primera voz. “Por favor.” Pidió así mismo la segunda voz.

Claire se miraba con completa compasión al espejo. Saltando de una pupila a otra, sin encontrar nada dentro de sí misma a lo que pudiera agarrarse para no afrontar la situación, como su verdadero fuero interno deseaba.

Ojalá hubiera alguna forma de salir de esa habitación. Ojalá pudiera abrir una pared y aparecer de repente en su pequeño departamento, y pudiera abrazarse a su almohada, escondiéndose  de sí misma y de sus sentimientos.

Cómo algo tan increíble como el amor, podía ser al mismo tiempo tan aterrador.

Pero siendo honesta consigo misma, lo verdaderamente aterrador había sido creer que Leon había muerto y que ella se había quedado con todas esas palabras y toda esa verdad dentro, sin poder ya, nunca más, poder liberarlo.

Claire cerró los ojos. Respiró profundamente, tomando aire por la nariz y expulsándolo por la boca con lentitud, sintiéndose temblar.

Subió a su vertical y volvió a mirarse en el espejo. Ahora con determinación, miedo y valentía.

Apretó su coleta y movió su cuello, sintiéndolo restallar hacia los lados. Y se observó de arriba a bajo en el espacio que reflejaba el espejo.

Su altura estaba por encima de la media, aunque no se la podría considerar una mujer especialmente alta.

Esos pantalones  que le quedaban tan holgados y que además ahora estaban rotos por sus transformaciones, le daban a la pelirroja un aspecto muy decadente. Como una payasa de circo en paro, pero llena de sangre y vísceras resecas de zombie y demás monstruos.

Subiendo por encima del cinturón, —bien ajustado, con la cinturilla del pantalón absolutamente arrugado y acumulado alrededor de su cintura. —, se encontraba su abdomen, delgado pero trabajado. Al fin y a cabo, Claire era una mujer atlética a la que le gustaba estar en forma. 

Y por encima del abdomen, sus pechos, enfundados y ajustados en una camiseta blanca de algodón, que ya no era blanca y también presentaba partes rotas.

Con el agua que había empleado anteriormente para asearse, mojó sin querer su camiseta, y ahora esta transparentaba, dejando ver sus pechos a través de la tela.

Ya hemos hablado en el pasado de lo poco que le importaba a Claire la desnudez. Se sentía muy cómoda en su cuerpo y había sido criada en esa libertad. Por lo tanto no sentía pudor alguno en mostrar su desnudez. Igual ese podría ser un problema para Leon. Se lo preguntaría y, en todo caso, se taparía con el jersey para no incomodarle.

Siguió subiendo por sus clavículas marcadas, y después por su delicado cuello, hasta volver de nuevo a su rostro.

Se mordió el labio de cereza madura mientras se estudiaba, buscando no sabía el qué.

Tenía la boca seca de puros nervios.

Volvió a abrir el grifo, y tomó agua, con la que se enjuago la boca varias veces. Sin tragar. No podía estar segura de que ese agua fuera potable.

Se miró al espejo una última vez. Y asintió para sí misma.

—Debes hacerlo, Claire. —Se susurró, sin confianza pero con valor. Y cogiendo el candelabro, salió del baño.

Al volver al habitáculo, no esperaba encontrarse con una imagen tan romántica y acogedora.

Mientras ella estuvo sus buenos minutos escondida en el baño, Leon se había dedicado a encender todas las velas de la habitación. Y si bien era cierto que ahora todo se veía mucho más claramente, abandonando las penumbras, el conjunto de todo ello era, sin lugar a dudas, la imagen de un cuento de hadas.

Cuando buscó con los ojos a Leon, lo encontró de espaldas a ella, enfrente del baúl de armas y munición, quitándose de encima el chaleco antibalas.

Y parecía que el tiempo se había ralentizado.

Las mejillas de Claire se encendieron y comenzó a sentir cierto calor subir desde su corazón hasta su cara.

Leon tenía un cuerpo precioso. Eso era algo que Claire siempre había podido apreciar del rubio. Y no solo porque fuera tan atlético como era, sino porque estaba perfectamente proporcionado, como una escultura italiana.

Mientras Leon se sacaba el chaleco por encima de la cabeza, contorsionó su cuerpo, estirando sus dorsales hacia un lado y hacia el otro, con los brazos extendidos por encima de su cabeza, dejando ver su perfecta musculatura por debajo de su camiseta técnica, exquisitamente ajustada.

Cuando terminó, dejó el chaleco apoyado en la tapa del baúl y se pasó sus dos manos por el pelo, peinándolo hacia atrás. Lo que le hacía doblar los brazos mostrando unos bíceps y unos deltoides redondos preciosos.

Se giró mientras llevaba a cabo este gesto, echando la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y la boca entreabierta, haciendo que su nuez de Adán se marcara peligrosamente en su cuello, que parecía más contorneado gracias a las luces y sombras que las llamas de las velas proyectaban sobre su preciosa y brillante piel.

En ese momento, abrió los ojos y miró a Claire, quien estaba completamente perdida en su imagen, con mirada y boca abierta, tratando ahora de salir de su estupor pero sin poder lograrlo.

Leon bajó los brazos y parpadeó mientras se humedecía los labios, siendo ahora consciente de la presencia de Claire.

—¡Ah! Ya has salido. —Dijo el rubio, aproximándose a ella quitándose la camiseta técnica, mostrando su cuerpo en todo su esplendor.

No os imagináis la cantidad de veces que Claire imaginó el cuerpo desnudo de Leon, en sus noches de soledad con manos.

Y ella trataba de ser fiel a lo que ella creía ver a través de las camisetas ajustadas del rubio. Pero no se había siquiera acercado. La realidad superaba sus fantasías, fuera eso posible o no.

Y vale que unas horas atrás le había lavado el torso, pero lo hizo por debajo de la camiseta técnica. Además, con la preocupación y la tristeza, no es que precisamente se hubiera fijado demasiado.

Esto de ahora era muy real y muy vivo.

La pelirroja, sintiendo un choque eléctrico recorrer su cuerpo, que golpeó fuerte en su pecho y después en su entrepierna, casi no podía parpadear.

¿Podía ser real que un hombre tan hermoso existiera? ¿Cómo se podía ser tan simétrico y perfecto?

Los músculos de su torso eran como un sueño. Estaban marcados en estado de reposo, pero sin llegar a ser un exceso. En fin, ya hemos mencionado alguna vez que Leon parecía como esculpido por Bernini, no por Baccio Bandinelli.

Su ombligo se había convertido en monumento de interés mundial, con esa fina línea de bello rubio que subía desde sus pantalones  y parecía el escabel perfecto y sensual de ese ombligo.

Mientras Leon sacaba su camiseta, Claire pudo apreciar las sombras que sus abdominales, pectorales y dorsales dibujaban sobre el rubio, como si estuviera presenciando cualquier anuncio de perfumes de alta gama o de ropa interior masculina de alguna firma famosa.

Pero cuando bajó los brazos, esos mismos músculos que hasta ahora estaban en extensión, de repente se contrajeron, aumentando deliciosamente su volumen y haciendo que el cuerpo de la pelirroja palpitara sin remisión.

Leon dejó su camiseta sobre el catre. Y poniéndose justo frente de Claire, puso su mano sobre la de la pelirroja en el candelabro.

Y ahí se quedaron. 

Leon esperando a que Claire soltara el candelabro para hacer uso del baño; y Claire mirando sus pectorales sin atreverse a alzar la vista.

“Wow.” Dijo la primera voz. “Estoy muy cachonda.” Dijo la segunda voz.

“Wow, estoy muy cachonda” Pensó Claire.

—Claire. —Llamó Leon. Y Claire, poco a poco, subió por el pecho y el cuello del rubio hasta llegar a su rostro, despertando paulatinamente del sueño que era el agente especial y su físico. —¿Me das el candelabro?

Claire miró sus manos, sin soltar el candelabro, y volvió a mirar al rubio.

Pudo comprobar entonces que Leon tenía dos cicatrices en su cuerpo. Eran evidentes, pero de lejos no se apreciaban.

Una de ellas tenía forma de media luna y la tenía sobre el trapecio derecho; la otra parecía una herida de bala y la tenía justo debajo de la clavícula izquierda.

Claire alzó su mano libre y, con un dedo, siguió el dibujo de media luna de la cicatriz de Leon.

Leon se alejó de la mano de Claire ante el primer toque, mirándola a los ojos con muchos interrogantes y una ligera curva en  una de las comisuras de sus labios.

—¿Qué haces? —Preguntó el rubio, ronroneando.

Claire alzó los ojos y los apoyó sobe los ojos de Leon.

—Perdona. —Comenzó a decir, con una voz que era un susurro. —Nunca te había visto sin camiseta.

—¡Oh! Lo siento. —Dijo Leon, alargando una mano para recuperar su camiseta técnica, siendo frenado por la mano de Claire, que lo detuvo  por la muñeca.

Leon miró de nuevo a Claire, no entendiendo muy bien lo que estaba ocurriendo.

—No. No hace falta que te cubras. —Se apresuró a aclarar Claire. —Solo quise decir que no sabía que tenías esas dos cicatrices. —Dijo la pelirroja, señalando a ambos lados del cuerpo de Leon.

—¡Ah! Ya. Recuerdos de Raccoon City. —Informó Leon, sonriendo mientras se encogía de hombros.

—¿De veras? —Pregunto Claire, volviendo a levantar la mano hacia la cicatriz con forma de media luna, pasando un dedo por encima, recorriéndola de lado a lado. Esta vez Leon no se apartó. —Me atrevo a decir que esta es un mordisco de zombie.

—Así es. ¿Tú no tienes? —Preguntó Leon, con curiosidad, empezando a sentir el tacto de Claire como dedos de fuego.

Y aunque todos aquí recordamos que Leon ya había visto desnuda a Claire, primero dentro de la probeta gigante y después en la ducha, la realidad es que el agente especial en ese momento no estaba viendo a una mujer, como para prestarle atención en ese sentido.

No. El agente especial en ese momento solo veía a un ser humano en peligro. A su amiga y amor de su vida al borde de la muerte. Y todo ese asunto lo trató de forma tan clínica, que casi ni recordaba su desnudez.

—No. —Contestó Claire, pasando de esa cicatriz a la otra, dibujando una línea casi recta por la piel que cruzaba el pecho de Leon. —Tuve suerte. Siempre que pude, huí. Se me da bien correr. ¿Esta es de bala? —Preguntó, acariciando esa otra cicatriz.

Leon no respondió, pero asintió con la cabeza cuando Claire alzó sus ojos hacia los del rubio.

—¿Te dispararon en Raccoon City? —Preguntó Claire, pensando en que no recordaba esa parte de su historia.

—La doctora Birkin. —Aclaró Leon.

—¿La doctora? ¿Por qué? —Preguntó Claire algo extrañada, sin separar sus océanos de los cielos de Leon.

—Esa bala no llevaba mi nombre. —Dijo Leon, bajando la voz.

Claire entendía. Entendía muy bien. Casi preferiría entender menos. Leon llevaba a Ada Wong grabado en su cuerpo. Ese pensamiento era tan triste como amargo. Sentía por la asiática tanta rabia y tanta envidia, que encajarlo en su fuero interno se sentía como beber veneno.

Leon cogió la mano que Claire había dejado apoyada sobre la cicatriz, y se la llevó a los labios, donde depositó un suave pero poderoso beso. Lo suficientemente poderoso como para sacar a Claire de sus oscuros pensamientos, devolviéndola al momento actual, donde los cielos de verano iluminaban su camino al presente.

Claire fijó sus ojos en ese beso. En cómo esos labios se apoyaban con ganas sobre sus nudillos y como, poco a poco, se separaban con suavidad, mientras dos ojos azules la observaban por debajo de dos cejas perfectas, devolviendo el calor al corazón de la  pelirroja.

—Que sean recuerdos implica que forman parte del pasado. —Dijo entonces Leon, recuperando la verticalidad perdida brevemente, cuando llevó su boca hacia los nudillos de Claire.

Claire humedeció sus labios, mientras recuperaba su mano, haciendo que las pupilas de Leon temblaran. Y los dos se sonrieron.

Claire soltó entonces el candelabro y se apartó de delante del baño.

—Perdona. —Dijo aclarándose la garganta, haciéndose a un lado. —Todo tuyo.

Leon le guiñó un ojo y se dirigió al interior del baño.

—Leon. —Llamó entonces Claire, girándose hacia él, recordando algo.

Leon se giró a su vez, alzando las cejas en clara pregunta, mientras hacía vibrar sus cuerdas vocales con labios sellados.

—¿Te has dado cuenta de que se me transparenta la camiseta? —Preguntó Claire con mucha picardía, medio insinuándose, medio inocente, mientras abrazaba sus brazos por detrás de su cuerpo.

Leon bajó la vista hacia sus pechos y sus pupilas ahora no temblaron, sino que se dilataron en toda su periferia. Sus ojos se abrieron un poco más y sus labios también, y antes de permitir que otras partes de su cuerpo se dilataran, se llevó una mano a los ojos, bajando la cabeza.

—¡Perdona, perdona! —Se apresuró a decir el rubio. —Te juro que no me había dado cuenta hasta ahora, que lo has mencionado.

—No, no. Si no me importa que mires. —Dijo Claire, inclinando su cabeza hacia un lado, mientras se acariciaba suavemente ese lado del cuello y se mordía el labio inferior.

Leon apartó su mano de los ojos y miró de nuevo a Claire, ¿qué acababa de decir?

—¿Qué? —Preguntó el rubio, casi sin voz, al ver esa imagen tan sexy que Claire le estaba regalando.

—Que puedes mirarme cuento quieras, Leon. —Repitió la pelirroja, sonriendo ampliamente. —Solo te lo preguntaba porque no te quiero incomodar. A mi no me importaría pasearme por aquí completamente desnuda. —Dijo ahora bajando los brazos y cruzándolos por debajo del pecho, acunándolos y sin dejar de sonreír. La situación para la pelirroja era totalmente divertida. —Y, ¿a ti? ¿Te importaría?

Leon estaba preguntándose si se había quedado dormido sobre el catre y estaba teniendo un sueño tórrido. Pronto descartó esa idea. Él solo tenía pesadillas cuando dormía así que, la situación era real.

Sabia que Claire era una mujer de armas tomar, pero nunca la había visto como la estaba viendo entonces. Tan lanzada como solía serlo él. Sin duda le estaba dejando muy descolocado.

—¿Que si me importaría pasearme por aquí desnudo? —Preguntó el agente especial sin entender muy bien nada.

—No, tonto. —Dijo Claire carcajeándose, echando la cabeza hacia atrás, dando dos pasos hacia Leon, eliminando la distancia entre ellos. —Que si a ti te importaría que yo lo hiciera. —Susurró la pelirroja, alzando su cara  hacia la de Leon.

Leon carraspeó y tragó saliva antes de contestar, comprendiendo entonces el juego y la provocación de la pelirroja.

—Mientras hicieras lo que tú quisieras hacer, a mi no me importaría. —Contesto el rubio. Entonces sonrió a Claire y se aproximó a su oído, como queriendo contarle algo que nadie más debiera oír, aunque estuvieran plenamente solos. —Puedo controlarme, pelirroja.

Claire tomo una ráfaga de aire entre sus labios al escuchar esa voz entrando en su mente, mientras cerraba los ojos sintiendo el deleite de tenerlo sonoramente dentro.

Leon recuperó su vertical y, girándose, entró en el baño, dejando a Claire totalmente desarmada, cachonda y depredadora, casi sin esfuerzo.

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Leon llenó sus manos de agua y se empapó el rostro.

¿Qué demonios acababa de ocurrir ahí atrás? ¿Y qué había ocurrido anteriormente en el observatorio? Y anteriormente en el invernadero; y anteriormente en las escaleras de paso, y así hasta volver al inicio de todo.

Joder, estaba agotado, pero cada vez que Claire se aproximaba, el rubio se llenaba de una pasión que no sabía de donde venía pero que se moría por descargar sobre Claire.

Él le había dicho a Claire que la amaba. Lo recordaba perfectamente, porque además se había quitado un peso de encima que le llevaba persiguiendo años y años.

Así que no solo no se arrepentía de haberle dicho la verdad sobre cómo habitaba ella dentro de él, sino que se sentía aliviado y agradecido de haber podido hacerlo.

Y si bien era cierto que no había vuelto a repetir esas palabras, más por una cuestión de no ver el momento oportuno, también era cierto que veía a la pelirroja más atenta a él. La sentía más próxima. Y juraría que sus ojos le estaban invitando constantemente a lanzarse sobre ella.

Pero en tanto que Claire no estaba mencionando el asunto, él no debía hacer nada.

Es decir, si Claire no sentía lo mismo por él, estaba bien. Sería una decepción muy dolorosa, pero no pasaba nada. No es como que ahora la pelirroja tuviera una deuda de amor con Leon solo porque Leon estaba enamorado de ella, ni nada por el estilo.

Pero si ella no sentía lo mismo por él, mínimo tenía que sentir atracción física, porque la forma en que ella le miraba y se insinuaba, eran más que evidentes. Y él también había jugado con ella al mismo juego y llegaría hasta donde ella deseara, pero claro, Leon no tenía ni la más remota idea de si ciertamente Claire quería llegar a algún sitio.

Desde luego, daba igual lo que su lenguaje corporal estuviera diciendo, o lo que Leon creyera estar interpretando. Si Claire no verbalizaba lo que quisiera que significara su lenguaje no verbal, Leon no podía estar al cien por ciento seguro de nada.

Y de todas formas, suponiendo que Claire solo le viera como un amigo con el que juega a seducirse de cuando en cuando, ella no había sacado en ningún momento el tema de los sentimientos de él hacia ella.

Tal vez, ¿era un tema que la incomodaba? ¿Ella se estaba sintiendo incómoda sabiendo que él la amaba? Dios, Leon se iba a volver loco. Su mente le mantenía alerta y constantemente cuestionado, mientras que sus instintos le estaba gritando todo lo contrario.

Y si bien Leon siempre había confiado plenamente en su instinto, había aquí una realidad mayor. Y es que él tampoco estaba siendo con ella todo lo directo que solía ser con el resto de mujeres. Y por lo tanto se enfrentaba por primera vez a la duda de si ella sentía algo por él o no.

Pero, entonces, ¿por qué no la hablaba de frente? Directamente, como a cualquier otra mujer.

Normalmente se sentía muy impersonal cuando se era tan directo. Pero ni a él ni a sus amantes parecía importarles porque el objetivo de esas relaciones eran de carácter puramente sexual. Y ni ellas ni él pretendían profundizar más y conocerse mejor.

Así que con Claire ser tan directo se volvía más complicado porque era todo lo contrario a lo impersonal. Era de hecho tan personal, que atravesaba los límites de lo íntimo. Y se sentía como abrirse en canal para demostrar que en sus palabras no había sombras.

Qué difícil parecía todo.

El rubio volvió a mojarse la cara, limpiando los restos de sangre de Claire de su rostro y de su barba, bajando después por su cuello, sus brazos y su torso.

A continuación, agachándose, metió la cabeza debajo del grifo mojando su pelo y su nuca.

Se sentía tan bien el agua fresca calmando su mente. Era casi meditativo.

Y ahí se quedó un rato, con los ojos cerrados y la respiración calmada. Pensando en Claire.

Antes de entrar al baño, Claire había sido completamente una visión. Tenía un cuerpo absolutamente espectacular. Leon se moría por tocar y abrazar cada volumen de su anatomía y por besar esa boca que siempre había sido y sigue siendo tan indolente, pero sabía, sexy y cariñosa.

Leon suspiró. Cerró el grifo y escurrió su pelo, para después levantarse y peinarlo hacia atrás. Aunque eventualmente varios mechones rubios se desprenderían hacia delante, enmarcando sus ojos. Cosa que no le podía importar menos.

Claire y él tenían que hablar seriamente. Y el rubio era muy consciente de que no encontrarían momento mejor que ese. En un lugar apartado, aislado del peligro y diseñado para el descanso.

Leon abrió la puerta del baño y, cuando volvió a la estancia, Claire estaba sentada sobre el baúl, con un brazo apoyado sobre una rodilla y bebiendo largos tragos de una botella de whisky que derramaba algunas gotitas de oro por las comisuras de los labios de la pelirroja.

¿Leon estaba viendo bien? ¿Hasta dónde podía llegar el universo jugando con su cordura y su resistencia? La mujer que le volvía loco bebiendo una de sus bebidas alcohólica favoritas. Si eso no era la tentación redonda para Leon, nada lo sería.

Claire limpió su boca con el dorso de la mano mientras apretaba los ojos y soltaba una bocanada de aliento rápido.

—¡Joder! ¡Qué fuerte! —Dijo la pelirroja con la voz de lija mientras se reía. —Con esto seguro que se podría desatascar un inodoro.

Leon se acercó al catre y cogió su camiseta tratando de no mirar ni acercarse demasiado a Claire. ¿De dónde demonios había salido esa botella?

—Leeeoon. —Llamó Claire cantarinamente, mientras jugaba con la botella de whisky en su mano. —Mira lo que he encontrado en el último cajón del escritorio. Fuera quién fuera el usara este espacio, tenía su alijo secreto y un gusto muy caro. —Y dicho esto, la pelirroja volvió a darle un buen trago a la botella, poniéndose roja y con ojos vidriosos.

Leon se giró hacia Claire y la sonrió, sintiendo como su boca empezaba a hacerse agua, resistiéndose a lo que veía y ahora también olía.

Cuando Claire terminó de dar su tragó, volviendo a recrear el gesto anterior mientras tosía entre risas, alargó la botella hacia Leon.

—Toma, dale un trago. —Invitó la pelirroja.

—No, gracias. —Contestó Leon, sentándose en el catre, apoyándose en la pared.

—¡Oooh! ¡Venga ya! —Dijo Claire bajando la rodilla sobre la que estaba apoyada y volviendo a estirar el brazo hacia Leon. —Estamos en el maldito infierno. Así que bebamos. No seas aguafiestas.

—De verdad que no quiero, Claire. Por favor, no insistas. —Contestó Leon, cerrando los ojos y tratando de descansar, que para eso estaban ahí.

—¿De verdad, Leon? —Siguió hablando Claire. —¿De verdad eres así? ¿El típico agente especial de pulcra rectitud que no bebe estando de servicio?

Leon sonrió de forma disimulada y forzada. No quería parecer un gilipollas con Claire y perder los papeles. Pero la pelirroja estaba jugando con fuego de una forma que no era consciente.

Y además es que literalmente, no era consciente.

Aunque Claire y Leon siempre fueron buenos amigos, y Leon le hablaba a Claire sobre su trabajo y sobre sus conquistas, nunca le había hablado sobre su pasado y mucho menos sobre su adicción.

Parece una locura, pero en realidad es muy humano. A nadie le gusta reconocer que es un adicto, sea a lo que sea. De hecho el propio Leon tardó muchos años en aceptar que lo era, así que ¿cómo contárselo a alguien más? Aunque ese alguien fuera alguien en quien confiaba plenamente.

—Ese soy yo. —Respondió Leon.

—No te puedo creer. —Contestó Claire apoyando la botella en la mesa del escritorio. —¿De verdad nunca has bebido nada estando de servicio? —Preguntó la pelirroja, que volvió a levantar la botella, dándole otro trago.

Leon sentía que tenía que dejar de respirar. El olor a whisky sobre la piel de Claire le estaba volviendo loco.

—De verdad. —Contestó Leon, no queriendo hablar más, sino concentrarse en seguir estando en control de sí mismo.

Claire se quedó mirando al rubio, escudriñándole con los ojos entornados y la sonrisa abierta.

—Qué parco en palabras te has vuelto, rubito. —Dijo Claire, poniéndose de pie y acercándose a Leon.

Leon abrió los ojos y vio a Claire de pie, entre sus piernas, acercándole la botella.

—Aquí nadie te va a reñir. No es como si te hubiera mandado el gobierno, ¿verdad? —Claire agitó el liquido ambarino que bailaba dentro del vidrio, haciendo que incluso ese sonido fuera un coro de ángeles para el agente especial. —Igual es la última copa que podemos beber juntos, ¿sabes? Igual morimos aquí abajo.

—¿Estás borracha? —Preguntó Leon, que no sabía descifrar bien a la pelirroja. No parecía borracha, pero sí parecía más desinhibida.

—Joder, no. Solo le he dado tres tragos. —Dijo Claire sonriendo. —Pero me la beberé entera y me emborracharé si no me acompañas, agente especial Kennedy.

Leon miró la botella y sopesó el asunto.

Claire tenía razón, ¿no? ¿Qué había de malo en beber una última vez con su amiga? Con lo que quedaba en esa botella no se iba a emborrachar. Y como ella misma había señalado, no podía estar seguro de que esa oportunidad se repitiera nunca, porque no podían saber si saldrían de esa con vida.

Un par de tragos no iban a suponerle nada. Y tampoco es como si llevase limpio años, y esa acción fuera a arruinar un trabajo y esfuerzos prolongados en el tiempo.

De hecho estuvo a punto de beber varias copas antes de ir a casa de Sherry en navidad, para paliar los nervios que eso le provocaba desde que Claire y él se dejasen de hablar.

“No, Leon. Tú no eres como tu padre.” Escuchó Leon en su mente sus propios pensamientos, pero que parecían ser dichos con la voz de su madre.

—Claire. —Empezó a decir Leon. —No quiero.

—Hummm. —Dijo Claire, frunciendo el ceño y poniendo un puchero. ¿Por qué era tan testarudo y tan aburrido? ¿Desde cuándo Leon le decía que no a una copa y a un poco de diversión? ¿Tanto había cambiado en dos años? —¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué no quieres beber conmigo? ¿He hecho algo que te haya incomodado? ¿Es por la camiseta mojada? ¡Me taparé, maldito cura! Pero bebe conmigo.

—No tiene nada que ver con lo que acabas de decir.

—Entonces bebe conmigo.

—No, Claire.

—Joder, pero... ¿Desde cuándo demonios le dices que no a una copa?

Leon no contestó a esa última pregunta y bajó la mirada.

Claire resopló y se apartó de él.

—Pues más para mí. —Soltó la pelirroja, devolviendo la botella a sus labios.

—Desde que sé que soy alcohólico. —Contestó Leon, sin levantar la vista de sus manos entrelazadas en su regazo.

Claire no había tenido tiempo de dar otro trago, cuando frenó en seco. Bajó la botella y miró a Leon.

—¿Qué has dicho? —Preguntó la pelirroja.

—Que soy alcohólico. —Repitió Leon, en el mismo tono y sin mover un  solo dedo.

Claire se llevó una mano a los labios, pensando en lo idiota que estaba siendo. Miró la botella en sus manos y después miró de nuevo a Leon.

Sin decir nada más, Claire caminó hasta el baño y tiró todo el alcohol por el desagüe. Después limpió sus manos y su boca con agua para retirar todo lo posible el olor a whisky, y volvió al lado de Leon.

—Lo siento, Leon. —Comenzó a decir Claire, algo azorada. —No lo sabía. Te juro que no tenía ni idea. Perdona.

—No te preocupes. —Contestó el rubio. —No pasa nada.

—¿Por qué nunca me lo has contado? ¿Desde cuándo te pasa?

A Leon se le escapó una risa por debajo de su nariz, pensando en que esa historia era muy larga.

 La mano de Claire entró entonces en su campo visual, apoyándola sobre sus dos manos entrelazadas, y apretando ligeramente.

—No hace falta que me lo cuentes, Leon. —Le dijo la pelirroja, con voz sentida. —Pero si quieres hablarlo, estoy aquí, ¿vale?

—Vale. —Respondió el rubio, aun sin levantar la vista, pero sin retirar su manos de debajo de la mano de Claire, tanto le gustaba su contacto físico.

Pero Claire entonces, fue muy consciente de algo profundamente doloroso. Y es que Leon no tenía por qué creer que podía contar con ella, en ninguna circunstancia.

No conocía esta parte de Leon, pero ¿y si empezó a beber a raíz de su distanciamiento? ¿Cuántas veces trató el rubio de ponerse en contacto con ella sin tener respuestas? ¿Y si alguna de esas veces era él pidiéndole ayuda? Ella le había dado la espalda de una forma tan brutal y cruel que todavía le asombraba que Leon estuviera ahí, rescatándola.

Ella no le merecía. O eso se repetía una y otra vez en su fuero interno.

Esa verdad; esa odiosa y prácticamente catastrófica verdad, le estaba haciendo un agujero en el pecho como la tortura de la rata, donde esta se abre hueco a través de tu carne para salir de la jaula.

Leon era un ser humano. Con sentimientos y emociones. Luces y sombras. Un hombre, y por tanto, imperfecto.

Aunque ella siempre lo hubiera visto en la cresta de la ola como un gran héroe, él también tenía sus valles y sus demonios. Y ella había sido una ignorante y una estúpida al no darse cuenta de ello.

Se avergonzaba de ser consciente ahora de que Leon era una persona. Y de que era sensible. Y no el hombre de hojalata.

Solo hizo falta que la secuestraran y que los metieran  ambos en el mismísimo infierno para darse cuenta.

Se disculparía con Leon y le contaría toda la verdad, fuera ese el momento indicado o no. Y no lo iba a hacer solo por sí misa. Leon merecía verdad y honestidad.

—Leon. —Llamó Claire. —Quiero que sepas que hablo en serio cuando digo que puedes contar conmigo, si algún día necesitas hablar. Te lo digo con total sinceridad.

—Gracias. —Respondió el rubio, con una sonrisa vaga, todavía sin alzar los ojos.

Se hizo un silencio entre los dos. Claire no sabía como seguir.

Se recolocó sobre el catre, subiendo las piernas sobre el mismo y cruzándolas, en dirección a Leon. Para seguir mirándole a la cara sin soltar sus manos.

—Te lo digo, e insisto en que te quede claro, porque soy más que consciente de que no tienes por qué creer una palabra que salga de mi boca. —Claire tragó saliva, y Leon alzó la cabeza para mirarla. El rubio estaba un poco perdido en ese momento. Claire prosiguió. —No, no tienes por qué créeme. Te di la espalda durante dos años y no te permití contar conmigo para nada.

»Podrías haber estado en peligro y yo no me habría enterado. Soy una niñata adulta a la que no se le pasó por la cabeza que a una persona como tú le pudieran pasar cosas malas. —Claire conectó con los ojos de Leon, comenzando a emocionarse. —Y desde que desperté en este lugar entre tus brazos, hay algo que debería haber abordado con mi primer aliento y que he estado postergando como la maldita chica orgullosa que soy. —Claire hizo una pausa antes de seguir. —Te pido perdón, Leon. Perdóname por haberte abandonado durante dos putos años. Y por haber arruinado a nuestra familia.

Claire, cuya voz se había roto, tapó su rostro con sus dos manos mientras comenzaba a llorar. El arrepentimiento se la estaba queriendo llevar al submundo para enterrar ahí su buena luz.

Sintió a Leon moverse en su lado del catre aproximándose a ella, colocando sus manos sobre sus rodillas.

—Claire. —Llamó Leon. Claire negó con la cabeza mientras seguía llorando, todo su cuerpo vibrando con el llanto.

—Lo siento. Lo siento muchísimo. —Repetía la pelirroja, con la voz aguda y disfónica.

—Claire. —Volvió a llamar el rubio acariciando los cuádriceps de la pelirroja, que se sentía tan bien como un abrazo. —Claire, tranquila. Este tema tenía que salir tarde o temprano, y has tenido mucho más valor que yo para abordarlo. —Leon hablaba con la voz suave, sintiéndose tan tranquilizador como balsámico. —Así que gracias.

Claire empezó a tragarse los hipos de su llanto, cuando retiró las manos de su cara. 

Tenía los ojos brillantes y el azul más vibrante que nunca sobre el fondo rojo, propio de la congestión que se produce al llorar.

También tenía la nariz roja y los labios hinchados, haciéndola ver tan hermosa que parecía mentira. ¿Quién se podía ver tan hermoso llorando? Claire, sin duda.

Leon acercó sus manos a la cara de Claire y retiró sus lágrimas con los pulgares. El gesto heredado tan característico de nuestro agente especial.

Leon la sonrió con labios cerrados, y volvió sus manos a las rodillas de la pelirroja.

—¿Mejor? —Preguntó el rubio.

—¿Me perdonas? —Preguntó Claire.

—¿Me perdonas tú a mí? —Preguntó a su vez Leon.

A Claire se le escapó un golpe de aire de entre los labios, mientras ponía los ojos en blanco.

—¿Qué te tengo que perdonar? ¿Que fueras lo suficientemente maduro como para tratar de solucionar las cosas día sí y día también? No digas tonterías, Leon.

—Si hubiera sabido que destapar la verdad era tan importante para ti como para mantenernos distanciados por tiempo ilimitado, te habría entregado ese maldito usb. —Claire miró a Leon con lágrimas que volvían a la carga. —Era tu investigación al fin y al cabo. Estabas en tu derecho y yo... te lo quité. Así que entiendo que te enfadaras.

Los dos se quedaron momentáneamente en silenció, pupila azul contra pupila azul.

—No sabes cuantas veces he tenido esta conversación contigo en mis sueños. —Susurró Claire, sin apartar su mirada. —Y en mis sueños era exactamente así. Tú disculpándote conmigo y devolviéndome el usb, porque decías que no era más importante que yo.

—Nunca lo fue. —Añadió Leon con la voz grave y suave.

—Y eso es algo que yo siempre debería haber sabido. —Continuó Claire. —Pero me enfadé tanto que no era capaz de ver más allá de mí misma. Y te castigué de la forma más cruel que se me ocurrió. Dándote la espalda. —Claire bajó su mirada, dándose tiempo. Le gustaría hacer su discurso sin llorar, pero el arrepentimiento no parecía tener los mismos planes. —Porque te quería hacer daño, Leon. —Las lágrimas saltaron de los ojos de Claire como si tuvieran pértigas. —Quería que sintieras solo la mitad de dolor que estaba sintiendo yo, y por eso te di de lado de una forma tan absoluta, contundente y cruel. Deseando que lloraras como lloraba yo y deseando que te sintieras tan solo y traicionado como me sentía yo. —Claire sorbió por la nariz, retirando sus lágrimas con rabia y todavía sin alzar la vista. —Y eso me convierte en la peor amiga del mundo y en una mierda de persona tan grande, que igual me merezco lo que me está pasando.

El llanto de Claire se rompió, y volvió a cubrir su rostro sin poder ahogar los gemidos que se escapaban de su boca.

—No digas eso. —Susurró Leon, sintiendo el dolor de la pelirroja como propio. —Es normal que sintamos tanto odio cuando estamos enfadados, ¿vale? No me importa y no te debería importar a ti.

—¿Cómo no me va a importar ser mala persona? —Preguntó Claire, retirando las manos de su rostro, y mirando a Leon a través de las lágrimas.

—Porque eso no te convierte en mala persona, Claire. —Contestó Leon, tratando de mantenerse lo más sereno posible, por los dos. —Haces demasiadas cosas buenas por el mundo, como para que un desencuentro conmigo te convierta automáticamente en mala persona. Es ridículo simplemente plantearlo.

—Pero fui mala persona contigo. —Continuó Claire. —Contigo, Leon, que eres para mí... eres...  significas... tanto... tú...

—Claire, no fuiste mala persona. Fuiste consecuente. —Corrigió Leon con el corazón en la garganta, entendiendo que la situación se estaba empezando a volver transparente. —Hiciste lo que sentiste porque estabas enfadada. —Leon volvió a retirar  con su pulgar varías lágrimas perdidas sobre el rostro de Claire.  Y luchando por estabilizarlos, añadió a modo de chanza. —Pero la próxima vez, por favor, cógeme el teléfono, ¿vale?

Claire se rió ante eso, por fin sacando medio cuerpo de la piscina de emociones a la que se había tirado sin salvavidas.

—¿Sabes? —Continuó la pelirroja, tras unos segundos de silencio. —A los tres días ya me había arrepentido de hablarte como lo hice y de tomar una decisión tan dramática. —Siguió hablando Claire, ahora más relajada. —Pero me daba mucha rabia echarme atrás y también mucha vergüenza.

»Dios, que patética. —Se dijo Claire por lo bajo. —Aunque hubo un momento en que te iba a escribir. Pero debo decir que necesité un empujón.

Leon la escuchaba, con su perfecta cara amable y su paciencia infinita, atendiendo a cada palabra de Claire.

—La última vez que vi a Sherry, discutimos. —Empezó a decir Claire, encogiéndose de hombros, cuando Leon puso cara de sorpresa. —¡Oh! Sí. Sherry y yo no siempre estamos de acuerdo, y a veces discutimos. Nunca es nada grave ni mucho menos. Sabemos llevar discusiones calmadamente sin llegar al debate. 

»Aunque ese día, la discusión sí que fue grave. Yo... —Claire hizo una pausa. —Sin duda me dolió muchísimo lo que Sherry me dijo, pero necesitaba escucharlo. Fue una de esas veces en las que hasta que las personas no te dicen las cosas a la cara, tú no te das cuenta de la realidad, ¿sabes? 

»Fue el empujón que me hacía falta, porque entendí inmediatamente que tenía razón.

—¿Qué te dijo? —Preguntó Leon, realmente intrigado.

—Me dijo que yo tenía la culpa de haber destrozado a nuestra familia y que no quería que JJ creciera en una familia rota.

—¿Sherry te dijo eso? —Preguntó Leon, con el ceño fruncido.

—Sí, es casi tan pasional como yo. —Dijo Claire sonriendo vagamente. —¿Tú no has discutido mucho con ella no?

—Nunca. Ni siquiera sospechaba que supiera discutir.

Claire se carcajeó ante eso, echando la cabeza hacia atrás.

—Claro que sabe. Y suele llevar las de ganar. Es muy rápida y despierta.

—Ya. —Dijo Leon. —Supongo que es normal que nosotros no discutamos. Nos vemos mucho menos que vosotras dos. Como para ponernos a discutir.

—Tal vez. Sí.

—Pero me sorprende mucho que Sherry te haya hablado así.

—Estaba dolida. Y además tenía razón. —Leon abrió a boca para decir algo, pero Claire le interrumpió con un gesto de mano. —Da igual lo que vayas a decir para trata de suavizar la situación, Leon. En el momento en que escuché a Sherry, me di cuenta de que tenía razón y de que yo había llevado demasiado lejos mi perreta. Que es la única forma de llamar a lo que me ocurrió. —Dijo Claire, girando las palmas de sus manos hacía arriba y encogiéndose de hombros de nuevo, antes de seguir. —Fui yo quien rompió nuestro calendario y quien obligo a Sherry a duplicar todas las festividades para no coincidir contigo. —Claire hizo un silencio, sosteniéndose en los ojos de Leon, sintiendo la confianza de poder seguir hablando desde la verdad. —Es incluso masoquista. Me daba igual sufrir con tal de que mi ego estuviera salvaguardado. —Claire profundizó su mirada en el rubio. —Porque esa es una verdad inmensa, Leon. Sufrí cada maldito día de esos dos años sin ti.

Leon fue el que ahora guardo silencio, sintiendo como las palabras de Claire le atravesaban. Nunca imaginó que durante su tiempo separados, la pelirroja pudiera estar sufriendo la distancia  porque había sido ella quien había tomado esa decisión. Y para el rubio era todo tan simple como que si mantenía esa situación, era porque se sentía feliz al estar lejos de él.

Pero ahora comprendía que las acciones de la pelirroja eran mucho más complejas y masoquistas de lo que él se había imaginado.

—Yo también. —Respondió Leon, tragando saliva. No había sabido cuánto necesitaba esa conversación, hasta ahora que la estaban teniendo y se estaba sintiendo cada vez más ligero, al descubrir la realidad. Por que sí. Saber que Claire había sufrido la distancia tanto como él, significaba muchísimo para el rubio.

—El caso es que después de hablar con Sherry, le prometí que hablaría contigo y solucionaría las cosas. Te debía una disculpa, de eso no tuve dudas. Pero como bien sabes, nunca llegué a hacerlo. —Continuó Claire, con una sonrisa triste dibujada en sus labios.

—¿Por qué? —Preguntó Leon. Quería conocer cada detalle referente a sus años separados.

—Porque me raptaron. —Contestó Claire. —Después de visitar a Sherry tenía que preparar todo el maldito viaje a mi propio secuestro, así que, quería escribirte un mensaje desde la habitación del hotel. —Claire hizo una pausa antes de seguir. Lo que venía a continuación era sin duda, elemental. —Y quiero que sepas, porque esto es importante, que me costó mucho escribirlo. No por que no quisiera disculparme contigo, ya había decidido que te debía una disculpa enorme. —Claire paró y tomó un tembloroso aliento. —No, me estaba costando muchísimo porque sabía que si lo hacía tenía que ser con la verdad.

»Y lo escribí, Leon. Escribí ese mensaje. Pero no llegué a calcar el botón de enviar. A esa ridícula distancia me quedé de decirte lo que te quería decir.

»Cuando el hombre gigante entró en la habitación y después me sedó, pensé que jamás podría decírtelo. Si no me hubieras rescatado de la probeta gigante, jamás lo sabrías. —Claire hizo otra pausa y humedeció sus labios. —Aunque en mi cabeza me despedí de ti antes de quedarme fuera de combate. 

»Tú fuiste mi último pensamiento feliz. —Dijo Claire, sin poder evitar que una lágrima escapara por uno de sus ojos. Siendo toda emoción y sentimiento.

Leon la escuchaba en silencio, con los ojos abiertos, húmedos y esperanzados. 

El corazón le latía en el pecho, en la garganta, en las sienes, en los dedos.

Claire estaba abriéndole su corazón. Estaba siendo testigo de Claire siendo totalmente honesta. Si no trataba de relajarse, se iba a desmayar. Habían sido años muy duros emocionalmente sin ella.

—¿Quieres saber qué decía ese mensaje? —Le preguntó Claire, tratando de sonreír en medio de sus solitarias lágrimas mudas.

Leon asintió suavemente con su cabeza. No podía hablar con ese nudo en la garganta que se le había formado.

—Decía, “te hecho de menos”. —Dijo Claire ahora dejando que más lágrimas recorrieran sus mejillas. 

“Es el momento.” Dijo la primera voz en su cabeza. Con tanta serenidad como certeza. “Es el momento.” Repitió la segunda voz como un eco profético que reverberaba en todos los espacios mentales de Claire.

—Dios, Leon, tengo que contarte algo. —Empezó hablando la pelirroja, con tanta emoción que su respiración comenzó a acelerarse, las lágrimas caían lentamente pero sin pausa, el rojo de su cara se extendía por todo su cuello y le costaba ordenar sus pensamientos. 

Los nervios provocados por lo que le iba a decir al rubio la estaban haciendo temblar de miedo, y las mariposas de su estómago estaban encontrando su liberación a base de nauseas. 

—Te pido que no me interrumpas porque estoy nerviosa y no quiero que nada se quede en el tintero, ¿vale?

Claire miró a Leon. Y Leon asintió, con ojos expectantes y ese nudo en la garganta cada vez más grande.

—Leon, —Comenzó la pelirroja, tratando de no apartar sus ojos de los del rubio, dejando que su nombre muriera en sus labios en un cálido susurro. —, si escribí ese mensaje, eligiendo esas palabras, fue porque era en ese momento un sentimiento muy real que pesaba en mi pecho como una losa. Pero la realidad es que te sigo añorando, aunque estés aquí conmigo, y sigue pesándome aquí dentro como si cargara un yunque en lugar de un corazón.

»Y lo más insufrible de todo esto, —Claire hizo una pausa, saltando de pupila a pupila en los ojos de Leon, con las cejas arqueadas en su punta y dientes castañeantes. —, es que añoro cosas de ti que nunca he tenido, si acaso eso es posible. —La voz de Claire se estranguló, y ahora sus lágrimas se derramaban con más velocidad. Estaba drenando su miedo y la presión cargada durante tantos años.  Aclaró su garganta y siguió abriéndose y desnudándose, con valentía.—Añoro desayunar contigo en las mañanas. Despertar a tu lado en la cama. —Claire sintió que el calor subía a sus mejillas y que más rojo se añadía sobre rojo. La timidez y la vergüenza querían dominarla y callarla. Pero incluso con esas fuerzas empujándola a retroceder, ella ya había decidido saltar del puente al grito de “Jerónimo”. Y si estaba asegurada con cuerdas y arneses, es algo que solo sabría al final. Si se mantenía a flote o se estrellaba contra el suelo.

Así que no se detuvo.

—Leon, añoro tus manos. Tus caricias; añoro tu boca. Tus besos. —Claire cerró los ojos visualizando las imágenes que tantas veces la habían acompañado cuando estaba sola con sus manos. —Añoro tus abrazos y que recorras mi cuerpo con tu cuerpo, con tus ojos, con tu saliva. —Claire abrió los ojos y miró a Leon, quien la observaba con  una intensidad y una anticipación tan grandes, que parecía que un tornado bailaba en sus ojos. Pero la pelirroja no se detuvo. —Añoro tu voz en mi nombre. Tu respiración y tus gemidos en mis oídos.

»Añoro cada parte de ti enfocada en mí. —Claire tragó saliva y se llevó una mano al corazón. —Añoro que me hagas el amor. Lento, muy lento. Pero también rápido, pasional, fuerte.

»Te añoro en todas tus versiones, Leon. Vertiéndote y derramándote en mí como se derraman las lágrimas en mis ojos. Con verdad.

»Leon. —Claire tomó una temblorosa respiración. Llegados a este punto, solo había una forma de coronar tanta realidad. —Escribí ese mensaje, eligiendo esas palabras, porque eran en ese momento muy reales. Pero en realidad algo todavía mucho más real es lo que debió haberse escrito. —Claire hizo una pausa.

—Dímelo. —Susurró Leon, interviniendo por primera vez, con una voz tan débil, que casi no había salido sonido de su boca, aunque sus labios deletrearan la palabra dicha. —Por favor, dímelo. —Suplicó el agente especial con casi la misma ausencia de sonido, a punto de saltar de su piel.

Allá iba.

 —Te amo. —Dijo por fin Claire. —Te amo con cada fibra de mi ser.

La respiración de Claire llenaba toda la estancia, y sin embargo parecía que Leon había dejado de respirar.

De los ojos del rubio cayeron dos lágrimas que se precipitaron directamente sobre el catre, mientras sus labios se separaban poco a poco sin dar completo crédito a lo que acababa de escuchar.

“Por fin. Por fin. Por fin.” Pensó el rubio.

—Te amo, Leon. Te amo mucho y desde hace mucho tiempo. —Claire siguió hablando. Parecía que había cogido carrerilla y quería llegar hasta el final ahora que había destapado tanta verdad. —Antes de morir me dijiste que me amabas. Y una de las cosas que más me dolió y que sabía que me perseguiría hasta el día de mi muerte, era no haber podido decirte esta verdad que me lleva persiguiendo desde que te conozco. Desde que te conozco Leon. Eso son diecisiete años.

»¿Si pudieras dar marcha atrás me habrías besado en Raccoon City? Si pudiera dar marcha atrás, yo me habría dejado besar.

»Si siempre fui yo para ti, significa que siempre fuiste mío y yo no lo sabía. —Claire se mordió el labio inferior, retirando momentáneamente la mirada, buscando las palabras correctas. —Si lo que dijiste era cierto y no solo palabras desbocadas en un momento trágico. Si es verdad que tú también me amas, entonces, quiero ser dueña y esclava. —Claire ahora tomó una bocanada de aire volviendo a los ojos de Leon. —Quiero amarte y adorarte, como se ama y se adora todo lo sagrado. 

»Quiero sentirte debajo de mi piel todos los días. Y vivir en tu mente y que tu vivas en la mía. Y que juntos seamos eternos. Eternos.

»Y que nadie, ni siquiera nuestros creadores, nos puedan separar. —Claire hizo una pausa prolongada. Había acabo. Ya había dicho todo lo que tenía que decir, aunque se sentía como si algo faltara.

Leon no se movía. No pestañeaba. ¿Qué estaría pensando? ¿Claire se iba a estrellar contra el suelo? La pelirroja tenía que prepararse para el impacto, y el corazón parecía querer resquebrajarse por todo su contorno.

—Si no era cierto que me amas, y esto que te estoy diciendo es una puta locura...

—Claire, estoy rendido a tus pies. —La interrumpió Leon, mirándola con la intensidad con la que se miran los sueños. 

Y así se quedaron durante unos segundo que parecieron minutos, mirándose con lágrimas de emoción y sinceridad en los ojos, con la respiración a galope, y con la piel de cristal.

—¿Puedo besarte de una vez? —Preguntó Claire, que no aguantaba más dentro de sí misma, a la escasa distancia que estaba de Leon.

—Por favor. —Contestó el agente especial, humedeciendo sus labios y recortando la distancia que le separaba de Claire, encontrándose con esas cerezas de sus anhelos a mitad de camino. Y besándola por fin.

Lo estaban haciendo. La suave piel de sus labios se habían encontrado en un intenso roce donde ambos se habían convertido en un explosivo rayo que los recorrió hasta la punta de sus dedos.

La estática entre los dos por fin había estallado y ahora no eran más que fuego en pleno incendio, donde sus labios eran el origen húmedo, caliente y palpitante que estaba encontrando su replica en  cada centímetro de piel que los rodeaba.

Sus bocas se abrieron y se mordieron como se muerde una manzana. Sus lenguas se recorrieron, se saborearon, bailaron juntas una pieza indescriptible de gemidos y jadeos que estaban superando los decibelios permitidos en la clandestinidad.

Las manos de Claire se perdían en el pelo de Leon cuando tenía espacio para acariciar; y sus brazos rodeaban su cuello cuando deseaba profundizar el beso.

Las manos de Leon cogían a Claire por la nuca acercándola más hacia él, o la abrazaba por la cintura cuando se sentía demasiada distancia.

Las químicas en sus cerebros estaban estallando en fuegos artificiales, que era lo mismo que Leon y Claire estaban viendo detrás de sus parpados.

La sensación de felicidad se mezclaba con la incredulidad. Habían soñado tantas veces con ese momento, que era fácil que de tan inverosímil, no fuera más que un sueño.

—¿Estoy soñando? —Preguntó Claire, en un espació que encontró para hablar, frente con frente con Leon, respirando entre jadeos.

Leon atrapó el labio inferior de Claire con sus dientes. Esa cereza que había estado tanto tiempo provocándole por fin estaba en su boca. Y lo succionó sintiendo un placer extremo mientras gemía.

—Creo que sí. —Contestó Leon, a quien le faltaba el aire. —Pero espero que no.

Leon hundió su boca en el cuello de la pelirroja, y esta echó la cabeza hacia atrás poniendo los ojos en blanco.

Estaba sintiendo tanto y tan intensamente, que creyó que podría desmayarse en cualquier momento.

“Estoy besando a Leon.” Pensó. “Estoy besando a Leon.” Y cuanto más lo pensaba más ardía y más gemía y más placer la recorría de punta a punta.

Leon siguió besando, mordiendo y chupando la piel de Claire que bajaba de su cuello hasta su pecho, y raspó con sus dientes en esa zona exquisita entre los dos senos, sacando un pequeño grito de la pelirroja, para después curar la zona con saliva y besos que ascendieron de nuevo hasta el otro lado de su cuello, acabando en su oreja. Y en un recorrido tierno y excitante llegó hasta su boca, donde de nuevo volvió a devorar esas cerezas dulces que eran sin duda su plato favorito.

—Te amo, Claire. —Dijo Leon entre beso y beso.

—Te amo, Leon. —Contestó Claire con dificultad. Pero bendita dificultad.

La pelirroja, tiró suavemente del pelo de Leon para inclinar su cabeza hacia atrás, y mordió su barbilla, su mandíbula tan marcada y después ella también bajó por su cuello dejando un reguero de besos y cerezas tan excitante como placentero. Al llegar a la nuez de Adán, Claire la lamió, subiendo en vertical hasta retomar los labios de Leon, donde siguió el festín frenético de la tentación liberada.

La temperatura seguía subiendo y la excitación también y ambos supieron que la necesidad que tiraba de ellos, iba más allá de sus bocas.

—Tócame, Leon. Tócame. —Suplicó jadeante Claire al rubio en su oído. Y Leon, entre brumas de deseo, no se hizo de rogar.

Sus manos, que hasta ahora subían y bajaban por los costados de los pechos de Claire, ahora se colaron por debajo de su camiseta, acariciando la fina y endurecida piel de los pezones de la pelirroja, con unos pulgares maestros que sabían muy bien lo que hacían. Y la pelirroja, sintiendo la electricidad alrededor de la sensible zona y en las crestas más altas de sus pómulos, gimió echando hacia atrás su cabeza, como si la estuvieran cogiendo por su coleta y obligándola a contorsionarse de esa forma tan exquisita.

Claire, absolutamente cargada de fogosidad y algo parecido a la impaciencia, subió a horcajadas sobre Leon, empujando al agente especial contra la pared, mientras le tomaba por la nuca y juntaba de nuevo sus bocas, que eran el punto de intercambio de gemidos que nacían en la garganta de uno y morían en la del otro, como ocurre con los trasbordos en el metro, sin orden, ni concierto, ni control.

Claire encajó sus caderas abiertas en las de Leon y comenzó a frotar su sexo contra el miembro erecto y apresado del rubio, arqueando su espalda y moviéndose como una sirena en el agua. Sin perderse ni un centímetro del agente especial.

Leon gimió, inclinando su cabeza hacia delante, contra el pecho de Claire. Soltando todo el aire de sus pulmones de golpe y colocando sus manos sobre los preciosos y redondos glúteos de la mujer a la que amaba, apretó, acompasando su ritmo y su intensidad, mientras sus jadeos y su respiración acelerada se follaban los oídos de la pelirroja.

Entonces Claire, yendo a sublime compás, recuperó su vertical, como un jinete sobre su caballo y, apoyando una mano en la pared, a la altura de la cabeza de Leon, con la otra tomó el mentó del rubio y alzó su mirada para conectar con sus ojos, de esa forma en que solo ellos podían hacer.

Y así fue como los cielos de verano se reflejaron en las profundidades de los océanos, y los dos se reconocieron el uno al otro mientras se regalaban el placer adulto, sin perderse esas expresiones de  parpados perezosos, bocas abiertas, mandíbulas lánguidas, respiraciones temblorosas, mejillas sonrosadas y pupilas dilatadas, que eran tan íntimas y excitantes que comenzaron a follarse también las mentes, a un nivel que el roce físico no podían igualar.

De sus ojos cayeron dos últimas lágrimas y mientras Claire limpiaba las de Leon, Leon limpió las de Claire, y los dos comenzaron a reírse por ese momento tan tierno y tan perfectamente coreografiado.

Claire se volvió a inclinar sobre Leon y sus bocas volvieron a trabajarse, cada vez con menos piedad, menos modales, menos cortesía, menos educación, y más interrumpidos por sus propios jadeos y acezos, empujados como estaban a través de un deseo vehemente que codiciaba más... y más... y... más... de ellos.

Leon retomó el cuello de Claire, mordiendo y reclamando, como muerden y reclaman los leones a las leonas. Y bajando por sus clavículas hasta su esternón, viró con su boca hacia uno de los apretados pezones de la pelirroja cuando se detuvo, depositando ahí su cálido aliento, haciendo reaccionar a ese pezón dolorosamente, y levantando la vista para pedir permiso.

—¿Puedo? —Preguntó Leon desde esa posición, con las mejillas sonrosadas y la mirada más peligrosa del mundo. Con la sonrisa más depredadora que Claire le hubiera visto jamás. Convirtiéndolo en la tentación más hermosa y excitante que la pelirroja nunca hubiera imaginado.

Claire gimió antes de contestar de pura expectación, siguiendo en constante roce de sexos acuosos, y sintiendo que estaba vibrando tan alto que la luna no parecía imposible de tocar.

—Puedes hacerme lo que quieras, Leon. Lo que quieras. —Contestó Claire en una estrangulada súplica, echando la cabeza hacia atrás y poniendo los ojos en blanco, mientras se permitía respirar a boca batiente, intercalando jadeos con el castañeo de sus dientes y su boca tragando saliva, que eran la banda sonora favorita de Leon.

El rubio, totalmente prendido en llamas ante esa imagen de Claire, tan poderosa sobre él y al mismo tiempo tan frágil, dándole todo el control de su cuerpo, creyó que iba a mojar sus pantalones en ese preciso instante.

Apoyando la frente en el pecho de la pelirroja, Leon se calmó para poder avanzar sin empapar sus cargo, y después, atacó al pezón prometido introduciendo la dura protuberancia entre sus labios y lamiéndola en un pulso de fuerza, donde la caliente lengua de Leon tenía las de ganar.

Claire miró hacia abajo, para observar desde su posición el increíble espectáculo que estaba teniendo lugar en su pecho, y los gemidos comenzaron a salir de ella en unos gritos agudos imposibles, que nada tenían que envidiar a La Reina de la Noche.

Leon cambió de pecho, sin desatender al anterior con sus dedos. Y Claire, que se sentía tan hipersensible, sintió cómo su cuerpo comenzaba a temblar y a escarparse, creyéndose incapaz de soportar más esas caricias afanosas e indómitas, y esa presión en su entrepierna y en su cerebro.

—¡Leon! —Gritó Claire. —¡Leon! —Volvió a llamar la pelirroja, con una intensa necesidad de liberarse, agarrándose con fuerza al pelo del rubio, estrechándolo más contra sí misma.

 Gritar su nombre, alcanzando el orgasmo, ya no era una fantasía mientras se masturbaba. Estaba siendo real. Tan real como el hombre que tenía debajo, que era Leon. Era Leon en carne y hueso. Leon en alma y espíritu. Leon, quien la estaba tocando de esa forma tan descarada y al mismo tiempo de esa forma tan devota y relevante. Leon, quien la estaba haciendo sentir como una diosa que tenía el poder de destruirle y al mismo tiempo, como una débil mortal que podría morir en sus manos y en sus caricias.

—Dime, amor mío. —Respondió Leon, gimiendo y ronroneando en su otro pezón, atrapándolo con los dientes y tirando de él con una delicadeza lenta y extrema.

Cuando Claire escuchó a Leon llamándola “amor mío” el juego se había acabado para ella.

Echando la cabeza hacía atrás, todo su cuerpo comenzó a tensarse. Y ante sus ojos la luna se encontraba bajó sus pies y las estrellas brillaban con una intensidad dorada tan mágica, que sus pupilas se volvieron vidriosas, mientras su vagina cremosa cantaba y su cerebro se liberaba en un estallido de flores de colores que alcanzaban su esplendor en el orgasmo más bonito, sostenido y deseado, que Claire hubiera tenido en su vida.

Leon posó sus manos sobre la cara de la pelirroja y la inclinó hacia él para no perderse el clímax en los océanos de la mujer a la que amaba, y sentir que el sexo mental había llegado a su punto álgido para los dos.

Leon cerró los ojos, saboreando ese delicioso momento y grabando el recuerdo de la preciosa cara de Claire sintiendo la excitación y el placer, para siempre, en su retina.

Claire, volviéndose blandita y recuperando la compostura, besó a Leon. Despacio, con delicadeza, con dulzura, con lenguas que ahora bailaban una balada, y labios que sentían tal veneración y devoción, que la más sutil caricia no estaría a la altura de la suavidad que merecían.

Cuando se separaron, y se miraron frente a frente, no vieron más que amor en el otro, adornado con sudor, mejillas y labios sonrosados; ojos vidriosos y respiraciones desbocadas, como los latidos de sus corazones.

Los dos se sonrieron, cansados, pero con la complicidad con la que se sonríen los amantes. 

—Te amo. Leon Scott Kennedy. Y por fin eres mío. —Dijo Claire, con los labios hinchados y caprichosos.

—Te amo, Claire Redfield. Y por fin soy tuyo. —Dijo Leon, con los labios húmedos y peligrosos.

Y entonces se abrazaron. Con fuerza y confianza, pero sobre todo, con alivio.

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Claire y Leon se mantuvieron abrazados mientras sus respiraciones se calmaban, sus corazones se acompasaban y en definitiva, sus cuerpos se relajaban el uno sobre el otro en un abrazo infinito y sentido como el amor que se profesaban y que ahora ya no era un secreto. Así que también se abrazaron con verdad, con cariño y con extrema felicidad.

Estaremos todos de acuerdo en que confesar tu amor y tener tu primera práctica sexual con la persona a la que amas, en un cuartucho antiguo, rodeados de telas de araña y en un catre duro e incómodo, no es el ideal que todos planteamos en nuestras mentes cuando pensamos o soñamos con la llegada de ese momento tan mágico y único, como es unirte a todos los niveles con el amor de tu vida.

Pero joder, ellos dos habían hecho que ese lugar fuera el lugar más perfecto del mundo en el que encontrarse, porque la forma tan sincera y autentica en la que se habían encontrado, no podía ser calificado de ninguna otra forma que no fuera obra de arte.

Sí. Cuando se besaron, hicieron arte. Cuando se acariciaron, hicieron arte. Cuando se escucharon, se gimieron y se saborearon, hicieron arte. Cuando Claire alcanzó las estrellas y él la sostuvo con reverencia, hicieron arte.

Incluso en ese momento, mientras se abrazaban en silencio sin hacer otra cosa que sentir el calor y el tacto del otro de forma pasiva y relajante, estaban haciendo arte. Porque el aura que los rodeaba era de una luz y unos colores tales, que era imposible no verlo como lo que era. Puro. Arte.

Claire se separó de Leon, sin desentrelazar sus brazos de su cuello y, sonriendo, miró el rostro del rubio que ahora era su rubio.

Leon bajó sus manos por la espalda de la pelirroja, en deliciosa letanía, y las dejó apoyadas en sus caderas, echando la cabeza hacia atrás y devolviéndole la sonrisa.

—Eres preciosa. —Dijo Leon, cerrando los ojos y recreándose una y otra y otra vez en lo que acababan de hacer.

—Tú eres un sueño. —Respondió Claire, que todavía no se podía creer que por fin el vaso del deseo desbordado estuviera regando la tierra a sus pies y que esta estuviera floreciendo. —No puedo expresar con palabras, las ganas que tenía de saber a qué sabes.

Leon abrió los ojos y alzó sus cejas, prestándole total atención.

—¿A sí? —Preguntó el agente especial. —¿Y a qué te ha sabido?

—A gloria. —Contestó Claire, sin pensarlo dos veces. Leon se río. Qué dientes tan blancos y perfectos. —A peligro. —Prosiguió la pelirroja, apoyando la punta de sus dedos en esos finos y suaves labios, sintiendo todavía estática en su tacto. Leon sin dejar de sonreír volvió a prestarle atención. —A pecado y también a justicia.

»Eres picante. Pero también te sabes derramar como un dulce.

»Tienes un sabor, —Claire, hizo una pausa en la que cogió a Leon por el mentón y acercándose más, lo volvió a besar paseando fugazmente su lengua por su boca, como quien prueba un poco de crema. —, masculino y, —Volvió a realizar otra pausa repitiendo la acción anterior, y poniendo al rubio de nuevo en órbita. —, elegante. —Claire volvió a tomar un poco de distancia, la suficiente para mirarse frente a frente. —Tu sabor es pura ambrosía.

»Y créeme, me he imaginado tu sabor muchas veces y superas con mucho a la ficción.

—¿Me estás diciendo que te has masturbado pensando en mí? —Preguntó Leon con ese frito vocal tan característico que volvía cualquier interacción con el rubio puro sexo acústico.

—No te haces una idea. —Contestó Claire, que todavía no se había bajado del todo del tren de la lujuria, y hablar de sí misma tocándose pensando en Leon, le parecía tan excitante como estar a horcajadas sobre él como si fuera su lugar natural en el mundo.

—Pues ya somos dos. —Contestó el rubio, apretando ligeramente las caderas de la pelirroja.

—¿Te masturbas pensando en ti? —Preguntó Claire, con sorna. —Estás bueno, Narciso, pero deberías tener cuidado. Ya sabes como acaba el mito.

Leon sonrío tomando aire entre los dientes, mientras Claire acunada de nuevo sus caderas sobre las caderas de Leon.

—Claro que me masturbo pensando en mí. —Dijo el rubio mordiéndose el labio. —En mí sobre ti; en mí debajo de ti; en mí dentro y fuera y dentro de ti; en mí detrás y delante de ti; en mí a tus pies; en mí en tu cara; en mí en tu pecho, en tu espalda, en tus  manos, en tu boca. —La temperatura había vuelto a subir.

—Ufff, Leon. —Susurró Claire cerrando los ojos y sintiendo cómo la humedad volvía a ella. —Calla, no sigas. No puedo contenerme. —Y Claire volvió a temblar, cogiendo a Leon con fuera de la pechera de su camiseta.

—No sabes como me pone que digas “Ufff, Leon”, pelirroja. —Dijo el agente especial, acercando su cara al pecho de Claire, dejando un rastro de besos desde el centro hasta su hombro, donde dejó un ligero roce de dientes.

—Cuando salgamos de aquí. —Dijo, Claire abriendo de nuevo sus ojos y enfocándose en los del rubio. —Te voy a atar a mi cama y no te voy a dejar escapar.

—Tus deseos son órdenes, Claire. —Dijo Leon con esa sonrisa tan desconocía hasta ahora para Claire, en la que la chica podía ver perfectamente que tras esas palabras de presa, se escondía un cazador que la excitaba con cada mirada, toque o palabra que viniera de él.

—¿Sabes que tienes una voz muy excitante? —Comentó Claire.

—No es por romper la magia, pero no eres la primera mujer que me lo dice. —Soltó Leon, riéndose mientras Claire alzaba las cejas y abría la boca con sorpresa.

—Maldito seductor. —Dijo entonces la pelirroja entrecerrando los ojos.

Leon separó sus manos de las caderas de la pelirroja y cogió las manos de Claire, besando sus nudillos sin separar sus ojos de los ojos de la pelirroja, y después entrelazando sus dedos con los dedos de ella.

Entrelazar las manos con alguien es tan personal. ¿Alguna vez  lo habéis hecho sin romper el contacto visual con la otra persona? Es imposible no sentir ese tirón interno de complicidad e intimidad. Es como si las manos hablaran y se estuvieran contando un secreto.

Claire y Leon se miraron en silencio y con intensidad. Todavía sus mejillas sonrojadas y sus respiraciones en calma.

—Cuánto has tardado. —Susurró el agente especial, acariciando los pulgares de la pelirroja con sus pulgares.

—Pero ya estoy aquí. —Susurró de vuelta Claire, acariciando los ojos de Leon con su caída lánguida de párpados al pestañear.

La pelirroja besó a Leon de nuevo. Un beso rápido. Casto. Sin intercambio de fluidos o roce de lenguas. Un beso cotidiano y sencillo.

Sonrió a Leon y volvió a besarle. Y volvió a besarle y volvió a besarle, y se encontró besando toda su cara mientras le cogía por la mandíbula con ambas manos.

Leon sonrió con los ojos cerrados y ronroneando a labios sellados. Cada beso de Claire era bálsamo para el rubio.

—Me encanta como te sienta la barba. —Dijo entonces la pelirroja separándose del agente especial y acariciando con la punta de sus dedos la barba incipiente de Leon.

—Gracias. 

—No, en serio. Te hace ver más... más...

—Jake dice que me hace ver más bonachón. —Intervino Leon.

—¿Bonachón? Yo iba a decir sexy o “empotrador” —Dijo Claire, entrecomillando la palabra empotrador.

—¿Empotrador? —Repitió Leon, al que se le escapó una carcajada del fondo de sus pulmones.

—Ya sabes. Ese tío misterioso y sexy al que ves en la barra del pub y que con una sola mirada, te arranca las bragas, te moja la entre pierna, sube tu temperatura a extremos cachondísimos y te pone de rodillas, mientras gritas: “¡Joder, por favor, empótrame contra la pared ya!”

Leon y Claire comenzaron a carcajearse. Era precioso mirarse tan de cerca y reírse así. Como si no existiera ninguna preocupación y no estuvieran en una misión de rescate. Bueno, ¿no es esta la definición perfecta de oasis? Un sitio donde estar a salvo, no solo física sino también mentalmente. Reírse y olvidarse por un momento del horror, era tan sano como necesario.

—Oye. —Empezó Claire, serenando su risa, apoyando las manos sobre el pecho de Leon. —Hablando en plata. Sé que hace un momento no te has corrido.

—Y lo mío me ha costado. —Añadió Leon, volviendo a su sonrisa peligrosa.

—¿No querías acabar? —Preguntó Claire, extrañada.

—No. Sospecho que ir con los pantalones mojados no es muy cómodo. —Explicó Leon con ironía.

—Podríamos haber quitado los pantalones de la ecuación. —Dijo Claire, alzando una ceja.

—No se nos ocurrió. Qué pena. —Ronroneó Leon.

—Qué pena. —Susurró Claire. —Aunque si hay algo que yo pueda hacer para que tengas un final feliz, solo tienes que pedirlo.

—¿Quién te ha dicho que no he tenido un final feliz? —Preguntó Leon con su frito vocal carnívoro.

—Normalmente los hombres eyaculan cuando tienen un orgasmo. Y tener un orgasmo es el objetivo último de acostarte con alguien. —Explicó Claire con condescendencia, mientras Leon seguía con esa sonrisa depredadora que tanto estaba excitando a la pelirroja.

—¿Así de simple? —Preguntó Leon.

—Así de simple. —Zanjó Claire.

Leon y Claire siguieron mirándose de esa forma tan desafiante. Casi como si se estuvieran retando a algo excitante que todavía los dos no estaban comprendiendo, pero queriendo entrar a jugar.

—Te explicaré algo. —Comenzó Leon. —Y que conste que no puedo hablar por todos los hombres. Pero yo puedo sentir el orgasmo de muchas y diferentes formas. Y la física, como bien has dicho, es muy simple. La respuesta más fácil y rápida que tiene el orgasmo de manifestarse. Pero en mi experiencia, no es la única.

»Que te quede claro que he disfrutado cada segundo de nuestro encuentro. Que el petting es una de las prácticas que más me gusta en el sexo. Y que me pones como una moto.

»Ver tu cara mientras te corrías encima de mí, ha sido lo más multiorgásmico que he sentido en mi vida, Claire.

Claire, que escuchaba con atención y que se creía con las de ganar en ese reto no pactado, se sintió arder, rendida ante Leon.

—¡Oh! —Se le escapó a Claire de los labios. —Interesante. Y muy excitante.

—Excitante va a ser cuando salgamos de aquí y me permitas re-correr(me en) tu cuerpo con cada parte del mío.

Leon sonrió a su pelirroja  y apoyando sus manos en su cuello, la besó con la cotidianidad con que Claire le beso a él, pero prolongando un poco más ese dulce contacto.

—Y mi objetivo último no era el orgasmo. —Dijo Leon en sus labios. —Era sentirte, por fin. Y ha sido precioso. —Añadió el rubio, volviendo a la boca de la pelirroja.

Claire se iba a deshacer. Se iba a deshacer sin remisión.

—¿Desde cuando eres tan romántico? —Preguntó la pelirroja, mirando al rubio a los ojos, como si fuera la primera vez que le veía y estuviera descubriéndolo.

—Siempre lo soy. Si estoy enamorado. —Contestó Leon siendo todo belleza y encanto. —También soy muy cariñoso. Ya lo irás descubriendo. —Y el rubio le guió un ojo a la pelirroja.

—¿Cuando salgamos de aquí? —Preguntó Claire de nuevo grabando una vez más ese guiño de ojos en tu retina.

—Exacto. —Asintió Leon. —No olvides que cuando volvamos a casa, me vas a mantener atado a tu cama.

Claire se rió de eso último y volvió a besar a Leon.

—Ojalá aquel día delante de La Casa Blanca, te hubiera invitado a cenar. —Dijo Claire, perdiendo la sonrisa mientras acariciaba la cara de Leon con una mano.

—Espero que lo hagas cuando salgamos de aquí. Es mi pago por los servicios prestados. 

—¡Oh! ¡Claro que lo voy a hacer! Te voy a invitar al mejor italiano de la ciudad, que curiosamente se encuentra en la misma calle en la que vivo.

—Curiosamente. —Repitió Leon, riéndose. —Perfecto, me encanta la cocina italiana.

—Es que una buena pizza pepperoni, es todo lo que está bien en el mundo. —Dijo Claire riéndose a su vez, mientras se levantaba  apartándose del regazo de Leon. Sentándose a su lado y apoyando la cabeza sobre su hombro.

—Yo pensaba más en el postre. —Aclaró Leon, con un deje en su voz que dejaba a la libre imaginación de cada uno si con postre se estaba refiriendo a los dulces o al sexo que tendría después con Claire en su departamento, que estaba, curiosamente, en la misma calle que el restaurante.

Leon apoyó su cabeza a su vez en la de la pelirroja, dándole un beso en la coronilla y entrelazando de nuevo sus dedos.

Claire miraba sus manos entrelazadas, mientras acariciaba  con su pulgar el lateral del pulgar de Leon, pensado en lo alucinante que era que todo lo que estaba pasando, fuera real.

—¿De verdad he tenido tremendo orgasmo contigo? —Preguntó entonces Claire en voz alta, cuando hasta entonces no era más que un pensamiento en su cabeza. —¿De verdad nos hemos besado y nos hemos tocado así?

—Joder, como esto sea solo un sueño, va directo al podium de las pesadillas más crueles que haya tenido.  —Dijo Leon, apretando instintivamente la mano de Claire. —Y al despertar cogería el Jeep, me presentaría en tu casa y te comería a besos.

—Sería la sorpresa más bonita del mundo. Hazlo.—Dijo Claire, acomodando su cabeza en el hombro de Leon, abrazando el brazo del rubio.

Fue en ese momento cuando Claire, mirando a nada en especifico, vio algo blanco en la parte interna del chaleco antibalas de Leon.

Al principio creyó que se trataba solo de un reflejo de las luces y sombras que creaban las llamas danzantes de las velas. Pero fijándose mejor, se dio cuenta de que parecía un papel. Un papel que se asomaba parcialmente de un pequeño bolsillo interno del chaleco.

—¿Qué es eso? —Preguntó Claire, levantándose del catre y acercándose al chaleco.

Cuando alargó su mano y tomó la esquina del papel, vio unas letras escritas en él. Su propia caligrafía y sus propias palabras.

“Con mi persona favorita, después del fin del mundo, celebrando que estamos vivos.”

Claire giró el papel y resultaba ser lo que ella ya sabía que era. Su fotografía favorita con Leon. Los dos sonriendo felices a la cámara, brindando con unas jarras de cerveza más grandes que sus cabezas. Un recuerdo muy feliz.

Claire se giró, ondeando la foto en dirección a Leon, alzando las cejas. Leon la miraba a ella con una inclinación de su cabeza, alzando a su vez las cejas, con diversión.

—¿Cómo ha llegado esto a tu poder? —Preguntó Claire, como una profesora que pilla a su pupilo copiando en un examen.

—Lo cogí prestado de tu diario cuando buscaba información en tu departamento sobre tu desaparición. —Contestó Leon, con toda la tranquilidad del mundo. —Me encanta esa foto. Me trajo muy buenos recuerdos. Y además dices que soy tu persona favorita. —Leon sonrió a Claire con más dulzura que provocación y se volvió incluso más guapo si cabe. —Pensé que si algo salía mal, quería estar cerca de esa foto. —Y dicho lo cual, Leon se encogió de hombros. —Pero cuando salgamos de aquí, prometo devolvértela.

Claire volvió a mirar la foto y sonrió dulcemente.

—Es tuya. —Contestó la pelirroja. —Me ha pertenecido a mí por mucho tiempo. Me parece justo que ahora te pertenezca a ti.

—Acepto. Muchas gracias. —Respondió Leon. —Ya discutiremos que te puedo dar yo a ti a cambio. —Y sin perder su sonrisa y esa expresión indolente que ponía cuando sabía que la conversación no había acabo ahí, esa sonrisa dulce de antes, desapareció por la sonrisa carnívora recién descubierta por Claire y que era tan peligrosa como traviesa.

—¿Leíste mi diario? —Preguntó entonces Claire, con los ojos entornados y el mentón en alto.

“Ahí está.” Pensó Leon.

—No. —Contestó el rubio, con completa sinceridad.

—¿No? —Preguntó la pelirroja, aproximándose de nuevo al catre. —¿No te daba siquiera un poco de curiosidad? ¿Tan poca tentación soy?

Leon se rió de eso último soltando un pequeño bufido por entre sus labios.

—Creo que eres muy consciente de la gran tentación que eres. —Respondió el rubio. —Y sí, quise leerlo. Claro que quise leerlo, tenía mucha curiosidad sobre si yo aparecería en esas páginas. Pero me pareció más importante respetar tu intimidad.

Claire sonrió a Leon ampliamente colocándose de nuevo a su lado. 

—Ya lo sabía. —Dijo entonces la pelirroja. —Solo quería escucharte diciéndolo. —Entonces Claire miró hacia arriba encontrándose con los ojos de Leon. —Y para tu deleite, sí, sales en casi cada página. —Añadió como regalo Claire.

—Qué honor. —Contestó Leon, ronroneando.

—Pero no en todas ellas hablo bien de ti, que lo sepas. No todo son odas y poemas por tu amor. —Señaló la pelirroja, para bajar los humos del rubio. —Aunque incluso cuando escribía enfadada, el trasfondo es que estaba perdidamente enamorada de ti. 

Los silencios que se generaban entre esos dos, estaban llenos de los sonidos que las fuerzas gravitatorias de sus cuerpos generaban el uno en el otro, dispuestos a volver a atraparse.

Claire rompió el contacto visual y le dio la foto a Leon. Y este la sostuvo entre los dos, mirándola y sonriendo, como Claire.

—Cuando miro esta foto solo puedo pensar en qué jóvenes eramos. —Comentó Leon.

—Y tanto. Yo tenía diecinueve años. Acababa de entrar en la facultad de periodismo.

—Y yo veintiuno. Recién salido de la academia de policía. —Añadió el rubio. —Con todo lo que aprendí después, me doy cuenta de lo verde que estaba cuando salí de la academia de policía. Y muchas veces, cuando pienso en Raccoon City,  no entiendo cómo pude sobrevivir.

—Tal vez porque sabías manejar armas —Comentó Claire, encogiéndose de hombros.

—Todos los policías de la ciudad sabía manejar armas y no sobrevivieron. —Apuntó Leon, cuya voz se volvió paulatinamente más opaca y oscura. Como si estuviera muy cansado.

—Yo siempre he creído que sobreviví por pura suerte. Ahora pienso que igual era nuestro destino. Para estar hoy aquí juntos. —Dijo entonces Claire, sintiéndose cursi pero a gusto con sus palabras. —No negaré que el exhaustivo entrenamiento de Chris me ha salvado el pellejo en muchas ocasiones. Pero en Raccoon hacía falta algo más que habilidad. Hacía falta suerte.

—Tal vez. —Respondió Leon. —Pero tu además salvaste a Sherry. —Leon miró a Claire y levantando su mentón la beso con delicadeza. —Gracias por el regalo de ser padre.

Claire le devolvió el beso, sonriendo feliz.

—Si Sherry estuviera aquí, seguro que te diría que gracia a ti por asumir el roll.

—Seguro que sí. Aunque en cualquier caso he sido un padre bastante ausente. —Respondió Leon sonriendo, encontrando en Claire otra sonrisa comprensiva. Toda su familia conocía las circunstancias de todos. Y jamás habían existido los reproches por ese asunto.

Volvieron los dos su atención a la vieja fotografía.

—¿Sabes una cosa? —Empezó Claire. —Para cuando nos hicimos esta foto, yo ya estaba colada por ti. Me pasé toda la noche insinuándome y tratando de meterme en tus pantalones.

—¿En serio? —Preguntó Leon con algo parecido a la ironía. Como si en realidad ya lo supiera. —Qué estúpido fui.

—Bueno, la verdad es que me gustaste desde que te rescaté en esa gasolinera a las afueras. —Dijo Claire, riéndose. —Cuando me dijiste que eras policía, pensé “Qué excusa más atractiva para visitar más a menudo a mi hermano”. —Claire volvió a reírse escondiendo su cara en el hombro del rubio.

—Ahora que lo dices, yo tuve un pensamiento similar. —Dijo Leon recordando.

—¿A sí? —Preguntó Claire, mirando a Leon con diversión.

—Sí. Cuando dijiste que tu hermano también era policía, pensé “Ojalá no le moleste que le pida el número de su hermana.”

—Vaya. —Dijo Claire. —Me siento alagada. —Añadió volviendo a la foto. —Es increíble que siguiéramos adelante después de todo, ¿verdad? Esta foto nos la sacamos poco después de Raccoon.

Leon no respondió nada, pero sonrió vagamente hacia la foto.

—Aunque yo sabía que tú no estabas del todo bien, Leon. —Dijo entonces Claire y Leon la miró con ojos llenos de serenidad. —Cuando no sabías que te miraba, te veía dejando de sonreír, con el semblante triste y perdido. Yo trataba de hacerte reír todo el tiempo, pero en cuanto me despistaba, te volvía a encontrar solo con tus pensamientos. —Explicó Claire. —No fue hasta que me contaste tu parte de la aventura que entendí tu pesar. Aunque a veces la Claire ruin que habita en mí, pensó en lo injusto que era que yo tuviera una aventura tan difícil protegiendo a una niña, mientras tú confraternizabas con el enemigo.

»Te pido perdón por haber pensado así en el pasado. Perder a alguien por quien sientes algo, aunque sea alguien a quien acabas de conocer, es un dolor horrible. Cuanto más si se te resbala de las manos. Lo lamento.

—Hasta yo pensé eso de mí mismo cuando me contaste tu parte. —Dijo Leon, no queriendo empañar ese momento con Claire. —Y no importa lo triste que hubiera estado y el luto interno que llevara por la perdida de Ada. Porque ella no se me resbaló de las manos. Se soltó para ir detrás de su objetivo, que era el virus G. —Leon volvió a mirar la foto, suspirando, pasando su pulgar por encima de su figura. Entonces frunció el ceño.—No paro de pensar que si ella de verdad hubiera muerto, el virus G habría quedado enterrado en Raccoon. Y ningún doctor malnacido te lo habría podido inyectar.

»Soy tan culpable como ella. Fui yo quien consiguió el virus que ella rescató después y vendió al mejor postor.

—No le des vueltas a eso. —Dijo Claire, con fuerzas renovadas, mirando al rubio con determinación. —Los bioterroristas no descansan. ¿Cuántos virus crearon tras el virus G? Infinidad. Lo sabemos bien porque no paramos de luchar contra ellos a diario.

»Si no me hubieran inyectado el virus G, lo habrían hecho con otro. Tal vez, ¿quién sabe? Otro virus con el que no hubiera sido compatible. En cuyo caso yo ahora estaría muerta.

»Todas nuestras acciones nos han traído hasta donde estamos hoy. Así que, pensándolo bien, igual incluso os tengo que dar las gracias por conseguir el virus G, ¿sabes? —Terminó Claire, sonriendo con dulzura, cogiendo y estrechando la mano de Leon que sostenía la fotografía.

Leon desfrunció el ceño mientras una sonrisa fina se asomaba por las comisuras de sus labios.

—Creo que es una forma muy retorcida de verlo. —Dijo el rubio. —Pero podrías tener razón.

»En ese caso, lo siento. Y de nada.

Claire se río de eso último y le plantó Leon un beso en la mejilla.

—Te quiero, tonto. —Dijo la pelirroja, recuperando la fotografía, levantándose y volviendo a dejarla en el bolsillo interno del chaleco antibalas de Leon, que descansaba sobre el baúl de las armas. —Y no hace falta que odies a Ada, ¿vale? Te salvó la vida muchas veces y por eso siempre tendrá mi eterno agradecimiento. —Comentó Claire, girándose hacia Leon, sentándose ligeramente sobre el baúl y cruzándose de brazos. —Además tengo odio y envidia suficiente como para llenar el cupo por los dos. —Dijo Claire riéndose, pero con cierta amargura en la voz. —Por cierto, cuando discutimos antes sobre si eres o no un rompe corazones, —Retomó Claire la discusión de hacía unas horas, poniendo los ojos en blanco, sabiendo que era un fastidio, pero creyéndolo necesario. —, aunque me disculpé, no te expliqué por qué demonios me puse así.

»Bueno, me da un poco de vergüenza ser tan infantil a mis treinta y seis años pero, saqué mil nombres de mujeres cuando solo quería hablar de Ada, porque sé lo importante que fue ella para ti. Pero no quería ir tan directa al grano.

»Y ya sé que te dije que no volvería a sacar el tema. Me has dicho que está enterrado y te creo, pero quería que supieras que el tema de Ada me atraviesa muchísimo. No sé, es como que siempre me ha dado mucha rabia que ella se llevara el pastel cuando yo lo vi primero, o algo así. —Dijo Claire encogiéndose de hombros y riéndose nerviosamente de su símil, sabiendo que no tenía nada de gracioso. —Me hace sentir muy intimidada lo que llegaste a sentir por ella. Sé que fue muy grande y muy importante. Y su recuerdo me hace sentir muy insegura porque no creo que haya nada en este mundo que pueda borrar lo que ella supuso en tu vida. Hasta la llevas en la piel.

—Te voy a cortar aquí, Claire. —La interrumpió Leon con voz firme, que la había estado escuchando con seriedad y atención.

Claire guardó silencio viendo como Leon se levantaba del catre y se ponía frente a ella, cogiendo su cara e inclinándola hacia él, conectando a través del azul de sus ojos.

—Nada de lo que yo te diga va a resolver todo eso que sientes, porque es algo que tienes que solucionar tú. Pero no quiero que esta conversación acabe sin decirte dos cosas muy importantes que no estás siendo capaz de ver.

»La primera, es que eres mucho mejor persona de lo que Ada jamás podrá ser en su vida. No importa cuantas veces me haya salvado el pellejo o yo se lo haya salvado a ella. Un corazón como el tuyo es inimitable y un auténtico hallazgo, porque escaseas, Claire. Eres un bien incalculable para este maldito planeta porque Ada’s hay muchas; pero personas como tú, Claire, no. Si en este mundo hubiera más personas como tú y menos como ella, yo me dedicaría ha poner multas de tráfico. Y no creas que habla el despecho o el rencor, porque no siento ninguna de las dos cosas por ella. Habla la sinceridad. Piénsalo, y date el valor que de verdad tienes. —Leon hizo una pausa para humedecerse los labios, y continuó. —Es Ada quien debería sentirse intimidada ante una persona como tú y no al revés.

»Y lo segundo es que, me creas o no, por Ada no llegué a sentir ni la mitad de lo que siento por ti. No voy a decirte que si en lugar de ser tú quien estuviera aquí metida fuera Ada, no vendría a su rescate, porque te estaría mintiendo. Como bien has dicho me ha salvado la vida muchas veces, y siento una especie de deuda con ella que no sé cuando se saldará. Pero si la cuestión estuviera ente tú o ella, no dudes ni por un solo segundo, que el cien por cien de las veces serías tú, tú, tú, y siempre, solo tú, Claire Redfield.

Y dicho esto, besó a la pelirroja vertiendo toda la verdad de unos sentimientos tan puros como reales y sinceros. Esa verdad era el elemento con más valor que Leon podía ofrecerle a la pelirroja en ese agujero negro en el que se encontraban.

Cuando rompió el beso, apoyó su frente contra la de Claire con ojos cerrados.

—Te amo Claire. Sincera, absoluta y totalmente, con cada elemento que me hace ser y estar. Y nadie en mi vida me ha importado tanto como lo haces tú.

Claire fue quien ahora lo hizo callar devolviéndole el beso anterior. Profundizándolo suavemente, mientras rodeaba el cuello del rubio con sus brazos, acunando su cabeza en una mano.

Cuando se separaron, de nuevo frente con frente, Claire sonrió.

—¿Cómo no voy a estar perdidamente enamorada de ti? —Preguntó —Siempre sabes lo que decir.

Se separaron y se miraron a los ojos, con todo el amor brillando en sus miradas.

—Tienes razón. —Dijo Claire. —Estos celos son algo que debo gestionar yo. Pero tus palabras, guau, es difícil no sentirla bien enterrada después de eso.

—No quiero que lo que empecemos sea cosa de tres. —Dijo Leon, acariciando la mejilla de su pelirroja. —Esto es un Cleon, no un “Cleonda”. Si acaso algo así existe.

—Y no lo será. —Contestó Claire. —Solos tú y yo. —Claire entonces se rió, volviendo al catre. —Me gusta el nombre que nos has dado.

—Lo ponía en el guión. —Dijo Leon, saliéndose de sus líneas.

Claire se rió y subiendo sobre el catre palpó el lado libre del mismo, que no era mucho, invitando a Leon a sentarse a su lado.

—¿Dormimos? —Preguntó la pelirroja, con mirada pícara, como si le estuviera proponiendo otra cosa al rubio, pero claramente bromeando. Los dos estaba bastante cansados a estas alturas.

—Deberíamos sin duda. —Dijo Leon. —Pero el catre es muy estrecho. Descansa tú, yo puedo dormir apoyado en la pared.

—¿Qué? No, ni de coña. Entramos los dos perfectamente. —Dijo Claire, pegándose bien contra la pared para demostrar que había espacio para los dos, aunque no era cierto.

—No, de verdad. —Insistió Leon. —Voy a estar más cómodo sentado contra la pared que con medio cuerpo fuera del catre. —Leon se acercó a Claire y la besó en la frente. —Descansa tranquila, yo estaré bien. No es como si pudiera dormir demasiado de todos modos.

—¿A qué te refieres? —Preguntó Claire, cogiéndole de la mano, frenando a Leon y se había girado hacia el baúl.

—Tengo muchas pesadillas. —Contestó Leon, mirando a Claire con una sonrisa dulce. —No te preocupes, descansa.

Claire, tiró de su mano hacia ella.

—Si no duermes conmigo, yo tampoco dormiré.

Leon se rió de eso último, encontrado a Claire muy divertida cuando se ponía tan cabezota.

—Claire, no entramos. —Insistió el rubio.

—Insisto. —Cortó la pelirroja poniéndose de pie, y empujando a Leon a sentarse en el catre.

Leon, encogiéndose de hombros, se cruzó de brazos y se echó en el catre, que por muy poco no le deja los talones fuera del margen inferior del mismo.

El rubio ocupaba totalmente el catre con su cuerpo.

—¿Ves? —Dijo, mirando a la pelirroja con suficiencia mientra se impulsaba hacia la vertical. 

—No tan rápido, vaquero. —Dijo Claire, apoyando su mano sobre el pecho del rubio echándolo de nuevo sobre el catre.

Claire entonces, se echó encima de Leon, y después consiguió colar parte de su cuerpo entre el mínimo espacio que había entre Leon y la pared, dejando parcialmente su cuerpo sobre el de Leon y abrazando su cintura con una pierna.

Descruzó los brazos del rubio pasando uno por encima de sus hombros, y el otro por debajo, de tal forma que Leon podía abrazarla en cruz por la espalda, y apoyar su mejilla sobre la coronilla de la pelirroja.

—¿Estás cómodo? —Preguntó Claire, con su oído sobre el corazón del rubio.

—Mmmm, sí. —Dijo estrechando a la pelirroja entre sus brazos y besando su cabeza. —Los sitios estrechos tienen sus ventajas. —Puntualizó el rubio, que ya hablaba con los ojos cerrados, pero sin perder la picardía y la diversión que solían caracterizarle.—¿Y tú? —Preguntó el agente especial a su vez.

—Yo estoy muy feliz. —Contestó la pelirroja. —Pero si te refieres a la comodidad, estoy de lujo. —Aclaró después.

Leon entonces se río, mientras poco a poco se iba apagando, cayendo en su particular mundo de pesadillas. 

—¿No deberíamos apagar las velas? —Preguntó entonces Claire, que también empezaba a hablar con los ojos cerrados.

—Me despierto cada dos minutos. No te preocupes. —Dijo Leon con la voz tan grave que parecía de ultratumba.

—¿Por tus pesadillas? —Preguntó Claire.

—Sí. —Contestó el rubio. —Estoy muy traumatizado según mi psicóloga. 

—¿Vas al psicólogo? —Preguntó Claire.

—Sí. ¿Te asusta? —Preguntó Leon a su vez.

—No, que va. Me parece una bandera verde enorme. —Contestó Claire. —Pero mataría a todos tus monstruos si los viera. Te lo juro. —Añadió.

—No me cabe duda. —Dijo Leon en un susurro, sonriendo mientras estrechaba de nuevo a Claire entre sus brazos.

—Leon. —Volvió a intervenir Claire, rompiendo el silencio. 

—¿Sí? —Preguntó Leon.

—Me da miedo dormirme. —Confesó la pelirroja. —Me da miedo despertar y descubrir que nunca llegue a salir de la probeta gigante. O despertar y que te hayas muerto en mis brazos o que hayas desaparecido. Tengo muchísimo miedo.

—Te juro que estás fuera de esa probeta y que no vas a volver a ella mientras yo viva. —Prometió Leon. —Y no me voy a ninguna parte, amor mío. Acabo de conseguirte, no te pienso soltar, pase lo que pase.

Claire sonrió ante esas palabras, sintiéndose mucho más tranquila.

—¿Puedes volver a decirme amor mío? —Pidió Claire.

—Amor mío. —Repitió Leon, estrechándola nuevamente.

—Otra vez.

—Amor mío, amor mío, amor mío. —Repitió Leon hasta que Claire se durmió solo segundos antes que él, quien sintió las plumas bajo el peso de su cuerpo y enseguida las garras de sus pesadillas tiraron de él hacia las profundidades de su oscuridad, con una ferocidad que parecían decir:

“Cuanto tiempo, Leon. Bienvenido. Vamos a pasar miedo.”

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

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Notes:

Incapaz de elegir una ilustración, se ha tomado la decisión de subir dos las propuestas realizadas.

Chapter 15: Redención o cómo perdonarme

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Ojalá el tiempo se pudiera detener a placer, en esos momentos que no deseamos que terminen. 

Ojalá no sintiéramos miedo o tristeza cuando esos momentos llegan a su fin. 

Ojalá una mirada, una caricia o un beso pudieran dejar su electricidad permanente en nuestros sentidos, para que esa imposibilidad de detener el tiempo no se sintiera como una constante despedida.

Ya hemos mencionado anteriormente la importancia de encontrar un lugar seguro donde poder descansar, recuperar fuerzas y relajar nuestras mentes. Como decíamos, encontrar esos lugares es vital.

Claire no había encontrado ese lugar en la habitación secreta con la máquina de escribir. Ni en todas esas luces danzantes de cuento de hadas que bailaban en el espacio, ni en el agua fresca o el alcohol caliente. Ni siquiera un cuarteto de cuerdas podría ser suficiente competencia para hacer de ese lugar, un lugar más seguro que el lugar donde ella se encontraba en ese precios instante. Entre los brazos de Leon.

Cuando el rubio la abrazó ronroneánrole que la amaba, y antes de quedarse dormida, Claire entró en un estado levitativo en el que nada se sentía lo suficientemente preocupante como para que el estrés hiciera su acto de presencia, que hasta el momento había sido permanente.

Se sentía tan despreocupada, rodeada de esos brazos. Tan protegida y fuera de peligro, que bien se podía derrumbar todo el laboratorio y quedar sepultados debajo del mar, que ella no sentiría ningún tipo de miedo.

Hasta ahí llegaba el poder de los abrazos del rubio. Aunque él no tuviera ni idea del efecto sanador y balsámico que ejercía sobre ella.

La felicidad infinita que Claire estaba experimentando en ese catre viejo, duro y sucio, acunada por el calor corporal y el aroma delicioso del agente especial, no tenía nada con que ser comparado. 

Era como estar sano. No sabes lo bien que se siente no tener migrañas o catarro o dolor de estomago hasta que los padeces. Esa sensación de sentirse tan bien, que casi das por sentado, la experimentas con mayor fuerza cuando acabas de dejar de padecer cualquier dolencia. Ese sentimiento de agradecimiento, paz y armonía, que te permiten por fin respirar con calma y sentirte aliviada, es tal y como se sentía Claire.

Y no solo porque se sintiera tan protegida por Leon. Sino porque había liberado por fin la verdad sobre sus sentimientos. Diecisiete años tardó en hacerlo. ¿Os imagináis lo que debe ser liberarte de un peso tan grande y amargo, después de cargar con ello durante diecisiete años? Yo solo me acerco a vislumbrar que el sentimiento de liberación debe ser como el de un pajarillo abandonando su nido por primera vez. Aterrador al principio y sin límites al final.

Claire se quedó dormida. Profundamente dormida con la banda sonora que eran la voz del agente especial, los latidos fuertes de su corazón y el ritmo de su respiración tranquila. La mejor banda sonora jamás compuesta si le preguntas.

Sentir su pecho bajo su cara y el peso de sus brazos en su espalda, le recordaban a la pelirroja a cómo duermen los gatos. Enredados, calentitos y adorables.

En un gesto casual, Claire estiró si pierna sobre Leon, para después volver a abrazar la cintura del rubio con fuerza. Pero su pierna cayó sobre ese lado del catre en completa soledad.

De repente, el perfume del rubio ya no embriagaba sus sentidos, y el calor de su cuerpo se volvió frío y el peso de sus brazos rodeándola se convirtieron en aire.

Entre el sueño y la vigilia, Claire soltó un pequeño quejido.

Escuchó el grifo del aseo correr. Leon estaría en el baño.

La pelirroja abrió momentáneamente los ojos, y entre la estrechez con la que miraba, vio las luces de las velas alumbrando cálidamente el lugar.

Cerró los ojos, y el agua del grifo se detuvo, seguido por el goteo constante de un cierre de paso viejo y oxidado.

Gota, gota, gota, gota. 

Leon no volvía a su lado.

Gota, gota... gota... gota.

¿Por qué Leon no volvía?

Gota...got...

Las gotas dejaron de caer. Ya no escuchaba su metálico sonido al chocar contra la cerámica. ¿Se había detenido el tiempo definitivamente? ¿Pero dónde estaba Leon? Un tiempo retenido sin él no tenía ningún sentido, y hacía que el lugar se volviera permanentemente oscuro y triste.

Claire volvió a abrir una rendija de sus ojos, con el ceño fruncido y otro quejido saliendo de su garganta.

Al mirar, todas las velas estaban apagadas. 

Todas ellas.

Claire cerró sus ojos. ¿Estaban apagadas las velas? ¿Estaban a oscuras? Lo comprobó una segunda vez, abriendo un poco más los ojos y volviendo a cerrarlos. ¿O la pelirroja estaba soñando o alguien las había apagado? ¿Alguien? Leon no habría sido, fue él quien las encendió. ¿Quién más podría estar ahí con ellos?

Claire abrió de golpe sus ojos, incorporándose a medio cuerpo. Con la respiración acelerada por el miedo que la poseyó de forma tan agresiva, miraba a su alrededor tratando de comprender qué estaba pasando.

Su respiración llenaba tanto sus oídos que no podía prestar atención a que algo se escuchara.

Su vista, acostumbrada parcialmente a la oscuridad, podía distinguir retazos de volúmenes y contornos de los muebles y elementos colindantes.

De las mechas de las velas, ascendían aterciopeladas columnas de humo, con la lentitud de la calma. Pero por el brillo de la brasa en la punta, esas velas habían sido apagadas recientemente. Por no mencionar que todas ellas seguían por mitad de camino en su descenso por la llorona cera, y por lo tanto no se podrían haber apagado de forma natural.

Claire miró al fondo de la estancia. Las estanterías con sus polvorientos libros seguían en su silencioso estatismo, como cabría esperar.

¿Por qué ya no se escuchaba el goteo en el baño?

Claire miró a sus espaldas, y el cubículo del baño, a puerta abierta, se presentaba como el consorte de la oscuridad, donde podrían habitar las más oscuras criaturas temibles.

Entonces Claire, tragando saliva, trató de controlar su respiración. 

Leon no estaba con ella.

En ese instante, la puerta del baño se cerró de un portazo, las velas se encendieron momentáneamente, con llamaradas tan altas que, cuando se volvieron a apagar repentinamente, dejaron a la pelirroja completamente ciega.

—¡Leooon! —Gritó Claire, cubriendo su cabeza con sus brazos, adoptando una postura fetal sobre el catre. Temblando y de nuevo siendo ensordecida por su acelerada respiración y un corazón desbocado. ¿Dónde estaba Leon? ¿Dónde estaba?

Las voces de su cabeza también la habían abandonado. Estaba tan sola que ni sus pensamientos la podían ayudar.

Temblorosa y con cierta lentitud, Claire comenzó a estirar un brazo hacia el borde del catre.

Si Leon estaba en esa habitación, y no contestaba, pudiera ser que se hubiera desmayado o que finalmente su corazón dejase de  bombear, tras su extrema experiencia con la muerte.

Y de ser así, ella tenía que poder socorrerlo.

Miró hacia el suelo, sin apenas ver nada. Tal vez Leon estuviera durmiendo o desplomado al lado del catre. 

Dejó que su mano descendiera más allá del borde. Lenta y temerosamente. Sintiendo una vulnerabilidad tal, que quería recuperar su mano y cerrar los ojos para siempre.

Cuando tocó el suelo, se sobresaltó ante el toque. A ese nivel   de terror se encontraba la pelirroja.

Palpó hasta donde su brazo alcanzaba, pero Leon no estaba ahí.

Cuando retiró su mano, sintió que algo rígido y húmedo le acariciaba la punta de los dedos, como una lengua.

Claire, se volvió a incorporar a media cintura, llevando su mano al pecho y ahogando un profundo grito mientras observaba el borde del catre.

Había algo justo debajo de ella. Pero ella se sentía completamente paralizada por el horror.

Si era lo suficientemente rápida, tal vez podría alcanzar el baúl y coger un fusil. 

Justo mientras pensaba en ello y se daba el valor para alejarse del catre, un sonido a su izquierda hizo que se le pusieran los pelos de punta y que un escalofrío le soplara la nuca.

Recuperando paulatinamente la pobre visión en la oscuridad, fue girando poco a poco su cabeza hacia el origen de ese sonido.

Era un sonido  tan característico, que estaba segura de lo que vería al llegar.

La silla con la que Leon había atrancado la puerta, no estaba. Y tras el sonido de un picaporte girando y un resbalón desbloqueado, el chirriante  llanto de las bisagras de la puerta se le metió a Claire por el oído izquierdo como una flecha.

La puerta de la habitación estaba abierta. Entornada en realidad. No había llaves colgando del cerrojo y al otro lado una oscuridad más apabullante que la del baño parecía querer colar sus tentáculos a través de la apertura.

Los ojos de Claire parecían querer salirse de sus órbitas. Alguien había conseguido abrir la puerta. Se había colado en la habitación y, mientras ella dormía profundamente, le había hecho algo a Leon.

Claire ya no se ensordecía con su respiración porque había dejado de respirar involuntariamente. Tenía tanto miedo que quería vomitar. Su glotis estaba completamente abierta y el velo de su paladar tan elevado que comenzaba a sentir dolor físico en su cavidad bucal y torácica.

Se iba a desmayar. Y se quería desmayar.

Entonces, Claire vio claramente como algo blanquecino se asomaba por la apertura de la puerta. Una mano, con dedos largos y pálidos y uñas largas y amarillentas, entraban en la habitación y se agarraban al marco de la puerta con languidez.

Una voz fina y aguda comenzó a tararear en ese mismo lado.

“¡Dios mío!” Pensó Claire, con todo su cuerpo hipertensado y el corazón latiéndole en la garganta.

Esos dedos comenzaron a moverse en canon, como quien espera con impaciencia a que ocurra algo, provocando rítmicos golpecitos que más bien parecían los martillazos de un juez.

De más allá de la mano en el marco, una cara se asomó lentamente, comenzando por los ojos.

La cara era tan pálida como la mano. Las venas ennegrecidas se marcaban bajo una piel translucida en un verde amarillento.

Los ojos eran redondos y muy grandes. Las líneas acuosas de los mismos eran rosas y la esclerótica estaba tan irritada que parecían inyectados en sangre. Los iris era grandes y grises y la pupila apenas un punto tan pequeño que era imperceptible. Todo ello cubierto por una veladura rugosa que parecía papel mojado, de donde caían gotas y trozos de una mucosidad igualmente blanquecina.

La cara siguió avanzando, dejando ver una nariz informe y pequeña, sobre una boca muy grande, de labios finos y dientes afilados como peces abisales.

De su cabeza, caían algunos mechones de pelo blanco por los cuales subían pequeñas arañas, como si en lugar de pelo fueran telas proteicas de los seres de ochos patas.

Sus ojos, que parecían moverse por libre como un camaleón, hicieron un barrido por la habitación, hasta que se percataron de la presencia de la pelirroja. Entonces esos ojos de pesadilla se clavaron en los ojos de  Claire, al tiempo que su mano, antes lánguida se crispaba, arañando el marco de madera de forma descendiente, cantando su tarareo a mayor volumen y mayor velocidad.

La cabeza entró más en el espacio, y sin dejar de sonreí y tararear esa melodía infernal de cuna, movía su cabeza de lado a lado, restallando su fino cuello.

Claire cerró sus ojos con fuerza ante la imposibilidad de seguir mirando cara a cara al horror, a el miedo y a la repugnancia, mientras se pegaba a la pared de piedra como queriendo volverse ella piedra también.

El tarareo elevado terminó siendo un gritó agudo y espeluznante que restallaba en el cerebro de la pelirroja, cuando abruptamente se calló.

Claire abrió los ojos y en la puerta entre abierta no había nada, de nuevo solo la misma oscuridad de antes pujando por entrar.

La pelirroja tenía los ojos rojos y llenos de lágrimas. Temblaba tanto que le dolían las articulaciones de todo su cuerpo, y solo podía pensar en salir corriendo de ese lugar. Pero, ¿hacia dónde?

Con la vista periférica, Claire vio un movimiento al borde del catre, y al mirar, ahí estaba la cabeza de antes, con los mismos ojos velados y la misma sonrisa macabra.

Claire gritó con todas sus fuerzas, abriendo la boca en una extensión imposible y sintiendo tanta presión en los ojos que se sentía estallar por dentro.

Dos manos blancas de dedos largos y uñas amarillentas, salieron de debajo del catre, cogieron con fuerza a Claire por brazos y piernas y tiraron de ella, arrastrándola a la oscuridad de debajo.

Y la habitación secreta con máquina de escribir que había sido su oasis hacía unas horas, volvió a quedar en completo silencio, cerrando su puerta y encendiendo sus velas.

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Las manos que tiraban de Claire, la arrastraron hasta un pozo de oscuridad que sustituía el suelo a sus espaldas.

Estas manos, como zarpas de águila, soltaron su agarre con fuerza, dejando a la pelirroja caer al vacío a gran velocidad en un continuo ingrávido sin fin, donde Claire no se atrevía siquiera a predecir la altura.

Sus gritos se perdieron en un espació que absorbía el sonido y la luz.

Sus movimientos desesperados y descoordinados, que trataban de agarrarse a lo que fuera, entraron en un cambio temporal donde todo ocurría a cámara lenta. Tanto es así, que la pelirroja podía sentir los latidos de su corazón a un ritmo de bradicardia, mientras su respiración llenaba sus pulmones de forma tan pausada, que bien podría no estar respirando en absoluto.

Lo primero que Claire sintió impactando contra su espalda fue una nube de suaves plumas que acariciaban su cuerpo con delicadeza mientras continuaba su descenso hacia la oscuridad.

Tras la primera nube de plumas, aparecía otra y otra, que parecían querer suavizar el golpe que irremisiblemente tendría lugar  cuando la pelirroja finalmente tocase fondo. Pero no importaba cuantas plumas tratasen de frenarla, pues una fuerza mayor tiraba de ella sin rendirse, hasta que dichas nubes desaparecieron encontrando de nuevo el más temible de los vacíos.

Atrás quedaron las velas, las telas de araña, el calor de Leon. La parte posterior del catre que veía mientras descendía, desapareció allá en lo alto, siendo más imperceptible que un punto lejano. Ya no tenía sentido tratar de aferrarse a algo que pudiera ayudarla a dejar de caer. Y a su alrededor no había más que una extraña oscuridad que le permitía verse a sí misma, pero no más allá de su kinesfera.

Claire sintió una gran certeza recorrer todo su cuerpo. Como un grito de advertencia calado en sus oídos. Y decidió prepararse para el impacto que no tardaría en tener lugar.

Fue entonces cuando por fin se detuvo su caída, estrellándose con una fuerza motora tan grande, que una onda de dolor introdujo sus dedos en su mente y la hizo gritar a todo lo que daban sus pulmones. La pelirroja pensaba que se habría roto todos los huesos del cuerpo y que habían estallado todos sus órganos en esa explosión de dolor. Pero en realidad todo era ficticio. Lo único que sintió fue la mentira que ese lugar le había contado a su mente, pues en realidad no se había roto nada, y empezaba a sospechar que esa caída no había sido tan abismal.

Confundida y aturdida, Claire parpadeaba mirando su alrededor. Con esfuerzo y algún que otro quejido que se hacía eco por el oscuro espacio, la pelirroja se incorporó, palpándose el cuerpo, la cara y la cabeza, para cerciorarse de que todo estaba en su sitio. Ya no sentía dolor y todo parecía en orden, motivo por el cual, empezó a sentir cierta vergüenza. Se había dejado engañar por el propio miedo.

Tratando de controlar su respiración temblorosa, Claire se dio cuenta de que las cosas extrañas que estaban sucediendo, se podían poner más extrañas todavía, pues ella ya no vestía con zapatillas de cuadros, pantalones de pana gigantes y una camiseta de tirantes anudada debajo del pecho.

No. La pelirroja estaba enfundada en sus ajustados vaqueros de corte pitillo, la camiseta blanca de su banda de rock favorita, “The free eagels band”, unas botas negras y su siempre amadísima chupa de cuero roja.

¿Cómo era posible? ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Dónde se suponía que estaba? ¿Por qué el miedo la tenía tan agarrada por el cuello que se sentía incapaz de mantenerse en pie?

En medio de esos pensamientos estaba la pelirroja, cuando empezó a escuchar voces a su alrededor. Sonidos escalofriantes de gritos, alaridos y gruñidos que susurraban “Intrusa. Intrusa. No puedes estar aquí. Vete. Vete.”

La pelirroja giró sobre sí misma, tratando de ver más allá de la espesura de la negritud. No poder ver nada, la dejaba en una posición tan vulnerable, que sentía que podría ser atacada en cualquier momento.

 Cuando completó la vuelta sobre sí misma, se topó de frente con la criatura blanquecina que la había arrastrado hasta ahí.

De cuerpo entero era todavía más aterradora que viendo solo sus imposibles extremidades. Claire solo quería salir corriendo, pero sus piernas no respondían. Estaba totalmente paralizada ante la visión.

La bestia tenía una altura de más de dos metros. Era prácticamente un esqueleto con pútrida y brillante piel pegada a la delgada superficie. Cómo si alguien se hubiese tomado la molestia de cubrirle con tripa cular, que le aportaba esa sensación de brillo y mucosidad que lo hacía tan abominable. 

Y aunque su forma era humanoide y encorvada, desde luego no tenía nada de humano. Era una auténtica pesadilla hecha forma. El miedo y el asco luchaban entre sí por posicionarse en un sentimiento claro que pudiera procesar Claire.

Los ojos de la pelirroja se mantenían muy abiertos, clavados en los horribles ojos que la observaban. 

Sus parpados temblaban. Sus labios temblaban. Su cuerpo, su corazón y su cerebro, temblaban. 

Si esa cosa la iba a matar, que lo hiciera ya.

“Tú” Comenzó a hablar el monstruo, cuya voz, —que parecía la mezcla de muchas y diferentes voces hablando a la vez. —, ocupaba todo el espacio alrededor que parecía infinito, pero como si no saliera de su garganta, sino que se generara en el propio lugar, como si fuera Dios comunicándose con un mortal. La criatura alzó uno de sus largos dedos señalándola.“¿Cómo has entrado aquí?” Preguntó el ser. “Nadie puede entrar aquí.”

Esa voz de voces resultaba tan escalofriante que Claire no se sentía con fuerzas para contestar, aterrada como estaba. Pero pensó “Tú me has arrastrado hasta aquí.”, y descubrió con sorpresa que sus pensamientos también se escuchaban por todo el espacio.

“¡Mentira!” Gritó la bestia. “Te colaste aquí como una serpiente aprovechando resquicios de apertura. Y él es mío, pelirroja.” 

Claire no entendía la interacción que estaba teniendo con ese  Miedo con ojos y boca. Solo quería salir de ahí.

“¿Quién es él?” Preguntó Claire con coraje, temiendo que ese ser se estuviera refiriendo a Leon y que se lo hubiera llevado a ese mundo de horror.

“Leon. Mi Leon.” Contestó la bestia. 

Claire cerró los ojos. Leon estaba ahí. Y no se iba a largar sin él.

“Devuélvemelo. Y te juro que nos iremos.” Dijo Claire, apretando los puños, dándose valor.

La bestia comenzó a carcajearse con su voz de voces, siendo tan agudo y chirriante que Claire necesitó cubrirse los oídos para soportarlo.

“Niña, no te lo puedo devolver. Él vive aquí. Y yo existo para castigarle y para que no olvide, nunca, nunca.” Dijo finalmente la bestia.

¿Castigar a Leon? ¿Esa bestia quería castigar a Leon? La pelirroja no iba a permitir tal cosa. Y de repente el miedo vomitivo que la apabullaba, se sintió menos acaparador de ella, y el valor y la fuerza comenzaron a abrirse paso, poco a poco.

“No permitiré que le hagas nada a Leon, bestia horrible.” Comenzó a decir Claire, con una voz cada vez más formada. “Y no me iré de aquí, esté donde esté, si no es con él.” Zanjó la pelirroja.

La criatura la miró en silencio mientras el resto de sonidos que la rodeaban, redoblaron sus volúmenes gritando que era una intrusa y que se fuera cuanto antes.

La criatura levantó sus horribles manos hacia los lados, haciendo callar a todas esas voces. Centró de nuevo sus ojos en Claire, acercando más su cara y sus fauces.

“Bien.” Comenzó la voz de voces. “Ya que te has tomado la libertad de invadir mi reino, y amenazas con no irte, vamos a asegurarnos de que desees no haber entrado jamás. Veamos cuánto miedo y dolor eres capaz de soportar.” Y dicho lo cual, el ser alzó una garra y la descargó sobre Claire, quien se protegió el rostro con su brazo que comenzó a sangran profusamente.

—¡Diooos! —Gritó Claire ante el golpe y la visión de su sangre empapando su chupa y cayendo por su mano hasta el suelo.

El ser, la tomó por el cuello antes de que ella pudiera reaccionar y la lanzó al interior de la oscuridad, donde ahora sí, no podía ver nada a su alrededor. Pero las voces volvieron, sin decir nada en específico. Claire se sentía como si hubiera firmado algún contrato infernal y acabase de entrar en algún juego terrorífico del que realmente quería huir, pero solo si era con Leon.

Los sonidos y quejidos de bestias a su alrededor, seguían sonando ocultos en la oscuridad, tan cerca y a veces tan lejos, que la pelirroja no sabía si tenía a las bestias justo a su lado o a metros de distancia. De la misma forma que no podía predecir de cuantas bestias estaba hablando. Podrían ser un grupo reducido que giraban a su alrededor o ser incalculables.

Fue en medio de esos pensamientos cuando, de repente, vio algo a lo lejos.

Sin duda, era un pequeño rayo de luz que caía desde un punto muy alto en el cielo de la oscuridad, hasta el suelo.

Claire, que se encontraba parcialmente postrada, comenzó a arrastrarse hacia ese punto de luz, cuando percibió muchas y diferentes siluetas interponiéndose entre ella y esa luz lejana. Pero no para impedir que la pelirroja se acercara sino porque esos seres también la habían visto y, como polillas a la luz, esos seres también se sintieron atraídos.

Poniéndose de pie con dificultad, y mirándose el brazo, comprobando que ya no había herida, ni sangre que goteara, comenzó a avanzar hacia el lugar.

Como si la luz pudiera viajar más allá de la zona que alumbraba, Claire pudo comprobar que estaba total y completamente rodeada de zombies, que la empujaban desde detrás o chocaban con ella de lado. Con sus pieles arrancadas, sus cerebros podridos y sus bocas hambrientas.

El olor. El característico olor zombie llenó el lugar, como si estuviera concentrado. Y realmente había que aceptar que daba igual cuánto lucharas contra ello, el olor a zombie era siempre difícil de respirar. Aunque en este lugar parecía todavía más difícil, pues se sentía como si ese olor estuviera elevado a su máxima potencia.

Claire comenzó a avanzar, rodeada como estaba, pero siendo totalmente ignorada por los muertos, que la trataban como si fuera una más.

Al volver a fijar su atención a la luz, no pudo creer lo que estaba viendo.

Un Leon muy joven, como aquel que conociera en Raccoon City, estaba siendo mordido por un zombie que había entrado en su espacio de luz.

Leon gritaba y lo pateaba, devolviéndolo a la oscuridad, y acto seguido se metía en la boca unas hierbas verdes de las montañas Arklay.

Pero antes de que pudiera siquiera tragar, un Tyrant enorme lo golpeaba con demasiada fuerza y lo enviaba directamente a la oscuridad.

—¡Leon! —Gritó Claire con la preocupación como bandera, escudriñando en lo oscuro.

 Comenzó a abrirse paso por entre los cientos de zombies que la rodeaban, empleando para ello los codos, las patadas, las rodillas, la fuerza bruta. Y entonces, comenzó a escuchar entre los murmullos y aullidos de zombie, los quejidos y la tos humana de Leon. 

Estaba cerca. Y la ola de zombies que viraba hacia esa dirección, era indicativo de su proximidad.

Apenas lo había logrado ver, tratando de incorporarse, cuando la única luz que había en ese oscuro lugar, parpadeó y se apagó.

—¡Leon! —Gritó Claire en la oscuridad, avanzando hasta donde creía que estaría el rubio, cuando escuchó su propia voz diciendo el nombre de Leon en la distancia. Ella no había dicho su nombre una segunda vez. ¿Lo habría pensado y por eso se replicó su voz? Aunque esa cadencia casi cantarina, no era propia de Claire.

La luz volvió a tiempo de que Claire viera, a muy corta distancia, cómo un Licker envolvía su larguísima lengua en una pierna del joven Leon y lo arrastraba  de nuevo hacia la luz, mientras este trataba de soltarse.

Sorprendentemente, bajo la cenitalidad de esa luz pálida, apareció la preciosa y valiente  Jill Valentine con un hacha en la mano, descargada contra la lengua que arrastraba a Leon.

Pero antes de poder asimilarlo, Jill dejaba de ser Jill y se convertía en su hermano Chris, que levantaba del suelo a Leon agarrándolo por la parte trasera de la camisa, pero después lo volteaba, cogiéndolo por  pechera de su uniforme de policía, gritándole fuera de sí.

—¡Chriiiiisss! —Gritó la pelirroja emocionada al ver a su hermano, y preocupada por lo que le pudiera hacer a Leon. 

Fuera de sí, corrió hacia ellos con mayor premura y agresividad que antes. No sabía dónde estaba, pero su reino por abrazar a su hermano.

Pero entonces, todo el espacio se volvió de una luz roja tan cegadora, que parecía que acaban de entrar en un cómic de Frank Miller y que estaban siendo arrasados por una onda expansiva que la empujaba a retroceder y que desintegraba a todos los zombies.

Claire se protegió los ojos con sus dos brazos, y al volver a mirar, la luz arrojada sobre Leon se había ampliado. 

 Claire pudo ver entonces como el expresidente de los Estados Unidos se acercaba a Leon, quien vestía un traje gris, pero que al contacto con el presidente, dicho traje cambiaba por uno muy similar al que llevaba usando desde que ella se despertara entre sus brazos. Pero no solo su indumentaria estaba cambiando. También su cuerpo cambiaba, volviéndose más fuerte y definido y viendo como su cara de niño se convertía poco a poco en el rostro de un hombre.

Claire no podía oír lo que el ex presidente le decía al rubio, pero lo vio señalar a un puto lejano dónde una niña morena, vestida de blanco, lloraba en el suelo, sangrando por un brazo que se veía completamente devorado por las llamas.

Leon se disponía a acercarse a ella, cuando de nuevo una voz con el timbre Claire, decía el nombre del agente especial.

Claire, no sabía de donde salía esa voz. Miraba alrededor y no encontraba el origen, pero ahora estaba segura de que no habían sido sus pensamientos.

—¡Leon! —Gritó la auténtica Claire, tratando de llamar la atención del rubio, pero otra vez, esa voz con su timbre, volvió a repetir el nombre del rubio como un eco repetitivo y escalofriante que se apagaba poco a poco.

Pero, ¿qué fue eso? A Claire le pareció verse a sí misma, muy próxima a Leon. Pero apareció y desapareció tan rápido, que apenas podía estar segura de lo que había visto.

Entonces, una mujer gritó el nombre de Leon, rompiendo su voz en jirones de pánico. Era Ashley Graham, siendo arrastrada a hombros de un hombre con aspecto sucio y medieval.

Claire corrió hacia Ashley para socorrerla, al tiempo que Leon acudía. Pero antes de poder hacerlo, un cuchillo voló en dirección a Leon, y entonces, un hombre enorme y rubio se interponía en el camino del agente especial, colocando su cuchillo en el cuello del rubio. 

—¡Leon! —Gritó Claire, corriendo en su dirección a duras penas, como si la luz se alejara siempre un poco mientras ella iba ganando terreno.

 En ese momento otro hombre, de más de dos metros de alto, vestido como un misionero, aparecía a espaldas de Leon y le inyectaba algo en el cuello. 

—¡Noo! —Gritó Claire, desesperada por adelantarse a su propio paso y lograr alcanzar la luz.

Leon cayó de rodillas al tiempo en que esos dos hombres de volatilizaban ante sus ojos.

Pero un tercer hombre, de proporciones más naturales y ataviado en una preciosa chupa de cuero granate, entraba en escena. 

Era atractivo. Todo un Don Juan. Y se acerba a Leon con un cigarrillo en la boca a paso tranquilo e indolente.

 Le decía algo, sonriéndole mientras fumaba, como si fueran amigos. Leon no respondía al hombre, mirándolo con sorpresa, de rodillas en el suelo. 

Y el hombre se iba dando paso a otra persona.

Como de entre la oscuridad, Claire pudo observar la entrada dos piernas largas enfundadas en dos botas negras con tacón, seguidas de unas caderas contoneántes, unos pechos redondos y una preciosa cara asiática, que se aproximaba a Leon.

La pelirroja  reconocería a esa mujer en cualquier lugar, aunque nunca la hubiera visto en persona, ni en foto. 

Era Ada Wong.

La sicaria se agachaba a la altura de Leon, le cogía por el mentón y giraba la cara de agente especial hacia la suya. Y le besaba.

Acariciaba el muslo de la pierna del rubio y una venda aparecía envolviendo el hombro derecho de Leon, donde había recibido una herida de bala que no llevaba su nombre.

Para Claire, ver ese beso, ver a Leon con los ojos cerrados dejándose besar, había sido lo más duro y desolador de todo el horror que los rodeaba.

 Sintió un fuerte pinchazo en su corazón y el aire se le escapó, mientras una pena inmensa la invadía. 

El beso de la asiática era suave pero dominante. Y de repente el olor a muerto que llenaba el lugar cambió de golpe, como un bofetón, y pasó a oler a grosellas negras y ámbar cálido. El olor de la sensualidad y el peligro que emanaba Ada Wong.

—Leon. —Susurró Claire al borde del llanto. —Leon. —Volvió a susurrar, mientras se llevaba una mano al pecho, doblándose en dos.

Leon cortó el beso, apartando a Ada con una mano, para girarse y matar a Marvin, mientras la asiática se convertía en humo. ¡Marvin! El oficial de policía que les había ayudado en Raccoon City. Leon cogió su cuchillo de combate y se lo clavó en la cabeza. Era un zombie. A Claire no le había tocado tener que ver a Marvin convertido. Sabía que ese había sido su final, porque Leon se lo contó en su momento. Y aunque ella siempre había agradecido no tener que verlo, era muy consciente de que Leon no solo tuvo que hacerlo, sino que tuvo que matarlo. Con todo el dolor que eso había supuesto en ese entonces. Y que tal vez seguía suponiéndolo.

Ella agradecía no haberlo vivido. Pero ahora lo estaba viendo en primera línea, experimentando una pena tan grande que casi sentía nauseas.

Justo en ese momento, entrando en escena, aparecía Claire por la espalda de Leon. 

Bueno, no la Claire original que lo veía todo desde la oscuridad colindante al foco de luz, sino otra Claire. La que le llamaba escondiéndose entre las sombras.

Pero, espera. ¿Qué le pasaba a esa impostora? No era exactamente Claire. Se movía lenta y torpemente. Y aunque no le podía ver la cara, algo se le estaba cayendo del rostro dejando tras de sí un rastro de pedazos de sí misma.

Era un zombie.

—No puede ser. —Susurró Claire, sin dar crédito a verse así misma como uno de esos zombies a los que no paraba de dar muerte.

Su voz volvió a llenar todo el espacio, sin ser su voz real. Y Leon, en un movimiento rápido, agarró a la Claire Z y se giró hacia ella.

—¡Leon, Leon! ¡Cuidado! —Gritó la auténtica Claire, pero Leon no parecía escucharla.

La pelirroja corrió con más fuerza. Ya casi estaba a la altura de la luz. Tanto, que escuchó a Leon decir su nombre.

La Claire Z se giró, y la pelirroja pudo ver el rostro asombrado y horrorizado de Leon al mirarla.

El agente especial retrocedió diciendo “Quiero despertar ya”, y Claire lo entendió todo. En realidad era demasiado obvio, pero a ella no le había dado por razonar demasiado en dónde estaba, ya que los acontecimientos comenzaron a desarrollarse a una velocidad vertiginosa.

Leon se llevó las manos a la cabeza y volvió a gritar que se quería despertar, pero parecía que el mundo de sus pesadillas tenía otros planes.

La Claire Z se aproximó a Leon y lo tomó por la cara, avanzando su rostro al del rubio.

Leon se resistía, pero parecía mucho más débil que la Claire Z, que comenzaba a abrir su cadavérica boca en dirección al rostro del rubio.

Leon cogió a la zombie por las muñecas para alejarla, pero la piel se sus brazos se desprendió de sus huesos y comenzó a retirarse y acumularse a la altura del codo, siendo una imagen tan terrible como asquerosa.

Leon trataba de echar su cabeza hacía atrás, gruñendo y gritando ante el esfuerzo. Respirando entre dientes con dificultad, siendo muy consciente de que en unos segundos, Claire Z le mordería la cara y se la empezaría a arrancar lenta y dolorosamente, alimentándose de él mientras tarareaba una melodía de cuna.

Pero esta vez, seria diferente.

Una mano entró en el campo visual del rubio dando un par de toques sobre el hombro derecho de la Claire zombie.

Tanto Leon como Claire Z, miraron en esa dirección extrañados. Al fin y al cabo, esa escena era nueva.

Y ahí estaba la auténtica Claire, en todo su esplendor, mirando a la Claire zombie como un gigante miraría a una cucaracha. Sabiendo que la iba a machacar.

—A mi chico no, zorra. —Dijo Claire que, acto seguido, cogió a su replica zombie por el cuello y la empujó lejos de Leon obligándola a soltarse de él y cayendo de espaldas al suelo, dejando un reguero de suero verdino  a su paso.

—¿Claire? —Preguntó Leon, mirándola con sorpresa.

—Hola, amor mío. —Saludó Claire, guiñándole un ojo y corriendo hacia la Claire Z, que se había incorporado, con lo que parecía mucha más energía de la que un zombie normal debería tener.

Leon apenas podía dar crédito a lo que veía ante sí. Claire estaba luchando contra otra Claire zombie, que parecía imitar sus movimientos, como de forma retardada.

Era como ver un espectáculo de acrobacias o un baile muy arriesgado, donde una parecía divertirse mucho y la otra parecía, simplemente, reaccionar ante la primera. Claire se divertida y Claire Z reaccionaba.

Pero las cosas pasaron a complicarse cuando Claire comenzó a transformar su cuerpo en esa Claire mucho más grande y musculosa y su réplica zombie comenzó a imitar la transformación.

“Estoy soñando, ¿no?” Se preguntó Leon, que no reconocía ese escenario como suyo.

El agente especial estaba muy confundido, sin reaccionar más haya de ser un mero espectador de la pelea de las Claires.

En ese momento, Claire tomó a la Claire Z por el pecho y por una pierna y la lanzó contra el suelo, salpicándolo todo de ese líquido verdino que soltaban los zombies más podridos. Y acto seguido le pisó la cabeza con sus botas negras, reventándola en un  gran charco de huesos, ojos y sangre negra que comenzaba a desparramarse por el suelo.

Claire, quien tenía la respiración acelerada y la ropa hecha jirones, comenzó a recuperar su forma humana, mientras se aproximaba de nuevo a Leon, a trote ligero.

—Leon, ¿estás bien? —Preguntó la pelirroja, apoyando sus manos sobre los brazos del rubio, acariciándolos con fuerza, pues el agente especial parecía entumecido.

—¿Eres real? —Preguntó Leon.

—Sí. Muy real. —Contestó Claire, mirándole a los ojos. —Pero este lugar, no lo es.

Leon inclinó la cabeza, con el ceño fruncido y los ojos extrañados.

—No puedes ser real. —Dijo Leon, en voz baja. —Y lo sé por que efectivamente este lugar no es real. Estás es mis pesadillas. —Dijo Leon alzando la vista y mirando directamente a la oscuridad tras la pelirroja. —Mi penitencia.

Claire guardó silencio. Ella se sentía muy real. Y a él también. Lo único que sentía irreal y artificioso era el sitio en el que se encontraban.

—Yo me siento muy real. —Dijo entonces la pelirroja. —Pero tal vez, sea yo quien está teniendo una pesadilla. Porque de otro modo, sería imposible que yo estuviera dentro de tu cabeza.

—Pero te puedo asegurar que esta es mi pesadilla. —Dijo Leon alejándose de Claire, observándola todavía con ojos entornados. —Lo que no sé, es que nueva jugada de mi subconsciente es esta. ¿Hacerme sentir a salvo para después atacarme cuando menos me lo espere? —Leon miró hacia arriba, hacia el origen de la luz que se arrojaba sobre ellos. —¿Quieres que baje la guardia? ¡Pues vamos! ¡Guardia bajada! ¡Hazme lo que me tengas que hacer y déjame despertar!

Claire no podía racionalizar la situación. 

Era todo demasiado extraño y nuevo como para tratar de darle alguna lógica.

No era posible que ella estuviera dentro de la cabeza del rubio, pero sabía que ella era ella. De eso no tenía ninguna duda.

—Leon. —Llamó Claire. —No puedo explicarlo. Pero si tu dices que estamos en tus pesadillas, te creo.

»Ahora créeme tú cuando te digo que yo soy yo. Que soy real y que estoy aquí de alguna forma que se escapa a mi comprensión.

Leon volvió a observar a Claire. Parecía muy real. Pero tan real como parecía todo ahí dentro.

—Soy yo. —Susurró Claire.

Leon tragó saliva, y se aproximó a Claire. La cogió con sus dos manos por la cara, inclinando su cabeza hacia él y la besó.

Y la besó. Y la besó. Y la siguió besando.

Era Claire. 

No había nada dentro de su cabeza que pudiera igualar e inventar la verdadera sensación de besarla.

Cuando se separaron, Leon observó el rostro sonrosado de la pelirroja, con sus labios hinchados por el beso y sus ojos cerrados, procesando el beso. Y el rubio tuvo que sonreír ante esa imagen tan única, maravillosa, romántica y entrañable.

Claire abrió poco a poco los ojos y vio al rubio mirándola sonriente. Así que Claire sonrió a su vez. Porque obviamente, ver a Leon tan cerca sonriéndola, con esos dientes tan blancos, era una imagen casi celestial.

—Eres tú. —Susurró Leon. —¿Cómo cojones es posible?

Claire echó su cabeza hacia atrás riéndose ante la selección de palabras de su rubio.

—Te juro que no lo sé. —Contestó Claire. —Pero sí te puedo decir que pasé muchísimo miedo. Hay aquí un ser aterrador que te quiere hacer daño Leon.

—Ya, bueno, esto es una pesadilla. —Aclaró Leon, perdiendo la sonrisa.

—Pues vaya mundo interno tienes, amigo. —Dijo Claire, casi sintiendo pena. —Oye, venga. Salgamos de aquí. Tenemos que largarnos cuanto antes.

—No sé cómo hacerlo. —Soltó Leon encogiéndose de hombros, mirando de nuevo hacia la luz. —Nunca he sabido.

—¿Cómo que no sabes salir? —Preguntó Claire. —Es tu cabeza. Tu mente. Tus recuerdos. Tu mundo.

—Ya, ya. —Contestó Leon. —Pero no sé hacerlo. De verdad.

»Normalmente, con pedirlo basta. Pero mis pesadillas nunca han pasado de la Claire zombie. Esto es nuevo. —Leon volvió a mirar hacia arriba y colocó las manos a los lados de su boca a modo de bocina. —¡Hey! ¡Quiero despertar! —Gritó hacia arriba, sin que nada sucediera.

—¿A quién se supone que se lo estás pidiendo? —Preguntó Claire.

—No tengo ni idea. —Contestó Leon, bajando los brazos. —Supongo que a mí mismo.

En ese momento, la luz parpadeó suavemente.

—¡Oh! Por favor, espero que no se apague de nuevo. —Pidió Claire, aproximándose al agente especial.

Leon cogió a Claire de la mano, entrelazando sus dedos, mirando en rededor.

—Pues no es por asustarte, pero suele ser preludio de algo chungo. —Dijo Leon, sospechando que algo bastante horrible estaba a punto de pasar.

En ese momento, la voz de voces sonó por todo el espacio sin acotar, como si fuera el mismísimo Dios quien se dirigiera a ellos.

“Leon, has traído a una invitada, y ella no puede estar aquí. No es natural.” Empezó hablando la voz. “Este es mi reino. Nada entra ni sale de aquí sin que yo lo decida. Y esta intrusa lo ha logrado. ¡Échala!” Gritó la voz de voces.

—¡Ni hablar! —Gritó Claire hacia la luz. —¡No me voy sin él!

“¡ÉCHALAA!” Volvió a gritar la voz de voces haciendo temblar el suelo bajo sus pies.

—Claire. —Empezó Leon, mirando a la pelirroja a los ojos.

—No, Leon. Me quedo. —Dijo la pelirroja con total convicción.

—No tienes por qué hacer esto. No tienes por qué sufrir mis pesadillas conmigo. —Insistió Leon.

—No tengo que hacerlo, lo sé. —Dijo Claire, apretando la mano entrelazada de Leon. —Pero quiero hacerlo. No te dejaré solo ante el castigo.

Leon miró sin decir nada a la pelirroja y entonces la sonrió levemente. 

—Qué cabezota eres, pelirroja. —Dijo sonriendo al tiempo que levantaba la cabeza para dirigirse a la luz. —¡Ya la has oído! ¡Se queda!

El suelo volvió a temblar, ahora con más furia que antes.

“¿Es realmente eso lo que quieres, Leon? ¿Estás seguro?” Preguntó la voz de voces. “¿Crees que la compañía te ayudará a acabar con mi reinado? No sabes con qué parte de ti mismo te estás enfrentando.” La voz de voces rugió haciéndose más grande y vehemente. “¿No queréis iros por las buenas? Muy bien, será por las malas, entonces.

»Veamos cuánto te conoce tu amiguita, cuánto de ti mismo serás capaz de compartir y cuánto de tu pasado está dispuesta a soportar la pelirroja. Porque ahora, Leon, la pesadilla es para los dos.

¡Que comience el espectáculo!”

 En ese momento, la luz que los rodeaba se amplió más y pudieron ver a múltiples bestias y monstruos rodeándoles hasta donde alcanzaba la vista. 

“Conozco tus miedos, Leon.” Volvió a hablar la voz de voces. “Conozco tu dolor. Sé dónde tocar para atormentarte. Tienes las manos demasiado manchadas de sangre. Y mereces ser castigado. Para eso me creaste, ¿no?” Leon y Claire se miraron. Leon con miedo e incertidumbre en sus ojos. Claire, con desafío. Iba a proteger a su rubio costase lo que costase. Aunque tuviera que defenderlo de sí mismo. Y nada de lo que viese podría cambiar eso.

De repente, esas luces que apenas habían parpadeado un poco, se habían vuelto luces estroboscópicas que hacían de ese lugar hostil, un lugar mucho más peligroso que antes.

“Atacad.” Ordenó la voz en ese momento, y todo se volvió un caos.

Claire comenzó a hacer rodar cabezas mientras Leon, con el cuchillo que tenía en la mano, comenzó a luchar como buenamente podía  con cada bestia que se le ponía por delante. 

Nunca llegó a entender el poder que sus pesadillas tenían sobre sí mismo. Era como si realmente tuviera vida propia ajeno a él. Como un parásito que lo mataba poco a poco. ¿Qué él lo había creado? Seguramente sí, aunque no sabía siquiera cómo. Lo que sí sabía es que quería despertarse cuanto antes para que Claire no tuviera que sufrir su infierno.

Se sentía ridículo, atrapado en su propia cabeza y en sus propios miedos. Pero llevaba ahí atrapado tantos años, que llegó a acostumbrarse al agotamiento físico que suponía pasarse años sin dormir bien. Un sentimiento más a su lista deplorable.

En ese momento, un Licker se lanzó contra Leon y el agente especial lo abrió en canal agachándose y deslizándose por debajo de la bestia.

Cuando un segundo Licker lanzó su lengua para atraparlo por el cuello, Leon uso a un zombie próximo como escudo y este terminó perdiendo la cabeza cuando el Licker, recogió metros de lengua hasta su boca.

Claire había cortado tantas cabezas que a sus pies ya había montones de bultos que pateaban al moverse y que dificultaban dicho movimiento. Pero en ese momento se estaba enfrentando a un Tyrant, al que había logrado tumbar y se disponía a arrancarle una pierna. 

Pero los zombies se le subían encima mientras ella trataba de lisiar al Tyrant. No podían con todos. Eran demasiados.

Leon corrió a donde estaba Claire, y comenzó a pasar por el cuchillo a todos los zombies que encontraba. El miedo se había convertido en coraje. Si tenía que luchar hasta que su mente se cansara de maltraralo, entonces, lucharía.

Por ella.

Por su izquierda un Tyrant corría hacia él, tomando impulso con su brazo para golpear al agente especial y lanzarle por los aires varios metros dentro de la oscuridad. Al verlo periféricamente,  Leon ya sabía que no iba a poder esquivarlo a tan poca distancia. Así que se preparó para el impacto.

Pero el impacto nunca llegó.

Cuando Leon abrió los ojos, el espacio volvía a estar vacío, y Claire estaba de rodillas en el suelo, empapada en sangre y vísceras, mirándolo con asombro.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó la pelirroja, volviendo a su tamaños habitual y sudando agotada.

—Ojalá lo supiera. —Respondió Leon, con la respiración ahogada.

Las luces dejaron de parpadear. El espacio pasó a estar alumbrado con diferentes haces de luz rojas que se movían de un lado a otro haciendo del espacio un lugar más sangriento y temible.

El suelo bajo sus pies cambió y ahora se encontraban en un puente metálico, sobre un abismo artificial.

Claire se incorporó, aproximándose a Leon, viendo como el suelo se transformaba y empezaba a temblar.

—Este lugar... —Empezó a decir Claire.

—N.E.S.T. —Contestó Leon.

Entonces Ada Wong aparecía justo delante de ellos, apuntando al agente especial con su arma. Una pequeña Broom HC.

—Dame el virus, Leon. —Dijo la asiática.

—Qué cabrón. —Se dijo Leon por lo bajo, sin contestar a Ada.

En ese momento, el puente se dobló de forma antinatural, partiéndose en dos, haciéndoles perder el equilibrio.

Claire cayó, quedándose colgada de un lateral del puente. La gravedad parecía tirar de ella de una forma totalmente antinatural, pero la pelirroja resistiría. 

 Al mirar a un lado, Claire vio a Ada en su misma situación.

—¡Leon, ayúdame! —Gritaba la sicaria.

Claire miró hacia Leon y este, ya le estaba ofreciendo una mano.

—¡Agárrate, Claire! —Gritó el agente.

—¡Leon, por favor, no quiero morir! ¡Ayúdame! —Volvió a llamarle Ada.

Las cosas no habían sucedido así. Ada jamás le suplicó ayuda, porque Leon no había tardado ni un segundo en hacerlo. Pero su mente quería hacerle sufrir. Y escuchar a la Ada de sus recuerdos suplicándole que la salvara, sabiendo que no lograría hacerlo, era un castigo muy doloroso. Leon sabía cómo hacerse daño.

El rubio cerró los ojos y apartó su mirada, mientras Claire le cogía de la mano y era devuelta a la plataforma.

Cuando estuvo a salvo, Leon se acercó a prisa hasta Ada y la cogió al vuelo, cuando ella estaba a punto de caer.

—¡Claire, ponte a salvo! —Gritó Leon por encima de su hombro.

—¡Olvídalo! ¡Te ayudaré! —Y Claire se colocó al otro lado de Leon para coger a Ada de su otra mano.

Estaban subiéndola a la plataforma, cuando a Leon se le escapó el virus G del bolsillo de su camiseta.

Y los tres se quedaron observando en estatismo como el botecito caía al vacío.

Ada miró a Leon, y Leon miró los oscuros ojos de la asiática.

—No lo hagas. —Pidió Leon. Pero la sicaria soltó sus dos agarres y se dejó caer tras el virus.

—¡NO! —Gritó Claire, tapándose los ojos, volviendo a  la seguridad de la plataforma. —¡Noo! —Volvió a gritar tapándose la boca y sintiendo sus lágrimas caer por sus ojos.

Jamás en su vida había visto a nadie caer al vació. Jamás nadie se le había escapado de las manos y se había alejado hacía la muerte a tanta velocidad.

Leon no perdió el tiempo sintiendo el tan conocido dolor, y abrazó fuerte a Claire, comprendiendo que la pelirroja estaba habitando en su propio infierno, viviendo lo que a él le había tocado vivir, y sabiendo lo difícil o incluso imposible que era recuperarse de todo aquello.

—No es real, Claire. —Le susurró el agente especial estrechándola y acariciando su cabeza. —Tranquila. Tranquila.

Claire abrazó con fuerza a Leon tratando de calmarse.

—Lo sé, pero ha sido horrible. —Dijo con un hilo de voz y el inicio de un llanto. —Lo siento muchísimo Leon. Lo siento muchísimo. —Y los dos se estrecharon con mayor fuerza.

En ese momento el espacio volvió a cambiar. 

Tanto Claire como Leon se incorporaron y se quedaron mirando alrededor con la tensión tirando de sus dientes, a la espera del siguiente horror.

De una parte de la oscuridad entró una chica joven. Muy joven. De unos veintiún años.

Era rubia, tenía los ojos verdes y el pelo rizado. Vestía con una camiseta negra cubierta por una camisa de franela de cuadros. Usaba unos pantalones cortos vaqueros muy ajustados y unas medias negras con algunas carreras. En los pies usaba unas botas moteras con suela de goma y cordones amarillos, y su maquillaje estaba corrido por los ojos  dado que  la joven estaba llorando.

La chica se abrazaba así misma y lloraba sin consuelo, avanzando hacia ellos con la cabeza gacha.

Leon la observaba con los ojos muy abiertos y la boca también. Asombrado y preocupado a partes iguales. Con un arrepentimiento muy profundo en su fuero interno.

Hacía diecisiete años que no la veía. Y no había vuelto a pensar en ella hasta que visitó el más allá.

—Peyton. —Susurró Leon.

La chica, como si le hubiera oído, alzó la cabeza y lo miró directamente a los ojos.

—¿Quién... —Comenzó a preguntar Claire, siendo interrumpida por el rubio.

—Mi primera novia formal. 

Claire miró a Leon y este bajó la mirada al suelo. Se sentía avergonzado de ese momento concreto de su pasado. Y se sentía avergonzado de todo su comportamiento para con la joven, en aquel entonces.

Su otro él estaba jugando muy bien sus cartas para castigarle. Pues no había mayor castigo que recordar lo gilipollas y cerdo que fuiste en el pasado, y que la mujer de tu vida esté delante para presenciarlo. 

—No estoy orgulloso de cómo la traté. —Dijo Leon, con la voz ronca.

—¿Por qué me haces esto, Leon? —Preguntó Peyton desde su posición, sin dejar de llorar amargamente, mirando a Leon con dolor. —¿Por qué me tratas así? ¡¿Por qué?!

—¿Qué le hiciste? —Preguntó Claire, volviendo a mirar hacia la joven.

—La traté fatal. —Dijo Leon, levantando la vista hacia su primera novia. Tenía la voz tomada. —La usaba cuando me venía en gana. —Comenzó a relatar el rubio. —Me gastaba lo poco que tenía en alcohol y cuando nos veíamos, ella no tenía a un novio sino a un borracho al que cuidar.

»Me metía en peleas y después ella era la que curaba mis heridas. —Leon hizo una pausa, tomando aire. —Mira que joven era. Nadie tan joven tendría que responsabilizarse de un capullo como yo. —Dijo Leon, con la garganta seca. —Debía quererme mucho para aguantarme tanto tiempo.

—¿Cuánto tiempo? —Preguntó Claire.

—Dos años, creo. —Respondió Leon, que no se sentía con fuerzas de mirar a la pelirroja. Estaba conociendo sus más oscuras vivencias. Su Capitán América, era un fraude.

Aunque en realidad el problema no era que la pelirroja se enterara de esto o de otras muchas cosas. Eventualmente le contaría toda su vida, a medida que su relación fuera avanzando. Eso era un hecho y era inevitable. 

Pero que toda esa información le llegara de golpe y le llegara tan vivo como él lo recordaba en su cabeza, se hacía duro de soportar.

¿Qué pensaría Claire de él después de esto? ¿Qué más sorpresas les tenía preparado el rey de las pesadillas?

—Me salvó la vida, y ni siquiera lo sabe. —Volvió a intervenir Leon.

—¡Yo te amaba! —Gritó Peyton entre lágrimas. —¡Yo te amaba, más que a nada en este mundo! ¡Lo di todo por ti! —Peyton le señaló con un dedo acusador. —¡Y lo que recibo a cambio son tus desplantes, tus malas caras, tu desprecio! ¿Por qué me desprecias tanto?

—Mi primer día en Raccoon City, llegué tarde porque la noche anterior me emborraché como una cuba porque ella me acababa de dejar. —Leon volvió a agachar la cabeza. No contestaba a Peyton, hablaba directamente con Claire, quien observaba a la rubia con empatía y tristeza. —La engañé con una camarera de la que no recuerdo ni su cara ni su nombre, y esa fue la gota que colmó el vaso.

»Y lo más jodido de toda esa historia, es que lo hice esperando que me dejara porque no tenía el valor de decirle que ya no la quería y que me iba a cambiar de ciudad.

—¿Me has engañado? —Preguntó entonces Peyton, que no solo no parecía darse cuenta de que el Leon que tenía delante no era el mismo de cuando ella era tan joven, sino que nunca se percató de la presencia de Claire. —¡¿Me has engañado?!

Peyton avanzó hacia Leon a grandes zancadas y parecía que las lágrimas en sus ojos habían sido sustituidas por una mirada estrecha y gélida.

Cuando la joven llegó a la altura de Leon, cogió a este por la camiseta técnica, sin conseguir moverle ni un ápice, —pues Leon era una roca contra su mar. —, y alzando la cara hacia la del agente especial, clavó sus verdes en sus azules.

—¡Qué te jodan, cabrón! —Le gritó Peyton, que volvía a la carga con más lágrimas. —¡Qué te jodan! 

Claire observaba toda la escena dejando un poco de distancia entre ellos. Se sentía muy fuera de lugar. Más intrusa que nunca observando un momento del todo íntimo. Estaba siendo testigo de cómo se sucedieron los hechos en ese momento. Y si Leon nunca le había hablado de ella, Claire quería respetarlo. Pero cuando decidieron que se quedaría en su pesadilla, sabían que muchas cosas saldrían a la luz. Y ahora tocaba soportar la carga.

Peyton comenzó a golpear con sus puños el pecho de agente especial, hasta quedarse sin fuerzas. Entonces apoyó su cabeza contra su torso y siguió llorando y llorando.

—¿Te quieres ir de la ciudad? —Comenzó a decir la rubia, con la nariz totalmente roja y congestionada a juzgar por su voz. —¡Pues vete! —Peyton se alejó de Leon, tomando cierta distancia. Leon, sabiendo lo que se venía, cerró los ojos y esperó. Y entonces Peyton le cruzaba la cara de un bofetón. —No quiero volver a verte en lo que me queda de vida. Si vives, si mueres, si te rehabilitas, si vives cada día de tu vida siendo un puto borracho, si me echas de menos o me echas de más, si te conviertes en un puto héroe o en la escoria de la sociedad, no quiero saberlo. No quiero saberlo.

»Hagamos cuenta de que no nos hemos conocido nunca. De que yo no he pasado por tu vida, ni tu por la mía. Y que estos estragos que has dejado en mi casa a tu paso, han sido producto de un terremoto y no producto de un puto niñato sin corazón que no sabe lo que es amar.

»Hasta nunca. Puto Leon Scott Kennedy.

Y dicho esto, Peyton se dio la vuelta y se alejó de ellos corriendo, desapareciendo como el humo.

Por un momento el agente especial y la pelirroja se quedaron en completo silencio.

Leon soltó una fuerte bocanada de aire, tratando de recomponerse. Revivir ese momento, desde una posición adulta y no desde su yo más joven y egoísta, había sido mucho más duro que el recuerdo del que partía.

—Tu ex metía buenos bofetones. —Comentó Claire, rompiendo el hielo que se había formado sobre sus corazones.

—Sí. Duele igual que la primera vez. —Comentó Leon, frotándose la mejilla donde había impactado el bofetón de Peyton, refiriéndose únicamente al golpe físico.

En ese momento, el suelo bajo sus pies comenzó a temblar.

Claire se acercó a Leon y lo tomó del brazo. Viniera lo que viniera, lo afrontarían juntos. Y además, era como si ambos supieran que lo que se venía sería peor.

Bajo sus botas, el suelo comenzó a volverse terrosos. Con brutalidad, de aquí y allá comenzaron a surgir del suelo diferentes lápidas de piedra y mármol, césped y árboles. Bancos y farolas.

—¿Un cementerio? —Preguntó Claire, alzando la voz ante el estrépito del cambio de escenografía.

—Joder. —Susurró Leon. Él ya sabía lo que iban a ver.

Un montón de gente, vestida de negro, apareció de repente a varios metros de distancia. Lloraban y murmuraban al rededor de un ataúd que descendía bajo tierra paulatinamente. Estaban presenciando un funeral.

Un hombre, de rodillas y con el rostro descompuesto, abrazaba el ataúd, casi enterrándose con él, rasgando el aire  con sus gritos, llorando sin consuelo, mientras otros hombres trataban de impedir que cayera, alejándolo del elegante ataúd de madera.

Un cura decía unas palabras y hacía gestos con la mano, mientras el resto de personas arrojaban sobre el ataúd rosas blancas.

Un niño, rubio y hermoso, muy pequeño y vestido de negro, observaba y lloraba en silencio, fuera toda la escena, bajo un árbol, sin que nadie reparara en él. 

Era Leon.

—Joder. —Volvió a repetir Leon con la voz temblorosa, llevándose una mano a la boca y con dos lágrimas cayendo de sus ojos.

—Ese eres tú, ¿verdad? —Preguntó Claire, no queriendo hablar muy alto.

Leon asintió con la cabeza. Todavía no se atrevía a mirar a la pelirroja directamente a los ojos.

Claire, sin pensarlo dos veces, trotó por el espacio hasta posicionarse al lado del niño, que era Leon, y comenzó a acariciarle la cabeza.

El niño, no parecía ser consciente de tener a alguien a su lado, mientras seguía llorando y retiraba sus lágrimas y sus mocos con sus pequeñas manitas.

A Claire se le rompía el corazón ante esa imagen. Y sin poderlo evitar, abrazó a ese niño, queriendo protegerlo con sus brazos y su cuerpo y su alma. Lo estrechó contra su pecho, besando su cabeza y llorando a su vez.

Al separarse, el niño la miró. Como viéndola de verdad. Con sus dos enormes cielos de verano brillando tras sus lágrimas. 

Claire trataba de sonreírle mientras secaba esas lágrimas del pequeño, que caían sobre dos mejillas redonditas, tiernas y suaves, como las mejillas gorditas de cualquier niño.

Leon se aproximó a ellos, en un paso lento y pesado, mientras miraba a su padre muriendo con su madre. Puede que esa fuera la última vez que viera a su padre realmente. Pues lo que quedó después, no fue más que un monstruo. Y colocándose detrás del niño, el agente especial acarició su cabeza y apoyó sus manos sobre sus hombros. Se agachó, y le susurró algo al niño, que parecía escuchar.

“Todo saldrá bien.” Fue lo que Leon se susurró así mismo cuando tenía siete años.

Claire apoyó una de sus manos sobre una mano de Leon, y  este la miro. Por fin los dos se miraron.

—No debería estar aquí. —Dijo Claire, en voz baja. —Esto forma parte de tu intimidad y de tu historia. Lo siento.

Leon entrelazó los dedos con los de Claire y la ayudó a levantarse.

—Tú también formas parte de mi historia, Claire. —Respondió el rubio. —Y todo esto ibas a terminar sabiéndolo en cuando tuviéramos tiempo para hablar, así que no me importa que lo sepas. —Leon levantó la vista hacia su padre que roto de dolor no podía levantarse del suelo. —Solo que es muy abrumador revivir todo esto y francamente habría preferido contártelo poco a poco y no darte toda la información de mi pasado de golpe.

»Y que lo estés reviviendo conmigo, es duro. Porque nunca había compartido nada tan íntimo con nadie, pero... —Leon hizo otra pequeña pausa y clavó sus pupilas azules en las pupilas azules de Claire. —Que estés aquí, apoyándome y sufriendo conmigo tiene un valor incalculable.

Claire sonrió a Leon y lo abrazó, pasando el brazo del rubio sobre sus hombros y apoyando su oído sobre su pecho, escuchando su corazón.

—Estoy contigo. —Susurró la pelirroja. —Y agradezco la invitación.

Y en ese momento, todas las personas vestidas de luto comenzaron a desaparecer convertidas en humo, al igual que las lápidas del cementerio, el césped y los árboles. Y solo quedaron ellos, el niño y su padre, el cual se levantaba del suelo, tambaleándose, con una botella de  whisky en la mano y la camisa por fuera del pantalón.

Leon miró a su padre con el odio que desde entonces le había despertado, viéndolo avanzar hacia ellos, con unas intensas ganas de golpearlo hasta la muerte.

El hombre, borracho como estaba, miró hacia el niño y, señalándolo, comenzó a aproximarse.

—¡Tú! ¡Niño de mierda! —Comenzó a gritar el padre, con los ojos inyectados en sangre. —¿Cómo te atreves a mirarme con esa cara? ¿Crees que por parecerte a tu madre estás a salvo? ¡Nadie esta a salvo!

Ahora el niño, ya no vestía como en el funeral, ni estaba tan bien peinado.

Tenía el pelo corto y desgreñado, y vestía una camiseta amarilla de “Banana man” y unos pantalones cortos vaqueros que estaban sucios.

El niño tenía moratones en los brazos, en las muñecas y en las piernas. Y tenía unos dedos marcados en la nuca.

—Qué hijo de puta. —Susurró Claire, con el rostro desencajado, al comprender la escena.

El padre de Leon avanzó hasta el niño y lo cogió por la nuca, casi levantándolo del suelo mientras le gritaba que no era mejor que él. Qué solo era un niño de mierda. Un niño de mierda.

Leon apretó los dientes. No tenía ningún sentido intervenir. Era solo un recuerdo. Nada iba a cambiar el pasado. Pero se moría por viajar en el tiempo y visitarse así mismo en cada paliza que recibió, para defenderse de su padre.

Claire, cuya bondad y sentimiento de justicia se le escapaba de la piel, se desentrelazó de Leon y, dando un paso, se enfrentó a su padre. 

Cuando le puso una mano en el hombro, este fijó su atención en la pelirroja, como percatándose por primera vez de su presencia, y Claire pudo verlo más de cerca.

¡Guau! Se parecía mucho a Leon. O más bien, Leon se parecía mucho a su padre. Este no era rubio y aunque tenía los ojos azules no se parecían en nada a los ojos de Leon. Pero la estructura osea, las cejas, la nariz, los labios. Joder, Leon era casi una copia de su viejo. El rubio era más anguloso, tenía hoyuelos y una expresión más amable. Mientras que el hombre que la miraba ahora, era un cascarón vació y frío como el hielo.

De entre sus manos, el padre y el niño se evaporaron, desapareciendo en la oscuridad colindante.

—Tu padre... —Comenzó a decir Claire, mientras se giraba hacia Leon.

—Murió el día en que murió mi madre. —Dijo Leon algo más frío de lo que deseaba, no sabiendo bien como hablar de su progenitor. —Ese que se quedó... Bueno, nunca supe quién era.

—Él te pegaba. —Dijo Claire con la voz como un silbido.

Leon no respondió a esa pregunta, pero asintió con la cabeza. Y Claire se llevó las manos a la cara, tapándose para llorar.

Sabía que eso formaba parte del pasado. Y probablemente si Leon se lo hubiera contado como una historia cualquiera no le habría afectado tanto. Pero ver a ese niño, tan pequeño, tan vulnerable y precioso, lleno de moratones. Y saber que ese niño era su Leon. La pelirroja sentía su corazón hecho una auténtica papilla.

Leon secó las lágrimas silenciosas que se escapaban de sus ojos, recordándose que ese era el pasado y que él ahora era un hombre adulto muy lejos de esos horribles momentos.

Se acercó a Claire y la abrazó, sin decir nada más, escuchando el llanto de la pelirroja, que le devolvía el abrazo con la misma intensidad y protección con la que abrazó al niño.

 En ese momento, del techo, comenzaron a caer a plomo agrietando el suelo bajo sus pies, cuatro paredes de una decoración bastante victoriana y al mismo tiempo con toques orientales, que acotaban el espació de un despacho.

En medio de la habitación había un gran escritorio con diferentes cachivaches. Desde libros de cuentas, una lamparita hortera, espejos y maquillaje, hasta ceniceros llenos de colillas apagadas, perfumes y una copa de alcohol. Al borde del escritorio había una mujer sentada en él, con piernas cruzadas.

Su maquillaje era muy exagerado. Su pelo negro estaba envuelto en diferentes rulos azules, y solo vestía con una bata de seda rosa y transparente, con remates de plumas en el cuello, las mangas y los bajos, que dejaba ver su cuerpo desnudo a través de la tela si decidías fijarte bien.

La mujer era madura, pero joven. Delgada y con unas piernas muy largas, llevaba las uñas afiladas y rojas.

Fumaba unos cigarrillos finos y largos de color rosa y sostenía un revolver con empuñadura dorada en la mano que no sujetaba el cigarrillo.

Alrededor de las paredes, unos cinco hombres, altos y fuertes, vestidos de forma variopinta, aguardaban en silencio, con armas de fuego en las manos.

Justo en frente de la mujer se encontraba el padre de Leon, muy demacrado, acompañado de un Leon muy joven, de unos catorce o quince años, tal vez dieciséis. Sin duda entre la pre adolescencia y la adolescencia.

El padre miraba nervioso a su alrededor, vestido con su traje de comisario, mientras que Leon usaba unos vaqueros que le quedaban grandes, unas botas viejas y una camiseta de manga larga negra. Llevaba el pelo largo amarrado a un moño bajo, con los mechones frontales recogidos detrás de las orejas. Y lloraba, con la cabeza agachada, como no queriendo que los ahí presentes le vieran.

—Claire. —Llamó Leon, reconociendo la escena. —Esto va a ser muy duro. —Dijo Leon sintiendo que su respiración temblaba. —No sé si puedo verlo siquiera yo. —Contestó el agente, retrocediendo un paso y dándole la espalda a la escena, sin posibilidad de alejarse, pues una pared le cerraba el paso.

El rubio comenzó a respirar muy fuerte. Estaba sufriendo un ataque de ansiedad.

—Leon, tranquilo. Estoy aquí. —Dijo Claire acariciando su espalda, colocándose a su lado.

Leon apoyó sus manos en la pared agachando la cabeza y cerrando los ojos.

—Ojalá no vieras esto Claire. —Dijo el agente especial llevándose una mano al pecho que comenzaba a dolerle con cada respiración.

—Estás sufriendo un ataque de ansiedad, Leon. —Le comunicó Claire con preocupación. —Tranquilo, amor mío. Respira. Tranquilo.

Leon hizo caso a las indicaciones de la pelirroja y poco a poco comenzó a recomponerse. Las lágrimas continuaron cayendo por uso ojos rojos e irritados, de un alma agotada en ese viaje.

—Creía que estaba olvidado. —Dijo Leon, todavía sin cambiar su postura. —No sabía que recordaba tantos detalles. —Su respiración volvió a acelerarse y las lágrimas cayeron con más fuerza. —Verlo desde fuera, es mucho más difícil que simplemente recordarlo.

»No me acoraba de la ropa que llevaba puesta, ni de la cara de esa mujer, ni de lo pequeño que era. —Leon se calló, tragando saliva y respirando lentamente, calmando a su angustiado corazón.

Soltó el aire de sus pulmones una última vez y recuperó su verticalidad.

Miró a Claire a su lado, parpadeando pesadamente, mientras dejaba que las últimas lágrimas recorrieran su rostro.

—De verdad te digo que esto va a ser muy duro de presenciar. —Le dijo Leon. —Prepárate, porque es una de las cosas más traumáticas que me han pasado en la vida. Y no creo que haya nadie en el mundo preparado para verlo.

Claire cogió las manos de Leon y se las llevó a las labios. El rubio temblaba y Claire estaba aterrada ante lo que quiera que fueran a observar. Pero si Leon se lo permitía, le acompañaría en esa travesía sin rendirse.

—Te acompañare a través de cualquier infierno si me lo permites, Leon. —Le dijo Claire. —Pero si quieres que cierre mis ojos, los cerraré. Y si quieres que tape mis oídos, los taparé. Y si quieres que jamás te pregunte sobre este tema, te juro que jamás preguntaré. —Y la pelirroja volvió a besar los nudillos del rubio.

Leon sabía que Claire era sincera en sus palabras. Y sabía que la escena que iba a tener lugar era una autentica barbaridad. Pero de repente, mirando los océanos de Claire, y sintiendo el calor de sus labios y de sus palabras abrazando su maltrecho corazón, se dio cuenta de que juntos sería mucho más fácil.

—No me sueltes. —Le pidió Leon. —No me sueltes  y no te alejes de mí.

—Nunca. —Respondió Claire mientras Leon se agachaba hacia ella y la besaba con labios hinchados y calientes por el llanto y las mejillas húmedas por las lágrimas.

Se giraron de nuevo hacia la escena que parecía haber quedado en pausa, mientras se aproximaban a una distancia prudencial.

—¿Qué es esto? —Preguntó Claire, pasando su brazo por la cintura de Leon, estrechándolo, mientras él pasaba su brazo por encima de los hombros de su compañera, entrelazando los dedos de su mano que descansaba lánguida sobre su pecho.

—Un prostíbulo. —Contestó Leon, al tiempo que la escena comenzaba a desarrollarse.

—Te estoy entregando mi posesión más preciada. —Decía el padre de Leon. —¡Míralo bien! Es fuerte aquí donde lo ves. Y muy obediente. Hará todo lo que le pidas, sin preguntar. —El padre cogió al Leon adolescente por la nuca y con dientes apretados le habló muy pegado a su cara. —¿Verdad hijo?

El joven Leon, asintió.

La mujer que fumaba sentada en la mesa, observó a Leon de arriba a bajo.

—A ver si lo estoy entendiendo bien. —Comenzó a hablar la mujer que por su voz, era mucho más mayor de lo que parecía físicamente. Aunque si te acercabas y te fijabas en sus manos, era más que evidente que esa mujer era realmente mayor. —Tienes una deuda millonaria conmigo y mis chicas. Y en lugar de pagarme, ¿me estás ofreciendo a tu hijo?

Claire tomó una bocanada de aire, tapándose la boca ante la sorpresa. Miró Leon y este la miró a ella. El agente especial temblaba.

—¿Esto te pasó de verdad? —Preguntó la pelirroja, en un susurro agudo, que no podía salir de su asombro. ¿El padre de Leon le había vendido? ¿Leon había sido prostituido cuando solo era un crío?

Leon no contestó. Asintió con su cabeza y su semblante se veía muy, muy triste, mientras sus lagrimas silenciosas seguían cayendo.

La mujer en el escritorio comenzó a reírse de forma exagerada, mientras una nube de humo espesa salía de su boca.

—¿Es esto una broma? ¿Quieres divertirme antes de que le diga a mis chicos que te maten?

»Se agradece la diversión, pero eso no va a cambiar las cosas.

El padre miró a su alrededor, nervioso, y volvió su atención a la mujer.

—Escucha, Úrsula. Él puede trabajar para ti. —El padre de Leon cogió al joven Leon por el pelo y tiró de él para alzar su cara. —Es muy guapo. —El padre cogió a Leon por el mentón con fuerza, desesperado por convencer a la mujer. —Con esta cara, vas a ganar mucho más de lo que yo te debo.

La mujer se llevó el cigarrillo a los labios, inspiró y soltó el humo por las fosas nasales. Después sonrió.

—La verdad es que es muy guapo. —Dijo la mujer. —Muchos de mis clientes pagarían lo que fuera por acostarse con él. Sobre todo porque es menor de edad. —La mujer inclinó su cabeza y se enfocó en el padre de Leon. —Pero precisamente por eso, señor comisario, no me fío de que esto no sea una trampa para tratar de joderme el negocio. ¿Dónde se ha visto que el comisario venda a su hijo, menor de edad, a una proxeneta?

—Puedes confiar en mí, Úrsula. —Soltó el padre. —¿Cuántas veces he librado a tu negocio de las redadas? ¿A cuantos clientes nuevos te he traído? ¿Eh? Has construido un paraíso en mi ciudad. Y no deseo que desaparezca.

»Pero no quiero seguir teniendo deudas contigo y no te puedo pagar. Así que acepta al muchacho como pago. Saldrás ganando.

La mujer entrecerró los ojos, sopesando las palabras del padre de Leon.

—Me debes dinero, ¿y a cambio me pides trabajo para tu hijo?

—Obviamente las ganancias te las quedarías tú. Por eso es un pago.

—Solo quería escuchártelo decir. —Contestó Úrsula riéndose y apagando su cigarrillo en un cenicero de cristal que tenía justo al lado.

—Muy bien, Scott. Aceptaré tu oferta, solo si tu hijo pasa algunas pruebas. —La mujer entonces miró a Leon, quien había vuelto a agachar la cabeza. —Oye, chico. —Llamó Úrsula. —¿Cómo te llamas?

El joven Leon no contestó a la pregunta.

—Tenía tanto miedo que no me salían las palabras. —Susurró Leon, observando la escena.

Claire, a su lado, sentía como sendas lágrimas recorrían su rostro. Ella no conocía nada de esto de Leon. Y le dolía profundamente saber que su pasado había sido tan difícil y tan oscuro.

Ella había perdido a su madre cuando solo era un bebé, así que no tuvo la oportunidad de sufrir su pérdida; y su padre había muerto cuando era solo una adolescente, pero después de una vida llena de amor y protección.

Su Leon se había pasado toda la vida luchando. Y aun así seguía adelante. ¿Cómo era posible?

—¡Responde cuando se te habla! —Gritó el padre de Leon, dándole una fuerte colleja.

—Leon. —Respondió el joven, sin dejar de llorar y sin levantar la vista. —Me llamo Leon, señora.

—¿Señora? Uy, cariño, por ahí vas muy mal si quieres trabajar aquí. —Dijo la mujer, sonriendo con una voz suave. —Mírame, Leon.

El joven Leon obedeció y alzó la cabeza y los ojos hacia el rostro de la mujer.

Esta lo observaba de arriba a bajo, escudriñándolo.

—Dime, Leon. ¿Alguna vez has visto a una mujer desnuda?

—No, seño...

—Shhhh... —Le cortó Úrsula. —Si no quieres dirigirte a mi por mi nombre, puedes llamarme jefa, que es lo que seré si todo va bien. Pero nunca digas la palabra señora dentro de este santuario de pecado, ¿queda claro, Leon? Pero en tanto que no soy tu jefa, llámame por mi nombre.

—Sí, Úrsula. —Contestó el joven Leon.

—Así que nunca has visto a una mujer desnuda. —Dijo Úrsula alzando las cejas y apretando los labios, con pesar. —Ese podía ser un inconveniente. Aunque tus clientes serán mayoritariamente hombres.

La mujer, desató su bata transparente y dejó que cayera por sus hombros, al tiempo que descruzaba las piernas y las abría, echando ligeramente su cuerpo hacia atrás.

Claire apartó la mirada. Era muy fuerte lo que estaba ocurriendo en ese despacho. Era muy fuerte que Leon conociera el cuerpo de la mujer de una forma tan bestial.

Claire poco a poco, serenándose, volvió a mirar.

El joven Leon, sin separar los ojos de los ojos de Úrsula, comenzó a ponerse muy rojo.

—Vamos chico, las tetas están más abajo. —Dijo Úrsula, señalando su cuerpo haciendo un barrido.

Pero el joven Leon no separaba sus ojos de los ojos de la mujer. No atreviéndose a mirar su cuerpo desnudo.

—Es demasiado tímido. —Dijo Úrsula, mirando al padre de Leon.

—Bueno, pero puede aprender. —El padre, golpeó el pecho de Leon a mano abierta, haciendo que el joven retrocediera un paso. —¡Qué la mires, joder! ¿No sabes ni hacer algo tan simple?

Leon apretó los puños observando la escena. Nunca su pasado había sido parte de sus pesadillas. El jefe de ceremonias de ese mundo oscuro, tenía un objetivo muy claro. Y estaba haciendo muy bien su trabajo.

El joven Leon, temblando, comenzó a bajar su vista hacia los pechos de esa mujer. Tenía un cuerpo bonito, si es que así eran los cuerpos de las mujeres, aunque para él era demasiado que digerir.

Su cara cada vez estaba más roja, mientras seguía bajando sus ojos por el abdomen de Úrsula, hasta llegar a su sexo, donde observó algo que no entendía. Era una zona que parecía muy compleja. Como una flor húmeda y abierta, con una pequeña protuberancia en la zona superior y un orificio en la parte inferior.

El joven Leon tragó saliva y siguió bajando por las piernas de la mujer hasta llegar a sus pies, enfundados en unos pequeños tacones de charol rojo.

—Muy bien, Leon. —Dijo entonces Úrsula, cubriendo de nuevo su cuerpo y cruzando sus piernas. —¿Te ha gustado lo que has visto?

El joven Leon no se veía capacitado para contestar. 

—¡Contesta de una vez! —Le gritó su padre, cada vez más nervioso.

—No sé. —Respondió el joven Leon, con un hijo de voz.

—¿Cómo? —Preguntó Úrsula, frunciendo el ceño.

Leon miró temeroso a su padre, quien lo miraba con ojos tan abiertos y el ceño tan fruncido, que el muchacho sabía que al llegar a casa habría paliza si no respondía lo que su padre quería oír.

—Sí. —Contestó el joven Leon.

—¿Sí? —Preguntó a su vez Úrsula, alzando la cejas. —Sí, ¿qué?

—Sí me ha gustado, Úrsula. —Respondió temeroso el joven. —Tienes un cuerpo... mu-muy bonito.

La mujer sobre el escritorio, inspiró mirando al joven Leon de arriba a bajo.

—Ahora quiero mirar yo. —Dijo la mujer. —Quiero ver qué es exactamente lo que me está ofreciendo tu padre.

El joven Leon se quedó petrificado ante lo que la mujer le estaba pidiendo.

Claire se llevó una mano al pecho, que se sentía compungido, estrechando su cuerpo más aún contra el cuerpo del rubio. Protegiéndole como podía con sus abrazos.

Leon atrajo a la pelirroja hacia su pecho y la abrazó mientras  seguían observando la terrible escena.

—El chico está nervioso. —Dijo su padre, tratando de convencer a Úrsula de que su hijo era una buena compra. —Cuando coge confianza, es muy lanzado. Se lo digo yo.

Y su padre comenzó a desnudar a su hijo, de forma rápida y violenta.

Le sacó la camiseta por la cabeza con fuerza, y después comenzó a desabrochar su cinturón.

—Por favor, papá. —Se escuchó suplicar al joven Leon con un hilo de voz.

—¡Cállate! —Le susurró su padre, entre dientes, mientras le bajaba los pantalones y los calzoncillos, dejándolos amontonados a sus pies.

Leon y Claire cerraron los ojos, sin poder respirar. Y poco a poco los volvieron a abrir, soportando la dura escena.

Instintivamente el joven Leon, cubrió su sexo con sus manos encobando su cuerpo.

Era el cuerpo de un crió en pleno desarrollo. No tenía un pelo en el pecho, estaba muy delgado y pálido, y su cuerpo estaba lleno de moratones.

El agente especial se soltó de Claire, soltando un quejido de entre sus labios, sintiendo que la ansiedad volvía a él. Se acuclilló, apoyando los codos en sus rodillas y se llevó las manos a la boca, sin dejar de llorar.

—Verlo desde fuera es mucho más fuerte que en mis recuerdos. Es mucho más fuerte.—Volvió a decir el rubio, sintiendo el mismo miedo que sintió aquel día, sintiéndose igualmente vulnerable. Pero conteniéndo sus ganas asesinas de acabar con su padre. —Qué hijo de puta. 

Claire, que no podía dejar de llorar, también sentía miedo. Miedo por aquel muchacho. Seguir mirando se estaba convirtiendo en la tarea más difícil de su vida.

La pelirroja se aproximó a Leon, y pasándole un brazo por la espalda, le dio un beso en la sien. Tal vez no podría hablar ante lo que estaba viendo. Pero ella no iba a abandonar su puesto. Siempre estaría ahí para Leon.

—Dejadnos a solas. —Ordenó entonces Úrsula y sus hombres comenzaron a abandonar la estancia.

—Pero, entonces, ¿aceptas? —Preguntó Scott.

—Sal de la habitación. —Volvió a decir Úrsula. —Quiero estar a solas con el chico.

El joven Leon se giró parcialmente hacia su padre, llorando.

—Padre, por favor. Ayúdame. —Le suplicó a su padre con una voz que era como los gritos de un perro apaleado.

—¡Cállate! ¡Deja de llorar! Puto niño débil. —El padre se acercó a la cara de Leon y le susurró —Más te vale que esto salga bien. O te mato.

Dos hombres enormes, cogieron al comisario por los brazos y lo acompañaron a la salida, cerrando la puerta tras de sí.

Úrsula se levantó del escritorio, se quitó la bata y cogiendo otro cigarrillo, lo colocó en sus labios y lo encendió.

Y contoneándose como una gata, se aproximó al joven.

—¿Fumas? —Preguntó la mujer.

El joven Leon negó con la cabeza, temblando de miedo y sin dejar de llorar.

—¿Quieres probar? —Volvió a preguntar la mujer, acercando el cigarrillo a los labios del joven.

Este, aspiró a través del cigarrillo sintiendo como el humo entraba por su boca y se colaba a través de sus cuerdas vocales, haciéndole cosquillas y obligándole a toser profusamente mientras el humo salía a borbotones por su boca.

Úrsula retrocedió apartando el humo con sus manos.

—No te preocupes muchacho. El primer cigarrillo siempre es así. —Dijo la mujer, acercándose con cotidianidad a su mesa, cogiendo una copa con un liquido ambarino en su interior y acercándosela al joven Leon.

—¿Bebes? —Preguntó la mujer.

—A-alguna vez... le he cogido... cer-cer-veza a mi padre. —Contestó el Leon adolescente, temblando, nervioso.

—Pues bebe. —Le ordenó Úrsula.

El joven Leon alargó una mano y cogió la copa que le ofrecía la mujer, y esta aprovechó el momento para alargar a un más la suya, y acariciar el brazo del joven.

El adolescente sintió un escalofrío y, con temor, se llevó la copa a los labios y dio un pequeño sorbo.

—Mi primera bebida fuerte. —Dijo Leon dentro de las manos que todavía cubrían su boca.

Esa bebida era muy fuerte. Mucho más fuerte de lo que jamás hubiera probado en esas cervezas clandestinas que le robaba al padre. Cerró los ojos y dejó escapar un golpe de aire que le quemaba la boca y el estómago.

—Bébetelo entero, Leon. De un trago. —Le ordenó la mujer.

El joven miró a Úrsula y después miró la copa. Ese contenido quemaba, pero era soportable. Así que el chico obedeció.

La mujer quitó la copa vacía de las manos del joven, devolviéndola a su escritorio, sin dejar de pasearse completamente desnuda delante del chico. 

Después, se aproximó a él tan cerca, que los pechos de la mujer rozaban la pálida piel del adolescente, haciéndole sentir extremadamente incómodo y avergonzado.

Ella llevó sus manos a la cara del joven Leon y la inclinó hacia la suya. Cabe destacar, que la mujer era más alta que la media y que ese Leon todavía era un chico bajito.

La mujer comenzó a tocar su rostro con cuidado y delicadeza.

Recogió los dos mechones rubios del chico tras sus orejas, después de que estos se soltaran tras la primera colleja de su padre.

Después acarició sus cejas, sus pómulos, sus orejas. Lo tomó por el mentó y giró su cuello hacia un lado y hacia el otro, estudiando toda su fisionomía.

—Tienes unos ojos preciosos, ¿lo sabías? —Preguntó la mujer, con la voz muy suave.

Siguió observando, y abrió los labios del adolescente con dos dedos para comprobar el estado de sus dientes.

—Abre la boca. —Ordenó, y el chico obedeció. —Muy buenos dientes. Esto se cobra más caro.

»Saca la lengua. Lo máximo que puedas. —Volvió a ordenar y Leon obedeció.

La mujer, ni corta ni perezosa, aprovechó ese momento para pasar su lengua por la lengua de Leon, y este se apartó de la mujer como un látigo al chascar.

La reacción de Úrsula fue similar, apartándose un poco más del muchacho.

—Mal nacida. —Susurró Claire. —Le daba igual que fueras un niño. ¿Cómo se atrevió a tocarte?

Leon no respondió nada, tragando saliva y sintiendo ese lametazo, en ese momento, como algo muy presente. Quería vomitar.

—¿Alguna vez has besado a alguien o te han besado a ti?

El joven Leon negó con la cabeza, queriendo agacharla, pero sin retirar la vista del rostro de la mujer.

—Estás muy verde chico. Pero tienes una buena lengua. Es de las largas, y eso también se cobra más caro.

»Además eres más virgen que la madre de Cristo, así que con tu primera vez podría ganar una pasta impresionante. 

»Podría decir, que estoy delante de la gallina de los huevos de oro.

»Pero tienes que aprender a seducir. O al menos a no cagarte de encima cuando una mujer desnuda se te pone por delante.

Úrsula avanzó hacia el joven Leon y cogió sus muñecas, apartando sus manos  del sexo que trataban de ocultar.

El joven ejercía cierta resistencia pero no demasiada, pues sabía que debía obedecer.

La mujer apoyó las manos del muchacho sobre sus pechos.

—Tócalos. —Ordenó Úrsula.

Los dedos del joven Leon estaban crispados y temblaban como temblaba todo él.

—Muchacho, he dicho que los toques. —Repitió la mujer, que seguía cogiendo al adolescente por sus muñecas.

El joven Leon, sin poder contener sus temblores, apoyó sus manos sobre los pechos de Úrsula de forma muy mecánica y casi clínica. Obviamente no tenía ni idea de que hacer con ellos.

Úrsula por su parte, bajó su mano a la entrepierna del muchacho y comenzó a acariciarle lentamente de arriba a bajo.

Y el joven Leon se echó a llorar.

Se echó a llorar tratando de encorvar su cuerpo hasta donde sus manos en los pechos de esa mujer le permitían, intentando tragarse el llanto sin ningún éxito. Su columna convulsionaba por el hipo que acompañaba el llanto y tanto el agente especial  como la pelirroja tuvieron que retirar la vista.

—Tenemos que hacer algo. —Dijo Claire con la voz tomada, pues no había dejado de llorar en ningún momento, dispuesta a matar a esa mujer.

—No cambiaría nada. —Dijo Leon, dejando que sus lágrimas siguieran ese trascurso que habían comenzado tanto antes —Esto es un recuerdo. Así sucedieron las cosas. —Leon se frotó los ojos y tomó aire. —Nada lo haría cambiar.

Úrsula, poniendo los ojos en blanco, soltó la entrepierna del joven, quien rápidamente se acuclilló en el suelo, abrazándose las rodillas y llorando sin parar.

—Lo siento. Lo siento. —Repetía el adolescente.

—Déjalo, Leon. La culpa de todo esto, no es tuya. —Dijo la mujer poniéndose la bata de nuevo, y llevándose el cigarro a los labios, mientras se volvía a sentar sobre el escritorio. —Vístete y lárgate. Ya resolveré la deuda de tu padre, a la vieja usanza.

Sin dejar de llorar y de disculparse, el adolescente comenzó a vestirse a toda prisa y se dispuso a salir por la puerta.

—Un momento. —Llamó Úrsula. —Sal por atrás. Evita a tu padre. —El joven Leon se giró y miró a la mujer, quien le señalaba una puerta tras el escritorio. —Se ve a la legua que es un mal nacido. Y los moratones que recorren tu cuerpo son de sus palizas. No hace falta que lo confirmas, sé de lo que hablo.

»No vuelvas a casa. Aléjate de él.

—No tengo a dónde ir. —Contestó el joven, sin dejar de llorar. 

—Pues será un milagro que llegues a la edad adulta, chico. —Dijo Úrsula, con cierto pesar, soltando el humo de sus pulmones. —Buena suerte.

Y el joven Leon salió corriendo por la puerta trasera.

De repente el espacio se quedó completamente a oscuras.

Leon y Claire se pusieron de pie, tratando de escudriñar en la oscuridad, sin ningún éxito. Y fue entonces cuando llegó el sonido. Solo sonido.

—¡Hijo de puta! ¡Ven aquí! —Se escuchaba gritar al comisario.

—No, no, papá, perdóname, perdóname. —Se escuchaba suplicar al joven Leon. —Lo intenté. Te juro que lo intenté.

—¿Qué lo intentaste? ¡Te faltan huevos! Sigues siendo un niño de mierda, y seguirás siéndolo todo tu vida. —Le gruñó el padre como apretando los dientes. —¿Ves como me han dejado la cara? Bien, pues vamos a ir a juego. ¡No corras!

—¡Papá, por favor, no! —Gritó el joven Leon, mientras se escuchaban pasos corriendo, objetos rompiéndose contra el suelo y puertas cerradas que después se venían abajo.

—¡Ven aquí, desgraciado! —Rugió su padre.

—¡Papá, no! ¡Para, para! ¡Perdóname!

Una serie de golpes y cristales rompiéndose se siguieron y después un sin fin de golpes amortiguados y huesos rompiéndose acompañados de los gritos del joven Leon que llamaba a su madre, sabiendo que ella ya no podía salvarlo.

—¡Mamaaaaa! ¡Mamaaaa!

Claire se tapó los oídos, pero esos gritos desesperados que clamaban por ayuda, se habían metido dentro de su cabeza, rompiéndola en mil pedazos y haciéndola temblar de miedo, como si fuera ella quien estuviera recibiendo esa paliza que solo podían escuchar.

La pelirroja empezó a gritar a su vez. Era demasiado. No podía soportarlo. No aguantaba el miedo y la impotencia que la embargaban por completo.

—¡Claire! —Dijo Leon  a su lado, y a tiendas se tomaron de la mano y después se abrazaron con fuerza.

Entonces la luz volvió y el sonido se apagó tan abruptamente, que tanto Leon como Claire sintieron los pitidos en el oído interno, propio de los daños en las células ciliadas.

Ambos tenían la respiración acelerada y se abrazaban con extremada fuerza, casi con miedo de separarse sin saber qué sería lo siguiente que el rey de las pesadillas les tenía preparado.

Nada ocurría.

Ambos se separaron mínimamente y se miraron a los ojos.

—¿Estás bien? —Preguntó Leon, limpiando las lágrimas en los ojos de Claire.

—No. No estoy bien. —Contestó la pelirroja sin poder dejar de llorar. —Leon. Te han ocurrido cosas horribles en la vida. Cosas muy fuertes. Has vivido un auténtico infierno. Y estuviste siempre solo. —Claire alargó sus manos y tocó el rostro del rubio. —¿Dónde estaba el resto de tu familia? ¿Por qué nadie te salvó? ¿Por qué? ¿Cómo has conseguido salir adelante?

Leon suspiró cerrando los ojos. Cogió las manos de Claire  y se llevó sus nudillos a los labios, dejando dos suaves besos en ellos.

Cuando abrió los ojos, los océanos de Claire eran dos tormentas perfectas, que sentían su dolor como propio.

—No tengo tíos ni primos. Y mis abuelos vivían en otro estado. Creo que nunca sospecharon anda. Pero en cuanto pude me largue de esa casa. —Contestó Leon. —El alcohol hacía que todo doliera menos y... Peyton... ella fue muy importante.

»Cómo con el tiempo me convertí en una mierda de persona y acabé siendo más parecido a mi padre de lo que jamás querría reconocer, es algo que no sé contestar. Pero creo que ser tan cabrón de alguna forma también me salvo la vida.

Claire y Leon no separaban sus ojos sinceros el uno del otro.

—Ese día, ¿la paliza fue tan grave cómo parecía?

—Sí. —Contestó Leon. —Creo que ese día intentó matarme. Y creo que pensó que lo había hecho, cuando se fue a dormir la mona.

»Pero al día siguiente me desperté. Y cuando mi padre me vio... me llevó al hospital, diciendo que una pandilla de adolescentes me habían pegado. Y estuve ingresado una semana. 

»Pero no lo hizo por mí sino por evitar las habladurías. Y lo pudo pagar porque los policías y su familia tienen ciertos derechos, sino, tal vez sí que hubiera logrado matarme.

—Dios mío. —Dijo Claire abrazándose fuerte a su Leon. —Lo lamento tanto. —Separándose volvió a mirar a los ojos del agente especial. —En realidad eras un muchacho muy, muy fuerte. Mucho más fuerte que tu padre.

»Y te has convertido en el hombre que más admiro en el mundo. En mi persona favorita. —Claire sintió la emoción regresar a sus ojos. —Y conocer tu pasado no hace más que afianzar mi amor por ti. Quiero que lo sepas. Ahora te admiro más y te amo más y te deseo más que antes. —Claire trató de sonreír a su agente especial, sabiéndose demasiado cursi. —Llevas toda la vida sobreviviendo a monstruos. Mira si eres fuerte.

»Te amo, Leon. Te amo mucho, mucho, mucho.

En ese preciso instante, sin que ninguno de los dos lo hubiera escuchado llegar, apareció a su lado el padre de Leon y, lanzando un gancho potente, golpeó a Leon en la cara, tan fuerte, que el agente especial giró sobre sí mismo cayendo al suelo de rodillas.

—¡Hey! —Gritó Claire, cogiendo al hombre de un brazo, evitando que se echara sobre Leon.

El comisario, se giró y miró a Claire a los ojos. La pelirroja sintió temblar todo su cuerpo ante la muerte que vio en esos infernales ojos azules.

El comisario golpeó el centro del pecho de Claire enviándola lejos, justo cuando Leon se ponía de pie, observando a la pelirroja caer de espaldas casi al borde de la oscuridad.

—¡¿Crees que voy a dejar que salgas de está casa y me abandones como lo hizo tu madre?! —Gritó el comisario en dirección a Leon.

Leon recordaba a su padre más grande en aquel entonces. Pero ahora, desde su altura, no parecía más que un viejo cobarde, borracho y deleznable que no tenía dónde caerse muerto.

—Mi madre no te abandonó. Se murió. No tuvo elección —Contestó Leon, recordando sus palabras de antaño. —Pero yo sí que tengo elección, y elijo abandonarte a tu suerte. No volverás a verme en tu vida.

—Retiraré tu beca de la academia de policía. No podrás quedarte con ellos.

—Ese es mi derecho. Y nadie puede privar de un derecho a nadie. Y no estás por encima de la ley.  —Contestó Leon que sabía muy bien de lo que hablaba. —Amenaza cuanto quieras. Tienes las manos atadas.

»Y la mujer a la que acabas de golpear es la mujer de mi vida, y esto no va a quedar así.

—¡Eres un grandísimo hijo de puta! —Gritó su padre lanzándose de nuevo a por Leon. Pero Leon ya no era aquel chaval lleno de rabia que no sabía defenderse. Y lo más importante de todo. Se acababa de dar cuenta de que ya no le tenía miedo.

El rubio esquivó el golpe de su padre y le lanzó un potente puño a la cara de vuelta, que su padre no pudo esquivar.

Su padre, llevándose una mano a la nariz, comprobó que esta comenzaba a gotear en rojo y, observando la sangre en sus dedos, comenzó a reírse, y después a carcajearse, mientras la sangre bañaba sus dientes y su boca.

—¿El niño de mierda ya no es un niño? —Preguntó el comisario con retorica, mientras hilos de sangre caían al suelo. —Muy bien. Veamos que tal se te da.

Scott se lanzó de nuevo contra Leon, pero ahora con más fuerza, agilidad y velocidad.

Leon esquivaba sus puñetazos con facilidad. Era como si ambos tuvieran la misma fuerza y se movieran igual. Si no te fijabas en los pequeños detalles, casi parecían dos hermanos idénticos peleándose, así era su parecido pese a que uno era más bajo y viejo que el otro.

Pero Leon estaba más cabreado.

Claire, se incorporó y observó como padre e hijo se peleaban, sin que ninguno llegara realmente a tocar al otro.

Leon entonces saltó girando sobre sí mismo y descargó una potente patada sobre la cabeza de su padre, quien cayó al suelo con un fuerte golpe.

Sin dejarle tiempo de reacción, Leon corrió hacia el comisario, colocó una rodilla sobre su espalda, inmovilizándolo y, con el cuchillo de combate, tirando de su pelo hacía arriba, degolló el cuello de su padre.

—¡Hijo de puta! ¡Niño de mierda! ¡Desgraciado! —Se escuchaban los gritos de su padre por todo el espacio, mientras su voz comenzaba a transformarse en la voz de voces.

La sangre comenzó a salir con la fuerza de una manguera del cuello de Scott, empapando el suelo de sangre, donde Leon se podía ver reflejado, con el ceño fruncido y el cuchillo en la mano.

Lo había hecho. Había matado a su padre, como tantas veces había deseado. Y no se sentía ni mucho menos feliz.

Dejando caer el cuchillo al suelo, cerró los ojos y se llevó las manos a la cabeza. Se tenía que recordar que no era real para no perder el norte.

 El cuerpo de su padre bajo su rodilla, desapareció como el humo al igual que la sangre.

Claire había observado toda la escena absolutamente atónita. Y cuando Leon cortó el cuello del comisario, sintió un escalofrió letal recorriendo su espalda, incrédula de que Leon se atreviera a matar a su propio padre.

Pero cuando este desapareció bajo el cuerpo del rubio, recordó que nada de lo que sucedía ahí dentro era real. Y que Leon no acababa de matar a su padre. Solo acababa de terminar con alguno de sus miedos más profundos.

Leon se incorporó, cogiendo el cuchillo, y se aproximó hasta dónde estaba Claire, ofreciéndole una mano para levantarse.

—¿Te hizo daño? —Preguntó el rubio con la respiración agitada. Puede que nada ahí dentro fuera real, pero el cansancio físico y los golpes se sentían muy reales.

—Sí. —Contestó Claire, algo azorada. —Pero no es real.

—No, no lo es. —Contestó Leon. —Nada lo es. Esto es solo una maldita pesadilla. Pero está acabando conmigo. Si supiera cómo rendirme, lo haría —Dijo Leon, pensando detenidamente. —¿Por qué no soy capaz de controlarlo si estamos en mi cabeza?¿Soy yo mismo quien se está castigando así? —Eso último, lo dijo más para sí, queriendo descifrar algo que se le escapaba.

En ese preciso instante, comenzaron a entrar en la zona de luz varias mujeres y todas la misma.

Shenmein

Vestían con la misma ropa que la Shenmein original llevaba el día que murió. Vaqueros negros, camiseta negra y chupa negra.

Llevaba el pelo recogido en una coleta baja y calzaba unos zapatos planos.

Leon y Claire retrocedieron hasta el centro de la circunferencia de luz dibujada en el suelo, mientras todas ellas se aproximaban con rostros compungidos.

—Shenmein. —Dijo Claire. —Es ella, ¿verdad?

—Sí. —Contestó Leon. —Y ya sé porque está aquí.

Todas ellas se detuvieron y comenzaron a girar alrededor de ellos, mirando únicamente a Leon.

—Me dejaste sola, Leon. —Comenzaron a hablar todas las Shenmein al mismo tiempo, con tanta precisión, que parecían hablar con una única voz. —Me dejaste sola, ante un monstruo, y no hiciste nada por ayudarme. Eramos compañeros.

—¿Eso es lo que crees? —Le preguntó Claire a Leon, dándose cuenta de que todo lo que ocurría ahí dentro eran los hechos desde el punto de vista de Leon. Desde sus pensamientos más profundos y sus remordimientos más injustos.

El rubio no respondió. En cierta forma, sí se sentía culpable de su muerte. Si hubiera sido más rápido, o si hubiera sido más ágil...

—No fue tu culpa. —Dijo entonces Claire, por encima de la voces de Shenmein.

—Claro que lo fue. —Dijo Shenmein por encima de la voz de la pelirroja.

—¡No lo fue! —Les gritó Claire. —Leon trató de llegar y de hecho casi se cae a un río de ácido por alcanzarte, yo lo vi. 

»Leon, —La pelirroja centró su atención en el rubio a su lado. —, no te engañes. Tú no tuviste la culpa.

—Entonces, ¿por qué acabe así? —Dijeron las Shenmein, rompiendo todas a la vez sus cuellos, salpicando tanto al rubio como a la pelirroja con su sangre e inundando sus oídos con ese horrible sonido de su columna vertebral partiéndose en dos.

La pregunta se repetía en el espacio una y otra y otra vez, como el eco de la muerte.

Leon cerró sus ojos y se tapó los oídos. No quería seguir escuchando nada más. Nunca había permanecido tanto tiempo en sus pesadillas. Nunca su mente había abierto tanto el cajón del dolor. No sabia si aguantaría más. Se sentía tan enfermo que se quería morir.

Pero entonces Claire apoyó sus manos sobre las del agente especial, para ayudarle a no oír nada.

—Para escuchar mentiras, vale más no oírlas. —Dijo la pelirroja.

Leon se quedó mirando los profundos ojos de Claire y comprendió que tenía razón. 

No era culpa suya. Nada lo era. 

Ni la muerte de Shenmein, ni la ira de su padre, ni el abandono que sufrió, ni la pérdida de la gente que estuvo en su vida. No podía siguiera responsabilizarse de no comprender la muerte de su madre a los siete años, ni de no tener el estomago para prostituirse siendo un adolescente. Ni de haberse convertido en un borracho cabrón que le rompió el corazón a una chica maravillosa e inocente.

Porque todo le había caído encima, antes incluso de tener conciencia de sí mismo o un cerebro completamente desarrollado como para saber salir de esas circunstancias, y salir de pie.

Leon apartó sus manos de sus oídos muy lentamente. Miró a la Shenmein doblada, rota y destrozada, que parecía moverse como una muñeca sustentada con hilos, totalmente ensangrentada y que seguía  hablando como si nada, haciendo su estúpida pregunta, como si romperse el cuello no fuera suficiente para acabar con ella en sus pesadillas.

Leon bajó sus manos, observando a cada Shenmein con ojos estrechos pero compasivos. 

Acababa de resolver el puzzle.

—Moriste, porque Jason te mató. —Comenzó Leon, con calma y acierto. —Te acercaste demasiado a él, tratando de apaciguarlo, y él te mató de una forma horrible.

»Siempre sentiré tu muerte Shenmein. Y ojalá hubiera estado en la posición de salvarte, pero no lo estaba.

»Lo siento mucho. Pero yo no soy el responsable de tu muerte.

» No soy culpable.

Y dicho esto, Shenmein, todas ellas, se detuvieron, clavando sus ojos extremadamente abiertos en él y, de repente, se deshicieron como el humo.

Hubo un silencio. Una extraña calma. Pero antes de que Leon y Claire pudieran celebrar la victoria, el espació comenzó a temblar de forma tan brutal, que Leon y Claire cayeron al suelo de rodillas.

La luz sobre sus cabezas parpadeaba, y parecía que el suelo quería girar colocándose en vertical , haciéndolos caer a la nada.

Leon Y Claire se abrazaron con fuerza. Si caían, caerían juntos.

La voz de voces se hizo oír.

“¡No puedes deshacerte de mí, Leon! ¡Tú me creaste y yo cumplo con mi función!” Dijo la voz, sin mostrarse de forma corpórea. “Pero si me obligas, entonces usaré esa culpa que de la que no te puedes deshacer.”

En ese momento, miles de pantallas se encendieron alrededor de ellos, como si siempre hubieran estado ahí, formando una cúpula de luz y mostrando a Claire, preciosa como siempre, con su chupa de cuero roja y su brazo en cabestrillo, sonriendo.

“Hola.” Saludaba la pelirroja.

“¿Qué tal el brazo?” Preguntaba Leon, en primera persona. La escena se mostraba desde los ojos del agente especial.

“Mejor.” Respondió la pelirroja. “Aunque, me escapé del hospital.”

—Soy yo. —Susurró Claire. —Esta es la conversación que tuvimos delante de La Casa Blanca.

—Sí. —Dijo Leon, mirando las pantallas. —Ya sé dónde me va a golpear.

“¿Cuándo dejarás de tratarme como a una cría?” Preguntó la Claire de las pantallas.

“Tal vez nunca.” Contestó el Leon de las pantallas.

“Por cierto. ¿Y el USB? ¿Lo tienes?” Preguntó la pelirroja.

“Creía que me llamabas para cenar.” Contestó Leon y a través de las pantallas ahora se veían sus pantalones, y su mano metiéndose en uno de los bolsillos del pantalón, sacando el USB.

“Quiero hacerle una copia el USB. Quiero entregárselo a los periódicos.” Decía Claire mientras en las pantallas todavía solo se veía la mano de Leon con el USB en su palma. “Esto va a ser un escándalo monumental.”

Se hizo el silencio. Leon cogió la mano de Claire, mirándola con pesar. Y Claire cogió la mano de Leon, devolviéndole ese pesar.

“No puedo.” Contestaba entonces Leon, y en la pantalla volvió a aparecer el rostro de Claire. Mirándole con ojos grandes y sorprendidos. Con dos océanos cuyo oleaje comenzaba a crecer.

“¿Cómo?” Preguntaba la pelirroja, sin entender. Pero Leon no contestaba. 

Entonces la cara de la pelirroja cambió. Ya no había sorpresa. Solo decepción. El rostro más grabado en la mente de Leon.

 “Así que eso quieres. Tú lo harás a tu manera y yo a la mía.” Y Leon asintió, todavía sin decir nada. 

“Muy bien. Vale.” Dijo la pelirroja, cuyo rostro estaba cambiando de la decepción, al enfado, mientras se giraba y se alejaba. Entonces se detenía y se giraba hacia Leon, de nuevo. 

“Te lo vuelvo a decir.” Empezó Claire, cuyo rostro de enfado, se convirtió en pena. “El traje te queda fatal.” Y con esto la pelirroja se giró y se alejó calle abajo, sin mirar atrás.

Leon miró a Claire a su lado.

—Lo siento. —Dijo el agente, dejándose caer de rodillas. —Lo siento muchísimo.

Antes de que Claire pudiera decirle que no tenía que sentir nada. Que solo había sido un desencuentro, y que ella era la máxima responsable de las consecuencias derivadas, las pantallas parpadearon, mostrando el rostro decepcionado de Claire y la voz de Leon envolviéndolos mientras repetía una y otra vez. “No puedo”.

El agente especial agachó la cabeza. Esa cara. Ver a Claire tan intensamente decepcionada con él, se le clavaba en el corazón como un clavo oxidado por el tiempo y que por tanto, dolía más y era más infeccioso.

La voz de voces se hizo oír de nuevo, mientras la cara de Claire ocupaba todas las pantallas como si solo fueran una. Gigante, con esos ojos azules llenos de tristeza.

“¿Ves?” Dijo la voz. “No la mereces, Leon. Eres una constante decepción. No puedes hacerla feliz.” En ese momento el ser pálido que abitaba en las pesadillas del rubio se volvió corpóreo ante el agente especial, y cogió a Leon por su cara para clavar sus ojos en el. “Tú solito la perdiste, porque eres un perro del gobierno. Ni siquiera la mujer a la que amas fue lo suficientemente importante para ti. Tus acciones son irreversibles.” De repente, ese ser monstruoso y terrible comenzó a cambiar su forma y pasó a tener la forma del propio Leon. 

Un clon simplemente perfecto. 

Dos Leon al mismo tiempo. Uno en posición sumisa y otro en posición dominante. Si no fuera porque estaban en una pesadilla, de repente la situación podría ser del todo excitante. 

“Mírate, Leon.” Dijo la voz de voces. “¿Tú te perdonarías? ¿Honestamente? Porque déjame decirte algo. Lo único que mereces, es vivir cada día de vida que te queda atormentado. Y porque lo sabes, es que yo estoy aquí.”

Claire, que ya había escuchado suficiente, se lanzó contra el falso Leon, empujándolo lejos mientras se colocaba frente al Leon en el suelo, de forma protectora.

El otro Leon, ni siquiera había llegado a tocar el suelo. Giró en el aire poniéndose de pie y peinando su pelo hacia atrás.

“Esto será divertido, impostora.” Habló la voz de voces. “Porque te voy a sacar de su cabeza a la fuerza y para siempre. No seré delicado.”

—¡Inténtalo! —Contestó Claire, que sentía más miedo del que estaba dispuesta a mostrar.

El Leon falso corrió hacia ella y la placó, arrastrándola casi hasta el borde de la oscuridad, donde rugidos de bestias seguían rodeándolos.

Pero la pelirroja no se iba a dejar ganar tan fácilmente. Podía sobreponerse a un placaje, aunque fuera de esas magnitudes.

Cambiando la inclinación de su cuerpo, y ganando en tamaño, frenó ese barrido quedando a escasos centímetros del borde de luz.

“Nos pone mucho tu aspecto gigante.” Dijo el falso Leon, sonriendo a Claire con  peligro y sin dejar de empujar. “Pero eso no te va a salvar de mí.”

El Leon falso, cambió la postura de su cuerpo, quedando de espaldas a Claire, mientras pasaba su brazo por encima de su hombro y ejercía fuerza luxándoselo hasta escuchar el chasquido de sus huesos rotos, y los gritos  agudos de la pelirroja.

Acto seguido, la lanzó por encima de su hombro, contra el suelo y, aprovechando el dolor y el aturdimiento, se colocó encima de ella y comenzó a propinarle poderosos puñetazos en la cara.

Claire se protegía como podía con sus garras, sintiendo como reales todos esos golpes. ¿Era posible morir en los sueños?

“¡Sal de su cabeza de una vez!” Gritaba el Leon falso ejerciendo más fuerza en cada golpe.

Entonces, dejando espació, giró a Claire, colocándola boca a bajo, y la cogió por la coleta dándole tres vueltas a su pelo rojo sobre su muñeca. Colocó una bota en la nuca de Claire y comenzó a tirar hacia atrás de su pelo.

Claire nunca había sentido un dolor similar a ese. Se sentía como si en cualquier momento fuera a separar su cabeza de sus hombros. Tenía que salir de esa, pero no sabía cómo.

 “¿Dónde está todo ese coraje y esa fuerza ahora, eh?” Dijo riéndose la voz de voces, inclinando más su cuerpo hacia atrás, creyendo la pelea ganada.

Pero la pelirroja había prometido que no dejaría a Leon solo y no tenía intención de no cumplir su promesa.

Usando todas las reservas de fuerza que le quedaban, Claire elevó su peso y el del clon y, flexionando sus rodillas, tomó impulso y se dejó caer de espaldas aplastando bajo sí misma al falso Leon.

Este se vio obligado a soltar la coleta de Claire, lo que le dio a la pelirroja la ventaja de incorporarse, pero por poco tiempo.

Cuando miró al Leon clonado, este, apoyando su peso sobre sus brazos, giró haciendo un molino con sus piernas. En un rápido movimiento, atrapó a Claire por el cuello, y esta quedó tumbada boca arriba, con la cabeza entre el gemelo y el muslo del falso agente especial, que controlaba con su otra pierna el tren inferior de la pelirroja.

La estaba asfixiando.

Claire trató de defenderse con los brazos, pero uno estaba inmovilizado por la pierna en su cuello y el otro fue atrapado por los brazos del clon, que estirando su cuerpo hacia atrás parecía a punto de desmembrarla.

Claire no tenía aliento siguiera para gritar, mientras sendas lágrimas caían por sus ojos. 

¿Era imposible vencerlo? Ese ser era exactamente igual que Leon. No solo por su físico, sino por su forma de pelear. Lo había imitado todo a la perfección. Leon era muy bueno en el cuerpo a cuerpo. Dominaba tantas técnicas de lucha que era una locura querer enfrentarse a él. Sin hablar del uso de cuchillos o de armas de fuego. Y ese maldito ser, había aprendido cada movimiento y cada técnica, tal vez, al mismo tiempo que el verdadero agente especial.

Claire lo miró a los ojos, y estos ya no parecían azules, sino rojos. La manera en que la miraba, con diversión, sonriéndola mientras la mataba, había sido sin duda el momento de mayor temor de Claire.

 “Eres mucho más débil de lo que pensaba. Me he esforzado muchísimo, para nada. Podría haberte destruido de un pisotón desde el momento en que metiste aquí tus narices, preciosa.” Le decía la voz de voces sin dejar de sonreír. “Dime, ¿quién protege a la que protege?”

—Yo, grandísimo hijo de puta. —Dijo el verdadero Leon, propinándole una patada en la cara a su clon perfecto, enviándolo lejos y esta vez, dejándolo medio aturdido.

—Claire. —Llamó Leon, agachándose a su lado, viendo la cara de la pelirroja amoratada y con brechas sangrientas que comenzaban a cerrarse por efecto de la autoregeneración, mientras esta se incorporaba tosiendo profusamente y tratando de recuperar el aliento. —Dios, mío, ¿cómo he tardado tanto? —Susurró el agente especial al mirarla.

—Te perdono, Leon. —Dijo Claire, mirándole a los ojos. —Creo que eso es lo que necesitas escuchar para acabar con todas estas pesadillas. —Comenzó a hablar Claire, entre tos y tos. —Te perdoné hace muchísimo tiempo, solo que no te lo hice saber.

»Pero con la mano en el corazón Leon, te perdono por no entregarme el USB. Igual que tú me has perdonado mi falta mayor de separarnos. Ese USB nunca ha sido más importante que tú.

»Tal vez los dos somos culpables de lo que nos hicimos, y nos toca aceptarlo con resignación.

—No es tan fácil. —Contestó Leon, emocionado por las palabras de Claire. —Yo dibujé en tu rostro la decepción, la rabia y la pena. Yo te empujé a reaccionar como lo hiciste. ¿Cómo me puedo perdonar?

—Amándome, Leon —Respondió Claire como si tuviera la certeza de que esa era la única verdad. —Amándome sin parar.

—Pero eso ya lo hago. —Susurró Leon, sin apartar los azules de sus azules.

—Pues si puedes amarme y perdonarme, —Dijo Claire acariciando el rostro de su rubio. —Entonces puedes amarte y perdonarte. 

»Es la única forma de que lo que sientes por mí sea real, ¿no lo ves? El amor y el perdón, empiezan por uno mismo.

Las palabras de la pelirroja eran tan acertadas, que de repente para Leon todo tenía sentido. Se empezó a sentir muy ligero, feliz, emocionado.

El agente especial no podía ni quería separar su ojos del rostro de la pelirroja, que, aunque manchado, ya no presentaba ninguna herida ni moratón y se la veía tan perfecta y hermosa como siempre había sido.

Los dos se sonrieron, como si estuvieran completamente solos y como si ninguna amenaza los acechara.

Leon bajó sus ojos hasta los labios de cereza de Claire.

—Me perdono. —Susurró Leon, a tiempo que juntaba sus labios a los deliciosos labios de la pelirroja, dándole un beso suave y dulce, que sellaba sus palabras.

Claire le devolvió el beso, saboreando al amor de su vida con pasión y casi necesidad, respirando su mismo aire y sintiendo renovar sus fuerzas.

“Qué enternecedor.” Dijo la voz de voces, interrumpiendo el beso del perdón, mientras el Leon falso se acercaba a ellos aplaudiendo. “Pero tú.” Dijo señalando a Claire. “Vas a salir de su cabeza por las malas. Y tú.” Dijo señalando entonces a Leon. “No te puedes perdonar. Eres incapaz de hacerlo.” Entonces el Leon falso sonrió al Leon real con la misma sonrisa peligrosa de antes. “Si pudieras, yo ya no estaría aquí.”

—Pues eso tiene fácil solución. —Dijo Claire, poniéndose de pie y sacando sus garras a relucir.

—Creo que estamos pensando lo mismo, amor mío —Dijo Leon, sonriendo a Claire, mientras cogía el cuchillo de combate en posición de ataque, fijando sus ojos en los mismo ojos que compartía con el clon.

El falso Leon, los miró a los dos, agazapándose con claras intenciones de luchar, sin perder la sonrisa. 

Bueno, un poquito.

Leon y Claire corrieron hacia el falso Leon y el falso Leon corrió hacia ellos.

Se abalanzaron unos contra el otro, pateando, esquivando, golpeando, cayendo, arañando.

Aunque eran dos contra uno, el falso Leon contaba con el poder de su propio reinado, que le permitía salir y entrar en las sombras sin consecuencias y además también controlaba el suelo que los sostenía y las lunes que los alumbraban, usándolos como clara ventaja contra la pareja.

La pelea fue larga, dura y agotadora, pero nuestros protagonistas se movían en una coreografía perfecta en la que se protegían mutuamente sin darle ningún respiro al maestro del horror.

Y aunque la lucha fue cansada y ardua, una cosa quedó clara con el desenlace. 

Leon y Claire, juntos, eran invencibles.

Cuando Claire cogió al falso Leon por detrás, practicándole un mata león, y comenzó a tirar de este con la potencia de sus musculosos brazos, haciéndole doblar su espalda casi como una “C”, Leon aprovechó el momento y clavó su cuchillo en el corazón del falso Leon, poniendo fin a su pelea.

De la boca del falso Leon, comenzó a salir sangre a borbotones y parpadeaba con ojos asombrados como no creyendo que le hubieran vencido.

Leon, cuyo cuchillo seguía clavado en el pecho del clon, tiró de este hacia abajo abriéndolo en canal, haciendo que todos sus órganos se desparramaran en el suelo, al tiempo que la voz de voces gritaba ensordecedoramente por toda la negritud del espacio.

Claire sintió como el clon se volvía humo, desapareciendo en el aire.

 De repente el espacio negro, oscuro y temible, se volvió blanco, brillante y apacible.

Tanto Leon como Claire miraban alrededor sonriendo, sintiéndose ellos también en otro plano más elevado.

Se miraron y corrieron a abrazarse, volviendo Claire su forma más grande y fuerte a su forma humana, rodeando el cuello del rubio con sus brazos y su cintura con sus piernas, mientras Leon la sostenía por debajo de sus glúteos.

Y se besaron. Como no podía ser de otra manera. En fin, después de tantos años deseando hacerlo, ahora que ya se habían dado permiso, no se iban a contener.

—Gracias. —Dijo Leon cuando se separaron, apoyando su frente en la frente de la pelirroja. —No sé cómo lo has hecho. Pero gracias.

Claire sonrió estrechando más a su rubio contra sí, cuando la figura esquelética del horror apareció al lado de ellos.

Leon y Claire se alejaron, dispuestos a combatir, pero el ser levantó sus huesudas y terroríficas manos, mostrando sus palmas en son de paz.

“Habéis ganado.” Dijo la voz de voces. “Me habéis derrotado en mi propio reino. Algo que nunca antes había ocurrido.

»Pero Leon no se puede deshacer de mí. Todos los humanos sufren pesadillas. Es inevitable.

»Cómo has logrado entrar aquí, es algo que no puedo comprender, pero no deberías estar con nosotros. Este espacio no está preparado para cobijar a dos huéspedes. Estás poniendo en peligro la cordura de Leon.” Dijo esto último el ser monstruoso mirando directamente a Claire.

“Puede que yo ya no tenga ningún reinado, y que me hayas quitado la responsabilidad de castigarte. Pero nos volveremos a ver Leon. Cuando necesites a tus pesadillas, nos volveremos a ver.”

Y dicho esto, el ser desapareció como el humo.

Claire y Leon se miraron, comprendiendo las palabras de la voz de voces. Comprendiendo que Claire se tenía que marchar.

El espacio a su alrededor comenzó a brillar demasiado intensamente. Tanto que ambos tuvieron que usar sus brazos para protegerse los ojos de semejante claridad, cerrándolos a su vez para no quedarse ciegos.

Pero cuando volvieron a abrir los ojos, se vieron uno frente al otro, cielos contra océanos, compartiendo un estrecho catre, en una pequeña habitación, iluminados por la cálida luz de unas velas.

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

 

Chapter 16: De fortuna y pasiones

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Cuando la blanquecina luz cegadora llegó a su cenit, el mundo onírico se deshizo entre brumas ante sus ojos devolviendo al espació esa cálida atmósfera de cuento dónde las luciérnagas danzaban en destellos, por aquí y por allá.

Cuando Leon abrió los ojos, antes siquiera de enfocar la vista o racionalizar lo que le entraba por ellos, lo que percibió en su fuero interno fue la sensación inusual de sentirse muy descansado, tranquilo y reconfortado.

Para el agente especial sentirse así era realmente algo muy nuevo, pues normalmente se despertaba agotado, abatido y nervioso, y solo una buena ducha conseguía traerlo de vuelta al mundo real. Por no hablar de esos despertares a intervalos de dos minutos que solían ser su tónica general. Al no ser que entraran en acción las pastillas para dormir, claro.

El rubio había tenido un sueño muy extraño. Muy extraño.

Había soñado con Claire. Había soñado que la pelirroja se había colado en sus pesadillas. Y que juntos habían destruido ese mundo de horror, liberando al rubio de una condena autoimpuesta que lo estaba matando un poco más, día tras día.

En el sueño, Claire conocía las partes más oscuras y traumáticas de su pasado, y Leon sintió eso como parte de su liberación. Las cargas, compartidas, eran menos cargas, al fin y al cabo.

Cuando abrió un poco más los ojos y miró de frente, justo tenía la preciosa cara de Claire delante, que ya había abierto los ojos a su vez, y le observaba en silencio.

Lo cierto es que Leon, transformado de repente en Ricardo III en plena batalla, daría su reino por despertar cada día de la vida que le quedaba al lado de Claire. Siendo esos increíbles ojos azules, y grandes como los océanos, las dos primeras cosas que viera al aterrizar al mundo real.

La pelirroja era tan hermosa que casi dolía. Y recién despierta, era casi hipnótica. Con su pelo salvaje queriendo escapar de su coleta, con sus ojos perezosos, sus mejillas sonrosadas y esos labios... esos labios.

El rubio podría pasarse así, observándola sin decir nada, horas y horas. El efecto que la pelirroja ejercía sobre él, era soberbio.

Y podemos decir que más soberbio, desde que se retiraran cualquier tipo de máscara y la verdad sobre lo que sentían el uno por el otro saliera a la luz.

Hacía unas horas, Leon había destrozado esos labios con besos salvajes. Había visto esos ojos estallar de fuego y había sentido el cuerpo de Claire derretiéndose entre sus brazos.

Lo había deseado durante tanto tiempo, que de alguna forma se sentía irreal. Sobre todo después de despertar. 

Si en el fondo no tuviera la certeza de que algo así había ocurrido, le acojonaría descubrir que todo había sido un sueño.

Si estaba en su mano, Leon no volvería a pasar ni un solo día sin tocar a Claire. Ni un solo día.

Claire entonces, le sonrió dulcemente a labios cerrados y Leon le devolvió la sonrisa. Vaga pero auténtica.

El agente especial fue el primero en moverse. Y se sentía como tratar de mover una roca. No por agotamiento físico, ya hemos dicho que por primera vez se había despertado descansado, sino porque no quería romper el nido.

En algún momento, durante la noche, la posición de ambos en el catre había cambiado, y habían terminado los dos de lado, mirando el uno hacia el otro, con una pierna de Claire sobre la cintura de Leon; una pierna de Leon debajo de los glúteos de Claire; un brazo de Leon sobre la cintura de la pelirroja y el otro abrazándose así mismo; y los brazos de la pelirroja recogidos sobre su pecho, acurrucada muy cerca del rubio.

Así se dormía incluso mejor que en la postura que tomaran inicialmente.

Leon retiró su mano de la cintura de Claire y se frotó los ojos, mientras sacaba la otra con cuidado para mirar su reloj.

Cuando miró la hora, tuvo que pestañear varias veces para cerciorarse de estar viendo correctamente.

Habían dormido cinco horas. Él había dormido cinco horas del tirón, sin despertarse. Obviamente las pesadillas se sucedieron, pero no se despertó en ningún momento. El agente especial estaba muy asombrado.

Claire comenzó a desperezarse frotándose también los ojos y tapándose la boca ante un bostezo muy tierno y sonoro, como un pequeño dinosaurio.

—¿Qué hora es? —Preguntó Claire, con la voz suave como el terciopelo, casi como un suspiro.

—Las ocho de la mañana. —Contestó Leon, con la voz ronca. Tenía sed. —Hemos dormido cinco horas seguidas.

—No es mucho. —Comentó Claire, volviendo a la postura inicial.

—No, pero para mí, es como un puto milagro. —Contestó Leon imitando a Claire.

Y volvieron a quedarse mirando y sonriendo con parpados pesados y labios sellados.

—Te lo tengo que decir. —Habló Leon. —Te ves preciosa recién despierta.

Claire se río pesadamente, llevando todas esas vibraciones hacia su pecho, que convulsionó deliciosamente mientras cerraba los ojos.

—No es por romper la magia. —Respondió Claire. —Pero no eres el primer hombre que me lo dice.

Leon fue quien se rió ahora de la misma forma sutil que Claire. La pelirroja se la había devuelto..

—Sentiría una envidia terrible, sino fuera porque te tengo delante, y ahora mismo el envidiable soy yo. —Contestó el rubio mordiéndose el labio inferior.

—Yo tengo que tachar varias cosas de mi lista de “Cosas que echar de menos cuando nunca las has experimentado” —Claire estiró una mano delante de ella, fingiendo que era la mentada lista, mientras con la otra fingía sostener un lápiz. —Besar a Leon, hecho; tener tremendo orgasmo con Leon, hecho; —Al decir eso, Leon no pudo evitar ronronear profundamente. —; dormir con Leon, hecho; despertarme con Leon, hecho.

»Todavía me faltan muchas cosas de la lista, pero creo que voy por buen camino.

Leon comenzó a acariciar el costado de la pelirroja, de arriba a bajo, con suavidad.

—¿Qué más hay en esa lista que deseas hacer con Leon? —Preguntó el rubio hablando de sí mismo en tercera persona, pues  le hacía mucha gracia que Claire lo estuviera haciendo.

—¡Oh! Muchas cosas. Mira la siguiente en la lista es “desayunar con Leon”. —Comentó Claire, haciendo cómo que leía sobre su lista en la palma de su mano.

—Esa la puedes tachar ya.

—No hasta que ocurra de verdad.  Son las normas. 

—¿Tienes normas sobre tu propia lista?

—Por supuesto, ¿por quién me tomas? Soy, ante todo, metódica.

Leon se río, y su mano comenzó a acariciarla permitiendo a sus dedos sentirla con mayor intensidad.

—Cuéntame más. —Ronroneó Leon.

Claire, sintiendo la exaltación del tacto de Leon, comenzó a notar cómo su cuerpo se iba encendiendo poco a poco. Y la sensación era sublime. Solo las adolescentes recién enamoradas podrán llegar a entender la impresión tan apoteósica que estaba recorriendo el cuerpo de la pelirroja y su mente, tan feliz con Leon tan cerca.

Porque tal vez el tema de la lista se lo estuvieran tomando a risa. Pero no podía ser más verdad que cada línea que Claire tachaba en su cabeza, era un extra de felicidad que acababa con el vacío de su corazón.

—Montar en moto con Leon. —Dijo la pelirroja, clavando sus ojos en los ojos de Leon. —O que me montes, como montas a tu moto.

—Ufff... —Fue lo único que Leon se vio capacitado a decir. Claire estaba empleando la metáfora perfecta para encender al rubio. Montarla como mota a su Kawasaki. Por favor, ¿cuándo?

Leon apretó solo un poco más sus dedos en la carne de la pelirroja y esta se mordió el labio inferior en respuesta, mientras estrechaba más las caderas del rubio, con la pierna que tenía encima de él.

—Ufffff, Claire. —Volvió a susurrar el agente especial ante ese movimiento de pierna y esa visión extremadamente  sensual que era verla mordiéndose el labio inferior.

—¿Sabías que cuando te excitas tus pupilas crecen tanto que parece que tienes los ojos negros? —Susurró Claire. —Es un espectáculo.

—No tenía ni idea. —Ronroneó Leon.

—Verlo es muy provocativo. —Comenzó a ronronear Claire, a su vez.

—¿Te estoy provocando? —Preguntó Leon, que comenzaba a parecer un cazador ante su presa.

—Siempre me provocas, Leon. —Contestó Claire, apoyando una mano sobre el pecho del agente especial y deslizándola hacia abajo hasta llegar a la hebilla del cinturón. —Pero si me dejas, puedo demostrarte que yo también puedo ser muy, muy provocativa. —Y dicho esto, metió cuatro dedos dentro de la cinturilla del pantalón de Leon y tiró de él suavemente acercando más su pelvis.

Leon sonrió con ojos estrechos, tratando de leer las intenciones de la pelirroja.

—¿Qué me estás pidiendo, amor mío? —Preguntó Leon, humedeciéndose los labios.

—Hace unas horas me regalaste el orgasmo más bonito que he experimentado en mi vida. —Comentó Claire, con una boca lasciva. —No prometo tener la capacidad de darte el orgasmo más bonito de la tuya, pero me encantaría intentarlo. —Claire acarició la entrepierna del rubio en un movimiento ascendente, comprobando la erección. —Y por lo que puedo comprobar, creo que a ti también te encantaría que lo intentara.

—En resumen. —Ronroneó Leon, bajando su mano hasta la cinturilla del pantalón de Claire, introduciendo el dedo índice por el borde. —Quieres que nos masturbemos.

—No, amor mío. —Dijo Claire, retirando la mano de Leon de su pantalón, colocándola de nuevo en su cintura, ante la expresión divertida pero extrañada del rubio. —Lo que quiero es que te relajes y disfrutes mientras yo te masturbo a ti.

Leon la miró en silencio, sin poder borrar su sonrisa, procesando la información.

—¿No quieres que el placer sea mutuo? —Preguntó Leon.

—Un sabio y atractivo hombre me dijo una vez que el placer tiene muchas formas de presentare. —Le dijo Claire, repitiendo las palabras que el rubio le dijera anteriormente, acercando su boca a la boca de Leon. —Verte gozar, Leon, va a ser mi dosis de placer perfecta. —Y acto seguido, la pelirroja cogió el labio inferior de Leon entre sus dientes y con suavidad tiró de él, hasta llegar al final donde mordió fugazmente al rubio.

—Ufff... —Volvió a resoplar el rubio abrazándose el torso con fuerza, mientras clavaba sus dedos en las caderas de Claire. —¿Y hasta dónde te puedo tocar yo? —Preguntó.

—Hasta donde tienes la mano.

—Pero eso es una tortura, amor.

—La tortura se va a concentrar entre tus piernas, cariño. —Dijo Claire, que se sentía tan caliente como una plancha. —Pero merecerá la pena.

Leon se mordió el labio inferior. Estaba tan duro y tan excitado que la función iba a durar poco, pero se moría de ganas de aceptar la propuesta de Claire.

A él, en general, le gustaba ser más activo en los temas concernientes al sexo. Y también se moría de ganas de perder sus dejos en la cremosa vagina de su pelirroja, y volver a verla gemir y perderse entre las estrellas cuando el clímax estallara en ella.

Pero Claire quería jugar con sus propias normas, y a Leon le parecía bien.

—Sabes que te voy a pedir la revancha, ¿verdad? —Preguntó el rubio. —Esto de no poder tocarte, va a ser duro.

—Estoy deseando verte impedirme que te toque. —Dijo la pelirroja, guiñándole un ojo.

Leon bajó su mirada y encontró las dos manos de Claire agarradas a sus pantalones con fuerza, deseando entrar en acción.

Leon volvió a levantar la vista hacia la de Claire y esta le miraba con expectación y lujuria en sus enormes océanos azules.

—Acepto.

En ese momento, Claire le sonrió, mordiéndose el labio inferior, dejándolo escapar poco a poco de entre sus dientes, mientras, sin apartar su mirada de Leon, comenzó a desabrochar su cinturón.

El sonido metálico de la hebilla abriéndose, y el del cuero deslizándose por su propia trabilla, era un preludio acústico tan excitante como prometedor.

Tanto el agente especial como Claire, tragaron saliva sintiendo como el calor de ambos crecía a tanta velocidad, que una ola de escalofríos les recorrió de punta a punta antes de comenzar a arrasarlos en llamas.

Las manos de Claire ahora desabrocharon el botó del pantalón, en un gestó rápido y sencillo y comenzó a bajar la cremallera tan lentamente, que Leon creyó que la tensión le podría matar.

Cuando acabó, la pelirroja introdujo su mano por dentro de los calzoncillos negros de Leon, haciendo contacto por fin, piel con piel, con el  suave miembro del agente especial.

Leon bajó la barbilla, con la boca abierta, sin separar los ojos de Claire, quien había echado su cabeza hacía atrás, sin separar sus ojos de los ojos del rubio, mirándolo desde arriba.

La respiración de ambos era lenta. Muy lenta. Pero intensa y sonora. Sus bocas semiabiertas, comenzaron a ser bocas lánguidamente abiertas, mientras dejaban salir y entrar el aire en sus pulmones por una autopista de cuatro carriles.

Claire envolvió sus dedos alrededor de la erección del rubio y presionó ligeramente en la cúspide deslizando mínimamente el prepucio del glande.

Leon tomó una profunda bocanada de aire, que fue soltando temblorosamente mientras su mano sobre el costado de Claire, comenzó a subir con intensidad hasta alcanzar el hombro de la pelirroja.

Claire deslizó su mano más abajo y al volverla a subir, una gota preseminal brilló en la punta del pene, que Claire, con ayuda de su pulgar, deslizó hacía el frenillo, que comenzó a acariciar en círculos antes de volver a deslizar su mano hacia abajo.

Leon se mordió el labio con fuerza mientras sus cejas se arqueaban juntando sus extremos, gimiendo ante ese exquisito toque de Claire, cerrando los ojos, intensificando la placentera sensación.

—No cierres los ojos. —Pidió Claire, cuya excitación la estaba  llevando a contonear su cuerpo más cerca del rubio.

Leon abrió los ojos y estos se veían completamente nublados de placer. Con unos parpados tan pesados que apenas era visibles poco más de la mitad de sus pupilas.

Claire siguió con sus lentas caricias ascendentes y descendentes, deteniéndose a adorar las zonas más sensibles de la erección, mientras el agente especial iba aumentando la velocidad de su respiración.

Cuando Claire, en ciento momento, ascendió comprimiendo el glande un poco más, quedándose justo en el límite entre el placer y el dolor, Leon se llevó una mano a la boca soltando un profundo jadeo mientras ponía los ojos en blanco, fruto de un placer que se estaba desbordando de sí mismo.

Claire comenzó a respirar a la misma velocidad que el rubio, sintiendo su propia entrepierna dolorosamente dura y caliente.

Ver a Leon tan sonrojado, con la respiración tan desbocada, gimiendo y jadeando tan sonoramente, estaba siendo para ella lo que ya había predicho antes de empezar. 

Un placer incalculable.

Con su mano libre, Claire apartó la mano de Leon se su boca. El rubio volvió su vista sobre la pelirroja al tiempo de ver como esta se metía su dedo índice en la boca, succionando como si fuera una felación.

Claire gimió con el dedo de Leon entre sus labios, mientras sus cejas también hacían ese recorrido arqueándose, juntando sus extremos, y sin apartar nunca sus ojos de los ojo del rubio.

Leon abrió un poco más la boca y un poco más los ojos. Realmente su iris había desaparecido en ese punto. Realmente sus gemidos estaban siendo cánticos celestiales. 

Pero cuando Claire, sin dejar de bombear su pene, se metió un segundo dedo  de Leon en su boca, el rubio ya no podía coger aire sin que sus cuerdas vocales friccionaran.

Leon volvió a poner los ojos en blanco, aunque trataba de mantenerlos en su sitio con bastante escuerzo.

Claire acompasó el bombeo del pene  de agente especial con el bombeo de sus dedos en su boca. Y para Leon, las dos sensaciones unidas, se empezaban a confundir en su cerebros que le estaba proporcionando un placer entremezclado, que lo estaba llevando más alto de lo que creía.

A medida que el bombeo iba en aumento, la respiración y los gemidos del rubio crecían; y a medida que la respiración y los gemidos del rubio iban en aumento, la respiración y los gemidos de Claire crecían a su vez, para mayor excitación del rubio.

Leon tragaba saliva cuando encontraba un hueco. Vibraba tanto en extremo calor, que su diafragma empujaba sus pulmones a ritmo de súplica, y sus jadeos ya no salían con la continuidad del inicio sino que se le entrecortaban en la garganta.

Estaba al borde de la excitación. No aguantaba más.

—Claire... —Fue capaz de decir. —Cla...  —Intentó otra vez, pero la voz entró de nuevo en su boca, recabando aire.

El agente especial, retiró sus dedos de la boca de la pelirroja y cogiéndola por la ruca, juntó sus frentes, sin poder dejar de gemir, compartiendo el sudor que bañaba ambos cuerpos.

—Voy a... me voy a... —Comenzó a decir el agente especial, que boqueaba como un pececillo fuera del agua.

 Claire se separó para mirarle a los ojos. Ella quería verle estallar en placer, igual que él la vio a ella.

Leon cerró los ojos y arqueó más sus cejas.

—Abre los ojos. —Pidió Claire. Pero Leon no podía. —Abre los ojos, Leon. Por favor, por favor. —Gimió Claire, que se sentía tan excitada que al mínimo toque, ella también sería capaz de alcanzar el clímax con él.

Leon estaba a punto de correrse. Ya no escuchaba nada, solo los latidos de su miembro gritando en su mente.

Claire cogió al rubio por el mentón y levantó su rostro hacia el suyo.

—Abre los ojos. —Volvió a pedir, en medio de sus jadeos.

Leon abrió los ojos, cerrando la mandíbula y esforzándose por darle a Claire lo que sabía que ella le estaba pidiendo.

Bajó su barbilla y atrapó entre sus dientes el pliegue entre el pulgar y el índice de Claire, y los clavó con fuerza pero lo suficientemente suave como para no hacerle daño a su pelirroja.

En ese momento, Leon empezó a coger aire de una forma casi estrangulada, llegando a la cresta más alta, de la montaña rusa más alta, abrazándose más fuerte con la mano que tenía alrededor de su cintura y cogiendo a Claire por su carne con mayor fuerza, poniendo sus ojos solo un poco más blancos de lo que debía y dejándose liberar soltando la mano de Claire entre sus dientes, y gimiendo deliciosamente, con un alivio tan placentero que se sentía flotar como una nube.

Claire enfocó sus caras para no perderse ningún detalle en los ojos del rubio, que luchó por mantenerlos clavados en los ojos de Claire. Y ella pudo apreciar en ellos el orgasmo tan genuino y casi necesario que estalló en el cerebro del rubio y que lo estaba manteniendo en el Nirvana.

Claire sabía que Leon no estaba dentro de esos ojos. Pero ver esas estrellas doradas ocupando su lugar, mientras él se volvía electricidad, era ese placer incalculable que ella quería experimentar.

Claire juraba que en este mundo, no había imagen más hermosa que la de la cara de Leon corriéndose. 

El síndrome Stendhal que de repente experimentó la pelirroja, a la visión extremadamente sublime de su Leon en extremo placer, la llevó a alcanzar el orgasmo más improbable de su vida.

Y mientras Claire comenzaba a gemir, sin separar sus ojos de los de Leon, se volvió todo crema y convulsiones en su entrepierna, mientras soltaba el miembro de Leon y cogía por el pelo de la nuca al rubio, apretando sutilmente, mientras con la otra mano tiraba de su camiseta técnica.

Y así, agotados, agitados y en proceso de recuperación, se quedaron ambos  mirándose durante un rato más.

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Leon cogió a Claire por la nuca y la atrajo hacia él para poder besarla. Era lo único que le apetecía en ese momento. 

Besarla, besarla y besarla.

El sexo era una maravilla.

Daba igual lo estresado que estuviera. Daba igual la ansiedad del porvenir o si estaban rodeados de peligros. El sexo liberaba al rubio de una forma que ningún otro placer podía igualar.

Cuando horas antes habían jugado con el petting y él vio a Claire alcanzar el clímax, su propio placer le había dejado con una sensación de calma y tranquilidad muy honestas y gratificantes.

Pero ahora que él había alcanzado el orgasmo, la sensación era una mezcla de despreocupación junto con sentirse completamente deshecho. ¿Tenía músculos y huesos o de repente era una ameba?

Sea como fuere, el agente especial se sentía tan nuevo y revitalizado, que esas cinco horas de sueño, parecían ocho.

Cuando se separó de Claire, esta seguía recuperando el aliento. Y estaba tan sonrojada que a Leon se le derretía el corazón.

—¿Te has corrido? —Preguntó Leon, de forma evocativa, acariciando la cara de Claire con su pulgar, sintiendo el calor bajo su piel.

—Mucho. —Contestó la pelirroja, en un suspiro satisfecho, ante la sonrisa perfecta del rubio.

—Pues te lo tengo que decir, otra vez. —Comenzó el rubio, retomando paulatinamente su tono de voz normal. —Te ves preciosa recién orgasmada. —Y añadió. —Y no hace falta que me digas que ya te lo habían dicho antes. Lo doy por sentado.

Claire se río ante eso, colocando su mano sobre el rostro de León, acariciando su barba incipiente, sintiendo la aspereza en la punta de sus dedos.

—Pues no es por romper la magia, pero... —Y ahí dejó la frase, suspendida en el aire para risa de ambos.

Leon seguía acariciando las mejillas de Claire, perdido en sus ojos y en los rescoldos de orgasmo que aun calentaban su cuerpo.

—Me ha gustado muchísimo, Claire. Si no fuera demasiado raro, casi te daría las gracias. —Dijo Leon, cogiendo la mano con la que Claire agarraba su camiseta térmica, y besando sus nudillos.

—En ese caso yo tendría que darte las gracias a ti. —Comentó Claire, estrechando sus ojos con picardía. —Ver tu carita en ese estado tan vulnerable y placentero... me faltan palabras para describirlo, pero no hizo falta nada más para tomarme el clímax por mi mano. 

—Yo también me tomé el clímax por tu mano. —Dijo Leon, a modo de chanza, guiñándole un ojo a la pelirroja mientras la sonreía con ese gesto que ya conocemos.

Leon miró entonces hacia abajo, comprobando que había eyaculado en los pantalones de Claire, y que una gota de semen se deslizaba por encima de su glande.

—Te he puesto perdida de semen. —Comunicó Leon. —Y debería ir a lavarme.

—No pasa nada. —Contestó la pelirroja, quitándole cualquier tipo de importancia.

Claire bajó la mirada. Alargó su mano y con el pulgar limpió la gota de semen del glande de Leon.

Acto seguido se llevó el pulgar a la boca y lo limpio con su lengua.

Leon observó todos esos movimientos. Al principio curioso y después atónito.

—¿Quieres que me vuelva a correr? —Preguntó el rubio, con menos broma que verdad.

Claire echó la cabeza hacia atrás, riéndose.

—Me sorprendería que aun te quedara algo dentro. 

—Mmmm... Orina. —Contestó el rubio, dándole a Claire un beso fugaz en los labios.

Entonces Leon se recolocó el calzoncillo y los pantalones. Se quitó la pierna de Claire de encima y se levantó del catre, acudiendo al baño.

Ver a Leon de pie, con sus pantalones desabrochados, le hacía tragar saliva inconscientemente a la pelirroja.

Claire se estiró a todo lo que daba el catre, y cruzó sus brazos por detrás de su cabeza. Sonriendo satisfecha. Casi soñadoramente.

Había tenido su segundo orgasmo con Leon, acompañando el orgasmo de él. Dios, tenía que estar en un puto sueño. Cuánto había añorado algo así. 

Tanto la primera vez como esta, se percibían muy irreales. Pero aun así, ella se sentía dichosa en ese instante. Y quería saborearlo al máximo, pues era más que consciente de que tendrían que volver a la carga en cualquier momento, dando por cerrada su visita al mundo del sexo, la pasión y la lujuria.

Cuando la cisterna se escuchó, Claire se sentó en el catre con cuidado de no llenarlo todo de semen.

Las velas que alumbraban el espacio, se consumían de forma muy lenta y daban una luz muy potente. 

Habían aguantado sin consumirse esas cinco horas de sueño y todavía estaban solo un poco por debajo de la mitad de su recorrido. Benditas sean.

Leon abrió el grifo del lavabo. Se estaría aseando. Ojalá la puerta estuviera abierta y pudiera ver cómo se lavaba la cara por las mañanas y como se retiraba hacia atrás el pelo con las manos y, en definitiva, como se movía Leon con cotidianidad.

Gota, gota, gota.

Leon había cerrado el grifo. Estaría a punto de salir.

Gota, gota... gota... gota.

Claire escuchó el grifo parcialmente cerrado, con el sonido metálico del goteo que quería refrescarle la memoria sobre algo.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Como un recordatorio a voces que le soplaba la nuca.

Gota... got...

Leon todavía no salía del baño. Y Claire empezó a ponerse nerviosa.

Con cierto temor, comenzó a girar lentamente su cabeza hacia la puerta de entrada, creyendo que ahí encontraría algo aterrador mirándola fijamente con ojos de pupilas exiguas y boca de sonrisa abisal. Con dedos largos y pálidos tamborileando en el marco, tarareando una canción de cuna que alterara su calma y su...

Leon abrió la puerta del baño y salió abrochándose el cinturón. 

Claire gritó, sobresaltada, sintiendo su corazón latir en sus oídos, mientras, al mismo tiempo, sentía un alivio atronador al ver a Leon aproximarse hacia ella, tan tranquilo.

—¿Te he asustado? —Preguntó Leon, con cierta diversión en la voz.

—No. —Respondió Claire. —No, bueno. No sé. No has sido tú, es solo que... —Claire miró a Leon, sopesando si debería mencionar el sueño tan extraño que tuvo. Pero se distrajo entonces con las manos de Leon ajustando su hebilla —...me he sugestionado, creo.

Claire no sabía qué tenían los cinturones, pero a ella le resultaba igual de excitante ver a un hombre desabrochándoselos como abrochándoselos.

Y si ese hombre, además, era Leon, entonces la fantasía estaba servida.

Leon había vuelto con la botella de whisky que Claire había dejado vacía en el baño hacia unas horas, llena de agua.

—¿Esa agua es potable? —Preguntó Claire, aclarándose la garganta y poniéndose de pie.

—Lo sabremos en un momento. —Contestó Leon, abriendo una de sus riñoneras, de donde sacó un sobre con tiras reactivas.

Estas tiras tenían un componente químico que reaccionaba mostrando diferentes colores, según el agua mostrara ser más o menos potable. Una herramienta imprescindible de supervivencia.

Cogió una de dichas tiras y la introdujo en el agua, parcialmente, esperando a que esta se empapara bien.

—Llevará un tiempo. —Añadió el agente especial, suspirando y después mirando a Claire. Entonces bajó la vista a su semen en los pantalones. —La gravedad está haciendo su trabajo.

Claire se miró a su vez, y comprobó como el semen estaba goteando a un ritmo lento pero constante.

—Vale, voy al baño. Tengo que limpiar tú desastre. —Dijo la pelirroja, señalando el semen sobre la pana.

—Ya. —Sonrió Leon. — No me voy a disculpar por mancharte los pantalones.

—No espero que lo hagas. Al fin y al cabo, eran de Boris. 

»Y tu semen, es lo más higiénico que tienen encima. 

—También es verdad. —Asintió Leon, riéndose para sí de las ocurrencias de Claire.

La pelirroja comenzó a desabrocharse el cinturón ahí mismo, mientras Leon la miraba.

Ella continuó, sin apartar sus azules de los azules del rubio, desabrochándose el botón y bajando la bragueta lentamente. Y sin más, se los quitó, quedando en esos calzoncillos blancos que, pese ha hacerle un efecto saco bastante evidente, porque al fin y al cabo le quedaban grandes, se mantenían en su sitio a la altura de sus caderas.

Leon tragó saliva al ver las preciosas piernas de Claire y su ombligo perfecto. Y cuando subió su mirada hacia la cara de su amiga, esta le devolvió la mirada con una expresión muy traviesa. Parecía que ahora que todos sus sentimientos habían salido a la luz, solo quería exteriorizarlo y jugar a la seducción todo el tiempo.

Y Leon no estaba por la labor de resistirse.

—Es más fácil limpiarlo si no los llevo puestos, ¿no te parece? —Preguntó la pelirroja, sonriendo. Abanicando su mirada con sus largas pestañas.

—Sin duda. —Respondió Leon, que seguía teniendo la boca seca y cuya imaginación ya estaba tumbándole sobre ella, haciéndola dulcemente suyo.

—Bueno, vuelvo en seguida. —Anunció Claire, contoneándose hasta el baño, con los pantalones en una mano, soltando la goma del pelo, liberando su melena roja, regalándole a Leon una visión de ella tan sexy como hermosa.

Antes de entrar por la puerta del baño, Claire se giró, apoyándose en el marco de la puerta, pronunciando sus curvas.

—Cuando salga, ¿desayunamos? —Preguntó y, acto seguido, se acarició el abdomen con su mano libre, subiendo y bajando por su suave piel. —Me muero de hambre. —Añadió, guiñándole un ojo a Leon y cerrando la puerta tras de sí.

Leon lo tenía cada vez más claro. Tenía que acabar la misión cuanto antes, volver a casa y pasarse semanas encerrado en su habitación follando con Claire. Sin parar a tomar aire o ver la luz del sol.

Cuando la tira reactiva estuvo bien empapada, Leon la sacó y esperó a que aparecieran los colores, deseando que saliera de color azul.

La cuestión era muy sencilla. Si la tira se volvía amarilla o marrón, Leon podía potabilizar el agua con ayuda de unas tabletas químicas de cloro que Hunnigan se había preocupado de meter en su kit de supervivencia.

Pero si la tira salía verde o negra, simplemente no había forma de beberse ese líquido tóxico.

Ahora bien, si la tira salía azul, significaba que el agua era totalmente potable y para consumo humano.

Mientras esperaba, Leon sacó de uno de los bolsillos de sus cargo el mapa del complejo, para tratar de encontrar una salida plausible. Pero cada vez veía más imposible abandonar ese lugar sin pasar por la cámara frigorífica. Simplemente no había otro modo.

Observó la habitación en la que estaba. No había conductos de ventilación ni nada similar. Pero tal vez en el crematorio sí hubiera.

No lo recordaba. No se había fijado. Y además en ese momento no estaban como para estudiar demasiado el entorno, pero, tenía un mapa de los conductos de ventilación del laboratorio. Eso serviría.

Leon extendió el mapa de los conductos de ventilación sobre el mapa del laboratorio y comenzó a buscar el crematorio, apoyando los puños sobre la madera del escritorio, observando con detenimiento. 

En el mapa, cada zona estaba registrada con un número, que coincidía con las zonas correspondientes en el mapa de ventilación, así que saber si ahí abajo había conductos por los que poder escapar, sería sencillo. Tenía que encontrar la forma de sacarlos de ahí sanos y salvos.

Con cierta alegría, descubrió que efectivamente había conductos. Y a través de estos, podían tanto retroceder como continuar hacia adelante pasando por la cámara frigorífica. Podría ser una jugada maestra. 

Pero todavía estaba la problemática de los cambios de temperatura. Pudiera ser que el metal, en ambas zonas, estuviera tan caliente o tan frío, que les achicharrara a los dos. 

Y además, por esos conductos no podrían moverse con la velocidad requerida.

El riesgo era alto, usaran los conductos o no. Tenían que sopesarlo muy bien.

En ese estado de concentración se encontraba Leon, cuando Claire salió del baño con una coleta alta perfecta, y los pantalones de pana húmedos en una mano, que dejó estirados sobre el catre, con la esperanza de que secaran un poco antes de ponérselos de nuevo.

La pelirroja se aproximó a un lado de Leon y acarició su espalda mientras se asomaba al mapa.

—¿Qué tenemos aquí? —Preguntó la pelirroja, sin reconocer los planos.

—Son los planos de los conductos de ventilación  que encontró Boris. —Contestó Leon. —He pensado que, de haber conductos de ventilación, podríamos usarlos para poder movernos sin que Alexis nos pueda cerrar el paso.

—¿Y los hay? —Preguntó Claire, con cierto deje de esperanza.

—Sí. —Respondió Leon, y señaló un recorrido en el mapa. —Nos moveríamos de este punto a este otro. 

—¡Genial! —Dijo Claire con entusiasmo, sonriendo al agente especial.

—El problema...

—¡Oh, no! —Interrumpió Claire, con fastidio. —Siempre hay algún problema.

—Mi trabajo consiste en barajar todos los posibles problemas. —Le dijo Leon con pesar, encogiéndose de hombros.

—Sí, ya lo sé. —Contestó Claire, con un mohín. —Continúa.

—El problema es que no sabemos cuáles son las condiciones de esos conductos de ventilación, en el aspecto térmico. —Prosiguió el rubio. —Por las condiciones de ambos pasos, pudiera ser que no aguantáramos el calor o el frío, dado que los conductos son de metal y estos son magníficos conductores térmicos.

»Solo en el crematorio, podrían estar al rojo vivo.

Claire comprendía perfectamente el razonamiento de Leon. Tenía razón, seguramente los conductos de ventilación no serían la mejor respuesta.

—Solo se me ocurre seguir a pie. Ya sé que la cámara frigorífica es una trampa. Pero no veo otra posibilidad. —Comentó Leon, sin separar sus ojos del papel.

—Lo sé. —Asintió Claire. —Y además ahora tenemos granadas y munición. Igual eso nos da una oportunidad.

—Sí. —Respondió Leon. —A esa idea me aferro.

Leon miró a la pelirroja, sonriéndola  como disculpándose. 

—Pero... —Comenzó Claire. —¿Y si combináramos las dos ideas?

»Bajamos de nuevo al crematorio y nos metemos a la cámara frigorífica. Y ahí, si Alexis nos cierra el paso y nos atrapa, usamos los conductos para llegar al otro lado, que es... —Claire levantó el plano de los conductos de ventilación y comprobó el mapa. —...aquí. Otro laboratorio.

Leon asintió, escuchando a la pelirroja, llevándose una mano al mentón.

—Es la mejor idea hasta ahora. —Contestó el agente especial.

—Aunque, —Volvió a hablar Claire. —, todo esto es muy especulativo, porque no sabemos si Alexis a mantenido la puerta de la cámara abierta.

—Ya. —Contestó Leon, acariciándose la nuca. —Si está cerrada, entonces vamos a tener que jugárnosla con los conductos sí o sí.

—Eso parece. —Dijo Claire suspirando. Pero en esta ocasión, era un suspiro de cansancio. —Oye, ¿qué es esto? —Preguntó Claire, volviendo a los planos de los conductos de ventilación, señalando otros conductos que eran líneas verdes sobre el papel y que no parecían tener nada que ver con la ventilación.

Esos conductos salían de varias zonas diferentes de todos los niveles del laboratorio, pero convergían en un mismo punto, donde la línea verde se ensanchaba y acababa en una zona concreta del plano, solo un poco por debajo del nivel en el que ellos estaban.

—No lo sé. —Dijo Leon, que no les había prestado atención con anterioridad, perdido como estaba en encontrar una salida.

Levantaron el plano y, volviendo al mapa, comprobaron que esa línea verde acababa en una sala enorme, que resultaba ser la lavandería.

—Una lavandería. —Susurró Claire. —Este lugar no para de sorprenderme.

—Esta gente vive aquí. —Comentó Leon. —En algún lugar tendrían que lavar la ropa.

»Y claro, no les vas a pedir a un puñado de científicos ególatras que hagan su propia colada. —Añadió el rubio, cargado de sarcasmo.

—Cierto. —Contestó Claire, que de repente, parecía desinflada.

—Todo saldrá bien. —Dijo Leon, apoyando una mano sobre el hombro de Claire, sonriéndola afablemente. —Empezando por ese agua, que seguro que es potable.

Ambos se movieron para observar la tira reactiva y esta ya mostraba un color. Marrón.

—Pues, igual no. —Dijo Claire al ver el color. —Al no ser que el marrón sea una buena señal.

—No. —Contestó Leon, sacando su linterna para cerciorarse del color, dado que la luz de las velas podría ser engañosa. 

Tras comprobar que efectivamente la reacción era marrón,  Leon comenzó a buscar dentro de su kit las tabletas químicas. —Pero la podemos potabilizar.

—¿Cómo? —Preguntó Claire, bastante interesada.

—Con tabletas de dióxido de cloro. —Contestó Leon, sacando dos enormes pastillas efervescentes  que introdujo por la boca de la botella de whisky. Estas se hundieron hasta el fondo y, al contacto con el agua, comenzaron a burbujear deshaciéndose lentamente.

—Sin duda, —Empezó Claire. —, un agente especial va muy preparado a las misiones. 

—Cortesía de Hunnigan. —Anunció el rubio. —Yo todavía no me explico cómo puede existir alguien tan eficiente como ella. —Comentó el agente especial, sonriendo.

Claire le observaba sonreír, bebiendo de la felicidad que el rubio experimentaba cuando hablaba de su compañera y mejor amiga.

—La quieres mucho. —Afirmó  Claire. —Es más que evidente. 

»Junto a Sherry, JJ y yo, es una de las personas de las que te quisiste despedir antes de que casi te murieras.

Leon miró a Claire, sin borrar su sonrisa. Él tenía ese brillo en los ojos de extremo orgullo cuando hablaba de los suyos. 

Y era  increíble cuando una misma, formaba parte de ese grupo.

—Sí, la adoro. —Reconoció Leon. —Pero se lo digo muy poco. Tengo que cambiar eso. 

»En cuanto volvamos, lo primero que voy a hacer, es ir a su casa y abrazarla como si no hubiera un mañana. 

»Su mujer igual se opone a que la acapare. Pero si tengo que luchar por Hunnigan, lucharé. —Los dos se rieron ante eso. 

Claire también quería mucho a Hunnigan. Y eso que nunca tuvieron una relación cercana. Pero la pelirroja era más que consciente de que Leon había sobrevivido a cada misión no solo por sus destrezas físicas, sino sobre todo, por su apoyo logístico.

Es verdad que a veces  el agente especial se quedaba a ciegas, principalmente por problemas de comunicación. Pero Hunnigan lo habría preparado todo previamente para que en su ausencia, Leon pudiera sobrevivir solo. 

Como por ejemplo, asegurándose de que podría acceder a  agua potable, aunque esta no lo fuera en principio.

Simplemente para Claire, Hunnigan era una jefa.

—Me gustaría mucho que Hunnigan y yo pudiéramos estrechar lazos. Siempre me ha parecido una tía genial. —Comentó Claire.

—A mí también me gustaría. —Dijo Leon, entrelazando una de sus manos con la de Claire. 

Y se sonrieron. Con complicidad. Y con la promesa muda de empezar una vida juntos cuando salieran de ahí.

—Bueno, —Dijo Claire, no queriendo perderse en el rubio. —¿Esa agua ya se puede beber? Las pastillas ya han desaparecido.

—Comprobémoslo. —Contestó Leon, cogiendo otra tira reactiva y sumergiéndola en el agua. Cuando estuvo bien empapada, la sacó y la dejó reposando sobre el escritorio. —Dale tiempo. —Dijo, y comenzó a pasearse por las tres estanterías que cerraban el cubículo, echando un vistazo a los polvorientos libros.

El rubio no reconocía ningún título. Todos parecían grandes y viejos tomos sobre medicina, a juzgar por sus portadas. Desde anatomía, hasta psicología, patologías y demás. Y todos parecían escritos en alemán o alguna lengua de la Europa septentrional.

Claire también comenzó a pasearse delante de una estantería, frente a Leon, prestándole más atención a él que a los libros.

—¿Conoces algún título, señorita universitaria? —Preguntó Leon, jocoso.

Claire se echó a reír sin quitarle el ojo de encima al trasero del rubio. Y desde luego sin disimular demasiado.

Cogió el primer libro que su mano encontró y leyó su portada.

—Hombre, pues sí. —Contestó Claire, enseñándole la portada a Leon. —Frankenstein de Mary Shelley. Hasta tú debes conocerlo, señorito academia de policía.

Leon se giró y pilló a Claire mirándole el trasero sin ningún tipo de pudor. Y se echó a reír a su vez.

—Desde luego tu estantería es mejor que la mía. —Dijo el rubio. —Aunque igual en alguno de estos tomos de anatomía, resuelvo mis dudas sobre si las miradas me pueden desgastar el trasero. —Añadió Leon, a modo de chanza.

—¡Oh! Me temo que sí. —Contestó Claire, acercándose a la estantería que ocupaba el espacio entre su estantería y la de Leon, usando un tono de voz que fingía resultar inteligente e interesante, declamando su irrebatible teoría. —Es bien conocido por todos que las miradas lascivas sobre cuerpos o elementos extremadamente sexys, pueden desgastarlos en hasta un cincuenta por ciento del volumen total de dichos cuerpos.

»Pero no has de temer, rubito. La cura es muy sencilla. Basta con recibir cierta atención con las manos adecuadas y todo queda en un susto.

Leon se acercó hasta la misma estantería donde Claire fingía estar muy interesada en los lomos de los libros.

—Y, por casualidad, no conocerás a alguien con las manos adecuadas, ¿verdad? —Dijo el agente especial, cogiendo un libro de la estantería y abriéndolo, sin entender absolutamente nada de lo que había escrito.

—Pues resulta que estás de suerte. —Dijo Claire, apoyando un codo sobre una de las estanterías, dándose aires de grandeza.

—¡Ah! ¿Sí? —Dijo Leon, sin levantar la vista de su libro y apoyándose a su vez en la estantería, de costado, dándole la espalda a Claire. Para regalarle una mejor vista de sí mismo. —No me digas.

Claire hizo un barrido por la silueta perfecta de Leon, soltando un bufido incontrolable al sentir ese placer infinito que suponía observar cosas bonitas.

Claire se acercó a Leon y, apoyando sus manos en sus glúteos, los apretó con contundencia, mientras le mordía suavemente el omóplato izquierdo al agente especial.

Leon dio un paso adelante y, fingiendo que seguía leyendo, comenzó a caminar  hacia la primera estantería, en la que se apoyó de espaldas pasando página. Entonces, alzó la vista con cejas en alto y miró a la pelirroja, que se había quedado pausada.

—Perdona, Claire, ¿decías algo? —Preguntó Leon, sonriéndola con cierta malicia.

Lo que Leon no había barajado del todo, es que a ese juego, podían jugar los dos.

Claire, al darse cuenta de la trampa seductora en la que había caído, decidió darle de su propia medicina a su compañero.

—Decía, —Comenzó a hablar Claire. —, que estás de suerte, porque esas manos adecuadas son las mías. —Y dicho lo cual, comenzó a acariciarse.

Primero se mordió los labios, sabiendo que ese era un punto débil para Leon. Y acto seguido se los acarició fugazmente con la punta de los dedos, soplando estos como si quemaran.

Después descendió por su cuello, inclinando su cabeza hacia atrás, abriendo la boca y soltando un pequeño frito bocal; para seguir descendiendo por su pecho, amasándoselos con ligereza y pellizcando muy sutilmente sus pezones; para seguir más abajo por su abdomen suave, inclinándose para acariciar sus muslos hasta las rodillas.

Leon se estaba poniendo malo, obligándose a no lanzarse sobre ella y controlar sus instintos más primarios. Aunque eso no aplicaba a su respiración ni a su temperatura corporal, que habían aumentado exponencialmente en cuestión de segundos.

Claire tenía toda la atención de su león, y sabía perfectamente que aunque fuera un hombre fuerte y se pudiera resistir, estaba al borde de sus fuerzas.

Así que Claire se giró contra la estantería, y sacó culo, en esos calzoncillos de algodón blanco que le quedaba grandes y, mirando por encima de su hombro a Leon, introdujo su mano izquierda por dentro de su ropa interior, acariciando su monte de venus.

Leon cerró los ojos y una risa vaga se escapó de entre sus dientes.

—Juegas muy duro, pelirroja. —Dijo, mientras dejaba el libro que tenía entre manos, y se aproximaba a Claire, que se volvió a morder el labio, como llamamiento. Para no darle a Leon la posibilidad de detenerse.

Cuando Leon se colocó detrás de Claire,  con el índice comenzó a dibujar sobre la espalda de la pelirroja una línea ascendente, hasta el borde de su camiseta customizada, y después comenzó a descender hasta llegar al borde de su ropa interior.

Cuando iba a introducir un dedo por la cinturilla del mismo, Claire sacó su mano de dentro del calzoncillo y se puso recta, tomando distancia del rubio. 

Fingió bostezar despreocupadamente y, sin girarse, se dispuso a moverse hacia la estantería a su lado derecho.

Pero Leon se movió con ella a sus espaldas, colocando un brazo a la altura de su cabeza, impidiéndole el paso.

Claire, sonrió para sí. Leon había entrado al juego, y nada podía parecerle más excitante.

La pelirroja retrocedió y trató de moverse hacia la estantería de la izquierda, pero Leon volvió a moverse a la par que ella, cortándole de nuevo el paso con su otro brazo.

Y sí, la escena es un cliché, pero ¿cuántas veces Claire había deseado vivir una escena así en su adolescencia, tras horas y horas de visualización de dramas coreanos? ¡Miles! Y vale que ahora era una mujer adulta, pero como se suele decir, nunca es tarde si la dicha es buena.

—¡Vaya! —Dijo Claire, con voz sugerente. —Parece que me has atrapado.

—Los dos sabemos, —Comenzó Leon, acercándose al oído de Claire para susurrarle. —, que quien ha sido atrapado, soy yo.

 Entonces Leon eliminó la distancia que los separaba, juntando sus cuerpos, abrazándola por la cintura y hundiendo su boca en el cuello de la pelirroja.

Claire echó la cabeza hacia atrás, ronroneando con los ojos cerrados y levantando los brazos para hundir sus dedos en el pelo de Leon.

El agente especial mordió más que besó, dejando un recorrido  abrasador por el cuello y los trapecios de la pelirroja, mientras está tiraba con suavidad del pelo del agente especial, no dejando que la pasión le hiciera daño.

Entonces Claire, cogió las manos de Leon y se las colocó sobre sus pechos, deseando volver a sentir el roce maestro de esos dedos creados para proporcionar placer, al mismo tiempo que cogía por detrás las caderas del rubio y lo estrellaba contra su trasero, que se encargaba de mover peligrosamente, para crear la fricción perfecta.

Leon comenzó a ronronear en el cuello de Claire, al tiempo que acariciaba y pellizcaba la protuberancia dura y rugosa de sus pezones, sintiéndose totalmente electrificado.

—Ufff Claire...—Dijo Leon, tragando saliva, mientras bajaba sus manos por los costados de la pelirroja y los anclaba en sus caderas, mientras esta se inclinaba hacia adelante, cogiéndose a las baldas de la estantería, sintiendo el miembro de Leon entre sus dos glúteos, acariciando el canal de forma suave y perfecta.

—Ufff Leon... —Gimió Claire, sintiendo como su entrepierna humedecía poco a poco el algodón de su ropa interior.

Los dos comenzaron a respirar con fuerza mientras se acunaban el uno sobre el otro dulcemente.

Leon cubrió los glúteos de la pelirroja con sus dos grandes manos y los estrujó con pasión. Era sin duda el culo perfecto. De hecho Leon no tenía pruebas, pero tampoco dudas, de que el trasero de Claire podría ganar cualquier certamen de traseros del mundo. Al fin y a cabo, era su parte favorita de la pelirroja, después de su boca.

El agente especial, en recuerdo de esa boca de cereza, se separó mínimamente de Claire, para girarla frente a él y poder besarla y morderla cubriendo una imperiosa necesidad que lo estaba matando.

Cuando comenzó a descender sus labios por la mandíbula de la pelirroja, esta tomo una bocanada de aire muy necesaria, pues su capacidad pulmonar no estaba a la altura de la pasión del rubio.

—Perdona. —Dijo Leon entre besos, consciente de la asfixia.

—No pares. —Gimió la pelirroja, que pese a todo, solo quería más y más y más de él. Como si nunca fuera suficiente.

El agente especial cogió a Claire por los glúteos y la levantó del suelo, empujándola contra la estantería, con delicadeza pero también con contundencia. Siempre en el límite del placer y el dolor.

Claire rodeó la cintura de Leon con sus piernas. Y entrecruzando sus dedos tras la nuca del rubio, empleó el punto de apoyó para comenzar a ondear su cuerpo contra él, de tal forma que su pecho, su abdomen y su vulva, se encontraba en constante contacto con el calor del rubio, que comenzó a gemir ante la expectación de sus deseos.

Leon cogió a Claire de las muñecas, levantándolas por encima de su cabeza, contra las estanterías, y elevándola aún más, comenzó a atender los senos de la pelirroja con sus labios, sus dientes y su lengua, para desatar el placer de la mujer cuyo cuerpo entre sus brazos, comenzaba a temblar de  pura energía desenfrenada.

Claire estaba segura de que podría volver a correrse solo con la atención de la boca de Leon en sus pechos. Pero el doloroso ardor en su entrepierna, pedía a gritos algo más. Así que la pelirroja se soltó del agarre de Leon y, levantando su cabeza hacia ella, comenzó a devorarlo, empleando para ello la técnica de besos y dientes de Leon, y apretando con mayor fuerza sus piernas alrededor de las caderas del rubio.

Leon, comprendiendo la necesidad que emanaba de los dos, cogió de nuevo a Claire por los glúteos y golpeó su pelvis contra la pelvis de Claire a un ritmo constante que acompañaba los amónicos de sus voces jadeantes.

En una de esas embestidas, tres tomos enormes de la última balda de la estantería, cayeron sobre sus cabezas, provocando bastante dolor.

Los dos miraron hacia arriba, con los ceños fruncidos y frotándose las cabezas donde el dolor era más contundente.

—Joder. —Dijo Claire. —A mí me golpeo el más grande, seguro.

—Creo que a mí me cayeron dos. —Dijo Leon, que entonces observó algo en el lugar vacío que antes ocupaban esos tomos, sin saber exactamente qué era.

Claire volvió a coger la cara del rubio y comenzó a besarlo, queriendo retomar el asunto que tenían entre manos, donde habían sido interrumpidos.

Leon le devolvió el beso, a caballo entre la pasión y eso allá arriba que había llamado su atención.

Cuando Claire abandonó su boca, para comenzar a ensañarse con la mandíbula del rubio y después con su cuello, este aprovechó para mirar de nuevo hacia arriba. ¿Qué era eso?

Entonces Leon se detuvo, para el fastidió de Claire, que ante la falta de movimiento enfocó a León  de frente viendo que estaba distraído mirando hacia el hueco de la estantería.

—¿Qué pasa? —Preguntó la pelirroja, jadeante y recuperando el aliento. Jugar sola no era tan divertido como jugar juntos. Y algo había hecho que Leon se bajara del tren del sexo.

—¿Qué es eso? —Preguntó a su vez Leon, girando el ángulo de su cabeza, para tratar de entender.

 La zona era más oscura que el resto de la estancia, motivo por el cual no terminaba de comprender qué estaba viendo.

 —¿El qué? —Preguntó Claire, desentrelazando sus piernas de las caderas del rubio y tomando distancia para mirar lo que él miraba.

Claire comenzó a vislumbrar aquello que había llamado la atención del rubio, pero tampoco comprendía bien qué era.

Leon sacó entonces su linterna y alumbró la pequeña zona.

Era un cable. 

Un cable grueso y negro que salía de la piedra de la pared y se metía al fondo de la estantería.

—Un cable. —Susurró Leon.

El agente especial, entonces retiró varios libros de la estantería y golpeó el fondo de la misma con los nudillos.

Tanto Leon como Claire, escucharon perfectamente el sonido del golpe hacerse eco más allá de la madera.

Los dos se miraron con sorpresa, y Leon, metiéndose la linterna en la boca, cogió un lateral de la estantería y tiró de ello. Pero pesaba muchísimo. Tal vez, si había algo al otro lado, se activara con algún mecanismo.

Bajo sus pies había una alfombra que Leon la apartó con un pie, dejando ver bajo la misma, marcas en el suelo, propias del roce de la estantería al abrir y cerrarse.

—Vale. Tras la estantería hay un pasadizo. —Dijo Leon. —Pero la estantería pesa mucho. Tal vez no se abra manualmente.

—Déjame probar. —Dijo Claire, moviendo sus hombros y restallando su cuello, al tiempo que su cuerpo iba ganando masa muscular.

—Adelante, princesa. —Dijo Leon, sonriendo a su pelirroja y  haciéndose a un lado.

Claire cogió el mismo lateral de la estantería que antes cogiera Leon y tiró de ella con todas sus fuerzas.

La estantería comenzó a ceder poco a poco, pero era realmente pesada. Claire comenzó a gruñir tirando de ella, y Leon se puso a su lado para tirar los dos a la vez.

La estantería comenzó a abrirse con unas bisagras oxidadas que gemían el llanto del paso del tiempo.

Cuando la hubieron abierto del todo, Leon iluminó el interior con su linterna. No se veía más allá de dos palmos. 

Pero, para  sorpresa del rubio, el cable del hueco de la estantería, daba directamente con diferentes flexos colocados en el techo a tramos similares.

Y en un lateral próximo a la estantería, había un antiguo interruptor que Leon no dudó en conectar.

Hágase la luz.

Todas las luces del interior de la estantería comenzaron a encenderse hasta el fondo de aquel pasillo de piedra húmeda y fría, que acababa en un pequeño montacargas antiguo pero que esperaban que funcionara.

—¿Acabamos de dar con una salida alternativa? —Preguntó Claire, perpleja ante el camino que se abría ante ellos.

—Sí. —Susurró Leon que estaba perplejo a su vez. —Tenemos un nuevo plan.

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Tener ante sus ojos un pasadizo secreto era algo más que una suerte o una fortuna. Sin duda era un milagro.

Tanto Leon como Claire, sabían que el riesgo de su plan primario era tan elevado, que el momento de afrontarlo sería como un canto a la despedida. Pues era más probable que perecieran, a que lograran salir de esa con vida.

Pero ese nuevo lugar, que no aparecía en el mapa, era la esperanza hecha realidad. Si les llevaría a otro lugar seguro, solo había una forma de saberlo.

Pero el simple hecho de que Alexis no pudiera ubicarlos, ya era una gran victoria. Porque si no podía encontrarles, no podía atacarles. Y por más hombres que tuviera, su laboratorio de bestias era lo suficientemente grande y peligroso, como para que pudiera pasarse días buscándolos por todo el complejo, sin dar con ellos por esos pasadizos clandestinos.

Aunque no podían dormirse en los laureles. Al fin y al cabo, los hombres de Alexis, en algún momento, lograrían acabar con todos los monstruos de los pasillos más allá de la trituradora; Lograrían tirar abajo la puerta del crematorio y subirían por la misma cadena por la que había subido Leon.

Encontrarían la habitación secreta. Casi seguro.

Pero si lo dejaban todo tal y como lo habían encontrado, los hombres de Alexis tardarían mucho en saber, si acaso lo descubrían, por dónde se habían marchado.

Así que en definitiva, parecía que la balanza en estos momentos se inclinaba a su favor. Pero como la balanza era tan caprichosa como el destino, no podían quedarse ahí mucho más tiempo, pues lo pareciera o no, seguían a contrarreloj.

Esa habitación secreta, había sido la perfecta guarida del guerrero. Pero había llegado la hora de dejarla atrás. Entre sus paredes de piedra y telas de araña, quedarían para siempre grabados y cosidos los recuerdos del amor confesado, y la expresión física y hermosa de dos amantes que buscando consuelo, hallaron verdad.

—Preparémonos. —Dijo Leon, volviendo al escritorio, recogiendo y plegando el plano y el mapa que ya eran de su propiedad. —De momento no parece que los hombres de Alexis anden cerca de encontrarnos. Pero es solo cuestión de tiempo.

Claire le miró. Y después dejó que sus ojos vagaran por el espacio. 

Ella no había imaginado, cuando entró por la puerta, que ese lugar se convertiría en un sitio tan importante.

Nunca olvidaría que ahí encontró el amor anhelado de Leon.

Y sí. La pelirroja ya sabía que se tendrían que marchar. Y que cuanto antes mejor. Pero una parte de ella sentía cierta pérdida al saber que ese lugar quedaría extraviado entre sus memorias en cuanto saliera de ahí.

Sin embargo, no había tiempo que perder.

Mientras Leon guardaba los papeles plegados en el bolsillo de sus cargo, Claire se aproximó al catre y, recogiendo sus pantalones, se los puso, aun sintiendo que estaban todavía demasiado húmedos.

Fue hasta el baño, cogió el candelabro que habían dejado ahí todo el tiempo, y lo devolvió a su sitio sobre el escritorio.

Leon estaba masajeándose los hombros y el cuello, antes de coger el chaleco antibalas, y colocárselo encima con un suspiró resignado.

Acto seguido se colocó el arnés de las pistolas y, abriendo el baúl, sacó de él todo lo que le parecía lo suficientemente útil.

Varios cuchillos para él y para Claire, los fusiles para ambos y toda la munición que pudieran cargar; y granadas. Granadas como para detener un tren.

Leon se quitó una de las riñoneras del cinturón, con capacidad para cinco cartuchos de munición, y se lo entregó a Claire.

—Vayamos más equilibrados, ¿te parece bien? —Comentó el rubio, alargando su mano hacia ella.

—Sí, claro. —Contestó Claire, que seguía despidiéndose en silencio de ese lugar.

Una vez estuvieron totalmente equipados, se molestaron en dejarlo todo lo más intacto posible. Si les iban a seguir hasta ese lugar, querían que tuvieran dudas de si realmente estuvieron.

Y aunque la ausencia de polvo y telas de araña por aquí y por allá pudieran ser pruebas de su presencia, confundir al enemigo nunca estaba de más.

—¿Desayunamos? —Preguntó Leon, comprobando que el agua en la botella de whisky ya era totalmente potable.

—Sí, por favor. —Contestó Claire, que realmente tenía mucha hambre, pero la melancolía la estaba volviendo parca en palabras.

—¿Te gusta el café? —Preguntó Leon, buscando en su riñonera de recursos alimenticios diferentes sobres de comida. Solo quedaban cuatro sobres de comida irradiada. Dos eran pura papilla de fruta; y los otros dos  eran otra papilla, pero de legumbres y verduras. 

Además de eso, les quedaban dos sobres de agua y tres sobrecitos que contenían café soluble en frío.

—Soy más amante del té, pero no le hago ascos a un buen café. —Contestó Claire, paseándose de nuevo por las estanterías y cogiendo el polvoriento libro de Frankenstein, traducido a una lengua desconocida.

—¿Y le harías ascos a un mal café? —Preguntó Leon, vertiendo un sobrecito de café en el agua. —Por que este es horrible. —Añadió, riéndose de cuán verdad era aquello.

—Llegados a este punto, méteme mierda en vena y dime que es café. —Dijo Claire a modo de chanza, mientras se aproximaba a Leon.

El agente especial había tapado la botella con su correspondiente tapón y comenzó a agitarlo para que el café se disolviera perfectamente.

Entonces bajó su mirada al libro que Claire sostenía entre sus manos, mientras le quitaba el exceso de polvo de la cubierta.

—¿Te lo vas a llevar? —Preguntó Leon.

Claire no contestó inmediatamente. Ella sabía que era una sentimental, y en realidad nunca le había importado. Aunque tal vez, mostrarse sentimental en una situación tan precaria como la de ambos en ese lugar, no fuera la mejor estrategia frente a sus enemigos.

Pero la realidad era que la pelirroja quería llevarse a casa un pedacito de la habitación que los protegió y les dio descanso. Para que de alguna, forma ese lugar siempre estuviera en su hogar.

Si pudiera, se llevaría un trozo de piedra que componía sus pareces, o una araña amiga a la que llamaría “Gratitud” o una vela desgastada que jamás volvería a encender.

Pero se había topado con el libro de Frankenstein. Una de sus novelas favoritas de todos los tiempos. Una novela en la que ahora, de una forma u otra, se sentía muy reflejada. Una novela que aunque estuviera traducida a otro idioma, como novela que es, sobre su estantería de libros en su despacho contaría otra historia muy diferente a la que estaba escrita entre sus páginas.

Así que sí. Era una sentimental que pretendía salir de ese peñón con vida, y con un viejo y polvoriento libro intacto.

—Sí. —Contestó Claire. —Es un recuerdo. —Añadió, guardando el libro en el bolsillo trasero de sus pantalones.

Leon sonrió a la pelirroja. Entendía perfectamente por qué lo hacía.

—Me parece una idea genial. —Dijo, mirando a su alrededor. —¿Quieres que lo lleve yo? Tengo más espacio.

Claire miró a Leon y le devolvió la sonrisa. Después cogió el libro, que solo estaba guardado en su bolsillo trasero parcialmente, y se lo entregó.

—Gracias. —Le dijo al agente especial, acariciando sus dedos al entregarle el pequeño tomo.

—De nada. —Respondió el agente especial, devolviéndole el contacto. Acto seguido, guardo el libro en uno de los bolsillos laterales de sus pantalones. Al fin y al cabo, Leon iba cada vez más ligero de equipaje.

El rubio dejó de batir el café soluble. Y de su botiquín sacó dos pastillas. Una se la introdujo en la boca y la otra se la entregó a Claire. Después se la tragó con un sorbo de horrible café soluble y le entregó la botella a la pelirroja.

—Es un protector de estómago. —Le comunicó Leon, cuando Claire se estaba metiendo la pastilla en la boca. —Aunque el agua sea potable, pudiera ser que el cloro nos afecte. 

»Así que para evitar ir cagándonos por las esquinas, es mejor prevenir con un protector estomacal.

—Estás en todo, agente. —Dijo Claire tras dar su primer trago al café, poniendo una mueca de disgusto —Joder, es asqueroso. —Añadió, sacando la lengua y cerrando los ojos con fuerza, antes de darle un segundo trago.

Leon se rió ante ese gesto de disgusto, al tiempo que le entregaba a la pelirroja uno de los sobres.

—Mitad y mitad. —Dijo Leon, entregándole el sobre del puré de legumbres.

—En serio, en cuanto salgamos de aquí te voy a invitar a comer comida de verdad. —Dijo Claire, abriendo la boquilla del sobre y comenzando a comer.

—En el congelador de mi casa tengo las patatas toscanas de Sherry. —Comentó Leon, echando la cabeza hacia atrás, sintiendo que la boca se le hacía agua solo de pensarlo. —Te invito a cenar yo.

—¿A tu casa? —Preguntó Claire, sonriendo con picardía. —¿No vas demasiado rápido, agente especial Kennedy?

»Es más, ¿tienes permitido mantener relaciones sexuales con las mujeres a las que rescatas?

—Esta es mi primera transgresión, pelirroja. —Dijo Leon, riéndose, mientras cogía el sobre que Claire le pasaba y tomaba una porción del puré.

—¡Oh! ¿Debería sentirme alagada? —Preguntó Claire, teatralmente, dándole un tercer trago al horrible café.

—Sí. Deberías. —Le contestó Leon, guiñándole un ojo.

Claire se río con todo el cuerpo, echando la cabeza hacia atrás.

Y a Leon se le caía la baba viendo los gestos tan naturales e inherentemente de Claire. Se moría de ganas de verla así, cada día.

—Te has quedado pasmado, Leon. —Se rió Claire, devolviendo al rubio al presente. —Sé que soy irresistible pero, por favor, contente.

Leon cogió la botella de café y le dio un largo trago.

—Me va a costar mantener la concentración de ahora en adelante. —Dijo Leon, sonriendo, pero con mucha verdad subyacente. —Así que no me lo pongas más difícil, ¿Vale? 

»No me importa reconocer que soy débil.

Cuando Claire escuchó a Leon decir de sí mismo que era débil, a su mente regresaron los recuerdos de esa pesadilla horrible que tuvo antes, y que la tenía todavía extremadamente confundida, no sabiendo hasta que punto realmente solo había sido fruto de su imaginación.

—No eres débil. —Dijo entonces Claire, con una seriedad que no venía al caso. Leon solo estaba bromeando. —Nunca lo has sido. —Continuó la pelirroja. —Eres el hombre más fuerte que conozco. Y mi hermano es Chris Redfield, así que imagínate si debes ser fuerte.

Leon se quedó mirando a labios sellados a Claire. Bastante perplejo con la reacción protectora de la pelirroja. Y lo único que se le ocurrió hacer, fue dar otro trago a su café, tras pronunciar un “gracias.”

Después de ese singular momento, ambos continuaron con su desayuno en silencio. En un extraño silencio, a decir verdad.

Leon sentado al borde del escritorio y Claire sentada en el catre.

Cuando hubieron acabado, Leon guardó los restos en sus pantalones para no dejar pistas sobre su estancia ahí; y la botella vacía, la dejó en el cajón de dónde Claire la sacara en un inicio.

 También se lavaron los dientes con los botecitos líquidos, escupiendo el contenido en el lavabo. Realmente un elemento que pudiera parecer trivial, pero que a ellos les hacía sentir más próximos a la civilización. Qué no era poco.

Después, ambos colocaron los libros de la estantería abierta que se habían caído, y retiraron parcialmente la madera del fondo, para poder cerrarla desde el otro lado, y recolocar la alfombra.

Leon desatrancó la puerta, dejando la silla de nuevo frente al escritorio, y giró la llave en el ojo para que la puerta estuviera abierta, tal y como ellos la encontraron.

El rubio comenzó a apagar todas las velas. Empezando por los candelabros en la pared y sobre el escritorio; y después continuando por las velas individuales que había repartidas por diferentes lugares.

Cuando solo quedaba una vela y Leon se disponía a apagarla, Claire se aproximó al rubio.

—Espera. —Dijo.—Solo un momento.

»Solo, déjame mirarte una última vez con esta luz. En este lugar.

Leon miró a la pelirroja, y esta le devolvió la mirada. Triste y apagada.

Leon alargó sus comisuras regalándole a Claire una tímida sonrisa, mientras cogía su cara entre sus manos y se aproximaba a ella para besar sus labios, sellando el recuerdo de ambos en ese lugar como una estampa de lacrar.

—Este lugar siempre va a ser importante, amor mío. —Le susurró Leon, mirándola a los ojos. —Pero construiremos nuevos recuerdos, igual de bonitos o incluso más, en otros lugares.

»Y siempre que lo hagamos, este lugar estará en cabeza. Aunque esta sea la última vez que lo veamos, nada borrará este lugar de nuestra historia.

Claire sintió sus ojos humedecerse. Las palabras de Leon la habían emocionado. Sobre todo, no por el lugar en sí, sino por la certeza de que él la entendía y sentía, en mayor o menor medida, una despedida o añoranza similares a las de ella. Y eso le confirmaba algo que ya sabía. Que no estaba sola.

Al fin y al cabo, ese lugar era lo que era y significa lo que significa, por Leon y por ella, y no por el lugar en sí.

No fue el lugar que creó sus sentimientos y emociones. No fue el lugar que los animó a abrirse. No fue el lugar que los llevó a conocerse de verdad. 

Fueron ellos.

Claire volvió a juntar sus labios a los de Leon, apretándose contra él con cariño, pasión y necesidad.

—Estoy lista. —Susurró la pelirroja, mirando el rostro de Leon, quien la sonreía y miraba con amor.

Acto seguido, apagó la vela, dejando la habitación a oscuras, como siempre estuvo antes de su visita.

Solo las frías luces del pasadizo alumbraban la estancia, mientras ellos cerraban tras de sí la estantería de libros, con cuidado de que no volvieran a caer  al suelo.

Después, Leon alargó su brazo por la última balda, para coger la alfombra y extenderla, tapando las marcas del suelo.

Y mirando ambos una última vez al interior del que fuera su refugio, despidiéndose en silencio, colocaron la madera de fondo en su sitio y caminaron lejos de ese lugar, retomando su aventura.

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Leon y Claire recorrieron el húmedo pasillo hasta el montacargas.

El montacargas, metálico y oxidado, tenía un panel de control en el cual había una palanca, —que daba paso a la corriente. —, y dos botones.

Uno indicaba subida y el otro bajada. Nada demasiado complicado. Un montacargas viejo y simple.

Leon sacó su linterna e ilumino sobre sus cabezas. La luz no tenía suficiente alcance como para ver el final del hueco que ocupaban. Pudiera ser que subieran tres pisos totales, como que subieran ocho, como que subieran doce. No podían saberlo sin más luz.

Claire abrió la pequeña portezuela del montacargas y se subió, seguida de Leon, quien accionó la palanca que derrepente arrojó más luz al lugar.

Sobre sus cabezas, largas filas de flexos anclados a ambos lados de la pared, alumbraban el camino de ascenso. Y este parecía realmente muy largo.

—¿Preparada? —Preguntó Leon, y Claire asintió. —Ojalá nos lleve a la superficie. —Susurró el agente especial y, dicho esto, calcó el botón de subida, haciendo que el montacargas comenzara a rugir mientras los elevaba, a una velocidad no muy rápida, pero aceptable.

Las luces del pasadizo se apagaron, y atrás quedó para siempre aquel onírico lugar.

Leon se cruzó de brazos y observaba sobre sus cabezas las luces descender y perderse bajo sus pies.

Algo de lo que había ocurrido antes, mientras desayunaban, le había dejado con la mosca detrás de la oreja al agente especial. Pero no quiso abordarlo en ese momento porque no quería retrasar su marcha. Sin embargo seguía ahí, como taladrándole la mente.

El caso es que, por más que ese tema estuviera bajo su piel, no estaba seguro de si quería preguntar sobre ello, porque no estaba seguro de si quería conocer la respuesta que la pelirroja le diera.

Ella se había puesto muy seria, recalcándole que él no era un hombre débil. Tal como ocurriera en ese extraño sueño que tuvo  mientras compartían catre.

Leon miró a Claire.

Esta tenía el fusil en la mano y, tal y como hiciera Leon, miraba hacia arriba.

Estaba alerta ante cualquier cosa inusual que pudiera ocurrir. Tal como debería estar haciendo él mismo. Al final iba a ser cierto eso de que iba a ser fácil mantenerlo distraído.

No. No podía permitírselo. Y menos sin saber cuánta verdad quería conocer.

Aunque en realidad, ¿cuál era el problema? En su sueño, Claire conocía todo su pasado. Y aunque había sido duro, e incluso humillante, dos cosas habían quedado claras en el sueño.

La primera, que Leon se sentía libre habiendo podido por fin compartir su historia.

 Y la segunda, que una parte de él, quería que Claire lo supiera todo.

Y vale. Aceptamos que todo en los sueños es mucho más fácil. Sobre todo cuando son lúcidos y eres plenamente consciente de estar soñando. Porque precisamente te blinda el saber que todo lo que ocurre está dentro de tu cabeza y que tus secretos, danzando dentro de ti mismo, no los conocerá nadie. Y que por lo tanto, comparar los sentimientos en el sueño con los de la vida real, tal vez pudiera ser hasta exagerado.

Pero si lo que sentimos en los sueños es un reflejo de lo que sentimos en la vida real, véase el amor y la confianza que Leon sentía hacia Claire, entonces, el resultado no podía ser muy diferente.

Sin embargo, más allá de todas estas dicotomías, había una cuestión mayor. ¿Cuán lógico era preguntarle a alguien si había estado en tus sueños?

Osea, era una maldita locura, ¿no? Si Leon le preguntara a Claire “Oye, Claire, ¿has estado en mi cabeza mientras dormíamos?”, lo más lógico es que Claire respondiera que no. Que simplemente el rubio no había podido evitar soñar con ella. Tan irresistible era.

Pero aun así, el sueño había sido tan real.

Ella había sido tan real.

Pero claro, si hubiera sido cierto que Claire se hubiera metido en la cabeza de Leon, ¿no habría sido la propia Claire quien hubiera abordado el tema? Aunque si ella era como él, entonces estaba claro que ninguno sabía cómo hacerlo.

Tal vez, si en lugar de darle tantas vueltas al asunto en su cabeza, rompiera por lo sano y le preguntara directamente, a riesgo de parecer un loco o un obseso, si realmente se había metido en su cabeza, pues podría dejar de una vez el tema y concentrarse en las siguientes pantallas de la partida.

Ademas, estamos hablando de Claire. Ella no le iba a juzgar por una pregunta rara de cojones.

Leon lo tenía claro. Acababa de resolver abordar el tema.

—Ya estamos llegando. —Comentó Claire, rompiendo con la momentánea determinación del rubio.

Leon alzó la vista y, efectivamente, ya podía ver el final de la subida.

Era curioso, porque ese montacargas solo conectaba con dos niveles. La habitación secreta abajo; y lo que quiera que fueran a encontrar ahí arriba. 

No había ninguna entrada más, entre esos dos tramos.

Leon cogió su fusil, que llevaba colgado a la espalda y agudizó su atención.

Cuando llegaron arriba del todo, frente a ellos se abría un pasadizo de igual aspecto que el pasadizo inferior.

Paredes de piedra húmedas, con flexos en la parte superior, que se encendieron justo cuando ellos llegaron.

Salieron del montacargas y Leon bajó la palanca que le daba la corriente, dejándolo inutilizado. No sabía si los hombres de Alexis podrían llegar siquiera a encontrar la habitación secreta y mucho menos el pasadizo. Pero de hacerlo, había que ponérselo lo más difícil posible al enemigo.

Juntos, la pelirroja y el rubio comenzaron a recorrer ese pasillo, que era mucho más largo que el que dejaran abajo. De hecho, este tenía giros y curvas, por lo que, definitivamente, conectara con la zona con la que conectara, parecía que les iba a llevar algo más de tiempo encontrarlo.

Sus pisadas hacían eco en ese lugar, cuando la tierra, los charcos y las piedras crujían y chapoteaban bajo sus suelas. Y no es que conocieran ningún peligro inminente que les obligara a ir en completo sigilo pero, ante lo desconocido, siempre era más aconsejable ser un fantasma.

Redujeron su paso para ser aún más sigilosos.

En cierto momento de su recorrido, Claire se detuvo para ponerse el jersey de Boris. Empezaba a tener frío en ese lugar. Y llevar los pantalones húmedos, no ayudaba.

—¿Estás bien? —Preguntó el rubio. 

—Sí, sí. Solo tengo un poco de frío. —Contestó Claire, metiéndose el jersey por la cabeza. 

Leon asintió, y continuó con su camino, cuando entonces Claire intervino de nuevo.

—Leon. —Llamó, colocándose a su lado compartiendo paso. —Antes en el montacargas parecías muy pensativo. ¿Pasa algo?

Leon, sin detener su paso, miró de soslayo a la pelirroja, quien le miraba con atención.

La determinación del rubio seguía ahí. Y aunque normalmente era un hombre muy directo, que no se andaba con rodeos, en esta ocasión le pareció que tirar de circunloquios le ayudaría a sondear a la pelirroja.

—No, no pasa nada. —Comenzó el agente especial. —Es solo que no paro de darle vueltas a algo.

—¿A qué? ¿Me tengo que preocupar? —Preguntó Claire sonriendo, medio en broma, medio en serio.

—No lo sé. No lo creo. —Contestó el rubio, estudiando cómo continuar su intervención. —Es solo que, antes, mientras desayunábamos, tuvimos un momento bastante... ¿Fuera de lugar?

—¿Cuándo? —Preguntó Claire, con más sospecha que curiosidad.

—Cuando yo dije que ahora sería muy fácil distraerme porque soy de carne débil. —Contestó Leon. —Era solo una broma, pero creo que tu reacción fue... fue...

—¿Contundente? —Trató de ayudar Claire.

—Desmedida. —Contestó Leon, deteniendo su paso y mirándola de frente, con ojos estrechos.

—¿Crees que mi reacción fue exagerada? —Preguntó Claire, deteniendo su paso a su vez, mirando con detenimiento el rostro de Leon. 

Ella ya preveían el camino que empezaba a tomar esa conversación y, aunque quería llegar hasta el final de los pensamientos del rubio, al mismo tiempo también los temía. Al fin y al cabo, ella se había colado en su cabeza como una intrusa... si acaso eso era real. 

—Bueno, vale, tal vez me puse un poco vehemente. Te pido perdón si eso te ha incomodado. —Reconoció Claire.

—No, no. No me incomodó, simplemente fue extraño. —Se apresuró a añadir el rubio. —Pero más allá de la fuerza de tu respuesta, lo que no para de rondar por mi mente es lo que dijiste. —Los dos se quedaron mirándose sin decir nada, en silencio, durante el espacio de tres respiraciones. —Dijiste que no era débil. Que nunca lo había sido.

»No nos conocemos de toda la vida, Claire. Casi, pero no. Así que, ¿cómo sabes que nunca lo he sido? ¿Cómo puedes afirmar algo así?

“Piensa Claire, piensa.” Apremió la primera voz en su cabeza, que volvía a hacer acto de presencia. “O dile de una vez que crees que te has metido en su cabeza mientras dormíais.” Propuso la segunda voz, haciendo de abogado del diablo. “¿Estás loca? No puede hacer eso. Si no fue real, Leon pensará que se le ha ido la olla. Y si es real, se podría ofender muchísimo por violar su intimidad.” Discutió la primera voz. “Bueno, pero de ser cierto, fue sin querer. No se debería enfadar por eso.” Razonó la segunda voz. “Vale, es Leon, tal vez no se enfade. Pero le podríamos hacer sentir muy incomodo con nosotras. Y no queremos eso, ¿verdad?” Preguntó la primera voz. “Vale, ahí tienes tu punto.” Reconoció la segunda voz. “Vamos Claire, está esperando una respuesta. Invéntate algo.” Empujó de nuevo la primera voz.

—Te conozco desde que tienes veintiún años, Leon. —Respondió la pelirroja, tratado de mostrarse más segura de sus palabras de lo que realmente estaba. —Eso es casi como toda una vida.

»Y en ese entonces, me pareciste muy valiente.

Leon escudriñó el rostro de Claire. No era esa la respuesta que deseaba escuchar en su fuero interno, pues no daban salida a sus extrañas sospechas. Hacía que todo pareciera muy normal y cotidiano.

—En todo caso, —Comenzó a hablar Claire, retomando el paso. —La que no entiende por qué le das tanta importancia a una tontería, soy yo.

»No le des más vueltas.

Leon tomó a Claire de la muñeca, deteniéndola. Y Claire se giró un cuarto para mirar a Leon.

—Voy a dejar de andarme por las ramas, a riesgo de parecerte un puto loco. —Soltó Leon a bocajarro. Realmente no le gustaba andarse con rodeos. No era bueno en ese noble arte y además siempre sentía que era una perdida de tiempo y un coladero de malos entendidos. Así que a la vieja usanza. —Creo que he soñado contigo.

Claire no pudo evitar abrir un poquito más los ojos de su apertura habitual, no esperando que Leon entrara tan a saco en ese tema, que ambos querían abordar pero que ambos parecían querer evitar, al menos hasta ahora.

La pelirroja no contestó nada, expectante como estaba. Así que Leon continuo.

—Bueno, eso no es del todo cierto. —Prosiguió, soltando la muñeca de Claire y llevándose una mano al puente de la nariz, mientras buscaba las palabras adecuadas para explicarse. —Bueno, tal vez sí sea cierto. En realidad no lo sé. —Leon bajó la mano, apoyándola sobre sus caderas y mirando de nuevo a Claire mordiéndose el labio inferior. —Me estoy explicando como el culo.

»Lo que quiero decir es que tal vez soñé contigo. Pero en realidad creo que de alguna forma estabas ahí de verdad. Dentro de mi cabeza.

Leon bajó el rostro mientras se le escapaba una risa de entre los dientes. Es que, por más que lo creyera, el echo de decirlo en voz alta, se sentía extremadamente ridículo.

Alzó la vista y miró a Claire por debajo de sus cejas, tratando de dejar de reírse. 

Seguro que parecer un loco y reírte, te hace parecer aún más loco.

—Probablemente, solo fue un sueño. Perdona por mencionarlo. Sigamos. —Dijo Leon, retomando el paso, cuando fue Claire esta vez, quien lo detuvo tomándolo por el brazo, cuando estuvo frente a ella.

—No quise sacar este tema antes por que temía, y aun temo, tu reacción al respecto. —Comenzó Claire con determinación. —Pero no creo que lo que dices sea una locura. Porque yo también siento que estuve de verdad en tu cabeza.

Los dos se quedaron mirándose  en silencio una vez más. No era mucha información la que estaban compartiendo, pero sin duda era un auténtico galimatías. Porque si algo así podía suceder, la pregunta principal sería, ¿cómo?

—Todas las noches tengo la misma pesadilla. Y esta culmina cuando tú, convertida en zombie, me atacas.

»Esta vez fue distinto. Aparecía la autentica tú y se la cargaba.

Claire asintió levemente con la cabeza, recordando en su mente toda aquella parte horrible donde ella trataba de acercarse a Leon bajo la luz. Y cómo finalmente lo logró, enfrentándose a su  “gemela malvada”, y acabando con ella.

—Después fui testigo de cómo perdiste a Ada Wong en N.E.S.T. —Continuó la pelirroja, recordando cada parte del sueño de Leon.

—Y conociste a Peyton. —Dijo Leon.

—Tu primera novia formal. —Completó Claire. —Y te vi con solo siete años.

—En el funeral de mi madre. —Añadió Leon, con cierto pesar en la voz. —Y conociste el despacho de Úrsula.

—Donde abusó de ti. —Dijo Claire, con la voz tan opaca y vacía, que parecía una sentencia.

Leon se llevó una mano a los ojos, frotándoselos mientras suspiraba con cierta derrota, dejando que el fusil colgara de su otra mano, para después pasarse la mano por el pelo hasta su nuca, donde comenzó a masajear nerviosamente.

—Te pido perdón. —Dijo entonces Claire, realmente sentida. —No tenía ningún derecho a conocer todo eso de ti. Violé tu intimidad, y lo lamento mucho.

»Ni siquiera sé cómo lo hice.

—Claire, no me molesta que hayas conocido la parte más oscura de mi pasado. —Dijo Leon, volviendo a suspirar y tomando el valor de mirar a Claire a los ojos. 

—Pero estás incómodo conmigo ahora que lo conozco.

—No. —Cortó Leon. —Me siento bastante liberado ahora que lo conoces todo. —Añadió. —Pero no voy a negar que es difícil digerir que me vieras en una situación tan humillante como la que viví a los dieciséis años en ese despacho. —Leon hizo una pausa y se humedeció los labios antes de seguir. —Ese recuerdo, me pone en una  posición muy vulnerable, y eso es lo que me hace sentir incómodo.

»Y tal vez este dato sea algo que no sabes, pero también me incomoda muchísimo que la gente sienta compasión por mí. Incluso cuando me descubro a mí mismo autocompadeciéndome, me resulta bastante insoportable. 

Leon hizo una pausa, sosteniendo la mirada de Claire, que agradecía que estuviera llena de determinación y no de lástima.

—Por eso nunca hablo con nadie sobre mi pasado, salvo con mi psicóloga. Porque quiero evitar a toda costa que la gente cuando me mire solo vea a un adolescente maltratado y no al hombre en el que me he convertido.

—No quieres que nadie te vea débil. —Afirmó entonces Claire. Y los dos volvieron a quedar en silencio. Ambos sabían muy bien lo que la palabra “débil” significaba en el particular y oscuro mundo de Leon.

—Pensarás que mi padre caló hondo. —Dijo Leon con pesar. —Y parece ser que es cierto. —Concluyó el rubio, bajando la vista al suelo.

—Escúchame, Leon. —Empezó hablando Claire, con suavidad pero asertiva. —Ver de primera mano tu pasado, es una de las cosas más duras que he visto en mi vida. Y de lo impactante que me resultó en ese momento, sí, lloré y te abracé y sentí mucha, muchísima lástima de ti y de tus otros tú que sobrevivieron como pudieran al infierno por el que tuviste que pasar. 

»Soy humana, siento pena y dolor cuando veo tragedias. Y más aún cuando les ocurre a las personas a las que quiero. Cuánto más si a esa persona la amo.

Leon volvió a levantar la vista hacia la pelirroja, prestándole atención, a caballo entre la admiración y el pesar.

—Pero ahí dentro, no solo vi y escuché el dolor y el trauma. También vi el valor y el coraje tan inmensos que habitan en ti.

»Te vi enfrentándote al recuerdo de tu padre y acabar con él.

»Te vi derribar los muros de la culpa, con lo difícil que eso es, pues esas paredes tiene ácido que abrasan.

»Te vi perdonándote... perdonándonos a ambos por hacernos daño como dos idiotas.

»Y te vi luchando contra ti mismo. Venciendo tus pesadillas con fuerza, arrojo, responsabilidad y determinación.

»¿Cómo nadie que fuera testigo de todas estas hazañas podría verte como un hombre débil? —Preguntó Claire, sin detenerse a que nadie respondiera dicha pregunta. —Tienes tus puntos flacos, como cualquier persona. Puedes sentirte vulnerable, como cualquier persona. Puedes experimentar el miedo y temer el porvenir, como cualquier persona, Leon.

»Pero ya te lo dije en tus sueños, y lo repito ahora. No eres débil. Nunca lo has sido. Y siempre fuiste, eres y serás más fuerte que tu padre. El verdadero débil de toda tu historia.

Claire tomó aire tras su perorata, sintiéndose vibrar por debajo de su piel, de pura adrenalina.

Había soltado por la boca todo lo que pensaba sobre la situación. Y esperaba que Leon no malinterpretara nada y que la creyera ante todo. Ella no estaba diciendo las cosas que decía para hacer sentir mejor al agente especial. Las decía porque así las sentía en su corazón.

Leon entonces ladeó una de las comisuras de sus labios. Alargó su mano tomando a Claire de un hombro y, atrayéndola hacia él, la abrazó contra su pecho. Estrechándola con la fuerza suficiente como para dejarla vivir. Tal como le gustaba hacer al rubio.

Claire sonrió entre sus brazos y cerró los ojos, absorbiendo el aroma de Leon y sintiéndose, como siempre, en un lugar seguro.

—Eres maravillosa. —Dijo Leon en medio de ese abrazo.

—Y tú eres increíble. —Devolvió el cumplido Claire.

—Te amo muchísimo. —Dijo Leon apoyando una mejilla sobre la cabeza de la pelirroja, con un frito vocal exquisito. —Muchísimo.

Claire, sintiendo tan ciertas esas palabras y esos sentimientos, abrazó con más fuerza al rubio, sintiéndose absolutamente dichosa.

—Y yo a ti, mi león. Muchísimo.

Cuando dieron por terminado el abrazo, Leon cogió la carita de Claire entre sus manos y la besó encogiéndose de hombros, sintiendo la agresión tierna de apretarla más y más contra él, en una ambivalencia emocional entre querer descargar las emocione intensas que la pelirroja le despertaba, pasando por el dolor, pero sin hacerle ningún daño.

Las personas con gatos sabrán exactamente la sensación que estaba experimentando el rubio. Querer estrujar, pero contenerse por amor.

Después de las muestras de afecto continuaron con su avance por esos pasillos ocultos. Prestando atención al entorno, pero sin dejar de mirarse de cuando en cuento con la complicidad tan excitante que siempre habían tenido.

—Gracias por no soltar mi mano aquí dentro. —Dijo Leon, golpeando su sien con el índice.

—Dije que te acompañaría hasta dónde me permitieras. E iba en serio, así que. —Contestó Claire con un encogimiento de hombros.

—Pero todavía queda la cuestión de cómo lo hiciste. —Inquirió Leon.

—Ya te lo he dicho. No tengo ni idea. Simplement...

—Mi teoría es que eres telépata. —Dijo Leon, interrumpiendo a la pelirroja y sonriendo satisfecho con su teoría.

—¿Telépata? —Preguntó Claire, como si la sola idea fuera ridícula. —¿Crees que tengo telepatía?

—¿Por qué no? —Preguntó Leon desenfadado y casi hasta divertido. —Puedes autoregenerarte, eres más fuerte que tu hermano y rápida como un rayo.

»Que fueras telépata solo engrosaría un poquito más la lista de las cosas increíbles que eres capaz de hacer.

—Cuando lo dices tú, lo haces parecer genial. —Comentó Claire, que seguía sin sentirse cómoda con su nueva realidad, pese a que no pudiera evitar la gratitud de haberse salvado de la muerte gracias a esos poderes.

—Bueno. En tanto que esta es tu nueva realidad y en tanto que no sabemos si puede ser reversible en algún punto, yo prefiero verle el lado bueno.

»Sé que te sientes menos humana por ello. Pero yo lo que veo es a una humana con poderes especiales. Y no sé por qué querría verlo de otro modo.

Claire sonrió, mirando al agente especial avanzar por los oscuros pasillos con esa postura corporal que tanto le gustaba.

—¿Ya habíamos hablado antes sobre que no me ibas a dejar sentirme mal, verdad? —Preguntó retóricamente la pelirroja.

—Exacto. —Contestó Leon, riéndose. —Pero pongamos a prueba mi teoría. Intenta leerme la mente.

Claire, ante la propuesta, soltó un bufido seguido de una risa contenida, por lo ridículo de la situación.

—¿Qué dices? —Pregunto Claire, mirando de nuevo a Leon, quien la miraba con diversión. —No.

—¿Por qué no? —Preguntó el agente especial a su vez. —Es la única forma de saber si esta conexión que tuvimos es fruto de un nuevo poder desarrollado.

»Al fin y al cabo, Boris dijo que ni siquiera él sabía hasta donde podrías llegar desarrollando poderes. Así que, ¿por qué no comprobarlo?

—Bueno, pues porque si de verdad tengo telepatía ni siquiera  sé cómo usarla. —Dijo Claire sin evitar la sonrisa. De verdad que todo le parecía demasiado absurdo. —¿Qué hago? ¿Deseo con todas mis fuerzas leerte la mente? ¿Me pongo los índices en las sienes y frunzo el ceño mientras te miro? ¿Digo “abracadabra” o mejor digo “ábrete Sésamo”? —Soltó Claire a la carrerilla, encogiéndose de hombros y sintiéndose bastante ridícula.

Leon se rió negando con la cabeza. Obviamente él no tenía ni idea de cómo funcionaba la telepatía. En principio no existía, así que tampoco es  como que el agente especial se haya pasado toda la vida investigando sobre el tema para tener todas las respuestas. Pero si él estuviera en el lugar de la pelirroja, lo intentaría de alguna forma.

Leon detuvo su paso y detuvo el de Claire, mirándola de frente. Sonriendo con menos diversión.

—No tengo ni la más remota idea. —Contestó a la pelirroja, sin borrar su sonrisa. —Pero si yo tuviera que intentarlo, —Dijo el rubio dando un paso hacia Claire, eliminando la distancia entre ellos. —, me asomaría a tus ojos con la intención de leer algo en ellos.

»Si leo tus pensamientos, genial. Y si no, estaré mirando dos ojos increíblemente hermosos. Lo cual siempre es un placer.

 Claire bajó la mirada, sintiendo el rubor subir a sus mejillas ante las palabras y la mirada descarada con la que el rubio la miraba a ella desde su altura.

La pelirroja volvió a subir la mirada, sonriendo y negando con la cabeza.

—Qué poder de convicción tan enorme tienes. —Le dijo al rubio. —De acuerdo, lo intentaré. Piensa en algo.

Leon sonrió a Claire y cerró los ojos, buscando algo en lo que pensar, poniendo toda su concentración.

Cuando los abrió, Claire se asomó a sus cielos de verano y se concentró en leer algo en ellos. 

Pero no ocurría nada.

Sin embargo, siguió mirando. Al fin y al cabo, Leon tenía razón. En el peor de los casos, ella estaba observando dos ojos preciosos, lo cual, siempre es un placer.

Cuando estaba a punto de decirle a Leon que llevaba un buen rato sin siquiera intentarlo, pero muy entretenida disfrutando de las vistas de su mirada, un número apareció de repente en su mente. Tan de repente que prácticamente Claire se sobresaltó.

—1789. —Susurró Claire.

Leon abrió sus ojos y su boca con sorpresa, sin dejar de sonreír. ¡Claire lo había logrado!

—1789. ¿Has pensado en ese número?

—Sí. 

—¿Qué significa? —Preguntó Claire, pero Leon no respondió.

Sin embargo, pensó en la respuesta. Que de repente llegó a la cabeza de Claire con una determinación que no le permitía diferenciar sus pensamientos de los del rubio.

—La entrada vigente de la Constitución de los Estados Unidos. —Dijo Claire, bajando la voz, como si no se estuviera dando cuenta de estar hablando en voz alta. —¿Es correcto? —Preguntó la pelirroja, sintiéndose bastante perpleja. —¿Estabas pensando en esa respuesta?

Leon asintió con su cabeza. Alucinando al comprobar que efectivamente su Claire tenía telepatía.

—Lo intentaré de nuevo. —Dijo Claire concentrándose, ahora de verdad, en los ojos de Leon.

Y tal y como si Leon estuviera hablando en voz alta, Claire comenzó a escuchar su voz en su cabeza.

“Enmiendas a la Constitución de los Estados Unidos. Carta de derechos. Enmienda XIV, 1868. Sección 1. Toda persona nacida en los Estados Unidos y sujeta a su jurisdicción, será ciudadana de los Estados Unidos y del estado en el que resida. Ningún estado aprobará o hará cumplir ley alguna que restringa los privilegios o inmunidades de los ciudadanos de Estados Unidos; ni ningún estado privará a persona alguna de su vida, libertad o su propiedad  sin el debido procedimiento legal; ni negará a nadie, dentro de su jurisdicción la protección de las leyes en un plano de igualdad.

Sección 2. Los representantes serán prorrateados...”

Mientras Claire escuchaba la voz de Leon recitando las enmiendas de la constitución, cerró los ojos y comenzó a ver varias fotocopias sobre un escritorio, y dos manos subrayando ciertas líneas, haciendo anotaciones a los márgenes y tamborileando con un bolígrafo sobre la mesa.

Era Leon estudiándose la constitución.

Cuando Claire abrió los ojos, la voz de Leon en su cabeza se calló.

—Enmiendas a la constitución de 1868. Enmienda XIV, sección 1.—Dijo Claire, sonriendo a Leon, quien se llevaba una mano a la boca para apaciguar su sorpresa. —He cerrado los ojos y te he visto estudiando. He visto los papeles y tus manos. ¡Ha sido como verlo desde tus ojos!

—También puedes ver. —Dijo Leon, pensativo. —Tienes sentido, ya que cuando nos dormimos pudiste verlo todo.

»Claire, este poder es increíble.

—Piensa en otra cosa. Lo que sea. —Pidió Claire, que se sentía lanzada.

—¿Le has cogido el gusto? —Preguntó Leon.

—Shhh, concéntrate en algo, venga. —Apremió Claire.

Entonces Leon comenzó a pensar en aquello que le resultaba en esos momentos más vívido y reciente.

Y Claire empezó a escuchar en su cabeza gemidos y jadeos y respiraciones temblorosas, que le resultaban muy familiares. Cuando quiso darse cuenta, de repente se vio así misma en pleno orgasmo, con dos manos que la cogían de la cara y focalizaban sus ojos, que eran dos espejos acuosos del placer que la pelirroja estaba experimentando en ese momento, mientras gritaba el nombre de Leon.

Claire salió abruptamente de ese pensamiento, abriendo la boca sorprendida de que Leon la hiciera verse así misma corriéndose desde sus ojos.

—¡Leon! —Gritó Claire golpeando suavemente el brazo del agente especial. —¡Eres un cerdo!

Leon  se reía, protegiéndose de los golpes de la pelirroja, mientras se alejaba de ella.

—Te he permitido ver el recuerdo más bonito que tengo, ¿y me llamas cerdo? —Preguntó el agente especial, sin dejar de bromear.

—¡Ah! ¿Sí? —Preguntó la pelirroja. —Entonces veamos como me ves, mientras que el que se corre eres tú.

Y dicho esto, antes siquiera de que Leon tuviera tiempo a pensar en ello, Claire se metió en su cabeza abruptamente, sin saber realmente cómo, y se vio así misma llevándose los dedos de Leon a la boca, gimiendo con él, cogiéndole del mentón y pidiéndole que no cerrara los ojos.

Verse así misma en una posición tan dominante, era sin duda sexy, pero desde luego no había sido su mejor idea. Era realmente raro verse a si misma en pleno acto sexual. Aunque los espejos siempre la habían excitado.

Pero en esa ocasión, aquello que más estaba burbujeando bajo la piel de la pelirroja, era que estaba sintiendo el placer que Leon recordaba sentir. Lo que estaba llevando sus poderes telepáticos más lejos de lo que ella creía que sería posible.

Ya le había sorprendido que la telepatía que experimentaba no se hubiera quedado en simples voces en su cabeza, ya que también tenía acceso a imágenes. Como para que además tuviera la capacidad de sentir lo que el huésped sintió.

Claire salió de la mente de Leon. Y cuando lo hizo, este se llevó las manos a la cabeza, quejándose y dejándose caer contra la pared, deslizándose hasta quedar sentado en el suelo.

—¡Leon! —Llamó Claire preocupada, acercándose al rubio.

Leon extendió una mano para que Claire no se aproximara más, mientras metía la cabeza entre sus dos rodillas y gemía de dolor.

—¡Dios mío, Leon! ¿Estás bien? —Preguntaba Claire, llevándose una mano a la boca. ¿Ella le había hecho eso?

—Espera. —Pidió el agente especial, tratando de respirar con normalidad y recomponerse. No quería asustar a Claire.

Claire se arrodilló frente al rubio, esperando preocupada a que este se encontrara mejor.

Leon alzó la cabeza y miró a Claire con ojos completamente agotados.

—Ha sido horrible. —Tuvo la fuerza de decir. —Joder, creí que me iba a estallar la cabeza. —Dijo, apoyando los talones de las manos sobre sus ojos.

—Lo siento muchísimo. —Se apresuró a decir Claire, apoyando sus manos en las rodillas del rubio. —No pensé que  esto te pudiera hacer ningún daño. 

»No lo volveré a hacer jamás.

—Para, para, pelirroja. —Susurró Leon, bajando sus manos y buscando en su botiquín un ansiolítico. —Mientras estaba abierto a que me leyeras el pensamiento, no ha pasado nada. 

»Tu poder no tiene por qué hacer daño.

Leon se metió el ansiolítico en la boca y cogiendo un sobre de agua, dio un pequeño trago para pasarla. Después le ofreció agua a Claire, pero ella lo rechazó.

—Ya, pero si la persona no está abierta, entonces, ¿qué? ¿Reviento cabezas por ahí? —Preguntó Claire, algo alterada. —Nadie va por la vida con la mente abierta esperando dar paso a una telépata. 

»No pienso volver a hacer algo así.

Leon cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared. La jaqueca que se le había levantado era horrible.

—Tal vez con el tiempo sepas cómo hacerlo sin levantar este dolor de cabeza. —Murmuró Leon. —Pero practica con alguien que te caiga muy mal. —Y dicho esto, sonrió, queriendo reírse de su propia broma, pero no pudiendo por el dolor de cabeza.

—No es un mal consejo. —Contestó Claire siguiendo la broma, sonriendo vagamente. Alargó una mano y acarició el rostro de Leon, que seguía con los ojos cerrados, devolviendo su respiración a la normalidad. —Perdona.

Leon abrió los ojos y, cogiendo la mano de la pelirroja, depositó en su palma varios besos.

—No te preocupes, ya estoy mejor. —Le dijo, cerrando de nuevo los ojos. —Pero ahora veo el potencial de este poder. Podría  ser peligroso en la manos equivocadas.

»Y parafraseando a Ben Parker, “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.”

Claire hizo memoria, frunciendo el ceño, pues esa frase le sonaba muchísimo.

—¿Acabas de mencionar al tío de Spiderman para darme un consejo? —Preguntó la pelirroja, con bastante diversión.

—Ese hombre era un sabio. —Contestó Leon, pudiendo reírse cada vez con menos problemas. Esos analgésicos eran una bomba.

El agente especial se incorporó poco a poco, sintiéndose mucho mejor. Después cogió su fusil y, cuando Claire se puso de pie, la tomó por la nuca y besó su frente. 

—No te quise preocupar. Estoy bien. —Le dijo el rubio. —¿Seguimos?

Claire asintió y continuaron su camino. Esta vez en silencio y sin perder la concentración.

No llevaban mucho más andado cuando se toparon de frente con unas escaleras. Estas seguían siendo de piedra, pero ahora las luces ya no estaban ancladas al techo, sino colocados a los pies de cada peldaño.

Eran escaleras de caracol. Y tan estrechas que tenían que subir de a uno. Además la distancia entre peldaños era tan corta, que Leon sentía que podía subirlos de cuatro en cuatro.

Comenzaron el ascenso, pegados a la pared, atentos a cualquier sonido. Lo malo de las escaleras de caracol, es que limitaban la visión al giro que tenías justo enfrente. En pocas palabras, no te daban margen de maniobra en caso de necesitar defenderte.

Y hablando de defenderse, era bastante indicativo del secretismo de aquel lugar el hecho de que todavía no se hubieran topado con ninguna bestia prefabricada del laboratorio. Al fin y al cabo, estas se abrían paso por donde se hacía  evidente, y el secretismo de este lugar, en fin, era un escudo si esas bestias no lo habían encontrado en todo este tiempo. Porque recordemos, que del nivel cinco hacia abajo, los monstruos llevaban meses campando a sus anchas.

Las escaleras terminaron siendo una subida infinita. 

Dios bendiga los cuádriceps y el fondo físico de nuestros protagonistas, porque la resistencia y el cansancio eran reales.

Leon tuvo la sensación de realizar una subida equivalente a quince pisos de altura, mientras que Claire discrepaba, sintiendo  y defendiendo que como mínimo habían subido entre dieciocho y veinte pisos.

Pero cuando finalmente llegaron al último peldaño de la escalera, frente a ellos se volvió  a extender mínimamente el pasillo de piedra, sin luz alguna, más allá que la luminaria residual de las escaleras.

A unos cinco metros, había lo que parecía una puerta, aunque sin ningún tipo de picaporte, cerradura, bisagras o marcos.

Vamos, era simplemente un trozo de madera tapando una  apertura. Tal y como se veían la apertura secreta del piso inferior.

Aproximándose lentamente, tanto Leon como Claire comenzaron a escuchar voces al otro lado. Voces que por otra parte no reconocían.

Parecía que varias personas estaban discutiendo sobre algún asunto.

Leon apoyó su oreja sobre la madera. Por la claridad del sonido, esa madera tenía que ser realmente fina. Tal vez estaban ante otro fondo de armario o estantería. Y si se ponía creativo, puede que incluso se encontraran detrás de un cuadro.

El rubio sacó su linterna y alumbró los extremos de la madera. Estos estaban claveteados sobre alguna superficie al otro lado. Así que parecía bastante cierto que estaban tras un mueble.

Leon apagó la linterna y habló en voz baja directamente en el oído de la pelirroja. ASMR TIME.

—Vale, parece bastante obvio que al otro lado hay un mueble. Ya sea un armario o una estantería. —Le comunicó, mientras la pelirroja asentía, queriendo dormirse en la voz del agente especial. —Tenemos que intentar retirar el fondo con sigilo y ver qué hay al otro lado. 

Claire volvió a asentir, mientras sacaba uno de los cuchillos que había tomado prestado del baúl de la habitación secreta.

Cada uno por un lado, empezando de abajo hacia arriba, metiendo la hoja del cuchillo entre el fondo y la madera y haciendo palanca, con absoluta delicadeza, comenzaron a trabajar mientras la discusión al otro lado, parecía cada vez más acalorada.

—¡Te digo que eso es un disparrate! ¡Los inhibidores que nosotrros empleamos no son cien porr cien efectivos! ¡Si no los trratamos bien, se pueden rrevelar! —Gritaba un hombre, con un claro acento ruso.

—¿Y crees que no lo sé? ¡Soy plenamente consciente! —Respondía una mujer.

—Entonces, ¿porr qué insistes? —Volvió a preguntar el hombre, golpeando sobre una superficie metálica. Tal vez una mesa.

—¡Cálmese, caballero! O me veré obligado a usar la fuerza. —Habló otro hombre, de voz grave.

—¡Usted no se meta! ¡No entiende nada de lo que se está discutiendo aquí! —Le vociferó el ruso.

—Pero entiendo de golpes. No necesito más.

—Tranquilo, compañero. —Se escuchó murmurar a una cuarta voz masculina.

—¡Tratemos de mantener la calma todos, por favor! —Volvió a gritar la mujer. —Iván, el señor Belanova es quien ha pedido esto. ¿Entiendes por qué no nos podemos negar?

—¡No! ¡No lo entiendo! —Volvió a gritar el ruso. —¿Le has explicado por qué no podemos hacerr lo que su caprrichosa santidad nos está pidiendo? ¿Te has tomado la molestia de explicarrle el peligrro que hacerr lo que pide podrría suponer, no solo parra nuestrro estudio avanzado, sino para todo el maldito complejo?

»¿Qué prretende? ¿Otrro incidente como el del nivel cinco?

—¡Lo he intentado! ¡He intentado explicarselo! —Se defendía la mujer.

—¡Ajá! ¡Perro no lo has hecho!

—¡No atiende a razones! ¡Ni siquiera me deja hablar!

—¡Pues hazte oírr mujerr! ¿¡Y tú te llamas científica!? —Otro golpe sobre metal se volvió a escuchar.

—¡Caballero, no se lo volveré a repetir! —Volvió a hablar la voz grave.

—¡Si crees que es tan sencillo, ve y explícaselo tú! —Sugirió la mujer.

—¿Yo? —El ruso se comenzó a carcajear. —¿Estás brromeando? ¡Parra eso pago a una ayudante! ¡Parra que se encargue de este tipo de prroblemas!

—¡Tú no me pagas! ¡Y como estás pudiendo comprobar, yo no soy capaz de solucionar este problema!

—¡Entonces estás despedida!

—¡Iván! ¡No! ¡Este es el trabajo de mi vida! ¡He dedicado muchas horas y esfuerzo en esto!

—¡Pues ve y dile al señorr Belanova que no es viable!

De repente se hizo un silencio en la sala.

—E-el señor Be-Belanova, amenazó con matarme si vo-volvía a verme la cara.

—¿Nunca has escuchado el dicho rruso de sobaka layet, veter nosit?

N-no. 

—Significa, “el perro ladrra, el viento lo lleva.” —Explicó el ruso. —Belanova no te va a hacerr nada. Vuelve y explícate como es debido.

»Y llévate a estos dos contigo. No quierro orrangutanes en mi espacio de trrabajo.

Dicho lo cual, lo siguiente que Leon y Claire, que ya estaban a punto de terminar de desclavar el fondo del mueble, escucharon, fueron varios pasos y una puerta abrirse y cerrarse.

—Panda de inútiles. —Escupió el ruso, mientras se le escuchaba moviéndose de un lado para otro, colocando o moviendo objetos por aquí y por allá.

Cuando Claire y Leon sacaron el último clavo, se asomaron mínimamente hacia el otro lado y lo que tenían ante sí, era definitivamente un armario.

Este estaba dividido en dos partes. La mitad superior tenía las puertas acristaladas, de tal forma que podían mirar el espacio al otro lado, detrás de montones de libros, probetas, mecheros bunsen y demás elementos comunes en los laboratorios; la mitad inferior, tenía las puertas de madera con algún revestimiento gris, donde guardaban archivadores y manípulos  con sus cables y cabezales.

Detrás de tantos elementos, sería difícil que les viera. Así que, apoyando el fondo del armario sobre la húmeda pared de piedra del pasadizo, comenzaron a sacar del armario inferior todos los archivadores y demás cachivaches, así como las baldas, para poder salir al otro lado por ahí.

Leon miró a Claire y comenzó a comunicarse con ella empleando el lenguaje no verbal militar.

Primero enmarcó sus ojos con la mano señalando al científico; después con la mano abierta, hizo un gesto hacia las puertas del armario. Señaló a Claire y se llevó un puño a  la cabeza. Después señaló al científico y se cubrió un ojo con su otra mano.

Claire no era militar, pero recordemos que su hermano Chris se había obsesionado bastante con enseñarle a su hermana menor todo aquello que pudiera salvarle la vida. Incluyendo este lenguaje no verbal que ayudaba a los militares a comunicarse entre ellos a distancia, sin hacer ningún ruido.

Básicamente, lo que Leon le comunicó a Claire mediante gesto era que prestara atención, que saldrían por las puertas inferiores del armario. Que él iría primero mientras ella le cubría las espaldas y que después,  mataría al científico.

Claire hizo un gesto de la mano positivo, dándole a entender al rubio que había entendido, y que estaba de acuerdo con su plan.

Leon observó de nuevo al científico a través de la cristalera de las puertas superiores y este estaba de espaldas a ellos, manipulando alguna cosa sobre una mesa de metal larga, que ocupaba el espacio de lado a lado.

Frente al científico, se extendía también de lado a lado, un ventanal curvo que daba a un espacio abierto del que Leon no podía observar más allá.

Era como si todo ese espacio fuera un palco en un estadio de futbol.

Leon se agazapó y le hizo un gesto a Claire con dos dedos, que significaba, que iba a proceder.

Justo cuando estaba dentro del cubículo del armario, con una mano apoyada en las puertas para abrirlas, al otro lado, la puerta del laboratorio se abrió de golpe, provocando un fuerte estruendo.

—¡Privet! ¡Mi querido y estúpido Iván! ¿Cómo va todo por aquí? 

Alexis acababa de entrar por la puerta acompañado de  diez militares que entraron en el espacio a tropel, rodeando al ruso que inmediatamente levantó las manos enseñando las palmas.

Leon y Claire se asomaron a la cristalera, agazapados para no ser vistos, cuando vieron por primera vez en persona a Alexis Belanova.

El hombre parecía más joven, más alto y más ancho en vivo que a través de las pantallas.

La forma en la que se movía, enfundado en ese ajustado traje hecho a medida, decía a gritos que él era el dueño y señor de todo ese lugar y de todos los que habitaban en él.

—¿Sabes hablar Iván? Te acabo de hacer una pregunta. —Volvió a hablar Belanova, metiendo una mano en sus pantalones y apoyando su peso en una sola pierna, de forma muy indolente. —Ty Yazyki prog-lo-til?

—Net. —Contestó Iván, a la pregunta de si se le había comido la lengua el gato. —No, señorr Belanova. Simplemente su entrrada me ha sobrresaltado.

—Casi tanto como la entrada de su ayudante a mi despacho, cuando le había advertido expresamente que no quería volver a verle la cara. —Alexis sonreía al científico con la boca más perfecta del mundo, pero tan artificiosa, que le daba un aspecto casi psicópata. —¿Os estáis riendo de mí, Iván?

—No. No. Señorr, nosotrros nunca... —Se apresuró a decir el científico, pero se calló tajantemente cuando Alexis levantó su mano.

—Mira Iván. Creo que no comprendes mi vida. —Empezó a hablar Alexis con la elegancia y el veneno de una serpiente. —Soy un hombre extremadamente ocupado. Y actualmente estoy tratando de dar con dos ratas que andan sueltas por mi laboratorio.

»Así que, cuando mis científicos comienzan a comportarse como bebés, me dan ganas de hacer una criba espartana y quedarme con los que realmente van a seguir mis órdenes sin atreverse a respirar a mi lado. 

»Y el problema para vosotros, es que soy un niñato malcriado que nunca se queda con las ganas de nada.

Alexis extendió su mano, con la palma hacia arriba, hacia uno de los soldados que tenía más próximo. Y este, le entregaba una pistola. Desde la posición de Leon, parecía una pequeña Matilda.

—Muy bien Iván. —Siguió hablando Alexis apuntando con su arma  a la cabeza del científico. —¿Cuál de las dos mentes brillante que tenemos aquí, es la que más necesito para seguir con el experimento?

Iván miraba a Alexis con total perplejidad. Su compañera se llevó una mano a la boca, entendiendo a duras penas lo que realmente estaba sucediendo ahí dentro.

Unos de los dos iba a morir.

—Iván, por favor. —Susurró su compañera con un hilo de voz tan agudo, que más que palabras parecía que de su garganta solo saliera un alarido. —Soy muy joven.

Y era cierto. La mujer, de tez y pelo negro, que portaba sobre la nariz unas gafas enormes y el pelo suelto alborotado, no parecía mayor que Alexis. Puede que incluso tuvieran la misma edad.

Mientras que el famoso Iván, era casi una momia. Hacía tiempo que había perdido el pelo de la cabeza, aunque de las orejas le salía a raudales. También usaba gafas. Unas diminutas y redondas de montura fina que dejaba colgar de su cuello, justo debajo de su papada.

—Ivaaaaaán. —Canturreó Alexis. —No tengo todo el diiiiiiíaaa. —Dijo esto último apretando los dientes, marcando unos maseteros que masculinizaban mucho sus facciones, pero que sin duda le hacían ver como el perro asesino que era.

Iván miró a su compañera, llorando detrás de sus pequeñas gafas, negando con la cabeza y diciéndole sin voz que lo sentía mucho.

—La mía, señorr. —Contestó Iván, cerrando sus ojos con fuerza.

Alexis señaló entonces con su arma a la cabeza de su ayudante.

—No. No, no. Por favor señor Belanova. Perdóneme. Yo no quise molestarle, fue él quien insist...

En ese momento una bala salió disparada de la Matilda y atravesó la frente de la ayudante de Iván. Repartiendo sus sesos por la pared blanca tras ella.

Alexis le devolvió, con gesto aburrido, el arma al militar, mientras se sacudía las manos, como si hubiera hecho un arduo trabajo.

—Cabrón. —Susurró Claire, cuyos ojos estaban anegados en lágrimas.

Leon le tapó la boca con la mano, al tiempo que observaban cómo Alexis miraba hacia el armario por encima de su hombro, con la niebla de sus ojos extendiéndose como en un pantano. 

Tanto Leon como Claire sintieron su sangre helar y dejaron de respirar mientras se agazapaban más y más lentamente.

Alexis entonces desvió su mirada hacia el soldado que tenía al lado.

—¿Has dicho algo? —Preguntó el CEO.

—No, señor. —Contestó con firmeza el soldado.

Alexis volvió a mirar el armario por encima de su hombro, estrechando sus brillantes y felinos ojos grises, queriendo ver más allá de lo aparente.

—Gracias Señor. Gracias. —Dijo entonces Iván, que por poco no se había cagado en los pantalones.

Alexis devolvió su atención al asunto que tenía entre manos, volviendo a su terrorífica sonrisa perfecta.

—No, no, Iván. Gracias a ti. —Dijo Alexis aproximándose al científico. Y cogiéndolo por la nuca, lo puso de cara a la gran cristalera. —Gracias a ti, porque ahora mismo vas a hacer lo que llevo horas pidiéndote que hagas, convirtiéndome en un hombre  muy feliz. ¿Verdad?

—Sí, sí. Señor. —Contestó Iván. —Deme unos minutos y estarán todos despiertos y  bajo sus órdenes.

Alexis sonrió a Iván y después miró todo el espacio más allá de la cristalera, respirando profundamente, con orgullo.

—Que buen día se ha quedado. —Dijo Alexis, soltando la nuca del científico y secando la palma de su mano sobre la bata de este. —Con lo fácil que es tenerme tranquilo. Y tuvisteis que alterarme.

»Que tus bestias encuentren a C.R.-01 y al agente especial Kennedy. —Ordeno con la voz hecha un gruñido susurrado. Estaba claro que Alexis Belanova estaba perdiendo la paciencia desde que los perdiera de vista.

—¿Quiere el señor que los ejecuten? —Preguntó con miedo Iván.

Alexis pareció pensárselo tamborileando sus deds sobre su barbilla, mientras mirada al techo.

—No. Mejor que sigan vivos. Sino se acabaría toda la diversión.

En ese momento, dos militares comenzaron a cargar el cuerpo de la ayudante de Iván para sacarla del laboratorio.

—Dejadla donde estaba. —Dijo Alexis a sus hombres que obedecieron inmediatamente. Entonces el CEO se giró hacia Iván. —La dejaremos aquí para que no olvides lo que pasará si no obedeces.

»Tú y tú. —Dijo Alexis señalando a dos militares cualquieras. —Quedaros aquí con Iván. Ante cualquier comportamiento extraño, os lo cargáis.

—Sí, señor. —Respondieron al unísono los militares.

—Diez minutos Iván. —Gritó Alexis por encima de su hombro mientras se dirigía a la salida. —Ya puedes darte prisa.

Los soldados, excepto dos, salieron de la sala tras Alexis, dejando a un Iván absolutamente aterrado, a dos soldados con el cerebro comido, a un cadáver reventado, y a una pelirroja y un rubio agazapados, cuyo trabajo acababa de complicarse.

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

 

Chapter 17: Aún queda esperanza

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Que Alexis Belanova era un mal nacido, caprichoso y megalómano, no era ningún secreto para nadie.

Que además carecía de cualquier rastro de ética, conciencia o moral, también era un hecho constatable.

De hecho también había demostrado ser un psicópata homicida, un asesino a sangre fría y un criminal repugnante. Poco más que un sicario podrido de dinero y grandeza.

Y hasta ahora había demostrado ser muy buen estratega. Había jugado muy bien sus macabras cartas y estaba haciendo uso de todo su poder para atraparlos de una forma muy inteligente.

En fin, casi consigue matar a Leon. De hecho lo consiguió durante unos minutos.

Pero la actuación que Claire y Leon acababan de ver, era la de un hombre cuyo autocontrol se estaba desvaneciendo. Un hombre de gatillo fácil que no supo tolerar su propia frustración y que mató a otro miembro de su equipo.

Es decir, en ningún momento le importó la supervivencia de Boris. Y de haber podido lo habría matado él mismo, dado que entendía que Boris no había hecho bien su trabajo y ese era motivo suficiente para quitarlo de en medio, según la filosofía del CEO. 

Pero analizando toda la situación, seguir ejecutando uno mismo a su propio equipo por nimiedades o por demostrar su poder  o simplemente porque se le pone dura, no es inteligente. Sobre todo cuando no paras de perder hombres.

Desde que Leon entrase en su casa, Alexis había perdido a más de dos centenares de soldados. Al inicio, sin siquiera la mínima sospecha. Después, en una incansable persecución, donde sus propias bestias descontroladas diezmaban a su ejército.

Y sí, estaba claro que Alexis había hecho llamar a más hombres, y allá afuera debía haber un despliegue militar incalculable. Pero seguía teniendo muchas bajas. Y aun así se permitía el lujo de matar a una joven científica, —que si bien, trabajando en lo que trabajaba, quién sabe si la humanidad estará mejor con ella muerta que viva. —, que no dejaba de ser un activo útil y brillante para su empresa.

Y no todos sus hombres tenían el cerebro de una nuez. No todos seguían órdenes sin pensar en las consecuencias. Y eso lo pudieron comprobar cuando abajo, en el crematorio, tras salvar a tres de sus hombres, dos de ellos impidieron que un tercero disparara contra Leon. Habían entendido que este les había salvado de una muerte terrible. Y se dejaron vivir.

Tal vez Alexis no se diera cuenta de que detrás del dinero y de las armas, todavía había algunos seres humanos que pensaban por sí solos y que podían volverse en su contra.

Y no ser consciente de eso, le hacía ser, como decimos, poco inteligente.

Sumémosle a esto que el muy inconsciente, se creía más listo que sus científicos, y hacía y deshacía a su antojo sin tener en consideración las advertencias de sus batas bancas.

Ni Leon ni Claire sabían qué había más allá de la gran cristalera curva del palco que veían a través del armario. Pero fuera lo que fuese, por lo que habían entendido, —escuchando a hurtadillas. —, eran seres que obedecían órdenes, siempre y cuando se les tratara bien. 

Es decir, de nuevo, una posesión de Alexis que se podía volver en su contra.

Los nervios. 

El estrés. 

La ansiedad. 

El miedo.

Alexis Belanova estaba sintiéndolo todo bajo esa fachada indolente de gran empresario, cuyo frío corazón ni siente ni padece. Y el hecho de no dejarse aconsejar y de no atender a razones y, en definitiva, ser un puto maníaco, le estaban llevando a cometer los errores perfectos que les brindaba a Claire y Leon cada vez más oportunidades de escapar. Aunque ahora tuvieran que encargarse de tres hombres en lugar de en uno. 

Claire no había podido evitar derramar lágrimas ante la muerte tan repentina e injusta de la científica al otro lado.

Quería odiar a Iván por haberse salvado así mismo cuando, por edad, a su compañera le quedaban más años de vida. Pero no quería dejarse caer en ese pensamiento simplista. Porque el único culpable de esa muerte, era Alexis Belanova.

Y puede que derramara lágrimas por las acciones del CEO. Pero solo su odio le era dedicado.

Él, que se jactaba de ser su dueño y señor; que trataba de doblegar su espíritu y su mente diciendo que era un monstruo; que la golpeaba llamándola por su nombre de archivo, era, y ahora la pelirroja lo veían muy claro, el mayor monstruo al que jamás se hubiera enfrentado. 

Sus palabras ya no podían dañarla, porque él ya no era un hombre a ojos de ella. Era menos que una alimaña. Y debía ser destruido. 

Si la pelirroja tenía una sola oportunidad, no dudaría ni un solo segundo.

Alexis Belanova debía morir.

Y Claire esperaba ser su ejecutora.

Bueno, solo si no se le adelantaba Leon, que lo había condenado a muerte desde el momento en que supo quien estaba detrás del secuestro de Claire.

Aunque conociéndolos, compartirían la gloria. Ya hemos mencionado que estos dos juntos son una fuerza imparable, ¿no?

Alexis no podía ni sospechar que ese escalofrío que recorría su columna, no era una simple corriente de aire. Era la muerte, que acababa de señalarlo y que llevaba a un rubio y a una pelirroja como armas.

Claire secó sus lágrimas. Tenían diez minutos para salir ahí, acabar con sus enemigos y descubrir dónde estaban, para poder rehacer su plan y buscar una salida. Todo ello sin llamar la atención y sin ser vistos. Tarea del todo imposible dado que había cámaras se vigilancia en cada maldita esquina. Sin duda era arriesgado, por eso la velocidad de actuación era indiscutible.

Leon apoyó una mano en el hombro de Claire y la miró con pesar, apretando sus labios como preguntando si estaba bien.

Claire asintió con resignación y acarició el dorso de la mano del rubio sobre su hombro. No quería que se preocupara por ella.  Podía ser cierto que las muertes injustas le afectaban. Pero nada que no pudiera paliar al momento.

Ahí fuera, ahora había dos soldados y un científico.

Los soldados estaban colocados a cada uno de los lados de la alargada pero estrecha estancia, uno frente al otro, mirando de cuando en cuando hacia el científico que, de espaldas, parecía trabajar tecleando.

Leon le explicó a Claire, mediante gestos, la estrategia que pretendía usar para salir y acabar con ellos.

Quería ir a cuchillo para no llamar la atención antes de tiempo, dado que las armas de fuego que llevaban eran viejas, pesadas, ruidosas y no poseían silenciadores.

La idea era que, cuando los soldados desviaran la mirada hacia el doctor, Leon pudiera lanzar una piedra del túnel por detrás del soldado más alejado de la puerta, a modo de distracción, para que ambos abandonaran sus posiciones y se agruparan en un solo lado de la estancia.

Así Leon podría salir, atrapar a uno por detrás, obligar al otro a soltar sus armas y que Claire, saliendo del túnel, pudiera encargarse de ese.

El científico no era una amenaza. Cuando acabaran con los soldados, se podrían encargar de él sin problemas.

Claire había entendido el plan y le hizo a Leon un gesto de confirmación.

El rubio cogió una pequeña piedra y se agachó entrando en el hueco interior del armario, mientras Claire observaba a los soldados, agazapada detrás de los cachivaches, a través las puertas acristaladas.

Cuando Claire le hiciera una señal a Leon, este abriría una rendija de las puertas del armario, lanzaría la distracción y se volvería a ocultar.

Y su momento había llegado.

Cuando Claire se cercioró de que ambos hombres miraban aburridos hacia el científico, le dio a Leon una palmada en las lumbares y este procedió.

La piedra salió disparada hacia el lado izquierdo de la sala, pasando de largo al soldado que había ahí, y chocando contra la pared del fondo, rebotando un par de veces en el suelo, generando el ruido suficiente como para que los dos soldados miraran en su dirección y el científico diera un respingo.

—¿Qué ha sido eso? —Preguntó Iván, con la voz de pandereta.

—¡Usted siga a lo suyo! —Dijo el soldado más próximo a la puerta, acercándose a su compañero, que ya se había girado y se agachaba para examinar la piedra.

El científico, obedeció al instante, agachando la cabeza, temeroso por su vida.

Cuando el soldado más próximo a la puerta pasó de largo el armario, Claire volvió a avisar a Leon y este, con el sigilo de un ninja y una ejecución de movimientos perfecta, salió del armario, cerrando las puertas tras de sí, se colocó detrás del soldado que tenía más próximo y, tapándole la boca con una mano y colocando el cuchillo fuertemente debajo de su nuez de Adán, tiró de él hacia su pecho, manteniéndolo en desequilibrio y tomando distancia de su compañero, que ante el quejido del primer soldado, se giró inmediatamente apuntando con su arma.

—¡Dios mío! —Gritó Iván que, interpelado por los sutiles sonidos, se giró para observar la escena.

—¡Silencio! —Ordenó Leon, fulminando con sus ojos al científico, usando el cuerpo del soldado que tenía cogido por el cuello como escudo.

El científico cerró la boca, asustado. Y miró hacia el otro soldado.

—Sigue trabajando. —Le dijo el soldado, sin dejar de apuntar a Leon con su arma, sin  mostrar ningún signo de  preocupación o nervios por la situación. Algo bastante curioso. —¿De dónde coño has salido? —Preguntó el soldado, levantando los ojos al techo. Este era de módulos blancos. Muy sencillo. —Tú eres el tío que tiene tan nervioso al señor Belanova, ¿verdad? —Preguntó, devolviendo su mirad a Leon. —¿Te has descolgado del techo? ¿Es por ahí por dónde os estáis moviendo tu amiguita y tú?

—Precisamente. —Contestó Leon, a quien le venía de lujo que el soldado creyera en esa posibilidad. Porque eso facilitaría la entrada de Claire. —Tira tu arma. O ya sabes lo que le pasará a tu compañero. —Dijo Leon.

El soldado que el rubio tenía cogido por el cuello se mantenía quieto y en equilibrio. Sabía que cualquier paso en falso, podría ser el último.

El otro soldado se rió vagamente de la petición de Leon, sin dejar de apuntarlo con su arma en ningún momento.

—¿Crees que acabo de salir de la academia militar? —Preguntó con sarcasmo. —No pienso tirar mi arma. ¿Qué vas a hacer después de matarlo? —Preguntó ahora, con retorica. —En cuando acabes con él, yo acabaré contigo. Es así de sencillo.

»Ríndete. Dinos donde está C.R.-01, y os entregaremos al señor Belanova.

—Estoy amenazando a tu compañero. ¿No te importa? —Preguntó Leon, que no había previsto algo así. En la academia de policía se inculcaba el valor del compañero, como única solución de supervivencia. Que para este individuo su compañero no importara en absoluto, era algo del todo nuevo e inesperado. —Y por cierto, a ella no le gusta nada que la llamen así.

—Mira, no conozco de nada a ese tío. Y él no me conoce a mí.  —Comenzó a decir el soldado, sin perder el temple y la concentración. —Ni siquiera sé como se llama. Es solo un número. Y su vida y su supervivencia no están por encima de los deseos de mi patrón.

»Así que mátalo, para tener la oportunidad de atraparte de una vez. Ya nos has tocado bastante los cojones. —Y añadió. —Por cierto, me importa una mierda que a tu monstruo no le guste que la llamen por el nombre que tiene. Que es C.R.-01.

Leon apretó solo un poco más el agarre en el hombre que tenía apoyado en su pecho, frunciendo el ceño y apuñalando hasta la muerte al cabrón que tenía delante, en su imaginación.

—¡Ríndete! —Ordenó el soldado frente a Leon. —Y dinos dónde está el experimento.

En ese momento, algo cambio en el semblante del soldado.

Este llevaba un pinganillo en la oreja izquierda. Seguramente alguien se estuviera comunicando con él a juzgar por ese cambio de expresión mínimo.

El soldado entonces sonrió, llevándose dos dedos al pinganillo para dar una respuesta.

—Señor Belanova. —Contestó el soldado. —Por aquí todo bien. Tengo...

El soldado nunca acabó su frase. 

Solo una amalgama de alaridos salieron por su boca, al tiempo que apartaba su mano del pinganillo, cortando la comunicación.

El cuchillo de Leon atravesaba la muñeca derecha del soldado, quien no pudo seguir sujetando su arma, dejándola caer al suelo, junto con un gran charco de sangre.

El científico se volvió a girar y comenzó a gritar, aterrado,  escondiéndose debajo de la mesa dónde trabajaba.

El soldado que Leon tenía entre sus brazos, al ver su cuello liberado del cuchillo del rubio, lo golpeó en el costado con la potencia de un codazo, liberándose de los brazos de Leon.

Lo placó contra la pared más próxima y comenzaron a pelear, encajando y defendiéndose de los golpes, el uno del otro.

Mientras tanto, Claire salió del interior del armario, creciendo  dos cabezas más de las que le correspondían, y aumentando su masa muscular.

Cerró gentilmente las puertas tras de sí, y miró al soldado que, gritando en el suelo, tratando de retirar el cuchillo de Leon de su muñeca, la observó en toda su gloria, con los ojos y la boca abiertos, aterrado al saber que estaba nada más y nada menos, que frente a la auténtica C.R.-01.

—¿Me buscabas? —Preguntó Claire. —Pues aquí me tienes.

El soldado, con dedos temblorosos, trató de conectar el pinganillo de su oreja, presumiblemente para pedir ayuda.

Pero Claire se agachó a tiempo de cogerle de la mano, y luxársela hacia atrás, para inmovilizarla.

En ese momento, Claire escuchó un fuerte crujido a sus espaldas, seguido de un peso cayendo al suelo. Y al girarse vio a Leon, pasando por encima del cuerpo del hombre al que acababa de romper el cuello.

Claire volvió a centrarse en el soldado que tenía enfrente, que seguía mirándola con horror en los ojos, mientras gemía de dolor y temblaba como un cachorro recién nacido.

La pelirroja, sacó el cuchillo de Leon de la muñeca del hombre y se la colocó en el cuello. 

—Me llamo Claire Redfield. —Le dijo la pelirroja, sin cambiar su estado físico, ni la maquiavélica sonrisa alargada que ocupaba su rostro cuando su cuerpo aumentaba de esa manera su tamaño. —Y no soy un monstruo. —Susurró estrechando sus ojos. —Soy una mujer con poderes.

Y dicho esto, atravesó el cuello del soldado, asegurándose de que lo último que viera de ella, antes de morir, fuera de nuevo su forma más humana. 

Claire no recordaba si alguna vez había matado a una persona. Y seguramente eso significaba que no. Pero, aunque ser consciente de esto  la atravesaba pesadamente, matar a ese soldado se parecía más de lo esperado a matar a un monstruo. Porque de alguna forma la palabra monstruo se estaba resignificando para Claire. Y porque, además, ella ya no era la misma. Estaba cambiando su perspectiva sobre muchas cosas desde que despertara en Trizom.

Aun así, ahora más que nunca, entendía al rubio. Y cómo este se sentía cada vez más tragado por la oscuridad, cuantas más personas mataba. Esa voz que le gritaba que tenía las manos demasiado manchadas de sangre, quería empezar a gritar en la cabeza de Claire, pero la pelirroja no lo iba a permitir.

Al menos no por el momento.

Leon aguardaba detrás de Claire, siendo testigo de la escena. Y por qué no decirlo, sintiéndose orgulloso de  las palabras de Claire. 

Él desconocía cómo se estaría sintiendo Claire en ese instante. Pero el hecho de que se defendiera y que dijera de sí misma que no era un monstruo, por primera vez desde que se reencontraran, era para Leon un soplo inmenso de esperanza.

Cuando la pelirroja se puso de pie, limpió la hoja del cuchillo en la ropa del soldado y se lo devolvió a Leon.

—Por un momento, creí que estábamos jodidos. —Confesó Claire, agachándose de nuevo hacia el soldado al que acababa de matar y sustrayendo todas sus armas, cinturones, correas, equipación y munición.

Leon guardó su cuchillo y procedió a hacer lo mismo con el hombre al que había matado él.

—Vale, doc. Sal de debajo de la mesa. Es tu turno. —Dijo Leon, mientras cogía munición y la pistola del soldado.

El doctor, desde debajo de la mesa, no podía dejar de mirar hacia Claire.

Lo había visto perfectamente. El experimento de su colega, el doctor Bordet, había sido un éxito, tal y como decían los rumores.

Él acababa de ver como C.R.-01, cambiaba totalmente su aspecto, de forma evolutiva y sin ningún tipo de mutación física irreversible como solía ocurrir.

Iván no conocía los entresijos del trabajo cromosómico de Bordet. Los dos trabajaban creando virus  desde el punto de vista de la genética. Pero Iván modificaba B.O.W.s ya existentes para mejorarlos y hacerlos más útiles. Muy diferente al trabajo de Bordet, que empezaba de cero con cada intento. Lo que le había llevado a muchos errores, motivo por el cual muchos colegas lo tenían por un fracasado.

Por eso, cuando se corrió el rumor de que había dado con la clave del éxito, muchos no lo creyeron. Incluido Iván.

Pero ahora, no podía seguir incrédulo. No podía negar lo que había visto.

El arma biorgánica definitiva, era real. Existía. E Iván la tenía delante de las narices.

En ese momento, Claire giró su cabeza y miró directamente al doctor.

—¿No has oído a mi compañero? —Le preguntó Claire, con el ceño fruncido, incómoda al ver en la mirada admirada de Iván. La misma mirada de admiración que tuviera Boris para con ella. —No me mire así o le saco los ojos. —Amenazó entonces.

—Puedes hablarr con norrmalidad. —Dijo el científico, absolutamente anonadado.

En ese momento, dos manos grandes lo sacaron de debajo de la mesa y lo pusieron de pie.

—Hola, ¿cómo estás? —Preguntó Leon, encarando al hombre, que por primera vez retiró sus ojos de Claire. —Espero que bien. 

»Yo estoy genial. Gracias. Y, ¡Oh! ¡Qué sorpresa! También sé hablar. —Leon apretó sus dientes en esas últimas palabras, deseando partirle la cara a este Boris de cuarta.

Claire se movió por el espacio, comprobando que además de la puerta de entrada, en al lado izquierdo de la sala había otra puerta. Pero eran diferentes.

Mientras que la puerta de entrada a ese palco era de picaporte simple, esa otra puerta al otro lado, poseía lectores biométricos, como análisis de la huella de la mano y reconocimiento ocular. No era un sistema se seguridad tan grande como la del laboratorio dónde estuviera Claire, pero no estaba mal.

—Te llamas Iván, ¿verdad? —Preguntó Leon, que seguía entretenido con el científico.

—S-sí, señorr. —Contestó Iván, muy temeroso. 

—Muy bien, Iván. Solo necesito que me señales nuestra posición en un mapa y después tu sufrimiento habrá acabado.

Iván miró a Leon con ojos suplicantes, sin dejar de temblar. 

—¿Va... va a matarrme? —Se atrevió a preguntar el científico  con su fuerte acento ruso.

Leon, por un momento, sintió pena de ese hombre.

Era realmente un anciano. Y había hecho matar a su compañera para poder seguir viviendo. ¿Quién le iba a decir a él que iba a servir para tan poco?

Sin duda era un cobarde. Un hombre que simplemente quería vivir, aunque para eso tuviera que matar. Sin embargo, ¿acaso no era eso lo que hacían todos? Pero matar a tu compañero era algo que Leon no terminaba de digerir.

Había algo en Iván muy diferente a Boris. Mientras Boris era un escorpión de cuyas súplicas no te podías fiar, Iván parecía un ratón incapaz de atacar, ni para defenderse.

En el pasado, cuando Leon había cogido de la misma forma a Boris, este trató de resistirse y defenderse, aunque supiera que tenía las de perder; mientras que Iván, simplemente se dejaba hacer, temblando y suplicando con los ojos que no le hiciera daño y le dejara vivir.

Tal vez de los sujetos más peligrosos para Leon. Matar a los Boris de este mundo era difícil de tragar, como siempre, pero todavía te dejaba una estela de paz al saber que de alguna forma el mundo estaba mejor así.

Pero los perfiles de las personas como Iván, eran más complicados para el rubio. Pues siempre quedaba en su interior una pregunta sin respuesta. ¿Qué pasaría si dejaba vivir a estas personas? ¿Reharían sus vidas lejos de dónde estaban? ¿Empezarían de cero? ¿Pagarían por sus crímenes? ¿Se arrepentirían y harían las coas mejor?

—Leon. —Llamó Claire, que se había aproximado a la cristalera curva del espacio, mirando hacia el otro lado, sacando al agente especial de sus cavilaciones. —Ven a ver esto.

Leon cogió al doctor por la nuca y, manteniéndolo agachado, se aproximó al lado de la pelirroja. 

Y entonces, pudo comprobar aquello que ella deseaba que viera, sintiéndose estafado por el destino.

—No me jodas. —Susurró atónito el rubio al comprobar el horror que quedaba más allá de ellos.

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

¿Sabéis? Resulta muy curioso cómo a veces en la vida las cosas más increíbles llegan cuando no las buscas. 

La mayoría de los grandes descubrimientos médicos de la humanidad fueron fruto de un error o una casualidad. Las mejores historias de amor llegan  si ser buscadas y ante todo pronóstico. A un tío que le toca la lotería, le toca una segunda vez, cuando las probabilidades son casi nulas.

Supongo que es la forma que tiene el universo de sorprendernos. Dándonos lo que necesitamos cuando no creemos necesitarlo o cuando ni siquiera trabajamos para lograrlo.

Con las armas biorgánicas, a veces, también tienen lugar estos sucesos. Estas eventualidades que no son fruto de ningún genio y que responde al simple azar, creando, de hecho, las armas más perfectas.

Tal vez, ni la mano ni la mente humana son tan increíbles como nos creemos.

Y por supuesto, no os hablo de todos esos B.O.W.s que han sido fruto del resultado de una premisa investigada y estudiada. Ya sabéis, fuera quedan todas esas armas que existen porque un día alguien deseo potenciar en un ser la velocidad, y comenzó a invertir años investigando para crear seres increíblemente veloces. Esos B.O.W.s son totalmente creación humana, donde la suerte no ha tenido ninguna participación.

Aquí simplemente menciono aquellos que realmente surgieron por obra y gracia de las sorpresas del cosmos.

Cuando el Dr. Spencer, a partir del virus Progenitor creó la cepa del virus-T, vio como resultado en la genética humana lo que hoy conocemos como zombies.

Lo que no llegó a ver en vida, fue como ese mismo virus, actuando sobre un zombie al que no se le ha eliminado del todo (véase, decapitarlo o incinerarlo), sufría una nueva mutación. Los conocidos Crimson Heads. 

Podríamos decir que hablamos de los Crimsons cuando mencionamos esa sorpresa del destino, pues surgió de forma espontanea, cuando nadie sospechaba que algo así podría suceder si no se eliminaba correctamente a un zombie.

Pero no es de los Crimsons de los que os voy a hablar. No era eso lo que Leon y Claire estaban observando desde su posición.

El virus-T es un virus realmente versátil, según cómo y dónde lo emplees. Así surgieron bestias como los Hunter o los Tyrant.

 Pero incluso sin emplearlo de ninguna forma en concreto, es un virus que no deja de evolucionar en diferentes cepas, mientras esté dentro de un huésped, vivo o muerto.

Es así como, a partir de un Crimson Head que viva el tiempo suficiente, el virus sigue evolucionándolo hasta dar con la forma hoy en día conocida como los Lickers.

Observadlos con detenimiento. Y que su cuadrupedia no os engañe.

Sherry los llamaba “los hombres del revés”. Y es que, observados como bípedos, los Lickers tienen figura humana, porque es del humano de quienes vienen.

Cuádriceps, bíceps, glúteos. Hasta sus cerebros tienen la misma morfología que nosotros.

No me escuchareis decir que son la forma evolucionada más fuerte del virus-T, porque ese título probablemente le pertenezca a los Tyrant. Pero indiscutiblemente son seres letales, capaces de arrancarte cualquier extremidad con solo su lengua. Por no mencionar las garras, la velocidad, las fauces y su capacidad imposible de saltar o desafiar a la gravedad.

Y ahí lo tenéis. Un B.O.W. prácticamente perfecto que no fue concebido por la mente humana y que sin embargo existe, es poderoso y ahora, además, obedece órdenes.

Sin duda, encontrarte con uno era un problema. Encontrarte con dos, una pesadilla. Encontrarte con tres, un funeral. Pero encontrarte con lo que Leon y Claire tenían delante, era la muerte de la esperanza hecha imagen.

Ante ellos, una extensión del tamaño de un polideportivo, se abría ante sus ojos.

A unos cuatro metros de altura, un entramado de tubos metálicos se distribuían generando un enrejado de donde pendían, boca a bajo, más de un centenar de Lickers.

Los Lickers dormitaban boca a bajo, agarrados con las garras de sus pies al enrejado, dejando su cuerpo caer lánguidamente mientras cruzaban las garras de sus brazos por delante del pecho.

Lo más perturbador de una imagen ya de por sí absolutamente perturbadora, eran las lenguas.

Los Lickers dormían haciendo una contracción de la nuca, de tal forma que sus mandíbulas se mantenían abiertas y sus lenguas, largas, brillantes y fibrosas, caían hasta el suelo. Algunas incluyo llegando a apoyarse y enroscarse sobre sí mismas en él, creando unos pasillos estrechos aterradores.

En definitiva, estaban ante un nido de Lickers.

—¿Qué coño es esto? —Preguntó Leon, más como un pensamiento furtivo en voz alta, que como una pregunta per se.

—Es parrte del laborratorrio de los Lickerrs. —Contestó Iván. —Aquí obserrvamos su comporrtamiento trras las interrvenciones, parra comprrobar si estas han funcionado. 

Claire y Leon miraron para el anciano, y Leon le soltó la nuca, momento que el viejo aprovechó para recuperar la vertical, acompañado de un quejido, mientras se masajeaba la zona que el rubio mantuvo bajo presión.

—¿En qué estáis trabajando? —Preguntó Claire.

—En nada tan sofisticado como tú, desde luego. —Contestó Iván a modo de cumplido, pero para nada bien recibido. Claire le fulminó con la mirada.

—¿Quieres ver hasta dónde llega mi sofisticación? —Amenazó la pelirroja. Iván tragó saliva sonoramente. —Contesta a mi pregunta. —Insistió Claire.

Iván miró a Leon. Tal vez buscando en él apoyo masculino. Pero no podría haber intentado buscar peor aliado. A Leon le importaba entre poco y nada lo que el doctor tuviese entre las piernas. Apoyaría a Claire ante quien hiciera falta.

Y apoyarla también implicaba no cortarla cuando se imponía.

Y francamente, ¿quien querría cortarla? A Leon le encendía el fuego interno cada vez que se volvía mal hablada, fruncía el ceño o amenazaba con esa boca de cereza.

—Estamos... estoy trrabajando en dos prroyectos a la vez. —Respondió Iván. —Mente colmena y sumisión.

»Implantamos un chip en el cerrebrro de un solo Lickerr y a trravés de la mente colmena podemos contagiarr la sumisión desde un único huésped.

—¿Por qué no implantar el chip en todos? —Preguntó Leon distraídamente, mientras sacaba el mapa de sus cargo.

—Nuestrros chips no están demasiado avanzados. Se necesitan  unos materriales que se deterriorran muy rrápidamente y dañan el cerrebrro del huésped. Así que es mejorr dañarr solo uno, hasta que el Lickerr muerra. Después se implanta en otrro, y después en otrro y en otrro, volviendo a la mente colmena. Hasta que nos consigan chips mejorres.

—¿Es verdad que aún bajo los efectos de sumisión, pueden revelarse si se les trata mal? —Preguntó Claire, mientras Leon extendía el mapa y buscaba en él algo concerniente a los Lickers, para tratar de posicionarse en el espacio.

—¡Vaya! Veo que alguien ha estado escuchando a hurrtadillas. —Dijo Iván con cierta simpatía. ¿Qué quería? ¿Caer en gracia o algo así? La cara de Claire era un poema de odio. —Sí, sí. Podrría serr. —Dijo finalmente el doctor, comprendiendo que sus intentos de agradar no eran bienvenidos. —Los Lickerrs necesitan dorrmirr entre dieciséis y dieciocho horras para estarr descansados y serr totalmente obedientes.

»Con un descanso menorr, podrrían rromperr su mente colmena y volverrse agrresivos contrra las prresencias humanas más conocidas. Como yo mismo. 

»O como su legítimo dueño, el señorr Belanova.

—¿Nos encontramos aquí, Iván? —Preguntó Leon, llamando al doctor y señalando en un punto en el mapa.

Iván se aproximó, seguido de cerca de Claire, quien no le quitaba el ojo de encima, decidida a no confiar en más científicos.

—Sí. Laborratorio 1D-005. —Dijo Iván señalando al mismo punto en el mapa, donde se veía su pequeño espacio, junto a uno más grande, que era el nido de Lickers.

—Estamos en el nivel uno, Claire. —Dijo Leon mirando a la pelirroja. Y los dos sonrieron. Estaban ya muy cerca de la superficie. Podían lograrlo.

Leon observó de nuevo el mapa y comprobó que a través de la puerta de picaporte simple, llegaban al recibidor circular dónde se encontraba el ascensor central que él usara para entrar en el laboratorio y bajar al nivel tres, dónde tenían prisionera a Claire.

También comprobó que gran parte de la sección A del nivel uno, pertenecía a las estancias privadas de Alexis.

“Ahí vive ese hijo de puta.” pensó Leon. “Está bastante cerca.”

Supongo que salir por la puerta y coger el ascensor sería demasiado fácil, ¿no? —Preguntó Claire.

—Mira aquí. —Dijo Leon, señalando el ala privada de Alexis. —Ahí fuera debe estar todo plagado de soldados.

—¿Y movernos por el hueco del techo cómo creyó ese desgraciado? —Preguntó Claire, señalando el cadáver del soldado al que dio muerte.

—Estos techos no soportaran nuestro peso. Son módulos endebles sobre raíles para embellecer y ocultar las tuberías y el cableado. —Contestó Leon. —Ese soldado no tenía ni idea de lo que decía.

—Yo te vi salirr del arrmario. —Dijo Iván dirigiéndose a Claire. —¿Hay ahí una entrrada secrreta que nadie conoce?

Leon y Claire miraron al viejo y después volvieron al mapa, ignorándolo.

—No me gusta lo que estás pensando, Leon. —Dijo Claire, observando el mapa con el ceño fruncido.

—¿Me estás leyendo la mente? —Preguntó Leon extrañado, dado que no estaba sintiendo nada intrusivo.

—No. No. Solo era una forma de hablar. Ya te he dicho que no pienso volver a hacerlo. —Dijo Claire, que parecía ciertamente malhumorada. La pregunta del rubio le había molestado. —Pero tengo ojos y estoy mirando el mismo mapa que tú.

»Si por el pasillo central no puede ser porque habrá muchos soldados; por el techo tampoco porque no soportará nuestro peso; y retroceder no nos llevaría a ninguna parte, solo hay una salida.

Leon miraba a Claire. Lo cierto es que la respuesta era demasiado obvia para cualquiera. Solo había una salida. Atravesar el nido de Lickers. Pero no entendía por qué la pelirroja se había molestado por su pregunta. No lo había hecho con mala intención.

—Perdona. No te quise molestar. —Dijo Leon. —Pero sí. Solo tenemos una alternativa. Y entiendo que no te guste nada. A mí tampoco.

Claire miró a Leon y entonces se dio cuenta de lo borde que había sido.

“No hace falta que saltes a la primera, ¿vale?” Dijo la primera voz en su cabeza. “Relájate, Claire. La presencia de otro científico que te mira como a un espécimen te está alterado. Y Leon no tiene la culpa.” Señaló la segunda voz.

—No. Perdona tú. Estoy algo... alterada. Y la situación que se nos viene encima, no ayuda en absoluto. —Dijo Claire, bajando la mirada y apoyando su mano sobre la de Leon, quien la cogió y acarició su dorso con el pulgar, negando con la cabeza y sonriendo, quitándole todo el hierro al asunto.

Iván estaba ahí en medio viendo este gesto. Viendo a un hombre y una mujer mirándose el uno al otro con unos ojos brillantes cargados de amor. Cogiéndose de la mano con sostén y consuelo. Y hablándose en un lenguaje que las palabras no podían entender.

Iván vio a un hombre enamorado de un espécimen de laboratorio. Y a un espécimen de laboratorio enamorado de un hombre.

O tal vez él y todos sus colegas estaban tremendamente equivocados, y una persona no dejaba de serlo aunque sufriera modificaciones genéticas.

Iván, entonces, vio a un hombre enamorado de una mujer con poderes, como bien se hubiera descrito la pelirroja momentos antes. Y a una mujer con poderes enamorada de un hombre.

—Estáis enamorrados. —Se escuchó decir el científico, cuyo pensamiento se había escapado de sus labios sin permiso.

Leon y Claire miraron a Iván, recordando de repente que no estaban solos. Y vieron a un hombre comprendiendo una verdad, que hasta entonces parecía ignorar.

—No estás intentando rrobar nuestrra tecnología. —Dijo Iván mirando a Leon, entornando los ojos, entendiendo por fin. —Estás trratando de rrescatarr a la mujerr a la que amas. —Soltó el científico, rindiéndose al mayor misterio de la existencia humana. 

El amor.

Claire miró a Leon y Leon miró a Claire. Esa era la verdad que ellos ya conocían. Pero escucharlo en boca de una tercera persona, se sentía muy importante. Se sentía más real si cabía porque ya no era algo que vivieran ellos solos. Era una verdad que se exteriorizaba al mundo.

Leon apretó la mano de Claire con delicadeza, y Claire le sonrió, a labios cerrados, agradeciéndole en silencio que estuviera ahí.

—En rrealidad es una obviedad. —Volvió a intervenir Iván. —Perro no lo había visto hasta ahorra, clarro, no os conocía. 

En ese momento, Leon carraspeó, volviendo al presente y soltando la mano de Claire. Tenían que continuar. Cuando antes escaparan, antes empezarían su nueva vida, juntos. 

Señaló entonces un punto en el mapa.

—Al final del nido de los Lickers, aquí. —Dijo, mostrándole el lugar exacto a Claire. —Hay una salida que lleva... a la incubadora. —Leyó Leon sobre el mapa. —¿Qué es exactamente lo que nos encontraremos ahí? —Le preguntó el rubio al científico.

—Nada. Son solo tanques con crrías de Lickerrs que están en pleno prroceso de crrecimiento. —Respondió Iván. —Es totalmente segurro pasarr porr ahí. Están dorrmidos.

—¿Esa puerta tiene cierre de seguridad? —Preguntó Claire, asomándose al cristal curvo, mirando la puerta a lo lejos.

—Sí. Sí, lo tiene. —Les informo Iván. —Perro yo no tengo acceso a ese árrea. No os puedo ayudarr a salirr.

Claire se giró hacia Iván, mirándole con el ceño fruncido.

—¿Y quién puede? —Preguntó la pelirroja directamente, no confiando en las palabras de Iván.

—No sé. Otrras perrsonas. —Contestó este, dubitativo. —Las perrsonas que trrabajan al otrro lado.

—Pero tú trabajas al otro lado. —Comentó Leon. —Nos acabas de contar lo qué hay ahí y nos has dicho que esas criaturas no son peligrosas. —Leon se acercó más a Iván y lo cogió por la solapa de su bata. —Nos has mentido, pero la cuestión es en qué.

Iván se sentía bajo mucha presión. No quería morir. Ya les estaba dando muchísima información. Si seguía ayudándoles, Belanova le cortaría la cabeza.

Además, Iván no quería bajar al nido. Si los Lickers se despertaran, dado que tienen el oído muy desarrollado, aunque a él ya le conocieran, al estar alterados y encontrar dos sujetos desconocidos, podrían atacarle, y no se le ocurría una forma más dolorosa de morir.

Los ojos de Leon caían sobre los ojos de Iván como dos espadas celestiales que lo empujaban a decir la verdad o asumir unas terribles consecuencias.

—Vale, vale. He mentido. —Reconoció el viejo. —Perro no quierro bajarr al nido y crruzarlo con vosotrros.

—Ergo, nos puedes abrir la puerta. —Contestó Leon, sonriendo de lado, estrechando sus ojos. —No te sientas mal Iván. Aunque no pudieras abrir esa puerta, te íbamos a llevar con nosotros. Eres un cabo suelto; tal vez, aunque no lo creo, un buen rehén o moneda de cambio para Alexis; pero sobre todo, alguien que conoce el nivel uno y que va a ayudarnos a salir de aquí.

—No lo entendéis. Bajarr ahí es muy peligrroso. No se les debe molestarr mientrras duerrmen. —Se apresuró a decir Iván, con la esperanza de convencerlos. —Si tan solo uno de ellos se despierrta, lo harrán todos y no habrrá quien se salve. —Volvió a decir, casi histérico. —Ahí hay trrescientos quince Lickers. ¡Es un suicidio!

Leon miró a Claire. Y Claire le devolvió la mirada.

—Confío en ti. —Le dijo la pelirroja Leon —Sé que sabrás tomar la mejor decisión.

»Y vayamos a donde vayamos, el riesgo es alto.

—Lo peor que nos puede pasar ahí abajo es que nos maten. —Le dijo Leon a Claire. —Lo peor que puede pasar en los pasillos, es que nos atrapen.

—Yo volvería a la probeta gigante y probablemente conseguirían convertirme en un arma sin conciencia. —Continuó Claire, abrazándose así misma mirando al suelo. —Un títere letal.

—A mí me torturarían por tiempo indefinido y me tendrían prisionero o me terminarían matando. —Dijo Leon. —Así que el nido de Lickers, sigue siendo nuestra mejor opción.

—Antes morir que volver a ser el experimento de Alexis. —Sentenció Claire.

Leon asintió, soltó la solapa de la bata de Iván y recogió el mapa.

—Pues nos vamos. No tenemos tiempo que perder. —Dijo el agente especial, cogiendo a Iván de nuevo por la nuca, y llevándolo a la entrada del nido.

—No,no. ¡Por favorr! ¡Os lo suplico! ¡No me hagáis entrrarr ahí! ¡Porr favorr! —Pedía Iván, tratando de no levantar la voz, para no cabrear al hombre que lo arrastraba por la nuca.

Claire se aproximó a la puerta de picaporte simple, controló su capacidad para convertir sus manos en garras, y empleó su fuerza para girar el picaporte hacia el lado contrario, de tal forma que este quedase enganchado al marco de la puerta, impidiendo así que cualquiera desde el otro lado pudiera entrar.

Al fin  al cabo, a Iván se le habían concedido solo diez minutos, así que en breves, dejarían de estar solos.

—Listo. —Anunció Claire, aproximándose a los hombres al lado de la puerta del nido

—O nos acompañas o te corto la mano, y... —Leon miró de nuevo los lectores de la puerta al nido de Lickers, comprobando cuales eran los requisitos de seguridad que se requerían, y añadió.  —...y te saco al menos un ojo. Siendo generoso.

»Tu decides, doc.

RE:PE_SeparaciónDeEscenas_PaulaRuiz

No había otra manera de describirlo que como sirenas de pánico aullando en la sangre.

Hacer algo mortalmente peligroso siempre había despertado en la pelirroja la adrenalina que funcionaba en ella como combustible para vivir. Ya sabemos que tiene una pequeña adicción peligrosa a lomos de su Harley.

Pero cuando esa adrenalina es producto de un acto suicida, como ir a toda velocidad hacia un barranco, es cuando la adrenalina se mezcla con el instinto de autopreservación, y de repente ese combustible, que era autentico elixir de purpurina, se convertía en un veneno abrasador que casi no le dejaba respirar.

Y es que hasta respirar podía ser peligroso en el lugar donde se hallaba, pues el desarrolladísimo oído de los Lickers podía escuchar las cosas menos imaginables.

De hecho, caminando por entre esos pasillos de lianas cárnicas, en completo sigilo y casi sin respirar, los sonidos de su corazones o de la sangre corriendo por sus venas, ya estaban perturbando la paz de los Lickers, que de cuando en cuando se movían como quejándose, cuando ellos pasaban cerca.

Y lo cierto es que la distancia entre el palco y la puerta al final del nido, no era mucha. De estar ese espacio vació, podrían recorrerlo en quince segundos corriendo.

Pero el problema radicaba en que los Lickers no se posicionaban en un orden concreto para dormir, así que no era posible recorrer esa distancia en línea recta.

Más de una vez tuvieron que dar la vuelta y buscar otro camino porque se topaban con una pared de lenguas que les cortaba el paso.

Además, como todo pastel, la escena necesitaba su guinda, y esta era que el aliento de los Lickers era absolutamente vomitivo.

Simplemente imaginad el olor que reside en cualquier matadero o carnicería. Ahora imaginad ese olor, caliente, esparcido en el espacio por exhalaciones húmedas y vapores, cuyas partículas se quedan sostenidas en el aire y se pegan a la piel.

Todo ello generaba una condensación en el lugar que, junto a la saliva que goteaba de sus bocas y lenguas, encharcaban el suelo en los aledaños de sus cuerpos que, por acumulación, comenzaba a extenderse por todo el pavimento. 

Los chapoteos tenían esa sonoridad tan metálica y brillante, que pisarlos era casi como pisar una mina. Así que cada paso que se daba en esos pasillos encharcados, eran susceptibles de ser escuchados.

La dificultad de moverse por ese sendero, en definitiva, era muy alta. Y aunque Leon y Claire tenían las capacidades físicas para moverse por ese espacio con la precisión necesaria, no podemos decir lo mismo del viejo Iván.

Y esa imprecisión no era tanto por viejo, como por hombre temeroso. ¿Dónde quedó ese bravucón que obligó a su ayudante a contradecir a Alexis? Debió reventar  al mismo tiempo que reventó el cráneo de su compañera.

Lo único que lo salvaba de ser comida para Lickers era que, por cada movimiento torpe del viejo, Leon o Claire se empleaban al máximo para sostenerlo y evitar una matanza.

Quien encabezaba la comunidad del sigilo era Claire. Seguida de Iván, seguido de Leon.

A ella no le gustaba demasiado que Leon estuviera a una persona de distancia. Si algo salía mal, lo que ella deseaba era estar lo más cerca de él posible y no al contrario.

Pero Iván era importante, y si no fuera intercalado entre los dos, ya habrían muerto.

Avanzaban despacio, pero sin pausa. Moverse por entre esas columnas musculosas, era como estar de visita en el claustro de la muerte. De hecho, si Claire tuviera que ponerle a ese momento una banda sonora, sería “O Fortuna” de Carl Orff en perfecto sotto voce, pues la tensión que acumulaba en su cuerpo, susurraba con la misma tirantez que esa pieza en su cerebro.

Además, continuar adelante no solo era una tarea peliaguda por lo ya mencionado. También demandaba grandes dosis de paciencia. Estaban metidos de lleno en un laberinto que parecía muy dispuesto a cortares el paso cada vez que podía.

No avanzaban apenas cinco pasos, que ya tenían que volver sobre los mismos, buscando otro recodo viable. Y aunque evidentemente no se iban a rendir, el esfuerzo mental empezaba a pesar.

Siguieron avanzando, necesitando a veces desviarse de lado a lado y otras veces en diagonal, encontrando en algún punto la forma de abrirse camino, estando ya solo un poco más allá de la mitad del recorrido.

De hecho, Claire ya podía ver perfectamente la puerta de salida. Y siendo honestos, estos momentos eran casi peores que los inicios. Pues de tan cerca que la pelirroja veía la salida, sentía la necesidad de salir corriendo y abrir esa puerta, porque creía que le daría tiempo a cruzarla antes de que los Lickers la atacaran. Era la impaciencia queriendo tomar el control de su cuerpo.

Pero nunca salía bien, y menos cuando te acompañaban otras dos personas.

Tener que controlar su instinto de correr hacia la salida, requería más fuerza mental, que la paciencia y la tensión soportadas hasta entonces.

De todas formas, aunque de puerta la tuviera muy cerca, iban a tener que alejarse un tanto para poder encontrar un hueco por donde seguir avanzando.

Fue entonces, cuando se toparon con otra pared de lenguas. Y que rabia le daba a la pelirroja cuando eso ocurría, porque implicaba retroceder otra vez. Y su paciencia estaba al límite.

Lo curioso de esta pared es que las lenguas no llegaban hasta el suelo. Estos Lickers en concreto, agrupados como una familia, eran de un tamaño bastante inferior al resto de Lickers y sus lenguas parecían más cortas. Tanto era así, que se creaba un hueco entre las puntas de esas lenguas y el suelo. Lo bastante grande como para poder arrastrarse por dicho hueco y salir al otro lado, que se veía bastante despejado.

Claire se detuvo, y se giró para mirar a Leon. Leon le hizo un gesto con la cabeza y Claire, a través de gestos lentos y suaves, le explicó a Leon que podían pasar por el hueco al otro lado.

Leon miró el  espacio que Claire señalaba, y volviendo sus ojos a ella, señaló al viejo y negó con la cabeza.

Claire miró a Iván y señaló el hueco. Iván la miró con ojos aterrados, y se encogió de hombros.

Claire puso los ojos en blanco, conteniéndo un bufido, y volvió a mirar a Leon. Con gestos, le dijo que la salida estaba justo ahí. 

Y el rubio lo sabía, él también lo estaba viendo, pero el riesgo con Iván era muy alto.

El agente especial podía comprender perfectamente la impaciencia de la pelirroja. Tener la salida cerca y no poder seguir avanzando por la carga que suponía Iván, empezaba a ser desquiciante. Pero no podían actuar dejándose llevar por las emociones del momento. La mente fría debía prevalecer.

Leon le dijo que Claire mediante gestos que tenían que volver, pero la pelirroja se negó. Ella estaba segura de que podían avanzar por ahí, y de que si ayudaban al viejo, este no sería un problema.

Claire le dijo a Leon que ella seguiría adelante. Leon le dijo que no lo hiciera y Claire, encogiéndose de hombros, se agachó con sigilo y comenzó a arrastrarse por la acuosidad de los charcos de babas de los Lickers, pasando por debajo de sus lenguas.

Por una vez, que el suelo estuviera lleno de saliva era una ventaja. Seguía siendo asqueroso y el olor era peor cuanto más cerca estabas, pero permitía a la pelirroja deslizarse fácilmente sin hacer ruido por la fricción de su ropa contra el suelo.

Al llegar al otro lado, miró a través de las lianas de carne a Leon, quien la miraba con el ceño fruncido. Estaba claro que si salían de esa, tendrían una pequeña  charla sobre el trabajo en equipo.

Iván se giró y miró al rubio. Leon le hizo un gesto con la cabeza para confirmar que siguiera adelante con Claire, y el anciano asintió nervioso.

Se echó en el suelo, boca a bajo. Extendió sus manos por encima de su cabeza y Claire, desde el otro lado tiró de él, al tiempo que Leon le empujaba por los pies.

Lo cierto es que hacer cruzar al doctor había sido mucho más fácil, rápido y sigiloso de lo que el rubio se había imaginado.

Leon era bastante más grande que ellos, así que en realidad, quien debía implicarse para no hacer ruido ni entrar en contacto con las lenguas, era él.

Se quitó de la espalda el fusil que llevaba colgando y se lo entregó a Claire. Después se quitó el arnés de las pistolas y se lo volvió a entregar a su compañera. Desearía quitarse también el chaleco antibalas, pero este se cerraba mediante velcro y era del todo imposible no hacer ruido cuando de velcro se trataba.

Leon se echó en el suelo boca abajo y comenzó a arrastrarse por el mismo, pegando su abdomen contra el pavimento lo máximo posible. Era repugnante sentir todas esas babas calar su chaleco y camiseta térmica, entrando en contacto con su piel. Entendía las ventajas, pero eso no lo hacía menos desagradable.

Cuando pasó la mitad de su cuerpo, se giró lentamente y con cuidado, para ponerse boca arriba y poder arrastrarse hacia atrás en una posición casi sentada, para asegurarse de que sus piernas no serían un problema.

Lo habían conseguido. 

Ahora estaban mucho más cerca de la puerta, y si la suerte estaba a su favor, no tendrían que retroceder por el mismo hueco de lenguas para abrirse paso.

Una vez al otro lado, Leon recuperó sus efecto personales. Claire le miraba con las cejas alzadas y Leon la miraba con el ceño fruncido. 

Sí, sin duda tendrían una buena charla.

Claire se giró poniendo sus ojos en blanco y siguió avanzando, encontrando por aquí y por allá caminos cortados y después, por aquí y por allá alternativas abiertas.

Ya estaban llegando al final de su tortuoso camino de baldosas  charcuteras, cuando de repente Claire frenó su paso en seco.

Tanto Iván como Leon se detuvieron a su vez, pero Claire no se movía. Estaba totalmente estática. Se había quedado quieta, como escultura de mármol.

Leon se asomó por encima de Iván, tratando de ver qué estaba sucediendo. Pero no veía nada que pudiera estar entorpeciendo el camino. Ni una pared de lenguas, ni un agujero en el suelo, ni un Licker despierto observándoles.

La realidad es que lo que le estaba pasando a Claire no tenía nada que ver con algo que se pudiera observar. Todo estaba ocurriendo dentro de su cabeza, cuando escuchó entro de sí misma la peligrosa voz de Alexis.

“¿Qué cojones ha pasado aquí?” Escuchaba Claire en su cabeza. “¿Dónde está Iván?” 

Los pensamientos del CEO hablaban en voz muy alta. Tanto, que prácticamente Claire solo podía percibir su voz. Ni siquiera se escuchaba a sí misma respirar.

Leon, con cuidado, hizo a un lado a Iván y se aproximó a Claire, poniendo una mano sobre su hombro.

Claire sentía el contacto de Leon como muy lejano, mientras seguía escuchando al Alexis tal y como si estuviera gritándole en los oídos.

“¿¡Pero cómo demonios han llegado esos dos hasta ahí!?” Pensaba el CEO de ojos de nebuloso. “¿¡Cómo han podido pasar por delante de nuestras narices y que no les hayamos visto hasta ahora!?” Gritaba y gritaba en su cabeza.

Leon giró a Claire, haciendo contacto con sus ojos, cogiéndola por la cara y hablándola sin decir una sola palabra.

Claire miró a Leon, con las pupilas contraídas de puro terror.

Leon saltaba de pupila en pupila, frunciendo más el ceño, no comprendiendo qué le estaba pasando a la pelirroja, y tratando de comunicarse con ella.

“¿Cómo puedo despertar a mis bestias?” Pensó entonces Alexis. “Programa y horarios... ejecución de órdenes... mente colmena activada... ¡Aquí! Suspensión del sueño.”

Claire abrió todavía más los ojos e inclinó la cabeza para mirar por encima del hombro de Leon, más allá de los cuerpos colgados de los Lickers, al palco del laboratorio 1D-005, y ahí, sus ojos se encontraron con los ojos de Alexis.

“Hola, preciosa.” Pensó el CEO, sonriéndola, cuando sus ojos se toparon con los de Claire.

En ese momento, Leon se giró para comprobar qué era aquello que observaba la pelirroja y, cuando vio a Alexis mirándoles desde el palco, comprendió que estaban muy jodidos. Por no decir directamente muertos.

“A ver como salís de esta, agente especial Kennedy.” Pensó Alexis, y acto seguido, ordenó la suspensión del sueño de los Lickers.

Una corriente de electricidad recorrió las tuberías de donde estos se colgaban para dormir, haciendo que todos los Lickers se precipitaran contra el suelo como lo que eran, sacos de carne. 

Ya despiertos, los Lickers comenzaron un coro de alaridos, gruñidos, gritos y chasquidos de lenguas, que apuñalaba el coraje de los más valientes.

Leon y Claire se miraron mutuamente, con los ojos muy abiertos, comprendiendo lo que esto significaba.

El doctor, muerto de miedo, comenzó a gritar y a correr hacia la salida, llamando la atención de los Lickers que estaban absolutamente fuera de control, y quienes comenzaron a seguirlo.

El doctor murió.

Un grupo de sus queridos Lickers saltó sobre él desmembrándolo y alimentándose se su carne.

Leon y Claire no podían perder ni la mano del doctor ni sus ojos, si querían abrir la puerta hacia la incubadora. Así que corrieron hacía el lugar.

Leon cogió su fusil y comenzó a disparar al grupo de Lickers amontonado sobre el doctor, disolviéndolos.

—¡La mano y los ojos, Claire! —Gritó Leon, reventando todos los cerebros que se aproximaban hacia él y hacia la pelirroja, quien también había comenzado a abrirse paso a tiros de fusil.

Una lengua, con la fuerza de un látigo, se abrazó a una pierna de León, y este, cogiendo uno de los cuchillos que tomara prestados de la habitación secreta, lo lanzó contra la lengua, atravesándola de lado a lado, para sufrimiento del Licker, que inmediatamente soltó la pierna de Leon y, de manera retráctil, se llevó su lengua a la boca, con cuchillo incluido, que lo estaba apuñalando por dentro mientras se retorcía de dolor, desesperado.

Leon siguió avanzando, cubriendo a Claire como podía, mientras se defendía así mismo.

Un Licker se lanzó hacia el rubio por un lateral, con sus garras en alto, y Leon lo esquivó, haciéndose a un lado, al tiempo que lanzaba una potente patada sobre la cabeza del ser, reventándosela con su bota contra el suelo.

Otras dos  lenguas se enroscaron alrededor de su cuello, y rápido como un rayo, Leon las cortó con ayuda de su siempre fiel cuchillo de combate.

Otro Licker lanzó su lengua alrededor de la cintura de Leon, poniendo a este de rodillas. Tirando de él, lo empezó a arrastrar hacia sus fauces.

Leon clavó su cuchillo en la lengua, cortándosela a medida que el Licker tiraba de él, convirtiéndola en  una lengua bífida. Y al llegar su boca, el agente especial cortó la lengua que envolvía su cintura, y la giró alrededor de la cabeza del Licker, anudándola a su cerebro expuesto, y apretando este hasta reventarlo.

Cuando Leon se incorporó, un grupo grande de Lickers se aproximaba hacia él a toda velocidad y Leon dio cinco tiros certeros en cada una de esas cabezas, mientras corría cerca de Claire, la cual seguía disparando adoptado su forma más grande.

En ese espacio había trescientos quince Lickers. Trescientos quince. Y apenas habían matado a una treintena, cuando ya se sentían agotados. 

Necesitaban un milagro.

Un grupo de diez Lickers rodearon a Claire, —mientras esta reventaba con sus garras los cerebros de dos Lickers que se habían lanzado sobre ella. —, y atraparon sus piernas y sus brazos con sus lenguas, tirando de sus miembros todos a una, tratando de partirla en dos.

Claire gritaba, incapaz de defenderse por más que su musculoso cuerpo se resistiera.

Leon saltó al espacio que había entre los Lickers y la pelirroja, y, deslizándose, cortó todas las lenguas que la tenían presa.

Pero como es bien sabido, a un Licker no se le mata cortándole la lengua. Eso solo facilita las cosas. Así que ese grupo de Lickers, ahora sin sus largas lenguas, se lanzaron sobre ellos a golpe de garras y dientes. Y mientras Claire se recuperaba de la hiperextensión, Leon disparaba contra todas esas bestias, cubriendo a su compañera.

El agente espacial era un gran guerrero. Se movía a alta velocidad y cada ataque suyo era certero. No era la primera vez que se enfrentaba a los Lickers, y de hecho, en el pasado, hubo un momento en que estos fueron prácticamente aliados.

Leon sabía que eran unas bestias absolutamente letales. Que sabían trabajar en equipo, y que su número era su gran baza.

Pero también sabía que con velocidad, resistencia y tino, era posible matarles y aguantar sus ataques.

El problema es que eran demasiados y ellos solo dos. Aunque Claire tuviera unos poderes extraordinarios, les ganaban tanto en número, que no parecía posible salir de esa si no era por gracia divina.

—¡Tengo la mano! —Gritó Claire, mientras seguía disparando y cortando lenguas con sus garras.

Leon vio a lo lejos, en el lado izquierdo del espacio, la cabeza de Iván rodando por el suelo.

Un Licker se lanzó a por la cabeza y se la introdujo en la boca atravesando todos los huesos de la cara del doctor con sus afiladas fauces. La imagen de una cara siendo destruida, era absolutamente inolvidable.

Leon corrió hacia la bestia, saltando, esquivando, deslizándose e incluso impulsándose sobre otros Lickers que se lanzaban contra él, para llegar a tiempo de conseguir un ojo del científico, antes de que esa bestia se tragara su cabeza.

Cuando estaba tan solo a unos centímetros de distancia, el Licker cerró por completo su boca, y de la cara destrozada de Iván, salieron disparados hacia el suelo sus dos globos oculares, que rebotaron y rodaron como dos canicas.

Leon desvió su trayectoria y se lanzó al suelo, deslizándose entre babas, y alcanzó los ojos, resbaladizos como pastillas de jabón, del viejo doctor.

—¡Tengo los ojos! —Gritó el rubio, guardándolos en sus cargo, cuando un Licker, desde la estructura de tuberías en el techo, atrapó al rubio envolviendo su lengua alrededor de su cuello, elevándolo del suelo.

Leon cogió su cuchillo de combate, dispuesto a  cortar esa lengua, cuando otra lengua atrapó su brazo, tirando de este hacia fuera.

Otros Lickers llegaron, tirando de sus piernas hacia abajo, mientras el primero seguía apretando su cuello y tiraba de él hacia arriba.

Leon trató de coger su fusil para disparar, pero se le iba a partir el cuello, así que usó su mano libre para agarrarse a la resbaladiza lengua que tiraba de él, tratando de, a su vez, tirar de ella hacia abajo. Pero esta era tan resbaladiza, que todo intento era inútil.

Otro grupo de Lickers llegó y comenzaron a rodear todo su cuerpo con sus lenguas, tirando todos en diferentes direcciones, queriendo cada uno llevarse su pedazo de carne.

Leon se quedaba sin oxígeno. Perdería el conocimiento en unos segundos si antes no le partían todos los huesos.

Miró hacia el palco y ahí vio a Alexis, mirándole con una mano en la barbilla y la otra cruzada por delante del pecho. Con los ojos entornados, los labios apretados y la cabeza inclinada.

Las pupilas de Leon giraron hacia dentro y todo se volvió negro.

Escuchó la voz de Claire, gritando su nombre en la distancia.

Volvió sus ojos al presente, viendo a duras penas como Alexis miraba en otra dirección, apoyando la palma de su mano abierta en el cristal curvo del palco, y diciendo algo con la boca pequeña, mientras sus hombres se aproximaban al cristal, apuntando con sus armas más allá de este.

Todo se volvió de nuevo negro, pero cuando volvió a ver, un Licker se lanzaba hacia él con la lengua serpenteando en el aire y una garra cargada, dispuesta a descargarse sobre él, partiéndole en dos.

Entonces Leon cerró los ojos, despidiéndose del mundo.

Pero todavía estaba apenas vivo. Abrió de nuevo los ojos y vio al Licker que se había lanzado contra él, detenido en el tiempo. Flotando en el aire, estático. Como si medusa lo hubiera transformado en piedra y no fuera capaz de moverse.

En ese mismo instante, el Licker salió disparado hacia el fondo del nido, dónde, del golpe, reventó su cerebro contra la pared.

¿Qué demonios estaba presenciando el rubio? ¿La falta de oxígeno le estaba haciendo ver alucinaciones?

De repente, todas las lenguas alrededor de Leon, fueron arranchadas de sus bocas en un gran estallido de sangre. Y se desenroscaron de él, haciéndole caer al suelo sonoramente, mientras este se llevaba una mano al cuello y comenzaba a toser profusamente, tratando de recuperar la respiración normal.

En esas estaba, cuando los mismos Lickers que lo habían dejado en jaque, volvieron contra él sus garras y fauces,  y estas chocaron enfrente del rubio contra una pared invisible que les impedía dar con el agente especial, creando delante de él la imagen de un montón de carne y tendones aplastados, amontonándose unos sobre otros, como si el rubio estuviera dentro de una pecera.

Alexis tenía sus ojos grises abiertos como platos y la mandíbula caía hasta el suelo, ahora con sus dos manos apoyadas en el cristal.

Leon, todavía recuperando su respiración, se giró hacia donde Alexis miraba y vio con asombro a Claire, justo detrás de él, con los brazos extendidos, el ceño fruncido y los ojos como dos faros de luz blanca, donde apenas se podían ver el iris y las pupilas.

Leon estaba impresionado. Era como ver a una diosa.

Claire volvía a tener su forma natural, y sus músculos temblaban por el esfuerzo de lo que estaba haciendo. Mantener a los Lickers lejos de ellos.

La pelirroja bajó la miraba hacia Leon, que no podía reaccionar ante lo extraordinario.

—¡Levántante! —Ordenó Claire, apretando los dientes. —¡Levántante, Leon! ¡No sé cuánto más podré resistir! —Repitió la pelirroja.

Leon parpadeó, sacudiendo su cabeza, volviendo en sí. Comprendiendo rápidamente que seguían en un nido de muerte.

El rubio se puso de pie al tiempo que Claire empujaba con sus brazos, lanzando por los aires a los lickers que se estrellaban contra esa pared invisible que los protegía.

Otros Licker se lanzaron sobre ellos, y Claire, poniéndose delante de Leon, extendió sus brazos, haciendo que estos volvieran a estrellarse contra la nada, y de nuevo los lanzó lejos.

Claire cayó de rodillas, respirando con dificultad, con  todo su cuerpo tembloroso.

—Claire. —Llamó Leon, cogiendo a la pelirroja por los hombros y poniéndola de pie. Pero Claire no se sostenía por sí misma, así que Leon pasó su brazo por encima de sus hombros y la cargó de costado, mientras retrocedía hacia la puerta de salida, disparando con su fusil a todos los Lickers que se lanzaban contra ellos y chocaban contra esa fuerza gravitatoria que salía de la pelirroja.

Un Licker, por detrás, lanzó su lengua envolviéndola sobre la cintura de Claire, y Leon se giró rápido con su cuchillo para cortar dicha lengua y reventar los sesos de la vestía con su fusil.

Claire, haciendo un gran esfuerzo, sostuvo su peso sobre sus piernas y, extendiendo los brazos a ambos lados de su cuerpo, creo una esfera de protección que los envolvía a los dos, mientras Leon seguía disparando y matando a tantos Lickers como se le ponían por delante.

—¡Aguanta Claire! —Gritó Leon, que al mirar hacia dónde estaba la puerta de salida, solo veía cuerpos de Lickers contra ellos, que se amontonaban unos sobre otros, empezando a crear una bóveda de carne y tendones por encima de sus cabeza.

—¡No aguanto más! —Gritó Claire, a quien se le caía de una fosa nasal una gota de sangre brillante cómo una cascada de rubís.

Leon había cargado ya cuatro veces su munición, y este era su último cartucho de los fusiles de la habitación secreta.

Comprendía el peso que estaba aguantando Claire, pues los dos empujaban desde dentro de la esfera de fuerza, para llegar hasta la puerta, y se sentía como tratar de mover una montaña.

Claire no podía más. Lo veía en su cara, en esos ojos encendidos que comenzaban a apagarse, en la sangre que emanaba por su nariz.

Miró alrededor. Tenía que haber alguna manera de distraer a los Lickers y quitárselos de encima, que no dependiera de la escasa munición que le quedaba.

Entonces volvió a mirar hacia Alexis, que no les había quitado ojo de encima en todo ese tiempo, y que les observaba apoyado sobre las puntas de sus dedos contra el cristal.

Miraba a Claire con asombro, pero también con ira. No podía ni siquiera imaginar que pensamientos cruzaban la mente del CEO. Cualquiera en su posición estaría feliz de haber logrado una proeza como la que lograron con Claire.

Pero él parecía en realidad muy disgustado. Tal vez le daba rabia querer acabar con algo tan extraordinario, solo porque prometió hacerlo. ¿Sería que su ego lo estaba poniendo contra las cuerdas?

Sea como fuere, cuando Alexis miró a Leon y vio a este mirándole, hubo un momento de conexión, donde chocaron, enfrentándose el uno contra el otro.

La niebla en los ojos de Alexis, querían imponerse a los soleados cielos de verano de Leon, apagando su luz. Y desde esa posición salvaguardada desde donde Alexis les miraba, en lo alto,  Leon sintió por un momento que efectivamente esa niebla se imponía en su mundo.

Pero entonces el agente especial se dio cuenta de una cosa. Que solo la niebla en lo alto podía encapotar sus cielos.

El rubio, apuntó con su fusil directamente a la cabeza de Alexis, quien viendo ese gestó, sonrió a Leon y le lanzó un beso a través del visor del arma.

Leon disparó una ráfaga de tres tiros, y las balas se quedaron incrustadas sobre el vidrio templado, demostrando así que era resistente a estas.

Pero entonces, el rubio cogió dos granadas, retiró sus arandelas, y las lanzó por encima de los Lickers en dirección al palco, rondando estas por el suelo, hasta quedar justo debajo.

Alexis miró hacia las granadas rodando en su dirección, y después miró a Leon con los ojos muy abiertos, con verdadero temor.

Varios Lickers corriendo detrás de las granadas, como perros jugando con una pelota, y al llegar a su altura, estas explotaron, reventando a los Lickers y destruyendo parte de la estructura interior del palco.

Tanto es así, que el palco se desprendió a medias, inclinándose hacia un lado, pero sin llegar a caer.

Alexis casi pierde el equilibrio, y sus hombres, sosteniéndolo, lo evitaron.

El CEO se soltó de los brazos de sus hombres, recolocándose su perfecta y elegante chaqueta con brusquedad, y peinando su pelo hacia atrás con sus manos, recuperando la compostura.

El palco había resistido. Pero si Leon volvía a lanzar otras dos granadas, probablemente se viniera a bajo.

Alexis volvió su mirada hacia Leon, con el ceño y los labios fruncidos, volviendo su pálida piel roja de ira y contrayendo sus maseteros que se marcaban en su cara como a un carnívoro.

El vidrio templado comenzó a grietarse de lado a lado, mientras Alexis retrocedía, comprendiendo que tenía que irse de ahí si quería sobrevivir.

Pero Leon no pensaba ponérselo tan fácil.

El agente especial inclinó de nuevo su cabeza hacia el visor, soltando el aire de sus pulmones. Apoyó con fuerza la culata del arma en su hombro. Recolocó sus dedos en su agarre e inspiró lentamente.

Detuvo su pulso durante el segundo preciso que necesitaba y, dejando de escuchar los sonidos a su alrededor, apretó el gatillo.

Un único tiro.

La bala voló a toda velocidad directa a la cabeza de Alexis Belanova.

Atravesó el vidrio templado, rompiendo este en añicos, y antes de que Alexis pudiera reaccionar, uno de sus hombres lo empujó hacia el suelo, recibiendo por él un balazo mortal.

Leon había fallado.

Con un movimiento preciso, pasó manualmente una segunda bala a la recamara del cañón. Y sin perder la concentración, disparó una segunda vez mientras el CEO se incorporaba y de nuevo, otro de sus hombres salvaba su pellejo, cambiando su destino por el destino de su señor.

Los hombre de Alexis comenzaron a disparar en dirección al rubio, consiguiendo lo que el rubio quería lograr en primer lugar.

Que los Lickers cambiaran de objetivo.

Ante el sonido de los disparos, los Lickers corrieron hacia el palco, por el suelo, techo, pareces e incluso columpiándose por las tuberías dónde dormían, dispuestos a alimentarse de los soldados de Alexis y, con suerte, del propio Alexis.

Cuando los Lickers dejaron su paso libre, Claire por fin pudo cortar su poder, desmayándose en los brazos de Leon.

Este, sin perder tiempo, cogió a la pelirroja en brazos y corrió hacia la puerta de salida.

Entonces Leon sintió tres fuertes golpes en su espalda. Golpes que impactaban por detrás, pero cuya onda expansiva llevaba el dolor del impacto hacia delante, como si alguien le atravesara de lado a lado con una espada.

Le estaban disparando.

Una cuarta bala golpeó su chaleco antibalas a la altura del hombro, y a Leon se le cayeron las piernas de Claire al suelo.

El chaleco antibalas era totalmente esencial. Esos balazo le habría destruido si no fuera por el chaleco. Aunque cada golpe doliera como si lo estuvieran acribillando de verdad, podía agradecer llevarlo puesto.

Cuando Leon llegó a la puerta, una quinta y una sexta bala se perdieron a cada uno de sus lados, impactando contra las paredes. Pero Leon no podía prestar atención a eso.

La prioridad era abrir la puerta.

Cogió la mano de Iván que Claire llevaba en el bolso trasero de su pantalón y extendió la mano sobre el lector.

En la pantalla del mismo lector, en letras verdes, un letrero anunciaba que la lectura era correcta, y se mostraba a la espera de la lectura ocular.

Leon sacó de sus cargo uno de los ojos del doctor y, poniéndolo delante del lector, este anunciaba, en la misma pantalla, que la lectura era correcta y, dándole la bienvenida al doctor Iván Petrova, la puerta se abrió con un ligero sonido de aspiración, y Leon, tomando en brazos a Claire, pasó al otro lado.

Cuando se giró para ver lo que ocurría a sus espaldas, pudo comprobar como en el palco se estaba llevando a cabo una batalla campal. Y en medio de todo ello, Alexis Belanova seguía apretando el gatillo de su pistola descargada contra ellos.

Mirándoles con su niebla en llamas, los dientes apretados y la expresión desquiciada.

Entonces Leon le enseñó su dedo corazón mientras la puerta se cerraba tras él y, antes de que esta se cerrara del todo, el agente especial pudo escuchar el grito en la niebla, pues el sol se había impuesto finalmente.

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Cuando Leon se giró, aunque la imagen ante él era sin duda espeluznante, se sintió a salvo.

Estaba precisamente en la sala que había descrito Iván. Una sala incubadora. 

Dentro de filas y filas de tanques en ese lugar, había en su interior los cuerpos en desarrollo de los Lickers. Algunos más grandes que otros, pero Lickers al fin y al cabo.

Leon apoyó a Claire en el suelo, contra la pared, dejando la mano del doctor y su ojo dentro de los cargo, por si fuera de utilidad más tarde.

Claire estaba totalmente inconsciente.

Lo que Leon había presenciado al otro lado de la puerta, era lo más alucinante que había visto en su vida.

Desde que comenzara esa misión y viera por primera vez las habilidades especiales de Claire, siempre se había sentido muy impresionado por todas ellas. Sobre todo cuando estas modificaban de alguna forma su cuerpo.

Pero en esta última ocasión, ese poder tan increíble y esos ojos blancos de los que se arrojaba una preciosa luz que no cegaba, había sido como ver una súper nova. Tan alucinante que él también podría haber perdido el conocimiento de pura fascinación.

Ella, su Claire, solo con los movimientos de sus brazos, les había protegido a ambos de ser comida de Lickers. Y había pagado un alto precio para ello.

El rubio se arrodillo al lado de la pelirroja y sacó de su botiquín un inhalante de amoniaco, que pasó por debajo de las fosas nasales de Claire, la cual, al respirarlo, recuperó inmediatamente el conocimiento, saltando nerviosa sobre su sitio. Mirando a su alrededor, en busca de Lickers a los que enfrentarse.

—Claire, Claire. Tranquila. —Se apresuró a calmar Leon, tomando la cara de la rubia entre sus manos y focalizándola en él.

La pelirroja, seguía moviendo sus ojos de un lado al otro, todavía no comprendiendo que estaba en un lugar seguro.

—Claire, mírame. —Llamó el agente especial. —Estás a salvo. Lo hemos logrado. Estás a salvo. —Repitió el rubio, tratando de ocupar el campo visual de la pelirroja.

Cuando Claire escuchó que lo habían conseguido, por fin fijó sus ojos en los ojos de Leon, agarrándose a sus muñecas con fuerza y recuperando la calma en su respiración.

—¿L-lo hemos conseguido? —Preguntó la pelirroja, entrecortadamente, pestañeando con fuerza.

—Sí. —Sonrió Leon. —Sí, lo hemos logrado. Gracias a ti.

Claire, quien temblaba profusamente debajo del enorme jersey roto que cubría su cuerpo, bajó su mirada a los labios de Leon, y después más abajo, hasta que cerró sus ojos.

—Gracias a mí. —Susurró Claire.

—Sí. —Repitió Leon. —Gracias a ti, Claire.

La pelirroja volvió a abrir sus ojos mirando los ojos de su compañero, y sin poder evitarlo, dos grandes lágrimas escaparon de ellos y se deslizaron con velocidad por su rostro hasta  precipitarse por su barbilla.

Y así, contorsionando su cara, sus cejas, su boca de cereza, Claire comenzó a llorar, descargando ese cúmulo de emociones tan grande que la embargaba, cada vez que descubría de sí misma un nuevo poder.

Recordaba lo que había sucedido. Y no poder explicarlo, se le atragantaba en la mente de una forma tan grosera, que necesitaba llorar.

Leon guardó el amoniaco en el botiquín y, sacando uno de los sobres de agua, le ofreció un sorbo a la pelirroja, que aceptó con agrado, sin por ello dejar de llorar.

Cuando hubo bebido, Leon mojó sus dedos con unas gotas de agua y, con el pulgar, retiró la sangre de Claire de debajo de su nariz y de parte de su labio superior.

Después la sonrió y acaricio su mejilla y su nuca.

—¿Estás bien? —Preguntó el agente especial.

Claire no sabía que responder.

Sí, estaba bien. Porque estaba viva. No estaba herida. Leon estaba bien. No estaba herido. Todo estaba bien.

Pero estaba mal, porque de nuevo había perdido otro pedazo de humanidad, siendo cada vez más B.O.W y menos persona.

Claire humedeció sus labios y asintió con la cabeza, mientras secaba sus lágrimas con el talón de sus manos.

—¿Quieres hablar de lo que ha pasado ahí dentro? —Preguntó Leon, señalando con su cabeza hacia la puerta.

—¿De qué quieres hablar? —Preguntó Claire, con la voz crujiente, tratando de no llorar. —Soy una mujer con poderes, ¿no? Pues ahí lo tienes. Muevo cosas con la mente.

—Telequinesis. —Dijo Leon, asintiendo con su cabeza. —Eres telequinética.

—Eso parece. —Asintió Claire a su vez, apretando los labios. —No trates de animarme, por favor. —Se apresuró a añadir la pelirroja. —No lo necesito. Es solo un poder más a la lista.

—Creo que tienes una plaza en la escuela del profesor Xavier. —Bromeó el rubio.

Claire miró a Leon. Primero, sin encontrarle la gracia a que la comparara con una X-Men. Y después, mirando esa preciosa cara que la sonreía tímidamente, no pudiendo evitar sentir el cosquilleo que Leon despertaba en su corazón y en su estómago, y escapándosele la risa sin remisión.

—Te pedí que no me animaras. —Replicó Claire.

—No lo estaba haciendo. —Contestó Leon, enseñando las palmas de sus manos en alto, en son de paz.

—Pues lo has hecho. Me has hecho reír cuando no quería. —Volvió a replicar Claire.

—¿Qué culpa tengo yo de ser tan gracioso? —Respondió Leon riéndose y mirándola con ojos de amor. —Gracias por salvarnos. —Susurró tras una pausa.

Claire guardó silencio por un momento, recordando el miedo que sintió ahí dentro, cuando vio a Leon pendido en el aire, rodeado de esas horribles lenguas que tiraban de él.

Un escalofrío recorrió la columna de la pelirroja. Solo la imagen de Leon muerto podía superar en horror esa otra imagen.

—Cu-cuando te vi ahí, rodeado de Lickers, yo... —Claire guardó silencio de nuevo. Sabía que si no lo deseaba, no tía porque hablar de nada. Leon era paciente. Pero también sabía que compartir con él cómo se había sentido, sería liberador. —Pensé que te perdía por segunda vez.

Ambos se miraron detenidamente. Se comprendían.

—Yo también creí que me moría. —Confesó Leon. —Y que te volvía a dejar sola.

»Lo siento.

—No, Leon. No te disculpes. —Intervino Claire, haciendo un gesto con la mano de negación. —No sabes cómo has luchado. Tú no te ves desde fuera, pero yo sí.

»Eres increíble. Y me protegiste.

»Siempre lo haces.

Leon sonrió vagamente a Claire, con una caída de parpados preciosa y elegante.

—Yo... —Comenzó Claire, queriendo explicarse pero encontrando difícil hallar las palabras adecuadas, para hablar con precisión. —... Estaba rodeada, ¿sabes? En un momento, casi en un parpadeo, tenía a tantos Lickers encima que apenas podía ver más allá de mí misma.

»Te juro que hubo un instante... solo unos segundos, en los que me pregunté, ¿dónde está Leon? ¿Porque no está aquí quitándome a estas bestias de encima? —Claire bajó la cabeza a sus manos en su regazo, sintiendo vergüenza de sus pensamientos egoístas. —Creo que me he acostumbrado a que si estas cerca, siempre aparezcas para salvarme.

—Creo que he demostrado no tener la capacidad de salvarte en todo momento. —Interrumpió Leon.

—Llevas toda la vida salvándome de un modo u otro. No digas tonterías.

—No niego que te he salvado el pellejo en bastantes ocasiones.  —Terció Leon, elevando sus cejas y sonriendo. —De la misma forma que tú no puedes negar que me la has salvado a mí.

»Tal vez no tirando de músculos. Pero de muchas otras formas, sí.

Leon tomó a Claire por el mentón y alzó su rostro hacia él. Claire posó sus ojos en el rostro amable de Leon y convino que el rubio tenía razón. Aunque la pelirroja era lo suficientemente cabezota como para no querer reconocerlo en ese momento, si no quería hacerlo a regañadientes.

Claire asintió y cogió la mano de Leon entre las suyas, para seguir con su explicación.

—El caso es que, mientras estaba teniendo esos pensamientos, se abrió un espacio ante mí y pude ver cómo todos esos Lickers te habían rodeado. Parecías una crisálida terrorífica. —Claire, tragó saliva, humedeció sus labios y continuó. —No sé muy bien cómo pasó. —Comenzó a decir. —Un miedo increíble llenó mi cuerpo. Lo llenó hasta más allá de su capacidad física.

»Te juro que sentí como mis órganos explotaban en mil jirones; y cómo mi cerebro... no sé, fue cómo... cómo una increíble descarga eléctrica que estalló en mi cerebro y llegó hasta mis ojos.

»Y de repente todo se volvió más claro y con más luz. —Claire miró a Leon con los ojos muy abiertos, entendiendo que estaba explicado algo realmente fascinante. —En cuestión de segundos, esa electricidad bajó por mis hombros hasta mis manos, y me quemaba las puntas de los dedos.

»También me empezaron a arder los ojos. Sentía pequeños estallidos por toda la cara y por todo el cuerpo y entonces... —Claire hizo una pausa. —... entonces, fue cómo si una grandísima fuerza atravesara mi piel y se extendiera mucho más allá de mí. Y era liberador. —Claire se miró entonces las manos. Ahora tan normales y tan humanas, pero antes tan increíblemente poderosas. —Me sentí tan fuerte, Leon. —Explicó la pelirroja, volviendo a mirar a su compañero, que la escuchaba prestándole total atención. —Hubo un momento en que me sentí imparable.

»Sentí que si lo deseaba, podría destrozar el palco donde estaba Alexis. Y que con tan solo cerrar mi puño, podría convertir todas esas toneladas de hormigón en una bola de papel.

»No puedo ser más precisa, pero era como si dentro de mí el calor aumentara de forma enfermiza, y que cuando lo lanzaba fuera, me sentía liviana y poderosa. Mientras, poco a poco, el calor volvía a calentarme esperando volver a ser expulsado.

»Y con cada vez que lo expulsaba, podía sostener cosas y empujaras y lanzarlas por los aires con la misma fuerza y potencia, con la que ese calor me quemaba por dentro.

Claire tomó aire. Se estaba emocionando demasiado contando cómo había vivido su primera experiencia con la telequinesis.

 Casi parecía feliz de tener esa clase de poder.

Pero como decía Leon, ¿por qué no estarlo, si ahora formaba parte de quien era ella?

—Bueno, para resumir. Cuando te vi muriendo, se desató este poder.

»Lancé por los aires a los Lickers que me acosaban, corría tu lado y... el calor y el miedo y la ira... vibraron tan fuerte dentro de mí que cuando lo descargué, lanzando lejos de ti a todos esos Lickers, partiéndoles las lenguas, creía que me moría. —Claire volvió a hacer una pausa, llevándose los dedos a la nariz. —Me empecé a sentir muy mal. Muy débil. Tan débil que me dolía físicamente.

»Yo... no sé lo que hago cuando aparecen estos poderes, ¿sabes? Los uso guiada por mi instinto. Así que, no conozco los límites. —Claire hizo de nuevo una pausa y miró al rubio. —Tal vez que me encontrara tan mal era un aviso de mis límites, pero, no iba a parar hasta ponernos a salvo.

»O al menos hasta que ya no me quedaran más fuerzas.

—Y eso es algo que no puede volver a ocurrir. —Intervino Leon, seriamente. —Prométeme que si en algún momento te sientes al límite de tus fuerzas, usando tus poderes, pararás.

—Nos he salvado la vida ahí dentro precisamente por llevarme al límite. —Replicó Claire, sin poder contener una sonrisa burlona.

—Tienes que dejar siempre algo para huir. —Volvió a intervenir Leon, con una seriedad propias del agente especial y no de su amigo.

—¿Huir sin ti? —Preguntó entonces Claire, alzando las cejas.

—Sí. —Contestó tajantemente Leon.

—Eso no va a ocurrir nunca. Métetelo en la cabeza.

—Sherry te espera en casa. 

—¿Y a ti no?

—Le prometí que volverías. —Zanjó el rubio. —Si ha de hacerlo uno de los dos, esa debes ser tú.

Claire miró a Leon, los dos con ojos desafiantes. No se iban a poner de acuerdo en eso, ya lo estaba viendo. Y no le apetecía nada echar un pulso con el agente especial.

—No nos vamos a poner de acuerdo. —Dijo Claire, encogiéndose de hombros.

—Yo he venido aquí dispuesto a dar la vida por ti. —Soltó el rubio. —Y lo hago por Sherry, por JJ, por ti y también por mí.

—Repito, que no nos vamos a poner de acuerdo.

Leon y Claire continuaron sosteniéndose la mirada.

—Ya veremos. —Dijo Leon, zanjando la conversación y poniéndose de pie, entregándole una mano a Claire para ayudarla a levantarse.

Cuando la pelirroja estuvo en su vertical, pegada a Leon, con sus dos manos estrechadas, alzó la vista y repitió.

—Sí. Ya veremos.

Leon sonrió, poniendo los ojos en blanco, soltando la mano de Claire y girándose hacia la sala ante ellos.

Un total de doce probetas enormes, similares a aquella donde retuvieran a Claire, se extendían en dos filas por el espacio, cuyo suelo estaba lleno de tubos, bombas de oxígeno, cables y garrafas de diferentes líquidos.

Dentro de estas probetas, en diferentes etapas de desarrollo, los Lickers floraban en su líquido. Vivos pero inconscientes.

Claire pensaba, mientras los observaba, que la sola idea de crear vida de un modo tan artificial y tan frívolo era en sí mismo tan inhumano, que los que deberían estar dentro de esas probetas para su estudio, debían ser quienes trabajan en ello.

La imagen era asquerosa. Era tan repugnante a ojos de Claire, que por un segundo sintió repugnancia de sí misma, pues hace horas la que estaba en la misma situación, era ella.

—¿Así fue cómo me viste cuando me encontraste? —Preguntó Claire rompiendo el silencio, apoyando una mano sobre el vidrio del tanque más cercano. —¿Así de terrible, cruel y asqueroso?

Leon miró a la pelirroja con cierto pesar. Sintiendo su autodesprecio.

—No me acuerdo bien. —Contestó el rubio, sinceramente. 

—¿No recuerdas lo que pensaste cuando me viste ahí dentro?

—Entré en estado de shock. —Aclaró el rubio.

Claire miró a Leon, y sus ojos se encontraron. Ese lugar de reposo al que siempre podían recurrir para sentirse mejor.

—Ya. —Dijo Claire, asintiendo. —Lo entiendo. Debió ser muy fuerte.

—No te haces una idea. —Contestó Leon, mirando de nuevo al Licker dentro del tanque. —Sin duda sentí miedo. Eso sí lo recuerdo. —Añadió.

—Miedo. —Susurró Claire.

—Sí. De haber llegado tarde. —Volvió a intervenir Leon. 

Claire asintió y retiró su mano del vidrio del tanque.

Al otro lado de la puerta por dónde habían entrado, se escuchó una fuerte explosión, al tiempo que el suelo tembló vigorosamente.

—No tenemos tiempo que perder. —Dijo entonces Leon, sacando de nuevo el mapa de sus cargó. —Vale, a través de esa puerta, —Continuó, señalando una puerta de cierre de seguridad en la pared contigua a la puerta por la que habían entrado. —, llegamos a un pasillo que nos comunica con una cafetería, un pasillo de paso a una zona de dormitorios y al ascensor central.

—Dónde seguirá habiendo la vigilancia que tratamos de sortear. —Dijo Claire, mirando el mapa a su vez.

—Efectivamente. —Asintió Leon. —De hecho, diría que los hombres de Alexis entrarán antes por esa puerta, que por la que hemos atravesado nosotros. —Opinó el agente especial mirando su entorno. —Tenemos que confundirles como sea.

Leon se movió por el espacio, mirando el techo y las paredes. Buscando otra vía de escape de esa sala que no fuera tan obvia como las dos puertas que poseía.

Vio entonces, a ras de suelo, un conducto de ventilación. Era bastante ancho. Se agachó y entregándole el mapa a Claire, tiró de la rejilla hacia fuera y, al desencajarla, con ayuda de su linterna alumbró hacia dentro.

Era un conducto cualquiera, lleno de polvo y telas de araña.

—Claire, ¿qué es lo más próximo a esta sala que hay según el mapa? —Preguntó Leon, mirando a la pelirroja. 

—Una oficina. —Contestó Claire, recorriendo el mapa con sus ojos. —Contabilidad y recursos humanos.

—Vale, este es el plan. —Dijo Leon poniéndose de pie.

El agente especial sacó la mano de Iván de sus cargo y, con la sangre que aun manaba de la muñeca lacerada, manchó los dedos de la mano y la apoyó sobre el lector biométrico de la puerta que daba hacia el ascensor central, manchando dicho lector.

—Esta será la distracción. —Dijo Leon, guardando de nuevo la mano de Iván. —Cuando lleguen hasta aquí, creerán que nos hemos ido en esa dirección, camino a la cafetería o hacia los dormitorios, pero nosotros nos moveremos hasta la oficina. Y una vez ahí decidiremos nuestro siguiente paso.

—De acuerdo. —Dijo Claire, entregándole el mapa a Leon y siguiéndole hacia el conducto de ventilación. Cuando tuvo una idea. —Un momento. 

Leon se detuvo y miró a su compañera.

—¿Y si la distracción no es lo suficientemente buena? —Preguntó Claire.

—Cabe la posibilidad. Por eso tenemos que movernos rápido. —Aclaró el agente especial, girándose hacia el conducto.

—Ya, pero, ¿y si ademas de intentar distraerlos, les damos trabajo que hacer? —Volvió a preguntar la pelirroja, señalando los tanques de incubación a sus espaldas.

—¿Qué propones? —Preguntó Leon.

—Desconectemos a todas estas bestias. —Dijo Claire. —¡Jodámosles! ¡Démosles donde más les duele! Y mantengámosles ocupados.

Leon miró a Claire, dibujando poco a poco una sonrisa en sus labios.

—Qué traviesa. —Dijo el rubio, guiñándole un ojo, al tiempo que se acercaba a uno de los tanques y, descargando un fuerte pisotón sobre el tubo de oxígeno del tanque, rompiendo este, el ser en su interior comenzó a ahogarse.

Claire sonrió a su vez, rompiendo el tuvo de oxígeno de igual forma que hiciera Leon y enroscando todos los cables alrededor de su brazo, de un solo tirón desconectó toda fuente de alimentación que estuviera recibiendo la bestia en cuestión.

Pasaron al siguiente tanque. Y después al siguiente, y al siguiente, hasta que acabaron con todos ellos.

Los especímenes en su interior convulsionaban y se retorcían, muriendo antes siquiera de tener conciencia de vivir.

Cuando acabaron, se colaron dentro del conducto de ventilación, colocando la rejilla tras de sí y comenzaron a  arrastrase por el metálico espacio hasta la su siguiente posición.

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Arrastrarse por unos conductos llenos de polvo y telas de araña, siempre era algo desagradable. El polvo se te metía hasta los pulmones, las telas de araña se te pegaban al pelo y a la cara, y la combinación de ambas, hacía que te picara todo el cuerpo.

Pero cuando además venías de tener toda tu ropa empapada y cubierto de la espesa saliva de los Lickers, el resultado final iba más allá de lo desagradable. Era simplemente repugnante.

Hacía solo unas horas habían tenido la ocasión de asearse, y eso se había sentido como un auténtico regalo. Pero estando de misión, tener esa posibilidad era casi tan imposible, como mantenerse limpio mientras esta durase.

Si el agente especial echaba la vista atrás, en cada misión se tuvo que ver cubierto de sangre, vísceras, restos innombrables de diferentes criaturas, aguas fecales o pantanosas, y un sin fin más porquerías que terminaban sobre él.

Por no hablar de su propio sudor, vómitos y a veces hasta su propia orina.

Era inevitable. Así que cuando el rubio emprendía una misión, lo hacia sabiendo de antemano que debía soportarse sucio durante el periodo que dicha misión abarcara.

Pero bueno, saberlo y tenerlo presente, no significaba que fuera menos desagradable. Una cosa es aceptar los gajes del oficio y otra muy diferentes sentirte cómodo o conforme con ello.

Si no se le estuviera haciendo una plasta entre la suciedad del conducto de ventilación y la saliva Licker en su ropa, al salir al otro lado con sacudirse sería suficiente. Pero en esta ocasión tendría que aceptar cargar con ello.

Por supuesto, para Claire la situación no era mucho mejor.

Ella incluso se había podido dar una ducha en el baño privado del doctor Bordet, a parte de asearse en la habitación secreta, pero eso no hacía que no echara de menos llegar a su casa y darse una buena ducha caliente.

Y es que el solo pensamiento, le daba una dosis extra de energía para salir de ahí. Todo ayudaba a no desmoralizarse. Sobre todo, ganarles la mano de cuando en cuando a los malos.

Nadie sabrá nunca la satisfacción que sintió destruyendo a los monstruos que estaban creciendo en las incubadoras. Y lo contenta que se sentía al imaginar a todos esos científicos, y por extensión a Alexis, tratando de solucionar el destrozo que tanto ella como Leon habían ocasionado en sus experimentos.

La pelirroja sabía que ante la mínima posibilidad que tuvieran de huir, esa sería la puerta que tomarían ambos. Pero una parte ella, no deseaba huir sin más.

Una parte de ella solo deseaba dar caza al cazador. Cambiar las tornas. Darle al villano de su propia medicina.

Sabía que ese pensamiento era la venganza dando su mitín en su cabeza. Y que ser vengativa nunca había formado parte de su naturaleza pero, Alexis era una persona cuya maldad se le escapaba tanto de las manos a la pelirroja, que solo pensar en su muerte le brindaba algo de paz.

Sí, era muy consciente de que ante la mínima posibilidad de huir, huirían. Pero también sabía, muy en el fondo, que ante la mínima posibilidad de acabar con Alexis, lo haría sin pestañear. Lo había decidido antes. Alexis debía morir.

Cuando estando en el nido, los pensamientos de Alexis interrumpieron en su cabeza, o tal vez su cabeza interrumpió en los pensamientos del CEO, Claire se paralizó.

Se dio cuenta entonces de que ese muchacho, joven, rico, arrogante y psicópata, la aterraba. Su voz le helaba la sangre. Y la telepatía acababa de llegar a su vida demasiado recientemente como para saber cómo dominarla, así que, por un momento, la pelirroja creyó que Alexis estaba ahí, en el nido, con ellos. Y solo una suerte de milagro, consiguió que Claire no se pusiera a gritar de miedo en ese preciso instante.

Sí, ya. Parece una locura tenerle miedo a un hombre, cuando estas rodeada de Lickers durmiendo, pero así era. Había algo en el CEO que  hacía que todo su cuerpo temblara. Y eso enfadaba a la pelirroja.

No. Claire no perdería su oportunidad de acabar con él. No si quería vivir tranquila el resto de su vida.

La distancia entre la incubadora y las oficinas, no era demasiada, afortunadamente. Pero el recorrido les estaba llevando un tiempo precioso, debido a que el conducto no conectaba con la otra sala en línea recta, sino que giraba y giraba en diferentes direcciones y recodos, que les estaba llevando más tiempo del deseado.

Ambos iban en silencio. Un conducto de ventilación lleno de polvo, no era el mejor lugar para tener una charla, ni mucho menos.

Leon iba en cabeza, alumbrando el paso con su linterna, siguiendo el plano de los conductos de ventilación. Seguido de cerca de Claire, que se arrastraba tras el rubio con una mano siempre enganchada a su tobillo, por petición del agente especial.

Además, aunque querían llegar al otro lado lo más rápido posible, para evitar que les pisaran los talones, lo cierto es que también querían moverse con sigilo, para no delatar en ningún caso sus posiciones. Lo cual requería que sus movimientos fueran más pausados y comedidos.

En un silencio como ese, es fácil imaginar que otros sonidos puramente humanos, como la respiración o sus cuerpos arrastrándose, ocupaban todo el lugar. Y así era.

Incluso pareciera que hicieran eco por las diferentes bifurcaciones que no tomaban.

Es por eso, por ese eco de ellos mismos, que Claire, de cuando en cuando, escuchaba a lo lejos sonidos de arrastre que le ponían los pelos de punta porque se sentía como si esos sonidos no fueran propios. Porque, lo eran, ¿no?

Además, a falta de una linterna, cuando la pelirroja los escuchaba y miraba en la dirección de donde provenía el sonido, la luz residual de la linterna de Leon, revotando por las paredes metálicas de los conductos, daban una pobre luz que confundía los ojos de la pelirroja, que creía ver algo allá al fondo de cada recodo, pero que cuando su vista se acostumbraba a la oscuridad, resultaba no haber nada.

Ella no quería sugestionarse. Estaba estresada por todos los acontecimientos vividos desde que la raptaran, nada más y nada menos. 

Y aunque ella intentara fingir que estaba bien; aunque parte de esa tensión se hubiera disuelto en y con Leon; y aunque tuviera las capacidades físicas perfectas para defenderse, la realidad es que todo ello, podrían hacerla ver cosas donde no las había, y confundir sus propias respiraciones, con sonidos más allá de ellos.

Y no se lo podía permitir.

Por eso, cada vez que sentía que algo a sus espaldas les seguía, ella se repetía que no había nada ahí. Que era su mente jugándole una mala pasada.

Y siguió repitiéndoselo todo tiempo. Ignorando aquello que percibían sus oídos y sus ojos, y aquello que le gritaba debajo piel.

Pero en cierto momento, al pasar una bifurcación de largo, Claire no solo escuchó un siseo, sino que creyó ver, esta vez de verdad, algo arrastrándose, girando en un recodo.

No lo había podido ver claramente, pero sin duda ahí dentro no estaban solos. Algo los acechaba, y llevaba haciéndolo un  buen rato.

—Leon... —Llamó Claire, susurrando al máximo y tratando de hacer que su voz no se alejara de ellos.

—Lo sé. —Respondió el rubio. —No te pares.

Claire entonces sintió el miedo entrar en sus pulmones.

Leon sabía que no estaban solo ahí dentro. Y había continuado su travesía sin decirle nada a Claire.

Ella llevaba todo ese tiempo creyendo que se estaba sugestionando y resulta que el rubio sabía que les estaban siguiendo.

Vale, no pasaba nada. Tal vez el rubio no lo dijo para no preocupar a la pelirroja. O tal vez para no hacer ruido y no detenerse. O tal vez él también creyó que eran imaginaciones y solo ahora se había dado cuenta de que era real.

En ese momento, un siseo se escuchó mucho más potente, reverberando en todos los conductos colindantes. Como si fuera lo que fuese la cosa ahí con ellos, se hubiera cansado de jugar al acecho y deseara atacar.

Un rápido y violento sonido de arrastre se escuchó entonces desde detrás de Claire, avanzando hacia ellos.

—Leon... —Volvió a llamar Claire, cerrando los ojos y apretando su agarre en el tobillo del agente especial.

Leon se giró boca arriba,alumbrando el final del conducto con su linterna. Pero no había nada.

—Claire, ve delante. —Dijo el rubio susurrando en voz muy baja, sin dejar de alumbrar el final del conducto y alargando una mano hacia Claire.

Esta tomó la mano ofrecida y comenzó a arrastrarse por encima del cuerpo del rubio, despacio, tratando de mantener el sigilo.

¿Por qué algo como arrastrarse por encima del cuerpo de  Leon, se tenía que ver ensombrecido por el temor de que un ser terrible les atacase? Era del todo injusto.

Cuando la pelirroja ya estaba a la altura del pecho del rubio, se escuchó de nuevo un alto siseo, combinado con fuertes golpes contra las paredes metálicas de los conductos. Y al final del todo, ahí estaba el ser en cuestión, mirándoles con sus horribles ojos amarillos.

La cabeza de una serpiente  enorme, que apenas era algo más pequeña que la anchura de los conductos, —de ahí que se moviera de una forma tan agresiva, abriéndose paso a golpes. —, apareció ante sus ojos.

Esta serpiente gigante, era claramente un B.O.W. 

A Alexis se le había ido demasiado de las manos el control sobre su laboratorio y las bestias que campaban por él, si hasta los conductos de ventilación que recorrían todo el complejo estaban infestados.

La boca de la serpiente gigante parecía la de un tiburón, su lengua la de un Licker, y en su frente parecía tener un espiráculo, de donde expulsaba un gas verdino que Leon no quería saber que podía ser.

Por todo lo demás, su escamosa piel presentaba el aspecto mismo de una serpiente común. No vaya a ser que se pierda la estética. Entiéndanme la ironía.

—¡Agáchate! —Gritó Leon, al tiempo que la pelirroja lo abrazaba pegándose a él lo máximo posible, mientras sacaba la pistola que le hubiera cogido al hombre que mató en el palco, disparando directamente entre los ojos de la bestia.

La bestia gritó y se retorció y retrocedió, desapareciendo por un conducto que subía hacia arriba.

Su sangre, verde, que salpicara el espacio a su alrededor, era puro ácido que comenzaba a comerse el metal que los sostenía.

—¡Claire, corre! —Volvió a gritar Leon, mientras Claire miraba hacia atrás observando el ácido avanzando hacia ellos.

—¡No me jodas! —Fue lo único capaz de decir la pelirroja, mientras seguía escalando por encima del rubio.

Pero poco más había avanzado, llegando a la altura de su cara, cuando del hueco abierto sobre sus cabezas, vieron de nuevo a la criatura descendiendo hacia ellos a toda velocidad.

El agente especial abrazó a Claire y comenzó a arrastrarse, impulsándose con las piernas, quitándose de en medio de la trayectoria del B.O.W, que continuó su descenso por el hueco hacia abajo, que había inmediatamente después.

—¡Rápido! —Apremió Leon, apoyando sus manos sobre los glúteos de la pelirroja y empujando a esta por encima de su cabeza. —Uno izquierda, tres derecha, uno izquierda, dos derecha, uno arriba, uno de frente y tres izquierda. —Dijo a toda velocidad el agente especial, mientras los dos se arrastraban rápidamente en busca de la salida.

—¡Uno izquierda! —Repitió Claire. —¡Aquí! —Y tanto el rubio como la pelirroja giraron en ese recodo.

—¡Muy bien! ¡Sigue, no te pares! —Dijo el agente especial, mientras se giraba de nuevo y disparaba a la cabeza de la serpiente que volvía a lanzarse contra ellos.

—Uno. Dos. Tres. ¡Tres derecha! ¡Aquí! —Anunciaba la pelirroja, girando en ese recodo seguido por el rubio, que había dejado aturdida a la enorme serpiente, el tiempo suficiente para alcanzar a la pelirroja. —¡Uno izquierda! —Repitió Claire girando ese recodo, sin dejar de contar en voz alta. —Uno. Dos. ¡Derecha! ¡Vamos! —Apremió la pelirroja que iba prácticamente a oscuras, palpando los huecos de las bifurcaciones para llevar la cuenta, dado que la linterna la tenía Leon, quien de cuando en cuando, se giraba para disparar.

—¡Esto es demasiado ruido! —Gritó Leon a sus espaldas. —¡Prepárate para que al llegar nos esperen algunos soldados!

—¡Uno arriba! —Gritó Claire, subiendo por el conducto vertical, a la espera del primer hueco de frente que encontrara, mientras escalaba usando sus piernas a los lados para impulsarse, hasta que llegó Leon y la empujó hacia arriba con sus hombros mientras él escalaba a su vez. —¡Aquí, de frente!. —Anunció metiéndose por el primer hueco de la vertical.

—¡Ya casi estamos! —Gritó Leon.

—¡Tres, izquierda! —Gritó la pelirroja, doblando el recodo. —¡Ya veo la luz al otro lado!

—¡Pues corre! —Gritó Leon disparando tras de sí, y quedándose de nuevo sin munición.

Cuando Claire llegó a la rejilla del final, trató de empujarla con sus manos, pero esta no decía.

Justo cuando estaba transformando su brazo en uno más grande para tener la fuerza suficiente de sacar la rejilla, una patada de Leon voló al lado de su cabeza, golpeando dicha rejilla y lanzándola lejos, al otro lado.

Se encontraban a la altura del techo, y no a ras de suelo de la estancia, como fuera el caso de la sala de incubación. Y Leon, arrastrándose de espaldas, medio subido sobre Claire, bajó al suelo, tiró de los brazos de la pelirroja hacia fuera, frenando su caída con su cuerpo y acto seguido lanzó tres granadas al interior del conducto. Y junto a Claire, corrió a cubrirse debajo de una mesa, tapándose los oídos.

—¡Granada! —Gritó el rubio, y Claire tapó sus oídos a su vez.

La explosión ocurrida dentro de los conductos se vio amortiguada. Pero aun así, el ruido que habían generado llamaría la atención de muchos soldados. Al menos si podían predecir de dónde venía dicha explosión, claro.

Por la entrada del conducto de ventilación, comenzó a chorrear el ácido verde que corría por las venas de esa serpiente gigante, indicándoles que por fin le habían dado muerte.

Leon y Claire se miraron. Estaban  increíblemente sucios, con la cara, las manos y el pelo negros. Cansados, sudorosos y pringosos.

Pero a esas alturas no les importaba demasiado. Así que se abrazaron con fuerza, respirando con alivio. Después se besaron. Sin pensar, solo queriendo cubrir esa necesidad que tiraba de sus corazones como un anzuelo tira de un pez.

—¿Estás bien? —Preguntó Claire. —¿Estás bien?

—Sí. Sí. Estoy bien. ¿Tú? —Preguntó a su vez el agente espacial.

—Estoy bien. Pero odio a las serpientes. —Contestó Claire, que realmente les tenía pavor.

—Ya, yo tampoco las tengo entre a mis mejores amigas. —Respondió Leon. —No me puedo creer que saliéramos de ahí dentro. ¡Joder! Qué cerca ha estado.

Claire volvió a abrazarse al cuello de Leon con fuerza. Lo necesitaba muchísimo. El contacto con él era balsámico.

Además, en apenas unos cuantos minutos se vieron luchando por su vidas como nunca. ¿Acaso el descanso en la habitación secreta venía con letra pequeña? ¿A cambio de descansar, no volveréis a tener un respiro en lo que os queda de misión? Eso no había mente humana que lo soportara.

Ambos miraron entonces a su alrededor.

La oficina en la que se encontraban era el lugar más común y cotidiano de todos los que habían visitado. De hecho se parecía mucho a las oficinas en las que trabajaba Claire, con todos esos cubículos separados por módulos grises de media altura.

Y el lugar estaba vacío, como era de esperar. Al fin y al cabo, cuando Leon entrara por primera vez en el complejo, todos los trabajadores del laboratorio salieron gracias a Hunnigan y sus brillantes estrategias. 

Y habría sido raro que, sabiendo que tienen un intruso, les hubieran mandado volver a sus puestos de trabajo.

Bien es cierto que Iván y su ayudante estaban en su puesto, pero eso era porque habían sido llamados para cumplir con el pedido de Alexis de lanzarles encima a los Lickers, y no con la finalidad de continuar tranquilamente con sus investigaciones.

Aun debajo de la mesa, Leon sacó su mapa y comenzó a trazar el siguiente plan. Y lo cierto es que estaban jodidos.

Parecía que la única forma de llegar al exterior era pasando, o bien por el ascensor central, que era absolutamente inaccesible; o a través de los conductos de ventilación, encontrando aquellos que conectaban con los conductos generales que subieran desde la sala de ventilación del nivel cinco y que llegaban al exterior. Aunque, a juzgar por los planos de los conductos, llegar hasta ahí sería una auténtica odisea.

—¿En qué piensas? —Preguntó Claire.

—En lo difícil que lo tenemos. —Contestó Leon, mirando el mapa con el ceño fruncido. —Creo que nuestra única salida pasa por volver a los conductos de ventilación, encontrar los conductos generales y salir al exterior como teníamos planeado desde el inicio.

»Pero mira estos planos. Son una locura, pasaremos mucho tiempo en los conductos, y sabemos que podríamos no estar solos.

Claire no dijo nada. Mirando del mapa a los planos de ventilación y de los planos de ventilación al mapa.

—Casi sería más fácil bajar de nuevo al nivel cinco y salir desde la sala de ventilación. —Dijo Claire a modo de chanza. Pero entonces Leon la miró.

—A veces para avanzar, es necesario retroceder. —Le dijo, como si realmente estuviera tomando en consideración las palabras de la pelirroja.

—Leon, era solo una broma. —Aclaró Claire. —¿Cómo vamos a volver al nivel cinco? Sería una auténtica pesadilla, después de todo lo que hemos recorrido.

—Podríamos llegar hasta las escaleras de paso más próximas y coger un ascensor hasta el nivel cinco, donde no creo que tengan  ninguna vigilancia.

»Y desde ahí, podemos buscar directamente a la sala de ventilación.

—El nivel cinco fue insufrible e interminable.

—Pero ahora tenemos un mapa.

Claire quiso replicar, pero no tenía con qué.

—Si crees que seremos más rápidos por los conductos de ventilación de este nivel, lo haremos así. —Dijo Leon, mirando a la pelirroja. —Pero si honestamente crees que, por más horrible que sea volver, podremos ser más rápidos bajando al nivel cinco, entonces hagámoslo.

Claire guardó silencio, sopesando las opciones.

—Francamente ninguna opción me encanta. —Dijo finalmente. —Así que supongo que la que menos tiempo nos lleve, será la indicada.

»Volvamos al nivel cinco.

Leon asintió y volvió su atención al mapa compartiendo sus pensamientos con Claire.

—Podemos salir de esta sala por esta puerta de aquí. —Dijo señalando una puerta en el lado izquierdo de la oficina, que daba directamente a una sala llena de ordenadores. —Y desde aquí, tomar esta puerta, que nos llevara a este pasillo de la sección B, que nos comunica directamente con estas escaleras de paso.

»Si el camino está despejado, lo cual quiero pensar que sí, ya que todas las fuerzas de Alexis deben estar concentradas en e ascensor central, podremos llegar hasta el ascensor en el segundo piso sin problemas, y bajar  rápidamente al nivel cinco.

Claire asintió hacia Leon, mirándole con agotamiento pero confianza ciega.

—De acuerdo. —Dijo la pelirroja. —Tenemos un plan.

—Movámonos. —Dijo el rubio, al tiempo que plegaba el mapa y los planos de ventilación y los guardaba.

Leon miró de nuevo por encima de los cubículos. El espacio no podía estar más despejado, pero toda precaución era poca, sobre todo teniendo en cuenta el gran jaleo que montaron saliendo de los conductos de ventilación.

De hecho, al agente especial le sorprendía bastante que todavía no hubiera llegado un equipo de soldados armados ahí, comprobando qué sucedía.

Y al rubio no le solía gustar cuando el enemigo no actuaba según lo que él esperaba de ellos.

Agazapados y en silencio, Leon y Claire recorrieron el perímetro de la oficina desde sus posiciones hasta el final de esta, donde había dos puertas distintas, una enfrente de la otra. Ambas de picaporte simple.

Ellos tomaron la puerta de la izquierda, que daba a una sala contigua cuya pared compartida con la oficina no era pared sino un gran vidrio que permitía ver desde dentro hacia el otro lado.

Ese nuevo espacio, dedicado al equipo informático, era un poco más pequeño que su sala contigua, pero tenía capacidad para más personas, dado que estos espacios no estaban divididos en diferentes cubículos, sino que en una sola mesa podría haber hasta diez ordenadores.

Leon se imaginaba a los informáticos trabajando, literalmente, codo con codo.

La sala estaba a oscuras, con unas luces led en azul que contorneaban tanto el área del techo como el del suelo, dándole a todo un aspecto muy futurista. Claire no sabía que tenían esas luces, pero a los informáticos les flipaban.

En ese momento, entraron tres soldados en la oficina. Y Leon y Claire se agazaparon más en la oscuridad.

—¡Ha sido aquí! —Decía uno de ellos a sus compañeros, acercándose hasta la pared por donde salieran antes y que ahora estaba llena de ácido verde.

—Aquí cabo Mencía, ¿Me reciben? —Comenzó a hablar otro soldado a través de un pinganillo en su oreja, acercándose al primero, mientras el tercero se quedaba al lado de la puerta. —Hemos encontrado la zona por la que salieron. Esto es un desastre. —El cabo espero mientras escuchaba. —Sí señor. —Decía. —Entendido, señor. —Repetía. —Por supuesto Señor. Como usted ordene, señor.

Una vez que el hombre había cortado la comunicación, miró a sus compañeros y con un gesto de la mano, les ordenó salir de la sala.

—¡Nos vamos! —Dijo. —Enviaran a otro equipo a esta zona.

Y dicho lo cual, se fueron por el mismo lugar por el que habían entrado.

Leon y Claire se quedaron agazapados solo un momento más, observando la puerta de salida en el lado de la oficina.

—Eso, ¿no ha sido raro? —Preguntó entonces Claire. —Saben que hemos escapado por se conducto de ventilación, ¿y no comprueban esta sala? —Preguntó de nuevo. —Eso es raro, ¿verdad?

—Muy raro. —Convino Leon. —Igual de raro que no llegaran antes. Ya viste el mapa, estamos muy cerca del ascensor  central.

»Algo raro pasa.

En ese momento, uno de los monitores del ordenador más próximo a ellos se encendió, mostrando al inicio una pantalla blanca sin fondo, a continuación el logo de Trizom, sufriendo algún tipo de interferencia, y después la pantalla de volvió negra con un cursor parpadeando en verde.

Leon y Claire observaron la pantalla, pero no abandonaron la oscuridad de su posición, por precaución.

Fue entonces cuando de repente unas letras aparecieron escritas.

“Cuando el nido cae del árbol...”

Claire se aproximó un poco más y leyó.

—Cuando el nido cae del árbol. —Susurró. —¿Qué?

En la pantalla se volvieron a escribir las mismas palabras.

“Cuando el nido cae del árbol...”

—Las hojas en las copas florecen. —Susurró entonces Leon, avanzando hasta el ordenador, escribiendo en el teclado la respuesta.

“Las hojas en las copas florecen.”

Al cabo de unos segundo, aparecieron otras letras en la pantalla que decían.

“Y si el río crece con la lluvia...”

Entonces Leon escribió otra respuesta, rápidamente:

“El nido se convierte en barca.”

Acto seguido, sobre la pantalla, apareció escrita otra palabra.

“Sí.”

Entonces Leon escribió a su vez.

“El conejo que cruza la Sabana...”

Y en la pantalla, al cabo de unos segundos, se escribió la siguiente respuesta.

“No es el conejo blanco.”

Leon, cada vez más entusiasmado, escribió de nuevo.

“Pero si la cruza corriendo...”

Al cabo de unos segundos, la respuesta se volvió a escribir en la misma.

“O bien huye del león o bien usa un reloj.”

Leon sonrió de oreja a oreja, apoyando la frente sobre sus brazos cruzados sobre la mesa y sintiendo un alivio enorme recorriendo todo su cuerpo.

—¿Qué está pasando? —Preguntó en voz baja Claire, que no estaba entendiendo que significaba todo aquel galimatías.

Leon recupero la compostura y escribió al momento una respuesta.

“Sí.”

—Es Hunnigan. —Le comunicó Leon a Claire, mirándola a los ojos con unas fuerzas y una esperanza tan renovadas, que casi pareciera que la misión acababa de empezar.

En ese momento unas letras se volvieron a escribir sobre la pantalla.

“Hola, Leon.”

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

 

Chapter 18: Subrepticio

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Leon sonreía como si le hubiera tocado la lotería, y no era para menos.

Que su compañera de logística hubiera dado con la forma de volver a ponerse en contacto con él, no solo significaba que continuar la misión sería más sencillo, sino que implicaba que Hunnigan había estado todo el tiempo ahí, con ellos, a miles de kilómetros de distancia, trabajando incansablemente por lograr recuperar el contacto.

Porque Hunnigan era así. Jamás se rendía. Y era la mejor en lo suyo.

Estaba claro que su compañera se estaba enfrentado a  los más grandes titanes informáticos, para haber tardado tanto en tomar el control. Pero finalmente lo había logrado, con todo lo que ello suponía a nivel psicológico y emocional para el agente especial.

Y benditas fueran sus claves secretas para poder identificarse. Claire no entendía nada cuando empezaron a intercambiar esas extrañas oraciones sin demasiado sentido. Pero ahora que sabía que al otro lado estaba Hunnigan de nuevo al mando, no solo tuvo sentido para la pelirroja, sino que le pareció estar dentro de alguna película de gangsters de los sesenta, muy emocionante.

Leon comenzó a teclear rápidamente.

“No sabes lo feliz que me hace que sigas aquí Hunnigan.”

Claire se aproximó más a Leon, mirando la pantalla.

—Salúdala de mi parte. —Pidió la pelirroja.

Leon sabía que no era muy ortodoxo comunicar a logística con las personas rescatadas, pero era Claire.

“Saludos de Claire.” 

El cursor verde parpadeó, y en cuestión se segundos obtuvieron una respuesta.

“Saludos, Claire. Me alegra que estés bien.”

Contestó Hunnigan al otro lado y continuó escribiendo.

“Chicos, no tengo demasiado tiempo. Para hackear el sistema me veo obligada a salir y entrar constantemente para que no me atrapen.

»Os he estado siguiendo a través de las cámaras de vigilancia, pero no encontraba el modo de poder contactar con vosotros. 

»Después desaparecisteis. Y hasta ahora.”

Leon tecleó rápidamente.

“Es una larga historia. ¿Nos puedes ayudar?”

Tras unos segundos Hunnigan respondió.

“Para eso estoy aquí, Leon. Prestad atención.

»Actualmente tengo control sobre las cámaras de vigilancia y sobre las puertas de cierre de seguridad. Pero es un control compartido con la gente de Trizom, no puedo evitar que ellos hagan uso de sus cámaras o puertas, por lo que aunque yo esté aquí el peligro no está eliminado. 

»Y si me pillan, podrían dejarme fuera definitivamente.”

Leon respondió al momento.

“Entendido.”

Hunnigan siguió escribiendo

“¿Tenéis un plan de fuga?”

Leon respondió. 

“Sí. Volveremos al nivel cinco para salir por la sala de ventilación, como habías planeado al inicio.”

Hunnigan contestó entonces.

“Olvídalo. Tengo un plan mucho mejor. Aunque es arriesgado, os puede sacar de ahí en menos de una hora.”

Leon contestó.

“¿Cuál es el plan?”

Hunnigan tardó unos segundo es responder

“Saliendo de la sala de los ordenadores, por la puerta que tenéis al fondo, llegareis a un cuarto de baño.

»Ahí encontrareis una habitación de mantenimiento donde guardan elementos de limpieza. Nada del otro mundo. Salvo que en esa habitación hay una trampilla que baja directamente a su homólogo en el nivel dos, área B.

»La estructura de este nivel es casi idéntica a la del nivel uno, salvo que saldréis directamente a unos baños en una sala común. Esta sala común se encuentra a la misma distancia del ascensor central a la que os encontraríais en la salda donde estáis ahora.”

Leon sacó el mapa de sus pantalones, lo extendió y con su linterna comenzó a comprobar el nivel dos, que coincidía en todo con lo que Hunnigan estaba describiendo.

Logística siguió escribiendo.

“Tened cuidado en el nivel dos. No hay muchos soldados pero aun así, el ascensor central está rodeado de ellos.

»Necesito que lleguéis hasta la siguiente sala de informática de este nivel, que se encuentra en la sección D, para daros más información desde ese lado. Y no será fácil, porque tras dejar atrás el nivel dos, pasaremos de nuevo al nivel uno, sección A.

»Es decir, el área privada de Alexis Belanova.

Leon comenzó a teclear inmediatamente tras leer esas palabras.

“¿Por qué tenemos que entrar en esa sección? Estará plagado de soldados. Apenas tenemos munición.”

Hunnigan respondió.

“Ya dije que sería arriesgado, pero es la única manera de llegar a su ascensor privado, que conecta directamente con el exterior, al lado de los montacargas que suben hasta los helipuertos.

»Y que por supuesto no aparece en tu mapa. Iréis a ciegas.”

Leon miró a Claire, preocupado.

—¿Cuánta munición te queda? —Le preguntó el rubio.

—Tengo bastante munición de fusil, pero perdí el arma en el nido de los Lickers. —Contestó la pelirroja, negando con la cabeza. —Tengo la pistola que le quité al soldado y tres cargadores.

»Además de dos cuchillos.

Leon se llevó los dedos al puente de la nariz y suspiró. Era demasiado consciente de que el camino a seguir sería muy difícil sin apenas armas.

—También perdí el fusil en el nido. Y no es suficiente. —Contestó con pesar. —Yo solo tengo un cuchillo, cuatro granadas de luz y cuatro explosivas. 

»Y armas sin munición.

Claire apoyó su mano sobre el hombro del rubio y apretó suavemente. El rubio la miró y ella le regaló una sonrisa, encogiéndose de hombros.

—¿Y qué hacemos? —Preguntó la pelirroja.

Leon miró de nuevo a la pantalla del ordenador. Y volvió a suspirar.

—Hunnigan me conoce muy bien. —Dijo el agente especial. —Si cree que llevarnos por ahí es la mejor opción, es porque realmente cree que podemos lograrlo.

—Opino igual. —Dijo Claire, asintiendo.

Leon volvió a mirar a la pelirroja, sonrió vagamente y, acercándose, besó sus labios. Esos besos cortos pero cotidianos que le daban mucho peso y verdad a la relación íntima que se fraguaba entre ambos.

Entonces Hunnigan volvió a escribir.

“Ya me explicareis qué ha sido eso.

»Por ahora no puedo contaros nada más. Nos vemos en el aula de informática del nivel dos.”

Y antes de que Leon pudiera siquiera despedirse, la pantalla se volvió completamente negra.

La luz que hace unos segundos iluminara las esperanzas de Leon, se apagó igual que esa pantalla. 

Tener a Hunnigan cerca, siempre le daba al rubio una sensación de protección que apreciaba muchísimo, porque tenía un valor incalculable, y porque el agente especial a veces también necesitaba sentir que alguien cuidaba de él. Hunnigan era la que salvaba la vida, de quien salvaban vidas.

Así que cuando ella se iba, en momentos como aquellos, el rubio se sentía bastante apesadumbrado. Pero no era el momento ni el lugar. Tenían un plan que seguir y ahora contaban con ayuda.

—Vamos. —Dijo Leon, recogiendo el mapa y tomando la mano de Claire mientras, agazapados, se movían alrededor de las mesas, avanzando hasta el final de la sala, donde se encontraba el baño.

El rubio abrió la puerta y, cuando se dispuso a encender la luz, un grupo de unos diez soldados entró a tropel a la oficina contigua, comprobado cada cubículo de la estancia y dirigiéndose a continuación al aula informática.

Leon tiró de Claire rápidamente hacia el baño, cerró la puerta y, dentro, sacó su linterna. A prisa, encendió su luz en una única ráfaga rápida para entender el espacio que ahora ocupaban, y poder moverse en la oscuridad hasta el armario de la limpieza.

La imagen fotográfica que quedó grabada en la retina del rubio implicaba que el baño era bastante largo, pero estrecho.

A mano izquierda se encontraban los lavabos, en fila sobre una meseta blanca.

En la pared, sobre la meseta, un espejo que lo recorría de lado a lado, con un secador de manos al final.

A mano derecha se encontraban los inodoros con sus respectivas puertas, sin nada importante ni destacable de ellas.

Y al final de la estancia, una puerta blanca de picaporte simple, con una plaquita metálica  coronándola que presumiblemente indicaba algo así como “solo personal de limpieza” o “armario de escobas”.

Leon y Claire avanzaron rápido hasta esta, pues les pisaban los talones. Pero al girar el picaporte, este estaba cerrado.

—No me jodas. —Susurró Leon, encontrando a tientas una cerradura bajo el picaporte.

—¿Qué pasa? —Susurró Claire, mirando hacia la puerta del baño. Comprobando que al otro lado los soldados ya habían encendido las luces de la sala contigua, ya que esta entraba por debajo de la puerta, iluminando de forma muy pobre el interior del baño.

—Está cerrada con llave. —Susurró Leon a su vez. —Si la tiramos abajo haremos demasiado ruido.

—Les tenemos encima, Leon. —Dijo Claire, sintiendo la tensión tirando de su nuca. —No me puedo creer que no lleves un juego de ganzúas encima. —Añadió.

Entonces Leon recordó que efectivamente, llevaba un juego de ganzúas encima. En una riñonera a la que todavía no había dado ningún uso. La riñonera con herramientas para arreglar o modificar sus armas en caso de necesitarlo.

—Joder, soy gilipollas. —Dijo entonces Leon, sacando las ganzúas y  agachándose delante de la cerradura. —Claro que tengo.

El agente especial volvió a encender su linterna, (aunque eso delatara su situación), y metiéndosela en la boca, comenzó a trabajar con ellas.

La cerradura era una simple cerradura Yale, un mecanismo de cierre cilíndrico muy común y fácil de abrir con un juego de ganzúas planas. Solo había que introducirlas en el tapón de la cerradura, alinear la línea de corte de los pasadores de arrastre con los pasadores inferiores, y el tapón se deslizaría lateralmente para abrir la cerradura.

El principio era muy simple. Y Leon había sido entrenado para poder abrir cerraduras mucho más complejas que esa, así que realmente era pan comido para el agente especial.

El problema radicaba en que, por fácil que fuera, necesitaba más segundos de los que tenía para operar. Sobre todo porque el rubio había olvidado que llevaba las ganzúas encima, perdiendo un tiempo precioso.

Tampoco era justo culparle severamente. Al fin y al cabo no las había necesitado hasta ahora, dado que en el complejo de Trizom apenas había cerraduras simples. 

Pero la realidad era que el tiempo que había perdido desesperándose y después recordando, eran los segundos exactos que podrían haberlos librado de la persona que, en la puerta del baño, ya estaba girando el picaporte para entrar.

Claire alargó una mano y, cuando la puerta del baño se abrió, ella empleó su telequinesis para volverla a cerrar.

—¡Están aquí! —Gritó el soldado que trataba de entrar. —¡Están bloqueando la puerta!

Leon acababa de abrir el cerrojo del armario de la limpieza y, tal y como Hunnigan les indicara, en el suelo había una trampilla.

Leon la abrió, alumbró su interior y comprobó que un túnel con las paredes de hormigón bajaba, acompañado por una escalera de manos varios metros en descenso.

El rubio miró hacia Claire, y esta se encontraba a su lado, de cara a la puerta, manteniendo su brazo extendido, mientras su cuerpo temblaba. 

La telequinesis de Claire era un arma increíble que les había protegido antes y ahora. Pero Claire no aguantaría mucho. No sin llegar a colapsar. Y eso no se lo podían permitir.

Leon se levantó y miró el techo del baño. Eran como todos hasta ahora. Conformados por  planchas de módulos.

El soldado al que se enfrentaran en el palco del nido de los Lickers, había creído que Claire y él se habían movido por encima de esos falsos techos. Así  que el agente especial se subió al lavabo y levantó uno de los módulos, dejándolo abierto a drede. La táctica de distracción siempre debía estar presente. Y funcionara o no, era muy importante intentarlo al menos. Tenían que evitar que les siguieran al nivel dos.

—Vamos, Claire. —Llamó el rubio, bajando del lavabo y tirando de la pelirroja.

—Ve tú delante. —Consiguió decir está con los dientes apretados. —No sé si puedo mantener la puerta cerrada si dejo de mirarla.

Leon asintió y, metiéndose la linterna de nuevo en la boca,  comenzó a bajar por el túnel, con celeridad, al tiempo que Claire retrocedía lentamente hacia la habitación del personal de limpieza, con su brazo extendido aun en alto.

 Sin apartar sus ojos de la puerta que mantenía fuertemente cerrada, mientras varios hombres al otro lado trataban de abrirla, rápida, cerró la puerta del armario de limpieza, con sigilo, al tiempo que la puerta del baño se abría de un portazo y los soldados entraban a tropel encendiendo la luz.

Claire se deslizó velozmente por el túnel en el suelo y cerró la trampilla con cuidado.

—¿¡Dónde están!? —Gritaba un hombre. —¡¿Dónde están?!

Se escuchaba a los hombres al otro lado abrir todas las puertas de los inodoros con gran estruendo y, después, la puerta del armario de la limpieza, donde un soldado miró dentro fugazmente.

—¡Despejado! —Gritó este, sin percatarse de la trampilla en el suelo.

—¡No han podido desaparecer! —Volvió a gritar el primero.

—¡Señor, mire! —Decía un tercer hombre. —¡Han huido por el techo!

—¡Abrid fuego! —Gritó de nuevo el primer hombre, mientras allá arriba el sonido de disparos y casquillos de bala inundando el suelo rugía por encima de las cabezas de Leon y Claire, quienes seguían descendiendo a gran velocidad.

—Mal nacidos. —Dijo Claire, sintiendo el odio rugir en sus venas, mientras miraba hacia abajo, donde la linterna de Leon le indicaba la distancia  entre ambos.

—¡Hacia la oficina! —Se escuchaba la voz del primer hombre, ya muy lejos, que ordenada a sus hombres retroceder y volver a abrir fuego contra los techos de la sala de informática, así como los de la oficina contigua.

—Los muy cabrones nos habrían dejado como un colador. —Dijo Leon,  casi distraídamente, sin detener su descenso.

Varios metros más abajo, llegaron a una apertura lateral del túnel que conducían a un pequeño pasillo de hormigón,  que finalizaba en otras escaleras de mano que subían.

Era curioso, porque las escaleras por las que descendían, seguían descendiendo más y más abajo, en una caía interminable. Lo que le hizo imaginar al agente especial que probablemente esas escaleras conectaran con trampillas en todos los demás niveles. Una solución arquitectónica curiosa y peligrosa. Pero bastante funcional.

—Creo que es aquí. —Dijo Leon, poniendo un pie en el suelo de la apertura lateral, esperando a Claire para ayudarla a entrar en el espacio.

—Joder. —Dijo Claire, asomándose al hueco de las escaleras de mano. —Si nos hubiésemos resbalado, no lo contábamos. —Añadió. —Ya nos podría haber advertido Hunnigan sobre esto.

—Ya. —Coincidió Leon. —Tenía prisa, ya nos lo dijo. —Dijo el rubio, cubriendo a su compañera de logística, que nunca solía dejarse nada en el tintero, y por eso quería excusarla.

—Lo sé, lo sé. Perdona. No estaba atacándola. —Se apresuró a decir Claire. —Solo me ha sorprendido ver que la caída era esta. 

»Pensaba que solo serían unos metros y ya.

—No te preocupes. —Añadió enseguida el agente especial. —A mi también me ha sorprendido. —Dijo Leon, alumbrando el paso hasta las siguientes escaleras de mano, avanzando. —Por cierto, ¿cómo estás? ¿Te sientes cansada después de volver a usar al telequinesis?

—Un poco. —Contestó Claire asintiendo con pesar. —Nada comparado a perder el conocimiento. —Dijo, sonriendo escuetamente y añadió —Y no me ha sangrado la nariz, así que. 

Leon la sonrió. Cogió su mano y se la llevó a los labios.

Claire le devolvió la sonrisa, y llegaron entonces a las escaleras del fondo.

Subieron y se encontraron en otra habitación de escobas, tal y como esperaban.

Leon tuvo que volver a hacer uso de sus ganzúas para abrirse paso, y salieron a un baño que era exactamente igual al anterior, pero este tenías las luces encendidas.

El baño estaba despejado y no se oía nada más allá de la puerta de entrada.

Cuando avanzaron hacia la salida, se miraron de pasada en el espejo, y la impresión de su aspecto los dejó momentáneamente pasmados.

Ellos se miraban entre ellos y sabían que su aspecto propio no podía ser mucho mejor que el de su compañero, pero la realidad superaba con mucho su imaginación.

Claire miró a Leon con ojos grandes y cejas elevadas.

—Me encantaría quitarme un poco de suciedad de encima. —Pidió Claire.

—Haré guardia. —Dijo Leon, que estaba de acuerdo con que se pudieran quitar lo máximo posible toda esa suciedad que les cubría de pies a cabeza.

Leon se aproximó a la puerta del baño y, con sigilo, abrió una rendija por la que miró al exterior.

Afuera todo parecía muy vacío. Pero no se quería confiar. Hunnigan había dicho que aunque había pocos soldados montando guardia, tenían que tener cuidado.

Leon cerró de nuevo la puerta, pero no se movió del lugar. Quería estar atento a cualquier sonido que viniera de fuera.

—Luz verde. —Le dijo a Claire, quien se quitó el jersey inmediatamente, queriendo limpiarse lo más rápido posible.

La pelirroja empezó lavándose las manos, con agua y jabón. Después continuó con sus brazos, pecho y abdomen porque, pese a que llevaba un jersey encima, la lana que conformaba este había absorbido mucha saliva de Licker. Y ella se sentía realmente pegajosa.

Después limpió su cara y el cuello, mientras observaba cómo el agua en el lavabo se volvía negra, mezclada con la espuma blanca del jabón.

Después cogió papel para secarse las manos, que era más rígido que el papel higiénico, y secó su cuerpo todo lo que pudo.

En su ropa, y con el pelo tan lleno de telas de araña y polvo, seguía sintiéndose sucia, pero la realidad es que poder asearse aunque fuera mínimamente la hacía sentir mucho mejor.

—Tu turno. —Dijo Claire, acerándose a la puerta y cambiando su posición con Leon.

El agente especial metió la cabeza debajo del grifo directamente. 

La sensación del agua corriendo por su cuero cabelludo era tan relajante y placentera, que no podía permitirse no hacerlo teniendo la oportunidad.

Con el jabón de manos se enjabonó rápidamente la cabeza, las manos, el cuello y la cara, y volvió a meterse debajo del grifo.

El agua estaba fría, pero es que era exactamente lo que Leon  necesitaba.

Cuando se aclaró, limpió sus brazos y después se sacudió y se secó como pudo con el papel de manos.

De los mechones de su pelo todavía goteaba el agua que se perdía por sus sienes hasta su barba, donde convergían en su barbilla, precipitándose hasta el suelo.

Claire lo observaba como la visión que era. 

No debía desconcentrarse ni distraerse con pensamientos intrusivos sobre las ganas que tenía de estar a solas con el rubio en su casa, pero el agente especial se lo ponía muy difícil. Al fin y al cabo, él era irresistible en seco, irresistible sucio, irresistible limpio y claramente mucho más irresistible mojado.

Sin embargo, la pelirroja retiró su mirada y volvió a concentrarse en los sonidos del exterior.

Allá afuera, se encontraba una sala común de descanso, aparentemente vacía, así que no había nada de que preocuparse. Pero al fin y al cabo eran dos intrusos a la fuga, por lo que la alerta debía ser permanente.

Leon se retiró el pelo hacia atrás con una mano, cuando Claire volvió a mirarle, mordiéndose el labio inferior de forma inconsciente.

Ante eso, Leon la sonrió. Le parecía muy divertido la forma distraída con que la pelirroja le miraba. Medio anonadada, medio cachonda.

Cuando Claire alzó los ojos hacia los ojos de Leon, este le regaló un guiño y ella, poniendo los ojos en blanco y sonrojándose,  volvió a retirar la mirada, tratando de seguir haciendo su guardia con decencia y, acto seguido volviendo a mirarle sin poder evitarlo.

—Te gusto tanto, que no puedes apartar tus ojos de mí. —Dijo el rubio, agrandando más su sonrisa y sacando de sus cargo el mapa del complejo.

—¡Oh! Por favor. Lo que hay que oír. —Dijo Claire, apartando inmediatamente sus ojos de él, pero sabiendo que era absolutamente cierto.

—¿Lo niegas? —Preguntó Leon, apoyando las manos al borde de la repisa de los lavabos e inclinándose hacía el mapa, regalándole a Claire un perfil musculoso, perfecto y excitante.

Claire le recorrió de arriba a bajo, mientras el agente especial memorizaba el camino que pretendía tomar, siempre y cuando no se toparan con ningún soldado que les obligara a cambiar de dirección.

—No lo niego. —Contestó Claire, dándole a su voz más aliento del que realmente era necesario.

Leon levantó de soslayo la mirada hacia la pelirroja, sin dejar de sonreír, antes de volver al mapa.

—Bien. —Dijo el rubio.

—¿Bien? —Repitió la pelirroja. —No te lo tengas tan creído rubito.

—Bien, porque eso es exactamente lo que me pasa a mí contigo. —Añadió el agente especial. —Me está costando memorizar  el recorrido que tomaremos, teniéndote tan cerca. —Leon volvió a levantar la vista hacia Claire. —Sobre todo si te sigues mordiendo así el labio.

Claire se estaba mordiendo de nuevo el labio inferior de forma inconsciente, y rápidamente lo volvió a soltar, dejando que este se extendiera en toda su voluptuosidad rojiza y brillante, que era motivo para dejar de respirar y tragar saliva sonoramente.

En serio, su cara tenía vida propia y hacía cosas sin que su cerebro las ordenara.

Leon soltó una pequeña risita, recuperando la vertical y recogiendo el mapa.

—La sala de informática no solo queda lejos, sino que tenemos que pasar por muchas zonas distintas para llegar, y estamos pelados. —Dijo el agente especial volviendo a su carácter de agente especial, dejando de lado el del hombre que se moría de ganas de enterrarse dentro de la pelirroja.

—Tendremos que ser muy sigilosos entonces. —Comentó la pelirroja, volviendo su atención al exterior del baño.

—No estaría de más encontrar a un soldadito solitario a quien poder robar. —Dijo Leon, entre la broma y la seriedad, acercándose hacia la puerta.

—¡Viene alguien, viene alguien! —Comunicó Claire, rápidamente en un susurro, alejándose de la puerta del baño.

Leon la tomó del brazo y la metió con él en uno de los compartimentos de los inodoros, cerrando la puerta desde dentro.

Claire se subió a la taza, sentándose sobre la cisterna, mientras Leon se quedaba de pie, con una mano apoyada en la puerta. Escuchando atentamente.

En ese momento, con toda la cotidianidad del mundo, entraron dos soldados al baño.

—¡Venga ya, mujer! —Decía uno elevando la voz. Parecía que estuvieran manteniendo una discusión. —¿De verdad estás conforme?

—A ver, somos la principal defensa de este lugar. —Contestaba la voz de una mujer.  —¿No crees que les interesa tenernos bien armados? Somos muchísimos aquí dentro. Si dicen que no hay más armas, es porque no hay más armas.

Leon se giró hacia Claire y ambos se miraron con los ceños fruncidos pero con sorpresa.

—Vamos a ver, Sarah, ¿cómo te lo tengo que decir? —Volvió a hablar el primer soldado, perdiendo la paciencia. —Qué yo he estado en la puta armería. Ocupa casi todo el espacio del nivel cuatro. Tienen armas para parar  cien trenes, ¡no me jodas!

»¿Y nos tienen con una porra, un fusil de mierda y racionando la munición? Joder, si esos dos son tan peligrosos, ¿para qué demonios quiero una porra? ¿Para que me la metan por el culo?

La soldado comenzó a reírse, tratando de no ser demasiado descarada.

—En serio, Eric. Creo que estás exagerando. Y que habla el miedo. —Trató de calmarlo la mujer, sin ningún éxito. 

—¿Tú no estás asustada? —Preguntó el primer soldado, cada vez más irritado. —Esos dos se están cargando a todos los soldados y científicos con los que se topan.

»Son profesionales. Más que tú y que yo, y que todos con los que se han enfrentado.

»Si estuvieran aquí mismo, no tardarían ni un segundo en acabar con nosotros.

Leon y Claire se volvieron a mirar, esta vez con los ojos muy abiertos y las cejas interrogantes. 

Estaba claro que todos los soldados ahí dentro estarían debidamente mal informados, pero ese hombre temeroso, los estaba enmarcando de una forma muy exagerada. Era cierto que hasta ahora se habían quitado a todos sus enemigos de encima, pero siempre en defensa propia.

—Tal y como yo lo veo, hasta ahora han tenido suerte. —Dijo entonces la soldado. —Son inteligentes. Eso no lo niego. Pero han tenido la suerte de contar con mejores posiciones y armas que nosotros.

—¡De ahí mi enfado! —Interrumpió de nuevo el soldado. —¿Por qué no nos dan más armas? ¿Por qué no nos dan más munición? ¿Por qué no podemos poner trampas?

—Según nos han dicho, porque hay escasez de armas.

—¡Y vuelta a lo mismo! —Gritó desesperado el primer soldado, volviendo a interrumpir a su compañera. —¡Sarah, no me escuchas! ¡Y estás acabando con mi paciencia!

—Pero es que yo creo que se nos está informando con la verdad. Lo contrario no tendría sentido. —Volvió a intervenir la soldado. —¿De qué les serviría tener todo el armamento del mundo, si se quedan sin personas que los utilicen? —Preguntó entonces, con un buen razonamiento, mientras el primer soldado sopesaba si contestar a esa pregunta con lo que él realmente creía.

—Pues... —Comenzó el hombre. —... porque tal vez solo somos la primera línea de defensa. Es decir, prescindibles.

» Y tras nosotros, hay otra línea que puede darle uso a todas esas armas mejor que cualquier humano.

La soldado soltó un bufido mientras se reía.

—No te rías de mí. —Dijo con la voz oscura el soldado.

—¿Tú te estás escuchando, hombre? —Preguntó la soldado. —Cuando hablas de la segunda línea de defensa, ¿te estás refiriendo al bulo de hace meses en los que un tío fue contando por ahí que vio monstruos aquí dentro?

El primer soldado no respondió nada. Y ante la ausencia de respuesta, la segunda se volvió a reír.

—¡Qué te den! —Dijo el primer soldado, caminando hacia la puerta de salida.

—¡Pero no te enfades, hombre! —Gritó a sus espaldas la mujer, todavía riéndose del primero. —¿No necesitabas usar el baño?

—¡Me has cortado las ganas! —Se escuchó gritar al primer soldado en la lejanía y, después, la puerta del baño se cerró.

La soldado seguía riéndose en la soledad de un baño que creía vació, cuando a través del espejo, comprobó que todas las puertas de los inodoros estaban abiertas, excepto una.

Y entonces se dejó de reír.

Se agachó y vio un par de botas de combate.

—¿Hola? —Preguntó la soldado. Pero nadie contestó. —Te veo los pies capullo, ¿por qué no contestas? —Preguntó de nuevo. Y de nuevo no obtuvo respuesta.

La soldado se aproximó a la puerta del baño y trató de empujarla encontrándola cerrada. Entonces golpeó la madera con sus nudillos.

—Ocupado. —Dijo entonces Leon.

—¡Ah! Perdona. —Contestó la soldado al otro lado. —Como no contestabas, pensé que tal vez necesitabas ayuda. 

»Ya me voy.

Justo cuando  la mujer se giró, dándole la espalda a la puerta, Leon la abrió y, rápido como el viento, agarró a la  soldado por el cuello de la camiseta y, tirando de ella, la introdujo dentro del cubículo.

Claire abrió las pierna, mientras la soldado caía sentada sobre la taza del inodoro.

Leon cerró la puerta tras de sí, cuando la soldado le pateó la entrepierna, poniendo al rubio de rodillas, al tiempo que le abrazaba con sus piernas, una por debajo de un brazo y la otra por encima de su hombro, ejerciendo una presión que lo estaba asfixiando.

Claire, entonces, se deslizó por detrás de la soldado, abrazando la cintura de esta con sus piernas, al tiempo que le realizaba un mata león.

Pero la soldado, que tenía los brazos libres, le propinó a Claire dos fuertes codazos en las costillas que lograron deshacer el mata león de la pelirroja. A continuación, cogió a Claire por la nuca, entrelazando sus dedos y, tirando de ella hacia adelante, contra su hombro, la comenzó a asfixiar igual que al rubio.

Cuando Leon pudo levantar la vista, volviéndose de color azul, y vio a la soldado tirando de Claire, y a esta forcejeando, se dio cuenta de que se habían metido con la mujer equivocada. 

Pero ellos no habían llegado hasta ahí para que una única persona los detuviera de una forma tan lamentable dentro del cubículo de un inodoro.

Leon, entonces, cargó su brazo libre y, cerrando la mano con fuerza, lanzó un puñetazo poderoso y contundente contra la entrepierna de la mujer.

Esta gritó, y todo su cuerpo sufrió un fuerte espasmo, pero no les soltó de su agarre.

Leon repitió el movimiento, pero esta vez lanzando un carrete de puñetazos sin cesar, hasta que la mujer soltó su agarre sobre él.

—¡Hijo de puta! —Gritó la soldado, al tiempo que pateaba sobre el pecho del rubio, empujándolo contra la puerta, mientras este recuperaba el aire y el color. Para acto seguido, estirando su cuerpo, colocar su bota sobre el cuello del agente especial, Presionando para partirselo.

Claire estaba a punto de perder el conocimiento por la falta de oxígeno. Ni siquiera se sentía capacitada para recurrir a su nuevos poderes. Su cerebro, reclamando aire, estaba perdido en una tormenta eléctrica que no encontraba la manera de reaccionar.

Entonces, cuando la soldado, separó su bota del cuello de Leon para propinarle una patada mortal, el agente espacial, con un movimiento explosivo, se coló entre las piernas de la mujer, quien aprovechó para rodear ahora la cintura escapular del rubio, ejerciendo presión para volver a intentar estrangularlo.

Pero Leon, entonces, lanzó varios puñetazos sobre su rostro, lo que obligó a la soldado a cubrirse la cara, soltando así a Claire, por fin.

La mujer bloqueó uno de los puñetazos de Leon, alargando su mano y girándola por la parte externa del brazo del rubio, luxando su codo hacia dentro, mientras Claire tosía profusamente, recuperándose de la asfixia.

Leon trató de coger a la soldado por el cuello con su mano libre, pero esta la apartó y abofeteó a Leon, sonoramente, cruzándole la cara. Y cuando este volvió a mirarla, la soldado volvió a abofetearlo, con una fuerza que, francamente, hacia a Leon preferir los puñetazos.

Leon frenó el tercer bofetón que se venía, usando la misma técnica que la mujer,  luxando su brazo libre hacia dentro, mientras Leon empezaba a quedarse de nuevo sin aire, por la compresión de las piernas de la soldado sobre su caja torácica.

Claire, por fin recuperada, volvió a realizar el mata león, ampliando el tamaño de sus brazos paulatinamente, dejándole a la soldado cada vez menos posibilidades de respirar.

Así que la soldado soltó el brazo que estaba luxando el del Leon, y se agarró a antebrazo de Claire, tirando de él hacia abajo, con fuerza, aguantando la respiración con una capacidad propia de los buzos.

Entonces Leon, con su brazo liberado, le propinó un último puñetazo a la soldado en el diafragma, que obligó  a esta a soltar todo el aire que estaba guardando para resistir. Y así, poco a poco, la soldado fue perdiendo la consciencia, mientras sus ojos  se ponían en blanco.

Con sus últimos rastros de consciencia, la mujer alargó su mano y atrapó el cuello de Leon parcialmente, pero sin siquiera llegar a hacer ninguna fuerza, pues ya no le era posible.

Y así, las piernas que rodeaban a Leon se desplomaron y la mujer quedó completamente dormida y blanda, sentada en el inodoro.

Tanto Leon como Claire respiraban sonoramente y con dificultad, apoyando sus cuerpos lánguidos sobre el cuerpo aún más lánguido de la soldado.

Claire fue la primera en retomar la compostura, separándose de la mujer y volviendo a sentarse sobre la cisterna.

—Joder. —Gimió Claire, tomando una buena bocanada de aire, al tiempo que Leon se ponía de pie a duras penas, sosteniéndose con las manos a los laterales del cubículo.

—Joder. —Volvió a soltar la pelirroja, apoyando la cabeza contra la pared, justo cuando alguien entraba por la puerta del baño.

Entonces, hubo un momento de silencio donde solo la respiración agitada de Leon y Claire se dejaba escuchar por la estancia, mientras trataban inútilmente de controlarlo.

—Por mí no os cortéis, chicos. —Dijo entonces un soldado al otro lado. —Me parece casi tan excitante escuchar, como participar.

Dicho esto, abrió el grifo y se mojó las manos para lavarlas. Después, entre risas, el soldado se agachó para mirar por debajo de la puerta, viendo dos pares de  botas, en las posiciones sugerentes que esperaba ver.

—¿Sois Sarah y Eric? —Preguntó el soldado. —Os he visto entrar juntos antes. Aquí ya todos sabemos que tenéis un extraño fetiche con los baños, pero ponerse a follar en planea crisis, es motivo de castigo. —Y dicho esto, cerró el grifo y, secándose las manos, se aproximó a la puerta del cubículo, y Leon se giró rápidamente para echar el cerrojo.

—¡Oh! ¡Venga! —Gritó el soldado todavía sintiéndose muy divertido. —Tranquilo Eric, no iba a entrometerme al no ser que me invitarais. —Dijo el soldado, agarrándose a la parte superior de la puerta susurrando. —Como en año nuevo. 

 Leon y Claire se miraron mutuamente no sabiendo si reírse o concentrarse en seguir respirando. 

—¿Quieres que entre, Sarah? —Preguntó el hombre.

Entonces Claire, abrió sus ojos como platos, no sabiendo si debería contestar.

—¿Sarah? —Volvió a repetir el soldado, soltando su agarre de la puerta y tomando cierta distancia.

Entonces Claire comenzó a gemir y a dar golpes con las manos sobre los laterales del cubículo. 

Esta clase de cosas ella solo las había visto en las películas, así que se sentía bastante ridícula y ni siquiera sabía si tendría veracidad. Pero si querían quitarse de encima a ese soldado antes de que la mujer entre ellos recuperara la conciencia, tenían que actuar rápido.

Leon miró a Claire mientras esta gemía agarrándose a los lados de la pared con manos y piernas, inclinando su cabeza hacia atrás y con  la boca de cereza abierta perezosamente, provocando a las pupilas del rubio hacer de las suyas.

La pelirroja miró a Leon y, alzando la cejas y moviendo una mano señalándole, le indicó a Leon que participara.

El agente especial recuperó entonces su iris y, abriendo lo ojos, se señaló a sí mismo negando con la cabeza.

Claire volvió a gemir echando la cabeza hacia atrás, frunciendo el ceño con fastidio.

—Eric. —Dijo la pelirroja en un gemido delicado que le puso los pelos de punta a Leon. 

El rubio sabía perfectamente que estaba fingiendo y haciendo un espectáculo para el soldado ahí fuera. Pero tenía que reconocer en su fuero interno, que escuchar la voz de Claire susurrando entre sus labios el nombre de otro hombre en un gemido, era una exclusividad que no quería compartir.

Así que cuando antes acabaran, mejor.

Leon apoyó sus manos en las paredes el cubículo a su vez y, agachando la cabeza con ojos cerrados comenzó a gemir, sin poder evitar imaginarse esos momentos tórridos que había compartido con su pelirroja hacía unas horas en la habitación secreta, así como todos los que su fantasía soñaba con vivir en el futuro.

Entonces, sus gemidos comenzaron a ganar fuerza. Y Claire volvió a repetir el nombre de Eric, esta vez más susurrado. Con más aire cálido aliento de su boca.

—Sarah. —Contestó Leon, y entonces alzando la vista, se encontró con los ojos de Claire que le miraba sonrojada, con la boca abierta mientras gemía, pero con los ojos entornados.

—Ufff, Sarah. —Volvió a repetir el agente especial, sonriendo a la pelirroja, guiñándole un ojo.

Claire, sin dejar su actuación, sonrió de vuelta a Leon y volvió a  repetir el nombre de Eric, pero esta vez aumentando el volumen a un gemido gritado, mientras sus jadeos se hacían cada vez más patentes.

Sin aguantar más la situación, Leon se lanzó a por la pelirroja apagando el nombre de Eric en sus labios, antes de que estos terminaran de pronunciarlo, llenando su boca con su lengua y  mordiendo ese beso como se muerde una manzana.

Los gemidos seguían sucediéndose, siendo cada vez más reales, saliendo de sus bocas de forma amortiguada por los besos pasionales que se estaban acometiendo con desesperación el uno contra el otro.

El soldado fuera volvió a hablar.

—Dejadme entrar. —Pidió. —Sarah, ábreme. 

Claire se liberó de los labios de Leon, mientras este bajaba por su mandíbula, hasta atrapar con sus dientes el lóbulo de su oreja, lo que hacía que Claire casi no pudiera pensar.

—Vete. —Dijo Claire, que apenas había cogido aire cuando ya tenía los labios de Leon sobre los suyos, devorándola de nuevo. Y, volviendo a liberarse a regañadientes, volvió a decir en un jadeo. —Vete.

El soldado se quedó en silencio escuchando la pareja gemir de placer y aun queriendo participar.

—Eric. —Dijo entonces. —Vamos, tío.

Entonces Leon, pateó la puerta hacia atrás como respuesta y el soldado se volvió a alejar.

—Vale. —Dijo entonces el soldado, sintiéndose rechazado y ofendido. —¡Bien! —Gritó. —Cuando queráis divertiros con el tercero en discordia, a mí no vengáis, ¿de acuerdo? —Volvió a gritar. —¡Cabrones!

Dicho lo cual, el soldado se acercó a la puerta de salida, la abrió y la cerró, pero no abandono los baños.

Con sigilo, dejó el fusil sobre el lavabo y se acercó al cubículo del inodoro de al lado de donde estaban nuestros protagonistas, que se habían quedado perdidos entre jadeos y besos, todavía no dando por finalizado su espectáculo, pese a creerse solos.

El soldado entró en completo sigilo al cubículo de al lado, se subió sobre la taza del inodoro, y después se impulsó sobre la cisterna para poder asomarse al hueco superior que existiera entre cubículos y poder mirar cómo sus dos compañeros se lo montaban.

La sorpresa fue que quienes se lo estaban pasando tan bien, no eran Eric y Sarah, sino los fugitivos que estaban persiguiendo todos los soldados.

Pero la mayor sorpresa fue descubrir que Sarah sí que estaba ahí, inconsciente y medió tirada de lado entre ellos, mientras ellos seguían comiéndose con sus bocas caprichosas.

El soldado no pudo evitar tomar una sonora bocanada de aire al descubrir el pastel, haciendo que tanto Leon como Claire alzaran sus ojos en su dirección, y le vieran ahí, mirándoles con los ojos como platos y la boca abierta por la sorpresa.

Hubo un momento de silencio en el que los tres se quedaron en silencio, estáticos como estatuas, y mirándose sin poder reaccionar.

Entonces el soldado bajó corriendo del inodoro, al tiempo que Leon abría la puerta del cubículo y se interponía entre el soldado,  la puerta del baño y su fusil.

El soldado era más bien bajito. Tenía unos rasgos muy dulces y unos ojos marrones enormes.

Parecía muy joven, a juzgar por lo imberbe que todavía era, pero no debía serlo si estaba ahí en calidad de soldado, y si le gustaban tanto los juegos sexuales a tres.

Claire salió del baño y, con calma y sin apartar los ojos del soldado, se colocó al lado de la puerta para vigilar que no llegara nadie más, mientras cogía el fusil y se lo colgaba del hombro.

—Vosotros sois los fugitivos. —Dijo el soldado con la voz temblorosa.

—Eres muy listo. —Contestó Leon tirando de sarcasmo, mientras sonreía estrechando sus ojos.

El soldado miró a Claire, comprobando que tenía su fusil y, desesperado, comenzó a mirar en su entorno, encontrando que no tenía realmente escapatoria. 

Al no ser que se encerrara en el armario de las escobas, lo cual tampoco era una escapatoria que le llevaría muy lejos; o se enfrentaba a Leon, que solo había que mirar su tamaño para saber que no tenía ningún sentido siquiera intentarlo.

Así que hizo lo único que  creyó que le salvaría el cuello en esas circunstancias. Pedir ayuda.

—¡Están aquí! —Gritó. —¡Los fugitivos están aquí!

Leon eliminó la distancia entre los dos, golpeando al soldado contra la pared y, colocando una mano sobre su boca y la otra en su cuello, comprimió el nervio exacto provocando que el soldado   se desmayara en sus brazos.

—Dulces sueños. —Canturreó el rubio.

Leon aprovechó para reunir diferentes recursos que llevaba encima el soldado, que no eran muchos y, después, tanto a él como a Sarah los cargó y los metió en el armario de las escobas.

 Después, el rubio dedicó unos segundos extra para cerrar con las ganzúas el cerrojo de la puerta, para que cuando los soldaditos se despertaran estuvieran entretenidos durante un buen rato, en lo que ellos se alejaban, rumbo a su destino.

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Las plegarias silenciosas y disfrazadas de broma de Leon, habían sido atendidas y, gracias a ello, ahora ambos contaban con dos fusiles. Aunque, tal y como había señalado el soldado que discutiera con Sarah, era muy poca munición la que llevaban encima. Apenas dos recambios, contando con el que ya estaba introducido en la recámara del arma.

Ese mismo soldado había dicho que no tenía ningún sentido darles tan poca munición para defenderse, pero Leon entendía perfectamente de donde venía esa toma de decisión. Y es que, si cada soldado fuera armado hasta las cejas, cuando el enemigo, es decir ellos, les atraparan, estarían siempre abasteciéndose de armas a cuenta del otro.

En realidad era una estrategia militar muy común.

Por otro lado, aunque Claire contaba aún con varios recambios de fusil del arma hallada en la habitación secreta, estos no eran válidos para el modelo de fusil que empleaban los soldados de Trizom. Recordemos que los fusiles de la habitación secreta, eran modelos muy antiguos.

Así que dejó esos recambios extra para liberar espacio. De todas formas, sin poder usarlos, no servían ni como elemento disuasorio.

Cuando ambos estuvieron preparados, salieron con sigilo hacia la sala común.

Esta era bastante pequeña en comparación con la sala de descanso del nivel tres, —donde hubiera iniciado su aventura Leon. —, pero tenía la misma estructura, los mismos acabados y los mismos elementos.

Sofás y sillones, paredes de un blanco impoluto, zona de cafeteras, mesas y sillas. Y la marca de la casa, grandes ventanales con paisajes increíbles al otro lado. En este caso el skyline de alguna ciudad importante. Muy urbano.

 Leon se preguntaba en base a qué seleccionaban el paisaje, ¿se sometía a votación? ¿Cambiaba cada semana? ¿Tal vez cada mes? ¿En navidad o halloween o según la festividad y estación del año se iban modificando?

Si en un principio a Leon esta consideración para con los trabajadores de Trizom le había parecido curioso cuanto menos, ahora simplemente le parecía ridículo. Estaba tan cansado de seguir ahí dentro, que aborrecía hasta la selección del zócalo o el color de las juntas. Es más, cuando volviera a casa, el rubio pintaría todas sus paredes de cualquier color que no fuera blanco.

Pero todos esos pensamientos triviales estaban fuera del asunto que les concernía. Y no es que estuviera distraído o con la guardia baja. Es que a veces su cerebro necesitaba unos segundos de escape a cosas sin importancia para darse un respiro. Y a medida que pasara el tiempo y la situación no cambiara, era muy probable que estas fugas  para liberar la presión se sucedieran con más asiduidad.

Mientras fueran momentos fugaces, no sería un peligro para la seguridad de ambos. Y saber eso le daba cierta paz al agente especial.

La sala estaba vacía como ya habían comprobado desde el baño, pero parecía una zona bastante concurrida a juzgar por las tres visitas militares que tuvieron. Así que no debían perder más el tempo en esa zona.

Al final de la habitación había dos puertas batientes que daban a un pasillo que cruzaba frente a la puerta de forma perpendicular a la sala común.

Hacia la izquierda el pasillo se llegaba a un espacio amplio que Leon sabía que era la zona del ascensor central y de donde podían escuchar pasos de soldados caminando con letanía, haciendo sus guardias.

Hacia la derecha, el pasillo llegaba hasta un cruce de caminos. Uno daba a los dormitorios, bajando unas escaleras y perdiéndose en la distancia; otro daba hacia el gran comedor y las cocinas; y el otro daba a los laboratorios, oficinas y la sala de informática.

Paradójicamente, esa zona del área D, según el mapa, era tan laberíntica, que llegar hasta el final, —donde se encontraba el aula de informática. —, era mucho más rápido si rodeaban todo el espacio desde el comedor y las cocinas, que yendo directamente a esa zona concreta del área.

Así que, tanto Leon como Claire, habían acordado moverse en esa dirección.

Lo más difícil de moverse por esa zona de pasillos, es que no había absolutamente nada que les permitiera ponerse a cubierto.

Era todo tan limpio y minimalista que si se encontraran de frente con un grupo de soldados, tendrían muy difícil poder cubrirse de sus armas de fuego.

Y es cierto que Claire podría retenerlos con su telequinesis, pero, lo que ninguno de los dos sabía era si ella podría parar un aluvión de balas. Sin mencionar que la telequinesis la dejaba fuera de combate si se extralimitaba. Y eso sí que podría llegar a ser un problema.

Ambos avanzaron a trote ligero pero en extremo sigilo. En esto Leon era mucho más bueno que Claire. Lo cual no dejaba de ser lógico. Al fin y al cabo él estaba entrenado para ello.

Pero aun así, Claire se movía de una forma mucho más atlética y experta que todas las personas a las que Leon había rescatado en el pasado.

Pero por la situación en la que se encontraban, era mucho más importante moverse con velocidad que con sigilo, pues había cámaras de vigilancia por todas partes y no tardarían en dar con ellos.

Cuando llegaron al cruce de caminos, ambos tomaron el camino de la derecha. El que llevaba hacia el comedor.

Este se encontraba a varios metros de distancia, pero no demasiada. Y lo mejor de todo es que era un lugar a tiro fijo. Es decir, no había que pasar por mil estancias más hasta llegar a él.

Según el mapa, había tres entradas al comedor. La primera, la que Claire y Leon iban a tomar; la segunda, una que conectaba directamente con los dormitorios al final del comedor; y la tercera, por la puerta de atrás de la cocina, que era la que ellos querían tomar.

El pasillo continuaba su recorrido. Y era destacable que, en este nivel, la forma circular del complejo se hacía mucho más evidente que en el nivel cinco, pues el pasillo por el que transitaban era un giro continuado pero amplio, que parecía no tener fin.

Cuando por fin llegaron a las dos grandes puertas batientes que daban al gran comedor.

 Leon apoyó su hombro primero sobre una pala de la puerta, observando a través de una rendija que todo estuviera despejado. Una vez comprobado ese lado, repitió la misma operación hacia el otro lado, desde el cual podía ver, a través de un hueco en la pared, la zona de la cocina.

Todo parecía, de nuevo, despejado.

De hecho, quitando a los soldados de la zona de ascensores, todo el nivel dos estaba demasiado tranquilo y silencioso. ¿Sería posible que en el nivel uno siguieran disparando a todos los techos en busca de dos personas que hacía rato habían abandonado ese nivel?

¡Un momento!

¿Qué había sido eso?

A Leon le había parecido ver movimiento. Pero no podía estar seguro.

—Leon, viene alguien. —Informó Claire, que cubría sus espaldas observando el pasillo por el cual habían llegado.

—Hay movimiento dentro. —Susurró Leon, agudizando sus sentidos para tratar de volver a apreciar algo. Pero no parecía que hubiera nada. ¿Se lo habría imaginado?

—Leon, los tenemos encima. —Volvió a apremiar la pelirroja.

A regañadientes, y porque el rubio también estaba escuchando a ese grupo de soldados dirigirse hacia ellos, Leon entró en el amplio espacio de comedor, con su fusil en alto, seguido de Claire, caminando en dirección a la puerta de la cocina a mano derecha.

El plan era esconderse tras la barra que comunicaba el comedor con la cocina, y moverse con sigilo hasta la puerta trasera sin que esos soldados del pasillo que se dirigían hasta ahí se percataran de su presencia.

Pero  ya os adelanto que sus planes no saldrían como ellos esperaban.

Al otro lado de las puertas batientes, pudieron escuchar a los soldados cerrar la puerta con una cadena y un candado a través de  los tiradores exteriores de esta.

—¿Nos han encerrado? —Preguntó Claire en un susurro,  cuando de repente, del final del comedor, una fila de unos treinta hombres armados salieron de detrás las zonas donde se escondían agazapados, apuntándoles con sus armas.

—Os habla el capitán de esta unidad militar. —Comenzó a hablar en voz alta y contundente uno de los hombres frente a ellos. —No tenéis escapatoria. Deponed vuestras armas y rendíos.

Leon y Claire se miraron con los ojos muy abiertos.

Les habían atrapado.

¿Cómo era posible? Sabían que lo que pretendían hacer era muy difícil, pero apenas habían llegado a ese nivel y ya les habían capturado. 

No podía ser. 

Simplemente no podía ser.

Leon miró hacia la puerta de la cocina. Tal vez si eran lo suficientemente rápidos (y él sabía que Claire lo era), podrían huir y salir de esa. Joder, se habían librado de centenares de zombies, dos Tyrant, más de una treintena de Hunters, habían sobrevivido al ataque de trescientos quince Lickers y a una serpiente gigante llena de ácido, ¿y les iban a atrapar unos soldados cualquiera, en un comedor del nivel dos?

Eso era demasiado difícil de paliar como para que fuera cierto.

—Ni lo intentes chico. —Volvió a hablar el capitán, al prever las intenciones de Leon. —Esa puerta está cerrada.

»¡Tirad vuestras armas y rendíos!

Claire miró a Leon, con los ojos tan abiertos y tan aterrados que Leon sintió un profundo peso tirando de su corazón.

—No quiero volver al tanque. —Le dijo la pelirroja, con los ojos brillantes y húmedos, cargados de lágrimas. —Prefiero morir.

Leon todavía no había soltado su fusil. Claire tampoco. 

Pero se movieran hacia donde se movieran, les lloverían las balas.

Sin embargo, Claire estaba dispuesta a morir antes que volver a ser tratada como un experimento. Y siendo franco, Leon también prefería morir, antes de ser sometido a torturas y a saber qué más, en manos de Alexis.

—¡Último aviso! ¡Tirad las armas! —Volvió a gritar el capitán.

El cerebro de Leon no estaba pensando con la velocidad suficiente. Miraba en todas direcciones, pero no había salida.

La única puerta que presuntamente se mantenía abierta, estaba al fondo del comedor. Y habría que saltar por encima de ese cinturón de soldados que los amenazaban con sus armas para poder llegar. 

Era imposible. 

Simplemente imposible.

Pero el agente especial no estaba acostumbrado a caer en las trampas del enemigo sin tener una mínima posibilidad de huir. La situación se sentía tan absolutamente irreal para él, que parecía que estaba soñando.

Estaba tan ocupado tratando de salir de su asombro y tratando de abandonar la negación que gritaba en su cerebro, que no era capaz de reaccionar a absolutamente nada, más allá de los ojos de Claire.

—Prometí sacarte de aquí. —Susurró Leon con derrota y pesar, mientras sus ojos se volvían acuosos bajo sus perfectas cejas fruncidas. —Y no puedo.

Claire sonrió a Leon, a labios cerrados, mientras dos grandes lágrimas salían de sus ojos y negaba suavemente con la cabeza.

—Al menos esta vez nos iremos juntos. —Dijo la pelirroja, transmitiendo una paz que convenció a Leon de que si sus caminos habían llegado hasta ahí, el recorrido había merecido la pena.

—Apuntad a zonas no vitales. —Ordenó el capitán. —Vamos a capturarlos con vida, cueste lo que cueste.

Leon miró al capitán, estrechando sus ojos. No les querían eliminar. La muerte no sería el regalo que tanto él como la pelirroja estaban dispuestos a abrazar. Sino que les privarían de su propia muerte y después de su libertad.

—Apunta a matar. —Le dijo entonces Leon a Claire, y ambos colocaron las culatas de sus armas sobre sus hombros, e inclinaron sus cabezas sobre los visores.

—¡Deteneos y bajad vuestras armas! —Volvió a gritar el capitán, sin que ni Leon ni Claire obedecieran, a punto de apretar sus gatillos. —¡Abrid fuego! —Gritó entonces el hombre, y todos sus soldados dispararon sendas ráfagas de balas contra nuestros protagonistas.

Leon cerró los ojos, apartando su dedo del gatillo, esperando que la persuasión hiciera que varios soldados, al sentirse amenazados, le dispararan a matar.

Claire también apartó el dedo de su gatillo. Pero en lugar de cerrar sus ojos esperando a la muerte, algo más profundo e instintivo rugió dentro de ella. Y sintiendo una electricidad explosiva recorrer su cuerpo, rayos de luz  destellaron desde sus ojos.

Y mientras el sonido de casquillos llenaban de campanillas el suelo, el sonido de los impactos de bala nunca llegaron a oírse.

—¡Alto al fuego! —Gritó de nuevo el capitán, haciéndose el silencio en la sala.

Cuando Leon abrió los ojos, siendo muy consciente de que ninguna bala le había alcanzado, vio ante él una pared de balas doradas que se sostenían en el aire frente a ellos.

También comprobó que muchas de esas balas  se dirigían directamente a su cabeza. Leon habría muerto en ese preciso instante de no ser por Claire.

No necesitaba mirarla para saber que este espectáculo de destellos dorados eran obra suya.

La miró, y esta había dejado caer su fusil al suelo y mantenía los dos brazos extendidos hacia esa pared mortal.

Su cuerpo temblaba, pero se sus ojos salía una luz y unos rayos eléctricos que superaban con mucho a la potencia que hubiera visto el rubio en el nido de los Lickers.

La sangre que brotaba por su nariz, ya no era un triste hilo de sangre goteando lentamente por una fosa. Era un reguero que escapaba por sus dos fosas nasales y que se le metía en la boca a la pelirroja a través de las comisuras de sus labios.

Todos los ahí presentes se habían quedado en silencio, bajando sus armas y mirando el espectáculo que estaba teniendo lugar delante de sus ojos, con el pasmo propio de quien no puede creer lo que ve.

Sin prácticamente tiempo de reacción, todas las armas que poseían los soldados volaron hacia el techo y se estrellaron contra la pared a espaldas de Claire y Leon, quedando tan destrozadas como la pared misma.

Claire no solo había frenado los cientos de balas que a toda velocidad se habían lanzado en su dirección, sino que acababa de desarmar al enemigo.

La pelirroja apretó los dientes, y un rugido grabe comenzó a salir de su cuerpo mientras giraba sus muñecas, al tiempo que las balas cambiaban de dirección. Lentamente.

Claire atrajo sus brazos hacia sí, con la fuerza de quien está tirando de un barco, flexionando sus rodillas y colocando una pierna hacia atrás como para coger impulso.

Y entonces, con un grito agudo capaz de ponerle los pelos de punta al rubio, y estirando sus brazos al frente de forma explosiva, las balas salieron volando contra los soldados, dándoles una muerte instantánea a todos los que no habían tenido la capacidad de dejar de observar y cubrirse.

El sonido de las balas atravesando al unisono todos esos cuerpos y chocando contra la pared del fondo, eran preludio de un enfrentamiento que acababa de comenzar.

Claire inclinó su cuerpo hacia adelante, apoyando sus antebrazos sobre sus cuádriceps, tratando de controlar su respiración y sobre todo, tratando de no perder el conocimiento.

Entonces miró a Leon, con la frente perlada de sudor y la boca llena de sangre. Y sonriéndole con el blanco de sus dientes destacando por debajo del rojo, y volviendo sus ojos a su precioso azul oscuro, la pelirroja se desmayó sin remisión.

Leon corrió a sostener su cabeza antes de que esta tocara el suelo, cayendo a su lado.

Rápidamente, el rubio se incorporó sabiendo que los soldados se les iban a echar encima, ahora que solo quedaba uno en pie. 

Antes de poder apuntar con su fusil hacia ellos, varios hombres se lanzaron sobre él, pateando su fusil, desarmándolo y empujándolo contra la pared del fondo, alejándolo de Claire.

Un soldado tomó a Leon por la nuca y tirando de él hacia sí mismo, le propino un rodillazo debajo del esternón que Leon pudo encajar a duras penas, introduciendo su codo para cubrirse parcialmente.

Otro hombre, casi al mismo tiempo, le lanzó un gancho en la mandíbula del que el rubio no se pudo cubrir, mientras otro hombre le pateaba la medial de la pierna, haciendo al agente especial hincar la rodilla.

Un cuarto soldado, detrás de Leon comenzó a ejecutar un mata león, presionando el cuello del agente especial para asfixiarlo y tirando de él hacia atrás estirando todo su torso, dándole al rubio la oportunidad de ver cómo otro grupo de hombres se cernía sobre Claire y comenzaban a cogerla para llevársela de ahí.

Eran muchos hombres contra él. Y otros tantos llevando a Claire.

—Clai... —Intentó pronunciar el rubio, pero apenas podía aguantar el aire en sus pulmones.

Dos soldados frente a Leon comenzaron a golpearlo en los dorsales y las costillas, haciendo que el agente especial perdiera cada vez más oxígeno, acelerando su pérdida de conocimiento.

Fue entonces cuando Leon sintió cómo su otro él quería salir y tomar el control del asunto, dejando su consciencia en un segundo plano, encerrado en esa habitación donde solo se le permitía observar, mientras su cuerpo iba por libre.

Y el rubio no encontró ninguna razón para evitar que sucediera. Así que se dejó liberar.

Con sus dos brazos cogió por encima de sus hombros al hombre que lo estaba estrangulando y, agachando su cuerpo, tiró de este hacia adelante, pasándolo por encima de su cabeza y lanzándolo contra los otros tres hombres que cayeron al suelo como bolos en una bolera.

Un quito hombre se aproximó a él con un cuchillo y lanzó un gancho directo al cuello del rubio, que no solo lo esquivó con habilidad, sino que consiguió cogerlo por la muñeca que sostenía el cuchillo, rompérsela doblándola hacia dentro y arrebatarle el arma que clavó tres veces seguidas sobre el cuello del soldado, dándole muerte con la primera estocada.

Girándose con velocidad, lanzo el cuchillo en dirección a uno de los hombres que se estaban llevando a Claire, atinando justo en su nuca.

El hombre soltó la pierna de Claire que cargaba, y su cuerpo comenzó a convulsionar encontrando una muerte lenta y dolorosa, hasta que cayó al suelo de espaldas y el cuchillo finalmente atravesó su traquea y su garganta.

Cuando Leon se disponía a coger su fusil, otro hombre lo pateó lejos, abalanzándose sobre el rubio. Pero este, usando los hombros del nuevo contrincante, corrió por la pared en diagonal, y cuando estuvo a la altura exacta se dejó caer de rodillas sobre dichos hombros y, cogiendo su cuchillo de combate, clavó este en la coronilla del hombre atravesando su interior hasta que la hoja salió por su boca, salpicando al rubio de sangre.

Leon sacó el cuchillo de esa cavidad craneal con un fuerte tirón, y antes de que el hombre se desplomara en el suelo, saltó por encima de los cuatro hombres del inicio, volteando lateralmente, y aterrizando por detrás de ellos.

 Al que tenía más próximo, le clavó su cuchillo en las lumbares con la hoja hacia arriba y, con velocidad y fuerza, tiró del cuchillo, abriéndole toda la espalda hasta que este salió a la altura del hombro, llenándolo todo de gritos y de sangre.

El siguiente hombre más próximo, pateó a Leon en el abdomen haciendo a este retroceder, lo que le dio tiempo de ver cómo los hombres que se llevaban a Claire estaba a punto de alcanzar la puerta al final del comedor.

Leon echó a correr hacia ellos, pero el hombre que le había pateado en el abdomen lo volteó tirando de su hombro. Leon aprovechó entonces la fuerza del giro, para aplastarle la cara con un potente puñetazo que le reventó los labios y los dientes, dejando al soldado tirado en el suelo, no sabiendo decir si vivo o muerto.

Corrió de nuevo, con otros tres hombres agarrándole por la ropa, tirando de él, cuando por fin alcanzó a uno de los que se llevaban a su pelirroja.

Lo hizo girar y lo tiró al suelo a tiempo de descargar un carrete de puñetazos sobre su cara, creando otro cuenco de sangre como el alfarero letal que era.

Uno de los hombres que lo seguían por detrás, lanzó un potente rodillazo contra la cara del rubio, golpeándole el pómulo con la suficiente fuerza como para abrirle una brecha a nuestro agente especial, pero no lo suficientemente fuerte como para detener al rubio de ninguna manera.

Leon cogió la pierna del hombre, tiro de él hacia un lateral y, subiéndose encima, le estrelló un rodillazo mortal en la entrepierna, que no permitió al hombre siquiera gritar, perdiendo el conocimiento en el acto.

Leon se puso de pie, observando que los soldados ya estaban saliendo por la puerta con Claire en brazos.

Así que retrocedió, corriendo contra los dos hombres que seguían a su espalda, cada vez más amedrentados, y placando a uno de ellos,  y haciéndolos girar en el suelo, consiguió, en un momento determinado, impulsarse con el hombre en brazos y realizar un suplex que le rompió el cuello en el acto y que lo acercó al fusil que hubiera perdido al iniciar la pelea.

Como si de un rayo se tratase, Leon disparó en medio de la frente al hombre que tenía inmediatamente encima; después, al hombre que arrastraba a Claire del brazo derecho; Después, al hombre que la arrastraba del brazo izquierdo; también al hombre que le sostenía la cabeza, y hasta al hombre que mantenía la puerta abierta.

Todos se desplomaron en el suelo, incluida Claire.

Cuando Leon se dispuso a acercarse a ella, una bala del calibre nueve se disparó contra Leon.

El agente especial casi cae de espaldas, pero consiguió mantener el equilibro. Se miró el hombro derecho, y ahí descubrió que sobre la cicatriz “made in Raccoon City” su piel estaba ahora abierta de nuevo, sangrando profusamente.

Leon miró en la dirección de la que venía el disparo, y vio al capitán de aquellos soldados apoyado contra la pared, con una herida de bala en una pierna, apuntándolo con una pistola compacta que sostenía entre sus dos manos temblorosas.

Cuando este dio paso a una segunda bala a la recamara del arma, accionando el martillo sobre la empuñadura, para disparar una segunda vez, Leon, siendo más rápido, disparó a sus manos, haciéndole perder al instante todos los dedos, excepto los pulgares y, acto seguido, se lazó contra él, apuntándole con el fusil a la cabeza.

El hombre gritaba mirándose las manos de dedos completamente amputados. Y cuando vio la boca del fusil de Leon sobre su frente, unió sus manos a modo de plegaria.

—¡No, por favor! ¡Tengo mujer e hijos! —Suplicó el capitán, sin dedos que entrelazar. —¡No me mates!

—¡Esa mujer de ahí, a la que tartas de dar caza,  es la mujer a la que amo! —Gritó Leon fuera de sí. —¿La ibas a dejar libre?

El capitán comenzó a llorar, mirando de Claire, que seguía inconsciente en el suelo, a Leon.

Entonces cerró los ojos y contestó.

—No.

—Eso me parecía. —Respondió Leon y, apretando el gatillo, reventó en mil pedazos la cabeza del capitán.

El agente espacial guardó su cuchillo y se colgó el fusil en el hombro, al tiempo que se acercaba a Claire, agachándose para cogerla en brazos.

El rubio empezó a tomar conciencia de sí mismo, al tiempo que el dolor insoportable del disparo sobre su hombro comenzaba a inhabilitarlo.

Leon cargó a Claire, no sin gritar de dolor, y se dispuso a salir al siguiente pasillo, cuando una bomba reventó las puertas batientes que anteriormente otros hombres hubieran cerrado con cadenas y candados, entrando todos a tropel, levantando una cortina de polvo y metal.

 Leon echó a correr, provechando la humareda, que le daba unos preciosos segundos para no ser visto.

Claire le pesaba mucho en los brazos. Estaba agotado físicamente. Y además si no encontraba un lugar donde esconderse rápidamente, iría dejado a su paso un reguero de sangre que les delataría.

Pero, ¿dónde estaba? Más allá de saber que se encontraba en la zona de los dormitorios, el agente especial se sentía terriblemente desorientado, no sabiendo hacia dónde dirigirse pero no pudiendo dejar de correr. Tenía que conseguir la mayor distancia posible entre él y los hombres de Alexis.

Se detuvo solo un momento para mirar a su alrededor.

Se encontraba en un pasillo estrecho y blanco como todos los vistos hasta ahora, con la salvedad de que cada pocos metros, a cada lado de este había unas puertas de apertura vertical que se accionaban con lectura ocular que daban a los diferentes dormitorios.

Es decir, se encontraban justo  a medio camino de su objetivo principal, la sala de informática. 

Necesitaba mirar el mapa. 

Estaba perdido.

—¡Vosotros por ahí! —Gritó una voz masculina. —¡Y vosotros, conmigo! ¡Vamos! —Volvió a gritar la voz, y Leon escuchó pasos corriendo en su dirección.

“Joder.” Pensó Leon. “Joder, joder, joder. ¡Piensa, joder!”

Y entonces, Leon miró hacia una de las cámaras de viglancia esperando que Hunnigan estuviera mirando desde el otro lado y le abriera la puerta de uno de los dormitorios.

Pero nada pasaba. Entonces, el rubio miró la puerta que tenía justo a sus espaldas, y el letrero que había sobre ella.

Iván Petrova.

Leon podría llorar.

Cargando a Claire sobre un único hombro, como si fuera un saco, metió la mano en el bolsillo de sus cargo, donde todavía portaba la mano y el ojo de Iván. Y colocando su ojo en el visor, la puerta de su dormitorio se abrió con un pequeño pitido y sonido de aspiración, al tiempo que una voz robótica le daba la bienvenida al doctor Petrova.

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Leon cruzó al otro lado de la puerta y esta se cerró a sus espaldas.

El agente especial se colocó al lado de la misma, agudizando su oído, escuchando cómo los soldados se acercaban, llegaba y después se alejaban, corriendo sin descanso por un pasillo que no les llevaría a su objetivo.

Aliviado pero desangrándose, miró a la pelirroja, quien tenía la cabeza colgando hacia atrás del brazo de Leon.

Leon tenía que poder socorrerlos a los dos, como fuera.

La habitación en la que estaban parecía un pequeño estudio al que le faltaba una cocina.

A mano izquierda había un lavabo sobre una repisa de mármol amarillo con un lago espejo con luces led blancas que alumbraba por detrás.

Justo frente a la puerta estaba la cama con dos mesitas de noche a cada lado, todo de un blanco impoluto; y a mano derecha, un armario de puertas venecianas de metal, también lacado en blanco.

Leon se acercó a un lado de la cama y con todo el cuidado del que sus fuerzas podían ofrecer, apoyó a Claire sobre ella. La pelirroja necesitaba descansar y recuperar fuerzas.

Sin perder tiempo, Leon dejó el fusil  a los pies de la cama y se quitó el arnés de las pistolas.

Después se quitó el chaleco antibalas, sacándoselo por la cabeza y después la camiseta técnica, sin poder contener en todo momento gemidos y gruñidos de dolor.

Se aproximó al lavabo y, a través del espejó observó la herida de bala y toda la sangre que ya bañaba su torso.

Cogió el botiquín y de su interior saco la última plumilla inyectable para paliar el dolor. Pero si la usaba, perdería sensibilidad en todo el brazo durante cien horas. Y el rubio no podía permitirse ese lujo.

Sacó entonces unos antibióticos, antiinflamatorios y unos analgésicos, además de líquidos antisépticos y las compresas poliméricas que tapaban las heridas y permitían su cicatrización sin más pérdida de sangre.

Leon tenía que ser fuerte, rápido y sobre todo, no perder el conocimiento.

Se miró de espaldas al espejo y comprobó que la bala no había salido por el otro lado. Seguía ahí dentro, incrustada entre carne cruda y tendones.

“Mierda.” Se lamentó el agente especial. “Tengo que sacarla cómo sea.”

Buscó en los cajones, sin cuidado de llenarlo todo de sangre, y cogió una toalla blanca que encontró en un montón de toallas dobladas y limpias y, enroscándola, se la metió dentro de la boca. Lo que iba a hacer iba a doler y no podía gritar, pues había soldados corriendo por todas partes.

Sería un milagro si conseguía curarse y salir de ahí antes de que ellos entraran y le pillaran con las manos en la masa.

Pero no tenía elección. La supervivencia del sujeto depende de la supervivencia del agente. O eso le diría Hunnigan de estar conectado a ella por su pinganillo.

Leon se miró al espejo, inspirando profundamente, dándose coraje, y procedió a sacar la bala de su interior.

A través de la herida no podía ver absolutamente nada con toda esa sangre manando de él, así que la cosa estaba muy, pero que muy jodida, pues iba a tener que ir a tientas.

Y para complicar más las cosas, no es que Leon tuviera los dedos pequeños, precisamente.

Con su mano izquierda, juntó su índice y su pulgar y los introdujo por la apertura de la herida, comenzando a abrir la carne para dejar espació a su otra mano de operar y rebuscar entre sus músculos y tendones. Pero al primer contacto, un dolor intenso recorrió la espalda el agente especial hasta la nuca, como un latigazo abrasador y, doblando su cuerpo hacia delante, sintió una fuerte arcada subir por su laringe, rozando la base de la faringe y volviendo a su estómago.

Leon comenzaba a sudar frío. Le temblaban las manos y todo el cuerpo. No le quedaba mucho tiempo.

Lo intentó de nuevo una segunda vez y, abriendo su carne con resistencia, comenzó a gritar y a llorar, apretando sus dientes en la toalla que amortiguaba su dolor, mientras se doblaba de costado, sintiéndose enloquecer por la tortura.

Aprovechando el tirón de coraje y dolor que estaba sintiendo, introdujo los dedos índice y pulgar de su otra mano en la herida, pero no encontraba la bala.

Sin soportarlo más, sacó sus manos de la apertura sangrante y,  apoyándose sobre el espejó, dejó su cabeza caer hacia el frente.

La bala tenía que estar ahí. Pero al agente especial no podía precisar a qué profundidad de sí mismo.

Con más miedo que determinación, Leon comenzó a meter su meñique por la herida, y sin dejar de gritar y sudar a mares, cerrando sus ojos hasta el dolor ocular, lo introdujo hasta la base del dedo, y por fin pudo tocar la bala. O al menos eso esperaba él que fuera.

Al sacar el dedo del interior la apertura, este hizo un pequeño efecto ventosa y el dolor que Leon experimentó lo obligó a poner los ojos en blanco mientras vomitaba sobre la toalla que tenía en la boca y posteriormente sobre el lavabo.

El ácido le irritaba la garganta y el velo del paladar, lo que le provocaba a su vez más arcadas.

Leon tenía que encontrar unas pinzas. Algo que fuera lo suficientemente largo y estrecho como para poder alcanzar la bala.

Mareado y con la visión oscureciéndose por momentos, comenzó a buscar en todos los cajones que encontraba.

Iván era un científico, seguro que tenía que tener unas pinzas por ahí que le sirvieran de ayuda. 

Pero no.

Leon al menos no encontró nada. Y no podía cerrar la herida o curarla dejando dentro la bala. Entonces ese brazo sí que sería inservible.

Volvió al lavabo, cogió otra toalla, la enroscó y se la metió en la boca.

Con su mano izquierda abrió la herida y con la derecha metió su dedo más largo, el corazón, y con pulgar trató de hacer pinza.

Los gritos se continuaban, al igual que el sudor frió, los temblores y la visión nebulosa.

Pero estaba alcanzando la bala. La estaba tocando, con la punta de sus dedos.

Cada vez que creía tenerla cogida, esta se resbalaba y parecía que se introducía más hacia dentro.

Leon gritaba y gritaba, ya no sabía si de dolor o frustración, y en ese momento, Claire volvió en sí.

Al despertar, la pelirroja estaba totalmente desorientada.

Escuchaba gritos en la lejanía. 

Gritos amortiguados, como metidos debajo del agua o dentro de una botella tirada al mar. Gritos de dolor que ponían los bellos de punta hasta al más calvo y que se le calvaban en el corazón con un temor descontrolado.

Mirando alrededor, lo primero que vio fue un techo blanco por módulos que no le decía nada.

Después giró la cabeza hacia un lado y vio una mesita de noche con una lamparita blanca muy geométrica y minimalista. Pero estaba apagada, ¿de donde venía la luz?

Trató de incorporarse, pero le faltaban fuerzas. 

Comprobó entonces, que estaba echada sobre una cama limpia, de sábanas blancas, bien planchadas y remetidas; y que su cabeza descansaba sobre una almohada firme y cómoda que la invitaban a volver a dormir.

Y a punto estuvo de hacerlo, pero los gritos del animal desollado la devolvieron al presente.

Giró su cara hacia el otro lado de la cama, y más allá de esta, al fondo, comprobó que no estaba sola ahí.

Un hombre, sin camisa y de espaldas a ella, se inclinaba sobre el lavabo, temblando y gritando. Gritando, gimiendo y gruñendo. Él era el animal desollado.

Él.

Él.

Leon.

Él era Leon. Y estaban juntos. Estaban juntos en una habitación que Claire no podía reconocer. Pero, ¿dónde estaban? ¿Qué había pasado? ¿Habían escapado? ¿Cómo? ¿Qué estaba haciendo Leon? ¿Por qué gritaba?

Fue entonces cuando Claire reparó en toda la sangre que manchaba el mueble blanco de debajo del lavabo, así cómo paredes, cajones y la mesita de noche.

Y cuando miró a Leon a través de su reflejo en el espejo, fue cuando vio al hombre totalmente cubierto de sangre, pálido como  la luna y gritando a través de una toalla introducida en su boca.

Las venas de su cuello estaban hinchadas. Su cara brillaba, perlado de sudor. Y todo su cuerpo temblaba, llegando a las convulsiones.

El rubio sufrió una arcada. Y después otra. Y después otra más, cuando decidió volver a apartar los dedos, rendido.

Haciendo equilibro al borde de la consciencia, el rubio se dejó caer hacia adelante, frenando la caída contra el espejo con una mano, que dejó su huella ensangrentada derramándose por el cristal.

Fue como si de repente Claire recuperara todas sus fuerzas de golpe, inyectada como estaba por el pánico.

—¡Leon! —Dijo la pelirroja, levantándose de la cama, movida por pura adrenalina, acercándose al rubio y cogiéndole por la cintura, apoyando su peso sobre ella, llenándola se su sangre, una vez más. —¡Dios mío! ¡Te han disparado!

Leon trató de sonreír y decir algo irónico, pero no pudo, aun con la toalla en la boca.

Claire lo apoyó sobre el suelo, contra la pared, y observó la herida. Tenía un aspecto horrible. No solo por la sangre que manaba de ella, cada vez en menor cantidad, sino por cómo la zona alrededor estaba totalmente amoratada.

Leon se quitó la toalla de la boca para poder hablar con Claire, descubriendo que le castañeaban los dientes.

—Herida de bala sin salida. —Dijo tragando saliva y comenzado a sentir mucho frío. —Y la puta bala está muy al fondo. N-no puedo sacarla.

—¿Por qué no me despertaste? —Preguntó Claire, cogiendo otra toalla y mojándola, para pasarla por la herida y limpiar algo de sangre, aunque un reguero rojo seguía manando de ahí.

—¿Te has mirado al espejo? —Preguntó el rubio, cuya mirada se desviaba cada poco hacia el suelo, que era tan blanco y frío como el resto de Trizom. —Necesitabas descansar. —Añadió entonces, tragando saliva antes de continuar. —Tienes las manos más pequeñas que yo. ¿Puedes intentar sacar la bala?

—Mis dedos también son más cortos que los tuyos. —Dijo Claire, alarmada por la situación, pero con las ideas muy claras. —La sacaré con la telequinesis.

—Claire, acabas de recuperar la consciencia después de haberte extralimitado con la telequinesis. —Dijo Leon, mirándola con el ceño fruncido. —Te debilita demasiado.

—Esto... es solo una bala... —Trató de razonar y autoconvencerse Claire, pues sabía que aunque cierto, podía conseguirlo. —Lo de antes eran muchísimas balas. Y no solo las frené. —La pelirroja cogió con una mano la quijada de Leon, quien estaba frío como la muerte, y encaró sus ojos de ceño fruncido para imponerse. —Confía en mí.

Leon cerró los ojos. Era ahora o nunca. No aguantaría mucho más sin perder el conocimiento. Así que asintió y se metió en la boca la toalla, inspirando y esperando la llegada del dolor.

Claire acercó su mano a la herida del agente especial y, alargando sus dedos, comenzó a sentir la electricidad que manaba de ella hacia fuera de sí misma de forma fuerte pero controlada, hasta que esta chocó contra un elemento ya conocido para Claire. 

La bala.

Aunque no podía verla, era como si esta se dibujara debajo de sus párpados cuando cerraba los ojos, como si la estuviera tocando con sus propios dedos.

Y entonces, la cogió y tiró de ella, sintiendo como esta se resbalada de su telequinesis y se resistía a salir.

Leon gritó echando la cabeza hacia atrás y poniendo los ojos en blanco. Las venas de su cuello a punto de estallar. La visión para el rubio pasaba del negro al color a intervalos de cinco segundos.

—Aguanta, Leon.—Dijo Claire, apoyando la mano libre sobre la rodilla del agente especial, apretando para darse apoyo y fuerza al rubio. —Se me resbala.

Claire hizo más fuerza tirando de la bala con la fuerza de su mente y esta comenzó a avanzar hacia el exterior, pero en cierto momento se le giró a la pelirroja, colocándose  perpendicular a la apertura de la propia herida, lo que hizo que Leon vomitara una segunda vez, soltando la toalla y llenándose el torso de bilis.

—¡Joder, lo siento! —Dijo Claire, quien se empezaba a poner nerviosa por lo mal que veía al rubio, sintiendo un nudo e su garganta.

Este tenía la cabeza medió colgando de su cuello, y habría de cuando en cuando los ojos, los cuales vagaban por el espacio sin ver nada.

—M-me... —Empezó a decir Leon. —Me voy a desmayar.

Y dicho esto, Claire tiró con todas sus fuerzas y con toda su frustración hacia fuera, arrancando la maldita bala del interior de Leon, —que salió acompañada de un largo chorro de sangre. —, y que la pelirroja atrapó al vuelo con su mano, al tiempo que Leon perdía una bocada de aire.

Tanto Leon como Claire se quedaron mirando con los ojos muy abiertos. Y entonces Claire abrió la palma de su mano, y mostró al rubio la bala dorada y perfecta que lo había perforado.

Leon miró la bala y, soltando un golpe de aire por las fosas nasales, elevó mínimamente las comisuras se sus labios manchados de vomito, y después volvió a Claire, antes de que para él todo se se pusiera negro.

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Cuando Leon volvió a abrir los ojos lo primero que vio ante él era el hermoso rostros de Claire, parcialmente sobre el suyo, mientras esta parecía concentrada en algo.

Qué bella era. 

Cuando se concentraba, de forma inconsciente, fruncía un poco el ceño, estrechaba sus ojos y se mordía la cara interna de las comisuras de sus labios. Y Leon amaba tanto cada pequeño gesto en las expresiones de la pelirroja, que al mirarla solo quería mirar más.

Si mirarla como lo hacía él le matara, entonces Leon se moría por seguir mirándola. Porque si mirarla fuera motivo para morir, entonces, no mirarla ¿qué sería?

El rubio no lo había hecho a drede, pero se sabía de memoria cada movimiento facial de Claire. Tanto los conscientes como los inconscientes, y todos eran sus favoritos.

Con la vista periférica, vio el movimiento ascendente y descendiente de la mano de Claire, quien sostenía una aguja curva e hilo.

El agente especial llevaba en su botiquín una serie de elementos de prevención y curación rápidos que servían para cortar hemorragias al instante, paliar el dolor, evitar infecciones y estabilizar a la persona herida, solo hasta poder dejar a dicha persona en manos de los médicos, para que hicieran su trabajo.

Las compresas poliméricas o las plumas inyectables, formaban parte de esos elementos de rápida acción, que en muchos casos eran la diferencia entre la vida y la muerte.

Sin embargo, el agente especial también llevaba consigo otros elementos más comunes, como aguja e hilo para ocasiones en las que, de ser necesario, fuera posible cerrar heridas.

Leon movió la cabeza, siguiendo el movimiento de mano de Claire, y comprobó que esta le estaba cosiendo la herida de bala del hombro. 

Al verlo, fue como si sus conexiones neuronales volvieran a funcionar y comenzó a sentir el dolor propio de cuando te remiendan la piel sin anestesia. Pero el agente especial estaba tan al límite de sus fuerzas, que ni siquiera le quedaba energía para quejarse. Aunque eso no evito que como acto reflejo, de sus ojos se derramaran dos pesadas lágrimas, mientras el rubio volvía a mirar a Claire.

La pelirroja seguía ignorando que Leon estuviera despierto, concentrada en su tarea.

El rubio apretó el puño de su otro brazo, cogiendo entre sus dedos un trozo de tela que se arrugó sin remisión.

Fue entonces cuando el rubio se percató de que estaba echado sobre la cama. 

Claire lo había cargado hasta ahí.

Leon trató de levantar la cabeza, para mirar la zona dónde hubiera estado sentado momentos antes, pero esta le pesaba como una roca y, cerrando los ojos con fuerza, la dejó caer de nuevo sobre la almohada, cerrando los ojos.

Cuando el rubio volvió a abrirlos, volvió a encontrarse con el rostro de Claire, que esta vez le miraba directamente, con una sonrisa preocupada, mientras le pasaba una toalla húmeda por los labios, la barba y el pecho.

El agente especial tenía la saliva seca. Y sentía en su boca una pastosidad de un sabor imposible de describir. Tanto era así, que no se atrevía a separar sus labios por miedo a matar a la pelirroja con el peor aliento que nadie hubiera olido jamás.

Leon inclinó su cabeza hacia un lado, y comprobó que su herida de bala ya estaba limpia, cosida y cubierta con una compresa polimérica de cicatrización rápida. 

Además, la pelirroja había borrado cualquier rastro de sangre. Seguramente tal y como ahora estaba limpiando cualquier rastro de vómito.

—¿Cómo te encuentras? —Preguntó Claire, que seguía mirándole con la misma expresión preocupada y con esos enormes ojos azules que dejaban sin aliento al rubio.

Leon elevó una de las comisuras de sus labios a modo de media sonrisa, mientras levantaba el pulgar de una de sus manos.

Claire se lanzó a abrazar al rubio y este rodeó su torso con un solo brazo, dado que el otro le dolía lo suficiente como para no querer moverlo.

Cuando la pelirroja se separó de él, juntó sus labios a los de Leon, besándole de forma sostenida pero suave.

Y Leon, que francamente no estaba para besos, le dio a su compañera dos palmadas en el omóplato para que se apartara y le dejara incorporarse.

Y así se hizo. 

Claire se apartó y ayudó al rubio a incorporarse y a sentarse al borde de la cama, mientras él respiraba pausadamente esperando a dejar de sentirse ciertamente mareado.

Leon se llevó una mano al hombro herido y trató de hacerlo girar, sin poder evitar que un gruñido reverberara en su garganta. 

Aunque la herida estuviera cerrada y bien curada, seguía doliendo como si estuviera abierta.

—Tienes una pluma inyectable. Pero dudé en si debería ponértela o no. —Le dijo Claire a su lado.

Leon se levantó de la cama, dando pesados pasos hacia el lavabo que estaba perdido de sangre, y se miró al espejo.

Estaba increíblemente pálido y las ojeras que tenía ya no eran moradas, sino casi negras.

Su herida, que no había sido pequeña, —y menos después de su intervención abriéndola para tratar de sacar la bala instalada en su interior. —, ahora parecía casi invisible, de no ser por toda la piel amoratada de alrededor.

Claire había hecho un trabajo estupendo.

Además también le había curado la pequeña brecha del pómulo tras recibir un rodillazo en la cara, poniéndole dos tiritas de mariposa para mantener la herida bien cerrada, así como otra compresa polimérica con tratamiento para proteger la herida.

Leon abrió el grifo del agua fría y se lavó las manos que estaban llenas de sangre seca. 

Después cogió agua y se la introdujo en la boca, enjuagándose y escupiendo repetidas veces hasta sentirse más persona y menos deshecho humano.

Y después bebió. Bebió como beben los sedientos. Con celeridad y súplica. Y joder, nadie sabía el placer que era poder beber, hasta que no pasaba por una sensación de sed extrema y tormentosa. El agua era sin lugar a dudas la bebida favorita del agente especial y eso era algo que no entraba a debate.

Claire, que se había quedado al lado de la cama, comenzó a recoger todos los útiles del botiquín de Leon, que cada vez estaba más vacío.

Y en esas estaba la pelirroja cuando una mano se apoyó sobre su hombro y, al girarse, encontró a Leon tirando de ella suavemente para aproximarla a su cuerpo.

Claire se dejó arrastrar y, rodeando la cintura del rubio, apoyó su mejilla sobre el pecho de su amigo y se dejó abrazar a su vez, volviendo a acompasar, como siempre ocurría, sus corazones, convirtiéndose en uno.

—Muchas gracias, amor mío. —Dijo Leon, quien apoyaba su mejilla sobre la cabeza de la pelirroja, estrechándola con un brazo más fuerte que con otro, y deseando que al abrir los ojos, ambos se encontraran en el salón de su casa viendo una película juntos o en la cocina preparando el desayuno o en la ducha enjabonándose el uno al otro... o en cualquier lugar cotidiano haciendo cosas cotidianas en pareja.

Claire no se podía acostumbrar a que cuando de la boca de Leon salían las palabras “amor” y “mío” se estaban refiriendo a ella. 

¡Leon le llamaba a ella “amor mío”! ¿No era eso un sueño?

Y daba igual que entre ellos ya no hubieran veladuras. Cada vez que lo escuchaba se sentía tan nuevo y tan afortunado, que la pelirroja se sentía flotar en la nube de la ilusión, que hasta ahora solo existía en sus fantasías.

—De nada. Amor mío. —Contestó a su vez la pelirroja.—De nada, cariño.

»De nada, mi corazón. Mi tesoro. Mi vida. Mi cielo. Mi sol de verano.

»Mi todo.

—No te pases, galán. —Dijo Leon sobre su cabeza riéndose. —O tendrás que llamarme con todos esos nombres el resto de mi vida.

—Pues que así sea. —Contestó Claire, separando su cabeza del pecho perfecto del rubio y alzando su vista hacia sus ojos. —Amor mío, tesoro, vida, cielo y sol. —Y dicho esto, poniéndose de puntillas, la pelirroja le robó un beso a su rubio, que respondió con una sonrisa de labios.

—Me sabe la boca a culo. —Le comunicó el agente especial  a su pelirroja una vez separados, acercándose al botiquín para tomarse dos analgésicos. O tres.

—Vomitaste varias veces. Es normal. —Contestó Claire a sus espaldas, encogiéndose de hombros, mientras el rubio se introducía las dos pastillas en la boca y volvía al lavabo para pasarlas con agua.

—Ya. Y por eso mismo es asqueroso. —Dijo Leon riéndose mientras sacaba de una riñonera otro de los botecitos para limpiar los dientes que usara en todas sus misiones. —A tu salud, preciosa. —Dijo el rubio a modo de brindis, guiñándole un ojo a la pelirroja e introduciendo el liquido en su boca para enjuagarse perfectamente.

Y mientras se enjuagaba  la boca, cogió las dos toallas llenas de vómito que hubiera usado antes y las tiró al cubo de la ropa sucia, junto con las toallas que hubiera usado Claire para lavarle.

Después cogió su camiseta técnica, y no sin dolor, se la metió por la cabeza subiendo los brazos para vestirla.

Acto seguido, se puso su chaleco antibalas y su arnés para pistolas y por fin expulsó el liquido azul de su boca en el lavabo, sintiéndose realmente limpio y fresco.

Mientras tanto, Claire, solo por hacer algo, limpió la sangre de Leon del espejo y de la superficie de mármol del lavabo, así cómo del suelo, tirando la toalla empleada para ello junto con las demás.

No es que fueran personas con algún tipo de trastorno obsesivo por la limpieza. Simplemente era más fácil que nadie siguiera sus pasos si no iban dejando por ahí pruebas de su presencia.

—¿Siguen los soldados corriendo por el pasillo? —Preguntó Leon,  devolviendo la riñonera botiquín a su sitio y colgando de su hombro el fusil, preparado para salir de esa habitación y volver a la acción.

—No los he vuelto a escuchar. —Contestó Claire. —Aunque debo reconocer que no estaba prestando demasiada atención.

—Tendremos que salir ahí fuera tarde o temprano. —Razonó Leon. —Así que, en tanto que no les oímos, debemos salir cuanto antes y seguir avanzando.

—Estoy de acuerdo. —Contestó la pelirroja.

—Pero Claire. —Dijo Leon, mirando a su compañera con seriedad pero también con cierto grado de súplica y permiso. El rubio suspiró, no sabiendo como abordar lo que deseaba decir. —Soy muy consciente de que si no hubieras empleado tus poderes telequinéticos, nos habrían atrapado. Yo probablemente estaría muerto. Todavía voy a tener que dar las gracias de haber recibido solo un disparo.

»Pero quedarte inconsciente por protegernos, podría ser igual que entregarse en bandeja de plata.

»No sé qué fuerza se apoderó de mí en ese momento para sacarnos de ese lugar con vida, pero yo lo llamaré suerte. Y la suerte no siempre estará de nuestro lado. —El agente saltaba de un ojo a otro de Claire, no sabiendo si la pelirroja entendía lo que trataba de decirle. Si rendirse no era una opción, huir debería serlo. Y si huir, en algún momento implicaba dejarle atrás, que así fuera. —Lo que trato de decir es que necesito saber que vas a pensar más en ti y menos en nosotros. 

»Piensa más en ti Claire. 

Claire sabía que perder el conocimiento tras el uso explosivo de su telequinesis era un fallo de fábrica terrible que hacía que la decisión de emplear ese poder fuera realmente dura. Leon tenía razón. Tal vez él hubiera muerto de todas formas intentando protegerla en ese estado de inconsciencia, y toda esa fuerza y demostración de poder habría sido para nada.

Además el rubio la estaba mirando de esa manera. Tan vulnerable y al mismo tiempo tan firme, que Claire supo que debía contestar aquello que le diera paz al rubio. Aunque ella supiera íntimamente que jamás dejaría a su rubio atrás.

Jamás.

—Pensaré más en mí. —Mintió Claire. —Te lo prometo.

Leon cerró los ojos y suspiró aliviado.

—Pero no te hagas ilusiones, pelirroja. —Comentó sonriendo, a modo de chanza. —Tengo pensado sobrevivir.

En ese momento unos sonidos se escucharon al otro lado de la puerta. Pasos corriendo y un teclado numérico que comenzaba a desbloquear el cierre de la puerta de seguridad del dormitorio.

Leon y Claire corrieron al armario y se encerraron en él  justo a tiempo de no ser descubiertos por un soldado que entraba en la habitación a punta de fusil, comprobando la estancia.

Este soldado vestía de forma diferente a los que habían visto hasta el momento. 

En cuanto a su indumentaria seguía siendo similar a la de Leon, aunque con sus logos de Trizom Corporation.

Pero estos ahora usaban unos pasamontañas a media altura, que les cubría el rostro por encima de la nariz, y llevaban en la cabeza unos cascos negros, con linternas laterales y visera de plástico transparente.

Desde los pasillos se podían oír las voces de varios soldados que gritaban “¡Despejado!” acompañados del sonido de las puertas de los dormitorios abriéndose y cerrándose.

Cuando el soldado hizo un barrido por la habitación, encontrándola perfectamente normal, se aproximó hasta el armario para comprobar su interior.

Leon y Claire le podían observar a través de las rendijas de las puertas de metal. Y cuando lo tuvieron encima, ambos se tensionaron al extremo, preparados para lanzarse sobre él.

Pero en ese instante, un segundo soldado entró en la estancia, cerrando tras de sí la puerta y haciendo que el primer soldado se girara hacia esa dirección, dándoles la espalda a nuestros protagonistas.

El segundo soldado se quitó el cascó y bajó su pasamontañas mostrando su cara. Acto seguido apagó su intercomunicador, y el primer soldado apagó el suyo a su vez.

El hombre con la cara descubierta, era un joven en sus veintitantos, con el pelo corto y ensortijado, pelirrojo de ojos verdes y labios carnosos. Dulcemente atractivo.

—Will, pero, ¿qué demonios haces? —Preguntó el primer soldado, quitándose el casco a su vez y bajando su pasamontañas, colocándose a la altura del pelirrojo.

El segundo soldado era algo más joven que Leon. Tal vez de la edad de Claire. Y era un hombre realmente atractivo. Tenía el pelo largo y negro, recogido en un pequeño moño a la nuca, con dos mechones de pelo recogidos tras las orejas.

Tenía los ojos negros como la noche, las cejas poblabas pero perfiladas, la tez pálida y una mandíbula muy bien marcada. Casi como un vampiro.

Fue entonces cuando Will se acercó más al primer soldado y, cogiéndolo por la pechera de su uniforme, le plantó un beso en los labios cerrando los ojos.

El primer soldado, cogiendo con gentileza las muñecas de Will, se retiró hacia atrás cortando el beso.

—Will... —Volvió a decir el primer soldado, pero el pelirrojo volvió a lanzarse sobre el primer soldado, rodeando su cuello con sus brazos y besándolo de nuevo. Con necesidad. Con urgencia. Con miedo y hambre.

El moreno, con cuidado, volvió a separarse del pelirrojo.

—Para, Will, ¿qué estás haciendo? —Preguntó el primer soldado.

—Te amo, James. —Soltó Will, clavando sus verdes en los negros del moreno que tenía en frente, con fiereza y determinación. —Te amo con todo mi corazón. Jamás había sentido algo así por nadie y no pienso renunciar a este amor.

James, que seguía sosteniendo las muñecas de Will, sonrió con labios y ojos al pelirrojo y, tomando a este por la barbilla, le beso fugazmente en los labios.

—Y yo a ti. —Respondió el moreno. —Te amo muchísimo. Ya lo sabes. —El moreno sonrió al pelirrojo y le regaló otro beso. —Pero tienes que controlarte en horas de trabajo, William.

—No, no. Esto no es un arrebato de amor. —Dijo el pelirrojo, soltándose de las manos de su compañero. 

—Entonces, ¿qué pasa? —Preguntó el moreno, comenzando a preocuparse.

—¿Que qué pasa? —Preguntó con retorica Will. —Mira a tu alrededor, James. Estamos en peligro.

—Sí, lo sé. —Contestó rápidamente James. —Por eso estamos buscando a los intrusos. Tienen que estar en algún lugar de esta zona.

—¡James, larguémonos! —Pidió Will. —Por favor, huyamos de este infierno.

Entre ambos hombres se hizo el silencio. Will con sus bosques abiertos de par en par, húmedos y suplicantes. James con sus cuevas estrechas y encharcadas, nubladas por el deber.

Leon y Claire intercambiaron una mirada. Menudas historias se traían los soldados de Alexis encerrados en ese peñón.

Había soldados que no se conocían y que no tenían ni por asomo un mínimo sentido de compañerismo; otros parecía que se limitaban a follar constantemente en los baños y de cuando en cuando se liaban a hacer tríos; y otros parecían que habían encontrado el amor verdadero.

Una vez más, el rubio tuvo que recordar que el enemigo también era humano. Lo cual le hacía más difícil su trabajo.

—¿Pero qué estás diciendo? —Preguntó James, en voz baja.

—¡Qué nos vayamos, joder! —Repitió Will. —Qué salgamos de esta trampa de lugar mientras podamos. Juntos. Y olvidemos que alguna vez este sitio existió.

—Lo que sugieres tiene un nombre, Will. Deserción. —Dijo James, cuya voz comenzaba a oscurecerse. —Somos soldados. Tenemos un deber.

—¿Un deber? —Preguntó Will, casi riéndose. —Dime James, ¿a ti para qué te contrataron?

—Para proteger los laboratorios de Trizom. —Contestó el moreno, inmediatamente. —Como a ti.

—Proteger el laboratorio, sí. Pero, ¿protegerlo de quién?

—¡Joder, Will, de quien sea! De cualquier persona ajena a la empresa.

»Ladrones, espías, agentes del gobierno...

—Todo lo que me nombras son personas, ¿sabes?

—Sí.

—Pues aquí nos estamos enfrentando a cosas más grandes que nosotros. ¡A cosas que no son personas! —Gritó Will, tratando desesperadamente de hacer entrar en razón a James. —Y ya no podemos reírnos de ello como si fuera el bulo de un puto loco. ¡Porque ahora todos nosotros hemos visto como han caído nuestros compañeros, enfrentándose a dios sabe qué criaturas!

»James, en este laboratorio no buscan la cura contra el cáncer, ¿vale? En este laboratorio hacen cosas muy chungas, a las que no tenemos por qué enfrentarnos.

»¡Nos han engañado! Y si seguimos aquí, luchando del lado de ese puto niñato platinado, puede que acabemos muertos.

»Y como te he dicho, te amo y no voy a renunciar a nosotros. —Will realizó una pausa, recuperando el aliento, sin separar en ningún caso sus ojos de los ojos de James.

¿Niñato platinado? Tenía que estar refiriéndose al CEO.

James entonces dejó escapar por entre sus dientes una pequeña risa.

—¿Has llamado niñato platinado al señor Belanova? —Preguntó el moreno, alzando sus cejas.

—Es exactamente lo que es. —Repitió Will, estrechando sus ojos. —Un puto cabrón que esta empujándonos, uno por uno, a la muerte, sin despeinarse.

—Creía que te parecía increíblemente atractivo. —Volvió a decir James, sin perder la sonrisa, y haciendo énfasis en “increíblemente”.

—¿No puede un adonis estar fatal de la olla? —Preguntó Will a la defensiva. —Qué el muy capullo esté tremendo, no le hace menos despreciable y asqueroso.

»Y no quieras fingir ahora que el señor Belanova no te la ha puesto dura alguna vez. —Respondió con cierto ácido Will, haciendo énfasis en “Señor Belanova”.

—Hasta que te conocí a ti. —Contestó James, sin un ápice de duda.

De nuevo silencio entre ambos.

—James, —Comenzó Will, bajando el volumen de su voz, recuperando cierta calma. —, vayámonos. Por favor.

—Will, nuestra unidad no se ha enfrentado nunca a nada que no fuera humano.

—¿Y qué? ¿Que nuestra unidad se librara lo hace menos grave?

—No digo eso.

—¿Crees que a medida que se vaya quedando sin hombres, no tirará de esta o cualquier otra unidad a su alcance para enfrentarse a lo que sea? —Preguntó Will con vehemencia. —Nuestra unidad no está a salvo solo porque lo estuviera hasta ahora, James.

—Joder, ya lo sé. —Contestó el moreno, comenzando a perder la paciencia. —Pero ahora mismo estamos buscando a un agente especial del gobierno y a una mujer. Son solo personas.

Claire y Leon volvieron a mirarse, alumbrados por los haces de luz que atravesaban las rendijas del armario, con determinación.

—Ella, parece ser, que va más allá de ser una mujer cualquiera. —Dijo entonces Will.

—¿Me vas a hablar de los rumores?

—¡Sí, te voy a hablar de los rumores! —Gritó el pelirrojo. — ¡Porque resulta que cuando no hicimos caso a los rumores y nos reímos de un compañero que dijo ver monstruos, este tenía razón! 

»Y ahora la mitad de la gente que conocíamos está muerta.

James se llevó una mano al puente de la nariz, mientras suspiraba sonoramente.

—James, —Volvió a hablar Will, tomando al moreno de la quijada y enfocando sus ojos en él. —, nos conocemos desde hace tres años. Y estuvimos esos casi tres años jugando al gato y al ratón, sin que ninguno de nosotros reconociera lo que sentíamos el uno por el otro.

»Nos llevó un tiempo increíble reconocer que no nos odiábamos. Que lo que odiábamos era no poder estar juntos porque nos moríamos por conocernos más allá de los entrenamientos.

»Lo primero que pensé la primera vez que nos besamos fue que había sido un gilipollas por no haberme dado el lujo de besarte mucho antes. Me sentí tan ridículo la primera vez que nos abrazamos, por haberme privado de ello durante tanto tiempo; y más imbécil todavía la primera vez que nos acostamos juntos, por el mismo motivo, que me juré que nunca más me sentiría un estúpido por no hacer lo que realmente deseo hacer. —Will tomó aire y humedeció sus labios antes de continuar. —James, no he derribado todos estos muros y todas estas barreras y todos estos prejuicios heredados tan firmemente, para morir aquí abajo sin saber lo que es la vida a tu lado. Ni tampoco para perderte por algún maldito sentido del deber. —Will saltaba de una pupila de James a otra, con la cejas arqueadas en sus extremos, juntándose en las puntas. —Nuestra historia apenas acaba de empezar. Y no podemos permitir que termine. Tenemos que proteger  y defender nuestra historia, por encima de los intereses del patrón.

»Tú, ¿realmente me amas?

Entre los dos hubo un silencio de palabras, mientras sus ojos jugaban una partida de tenis límite.

Claire se llevó una mano a los labios. Emocionada ante lo que estaba presenciando. Y Leon la miró con toda la dulzura que sus ojos podían destilar.

Ante la ausencia de palabras, Will perdió fuerza. Sus ojos verdes comenzaron a descender lentamente llenándose de lágrimas y sus manos, que hasta ahora sostenían la cara de James, comenzaron a  deslizarse lánguidamente hacia el suelo.

Pero antes de que sus dedos abandonaran la mandíbula del moreno, este tomó las manos de Will entre las suyas ,colocándolas de nuevo a ambos lados de su rostro.

Will volvió a levantar la vista acuosa ante ese gesto, y James se aproximo a él para besarle.

Y vaya si le beso.

Fue un beso lento pero pasional. Abierto y cerrado como los grandes besos reservados solos a los grandes amantes. Húmedo y sincero como los ojos de Will y fuerte y honesto como el rostro de James.

Cuando se separaron, ambos se miraron a los ojos y entre lágrimas, se sonrieron.

—¿Cómo me puedes preguntar algo así? Si me muero por ti, Will. —Y de nuevo, el moreno besó al pelirrojo, abrazando su cuerpo y dejándose abrazar.

Leon y Claire se miraron de nuevo, comprendiendo perfectamente ese sentimiento que los dos hombres estaban compartiendo, porque era exactamente como los suyos.

Sincero y poderoso.

Ambos se cogieron de las manos y se las estrecharon, compartiendo el deseo de que Will y James lograran escapar de ese lugar y pudieran vivir sus vidas y su amor libremente y por muchos años.

Cuando Will y James se volvieron a separar, ambos se volvieron a sonreír, apoyando sus frentes juntas y cerrando los ojos.

—Vayámonos. —Dijo James. —Larguémonos de aquí. 

»No es deserción si no están cumpliendo con el contrato.

—Joder, menos mal. —Soltó Will aliviado, retirando sus lágrimas de sus ojos. —Pensé... pensé...

—Ya sé lo que pensaste. —Le cortó el moreno. —Yo también lo pensé.

»Pero tienes razón. Nuestra historia merece ser defendida. Y nos defenderé.

Will besó fugazmente a James, cogiéndolo por la nuca.

—Prometo que yo también nos defenderé. —Dijo el pelirrojo y, con otro beso fugaz, selló su promesa.

—Quitemos los números de nuestros intercomunicadores. —Dijo James. —Con los pasamontañas y los cascos no sabrán quienes somos. Podremos pasar de largo por delante de nuestros compañeros y no nos detendrán.

»Y una vez fuera, robaremos una moto de agua y empezaremos nuestra nueva vida.

—Sí. —Contestó Will, cogiendo con fuerza una mano de James y estrechándola afirmativamente.

Cuando ambos hombres comenzaron a colocar sus pasamontañas, Leon miró a Claire, y ambos supieron que estaban pesando lo mismo.

Esos dos amantes enamorados, les acababan de dar una idea buenísima para huir de ahí sin que nadie se atreviera a detenerlos.

Leon y Claire creían en el amor. Y creían en que todas las personas tenían el derecho de vivirlo. Y no deseaban ser la piedra en el camino de esos dos jóvenes pero, en el amor y en la guerra todo vale. Y ellos también tenían que proteger su amor.

Antes de que ninguno de los dos soldados pudiera ponerse el casco del uniforme, Leon salió del armario de forma explosiva colocando su cuchillo de combate en el cuello del James, mientras cubría su boca con una mano para evitar que gritara. Mientras, Claire apuntaba con su fusil a las lumbares del moreno, dejando a Will frente a ellos, con las manos en alto y el rostro completamente blanco.

—Hola Will. —Comenzó a hablar Leon. —James.

—Leon Kennedy. —Dijo James, con la voz ronca, bastante asombrado. —Te encontré.

—Más bien os hemos encontrado nosotros a vosotros. —Puntualizó el rubio.

—C.R.-01 —Dijo entonces Will, en un susurro.

—Will, me caes muy bien. —Contestó la pelirroja. —No lo estropees llamándome por otro nombre que no sea el mío.

»Claire, Redfield. Encantada.

—No puedo decir lo mismo. —Contestó Will mirando a James amenazado con el cuchillo de Leon y el fusil de Claire. —Por favor, soltadlo.

—Mirad chicos,—Comenzó a hablar Leon. —, lo creáis o no, no tenemos ninguna intención de haceros daño. Hemos escuchado toda vuestra conversación y al igual que vosotros, nosotros queremos salir de este peñón sanos y salvos.

»Podemos hacerlo por las buenas, dónde vosotros obedecéis y nosotros no os matamos; o podemos hacerlo por las malas, donde os matamos aquí y ahora, conseguimos de vosotros lo que necesitamos, y se acabó vuestro idilio. ¿Qué decidís?

—Por las buenas. —Contestó Will, al momento. —¿Qué queréis?

—Will... —Dijo James sin apenas voz, por la presión controlada a la que lo estaba sometiendo Leon.

—Desnúdate —Ordenó Leon. —Y aléjate hacia la esquina.

Will obedeció al instante y comenzó a quitarse la ropa. Primero la camiseta técnica, y después las botas y los pantalones.

—Puedes quedarte los calzoncillos. —Lo interrumpió Leon cuando este iba a quitárselos. —Coge toda la ropa y pásasela a Claire. 

»Muy despacio, chico.

Will cogió su ropa y se la entregó a Claire sin hacer ningún movimiento en falso.

—¿Tus únicas armas son el fusil y el cuchillo? —Preguntó Leon. 

—Sí. —Contestó Will. 

Leon suspiró con pesar. Echaba de menos las pistolas y armas de fuego ligeras.

—Vale. —Contestó el agente especial. —Tápate los ojos. 

»Y tú  James, ciérralos.

Leon miró a Claire a través del espejo y, haciéndole un gesto con la cabeza, Claire comenzó a  ponerse la ropa de Will.

Sobre su sujetador improvisado se puso la camiseta técnica negra y, quitándose los pantalones de boris, arrojándolos al interior del armario, se puso los pantalones de Will.

Esta ropa también le quedaba grande a la pelirroja, pero al menos iría más camuflada. Y estaba mucho más limpia que la suya.

Después dejó de lado las zapatillas horribles que hubiera usado hasta ahora y se puso las botas de combate. De nuevo, grandes, pero mucho mejor que lo que estuvo usando hasta ahora.

—Claire, coge el pasamontañas, el casco, el intercomunicador y el fusil. —Dijo Leon y Claire obedeció.

Mientras pasaba cerca de Will, la pelirroja sintió lástima del hombre, ahí de pie, vestido unicamente con sus calzoncillos y sus calcetines. Y decidió que no quería  salvarse así misma faltando tanto al respeto a la dignidad humana.

Así que se acercó al armario de Iván y de él  sacó unos pantalones de pinza negros, que probablemente a Will le quedaría cortos, y también una camisa de cuadros azules.

La pelirroja se acercó a Will y le extendió la ropa.

—Puedes destaparte los ojos, Will. —Dijo Claire.

Cuando el pelirrojo miró, encontró a la pelirroja vestida con su ropa y entregándole ropa nueva de Iván, así como las zapatillas de boris.

—Probablemente te quedará todo pequeño, pero es mejor que estar desnudo. —Dijo Claire, regalándole una pequeña sonrisa. Casi disculpándose.

Leon la adoraba. Él no habría tenido ese gesto. Cuando se ponía en modo cabrón con el enemigo, al momento se le olvidaba que también eran personas. Después llegaban los remordimientos.

Pero a Claire no le pasaba eso. Claire tenía buen corazón por encima de todo. Y después a veces, entraba en modo cabrona.

—Claire, —Llamó Leon. —Tienes que atarle. —Dijo el rubio con pesar. —Tengo Bridas y cinta americana en la riñonera de la pierna izquierda.

—Sí. Lo sé. —Contestó Claire. Una cosa era ser amable y otra no saber lo que se traían entre manos.

La pelirroja cogió tres bridas y un trozo de cinta americana, y se acercó a Will, que ya se había vestido.

—Date la vuelta. —Pidió Claire. —Y no hagas ninguna tontería. Como bien has dicho antes, no soy una mujer normal. Y no te quiero hacer daño.

Dicho esto, Will se giró y colocó sus brazos por detrás. Obedeciendo en todo momento, pues su prioridad era James.

Claire puso una brida en una muñeca y otra en otra, sin apretar, para no hacerle daño al pelirrojo. Y  después colocó una tercera brida enganchando las otras dos por el centro.

Después giró a Will frente a ella, para colocar la cinta americana sobre sus labios. Y mientras lo hacía, sus océanos se encontraron con los bosques del chico y Claire se sintió terriblemente culpable.

—Leon. —Dijo Claire. —Esto no está bien.

La pelirroja se giró para mirar a su rubio.

—Ellos no quieren hacernos daño. —Volvió a decir Claire. —Ellos solo quieren huir de aquí y vivir su amor. 

»Como nosotros.

—Necesitamos el camuflaje, Claire. —Contestó Leon, con pesar. —Si hubiera más uniformes en esta habitación no estaríamos haciendo esto. Pero ahora mismo, son ellos o nosotros.

»Así de jodido.

Claire miró a Leon con tristeza. El rubio tenía razón. Por eso accedió ca obedecer todo ese tiempo. Porque tenía sentido.

Pero se le rompía el corazón al imaginar que esas dos personas nunca lograran salir de ese horrible lugar por su culpa.

Claire se giró hacia Will y le retiró la cinta americana con cuidado.

—Dime la verdad. —Pidió la pelirroja, clavando sus ojos en Will. —¿Qué probabilidades tenéis de huir de aquí si os encerramos en el armario sin munición? ¿Todavía podríais fugaros tú y James juntos?

Will miró a Claire con bastante confusión.

—Supongo que si conseguimos liberarnos, sí.

Claire entonces usó su telepatía sin querer, escuchando en su mente la voz de Will pensando “Siempre que no nos quiten las credenciales.”

¿Qué son las credenciales? —Preguntó entonces la pelirroja ante la asombrada mirada de Will. —Es una larga historia. —Contestó Claire, y continuó. —Dime, ¿qué son las credenciales?

—Las credenciales son unas tarjetas que tenemos todos los miembros de seguridad de Trizom, que verifican nuestra identidad.

»Las necesitaremos para que nos permitan salir los guardias de la entrada principal.

—Es decir, que si nosotros quisiéramos salir, las necesitaríamos también. —Interrumpió Leon.

—No os servirían. —Habló entonces James. —Cotejarían la foto de la tarjeta con vuestras caras. Y claramente no nos parecemos. —Añadió James, todavía con la voz ronca y el pulso en la sien.

—Osea que no podemos replicar su plan. —Le dijo Claire a Leon con el ceño fruncido. —Estamos haciendo todo esto para nada.

—Eso no es así. —La corrigió Leon al momento. —Puede que no podamos seguir el plan que tenían ellos. Pero podemos seguir con el nuestro, manteniendo un perfil bajo, gracias al camuflaje que nos da vestir igual que el resto de soldados.

Claire asintió, sabiendo que eso era cierto. El camuflaje siempre era una herramienta eficaz cuando no se deseaba ser visto. Y ellos, obviamente, no deseaban ser vistos.

—Claire, ¿estás conforme? —Preguntó Leon, con cierta preocupación.

—Sí. —Respondió la pelirroja, asintiendo. —Ellos todavía tendrán su oportunidad si no les quitamos las credenciales. Así que, sí. 

»Sigamos adelante.

—Bien. —Dijo Leon, tratando de relajar su ceño fruncido. —Pues mete a Will en el armario y después ata a James.

Claire dio paso a Will hasta el armario y ahí lo sentó en el suelo, volviendo a colocar la cinta americana sobre los labios del pelirrojo.

Acto seguido, tomando otras tres bridas y cinta americana,  ató las muñecas de James, tapó su boca y lo metió en el armario, sentándolo en el suelo frente a Will, mientras Leon se ponía el pasamontañas de James y su casco.

Claire se aproximó a Leon, poniéndose el pasamontañas de Will a su vez, y le habló en voz baja.

—Dejémosles aunque sea un cuchillo para que eventualmente puedan soltarse. —Demandó Claire.

—Adelante. —Dijo Leon, sin nada que objetar, mientras reventaba los intercomunicadores con sus botas. Así no les daría a esos dos ninguna oportunidad de pedir ayuda de ningún tipo. Aunque si querían huir, al igual que ellos, difícilmente pedirían ayuda, llamando la atención de todo el mundo sobre ellos mismos, y teniendo que dar explicaciones sobre cómo o por qué pasaron los hechos que ocurrieron.

Claire cogió uno de los cuchillos de los soldados y se lo entregó a Will por la espalda.

—Esto es para que os podáis liberar de las bridas y escapéis por fin. Ojalá lo logréis. —Susurró Claire, al oído del pelirrojo, con la mano en el corazón. Y después, mirando a Will, quien la observaba con la mirada amplia y limpia, le sonrió. Aunque no podía hablar porque tenía la boca tapada con la cinta americana, Claire sentía que se estaban entendiendo. —Buena suerte. 

Dicho esto, Claire cerró las puertas del armario, cogió su casco y se lo puso.

Miró a Leon, quien acababa de guardar el mapa en sus cargo, —tras comprobar el nuevo camino que debían seguir. —, y que trataba de girar su hombro sin  lograr un movimiento amplio y sin poder evitar un quejido. 

Al rubio le preocupaba esa herida porque no le permitiría estar al cien por ciento de sus capacidades, y eso era algo esencial.

Los analgésicos estaban haciendo algo de trabajo paliando el dolor, pero no era suficiente.

En su próximo enfrentamiento, que tendría lugar tarde o temprano, como alguien le golpeara en el hombro, podría tumbarlo fácilmente.

Pero la situación era la que era, y nada podría hacerlo cambiar. Ahora estaban en una posición de ventaja con sus uniformes y al menos  él ya no perdía sangre ni tenía la bala en su interior, así que, dentro de lo mala que era la situación, no era la peor de las posibilidades.

Leon miró a Claire, aproximándose a la puerta, que desde el interior no necesitaba lectura ocular para abrirse. Se accionaban simplemente tirando de una palanca.

—¿Preparada? —Preguntó el rubio, cuya voz salía amortiguada a través del pasa montañas.

—Salgamos de aquí de una vez. —Contestó la pelirroja, bajando la visera de su casco.

Y ambos salieron de la habitación de Iván, caminando con seguridad, y pasando por delante de todos aquellos soldados que se movían alrededor de ellos sin sospechar que aquella pareja que parecía de los suyos, eran en realidad esas personas a las que trataban de dar caza.

 

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Chapter 19: En sus manos

Chapter Text

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Leon caminaba unos dos pasos por delante de Claire, imitando los movimientos rápidos y ansiosos de los soldados, que se movían de un lado para otro como abejas alrededor de la miel.

Camuflarse no solo era una cuestión que afectara únicamente a la indumentaria. La actitud también marcaba la diferencia.

Si algún soldado se fijaba en que alguno de los suyos, de repente, no sabía coger debidamente un arma, probablemente sospecharía que esa persona no es un soldado.

Y ya eran ambos lo suficientemente llamativos al llevar las viseras bajadas, —cuando nadie más lo hacía. —, como para llamar más la atención por una cuestión de actitud. Por no mencionar que a Claire su ropa le quedaba enorme, y que su pelo rojo se asomaba por debajo del casco.

De momento, por fortuna, nadie estaba reparando en ellos, tan concentrados se encontraban los soldados desbloqueando todas las puertas y comprobando que los dormitorios estuvieran vacíos.

El agente especial había memorizado bien su camino hacia el aula de informática. Y de momento la única forma de llegar, era seguir caminando hasta el final de la zona de dormitorios que conectaba, —mediante unas puertas de seguridad. —, con la zona de laboratorios y oficinas en el área D.

Cuando llegaron al punto de intercambio de áreas, frente a la puerta, había apostados un grupo de soldados que habían acabado su ronda y esperaban nuevas órdenes.

Leon y Claire se hicieron a un lado entre ellos, esperando, como los demás.

Comenzaron a llegar más y más soldados que los rodeaban, aun ignorándoles. Y Claire comenzó a sentirse agobiada, —temiendo que alguno reparara sobre ellos. —, porque estaban tan rodeados, que no habría forma de escapar de ahí si les descubrían.

Fue entonces cuando el capitán de esa unidad, colocado al frente del numeroso grupo de soldados, comenzó a hablar como hacen los capitanes, a voces.

—¡Unidad! —Gritó el hombre con la voz firme y fuerte que parecían compartir todos los altos cargos con los que se topaban. —¡Los fugitivos han huido de esta zona! ¡Y desde el nivel uno, nos comunican que se mueven por los módulos del techo! 

“Y qué sigan pensándolo.” Se dijo Leon, casi triunfal, prestando atención al hombre.

—¡Pero! —Siguió hablando el capitán. —¡No hace falta ser un genio para saber que los módulos del techo no pueden soportar el peso de un hombre!

»¡Los soldados el nivel uno son unos incompetentes! No tienen ni idea de lo que dicen. Por eso ellos son soldados rasos y nosotros la unidad militar especial.

“Este es listo.” Pensó, con pesar, el agente especial.

Los soldados comenzaron a reírse por lo bajo, sintiéndose  muy llenos de sí mismos por su rango en ese ejército privado.

El capitán siguió hablando, caminando de lado a lado, destilando una prepotencia que bien podría competir con la actitud soberbia de Belanova.

—Yo creo que las personas a las que nos enfrentamos poseen los códigos maestros necesarios para abrir todas las puertas del complejo. Y que por eso ya no se encuentran en esta zona del área B, sino que han pasado hacia la zona de laboratorios, en el área D.

“¡Vamos!” Pensó el rubio con alivio pero victorioso. “Ábrete Sesamo.”

Sin embargo. —Volvió a hablar el capitán. —No creo que estén trabajando solos. Y ya sabemos que no han podido volver a contactar con el exterior.

“No tienen ni idea. Bien.” Volvió a pensar Leon, satisfecho, pero con cara de poker.

—Así que estoy seguro de que alguien aquí dentro les está ayudando. —Los soldados comenzaron a mirarse entre ellos, cuchicheando cosas como “no puede ser.” o “¿quién podría ser el mal nacido?” o “era lo que nos faltaba, desconfiar entre nosotros.” —Ya sabéis lo que algo así implicaría. —Siguió hablando el capitán, haciendo callar a sus hombres levantando las palmas de las manos. —Solo los soldados estamos aquí abajo, dentro del complejo, moviéndonos con libertad. 

»El resto de los trabajadores, sin contar con los de las oficinas privadas, están a salvo en la superficie y se les está evacuando del peñón.

»Así que uno de los soldado de Alexis, le está traicionando.

“Qué giro tan interesante.” Volvió a pensar el rubio, mientras su mente comenzaba a cavilar.

—¡Confío plenamente en mi unidad! —Volvió a gritar el capitán. —¡Yo os he formado! ¡Y os he amamantado como una loba a sus crías! Y sé que ninguno de vosotros sería capaz de trabajar para el enemigo. ¡Sois imposibles de comprar, porque no tenéis precio!

»Así que, no podemos confiar en los soldados rasos. ¡A partir de ahora, activamos el protocolo jineta! ¡Vamos a cazar a esa rata, y a capturar a los intrusos!

»¡Vosotros dos! —Dijo el capitán, señalando a los dos hombres que custodiaban la puerta de acceso a los laboratorios y oficinas. —Abrid esa puerta. —Ordenó antes de continuar hablando. — Y recordad soldados, ojos muy abiertos. No disparamos a matar. El señor Belanova los quiere vivos.

»Nos movemos  en grupos de tres y avanzamos en formación pinza. Los últimos serán los primeros. ¡Vamos!

Dicho lo cual, y tras conectar unos teclados numéricos en las pantallas de las puertas, los soldados que la custodiaban consiguieron abrirla, dando paso al resto de soldados que se movían con maestría y armas en alto.

Cuando el capitán pasó al lado de Leon y Claire, se les quedó mirando durante un rato, lo que puso muy nervioso al agente especial.

—¿Qué hacen con las viseras bajadas, soldados? —Preguntó el capitán, con su gruesa voz. —¿Están en medio de un tiroteo? No, ¿verdad? ¡Pues suban esas viseras y agudicen sus vistas, muchachos!

Leon levantó su visera inmediatamente y miró al capitán, que solo vio dos ojos azules cualquiera.

—¡Sí, señor! —Contestó Leon, al tiempo que Claire levantaba la suya.

El capitán pasó por delante de ellos y atravesó a puerta de seguridad, seguido por ambos.

Al otro lado, se encontraron con un pasillo estrecho que comunicaba con una zona bastante amplia que resultaba ser una de las muchas oficinas de ese área.

No difería en nada con la oficina del nivel uno que Leon y Claire hubieran visto anteriormente, salvo en el tamaño. Pues esta era mucho más grande. 

Los soldados comenzaron a moverse por los laterales de la estancia y, agazapados, continuaron su avance, comprobando cada cubículo vacío del lugar.

Los barridos que hacían eran rápidos y concisos. Sin lugar a dudas, este era el equipo de élite de Alexis. Y aun así, Leon no les iba a permitir dar con ellos.

Cuando el capitán había mencionado que los últimos serían los primeros, se estaba refiriendo a la forma de avanzar, más allá de la formación en pinza, donde el grupo se dividía en dos, para cubrir los dos laterales del espacio.

La forma de avanzar implicaba que los últimos, cubiertos por sus compañeros, se pondrían en cabeza. Comprobarían el espacio y, una vez estuviera despejado, los nuevos últimos volverían a avanzar, poniéndose en cabeza. Comprobando a su vez que el siguiente paso estuviera despejado. Y así sucesivamente.

El avance lo hacían en grupos de tres, y Leon y Claire tuvieron que hacer grupo con el capitán, por suerte o por desgracia.  Así que lo siguieron a pies juntillas, tal y como este esperaría de sus hombres.

Avanzaron y comprobaron toda esa zona de oficina, dando luz verde a continuar con la siguiente, que era, en este caso, un laboratorio lleno de mesas con microscopios y neveras con diferentes tubos de ensayo, probetas y extraños líquidos.

Tras barrer esa zona, avanzaron a la siguiente y a la siguiente.

Leon estaba muy concentrado pensando en la distancia que les quedaba hasta la sala de informática, y en cómo se las apañarían la pelirroja y él, para poder quedarse allí sin llamar la atención.

Ahora se encontraban en otra oficina. Tal vez más pequeña que la inmediatamente anterior, pero por lo demás, exactamente igual al resto de oficinas. Y ellos seguían avanzando agazapados, esperando que los últimos soldados avanzaran hacia el frente.

Y en esas estaban, cuando el soldado detrás de Claire comenzó a resoplar por lo bajo.

—Que pérdida de tiempo. —Dijo este para sí, susurrando. —Sería mucho mejor entrar a tropel que andarnos con tanta táctica militar.

Claire giró la cabeza para mirarle, no sabiendo si el hombre hablaba solo o se estaba dirigiendo a ella.

Del soldado a sus espaldas solo podía apreciar los ojos y las cejas. Nada del otro mundo. Ojos almendrados, marrones y cejas castañas bastante pobladas.

—¿No crees? —Preguntó el soldado, cuando hicieron contacto visual, apreciando él también los océanos que eran los ojos de la pelirroja, así como sus cejas oscuras y perfectas.

Claire se encogió de hombros y volvió a mirar al frente, sin tener nada que decir y sobre todo sin querer interactuar con nadie. 

El soldado guardó silencio después de eso. Y cuando fue su turno, avanzó junto a otros dos hombres hacia la punta de la fila, comprobando que el espacio estaba despejado y dando luz verde.

A continuación, se movieron el capitán, Leon y Claire, avanzando al frente de la fila y dando vía libre al siguiente trío.

Y de nuevo, ahí agazapados, el soldado tras Claire volvió a hablar en voz baja.

—Oye, ¿por qué te queda tan grande la ropa? —Preguntó el hombre, acercando su cuerpo más de lo debido al de Claire. De tal forma que esta podía sentir su calor corporal por encima de su camiseta técnica. —¿Es que no tenían de tu tamaño en el almacén de uniformes? —Preguntó ahora con un tono jocoso el soldado.

Claire avanzó unos centímetros, pegándose más a Leon, —que lo tenía justo en frente. —, tratando de ganar distancia con el soldado intrusivo. Aunque de nada sirvió, pues este volvió a avanzar, esta vez pegándose mucho más a la pelirroja, de tal forma que estaban teniendo contacto físico.

Claire podía sentir la rodilla del soldado justo por debajo de sus glúteos y su pecho sobre su espalda.

Entonces el soldado colocó una mano en el hombro de la pelirroja y siguió susurrando.

—¿O es que esta repentina búsqueda te ha sacado de alguna habitación que no es la tuya, y tuviste que vestirte con la ropa de algún amante? 

Claire giró su hombro con brusquedad para quitar la mano del soldado que la tocaba y, girándose mientras lo empujaba hacia atrás, clavó sus ojos azules en los marrones del hombre.

—¡Aparta! —Le dijo en un susurro la pelirroja, tratando de no llamar la atención y fulminándolo con la mirada.

El soldado se empezó a reír de forma casi muda, aunque el movimiento de sus hombros le delataba.

Para ese hombre, debía ser muy divertido incomodar a una compañera soldado, por el simple hecho de que era una mujer.

Claire volvió a mirar al frente y se pegó más a Leon.

El rubio, al sentir tan cerca a Claire, se giró  para observar a su compañera y, con un ligero movimiento de cabeza, le preguntó si todo iba bien. A lo que Claire asintió, haciendo que el rubio volviera su atención al frente.

El trío de hombres tras Claire, volvió a avanzar hacia la punta. Cuando dieron luz verde, era el turno del trío conformado por el capitán, Leon y Claire.

Al poco de tomar sus nuevas posiciones, el soldado que estaba acosando a Claire, volvió a su asqueroso entretenimiento personal, acercándose a la pelirroja más de lo debido, obligando a  esta a acercarse más a Leon en su intento por separarse de su inesperado acosador.

En cierto momento, el soldado volvió a colocar una mano sobre el hombro de Claire. Y cuando esta lo giró para quitárselo de encima, el hombre agarró con fuerza ambos brazos de la pelirroja, inmovilizándola.

—No te muevas. —Le susurró al oído, al tiempo que encajaba su pelvis contra los glúteos de Claire. —Será divertido. —Volvió a susurrar.

—¡No me toques! —Dijo Claire, tratando de no elevar la voz, mientras forcejeaba con el hombre a sus espaldas.

Era increíble que a ese soldado le pareciera buena idea acosar a una compañera. Pero más increíble era que la acosara en mitad de una misión de busca y captura.

“¿Pero qué demonios cree que hace ese miserable?” Preguntó la primera voz en la cabeza de la pelirroja, debatida entre el asombro y la indignación.“¡Sácale los ojos Claire!” Gritó la segunda voz, totalmente asqueada. “¡No! ¡Cuidado! ¡Tenemos que mantener el perfil bajo!” Advirtió la primera voz. “¡Siento su erección en mi trasero! ¡Voy a vomitar! ¡Sácale los ojos!” Volvió a gritar la segunda voz, tan fuerte, que a Claire ya se le habían crispado los dedos, a punto de perder el control y matar al hombre a sus espaldas.

Leon, al escuchar a Claire, se giró y vio al soldado tras su pelirroja, tomándola de los brazos, parcialmente subido sobre la espalda de esta.

El rubio, ni corto ni perezoso, le dio al soldado un capirote sobre el casco, llamando la atención del hombre que, al alzar la vista, se topó con la furia glacial del rubio.

—Te ha dicho que no la toques. ¿Qué parte no has entendido? —Susurró Leon, esperando que el capitán no se percatara de la disputa que estaba habiendo a sus espaldas. El objetivo era no llamar la atención.

—Métete en tus asuntos. —Respondió el soldado, que volvió a agachar la cabeza, tratando de meterse en el cuello de Claire.

Leon lo cogió con fuerza por el hombro, empujándolo hacia atrás, provocando que el hombre volviera a entrar en contacto visual con él.

—Es que este es mi asunto. —Le dijo el rubio, cuya voz comenzaba a ser un gruñido.

—¿Qué pasa? ¿Es que eres su novio? —Preguntó jactanciosamente el soldado, al tiempo que alargaba una mano hacia el pecho más próximo de Claire, obligando al agente especial a cogerle por los dedos índice y corazón y tirar de ellos hacia atrás luxándoselos, provocando que el soldado apagara, a duras penas, un grito en su garganta mientras se alejaba de Claire.

—Sí. —Contestó Leon, tajantemente, avanzando mínimamente hacia el hombre, entrando en el espacio personal de Claire. La cual, viendo la fiereza en los azules del rubio, y sus maseteros apretados marcando surcos en su mandíbula bajo el pasamontañas, se quedó sin aliento ante la superioridad  del rubio frente al otro hombre.

El corazón de la pelirroja dio un vuelco de pura emoción y  fascinación, seguido de un sentimiento de lógica aplastante. 

“¿Habéis oído lo mismo que yo?” Preguntó la primera voz en la cabeza de Claire, con una emoción absolutamente adolescente. “¡Sí! ¡Y tengo su cuello muy cerca!” Contestó la segunda voz, siendo más animal que persona. “¿Por qué huele tan bien?” Preguntó la primera voz a punto de desmayarse. “Es pura testosterona. ¡Aprovecha para inhalar profundamente, Claire!” Dijo la segunda voz, desmayándose con la primera.

Si bien era cierto que ninguno de los dos había mencionado en qué se convertirían a partir del momento en que se besaron por primera vez, el hecho de que ambos declararan su amor debería ser suficiente para determinar que lo que ellos eran ahora, era novios.

Pero el simple hecho de no haberlo hablado entre ellos, había hecho que algo que en principio podría parecer tan lógico, no se hubiera siquiera planteado. 

Y si no fuera porque la pelirroja debía mantener su perfil bajo, podría haberse lanzado a los brazos de su novio y haberle comido a besos.

—Así que si la vuelves a tocar, —Continuó hablando Leon. —, te machaco, cerdo de mierda. —Y dicho lo cual, soltó los dedos del soldado y se quedó mirándolo, a la espera de que se alejara de Claire.

Pero el soldado, que se frotaba los dedos tratando de paliar el dolor, no se movió, desafiando a Leon a montar un escándalo.

En ese momento, su grupo tuvo que avanzar hacia el frente, pudiendo perderlo de vista por unos segundos.

—¿Estás bien? —Preguntó Leon a Claire.

—Sí. —Respondió Claire, todavía pensando en él como en su novio, flotando en una nube de ilusión. —Osea, no. —Corrigió, entendiendo que la pregunta iba por otros derroteros, bajando de la nube al presente. —No. El muy cabrón se ha propasado. —Dijo ahora, sintiéndose increíblemente incómoda. —Pero puedo aguantar.

En ese momento, el capitán los avisó de su avance. Y Leon dejó a Claire pasar por delante de él.

Al llegar a la punta y comprobar que esta estaba despejada, se volvieron a agazapar, esperando el siguiente turno.

Ahora Claire estaba colocada entre el capitán y Leon. Y Leon tenía a sus espaldas al abusador.

El rubio se giró y encaró al soldado.

—Por favor, dime que también te gusta acosar a los hombres. Te lo suplico, dame solo una razón más para acabar contigo.

El soldado, destilando odio por sus ojos marrones, se limitó a enseñarle a Leon el dedo corazón, y después recuperar su posición, agachando la cabeza.

Leon miró de nuevo al frente. Parecía que al soldado se le habían quitado las ganas de ser un puto cerdo.

O tal vez no.

Cuando el soldado tuvo que volver al frente, al pasar al lado de Leon golpeó el casco del rubio con el fusil, algo que molestó mucho al agente especial, por lo que, cuando fue su turno de avanzar, al pasar al lado del soldado, le dio un fuerte pisotón sobre los dedos de la mano que tenía apoyada en el suelo.

El soldado se llevó el puño a la boca, cerrando los ojos y evitando por todos los medios gritar.

Leon se giró y, con ojos divertidos, miró al soldado, llevándose una mano a los labios.

—¡Oh! Lo siento. —Dijo el rubio, explotando su ironía al máximo.

El soldado, rojo de ira, se aproximó a Leon, para hablarle al oído.

—No sé quien eres, pero te voy a matar, hijo de puta. 

—Eso será si no te mato yo antes, campeón. —Contestó Leon, sin siquiera dignarse a girar el rostro hacia el hombre.

El soldado, acercándose más hacia el rubio, volvió a hablar.

—¿Antes de qué? ¿Antes de que me folle a tu novia? —Provocó el hombre al agente especial, sin ser consciente de cómo se la estaba jugando.

Leon lanzó una potente patada hacia atrás, calcándole la bota en la entrepierna al acosador, tumbándolo de espaldas y generando bastante estrépito, mientras volvía a mirar hacia delante, como si nada.

El capitán, habiendo oído el lamento del soldado, se giró hacia él, ordenándole callar, al tiempo que los hombres el inicio de la fila y al final de la sala, daban luz verde.

El capitán avanzó posiciones, seguido de Claire y Leon, dejando atrás al resto de hombres, acercándose a la puerta para escuchar tras esta. Tras unos segundos se silencio, el capitán ordenó a los hombres ante él que la abrieran.

Mientras todo esto ocurría, Leon no le quitaba el ojo de encima al soldado al que acababa de patear en las pelotas, intercambiando flechas de odio con él, que trataba de recomponerse sudando a mares.

Una vez que la puerta estuvo abierta, al otro lado se encontraron con una bifurcación.

Un camino daba hacia un laboratorio y el otro hacia otra oficina.

El capitán hizo un gesto con la mano hacia los soldados en el lazo de la pinza contrario al que él ocupaba, haciendo a este grupo avanzar hasta la entrada de la oficina.

—Continuareis sin mí. —Les dijo el capitán. —Smith estará al mando. Formación en pinza.

Y tras asentir, todos los soldados de ese lado entraron la oficina.

El capitán hizo entonces un gesto hacia sus otros hombres, que avanzaron hasta colocarse a la altura de la puerta donde se encontraba él.

El soldado abusador se movió hacia ellos colocándose muy cerca de Leon. Estaba claro que deseaba devolverle el golpe al rubio de alguna manera, pero no estaba encontrando la forma subrepticia de hacerlo.

Y Leon, que es un gran provocador, al ver las intenciones frustradas del soldado, se giró hacia él y le guiñó un ojo.

—Cariño, me das calor, ¿puedes alejarte? —Le dijo el rubio en un susurro, aumentando la ira del soldado.

—Dime tu nombre. —Gruñó el hombre, cuyas venas en el cuello querían estallar. —Así saldaremos cuentas cuando acabemos la partida, ¿qué te parece?

—¡Oh! ¡No! ¡Qué miedo! —Le contestó Leon, fingiendo temor. —En serio, me das muchísimo miedo. Igual te da por meterme mano, y está claro que no entiendes un no por respuesta.

—¡Cabronazo, deja de provocarme! —Volvió a rugir el soldado. —Cuanto te ponga las manos encima te...

—¡Shhhh! —Le cortó Leon. —Trató de escuchar a nuestro capitán, por favor.

El soldado estaba que se le llevaban los demonios, cuando sacó su cuchillo de combate y lo colocó debajo de la penúltima costilla de Leon, por dentro de su chaleco antibalas.

—¿Y si te mato aquí y ahora, y te acuso de ser la rata que está ayudando a los fugitivos? ¿Eh? Ya no te pones tan bravucón.

Leon trató de calmarse. No se esperaba ese movimiento. Una cosa era pelearse con un compañero y otra amenazar con matarlo.

Y no nos confundamos, Leon podría matarlo de un codazo, antes de que a ese hombre le diera tiempo a pensar en clavar su cuchillo. Pero el rubio todavía necesitaba mantener su perfil bajo, así que no debía permitir que sus instintos tomaran el control.

—No tendrías pruebas. Te arrancarían la cabeza por matar a uno de los nuestros. —Contestó Leon, dándose cuenta de que ese hombre era mucho más peligroso de lo que se había imaginado.

—¿Qué te apuestas a que no? —Preguntó el hombre con la voz siseante, mientras apretaba un poco más su cuchillo sobre las costillas del agente especial.

El capitán interrumpió su casi discreta charla, haciendo que el soldado guardara su cuchillo disimuladamente.

—Vosotros diez, pinza derecha, y vosotros diez conmigo, pinza izquierda. —Dijo el capitán, dividiendo a sus hombres en dos grupos. Con la buena suerte de que el abusador quedó asignado al grupo del lazo contrario al que ocupaban Claire y Leon.

Entraron todos al laboratorio, siguiendo la misma estrategia de hasta entonces. Avanzar de atrás a delante, en grupos de tres.

Mientras avanzaban, Leon y el soldado intercambiaban miradas como dagas de un lado al otro de la estancia. Siempre y cuando no se interpusieran las mesas en su campo de visión.

El soldado señalaba a Claire y después hacia gestos obscenos sobre las cosas que le haría si pudiera.

Leon comprendió rápidamente que ese hombre era un peligro y que tenía que morir.

Le había puesto su cuchillo de combate en las costillas, con intención de matarle. Y no paraba de amenazar con violar a Claire. No necesitaba muchas más razones para saber que era una mierda de persona, que tenía que desaparecer.

El laboratorio era largo, pero el agente especial no podía perder el tiempo si pretendía acabar con ese hombre.

Cada vez que avanzaban, coincidía paralelamente con el avance del cerdo abusador, así que lo tenía constantemente al lado, separados por un amplio pasillo central entre mesas.

—Claire, cámbiame el sitio. —Pidió Leon en un susurro y, sin que nadie se percatara, salvo el soldado, la pelirroja volvió a quedar a espaldas de Leon, quien se juntó al capitán sin resultar intrusivo. 

El rubio tenía un plan, y necesitaba tener al capitán bien cerca.

Cuando volvió a llegar su turno de avance, y tras comprobar en la punta que el espacio estaba despejado, el trió paralelo a ellos, avanzó de igual forma.

Leon se giró hacia Claire y, con un gesto de la mano, la hizo tomar distancia de él hasta quedar cubierta por la mesa que tenían  hacia atrás.

Había coincidido el momento perfecto en el cual, tanto el capitán como Leon, se habían quedado agazapados en el espacio libre entre mesa y mesa.

Leon miró al soldado al otro lado, y este  se bajo el pasamontañas para volver a hacer un gesto lascivo con la lengua, señalando  al lugar que ahora ocupaba Claire, escondida de su vista por la mesa.

Así que Leon, cerciorándose de que nadie más miraba, aprovechó el momento para bajar su pasamontañas, mostrando su rostro al soldado, mientras le regalaba una sonrisa y le guiñaba un ojo, al tiempo que volvía a subirse el pasamontañas.

Cuando el soldado vio la cara de Leon, comprendiendo al instante que la persona a la que trataban de dar caza estaba justo ahí, con ellos, haciéndose pasar por uno de los suyos y engañando a toda la unidad, abrió los ojos tanto, que bien podrían haberse salido de sus órbitas.

 Y el hombre comprendió, también al instante, que su novia, probablemente era el sujeto  de experimentación C.R.-01.

El soldado, entonces, se levantó del suelo explosivamente, apuntando a Leon con su arma.

—¡Capitán! —Gritó el soldado, llamando la atención de todos sus compañeros, al tiempo que Leon aprovechó para empujar al capitán al grito de “¡A cubierto!”, al tiempo que él también se ponía de pie y encañonaba al soldado.

Todo fue cuestión de segundos. 

Era arriesgado, simplemente quien disparara primero salvaría su pellejo.

Y Leon fue mucho más rápido.

Apretó el gatillo de su fusil tres veces seguidas, atravesando el centro del cuello del soldado, matándolo casi en el acto.

El cuerpo del soldado calló al suelo de rodillas, con sus grandes ojos marrones observando con asombro los fríos ojos de Leon, que levantó una ceja milimétricamente, desafiando hasta el final a su contrincante, que ya estaba perdido. 

Y mientras este comenzaba a convulsionar, expulsando sangre por la boca a través del pasamontañas, trató de levantar su mano para señalar al rubio, pero, ya sin fuerzas, se dejó caer de frente, acumulando bajo su cuerpo un gran charco de sangre.

El capitán y el resto de soldados, se levantaron, apuntando con sus armas al cuerpo tendido en el suelo.

—¿¡Qué demonios acaba de pasar!? —Gritó el capitán quitándose el pasamontañas de la cara, con los ojos saliendo de sus órbitas y el ceño tan fruncido, que pareciera que poseía tan solo una ceja, mientras miraba directamente a Leon.

—El soldado... —Comenzó a hablar Leon, siendo brutalmente interrumpido por el capitán.

—¡Quítese el pasamontañas cuando se dirija a mí, soldado! —Gritó el capitán, dejando a Leon entre la espada y la pared.

Eso que le pedía el capitán, era lo mismo que entregarse. No podía obedecer esa orden. Pero negarse tampoco era una opción.

Algo así no había entrado en los planes de Leon, que ahora mismo no sabía cómo podría actuar.

—¡Señor! —Llamó un soldado al otro lado de la estancia, que estaba justo detrás del soldado caído. —¡Lo he visto todo! ¡Este hombre... —Dijo, señalando el cuerpo sin vida del abusador. —...ha tratado de matarle!

—¡Sí, señor! —Intervino rápidamente Claire. —¡Yo también lo he visto!

—¡Se levantó como un loco y lo apuntó con su arma! —Gritó otro soldado. —¡Él era la rata que buscábamos!

—¡Todos lo hemos visto! —Dijo otro soldado. —¡Él era la rata!

El resto de soldados comenzó a hablar al mismo tiempo, repitiendo cada uno que lo que habían visto, era exactamente lo que Leon quería que vieran. Y el rubio se sintió inmensamente aliviado cuando el resto de soldados intervino en el momento justo. Salvando su tapadera.

—¿Es eso cierto, chico? —Preguntó el capitán mirando a Leon, quien retrocedió un paso agachando la cabeza, queriendo distanciarse lo suficiente como para que el capitán no reparara en que el rubio no había cumplido la orden de descubrirse la cara.

—¡Sí, señor! —Dijo el rubio, aun sin levantar la cara del suelo.

El capitán se acercó a Leon y lo tomó por los brazos con fuerza.

—¡Alza la vista muchacho! —Gritó el capitán con su gruesa voz, al tiempo que Leon obedecía. —¡Has salvado a tu capitán! ¡Y probablemente a toda la unidad! —Le decía el hombre de ojos estrechos, mientras apretaba con fuerza y orgullo a Leon. —Te estamos agradecidos.

En ese momento, entraron por la puerta el resto de la unidad que se había desviado hacia la oficina, liderados por un tal Smith.

—¡Capitán! ¡Hemos escuchado disparos! —Gritó Smith, entrando por la puerta, seguido de sus hombres, y encontrando la escena dada. Un hombre muerto en el suelo, y el resto de hombres de pie, apuntando a dicho hombre.

—¡Bajad las armas! —Gritó el capitán. —¡Descansad! —Y mientras todos los soldados obedecían, el capitán se reunió con Smith, presumiblemente para explicarle la situación.

Varios soldados se acercaron a Leon para palmearle en el hombro y darle palabras de ánimo y agradecimiento.

Leon miró a Claire, y esta le devolvió la mirada asintiendo en su dirección.

Claire no tenía ni idea de que Leon haría eso. Cuando el rubio le pidió que cambiaran de posición, se figuró que se debía a los gestos molestos que el soldado abusador le estaba dedicando.

Y cuando después le pidió que retrocediera escondiéndose tras la mesa, pensó que era por el mismo motivo. Y no porque planeara un tiroteo. 

Y sí, había funcionado. Su plan había salido tan bien que no se podía creer que hubiera tenido éxito. Pero la pelirroja reconocía el alto riesgo que el rubio había corrido con ello. De no haber sido porque había sido más rápido que su contrincante, —teniendo menos tiempo, pues debía apartar primero al capitán y después ponerse de pie y después disparar. —, Leon podría haber vuelto a recibir un disparo, con todo lo que ello suponía más allá del dolor y la pérdida de sangre; o peor aun, haber muerto. Y sabe dios que de haber muerto delante de Claire, esta no habría podido disimular y seguir adelante.

Se abría lanzado a los brazos de Leon, gritando desesperada, delatándose. Y habría hecho todo lo posible por quitarse la vida después. Aunque eso implicara, muy a su pesar, abandonar a Sherry.

Leon no podía llevar a cabo ese tipo de empresa tan arriesgada sin ponerla en sobre aviso. Ella podría haber reaccionado de forma fatal, aun saliendo todo bien.

Solo podía agradecer que el asombro la dejara paralizada el tiempo suficiente, como para no haber desatado sus poderes en un momento de pánico.

Leon se acercó a Claire cuando el resto de soldado volvieron a sus posiciones.

—Perdona. —Le susurró el rubio, como si hubiera leído los pensamientos molestos de la pelirroja, o la mirada desconcertada que esta aún tenía.

—Ha sido muy arriesgado. —Le contestó Claire, mirando a su alrededor, cerciorándose de no tener a nadie cerca que les escuchara. —Deberías habérmelo contado.

—Lo sé, pero tenía que actuar rápido. —Contestó el agente especial, sin apartar sus ojos de ella. —Te habrás asustado mucho. Lo siento. Procuraré no volver a hacerlo.

—Soy una bomba de relojería, Leon. —Volvió a susurrar Claire. —No siempre tengo el control. —Leon asintió. Comprendía la preocupación y el enfado de la pelirroja perfectamente. —Esto podría haber salido muy mal. —Volvió a hablar Claire. —Pero el plan ha sido brillante. Eso puedo reconocerlo.

—¿Y puedes perdonarme? —Preguntó el rubio, medio sonriendo por debajo del pasamontañas.

Claire le devolvió la sonrisa, negando con la cabeza.

—Eres incorregible. —Susurró la pelirroja y añadió. —No hay nada que perdonar.

En ese momento, el capitán avanzó al frente de la unidad y habló.

—Necesito a seis voluntarios para abandonar la unidad y llevarse el cuerpo de este traidor. Dos en la guardia, dos cargando y dos en la retaguardia.

»El resto seguirá conmigo barriendo este área.

En ese momento, Leon levantó la mano y acto seguido la levantó Claire, ofreciéndose ambos voluntarios para formar parte de esa pequeña compañía que volvía de regreso

Estaban a solo dos salas de distancia de la sala de informática, pero, tenían que conseguir desligarse de la unidad militar de alguna forma para poder ocupar ese espacio y comunicarse con Hunnigan sin que nadie más reparara en ellos. Y esa era su oportunidad.

Cuando ellos levantaron las manos, otros cuatro hombres alzaron las suyas, completando el grupo de seis.

—Perfecto. —Volvió a hablar el capitán. —Llevadlo a la morgue del área A.

»¡El resto, formación en pinza! ¡Vamos!

Y el resto de la unidad desapareció por las puertas más próximas, avanzando en su misión.

—Vale chicos, —Comenzó a hablar Leon. —¿Os parece justo que los dos más grandes carguéis con el cuerpo? —Preguntó el rubio, que se había hecho con el mando y el respeto del resto de soldados cuando se enfrentó y eliminó al traidor que ellos creían.

Los dos hombres más corpulentos estuvieron de acuerdo, así que, uno por delante y otro por detrás, cargaron el cuerpo del soldado caído.

—Vosotros dos id delante, abriendo camino. —Volvió a decir Leon, ante el asentimiento de los otros dos soldados. —Mi compañera y yo cerraremos la marcha y nos cubriremos por detrás.

Nadie parecía querer contradecir a Leon. Así que estando todos de acuerdo, comenzaron a retroceder por las salas que ya habían cubierto con anterioridad.

Retroceder era mucho más rápido que avanzar, dado que eran áreas que ya habían sido peinadas y por lo tanto, los soldados entendían que fuera de peligro.

Pasaron por diferentes oficinas y laboratorios que se sucedían en cadena, hasta que llegaron a la última gran oficina, que daba al estrecho pasillo, que conectaba con la zona de los dormitorios del área B.

Al pasar al lado de una mesa, Leon cogió un puñado de lápices y bolígrafos que encontró a mano y, cuando estaban entrando al pasillo, los lanzó con fuerza hacia la esquina más alejada de la oficina, volviendo a su posición normal, antes de que el resto de soldados se giraran para comprobar qué había sido eso.

Todos giraron sus cuellos mirando a la oficina.

Leon, en silencio, se giró de nuevo lentamente hacia sus compañeros y, con gestos, les ordenó seguir adelante, sin detenerse, hasta llegar a la morgue. Y también les comunicó que él y su compañera, irían a comprobar qué había sido ese ruido. Y que después, se reunirían con ellos en la morgue.

Los soldados asintieron y, abriendo de nuevo la puerta que separaba las dos áreas, pasaron a la zona de dormitorios, cerrando tras de sí y liberando por fin a nuestros protagonistas.

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Cuando la puerta que separaba las dos áreas se cerró, dejando a Claire y Leon a solas, estos sintieron un alivio enorme recorrer sus cuerpos.

Al final, por más camuflados que fueran, el hecho de estar corriendo entre lobos siendo una oveja, no era una carrera tranquila y agradable. Así que haber logrado darles esquinazo, se sentía como un bálsamo sobre una herida que mitigaba el estrés, a niveles de dejarse apoyar contra la pared y soltar un soplido fuerte entre los labios.

—Por fin. —Dijo Claire, con el cuerpo como un flan. ­—Juro que no creí que esta locura fuera a funcionar.

—Ya. —Contestó Leon, sonriendo bajo el pasamontañas. —Pero ha salido muy bien. —Y dicho esto, le extendió la palma de la mano hacia arriba para que Claire le chocara los cinco. Cosa que la pelirroja hizo porque claramente eran cómplices. —Vamos. Nos hemos librado de ellos, pero no tenemos tiempo que perder.

—Creo que te ha salido un club de fans, ¿sabes? —Bromeó Claire, antes de volver a ponerse en marcha. —Diría que te han reconocido como su líder. El nuevo macho alfa.

»Tendrás que luchar contra el capitán para hacerte con la manada.

Leon se rió ante eso. Es cierto que parecía haberse ganado el respeto del resto de soldados, y que engañarlos había sido mucho más fácil de lo que el rubio esperaba, eso no lo podía negar.

—¿Tú crees? —Preguntó Leon, con retórica.

—Vamos. —Dijo Claire riéndose, poniendo los ojos en blanco. —Les ha faltado hacerte una ola y postrarse a tus pies, Don Popular.

—Tengo que reconocer que me recordó a mis días de instituto, cuando jugaba a futbol americano. —Señaló el rubio.

—Dime que eras el capitán del equipo.

—Era el capitán del equipo. —Dijo Leon, sin dejar de sonreír acercándose a la pelirroja. —Y un gilipollas.

»Vamos, ya te contaré más sobre mi pasado “popular” cuando salgamos de aquí.

—Te tomo la palabra. —Dijo la pelirroja, guiñándole un ojo al rubio.

Y dicho esto, Leon y Claire comenzaron a trotar todo el camino de vuelta, hacia la sala de informática.

La sala de informática se encontraba en el extremo más alejado del área D. Pero en el momento en que Leon dio muerte al soldado en uno de los laboratorios, se encontraban a poco más de dos salas de distancia. Así que volver hasta ese punto, fue incluso más rápido que cuando retornaron hacia el área B. 

Y no era para menos. Empezaban a estar hartos de dar tantas vueltas de un lado para otro. Había merecido la pena sin duda, pero ellos solo deseaban ponerse en contacto con Hunnigan y salir de ahí cuanto antes.

Aminoraron su paso cuando estuvieron a una sala de distancia, temiendo que tal vez, al otro lado, estuviera la unidad de barrido haciendo todavía su ronda. Pero al acercarse a la puerta que separaba una estancia de otra, no escucharon nada al otro lado. Lo que significaba que probablemente la sala estuviera vacía.

La puerta era batiente, así que, con cuidado, el agente especial comprobó que el camino estuviera despejado, entrando después  en la sala de informática.

Al igual que la anterior sala de informática en la que hubieran estado, esta estaba a oscuras, alumbrada únicamente por luces led que enmarcaban el espacio en azul.

Agazapados, entraron en la sala, y avanzaron por un lateral, ocupando una esquina oscura a la espera de que una de las pantallas de ordenador se encendiera, dando paso a la comunicación con Hunnigan. Y de hecho, el momento no se hizo esperar.

El ordenador más próximo a ellos se encendió, mostrando de nuevo una pantalla en blanco, después el logo de Trizom y después la pantalla en negro con un cursor parpadeando en verde.

“¡Por fin chicos! ¡Cuánto habéis tardado! ¡Me esperaba lo peor!”

Comenzó escribiendo Hunnigan, pero no se detuvo ahí.

“Después de que salierais del baño, tuve que desconectarme para no ser sorprendida por los informáticos de Trizom, y al volver a entrar, ¡no estabais en el a sala de informática! Os he estado buscando por todo el área D sin dar con nadie.

¡No he parado de buscar desde entonces por el resto de áreas!

Se que estuvisteis en el comedor, a juzgar por los destrozos a vuestro paso, ¡pero después fue imposible seguir vuestros rastro!

Así que llevo horas aquí, en esta sala, esperando a que llegarais con el corazón en un puño.

¡¿Qué ha pasado?!”

Aunque no podían escuchar la voz de la agente de logística, a juzgar por la velocidad con la que escribía, la forma en la que se expresaba y los signos de exclamación, estaba claro que Hunnigan estaba muy alterada o incluso algo enfadada. Y desde luego, muy preocupada por ellos.

“Perdona Hunnigan. No ha sido un camino de rosas. Pero ya estamos aquí.”

Hunnigan tardó unos segundo en contestar.

“Pero, ¿estáis bien?”

Leon respondió al momento.

“Me han disparado, pero estoy bien. No te preocupes.

Ahora dinos cómo demonios salimos de aquí”

Hunnigan contestó al momento.

“Usando de nuevo los pasillos de mantenimiento, por supuesto.

Ahora mismo estáis justo debajo del área A del nivel uno. Si llegáis a las escaleras de paso de los pasillos de mantenimiento, podréis moveros con libertad hasta ahí arriba.

La puerta más próxima a vosotros, se encuentra retrocediendo dos salas, hasta una bifurcación dónde tendréis acceso a una oficina.”

—La oficina dónde antes se dividió la unidad militar. —Dijo Leon hacia Claire, quien asintió.

Hunnigan siguió escribiendo.

“En esa sala, hay una puerta de mantenimiento. No tiene perdida, es metálica y blanca, de cerradura simple por lo que puedo comprobar a través de las cámaras.

Ahí llegareis a unos pasillos que os llevarán a las escaleras de paso. Subid el tramo correspondiente al nivel uno, entrad en sus pasillos y salid por la única puerta que hallareis al otro extremo de este.

Encontrareis escaleras de mano que suben a diferentes estancias. Ignorarlas, yo os estoy indicando el camino más corto.

Cuando salgáis por esa puerta, llegareis a una pequeña sala de espera.  Y esa sala, conectará directamente con las oficinas privadas de Alexis.

Está a reventar de gente chicos. Soldados, hombres trajeados, científicos de interés. Joder, ahí dentro hay hasta políticos y jefes de estado de diferentes países. 

Y por supuesto oficinistas.

Tenéis que ignorarlos a todos, ¿de acuerdo?

Llegareis a un pasillo muy ancho. Lo reconoceréis porque a mano izquierda hay múltiples salas de conferencias acristaladas, mientras que al otro lado hay filas de mesas con ordenador, teléfonos, papeleo y un enjambre de oficinistas estresados que hablan a voces.

Deberéis llegar hasta el pasillo final. 

A mano derecha, el dormitorio de Alexis. No nos interesa.

A mano izquierda, el despacho de Alexis. Ese es vuestro objetivo.

En el baño del despacho, encontrareis un espejo de cuerpo entero. Es en realidad la puerta al pasadizo que os conducirá directamente al ascensor que os sacará a la superficie.

De ahí a los helipuertos no hay perdida.

Robáis un autogiro y os largáis cagando ostias.”

Cuando Hunnigan terminó de contarles todo el plan, tanto Leon como Claire se sentían terriblemente abrumados. Parecía fácil y rápido, pero en realidad pasar desapercibidos al rededor de tanta gente, no parecía, en realidad, un buen plan.

—Es una locura. —Se atrevió a susurrar Claire.

—Llegados a este punto, no tenemos más opciones. —Contestó Leon, antes de empezar a teclear.

“Entonces, ¿el protocolo de las 12 horas está en marcha?”

Preguntó el agente especial.

Hunnigan tardó varios segundos en contestar.

“Sí. Claro.”

Leon volvió a escribir.

“Entonces, ¿cuando lleguemos al helipuerto, habrá alguien esperándonos?”

Hunnigan volvió a tardar en responder.

“No. Hemos tenido un retraso.”

Leon contestó.

“Hunnigan, te recuerdo que no sé pilotar helicópteros. Si no hay nadie ahí cuando lleguemos, no podré sacarnos.”

Hunnigan respondió al instante.

“Lo pilotaremos por control remoto. No te preocupes.”

Leon respondió a su vez.

“Pero si los modelos que manejan aquí no se pueden pilotar por control remoto. Tú misma me lo dijiste.”

Hunnigan tardó en responder otra vez.

“No me queda tiempo, Leon. La mejor baza es el helipuerto. Ya te lo explicaré todo.

Os tengo que dejar.”

Pero antes de que su compañera se desconectara, Leon formuló su última pregunta.

“¿Cuando volveremos a ponernos en contacto?”

Y Hunnigan contestó al momento.

“Desde el helicóptero.” 

Y dicho lo cual, la pantalla volvió a apagarse, dejando a Leon y a Claire sumidos en esa semioscuridad del aula de informática, con más preguntas que respuestas.

Leon se había quedado demasiado pensativo.

Hunnigan no solía generar planes tan arriesgados para él. Más al contrario, siempre se preocupaba de lograr salidas que fueran lo más fáciles y seguras para Leon. Obviamente, no siempre era posible, pero solía serlo.

Ella le había dicho al inicio de la misión, al poco de llegar al peñón, que los modelos de helicópteros que tenían en Trizom no permitían el manejo por control remoto. ¿Qué había podido cambiar? ¿Habría encontrado la forma de que pudieran pilotarse? ¿Habría conseguido comprar a algún piloto?

El protocolo de las doce horas había fallado. No habría rescate, o al menos este se retrasaría.

Era todo tan incierto y había tantas cuestiones en el aire, que en cierto modo, Leon se sentía bloqueado.

—¿No sabes pilotar un helicóptero? —Preguntó Claire, con cierto tono de sorpresa.

—¿Por qué todo el mundo se sorprende? —Preguntó Leon, en un suspiro.

—No sé. Pilotas muchas cosas. Pensé que un helicóptero sería pan comido para ti. —Dijo la pelirroja, con cierta sorna, ante el semblante serio del agente especial. —Era solo una broma, Leon.

—Ya, bueno. Me he jurado que en cuanto volvamos a casa, voy a aprender a pilotar cualquier cosa que vuele.

Claire miraba la expresión confundida de Leon, que parecía bastante disconforme con la conversación que acababa de mantener con Hunnigan.

—¿Algo va mal? —Preguntó la pelirroja.

Leon tardó un momento en contestar. No quería decir ninguna tontería. La conversación había sido sin duda rara entre Hunnigan y él. Pero él tampoco podía imaginar el estrés por el que estuviera pasando su compañera, manteniéndose en la cuerda floja por él.

 Por ellos.

No era justo no darle a su compañera el margen de cometer errores.

—No. —Respondió entonces el rubio. —Hunnigan no suele cometer errores, ¿sabes?

»Así que cuando algo parece un error... —Leon tomó una bocanada de aire y después la soltó. —... bueno, no estoy acostumbrado y me hace sentir muy paralizado.

Claire escuchaba a su compañero entendiendo su sentimiento, porque ella lo compartía en cierta manera.

Si bien era cierto que Claire jamás había trabajado con Hunnigan, la tenía en tan alta estima, que también le costaba encajar que cometiera errores. Así que no quería ni imaginarse como se estaría sintiendo el rubio.

—Es que, —Continuó Leon. —, que se vaya sin decirme exactamente lo que está pasando, me descoloca mucho. 

»Pero tengo que entender que su situación es muy compleja. Cuando tiene que irse es porque no le queda más remedio.

—Es totalmente comprensible. —Añadió Claire.

—Sí, sí, lo es. —Contestó Leon. —Pero... lo que más me extraña de todo esto, es que olvide algo tan nuestro como que no sé pilotar un helicóptero. No es normal. 

»No solo porque lo habláramos al inicio de esta misión, sino porque es un tema entre nosotros bastante recurrente.

—¿Crees que se le ha olvidado? —Preguntó Claire. 

—Bueno, dijo con bastante seguridad que al llegar al helipuerto, debíamos robar un helicóptero y salir de aquí volando.

»Pero después dijo que no vendría ayuda, y que pilotarían el helicóptero por control remoto. Cuando a mí me dijo, expresamente, que los modelos de Trizom no permitían esa clase de vuelos. ¿Y ahora sí?

Ambos quedaron momentáneamente en silencio.

—Solo se me ocurre que haya conseguido infiltrar a alguien o comprar a un piloto.

»Tal vez encontró la forma de hackearlos para que puedan ser pilotados por remoto. Pero ni siquiera sé si algo así es posible.

—Bueno, también dijo que volveríais a poneros en contacto cuando llegáramos al helicóptero. Probablemente a través de la radio del mismo.

»Creo que tal vez Hunnigan pretende que lo pilotes siguiendo indicaciones. —Razonó Claire.

—Joder, eso es una puta locura. —Susurró Leon, mirando a Claire con los ojos preocupados.

—Sí, lo sé. —Reconoció Claire, asintiendo. —Pero me parece que es la idea más lógica.

Leon volvió a guardar silencio. Era cierto. Lo que planteaba Claire tenía mucho más sentido que lo que él llegó a suponer. 

Pero aun así, pilotar un helicóptero siguiendo indicaciones por radio, le parecía al rubio en extremo complicado. Pero bueno, siempre había una primera vez para todo.

Lo más sensato sería continuar con el plan y, cuando llegaran al helicóptero, Hunnigan ya explicaría desde ahí cómo continuar con la huida. Preocuparse antes de tiempo, no era de ninguna ayuda para nadie.

—Tienes razón. Es lógico. —Asintió el agente especial. —Pero solo hay una forma de descubrirlo. Y es llegado cuanto antes ahí arriba.

»Así que movámonos.

Y dicho esto, ambos comenzaron su travesía de regreso sobre sus pies.

Todos los espacios estaban completamente vacíos. ¿Dónde se había metido la unidad de rastreo?

Ellos no habían dado con la unidad militar al avanzar hasta el final del área D, así que probablemente la unidad siguió avanzando hasta el área contigua, que era el área A del mismo nivel, a través de la puerta de seguridad al final de la sala de informática.

Pero nuestros protagonistas estaban tan cansados, que el hecho de no toparse con más soldados era un alivio. Aunque el camuflaje les cubriera, estar solos siempre era mucho mejor. Sobre todo a nivel psicológico.

Comenzaron su retroceso, llegando a una oficina y después al laboratorio en cuyo centro había un gran charco de sangre, y posteriormente, llegaron a la bifurcación por donde tomaron el camino de la oficina que les mentara Hunnigan.

La sala era grande y amplia. Tal vez la oficina con menos cubículos hasta la fecha.

Y al final de esta, a mano izquierda, la puerta de mantenimiento.

Era una puerta blanca de picaporte simple que tenía una cerradura Yale, exactamente igual que el armario de las escobas de los baños. Y como ocurriera con las puertas de los baños, esta volvía a estar cerrada con llave, así que al rubio le tocó tirar de ganzúas, mientras Claire hacía guardia.

Una vez abierta, entraron. Y Leon aprovechó para cubrirse las espaldas, cerrando la puerta con las ganzúas tras de sí.

Estaban en un pasillo de mantenimiento exactamente igual a los que hubieran usando hasta el momento.

Paredes, techos y suelos de hormigón, con fluorescentes aquí y allá. Pero lo no había eran escaleras de mano.

Cabe aclarara que aunque el pasillo de mantenimiento fuera similar a los vistos hasta ahora, al encontrarse en un área distinta a las demás, era lógico que el paso fuera diferente. Cada área contaba con su propio paso personal con sus características diferenciadoras, teniendo en cuenta el área y no el nivel.

Sin cámaras, ni miedo a ser descubiertos, tanto Leon como Claire, trotaron a paso ligero hasta llegar a la puerta que les daría paso a las escaleras que conectaban con el nivel uno.

Al llegar, pasaron al rellano consiguiente, que en efecto, era como todos los demás. Con sus compartimentos para la manguera, el hacha y el extintor. Y comenzaron a subir, a paso ligero, las escaleras metálicas hasta el siguiente nivel.

Y en esas estaban cuando Leon comenzó a escuchar pasos que no le pertenecían.

Agudizó el oído sin detenerse, comprobando que esas extrañas pisadas, casi tan metálicas como las propias escaleras, tampoco le correspondían a la pelirroja. Así que Leon se detuvo elevando el puño el alto para detener a Claire, que subía tras él.

Ambos en silencio.

Claire abrió la boca para preguntarle al rubio qué estaba pasando, cuando el bello de su cuerpo comenzó a elevarse, acompañado de unos fuertes pinchazos en su nuca, preludio de la proximidad de un B.O.W.

Estaba siendo todo demasiado bonito y tranquilo como para ser cierto. Planes locos que salían bien, librarse de los soldados y no volver a toparse con ninguno, comunicación con logística y pasillos limpios y solitarios, sin cámaras... no podían tener tanta suerte. En algún punto se tenía que torcer.

Y ese punto parecía haber llegado.

Las pisadas continuaron avanzando desde la oscuridad de los niveles inferiores, aproximándose cada vez más a las posiciones de nuestros protagonistas.

Las pisadas no solo tenían un sonido bastante metálico. Había también algo que sen sentía hueco en la forma en que el sonido reverberaba. Y fuera lo que fuera, las pisadas parecían muchas, avanzando a trote ligero.

Fue entonces, cuando acompañando los sonidos de las pisadas, llegaron los gruñidos.

Gruñidos que Leon y Claire podían identificar perfectamente.

Cuando los causantes del sonido se aproximaron lo suficientemente a ellos, por fin pudieron ver la amenaza que se ocultaba en esos pasos de escalera.

Las fauces que se dirigían a su posición eran afiladas y blancas como perlas. Con labios que los cubrían y descubrían, temblaban de pura rabia y enfermedad.

Una manada de Cerberus los habían localizado.

Y tenían hambre.

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Claire. —Dijo Leon en un susurro, alargando una mano y tomando a la pelirroja por el hombro. —Ponte a mi lado, muy despacio.

La pelirroja comenzó a moverse lentamente, subiendo un peldaño más cerca del rubio, ante los gruñidos y dentadas de los Cerberus, a menos de un metro de distancia tras ella.

Los Cerberus eran, tal vez, las bestias con el aspecto menos aterrador de los muchos con los que Leon y Claire se habían topado a lo largo de sus vidas, desde que los B.O.W’s entraran en ellas. Pero subestimarlos por su apariencia, era un error letal.

El aspecto de los Cerberus era igual al de los doberman, pero tras haber sido cruelmente desollados  y descarnados. De hecho, eso era lo que esos B.O.W habían sido al inicio. Perros. Dobermans normales y corrientes a los que se les inyecto el Virus-T, convirtiéndolos en la versión zombie del mundo canino.

No tenían un gran oído ni olfato, consecuencia del virus, pero poseían una gran vista, además de fuerza y sobre todo, velocidad.

Sus fauces eran capaces de arrancarte la cabeza en cuestión de segundos. Y eran muy duros y resistentes. 

Las veces que Leon y Claire se habían enfrentado a ellos en el pasado, no habían logrado salvar algún que otro mordisco. Y lo cierto es que ahora querían evitarlo a toda costa. Sin duda, haberse topado con ellos, había sido del todo inesperado.

Cuando Claire subió un segundo escalón, posicionándose al lado de  Leon, el Cerbero más próximo a ellos alargó su cuello, abriendo sus fauces, con la clara intención de atrapar el tobillo de la pelirroja. Pero estas se cerraron  con un chasquido, al no atrapar más que aire.

Leon, con movimientos lentos, tomó una granada de luz entre sus manos. Si estas bestias destacaban por su buena vista y su mal oído y olfato, iba a dejarlos sin sentidos para poder huir.

Cuando el rubio tiró de la arandela, Claire se tapó los ojos, al tiempo que el agente especial dejaba caer la granada y cerraba los ojos a su vez.

Antes de que la granada tocara el suelo, esta explotó provocando fuertes alaridos entre los Cerberus más próximos, pero teniendo un efecto cegador sobre toda la manada.

Leon y Claire, sin perder tiempo, corrieron escaleras arriba, en lo que los Cerberus volvían en sí.

Su capacidad adaptativa hacia los ataques, era impresionante. Solo les habían concedido a nuestros protagonistas una ventaja de diez segundos, que rápidamente remontaron, convirtiéndose en una ventaja de dos segundos.

Claire tomó la mano de Leon y comenzó a tirar de él ganando una velocidad absolutamente increíble. El rubio iba prácticamente en volandas. Ni siquiera estaba seguro de estar tocando el suelo.

Pero entonces un Cerbero alcanzó a Leon, tomándolo por el talón de la bota de combate, al tiempo que otros tres Cerberus se lanzaban contra él, y el rubio a duras apenas los estaba esquivando tratando de correr en zigzag por detrás de Claire.

Sin pensarlo, el rubio tiró de otra granada de luz para conseguir más margen cegándolos. Pero cuando esta explotó, apenas habían ganado tiempo. Era como si estos Cerberus, tras experimentar la primera ceguera, se hubieran adaptado a la luz y esta ya no fuera un impedimento.

Leon pateó con dificultad al Cerbero que aún tenía colgando de su talón, pero seguían teniendo muy poca distancia con ellos, que lanzaban sus dentelladas cogiendo siempre algo de ropa de la que tirar.

—¡Tenemos que quitárnoslos de encima antes de llegar arriba, o no tendremos margen para abrir la puerta! —Gritó Claire, que ya veía la entrada al pasillo del nivel uno. —¡Lanza una granada explosiva!

—¡Están muy cerca! —Gritó Leon, no sin reconocer que la pelirroja tenía razón en cuanto a la necesidad de ganar distancia antes de llegar a la puerta.

Entonces Leon, sin dejar de correr, aun siendo parcialmente arrastrado por Claire, lanzó dos granadas justo detrás de ellos, al tiempo que giraba el brazo con el fusil y comenzaba a disparar ráfagas de balas a sus espaldas sin atender realmente a los objetivos. Eran balas perdidas que no matarían a los Cerberus, pero que servirían para ralentizarlos el tiempo suficiente como para que explotaran por acción de las granadas.

Y las granadas explotaron.

Los Cerberus salieron volando por los aires. Algunos, los más distanciados, por efecto de la onda expansiva; y otros completamente desmembrados.

Leon y Claire, también salieron volando hacia el frente. Dos granadas eran una fuerza suficientemente enérgica como para empujarlos con ímpetu y acabar con gran parte de la manada de Cerberus que los seguían.

Pero también eran lo suficientemente potentes como para destrozar las escaleras metálicas por las que estaban subiendo, de tal forma, que no solo todo el tramo a sus espaldas se había desprendido hacia el fondo, llevándose consigo a los Cerberus que aun quedaban con vida, sino que ahí donde Leon y Claire habían aterrizado, comenzaba a desprenderse.

El tramo de escalera que ocupaban, desprendió su zanca de la pared donde estaba atornillada. Y por efecto del peso de los dos cuerpos, comenzó a inclinarse quedando casi paralela a la pared, colgando del último peldaño adosado al siguiente rellano.

La fuerza con la que la escalera se dobló y frenó en seco, hizo que Claire perdiera el equilibrio y cayera, agarrándose a duras penas con una mano al borde enrejado de un peldaño.

—¡Leooon! —Gritó la pelirroja, muerta de miedo.

Cuando Claire miró hacia abajo, solo vio oscuridad al fondo de una enorme caída. Y aun así, podía escuchar ahí, en lo negro, los rugidos y las pisadas rabiosas de los Cerberus que aun con todo, seguían en activo.

—¡Claire! —Gritó Leon, quien se había conseguido agarrar fuertemente a los peldaños, pero cuya posición lo mantenía prácticamente boca a bajo, sin poder localizar a la pelirroja.

“La supervivencia del sujeto depende de la supervivencia del agente.”

Sin perder el tiempo, Leon comenzó a moverse lateralmente hacia el rellano, a solo unos tres peldaños de distancia, esperando poder ayudar a Claire desde ahí.

—¡Aguanta Claire! —Gritó Leon, que necesitaba escuchar la voz de la pelirroja.

—¡Me resbalo! ¡Leon! —Volvió a gritar la pelirroja desesperada.

En ese momento, su velocidad no le era de ayuda, pues lo que le faltaba era fuerza. Pero si aumentaba su tamaño, pesaría demasiado y la escalera se vendría abajo. La telepatía no le serviría de nada. Y la telequinesis parecía no querer hacer acto de presencia a placer.

Por más mujer con poderes que fuera, ella sola no veía la forma de salir de esa.

Leon había alcanzado el rellano, y desde esa posición pudo ver a Claire perfectamente.

—¡Claire! ¡Cógete a la barandilla! —Le gritó el rubio, dado que la distancia entre ellos era tan grande, que el agente especial no podía acercarse para ayudarla.

—¡No puedo! ¡No puedo! —Gritó Claire, que estaba tan al límite de su capacidad para pensar, que parecía que su miedo tirada de ella desde el fondo de las escaleras, queriendo devorarla.

—¡Claro que puedes, joder! —Gritó Leon, aterrado a su vez. —¡Impúlsate con la otra mano! ¡Usa las dos manos, Claire!

Y Fue como si de repente las palabras de Leon le hubieran otorgado a la pelirroja dos ojos con los que ver, dándose cuenta de que su otra mano colgaba laxa con el resto de su cuerpo.

Con fuerza, Claire levantó su mano libre y se agarró a la baranda que tenía más próxima, sintiendo un alivio instantáneo en su otro brazo que hasta ahora, había cargado con todo su peso.

—¡Muy bien, cariño! —Gritó Leon. —¡Ahora tienes que balancearte entre las barandas! ¡Tú puedes!

—¡Se me resbalan las manos! —Dijo Claire, mientras comenzaba a sentir un nudo en la garganta. 

No quería llorar. Las lágrimas no la ayudarían a seguir adelante. Pero eso era lo que ocurría cuando una persona estaba segura de que iba a morir.

—¡Claire! ¡Mírame! —Gritó Leon, arrodillado y agazapado en el suelo enrejado, tratando de acercarse a la pelirroja lo máximo posible, aunque hubiera demasiada distancia entre ellos.

La pelirroja levantó la vista acuosa y miró al rubio, quien pudo apreciar el miedo en sus ojos, y el sudor que comenzaba a perlar la frente de su compañera.

Claire empezaba a respirar pesadamente y con fatiga. Mantenerse colgado era una actividad de resistencia que la pelirroja no había previsto.

—¡Puedes hacerlo! —Siguió hablando Leon. —¡Una mano tras otra! ¡Avanza y escala! 

—¡No puedo! ¡Me voy a caer! —Volvió a gritar Claire.

—¡Sí puedes! ¡Sí puedes! ¡Vamos! ¡Esto no va a aguantar más! ¡Vamos! —La apremió el rubio. —¡Seguro que Chris te preparó para algo así!

Y era cierto. En los entrenamientos con su hermano, no faltaban las carreras aéreas donde tenía que conseguir realizar un recorrido sin tocar el suelo en ningún momento.

Pero de eso hacía ya muchos años. Y Claire sentía demasiado miedo como para que la memoria muscular entrara en juego.

Pero la pelirroja no se podía rendir. Ahí arriba estaba su rubio, esperándola. Así que Claire enfocó su mirada y todas sus fuerzas en la siguiente baranda.

Pero no solo es que hubiera distancia entre las barandas. Es que ademas, por la inclinación de la escalera, la siguiente baranda quedaba hacía arriba.

No era simplemente soltar una mano y avanzar hacia delante. Es que tendría que impulsarse para poder subir.

Pero Leon creía en ella. Y ella no podía morir así.

La pelirroja soltó un grito dándose coraje y, usado todas sus fuerzas, soltó la mano que aún permanecía agarrada a las rendijas del peldaño y se impulsó hasta cogerse a la baranda superior.

—¡Bien hecho! ¡Muy bien, amor! ¡Sigue! ¡A por la siguiente! —Animaba Leon, con el pulso en la sien y el corazón en la garganta. —¡Solo dos más, Claire, y te tengo!

Claire respiraba con mucha fuerza. Sus brazos estaban extendidos y por más que lo intentaba no podía hacer una mísera dominada, para alcanzar la siguiente baranda.

Los músculos de sus brazos le temblaban y ardían. Las manos se le resbalaban por el sudor. Estaba a punto de caer.

—¡Ni se te ocurra rendirte! —Le gritó Leon. —¡Vamos a salir de aquí juntos! ¡No te rindas!

Claire no quería morir. Y no quería hacer pasar al rubio una segunda vez, por el trauma de ver caer al vacío a otra persona querida. Cuanto más tratándose de ella, a la que llamaba cariño y amor mío.

Además, la pelirroja había vivido en sus propias carnes el trauma del rubio, tal y como lo había vivido él, cuando esta campó por sus pesadillas. Y la imagen de ver caer a Ada Wong todavía recorría su mente de cuando en cuando, dándole un vuelvo al corazón con cada vez.

Así que Claire tomó la decisión de agrandar su masa muscular en los brazos para poder hacer la siguiente dominada sin que el peso incrementado supusiera mucha diferencia, ahora que esa superficie se había librado del peso del rubio.

Con un esfuerzo sobrehumano, Claire consiguió impulsar su cuerpo hacia la siguiente baranda, donde se quedó enganchada con las dos manos.

—¡Una más, Claire! ¡Una más y te tengo! —Gritaba Leon, quien se había echado en el suelo, con medio torso asomado al rellano y un brazo extendido.

Era el último gran esfuerzo que la pelirroja tendría que hacer. Una baranda más y Leon la ayudaría a subir.

Podía volver a aumentar su masa corporal. Solo era una baranda más.

Así que Claire, sin dejar de derramar lágrimas, pero con valentía y determinación, aumento su masa y volvió a impulsarse hacia la otra baranda, agarrándose fuertemente con las dos manos.

Ya estaba cerca. En el momento en que estirara una mano, podría cogerse a la mano el rubio. Pero cuando pensaba en hacerlo, un extremo de la baranda se rompió, y el otro extremo comenzó a doblarse quedando completamente perpendicular al suelo, con una Claire aterrada agarrada con ambas manos a la barra vertical.

—¡Leooon! —Volvió a gritar Claire, agarrándose con todas sus fuerzas a esa mísera barra de la que dependía para vivir.

—¡Noo! ¡Clairee! —Gritó Leon a su vez, sintiendo que le podría dar un infarto en cualquier momento, pues su corazón se resquebrajaba con cada golpe de sorpresa.

El sudor en las manos de la pelirroja estaba haciendo que poco a poco comenzara a resbalarse hacia abajo.

Leon se asomó un poco más al borde, extendiendo su brazo izquierdo, pues en el hombro derecho tenía la herida de bala y no confiaba en su propia fuerza.

Pero con el brazo izquierdo estaba demasiado lejos, así que decidió que la alcanzaría como fuera, para que Claire pudiera al menos trepar por él, extendiendo su brazo herido.

—¡Coge mi mano! —Gritó Leon, que estaba rozando los dedos de la pelirroja. A esa triste distancia se encontraban.

Claire extendió su mano rápidamente, agarrándose a la muñeca de Leon, en lo que Leon la agarraba de la muñeca a su vez, justo a tiempo de que la barandilla y toda la estructura de metal de la escalera se desprendiera hacia el vacío, donde pudieron oír los alaridos de algunos Cerberus, así como un sonido chapoteante.

Claire, tirando de reflejos, se agarró con su otra mano al brazo del rubio, quien rugió en un  grito que retumbó por todo el espacio, al sentir estallar los puntos de su hombro ante el tirón de la pelirroja.

Claire sudaba mucho. Sus manos se resbalaban de la piel del rubio.

Ella sabía que le estaba haciendo daño muy a su pesar y, por si el sudor no fuera suficiente, la compresa polimérica también se había rajado, y la sangre de Leon comenzó a bajar por su brazo, uniéndose a la fiesta más resbaladiza del mundo.

Claire perdió su agarre sobre su brazo y ahora pendía de la muñeca del rubio, que poco a poco también comenzaba a dejar atrás, pues la sangre comenzaba a acumularse en esa zona.

Claire alzó el rostro y miró a Leon, sintiendo la humedad de sus lágrimas derramándose por los costados de sus ojos, cuando Leon también la miró a ella.

Esta situación se estaba repitiendo. 

Para el rubio, verse así no era nuevo. Y solo de pensar que el resultado pudiera ser el mismo, el agente especial se quería morir. Así que ver caer a Claire no era una opción. 

—¡Lo siento, Leon! ¡Perdóname! —Dijo Claire, sintiendo los pinchazos de la tensión clavándosele de los pies a la nuca. —Cierra los ojos, amor mío. ¡No mires, por favor! —Gritó la pelirroja, sabiendo que caería en unos segundos, queriendo evitar otro recuerdo horrible a su rubio.

Leon apretaba los dientes. El dolor en su brazo derecho era insoportable. Pero perdería su brazo y cualquier parte de sí mismo, si con ello salvaba a Claire.

—Te amo, Leon. —Dijo Claire cerrando los ojos, en un momento de aceptación y paz. —Vuelve a casa.

Y dicho esto, la mano de Claire se le escapó al rubio entre sudor y sangre, y Claire sintió a sus espaldas la mano de la muerte tirando de ella, reclamándola, tras haberla tenido tantas veces en el punto de mira.

Leon gritó desesperado cuando su puño se cerró en el aire, viendo ante sí el rostro tranquilo de Claire, que aceptaba su destino con paz, mientras se alejaba de él.

Y fue como si el tiempo se hubiera detenido, mientras el rubio se quedaba sin aire.

Y se lanzó tras Claire.

Y los brazos de Leon rodearon la cintura escapular de la pelirroja.

Y se abrazaron con fuerza, mientras el tiempo recuperaba su velocidad normal y ellos pendían en medio de la caída, con un Leon fuertemente agarrado a una baranda con una pierna.

Los dos respiraban con fuerza. Y se abrazaban con mayor fuerza todavía.

Claire gritaba y lloraba. Leon trataba de seguir respirando, abrazándola con fuerza.

—Claire, Claire. Tranquila. Estás a salvo. Tranquila. —Le decía el rubio cerca del oído, tratando de ser bálsamo. Necesitaba que Claire se tranquilizara  para poder avanzar. —Claire, escúchame. No aguantaré mucho.

»Tienes que escalar por mi cuerpo, ¿vale?

Claire, que poco a poco estaba recuperando cierta compostura, asintió nerviosamente, sin dejar de apretar al rubio.

Seguía viva, fuera eso posible o no.

—Te voy a impulsar, y entonces tienes que empezar a subir sin detenerte, hasta que llegues al rellano. ¿Lo entiendes?

—Lo entiendo. —Contestó Claire, en cuya voz todavía se podía escuchar el llanto.

—Pues vamos. —Dijo Leon, al tiempo que tomaba a la pelirroja por el cinturón de sus pantalones y tiraba de ella por encima de su cabeza, haciendo que esta lograra agarrarse al cinturón de él.

Y tal y como le hubiera dicho Leon, la pelirroja comenzó a cogerse con fuerza a los ropajes del rubio, apoyando sus botas en cada parte del él que le sirviera de apoyo y por fin alcanzó el rellano, dejándose caer contra la pared mientras recuperaba el aire y calmaba su cuerpo que no dejaba de temblar.

Cuando la pelirroja miró hacia la pierna de Leon que se mantenía fuertemente sujeta a la baranda del rellano, vio entonces  los dos brazos del agente especial subiendo a la superficie, tirando de abdominales y dorsales tan magníficamente, que hacía parecer que algo tan extraordinario, era incluso sencillo.

En cuadrupedia, Leon trataba de recuperar el aliento, mientras avanzaba lentamente hacia Claire.

—¿Estás bien? —Preguntó el rubio, con un hilo de voz. —¿Estás bien? —Volvió a preguntar, a la altura de Claire, cogiéndola por la nuca y acercándola a él para abrazarla fuertemente.

Claire siguió llorando, ahora por puro alivio, mientras se dejaba abrazar y se aferraba a la camiseta técnica del agente especial.

Cuando se separaron para mirarse, Claire tenía los labios muy rojos e hinchados, así como roja estaba su nariz y sus mejillas, mientras sus ojos eran pureza hecha agua.

A Leon también se le escaparon varias lágrimas por la emoción de haber cambiado las tornas. Pero sobre todo, por la alegría de saber que si podía seguir abrazando así a Claire, era porque seguían vivos.

Y se besaron.

Y ya sabemos todos como se besan estos dos. Haciendo del beso un arte en sí mismo. Tan cargado de emoción, de verdad, de afecto, cariño, pasión y sobre todo amor desmedido, que cada movimiento era un fotograma de pura belleza.

Sus lenguas se tocaron y abrazaron más fuertes que sus propios brazos. Y bebieron el uno del otro, en un intercambio de fluidos que se les antojaba delicioso y purificarte, mientras apagaban el miedo y la tensión que los habían dejado casi en un punto sin retorno.

Leon tomaba la cara de Claire entre sus manos y no sabía si tendría en algún momento las fuerzas de soltarla. Pero comenzaba a temer que podrían quedarse ahí la eternidad entera si de él dependiera.

La pelirroja rodeaba la cintura del rubio y lo estrechaba con fuerza, queriendo fundirse con él, sintiendo que ese era su lugar seguro en el mundo, mientras su boca era el lugar de indolente placer y sanación.

Cuando cortaron el beso, se volvieron a abrazar con fuerza, hundiendo sus caras en sus cuellos y sin cerrar los grifos de sus ojos.

—Qué miedo he pasado. —Dijo Leon, apoyando su frente en el hombro de su novia. —Qué miedo he pasado. —Repitió el rubio, estrechando más a la pelirroja.

—Gracias por salvarme. Gracias, gracias, gracias, gracias. —Dijo Claire, repitiendo esa frase hasta el aire residual de sus pulmones.

Los dos se volvieron a separar mirándose a los ojos, que eran charcos de agua. Tratando de sonreírse el uno al otro, ahora que sabían que estaban a salvo, para tratar de calmarse y volver a la normalidad de la misión.

Claire miró el hombro del rubio, que volvía a estar empapado de sangre.

—Deja que te cure eso. —Dijo Claire, sorbiendo por la nariz por la congestión producida por el llanto.

—Sí, por favor. Me está matando de dolor. —Dijo el rubio, cogiendo el botiquín y entregándoselo a Claire.

Leon volvió a quitarse todas las protecciones y la camiseta técnica y, sentándose en uno de los escalones que daban directamente a la puerta de los pasillos de mantenimiento del nivel uno, dejó que la pelirroja lo remendara.

—Dame tres analgésicos, por favor. —Pidió el rubio y Claire se los entregó.

Mientras este se tomaba las pastillas para mitigar algo el dolor, Claire pudo comprobar el desastre que había ocurrido en la piel del rubio.

Retirando la compresa polimérica, un chorro de sangre descendió por el pectoral del agente especial, mientras Claire trataba de limpiar la herida con una toallita fisiológica, para comprobar la gravedad del asunto.

Tal y como imaginaba, los puntos habían resistido. Lo que no había aguantado, era la piel de Leon. Ella se había esmerado en hacer unos puntos muy pequeños para tratar de dejar la menor cicatriz posible, creyendo que el riesgo de rotura cutánea se vería mitigado con la compresa polimérica.

—Qué aspecto de mierda. —Dijo Leon, cerrando el sobre de agua y guardándolo en sus cargo, al ver la herida en su hombro.

—Lo siento mucho. —Dijo Claire, cogiendo el cuchillo de combate de Leon para cortar el hilo de la anterior sutura. —Esto es por mi culpa.

—Yo tiré las granadas. —Dijo Leon, agachando la cabeza. —Tendría que haber previsto que la superficie no aguantaría la explosión.

—Bueno, los Cerberus nos pisaban los talones. —Dijo Claire, sacando a continuación la aguja y el hilo. —De hecho nos cogían de la ropa. 

»Había que hacer algo.

—Ya. —Dijo Leon, asintiendo. —Pero no estaría de más que ese algo no matara al sujeto que se pretende rescatar.

—¿Soy un sujeto? —Preguntó Claire sonriendo, tras haber enhebrado la aguja. —Voy a comenzar. Te dolerá un poco. —Advirtió la pelirroja a continuación.

Con el primer pinchazo, sintiendo el hilo recorriendo su piel, Leon siseó entre dientes, mientras apoyaba su cabeza sobre su mano libre, que se apoyaba sobre una rodilla a su vez.

—Lo siento. —Volvió a repetir la pelirroja. —Entonces, dime. ¿Soy un sujeto?

—No. —Dijo Leon en un gruñido, sin separar la cara de su mano, mientras aguantaba el dolor. —Eres el amor de mi vida.

Otra vez ese vuelco al corazón de la pelirroja. Qué felicidad la recorría cuando Leon le decía esas cosas. Ojalá nunca se acostumbrar a escucharle decirlo y ojalá siempre se sintiera así, como la primera vez.

—Leon, no puedes decirme esas cosas mientras te coso la piel. —Dijo Claire, cuya sonrisa se extendió por toda su cara.

—¿Por qué no? —Preguntó el rubio, girando su rostro parcialmente hacia la pelirroja y mirándola por la apertura de dos dedos. —Si es la verdad.

—Pues porque me pones nerviosa. —Contestó Claire, sin apartar su vista de la herida que tenía entre manos. —Y me haces parecer una idiota sonriendo así, mientras cierro una herida.

—Te aseguro que mi herida esta encantada de que alguien la sonría mientras la cosen.

Claire se carcajeó entonces, echando la cabeza hacia atrás y tirando del hilo sin querer, lo que hizo que Leon se quejara como un niño.

—¡Perdona, perdona! —Repitió Claire, mientras seguía riéndose. —¿Ves? No distraigas a la enfermera.

—Juro que no volveré a hacerlo. —Dijo Leon, bromeando. —Pero, por favor, concéntrate.

Los dos se rieron una última vez ante eso. Y Claire continuó cosiendo. Y Leon continuó gimiendo de cuando en cuando.

Al finalizar, Claire limpió bien toda la sangre y después volvió a aplicar una compresa polimérica. La última de ese tamaño, de hecho.

—Espero que no  las vayamos a necesitar más. —Dijo Claire, mientras ayudaba a Leon a vestirse. —Esta era la última.

—Ya, yo también lo espero. —Contestó el rubio, inspirando. Parecía que toda preparación era poca. —Y todavía no hemos pasado por la parte más difícil. El área A de ahí arriba.

—La clave es pasar desapercibidos. Caminar de frente sin detenernos y sin mirar a nadie. —Dijo Claire, colocando una de las correas del arnés de Leon sobre su hombro. —¿Te sientes con fuerzas de seguir? Podemos descansar más si lo necesitas.

—No, no. —Contestó el rubio. —Salgamos de aquí de una vez.

Y dicho lo cual, tanto Leon como Claire, subieron el último tramo de escaleras y entraron a los pasillos de mantenimiento del primer nivel.

Las luces estaban encendidas, y el espacio absolutamente despejado.

Tal y como dijera Hunnigan, las escaleras de mano hacia trampillas en el techo, se sucedían a medida que avanzaban hacia el final del pasillo circular. Ambos presumían que probablemente esas trampillas dieran directamente con las pantallas de las falsas vistas que proyectaban en Trizom. Pero a juzgar por el número de escaleras y trampillas, debían ser muchas las vistas en ese área. Y tampoco sería de extrañar. Al fin y al cabo, si era el área privada de Alexis, lo suyo es que él tuviera de lo mejor, lo superior.

Siguieron su avance a trote ligero,  cuando llegaron a la puerta del final y la atravesaron, dieron con la sala de espera descrita por Hunnigan. 

Y los dos supieron que comenzaba el juego. 

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La sala de espera era una sala ridículamente pequeña. 

Básicamente un cubículo cuadrado, con seis sillas de espera grises pero bien acolchadas, dos plantas de hojas verdes en las esquinas a cada lado de una puerta y un suelo  de gres porcelánico blanco.

Las paredes estaban revestidas de madera barnizada. Y el techo era, a diferencia de los visto hasta ahora, revestimientos limpios de pladur con luces empotradas que le daban al lugar un aspecto más lujoso y cuidado, pese al pequeño tamaño. Tan pequeño, que no entraba ni una mesilla pequeña o un revistero.

La puerta por la que entraran era de picaporte simple, lacada en blanco. Pero la puerta frente a ellos, era de cristal translúcido con  dos tiradores de metal, lisos.

A través de la puerta, podían observar diferentes manchas moviéndose de un lado para otro con premura. Y ya, desde ese espacio, podían escuchar el jaleo que se traían en el área A.

—Vamos. —Dijo Leon, avanzando y empujando la puerta, saliendo al otro lado. 

Lo que veía ante sí era un tremendo caos. ¿Qué tenían que pasar desapercibidos? No parecía una tarea demasiado difícil. 

Todo el mundo estaba tan ocupado en sus vidas, que ambos dudaban mucho que nadie tuviera el tiempo y la energía de reparar en ellos.

El otro lado era tal y como les hubiera dicho Hunnigan.

Saliendo de la sala de espera, a mano derecha tenían las dos puertas de cristal batientes, —con dos vinilos translucidos que anunciaban el área A. —, que eran la entrada a ese área. 

Desde ahí, Leon podía ver perfectamente al otro lado de dichas puertas, el ascensor central rodeado de soldados haciendo guardia.

Por suerte ese no era el  camino que habrían de tomar.

Girando hacia su izquierda, encaraba un pasillo ancho custodiado por esas dos zonas descritas por su compañera de logística.

Por un lado, las grandes salas de reuniones. Espacios rectangulares, con suelos de madera oscuros, techos iguales a los de la sala de espera, grandísimos ventanales con vistas a una ciudad, mesas ovaladas con capacidad para treinta personas, y pantallas de televisión finas como una hoja pero grandes como pantallas de cine pequeñas, a cada lado de la estancia.

Todo ello cerrado con una sucesión de paneles de cristal, pulcramente pulidos, y una puerta corredera mecánica que se abría y se cerraba a través de sensores de movimiento.

Y por oro lado, el espacio más caótico de todos. Una habitación enorme, llena de mesas en fila donde había ordenadores, teléfonos, relojes, sillas de oficina y sobre todo, personas.

Muchas personas. Casi todo hombres. Vestidos de traje pero totalmente desmangados, agotados, nerviosos y sudorosos.

Cuando Leon y Claire observaron el lugar, había papeles volando por los aires, varios hombres gritando por teléfono y otros tantos, gritándose entre ellos; teléfonos sonando, una fotocopiadora atascada que pitaba sin parar, y algunos hombres tecleando agazapados, con las pantallas pegadas a las narices, sin reparar en el jaleo que reinaba alrededor. ¿Cómo nadie podía hacer bien su trabajo así?

Leon y Claire comenzaron a avanzar por ese área de la locura.

Lo cierto es que el pasillo frente a ellos, era largo. Pero se les estaba haciendo un recorrido mucho más largo aun, teniendo en cuenta la cantidad de ruidos y gritos que reinaban en el lugar.

Pasaron varias salas de reuniones, cuando llegaron a una que era diferente a las demás. Esta sala parecía casi una comisaría.

Tenía tres escritorios individuales, con sus ordenadores, sus sillas de escritorio y otras dos enfrente para atender a la gente, y alguno incluso completaba el cuadro con un pequeño cactus.

 Dentro del lugar, varios agentes estaban rodeando una de las mesas, con los brazos cruzados a la altura del pecho y semblantes serios.

Al fijarse bien, tanto leon como Claire pudieron ver que, ante la mesa que estaba siendo rodeada, se encontraban dos jóvenes. Uno moreno de tez pálida. El otro pelirrojo con los ojos verdes.

James y Will.

Los agentes les estaban haciendo preguntas, y ellos daban respuestas. Aunque a juzgar por sus caras y la forma en que se expresaban, parecían estar pasándolo mal.

Ni Leon ni Claire conocían los protocolos de los laboratorios de Trizom, ero esperaban que esa reunión no fuera un interrogatorio, sino una charla rutinaria entre aquellos agentes que por una razón u otra se hubieran visto atrapados por el enemigo, solo para dar declaración.

En una de esas, el moreno miró hacia Leon y Claire, reconociéndolos en seguida, abriendo los ojos como platos.

El pelirrojo en seguida miró hacia la dirección a la que miraba el moreno, y se encontró con el mismo pastel.

Cuando James abrió la boca para decir algo, al tiempo que alzaba un dedo para señalarlos, Will le bajó la mano y, mirando a su compañero, negó con la cabeza.

Entonces miró al agente frente sí, y Leon pudo leer en sus labios que decía. “No lo sé, agente. Esos dos probablemente ya se han fugado.”

Leon miró a Claire. Y esta sonrió por debajo de su pasamontañas, orgullosa de saber que esos dos enamorados eran buena gente y que todavía tenían una oportunidad para huir.

—¡Te digo que estoy bien! ¡Suéltame! —Gritó una voz en medio del pasillo, totalmente fuera de sí, acallando poco a poco las voces a su alrededor, como si eso fuera posible.

Leon y Claire se giraron solo un momento, comprobando que la mujer que gritaba, totalmente hecha una furia y fuera de control, era Sarah, la soldado a la que habían dejado encerrada en el cuarto de las escobas del baño del segundo nivel.

Esta estaba siendo llevaba hacia la oficina donde Will y James estaban dando declaración, custodiada por dos soldados de la unidad militar especial, que trataban de cogerla por los brazos.

—¡Qué no me toques, cabrón! —Gritó Sarah, estampando a uno de esos hombres contra una de las mesas de la oficina del caos. —¡Puedo caminar sola!

—¡Cálmese, soldado! —Gritó el otro soldado a su lado.

—Yo estoy muy calmada. Pero si en lugar de retenerme aquí me dejarais hacer mi trabajo, e ir a buscar a esos hijos de puta, estaría mejor, gracias. —Añadió la soldado, con la vena de su frente a punto de estallar.

—Estamos siguiendo el protocolo, soldado. Tiene que dar declaración. ¡Vamos! —Y dicho esto, el soldado de la unidad especial la tomó de nuevo por el brazo, tratando de tirar de ella.

Pero la mujer, hecha una furia, y con toda la fuerza que poseía, que no era poca, empujó al soldado contra una de las cristaleras de una de las salas de reuniones, haciendo al soldado atravesarla de lado a lado, rompiendo esta en añicos.

—¡Qué puedo caminar sola, grandísimo trozo de mierda! —Volvió a gritar Sarah, dirigiéndose al soldado que, tumbado en el suelo, comenzaba a incorporarse.

—¡Qué cojones está pasando aquí! —Intervino entonces una voz masculina por detrás de Leon y Claire, hacia el final del pasillo.

La voz era fuerte y enfadada, pero sin duda le pertenecía a un hombre joven. Y por la forma en que inclinó y moduló su voz a la hora de hablar, estaba claro que era alguien lo suficientemente megalómano como para saber que ante una palabra suya, bastaba para que todo se detuviera a su paso.

Cuando Claire y Leon se giraron de nuevo hacia el recién llegado, vieron ante ellos, nada más y nada menos, que a Alexis Belanova, en carne y hueso, aproximándose hacia ellos. Nunca lo habían tenido tan cerca. Y a Leon se le pusieron los bellos de punta, controlando las ganas de saltar sobre él y romperle el cuello.

El joven se había cambiado de ropa con respecto a las dos veces anteriores en que se vieron. Su traje antes era gris oscuro, con raya diplomática. Y el que llevaba ahora era gris claro y completamente liso.

Sus zapatos, elegantes y brillantes, eran negros y alargados. La camisa que llevaba debajo de la chaqueta era blanca acompañada por una corbata bien ceñida. Y el chaleco que completaba las piezas del conjunto, contaba con bordados dorados con diferentes florituras.

El joven, que miraba hacia el fondo del pasillo con el ceño fruncido, pero con el mentón alto y siendo totalmente esbelto, avanzó hacia el lugar con paso firme pero felino. Casi como una pantera. Destilando peligro a su paso.

Mientras avanzaba, se iba cerrando los botones de la chaqueta y ajustándose los gemelos en los puños de la camisa.

Cuando pasó al lado de Leon y Claire, los ojos grises se posaron sobre los ojos azules del agente especial. Y acto seguido siguió mirando al frente, como si nada, acercándose cada vez más hacia Sarah.

—¿Tú eres quien está perturbando mi caos? —Peguntó Alexis, llegando a la altura de la soldado.

—Pido perdón señor Belanova, yo... —Pero Sarah no pudo acabar su frase.

Alexis le había cruzado la cara a la mujer con una fuerza tan grande, que postró en el suelo de un golpe, dejándole marcados sobre la cara los enormes anillos de plata que llevaba en la mano. 

La soldado se llevó una mano a la mejilla, respirando con dificultad y tratando de encajar el golpe sin perder el control, por el bien de su supervivencia.

—Sigamos. —Susurró Leon, tirando de Claire.

—¿La va a matar? —Preguntó Claire, en voz baja.

—Ni idea, pero nosotros debemos seguir.

De delante de ellos, salió de una sala de reuniones el joven soldado al que habían encerrado en el armario de las escobas junto a Sarah, hablando con uno de los soldados de la unidad especial que lo escoltaba.

—Lo digo en serio. Si necesitan algo, yo soy su hombres. —Decía el muchacho amedrentado, que llevaba un ojo morado. Eso no se lo había hecho Leon. —Soy de mucha utilidad. Reconocería esos ojos en cualquier parte.

Y dicho esto, cuando Leon pasó al lado de este pequeño soldado y el soldadito captó sus ojos reconociéndole al instante, Leon, rápido como el ataque de una serpiente, y sin que el soldado de la unidad especial se percatara, clavó sus dedos en la tráquea del soldado provocando que este no pudiera hablar, pero sobre todo, evitando que pudiera respirar.

El soldado, tosiendo profusamente, cayó al suelo de rodillas, tratando a duras penas de respirar, mientras empezaba a ponerse rojo por la falta de oxígeno.

—¡¿Y ahora qué pasa?! —Escucharon gritar a Alexis a sus espaldas, claramente perdiendo la paciencia. —¡Que alguien le de un vaso de agua o se lo cargue de una puta vez!

Entonces, Leon y Claire giraron en el último recodo al final del pasillo, escuchando un disparo que acabó con el sufrimiento del soldado que tosía.

—¡Dios mío! —Susurró Claire. —¿No había otra forma?

—En unos segundos habría recuperado el aliento. —Susurró Leon, a su vez. —Es un golpe ventosa. No es letal. 

»Ese cabrón disfruta matando.

Y dicho esto, siguieron avanzando hasta el final de ese pasillo, donde encontraron, por fin, el despacho de Alexis.

Las puertas del despacho del CEO eran de madera maciza y oscura,  más altas que cualquiera de las puertas del resto del área.

Eran lisas, pero robustas. Y los picaportes eran geométricos y bañados en plata.

Leon empujó la puerta y esta se abrió con facilidad.

Dentro todo parecía despejado. Y Leon tenía que reconocer que el espacio le recordaba mucho al despacho oval de La Casa Blanca.

Hasta el escritorio parecía una copia exacta de la del despacho del presidente de los Estados Unidos.

Detrás del escritorio había un cuadro al óleo de dimensiones enormes que mostraba a una hermosa mujer sentada sobre un trono, custodiada por detrás por otro hombre muy atractivo, y  acompañada a un lado, sentado de forma perezosa sobre el brazo del trono, por Alexis, sin duda el más joven de la composición y sin duda el hijo de esa pareja.

Alexis no había mentido cuando había mencionado que sus padres eran hermosos. Y lo cierto es que la unión de eso dos, había dado como resultado al joven definitivamente bello y atractivo que era Alexis. Pero los tres compartían algo terrible, más allá de sus ojos grises y cabelleras platinadas.

Los tres compartían una mirada de desprecio absoluto, que los hacia ver fríos y desprovistos de compasión.

Puede que Alexis fuera, de hecho, el que pareciera más humano de los tres, pues si te fijabas bien, parecía que estaba sonriendo un poco.

Los ventanales en el lado izquierdo de la estancia, mostraban un jardín con árboles frutales bastante basto,  acompañado de  un atardecer de luz dorada muy acogedora.

Ni leon ni Claire podían negar que ver cosas bonitas en la situación en la que se encontraban era del todo un regalo y un lujo que les servía de combustible para no rendirse.

Serían muchos los atardeceres reales que compartirían en cuando salieran de ese lugar.

—¿Quiénes sois vosotros? —Preguntó a sus espaldas una voz femenina y joven, con un deje inocente en su timbre.

Leon y Claire se giraron, apuntando con su fusil por la sorpresa. Al fin y al cabo, creyeron que estaban solos. Un fallo enorme por parte del agente especial no comprobar el espacio por detrás de la puerta al entrar.

La mujer que se dirigía a ellos, estaba medio echada en un sofá negro muy geométrico. Vestía unicamente un conjunto completo de ropa interior fucsia con encaje negro cubriéndolo caprichosamente por aquí y por allá. Y una pequeña bata de raso negra, que apenas cubría su cuerpo.

La imagen de por sí era potente, por lo inesperado de encontrarse a esa gentil criatura, tan inocente y tranquila, descansando voluptuosamente sobre el sofá del despacho del CEO de Trizom.

Pero lo que dejó tanto a Claire como a Leon completamente perplejos, era la grandísima similitud entre aquella joven mujer y Claire.

Estaba claro que no eran exactamente iguales. Pero parecía que todos los esfuerzos de esa mujer, residían en parecerse lo máximo posible a nuestra protagonista. Lo cual era sin duda escalofriante.

Tenían la misma forma de cuerpo. Parecían medir lo mismo. Tenían el pelo del mismo color y lo llevaban atado de la misma forma, con la misma longitud.

La mujer tenía los labios carnosos y del mismo color cereza que Claire.

La misma forma de la cara. Casi la misma expresión. Las mismas cejas.

Esta mujer también tenía los ojos azules, pero, he aquí la gran diferencia.

Los ojos de esa mujer, no eran los dos océanos enormes y eléctricos de Claire.

Eran de color aguamarina.

Muy hermosa. Sin lugar a dudas. Pero le faltaba ese toque que hacía de una persona hermosa, una persona completamente irresistible.

La joven los mirada con expresión asustada, ante la ausencia de respuesta por parte de los dos soldados, que habían irrumpido en el despacho de Alexis sin ser llamados.

—Si me tocáis un pelo, Alexis os matará. —Dijo entonces la mujer, claramente asustada, mientras se acurrucaba a un lateral del sofá, abrazándose las piernas.

—No te haremos daño. Tranquila. —Dijo Claire, dando un paso al frente, bajando su arma, esperando que el hecho de ser una mujer tranquilizara a la muchacha frente a ella.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —Preguntó entonces la joven. —¿Os manda Alexis?

—El señor Belanova nos pidió que viniéramos. —Dijo Leon. —Lo que no nos dijo es que tenía compañía. —Mintió el agente especial. —Disculpa la abrupta intrusión.

—¡Oh! Bueno, —Comenzó a hablar la chica, sintiéndose más relajada. —, eso es porque él no sabe que estoy aquí.

»Se pasa todo el día trabajando. Y las chicas y yo nos estábamos aburriendo mucho.

Leon y Claire se miraron. ¿Chicas?

—¡Así que me escapé! —Dijo la joven riéndose, contándoles algo que ella sin duda encontraba muy divertido. —Me pareció que si trabajaba tanto, estaría todo el día metido en su despacho pero, llevo aquí horas y él no viene. —Dijo la mujer esto último, con pesar, fingiendo un poco de llanto.

—Creo que al señor Belanova no le gustaría saber que estás aquí. —Comenzó a hablar Claire. —Está muy enfadado porque ha habido un pequeño problema ahí fuera...

—¡Ay! ¡Sí! He escuchado un disparo. —Interrumpió la muchacha a Claire, saltando en el sitio con los ojos muy abiertos por el susto. —Espero que mi Alexis esté bien.

—Sí, sí, está bien. —Siguió hablando Claire. —Está bien, pero enfadado. Por eso nos ha hecho venir. Vamos a hablar sobre una nueva estrategia... para...  para...—Claire miró a Leon.

—Es información confidencial. —Soltó el rubio, zanjando el asunto, para alivio de Claire. —¿Podría volver a su habitación, señorita? —Pidió el rubio.

La chica bajó la cabeza con pesadumbre, mientras ponía un puchero en sus labios de cereza.

—Pero no me quiero ir. —Contestó la muchacha. —¡Echo de menos a Alexis! —Dijo ahora, levantando la vista y derramando dos grandes lágrimas por sus ojos. —¡No me voy! ¡No me voy! ¡No me voy hasta ver a mi Alexis!

Leon miró a Claire. O la convencían ya, o la dormía apretando cierto nervio.

—Un momento. —Intervino Claire. —James, —Dijo, girándose hacia Leon. —¿No dijo el señor Belanova que le esperásemos aquí, porque antes tenía que atender unos asuntos a su dormitorio?

Leon miró a Claire con un orgullo y una perspicacia en los ojos, que le hacían ver muy orgulloso de su chica.

—Cierto. Ya no me acordaba. Últimamente ando muy despistado.

—¿Queréis decir, —Comenzó a hablar la joven, sacando una pierna del sofá para incorporarse, al tiempo que secaba sus lágrimas. —, que Alexis está en su dormitorio?

—Ahí nos dijo que se iba a dirigir, antes de reunirse con nosotros. —Dijo Claire, con total convicción.

—Estaba resolviendo un pequeño asuntillo ahí atrás. —Añadió Leon. — Así que si te das prisa, tal vez todavía te de tiempo de llegar al dormitorio antes que él  y recibirle con los brazos abiertos.

—¡Ay! ¡Sí! —Gritó la muchacha, dando saltitos de felicidad, sonriendo de oreja a oreja. Una sonrisa absolutamente hollywoodiense, pero de nuevo, muy diferentes a la sonrisa pícara y dulce de Claire. —¡Tenéis razón! ¡Voy ahora mismo! ¡Qué ilusión! ¡Sí!

—¡Agazápate! —Gritó Claire a la mujer, cuando esta salió del despacho a toda velocidad, sin apenas fuerza suficiente como para abrir las pesadas puertas, sin hacer primero un pequeño espectáculo de tira y afloja.

Leon y Claire, ahora definitivamente solos, se miraron con bastante perplejidad.

—¿Cómo puede haber alguien en el mundo que pueda querer a ese mal nacido? —Preguntó Claire.

—Reconozco que me intriga. —Contestó Leon. —Pero en realidad, ni lo sé ni me importa.

»Te habrás fijado en vuestro increíble parecido.

—Joder, de primeras ha sido como mirarse a un espejo. —Contestó Claire. —Me pareció bastante aterrador.

—A mí sigue pareciéndomelo. ¿Una de tus amantes es casi idéntica a una de las personas que has raptado para experimentar? No puede ser casualidad.

Entre los dos se hizo un silencio mientras se miraban a los ojos con más preguntas que respuestas o conjeturas.

—Sea como sea. —Volvió a intervenir Leon. —No es asunto nuestro los caminos que toman las filias de ese perturbado.

»Larguémonos de aquí.

Y dicho esto, el agente especial abrió la puerta del baño, y dentro, encontró un espacio tan grande que casi podría ser un balneario en sí mismo.

—¿Hemos llegado al Olimpo? —Preguntó Claire, entrando  al baño tras Leon y encontrándose con ese espacio lleno de mármol, columnas  corintias, esculturas femeninas y cascadas que no eran propias del baño de un despacho.

—Estoy de su opulencia hasta los cojones. —Dijo Leon, avanzando entre una pequeña piscina de agua fría y otra de agua caliente, hasta llegar a una fuente que servía de separación entre el espacio del baño propiamente dicho, con sus piscinas, bañeras, cascadas, lavabos, inodoros, albornoces y toallas; a otra más enfocada a tratamientos, como saunas, baños turcos, columnas de hidromasaje y habitaciones de sal; para terminar ese largo recorrido, en una zona mucho más mundana y separada del resto por grandes plantas y muros de mármol, que venía a ser el vestuario.

Algunas prendas ahí eran de Alexis, fácilmente identificables por el color de los trajes y la raya diplomática; el resto era ropa interior de mujer.

Obviamente ese no debía ser el vestidor del hombre. Teniendo en cuenta sus exigencias, su armario debía ser mínimo del tamaño de ese baño. Esa zona simplemente era donde se vestían y desnudaban ahí dentro.

Sea como fuere, era en ese espacio donde Leon y Claire encontraron el gran espejo de cuerpo entero del que les hablara Hunnigan.

El marco que poseía el espejo era casi lo más opulento de toda la estancia. Con florituras y sogueados muy rimbombantes, profusión de oros y platas, así como piedras preciosas engarzadas y esmaltados de colores por aquí y por allá, hacían de esa pieza, en realidad, una obra de arte.

—Tendremos que reconocerle el buen gusto. —Dijo Claire, que se había quedado boquiabierta ante ese espejo.

Leon puso los ojos en blanco y resopló. No quería concederle a ese hijo de puta absolutamente nada. Fuera cierto o no.

El agente especial se aproximó al espejo y, tirando de un lateral del marco, este se abrió con total facilidad.

No era una puerta per sé. Era más bien una tapón en ese hueco que seguía tras el espejo. Un simple adorno para que nadie viera que al otro lado se habría un largo pasillo hacía, supuestamente, el ascensor privado de Alexis.

En realidad, si se trataba de algún tipo de salida de emergencia, tenía mucho sentido que fuera así. Es mucho más rápido y fácil quitar un obstáculo de en medio, que ponerse a abrir puertas.

Sea como fuere, el rubio agradecía no tener que liarse con las ganzúas o tener que ponerse a buscar el mecanismo secreto para que ese espejo se abriera. Simplemente porque ahora, que estaba tocando la salida con la punta de sus dedos, no deseaba que nada los ralentizara.

Leon y Claire pasaron al otro lado, dejando ese escenario absurdo a sus espaldas, y colocando de nuevo el espejo en su lugar para cubrir sus pisadas. 

No parecía que nadie se hubiera percatado de su presencia. Incluso Alexis hizo contacto visual con Leon y el muy idiota no se había dado cuenta de quien era. Pero aun así, no debían confiarse. Solo tendrían que hablar con esa muchacha que esperaba a Alexis en su despacho, para darse cuenta de que ellos habían pasado por ahí.

Y aunque Alexis y su equipo ignoraran del todo que ellos conocían ese pasadizo secreto, porque gracias al universo no sabían que Hunnigan había conseguido entrar en contacto con ellos, si esa chica hablaba y el equipo de Alexis, al buscarlos, no los encontraban, sería como sumar dos mas dos para llegar a la conclusión de que habían escapado por el pasadizo secreto a través del espejo.

El espacio al otro lado del espejo, nada tenía que ver con los pasos de mantenimiento por los que habían transitado hasta ahora, siguiendo con la temática opulenta y absurda.

Si antes la decoración general eran pareces, suelos y techos de hormigón, ahora era todo lujo y esplendor. Y eso era tan ridículo que a Leon se le escapó la risa.

En fin. Un pasadizo secreto que te lleva directamente con el exterior, podría tener muchos usos, pero para el agente especial, estaba claro que el principal uso, era servir como salida de emergencias, en caso de que algo terrible ocurriera dentro del complejo.

Así que eso lo hacía una zona poco transitada. Una zona no hecha para el disfrute, como por ejemplo ese baño ahí atrás, sino una zona de un uso en concreto, en el que disfrutar de un suelo de madera oscura, unas paredes suaves y blancas, unas lámparas de techo de diseño contemporáneo, unas plantas por aquí y por allá y de cuando en cuando algunos cuadros o pequeñas esculturas sobre pedestales de madera, no tenía ningún sentido teniendo en cuenta que tal vez usases ese paso una vez en la vida. Y sin poder afirmar que al volver, todo estaría en perfectas condiciones, si el hecho de pasar por ahí era con motivo de huida.

Pero intentar encontrarle el sentido al estrafalario de Alexis era como querer desentrañar todos los misterios del mundo. Simplemente imposible.

Leon y Claire trotaron por el espacio avanzando con velocidad y girando unos cuantos recodos, hasta llegar a un pasillo donde, al fondo, por fin encontraron el ascensor privado de Alexis.

Nadie sabrá nunca el alivio que sintieron nuestros protagonistas al ver la salida tan ansiada, a tan solo unos pocos metros de distancia.

Corrieron hacia el ascensor, que poseía una forma cilíndrica demasiado parecido a los tanques de incubación, con sus paredes de cristal. Y al entrar, encontraron que solo poseía dos botones. Arriba y abajo.

Leon calcó el botón que les subiría. Y las puertas acristaladas se cerraron, acompañado de una voz femenina que saludaba al señor Belanova y anunciaba la subida al siguiente piso.

El recorrido había sido muy corto, y básicamente el ascensor emergió del suelo en el siguiente nivel, abriendo sus puertas para que Claire y Leon salieran al otro lado.

Una vez que el ascensor estuvo vació, sus puertas volvieron a cerrarse y el ascensor desapareció por el suelo, cubriendo el espacio que dejaba, con un círculo del mismo diámetro que el ascensor, y del mismo gres blanco del suelo del lugar, que se deslizaba mecánicamente y encajaba en el sitio, haciendo que nadie supiera nunca que ahí abajo había un ascensor. 

Ese sí era un diseño inteligente.

El espacio donde ahora se encontraban Leon y Claire no era el exterior como les había anunciado Hunnigan, sino un espacio cubierto y grande, con forma circular, que poseía unas escaleras bordeando las paredes que subían en espiral hacía una puerta que probablemente sí era la salida.

De todas formas, desde donde ellos estaban, al fondo de ese espacio, había otro ascensor de aspecto similar al anterior, que les subiría hasta la misma puerta, allá arriba, sin tener que usar las escaleras por donde, sin duda, se tardaría mucho más, teniendo en cuenta que ascendían recorriendo toda la pared esférica de aquel lugar. 

Ese ya no era un diseño inteligente.

¿Pero a quién le importaba? Estaban a un ascensor de distancia del exterior. Y ambos eran muy conscientes de que ahí afuera todo iba a resultar muy difícil, pero el siguiente paso era conseguir llegar al exterior, fuera este un camino de rosas o un infierno.

Todo el espacio que los rodeaba estaba lacado en blanco, conformado por pantallas metálicas remachadas y embellecidas que, de alguna forma, de blanco y pulido que estaba todo, hacía a uno sentirse muy incómodo y fuera del planeta. 

Grande y diáfano como un hangar, donde el silencio reinaba, pero no así la paz.

—Al ascensor. —Le dijo Leon a Claire, al tiempo que corrían de frente hacia el final de ese extraño espacio.

En ese momento, a Claire se le erizó el bello de todo el cuerpo, sintiendo las agujas del peligro pinchándola en la nuca.

—Leon. —Llamó la pelirroja, frenando al rubio, quien se giró para mirarla. —Algo no va bien.

—¿Qué quieres decir? —Preguntó el rubio, que se tomaba muy en serio las advertencias de la pelirroja.

—Un B.O.W. anda cerca. Lo puedo sentir. —Contestó Claire, que comenzaba a sentir su instinto protector tomar el control.

—No nos detengamos. Lleguemos al exterior. —Le dijo Leon, girándose para seguir corriendo hacia el ascensor, con Claire siguiéndole a trote ligero, tratando de acallar el instinto que gritaba dentro de ella.

Y a mitad del recorrido se encontraban cuando, de repente, ambos escucharon tres ráfagas rápidas y cortas de aire, pasando muy cerca de sus cabezas.

¿Alguien les había disparado con un silenciador?

—Leon. —Llamó Claire a las espaldas del rubio, con la voz acampanada y llena de aire.

Cuando el agente especial miró hacia la pelirroja, encontró a esta con los brazos laxos a cada lado de su cuerpo, respirando pesadamente, con los ojos acuosos y abiertos como platos, mientras se dejaba caer de rodillas.

Pero cuando Leon miró mejor, vio que Claire tenía tres dardos clavados en el cuello. Dardos tranquilizantes como para tumbar a un elefante.

—¡Claire! —Gritó Leon, acercándonse con premura la pelirroja, y tomándola en sus brazos antes de que esta se desplomara en el suelo, sin apartar sus ojos de él.

—N-no me... pudd... movr. —Trató de decir Claire, que había perdido el control sobre los músculos de su cuerpo. —Le-on.

Leon arrancó de su cuello los tres dardos y se disponía a cargarla cuando dos fuertes golpes sonaron a su espalda, a cada lado,  como si dos grandes pianos de cola hubieran sido arrojados desde un quinto piso hasta el suelo.

Y antes de que Leon pudiera comprobar de qué se trataba, dos grandes Tyrant lo habían alcanzado y, tomándolo de los brazos, tiraron de él hacia atrás alejándolo de Claire, que pese a poder observarlo todo, entre lágrimas silenciosas que escapaban se sus ojos, no podía hacer nada, ahí tirada en posición fetal.

—¡Clairee! —Volvió a gritar el agente especial, forcejeando con los dos Tyrant, que por lo demás, no estaban tratando de despedazarlo.

Una vez hubieron tomado distancia, los Tyrant se detuvieron.  Y aun sin sotar a Leon, ahí se quedaron plantados, como estatuas. 

El agente especial comenzó a patear la medial de uno de ellos, pero era como patear una montaña, no servía de nada.

Trató de tirar de sus brazos para soltarse, pero lo único que consiguió fue sentir un fuerte dolor en el hombro donde todavía tenía unos puntos recién cosidos.

De las escaleras que giraban alrededor del espacio, por encima de sus cabezas, aparecieron un centenera de soldado de la unidad especial, apuntando a Claire con sus armas, ante la atónita mirada de Leon.

“¿Qué cojones está pasando?” Pensó el agente especial, que todavía no daba crédito a lo que sus ojos veían. Les habían rodeado. ¡Les habían atrapado! Pero, ¡¿cómo?!

En ese momento, varios metros más allá de Claire, del suelo surgió el ascensor privado de Alexis, de cuyo interior salió el CEO de Trizom, mientras la voz robótica femenina anunciaba su llegada a ese nuevo nivel.

Alexis clavó sus ojos en los de Leon, sonriendo con suficiencia y diversión, mientras aplaudía acercándose a ellos, rodeado de diez de sus hombres.

Sus aplausos eran lentos, lánguidos, casi aburridos. Y a medida que se iba acercando, su sonrisa se iba ampliando.

—Bueno, bueno, bueno. —Comenzó a hablar Alexis, permitiendo que su voz reverberara por todo aquel espacio. —¿Pero qué tenemos aquí?

Leon no podía salir de su asombro. Es que no podía. Iba a entrar en shock y eso sí que no se lo podía permitir. Así que trató de recordar cómo volver a pensar y respirar.

—Señor Kennedy, si pudiera ver su cara en estos precisos instantes. —Le habló Alexis al rubio, dejando de aplaudir y metiendo sus manos en los bolsillos de sus pantalones. —Es un poema. —Añadió riéndose a labios cerrados, haciendo que ese sonido grave volviera a llenar el espacio.

Leon parpadeó. Se humedeció los labios y frunció el ceño, buscando la forma de recuperar el habla y salir de su asombro.

Les habían atrapado. ¡Les habían atrapado!

No era la primera vez que lo atrapaban en una misión. Podían salir de esa. Podían encontrar la fórmula. Pero para eso hacía falta pensar y observar.

Pero lo que le hacía al rubio tan difícil seguir adelante con su flujo de pensamiento normal, era esa pregunta aplastante que estaba arrasando dentro de su cerebro. ¿Cómo les habían atrapado?

 Se sentía cómo si estuviera todo muy planeado. Como si todo hubiera sido un teatrillo desde que salieran del nido de los Lickers.

Antes, en el área A de Alexis, Belanova había hecho contacto visual con Leon y pasó de largo. ¡Pasó de largo! Y Leon estaba tan agradecido y aliviado, que no se había parado a pensar que esos dos se habían mirado lo suficiente, como para que los ojos del rubio fueran muy reconocibles para el platinado.

Pero no podía ser.

¿Cómo se habían adelantado a sus acciones? ¿Les habían espiado de alguna forma mientras hablaban con Hunnigan sin que esta lo supiera? ¿Los tuvieron siempre bien controlados a través de las cámaras de vigilancia? ¿Les escucharon al hablar?

Leon tenía que sacarse esa pregunta de dentro para poder plantar sus pies en la tierra. Pero ni siquiera hablar parecía fácil.

—¿Co-cómo? —Preguntó Leon, casi en un susurro. —¿Cómo has...

—¿Cómo os he atrapado? —Preguntó Alexis, echándole un cable a Leon, que no parecía muy listo en esos momentos.

Alexis sonrió, encogiéndose de hombros.

—La respuesta corta sería que os he atrapado porque soy más inteligente que tú, agente especial. —Ronroneó Alexis, como siempre, desde la más absoluta arrogancia. —Pero la respuesta larga, te va a encantar.

» “Cuando el nido cae del árbol, las hojas en las copas florecen.

Y si el río crece con las lluvias, entonces el nido se convierte en barca.”

»¿Te suena?

Leon no podía abrir más los ojos. ¿Cómo era posible? Alexis estaba recitando los códigos secretos entre Hunnigan y él. ¡¿Cómo era posible que los supiera?! 

¡Les habían estado espiando!

—Interceptasteis la conversación que mantuve con mi compañera de logística. —Dijo Leon entonces, siendo capaz de enlazar una frase con otra, en una oración completa y fluida, pero con la voz hecha un susurro.

—No, mi amor. —Contestó Alexis, sin dejar de sonreír, negando suavemente con la cabeza. —Es algo mucho más divertido que eso. 

¿Algo más divertido que eso? ¿A qué se estaba refiriendo Alexis?

—Con quien estuviste hablando durante todo este tiempo, —Añadió el CEO ronroneando como un gato satisfecho estirándose después de una larga siesta. —, fue conmigo.

 

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

 

Chapter 20: Por ella

Notes:

ADVERTENCIA: Capítulo altamente sensible. Puede herir sensibilidades. Agresión sexual explicita. Se aconseja la discreción del lector.

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

—¿Qué? —Susurró el rubio con tanto aire cuando la pregunta se escapó de entre los labios, que apenas había sido audible.

El sonido que las pisadas de Alexis producían sobre el suelo, eran de la misma claridad y limpieza que sus pulcros y brillantes zapatos.

El sonido de esos pasos, no solo llenaban el espacio, cuya acústica parecía estudiada y tramada para que esos pasos reverberaran en cada centímetro del lugar; sino que también estaban llenando todos los espacios en la mente de Leon, como si el arquitecto que lo ideó, lo hubiera preparado desde su nacimiento para ser ensordecido en ese momento.

La vibración en sus tímpanos  era tan perturbadora, que para el rubio esos pasos aproximándose a ellos, ya no eran las zancadas de un hombre, sino el repicar de las campanas de la muerte, sonando tan próximas, que un escalofrío recorrió la columna del rubio con tal potencia, que bien habría podido ser un latigazo.

Tal vez un latigazo hubiese dolido menos, ya que solo produciría dolor físico, y no el dolor que se siente al ver tu orgullo destruido en mil pedazos.

Leon cerró los ojos, tratando de aplacar los sonidos. Buscando un lugar silencioso dentro de sí mismo.

El rubio apretaba los dientes. Los maseteros le iban a estallar de un momento a otro y un fuerte dolor de cabeza comenzaba a hacer acto de presencia, invocada como había sido por todas las respuestas fisiológicas del agente especial.

Los Tyrant apostados a sus lados seguían sin moverse, pero apretaban su agarre alrededor de los brazos del rubio tan fuerte, que este comenzaba a sentir en la punta de los dedos, el hormigueo previo al entumecimiento.

Su respiración era demasiado rápida. Demasiado amplia. Demasiado temblorosa. Preludio de un ataque de ansiedad.

Leon apretó más sus ojos. Tenía que lograr estabilizarse. Tenía que encontrar el camino de regreso a su yo con más aplomo. Porque el agente especial no podía olvidar un hecho esencial en su trabajo. Y es que, mientras siguiera vivo, siempre habría posibilidades de escapar.

Y él seguía vivo. 

Y Claire seguía viva. 

Y les habían atrapado, cierto.

Y a ella la volverían a meter en la maldita probeta gigante, y a él le iban a torturar de formas inimaginables. 

Esa, era una realidad incontestable. 

Pero estaban vivos. Y mientras eso no cambiara, Leon no iba a cejar en su empeño por encontrar la libertad.

Así que el rubio se obligó a respirar con calma, a pensar con claridad y a armarse de valor, para afrontar lo que estaba ocurriendo enfrente de sus narices.

—¿Sigues con nosotros, Leon? —Preguntó la afilada voz de Alexis, siempre con un deje de diversión en cada palabra que pronunciaba. —¿O es que te ha dado un ictus? —Volvió a preguntar, acompañando su falsa curiosidad con una pequeña carcajada.

Leon abrió los ojos y miró al platinado por debajo de sus cejas, con todo el odio que el CEO se aseguraba de cocinar dentro del agente especial.

—¡Oh! ¡Qué fiereza! —Dijo Alexis, al ver cómo los azules de Leon se clavaban sobre sus pupilas. —Se me escapa el control de las manos cuando me miras de esa forma, mi amor. —Ronroneó el platinado, pasando la punta de su lengua por su perfecta dentadura. Como haría un leon después de ponerse las botas con una gacela.

Ya empezaban los juegos mentales de Alexis.

Leon no podía descifrar si lo que decía iba en serio o simplemente era un genio del desconcierto y lo desagradable.

—¿Sabes realmente por qué os he atrapado? —Siguió hablando Alexis. —Porque vosotros dos, cachos de mierda, me habéis subestimado.

»Recuerdo que en el pasado tuvimos una muy interesante conversación, Leon, en la que me decías que mi mayor error había sido subestimar a mi enemigo. Y resulta que eso es exactamente lo que has hecho tú, ¿no es del todo patético?

Alexis se paseaba de un lado a otro por detrás de Claire, mientras hablaba con total suficiencia. Una mano dentro de uno de los bolsillos de su pantalón, y la otra mano, girando en el aire y apoyándose en su mentón, de cuando en cuando.

Era como si tuviera el culo pelado de hablar delante de cientos de personas, llevando siempre la razón. Hasta parecía ciertamente aburrido el hombre.

—Debo reconocer, rompiendo una lanza a tu favor, que no te lo puse nada fácil. Soy una gran actor. —Dijo Alexis, sin detener sus pasos. —Pero me jodiste tanto en el pabellón de los Lickers, amigo mío, que me volví loco buscando la manera más inteligente de atraparte, y de jugar con tu mente al mismo tiempo.

»Gracias por la motivación, cabrón.

—Sí, te escuché gritar en la distancia. —Contestó Leon, hablando con normalidad por primera vez, no pudiendo contener el veneno de su lengua. Sobre todo si este se dirigía a Alexis. —Tuve la esperanza de que uno de tus juguetes te hubiera reventado.

Alexis detuvo su paseo y, al mirar de nuevo a Leon, este pudo ver en el perfecto rostro del platinado, cómo sus ojos se estrechaban y un tic nervioso atacaba sobre la cúspide de una de sus cejas, haciendo que sufriera una ligera convulsión.

Alexis se llevó una mano al puente de la nariz, al tiempo que cerraba los ojos e inspiraba profundamente.

—¿Me escuchaste gritar en la distancia? —Preguntó el CEO con la voz trémula. —Yo te voy a escuchar gritar muy cerca.

A Leon no le cabía duda. 

Tal vez, en una situación tan desventajada como en la que él se encontraba, empezar un concurso de “pullitas” no era la respuesta más inteligente.

Pero joder, si lo iban a torturar, al menos que le dejaran divertirse destrozando un poco el orgullo de ese niñato malnacido.

—Sin embargo, no adelantemos acontecimientos, por favor. Me gusta que todo fluya muy lentamente cuando tengo la sartén por el mango. 

»Sobre todo si eso me permite regodearme en tu humillación, agente especial. —Y dicho esto, Alexis le guiñó un ojo al rubio. Tan seguro se sentía de sí mismo.

—¿Cómo conseguiste los códigos secretos entre mi compañera y yo? —Preguntó Leon, queriendo dejar de lado los juegos tóxicos de Alexis, para centrarse en lo que tenían entre manos.

Y, ¿quién sabe? Si lo entretenía a preguntas el tiempo suficiente, puede que a Claire le diera tiempo a sobreponerse a los dardos tranquilizantes. 

Aunque a juzgar por su estatismo en el suelo, no parecía que eso fuera a ocurrir.

—¡Oh! Esta es una historia interesante. —Contestó Alexis, volviendo a su paseo ensordecedor y petulante. —Verás, Ingrid Hunnigan es una fuera de serie. —Leon, no pudo evitar el asombro que sintió momentáneamente, al escuchar a Alexis mencionar el nombre de Hunnigan. —Nos ha estado contra hakeando, sin descanso, desde que le dimos la patada.

»Ahora mismo, mientras hablamos, sigue intentándolo. Lo cual me lleva a preguntarme, ¿esa mujer, duerme? —Alexis, hablaba ahora mostrando cierto deje de admiración hacia la compañera de logística de Leon. —Y sé que mis hombres le han dado una paliza, digitalmente hablando. Cien hombres contra una mujer no es una pelea justa, se mire por donde se mire. Y sin embargo, ella los tiene totalmente desquiciados.

»¡Es que es increíble! Creo que me he enamorado. —Dijo esto último el platinado, echando la cabeza hacia atrás carcajeándose. Como si a sola idea de que se pudiera enamorar, fuera tan patética, que la única respuesta posible a ello fuera romper a reír.

—El caso, Leon, es que básicamente mi equipo de informáticos se han metido en casa de Hunnigan hasta la cocina. Y no sería por falta de puertas y cerrojos, te lo aseguro.

»¿Sabías que tu compañera tiene un registro de vuestra actividad, minuciosamente detallado, así como un archivo que habla solo de ti? —Preguntó Alexis, sin borrar esa sonrisa satisfecha se su rostro. 

Pero por lo demás, claro que Leon lo sabía. Formaba parte del trabajo de Hunnigan llevar esa clase de registros para el gobierno. 

—Ahora te conozco mucho mejor, gracias a ella. —Continuó el CEO. —Aunque debo decir que formar parte del programa “Nadie” del gobierno de los Estados Unidos, hace muy difícil conocer ciertos detalles de tus misiones.

»Pero supongo que es bastante con saber que eres un superviviente de la masacre de Raccoon City, experto en la lucha con cuchillos, que hablas tres idiomas con fluidez (lo cual me parece muy sexy), y que se ha puesto en entredicho tu lealtad hacia el gobierno, al haber sido relacionado con la sicaria Ada Wong.

»¡Ah! Y que no sabes pilotar helicópteros. —Añadió Alexis esto último, ampliando su sonrisa aun más. —Te juro que pensé que me habías cazado cuando me mencionaste el protocolo de las doce horas y, después, me dijiste que debería recordar que no sabes pilotar un helicóptero, y que además, los nuestros no funcionan por control remoto. —Ahora Alexis alzó sus dos cejas con cierta expresión de asombro. —Reconocerás que he conseguido hacerme perfectamente con el lenguaje con el que Hunnigan y tú os comunicáis pero, ciertamente, cuando mencionaste todas esas cosas, me di cuenta de que había cometido un error, y de verdad pensé que me habías atrapado, Leon. Pero no. 

»No te castigues demasiado. Estás cansado y yo soy superior. —Dijo el platinado, inclinando su voz hacia una falsa compasión. —Además, castigarte va a ser mi dulce trabajo. Y joder, cómo lo voy a disfrutar. —Dijo esto último, en un frito vocal, mientras echaba la cabeza hacia atrás y cerraba los ojos. Sin duda imaginándose todas las formas en que sodomizaría a Leon.

Leon recordaba que esa última conversación con la falsa Hunnigan le había dejado claramente escamado. Reconocía que la situación había sido cuanto menos sospechosa. Pero también reconocida que el cansancio físico y mental que acarreaba en esa misión, le hicieron actuar  tirando más de fe que de lógica aplastante.

Y ese error podría ser el que los atrapara para siempre.

El rubio no sabía si algún día se podría perdonar.

Miró entonces a Claire. La muchacha seguía de costado en el suelo, con sus ojos apoyados sobre el rubio. Solo el movimiento de su pecho al respirar y los perezosos parpadeos en sus ojos, la hacían ver viva. 

Pero Claire lo estaba escuchando todo, con su consciencia perfectamente despierta, pero con cierta sensación levitativa, como si estuviera borracha.

Sin querer, cuando Leon la miró, esta pudo escuchar dentro de su cabeza la voz de su rubio, quien le decía que lo sentía  y que ojalá pudiera perdonarlo. Porque la había fallado.

Claire solo sabía que podría morir en ese preciso instante, y se iría de este mundo llena de amor hacia Leon y sin nada que reprocharle, ni nada que perdonarle. Porque la pelirroja no olvidaba que él había puesto en riesgo su vida, llegando incluso a perderla, solo por ella. En un momento de su relación en que cualquier otro la habría dejado en la estacada.

Orgullo, admiración y amor, eran las bases que sustentaban el resto de fuertes sentimiento que albergaba la pelirroja por Leon. Así que si pudiera, le diría que no se disculpara. Que había luchado con todas sus fuerzas, como el héroe que es. Y que le esperaría, allá a donde fuese.

Y en medio de esos pensamientos, una nueva lágrima brillante se derramó de un ojo de Claire, deslizándose hasta el puente de su nariz y cayendo al suelo, donde comenzaba a crearse un pequeño charco de sentimientos.

—Pero Hunnigan es muy, pero que muy inteligente. —Siguió hablando Alexis, devolviendo a Leon y Claire al presente. —Sí, sí, muy inteligente.

»¿Sabes? La quiero en mi equipo. Así que les ordené a mis informáticos que descubrieran todo sobre ella. 

»Sobre todo, dónde vive y cómo la puedo localizar.

—¡Deja a Hunnigan en paz! —Respondió Leon, de repente, con un rugido propio del rey de la sabana. Tirando de sus brazos hacia Alexis, sintiendo un horror profundo al imaginar que Hunnigan pudiera estar en peligro.

—¡Guau! ¡Pero si estás despierto! —Dijo Alexis, riéndose, pero claramente impresionado por la súbita fuerza con la que habló el rubio. —Pero Leon, entiéndelo, no es personal. Quiero tener a los mejores bajo mi mando.

»Y esa mujer vale su peso en oro.

—¡Hunnigan jamás trabajaría para un puto psicópata de mierda como tú! —Le gritó Leon, todavía sin rendirse en su forcejeo inútil contra los Tyrant.

Alexis cerró entonces los ojos, llevándose una mano al cuello mientras echaba la cabeza hacia atrás, gimiendo a labios cerrados.

—Cómo me excita que me hables así, agente Kennedy. —Dijo el platinado, volviendo a bajar la cabeza mordiéndose con fuerza el labio interior y mostrando unas mejillas sonrosadas que lo hacían ver incluso tierno. Clavando sus grises en las pupilas de Leon. —Me estoy conteniendo para no follarte aquí mismo, quiero que lo sepas.

Leon sintió cómo una arcada quería subir por su garganta ante esas palabras. El cabronazo de Alexis estaba realmente excitado. 

Seguro que parte de su admisión de excitación jugaba un papel muy importante en su empeño por minar la moral de su contrincante. Pero eso no hacía menos cierto que la excitación era real. 

Tan real como sus amenazas.

Leon tragó saliva, controlando la arcada. Pero el gesto fue tan sonoro y tan amplio, que Alexis no pudo evitar enfocar su atención ante el movimiento ascendente y descendente de la nuez de Adán del rubio.

—¿Lo has hecho a propósito? —Preguntó Alexis, volviendo sus ojos a los de Leon, con una voz susurrada y crocante.

—¿El qué? —Preguntó el rubio.

—Tragar saliva de esa forma. —Volvió a susurrar Alexis.

Leon no respondió a esa pregunta. ¿Cómo iba a suponer él  que algo tan humano como tragar saliva, iba a ser otro de los motivos de excitación del perturbado que tenía delante?

—Cuanto te voy a hacer tragar. —Añadió Alexis que, por un momento parecía, estar en trance.

Sus ojos miraban hacia los ojos de Leon, pero no le veían. Alexis estaba en otro lugar provocativo dentro de su mente, y se quedó ahí durante unos segundos. El tiempo suficiente para que el agente especial pudiera ver en esa mirada, todas las cosas horribles que el CEO le iba a hacer en cuanto se acabara la charla. 

Y Leon se sintió enfermar.

—Como me toques un pelo, —Dijo Leon. —, te reviendo la cabeza.

Alexis pestañeó rápidamente, como volviendo al presente. Y tras procesar las palabras de Leon, se echó a reír.

Y lo hizo de una forma absolutamente auténtica. De una forma tan poco estudiada, ni forzada, ni enmascarada tras su petulancia, que parecía que realmente las palabras de Leon le habían hecho genuina gracia.

Incluso se inclinó hacia adelante apoyando las manos en sus cuádriceps, acompañando la risa con todo su cuerpo.

Cuando acabó, recuperando paulatinamente la compostura, la respiración normal y, retirando alguna que otra lágrima, volvió su vista a Leon.

—¿Y eso que me vas a hacer, va a ser antes o después de mis Tyrant te arranquen los brazos? —Y sin poder evitarlo, Alexis se volvió a reír con fuerza, mientras trataba de volver a hablar. —Perdona que me ría tanto, sé que esta actitud no es profesional,  pero es que la imagen es divertidísima.

»Te imagino como al caballero negro de los Monty Python. Tratando de golpearme con los pies, hasta que mis Tyrant te arrancaran las piernas, y de ti solo quedase un torso con una cabeza gruñona, que siguiera amenazando, patéticamente, con arrancarme la cabeza.

Alexis se seguía riendo y sus hombres comenzaban a reírse con él. Siempre tratando de hacer el menor ruido posible, pero siendo delatados sus hombros en movimiento.

—Y aun así, quedaría de ti lo que necesito para jugar. —Añadió Alexis, recuperando la compostura, y sintiendo que una idea brillante se encendía en cabeza. —No descarto no hacerlo, ahora que lo pienso.

»Joder, ¡soy un genio!

Leon estaba comenzando a sentir el calor interno propio de la rabia y la ira que el CEO era capaz de invocar en él, mientras quemaba al platinado con el hielo de su mirada.

—Acércate y comprobemos si no soy capaz de desnucarte de una patada. —Amenazó Leon, con la voz hecha oscuridad.

—Leon, Leon, Leon. —Comenzó a decir Alexis. —Cuando me acerque a ti, será porque tú me lo estés suplicando.

—Pues espera sentado. —Contestó Leon, con su voz cada vez más gutural.

—Cuando te toque, —Alzó la voz Alexis, poniéndose muy serio repentinamente. Sin duda ese hombre tenía algún tipo de bipolaridad. —, será porque tú me lo estés suplicando; cuando te bese, será porque tú me lo estés suplicando; y cuando te folle, será porque tú me lo estés suplicando. 

»Te juro, que cada cosa que te voy a hacer, será porque me lo estarás suplicando.—Alexis había perdido momentáneamente la sonrisa en su amenaza, y su ceño se había fruncido en una “V” perfecta.

Leon entornó sus ojos. Ese hombre ante él estaba loco, algo que ya sabía. Pero además se creía tanto sus propias fantasías, que conseguía hacer sentir escalofríos por dentro al agente especial.

—Joder. —Dijo Alexis, sonriendo dulcemente al rubio, como si se le hubiese pasado el cabreo de un soplido.. —Es que no tienes ni idea de lo que se te viene encima, mi amor. —Alexis, hizo una pequeña pausa cruzándose de brazos, volviendo a pasar su afilada lengua por la hilera perfecta de dientes en su boca. —Me voy a hacer con todo lo que más amas en este mundo. Empezando por tu cuerpo y tu mente, y acabando por Hunnigan.

—¡Qué no la metas en esto! —Rugió Leon de nuevo, con ira, pero sintiendo como sus brazos comenzaban a palidecer por la falta de riego sanguíneo.

—¡Oh! ¡Por favor! ¿Cómo puedes ser tan egoísta? —Preguntó Alexis, lleno de diversión. Hasta a él le hacía gracia la hermosa ironía de ser un niño rico acusando a otra persona de ser egoísta. —¿Es que acaso tu papá no te enseñó a compartir? —Cuando el platinado dijo esto, Leon sintió el pinchazo de algo aterrador clavándosele en el pecho. Como una intuición a quemarropa. —Uno esperaría más de la educación de un comisario de policía, ¿no creéis chicos? —Preguntó entonces el CEO, dirigiéndose hacia sus hombres, quienes contestaron afirmativamente, mientras se reían con discreción. —Creo que te faltaron palizas. —Añadió Alexis, entornando sus ojos, sabiendo perfectamente que estaba tocando una parte muy sensible del agente especial.

Leon comenzó a temblar inconscientemente, escuchando los gritos de su padre en su cabeza, como si lo tuviera justo en frente.

El trauma que seguía dentro de él sin subsanarse, quería hacer acto de presencia. Alexis se estaba metiendo dentro de su cabeza y quería destrozarlo para incapacitarlo.

Pero él hacia poco se había perdonado así mismo y había enfrentado a su padre en su interior. Era más fuerte que antes, y no iba a darle a Alexis la satisfacción de verle flojear.

—¿Dónde estaba mamá para protegerte? —Soltó entonces el platinado, antes de darle a Leon la oportunidad de recomponerse tras mencionar a su padre. —¡Ay! ¡Joder! Pero, ¿cómo puedo ser tan despistado? Si la señora Kennedy murió agonizando sin poder despedirse de su cachorro.

»Pobrecilla.  —Añadió este, haciendo un mohín.

Leon cerró los ojos, tratando por todos los medios de los que disponía, que no eran mucho, de no llorar.

Iba a afrontar ese maltrato psicológico con entereza. Era uno de los mejores agentes especiales de su país. Se había enfrentado a monstruos tan grandes que ya solo sentía miedo de ellos en sus pesadillas, y nunca, jamás,  había perdido una batalla.

Y ahí, con esos pensamientos de coraje, la imagen de su madre apareció ante él, sonriéndole y recordándole que le quería y que estaba orgullosa del hombre en que se había convertido.

Leon abrió los ojos y los clavó en el CEO.

—Enhorabuena. —Comenzó el rubio. —Has descubierto mi triste infancia. Un padre alcohólico y maltratador, una madre muerta, y un futuro chungo e incierto.

»Si les dices a tus bestias que me suelten, te aplaudiré.

—Uff, que duro eres, mi amor. —Contestó Alexis, sin cambiar en nada su postura o su expresión. —Claro que delante de Úrsula, duro, duro, no te pusiste.

—Joder, ¿cómo cojones sabes eso? —Contestó Leon, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás. Estaba tan agotado de tenerlo enredando en su emociones que comenzaba a insensibilizarse. —Empiezo a pensar que eres un B.O.W.

—Por favor, deja los insultos para la cama. —Le respondió el platinado. —Simplemente entrar en los archivos de tu psicóloga es tan fácil como girar un picaporte.

»De verdad te digo que tengo muchísimo material para volverte loco.

—No lo pongo en duda. —Contestó Leon. —Pero a todo esto, ¿dónde están tus padres? Porque yo puede que sea un pobre huerfanito, pero no veo que hayas tenido figuras paternas que te educaran.

—Qué poca atención prestas, mi amor. —Respondió Alexis, tranquilamente. —Ya te lo he dicho. Están de viaje.

»Y para tu conocimiento, mis padres siempre han estado conmigo, encargándose de malcriarme.

—¿Son hermanos? —Preguntó Leon, tajantemente. —Os parecéis todos mucho.

—Veo que has reparado en el retrato de mi escritorio. —Dijo Alexis sonriendo, con cada vez más tranquilidad. Como si estuviera hablando con un colega. —Sí, Leon, mis padres son hermanos.

»Tan turbio y excitante como te imaginas.

—Así que tu padre es tu tío. —Contestó Leon, que realmente sólo deseaba meterse con Alexis y hacerle daño. Pero no imaginando que realmente sus padres fueran hermanos. —Ahora todo tiene sentido. —Añadió el agente especial. —Estás loco.

—Y ahora que mi locura tiene una justificación en tu cabeza, ¿crees que mis actos tienen perdón? ¿Sientes alguna clase de compasión por mi? —Preguntó Alexis, sonriendo ampliamente de nuevo. Señal de lo divertido que le resultaba todo.

—Por ti solo soy capaz de sentir asco. —Contestó el rubio. —Pero tal vez te mataría más rápido de lo planeado hasta ahora.

—Egoísta pero generoso. ¿Cómo es posible? —Preguntó el CEO.

—Tal vez porque solo soy generoso. —Contestó Leon. —Entiendo que te hagas el lío con una palabra tan nueva para ti. Pero no te preocupes, iras aprendiendo a medida que se te vaya desarrollando el cerebro.

—Has entrado en mi casa. Has matado a más de la mitad de mis hombres. Me has robado un experimento y me has destrozado el laboratorio. —Comenzó a enumerar Alexis. —Lo único que pido a cambio de semejante agresión, es recuperar mi bien robado, torturarte hasta la muerte y hacerme con tu compañera de logística, ¿y no eres un egoísta por querer negármelo?

—De nuevo, —Respondió Leon, al que casi consigue sacarle una sonrisa. —, ya lo entenderás cuando se desarrolle tu cerebro.

Alexis se quedó callado mirando a Leon desde su sonrisa perversa.

Entonces, el platinado, que hasta ese momento solo había interactuado con Leon, bajó sus ojos a la figura fetal de Claire en el suelo, a solo un paso de distancia del él.

—Pero si casi me olvido de mi juguete preferido. —Dijo Alexis, acercándose totalmente a Claire.

Recorrió su figura con la mirada, de un extremo al otro y, después, miró a Leon con veneno en la sangre. 

—¿Sabes, Leon? —Comenzó a hablar el CEO. —Desde que llegaste a mi vida, el único que ha perdido aquí, he sido yo.

»Y odio perder.

Dicho lo cual le lanzó a Claire una potente patada contra la columna vertebral, sin que esta se moviera o se quejara de algún modo, paralizada como estaba.

—¡Hijo de puta! —Gritó Leon, de nuevo, forcejeando con los Tyrant y tirando de su cuerpo al frente. —¡No la toques, cabrón!

—Perdona, mi amor, ¿has dicho algo? —Preguntó el platinado con ironía. —¡Ah! Que la pateé más fuerte. ¡Hecho!

Y dicho lo cual, volvió a propinarle a Claire otra patada en el mismo lugar. Y después otra, y después otra. Cada cual más fuerte que la anterior. Ahora levantando la pierna y pisándole las costillas con toda la furia que llevaba dentro.

—¡Para, joder, para! —Seguía gritando Leon, ante la imagen más espantosa que hubiera visto en su vida. Incluida a Claire dentro de la incubadora. 

Ver a alguien agrediéndola, y no poder hacer nada, era la tortura mental que Alexis estaba reservando para él. 

—¡Te voy a matar mal nacido!  —Amenazó Leon, desesperado.

—¿Cómo? ¿Que por delante? Joder, Leon, eres un sádico. —Volvió a hablar Alexis, divirtiéndose muchísimo con la situación, girando alrededor de la pelirroja y pateándola en el estomago con fuerza, dándole la espalda a Leon.

—¡No, no! ¡Joder! ¡Para, déjala, hijo de puta! ¡Hijo de puta! —Gritaba Leon totalmente fuera de sí, tirando de sus brazos, pateando a los Tyrant con todas sus fuerzas, y sintiendo el calor de la ira quemarle la piel.

Alexis paró entonces, aullando como un lobo y recolocándose el traje que se le había arrugado tras la paliza que le acababa de propinar a la pelirroja, cuyo cuerpo comenzaba a mostrar diferentes moratones ahí donde el platinado la golpeó.

—Te juro que voy a acabar contigo. —Le seguía amenazando Leon, con la voz temblorosa de pura ira. —Te juro que te voy a matar con mis propias manos.

Alexis, como si no escuchara al agente especial, miró el rostro de Claire.

La pelirroja no tenía la capacidad de moverse, pero sí de sentir el dolor. Así que de sus ojos, seguían derramándose más y más lágrimas.

Sin duda, la mujer que había sido, era hermosa. Y por tanto el arma biológica que ahora era, también se mostraba muy hermoso.

Alexis se agachó a su lado y la tomó por la nuca, acercando sus caras y haciendo que la pelirroja pasara de enfocar a Leon a enfocarlo a él.

—¡No la toques! —Gritaba Leon, que no se había callado en todo ese tiempo. —¡No la toques, hijo de puta!

Alexis, todavía ignorando al rubio y, con sorprendida delicadeza, comenzó a limpiar las lágrimas del rostro de Claire con sus pulgares.

—Tienes los ojos más increíbles que he visto en mi vida. —Le dijo el CEO a Claire, con lo que parecían palabras sinceras.

Después, subió sus pulgares y acarició sus cejas. Y cerrándole los parpados, acarició estos, dejando los pulgares momentáneamente ahí apoyados. Quedándose quieto. Pensativo.

Leon seguía gritando. Podía ver el perfil de Alexis perfectamente inclinado hacia Claire. Con sus grandes manos tomándola por el rostro y sus pulgares apoyados sobre los párpados de la pelirroja. ¿En que coño pensaba ahora?

—Me parecen un espectáculo. —Volvió a decir Alexis, apartando sus pulgares, apoyándolos sobre los pómulos de la pelirroja, para alivio tanto de Claire como de Leon.

Pasó entonces un pulgar por los labios de Claire, acariciándolos mientras su ojos grises descendían hasta ahí. Perdiéndose momentáneamente en ellos, antes de alzar de nuevo la mirada hacia los ojos de Claire, sonriendo.

—Pero no puedo olvidar que no eres una mujer. —Habló de nuevo el platinado, apartando los mechones rojos de la cara de la pelirroja y peinándolos detrás de sus orejas. —Lo fuiste, sí.  Pero ya no.

»Reconozco, muy a mi pesar, que me obsesioné un poco contigo cuando te vi por primera vez.

—¡La mujer que tienes en tu dormitorio, da testimonio de eso, puto cabrón enfermo! —Volvió a gritar Leon, que estaba escuchando las cosas que Alexis le decía a Claire, y que ya estaba harto de ver cómo la tocaba. —Ahora, ¡quítale las manos de encima!

—Veo que habéis conocido a Charlotte. —Dijo Alexis, levantando la vista hacia Leon. —Una mujer muy, muy hermosa y absolutamente complaciente en la cama. —Dijo, volviendo sus ojos a Claire. —Pero no tiene tus ojos, C.R.-01.

En ese momento, la expresión en la cara de Alexis cambio en un giro drástico, donde esa dulzura y honestidad con la que se había dirigido a ella desde que dejara de golpearla, se vio sustituida por su cara de sádica diversión, que nunca anunciaba nada bueno.

—Te dije que lo primero que haría en cuanto te atrapara, sería cortarte las manos. —Dijo Alexis, pupila contra pupila, haciendo que Claire quisiera gritar de miedo y salir huyendo. Aunque toda esa energía y todo esos gritos, se quedasen únicamente encerrados en su cabeza. —Y yo siempre cumplo con mis amenazas.

Dicho esto, Alexis se levantó, abandonando su posición al lado de Claire, y caminó hasta uno de sus soldados que llevaba un machete colgando del cinturón de su uniforme.

—¡Hey! ¡Hey, hey, hey! ¿Qué vas a hacer? —Preguntó Leon, con los ojos abiertos como latos de puro terror. —¡¿Qué cojones vas a hacer?! —Volvió a gritar el rubio, fuera de sí.

—No es nada personal, mi amor. —Contestó Alexis, acercándose a paso ligero de nuevo a la pelirroja. —Pero amenacé con cortarle las manos, y ahora debo cumplir con mi promesa.

—¡¿Qué dices?! ¡No, no, no! ¡Detente! —Gritaba Leon, mientras veía a Alexis aproximándose a Claire. —¡No! ¡Para! ¡Alexis, no lo hagas! ¡No tienes por qué hacerlo!

—¿Por qué no iba a hacerlo? Si es muy divertido.

—¡No! ¡Alexis, por favor! ¡Por favor! —Suplicó Leon, dejándose las cuerdas vocales en esos gritos. —¡Alexis, mírame, mírame! ¡Por favor, mírame! —Trataba de llamar el agente especial la atención del CEO, con el corazón en la garganta sacudiéndole desde dentro como a un saco de boxeo.

Alexis miró a Leon, al tiempo que se agachaba al lado de Claire, cuyos ojos, enrojecidos por el llanto, seguían derramando lágrimas silenciosas, a punto de ver como la desmembraban viva.

—¡Escúchame! —Dijo Leon, tragando saliva y tratando de serenarse para hablar con coherencia. —Cortarle las manos no te va a  beneficiar en nada, ¿no lo ves? —El rubio trataba de pensar lo más rápido posible, para convencer al platinado de que cortarle las manos a Claire por puro placer, iría en su contra. —Un arma biológica sin manos, ¿de qué te sirve? ¡Es absurdo!

—Ella me retó. —Contestó Alexis. —Tengo que enseñarle una importante lección a mi criatura. Entiéndelo.

—¡No lo voy a entender! —Gritó Leon, que comenzaba a sentir el picor en los ojos propio de las primeras lágrimas. —¡Vamos, joder! ¡Perdónala! ¡Suelta ese machete! ¡Ya has ganado! ¿Vale? ¡Has ganado! ¡Nos has atrapado! ¡La has recuperado! ¿¡Qué más quieres!? ¡Por favor, suéltala!

Alexis miró pensativo a Leon. El hombre tenía toda la razón. Pero eso no era divertido. Además, los planes de Alexis iban por otros derroteros. Y esos derroteros, implicaban cortarle las manos a Claire.

—¿Sabes? —Comenzó Alexis. —Creo que tienes razón, Leon. Ya sois míos. Ya os he ganado. Y te juro que es del todo satisfactorio. —Alexis se encogió de hombros, sonriendo con arrogancia. —Pero claro, cuando alguien siente las cosas que ha hecho, suele disculparse. —Alexis, entonces, sonrió a Leon con esa sonrisa oscura, que significaba que nada iba a impedir que ese perturbado no llevase a cabo su diversión. —Así que si Claire me pide perdón, juro que la perdonaré y la indultaré del castigo.

»Pero tiene que decirlo alto y claro, mi amor.

—Eres... eres... un puto cerdo, hijo de puta. —Le insultó Leon entre dientes, sintiendo sus dos primeras lágrimas recorrer su rostro.

—No llores, Leon. Se me rompe el corazón. —Dijo Alexis, con toda la ironía en su dulce voz, mientras se llevaba una mano al pecho. —Estoy siendo magnánimo. C.R.-01 tiene una oportunidad de salvarse.

—¡Está sedada hasta las cejas, cabrón! ¡No puede hablar, y lo sabes!

Alexis sonrió ampliamente a Leon, dejando que una pequeña risa saliera de él, casi de un soplido.

—Que se esfuerce. —Y dicho esto, el platinado le guiñó un ojo al rubio.

Leon miró a Claire. La cual seguía completamente estática, sin poder mover nada, más allá de sus parpados.

—Claire, escúchame. —Llamó Leon, que aunque no percibía ningún movimiento por parte de la pelirroja, sabía perfectamente que está le estaba escuchando. —Tienes que intentarlo, ¿vale? Con todas tus fuerzas. Tienes que intentar hablar. Es solo una palabra. Puedes hacerlo. Por favor, amor mío.

—Shhhh... —Le cayó el CEO. —Bastante horrible ha sido ver cómo os besabais, como para tener que escucharos.

»Una palabra más, y se las cortó sin miramientos.

Leon no volvió a decir una sola palabra. Y devolvió sus ojos suplicantes al rostro de Claire.

Y se hizo el silencio.

Poco a poco se empezó a escuchar un extraño sonido. Como las interferencias de radio, pero provenientes de la boca de Claire.

¡Lo estaba haciendo! ¡La pelirroja estaba esforzándose y estaba tratando de hablar!

Pero por más que sus cuerdas vocales friccionaran mínimamente para provocar ciertas ondas sonoras, nada podía hacer que ella volviera a mover los labios, o la lengua, o la mandíbula, para poder pronunciar cualquier palabra con sentido.

—¿Qué? ¿Has dicho algo? —Preguntó Alexis, aproximando su oreja a la boca de Claire. Pero el sonido seguía siendo solo ruido blanco. —¡Ooooh! No quiere hablar. ¡Qué testaruda me salió la obra! —Dijo Alexis, separándose de nuevo de la pelirroja. Y, encogiéndose de hombros, añadió. —En fin, ¿qué se le va a hacer? Dile adiós a tus manos.

—¡No,no,no! ¡Alexis, Alexis! —Llamaba Leon, gritando a todo lo que daba su voz. —¡Te pedirá perdón en cuanto recupere el habla, te doy mi palabra! ¡Por favor!

Alexis, sin escuchar los gritos desesperados de Leon, tomó una muñeca de Claire y tiró de ella, alargando su brazo. Separándolo de su cuerpo.

—No queremos cortar más carne de la prometida. —Le dijo Alexis a Leon, sonriendo feliz de poder satisfacerse.

—¡Hijo de puta! ¡Loco de mierda! ¡NO! —Seguía gritando el rubio.

—¿Esa te parece forma de conseguir lo que deseas? —Preguntó Alexis, tomando fuertemente a Claire de su mano, generando tensión para el corte.

—¡No, no! ¡Perdona! ¡Perdona Alexis! ¡No quise decir eso! ¡No pensé lo que decía! ¡No estás loco, joder! ¡Tienes razón en todo! ¡Por favor, perdónanos!

—¿Tengo razón en todo? —Preguntó Alexis, colocando el machete encima de la muñeca de Claire, para medir bien el punto del corte que iba a dar.

—¡Sí! ¡Joder, sí! ¡En todo! —Contestó el rubio, sin pensar.

—Entonces tengo razón cuando digo que debo cortarle las manos a C.R.-01.

—¡No! ¡No! ¡En todo menos en eso! ¡ Joder! ¡Por favor!—Gritaba y lloraba Leon, viendo que no había nada que pudiera hacer para evitar el desenlace final. Y que eso le acompañaría hasta la tumba.

Ojalá se hubiera dado cuenta del engaño. Si tan solo pudiera rebobinar en el tiempo.

—¡Joder, Alexis! ¡Por favor, no lo hagas! ¡Te lo suplico, por favor! ¡Alexis, para! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor!—Gritaba el rubio y, en una de estas, tiró tan fuerte de uno de sus brazos, que se lo dislocó, provocando en él más gritos de puro dolor.

Alexis, miró a Leon. Y podemos decir que verlo tan roto, estaba siendo la mayor sensación de placer que había sentido en mucho tiempo. Pero, no era suficiente.

—Tus súplicas no son suficiente. —Le espetó el platinado al rubio y, acto seguido, levantó sobre su cabeza el machete, al tiempo que Claire cerraba los ojos, derramando una última lágrima, antes de perder su primera mano.

Y Alexis bajó el machete con un golpe seco.

—¡CORTA LAS MÍAS! —Gritó entonces el agente especial, frenando a Alexis a escasos centímetros de la piel de Claire.

El CEO giró su rostro hacia el de Leon, mirándolo con satisfacción pero también cierto asombro, mientras retiraba lentamente el machete de la muñeca de Claire.

Leon tenía los ojos tan abiertos, que parecían ocupar toda su cara. Su respiración era tan agitada, que los gemidos propios del llanto se hacían oír por toda la sala. Y joder, no se había meado y vomitado encima, de puro milagro.

Claire abrió sus ojos, solo un poco más de lo que su cuerpo dormido le permitía, y gimió mirando a Leon.

Pero este no podía apartar sus ojos de Alexis.

—¿Qué has dicho? —Preguntó Alexis, con toda la expectación con la que contaba y la voz hecha casi un susurro.

Leon parpadeó y bajó su vista hacia Claire.

—Corta las mías. —Volvió a repetir el agente especial, uniendo sus ojos a los de Claire, y abrazándola en la distancia. 

Él quería sacrificarse y ella no debía, jamás, sentirse responsable por las cosas que fueran a ocurrir a partir de entonces.

—¿Me suplicas que corte tus manos en lugar de las de ella? —Preguntó el CEO, queriendo cerciorarse.

Leon volvió sus ojos hacia Alexis, calmando su respiración, pero sin poder frenar sus lágrimas.

—Sí. —Contestó de nuevo el agente especial.

Alexis contuvo una sonrisa que quería expandirse por toda su cara, mirando de nuevo a Claire.

—Si al querer cortarle las manos a C.R.-01 me suplicas que corte las tuyas. —Dijo Alexis, de forma pausada, al mismo tiempo que volvía a coger a Claire con la cabeza, acercando su rostro al de ella e inclinándose hacia sus labios. —Me pregunto, qué me suplicarás si intento besarla. —Y dicho esto, Alexis se dispuso a eliminar el espacio entre la boca de Claire y la suya, cuando Leon volvió a intervenir.

—Bésame a mí. —Pidió Leon, con la voz temblorosa, agachando la cabeza y aceptando su más que aplastante derrota.

Alexis soltó la cabeza de Claire y se puso de pie de un salto, apretando los puños, gritando emocionado y riéndose histérico, como si su equipo de futbol favorito hubiera ganado diez copas del mundo consecutivas. 

Los soldado a su alrededor le daban la enhorabuena o se reían mínimamente. 

Los únicos impasibles en ese lugar, eran los Tyrant.

—¡Te dije, puto agente especial, que te besaría cuando tú me lo suplicaras! —Dijo Alexis señalando a Leon, recuperando el aliento de la celebración. —¡Y lo has hecho! ¡Me lo acabas de suplicar! ¿Y todo por qué? ¿Por ella?

Leon levantó de nuevo la vista hacia Claire. Tan hermosa y tan increíble, ahí tirada como si fuera un trapo cuando debería ser tratada como una diosa. 

Y supo con certeza, que esa era la única razón válida.

—Por ella. —Repitió Leon.

Alexis, fue perdiendo poco a poco la sonrisa.

Le asqueaban profundamente los sentimientos que Leon albergaban por esa cosa que él había mandado crear. Era tan antinatural, que ni siquiera podía pararse a sentir orgullo por un descubrimiento como aquel que le pertenecía. 

C.R.-01 era única. Pero era un arma biológica, no una persona. No entraba en la cabeza del CEO que alguien pudiera sentir algo por un B.O.W.

Así que el platinado, lleno de ira, decidió que había llegado el momento de jugar con su nuevo juguete adquirido. 

El agente especial Leon Scott Kennedy.

—Tú y tú. —Dijo Alexis, señalando a dos de sus hombres, que se aproximaron hasta donde estaba él, quedando justo detrás de Claire. —Apuntad a la cabeza con vuestros fusiles.

»Si el señor Kennedy hace el mínimo movimiento sospechoso hacia mi persona, le reventáis la cabeza a esta cosa. ¿Entendido?

—¡Entendido, señor! —Dijeron ambos hombres al unisono, mientras apoyaban los cañones de sus fusiles en la cabeza de Claire.

Alexis entonces, comenzó a avanzar hacia Leon. Pasándose las manos por la cabeza a fin de peinarse un poco, después de haberse despeinado con cada salto de su celebración anterior.

Leon tenía la cabeza gacha y la mirada clavada en el suelo. Las lágrimas se seguía sucediendo y sus dientes castañeaban. Nunca se había sentido más rendido en su vida. Ni siquiera cuando había muerto.

Y mientras el platinado se aproximaba al rubio, este volvió a escuchar el repiqueteo de las campanas de la muerte dentro de su cabeza.

En el campo visual de Leon entraron los dos zapatos caros y perfectos de Alexis, indicándole al agente especial, que así de próximo estaba el CEO de él.

—Levanta la cabeza Leon. Vamos a mirarnos a la cara. —Pidió Alexis. 

Y Leon, tragando saliva, obedeció.

Alexis parecía un puto ángel caído del cielo. ¿Cómo alguien con ese rostro podía ser tan horrible por dentro? Así de cerca, parecía incluso más joven que de lejos, ¿cuantos años tenía este chico?

Alexis miraba y analizada la cara de Leon como quien mira un producto. Con meticulosidad.

Cogió entre sus manos la cara del agente especial y repitió ese gesto que tuvo con Claire, limpiando las lágrimas de Leon con sus pulgares. Pero en esta ocasión se metió uno de los pulgares en la boca, chupando esas lágrimas, haciéndolas muy suyas.

Tanto quería quitarle al rubio, que hasta  sus lágrimas le  pertenecían.

El CEO inclinó la cara de Leon hacia un lado, y después hacia otro, trayéndole al rubio recuerdos de su horrible encuentro con Úrsula, mientras esta lo analizaba para comprobar si era un buen negocio quedarse con él.

Alexis palpó entonces, con dedos que parecían saber lo que hacían, los maseteros de Leon, que estaba duros como rocas.

—Bruxismo, ¿eh? —Dijo Alexis, levantando una ceja, siguiendo con su escrutinio. —¡Menudos maseteros!

Y dicho esto, siguió con su examen. Peinó las cejas del rubio y retiró el sudor de su frente hacia los lados.

Observó la herida que tenía en el pómulo. Miró a Leon con curiosidad, pero siguió con su análisis sin hacer ningún comentario.

Acarició la barba del rubio, sus orejas y, por último, se aproximó muchísimo a los ojos de Leon, queriendo ver en ellos cada detalle de sus color y de las cestas y valles que conformaban las dunas de sus dos galaxias.

—Sin duda eres un tío muy, pero que muy guapo. —Dijo Alexis, entornando los ojos y tomando un poco de distancia, para bajar una mano hasta el cuello de Leon, donde acarició su piel de arriba a bajo, y se quedó unos segundos de más entretenido con su nuez de Adán, que de cuando en cuando, Leon no podía evitar mover al tragar saliva.

Las manos de Alexis, entonces, comenzaron a deslizarse por cada lado de la cintura escapular del rubio, apretando suavemente los trapecios y después los deltoides. Haciéndose una idea de la fuerza de golpe que debía tener el agente especial.

—Te han disparado, ¿no? —Preguntó Alexis, encontrándose con los ojos de Leon, que lo observaba aun con la humedad residual de las lágrimas, pero con el ceño fruncido.

—Sí. —Contestó el agente especial, con la boca pequeña.

—¿Dónde? —Volvió a preguntar Alexis.

Leon no contestó a esa pregunta. Se figuraba que el CEO preguntaba para comenzar ahí su tortura.

Alexis tomó a Leon por la quijada y acercó sus rostros, para que ambos solo pudieran enfocar los ojos de uno en el otro.

—Cuando yo te haga una pregunta, tú respondes. ¿Lo entiendes? —Preguntó el platinado, alargando una mano libre hacia atrás, —hacia los hombres que apuntaban a Claire con sus fusiles. —, levantando un dedo, a modo de señal.

—Entendido. Entendido. —Contestó Leon, cerrando los ojos.

—¿Y bien? —Volvió a preguntar Alexis, soltando suavemente la quijada de Leon y volviendo a su posición anterior.

—En el hombro, debajo de la clavícula. —Dijo el rubio, señalando con la cabeza su hombro izquierdo.

Alexis, entonces, tiró del cuello de la camiseta de Leon hasta descubrir la herida que, aunque estaba cosida y limpia, presentaba un aspecto horrible.

—¿Quién fue el peletero que remendó esto? —Volvió a preguntar Alexis.

—Claire. —Respondió Leon, con expectación. Estaba seguro de que en cualquier momento el platinado apretaría la herida para dar rienda suelta a su sadismo.

—Perdona, ¿quién? —Preguntó Alexis, haciéndose el despistado.

—Claire. —Repitió Leon, encarando a Alexis.

—Perdona. —Volvió a repetir el CEO, mirando profundamente a los ojos de Leon y dejando escapar una extraña sonrisa llena de ira, levantando de nuevo un dedo en dirección a la pelirroja. —¿Quién?

Leon tragó saliva, entendiendo lo que Alexis estaba esperando de él.

—C.R.-01. —Contestó Leon, mirando a Claire con disculpa, por encima del hombro del platinado. 

La pelirroja seguía sin poder moverse.

—¡Ah! ¡Mi experimento! —Dijo Alexis, sonriendo, fingiendo completa comprensión. —Me pareció que la llamabas por otro nombre. Y su nombre es C.R.-01. Y harás bien en no olvidarlo.

Volvió a cubrir la herida de Leon y, cuando llegó al hombro del brazo derecho, al palparlo, Alexis se encontró con que este estaba dislocado. Y Leon trató de ahogar un quejido, mientras contorsionaba su cara por el dolor.

—Tienes el hombro dislocado. —Anunció Alexis, al tiempo que levantaba la vista hacia el Tyrant que tenía a Leon cogido de ese brazo. —Suéltalo. —Ordenó el platinado, cogiendo a Leon por a muñeca, al tiempo que el Tyrant obedecía órdenes, como un autómata.

Leon ya había visto en el pasado a otros Tyrant obedeciendo órdenes. No era nuevo ni espectacular. Aunque debía reconocer que siempre que lo veía le parecía más escalofriante que verlos actuar por voluntad propia, que eran la menor de las veces.

Alexis abrazó entonces el brazo de Leon a la altura del codo y comenzó ha realizar una reducción cerrada para recolocar la cabeza del húmero en la cavidad del hombro.

Normalmente esto se hace con suavidad para evitar futuras lesiones, pero Alexis no estaba por la labor de ser demasiado delicado con Leon. Únicamente quería ser rápido.

Así que volvió a palpar la zona dislocada y, una vez visualizó la dirección del hueso, con un movimiento fuerte y rápido, tiró del brazo de Leon y lo encajó en su sitió, provocando que el rubio gritara audiblemente por el dolor, echando la cabeza hacia atrás.  Pero ofreciéndole al instante una sensación de alivio increíble en su hombro.

—Cógelo. —Volvió a ordenar el CEO al Tyrant, que obedeció inmediatamente. —Por cierto, ¿hay alguien al volante ahí arriba? —Preguntó ahora Alexis, mirando a los dos Tyrant que lo miraron de vuelta pero con total impasibilidad. —Agarradle con menos fuerza. Le estáis cortando la circulación.

Y los Tyrant volvieron a obedecer. Qué nivel de atención y sumisión tenían. Eso sí que era impresionante.

Cuando estos aflojaron su agarre alrededor de los brazos del agente especial, este pudo estirar los dedos de las manos y abrir y cerrar sus puños, sintiendo como el entumecimiento iba desapareciendo poco a  poco.

—¿Mejor? —Preguntó Alexis, sonriendo con suficiencia.

—Sí. —Contestó Leon, que todavía no bajaba la guardia con respecto a las secretas intenciones del platinado para estar ayudándole. Sobre todo cuando se supone que le iba a cortar las manos. ¿No? —¿Eres médico? —Preguntó entonces Leon, por la forma en que lo examinaba y la forma en que le había recolocado el hueso. Aunque le seguía pareciendo muy joven para que eso fuera cierto.

Alexis le miró alzando una ceja y sonriendo de lado.

—¿Ya quieres que nos empecemos a conocer? ¿Sin antes follar? —Preguntó el CEO, haciendo que Leon se arrepintiera inmediatamente de haber hecho ninguna pregunta. —Soy muchas cosas, Leon. Ya lo irás descubriendo. —Contestó entonces el platinado, guiñándole un ojo a nuestro rubio.

Alexis se separó del agente especial otro poco, e introdujo los dedos índice y corazón por debajo del dobladillo inferior su camiseta técnica.

Después levantó la camiseta, dejando al descubierto el abdomen y los pectorales de Leon.

Lo miró de arriba a bajo y de abajo arriba, estrechando de nuevo sus ojos y mordiéndose una comisura interna de su boca. Pensando sabía dios qué.

—Estás definitivamente muy bueno. —Dijo Alexis, soltando la camiseta técnica, cubriendo de nuevo a Leon. —Te trabajas mucho más que yo.

»Admirable y hermoso, pero me da un poco de envidia.

Y dicho esto, antes de que Leon lo viera venir, Alexis le lanzó un potente gancho a la cara que, de no ser porque los Tyrant lo tenían agarrado, Leon habría caído al suelo.

El agente especial no estaba preparado para encajar ese golpe, y sintió cómo sus maseteros se estiraban en contra de su voluntad, tanto, que el agente especial esperaba no haber fisurado ninguna fibra. Aunque dolía como tal.

Del impacto, la piel en la comisura izquierda de su labio se partió, y el agente especial comenzó a sangrar por ahí.

Empezaba la tortura.

Alexis lo cogió por el cuello, enderechando al rubio y, sin miramientos, acercó su cara a la de Leon y lamió, con una lengua larga y angulosa, esas gotas de sangre que se derramaban de la boca del rubio.

Leon trató de girar la cara como acto reflejo, al tiempo que Alexis se reía a carcajadas de  lo que acababa de hacer.

—¿Por qué te apartas? —Preguntó Alexis. —¿No eras tú quien me suplicaba que te besara? —Alexis se siguió riendo, mientras aun mantenía a Leon cogido por el cuello. —Dime, ¿has cambiado de opinión?

—No. —Contestó Leon, con determinación, volviendo a mirar hacia Claire. No quería olvidar por qué estaba haciendo ese sacrificio.

Claire observaba desde el suelo todo el intercambio de palabras, gestos y acciones entre los dos hombres, sintiendo el pánico recorrer sus venas, por el rubio.

Ese psicópata cabrón acababa de lamer a Leon. Y Leon se estaba dejando hacer, para salvarla. Ojalá pudiera hablar y decirle que no merecía la pena el sacrificio. Y que se salvara.

—¿No? —Preguntó de nuevo Alexis, cambiando la posición de la mano, y tomando ahora a Leon por la nuca, con fuerza.

—No. —Contestó de nuevo Leon, teniendo la cara de Alexis a escasos centímetros de la suya.

—Pues entonces, vuelve a pedírmelo. —Susurró Alexis.

Leon respiró hondo y tragó saliva antes de contestar. 

—Bésame. —Dijo por fin.

—Eso, mi amor, no es una súplica, es una orden. —Aclaró Alexis, medio riéndose. —Y aunque a veces me pone que se me ordenen cosas, no tenemos tanta confianza. Aún. —Volvió a aclarar el CEO de Trizom. —Así que, pídemelo cómo sabes que debes pedírmelo.

Leon cerró los ojos y humedeció sus labios. Estaba sintiéndose tan incómodo y tan violentado que se le estaba formando un nudo en la garganta.

—Y abre lo ojos. —Volvió a demandar Alexis. —Quiero mirarlos mientras suplicas.

—Por favor Alexis, te suplico que me be... —Y antes de que Leon pudiera acabar su frase, el platinado había eliminado la distancia entre los dos y juntó sus labios con los de Leon, besándolo de la forma más ruda de la que era capaz.

Y Claire quiso gritar. Pero no lo hizo.

Alexis introdujo su lengua en la boca del agente especial, y comenzó a comerlo con maestría y dominación. Se apreciaba a leguas que estaba acostumbrado a dar órdenes en todos los ámbitos de su vida. Incluido aquellos donde ocurrían diferentes intercambios de fluidos.

Leon tenía la lengua retraída y estaba luchando contra todos sus instintos por no apartarse y golpear al CEO hasta la muerte, mientras trataba de contener la arcada.

Alexis, quien tenía a Leon cogido por la nuca, atrajo más al agente especial, profundizando el beso, mientras Leon cerraba sus ojos con fuerza, deseando disociar en ese momento.

Pero su mente estaba muy presente.

El platinado se separó de Leon, cortando el beso, atrapando el labio inferior del agente especial entre sus dientes, y tirando de él con una fuerza contenida pero sin duda dolorosa.

Los soldados observaban como centinelas impasibles, mientras el platinado abusaba del rubio. 

Y Claire gemía a duras penas, sin poder derramar ya más lágrimas porque no le quedaban.

—Bésame como la besas a ella. —Ordenó  Alexis, excitado.

—¿Qué? —Preguntó Leon con un hilo de voz, pero el platinado ya había vuelto a arremeter contra su boca. Dando grandes bocanadas e invitando a Leon a participar.

Y Leon participó.

Haciendo de tripas corazón, trató de imaginar que la persona que le estaba besando era Claire. Pero la forma tan bestial que tenía Alexis de proceder, le dificultaba mucho al agente especial engañarse para poder cumplir con la orden que se le había dado.

Y ahora que Leon trataba de participar en el daño más profundo que le habían hecho en su vida, introdujo su lengua en la boca del CEO y estas comenzaron a echar un pulso cálido, resbaladizo y húmedo, donde claramente quien mandaba era Alexis.

La boca del platinado sabía a menta. Como si se hubiera lavado los dientes recientemente o hubiera estado masticando chicle.

Pero lejos de parecer algo agradable, lo cierto es que Leon abría preferido que su lengua no hubiera identificado ningún sabor. No volvería a mascar chicles en su vida.

Alexis, soltó la nuca de Leon y colocó sus manos en los glúteos del agente especial, apretándolos y atrayendo al rubio hacia él, sin cortar el beso.

Leon podía sentir perfectamente la erección de Alexis contra su pubis, y se descubrió así mismo odiando a muerte a los hombres y a los penes.

Entonces, Alexis, cuyas mejillas volvían a estar encendidas y cuyos labios se veían hinchados y rojos por la fuerza del beso, se separó de Leon, sonriendo satisfecho, mientras el rubio vibraba por dentro, conteniendo a esa bestia que a veces tomaba el control, evitando así matar al CEO ahí mismo, con la consiguiente muerte de Claire.

—¿Qué se siente cuando un hombre más guapo y más joven que tú te besa? —Preguntó Alexis, quien, al igual que Leon, necesitaba recuperar el aliento, después de semejante demostración de dominio.

—Asco. —Contestó Leon, en un rugido bajo.

Alexis se carcajeó echando la cabeza hacia atrás. Le encantaba lo ingobernable que se mostraba Leon, incluso cuando estaba totalmente a su merced.

—Me encanta esa fiereza en tus ojos. —Dijo Alexis. —Pero creo que me gustas más cuando me pones ojitos de corderito. Suplicando que no mate a tu novia.

Leon temblaba de pura adrenalina. Y comenzaba a sentir cómo la vena de su cuello quería estallar contra el niñato rico de mierda que lo estaba doblegando físicamente.

—No me mires así. Ahora soy tu amo. —Le dijo el CEO, borrando su sonrisa de su cara y frunciendo el ceño. Convirtiendo sus ojos en un páramo nebuloso y terrorífico.

Alexis levantó una mano en dirección a sus soldados junto a Claire, quienes esperaban órdenes, ante la atónita mirada del rubio.

—¿Qué haces? —Preguntó Leon, asustado. —Alexis.

—Te enseño a complacer. —Contestó Alexis. —Quiero que me mires con temor y no con desafío. Y quiero que no te lo pienses dos veces cuando te ordeno que hagas algo. ¿Lo comprendes?

—Lo comprendo. —Contestó Leon, al instante.

—Comprobémoslo —Dijo entonces el platinado. —De rodillas.

Y Leon se puso de rodillas ante Alexis, inmediatamente, comprobando que este bajara su mano de la dirección que había tomado.

—Mírame. —Volvió a ordenar Alexis, y Leon volvió a obedecer, esta vez permitiendo que fuera el miedo quien tomara el control y no la furia o la rabia. —Joder, como me pone tenerte así de dispuesto. —Dijo entonces el platinado, mientras cogía a Leon por la barbilla en una caricia suave. Como si estuviera acariciando a un perro. —Abre la boca, Leon.

Leon tragó saliva, humedeció sus labios, y obedeció.

Alexis, acercándose más al rubio, y sin separar sus grises de los azules, se llevó las manos a la cintura y comenzó a desabrochar lentamente su cinturón de cuero negro y hebilla dorada.

Leon, sin moverse un ápice, bajó sus ojos hacia lo que tenía inmediatamente de frente, que era la bragueta de los pantalones grises de Alexis.

Vio como las manos del joven tiraba de un lateral del cinturón, deslizándolo por su traba dorada y abriéndolo, dejando paso al botón carey del traje. Y  a continuación, viendo como una de sus manos comenzaba a bajar la bragueta lentamente, dejando ver por la apertura, unos calzoncillos de algodón blancos, a través de los cuales se marcaba la erección del CEO que antes Leon hubiera sentido contra sí.

—Leon. —Llamó de nuevo Alexis, haciendo que el rubio volviera a alzar sus ojos hacia él. —Abre más la boca y no apartes tus ojos de los míos.

Claire no quería seguir observando y, al mismo tiempo, no podía dejar de mirar. Sabía que jamás olvidaría lo que estaba a punto de ocurrir. Y ella merecía cargar también con esa penitencia, pues no dejaba de ser la principal culpable de que Leon estuviera ahí.

Y Leon abrió más su boca, sintiendo que empezaba a alejarse dentro de sí mismo. A alejarse de la realidad. Empezaba a estar en shock. Le iban a violar. Y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

Dos lágrimas enormes se escaparon por los laterales de los ojos de Leon, derramándose pesadamente por sus sienes, en el momento en que Alexis introdujo, siseando de placer, sus dedos en el pelo del rubio, cogiéndole con fuerza por la corta melena y tirando suavemente de él  hacia arriba.

—Leon. —Volvió a hablar Alexis, inclinándose hacia el rubio, que comenzaba a temblar como un cachorrito bajo la lluvia. —Era una broma.

Y dicho lo cual, Alexis soltó el pelo del rubio y comenzó a colocar y abrochar su pantalón y el cinturón con mucha más prisa con la que lo había desabrochado.

Leon dejó caer su cabeza hacia adelante, colgando de su cuello, soltando una bocanada de aire, aliviado, mientras comenzaba a llorar más sonoramente de lo que desearía.

El alivio que lo invadió en el momento en que Alexis anunció que era solo una broma, y que no iba a tener que hacerle una felación ahí en  medio, delante de Claire, era tan grande que los nervios y la tensión comenzaron a abandonar su cuerpo a toda velocidad, en forma de llanto.

—¿No lloras mucho para ser un grandísimo agente especial? —Preguntó Alexis, con burla. —El hombre que vi a través de mis cámaras, cargándose a todos mis soldados, creo que habría aguantado mejor la presión. —Añadió, tratando de minar la moral de Leon.

Y tal vez tenía razón. Desde luego algo en Leon había cambiado desde que entrara en el complejo de Trizom, pues el rubio se sentía mucho más vulnerable.

Tal vez Alexis ya había conseguido destruirle mentalmente y el rubio todavía no se había dado cuenta.

—Vosotros dos y vosotros cuatro. —Dijo Alexis, dándole la espalda a Leon y señalando a varios de sus hombres. —Llevaos a C.R.-01 a su incubadora y que los doctores reinicien el programa.

»¡Quiero que esa cosa me obedezca ya! —Gritó Alexis, en lo que sus hombres comenzaban a rodear a Claire, levantándola del suelo para llevársela de nuevo al nivel tres.

—Claire. —Dijo Leon, mirando a la pelirroja a los ojos una última vez, antes de que los hombres de Alexis interrumpieran el contacto visual. —¡CLAIRE! —Volvió a gritar Leon, tirando de sus brazos y sintiendo el dolor en ambos hombros.

—¿Qué te he dicho sobre llamar a las cosas por su nombre? —Lo reprendió Alexis, girándose de nuevo hacia él, fulminándolo con la mirada.

Después levantó la vista hacia uno de sus Tyrant para dar una nueva orden.

—Tú. Noquéalo. 

Y Leon sintió entonces un fuerte golpe en la nuca, mientras perdía por completo la visión. 

Y el mundo a su alrededor, dejó de existir.

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Leon todavía no había vuelto en sí. 

La oscuridad a su alrededor lo mantenía sujeto a un letargo en el que ni lo sueños deseaban hacer acto de presencia.

La consciencia se había ido de vacaciones, dejándolo solo, suspendido en la nada.

Pero alguien estaba cogiendo su cuerpo. Alguien lo estaba trasladando. Alguien le estaba quitando mucho peso de encima, tal vez la ropa. Alguien lo había echado sobre un colchón y le estaba atando de pies y manos.

Pero como decimos, su consciencia no estaba presente. Así que Leon solo pudo sentir toda esa manipulación a la que estaba siendo sometido, sin la capacidad de racionalizarlo.

Después no hubo nada. 

Solo silencio. 

Frío.

Soledad.

“Claire.” 

Leon comenzó a escuchar su propia voz dentro de su cabeza, a medida que comenzaba a sentirse más presente.

Su cuerpo pesaba. Su cabeza sobre sus hombros pesaba. Sus brazos y sus piernas, pesaban.

Como un rayo de calor atravesando su cerebro, Leon sintió el estallido de un dolor agudo en la base del cráneo que se estaba extendiendo hacia el frente, como una jaqueca horrible producto de la resaca.

Escuchaba los tranquilos latidos de su corazón y su respiración calmada y pausada, mientras el dolor de cabeza empezaba a despertarlo.

“Claire.” Volvió a pensar Leon, aterrizando poco a poco en el presente.

Sus sonidos internos, que hasta ahora habían ocupado sus oídos de forma pacífica, comenzaron a compartir espacio con otros sonidos externos, que cada vez ganaban más terreno a los sonidos primarios y empezaban a ser claramente descodificados por el cerebro del rubio. Formando frases con sentido y diferenciando unos timbres de otros.

Había mujeres a su alrededor. Y podía distinguir tres voces diferentes. ¿Había entonces tres mujeres cerca de él?

El rubio sintió un peso en su abdomen. Era cálido y no era aplastante. Era suave y rodeaba su cintura por los laterales.

Varias manos, suaves y gentiles, comenzaron a acariciarle.

Unas manos se centraron en su cabeza, introduciendo los dedos en su pelo. Masajeando el cuero cabelludo y la nuca del agente especial, con una dulzura y una delicadeza tales, que el rubio no pudo evitar el frito vocal que reverberó en su garganta de pura comodidad y, al mismo tiempo, de alivio  que mitigaba el dolor por el fuerte golpe que lo dejó inconsciente durante todo ese tiempo.

Los otros dos pares de manos, igual de suaves y gentiles que las primeras, acariciaban sus brazos, masajeando los bíceps y los deltoides, los flexores y extensores del antebrazo, las palmas de las manos y los dedos, (que sin duda era lo que más placer le estaba proporcionando al agente especial); de la misma forma que también acariciaban su torso, en movimientos ascendentes y descendentes, que le proporcionaron a Leon el dato de que aun llevaba puesta la camiseta.

Las voces femeninas hablaban entre ellas, de él.

—¡Oh! Pobrecito. Mirad, tiene una herida en el pómulo. —Decía una de las voces.

—¡Y aquí tiene otra! ¿Creéis que le han disparado? —Decía otra voz.

—Yo escuché hace poco un disparo en las oficinas. ¿Le dispararían a él? —Decía una tercera voz, que Leon reconoció como la voz de Charlotte.

—Pero, ¿por qué alguien le dispararía? —Preguntó la primera voz. —¿Creéis que es mala persona?

—No. No creo. Parece bueno. —Dijo la segunda voz.

—¿Por qué te parece bueno? —Volvió a intervenir la primera voz.

—Pues porque es guapísimo. —Contestó, de nuevo, la segunda voz. —Además, si fuera mala persona, Alexis no nos habría pedido que le diéramos mimitos.

—Es verdad. Alexis jamás nos dejaría a solas con un hombre malo. —Dijo Charlotte que, por la proximidad de su voz, parecía ser la que masajeaba la cabeza del rubio.

—Tenéis razón. —Aceptó la primera voz. —Pero, entonces, ¿por qué le habrán disparado?

—Tal vez fuera un accidente. —Contestó Charlotte. —Esas cosas pasan. ¿Os he contado la historia de mi primo y cómo perdió todos los dedos del pie?

—Sí, ya nos lo has contado. —Respondió la segunda voz, riéndose. —Esa historia es muy divertida.

—Pues eso, que los accidentes existen. —Zanjó la pelirroja.

—Jo, entonces ahora me da más pena todavía. —Dijo la primera voz. —Le voy a dar un besito sanador en el pómulo. —Y dicho esto, Leon sintió los cálidos labios de una mujer sobre su rostro.

—¡Oh! ¡Qué bonito! Pues yo le voy a dar un besito sanador en el hombro. —Contestó la segunda voz. Y Leon sintió ese delicado calor en su hombro.

—Pues entonces yo le voy  a dar un besito sanador en los labios, para que se despierte pronto. ¡Cómo las princesas! —Gritó Charlotte entusiasmada, seguido de las risas emocionadas de las otras dos voces.

Y Leon sintió los labios de cereza de Charlotte sobre los suyos, devolviendo al rubio al presente por el choque eléctrico de ser besado. Recordándole que Claire seguía en peligro.

Leon abrió por fin los ojos. Más lentamente de lo que su cerebro ordenaba.

Las imágenes que percibía no eran nítidas. Pero a medida que parpadeaba, estas iban cogiendo forma.

—¡Mirad! ¡Mirad! Se está despertando. —Dijo Charlotte, llamando la atención de las otras dos chicas, y acercándose las tres mucho más a Leon, sintiendo este partes de diferentes cuerpos sobre él. —¡Soy mágica! —Gritó entonces Charlotte, aplaudiendo y saltando encima de Leon, pues era ella quien estaba a horcajadas sobre el abdomen del rubio.

—¡Qué guay, Charlotte! Por eso eres la favorita de Alexis. —Dijo la mujer a la izquierda de Leon que, pese a no poder enfocarla, podía apreciar que tenía el pelo negro, lacio y muy largo.

—No digas tonterías. Todas somos las favoritas de Alexis. —Contestaba Charlotte, cogiendo de las manos a las dos mujeres.

—Pero Alexis te presta mucha más atención a ti. —Decía entonces la mujer a la derecha de Leon, de la que podía percibir que tenía el pelo corto, rizado y rubio.

—¡Ah! ¡He tenido una idea genial, chicas! —Dicho Charlotte, tontamente entusiasmada. —Si os doy un beso a vosotras, seguro que os paso algo de mi magia. Y entonces Alexis nos hará el mismo caso a las tres. 

»¡Soy un genio mágico!

Las otras dos mujeres gritaron entusiasmadas con la idea, y  juntaron sus tres cabezas a fin de besarse en los labios.

Leon empezaba a racionalizar la situación y su estado. 

Empezaba a recordar perfectamente todo lo que había ocurrido. Y su vista comenzaba a definir todos los volúmenes a su alrededor.

Y cuando vio ante él a esas tres mujeres besándose, se preguntó si no estaría todavía inconsciente teniendo un sueño excitante pero desde luego, perturbador. ¿Podría David Lynch abandonar la sala por favor? Tratamos de  llevar a cabo un rescate.

Cuando las chicas rompieron el beso, riéndose entre ellas, Leon pudo observarlas más claramente.

La mujer morena, era asiática. Y por sus rasgos, estaba casi seguro de que era coreana.

La mujer rubia, era la viva imagen de cualquier estadounidense sureña. Además, tenía un marcado acento texano.

Y la pelirroja era el clon de Claire. Es decir, Charlotte.

Las tres mujeres miraron entonces a Leon, sonriendo dulcemente.

—¿Ya estás con nosotras? —Preguntó Charlotte.

La morena, cogió a Leon por la barbilla, girando su rostro hacia el de ella.

—¡Qué ojos más bonitos! ¡Mirad que azul tan claro y tan...tan azul!

—Estás obsesionada con los ojos azules. —Contestó la rubia, acomodándose al lado de Leon, apoyando su cabeza sobre el pecho del agente especial y paseando distraídamente los dedos  por  su abdomen.

—Cl-Claire. —Consiguió pronunciar el rubio, llevando sus ojos más allá de las mujeres, que ocupaban casi todo su campo visual.

—¿Claire? Aquí no hay ninguna Claire. —Dijo la morena, soltando la barbilla de Leon.

—No. Somos Seo-Yeon, Charlotte y Virginia. —Contestó Charlotte, sonriendo orgullosa, como una buena anfitriona.

—Y estamos aquí para cuidarte. —Dijo entonces Virginia, alzando la cabeza y mordiendo suavemente la mandíbula derecha de Leon, quien apartó inmediatamente la cara, ante las risas tímidas de las chicas.

Leon miró mejor su entorno. Se encontraba parcialmente echado en una cama enorme.  Con un colchón y almohadas muy cómodas, y con sabanas blancas y limpias, que desprendían un olor a bosque muy agradable. 

A los dos laterales de cama, había dos mesitas de noche de madera de Agar, con un diseño minimalista, al igual que el enorme cabecero sobre el cual descansaba la espalda de Leon.

Al observar el cabecero, descubrió que tenía las manos atadas a cada lado de este, con unas correas de cuero negro con dos pequeñas hebillas doradas.

Tiró de sus ataduras ligeramente, —con la poca fuerza que sentía en los brazos y el dolor en los hombros que empezaba a hacer acto de presencia. —, y descubrió que la longitud de las cadenas que lo mantenían atado al cabecero, era mínima.

Miró hacia el techo, que era blanco con luces empotradas. Y a las paredes, que eran de un color difícil de definir, como un verde empolvado.

Leon, cogiéndose al bode superior del cabecero, trató de sentarse de forma más erguida, descubriendo que no podía, dado que sus pies también estaban atados al pie de cama a la altura de los tobillos.

Leon dobló sus rodillas tirando débilmente de sus ataduras, antes de rendirse cerrando de nuevo los ojos. 

Las chicas se reían entre ellas, comentando lo fuertes y grandes que eran los brazos, y lo mucho que le iban a cuidar.

Leon tenía que salir de ahí.

No había rastro de Alexis, era su oportunidad. Tenía que lograrlo como fuera.

El rubio humedeció sus labios y abrió los ojos.

Miró entonces a las tres mujeres. Cada cual más hermosa y encantadora que la anterior. Y descubrió que todas iban vestidas únicamente con ropa interior.

¿Qué demonios hacían esas mujeres ahí dentro? ¿Eran prostitutas de lujo o algo así?

Las tres mujeres seguían observándole. Todo sonrisas y dulces caricias.

Leon miró directamente a Charlotte.

—Charlotte. —Comenzó el rubio. —¿Podrías darme agua?

Charlotte, encantada de que el rubio se hubiera dirigido a ella,  abrió sus ojos brillantes y amplió su sonrisa de cereza, mientras apoyaba una mano en el hombro de Virginia.

—Tráele agua al caballero Vir, por favor. —Pidió Charlotte, con una voz cantarina.

Y Virginia, sonriente y complaciente, abandonó el lecho al lado de Leon y, contoneándose, desapareció de la vista del rubio.

—¿Hay algo más que necesites? —Preguntó Charlotte.

Leon pensó entonces, que quería quedarse a solas con la pelirroja, así que necesitaba quitare de encima a la otra mujer.

—Un analgésico y una toalla fría, serían geniales. —Pidió el rubio.

—Seo-Yeon, por favor, ve a buscar lo que el señor ha pedido.

Y la morena, al igual que Virginia, se levantó, mirando con sus ojos seductores y oscuros a Leon, mientras se contoneaba sonriente lejos de su vista.

—¿Hay algo más que desees? —Preguntó Charlotte, inclinándose más cerca de Leon, apoyando sus dos manos a cada lado del agente especial, y descansando sus pechos sobre el pecho del rubio.

—No, gracias. —Contestó el agente especial. —Me llamo Leon. —Añadió.

—Ya lo sabemos. —Contestó Charlotte. —Leon Scott Kennedy. —Volvió a decir Charlotte, sonriendo. —¿Prefieres que te llamemos por tu nombre?

Leon asintió suavemente. ¿Cuanto sabían estas mujeres sobre él? ¿Eran tan inocentes como parecían?

—Sí, por favor. —Contestó el rubio. —Tú, llámame Leon.

—¿Yo? —Preguntó Charlotte. —¿Solo yo? —Volvió a preguntar.

—Sí. —Contestó el agente especial. —Me has dado mucha confianza desde que he despertado.

—Eso es por la magia de mis besos. —Dijo  la pelirroja, inclinándose un poco más hacia Leon, plantándole un beso en la frente al rubio.

—Seguro que sí. —Dijo Leon, tratando de conocer mejor a esa mujer. —Creo que fue tu rostro el primero que he visto al despertar.

—Sí. Es que te desperté con un beso mágico. —Ronroneó Charlotte, apoyando un índice en los labios del rubio. —¿Quieres que lo repita?

—No será necesario. Pero gracias.

—¡Oh! ¿No te ha gustado? —Preguntó Charlotte, poniendo un puchero en sus labios, acompañado de un semblante triste.

—Sí, sí. Me ha encantado. —Se apresuró a contestar Leon. —Pero no hace falta, porque ya estoy despierto.

—Pero mis besos no sirven solo para despertar a los príncipes dormidos. —Dijo Charlotte. —También sirven para disfrutar y sentir placer.

En ese momento, regresaron Virginia y Seo-Yeon con las cosas que Leon había pedido.

Seo-Yeon introdujo el analgésico en la boca de Leon, acompañando al gesto con un pequeño gemido, mientras Virginia le daba de beber, mordiéndose el labio inferior. Como si cada cosa que esas mujeres hicieran, estuvieran sujetas a ser excitantes y cachondas.

Charlotte cogió la toalla fría en sus manos, y comenzó a pasarla por el cuello de Leon y por la nuca a pequeños toquecitos.

Las otras dos mujeres volvieron a acomodarse a cada lado del agente especial, mientras seguían acariciando su cuerpo.

El rubio no podía mentir. La situación que tenía delante no solo era relajante, también era la fantasía de cualquier adolescente heterosexual pajero. Y aunque él ya no era un adolescente, y prefería la compañía de cualquier mujer antes que la masturbación en solitario, si no fuera porque esa situación corría a cuenta de Alexis, y porque no tenía ni idea de dónde habían salido esas mujeres, el rubio se quedaría ahí echado, tan tranquilo.

—Chicas, ¿por qué estáis aquí? —Preguntó Leon, mirando a las mujeres.

—Cortesía de Alexis. —Contestó Charlotte.

—¿A qué te refieres? —Preguntó Leon. —¿Trabajáis para él?

Las chicas se miraron entre ellas y comenzaron a reírse, tratando en todo momento de no resultar descorteses con Leon.

—¿Te refieres a si tenemos un contrato con él y cobramos un sueldo cada mes? —Preguntó Charlotte.

—Sí. —Contestó Leon, ante lo cual las chicas volvieron a reírse.

—No, Leon. Nada de eso. —Dijo Charlotte. —Estamos con él porque le amamos.

Leon se quedó un momento en silencio, mientras las chicas seguían riéndose. Y Charlotte le miraba como si lo que ella acabara de decir, fuera simplemente obvio.

—¿Las tres? —Preguntó Leon.

—Sí. Antes eramos cuatro. Pero Martha... bueno, Martha se cansó de nosotras. Quería una relación en exclusividad con Alexis.

»Lo cierto es que casi lo consigue. Martha era la única  seleccionada por los padres de Alexis. Y la única con anillo. —Le contó Charlotte a Leon, mientras las demás asentían. —Pero Alexis dijo que prefería perderla a ella que a nosotras tres. Y Martha se fue.

»¡Se montó un lío enorme! Los padres de Alexis y los padres de Martha vinieron aquí para rescindir un contrato, acusando a Alexis de algún tipo de incumplimiento.

»Creo que mi angelito, —“¿Angelito? Venga ya.” — tuvo que pagar una fortuna a los padres de Martha para que se fueran. Y después escuchar durante horas a sus padres.

»Nosotras tres estuvimos aquí encerradas todo el rato, pero los gritos se escuchaban por todas partes. Así que nos enteramos de todo.

»Por eso queremos tanto a nuestro Alexis. 

Leon no podía salir de su asombro. ¿Qué líos románticos se traían los ricos? Estaba claro que el tema de esa tal Martha se refería a un matrimonio concertado. Pero por lo que decía Charlotte, esa Martha parecía que había estado conforme con esta relación poliamorosa que se traía Alexis con estas mujeres, hasta que se hartó. Y Alexis decidió seguir con el poliamor, antes de atarse para siempre a la monogamia. Suponiéndole eso una gran pérdida de dinero.

Esa historia daba para un libro a parte, la verdad.

Pero a Leon no le importaba la vida romántica de Alexis. Solo había preguntado porque quería saber si esas mujeres estaban ahí en contra de su voluntad. Y parecía que no.

—La verdad es que es una historia... muy interesante, Charlotte. —Contestó Leon, todavía estudiando la forma en que pudiera hacerse con la confianza de la pelirroja, para lograr escapar. —Entonces, ¿las tres sois sus novias?

—Sí. —Contestaron las tres al unísono.

—Y somos novias entre nosotras. —Añadió Charlotte. —Yo no las amo menos de lo que amo Alexis.

—Yo tampoco, Charlotte. —Contestó Seo-Yeon, acariciando el rostro de la pelirroja.

—Ni yo, mis amores. —Dijo Virginia, lanzándose hacia ellas y abrazándolas con fuerza, mientras las demás se reían.

¿Cómo podía ser todo tan irreal? Leon sentía que se le escapaba el tiempo mientras era testigo de un capítulo de Barbie.

—Charlotte, hay una cosa que no entiendo. —Interrumpió Leon, que sentía el tictac del reloj detrás de sus orejas. —Si eres la novia de Alexis, ¿por qué me has besado?

—Ya te lo he dicho. —Dijo Charlotte, riéndose. —Para despertarte.

—Ya, pero, ¿no crees que eso puede molestar a Alexis? —Preguntó Leon, tratando de desentrañar a la pelirroja.

—No, para nada. —Contestó la mujer. —En cuanto te vimos nos pareciste guapísimo. 

»Así que Alexis nos dijo que podíamos cuidarte. Y que te hiciéramos sentir muy cómodo.

Las tres mujeres volvieron a sonreírse entre ellas, antes de volver sus miradas sobre Leon.

—Y te aseguro, que si quieres, nos lo podemos pasar muy bien los cuatro. —Añadió Charlotte, contoneándose encima de Leon de forma muy sexy.

Y joder, Leon no era de piedra. Tenía que darse prisa.

—Charlotte, ¿te puedo decir algo al oído? —Preguntó Leon, mirando a  las otras dos mujeres, que de repente perdieron la sonrisa y fruncieron el ceño.

—Claro. —Contestó Charlotte, que avanzó hasta Leon en un movimiento en el que por unos segundos sus pechos quedaron a la altura de la cara del rubio, antes de bajar una de sus orejas hasta la boca de este.

—Charlotte, ¿hay alguna posibilidad de quedarme a solas contigo? Me siento incómodo con Seo-Yeon y Virginia. No me gustan como me has gustado tú.

»Por favor.

Charlotte enderezó su cuerpo y, con ojos muy abiertos, se llevó una mano a los labios, por la sorpresa en las palabras del rubio.

—No hay problema, Leon. —Contestó entonces. —Aunque creo que cometes un error.

—Insisto. —Contestó el rubio.

Charlotte se encogió de hombros e hizo un mohín con los labios.

—Lo siento chicas, pero nuestro invitado prefiere quedarse conmigo a solas. ¿Lo entendéis, verdad?

La morena y la rubia se miraron entre ellas con asombro y, después, volvieron a mirar a Leon con descontento.

—¡Tú te lo pierdes! —Contestó la coreana, mientras se iba enfadada, diciendo algo en coreano que Leon no entendía.

—¿Es que no te parezco guapa? —Preguntó la rubia, a punto de llorar.

—No, no. Eres preciosa, pero... —Comenzó a decir Leon, pero, antes de poder acabar la frase, Virginia se había levantado y se había ido corriendo mientras lloraba.

Leon no salía de su asombro.

—¡Oh! No te preocupes. Es que Vir es muy sensible. Y tiene la autoestima muy baja. —Dijo Charlotte, encogiéndose de hombros. —Bueno. Ya estamos solos. ¿Qué quieres que te haga?

Era increíble cómo, hasta hace solo un momento para él, estaba siendo abusado por Alexis. Y ahora, estaba delante de una hermosa mujer, idéntica a Claire, que se le estaba ofreciendo con esa facilidad tan inmensa. Increíble y espeluznante, como casi todo en ese lugar de locos.

—Me encantaría tocarte. —Dijo Leon, esperando que Charlotte accediera a desatarlo.

—¡Oh! Pero que tierno, Leon. —Dijo Charlotte, inclinándose hacia adelante y entrelazando sus manos con las de Leon. —Pero no sé que esperas que hagamos cogidos de la mano.

—Bueno, es que cuando digo que quier tocarte, me refiero a que quiero tocar otras partes de tu cuerpo. —Aclaró Leon, que no esperaba que la respuesta de Charlotte fuera cogerle de las manos.

—¡Leon! ¡Qué lanzado de repente! —Se rió Charlotte, soltando sus manos.

—Ya. Sí. —Dijo Leon riéndose a su vez, siguiéndole el ritmo a Charlotte. —¿Me desatas?

Charlotte dejó de reírse, mirando a Leon con cierto pesar.

—¿Desatarte? —Preguntó Charlotte, bajando la voz.

—Sí. —Contestó Leon, intentando que el buen royo permaneciera entre los dos, para no asustar a la pelirroja. —Para poder tocarte.

—Leon, no puedo. —Contestó entonces Charlotte, bajando la mirada. —Pero puedo hacer que disfrutes mucho de mí, aun con las manos atadas.

—Te juro que lo que más disfrutaría, sería poder tocarte. Eres preciosa.

—Gracias. —Contestó Charlotte, recogiendo un mechón rojo de pelo tras su oreja, tímidamente. —Pero de verdad que no puedo.

—¿Por qué? —Preguntó el rubio, con la mayor gentileza posible.

—Alexis nos ha prohibido soltarte. —Contestó Charlotte. —Dijo que podíamos hacerte sentir bien y cómodo y atenderte como tu quisieras. Pero nunca, por ninguna razón y bajo ninguna circunstancia, soltarte.

—No esperaba esto de ti, Charlotte. —Dijo entonces Leon, comenzando un juego psicológico que suplicaba ganar. —Me siento bastante decepcionado.

—¡Ay, no! ¿Por qué? —Preguntó con pena la pelirroja.

—Alexis me había asegurado que tú, precisamente, eras muy complaciente en la cama. —Le dijo Leon, apartando la mirada de ella, fingiendo sentirse ofendido. —Veo que me ha mentido.

—No, no. No te ha mentido. Alexis no miente. —Lo defendió Charlotte. —Soy realmente muy, muy complaciente. Y me ofrezco a hacer todo aquello que pidas. 

»Excepto soltarte.

—Lo cual implica que puedo pedirte cualquier cosa, excepto lo que realmente me va a complacer.

Charlotte guardó silencio y se llevó un dedo a los labios, mordiéndose la uña nerviosamente.

—Escucha, Charlotte, —Volvió a intervenir Leon. —Este podría ser nuestro pequeño secreto. Alexis no se tiene por qué enterar de que me soltaste solo por un rato.

»Me sueltas. Los pasamos bien. Y después, me vuelves a atar antes de que él regrese.

—Pero no sé cuanto va a tardar en volver. —Le dijo Charlotte, sintiéndose cada vez más nerviosa. —Además no quiero tener secretos con él.

—Pero si no se va a enterar. —Volvió a insistir Leon. —Yo no se lo voy a contar. Mis labios están sellados. Y te deseo muchísimo.

Charlotte volvió a guardar silencio, mirando las dos manos de Leon y después la puerta de madera enorme que había en un lateral del dormitorio, exactamente igual a la del despacho.

—¿No tengo forma de convencerte de que atado disfrutarás mucho más? —Preguntó, trémula, la pelirroja.

—No. —Contestó Leon, tajantemente, pero poniendo la cara más inocente que podía.

—Eres como mi angelito. Solo queréis mandar. —Dijo Charlotte, cruzándose de brazos.

—Al contrario. —Saltó rápido Leon. —Si me sueltas, seré tu esclavo. Haré lo que desees. 

»Sé acatar órdenes.

Los ojos aguamarina de Charlotte se unieron a los cielos de verano de Leon y ambos se quedaron ahí, mirándose momentáneamente, luchando por convencerse mutuamente.

—No puedo. —Respondió Charlotte, finalmente.

—Sabes que de no desatarme estarás desobedeciendo a Alexis de todas formas, ¿verdad? —Atacó Leon, previendo que la pelirroja se negaría.

—¿Cómo? —Preguntó Charlotte, abriendo mucho los ojos y llevándose ambas manos a los labios.

—Creo que Alexis ha sido muy claro con todas vosotras, cuando ha dicho que me complacierais. 

»Hasta ahora lo estabas haciendo muy bien, pero empiezo a sentirme muy molesto contigo. Y por supuesto se lo haré saber a Alexis.

—Espera, espera. —Pidió Charlotte, alargando las manos hacia la cara de Leon. —Es cierto que nos pidió que te hiciéramos sentir bien. Pero nunca nos pidió que te obedeciéramos.

—Pero estar atado no me hace sentir bien. —Insistió Leon. —Así que estás desobedeciéndole.

Charlotte guardo silencio. Estaba pensando.

—Creo... creo que tienes razón. —Contestó entonces Charlotte, sintiéndose muy contrariada. —Pero entonces, ¿qué puedo hacer? No me gusta cuando Alexis se enfada conmigo.

—Está claro que una orden invalida a la otra. —Dijo Leon. —Tú no me vas a soltar porque yo te lo pida. Lo vas a hacer para satisfacer las órdenes de Alexis.

»Te aseguro que lo más inteligente y lo que tiene más sentido, es que dejemos de hablar, que me desates, y que nos divirtamos hasta su regreso.

—No se yo...

—No se va a enfadar. Le diré que me has tratado tan bien, que te pondrá una corona a la mejor anfitriona del mundo.

Charlotte volvió a pensárselo. La pobre mujer estaba muy confundida. Leon le estaba complicando mucho la vida.

—Vamos, Charlotte. —Apremió Leon. —Por favor.

—Está bien. —Dijo finalmente la pelirroja. —Creo que tienes razón. Solo te desato para cumplir con sus deseos principales, que es que te sientas muy complacido.

»Mi Alexis entenderá que he tomado la mejor decisión de todas. ¿Verdad?

—Tan cierto como que me llamo Leon. —Contestó el agente especial, acariciando con los dedos la victoria.

Entonces Charlotte, inclinándose hacia delante, estiró sus manos y comenzó a desatar una de las hebillas de las esposas de cuero.

—Muy bien, Charlotte. —Animó el rubio, mirando cómo la pelirroja comenzaba a liberarlo.

—Sí. Muy bien, Charlotte. —Dijo una voz masculina detrás de la pelirroja.

Tanto Leon como Charlotte miraron en esa dirección y encontraron a Alexis al lado de la puerta, apoyado en esta por un antebrazo, observando la escena con el semblante muy serio.

A Leon se le secó la boca al ver a Alexis. Joder, no había conseguido liberarse antes de su llegada.

Charlotte, inmediatamente, dejó su actividad y se bajó de Leon, poniéndose de pie al lado de la cama.

—¡Alexis! ¡Has vuelto! —Dijo la pelirroja sonriendo, con las manos entrelazadas delante de su cuerpo.

—Y justo a tiempo por lo que veo. —Contestó el platinado. —¿Qué estabas haciendo, mi amor? —Preguntó entonces el CEO, con algo peligroso en su voz.

—Estaba tratando de que nuestro invitado se sintiera cómodo. —Contesto Charlotte. —Me pidió que le soltara porque prefiere no estar atado.

—Charlotte, cariño. Este hombre no es nuestro invitado. —Dijo entonces Alexis, cargado de condescendencia.

—¡Ah! ¿No? —Preguntó Charlotte, muy extrañada.

—No. —Le aclaró Alexis, aún sin separase de la puerta. —Es un prisionero. ¿Conoces la diferencia?

Charlotte guardó silencio por un momento, y se giró momentáneamente hacia Leon, mirándolo con cierto pesar.

—¿Leon no está aquí por voluntad propia? —Preguntó entonces Charlotte, con un hilo de voz.

Alexis negó con la cabeza, mientras comenzaba a sonreír poco a poco.

—No, mi vida. No está aquí por voluntad propia. —Alexis se  aproximó entonces a Charlotte y la tomó de la barbilla alzando su rostro hacia el de él. —Y de todas formas, aunque lo estuviera, sus deseos jamás deben estar por encima de los míos.

»¿Qué os pedí a las tres? 

—Que no le soltáramos bajo ninguna circunstancia.

—¿Y qué estabas haciendo?

—Le estaba soltando.

—Me estabas desobedeciendo.

—Solo quería cumplir con tu otro pedido, que invalidaba al primero.

—¿Qué pedido?

—Qué se sintiera cómodo.

Alexis miró entonces a Leon, por encima de Charlotte y no pudo evitar ampliar más su sonrisa.

—Eres un puto manipulador, agente Kennedy.

—Culpable. —Contestó Leon, volviendo a su actitud desafiante.

Alexis volvió su atención a Charlotte, sonriéndola dulcemente.

—No pasa nada, mi amor. —Le dijo el platinado. —Eres la inocencia de este mundo, hecha mujer. 

»Pero procura que nadie te vuelva a engañar.

Charlotte se giró de inmediato. Se acercó a Leon y con el dorso de la mano, lo abofeteó.

Pero Charlotte no solo era inocente, sino que además no tenía demasiada fuerza. Así que más que un bofetón, podría decirse que fue una caricia fuerte.

—¡Eres un idiota Leon Kennedy! —Dijo la pelirroja, llorando, roja de furia.

—Cierra la puerta al salir. —Soltó Alexis, moviéndose por la habitación con toda la cotidianidad que tiene el moverte por tu casa, y Charlotte, girándose de nuevo, se dispuso a salir por la puerta.

Pero entonces frenó en seco, y se giró, yendo directa hacia Alexis, que se estaba desabrochando la americana.

—Te amo. —Le dijo Charlotte, al tiempo que rodeaba el cuello del platinado con sus brazos y comenzaba a besarle con la pasión en llamas.

¿Por qué tenía que ser Leon testigo de todo eso?

El platinado correspondió a la pelirroja, rodeando su cintura y después aupándola en sus brazos, mientras caminaba fuera del dormitorio, dejando a Leon momentáneamente a solas.

Leon volvió a tirar de sus ataduras con fuerza, pateando el pe de cama, intentando romperlo. Pero era madera maciza. Y agotado, se rindió.

Ahora que Leon podía observar bien el espacio, lo cierto es que la habitación volvía a ser de un tamaño exagerado para una sola persona.

Joder, si era más grande que todo su departamento.

Lo que Leon podía ver era, más allá de la cama, una mesa oscura, a juego con las puertas del dormitorio, con cuatro sillas a cada lado y un jarrón en medio, con una orquídea blanca.

Sobre una de las sillas, Leon comprobó que estaban sus efectos personales, como su arnés de pistolas, el chaleco antibalas o las riñoneras.

Más allá, un puto piano de cola, negro y enorme, con la tapa bajada, en cuya superficie parecía haber montones de partituras desordenadas.

Y a un lateral de este, un pequeño bar, con botellas de cristal, llenas de líquidos de diferentes colores, y vasos relucientes.

Rodeando las paredes, estanterías empotradas llenas de libros, cuyos lomos parecía ir a juego con toda la sobriedad de la estancia. Y al fondo, una apertura en la pared qué Leon desconocía a dónde llevaba.

Pero lo que sí pudo apreciar a través de esa apertura fue, a ras del duelo, un conducto de ventilación igual al que hubieran usado Claire y él, para salir de la sala de incubación de los Lickers.

La cama en la que estaba era tan grande, que las extremidades de Leon estaban muy separadas entre sí, haciendo sentir al rubio muy incómodo e impotente.

En ese momento, Alexis volvió a entrar por la puerta, cerrándola tras de sí.

Avanzó hasta la mesa y, tal y como si se le hubiera olvidado algo, retrocedió hacia la puerta, la abrió y se comunicó con unas personas al otro lado.

—Señores, si escuchan gritos, no interrumpan. Estaré trabajando. —Dijo Alexis, y cerró la puerta en el acto, echando el cerrojo, mientras al otro lado sus hombres respondían con un rotundo, “Sí, señor”.

Dicho lo cual, volvió a avanzar hasta la mesa y, quitándose la americana, la dejó apoyada sin cuidado sobre esta.

Después se sentó al borde de la misma, de frente a Leon y sin apartar sus ojos de los ojos del rubio, comenzó a quitarse la corbata sin prisa.

Solo de recordar como Alexis le había besado hacía un rato, y de revivir la sensación de sus lenguas tocándose, a Leon se le revolvió el estómago y sufrió una potente arcada.

—Como vomites, te lo doy a comer con cuchara. —Amenazó Alexis, dejando la corbata sobre la americana con gestos cansados, y comenzando a quitarse los gemelos de los puños de su camisa blanca. De nuevo, serio y sin apartar sus ojos del hombre que tenía enfrente, atado a su cama.

Leon cerró los ojos serenándose. Tenía que conseguir sobrevivir a lo que se viniera, fuera como fuera. 

Por Claire.

Respirando profundamente y soltando el aire con suavidad, Leon volvió a abrir los ojos.

—¿Dónde está Claire? —Preguntó el rubio.

Alexis, dejando los gemelos de oro sobre la mesa, comenzó a desabrocharse el chaleco, crujiendo su cuello hacia los lados. 

Todo el tiempo mirando a Leon casi sin pestañear. Y cuando pestañeaba, lo hacía de forma pesada y lenta.

—¿Quién? —Preguntó Alexis, entornando los ojos y humedeciendo sus labios.

—C.R.-01 —Contestó Leon, apretando los dientes, muerto de ira.

—La están preparando para devolverla al lugar del que nunca debiste haberla sacado.

Alexis se quitó entonces el chaleco y lo dejó sobre la mesa, al lado de todo lo demás, mientras se desabrochaba los primeros botones de su camisa y se dirigía al bar, al fondo de su habitación.

Al pasar al lado de su piano, se detuvo un instante, observando la teclas y acariciándolas con la punta de sus dedos.

Entonces tocó una pequeña melodía. Lenta, triste, melancólica.

Si b, La, Sol y Re. Y lo repitió tres veces. Como si se encontrara fuera del planeta.

A la cuarta vez, la melodía cambió. Do, Si, La, Si.

Eso hizo que a la tristeza de esas notas y a su melancolía, se le añadiera cierto grado de tensión. Cierto grado de inestabilidad.

—¿Entiendes de música? —Preguntó Alexis, dándole la espalda a Leon.

—No. —Contestó el agente especial. No deseaba que llegase la tortura, pero tampoco quería estar de cháchara con el cabrón que lo tenía preso.

—Ya. —Contestó el platinado. —Pero puedes escucharla. Seguro que despierta algo en ti. —Volvió a decir Alexis, casi distraídamente, todavía acariciando las teclas. Leon no dijo nada. —Son las primeras notas de un réquiem muy conocido. —Informó Alexis, con la voz más apagada de lo normal. Y volvió a repetir la secuencia. —Me parece que encaja bien con tu situación.

»Es... triste... desolado... angustioso... —Alexis hizo entonces una pequeña pausa. —...y hermoso. Como tú. —Y Alexis volvió a tocar la melodía, esta vez un poco más rápido. —Definitivamente si fueras una composición musical, serías un réquiem.

»Así es como vas a sonar tú, cuando te toque.

Y dicho esto, abandonó las teclas y siguió avanzando hasta el bar, mientras se remangaba la camisa, dejándola solo un poco por debajo de sus codos.

—Oye. —Comenzó a hablar Leon, con la voz tranquila, aprovechando que Alexis parecía distraído y parco. —Creo de verdad que dentro de tu cabeza hay un cerebro funcional e inteligente. —¿Eso había sonado como un insulto? —Así que todavía puedes detener esto y hacer lo correcto.

»¿No puedes comprender que Claire es un ser humano, como tú y como yo, a la que, simplemente le habéis inyectado unas vacunas?

—Ni te esfuerces. —Le contestó Alexis, mientras trataba de escoger la mejor bebida para la ocasión.

—Desde que nacemos, a todos nos ponen vacunas, y seguimos siendo humanos. ¿Qué puta diferencia hay? —Seguía intentando Leon, con menos fe que un ateo, de convencer a Alexis de frenar su maldito experimento.

—La diferencia es que nuestras vacunas nos protegen de una gripe, y las de ella la convierten en un arma letal. —Contestó Alexis, girándose y caminando hacia la cama, con paso cansado pero indolente. Portando una botella de líquido ambarino en su interior. —No apeles a mi conciencia, mi amor. No existe. —Añadió el CEO.

Leon cerró los ojos conteniendo su rabia y siseando entre dientes.

—Lo que no existe, es una sola persona en todo este planea a la que odie más que a ti. Y joder, eso es difícil. —Le soltó Leon, que poco más podía hacer en esa situación que usar su boca para atacar. Pero era muy difícil perturbar a alguien como Alexis Belanova.

—Eso espero. —Contestó riéndose Alexis, al tiempo que dejaba la botella en la mesita de noche y se subía a horcajadas sobre Leon. —Esto sobra. —Añadió, refiriéndose a la camiseta técnica.

Alargando una mano, Alexis sacó de dentro de uno de los cajones de una de sus mesitas de noche, unas tijeras plateadas que rápidamente empleó en cortar por la mitad la camiseta técnica de Leon. Con un movimiento tan rápido y fluido, que el agente especial creyó que se las clavaría en el cuello.

Pero Alexis parecía hacerlo todo con suma medida y perfección.

Después, guardó de nuevo las tijeras. Cogió la botella de alcohol, que al destapar el tapón Leon pudo ya comprobar perfectamente por el olor que efectivamente era whisky, y se la llevó a los labios bebiendo dos largos tragos de líquido dorado.

Cuando acabó, miró a Leon con diversión.

—Eres alcohólico, ¿verdad? —Preguntó Alexis.

—¿Para qué preguntas, si ya lo sabes? —Preguntó Leon a su vez, retirando la vista a cualquier parte que no fuera él.

—Por diversión. —Contestó el CEO, sonriendo de nuevo. —Bebe. —Ordenó entonces el platinado, acercando la botella a la cara de Leon. 

Pero este giró el rostro.

—No, gracias. —Contestó el agente especial con la voz ronca.

—No es un ofrecimiento, Leon. Es una orden. 

Leon volvió a mirar a Alexis, con sus ojos como glaciales.

—Que te jodan. 

Y dicho esto, Alexis cogió a Leon por la quijada con fuerza y acercó la botella a sus labios. Introduciendo dentro de la boca del rubio el alcohol que no deseaba beber.

Parte del líquido se desbordaba de su boca. Y otra parte la tragaba, reviviendo la ardiente sensación que el whisky dejaba a su paso.

—Estás desarmándolo todo. —Dijo Alexis, retirando la botella. —Y te aseguro que en tu vida has bebido un alcohol tan caro como este. —Añadió el platinado con cierto enfado en la voz y, acto seguido, dio un largo trago a la botella, conteniendo dentro de su boca el whisky. 

Dejando la botella sobre la mesita de noche, cogió a Leon por el pelo, inclinando su cabeza, uniendo sus labios e introduciendo dentro de la boca del rubio el líquido, sellando tanto sus bocas, que solo una tímida gota dorada se escapaba por una de las comisuras del agente especial.

Leon se resistía a tragar. Pero por un lado, tenía la boca de Alexis sobre la suya, con su lengua danzando por todas partes; y por otro lado, el alcohol  quemaba. 

Así que Leon, perdía una vez más.

Y tragó.

Alexis soltó el pelo de Leon y separándose de él, totalmente fuera de sí de pura diversión, peinó su pelo hacia atrás con sus dos manos.

—Ya te dije que te iba a hacer tragar mucho. —Comentó Alexis. —Y eso que me refería a mis fluidos corporales. Pero este me parece un buen comienzo.

Leon entonces, lleno de ira, escupió al CEO en la cara.

Silencio. Estatismo.

Alexis se quedó momentáneamente quieto, procesando la agresión. Pero después, clavó su mirada en Leon y recogió con los dedos la saliva de este sobre su rostro, y se los llevó a la boca, chupándolo como si fuera un manjar.

—¿Quieres que vayamos directos al grano? —Preguntó Alexis,  secando el resto de humedad de su cara con el dorso de la mano. —Estoy muy familiarizado con la práctica de escupir en el sexo. Y tengo que decir que es tan sucio, que me encanta.

»¿Me toca?

Leon guardó silencio, fulminando al platinado con la mirada, viendo pasar por su mente las muchas formas en que deseaba matarlo.

—Eres tan tierno cuando me miras así. Y me pone tanto. —Dijo Alexis, moviendo sus caderas por encima de las de Leon, generando fricción entre sus entre piernas y extendiendo sus manos por el torso del rubio, mientras echaba su cabeza hacia atrás y gemía. —Te voy a hacer tanto daño, que voy a conseguir que desees morir. —Dijo el platinado, sin dejar de moverse encima del rubio. —No sé cuánto aguantarás hoy. Pero mañana, o pasado mañana, o al siguiente, o al cabo de una semana, o un mes, o un año, te juro que te vas a doblegar tanto, que vas a ser mi nueva Charlotte, o mi nueva Virginia o mi nueva Seo.

La amenaza de Alexis parecía totalmente plausible. Y en esos momentos Leon no se sentía con un coraje inquebrantable.

Pero no formaba parte de su naturaleza rendirse, y ya lo había hecho antes para salvaguardar a Claire.

Tenía que conseguir salir de ahí.

Sus intentos por lograr que Charlotte le desatara, habían sido en vano. Le había faltado solo unos pocos segundos, y habría logrado ser libre.

Pero ahora que ya estaba en medio de su tortura privada y que nadie iba a aparecer para salvarle, era el momento de planear cómo dejar fuera de combate a Alexis Belanova.

—Te amo, Leon. —Dijo entonces Alexis, con sus ojos grises vidriosos sobre los de Leon, mientras seguía moviendo sus caderas por encima del rubio, para desconcierto y profunda repulsión del agente especial.

—Qué asco. —Contestó Leon, apretando los dientes.

—Te amo. —Repitió el CEO, cogiendo las caderas del rubio con sus grandes manos y atrayéndola hacia sí mismo para generar más fricción, mientras Leon hacía con sus caderas la fuerza contraria, para alejarse de él.

—Te amo, te amo, te amo. —Volvió a repetir Alexis, con la respiración fuerte y, de cuando en cuando, sonriendo a Leon. 

Asquearle era demasiado excitante.

—¡Y yo te odio, joder! ¡Te odio y te voy a matar en cuanto tenga la mínima posibilidad! —Le gritó Leon, que trataba con todas sus fuerzas fusionarse con el colchón y generar espacios de aire entre el CEO y él. Tirando con fuerza de todas sus ataduras sin conseguir nada, más allá de añadir leña al fuego de la excitación del platinado.

Alexis comenzaba a respirar con más fuerza, y Leon ya sentía su erección recorrer su pubis.

—¿Qué me vas a hacer? —Preguntó Alexis, cerrando los ojos y humedeciéndose los labios. Tragando saliva.

—Te voy a matar, cerdo hijo de puta. —Contestó Leon, con los dientes apretados y todo el cuerpo en tensión.

Alexis gimió de puro placer.

Leon no podía olvidar que a ese perturbado le encantaban los insultos y las amenazas de muerte. Y en realidad no es que hubiera nada de malo en esas prácticas. Alguna vez Leon ya había jugado a ese juego. Pero no de la forma en la que jugaba Alexis, y desde luego, no siendo abusado como lo estaba siendo.

Las mejillas de Alexis estaba encendidas. Y el platinado se comenzó a desabrochar los botones de la camisa dado que esta comenzaba a pegársele a la piel por el sudor que perlaba su cuerpo.

—Pues mátame. —Gimió Alexis, mirando profundamente a los ojos de Leon. —Si en el fondo lo que estoy deseando es que alguien más fuerte y más listo que yo me de una buena lección. —Dijo el CEO, quitándose la camisa, mostrando un cuerpo tan pálido y esculpido, que bien podría estar hecho de mármol. —Pero ese alguien no llega, y joder, te juro por lo que sea que esperaba que fueras tú. —Añadió Alexis, sin dejar de gemir, al tiempo que se agachaba sobre el torso de Leon y comenzaba a recorrerlo con su lengua. Limpiando los restos de whisky derramados sobre la piel del agente especial.

La cabeza de Leon luchaba entre el asco y la estrategia para conseguir tumbar a Alexis.

Y fantaseando sobre como lo dejaría K.O., de tener cosas a su alcance que no tenía, se dio cuenta de que no debía buscar la forma de dejarlo inconsciente. La respuesta a sus problemas seguía siendo la misma. 

Liberarse.

Aunque la fórmula para lograrlo no le gustaba nada. Había intentado evitarlo, recurriendo a Charlotte. Conocía la teoría, pero nunca lo había llevado a la práctica  y temía fallar. 

Pero entre el miedo al fallo y el horror a ser violado, prefería el miedo a fallar.

En ese momento, Alexis había llegado hasta el cuello de Leon, donde seguía gimiendo, chupando y lamiendo, llevando su excitación al límite de sus fantasías.

—Te amo tanto, Leon. —Volvió a repetir Alexis, mordiendo el lóbulo de la oreja del rubio.

La voz del platinado era veneno auditivo, que entraba en el cerebro del agente especial y resonaba ahí dentro como un eco sin fin que le volvía loco.

Leon miró hacia su mano derecha, pensando en que la forma de soltarse, pasaba por dislocarse el pulgar para poder colar su mano por el hueco, y que después necesitaría la otra mano para volverlo a encajar el dedo en su sitio. 

Pero su otra mano estaba muy lejos. Alexis se daría cuenta antes. Y Leon no podría enfrentarse a él con el pulgar dislocado. Ni siquiera podría cerrar el puño.

En medio de esos pensamientos estaba, cuando Alexis se percató de aquello que tenía a Leon tan distraído de repente.

Alexis se separó solo unos pocos centímetros de Leon, alzando la cabeza y entornando los ojos. Comenzando a hacer cavilaciones en su mente sobre las pretensiones del rubio. 

Pero Leon no podía permitir que esa mente brillante llegara a ninguna conclusión.

Así que le besó.

Sí. Leon besó a Alexis.

Fue más un choque de labios que un beso per se, pero lo suficientemente disruptivo como para que Alexis perdiera el hilo de sus pensamientos y centrara sus espesas nieblas en la claridad de los ojos de Leon.  Con el ceño fruncido por la sospecha. 

Que Leon le besara a él no era normal. Algo estaba pasando. Y Alexis estaba pensando.

Así que Leon lo distrajo de nuevo. 

El rubio se mordió el labio inferior, echando la cabeza hacia atrás y resoplando audiblemente, para después tragar saliva, generando un show con su nuez de Adán que sabía que atraería la atención sin sospechas del CEO. Y después, soltó un pequeño gemido al tiempo que levantaba las caderas, generando esa fricción que tanto estaba gustándole Alexis.

Leon bajó de nuevo la cabeza, mirando al platinado con el odio de siempre, esperando que mordiera el anzuelo.

Alexis estaba momentáneamente paralizado. El agente especial debajo de él, gimiendo y acunándose contra él, era una auténtica visión. ¿Se había rendido? Su mirada era desafiante. No parecía rendido. Pero, ¿qué le podía hacer? Todo estaba en orden.

—Eres repugnante. —Le dijo Leon, sacándolo de sus pensamientos, estrechando los ojos y devolviendo a Alexis a la carrera de placer que estaba corriendo a costa de Leon. 

Y fue como abrir la veda.

Alexis se lanzó a por la boca de Leon y comenzó a devorarlo con ansia y dureza, pero más gentil que la primera vez.

Y esa melodía triste que antes hubiera tocado el platinado, a Leon le pareció que comenzaba a llenar el espacio, acompañando a los gemidos y jadeos y al eco de la voz del CEO.

Alexis cogió a Leon por la nuca, apretándose más fuerte contra él, mientras continuaba meciéndose en su entrepierna.

Leon comenzó a gemir sonoramente, —aunque sus gemidos eran tragados por Alexis y, por tanto prácticamente inaudibles. —, adelantándose a los gritos que él ya sabía iban a acompañar el dolor abrasador de dislocarse el pulgar.

El agente especial comenzó a apretar con fuerza su pulgar contra el cabecero de la cama, sintiendo que sus ojos comenzaba a humedecerse de dolor.

Alexis se separó momentáneamente de Leon, para recuperar el aliento, cogiendo al rubio por la cara con sus dos manos, focalizando cada centímetro del rostro del rubio.

—Te amo, joder. —Volvió a repetir Alexis, con la voz ronca. —Y te quiero destrozar y destruir  al mismo tiempo.

Y dicho esto, volvió a la carga cobre la boca de Leon, mientras cogía a puños cerrados la melena del rubio.

Leon abrió los ojos y miró hacia su pulgar. El rubio era más flexible de lo que había imaginado. Si quería dislocárselo, tendría que hacer fuerza de golpe, y eso le iba a delatar.

Tenía que provocar el momento perfecto. Y sabía cómo hacerlo. 

Leon cogió entonces, entre sus dientes, el labio inferior de Alexis y comenzó a apretarlo con  fuerza desmedida.

Alexis trató de alejarse, pero Leon lo tenía dolorosamente agarrado por la boca, de tal forma que, para soltarse, el platinado se vio obligado a golpear a Leon en la herida de bala, sabiendo que ese sería el dolor que liberaría su boca del él.

Leon se preparó para el doble dolor.

Y cuando Alexis lanzó un potente puñetazo contra su herida, Leon aprovechó esa única oportunidad que tenía para golpear con fuerza su pulgar contra el cabecero y así desencajar la segunda falange de la primera.

Leon gritó, soltando el labio de Alexis y doblando su cuerpo hacia delante todo lo que sus brazos le permitían, flexionando sus abdominales hasta convertirlos en lava y derramando dos lagrimas enormes de sus ojos.

Alexis, se llevó una mano a la boca, cerrando sus ojos con fuerza. Sin duda, Leon había logrado hacerle daño.

—Qué hijo de puta. —Dijo Alexis con la voz aguda, por el dolor y la sorpresa, con una inclinación en la voz que parecía un llanto.

Cuando Leon dejó caer su cuerpo hacia atrás, respirando con dificultad, volviéndose loco de dolor, Alexis le cruzó la cara con el dorso de la mano y, cogiendo a Leon por la quijada, atrapó su labio inferior con los dientes y comenzó a apretar con la misma fuerza con la que Leon le mordió a él.

Leon abrió los ojos como platos y después los cerró con fuerza, gritando de nuevo. Ese cabrón le iba a rancar la boca si no se detenía.

Pero por suerte se detuvo.

—¡Cómo vuelvas a morderme, te juró que te desfiguro, cabrón! —Le gritó Alexis a Leon, mientras este apartaba su rostro hacia un lado, introduciendo su labio inferior dolorido dentro de la boca. —Aunque, —Añadió el CEO riéndose de repente como un perturbado, y calmando poco a poco su respiración. —, tengo que reconocer, que me ha encantado sentir por una vez algo parecido al pánico.

Alexis acarició el lado de la cara de Leon más expuesta y después retiró una de sus lágrimas.

Hubo un pequeño silencio, interrumpido solo por sus respiraciones, que poco a poco se iban pausando.

“¿Qué demonios estará pensando este cabrón?”

Alexis cogió a Leon de la barbilla y giró su rostro hacia el suyo, con más gentileza de la esperada. De hecho, estaba siendo muy suave.

—Pídeme perdón. —Le ordeno el platinado.

—Perdón. —Contestó Leon, sudando frío por el dolor horrible que aun seguía sintiendo en tres partes diferentes del cuerpo, pero especialmente en su pulgar.

—Te perdono. —Contestó Alexis. —Pero eso no te va a librar de  que te haga completamente mío.

Y dicho esto, volvió a besar a Leon. 

Al principio, con miedo. Dando solo pequeños besos tentativos. Como probando que Leon no volvería a morderle. Y después, volvió a juntar sus labios a mandíbula batiente, visitando la boca de Leon son su lengua. Lenta y pausadamente.

Algo había cambiado en este nuevo beso. Ya no era la bestia que había sido al inicio. Ahora era una caricia húmeda y suave, que parecía querer cambiar las reglas del juego. Como un bálsamo para las heridas.

Y Leon detestaba que Alexis estuviera dentro de él. Pero puestos a elegir, casi que prefería que reservara la gentileza para sus amantes, igual que él quería reservar la suya para su Claire.

Claire, la cual estaba apunto de volver a aquella pesadilla de la que prefería huir abrazada a la muerte, que volver a vivirla.

Leon seguía el compás de los besos de Alexis, mientras sacaba la mano con cuidado de la esposa de cuero, gemido tras gemido.

—Me vuelves loco, —Dijo Alexis entre espacios de sus besos. —, cuando gimes así, Leon, me vuelves loco.

Y dicho esto, Alexis se separó por completo de Leon, dejando a este como una estatua. Rezando a todos los dioses que existieran en el mundo, que el CEO no se percatara de que Leon había liberado su mano de las ataduras que lo inmovilizaban.

Pero el platinado estaba demasiado  distraído desabrochando el cinturón del rubio, y después sus pantalones, como para percatarse.

Alexis introdujo su mano por dentro de los calzoncillos de Leon, acariciando de arriba a bajo su miembro.

Leon abrió los ojos como platos y dejó escapar un golpe de aire al primer contacto, piel con piel, con la mano de Alexis.

Y sin poder reaccionar más, Alexis volvió a lanzarse contra la boca de Leon, entre saliva, calor y gemidos, mientras comenzaba a masturbar al agente especial.

Leon esperaba haberse liberado antes de que las cosas llegaran tan lejos. Pero había sido demasiado lento y ahora estaba siendo definitivamente violado por Alexis Belanova.

En un momento que encontró para tomar aire entre los besos del platinado, Leon bajó su cabeza para comenzar a besar el cuello de Alexis, de tal forma que el hombre podía liberar su boca, con la intención de usar sus dientes para tirar del pulgar hacia fuera y poder recolocarlo en su lugar de origen.

El plan funcionó cuando Alexis decidió seguir el mismo camino, y concentrarse en el cuello de Leon. Sin dejar de bombear su entrepierna, gimiendo su excitación en el oído del rubio.

Cuando Leon se metió el pulgar en la boca, comenzó a sentir, con un profundo dolor psicológico y emocional, que su polla comenzaba a responder ante las atenciones de Alexis y, con una mezcla de asco y autocompasión impropia de él, mordió y tiró de su pulgar con todas sus fuerzas. Y gritando, consiguió recolocar la falange en su sitio.  

Sin un segundo que perder, el rubio alargó el brazo hacia la mesita de noche, cogió la botella de whisky y la estrelló con todas sus fuerzas contra la cara de Alexis, quien acababa de abandonar el cuello de Leon ante lo extraño de tanto movimiento, y se encontró con un golpe sobre su rostro, que nunca nadie se había atrevido a darle.

La botella se hizo añicos.

Algunos cristales se clavaron en la porcelánica y perfecta piel del CEO. El más grande le rajó la ceja en dos. El líquido ambarino estalló en diferentes direcciones empapando tanto al platinado, como al rubio, como las blancas sabanas, que ahora ya no eran blancas, y que después, comenzaron a teñirse de rojo.

Alexis, en estado de shock, giró su rostro hacia el de Leon, con la expresión más atónita del planeta, al tiempo que un chorro de sangre bajaba por su cabeza y comenzaba a empapar el lado izquierdo de su rostro.

Entonces, el platinado soltó el miembro de Leon. Se llevó la mano a la cara y, cuando vio la sangre en sus dedos, volvió a mirar a Leon, antes de que sus grises  se escondieran dentro de la cuencas de sus ojos y el puto niño rico perdiera por fin el conocimiento. 

Desplomándose encima del agente especial.

re:pe_ilustración_PaulaRuiz

 

Chapter 21: Epifanía

Notes:

ADVERTENCIA: Capítulo sensible. Se aconseja la discreción del lector.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Dolía.

Dolía profundamente.

Dolía tanto que ni siquiera su propia mente le permitía sentir el dolor.

Dolía tanto que no podía calcular la magnitud de los daños.

Dolía tanto que los segundos vitales con los que contaba se le estaban escapando. Tan perdido en el trauma se encontraba el agente especial.

Al parecer había una línea. Una línea psicológica que siempre había estado ahí, pero que el rubio había ignorado su existencia durante tanto tiempo, que ni siquiera recordaba que existiera dicha línea.

Una línea importante. 

Una línea que no se puede sobrepasar. 

Una línea que hay que respetar.

Cuánto le quedaba por aprender, a este pobre muchacho, aun siendo un hombre adulto.

Cuando de adolescente tuvo la experiencia abusiva con Úrsula, Leon se había sobrepuesto recordándose que solo era un crío. Un crío que únicamente había conocido el lado malo de la vida y que no tuvo tiempo de pensar demasiado en las manos que lo tocaron durante unos segundos, porque ese mismo día, le dieron una paliza que casi lo mata.

Era como si todo aquello que fue real, se sintiera tan lejano y tan opacado por la experiencia posterior, que casi parecía que no hubiera ocurrido.

Después pasaron tantas cosas en su vida, que ese suceso quedó relegado a un segundo plano. Tan oculto en su mente, que la primera vez que volvió a pensar en ello fue con Claire en su cabeza. Y fue como invocar un recuerdo olvidado. Como cavar el foso más profundo de su fuero interno en busca del botín. Así de enterrado había quedado.

Pero lo que acababa de pasar... lo que acababa de pasar... era... era distinto. Distinto y muy difícil de explicar.

Había una línea. 

Una línea que no se podía traspasar. Una línea de protección. Una línea como un muro o un escudo que hacía que cualquier cosa al otro lado fuera asumible, mientras que cualquier cosa que la cruzara sería letal.

Leon seguía respirando. Temblaba pero no tenía frío. Seguía vivo. Que se hubiera traspasado esa línea no le había matado. Aunque se sentía muerto.

Se sentía muerto.

Supongo que vivir en este mundo siendo un hombre, blanco, grande y fuerte, con habilidades para luchar y para matar, te da la confianza suficiente como para poder moverte entre mortales sin sentir miedo. Sin temer por tu integridad. Sin preocuparte de lo que se esconde en cada esquina o callejón oscuro.

Además, Leon se había enfrentado a demasiados monstruos como para temer a cualquier hombre.

Pero no me malentiendas. Esto no quiere decir que Leon fuera insensible al dolor o al horror. Sabemos que no. Sabemos que se mueve por amor. Que puede sentir rabia, furia, miedo. Es humano al fin y al cabo. Pero esas emociones suele vivirlas hacia los demás.

Él no temía morir. Lo que temía es que Claire muriera.

Él no temía el dolor. Lo que temía es que Claire sufriera.

Él no temía al castigo. Lo que temía es que castigaran a  su Claire.

Y así se había pasado más de la mitad de su vida. Temiendo por los demás y tratando de protegerles por todos los medios. Incluso aunque ese medio fuera él mismo.

Es  por eso que en su día a día, Leon no temía por su integridad. Y podemos decir y afirmar y constatar, que el agente especial nunca había temido sufrir una agresión sexual. 

Nunca.

Incluso aunque Alexis se hubiera pasado amenazándole con ello desde que cruzaran la primera palabra, Leon nunca llegó a tomárselo en serio o a creer que realmente algo así pudiera sucederle.

Le podía repugnar la sola imagen o sentir escalofríos solo de pensarlo. Pero nunca sintió un miedo genuino hacia esas amenazas.

Hasta que se cruzó la línea.

Cuando Alexis lamió la sangre que manaba del labio de Leon,  a causa de el fuerte puñetazo que él mismo le había propinado, el agente especial se apartó asqueado como puro acto reflejo.

Sentir la humedad en la piel, y saber que provenía del platinado, había provocado un reacción en cadena por todo el cuerpo del rubio, que empezaba con asco, acababa con asco y entre medias, se le erizó todo el bello del cuerpo.

Ese lametazo había sido malo. Saber que su sangre estaba en la boca del CEO tenía algo tan ofensivo, que era casi imposible de explicar.

Pero cuando le besó, algo que ya era malo se volvió aun peor. Ahora Leon poseía unos conocimientos sobre Alexis que no deseaba conocer. Como la suavidad de sus labios, el ímpetu de sus mordidas, el sabor de su boca o la textura de su saliva. La temperatura de sus besos.

Ojalá lo pudiera olvidar. Ojalá no se sintiera tan sucio.

Con los besos y caricias, Alexis estaba tonteando con esa línea que no se debe cruzar. Incluso llegó a pisarla cuando le hizo creer al rubio que tendría que hacerle una felación en el hangar esférico de ahí arriba.

Pero en el momento en que se atrevió a tocar su sexo y comenzó a masturbarle, no solo había cruzado la línea, sino que la había hecho visible a ojos de Leon, que la había ignorado hasta entonces y que se daba cuenta de que el daño era real.

Y Alexis no solo la había traspasado. Había corrido kilómetros dentro de él, en los segundos eternos que duró, dejando la línea tan atrás, que incluso en esos momentos en los que el CEO estaba inconsciente, Leon no estaba seguro de si lo había sacado de dentro de la línea, o seguía ahí con él.

Desde luego, se sentía como si el platinado fuera omnipresente.

Y su voz.

Esa voz envenenada seguía ahí dentro, vagando sin rumbo y mezclándose con la respiración agitada de Leon. Lo que lo hacía aún más enfermizo, si cabía.

Y esa no era la peor parte.

Lo que pasó después...

Lo... que (le) pasó después fue... fue...

Leon no podía seguir esa línea de pensamiento.

No podía.

Se bloqueaba.

Le ardía.

Lo destrozaba.

Leon bajó la mirada. El platinado seguía ahí. Totalmente inconsciente. Desplomado sobre el torso del rubio. Cubriendo su piel con su sangre. Tan roja y tan vibrante que parecía que la directora de efectos especiales era pupila de Tarantino.

La arcada volvió a hacer acto de presencia.

Leon no quería sentir nada que viniera de Alexis. 

Nada.

Y el rubio estaba sintiendo el calor y la humedad de la sangre del platinado brotando de él y bañando su piel. Bañando su piel, como le bañaron sus besos, su lengua, su saliva, llenándolo más de sí mismo. Contaminándolo.

Alexis estaba en su boca. En su lengua. En sus oídos. En su cuello. En su pecho. En su abdomen. En su... en...

No podía afrontarlo.

No podía pensarlo.

No estaba capacitado para razonarlo.

En el programa secreto para formación de agentes especiales de los Estados Unidos, no le preparaban a uno para afrontar una violación. En fin, otros que no creyeron que algo así pudiera sucederle a un agente especial.

Ya ni hablemos de la academia de policía, que salías sabiendo empuñar una pistola casi por gracia divina.

Había tanto de Alexis en Leon, que el rubio solo deseaba arrancarse la piel a tiras.

Y mientras tanto, la sangre.

Tan brillante. Tan saturada. Tan pegajosa. Tan hipnótica.

“Tienes que volver en ti.” Decía una parte de Leon dentro de su cabeza. “Tienes que volver en ti y correr lejos de este lugar.”

Leon parpadeó. Comenzaba a despertar de su momentáneo estado de shock.

Seguía  en la misma cama. Ahora con sábanas rojas.

Seguía atado con grilletes de cuero. Ahora con una mano liberada.

Seguía atrapado en esa habitación. Ahora con la posibilidad de huir.

“¡Corre!” Se gritó así mismo dentro de su cabeza. “¡Corre, Leon, corre!”

En ese momento, como si sus oídos hubieran estado tan concentrados en escuchar su respiración que hubieran olvidado dar cabida al resto de ruidos a su alrededor, de la lejanía llegó el sonido de unos nudillos contra una puerta. Llamando con intensidad. Acompañado de una voz masculina.

—Señor Belanova, disculpe, hemos escuchado un ruido. ¿Va todo bien?

Leon miró hacia la puerta, volviendo en sí.

Y tocaron de nuevo.

—Señor Belanova, no deseamos interrumpir. Pero si no responde, nos veremos obligados a entrar, por su propia seguridad.

Leon sintió entonces un grandísimo choque de electricidad recorrer todo su cuerpo, y fue como ponerse de cero a cien.

Rápidamente desabrochó las ataduras de su mano izquierda, y de un empujón, apartó a Alexis de encima suyo, dejándolo a un lado de la cama, como un muñeco de trapo en proceso de desangrado.

Acto seguido desabrochó las cinchas de tus tobillos y, saltando de la cama, se abrochó los pantalones y el cinturón y se quitó la camiseta técnica que estaba abierta por la mitad.

Rápido, se colocó las riñoneras alrededor de la cintura y, justo cuando cogió el arnés con su Silver Ghost y su cuchillo de combate, la puerta del dormitorio se abrió con un fuerte estallido, propio de la madera astillándose al romper y desencajar la cerradura.

Leon, más rápido que los reflejos de los hombres que esperaban al otro lado para entrar, golpeó la puerta con una fuerte patada, cerrando esta de nuevo, empujando hacia atrás a los soldados y, cogiendo una silla, la atrancó contra la puerta, ganando los segundo precisos para correr hasta el final de la estancia, arrancar de la pared las rejillas del conducto de ventilación y deslizarse dentro, llevado por el mismísimo demonio.

Pero no sin antes coger su chaleco antibalas. En él había una foto de incalculable valor.

A sus espaldas, Leon pudo escuchar las voces desordenadas y alteradas de los hombres que habían vuelto a abrir la puerta, tirándola abajo con una fuerza impresionante. 

Algunos  se lanzaron en primer lugar a por su señor. Llamaban al doctor de la unidad que, abriéndose paso, llegó hasta el cuerpo de Alexis, al que le hizo un estudió de respuesta ocular rápido y tomó su pulso.

—¡Está vivo! —Gritaba el médico. —¡Tiene la cabeza abierta! ¡Constantes vitales muy débiles! ¡Alta pérdida de sangre! ¡Posible conmoción cerebral! ¡Nos lo llevamos! ¡Tenemos que estabilizarlo ya!

 El resto de hombres, se lanzaron a por el agente especial como una manada de hienas a la caza de un león herido. 

El rubio apenas se había arrastrado unos pocos metros dentro del conducto, cuando un soldado a su espalda, que se había introducido inmediatamente detrás de él, lo atrapó por un pie y tiró con fuerza, haciéndolo retroceder. 

Leon, sin pensarlo, por puro instinto, pateó la cara del soldado con su pierna libre y, tras un chasquido y un torrente de sangre salpicando desde la nariz del hombre, este se desmayó, soltando el pie de Leon, quien volvió a avanzar en su camino.

—¡Sacadle de ahí! —Gritó otro hombre a su espalda, mientras tiraban del cuerpo desmayado del soldado con la nariz rota.

Leon llegó, a poco metros, a un cruce de cinco caminos. Podía seguir de frente, girar a izquierda o derecha, o subir o bajar.

El rubio tenía que llegar rápidamente al nivel tres, así que  tomó la decisión de bajar, descendiendo por el conducto con todo el control que poseía, justo a tiempo de escuchar por encima de su cabeza los disparos de pistola que iban a matar.

Tal vez esos hombre no le siguieran por los conductos de ventilación, o tal vez sí. Pero Leon trataba de descender con premura, presionando con fuerza las paredes metálicas, empleando manos y pies.

Fue entonces cuando escuchó el timbre brillante de una arandela siendo arrancada del cierre de seguridad de una granada y, a continuación,  el sonido rodante de esta, avanzando en su dirección.

—¡Revienta hijo de puta! —Dijo uno de los soldados desde fuera del conducto. —¡Granada! —Gritó el mismo hombre, poniendo a todos los soldados a cubierto en el dormitorio de Alexis.

Todo pasó muy rápido.

Leon soltó su agarre en las paredes metálicas del conducto y se dejó caer hasta el fondo, donde una rejilla a sus pies se desprendió por su peso, haciéndole salir al rellano en un paso de escaleras.

El mismo paso de escaleras que hubieran usado Claire y él para llegar al nivel uno.

El rubio aterrizó con un fuerte golpe, desplomado como un enorme saco de harina, sobre el hombro recientemente dislocado y recolocado, gritando de puro dolor, tratando de sobreponerse e incorporarse.

Entonces vio como tras él caía la granada y, corriendo a todo lo que su potencia muscular le permitía, se alejó de la explosión lo suficiente como para que, en pleno salto escaleras abajo, la honda expansiva lo empujara por detrás, estrellándolo contra la pared más próxima, golpeando, de nuevo, su hombro derecho.

Leon se dejó caer sentado en el suelo, con la espalda pegada a la pared, llevándose una mano al hombro, comprobado que este no se le hubiera vuelto a dislocar.

Le pitaban los oídos. 

Escuchaba sus gemidos con cierta reverberación y pausa.

La visión se le nublaba.

Le dolía la cabeza.

Ahora tenía frió, pero sudaba.

Respiraba muy agitádamente, pero lo que entraba en sus pulmones no era únicamente oxígeno. La pólvora residual que flotaba en el aire se colaba en sus pulmones provocándole una tos que anunciaba que algo estaba pasando en su caja torácica, pues cada golpe de pulmón, se sentía como un mazazo en medio del pecho.

Por fortuna, estaba todo en su sitio, pero el dolor era insoportable.

El pitido en sus oídos lo llenaba todo. Y además hacía vibrar el órgano interno tanto, que Leon creía que podría vomitar. Tenía todo su cuerpo cubierto de sudor y polvo. Y de sangre que no era suya y que ya empezaba a secarse, oxidando su color y apagando su brillo.

Leon respiraba  cada vez con más dificultad. La granada no solo había destrozado otro tramo de escaleras ( a parte de la que destrozara él cuando huía de los Cerberus), sino que había hecho estallar las paredes de hormigón, levantando una polvareda que dificultaba esa adquisición de oxígeno necesario, ya de por sí contaminado.

Al rubio le dolía la cabeza. Se había dado un fuerte golpe, cuyo latigazo cervical se estaba haciendo notar. Y tenía los maseteros tan apretados que era como echar más leñas al fuego del dolor de su cabeza.

Haciendo uso del apoyo de la pared a sus espaldas, Leon se incorporó con gran esfuerzo, abrazándose el costado derecho y, sin abandonar la pared, comenzó a descender por las escaleras, lenta y torpemente, en busca del siguiente pasillo de mantenimiento.

La caída desde los conductos de ventilación había sido desde una gran altura y ahora Leon se encontraba por debajo del nivel dos.

Y si no fuera porque le dolía tanto todo el cuerpo, se empezaría a preocupar por los Cerberus que aún andaban por ahí pululando.

Con todo el sigilo del que Leon era capaz, que adelantamos no era mucho teniendo en cuenta la dificultad respiratoria, siguió descendiendo hasta toparse con la puerta de mantenimiento del nivel tres.

Estaba armado únicamente con su Silver Ghost sin munición; y su fiel cuchillo de combate. Y por fortuna le había dado tiempo a coger su chaleco antibalas, que todavía llevaba en la mano.

Cuando llegó al rellano de la puerta de mantenimiento, encontró el extintor reglamentario, la cabina con la manguera y la cabina de seguridad del hacha, propio de todos los rellanos ahí.

 Rompió con el codo el cristal de seguridad, y tomó entre sus manos el hacha. El rubio necesitaba más armas a parte de un cuchillo, por más experto que fuera en esa clase de lucha.

Ocurrieron entonces dos sucesos simultáneos.

Por un lado, Leon escuchó, entre pitidos y dolor de cabeza, escaleras arriba, cómo comenzaban a descender los hombres de Alexis que, al ver que bajo el conducto por el que Leon había descendido ya no había escalera alguna, comenzaron a moverse lateralmente por los conductos, encontrando rápidamente la manera de descender de forma segura.

—¡Mirad! ¡Ahí! ¡El prisionero está ahí! —Gritó un soldado, señalando en su dirección, mientras el resto descendía y lo ubicaban.

Pero, por otro lado, Leon vio a un grupo de cuatro Cerberus, subiendo las escaleras en su dirección. Gruñendo, babeando y perdiendo trozos de su propia carne a su paso.

Los hombres lo apuntaron con sus armas. 

Los Cerberus le enseñaban los dientes.

Y Leon, de espaldas a la puerta, giró rápidamente el picaporte y cruzó al otro lado cerrando tras de sí, sin darle a nadie la oportunidad de acabar con él.

Los Cerberus se lanzaron contra la puerta. La empujaron y arañaron con sus garras, al tiempo que los soldados disparaban al metal de dicha puerta. Acertando, sin ser su objetivo, a algún que otro Cerbero, sin llegar a darles muerte.

Por supuesto que esos disparos llamaron la atención de los cánidos, quienes encontraron unos nuevos objetivos con quienes alimentarse.

—¿¡Qué cojones es eso!? —Escuchó Leon que preguntaba un soldado al otro lado.

—¿Son perros? —Preguntaba otro hombre.

—Ni idea. ¡Disparad! —Ordenaba entonces otro soldado. Y Leon pudo escuchar a los Cerberus correr, alejándose de la puerta del rellano, mientras una lluvia de balas descendía sobre ellos. 

Y poco después, los gritos aterrados de los hombres que rápidamente se quedaron sin munición, convirtiéndose en carne de Cerbero.

Los disparos se fueron apagando. 

Los gritos se fueron apagando. 

Solo el sonido viscoso de quienes se alimentan de vísceras llenaban el silencio del paso de escaleras al otro lado del pasillo de mantenimiento donde se encontraba Leon.

Era un alivio saber que nadie le iba a seguir a partir de entonces. Al menos mientras no le localizaran a través de las cámaras de vigilancia que por suerte no existían en esos lares.

Pero el alivio no podía detenerle. 

Ahora que él se había puesto a salvo, tenía que lograr alcanzar a Claire antes de volver al inicio de todo y encontrarla dentro de la probeta gigante.

Leon siempre sintió que el hecho de que Claire despertara cuando la sacó de ahí dentro, había sido una cuestión de suerte. Así que no podía permitir que su seguridad y su supervivencia volviera a quedar en unas manos que no eran las suyas.

Leon sacó los mapas que tenía en los bolsillos laterales de sus cargo, así como la linterna, y trazó un plan que fuera rápido y seguro para poder localizar a la pelirroja sin ser localizado.

La mejor forma de lograr eso, era moviéndose por los conductos de ventilación, por más laberínticos que estos fueran, y aun sabiendo que ahí no estaba a salvo de B.O.W.’s, pues si hubo una serpiente gigante una vez, nada le decía que no fueran a haber más.

La suerte es que con esa caída desde el dormitorio de Alexis, Leon había llegado en cuestión de segundos al nivel tres.

Y además se encontraba en el área D de dicho nivel, por lo que en realidad estaba muy cerca del área C, y por lo tanto del laboratorio principal, el 001.

Podía lograrlo.

Si su cuerpo resistía, podía lograrlo.

Leon comprobó el mapa del complejo y después memorizó el recorrido por los conductos de ventilación. Y si no fuera porque estos daban muchos giros y rodeos, el rubio podría llegar ahí en menos de cinco minutos.

Pero tomando el camino seguro, le llevaría mínimo diez.

Además, no podía ignorar que, ahora que Claire volvía a estar en ese nivel, probablemente el lugar estaría lleno de soldados.

No es como cuando llegó ahí la primera vez, que gracias a Hunnigan todo estaba despejado. No, ahora las cosas habían cambiado y su cabeza tenía precio.

Si los pasos de mantenimiento estuvieran conectados entre sí, Leon podría entrar por el doble fondo del despacho del doctor Bordet aka Boris, y rescatar a Claire en menos que canta un gallo.

Pero el diseño del lugar no era ese, así que iba a tener que salir del pasillo de mantenimiento a donde fuera del área D y desde ahí entrar por el conducto de ventilación más cercano, para arrastrarse hasta la 001 del área C.

Y no había más tiempo que perder.

Leon se incorporó, doblando y guardado el mapa y los planos.

Se puso con suma dificultad el chaleco antibalas. Todavía siendo todo frío, todo temblores, todo dolor.

El pitido en sus oídos seguía ahí. Las vibraciones del oído interno, el dolor de cabeza, las nauseas, seguían ahí.

Con una mano sobre la pared, comenzó a caminar.

Su respiración seguía siendo dificultosa. Su visión empezaba a empeorar. El hacha pesaba tanto, que lo portaba arrastrándolo por el suelo, produciendo un ruido espeluznante que se hacía eco en esos pasillos oscuros.

Leon miraba al frente, linterna en mano. El camino estaba despejado. Y creía que silencioso, más allá de sí mismo, pero era difícil de determinar con precisión teniendo en cuenta el estado de sus oídos.

Entonces al agente especial le empezó a doler el pecho. El corazón.

“No me jodas.” Pensó el agente especial, sintiendo escalofríos. “No puede ser.”

El rubio comenzó a sentir un tirón doloroso en el músculo pectoral izquierdo, que lo puso de rodillas.

“¿Me está dando un infarto?” Pensó con terror Leon, quien no pudo evitar dejar escapar un gemido doloroso de entre sus dientes apretados, mientras se abrazaba el brazo izquierdo, sintiendo un dolor que lo recorría desde el pecho hasta la punta de los dedos, haciéndole sentir muy enfermo y débil.

Se llevó la mano a la zona y pudo sentir los latidos de su corazón bombeando con tanta intensidad dentro de sí mismo, que casi parecía que su pecho estaba empujando a su mano, como un camarero echaría a un borracho de su bar.

Jamás Leon había sentido un dolor semejante. Ni siquiera sabía identificar si era cierto que le estuviera dando un infarto, aunque los síntomas encajaran. Era muy joven, era deportista y además no tenía antecedentes familiares. ¿Por qué le estaba pasando eso?

Fue entonces cuando Leon sintió un profundo, profundísimo sueño.

No quería dormirse, no quería cerrar los ojos en medio de ese dolor que amasaba sin piedad su corazón. Pero ese sueño que se cernió sobre él era de tal magnitud, que no hubo nada que el rubio pudiera hacer para evitarlo.

Casi a cámara lenta se dejó deslizar hasta el suelo. Y en postura fetal, abrazado el hacha, Leon se quedó inconsciente.

La última vez que miró su reloj, entre brumas oscuras de irrealidad, eran las ocho y veinticinco de la tarde.

Y Claire seguía en peligro.

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La visualizó.

Tan real que parecía que estaba justo ahí. Lánguida en el suelo, justo frente a él. Mirándole con una brillante lágrima cayendo por el puente de su nariz hacia un pequeño charco de emociones que se estaba formando al lado de su cara.

Todavía no se la habían llevado.

¿Todavía no se la habían llevado?

Pero si él vio cómo lo hacían.

Los ojos de Claire se apoyaban sobre los ojos del rubio.

Él quería preguntarle si la había salvado. Si había logrado sacarla de ahí. Si estaba bien.

No recordaba nada. Pero tampoco podía preguntar. Se había quedado sin voz.

Claire entonces comenzó a moverse.

Estiró un brazo.

Acarició el rostro de Leon. Retirando con cuidado un mechón de pelo rubio detrás de su oreja. Permitiendo que sus dedos sintieran la aspereza de un barba corta que hacía cosquillas a su paso.

Con sus labios de cereza, la pelirroja dibujó una declaración.

“Te amo.” Decía.

Ningún sonido acompañó al gesto. Pero Leon tenía tan memorizada la voz de Claire, que sintió que la escuchaba realmente. Y esa voz tan maravillosa, bañó de luz la mente del rubio que hasta ahora, seguía tan atada ahí dentro como lo estuvieron sus muñecas a la cama de Alexis, impidiéndole reaccionar como se esperaría de él.

Y fue entonces cuando se dio cuenta de que ya no le dolía el pecho. Ya no había pitidos en sus oídos. Su visión parecía perfecta. Y el cuerpo no le dolía tanto.

Había algo en la fuerza del amor tan sanador, que había recuperado a Leon en un momento en que parecía muy perdido.

Claire bajó su caricia por el hombro y el brazo del agente especial hasta llegar a su muñeca, donde le dio dos golpecitos a la esfera del reloj de Leon, recordándole al rubio en ese momento que el tiempo corría en su contra. 

Porque Claire no estaba ahí con él. Sino a punto de ser sumergida entre cables y tubos.

Y fue como despertar.

La Claire que lo estaba acompañando se desvaneció. Y al mirar el reloj seguían siendo las ocho y veinticinco.

No había pasado ni un minuto desde que se desconectara del mundo y sin embargo se sentía como si hubiese estado inconsciente por horas.

El agente especial comenzó a incorporarse, lentamente.

Primero un brazo, después el otro, hasta llegar a la cuadrupedia.

Después, ayudándose de la pared como apoyo, llegó a su vertical.

Leon cerró los ojos y se permitió inspirar profundamente y espirar varias veces, mientras se preparaba mentalmente para seguir adelante.

Recogió el hacha del suelo y, sintiéndose mucho más presente, comenzó a caminar con decisión. Al borde del trote. El tictac del reloj sonaba desafinado detrás de sus oídos y la tensión quería salírsele de la piel.

El agente especial caminó lo más rápido que su dolorido cuerpo le permitía. Era como si se hubiera quedado muy frío y, poco a poco, mientras avanzaba, se fuera calentando y el dolor fuera mitigándose.

Ni que decir queda que ir sin camiseta no ayudaba a conservar el calor corporal. Más aún cuando el sudor que perlaba su cuerpo comenzaba a enfriarse, expuesto al aire.

Recorrió el pasillo de hormigón armado y tubos fluorescentes girando recodo tras recodo, sintiéndose menos entumecido, menos cansado y más despierto. Pero o nuestro agente especial estaba perdiendo la paciencia, o ese pasillo parecía no tener fin.

Tranquilidad, sí que lo tenía. Y al llegar, se encontró con una puerta metálica cerrada con llave. Sin problema. ¡Ganzúa time!

Cuando Leon logró sin esfuerzo abrir la puerta, encontró al otro lado lo más común que uno se pudiera suponer. La sala de descanso del cuerpo de mantenimiento. Con todo el poco glamour que os podáis imaginar.

Atrás quedó esa pequeña sala de espera lujosa del área A de Alexis.

Esto de aquí era poco mejor que el armario de las escobas.

Las paredes eran rugosas y estaban pintadas a dos colores, gris y blanco.

En el techo apenas había dos tubos fluorescentes, aunque la luz estaba apagada.

El suelo era de hormigón. Y por lo demás, solo había un par de sofás viejos, varias taquillas metálicas bastante oxidadas, y un cambiador con una cortina amarillenta, llena de moho.

Había tanto contraste entre niveles y áreas dentro de ese laboratorio, que resultaba increíble que todo estuviera dirigido por la misma persona. Además, ¿quién demonios aceptaría un trabajo tan peligroso, en un peñón en medio del mar, alejado de todo, para que su sala de descanso sea poco más que una celda en prisión? El rubio esperaba que al menos cobraran bien.

Pero en definitiva, la buena noticia era que, pese al aspecto deplorable de ese lugar, tenían una pequeña nevera con agua y refrescos.

Leon cogió entonces dos botellas de agua y las guardo en sus pantalones. Y no era difícil, dado que cada vez le quedaban menos recursos y más espacio libre.

El agente especial cogió entonces una bebida de cola y le dio un gran trago. Necesitaba reponer azúcar y el gas resultaba bastante energizante.

Decidió coger otro para Claire.

Avanzó y, acercándose a las taquillas, encontró que todas ellas estaban vacías. Le habría venido genial que al menos en una hubiera una camiseta o una chaqueta.

Se giró y comprobó que en uno de los sofás había una fiambrera. La abrió y dentro encontró un bocadillo envuelto en papel de aluminio.

Leon desenvolvió un poco para ver el contenido y resultaba ser un bocadillo de pollo y queso. Y olía bien.

Lo volvió a envolver y lo guardo en los cargo para más tarde.

Por lo demás, en ese lugar no había nada que sirviera de arma, como era de esperar.

Le tocaba continuar con el hacha hasta encontrar alguna arma de fuego.

En ese mismo espacio, en el techo, subía un conducto de ventilación. Su camino a seguir. Leon sacó de nuevo el mapa y, ubicándose, comenzó a memorizar el camino hasta el laboratorio 001, antes de introducirse en el conducto.

“Aguanta, Claire.” Pensó el rubio. “Voy a buscarte.”

 Y vaya si debía aguantar. No podemos decir que llegar hasta el aula 001 fuera cosa de coser y cantar.

Leon había tardado más de esos diez minutos estimados porque, pese a llevar el mapa consigo, mientras iba memorizando los giros que debía dar, en algún punto se equivocó, —tan apaleado mentalmente estaba. —, y volver a encontrare no había sido fácil.

Llegó un punto en que incluso llegó a pensar que no encontraría ni la salida deseada ni ninguna otra. Así de desesperado se llegó a encontrar.

Pero nada de eso importaba ahora. Ya había llegado. Y desde su posición tenía una muy buena visión del lugar.

Al pasar justo por encima de la zona de descanso de los científicos, pudo comprobar que había ahí una quincena de soldados, paseando tranquilos o hablando entre ellos de forma bastante despreocupada.

Pero la cantidad de soldados que había en el laboratorio era ingente. Más de una treintena por lo que pudo contar el rubio desde su posición.

Era incluso contraproducente tener a tantos hombres metidos en un espacio tan pequeño como sardinas en lata. Si Leon entrara ahí a golpe de hacha, estaba claro que acabarían con él. Pero si sufrieran una emboscada real, con armas de fuego reales, apenas tendrían espacio para poder moverse y defenderse sin llevarse a un compañero por delante. ¿Quién era el inepto que estaba al mando de esa unidad?

En fin, realmente aquello no tenía ninguna relevancia para el agente especial, más allá de que él solo con un hacha no iba a poder salvar a nadie.

Pero más allá del gran número de soldados ahí, lo que Leon pudo apreciar desde las alturas fue que el equipo de científicos contaba con cuatro personas únicamente; que el tanque de incubación estaba limpio y abierto; y que Claire descansaba sobre una camilla, aun con la ropa puesta.

Los científicos se movían por el espacio nerviosos. Como pollos sin cabeza.

Uno estaba dirigiendo a los demás y supervisando sus trabajos; otro se movía desde los ordenadores hasta la pantalla del tanque, tocando botones de un lado y del otro; había un tercero que estaba conectando tubos y cables a diferentes bidones con diferentes líquidos y fuentes de alimentación; y el último estaba haciéndole algún tipo de examen a Claire, tomándole la tensión y mirando dentro de sus oídos y de su boca. Probablemente fuera médico.

El científico que parecía estar al mando, se acercó a la camilla de Claire y Leon pudo escuchar lo que decían.

—¿Cómo va? —Preguntaba el científico jefe.

—Está perfectamente. Lista para la inmersión. —Contestaba el científico-médico.

—Muy bien. Comience a quitarle la ropa. —Ordenaba el científico jefe, muy nerviosamente, mientras un soldado se acercaba a su posición.

—¿Qué pasa? ¿Por qué tardan tanto? —Preguntó este con voz ruda y falta de paciencia. El capitán sin duda.

—Señor, ya le hemos dicho que sin la supervisión del doctor Bordet no podemos avanzar rápido. Él era el cerebro de este equipo y nosotros seguíamos órdenes.

»Nos estamos volviendo locos tratando de seguir sus pasos para no cometer ningún error.

—El Señor Belanova fue muy claro. En cuanto volviera quería ver a C.R.-01 en su tanque. —Volvió a hablar el soldado.

—Pues deje de distraerme y trataré de ir más rápido.

—¡Señor! ¡Capitán! —Se escuchó la voz de otro soldado más joven que llegaba corriendo al aula 001, poniéndose en el campo visual del rubio. —¡Señor! Me informan de que el señor Belanova ha sido atacado por el prisionero, y se encuentra muy inestable en la enfermería. —Comunicaba el soldado las nuevas , no sin falta de aire y cierta preocupación en la voz.

—¿Cómo dice? —Preguntó el capitán, sintiéndose incrédulo.

—Fue atacado y ha perdido mucha sangre, señor. —Contestó el soldado. —Lo están atendiendo y están preparando su evacuación.

“¿Cuánto de esto es verdad?” Se preguntó el rubio que ya desconfiaba de que cualquier cosa que no fuera Claire, fuera real. “¿Por qué cojones no le maté?” Volvió a pensar con furia el rubio, al tiempo que la imagen intrusiva de la mano de Alexis metiéndose en sus calzoncillos irrumpía en su mente. Había perdido una oportunidad de oro, inmerso en sí mismo como estaba, teniendo que huir a toda prisa, sin detenerse tres segundo en romperle el cuello a ese hijo de puta.

Leon sacudió la cabeza, sacando esas imágenes de detrás de sus ojos y siguió escuchando y observando. Ya dejaría a su frustración hacer gala después. Lo que tenía entre manos era más importante.

—Muy bien, soldado. Descanse. Nos ocuparemos de todo. —Contestó el capitán, cuando el soldado volvió a hablar.

—Disculpe señor, eso no es todo. 

—¿Y bien? —Preguntó el capitán, contrariado. ¿Había más?

—El prisionero, Leon Kennedy, consiguió darse a la fuga.

—¿Se os ha escapado? —Preguntó el capitán con la voz ronca, alzándola súbitamente.

—Así es señor. Se escapó por unos conductos de ventilación. —Contestó el soldado. —Un equipo fue tras él, pero hemos perdido comunicación. Y ahora no sabemos dónde está. 

»Pero presumimos que se dirigirá hacia aquí, señor. Por la chica.

—Gracias soldado. Puede retirarse. —Contestó el capitán, llamando a un subordinado de su unidad, mientras el joven soldado volvía a salir a toda prisa.

—¡Pierce, venga aquí! 

Un soldado salió de entre la masa de soldados y se acercó al capitán de inmediato.

—¿Señor? —Saludo este con todo el protocolo militar pertinente. 

—Vaya a la superficie y manden bajar aquí a todos los hombres de la unidad especial que queden. Tenemos que hacer una fortaleza para proteger, —“¿Proteger?” —, a C.R.-01 del prisionero.

»Corra.

Y dicho esto, Pierce abandonó el aula 001 en busca de refuerzos.

Para Leon ese capitán era un incapaz. Meter más hombres donde no entraban más, y concentrar todas las fuerzas en un único punto, nunca era una estrategia militar inteligente.

Es cierto que Leon no iba a poder irrumpir ahí por las buenas. Pero si tuviera granadas o armas de fuero suficientes, sí que tendría una oportunidad teniendo en cuenta que están todos ahí, apretados unos contra otro, sin apenas poder moverse.

El capitán se acercó a la camilla de Claire, mientras el científico que la atendía comenzaba a desatarle las botas.

—Tu amiguito a escapado. Lo habrás oído.

Claire giró la cabeza hacia el capitán y le sonrió a todo lo que su cuerpo sedado le permitía.

Que pudiera sonreír y hacer giros de cuello ya era un buen signo de su recuperación.

—En cuanto aparezca por aquí, le vamos a matar. —Le dijo entonces el capitán, borrando de golpe la sonrisa en la cara de Claire. —Ha atacado al señor Belanova. Así que ya no hay razones para no acabar con él. 

Dicho lo cual, el capitán se alejó de la camilla y continuó con su ronda, hablando con otros soldados y dando órdenes a quienes podía.

Leon miró a Claire. Tenía el semblante triste y preocupado, mientras sus ojos vagaban por el techo, sin mirar a ningún lugar en concreto, moviéndose nerviosos. 

La pelirroja tenía miedo de no volver a ver a Leon, pero también de volver a verlo, porque eso significaría que había cometido el error de meterse en ese enjambre de soldados armados hasta los dientes, y probablemente sería la última vez que lo viera.

“Leon. Si puedes escucharme, huye.” Pensaba Claire, tratando de amplificar su telepatía, concentrándose solo en él. “Ellos ya han ganado, amor mío. Sálvate y cuida de nuestra hija.”

Leon, desde las alturas, pudo escuchar la voz de la pelirroja en su cabeza, tan claramente como si la tuviera al lado, susurrándole a las espaldas. Y se le humedecieron los ojos. 

 Leon podía decir, honestamente, que no tenía ni idea de cómo funcionaba la telepatía. Pero miró a Claire y pensó con todas sus fuerzas, esperando que le llegase el mensaje de vuelta.

“Ni de coña me voy de aquí sin ti.”

Claire entonces abrió mucho sus ojos. Sorprendida. Volvió a sonreír tímidamente y dos lágrimas recorrieron sus sientes hasta perderse por detrás de sus orejas. 

El mensaje le había llegado.

Leon no tenía tiempo que perder. Necesitaba trazar su plan ya. El tictac desafinado seguía dentro de su corazón, apremiándole.

Se movió por el conducto en dirección al despacho de Boris en busca de discreción, pues iba a encender la linterna y su gran ventaja en ese preciso instante era que era totalmente invisible para las fuerzas de Trizom. 

Y debía seguir siéndolo.

Desplegó el mapa y los planos de los conductos, y pensó que ya era hora de visitar el nivel cuatro. Aquel que estaba lleno de armas, según había escuchado.

Según había escuchado.

Según había escuchado.

¡Joder! No podía dar por veraz nada de lo que había escuchado hasta haber sido atrapado. ¿Hasta que punto el teatrillo no abarcaba todas las conversaciones? ¿Y si era todo falso para hacerles caer en otra trampa? ¿Y si no hay armas en absoluto? No tenía tiempo que perder. Y bajar y recorrer el nivel cuatro en busca de armas y después descubrir que no las hay, era literalmente, condenar a Claire.

Además, no estaba pensando con claridad. ¿Qué pasaba si sí había tantas armas?

Podría volarlo todo por los aires desde el conducto de ventilación y ponerse a disparar a diestro y siniestro. Pero Claire seguía ahí abajo. Ella podría morir en un fuego cruzado. Ya no os cuento si lo empezara a volar todo por los aires.

¿Qué demonios podía hacer? Él era solo uno y ellos cincuenta.

Él era solo uno.

Él era solo uno.

Él era solo uno...

De repente Leon se dio cuenta de que él era solo uno y jamás podría enfrentarse y ganar a ese pequeño ejercito él solo.

Pero sí podía enfrentar a otro pequeño ejercito contra los hombres y él aprovechar la oportunidad para sacar de ahí a Claire.

Era un plan tan arriesgado, que solo haber tenido la capacidad de idearlo era una locura pero... sin duda tendría más probabilidades de salvar a Claire siguiendo ese plan.

“Volvamos al nivel cinco.” Se dijo el agente espacial sin miramientos, y volvió a observar el mapa.

Claramente no podía volver a ese nivel haciendo uso del despacho de Boris. No había salida desde el conducto de ventilación en el que estaba, solo una pequeña rejilla por donde apenas le pasaría el brazo.

Pero llevar tanto tiempo encerrado en ese laboratorio, le llevó a conocer muchos de sus escondrijos ocultos. Desde habitaciones secretas, elevadores, pasadizos tras armarios y espejos, hasta el as bajo la manga de Leon, un conducto que desciende de arriba a bajo todos los niveles, desde un discreto armario de escobas en el nivel uno, área A.

Pero no iba a necesitar retornar todo el camino hasta el nivel uno. Solo debía encontrar el baño del nivel tres que coincidiera con los baños del nivel uno y dos, para poder colarse en el armario de las escobas y usar el pasadizo hasta el nivel cinco.

Buscó y encontró.

Recogió el mapa y los planos, apagó la linterna y volvió sobre sus pasos hasta el primer cruce de caminos.

Miró una última vez a Claire, que volvía a tener el rostro muy angustiado, mientras el científico comenzaba a retirarle los calcetines con cuidado.

Y el rubio siguió a delante con la promesa de no tardar.

Había vuelto a memorizar los giros que debía dar, pero esta vez no fallaría. El tiempo seguía corriendo en su contra y Claire creía en él.

No había pasado más de diez minutos cuando había llegado a una sala colindante al baño del nivel tres que quedaba justo debajo del baño del nivel dos.

La sala estaba vacía y no había nada destacable en ella. Solo muchas sillas y un púlpito. Podría ser una sala de conferencias pero en realidad parecía una pequeña capilla. Ese lugar no podía ser más ridículo. ¿Qué científico creía en dios? En serio, ¿quién usaba ese lugar? El arquitecto tenía un sentido del humor muy particular. 

Al fondo de la estancia, la puerta del baño.

Leon avanzó, entró y corrió hasta el armario de escobas.

Usó las ganzúas para abrirla. Y cuando estuvo dentro, las uso para cerrarla.

Cuando abrió la trampilla del suelo, bajó de un salto al pasillo que conectaba con la larga bajada de escaleras de mano, y comenzó a descender, linterna en boca alumbrando el fondo y hacha la derecha, dificultando la bajada.

Cuando llegó al pasillo del nivel cinco, se sorprendió al descubrir que las escaleras seguían bajando. Y no solo eso. Escuchaba el ruido del agua ¿Era posible que esa bajada diera directamente a una salida al mar? El dato podría ser interesante de cara al futuro, pero de momento, no tenía relevancia.

Recorrió el corto pasillo del nivel cinco, subió las escaleras al final de este, salió por la trampilla al armario de las escobas y usó sus ganzúas para abrir la puerta.

De nuevo, un baño exactamente como los anteriores.

Leon trotó hasta la puerta de acceso y cuando la abrió, la cerró inmediatamente, procurando no hacer ruido.

¿Sabéis lo que se le había olvidado a nuestro agente especial sobre el nivel cinco?

Exacto. El nivel cinco había sido clausurado hacia meses porque campaban a sus anchas miles de armas biológicas. Y Leon solo contaba con un hacha y un cuchillo.

Cuando abrió la puerta se encontró al otro lado un puñado de zombies. De los podridos, verdes y lentos que se habían ido encontrando en ese nivel y que por lo tanto no eran una gran amenaza. Pero tenía que tener cuidado. Ellos eran fuertes por su número, no por su físico.

Y si bien era cierto que ahí fuera no había más que un puñado de ellos, no era menos cierto que el ruido que generaban al descubrir comida, podía llamar a muchos otros, y quedar atrapado.

El tictac del reloj seguía sonando en su cabeza, ensordecedoramente. Y Leon comprendió que había momentos en la vida en los que tal vez había que pensar menos y actuar más.

En medio de esos pensamientos estaba cuando el olor penetrante y putrefacto de zombie llegó a sus fosas nasales con intensidad.

No se encontraba solo en ese baño y no se había parado a comprobarlo, tan azorado estaba por rescatar a Claire en un acto suicida.

“Cereeebrooooo...” Dijo una voz sin vida a espaldas de Leon.

El agente especial se giró y vio al fondo del baño a un zombie aproximándose a él con su paso lento, sus brazos estirados, su boca abierta, sus ojos infectados, su podredumbre por todos lados.

Leon puso los ojos en blanco e inclinó la cabeza de forma casi aburrida.

—Estoy de vosotros hasta los cojones. —Dijo el rubio, avanzando hacia el zombie de forma desganada y, sin mucho esfuerzo, alzó el hacha y le cortó la cabeza al muerto viviente.

Había matado a una cantidad ingente de zombies en una parte del nivel cinco, y desde entonces solo se había topado con armas biológicas de mayor nivel, por lo que, puestos a encontrarse con armas biológicas, prefería que siguieran siendo zombies podridos.

Pero al mismo tiempo, la sensación de estar volviendo al inicio le dejaban dentro del pecho la pesada desesperación de haberse metido en un ciclo sin fin.

Dejando al no vivo muerto, tomó la puerta del baño y salió al espacio al otro lado olvidado ser cuidadoso y esperando avanzar a tropel sobre las cabezas que hicieran falta, como una apisonadora. Se le había acabo la paciencia al rubio. 

La sala que había al otro lado del baño era un cuarto grande que parecía la sala de espera del dentista. Todo blanco y lleno de sillas de madera colocadas en fila por aquí y por allá, cubiertos de sangre y huellas de manos.

Había plantas de plástico, luz blanca y ventanas con vistas a una ciudad que no tenía nada de destacable.

Leon conocía su objetivo. Había memorizado el camino y además creía poder llegar a su destino sin toparse con puertas ni cerraduras de seguridad así que, si no se encontraba con enemigos imposibles, podría llegar rápido a donde deseaba.

Cuando salió del baño, fue como tener una luz de neón sobre su cabeza, porque los zombies que se encontraban ahí, un pequeño grupo de diez, lo miraron inmediatamente, llamados por el hambre.

Comenzaron a gemir y a estirar los brazos en dirección al rubio y Leon, sin perder tiempo, comenzó a avanzar pasándolos a todos por su hacha sin ninguna dificultad.

Tal como ocurriera con los zombies de la cafetería, estaban tan podridos que casi se deshacían antes de que la hoja del hacha les llegase a tocar.

Rápido, Leon había acabado con todos ellos y salió de esa sala llegando a un espacio muy amplio al otro lado, correspondiente al ascensor central, siguiendo la estructura del resto del complejo.

Estaba absolutamente todo lleno de cadáveres y zombies en estado de letargo. 

Las luces en el techo parpadeaban por aquí y por allá. En algunos tramos las luces estaban incluso descolgadas hasta el suelo, a cables vistos. Solo los Lickers eran capaces de hacer estragos así, en su búsqueda de crear nidos desde donde dejarse colgar. Así que Leon tragó sonoramente esperando no encontrarse con ellos porque un hacha no era defensa suficiente.

Por no mencionar que casi lo matan en el nido allá arriba en el nivel uno, y ahora Claire no estaba ahí para ayudarle.

Leon avanzó hacia una pasillo que poseía unas escaleras de bajada, y comenzó a moverse con sigilo pero a prisa. No quería despertar a los zombies en letargo pero quería salir de ahí canto antes.

El sonido de sus botas quedaba amortiguado por el control de su pisada, pero al llegar al nivel inferior, y posicionarse frente al pasillo que deseaba tomar, este tenía el suelo lleno de cristales.

Cristales que antes hubieran sido dos grandes paredes que aislaban dos salas divididas por dicho pasillo y que en algún punto alguien o algo habían hecho añicos.

El sitio parecía despejado de cualquier forma. Y al final, estaba la puerta por la que Leon deseaba avanzar, así que tuvo a bien comenzar a caminar por encima del vidrio.

Los pequeños cristales crujían bajo el peso del rubio. Restallaban y chirriaban en un espacio corto de tiempo, pero el lugar estaba tan abierto y despejado, que su sonoridad parecía extenderse en los segundos.

Una lengua larga y húmeda comenzó a descender lenta y depredadoramente del techo a espaldas de Leon, que seguía avanzando, pisando con cuidado, ignorando el baboso músculo.

La lengua comenzó a contonearse como una cobra, mientras avanzaba en dirección al agente especial sin ninguna prisa. Tal como haría un cazador cuando quiere acabar con su presa pero sin renunciar a la diversión.

Por supuesto, esta lengua no tenía vida propia, le pertenecía a un Licker. Un Licker que se movía con mucho más sigilo y precisión que Leon y que tenía a tiro al rubio, pero prefería acosarlo por la espalda antes de atacar.

La lengua avanzó entonces con ímpetu, rozando el codo del agente especial al tiempo que se retraía rápida y sigilosamente.

Leon se giró ante el contacto, pero no vio nada tras de sí.

Guardó silencio. Escudriñó la zona.

¿Podría su cuerpo estar jugándole una mala pasada, otra vez?

Se llevó una mano al codo y comprobó que estaba húmedo. No había sido su imaginación. Había un Licker ahí con él, compartiendo ese espacio y probablemente a escasos segundos de atacarle.

Fue entonces cuando el rubio sintió sobre un hombro algo cálido que comenzaba a extenderse por su brazo. 

Saliva.

Leon levantó la vista hacia el techo, y ahí estaba. Su acosador el Licker. 

Pero, no era un Licker cualquiera. Este estaba claro que había salido de las entrañas del nivel cinco. Un experimento fallido que no fue debidamente eliminado, por razones obvias.

¿Como le reventabas la cabeza a un Licker que la tenía protegida con un recubrimiento de metal? Por no hablar de sus garras, también cubiertas de metal afilado. Como si esas garras, de forma natural, no tuvieran ya la capacidad física de derribar un muro.

“Madre mía.” Pensó Leon mientras buscaba, —en los micro segundos que le quedaban. —, el punto débil de la bestia. 

Pero no lo encontró.

El Licker, que por la configuración se sus dientes parecía que le sonreía desde lo alto, abrió sus fauces en un grito agudo y estrangulado que fue para Leon el pistoletazo de salida para correr hacia la puerta al final del pasillo sin detenerse.

Aunque daba igual lo rápido que intentara ser, nunca nadie iba a ganar a un Licker en una carrera, al no ser que fueras Claire.

Así que como era de esperar, el Licker atrapó a Leon por un pie con su lengua, tirando al agente especial al suelo sobre los cristales.

Pero Leon, previendo que esto iba a suceder, mientras caía, giró su torso y bajó el hacha con un fuerte golpe seco, cortando la lengua de la bestia que, como siempre, comenzaba a convulsionar llenándolo todo de sangre.

Mientras el Licker recuperaba su lengua, cayendo al suelo y retorciéndose de dolor, Leon volvió a correr ganando metros de distancia con respecto a la bestia, cuando de nuevo, una lengua se enganchó a su tobillo y lo tiró al suelo.

¿Otro Licker se había unido a la fiesta? Dios, estaba bien jodido si tenía que enfrentarse a dos de esas cosas con un triste hacha.

Leon se giró para cortar también esa lengua, cuando descubrió con desconcierto que la lengua le pertenecía al mismo B.O.W.

Leon cortó de nuevo el rosado músculo, arrastrándose de espaldas hacia la puerta sin quitarle el ojo de encima al Licker, que seguía llenándolo todo de sangre y gritaba retorciéndose sobre los cristales en el suelo.

Fue entonces el rubio pudo comprobar  como la lengua que acababa de cortar se regeneraba a una velocidad sin sentido y crecía otra exactamente igual. Con  la misma fuerza y la misma longitud. En cuestión de segundos. Lista para volver a lanzarse sobre él.

Estaba claro que esta era una evolución del Licker muy inteligente. Tal vez no era una bestia descartada, sino una almacenada que se escapó como todas las demás.

Y en esos pensamientos estaba Leon cuando por fin encontró el punto débil de ese Licker revestido en acero.

Cuando el B.O.W. alzó la cabeza para lanzar un grito espeluznante al aire, el agente especial comprobó cómo debajo de la mandíbula no tenía ninguna protección.

Y ¿sabéis qué? Ya había llegado a la puerta por la que deseaba desaparecer para llegar a su objetivo. Solo necesitaría abrirla con la mano de Iván, que debía estar ya empezando su estado de descomposición, y no tendría que enfrentarse a ese ser.

Pero a medida que Leon iba recuperando sus fuerzas, y a medida que se iba acercando a la ejecución de su plan, iba ganando tanto odio dentro de sí, que no quería dejar a esa bestia vivir y darle oportunidad alguna de volver a encontrarse con él en su camino.

Así que Leon se puso de pie, estrechó sus ojos, respiró profundo, agarró el hacha con fuerza y se lanzó contra el Licker, al tiempo que el Licker se lanzaba contra él.

La lengua del animal salió disparada contra Leon con toda la fuerza y la velocidad con la que contaba, pero este le realizó un corte limpio, sin detener su avance, justo cuando una zarpa enorme y plateada se cernía sobre él para abrirlo en canal, al tiempo que el rubio la esquivaba por fuera elevando el hacha por encima de su cabeza y bajándolo de nuevo, con fuerza, cortándole esa extremidad a la altura del codo.

Cuando el Licker retrajo su lengua, salpicando como siempre su sangre por todas partes, y se alzó sobre sus por cuartos traseros, gritando por la perdida de una de sus extremidades, Leon levantó hacia atrás su hacha en una postura muy similar a la del golf y,  concentrándose, lanzó con todas sus fuerzas hacia el frente un fuerte golpe contra el cuello de la bestia, acertando limpiamente en aquella zona de músculos y tendones sin ningún tipo de protección, clavando el hacha tan profundamente, que Leon sintió el metal del casco al otro lado.

La bestia ni siquiera convulsionó. Muriendo en el acto.

Cuando el agente especial tiró del hacha hacia sí mismo para desencajarlo, el monstruo se desplomó sobre el suelo, siendo una alfombra de varios kilos de carne cruda sin vida, sobre una cama brillante de cristales.

Leon respiraba con agitación, pero no se sentía cansado. Estaba recuperando las fuerzas poco a poco. No solo las físicas. También las mentales. 

Tenía su cuerpo cubierto de sangre. Otra vez. Y a su mente llegó la cara de Alexis, mirándole atónito mientras su rostro se volvía rojo. 

¡Basta!” Se dijo Leon. No podía a pararse a pensar en ese momento y en la razón por la que había perdido su fuerza mental, porque podría volver a caer en su propia oscuridad y no se podía permitir ese lujo.

El rubio se giró y avanzó hasta la puerta blanca con cierre de seguridad que deseaba tomar.

Metió la mano en sus cargo y sacó la mano de Iván. 

Nunca la mano de un muerto había dado tanto servicio. 

Todavía tenía por ahí también su ojo. Y por bizarro que pudiera parecer, Leon no pensaba deshacerse de ninguna de las dos cosas en tanto que Claire y él siguieran ahí atrapados, o en tanto que se pudriera al extremo, y que las pantallas ya no reconocieran los parámetros de lectura. Aunque para eso hiciera falta más tiempo que unas cuentas horas.

Cuando Leon se dispuso a colocar la mano sobre el lector, comenzó a escuchar gemidos y ruidos siseantes y, al mirar por encima de su hombro, pudo ver como otros Lickers, exactamente iguales al que acababa de matar, comenzaban a salir de un agujero en el techo y se iban aproximando al agente especial, con sus lenguas babosas en ristre, lentamente, como midiendo a su presa.

Leon volvió a girarse hacia la puerta.

Había  contado tres y seguían saliendo por el agujero del techo. Así que, le iban a tener que disculpar, pero no entraba en sus planes quedarse a la fiesta y morir. Porque eso es lo que pasaría si trataba de enfrentarse a ellos, sin ninguna duda.

Leon apoyó la mano de Iván en el lector y un piloto de la puerta se encendió en color verde, al tiempo que una voz robótica le daba paso al doctor Iván Petrova, mientras la puerta guillotina se habría con un sonido de aspiración, y después se cerraba tras de él, justo al tiempo en que los Lickers se lanzaba contra el rubio a toda velocidad, entendiendo sus intenciones de huir.

Pero llegaron tarde.

Leon había logrado pasar al otro lado de la puerta. A aquel lugar que era la primera parte de su arriesgado plan y que ya le hacía saborear la liberación de Claire como si pudiera lograrlo.

Pero, en el momento en que observó su entorno al otro lado, empezó a plantearse si realmente no habría estado más a salvo en esa otra sala, pues la escena que estaba teniendo lugar frente a él, sin duda le dejaba en una situación de máxima vulnerabilidad.

Aunque el hecho de estar en medio de dos fuegos cruzados, podría ser una gran ventaja, al fin y al cabo, ninguna de las partes se habían percatado de sus presencia.

Y es que volver a la cafetería del nivel cinco era sin duda elemental. Pero Leon no se había parado a pensar que la grandísima puerta guillotina del fondo de la sala pudiera a estar abierta; de la misma forma que no se había parado a pensar en que los monstruos hubieran conseguido subir desde la sala de la trituradora hasta ahí; y ni mucho menos se había parado a pensar, ni por asomo,  que quedasen hombres de Alexis aun con vida.

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—¡Retroceded! ¡No perdáis la formación! —Gritaba un soldado dirigiéndose a su pequeño grupo de seis hombres que aún continuaban vivos en el nivel cinco, por increíble que eso pudiera parecer. —¡Proteged al compañero!

—¡Sin munición! —Gritaba otro soldado, tirando su arma al suelo y sacando un cuchillo de una funda en su pierna.

—¡Colócate detrás! —Volvía a gritar el primero.

—¡Cúbreme! ¡Voy a recargar! —Gritaba un tercero a un cuarto, mientras se arrodillaba buscando munición en sus riñoneras del uniforme para recargar  su fusil.

Sin duda, cambiar de un espacio a otro se sentía como pasar de una historia de terror a una bélica en cuestión de una línea.

Leon había vuelto a la cafetería, entrando por una puerta lateral que había en la estancia, varios metros más allá del ascensor  que había en esa misma pared.

Agazapado, Leon avanzó hacia la zona de conflicto, usando un lateral de la barra de la cafetería para cubrirse y mirar hacia el otro lado.

Cuando Alexis había creído que Leon había muerto a manos de Boris, este envió ahí abajo a varios de sus hombres para capturar a Claire.

Pero cuando pasaron de la sala de la trituradora al crematorio, Leon recordaba los gritos de los hombres muriendo ahí abajo, devorados por todos los B.O.W.’s que campaban a sus anchas.

Que desde entonces, ese pequeño grupo de siete soldados hubiera logrado sobrevivir, conservar munición y retornar hasta esa cafetería, le parecía casi un milagro.

Y que las bestias que parecían contenidas en esa zona les hubieran logrado seguir hasta ahí, era sin duda una pesadilla.

Cuando Leon asomó el rostro por un lateral para comprobar la fuerza del enemigo, se dio cuenta de que esos soldados tenían las de perder.

Ellos eran siete y las bestias solo cuatro, ¡pero qué cuatro!

Dos tenían la forma de unos chimpancés gigantes, con unas fauces y unas garras terribles, con partes de sus cuerpos modificados con elementos mecánicos. 

El pelo que recubría su cuerpo era blanquecino, sus ojos eran rojos y además poseían refuerzos en todas esas partes más hirientes, como colmillos y garras, para hacerlos más letales.

Estaba claro que parte del trabajo de crear armas biológicas en ese laboratorio, pasaba por hacer modificaciones físicas con robótica. No vaya a ser que la modificación genética se fuera a quedar corta.

Otra de las bestias era un Crimson Head, de nuevo, modificado, con protección en cabeza y cuello, como si llevase puesto un yelmo del futuro.

Vestido solo con un pantalón desgastado, mostraba un cuerpo cuya piel rota no había tenido la suficiente elasticidad como para albergar los músculos de un cuerpo que habría crecido demasiado, demasiado rápido. Pudiendo ver a trasvés de la piel sus músculos y tendones en carne viva.

Las garras de sus brazos eran enorme y todo su color rojizo. Estaba a nada de evolucionar a la forma de Licker.

Y la última bestia era una mole enorme de carne dura que podría aplastar a los siete soldados de un solo pisotón. Su desventaja era su lentitud por su gran tamaño. Además, Leon dudaba mucho que esa cosa pudiera ponerse de pie si caía boca arriba.

Las bestias trataban de avanzar y atacar, pero gracias a la fuerza de la munición, los soldados estaban logrando contenerlos sobre la montaña de zombies que Claire había dejado a su paso, pero que no estaba sirviendo para matarlos.

—¡Sin munición! —Gritó otro soldado.

—¡Sin munición! —Gritó entonces otro.

Leon observó cómo los soldados retrocedían, casi hasta colocarse a su altura, mientras las bestias avanzaban, lenta y desesperadamente, esperando el momento de atacar con todo.

Cuando Leon miró bien al grupo de soldado, reconoció entre ellos tres rostros “familiares”.

Les recordaba. Eran los tres mismos soldados a los que había salvado de una especie de jaguar zombie robótico, antes de que la puerta guillotina del crematorio se cerrara para siempre.

Recordaba que habían tenido un momento de camaradería antes de que la puerta cayera. Sí, uno de ellos le apuntó con su arma y los otros dos lo detuvieron. Entonces se saludaron con respeto y lo siguiente es historia.

Lo cierto es que ver que esos tres soldados habían logrado salvar su vida y llegar tan lejos en su lucha por la supervivencia, movió algo dentro de Leon. Una especia de sutil felicidad.

Pero, ¿qué hacer ahora? Él conocía el camino que debía tomar. Y podía tomarlo tomado discretamente sin que nadie se percatara jamás de que él hubiera estado ahí.

Pero vio a esos tres hombres. 

Tres hombres con los que había tenido un momento de camaradería. 

Y sintió que debía ayudar. Aunque solo tuviera en su poder un hacha.

—¡Sin munición! —Gritó otro soldado

—¡Último cartucho! —Gritó el de al lado.

—¡Seguid retrocediendo! ¡Lleguemos al ascensor! —Gritaba el que parecía el líder de ese pequeño grupo, y que de hecho era uno de esos tres hombres a los que recordaba.

Los soldados obedecieron y las criaturas cada vez les ganaban más terreno.

Cuando pasaron la barra de la cafetería de largo, si no hubieran estado tan ocupados observando al enemigo que se les echaba encima, habrían visto a Leon perfectamente.

—¡Nos ganan terreno! —Gritó uno de ellos.

—¿A alguien le quedan granadas? —Preguntó el líder.

—¡Me quedan dos explosivas! —Contestó otro.

—¡Lanza una para ganar tiempo! —Ordenó entonces un compañero.

—¡Aún no! —Contestó sabiamente el líder. Tirar granadas de forma disuasoria solo servía como último recurso, y solo en caso de tener una salida plausible para poder aturdir momentáneamente al enemigo. Al no ser que atinaras y consiguieras hacerlo volar por los aires, claro.

Pero estos enemigos no se quedaban quietos, así que iba a ser complicado de cualquier modo hacerlos estallar en mil pedazos con solo dos granadas.

Cuando los soldados llegaron al ascensor y llamaron al botón, este no reaccionó.

—¡El ascensor no responde! —Gritó con cierta desesperación uno de los soldados.

—¡Aparta! ¡Déjame a mí! —Dijo otro, que tenía una especie de pequeño teclado  en el antebrazo, con un cable que pudo enchufar en una toma que había tras el botón de llamada. —¡No hay corriente en el ascensor! —Gritó, recogiendo el cable. —¡No podemos salir por aquí!

En ese momento, los dos chimpancés rabiosos se lanzaron contra el grupo.

Uno de ellos se lanzó a por los cinco que tenía más próximo, mientras que el otro se lanzó a por los dos restantes que estaban más cerca del ascensor.

Los cinco soldados estaban consiguiendo reducir al chimpancé que les había atacado, a base de balas y cuchilladas. Pero los otros dos soldados estaban en problemas.

El chimpancé había tirado a uno de ellos al suelo y estaba clavando sus garras por todas partes mientras el soldado gritaba de dolor, sin poder contenerlo.

El otro soldado había sacado una pistola, pero no disparaba porque no tenía tiro. Podría darle a su compañero.

Y entre el miedo a fallar y el pavor de la urgencia, el chimpancé se estaba cobrando una vida.

—¡Dispara! —Gritaba el soldado en el suelo. —¡Dispara!

—¡No tengo tiro! ¡No tengo tiro! —Contestaba el compañero, totalmente invadido por la desesperación.

—¡Dispara donde sea! —Volvió a gritar el soldado que luchaba por su vida, mientras el otro, cerrando los ojos, se disponía a disparar a ciegas.

Fue entonces cuando el chimpancé dejó de moverse y el soldado bajo este dejó de gritar.

Y cuando ambos hombres abrieron los ojos y miraron, vieron a Leon son un chimpancé muerto colgando de su hacha.

—Me pareció que necesitabais ayuda. —Dijo el rubio, aun sin saber de qué forma reaccionarían esos dos hombres, mientras sacudía el hecha dejando caer el cuerpo muerto del chimpancé al suelo.

Pudiera ser que esos dos hombres reaccionaran con agradecimiento. Les acababa de salvar la vida a los dos. Sí, a los dos. La siguiente víctima del chimpancé iba a ser el soldado indeciso, así que, sí. Acababa de salvarle la vida a los dos, y eso en su mundo significaba algo.

Pero pudiera ser que no quisieran perder su oportunidad de ponerse una medallita entregándole de nuevo a Alexis, con lo que Leon estaría jodido si tuviera que enfrentarse a todos esos enemigos él solo y además, a todos esos soldados.

El soldado en el suelo se incorporó rápidamente. 

Tenía todo su cuerpo lleno de arañazos, y gotas de sangre, pero por suerte el chaleco antibalas que usaba le había salvaguardado gran parte del físico.

El hombre miraba a Leon con dos enormes ojos azules, como si estuviera mirando a dios.

—Gracias. —Contestó entonces, con la voz tomada.

El otro soldado, bajó su arma. Y aunque también tenía ojos asombrados, su ceño estaba fruncido. Más bien parecía muy extrañado.

—Tú eres a quien buscábamos. —Dijo el soldado. —¿De dónde sales? —Preguntó entonces.

—¿Dejamos esa conversación para luego? —Contestó Leon, señalando a sus compañeros, que seguían tratando de reducir a la otra bestia, llevándose todos ellos sendos cortes por todas partes.

—Sí, claro. —Contestó el hombre, sintiéndose totalmente absurdo. —Claro, claro... esto... gracias.

—De nada. —Contestó Leon, pasándoles de largo, acercándose al otro grupo y, desnucando al chimpancé de un pisotón, llamó la atención de los otros cinco soldados, que alzaron sus cabezas para observar al hombre por el cual habían bajado ahí en primer lugar.

El líder del grupo y los otros dos hombres a los que había salvado frente al crematorio, lo reconocieron de inmediato. Cuando posaron sus ojos en Leon, los abrieron como platos, al igual que sus bocas.

—Tú. —Dijo el líder.

—Sí. Yo. —Contestó Leon, pateando el cuerpo del chimpancé lejos de ahí y girándose hacía los dos B.O.W.’s restantes, señalándolos con su hacha. —¿Os parece si primero nos cargamos a esos dos y después hablamos? —Preguntó el agente especial.

Los soldados se levantaron del suelo, que era cómo se habían quedado tratando de reducir al chimpancé demoníaco, y el líder asintió en dirección a Leon.

—Vale. —Contestó el rubio, haciéndose a un lado. —Lo creáis o no, el grandullón es el más débil de los dos. —Dijo el agente especial.

Los soldados se miraron entre ellos, extrañados y desconfiados. ¿Cómo iba a ser más débil, si era mucho más grande?

—El arma biológica del casco, es un Crimson Head. Rápido y letal. —Siguió hablando Leon. —Solo hay una forma de matarlo y es cortándole la cabeza. Por eso se la han protegido.

»Carguémonos al Crimson, y el otro será coser y cantar.

—¿Cómo lo sabes? —Preguntó un soldado, bastante amedrentado.

—Es mi trabajo saberlo. —Contestó Leon, casi para sí mismo. —¿Quién de vosotros tiene una granada? —Preguntó entonces el rubio.

Los soldados guardaron silencio. No querían compartir su munición con él.

—Sé que uno de vosotros tiene dos granadas. Os he escuchado hablar. —Volvió a decir Leon, sin quitarle el ojo de encima el Crimson, que comenzaba a acercarse, moviéndose lentamente en zigzag. —Oye, estoy de vuestro lado, ¿vale? Dadme una granada, y yo mismo me cargaré al crimson.

—Dásela Aaron. —Contestó el líder del grupo.

—Pero solo nos quedan dos. —Replicó el soldado.

—Y seguirán quedando dos cuando mueras por no usarlas. —Le espetó Leon, alargando la mano hacia él. —Dame una.

A regañadientes, el soldado le entregó a Leon una granada explosiva, y la otra la volvió a guardar, dejándola bien escondida entre sus ropajes.

—Bien. —Dijo Leon, tomando la granada con una mano y apretando la empuñadura del hacha con la otra. —¿Os queda munición?

—Algo. Pero poco. —Contestó el líder.

—¿Quien es el mejor tirador? —Preguntó el rubio.

—Yo mismo. —Contestó el líder.

—Vale, pues tú nos cubrirás. Dispara el Crimson, y dispárale en las rodillas. —Ordenó Leon, ante el asentimiento del hombre, dispuesto a obedecer con tal de salvar la vida. —Y si lo consigues tumbar en el suelo, mejor que mejor.

»Los demás, a cuchillo conmigo. Rodeemos a esa cosa.

Y dicho lo cual, Leon y el resto de hombres comenzaron a avanzar hacia el Crimson que, al ver a tantas presas acercarse a la vez, sacó sus grandes garras y una lengua que le salía del yelmo hasta el pecho, dispuesto a arremeter contra todos ellos.

Tres soldados siguieron a Leon y otros tres se abrieron hacia el lado contrario, haciendo un despliegue en abanico, que les permitió rodear a la bestia.

Cuando el Crimson se dispuso a dar un paso en dirección hacia uno de los soldados, el líder que los cubría desde unos metros de distancia, disparó hacia las rodillas del escarlata, pero sin lograr frenarlo o tumbarlo.

—¡No dejes de disparar mientras puedas! —Gritó Leon, quien, teniendo al Crimson de espaldas, corrió hacia él y le clavó su hacha en el omóplato derecho.

El Crimson, gritó, se giró, y lanzó un zarpazo contra Leon, quien lo esquivó a duras penas, cayendo de espaldas, y dejando el hecha clavada en la bestia.

El líder comenzó a disparar sin detenerse, llenando esas piernas de plomo, pero sin lograr en ningún caso detenerlo, mientras la bestia se cernía sobre Leon.

Entonces, tres soldados corrieron hacia el arma biológica, con cuchillos de combate en mano y lo apuñalaron en diferentes partes del cuerpo, pero sin que esto sirviera para reducirlo. Únicamente sirvió para enfurecerlo.

El Crimson se revolvió y, con la velocidad que los caracteriza, lanzó un par de zarpazos que lograron dar a los hombres en diferentes partes, enviándolos lejos.

Leon se incorporó y corrió hacia el escarlata. Arrancó el hacha de su espalda y lanzó un hachazo descendente, directo a una de sus rodillas, pero el Crimson lo esquivó y, tomando a Leon del cuello lo levantó del suelo, alargando su otra mano hacia atrás para abrir en canal al rubio.

Leon estiró su pierna derecha y controló el brazo del Crimson a la altura del bíceps para impedir que se produjera ese ataque, mientras trataba de liberar su cuello.

Los otros tres soldados que iban con él, se lanzaron a su vez, con sus cuchillos. Dos de ellos, los clavaron en sus dorsales, pero el soldado restante, clavó su cuchillo en el brazo que tenía a Leon cogido por el cuello.

Era uno de los tres a los que había salvado la vida.

La bestia soltó el cuello de Leon, gritando y dejándolo caer, al tiempo que cogía por el cuello al tercero en discordia para perpetrar el ataque que no había podido ejecutar contra Leon.

Leon trató de levantarse rápidamente para salvar la vida de ese soldado, pero no llegaría a tiempo, tosiendo y tratando de recuperarse como hacía.

Los otros soldados se lanzaron a la vez sobre el escarlata, apuñalando donde podían, pero eso solo significaba que estaban lo suficientemente cerca como para ser los siguientes, pues nada lo estaba deteniendo.

Eran duros esos Crimsons.

Cuando el monstruo lanzó sus garras contra el pecho del soldado que tenía agarrado por el cuello, dos balas del calibre nueve milímetros le reventaron la mano, desviando el impacto lejos del soldado y haciendo al Crimson perder el equilibrio de lado.

El líder había cambiado su objetivo de tiro, y menos mal que había tenido el instinto de hacerlo. Acababa de salvar a su compañero gracias a eso.

Aprovechando que el escarlata había caído, Leon corrió hacia él y descargó su hacha sobre el brazo que había recibido las balas, dejándolo desmembrado de ese lado.

—¡No dejéis que se levante! —Gritó Leon al resto de soldados, que inmediatamente se subieron sobre la bestia e inmovilizaron su otro brazo.

Entonces, el agente especial retiró la arandela de la granada que se le había entregado, se acercó a la cabeza del Crimson, levantó la tapa de su yelmo e introdujo dentro la granada.

Cerró la tapa y mandó a todos los soldados alejarse del monstruo.

—¡Granada! —Gritó el rubio y, agachándose y tapándose los oídos, esperó la explosión.

Y “¡BOOM!”, el Crimson Head había sido rápidamente reducido, gracias a la colaboración humana, siendo ahora su cabeza una fuente de sangre.

Los soldados destaparon sus oídos y se giraron hacia la bestia, comprobando que esta ya no se movía y había quedado totalmente reducida.

 —¿Estáis bien? —Preguntó Leon, que al girarse hacia los soldados,  descubrió el cuerpo del escarlata en el suelo con una cascada de sangre brotando por su cuello.

Los soldados asintieron, entre perplejos y aliviados, y le dieron las gracias al agente especial, mientras el líder se aproximaba al grupo.

—¿Estáis todos bien? —Preguntó al resto de sus hombres.

—Sí, estamos bien. —Contestó uno de ellos. —Pero todavía nos queda ese.

Todos se giraron hacia el B.O.W. más grande, retrocediendo a medida que este avanzaba.

Algo que resultaba del todo innegable es que esa última bestia era sin duda alguna muy intimidante. Y no solo por su altura o su volumen. Es que todo en él parecía ser duro e impenetrable.

Francamente estaba entre una mezcla extraña de rinoceronte con gigante, o rinoceronte con tortuga marina.

Pero pese a ello, Leon seguía manteniendo que era mucho más fácil de vender que el Crimson. Sobre todo si conseguían tumbarlo.

—Que no os intimide su tamaño. —Les dijo Leon. —Es lento y es torpe.

»Si logramos tumbarlo, estoy seguro de que no podrá ponerse de pie.

—Ya. —Contestó otro soldado. —¿Pero cómo tumbas una montaña?

—Quitándole el suelo. —Contestó Leon, a modo de chanza, guiñándole el ojo al soldado que preguntó.

Los soldados se miraron entre ellos entre ellos extrañados. Estaba claro que Leon se había ganado parte de su confianza en el momento en que les había salvado la vida y ayudado inteligentemente a acabar con el escarlata, pero aun así, tenían sus dudas con respecto a la bestia que tenían delante.

Además, las respuestas de Leon eran un tanto enigmáticas.

—Dejad que avance hacia nosotros. Que salga de la alfombra de zombies. —Dijo el rubio retrocediendo tranquilamente. Como quien estaba charlando con colegas en un parque sin nada que temer.

 —Todos esos zombies. —Comenzó a hablar uno de los soldados. —¿Los matasteis tú y tu compañera? —Preguntó el soldado.

—Sí. —Contestó Leon, mostrándose parco ante la pregunta, dado que no quería darles información sobre Claire.

—Qué pasada. —Respondió el mismo soldado, de vuelta, riendo por primera vez.

Y Leon no pudo reprimir una pequeña sonrisa. Porque la verdad era que sí. Había sido una pasada ver a Claire en plena acción.

Siempre lo era.

Los soldados retrocedieron dejándole vía libe a la enorme masa de carne.

Su potencia de ataque debía ser bestial si se le daba la oportunidad o si te atrevías a cruzarte en su camino.

Tenía los brazos demasiado cortos y los ojos demasiado separados, pero su tren inferior era grueso y pesado, su boca ancha y  sus mandíbulas fuertes. Y esa piel, debía ser lo mismo que estar cubierto por una coraza. Era indudable que de tener la oportunidad, ese ser sería la máquina de matar más letal e imparable de...

La bestia resbaló y cayó de bruces boca arriba.

Con sus dos pies planos había  pisado el esquelético brazo de un zombie que rodó, haciendo caer a la bestia al suelo.

Y tal y como había previsto Leon, la mole no era capaz de levantarse después de eso. Pataleando y moviendo sus bracitos  como un escarabajo que se esfuerza por volver a ponerse de pie.

Al caer, el suelo retumbó. Su gran peso así lo requería. Pero más allá de eso, la imagen de esa arma biológica era simplemente patética.

Parecía el arma biológica más tonta del mundo. Cómo había sobrevivido hasta entonces era un misterio. Y sin duda, ese arma era uno de los enviados a destruir, porque estaba claro que eso no podía ser considerado un experimento exitoso.

Entre los soldado se hizo el silencio, mientras miraban pasmados a esa pobre criatura torpe y sin salida.

—¿Y ya está? —Dijo entonces un soldado, con un tono incrédulo en su voz. —Pues tenías razón.

—Sí. —Contestó otro. —Miradlo. Ha sido ridículo.

Y el resto de soldados comenzaron a decir otras tantas cosas similares.

—¿Cómo lo matamos? —Le preguntó el líder a Leon.

Leon miró al líder y después al resto de soldados que se habían quedado mirándole, esperando una respuesta.

—Yo usaría la otra granada. —Contestó el agente especial, encogiéndose de hombros. —Se la metería en la boca y dejaría que reventara.

»No creo que nuestros cuchillos puedan traspasar esa piel.

Dicho y hecho. 

El soldado que tenía la última granada se la pasó a Leon sin rechistar, y fue él quien tuvo los honores de dar muerte a la bestia menos bestia de entre las bestias.

La sangre y el cerebro triturado el monstruo saltó por los aires y todos terminaron llenos de carne de B.O.W. encima, pero sin evitar celebrar que seguían vivos.

Los soldados comenzaron a gritar y a reír mientras se reunían para abrazarse entre sudor, sangre y vísceras, no dejando a Leon fuera de la ecuación. Aunque el agente lo intentó evitar.

—Gracias, señor Kennedy. —Dijo entonces el líder, sonriendo a Leon.

—No hay de qué. —Contestó el rubio devolviendo la sonrisa y mirando a todos esos hombres al rostro, quienes le observaban con felicidad. —Siempre que no esperéis que os acompañe frente a vuestro señor.

Los soldados se miraron entre ellos, resoplando.

—¿Te refieres al señor Belanova? —Preguntó el líder, con cierta retórica en la voz. —¡Ja! Por lo que a mí respecta, ese hombre ya no es mi jefe. 

—Ni el mío. —Contestó otro soldado.

—Ni el mío. —Añadió otro.

—Nos bajó a este pozo de muerte, sin esperar que ninguno de nosotros regresásemos jamás. —Dijo uno de los tres hombres a los que Leon había salvado. El que lo apuntó con su arma antes de que los otros dos le hicieran bajarla.

—Y nos bajó a este pozo de muerte sin decirnos qué era realmente lo que íbamos a encontrar aquí. —Añadió otro.

—Nos engañó a todos. —Volvió a tomar la palabra el líder. —Y ahora nos hemos amotinado.

El resto de soldados asentían y  comentaban entre ellos que el enemigo había sido siempre Alexis y que iban a por él.

—¿No sabíais para qué bajabais? —Preguntó Leon, bastante impresionado de la mala gestión de Alexis.

—Recuperación de vienes robados. —Contestó el líder. —Y una triste advertencia de que aquí abajo había algunos animales sueltos que podrían ser un problema.

»¿Animales? No me jodas.

—Él no bajaría aquí ni armado hasta los dientes, eso seguro. —Comentó otro soldado, escupiendo en el suelo de pura rabia.

Leon los escuchaba, asintiendo. Entendiendo que esos hombres ya no tenían que ser sus enemigos.

—¿Entonces ni Claire ni yo somos ya objetivos para vosotros? —Preguntó el agente especial, para cerciorarse.

—Así que ese es su nombre. —Preguntó el líder. —Tu compañera. C.R.-01. Se llama Claire.

—Sí. —Contestó Leon, sintiendo que una sonrisa quería escapar por la comisura de los labios, al mismo tiempo que el tictac del reloj desafinado volvió a sonar a su espalda.

—Bonito nombre. —Comentó el líder antes de seguir. —No, señor Kennedy, ya no sois nuestros objetivos.

»Estábamos regresando sobre nuestros pasos, con la esperanza de volver al encuentro con Alexis y matarlo.

»Puto niño rico.

Los soldados gritaron ante esas palabras, dándose coraje ante un plan deseado por todos.

—Es una gran idea. —Contestó Leon. —Tengo entendido que está gravemente herido y que están preparando su evacuación.

»Si sois rápidos, podríais tener vuestra oportunidad.

—¿Gravemente herido? —Preguntó el líder. —¿Qué ha pasado?

—No poseo más detalles. —Mintió Leon, no queriendo abrir la puerta de los recuerdos.

—Bueno. Pues que se joda. —Dijo un soldado. —Igual es la señal de que ha llegado nuestro momento para atacar. Cuando está débil.

—¿Dónde está tu compañera? —Preguntó uno de los soldado que hasta ahora no solo no se había dirigido a Leon, sino que además se mostraba distante y desconfiado.

Leon miró al hombre con claras intenciones de no responder. Pero cuando vio la curiosidad en el resto de ojos que se apoyaban sobre él, comprendió que la pregunta era genuina y no con ninguna intención oculta.

—Se la llevaron. —Contestó Leon, bajando la cabeza. —Nos emboscaron y separaron nuestros caminos.

—Debió ser una buena emboscada. —Aventuró el líder. —Te hemos visto luchar contra todo por ella. De hecho, hubo un momento en que se rumoreaba que estabas muerto. 

»Si no pudiste retenerla a tu lado, debió ser una emboscada increíble.

—Bastante increíble. —Respondió Leon, algo taciturno, a punto de caer en los recuerdos de la lengua de Alexis sobre su lengua.

—Yo no sé si tendría la fortaleza que estás demostrando tener tú. Meterse aquí por una misión de rescate, tú solo, es una locura. —Dijo uno de los soldados.

—¿Tienes mujer? ¿Novia? —Le preguntó Leon, volviendo al presente, a dicho soldado.

—Sí. Un mujer y dos niños.

—¿Y la amas? —Volvió a preguntar Leon.

—Más que a nada. —Contestó el soldado.

—Sí un día llegara Alexis a tu casa y se llevara a tu mujer a la fuerza, ¿no irías hasta el mismísimo infierno a rescatarla?

—Claro que sí. Sin dudarlo.

—Sin dudarlo. —Repitió Leon, casi para sí. —¿Y tú? —Preguntó Leon, señalando a otro soldado. —¿Tienes mujer?

—Sí, señor. Recientemente casados. —Contestó el soldado.

—¿La amas?

—Con toda mi vida. Y la protegería de cualquiera que se atreviera a ponerle una mano encima.

—¿Y tú? —Volvió a preguntar Leon, señalando a otro soldado.

—Una novia. Y sí, la rescataría.

—¿Y los demás? —Preguntó Leon a todos en general. Y todos respondieron que sí tenían pareja y que les rescatarían allá donde fueran y de quien fuera.

—Pues eso es exactamente lo que estoy haciendo yo. —Dijo Leon, dejando a todos los soldados callados, mirándole con total comprensión y admiración.

—Tu compañera, ¿es tu mujer? —Preguntó el soldado que se mostraba más serio.

—Es la mujer a la que amo. —Contestó Leon. —Y volvería a este lugar las veces que hicieran falta por ella.

»Y por ella no puedo perder más el tiempo. Debo seguir.

—Te ayudaremos. —Dijo el líder. —Al fin y al cabo, ayudarte no deja de ser un ataque hacia Belanova, ¿no es cierto, chicos?

Los soldados contestaron afirmativamente al unisono, pero el plan de Leon requería de un minucioso trabajo en solitario.

—Gracias, pero esto debo hacerlo solo. —Contestó el agente especial. —Pero, ¿de verdad queréis ayudarme? 

—Sí. —Contestó el líder, seguido del resto de hombres.

—Matad a Alexis. —Les pidió Leon.

Los soldados se miraron entre ellos, sonriendo, asintiendo y llenos de coraje. Ese plan era su plan. Iban a ejecutarlo lo pidiera Leon o no.

—Aunque nosotros seguimos teniendo el mismo problema con armas biológicas amenazándonos o sin ellas. —Dijo uno de los soldados. —No tenemos cómo salir de aquí. El ascensor no funciona.

—Pero hay una puerta ahí al fondo. —Contestó otro soldado, refiriéndose a la puerta por la cual entrara Leon.

—No os recomiendo tomar esa puerta. Al otro lado hay unos B.O.W.’s a los que no podéis vencer.

—¿Así de malo es? —Preguntó el líder.

—Es peor.

—¿Y qué podemos hacer? —Preguntó otro soldado.

—Yo sé por donde podéis llegar al exterior. —Dijo Leon.

Los hombres miraron a la vez a Leon, esperando más información.

—¿Por dónde? —Preguntó otro soldado, incapaz de soportar el suspense.

—¿Sabéis el paso de escalera que da al pasillo de la sala de la trituradora? Ahí mismo tenéis la salida. —Informó Leon. —Una puerta da a la sala de la trituradora mientras que la otra da a sala central de ventilación del complejo. 

»Hay unas tuberías que suben directamente a la superficie.

—¡Oh! Pero ya me había fijado en esa puerta. —Contestó el soldado que llevaba consigo un teclado en el brazo. —Se requiere una tarjeta específica para abrirla.

—Esta. —Dijo Leon, sacando la tarjeta de Boris de sus pantalones, pues todavía la llevaba encima. —Es vuestra. —Y dicho esto, se la pasó al hombre con el teclado en el brazo.

—Pero, entonces, ¿vienes con nosotros? —Preguntó el líder.

—No. —Contestó Leon. —Yo me quedo. Pero si os puedo ayudar a salir de aquí, ¿por qué no?

—¿Y por qué sí? —Preguntó el soldado serio de pocas palabras.

—Porque sois seres humanos. Buenos hombres. Y vais a matar a Alexis. No necesito más razones.

Los soldados se miraron un momento en silencio. Como tomando la decisión de seguir su camino.

—En ese caso, toma. —Dijo el líder, entregándole a Leon un recambio de munición para su Silver Ghost. —No es mucho. Solo seis balas. Pero si te puede ayudar a recuperar a tu mujer, me sentiré en paz contigo.

—¿Estás seguro? —Preguntó el agente especial. —Estas balas podrían ser la diferencia entre la vida y la muerte.

—Y la tarjeta que nos has dado, también. —Contestó el líder.

—De acuerdo. —Dijo el rubio, aceptando la munición. —Gracias. —Añadió, sacando su arma y cargándola con la nueva munición.

—Buena suerte. —Dijo el líder de los soldados, dándole a Leon una palmada en el hombro, en términos amistosos, mientras el resto de soldados le deseaban suerte y se iban alejando.

Todos menos el soldado de pocas palabras.

—Tengo curiosidad. —Comenzó a hablar. —Cuando recuperes a tu chica, ¿cómo vais a abandonar este lugar? ¿Sabes pilotar helicópteros?

—No. —Contestó Leon, mirando de reojo a la narradora. “Ya está bien de remarcar eso, ¿no?” —Supongo que en bote o moto de agua.

»Incluso volveremos nadando si hace falta.

—Yo soy piloto. —Le cortó el soldado. —Tengo en el helipuerto mi propia máquina.

»En cuanto lleguemos a la superficie, iré junto a mi helicóptero. Y os esperaré cinco horas. Ni una más.

»Si llegáis a tiempo, os llevaré a tierra. Si no, lo lamentaré y esperaré que lográis huir por otros medios.

Un piloto a su servicio. Ese hombre era piloto y se ponía a su servicio. La suerte le quería sonreír.

—¿Cinco horas? —Preguntó de nuevo Leon, mirando su reloj. Lo que ese soldado le estaba ofreciendo era una salida que no podían rechazar.

—Cinco horas. —Repitió el soldado.

—Ahí nos veremos.

Y dicho lo cual, el soldado y Leon estrecharon sus manos, y el piloto se reunió al resto de su equipo, y se perdieron de la vista de Leon al primer recodo más allá de la puerta guillotina.

Leon inspiró profundamente. Esos hombres tenían la oportunidad de salir al exterior. Tenían la oportunidad de acabar con el CEO y huir. 

Y Leon deseaba profundamente que lo lograran.

Pero había llegado el momento de poner su plan en marcha y reclutar a su pequeño ejército de bestias.

Prestando atención al suelo que pisaba, Leon comenzó a avanzar al azulejo blanco bajo sus pies, que él sabía que era en realidad una trampilla, que llevaba directamente a un pasillo de mantenimiento donde unas bestias de  un asqueroso color rosáceo habitaban tranquilamente.

Las mismas bestias que, sin saberlo, ni sospecharlo, serían el arma perfecta con la que Leon libraría su batalla.

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La trampilla sobre la cabeza del rubio se había cerrado, por lo que la luz cenital que se arrojaba desde arriba desapareció, dejando  a Leon en completa oscuridad, todavía agarrado con fuerza a la escalera de mano que bajaba. Tan húmeda y casi mullida como la recordaba.

El agente especial guardó silenció y puso su respiración y los latidos de su corazón bajo control.

Quería escuchar.

Quería tener todos sus sentidos alerta en caso de que esas bestias se le aproximaran. ¿Quién sabe? Tal vez ya le estaban observando. Tal vez estaban muy cerca. Tal vez estaban lejos.

Fuera como fuese, Leon necesitaba silencio de sí mismo y concentración para ubicar al enemigo.

Pero todo estaba en extremo silencio.

Sin embargo, se trataba de ese silencio artificioso que te pone los pelos de punta. Esa clase de silencio gravitatorio y embotado que te hace saber que el silencio que reina no es casual, sino que se está guardando a propósito de no ser escuchados.

El bello del cuerpo del rubio se puso de punta.

El olor de ahí abajo, era algo que recordaba bastante horrible, pero que ahora que volvía a estar ahí, era peor. Seguía oliendo a carnicería caliente. Nauseabundo, pero todavía mejor que el olor a zombie.

Leon abrió los ojos y giró su cabeza hacía la puerta al final del pasillo.

La opacada luz de emergencia que brillaba sobre esta, alumbraba parcialmente el camino. Pero este estaba tan lleno de enredaderas de carne palpitante, que las sombras que se dibujaban  a su alrededor hacían desconfiar al agente especial de si en esas sombras, agazapados, no estarían las bestias.

Leon tomó cuidadosamente su linterna y lanzó una ráfaga de luz, para generar una fotografía mental del espacio y comprobar si el camino estaba despejado.

Muy atento a cualquier sonido o movimiento, Leon lanzó la ráfaga de luz y comprobó que el camino estaba despejado de bestias, pero lleno de cuerpos sin vida de los soldados que habían irrumpido ahí abajo con intención de atraparlos, y al final los atrapados fueron ellos.

Leon no tenía intención de mirar hacia el otro lado.

Sabía que habría un cuerpo sin vida de un hombre de mantenimiento y más allá del recodo un nido enorme de esas bestias. Y no necesitaba saber nada más.

Descendió con cuidado por las escaleras, anclando bien sus botas en cada peldaño resbaladizo, hasta llegar al suelo.

Lo que pisaba bajo sus botas parecía haber crecido desde que estuvo ahí la pasada vez.

Ya no parecía que en el suelo hubiera la misma enredadera proteica que ocupaba las paredes y el techo, sino que parecía que el agente especial avanzaba a través de grandes y retorcidas raíces de fresno que se enterraban y emergían del suelo de forma ondeante y caprichosa. Cómo era posible que algo así hubiera crecido tanto en tan solo unas horas, era algo que al rubio le parecía extraordinario y escalofriante a partes iguales.

Levantando las piernas con cuidado y procurando no apoyarse en las paredes demasiado, siguió avanzando hasta llegar a los cadáveres acumulados en el suelo.

La escasa luz que alumbraba en tonos rojos el lugar, ayudaba a no ver el horror con detalle. Pero Leon estaba tan concentrado, que cada vez que pisaba una mano, un codo o una cara, podía visualizar perfectamente esas partes que se aplastaban bajo sus botas, con cierta aprensión y disculpa.

El horror era difícil de digerir, daba igual si se trataba del enemigo o no.

Y tener que avanzar por encima de sus cadáveres era tan morboso y tan bizarro, que el agente especial no pudo evitar sentir cierta desesperación por alcanzar la puerta y salir de ahí.

Y el deseo no se hizo esperar.

Cuando llegó a la puerta, tomó el picaporte con la mano, giró y tiró hacia sí.

La puerta chirrió en un llanto oxidado que rompió el silencio embotado sin capacidad de reverberar, tan cargado estaba el ambiente.

Leon tuvo que tirar tres veces con fuerza para abrir el espacio necesario que le permitiera salir al otro lado, arrastrando los cuerpos sin vida de los soldados caídos, así como parte de esas raíces rosadas que aunque enormes, eran blandas como venas.

Cuando consiguió el espacio perfecto, escucho unos pasos al fondo del pasillo. Como un niño saltando sobre diferentes charcos.

Leon miró en esa dirección y lo único que pudo ver era penumbra. Aunque, parecía que una sombra enorme se movía en esa penumbra. No le quedaba claro al rubio.

Fue entonces, cuando dos puntos dorados brillaron en la oscuridad, como dos ojos de gato en plena noche, y parpadeando con tranquilidad, los dos puntos dorados se quedaron observándole.

Leon no necesitaba saber más.

Cruzó al otro lado y cerró la puerta tras de sí.

—No te vayas muy lejos. —Susurró el agente especial, al tiempo que comenzaba a subir corriendo los tramos de escaleras que le llevarían hasta el pasillo de mantenimiento del nivel tres.

La convicción de que ese paso de escaleras estaba libre de compañía no deseada, hizo que el rubio subiera sin cuidado de ser sigiloso. Lo importante en esos instantes no era no ser visto, dado que nadie le iba a ver ahí. Lo importante era llegar antes de que enchufaran a Claire a esa máquina que vivía por ella.

Al llegar al nivel tres, se encontró con la puerta metálica que separaba el paso de escaleras del pasillo, —que él había mantenido cerrada con ayuda de la manguera. —, total mente destrozada, doblada y fuera de su marco.

Los hombres de Alexis se habían esperado en tirarla abajo para alcanzarlos al inicio de toda esta aventura. Y para muestra un botón.

Leon entró al pasillo y corrió.

Sabía perfectamente por donde había descendido. Y por si hubiera dudas, los hombres de Alexis, en su furor por darles caza, también habían arrancado la tapa de la trampilla, así que era fácil de localizar la subida al doble fondo del despacho de Boris.

Leon subió con premura, se acercó a la cerradura del armario y abrió desde dentro para comprobar el otro lado.

La puerta del armario era inexistente, siendo todo astillas en el suelo tras la explosión que Leon había provocado en el lugar.

Asomándose un poco más, comprobó que la puerta guillotina estaba parcialmente descolgada. Un lateral parecía no ser capaz de elevarse correctamente. Pero aun así permitía el paso de un hombre alto sin problemas.

Los muebles que en su momento sirvieran de barricada, estaba esparcidos y destrozados por el espacio, y ahí no había ni un soldado.

Estaba claro que sentían esa zona totalmente protegida de él.

—¡Qué la introduzcáis ya! —Gritó una voz al otro lado de la puerta guillotina. Leon reconocía en esa voz al capitán menos capaz del mundo.

—¡Señor, si no comprobamos mil veces que sea viable, podríamos matarla! —Replicaba el que probablemente era el científico que supervisaba el trabajo.

—Si esa bestia es tan fuerte, podrá soportarlo. —Replicó el capitán.

—Con el debido respeto señor. Si no tiene ni puta idea de ciencia, no se meta. —Le espetó el científico, claramente harto del soldado que no atendía a razones.

Se escuchó entonces un golpe rápido pero acuoso, seguido de unas voces sorprendidas, seguido de un grito.

—O la introducen ya, o lo siguiente que le rompa no sera la nariz. ¿Lo ha entendido, cerebrito?

—Alto y claro señor. —Contestó con voz nasal y temblorosa el científico, que probablemente estaría sangrando chorros de rojo por la nariz en ese instante. —Vamos, chicos. Cogedla y traerla a la incubadora.

Se escuchó cierto movimiento y lo siguiente que Leon pudo escuchar fueron los gritos de Claire.

—¡No me toques, cabrón! —Gritó Claire. —¡No! ¡Suéltame! ¡Suéltame!

—¡Se le pasa el efecto de la anestesia! ¡Se resiste mucho! —Gritaba uno de los científicos por encima de los gritos de Claire.

—¡Déjame a mí! —Dijo entonces el capitán de la unidad envasada al vacío.

Se escuchó un fuerte chasquido, como un bofetón, al tiempo que Claire dejaba de gritar.

—Silencio, preciosa. —Le dijo el soldado. —O tengo otras formas de hacerte callar peores que esta.

A Leon se le hinchó la vena del cuello tanto, que pensó que perdería la cabeza y que entraría ahí dentro con la fuerza de su hacha, seis balas y un cuchillo, solo para matar a ese hijo de puta.

Pero no había llegado hasta ahí para hacerse matar.

Dejando la puerta del doble fondo del armario abierta, corrió hacia atrás sobre sus pasos, de vuelta al pasillo de la muerte del nivel cinco.

Había medido su velocidad. Y recordaba la velocidad de esas cosas. Iba a ser una carrera por la vida  muy reñida. Sobre todo la subida por las escaleras de mano, esa era la parte que más le ralentizaba.

Pero bueno, era ahora o nunca. Y él ya contaba con que el plan era una maldita locura suicida. Y ahora que la suerte estaba echada, solo le quedaba tener fe en sus capacidades físicas y esperar que esas bestias no le alcanzaran, al menos hasta llegar al aula 001, donde tendrían mucho para elegir.

Leon descendió como el viento. Estaba pensando en sus estimaciones de velocidad cuando de repente, ya estaba frente a la puerta del nivel cinco.

La abrió sin pensar en su autopreservación. Simplemente, según llegó, la empujó con todas sus fuerzas, colocó la hoja de su hacha entre la puerta y el marco, sobre las bisagras para que esta no se cerrara y, con la linterna, alumbró al fondo del pasillo.

La imagen era francamente sacada de la mismísima diosa de las pesadillas.

Al fondo, una cantidad ingente de seres a largados, rosados, de melenas negras, lacias y sucias, con ojos recubiertos de carnosidades rugosas que se abrían para mirarlo con puntos dorados en el centro, observaban estáticas al ser humano que los alumbraba y que estaba lleno de vida que poder arrebatar.

—¡Hey! ¡Feos! —Les gritó Leon, ni corto ni perezoso. —¡Os invito a cenar!

Y dicho esto, el rubio echó a correr escaleras arriba, subiendo los peldaños de tres en tres y sin parar a comprobar si los monstruos le estaban siguiendo, pues tenía la certeza de que así sería.

Y estaba totalmente en lo cierto.

Bajo sus botas, Leon sintió los peldaños temblar a causa de la gran cantidad de bestias que corrían persiguiéndolo, agolpándose unas contra otras, alargando sus extremidades y sus bocas, gritando y rugiendo en busca de su pedazo de carne.

Si antes Leon sentía que había bajado a la velocidad de la luz, ahora sentía que todo estaba ocurriendo a cámara lenta. Pero no se iba a detener por nada del mundo.

Cuando llegó al rellano del tercer nivel, miró de soslayo hacia atrás y pudo comprobar que una enorme boca se encontrada a un brazo de distancia de él.

Leon aumento la velocidad y corrió por el pasillo de hormigón, viendo a lo lejos las escaleras de mano.

El agente especial usó la fuerza de la velocidad que llevaba, para correr por la pared contraria a la de las escaleras de mano, de tal forma que cuando llegó a la altura de estas, saltó desde la pared hacia arriba,  consiguiendo subir hasta el doble fondo del despacho de Boris sin ralentizar su avance, que sería absolutamente su fin.

Cuando subió, ya había diez garras con sus diez cabezas chillonas emergiendo del suelo, a punto de atrapar a Leon por su chaleco antibalas.

Estaba librándose de la muerte por una cuestión de micras. Pero no necesitaba más, siempre que no le atraparan.

Se lanzó a través del armario del despacho, chocó contra la pared justo enfrente, y siguió corriendo hasta la puerta guillotina.

Las bestias se lanzaron tras él, amontonándose contra la pared mientras seguían extendiendo por encima de sus masas sus terribles y  larguísimas extremidades en busca de carne.

Entonces Leon irrumpió en el aula 001 empujando a los primeros soldados como en sus tiempos de futbol americano, derrumbando a muchos de ellos, que no esperaban una intromisión semejante y, sin dejar de correr, comenzó a abrirse paso entre los soldados que, aun sin poder reaccionar, no lo estaban deteniendo.

Pero poco podrían intentar. Hablábamos en términos de micras de segundo.

Así que al tiempo que todos reparaban en Leon, reparaban también en la cantidad de extrañas criaturas que entraban en el espacio tras el rubio.

Las bestias alzaron sus cabezas gritando con esas largas bocas que parecían crecer  más y más a medida que estaban cerca de la comida, y comenzaron a matar a todos los soldados más próximos.

Una bestia se lanzó de cabeza a por un hombre, y lo metió en su boca a tamaño completo, tragando sin siguiera masticas, pero convirtiéndolo en papilla a medida que pasaba por su cuello, como si dentro tuviesen una maldita trituradora.

Otros dos, comenzaron a rajar a un soldado, como si estuvieran jugando con la comida, de tal forma que en unos segundos ese ser humano se había convertido en un plato de espagueti.

Los demás comenzaron a reptar por suelo, paredes y techo, secretando por su piel las enredaderas cárnicas que conformaban su nido en el pasillo de mantenimiento del nivel cinco.

Los soldados comenzaron a gritar, sin tener espacio para tratar siquiera de huir.

—¡Abrid fuegooo! —Gritó el capitán, saliendo de su asombro, y señalando a las bestias, que parecían un enemigo mucho más peligrosos que Leon.

El rubio continuó abriéndose paso sin descanso, empujando a todos los soldados que podía, mientras estos lo ignoraba y apuntaban a los B.O.W.’s

Un aluvión de balas llenó el lugar. Balas, sangre y muerte. Pero Leon siguió avanzando.

Al fondo de la sala vio a dos científicos cogiendo a Claire por los brazos, en pleno intento por arrastrarla fuera de la camilla.

Claire estaba envuelta en una sabana y tenía un lateral de la cara roja, con la mano del capitán calcada en el rostro.

Leon miró un poco menos lejos y vio al capitán a pocos pasos, mirando directamente al rubio mientras sacaba una pistola de su cartuchera.

Leon le señaló. Quería que supiera que iba a por él.

Cuando lo tuvo lo suficientemente cerca, Leon cargó el bofetón más grande que hubiera dado en su vida, y antes de que el capitán pudiera hacer algo para evitarlo, Leon le cruzó la cara con  una fuerza tan desmesurada, que el rostro del capitán se quedo deformado hacia un lateral, con ojos totalmente desarticulados,  antes de caer desmayado al suelo.

—¡Leoooon! —Llamó Claire, quien acababa de verle.

Leon recogió la pistola del capitán, apuntó y disparó en el centro de la frente al científico que cogía a Claire del brazo izquierdo, muriendo este en el acto y soltando a Claire.

Repitió la misma acción con el científico al otro lado, con la misma maravillosa precisión.

En ese momento, un soldado apareció por detrás de Claire, quien la cogió por los hombros, tratando de hacerla echarse sobre la camilla, mientras Claire movía sus brazos para tratar de zafarse.

Fue entonces cuando la pelirroja vio volando por encima de ella al rubio que de un salto le clavó la rodilla en la cara al soldado, matándolo en el acto, al tiempo que desde el otro lado de la camilla, disparaba hacia otros soldados que se acercaban a ellos.

Cuando se quedó sin munición, usó la culata del arma para golpear a dos soldados que aparecieron par cada lado del rubio, y a los que dejó fuera de combate en cuestión de cuatro movimientos rápidos.

Llegó otro soldado por el lazo izquierdo de Claire y trató de cogerla en brazos, pero Leon cogió su cuchillo de combate, atravesó su cuello por un lateral, justo por detrás de la tráquea, y después tiró con fuerza abriendo ese cuello como se abre una cartera de cuero.

—¿Puedes caminar? —Le preguntó Leon a la pelirroja, mirándose ambos por primera vez a los ojos.

—No. —Contestó Claire, distrayéndose momentáneamente en el rostro de Leon. Pero él no estaba en posición de distraerse.

—Pues agárrate. —Contestó el rubio, y acto seguido comenzó a empujar la camilla donde estaba Claire echada.

Los soldados que se interponían eran totalmente arrollados por el subió que estaba empujando esa camilla con una fuerza tal que bien podría estar conduciendo un monster truck.

Salieron hacia la sala de descanso que estaba parcialmente vacía, teniendo en cuenta que todos los soldados había entrado en el aula 001 para enfrentarse a las bestias rosáceas, y avanzaron hacia un lateral de la pared, que tenía elegantemente oculto una portezuela que era el conducto para la ropa sucia.

Cuando Leon ideó este plan, recordó que, estando en la habitación secreta, Claire había reparado en unos conductos que no eran de ventilación. Y que resultaron ser conductos de lavandería. Y en ese espacio había uno que sería su puerta de escape.

Un soldado apareció cargando contra ellos lateralmente, tumbando tanto la camilla como a ellos dos.

Claire rodó por el suelo, pero con la fuerza y el control que comenzaba a tener sobre su tren superior, tuvo a bien arrastrarse contra la pared, cogiendo la sabana que la había mantenido cubierta hasta que trataron de llevarla al tanque, y con ella trató de envolver mejor su cuerpo.

Mientras tanto, Leon se incorporó de un salto y arremetió contra el soldado, cuchillos en mano.

El soldado era bueno. Sin duda experto en lucha de cuchillos. 

Pero Leon era mejor.

Después de cruzar un par de veces sus hojas, Leon ya había estudiado el patrón de movimiento del hombre y, engañándolo con un combo repetido, en el último momento, previendo el siguiente movimiento del soldado, Leon cambio su cuchillo de mano y le clavó la hoja al soldado por detrás, en la base del cráneo, provocando diferentes movimientos espasmódicos en el rostro del hombre, antes de derrumbarse en el suelo.

Leon portaba el rostro del mismísimo diablo, cubierto de sangre y respirando con una fuerza tan grande, que parecía que con cada inhalación sus músculos crecían más y más.

El agente especial se acercó a Claire y la tomó en brazos. Con fuerza pero sin olvidar la delicadeza.

Se aproximó a una de las pantallas blancas que conformaban esa parte de la pared y, calcando una de estas pantallas, esta cedió hacia dentro para acto seguido abrirse en batiente.

Era bastante estrecho, pero Claire entraría por esos conductos sin problema. Y Leon estaba lo suficientemente sudado como para poder deslizarse aunque el espacio le quedase bastante más estrecho.

Claire, quien se agarraba con fuerza al cuello de Leon, miró el interior del conducto y no podía ver el fondo. Era como un tobogán acuático, pero sin la diversión. Y con una caída que parecía infinita.

—Voy a ir justo detrás de ti. —Le dijo Leon, cuando se volvieron a mirar.

Claire se moría de ganas de besarle. Que pasara lo que tuviera que pasar ahí abajo, al menos que lo último que hiciera en esa vida, fuera besar a su Leon.

Pero el rubio no le dio tiempo quisiera a una triste tentativa. Y antes de poder decir o hacer nada, Leon la arrojó por el tubo.

Claire comenzó a bajar a toda velocidad, resbalando envuelta en las sabanas blancas que cubrían su cuerpo parcialmente, mientras gritaba por la emoción y el miedo a lo desconocido.

Pero tal y como el rubio había prometido, él iba justo detrás de ella.

En el momento en que la puerta del conducto se cerró, comenzaron a descender a oscuras.

—¡Claire, frena! —Gritó Leon por encima de la cabeza de la pelirroja, pero esta solo podía escuchar sus propios gritos. —¡Claire, fricciona con las manos! —Volvió a gritar el rubio, que al fin y al cabo, sabía que esa iba a ser su salida del nivel tres, pero no tenía ni idea de cómo acababa esa caída.

Si se iban directamente al suelo, con la velocidad que llevaban, Claire se iba a meter una buena ostia.

La pelirroja seguía sin escuchar y además le sacaba bastante distancia al rubio. Pero de repente Leon dejó de escuchar gritos de horror para pasar a escuchar a la pelirroja carcajearse.

Claire tampoco tenía muchas explicaciones que dar.

El primer momento de la caída había sido aterrador. Por lo abrupto y por lo desconocido.

Pero a medida que ganaba velocidad y aumentaba la adrenalina en su sangre, más divertido comenzaba a parecerle, y al final, se estaba divirtiendo como una enana. 

Y escuchar a Claire reírse así en medio del horror, llenó de calorcito al rubio, que seguía en modo asesino pero, poco a poco, esa risa iba calmándolo y apaciguando a su bestia interna.

Al llegar al final de la caída, Claire aterrizó en una enorme cubeta de plástico llena de batas blancas sucias, que amortiguaron el golpe.

Miró hacia arriba, y vio aparecer a Leon que, al ver el final del conducto, frenó su caída con manos y pies, y se descolgó del tobogán con control y precisión para no caer sobre Claire y aplastarla.

Algo interesante del término de esa boca de conducto, es que tenía un cierre de volante, así que Leon tuvo a bien cerrarlo.

No le constaba que nadie les estuviera siguiendo. Pero de ser así, se encontrarían con la salida cortada.

Después, el agente especial se agazapó y observó su entorno.

Se encontraban en una habitación de hormigón de tamaño mediano, alumbrado con varias luces en el techo, y con un suelo de cemento bastante gastado.

En el lateral izquierdo había una gran bañera, con un grifó roto que perdía agua y que tenía debajo de sí mismo un reguero de oxido y musgo.

Frente a ellos había una lavadora industrial enorme y al lado de esta, una secadora industrial del mismo tamaño. Una persona podía entrar ahí  de cuerpo entero sin dificultad, a esos tamaños nos estamos refiriendo.

Justo al lado, unas filas de estanterías con ropa blanca, limpia, y doblada. Y más allá la puerta, que parecía cerrada con llave.

Lo más importante de ese escrutinio era que estaban completamente solos, y por tanto, a salvo.

Por fin Leon miró a Claire, quien le había estado observando durante todo ese tiempo.

Y así, desnuda, únicamente cubierta por una sabana blanca, parcialmente echada como si estuviera en una bañera, hermosa a rabiar, Leon creyó estar viendo a una diosa griega. 

Claire entonces volvió a carcajearse. Claramente sin poder controlarlo, tapándose la cara y la boca, nerviosamente, con manos temblorosas.

Y entonces, las risas pasaron al llanto en cuestión de segundos.

Claire era una montaña rusa de emociones y estaba completamente desbordada.

Miraba a Leon con sus océanos en plena tormenta, y las lagrimabas bañaban sus rosadas mejillas, mientras el temblor comenzó a expandirse por todo su cuerpo.

Leon alargó sus manos al rostro de Claire y apoyó su frente sobe la frente de la pelirroja.

—Perdona por tardar tanto. —Susurro el rubio que, emocionado al ver a Claire tan inestable, no pudo evitar acompañarla con sus lágrimas. —Perdóname por perderte.

Leon se separó de la pelirroja para mirarla a los ojos, sin querer retirar ni una sola lágrima.

—Lo conseguiste. —Dijo entonces Claire, con la voz temblorosa y el hipo del llanto.  —Me salvaste otra vez.

Leon dejó escapar de entre sus labios un tembloroso golpe de aliento y, sintiéndose de repente muy cansado, se lanzó a por Claire, atrayéndola hacia él y abrazándola con la promesa de que nadie la volvería a separar de su lado. 

Calmando los latidos de su corazón. Sintiendo que por fin había llegado al descanso del guerrero, que era la piel de su pelirroja.

 

 

 

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

 

Notes:

Mis muy queridas lectoras:
Gracias por vuestra paciencia y amor a esta obra.
<3

Chapter 22: Háblame

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Primero fue la vulnerabilidad. 

Ese estado de susceptibilidad a ser herida física, psicológica o   emocionalmente por otra persona o por una misma.

Después llegó la ira.

Una emoción abrasadora, tan natural como fuerte, que responde a una amenaza, injusticia o frustración, haciendo que todo arda a golpe de adrenalina y aumento de la presión arterial.

Y por último, llegó la culpa.

Ese sentimiento, nacido de la interpretación y reflexión de la ira donde el procesamiento mental te hace creer que has hecho algo malo o que le has hecho daño a alguien y que la falta de  un castigo ejemplar se retuerce en tu fuero interno con un remordimiento que se chupa los dedos mientras se come la luz que habita en ti.

Estado. Emoción. Sentimiento.

Vulnerabilidad. Ira. Culpa.

En ese orden.

¿Por cuántos estados de ánimo podía pasar una persona en tan solo unos segundos? La respuesta empírica del momento era para la pelirroja muy evidente: Infinitos.

Claire había perdido el control sobre sus emociones y no era para menos.

La respuesta de su cerebro era un choque constante de contradicciones. Lloraba y reía a intervalos de dos segundos. Se sentía triste y feliz. Agobiada y aliviada. Culpable e inocente.

Su corazón no mentía, sin embargo. Ella era el sujeto a rescatar, pero su objetivo principal no era salvarse y conseguir huir de ese lugar.

Su objetivo principal, casi desde el momento en que comprendió todo lo que estaba sucediendo, y más aún después de casi perder a Leon, era protegerle con todo. Y si ese todo era consigo misma, pues que así fuera.

Pero había fracasado estrepitosamente. Porque le faltaba fortaleza. Le faltaba quitarse el cartel de víctima de encima. Era demasiado vulnerable.

Y si lo pensaba detenidamente, siempre lo había sido.

Y ya no solo por las cosas que estaba viviendo encerrada en ese laboratorio, que eran muchas. Si no por su vida en general.

Si se paraba a hacer un rápido repaso de su historia, se daba cuenta, con asombro y resiliencia, que le había tocado vivir situaciones terribles que, aunque terribles, no habían podido acabar con ella.

Siendo muy pequeña perdió a su madre. Años más tarde a su padre. Creyó perder a su hermano en uno de los capítulos más oscuros de la historia de su vida, pero cuando lo recuperó fue por tan poco tiempo, que Claire sentía que echaba de menos a Chris constantemente. Incluso cuando estaban juntos echaba de menos a su hermano. Incluso cuando se abrazaban, o hablaban o echaban un pulso que Claire siempre perdía, le echaba de menos.

Era la única familia que le quedaba a la pelirroja.

Pero entonces apareció Sherry, ocupado un vacío enorme dentro del pecho de Claire, que se moría por llenarse.

Y creedme cuando os digo que Sherry llenaba muchísimo. Tanto, que hubo un tiempo en el que la vida para Claire eran las motos y Sherry. Así de corto y así de simple.

Sin embargo, seguía habiendo un vacío dentro de Claire que ni su hermano ni su hija podían llenar.

Era un hueco en ella, tan profundo y oscuro, que quién en su sano juicio querría ocuparlo.

Cada vez que alguien se acercaba, el frío de ese lugar se encargaba de alejarlo. Y así es como el corazón de la pelirroja se sintió incompleto, año tras año, poniendo parches y tiritas de cuando en cuando, que no llenaban nada pero que distraían del vacío. Aunque era contraproducente, porque eventualmente esas tiritas dejarían un vacío aun mayor al marchar.

Lo peor de todo es que Claire sabía perfectamente porque ese espacio se mantenía vacío. Porque ya le pertenecía a alguien. A alguien que no tenía ojos para ella. A alguien demasiado distraído en otros asuntos como para verla. A alguien que la quería de la forma que ella no quería ser querida y que la condenaba a la soledad, tal vez para siempre

Leon había sido para Claire como una flecha prendida en llamas directo al corazón. 

Una flecha, porque la había atravesado de lado a lado sin permiso ni disculpa; en llamas, porque según la atravesó, cauterizó la herida, impidiendo que esta cicatrizara y cerrara. Y creando por vez primera, ese hueco eterno en su fuero interno.

Y como ya sabemos, a Claire le tocó aceptar la realidad. Aceptar que el rubio jamás sería suyo y aceptar que moriría con el corazón abierto, lleno de aire.

Cando estuvieron dos años separados, había dolido por la privación de su presencia y no por la promesa incumplida de algo más, que nunca llegaría.

Pero para su sorpresa, lo imposible se hizo posible. Y lo que estaba destinado a no ocurrir nunca, ocurrió.

Leon la amaba.

Solo hizo falta estar al borde del filo de la navaja para que ambos reconocieran lo que tanto tiempo habían tratado de ocultar, y  por fin se liberaran el uno al otro.

Pero poco le importaba a la pelirroja cómo o cuándo se dieron las cosas, porque en su honesta opinión, lo más importante es que el momento había llegado, y ella por fin había llenado el hueco vacío.

Y aunque solo fuera por unas horas, se había sentido tan llena, que a veces temía que su corazón no pudiera abarcar tanto y estallara.

Que estallara de puro amor. De pura pasión. De pura felicidad y alegría y dicha.

No esperaba que fuera a estallar por motivos menos nobles y más tristes.

Ocurrió todo tan rápido que a la pelirroja le costó salir de su sorpresa.

La vulnerabilidad, amigos. Era algo horrible. 

Para Claire, que siempre había sabido abrazar y honrar su vulnerabilidad, en ese momento terrible en que ocurrieron os hechos, la vulnerabilidad le pareció una putada.

Y no estaba refiriéndose así misma. Al menos no directamente, sino colateralmente.

Alexis la había pateado mientras ella estaba tirada en el suelo, con una mente que no quería obedecer sus órdenes, mientras sufría cada golpe sin poder quejarse.

Le habían salido moratones por todo el cuerpo. Incluso creyó que el plantado le había roto una costilla, (bendita fuera su autoregeneración), y agració profundamente no estar embarazada, porque tras semejante paliza, habría perdido a la criatura en su vientre.

Pero esa paliza, por más que doliera, había sido anecdótica. No se había sentido vulnerable por eso. 

Tampoco se había sentido vulnerable cuando creyó que perdería las manos. Francamente había tenido muchísimo miedo. Claire se dio cuenta, con desconcierto, que llevaba toda la vida dando por sentadas sus extremidades, sin pensar jamás en que por una razón u otra las podría perder. Y claro, en el momento en que estas peligraron, se sintió aterrada hasta el extremo.

Si hubiera podido, habría salido corriendo. Pocas cosas había en este mundo más espeluznantes que los ojos de Alexis llenos de diversión, mientras amenazaba con cortarte las manos por puro placer.

Pero no, ese tampoco fue el momento en que le repugnó su vulnerabilidad. Ser vulnerable en solitario no tenía nada de malo. O así lo creía la pelirroja.

Pero ella no estaba sola, ¿verdad?

En el momento en que Leon gritó por encima del caos, pidiendo ocupar el lugar de la pelirroja, esta odió su vulnerabilidad.

El momento en que Alexis se acercó al rubio, y comenzó a analizarlo como si fuera un producto, ella odió su vulnerabilidad.

Cuando el CEO golpeó al agente especial y después le lamió, carcajeándose de pura diversión, Claire odió su vulnerabilidad.

En el momento en que el platinado tomó a Leon del pelo y comenzó a besarle, Claire se rompió en mil pedazos y solo le quedaba como compañía su maldita y estúpida vulnerabilidad.

Si hubiera sido más fuerte. Si hubiera sido más rápida. Si hubiera sido lo suficientemente inteligente como para no permitir que la hubieran raptado en primer lugar, Leon no habría estado en esa situación.

No hubiera tenido que soportar que le golpearan, ni que le besaran. No habría tenido que soportar el chantaje al que fue sometido para acceder a los caprichos del maldito niño rico, para salvaguardarla a ella.

Si ella no hubiera sido tan vulnerable, Alexis jamás habría logrado poner a Leon de rodillas ante él, humillándolo y haciéndoles creer a todos que iban a ser testigos de una asquerosa y trágica violación.

Así que no. Claire no podía volver a abrazar a su vulnerabilidad como había hecho siempre. Porque había aprendido una valiosísima lección.

Ser vulnerable ponía a quienes quería en peligro. Y eso no volvería a ocurrir.

No volvería a ocurrir.

Y llegó la ira.

Hacía un momento, cuando estaba todavía ahí arriba, en el aula 001, creyó que Leon no iba a lograr alcanzarla antes de que la volvieran a introducir en el tanque de incubación. Y una parte de ella creía que era justo y necesario que la volvieran a encerrar, porque maldita sea, ella merecía un castigo.

Ella merecía sufrir al menos lo mismo que había sufrido Leon. ¿Por qué solo él sufría ahí dentro? No era justo.

Cuando Alexis mando que sus hombres la volvieran a llevar del hangar al aula 001, el platinado acudió para hablar con sus empleados y asegurarse de que todo estuviera listo para devolverla al lugar que le correspondía.

Claire miraba a Alexis. Tan alto, tan guapo y tan elegante que podría pasar por una buena persona. Pero esa piel de corderito ocultaba a un monstruo temible que estaba ganando la partida.

La pelirroja no sabía si alguna vez en su vida había odiado tanto a alguien. 

No sabía si el calor que burbujeaba bajo su piel sería suficiente para vengarse y acabar con el CEO de la forma más dolorosa y sádica posible. 

No sabía si la fuerza en forma de lágrimas que manaban de sus ojos era la ira buscando una salida rápida y contenida.

Alexis entonces posó sus grises sobre sus azules, llenando el océano de niebla. Y fue como comenzar un duelo de miradas de patio de colegio.

El platinado no apartaba su mirada y Claire no tenía pensado perder en esa tontería también. Se sentía rebelde y rabiosa y solo deseaba ganar en algo, aunque fuera en algo tan patético.

Y Alexis, entonces, se aproximó a la camilla donde descansaba su monstruo.

—Puedes mirarme cuánto quieras preciosa. Pocas cosas hay más placenteras en este mundo, que perderse en esos enormes ojos que tienes. —Dijo Alexis, colocándose a su lado y apoyando los codos en la camilla como si estuviera apoyado en la barra de un bar. —Incluso aunque me mires desprendiendo tantísimo odio. Cuánta ira contenida en ti. Es delicioso. —Añadió.

Entonces el CEO cerró los ojos e inspiró profundamente.

—Ya tengo a Leon atado a mi cama. —Dijo, mirando de reojo a la pelirroja, pudiendo ver el miedo sustituir a la ira en sus pupilas. —No temas por él, le he dejado muy bien acompañado.

»Mis chicas son muy cariñosas.

Claire no podía mover absolutamente ningún músculo de su cuerpo, pero hacía un gran esfuerzo por tratar de mostrarse disconforme, aunque eso supusiera solo unos pequeños gemidos saliendo de entre sus labios sellados.

—No te esfuerces tanto, mi criatura. —Dijo el platinado, incorporándose y acariciando el rostro de Claire con sus largos y suaves dedos.  —Tu dolor no va a cambiar el hecho de que tú volverás a tu crisálida, y solo saldrás cuando me seas completamente obediente; ni cambiará el hecho de que voy a torturar a Leon hasta que me suplique que le mate. 

Entonces el CEO se agachó sobre Claire para hablarle al oído, como si lo que fuera a confesarle a continuación fuera un secreto que nadie más debiera escuchar. Aunque él fuera el jefe de todo aquello y por tanto no importara una mierda lo que dijera,  porque nadie iba a objetar nada, ni a juzgarle en voz alta.

Claire sintió el cálido aliento del platinado erizando su piel, el roce de su nariz en su pelo y hasta cierta aspereza de su escaso bello facial al apoyarse mínimamente sobre su sien.

Olía a sándalo y a cedro. Y era embriagador. 

La presentación de Alexis al mundo era muy cuidada y parecía que todo en él estaba configurado para seducir. Y eso hacía que las emociones de Claire colapsaran, pues por un lado, esa fuerza casi hormonal la adormecía y la confortaba de una forma enfermiza que la hacían querer rendirse ante él; mientras que su parte más racional, la empujaban a odiarlo y a sentir un asco y una repugnancia tan elevadas, que querría escupirle en la cara y después matarle.

A través de su voz, la pelirroja podía visualizar la boca del platinado en su mente, moviéndose lentamente mientras masticaba las palabras que dejaba salir. Podía visualizarlo humedeciendo sus labios antes de hablar. Podía imaginarlo con una siniestra sonrisa tirando de las comisuras de su boca. Podía imaginar su lengua golpeando sus dientes mientras pronunciaba las palabras que su perturbado cerebro le quería dedicar.

Palabras que, envueltas en ese papel de regalo tan exquisito, eran puro veneno que dejaban a la pelirroja sin aliento.

—Voy a violar a Leon por todos los agujeros de su cuerpo en cuanto salga de esta sala. Voy a disfrutar de cada grito y de cada lágrima que salga de él y lo voy a doblar como a un billete en mis dedos.

»Y voy a dormir con él. Abrazado a él. Y mañana volveré a violarlo y volveré a beber de su sufrimiento.

»Y pasado mañana volverá a ocurrir. Y al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente, Claire. —El platinado había pronunciado por primera vez su nombre, con la clara intención de apelarla directamente y hacerla sentir rendida como ser humano. —Voy a repetir mis acciones hasta aburrirme. 

»Y hasta ahora la buena noticia para ti sería que me aburro con facilidad. En cuyo caso, le metería una bala entre ceja y ceja a tu novio, y aquí nunca ha estado nadie llamado Leon S. Kennedy.

Alexis se separó del oído de Claire, acariciando su rostro contra el de ella, alejándose para que sus ojos volvieran a enlazarse, antes de continuar.

—Pero el muy idiota es tan duro, que sé que me va a poner muy difícil doblegarlo. Y eso es precisamente lo que alargará su agonía, y lo que a mí me brindará tantísima diversión.

Alexis entonces sonrió enseñando sus perfectos dentes a Claire, quien creía estar viendo a la propia muerte y, cogiéndola por la cara con ambas manos, cambió su sonrisa por una más dulce, bañándose una vez más en los océanos de la pelirroja.

Claire lloraba. 

El poder de la voz de Alexis dentro de su cabeza, había podido dibujar vívidamente todas esas imágenes en las que Leon sería torturado hasta su muerte. Y así el platinado pudo ver el infierno que había creado en el interior de la pelirroja, mientras esta ardía enjaulada en sí misma.

—Qué espectáculo más maravilloso. —Susurró el platinado, como distraído, mientras acariciaba los pómulos de la pelirroja con sus pulgares.

Fue entonces cuando Alexis aproximó más su rostro al de Claire, inclinándose hacia un lado, como si estuviera a punto de besarla. Pero se detuvo a escasos centímetros de su boca, parpadeando lentamente, pasando de los ojos de la pelirroja a sus labios, en una batalla personal que Claire no podía comprender.

—Si fueras humana, en esa cama estarías tú. —Susurró Alexis, cuyas pupilas comenzaban a aumentar su tamaño, imaginando su amenaza y excitándose con ello.

—Cabrón. —Soltó la pelirroja con todo el esfuerzo del mundo, en un hilo de voz agudo y estirado, que se hizo oír perfectamente.

Alexis se alejó un poco más del rostro de Claire, con el ceño fruncido. Pero rápidamente su semblante cambió a otro más divertido.

—Lo soy. —Dijo el platinado, soltando el rostro de la pelirroja y levantando la vista hacia el soldado al mando. —C.R.-01 está recuperándose de la sedación. Por favor, asegúrate de que esté dentro del tanque para cuando vuelva. —Dicho lo cual, volvió su vista a Claire y, guiñándole un ojo, salió del aula 001 con paso indolente, dejando a Claire gritando dentro de sí misma, llorando por el destino de Leon. 

Un destino del que ella no le podía salvar.

Y entonces apareció la culpa, volviendo humo las llamas de la ira, y aplastando el corazón y la conciencia de la pelirroja con una fuerza mortal.

Y cualquiera podría pensar que en el momento en que Claire supo que Leon había escapado, dejando gravemente herido a Alexis, la culpa habría sido sustituida rápidamente por el alivio. Pero no era así.

Bueno, obviamente la pelirroja sintió el alivio suficiente como para poder volver a respirar sin sentir que pedía permiso por una brizna de aire. Pero hay algo muy jodido en el sentimiento de alivio, y es que nunca se soltaba de la culpa.

Eran dos sentimiento que vivían hermanados porque, aunque la solución al problema que te infringe ese sentimiento de culpa llegué de la mano del alivio, el hecho de sentir ese alivio, que según Claire era tan poco merecido, hacía que la culpa duplicara su tamaño, asfixiándola de nuevo.

Y cuando escuchó la voz de Leon en su cabeza, tan clara, tan fuerte, y con ese deje tan de Leon de hombre despreocupado que se ríe de todo, Claire sintió cierta tranquilidad. Cierto desasosiego. Pues Leon no solo había huido y casi matando a su agresor, sino que además seguía con ella y la iba a rescatar.

Y como os podréis imaginar, todos esos sentimientos de calma y alegría, volvieron a engrosar el tamaño de la culpa, porque, ¿cómo se atrevía a sentirse mínimamente feliz después de haber sido de tan poca ayuda para Leon, cuando lo abusaron delante de ella tan gravemente como lo habían hecho? Sin contar con todas las cosas que debían haber pasado en la habitación de Alexis y que ella desconocía.

Desconocía por completo qué había ocurrido en esa habitación. Y nadie podía negarle que por unos segundos, el desconocimiento se sentía como una bendición. Pero solo por unos segundos, porque con el desconocimiento llegan las certezas personales, y Claire estaba casi segura de que Leon no había podido esquivar la bala que era Alexis contra su cuerpo.

Después Leon apareció, cuando todo parecía perdido y, acompañado de unas bestias que la pelirroja no había visto jamás, se enfrentó a todo un ejercito, la sacó de ese lugar sana e ilesa, y ahora la había puesto a salvo entre sus brazos mientras ambos lloraban. 

Claire lloraba por todas estas emociones que acabamos de mentar.

¿Y Leon? Claire no lo sabía. Pero el terror se apoderó de su alma cuando sus certezas ganaron cuerpo en su mente y pensó que las lágrimas del rubio respondían al trauma de lo que había experimentado en la cama de Alexis. Con Alexis.

Así que Claire ignoraba lo que había pasado en ese dormitorio. Ignoraba por completo cuán lejos había llegado el platinado con el rubio antes de que este pudiera liberarse.

Tal vez no hubiera llegado a tocar ni un pelo de su cabeza, como que hubiera logrado sus objetivos y solo después Leon hubiera encontrado la fórmula de dejarlo fuera de combate y huir.

Pero si Alexis había cumplido con su amenaza, como parecía ser que siempre hacía, entonces el hombre que ahora la abrazaba dentro de una cubeta de plástico enorme, rodeados de batas sucias, había sido víctima del peor de los horrores y aun así seguía luchando por ella.

El remordimiento la estaba matando. La culpa le estaba haciendo un agujero en la cabeza que la podría destruir en un ataque de histeria.

Y la gratitud y el alivio que sentía al mismo tiempo, se le antojaban tan egoístas a la pelirroja, que aumentaba su culpa y alejaba más al perdón.

El perdón.

Cuando eres tú quien perdona, es simplemente una toma de decisión consciente en la que decides renunciar al odio y al rencor hacia quienes te hicieron daño, para liberarte del dolor y vivir en paz.

Pero para quienes piden perdón porque realmente desean ser perdonados, la cosa no es tan simple. El perdón se convierte en un auténtico lucero en la oscuridad. Una mano amiga que te ayuda a salir del barro que te traga. Un beso sanador sobre una herida. La destrucción última y absoluta de la culpa.

Y aunque Claire tenía la convicción de que ella merecía sufrir para compensar de alguna forma mágica el dolor de Leon, una parte de ella quería dejar de sentir la culpa que la torturaba, porque era demasiado dolor. 

Y además, la pelirroja creía a pies juntillas que cuando alguien se disculpaba y pedía perdón, de daba un poder y una fortaleza  a la otra parte que era también puro alivio, y que por tanto, pedir perdón era un regalo para la parte afectada, a la que le dabas entonces el control y el poder de castigar o indultar. Dejabas el destino en sus manos.

El abrazo de Leon era fuerte. Lo suficientemente fuerte como para hacer sentir a Claire acunada entre sus brazos.

El cuerpo de Leon era cálido. ¿Dónde estaba su camiseta?

La voz de Leon era trémula. Él lloraba con ella.

¿Le había pedido perdón? ¿Él? ¿En ese preciso instante? ¿Perdón por no haberla rescatado antes? ¿Por haberla perdido?

Él, que había sido el verdadero damnificado de todo ese rescate, ¿le estaba pidiendo perdón a ella?

Un nudo se formó en el estomago de Claire, que le apretaba los órganos colindantes con la fuerza de un puño alrededor de un cuello. Para un corazón tan puro como el de Claire, la injusticia no tenía cabida.

Y que Leon se disculpara con ella era del todo injusto.

Y daba igual que ella tratase de razonar con él diciéndole que la realidad es que la había salvado otra vez de su destino, porque el rubio lloraba con ella de igual forma.

Era abusivamente leonino, y Claire no lo podía soportar.

Apretó su agarre alrededor del cuelo del rubio y, convirtiendo su llanto en un gruñido, sintió como el nudo comenzaba a subir desde su estomago hasta su garganta, anclándose ahí con una fuerza asfixiante, en una lucha por dejar al nudo escapar y así liberarlo.

Lo justo, lo honrado, lo honesto, lo íntegro, sería que ella se disculpara con él. Indiscutiblemente y se mirase por donde se mirase, Claire no aceptaba otra verdad.

Y entonces deshizo su nudo y se liberó. Y Claire gritó su dolor, su pena, su culpa, su ira, su miedo y sus remordimientos, librándose de todas las cosas que no sabía con certeza, pero que la llevaban atormentando desde que les separaran.

Pero lo que creció en ella, para sorpresa de nadie, fue esa vulnerabilidad de la que no podía escapar y que, más tarde o más temprano, aunque ahora desdeñara de ella, la pelirroja sabría volver a abrazar y mantener en su vida con la inteligencia y la sensatez con la que siempre lo había hecho.

—¡Lo siento Leon! —Lloraba Claire, apretada contra el rubio, no dejando que siquiera un centímetro de aire existiera entre ellos. —¡Lo siento mucho! ¡Lo siento mucho! ¡Lo siento! —Repetía una y otra vez Claire, que parecía haber cogido carrerilla y no podía parar.

Los pulmones de Claire se habían quedado sin oxígeno en su interior, arrugándose como un papel que deseas desechar a una papelera. Y solo tomó una sonora bocanada de aire para continuar con esa búsqueda del perdón que sentía que necesitaba, para salir del bucle de sentimientos y emociones en el que había caído sin remisión, y del que no podía salir.

—¡Perdóname Leon! ¡Perdóname por no salvarte de él! ¡Siento mucho lo que te ha hecho! ¡Lo siento, lo siento, lo siento...!

Entonces ocurrió algo que resultó para Claire del todo inesperado.

Leon se había vuelto frío y duro como un glaciar. Y el ambiente a su alrededor se había congelado como la cámara frigorífica de los Hunters.

El agente especial dejó de llorar al instante. 

En el momento en que las palabras de Claire llenaron el ambiente, fue como si un cuchillo muy bien afilado hubiera cortado el espacio entre los dos y de golpe, hubieran pasado a otra escena completamente diferente, donde no había cabida ni para las lágrimas, ni para el llanto, ni para la compasión.

La compasión. 

Ese sentimiento que tanto asqueaba al rubio y que despertaba en él un rechazo hacia sí mismo y hacia los demás, tan enfermizo, que era un tema recurrente en terapia.

Podíamos confirmarlo alto y claro. Leon se sentía, por primera vez, muy incómodo al lado de Claire.

Y el rubio no era un capullo integral que quisiera maltratar a la pelirroja con su indiferencia, y por eso estaba haciendo un esfuerzo enorme por tratar de seguir siendo amable, pero la emoción de desagrado que ella acababa de provocar en él era tal, que se le escapaba del control al agente especial.

Leon cerró los ojos e inspiró profundamente repitiendo en su cabeza el mantra que había aprendido con su psicóloga, sobre cómo la compasión era una forma de amor, y no le convertía en un hombre débil.

Pero aun con todo, solo podía hacer una cosa para dejar de sentirse tan enfermo. 

Alejarse de Claire.

Donde antes había palabras de consuelo, ahora solo había silencio.

Claire comenzó a serenarse, más por el terror que comenzó a invadirla en ese momento, que porque hubiera drenado su dolor.

Leon soltó sus brazos de la cintura de la pelirroja, con suavidad, y se comenzó a separar de ella, empujándola gentilmente hacia atrás.

Claire, sintiendo el rechazo del rubio clavar sus dedos en el hueco carnoso de su corazón, fue soltando sus brazos de cuello de Leon, quedando los dos separados a dos  palmos de distancia, pero que para la pelirroja era totalmente un abismo.

El corazón de Claire temblaba. Pero por suerte el miedo era tan grande, que se había impuesto al resto de emociones y la pelirroja ya no estaba en un caos sin sentido ni control, y podía comenzar a razonar y serenarse con mucha más amabilidad para consigo misma y, por ende, actuar con más sentido común.

Aunque podemos decir que una parte de ella sentía vergüenza por haberse permitido estallar de esa forma en público. Incluso si ese público fuera la persona en la que más confiaba en el mundo.

¿Había exagerado? ¿Había dramatizado demasiado? ¿Se había excedido en intensidad y había colapsado al rubio?

¿Qué estaba pasando?

Leon tenía el ceño fruncido y la mirada baja. Como si no se atreviera a mirar a Claire directamente.

Y es que no se atrevía. 

No quería hacerle daño con esa parte de él que no estaba bien y que no la miraría como Claire merecía ser mirada. 

Leon conocía muy bien esa parte oscura de sí mismo. Y aunque la odiaba, no la podía desterrar. Aún no. Así que mantener la mirada baja y la cabeza gacha, era el tiempo muerto necesario de cualquier final en un partido futbol americano.

Claire, sin embargo, lo estaba mirando con mayor detenimiento. Quería descubrir en sus ojos la verdad de lo que le estaba ocurriendo. ¿Tenía que ver con ella? ¿Tenía que ver con Alexis? ¿Por qué no hablaba?

Entonces se fijó mejor. El rubio estaba lleno de sangre. Sangre seca por todas partes. Sangre que informaba sobre el duro camino que tuvo que recorrer el agente especial para llegar  hasta ella.

Ni a Claire, ni a nadie con dos dedos de frente, le podía caber duda del esfuerzo titánico y el riesgo mortal que debió correr el rubio para llevarlos a ambos a un lugar seguro donde reencontrarse.

Y sin embargo, tras haberlo logrado, ahora, ¿se distanciaba de ella? No podía ser que tanto esfuerzo fuera en balde o cayera en saco roto.

Y mientras Claire pensaba en todo esto, el hielo de Leon seguía extendiéndose por las paredes, el suelo, el techo, el aire que respiraban.

Había que romperlo. Había que dialogar. Eso hacían las personas adultas. Hablar y solucionar los conflictos que se tuvieran entre manos. Aunque para eso, había que entender, en primer lugar, cuál era el conflicto.

—¿Esa sangre es tuya? —Preguntó la pelirroja, al tiempo que alargaba una mano y acariciaba con la punta de los dedos la barba del rubio. Solo los segundos antes de que este se apartara.

—No. —Contestó Leon, al tiempo que se levantaba entre todas esas batas sucias y salía del enorme cubo en el que habían aterrizado.

Claire observaba todos sus movimientos con pánico en su interior. El rechazo que estaba sintiendo tenía el poder de partirle el corazón.

Tenía que pensar rápido, ¿qué había dicho? ¿Le había ofendido de alguna forma? Ella... ella se sentía morir por él. Estaba tan preocupada y después tan aliviada y después tan culpable que no supo controlar sus emociones y necesitó gritar y descargar y pedirle perdón.

Pero en algún punto de todo su caos, algo había cambiado en el rubio de una forma totalmente devastadora y tan abrupta, que estaba logrando acabar con la cordura de la pelirroja.

—¿He dicho algo malo? —Preguntó Claire, con más desesperación de la que realmente quería transmitir.

Leon, quien todavía no miraba a Claire a la cara, suspiró y se pasó una mano por el pelo. Como solía hacer cuando se sentía nervioso o perturbado.

—No. —Contestó de nuevo parco en palabras, al tiempo que metía la mano en uno de los bolsillos de sus cargo y sacaba de él un refresco de cola que le extendió a la pelirroja. —Toma. Te sentará bien.

Claire cogió el refresco, deseando que Leon levantara sus ojos hacia los de ella, pero el rubio no lo hizo. De hecho, en cuanto Claire cogió el refresco, tratando en vano rozar sus dedos con los de él, el agente especial avanzó hasta la puerta de salida y giró el picaporte comprobando que estaban ahí encerrados y, por tanto, a salvo. Pero, ¿estaba siendo indiferente? ¿Indiferente con ella?

Claire, con el llanto al borde de su garganta en forma de nudo, sin entender qué le estaba pasando a Leon, abrió la lata de cola y comenzó a beber.

Ese nudo en su garganta, que estaba haciendo estragos, desapareció con la fuerza de la glotis al tragar. Y el azúcar y el gas estaban realmente siendo muy eficaces con el estado en el que se encontraba la pelirroja.

Leon entonces, caminó hasta la bañera y abrió el grifo.

El agua al principio salió de color marrón, y después rojo, por efecto del óxido. Momento en que Leon quedó como en un estado de trance, viendo todo ese rojo saliendo del grifo con la fuerza de un aspersor.

Después, cuando el agua comenzó a salir limpia, el agente especial retiro su arnés y su chaleco, y comenzó a limpiar toda la sangre y suciedad de su cuerpo.

Ver la sangre en estado líquido otra vez era una imagen que se le estaba metiendo por los ojos como agujas de tejer. Pero el rubio no quería portar en su piel todo aquello por más tiempo.

Limpió su rostro. Frotando con más fuerza de la necesaria.

Después limpió su torso y sus brazos. De nuevo empleando demasiada fuerza.

Se sentía demasiado sucio. Y cuando la sangre desapareció, siguió sintiéndose demasiado sucio.

Tan sucio.

Por último, se inclinó hacia el interior de la bañera y metió la cabeza debajo del grifo. Su ritual para encontrar la calma. Agua fría bañando su cabeza.

Y ahí se quedó. 

Con los ojos cerrados. La boca abierta. Y la mente batallando en el hielo.

Leon era plenamente consciente de que hablar las cosas era la mejor solución para acabar con los malos entendidos y con los momentos de dolor. Tenía edad suficiente como para saber cuál era el camino de la madurez y a la fine, de la facilidad.

Pero convivir con la compasión en los ojos y en las voces de otros, era algo del todo imposible para el rubio, que sentía vergüenza y dolor ante la compasión.

Además, ¿de qué se estaba compadeciendo Claire exactamente? Ella no sabía nada de lo que le había pasado. Y es más, si estaba en su mano, jamás lo sabría.

Nadie nunca sabría nada.

Leon se iría con ese recuerdo a la tumba.

Pero, ¿cuales habían sido las palabras de Claire? ¿Que la perdonara por no salvarle de él? ¿Que sentía mucho lo que le había hecho? Se estaba refiriendo a Alexis, sin duda alguna. Pero las cosas que estaba diciendo, no tenían sentido.

Ella no sabía nada. No sabía nada.

¿Por qué lamentaba lo que le había pasado, si no sabía qué demonios le había pasado? ¿Estaba dando cosas por sentado?

Leon no quería que la pelirroja imaginara las cosas que habían ocurrido en esa habitación. No quería que dentro de la cabeza de la pelirroja estuviera la imagen de él siendo violado. Aunque tampoco sería difícil de imaginar, teniendo en cuenta todas las amenazas que había recibido por parte del platinado desde que se conocieran; además del lamentable espectáculo de abuso sexual que protagonizaron en el hangar.

Los gemidos de Claire agonizando en el suelo viendo cómo el platinado hacía lo que quería con él, comenzaron a llenar los oídos del rubio, compitiendo con el sonido del agua.

Y a su mente volvió Alexis, como una enfermedad que no se terminaba de curar. Y volvió su boca, sus dientes, su lengua, sus manos...

Leon sacó la cabeza de debajo del grifo rápido como un espasmo, calmado una respiración que se había acelerado sin darse cuenta.

Claire podría estar refiriéndose a ese momento en el hangar al pedirle perdón. De hecho era lo único lógico.

“Porque ella no sabe nada.” Se repitió así mismo dentro de su cabeza. “Ella no sabe nada.”

Y entonces, como si de un miembro fantasma se tratase, Leon creyó sentir la mano de Alexis tomándolo del pelo y  la otra bajando hasta su miembro.

Y una arcada, con la potencia suficiente como para ondear la columna de Leon, hizo acto de presencia con una fuerza que casi evoluciona a vómito.

Claire no había separado sus ojos del rubio.

Ya le había visto en otras ocasiones mojándose la cabeza. Parecía ayudarle a serenarse. Pero en esa ocasión, el momento se alargó mucho en el tiempo. Y la pelirroja supo que el rubio estaba sufriendo profundamente y en silencio.

Y esa arcada. Leon estaba luchando contra el asco.

Lo que ella imaginaba que había ocurrido ganaba en certeza y Claire lamentó que el rubio quisiera pasar por ese infierno solo.

Y no es que ella tuviera una varita mágica con la que poder borrar el pasado o sus recuerdos. Pero era lo suficientemente inteligente emocionalmente como para saber que hablar las cosas siempre ayudaba, porque las cargas del dolor y el trauma se repartían.

Esa arcada que el rubio acababa de tener, se sintió como un puñetazo en el estomago de  Claire. Y comenzó a llorar en silencio. Sintiendo tanta pena por el agente especial que solo deseaba levantarse y correr a abrazarlo y consolarle y decirle que todo saldría bien.

Pero eso no era lo que él deseaba. Y ella debía respetarlo.

Leon, apretando los ojos, tragando con fuerza la arcada y alejando su mente de esos pensamientos intrusivos, cerró el grifo, se giró y caminó hacia la estantería para coger una toalla limpia con la que poder secarse.

Mirada al suelo. Cabeza gacha. Cualquier cosa menos mirar directamente a Claire. 

¿Cuánto le iba a durar ese estado? ¿Porque tenía que afrontar la situación así? ¿Es que acaso Claire no le había visto vulnerable en otras ocasiones ahí dentro? ¡Joder! ¡Si hasta le vio morir!

Pero había algo en el caso actual que el rubio no podía afrontar.

Podía soportar llorar delante de ella o con ella. Podía soportar el dolor de ella y compartir el suyo propio. Podía dejar que lo apalearan delante de ella y sacrificarse por ella las veces que hiciera falta.

Pero haber sido violado... joder, si hasta le costaba decírselo así mismo, ¿cómo demonios iba a compartirlo en voz alta con otra persona?

Y ella era Claire. ¡Claire! Que había estado dentro de su cabeza, en sus más profundas pesadillas, y había visto su pasado. Las partes más trágicas y humillantes de su pasado. ¿Por qué esto era distinto?

Leon creía que se debía a que en ese momento pensó que simplemente estaba soñando, así que no hubo vergüenza ni prejuicios. Aunque tampoco fue un camino de rosas.

Cuando después descubrieron ambos que no había sido solo una pesadilla, sino que realmente compartieron espacio, ya había pasado, así que no se permitió pensar demasiado en ello. 

Y además, esos hechos formaban parte de su pasado tanto, que compartirlo era como enseñar fotografías de la infancia, sin mayor relevancia.

Esto era reciente. En su adultez. Y él se había... 

De verdad que no podía.

Su único consuelo en esos momentos, era tener la certeza de que ella no sabía nada, y que sus palabras tenían que referirse a lo sucedido en el hangar.

“Vamos Leon.” Se animaba el agente especial. “Pasa página. Y no seas gilipollas con la mujer a la que amas.”

Leon terminó de secarse el pelo con la toalla y se colgó esta del cuello, echando la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos e inspirando profundamente.

El era un agente especial en una misión que no había llegado a su fin. A salvo en una habitación por tiempo limitado. Y no podía permitirse flaquear mentalmente si quería volver a casa con su pelirroja.

Y parte de esa fortaleza mental, incluía ponerle las cosas fáciles a Claire.

Era normal que ella hubiera sufrido por él. Como también era normal que hubiera estado extremadamente preocupada por su bienestar.

Era normal que hace unos minutos fuera un amasijo de emociones. Y que le abrazara como si fuera una tabla en medio del mar. Y que... se compadeciera... de él.

¿No quería que la pelirroja sintiera pena por él? Entonces el rubio sabía que tenía que empezar por sobreponerse y no preocuparla. 

Aunque para eso tuviera que hacer de tripas corazón.

Aunque para eso tuviera que mentir.

Leon bajó la cabeza, abrió los ojos y por fin miró a Claire.

Solo podía ver de ella media cabeza, —pues su posición dentro del enorme recipiente de plástico no había cambiado. —, y se encontró a la pelirroja mirándole con lágrimas en los ojos y joder, se quería abofetear por haber sido tan frío.

Tenía que tratar de cambiar el ambiente.

—¿Estás bien? —Le preguntó el rubio, cogiendo la toalla y comenzando a secarse el cuerpo.

Claire tenía sus ojos clavados en los de él. Tratando de llegar más lejos de lo que el rubio le iba a permitir.

La pelirroja sorbió por la nariz, la cual tenía enrojecida por el llanto, al igual que la línea de agua de sus párpados. Y entornó sus ojos hacia él.

—¿Y tú? —Preguntó entonces Claire, bajando las comisuras de sus labios, en una expresión de sincera tristeza.

Esto iba a ser difícil. O al menos eso pensaba el agente especial sobre la situación.

Podría contarle una gran mentira a la pelirroja, y decirle que estaba genial o mejor que nunca. 

Podía mentirle a medias. Decirle que había estado mejor en el pasado o que estaba lo suficientemente bien como para seguir adelante.

O podía contarle una media verdad, que probablemente sería mejor recibida por ella, y a él le brindaría cierta paz.

El rubio se acercó de nuevo al contenedor de la ropa sucia y, tirando en una esquina la toalla que ya no necesitaba, apoyó los antebrazos en el borde de la misma, enfocándose en Claire.

—Claire, escucha. —Comenzó. —No sé muy bien como decirte esto sin parecerte un capullo. Pero lo que voy a decir ahora es difícil y no quiero tener que volver a repetirlo en el futuro. Así que, por favor, presta atención y acepta lo que te voy a decir.

Claire le miraba con los ojos más abiertos de lo normal. El corazón se le quería salir del pecho. Y si seguía apretando así la lata de refresco en su mano, terminaría reventándola, derramando todo su contenido.

Tenía miedo de lo que Leon fuera a decirle.

El rubio bajó la mirada, inspiró profundamente y soltó el aire lentamente, antes de volver a los ojos de Claire.

—No estoy bien. —Confesó por fin. —Y no te voy a contar por qué no estoy bien. Nunca. Nunca, Claire. Así que te pido que no me preguntes, jamás, por el vacío que tienes en la historia de tu rescate. Porque no solo no te voy a contestar, sino que puede que algo entre nosotros se rompa irreversiblemente. 

»Y eso me da tanto miedo que la sola idea de pensarlo, o siquiera mentarlo, me pone enfermo.

Claire se había olvidado de pestañear. Las palabras de Leon estaban siendo muy concisas pero también lacerantes. Y sonaba todo tanto a ultimátum, que Claire pensó que antes se arrancaría la lengua que preguntarle nada que el quisiera mantener en secreto. Su curiosidad no era más fuerte que el amor que le profesaba. 

Aunque jamás negaría que desearía que él confiara más en ella. O al menos lo suficiente como para no cerrarse de esa manera tan trágica dentro de sí mismo.

El rubio continuó.

—Sé que te estoy decepcionando muchísimo. —El agente especial bajó la mirada y tragó saliva, dándose fuerzas. —Y lo último que querría en esta vida es hacerte daño. Pero esto... —Leon volvió a guardar silencio, sintiendo como sus ojos comenzaban a humedecerse, llevándose una mano al pecho. —... esto me supera. Es más grande que yo, y guardaré silencio hasta el día en que muera.

»Solo espero que puedas seguir confiando en mí. Nada ha cambiado en realidad. ¿Vale? Tú sigues siendo tú. Y yo sigo siendo yo. Solo que ahora tengo un secreto que jamás revelaré.

»¿Lo entiendes?

Leon miró entonces a Claire con unos ojos llenos de perdón y también de esperanza. Y parecía que el tiempo se había detenido en ese cruce de miradas. Dos miradas azules y trágicas.

La pelirroja pudo ver en el semblante del rubio la clara súplica de que ella comprendiera su situación y la aceptara. Y es que Claire  no podía negarle al rubio el alivio que este merecía.

Si decirle que aceptaba tener amnesia puntual, y además prometerle que jamás preguntaría por el tema, era lo que le brindaría a Leon la paz que tanto se había ganado, Claire se lo daría. No iba a ser ella la astilla en el corazón del agente especial. Nunca. Y eso sí que podía prometerlo, sin duda alguna.

Sin embargo, la pelirroja era lo suficientemente inteligente como para saber que ese secreto iba a acabar con ellos. Porque ninguna relación estaba destinada a funcionar cuando había secretos. Y más, cuando parecía un secreto tan grande y tan devastador.

Claire inspiró con resignación sin apartar sus ojos de los del rubio. La sinceridad comenzada en la mirada y ella también quería ser clara con él.

—Te amo, Leon. Con todo lo que soy. Y para siempre. —Comenzó hablando Claire. —Te has metido en la boca del lobo por salvarme la vida, poniendo cada centímetro de ti en riesgo. ¿Y lo único que me pides a cambio es que no pregunte nunca por lo que te ha ocurrido el tiempo que hemos estado separados? —Claire dibujó una vaga sonrisa en sus labios, mientras el semblante de Leon se iba poniendo cada vez más triste. —Descuida. Jamás te preguntaré. 

»Te lo prometo.

Claire estaba diciendo exactamente lo que Leon deseaba que le dijera. Básicamente lo que él le había pedido. Entonces, ¿por qué se sentía tan triste el rubio? ¿Porqué estaba tan desconforme consigo mismo? ¿La estaba fallando? ¿Se estaba fallando?

—Solo déjame decirte una cosa más. Y después podremos seguir adelante fingiendo que todo está bien. —Continuó Claire. —Aceptar lo que me pides es fácil solo porque deseo que estés bien y que vivas en paz. Pero firmar esto, es aceptar que lo nuestro está destinado a fracasar. Con todo lo que eso me duele porque te he estado esperando muchísimo tiempo.

»Y no es una amenaza, amor mío. Es una certeza.

»Y lo peor para ti, es que no va a ser por mí. Incluso con tu secreto, eres la persona en la que más confío en todo este mundo y eso nada, absolutamente nada, lo va a cambiar. —La voz de Claire se quebró sin querer y dos enormes lágrimas volvieron a  caer de los ojos de la pelirroja. —Pero nadie puede soportar el peso de un secreto tan grande sin que le pase factura. Y Leon, tú te vas a romper antes de caer.

Leon cerró los ojos. Las palabras de Claire tenían tanta carga de verdad que el rubio sintió cómo su corazón ya comenzaba a romperse, al saber que su trauma acababa de ponerle fecha de caducidad al amor de su vida.

Claire siguió.

—¿Me has dicho que vas al psicólogo? Bien, pues, si no quieres compartir lo que te ha pasado conmigo, al menos hazlo con el profesional. 

»Si te lo guardas dentro, él va a conseguir lo que ha querido todo este tiempo. Y acabará contigo.

—¿Has acabado? —Saltó entonces Leon, interrumpiendo, cuando Claire hizo referencia de nuevo a Alexis, sintiendo un atisbo de ira arder en sus ojos por un momento. —¿Tenemos un trato entonces? —Preguntó tajantemente el rubio, queriendo dejar ese tema aparcado de una vez.

Claire cerró los ojos permitiendo que la oscuridad que sus parpados le otorgaban la ocultaran por unos segundos del mundo.

—Sí. —Contestó la pelirroja con la voz temblorosa, disculpándose con su “yo” del futuro.

—Gracias. —Contestó el rubio con alivio camuflado de entereza y, dando dos golpes en el borde de la gran cubeta de plástico, se alejó de esta y se acercó a la bañera.

 Recuperó su chaleco anti balas y su arnés, y se los puso, obligándose a dejar aquella conversación enterrada junto a los recuerdos de su violación, y enfocado en salir de ahí cuanto antes.

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Después  de haber tenido esa conversación, el silencio se adueñó del lugar.

Dos personas adultas había llegado a un acuerdo que no satisfacía realmente a ninguna de las partes. Y eso hacía que la disconformidad subyacente los mantuviera en un silencio incómodo y aplastante muy poco propio de ellos.

Por un lado, Claire no tenía nada más que decir. Había hablado con la verdad sobre lo que creía que les sucedería en el futuro. Y había prometido no preguntar nada sobre el secreto que guardaba Leon.

Y Leon por su parte tenía muchas cosas que decir, pero se obligaba a sí mismo a callar para salvar, aunque solo fuera hasta que escaparan de ese peñón, una parte de él que estaba condenada a ser la mano ejecutora de sus emociones.

En medio de ese silencio, Claire se terminó su refresco y, aunque envuelta en la pena, y ciertamente en la decepción, el azúcar del refresco le había sentado muy bien. De alguna forma estaba más animada. O su cuerpo lo estaba al menos, ahora que ya había comenzado a recuperar la movilidad de las piernas, hasta el punto de que podía mover los dedos de los pies.

Leon, por su parte, había buscado ropa y calzado para Claire. Pero ahí solo habían toallas, sábanas, batas de médico y camisones de pacientes, de los abiertos por detrás.

Seleccionó dos prendas del tamaño de Claire y después cortó dos sábanas en tiras, con las que poder envolver los pies de la pelirroja para que, al menos, no tuviera que andar descalza.

—He encontrado esto. ¿Necesitas ayuda? —Preguntó Leon, acercándose a la cubeta de ropa sucia donde descansaba Claire, entregándole la ropa limpia.

—No, gracias. —Contestó la pelirroja, quien era ahora la que no quería mantener contacto visual con el rubio. Estaba dolida. Pero se le pasaría.

Mientras Claire comenzó a ponerse el camisón y después la bata de médico, Leon sacó el mapa de sus cargo y comenzó a trazar la nueva ruta que debían tomar.

No había muchas opciones, para ser sinceros.

La zona en la que estaban parecía dedicada únicamente a la ropa. No solo por que había varias lavanderías, sino porque también contaban con algunos almacenes de ropa para los soldados.

Esa podría ser la primera parada, al menos Claire podría vestirse con más comodidad y él podría conseguir una camiseta. Ahí abajo comenzaba a tener frío.

El rubio miró su reloj. 

El piloto que estaba en el grupo de hombres supervivientes del nivel cinco, le dijo que en cuanto lograra salir al exterior, les daría cinco horas para acudir al helipuerto y los sacaría de ahí. Pero algo que ninguno de los dos tuvo en cuenta entonces, es que Leon no tenía forma de saber si ese grupo de hombres ya había logrado salir al exterior o no.

Había pasado una hora desde que estrecharon sus manos, así que si en ese tiempo habían logrado subir al exterior en ese tiempo, el temporizador comenzaba a contar para ellos en ese instante.

Pero era todo muy azaroso. Si esos hombres todavía no hubieran logrado salir al exterior, lo peor que podría pasarles a Claire y a él es que llegarían antes, y les tocaría esperar. Pero eso siempre era mejor que no llegar a tiempo. 

Leon no quería obsesionarse con el tema. Si lo conseguían, perfecto. Y si no, encontrarían otra salida.

Por el momento, su atención debía quedarse en los planos.

Desde su posición tenían dos opciones.

La primera y más próxima, sería tomar el camino de la izquierda y subir un par de pisos que los llevaría a una pequeña armería y a una sala de telecomunicaciones.

La segunda opción requería seguir por la derecha hasta una suerte de cloacas que parecían llevar al exterior, si Leon estaba entendiendo bien los planos.

Y aunque la idea de conseguir volver a ver el cielo, después de tantas horas y ya días ahí encerrados, se le antojaba del todo apremiante al agente especial, tenía que mantener su mente fría y no adelantarse a los acontecimientos.

Lo más inteligente sería tomar en primer lugar el camino de la izquierda, hacia la armería, para abastecerse, pues ahí fuera las cosas iban a ser incluso más difíciles que dentro del complejo; y después acudir a la sala de comunicaciones, y con suerte poder contactar con Hunnigan. La verdadera Hunnigan. Y esta vez de forma auditiva. No iba a tropezar dos veces con la misma piedra.

Después, consiguieran hacer contacto o no, Leon creía que sería una buena idea ir hasta las cloacas para salir al exterior.

Claire y él podrían escalar la pared externa del peñón y llegar hasta los helipuertos sin ser vistos por nadie.

Sería físicamente duro, pero él confiaba en su fuerza y en la de Claire. Podían hacerlo.

El rubio entonces plegó el mapa y lo devolvió a su bolsillo.

Cuando se giró hacia Claire, esta ya se había vestido y se encontraba en proceso de vendarse los pies.

Parecía tan triste y distraía, que Leon no pudo evitar sentir un golpe en el pecho.

Pero tenía que concentrarse. Y seguir adelante.

—¿Tienes hambre? —Preguntó el rubio, sentándose al borde de la gran bañera de ropa. —Nos queda un sobre de comida irradiada y he encontrado un bocadillo de pollo y queso en buen estado.

—Estoy bien, gracias. —Contestó Claire, sin levantar la vista hacia el rubio y continuando con su tarea. Aunque parecía que estaba teniendo dificultades.

—¿Necesitas ayuda con eso? —Preguntó de nuevo el rubio.

—No, puedo sola. Gracias, otra vez. —Contestó Claire, con la voz plana y parca en palabras.

Leon tragó saliva y asintió con resignación. Le tenía que dar su espacio a Claire. Era más que evidente.

Sin embargo, debían comunicarse para salir de ese infierno brasileño de una vez por todas.

—He trazado una nueva ruta. —Comenzó a explicar el rubio. —Cuando salgamos de aquí iremos a buscar algunas armas a una armería que nos queda muy cerca y después me gustaría ir a una sala de comunicaciones que queda al lado, para tratar de ponerme en contacto con Hunnigan.

»El protocolo de las doce horas ya ha pasado. Si alguien ha venido a buscarnos, no ha podido recogernos porque seguimos aquí dentro así que, necesito hablar con ella y saber cual es la situación.

Claire asintió, como señal para el rubio de que le estaba prestando atención, pero en ningún caso contestando nada.

Y comenzó a vendarse el otro pie.

—Después, —Siguió pacientemente el rubio. —, volveremos y creo que deberíamos meternos en unos conductos de desagüe. Las cloacas. Dan al exterior.

»¿Te ves capacitada para escalar 200m de muro?

—Me veo capacitada para lo que sea. —Contestó Claire, con la misma actitud  distraída y seria.

Leon volvió a asentir, apretando los labios con resignación.

Resignación. Paciencia. Conformismo.

Leon la estaba cagando y era consciente de ello.

Aunque no iba a hacer nada por arreglarlo. No, al menos, por el momento.

“Eres un puto cobarde.” Se dijo el rubio. No fuera a ser que se tuviese como aliado así mismo, en un momento de tan poca fortaleza mental.

Claire, entonces, se puso de pie agarrándose al borde de la cubeta de ropa sucia donde estaba metida.

Le temblaban las rodillas y le hormigueaban las plantas de los pies, pero tenía la fuerza suficiente en sus músculos, como para poder, al menos, sostenerse en su vertical.

—Te ayudo. —Dijo Leon, saltando del borde de la bañera en dirección a Claire.

—No, gracias. Puedo sola. —Contestó la pelirroja, que en realidad no estaba segura de poder sola, pero  que aun deseaba mantenerse distante con Leon, hasta que la situación presente se digiriera en su interior.

Cumplir su promesa para con el rubio, bien merecía ese pequeño gran sacrificio de mantenerse distante.

Leon frenó su paso, mirando a Claire con cierta tristeza.

Ella parecía muy frágil, así vestida, con los pies vendados y temblando como estaba.

El rubio dio un paso hacia atrás.

Claire, agarrándose con fuerza al borde de la cubeta, pasó un pie por encima de dicho borde y se inclinó hasta que los dedos de su pie tocaron el suelo.

Entonces, pasó la otra pierna y todo su cuerpo fue detrás, quedando prácticamente tendida en el suelo, solo salvada por sus manos que seguían agarradas con fuerza.

Leon dio dos pasos al frente, casi como un acto reflejo para ayudarla. Pero Claire, soltando una mano, la extendió hacia el rubio, como señal de que se detuviera.

Leon obedeció y cerró los ojos. 

La resignación se estaba convirtiendo en una falta de paciencia bastante frustrante. Pero, ¿quien era él para contraponerse a los deseos de la pelirroja? Al fin y al cabo, él había sido el primero en imponer una regla entre ellos, ¿no? 

El silencio.

Los secretos.

La vergüenza.

No sin dificultad, Claire consiguió mover sus piernas en una posición de equilibrio y, con la fuerza de sus brazos, consiguió recuperar su verticalidad, aunque aún sin soltarse del borde de la  cubeta gigante.

—Si todavía no estás lista, podemos esperar. —Dijo Leon, casi como recordatorio para la pelirroja, para que no tuviera premura en avanzar cuando parecía que cada paso era para ella un esfuerzo sobre humano.

—Ya te he dicho que estoy bien, ¿cuántas veces te lo tengo que repetir? —Contestó Claire, cuya paciencia comenzaba a estar a los mismos niveles escasos que la paciencia del rubio.

—Tal vez hasta que sea verdad. —Contestó Leon, con el ceño fruncido, las palmas de las manos hacia arriba y los hombros encogidos.

—La verdad está sobrevalorada, ¿no te parece? —Contestó Claire a su vez, con la voz cargada del esfuerzo que estaba haciendo por avanzar una pierna delante de la otra, aun ayudándose del borde de la cubeta.

—No sé a qué te refieres. —Dijo Leon, cruzando los brazos por delante del pecho.

—Claro que no. —Contestó Claire, dejando escapar de sus labios una risa cortante.

—Yo no te he mentido en ningún momento. —Se defendió entonces Leon. —Valoro la verdad, aunque haya cosas que prefiera no contarte. 

—Vale, Leon. —Dijo Claire, cuya voz volvió a apagarse. 

—Acabamos de hablar sobre esto y has dicho que aceptabas no saber  lo que no quiero contar. —Volvió a intervenir Leon, al límite de su paciencia.

—He aceptado no preguntarte jamás sobre ello. Y no lo haré. —Claire soltó su agarre de la cubeta y dio un par de pasos temblorosos sin apoyo. —Pero no esperes que esté de acuerdo en que tengas secretos conmigo.

»Lo respetaré. No me pidas más.

En ese momento, uno de los tobillos de Claire falló y la pelirroja estuvo a punto de caer al suelo, pero Leon fue mucho más rápido y consiguió cogerla antes de que esta tocara el cemento.

Entonces los dos se miraron. Pupila contra pupila. Casi nariz con nariz.

La belleza de Leon dolía. Claire estaba herida, frustrada y decepcionada con él. Pero le ama. Le ama de verdad.

Y quería que esa situación pasase, porque estar así con Leon, tan fríos y distantes el uno con el otro, era un tormento. Una tortura despiadada.

Y antes casi de darse cuenta, Claire acercó más su rostro al de Leon y trató de besarle.

Pero Leon se apartó.

¡Se apartó!

Y Claire se apartó a su vez, con los ojos muy abiertos y las mejillas encendidas.

Ella intentó besar a Leon y este se había apartado.

Leon no lo había hecho a drede. Fue un acto reflejo sin ningún sentido. Había sido muy involuntario. No fue una acción razonada. ¿Qué cojones le estaba pasando? ¿Por qué demonios se estaba alejando tanto de Claire?

No podía negar que no le apetecía nada el contacto físico con nadie. Se sentía muy sucio. Ni siquiera sentirse en su propia piel estaba siendo fácil.

¿Pero rechazar a Claire? Eso tenía que ser un puto delito.

—¡Dios mío! —Susurró el rubio, al darse cuenta de lo que acababa de pasar. —Claire, perdona. No me quise apartar, lo siento.

—No, no. No pasa nada. —Contestó Claire, rápidamente, deseando que la tierra se la tragara de inmediato, mientras luchaba por ponerse de pie a toda velocidad, pudiendo tomar distancia con el rubio.

“¡Ostia, qué fuerte!” Entró a toda prisa la primera voz en la cabeza de Claire. “No me lo puedo creer. ¿Qué demonios acaba de suceder?” Preguntó la segunda voz. “Algo que no puede ser real. Tenemos que estar soñando.” Contestó la primera voz, alterada y sorprendida a partes iguales. “No, no. No estamos soñando. Leon se ha apartado cuando hemos tratado de besarle.” Dijo claramente la segunda voz. “¿Pero qué demonios le pasa? ¿Por qué nos ha hecho eso? Es muy humillante.” Se lamentó la primera voz. “¿Cómo saberlo? No habla con nosotras. Pero parece que algo que acaba de nacer ya se está muriendo.” Reflexionó la segunda voz con mucha tristeza. “¿Se está muriendo o lo está matando? No es ningún secreto que Claire está más enamorada de Leon que Leon de ella. Tal vez ya no le importamos.” Soltó la primera voz, haciendo un profundo daño a Claire, sin querer. “No digas eso. Leon ha arriesgado su vida por nosotras.” Trató de conciliar la segunda voz. “Leon ha arriesgado su vida por la humanidad. Muchas veces. Esa no puede ser la muestra de amor definitiva.” Volvió a intervenir la primera voz con veneno en los labios. “Pero, ¿qué quieres decir entonces? ¿Qué Leon no nos ama? Pero si él mismo nos lo ha dicho.” Defendió la segunda voz. “Pero sus acciones dicen otra cosa, ¿no?” Preguntó la primera voz. “Ha pasado por algo muy duro, que nosotras solo podemos imaginar. No es justo pensar así de él y sus sentimientos. Está todo muy reciente.” Contestó la segunda voz. “Mi trabajo no es ser comprensiva con él, sino proteger a Claire. Que por si no te has dado cuenta, está sufriendo.” Dijo la primera voz. “Claro que me doy cuenta. Somos la misma persona. Yo también sufro. Pero me niego a creer que Leon ya no me quiere.” Habló la segunda voz a la carrerilla y casi con llanto. “Ni se te ocurra llorar. Tenemos que mostrarnos fuertes. Por Claire.” Ordenó la primera voz y continuó, dado que la segunda voz se veían incapacitada para seguir defendiendo al rubio. “Claire, no has intentado besarle. Solo has perdido el equilibrio. No te ha rechazado un beso, porque no le ibas a besar. Que le quede claro.” Zanjó entonces la primera voz, antes de que Claire tomara la palabra.

—Perdí el equilibrio. —Mintió Claire, por fin de pie. —Nos habríamos chocado de forma muy ridícula. —Volvió a mentir, bajando la mirada y con una sonrisa nerviosa. —Gracias por cogerme. Estoy bien. ¿Seguimos?

Leon miraba a Claire, todavía acuclillado en el suelo, con el ceño fruncido y la boca abierta. Se encontraba muy confundido. Asombrado y al mismo tiempo contrariado.

En primer lugar, no se reconocía así mismo. ¿En qué mundo de locos él se habría separado nunca de Claire cuando esta trataba de besarle? ¿Quién era y en quién se estaba convirtiendo?

Y en segundo lugar, Claire estaba negando que le hubiera intentado besar. Pero los dos sabían que no era cierto. Y no la podía culpar por buscar otra excusa. Claire estaba roja. La había humillado apartándose, ¿pero por qué demonios había hecho algo así?

Por supuesto Claire podía quedarse con su excusa. Le parecía justo que la pelirroja tratara de salvar el orgullo. Pero le estaba rompiendo por dentro haber colocado a Claire en esa posición tan incomoda.

Volver a disculparse, sería lo mismo que negarle la excusa. Así que lo mejor que podía hacer, por los dos, era seguir adelante, como si nada hubiera ocurrido.

—De nada. —Contestó el rubio, volviendo a su vertical. —Sí, sigamos.

»¿Quieres apoyarte en mí?  —Ofreció el agente especial.

—No, no. —Negó Claire, rápidamente. —Haber estado a punto de caer ha puesto todo mi cuerpo en alerta y he recuperado mejor la movilidad.

»Mira, —Dijo, dando varios pasos seguros al frente. —, estoy casi recuperada del todo.

—Muy bien. —Contestó Leon, sonriendo a Claire tímidamente y con disculpa, mientras Claire le devolvía la sonrisa con los labios, coronados por unos ojos tristes que no sonreían a su vez.

“Es que eres gilipollas, tío.” Volvió a decirse Leon así mismo, mientras apartaba sus ojos de la pelirroja y se acercaba hasta la puerta sacando sus ganzúas para hacer su magia.

El cerrojo cedió y la puerta se abrió.

—¿Quieres llevar la pistola? —Le preguntó Leon a Claire, antes de salir al pasillo.

—No. —Contestó Claire. —Llévala tú. Tienes mejor puntería y  no me siento en condiciones de disparar todavía.

—¿El cuchillo entonces? —Preguntó de nuevo Leon.

—Ya conseguiré armas en la armería. —Contestó de nuevo Claire, haciendo un gestó con la mano, quitándole importancia a la respuesta.

No es que hubiera alguna razón oculta en rechazar las armas de Leon. Es que aunque ella pudiera caminar sola, todavía se sentía muy inestable como para poder portar armas y que fuera de utilidad.

Además, no es como si Claire fuera una mujer indefensa. Podía parar cientos de balas con el poder de su mente. A un alto precio, de acuerdo, pero, al fin y al cabo, no era una mujer desamparada, abogada a la muerte si no portaba un cuchillo en esos momentos.

—No te preocupes por mí. —Volvió a hablar la pelirroja, al ver cierta disconformidad en Leon. —Ahora mismo no podría apuñalar nada. 

Leon asintió y puso una mano sobre el picaporte para girarlo y salir a fuera.

Entonces se detuvo y, girándose hacia Claire, la volvió a mirar.

—Si necesitas más tiempo para recuperarte, podemos esperar.

—Ya lo has dicho. De verdad, quiero avanzar.

»Al no ser que consideres que seré un lastre, en cuyo caso...

—Jamás creería eso de ti. —La interrumpió Leon. —Aunque tuviera que llevarte a rastras, no creería eso de ti.

En ese momento el tiempo se detuvo solo un pequeño lapso. Sus ojos se encontraron, pero no dialogaron. No había nada en ellos. Y el vacío que encontraban el uno en el otro, era desolador.

—Sigamos, por favor. —Pidió entonces Claire, bajando la cabeza.

Leon agachó la cabeza a su vez. Si al menos pudiera entenderse así mismo, se sentiría menos abatido en su fuero interno.

Pero la necesidad de abrazar a Claire y besarla y contarle todo lo que había sucedido, luchaba y perdía contra esa otra parte de sí mismo mucho más dominante pero temerosa, que no quería afrontar lo que le había pasado, sino evitarlo.

Leon bloqueó sus pensamientos. Giró el picaporte, y se asomó poco a poco al pasillo.

Por un lado y por el otro, este parecía despejado.

No había sonidos que delataran la presencia de nada ni de nadie.

Ese pasillo no distaba en nada a los pasillos de mantenimiento. Y los fluorescentes en el techo al menos estaban encendidos.

No había cámaras de vigilancia, ni en el pasillo ni en la lavandería, así que por el momento estaban a salvo de que sus pasos fueran seguidos de cerca.

Además, si Alexis de verdad estaba tan grave y lo iban a evacuar, tal vez la búsqueda y captura se terminara para ellos. O al menos no fuera tan acuciante en manos de unos soldados cansados de ese juego infernal del gato y el ratón.

Leon salió de cuerpo completo al pasillo, y le indicó a Claire, con un gesto de la mano, que le siguiera. 

La pelirroja obedeció y siguió de cerca al rubio.

Hacía frío ahí abajo. Y ella iba con una ropa muy poco adecuada. Por no mencionar que no tenía ropa interior y eso la hacía sentir demasiado expuesta.

Las vendas en sus pies eran de agradecer, pero realmente no eran la gran ayuda, dado que el frío del suelo atravesaba la tela como un cuchillo atraviesa la mantequilla.

Así que, si para Claire cada paso era un sin fin de temblores, por esos músculos que estaban aún despertando de su letargo, añadirle el frío la hacían ver como una persona realmente enferma.

Leon echó la vista atrás, por encima de su hombro, para comprobar que Claire le seguía de cerca. Y pudo verla temblar como si un terremoto estuviera zarandeando el suelo bajo sus pies. Y ahí, embutida en un camisón horrible y una bata  que poco podía tapar, Claire parecía muy pequeña y miserable. Y Leon sintió por ella lo que odiaba que otros sintieran por él. La compasión.

Pero era superior a sus fuerzas. Verla así despertaba en el rubio un instinto protector mucho más grande que el que siempre había sentido hacia la pelirroja. Y quería protegerla de todo lo que la afligiera. Y cuidarla.

Quería poder cuidarla.

—Por favor, deja que te lleve en brazos. —Le dijo Leon en voz baja. —O a la espalda, no importa.

Claire alzó la vista hacia la de Leon y contestó tajantemente.

—No. Gracias, pero puedo sola. 

—Por favor. —Volvió a pedir Leon.

—Si necesito ayuda te la pediré.

—Pero estás muerta de frío.

—Empiezas a parecerme pesado, Leon. —Contestó Claire, esperando sonar lo suficientemente cruel como para que Leon cejara en su empeño. —No quiero repetírtelo más. No quiero tú ayuda. —Y rápidamente, la pelirroja se corrigió. —No quiero ayuda.

Leon frunció el ceño ante las palabras de Claire, pero asintió y, sin decir nada, se giró y continuó su camino.

No volvería a insistir. 

Leon pensó que Claire había sido deliberadamente cruel con él, pero al final ella tenía razón. Había sido muy clara. No quería su ayuda. Y aunque para el rubio no tenía ningún sentido que  la rechazara, podía entender que Claire ahora mismo estuviera tan confusa como él y que, dentro de tener que estar juntos para sobrevivir, quisiera su espacio.

Avanzaron por el pasillo topándose, de cuando en cuando, con diferentes puertas a otras lavanderías. Y giraron algunos recodos sin llegar aún a las escaleras que les llevarían a un piso superior donde les aguardaba una armería y la sala de comunicaciones.

Pero en una de esas, pasaron por delante de un almacén de ropa.

Y no os imaginéis un gran almacén, lleno de prendas de combate de todos los colores.

Para nada, era una habitación algo más pequeña que en la que acababan de estar, con tres estanterías que ocupaban las paredes de lado a lado y del suelo al techo.

Toda la ropa era negra. Y estaba ordenado por prendas, pero no por tallas, así que les llevaría un tiempo encontrar algo que ponerse.

Cuando Leon abrió la puerta con sus ganzúas y entraron, descubrieron un espacio seguro. Parecía que esa zona del complejo estaba olvidada, tanto por el personal como por los monstruos.

Y sin embargo todo estaba limpio y en perfecto orden.

Seguramente las personas que trabajaban ahí abajo, habían abandonado y cerrado el lugar cuando evacuaron a todos los trabajadores de Trizom al inicio de toda esa aventura, y por eso no había nadie ni nada ahí abajo.

Y eso era un consuelo imposible de medir.

Leon se quitó de nuevo el chaleco antibalas y el arnés y comenzó a pasearse por las estanterías del lado derecho de la sala, en busca de una camiseta técnica que le protegiera del frío y del propio chaleco antibalas, que comenzaba a rozarle en la piel.

Claire por su parte, caminó por las estanterías del lado contrario, buscando prendas de su talla.

Y lo cierto es que las encontró. Algo que no debería haberla sorprendido tanto, dado que le constaba que había mujeres soldado en ese lugar.

Había incluso ropa interior. De verdad, Claire no creía en nada, pero cuando vio la ropa interior femenina, escuchó un coro de ángeles sobre su cabeza.

La pelirroja cogió entonces la ropa interior, incluidos calcetines, unos pantalones y un cinturón de su talla; camiseta técnica y unas botas de combate.

Se encontraba de espaldas a Leon, y se giró justo en el momento en que el rubio cogía una camiseta técnica y comenzaba a ponérsela.

La pelirroja miró su cuerpo y, rápidamente, apartó su mirada. Desearle tanto le hacia mucho daño. No estaba en un momento donde pensar en él en términos románticos no fuera doloroso.

“Priorízate.” Pensó la pelirroja.

Claire inspiró con resignación y comenzó a desnudarse.

Primero se quitó la bata y la dejó caer al suelo.

Después desató el horrible camisón de paciente y lo dejó al lado de la bata, a sus pies.

Leon se había girado hacia la pelirroja para coger el chaleco antibalas y entonces pudo ver la desnudez de Claire, de espaldas.

Tenía una piel preciosa. Y su figura tenía unas formas y unas curvas que, sin exagerar, le hacían a Leon la boca agua.

Cuando el rubio se dio cuenta de que se había quedado mirando a la pelirroja, se giró de inmediato, sintiéndose un mirón desvergonzado. 

Y se puso el chaleco antibalas.

Claire, sin ser conscientes de los ojos del rubio sobre su piel, comenzó a ponerse la ropa interior y ya todo se sentía diferente para ella. Podría ir únicamente con esa ropa interior deportiva y las botas de combate puestas,  y se veía capaz de acabar con un ejército.

Pero ahí abajo seguía haciendo frío, así que sin tardar, se puso los pantalones y la camiseta técnica. Y después se quitó las vendas de los pies y se puso los calcetines y las botas de combate.

Era increíble como las cosas cambiaban tan rápido ahí dentro.

Había pasado de estar prácticamente desnuda, caminando por unos pasillos, a estar totalmente equipada en cuestión de pocos minutos sintiéndose en ese mismo lapso de tiempo absolutamente vendida, y ahora, absolutamente poderosa.

Cuando se fue a girar hacia Leon, para decirle que ya estaba lista, vio una caja en el suelo, debajo de una de las estanterías.

La caja no tenía nada de especial. Era una caja de cartón bastante maltratada, algo mohosa y abierta.

Pero lo que había llamado la atención de Claire, fue la visión de algo rojo. 

Rojo y brillante.

Leon también se giró hacia la pelirroja al sentir sus movimientos y la descubrió distraída mirando algo en el suelo.

—¿Estás lista? —Preguntó Leon, tratando de llamar su atención. Pero Claire seguía distraída mirando ese algo en el suelo.

El rubio se acercó a ella para comprobar qué estaba llamando tan poderosamente la atención de la pelirroja.

Una caja de cartón. 

Una caja de cartón deteriorada.

—¿Qué pasa? —Preguntó el rubio que, al ver mejor a su compañera, en esa ropa de combate ajustada, volvió a sentir que su mente quería divagar hacia costas más ardientes. Y no podía ser. Porque cada vez que su mente se inclinaba hacia lo mucho que deseaba a Claire, la oscuridad en forma de Alexis se interponía, haciéndole enfermar.

—Creo que he encontrado... —Comenzó a decir la pelirroja, pero no acabó su frase, mientras se agachaba y sacaba la caja de debajo de la estantería. Entonces Claire extrajo de su interior aquello que había llamado tan hipnóticamente su atención.

Su chupa de cuero roja.

¡Su chupa de cuero roja!

Claire abrió los ojos y la boca por la sorpresa y la felicidad. 

Esa chupa de cuero se la había regalado Chris. Y desde entonces se había convertido en su seña de identidad. Nadie en el mundo pensaba en Claire, y no la relacionaba con su chupa de cuero roja y su Harley.

Cuando había despertado en ese lugar, y se había visto obligada por las circunstancias a vestir con ropas de otros, no hubo una sola vez en la que a la mente de la pelirroja no viniera su chupa de cuero, y la tristeza de haberla perdido para siempre.

Pero ahí estaba. Alguien había tenido a bien guardarla y esconderla en ese lugar. Y ahora el destino había querido que se volvieran a reunir.

Era extraño y tal vez infantil pero, mientras Claire acariciaba el cuero en sus manos y miraba el ángel bordado en la espalda, de repente se sintió más ella misma que nunca.

Había sido como reconectar consigo misma. O al menos con una parte de ella que se había quedado dormida por el trauma y todas las novedades que asolaban su vida desde que despertara en los brazos de Leon por vez primera.

—Tu chupa. —Susurró Leon, que no pudo evitar sonreír a medida que la observaba, pues para él también era un símbolo que representaba a Claire y también sentía que había una especie de círculo que se estaba cerrando con ese reencuentro.

—Mi chupa. —Dijo a su vez Claire, sonriendo de oreja a oreja. 

La pelirroja abrazó la chupa con los ojos cerrados y pensó en Chris. En el día en que se la regaló. 

Había sido poco antes de que su hermano entrara en el equipo S.T.A.R.S de Raccoon City.

Él tenía una bomber de cuero con el mismo logo de “Made in Heaven”, que Claire siempre le robaba cuando podía, y que alguna que otra vez, llevó a los hermanos a pelearse.

Cuando Chris anunció que se iría a vivir a Raccoon City, Claire le pidió que le regalase su bomber. Como recuerdo. Pues los hermanos nunca se habían separado hasta entonces.

Pero un día, Chris llegó a casa con una caja enorme envuelta en papel de regalo. Y le dijo que tenía para ella algo mucho mejor que una vieja chaqueta que le quedaba enorme.

Cuando Claire abrió la caja y se encontró con su chupa de cuero roja, hecha a medida, y con el mismo bordado que la su hermano, lloró emocionada.

“Ahora siempre estaremos juntos. Cada vez que la lleves puesta, será como si te cubriera las espaldas. Y viceversa. ¿Te gusta?” Esas habían sido las palabras de su hermano.

Claire no necesitó contestar nada.

Saltó a los brazos de Chris y lo abrazó con fuerza.

Y sí, por supuesto que su chupa era mucho más bonita que la de su hermano.

Tal vez parezca absurdo. Pero esa chupa para ella, era mucho más que una simple prenda de vestir. Y era más que su seña de identidad.

Era, tal y como le había dicho Chris, llevar consigo a su hermano. Cubriendo sus espaldas. O al menos haciéndola sentir cubierta, que no era poco.

Claire se emocionó pensando en su hermano. En la buena relación que siempre habían tenido. Y en lo poco que se veían.

Chris tenía un sentido del deber muy elevado. Y siempre estaba trabajando, salvando al mundo. Era un milagro que hubiera coincidido en esta vida con Jill. Sino, estaría muy solo. Sin nunca tiempo para conocer a nadie o divertirse.

Estaban hechos el uno para el otro. Siempre metidos en los mismo líos y siempre salvándose la vida. Y eso era un consuelo para la pelirroja, que además adoraba a la castaña.

Pero eso no paliaba el sentimiento de añoranza que siempre embargaba a Claire cuando pensaba en Chris.

Y dos lágrimas se escaparon de sus ojos.

Leon la observaba también emocionado. Podía sentir la energía de Claire manando de ella y sabía perfectamente que la pelirroja estaba teniendo un momento sentimental muy fuerte.

Entonces Claire abrió los ojos, sorbió por la nariz y riéndose, comenzó a secar las lágrimas de sus mejillas.

—Qué sensible soy. —Dijo mirando a Leon. —Mi hermano se reiría de mí y me llamaría “chiquita llorica”. —Claire entonces arrugó su rostro, mientras la nariz se le enrojecía y otras dos lágrimas rodaban por sus mejillas. —Echo de menos a Chris. —Confesó entonces, enterrando la cara en la chupa, mientras sus hombros subían y bajaban al son del llanto.

—Claire. —Dijo Leon en un susurro, al tiempo que, sin pensarlo, se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos, apoyando la barbilla en su cabeza.

Cuando el rubio se dio cuenta del gesto, sintió el impulso de alejarse de ella. Seguía sintiéndose sucio. Y seguía rechazando el contacto físico.

Pero entonces, como un toro embistiendo con toda su potencia, esos sentimiento salieron disparados lejos del rubio, y en su lugar llegó el amor. Y, ¡oh! Cómo se sentía. Que alivió era volver a abrazarla con amor, sin sentirse incómodo o agobiado o asqueado. 

El rubio estaba en el cielo en ese abrazo. Y no deseaba que acabara. Pues no podía predecir cuánto duraría esa entereza, antes de que la vergüenza y el dolor volvieran a él.

Claire sintió la sinceridad del abrazo del rubio y se dejó abrazar, fotografiando en su mente todas las sensaciones increíbles que él le hacía sentir. Atesorándolo en su corazón, por si el rubio se volvía a alejar.

Entonces, casi a la vez, ambos dejaron de abrazarse, mirándose a los ojos y regalándose sonrisas sinceras.

—Póntela de una vez, por favor. —Pidió Leon, dándole espacio físico.

Claire se rió y, acto seguido, se la puso, secándose de nuevo las lágrimas.

Después le dio la espalda a Leon, se apretó la coleta alta y  dobló sus brazos sacando bíceps, sintiéndose de nuevo la mujer fuerte y valiente que siempre había sido.

Leon aplaudió, mirándola de arriba a bajo y descubriendo que tal vez tenía un fetiche con esa chaqueta de cuero. Porque la forma en que vestía a Claire, no era de este mundo.

“Made in Heaven.” —Leyó Leon el bordado en la espalda de Claire, casi en trance. —Sin duda. —Añadió el rubio, tragando saliva, al tiempo que Claire se giraba lo suficiente como para mirarlo por encima de su hombro, sin dejar de sonreír, pero con cierta esperanza en sus ojos.

“Joder, bésame.” Pensó Claire, perdida en los ojos de Leon y con el deseo por él a flor de piel.

Leon, cómo si la pudiera leer tan claramente como podía leer un libro, hizo un amago de acercarse a ella, antes de sentirse repelido hacia atrás, llevándose una mano al pelo y tragando saliva de nuevo.

Reculando sus instintos.

Claire bajó su mirada y la fuerza que había sentido enfundada en su chupa,  se había apagado considerablemente. Aunque seguía ahí.

No pasaba nada. Algo bueno que tenía ser Claire, es que estaba muy habituada  a conformarse. A hacer de tripas corazón y seguir adelante.

Era una guerrera de lo sentimental. Y aunque estaba gravemente herida, sabía seguir de frente con entereza.

—Bueno, ha sido alucinante recuperar mi chupa. —Dijo Claire, rompiendo la carga ingrávida que había llenado el ambiente, haciéndolo más distendido para los dos. —Pero, ¿qué tal si vamos a por esas armas prometidas, y le pedimos a Hunnigan que nos saque de este pozo de una buena vez?

Leon asintió y una pequeña sonrisa se dibujó sobre sus labios, al tiempo que le regalaba a Claire una mirada de gratitud sincera y abierta. 

—Es nuestro mejor plan. —Contestó Leon, girándose hacia la puerta, cogiendo entre sus manos la Silver Ghost.

—Claro, lo has ideado tú, ¿qué vas a decir? —Le picó entonces Claire, sintiendo que estaban volviendo a la friend zone, pero que eso era mucho mejor que sentirse enfadados o decepcionados el uno con el otro.

—Pues que es un plan de la ostia. Pero la humildad me ha podido. —Contestó Leon riéndose por primera vez desde que aterrizaran ahí abajo, regalándole a Claire, sin saberlo, un momento de paz y dicha, que no tenía precio. —¿Lista? —Preguntó el rubio.

—Más que nunca. —Contestó Claire, sintiendo su poder acrecentarse en su fuero interno, como una descarga eléctrica deliciosa, dando ahora pasos seguros, propios de la Titán que era.

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Cuando abandonaron el almacén de ropa, continuaron su camino por el lado izquierdo de esa zona, hasta que llegaron a unas escaleras que subían un único piso y que daban a otro pasillo de hormigón.

Leon encabezaba la fila, con su pistola en la mano y todos sus sentidos alerta. Al fin y al cabo, por más que fuera cierto que ese lugar parecía absolutamente olvidado, no podía dar nada por sentado.

Claire iba justo detrás y aunque todavía prefería ir desarmada, lo cierto es que, no solo se sentía bien y podía moverse con naturalidad y sin esfuerzo, sino que se empezaba a sentir sobrecargada de energía. Como si el hecho de haber tenido todo el cuerpo adormecido, le hubiera recargado las pilas por encima de su capacidad.

Y eso se sentía muy bien. Y era algo bueno, ¿no?

Cuando subieron los escalones al siguiente piso, llegando a otro pasillo de hormigón, encontraron la armería a pocos metros, a mano derecha. Y podemos decir que nuestros protagonistas se sintieron muy decepcionados con lo que se encontraron.

La armería no era siquiera una sala en la que poder entrar. Era un simple armario con armas. 

A cualquier cosa se le llamaba armería.

Aunque, por más pequeño que fuera, estaba muy bien equipado.

Leon sacó sus ganzúas para abrir el armario, y tanto él como Claire, comenzaron a abastecerse.

Un fusil cada uno, con munición  como para acabar con diez Tyrant; una pistola automática para Claire, y munición para ambos; un rifle para Leon, que era un buenísimo franco tirador; y una escopeta para Claire, que ganaba siempre que acercaba posturas.

¡Ah! Y un cuchillo de combate para la pelirroja y un chaleco antibalas. Seguro que ella era más eficaz con sus garras y la autoregeneración, pero nunca estaba de más tener un as bajo la maga y evitar el dolor de un disparo.

—¿Tú también sientes eso? —Preguntó entonces Leon, rompiendo el silencio que reinaba hasta entonces.

—¿El qué? —Peguntó Claire, no sabiendo a qué se refería el rubio.

 —El alivio. —Contestó Leon, casi con solemnidad, tras colgarse de la espalda las armas más grandes y sabiéndose muy bien servido de munición.

Claire se tuvo que reír. Por un momento había creído que tendrían compañía.

—Sí que lo siento, ahora que lo dices.

»Pero estoy segura de que es más por la chupa recuperada, que por las armas. —Contestó Claire, tirando de las solapas de la chupa y guiándole un ojo al agente especial.

La pelirroja había hecho una chanza solo por no querer entrar en el tema de que, desde que descubriera sus poderes, (y todavía no sabía si tal vez aparecerían más.), se había sentido siempre armada.

Es cierto que tenía sus desventajas, y que en las ocasiones que se había excedido, Leon tuvo que sacarle las castañas del fuego. Pero, eso no cambiaba el hecho de que ella, por más que se quisiera convencer de que seguía siendo y sintiendo como una humana, también era un arma. O una mujer con armas. Daba igual como desearas decirlo, simplemente, ella se sentía armada  y preparada para luchar todo el tiempo.

Excepto cuando la sedaron y no había nada que pudiera hacer salvo respirar y existir. 

Pero ese era otro tema.

Leon también se río de la broma. Era un alivio poder hablar con Claire y reírse, dejando de lado el mal royo. Durase lo que durase.

—Estaba bromeando. —Dijo la pelirroja, sin dejar de sonreír. —Pero sé a lo que te refieres. Ir armado facilita mucho las cosas cuando el enemigo está de caza y tú eres la presa. 

—Y tanto. —Respondió Leon. —La sensación en realidad es de equilibrio. 

»Podemos seguir siendo las presas, pero al menos ahora nos podemos defender al mismo nivel en que nos atacan.

—Exacto. —Coincidió la pelirroja. —Seguro que si hubieses tenido todas estas armas antes, mi nuevo rescate habría sido mucho más fácil para ti.

—Bueno... —Dejó caer la duda Leon. —Seguían siendo muchos soldados. Ni de coña habríamos salido de ahí vivos sin no fuera por mis amigos. —Añadió el agente especial, refiriéndose a las bestias rosadas del nivel cinco.

—Hablando de los cuales, me muero por preguntártelo, ¿de dónde sacaste a esas bestias? ¿Y cómo lograste que te ayudaran?

Leon se empezó a reír echando la cabeza hacia atrás, antes de mirar a la pelirroja.

—En realidad tú ya las conocías, solo que no llegaste a verlas. 

—¿Ya las conocía? —Preguntó la pelirroja, extrañada. —No recuerdo haber tenido el honor.

—¿Ubicas ese horrible pasillo de mantenimiento del nivel cinco? —Preguntó el rubio.

—Sí. Olía bastante mal y estaba todo lleno de... no sé, ¿venas? —Comentó Claire distraídamente, hasta que cayó en lo que Leon le estaba contando. —No me digas que...

—Sí. —Contestó Leon antes de dejar que la pelirroja acabara su frase.

—Pe-pero. E-se plan... ¡Ha sido una maldita locura! —Consiguió decir Claire, absolutamente asombrada y al mismo tiempo preocupada, aunque fuera algo que ya perteneciera al pasado.

—Sí que lo fue. —Reconoció Leon. —Pero necesitaba un pequeño ejercito. —Dijo entonces sonriendo y encogiéndose de hombros, casi pareciendo muy inocente. 

—¿Cómo conseguiste que se aliaran contigo? —Preguntó de nuevo la pelirroja, sin salir de su asombro. 

—No logré que se aliaran conmigo, Claire. Querían matarme como a todos los soldados a los que se cargaron. —Aclaró Leon. —Simplemente fui más rápido que ellos.

»Y tenía de mi lado el factor sorpresa para con los soldados que te custodiaban, así que esa parte fue fácil. —Añadió el agente especial sonriendo, cuando entonces frunció el ceño y se llevó una mano a la barbilla, con semblante pensativo. —Lo que fue difícil fue subir todas esas escaleras y llegar a la 001 sin ser atrapado, la verdad.

»Podía sentir sus alientos en la nuca. —Terminó de contar Leon, sintiendo un respingo recorrer su espalda.

Claire entonces dio un paso hacia Leon y le azotó en el pecho, con el puño cerrado y el ceño fruncido.

—¿Cómo has podido arriesgarte tanto? —Le preguntó la pelirroja, que ya no le parecía que esa conversación tuviera ninguna gracia. —Podrían haberte matado.

Leon cogió la mano de Claire, que descansaba en su pecho y la envolvió alrededor de la suya de tal forma, que le estaba brindando a la  pelirroja un calor que se sentía muy bien.

—Podrían haberme matado desde el momento en que puse un pie en este lugar. —Contestó Leon, alzando las cejas y sonriendo vagamente por una comisura de sus labios.

Y la verdad es que el rubio tenía toda la razón.

—Sí. Pero no deja de ser una lucha de hombre contra hombre. —Razonó rápidamente Claire. —Esas bestias  eran muy rápidas e increíblemente letales.

»Las he visto en plena acción. Ni siquiera sé si yo podría enfrentarme a ellas en mi modo más salvaje y tú... tú simplemente, ¿qué? ¿Retornaste hasta el nivel cinco, sin armas, te metiste en su nido y las provocaste para que te siguieran hasta mí?

—Es un buen resumen. —Contestó Leon, que todavía no soltaba la mano de Claire, aguantando con mucha tranquilidad el contacto físico y sintiendo que poco a poco quería más.

—Estás loco. —Susurró Claire, bajando la cabeza. 

“Loco por ti.” Pensó el rubio, dándose cuenta de lo sincero que era y que no deseaba que esa certeza quedase únicamente relegada a ser un pensamiento  invisible en su mente.

—Loco por ti. —Verbalizó entonces el agente especial, sin miramientos y con verdad, al tiempo que Claire alzaba la cabeza, con semblante bastante asombrado y clavando sus ojos en los del rubio.

Leon vio la sorpresa en los ojos de su pelirroja. Y le dolió darse cuenta de que su comportamiento la estaba alejando de él, hasta el punto de hacerla dudar de lo que sentía por ella. Y eso no lo podía permitir.

El rubio alzó su otra mano y, muy lentamente, la fue acercando al rostro de Claire, recogiendo un mechón de pelo de la pelirroja tras una oreja, con un movimiento tan suave que parecía una pluma contra su piel. Y aunque el agente especial tenía miedo de sí mismo ante el contacto, en esos instantes lo que sentía, era una atracción que tiraba de él hacia ella con fuerza.

—Claire, mis sentimientos por ti no han cambiado. —Susurró Leon. —Algo en mí ha cambiado, pero no lo que siento por ti.

»Sigues tirando de mí con la misma fuerza que antes. Y seguiré haciendo lo que haga falta por mantenerte a salvo. —El rubio tragó saliva y se humedeció los labios antes de seguir. —Siento haberte hecho creer lo contrario. Sé que cuando me pongo frío soy como el Ártico. Y no me siento orgulloso de ser así.

»Pero necesito tiempo para descongelar. —Dijo el agente especial, acunando la cara de Claire en su mano, y acariciando su mejilla con el pulgar. —Hace un momento ni siquiera habría podido tocarte como ahora.

»¿Me esperarás?

El semblante de Leon se había puesto tan triste en esas últimas palabras, que Claire sintió dolor físico de pura pena.

Así que la pelirroja dibujó una sonrisa a labios sellados en su rostro, y asintió hacia el rubio.

—Te esperaré hasta el fin de los tiempos si hace falta, Leon. —Contestó Claire, con la mano en el corazón.

Y Leon sintió sus ojos humedecerse, al tiempo que él también le regalaba una sonrisa a su pelirroja. 

Escuchar eso era un alivió enorme e indescriptible. Porque él tenía la certeza de que sus heridas se curarían, pero no sabía cuándo.

Las palabras de Claire, sobre cómo su secreto acabaría con él, seguían haciendo mella detrás del cráneo del rubio. Pero si podía dejarlo muy bien enterrado, no tenía porque volver a interponerse entre ellos.

Leon y Claire se sobrepondrían a este episodio. Juntos. Aunque separados.

O al menos, eso deseaba el agente especial en lo más profundo de su pozo de los deseos.

—Te amo. —Le dijo Leon a la pelirroja, con verdad, y ciertamente, alivio.

“Lo ha dicho.” Habló por primera vez la segunda voz en la cabeza de Claire, antes que la primera. “¿Lo has oído?” Volvió a intervenir la segunda voz, preguntando a la primera. “Sí. Lo he oído.” Contestó la primera voz. “¿Y bien?” Preguntó la segunda voz. “Parece sincero.” Aceptó la primera voz. “No solo lo parece. Míralo bien. Lo es. Esos ojos no mienten.” Trató de convencer la segunda voz. “No mienten, ¿verdad?” Preguntó entonces la primera voz, convenciéndose. “No. Y a Claire le tiene que quedar bien claro.” Contestó la segunda voz. “En el fondo nunca creí que no nos amara. Y por tanto, Claire tampoco.” Confesó la primera voz. “Pues parecías muy convincente.” Dijo la segunda voz, aun con tristeza. “Ya.” Aceptó la primera voz con pesar. “Vamos. Animémonos. Todo va salir bien.” Dijo la segunda voz, tomando las riendas de los pensamientos de Claire. “Sí.” Asintió la primera voz, prestando de nuevo atención al rubio. 

—Te amo. —Repitió Leon. —Por favor, no lo olvides. Pase lo que pase, no lo olvides.

—Te amo. —Contestó Claire, con la misma verdad y el mismo alivio que Leon.

En otras circunstancias, el rubio habría sellado esas palabras con un beso muy necesario, merecido y deseado. Pero en ese momento, necesitaba ir muy poco a poco consigo mismo.

Claire giró su cara sobre la mano del rubio y dejó en su palma un casto beso. Pero todavía era pronto para los besos.

Leon soltó su agarre de su pelirroja, le hizo un gesto con la cabeza y continuaron su camino hasta la sala de telecomunicaciones sin decir nada más, pero sintiéndose felices y en paz con ellos mismos.

Habían logrado encontrar un punto de equilibrio entre los dos, que mantenían a sus sentimientos salvaguardados del trauma que revoloteaba a su alrededor.

Y es que estas eran las cosas que pasaban cuando te encontrabas en un desacuerdo o en un enfado con alguien a quien amabas. Que se buscaba siempre la forma más rápida de arreglar las situaciones, aunque pareciera un sinsentido que todo ocurriera tan rápido a ojo de espectador. Al final, para ellos, que lo vivían desde dentro, una hora de enfado era como una eternidad sin ver el sol.

Y sí, todos estamos de acuerdo en que la forma más rápida y eficaz de acabar con los malos entendidos, es a través del diálogo sincero y sin secretos. 

Ellos también lo sabían.

Pero Leon se encontraba en una situación en la que simplemente trataba de sobreponerse como fuera. Aunque eso supusiera no tomar la decisión más madura y racional.

Bueno, somos seres humanos, sintientes e imperfectos. No siempre sabemos tomar la decisión madura y racional que nos va a salvar el culo. Y en este caso, le había tocado a Leon no saber gestionar lo que le estaba matando psicológicamente.

Avanzaron en su búsqueda de la sala de telecomunicaciones, en silencio y atentos, pero ya sin dolor emocional entre ellos.

Tras varios metros de pasillos y recodos hacia una dirección y otra, Leon y Claire llegaron al final de un pasillo donde había una enorme puerta de aluminio al natural de dos palas, con tiradores plateados y un cartel superior que anunciaba que esa era la sala de telecomunicaciones.

Había mucha diferencia entre el aspecto de esa puerta, con respecto al aspecto de las otras puertas superiores del complejo de Trizom, por lo que antes de entrar, a nuestros protagonistas ya se les estaba anunciando que esa sala sería bastante anticuada.

Y estaban en lo cierto. Habían vuelto a viajar al pasado.

La sala era muy grande. Y estaba llena de mesas y maquinaria enorme.

Al entrar, a mano izquierda, lo primero que podían ver, era una enorme mesa que bordeaba todo el contorno del aula, donde había diferentes consolas, con sus botones, sus palancas y sus monitores empotrados.

En medio de la sala había una mesa de luz cuadrada, con muchísimos mapas y planos sobre ella,  que por el tono amarillento que mostraban, estaba claro que se trataban de planos muy antiguos.

A la izquierda del todo había varias centralitas manuales que servían antiguamente para conectar diferentes llamadas entre diferentes puntos del mundo.

En el frente de la sala, había una pantalla enorme, conformada por pequeñas pantallas; y diferentes utensilios de comunicación por radio, que incluían micrófonos y altavoces.

Más allá de las centralitas, había una enorme estantería separando el espacio general de otro más pequeño donde había antiguos telégrafos acumulados sin orden ni concierto; maquinas de escribir, en la misma situación de abandono; y otros objetos que dentro de ese ambiente del siglo XIX podrían parecer anacrónicos, como varias fotocopiadoras y monitores propios de los años ochenta.

Todo el espacio y lo que en el había, les recordaba a la sensación que tuvieron al pasar del nivel cinco a la sala de la trituradora la primera vez. Todo parecía tan analógico, e incluso roto o inservible, que tanto Leon como Claire no pudieron evitar sentir cierto peso de derrota.

La idea de poder ponerse en contacto con Hunnigan parecía ahora muy lejana, con todo lo que ello suponía, para detrimento de nuestros protagonistas.

Cuando Leon abrió la puerta de la sala y observó lo que le rodeaba, a punto estuvo de soltar una blasfemia por la boca.

Pero Claire, que lo creáis o no tenía menos autocontrol que Leon, no fue tan comedida y dijo en voz alta lo que los dos estaban pensando.

—Pero que cantidad de chatarra.

Leon asintió ante esas palabras, tan bien masticadas en la boca de la pelirroja. 

Había tenido demasiadas expectativas con respecto a ese lugar. Y ahora descubría que había sido para nada.

Tenía sentido que ese área estuviera tan despejada. No había nada ahí que pudiera interesar siquiera a los propios trabajadores.

Además, ¿sabéis eso de que el lugar estaba vacío de presencia humana o de cualquier otra cosa, pero que no estaba abandonado, pues todo se veía limpio?

Vale, pues esa percepción no aplicaba a esta sala. 

Y ya no por lo antiguo que era todo, sino por la cantidad de polvo y telas de araña que cubrían las superficies de forma tan opaca, que bien podrían estar cubiertas por sábanas de lino.

Sin duda, esa sala llevaba tanto tiempo abandonada, como la habitación secreta.

Sin embargo, y pese a todo, Leon no quería tirar la toalla. Porque aunque la sala y sus instrumentos fueran antiguos, si guían funcionando, él todavía tenía la posibilidad de ponerse en contacto con su compañera de logística.

Al fin y al cabo, si ese lugar funcionaba por radio, las ondas electromagnéticas usarían la vía satélite como repetidores.

Hunnigan y él siempre se mantenían en contacto vía satélite. Y Leon estaba seguro de que su compañera tendría todas las vías de comunicación abiertas para tratar de ponerse en contacto con él como fuera.

Esa sala solo tenía que seguir funcionando, y Leon tendría una oportunidad. 

La única que necesitaba.

Cuando entraron en la sala, accionaron varios interruptores que había al lado de la puerta. Y gracias a ello, las luces del techo, que eran más modernas que todo lo demás, —pues funcionaban con las barras fluorescentes que alumbraban casi todas las zonas de mantenimiento del complejo. —, se encendieron, alumbrándolo todo y dando a  entender que a ese lugar llegaba la electricidad. Y si había corriente eléctrica, había también muchas posibilidades de que la maquinaria siguiera viva.

Leon avanzó hasta los comandos centrales y tocó diferentes botones distraídamente, comprobando que nada funcionaba.

“Mierda.” Pensó el rubio, con pesar y fastidio.

—Este lugar se ha congelado en los años veinte. —Comentó Claire, paseándose por las mesas, observando las antigüedades con ojos entornados y falta de paciencia, mientras cogía una carpeta con anotaciones que no entendía, y la volvía a soltar en su sitió levantando una buena polvareda. —Y me refiero a 1820.

—Es  como si este lugar no pudiera dejar de sorprenderme. —Comentó Leon, pasando a otra consola y calcando otros botones.  —Es todo tan antiguo, que bien podría estar en un museo.

—O en un desguace. —Añadió Claire, resoplando.

—No parece roto, solo antiguo. —Dijo Leon, agachándose y accionando los enormes interruptores de palanca que había a los pies de cada consola, con la esperanza de dejar pasar la corriente.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué aun siendo tan antiguo, si funciona, podrías usarlo? —Preguntó Claire, ahora sintiéndose mucho más interesada por el montón de chatarra.

—Exacto. —Contestó Leon. —No deja de ser una sala de telecomunicación por radio.

»Los repetidores que usa la radio son los mismos que usamos hoy en día para hablar por teléfono. Podría lanzar un mensaje que solo Hunnigan pueda entender, y si la onda le llega y lo descifra, ella podría hacer el resto y contactar con nosotros en esta sala.

—¿En serio? —Preguntó Claire, con bastante asombro. —¿Hasta dónde llegan tus conocimientos, agente especial? —Volvió a preguntar la pelirroja, con mucha picardía.

—¿Seguimos hablando de la radio? —Contestó a su vez Leon, con su sabrosísimo frito vocal, que conseguía erizar el bello de la pelirroja.

—Hablamos de lo que tú quieras, cariño. —Respondió Claire, mirando al rubio, quien ya la estaba observando, y ambos sintieron la electricidad en sus miradas.

—Mis conocimientos sobre telecomunicaciones son bastante básicos, a decir verdad.

»Lo justo para contactar con logística. —Contestó Leon, humedeciéndose los labios. —Pero sin duda, hay otros temas que domino más.

—¿Cómo cuales? —Preguntó Claire, apoyándose al borde de una mesa, cruzando sus largas piernas y sonriendo a su rubio.

Leon la observo de arriba a bajo y de abajo arriba, y la explosión de fuego interno que Claire siempre había despertado en él, hizo un acto de presencia tan fuerte, que el agente especial sintió sus mejillas en llamas.

—Cuando salgamos de aquí, te pongo al día. —Contestó  Leon, sonriendo con sus dientes de cazador y su mirada peligrosa, esforzándose en no lanzarse contra su novia, que era una auténtica tentación para el hombre.

—¡Ooh! —Dijo entonces Claire, meneando sus pestañas con la languidez provocativa que sabía que atacaba directamente a los instintos del rubio. —¿Tenemos que esperar? Que pena. —Y dicho esto último, con una voz ronroneante que vibraba dentro del pecho del rubio, la pelirroja se mordió sus dulces labios de cereza, como último cartucho contra el rubio, al que trataba de provocar.

Dos cosas ocurrieron entonces.

Las pupilas de Leon se dilataron hasta el borde de su iris, convirtiendo su mirada en esa exquisita oscuridad que a Claire volvía loca; y las vibraciones y el calor que comenzaron en su peso, bajaron de golpe hasta su entrepierna despertando el sexo del rubio en contra de su voluntad.

Y con ese amago de erección, a Leon le vino Alexis a la mente. Y la castración fue tan abrupta, que las pupilas del rubio, igual que se dilataron, se contrajeron, hasta ser solo un punto imperceptible en su mirada; al tiempo que sintió un asco profundo que invocó el sudor frió que empezó a empapar su espalda, acompañado de un dolor físico en los testículos que el agente especial trató de soportar y disimular, inclinándose hacia delante y apoyando los antebrazos en sus cuádriceps.

Claire, al ver esa reacción, con el cambio en el semblante de Leon y los gemidos que el rubio trataba de tragar, dejó de jugar a lo que quiera que estuvieran jugando y, descruzando las piernas, se separó de la mesa en la que estaba, acercándose a Leon con preocupación.

¿Qué había vuelto a pasar? Estaban bien. Estaban jugando a su juego. Estaban entrando en las llamas de la atracción y, de repente, de la forma más anticlimática posible, Leon parecía haberse puesto muy enfermo. Como si fuera incapaz de entrar al trapo sin sufrir por ello.

Claire fue a apoyar una mano sobre el hombro del rubio, pero se detuvo en el acto al pensar más detenidamente en sus cavilaciones.

Desde que Leon volvió de la habitación de Alexis, trataba de mantener el menor contacto físico con ella. 

Enfrente de la armería le había dicho que hasta hacía un momento no habría podido acariciarla, ni estar tan cerca.

Jugar a seducirse le volvía de hielo.

Claire no podía albergar más sospechas. No sabía exactamente cómo, pero estaba claro que Alexis había violado a Leon, tal como prometió hacer. Y este ahora estaba tratando de sobreponerse al trauma en solo unas pocas horas. 

Ningún humano podía sobreponerse a algo así en unas poca horas. Algunos no lo lograban ni en toda una vida.

Claire retrocedió un paso.

Se moría por consolar a Leon. Por abrazarlo fuerte. Por paliar su dolor, como fuera. Pero sabía que no debía acercarse.

Leon necesitaba más tiempo del que él mismo estaba pidiendo. Y Claire ahora lo entendía. Y por supuesto, se lo concedería.

Aunque mantenerse alejada de él fuera como recibir cien puñaladas en el corazón. 

Ahora él era la prioridad.

Y no creáis que Leon no se percató de esto.

Cuando apoyó los antebrazos sobre sus cuádriceps, cerrando los ojos y dejando la cabeza colgar hacia delante, escuchó claramente los pasos de la pelirroja aproximándose hacia él.

Su primer pensamiento fue el de que, por favor, no le tocara.

Y la pelirroja no le tocó.

Su siguiente pensamiento fue el de que, por favor, se alejara de él. Y la pelirroja se alejó.

Su siguiente pensamiento fue de profunda tristeza, donde suplicaba que la pelirroja lo abrazara con fuerza. Pero eso no ocurrió.

“Recomponte. Respira. Ya ha pasado. Sigue.” Se repetía el rubio en su fuero interno, tratando de volver a la vertical.

Leon inspiró profundamente y después soltó el aire entre sus labios pausadamente.

Secó con el talón de sus manos la humedad que había aparecido en sus ojos y, carraspeando, volvió a alzar su cuerpo.

Abrió los ojos, y vio a Claire, de pie, a dos pasos de distancia, mirándole con preocupación.

Otra vez esa horrible sensación de asco ante la compasión. Joder, el agente especial tenía que superar ese escoyo en su vida de una buena vez.

Al menos la pelirroja no le estaba preguntando si estaba bien. Pero Leon, pese a todo, sabía que, por más que le resquemara, la pelirroja estaba preocupada por él, y no podía dejarla en ese estado.

Si ella podía hacer el esfuerzo de no preguntar, él bien podía hacer el esfuerzo de tranquilizarla.

—Estoy bien. —Dijo Leon, carraspeando su garganta, dándole la espalda a Claire y recolocándose un testículo.

Claire no dijo nada. O al menos nada al respecto. Porque de todas formas no había nada que decir.

Ella había llegado a una verdad. Y lo lamentaba mucho por su novio. Y si estuviera en su mano, las cosas se tratarían de otra forma.

Pero se harían las cosas a la manera de él, que era, al fin y al cabo, la víctima.

—¿Tienes agua? —Preguntó Claire, rompiendo el silencio incomodo que estaba creciendo en el ambiente, tratando de volver a poner los pies en la misión.

Leon, que se había vuelto a aproximar a otra consola, pensando en volver al silencio y a sus pensamientos, se giró hacia Claire, procesando que su pregunta no tenía nada que ver ni con él ni con el momento que acababa de tener y, agradecido, metió la mano en uno de los bolsillos laterales de sus cargo, y saco medio sobre de agua que todavía les quedaba. 

Y se lo lanzó a la pelirroja.

—¿Solo nos queda esto? —Preguntó Claire. —Prefiero reservarlo.

—No, no te preocupes. —Contestó el rubio mientras accionaba otros interruptores. —Conseguí otras dos botellas de agua de una sala de descanso para el personal de mantenimiento.

»Puedes acabarte el sobre, si quieres.

—¡Ah! Genial. Tengo la boca seca. Ese refresco de antes hizo maravillas, pero me ha despertado la sed. —Comentó Claire, con esa voz suya de “¡Hey! Aquí no ha pasado nada. Somos dos colegas conversando sobre cosas banales y sin importancia, porque no hay nada importante que debamos abordar.”

Y la verdad, es que el rubio lo agradecía. Aunque sabía que la pelirroja estaba haciendo un gran esfuerzo por darle su espacio, y eso, al mismo tiempo, pesaba.

Leon no sabia cómo, pero tenía que sobreponerse y superar su trauma. No podía ser que cada vez que sintiera atracción sexual, Alexis abordara su mente y le dejara tan destrozado, física y mentalmente. Porque él adoraba el sexo, la diversión, a Claire. Y no quería renunciar a nada.

Sin contar con el daño que su dolor infligía a la otra parte.

Pero ahí dentro, el rubio sentía que era poco lo que podía hacer, más allá de tratar de mantener una relación cordial y poco a poco cercana con la pelirroja, para poder continuar su misión en paz.

Sin embargo, Leon miraba más lejos en sus pensamientos. Miraba hacia un futuro donde los dos estuvieran muy lejos de ese lugar. Un futuro donde Alexis por fin estuviera muerto y donde Leon pudiera sincerarse en terapia y, por fin, recibir la ayuda que necesitaba.

Seguro que recuperarse no iba a ser mágico y le iba a costar tanto como aceptar la compasión. Trabajo que por cierto seguía en obras.

Pero al menos esa visión de futuro era mucho más alentadora que la del futuro cercano, ahí atrapados. Y era el combustible perfecto para seguir luchando. 

Nadie lucha por un futuro desolador.

Claire acabó el agua, sintiéndolo realmente muy necesario, y dejó encima de una de las mesas el sobre de forma despreocupada.

Seguro que Leon podía hacer maravillas con objetos antiguos que funcionaran. Pero no parecía que nada ahí fuera a tener vida.

Leon comprobó diferentes interruptores, de diferentes consolas, confirmando que ninguna de ellas tenía paso de corriente.

—¿No funcionan? —Preguntó Claire.

—No lo sé. —Contestó Leon, sacudiendo sus manos y siguiendo el cableado de una de las consolas por las paredes en las que estaban anclados. —Puede que no tengan paso de corriente.

—Pero tenemos luz. Está claro que en esta sala hay electricidad.

—Sí, pero podrían tener tomas de corriente diferentes. —Contestó el rubio, más bien pensativo, moviéndose por el espacio sin perder de vista el cableado que estaba siguiendo.

Claire comenzó a seguir a Leon, cuando este pasó a la otra zona de la sala separada por estanterías.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó la pelirroja.

—Estoy buscando el cuadro de luz al que pertenece este cableado, para comprobar si los plomos funcionan.

»Y de paso compruebo que los cables estar en buenas condiciones.

—¡Ah! —Dijo Claire, levantando las cejas y asintiendo. Tenía sentido. Aunque ella estaba bastante escéptica con que nada en ese lugar  pudiera ser de utilidad.

En esa otra zona, había una puerta de aluminio, de una sola pala y picaporte simple, por dónde se perdía el cableado.

—El cableado sigue por ahí. —Comunicó el rubio. —Sigámoslo.

Y dicho lo cual, Leon volvió a coger su Silver Ghost y Claire lo imitó, empuñando su automática.

Leon apoyó su oído en la puerta y no escuchó ningún sonido. Si se tenía que basar en lo que se habían encontrado hasta ahora, todo parecía indicar que lo que fuera a haber tras esa puerta también estaría despejado.

Abrió una rendija y miró dentro. Estaba todo a oscuras.

Sacó su fiel linterna y alumbró el interior. No parecía haber nada.

En el lateral derecho de la pared había un interruptor. 

Leon metió la mano y lo accionó.

Ante ellos se abrió un corto pasillo que llevaba a un cuadro de luces del tamaño de una persona, con enormes palancas que accionaban el paso de corriente.

Leon avanzó por el pasillo, y descubrió que al lado del cuadro de luces había una enorme puerta de hierro de apertura de palanca, exactamente igual a la que separaba la sala de la trituradora del pasillo que llevaba al rellano de las escaleras del nivel cinco.

Y esa puerta no tendría mayor relevancia sino fuera porque del cuadro de luces salían otros enormes cables que se perdían tras esa puerta.

Pero lo primero era lo primero. Comprobar el cuadro de luces. Y parecía estar todo mal. O al menos mal en el sentido de que no tenía electricidad que accionar.

La enorme palanca que daba paso a la corriente estaba accionado en el modo abierto. Es decir, que de haber electricidad, esta estaría pasando hacia la sala de al lado, encendiendo las consolas de las mesas.

Bueno, siempre y cuando el problema de que no se encendieran fuera debido a la falta de corriente eléctrica, y no fuera simplemente que estaban rotos y habían dejado de funcionar hacía tiempo.

Leon accionó un par de veces la palanca, solo para asegurarse de que el problema persistía. Y entonces miró hacia la puerta de hierro.

—Quieres seguir esos cables, ¿verdad? —Preguntó Claire, que podía leer perfectamente a su rubio.

—Es que si el problema es eléctrico, podríamos solucionarlo rápidamente y pedir el rescate a Hunnigan muy rápido. —Dijo el agente espacial, sacando el mapa de sus cargo.

No recordaba haber visto esa puerta y necesitaba saber qué había al otro lado.

Desplegó el mapa y los dos se asomaron al mismo.

—Estamos aquí. —Señaló Leon. —Y lo que quiera que sea que se esconde detrás de esta puerta no aparece en el mapa.

»Genial. —Dijo el rubio con ironía, mientras volvía a plegar el mapa con fastidio.

Leon y Claire se quedaron en silencio por unos segundos. 

Leon mirando la puerta y los cables.

Claire mirando a Leon.

—Sigamos esos cables. —Dijo Claire entonces, sacando al rubio de su momentáneo ensoñamiento. —Tienes razón. Si la solución es simple, nos estaremos asegurando una salida.

»Y si no, nuestra situación no habrá cambiado mucho.

—Bueno pero, hay algo que no te he contado. —Dijo Leon, que no se había guardado esa información por nada en especial, sino porque se le había pasado por alto. —Cuando estuve en la cafetería del nivel cinco, me encontré con algunos soldados abandonados a su suerte.

»Tres de ellos eran esos tres a los que salvamos antes de entrar al crematorio.

—¡Los recuerdo! —Dijo Claire, sombrada. —¡Consiguieron escapar!

—Bueno, al menos consiguieron retornar hasta la cafetería. —Aclaró Leon. —Estaban en apuros cuando les encontré y prácticamente sin munición.

»Les entregué la tarjeta de Boris para que pudieran salir por los conductos de ventilación del cuarto general de ventilación. Como íbamos a hacer nosotros al inicio.

»A cambio me dieron seis balas. No está mal.

—Hiciste bien. —Sentenció Claire, sonriendo. En fin, no conocía de nada a esos hombres, pero se sentía como un triunfo personal que las personas a las que habían salvado, aunque les estuvieran dando caza, hubieran logrado sobrevivir tanto tiempo.

—El caso es que entre el grupo de soldados, había un piloto. Me dijo que en cuanto salieran al exterior, nos esperaría cinco horas en su helicóptero para sacarnos de aquí.

La cara de Claire se iluminó y sus ojos se abrieron con toda la fuerza de la esperanza.

—Espera, no te emociones tanto. —La detuvo Leon. —No tengo forma de saber si ha logrado salir al exterior, ni cuando. Así que no puedo predecir cuándo va a llegar, ni si estará ahí para cuando nosotros lleguemos.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que os despedisteis? —Preguntó Claire.

—Ahora, dos horas. —Dijo Leon, consultando su reloj. —Calculo que si pasada una hora desde que nos despedimos hubiera logrado salir, ahora mismo nos quedarían cuatro horas.

—Cuatro horas. —Susurró Claire, pensativa.

—No sabemos que hay detrás de esta puerta. Pero si nos aventuramos a seguir los cables, podríamos perder nuestra oportunidad de coger ese helicóptero.

Ambos guardaron silencio mirándose a los ojos con entendimiento.

—Pensemos con la mente fría. —Dijo entonces Claire. —Estimamos que como mínimo tenemos cuatro horas para salir de aquí y llegar al helipuerto.

—Correcto. —Dijo Leon.

—Pero no sabemos cuánto tiempo nos podría llevar salir de aquí, ni cuanto tiempo nos podría llevar escalar los 200m de pared. 

»O al menos yo no sé cuánto tiempo me llevaría a mí.

—Sí. —Asintió el agente especial.

—Tal y como yo lo veo, incluso aunque saliéramos ahora en dirección al exterior, nada nos dice que fuéramos a conseguir llegar a tiempo al helipuerto.

»Y habríamos perdido nuestra oportunidad de devolverle la vida a toda esta chatarra y comunicarnos con Hunnigan. Que sería quien realmente nos podría asegurar una salida. —Dijo Claire, moviéndose de lado a lado del estrecho pasillo, razonando y ordenando sus pensamientos en voz alta, para compartirlos con el rubio.

—Lo único que podría interponerse a una decisión concreta, es el hecho de que esas cuatro horas son una estimación. ¿Y si el piloto tardara más tiempo en llegar al helipuerto? ¿Y si en realidad tuviéramos todavía más tiempo?

—Pero ni quiera podemos estar seguros de que el piloto siga vivo. —Volvió a intervenir Claire. —¿Y si ninguno ha logrado llegar a la sala de ventilación?

—Ya. —Asintió Leon. —La opción de tener un piloto esperándonos es muy esperanzadora. Pero tratar de comunicarnos con Hunnigan se siente más seguro.

»Incluso sabiendo que puede ser que no lo consigamos.

Claire asintió y detuvo  sus pasos.

—Entonces, ¿sabemos lo que vamos a hacer? —Preguntó la pelirroja, mirando a Leon a los ojos.

Leon asintió hacia Claire y después devolvió sus ojos a la puerta de hierro que tenía frente a sí.

—Sigamos los cables.

RE:PE_Ilustración_PaulaRuiz

 

Chapter 23: Jaque al rey

Notes:

ADVERTENCIA: Capítulo sensible. Se aconseja la discreción del lector.

Chapter Text

RE:PE_Cabezada_PaulaRuiz

Quien no apuesta, no gana.

Seguro que habéis escuchado este refrán mil veces.

Significa que para lograr unos objetivos hay que salir de la zona de confort y asumir riesgos. Lo contrario te puede estancar. Hacer que no tomes acción sobre algo y así perderte la oportunidad de lograr esos objetivos, y quedarte con la eterna duda de si habrías tenido éxito.

Y en realidad no hay que pensar demasiado para entender que tiene bastante sentido, ¿no? Sí no lo intentas, nunca sabrás cuál es el resultado final.

Por supuesto, tener en cuenta los riesgos es muy inteligente. Hacer caso de las cifras y las probabilidades, los consejos de la gente y el instinto propio y, en definitiva, moverte sobre terreno seguro, ayudan a no cometer errores garrafales.

Pero hay momentos en la vida donde el riesgo es la clave.

Son esos puntos de inflexión que hacen que tu mundo y tu realidad den un giro de 180º y que ese cambio que necesitas suceda. Para bien o para mal.

Sin embargo, parece que el refrán cobra un nuevo significado, o al menos se percibe casi desde una posición cínica, cuando el riesgo a correr es un balance entre la vida y la muerte. Es decir, si el riesgo a correr puede determinar que sigas vivo o no, el refrán se queda demasiado ligero frente al peso de la realidad y le hace preguntarse a uno si tiene tanto sentido como parece y, sobre todo, si merece la pena jugarse la vida y tal vez morir.

Esa era la situación en la que se encontraban Leon y Claire cuando tomaron la que consideraron la decisión más racional de renunciar a una posible huida inmediata en helicóptero o alargar su estancia en Trizom por un posible contacto con logística.

Habían razonado los riesgos y las posibilidades y, aunque ciertamente desolador para ellos, tomaron la decisión que, de salir bien, podría abrirles más puertas. Aunque sus corazones quisieran tirar de ellos hacia una salida rápida, fuera cual fuera.

Llevaban ya varios días ahí encerrados sin ver más que hormigón, luces frías de fluorescentes o paisajes falsos tras ventanas falsas.

Y es que hay algo antropológico en poder mirar al exterior, que afecta por igual a todos los seres vivos.

Poder alzar la vista y ver el cielo, ya fuera soleado, despejado, nublado o nocturno, le hacía a uno conectar con una parte humana y trascendente, que te recuerda que eres parte de algo más grande en medio de los confines del universo.

Poder respirar aire fresco. Sentir el viento en la cara o azotando tu cabello. El sol calentando tu piel o la lluvia empapando tu cuerpo.

Poder caminar descalzo por la hierba. Zambullirte en el mar. Rodar por la nieve. Trepar a un árbol. Alcanzar una cima.

La libertad.

Eso sí que no tenía ningún precio.

Claire y Leon eran prisioneros. Se les había privado de su libertad en contra de su voluntad. Y se movían sin descanso dentro de sus jaulas, luchando contra las cadenas que los mantenía amarrados a un poste, antes de que la ausencia de libertad los desconectara tanto de la naturaleza humana, a nivel emocional y psicológico, y los rindiera a los pies de su captor.

Antes de que la esperanza se rompiera en mil pedazos y la libertad negativa, con su ausencia de obstáculos e interferencias externas, se volviera inalcanzable y la aceptación de un destino trágico se instaurara en sus mentes.

No rendirse era en realidad un súper poder. El súper poder más valioso de todos. Luchar con decisión y no dejarse anular por los desafíos, era una muestra de perseverancia y resiliencia que en muchas ocasiones parecía cosa de súper héroes y no de personas corrientes y mundanas.

Pero de momento, Leon y Claire eran la muestra de que no hacía falta tener súper poderes para ser un súper héroe. Y que un humano cualquiera podía luchar sin descanso hasta lograr lo que desea. O al menos, hasta saberse satisfecho con el esfuerzo y alcanzar la verdad de una meta.

Es cierto que Leon tenía unas habilidades físicas increíbles y que había recibido un entrenamiento exhaustivo que lo habían convertido en una máquina letal; y también era cierto que Claire, tras ser inyectada con la nueva versión del virus G, mostraba súper poderes reales, y eso les convertía en súper héroes, más allá de un humano corriente.

Pero la fuerza para no rendirse no viene de los músculos o de la ciencia, ¿verdad? Viene de otra parte. De la mente. Y aunque pueda ser un rasgo innato, también se puede aprender y fortalecer. No es inalcanzable. No es un imposible. No es cosa de súper héroes, aunque sea un súper poder.

Así que, aunque tanto Leon como Claire deseaban salir de ahí cuanto antes, no podían cometer errores llevados por la ansiedad. Y decidieron tomar un camino incierto con la esperanza de que  les fuera de ayuda y, al mismo tiempo con premura, tirando de su fuerza de voluntad con determinación, para que, pasara lo que pasara, rendirse  no fuera una opción. 

Aunque estuvieran ya tan cansados de luchar. Aunque sintieran que tanto esfuerzo y dolor no les llevara a nada. Aunque todavía existiera la posibilidad de perder en esa guerra.

Rendirse no era una opción.

Como tampoco lo era el dudar.

Habían tomado una decisión. Una decisión consensuada. Y tenían que ir con ella hasta el final. Siendo ambos responsables del resultado, fuera cual fuese.

La puerta que tenían frente a sí, no solo era tan antigua como todo lo que los rodeaba, sino que el óxido que la recubría tenía tal grosor, que la hacía ver prácticamente soldada en sus bisagras. Hasta el punto de que tanto Leon como Claire dudaron de que se pudiera abrir.

Fue Leon quien tomó la palanca entre sus manos para abrir el cerrojo. Y cual fue su sorpresa cuando el cerrojo no solo fue fácil de abrir, sino que la palanca se rompió quedando el agente especial con la empuñadura en la mano.

Y no solo eso, la propia empuñadura se volvió arena ante la presión de agarre del rubio, que miró a Claire con el ceño fruncido y los ojos muy abiertos por la sorpresa.

—Pero qué fuerte estás. —Dijo la pelirroja, ronroneando como una gata, para justo después reírse.

Leon se rió a su vez mientras sacudía sus manos y acto seguido cogió el tirador de la puerta para tratar de abrirla, consiguiendo el mismo resultado. Sí, el tirador se desenganchó de la puerta y se deshizo entre los dedos de Leon.

—Voy a empezar a pensar que sí que estoy fuerte. —Comentó el rubio, volviendo a sacudir sus manos.

—¿A empezar? —Preguntó Claire, apoyándose de lado contra la pared y alzando una ceja hacia el agente especial. —¿No tienes espejos en casa?

—Tengo varios. 

—No me lo creo.

—Cuando salgamos de aquí te llevo a mi casa y lo compruebas por ti misma. —Le dijo Leon, guiñándole un ojo a la pelirroja, que siempre prendía algo dentro de ella. Como si ese guiño de ojos fuera la piedra de un mechero friccionando contra el pedernal, generando chispas. Y ella estuviera hecha de gas, preparada para la combustión.

—Solo si nos miramos juntos en esos espejos. —Le contestó Claire al rubio, con las mejillas encendidas súbitamente por la imagen que se estaba dibujando en su cabeza, al tiempo que le devolvía el guiño de ojos a Leon, que no era inmune a esos océanos increíbles que tenía la pelirroja.

Leon miró a Claire y a sus mejillas rosadas, y supo perfectamente lo que estaba ocurriendo en la cabeza de la pelirroja, sintiendo él a su vez ese calor tan excitante y añorado en su pecho.

Una risa con mucho aire se escapó de entre sus dientes y sin separar sus ojos de los de ella, contestó.

—Tenemos un trato, pelirroja. 

—Me muero de ganas. —Dijo Claire, que sostuvo la mirada de Leon con la entereza de quien sabe lo que quiere y desea.

Fue Leon quien tuvo que retirar sus ojos, sin borrar la sonrisa, mientras negaba con la cabeza, tratando de volver a concentrarse en la puerta arenosa frente a él.

El óxido llevaba tantos años trabajando en el hierro que conformaba esa entrada que, aunque la imagen inicial fuera la de un camino imposible de seguir, estaba claro que eso solo era un espejismos y que en realidad estaban ante una cortina de seda.

Leon comenzó a tirar de las trincas de la puerta y, sin ningún esfuerzo, estas se desprendieron dejándose caer al suelo. O al menos aquellas partes que todavía no habían sido devoradas por el óxido.

Repitió el mismo trabajo con las bisagras de la puerta, obteniendo el mismo resultado feliz.

Entre el marco de la puerta y la puerta, había una tira de hierro, tachonada en el límite de la misma, que servía para tapar las rendijas y hacer que ese tipo de puertas fueran estancas.

Leon comenzó a tirar de ella, con la intención de desmantelar la puerta poco a poco, pero este borde ferroso no solo no se desprendía como el resto, sino que presentaba menos óxido que todo lo demás hasta el momento.

Resultaba extraño. Era como si el óxido proviniera de las propias paredes.

—Claire, ayúdame a tirar del borde, por favor. Tú de ese lado y yo de este. —Pidió Leon, al tiempo que la pelirroja obedecía.

Ambos comenzaron a tirar con fuerza, y parecía que la puerta comenzaba a ceder hacia ellos. O al menos habían conseguido moverla unos poco centímetros desencajándola de su marco. Pero teniendo en cuenta el grosor de este tipo de puertas, que generalmente alcanzaban los dos palmos de anchura, unos pocos centímetros no servían de mucho.

Entonces, ese borde que no quería desprenderse, se desprendió, rendido ante la fuerza conjunta de Leon y Claire. Lo que al principio a Leon le pareció una magnifica noticia, pero pronto se daría cuenta de que no lo era.

Sin ese borde tachonado que parecía molestar, apenas existía un mínimo de superficie del que poder tirar. Así que ahora Leon y Claire se encontraban ante una pesada puerta oxidada que no podían abrir porque no quedaba nada en ella que sirviera para jalar.

—Mierda. —Murmuró Leon, mientras Claire comenzaba a quitarse la chupa y se la ataba a la cintura. 

—Hazte a un lado. —Le pidió Claire al rubio, colocándose delante de la puerta.

—¿Qué vas a hacer? —Preguntó el agente especial, quitándose de en medio, como se le había pedido.

—Abrirnos paso. —Contestó Claire, mientras restallaba su cuello hacia un lado y hacia el otro.

Entonces, la pelirroja permitió que su masa muscular creciera hasta los límites de su transformación y, lanzando un potente puñetazo al centro de la puerta, esta salió volando hacia el lado contrario de su apertura, arrancando de la pared partes del marco y levantando una terrible polvareda de óxido de hierro imposible de respirar.

Claire y Leon se hicieron a un lado mientras tosían, esperando que la polvareda se sedimentara en el suelo, mientras miraban el nuevo espacio abierto en la pared dejándoles el camino libre.

El agente especial miró a Claire para preguntarle si estaba bien después de semejante muestra de fuerza. Pero se quedó prendado mirando el físico de la pelirroja, y ningún sonido salio de su boca.

Como movido por unos hilos que no controlaba, alargo la mano más próxima a Claire y apretó su bíceps, que era inabarcable, comprobando la dureza del músculo. Y es que era una auténtica roca.

Cuando se percató del gesto, levantó los ojos hacia la cara de Claire, que le estaba mirando.

La cara de la pelirroja, también se transformaba cuando entraba en modo Hulka.

Sus dejas eran más largas y pobladas; su boca era más ancha, y sus labios carnosos mantenían la concordancia con sus eternos labios de cereza; su nariz conservaba su tamaño, pero no así sus pómulos. Era como si toda la estructura ósea creciera en consonancia al aumento del cuerpo, exceptuando la nariz o las orejas.

Y sus ojos eran una transformación que a Leon le ponía los pelos de punta y al mismo tiempo lo atrapaban sin remisión. Como una especie de morbosidad hacia algo que despierta tus alarmas, pero del que no deseas huir.

Como quien tiene miedo a la oscuridad y aun así se adentra en ella, porque el miedo despierta algo tan excitante, que este comienza a convivir con el placer a partes iguales.

Los ojos de Claire crecían de forma proporcional al resto de su rostro, o tal vez eran incluso algo más grandes.

Pero lo que sin duda despertaba en Leon esa sensación de “polilla a la luz”, era el color rojo que tomaban. Había una incandescencia en esos ojos tan grande, que parecía que las imágenes a su alrededor ondeaban por efecto del calor.

Una película roja y potente cubría todo el globo ocular. Desde la esclerótica, hasta los iris y las pupilas. Pero era una película traslúcida, por lo que todavía se podía diferenciar la parte más oscura correspondiente a la pupila, y una parte más clara correspondiente al iris. Un iris, cuyo color era ambarino y parecía que en su interior danzaran las llamas.

Leon se sentía completamente hipnotizado por Claire. Ella era una sirena y él un pobre marinero. Y sus ojos eran el cantó que lo empujaba a arrojarse al mar.

Leon movió la mano que mantenía sobre el bíceps de Claire, pasando a su deltoides y después a su trapecio hasta que terminó en su cuello, acunando parte de su cara.

Claire estaba muy caliente, pero no sudaba. Su tacto era suave. Tan suave que Leon pensó que sus manos ásperas podrían ofender esa suavidad.

El rubio, todavía no del todo consciente de sus actos, levantó su otra mano y acunó el otro lado de la cara de Claire, acercando sus rostros el uno al otro.

Observando más de cerca las llamas en esos ojos tan increíbles.

Y sin poder contenerse más, Leon la besó.

El movimiento fue tan natural y fluido que no hubo ninguna interferencia que ayudara a pensárselo dos veces. Porque Leon seguía viendo a Claire, aunque su aspecto fuera distinto.

¿Dónde había quedado su trauma en esos momentos? Ni él lo sabía. Estaba tan lejos de la realidad que unicamente se estaba dejando llevar por el deseo. Podríamos decir que el canto de sirena ocupaba tanto dentro de sí mismo, que las voces del trauma que gritaban abriéndose paso se esforzaban en vano, pues de ellas no llegaba ni la más mínima nota.

Cuando Leon introdujo su lengua en la boca de la pelirroja, lo primero que sintió fue el calor. Si por fuera Claire estaba ardiendo, por dentro estaba incendiada. Justo en el límite entre lo que quema y lo que es tolerable. Pero es que el rubio no podía detenerse. Cuanto más quemaba más pedía, como si de una adicción se tratase. Para el rubio se sentía como si deseara devorarla.

Claire comenzó a perder su tamaño, rendida a Leon y a su boca.

Y sí, a estas alturas Claire sentía que igual que podía controlar la transformación podía controlar el proceso inverso. Pero en este caso, podemos decir que simplemente ocurrió sin más. Como las llamas que se extinguen solas, no porque no haya nada más que quemar, sino por falta de oxígeno. Suavemente.

Leon siguió besando, sintiendo en la temperatura y en su tacto como los cantos de sirena se iban apagando y la razón comenzaba a hacer acto de presencia.

En cierto momento, Leon pasó su lengua por la línea de dientes de Claire y percibió unos colmillos tan pronunciados que tuvo que separase para mirar, justo a  tiempo de ver como la boca de Claire volvía a su aspecto más humano.

Leon alzó los ojos y se encontró con los enormes y precisos océanos azul oscuro de Claire. Y se dio cuenta de lo que acababa de ocurrir.

Y se separó de ella poco a poco, sin retirar su manos de la cara de la pelirroja.

—Perdón. —Susurró Leon, humedeciéndose los labios

—Me ha encantado. —Susurró Claire a su vez que tenía los labios rojos e hinchados por la acción pasional del beso, mientras recuperaba el aliento.

—Pero ni siquiera te he preguntado si querías. —Volvió a susurrar el agente especial, que hablaba mientras trataba de ponerse en orden dentro de sí mismo.

—Me ha encantado. —Volvió a repetir Claire, posando sus manos sobre las del rubio.

—Pero me lancé sin más. —Insistió Leon, siempre en un susurro, acercándose de nuevo a Claire.

—Me. Ha. Encantado. —Devolvió Claire el susurro, pausando sus palabras para dejar en claro, que no le importaba cómo habían llegado a ese momento, porque ella lo había disfrutado muchísimo. 

Francamente la pelirroja no pensó que jamás nadie (obviamente.), ni siquiera Leon, —que había mencionado que el personaje de cómic Hulka le ponía. —, se atrevería a besarla con su aspecto más monstruoso.

Ella todavía desconocía que aspecto era ese. Pero pensaba de sí misma que tendría más parecido a un Tyrant que a sí misma. Y ese era el error.

Transformada, todo en ella cambiaba y crecía, era cierto. Pero si mirabas detenidamente, seguías apreciando los rasgos de Claire.

Leon, entonces, volvió a eliminar el espacio entre ellos y volvió  besar a Claire. Para acto seguido volver a separarse.

—Perdón otra vez.¿Qué me pasa?

Claire comenzó a carcajearse.

—Qué soy irresistible. —Contestó la pelirroja, sin dejar de reírse.

—De eso nunca ha habido duda. —Dijo Leon, soltando la cara de Claire y dando dos pasos hacia atrás. —Pero antes al menos podía presumir de autocontrol. —Añadió el rubio, pasándose una mano por el pelo, retirándolo hacia atrás.

—¿Y si no quiero que te controles? —Preguntó Claire, sin juegos en su voz.

Leon miró a su pelirroja a los ojos, no sabiendo qué contestar a eso. La pregunta le había pillado desprevenido. El autocontrol era importante. Era una de las características que diferenciaban al humano del resto de animales. Aunque muchas veces los humanos se movieran por instintos.

Claire entonces bajó la mirada, soltando una pequeña risa irónica, mientras se pasaba detrás de las orejas los mechones de pelo  que caían por los laterales de su cara.

—Me ha encantado que me besaras, porque lo hiciste mientras estaba transformada. —Dijo entonces Claire, mirándose las botas y cruzando los brazos por debajo del pecho. —Ha sido precioso. 

»Por un momento dejé de sentir remordimiento y vergüenza y... —Claire se cayó entonces, pensando sus siguientes palabras. Se humedeció los labios y continuó, aun sin levantar la vista. —Me hiciste sentir muy bien por primera vez en esa forma. Me hiciste sentir deseada.

»Hiciste que por un momento se me olvidara mi físico y me sintiera mujer.

—Eres la mujer más hermosa del mundo, Claire. —Dijo Leon, llevándose una mano al pecho. —Y cuando te transformas eres absolutamente magnética.

Claire alzó la vista hacia Leon, prendándose de sus ojos y de su voz.

—Nunca te había visto tan de cerca en plena transformación. Y eres belleza en estado puro. No tengo más palabras para describir lo increíble que es mirarte así. —Las cejas de Leon se alzaron y sus ojos saltaban de una pupila de Claire a otra, tratando de hacerla comprender lo trascendental de sus palabras. —Eres atrayente y una tentación increíble. Y al mismo tiempo, inquietante y sorprendente. Eres como contemplar el paisaje más hermoso al borde del acantilado más alto; o como contemplar la ola más grande del mundo mientras te bañas en el mar; como tomar la curva más cerrada cuando vas a toda ostia con la moto. 

Esa referencia era tan perfecta, que Claire sintió que comprendía, sin ningún tipo de dudas, la sensación maravillosa de la que hablaba Leon.

—Eres sublime, Claire. Y me dejas en un estado tan contemplativo y desarmado, que hace que me quiera perder en esos ojos en llamas o que me quiera consumir en tu boca, para siempre. —Continuó hablando Leon, volviendo a acercarse a Claire, todavía con una mano en el pecho. —Pero como te digo, no tengo palabras para expresar fielmente lo que despiertas en mí. 

»Si la palabra que mejor pudiera expresar lo que siento fuera la palabra increíble, entonces lo que siento por ti, trasformada o sin transformar, es increíble.

»Increíble, pelirroja.

Claire ya no estaba observando a Leon. Estaba observando a la verdad en forma de hombre.

Qué manera tan magnifica de hacerla sentir bien. Era como si fuera el guardián de las palabras y, pese a que decía no tenerlas para expresarse, siempre sabía qué decir para elevarla a otro plano donde ella podía vibrar alto. Y donde era a ella a quien dejaba  entonces sin palabras.

—Joder. —Fue lo único que Claire fue capaz de decir, en un susurro tan bajo, que solo alguien tan cerca de ella como estaba Leon podría haberla escuchado.

—Sí. Joder. —Dijo a su vez Leon, al tiempo que posaba un beso en la frente de Claire y la abrazaba apoyando su barbilla en su coronilla.

Claire por su parte, descruzó sus brazos y rodeó la cintura del rubio, sonriendo feliz.

—¿Y tú eres el que no tiene palabras para expresarse? ¡Ja! —Dijo Claire, riéndose, con la mejilla apoyada sobre el pecho del agente especial.

—La verdad es que he bordado el discurso. —Dijo Leon, riéndose a su vez. —No me lo esperaba. Soy un poeta. 

Claire se carcajeo, alejándose de Leon y rompiendo el abrazo, mientras negaba con la cabeza.

—Poeta e idiota a partes igual. —Dijo la pelirroja entonces.

—Son buenos atributos, no me voy a quejar. —Contestó Leon riéndose a su vez, separándose de Claire y girándose hacia el hueco de la pared. —¿Seguimos? En realidad tenemos prisa.

—Sí, sí. Vamos. —Contestó Claire, separándose de la pared y acercándose al rubio. —Pero Leon. Solo una cosa.

»Gracias.

Leon miró a Claire por encima del hombro sonriéndola.

—Te amo mucho. —Dijo el rubio.

Claire le devolvió la sonrisa.

—Y yo a ti.

Y ambos se adentraron por el hueco en la pared, hacia lo desconocido, en busca de algo de luz.

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Viendo el otro lado del hueco en la pared, ahora tenía mucho más sentido que la puerta estuviera tan devorada por el óxido.

El espacio al otro lado era oscuro, húmedo y ferroso. Y cuando digo ferroso, quiero decir que la propia roca al natural que conformaba ese nuevo espacio, estaba compuesto en gran medida de hierro en estado mineral.

La humedad se respiraba en el ambiente y se sentía en la piel como una suave bruma, que tenía un olor terrible a metal y tierra con un toque agrio, que penetraba las fosas nasales de nuestros protagonistas hasta tocar hueso.

Leon encendió su linterna, pues en ese nuevo lugar no había fluorescentes ni ningún otro dispositivo eléctrico que pudiera dar luz, y pudieron comprobar que el espacio ante sí era lo más primitivo que habían visto desde que quedasen atrapados en el complejo.

De hecho, independientemente de la humedad o el mal olor, el espacio era tan natural, que sentían que podían volver a conectar con esa parte antropológica de libertad que mencionábamos al inicio.

El espacio era en realidad un pequeño pasillo, con la forma orgánica propia de una cueva, por cuyas pareced corría el agua, de cuyo techo goteaba y en el suelo se encharcaba.

Todo guardaba un bonito color rojizo, naranja y marrón, propio del hierro en proceso de oxidación. Y es que ese lugar era idóneo para ello. Solo hace falta oxígeno y agua para que el hierro se oxide. Y ahí había de todo a raudales.

 Un golpe de viento azotó sus caras, proveniente del final del pasillo, y el sonido del mar llenó sus oídos. 

Claire sintió un burbujeo repentino en el corazón al sentir y escuchar tanta naturaleza. Y creyó por un momento, que sus piernas echarían a correr solas en busca de la fuente de aquella maravilla.

Emocionada, siguió de cerca a Leon, que encabezaba la marchar al ser quien portaba la luz, hasta que llegaron al final del pasillo, dando directamente con una bajada acompañada de escaleras de mano.

Leon se asomó al hueco. Abajo había luz, y podía ver un suelo rocoso como el que estaba pisando en ese instante.

Con la linterna alumbró hacia arriba y comprobó que las escaleras subían y subían hasta donde se perdía la luz, y el agente especial entendió dónde se encontraban en ese momento.

—Ya sé donde estamos. —Comentó en voz alta.

—¿Dónde? —Preguntó Claire, que esperaba tras Leon.

—¿Sabes el pasadizo que tomamos para bajar del armario de escobas del nivel uno al armario de escobas del nivel dos? —Preguntó el rubio.

—No me digas que estamos en el mismo lugar. —Contestó Claire, abriendo los ojos por la sorpresa.

Leon se giró hacia la pelirroja, asintiendo con la cabeza.

—De hecho, use el mismo pasadizo en el nivel tres para bajar al nivel cinco para tu rescate, y desde la entrada al nivel cinco, ya había escuchado el mar Así que supuse que habría alguna conexión con ello.

»Lo que no pensé es que estuviéramos acercándonos a ello. Ya sabes que el pasadizo no aparece en el mapa.

Claire asintió y se asomó para ver el fondo.

—Hay luz. —Comentó. —¿Bajamos?

Leon entonces levantó la vista, alumbrando con su linterna el cableado que salía del cuadro de luces de la sala de comunicaciones, y que descendía por el pasadizo, perdiéndose de su vista en el techado del fondo.

—A donde vayan estos cables iremos nosotros. —Contestó Leon. —Así que sí. Bajamos.

Y dicho lo cual, se metió la linterna en la boca y se agarró a la escalera de mano por la que comenzó a descender, seguido de Claire.

Por la gran humedad que había en el ambiente, las escaleras que usaban estaban muy resbaladizas y mostraban partes oxidadas, pero por suerte no tanto como para romperse bajo su peso. Estaba claro que eran de algún tipo de metal que no era el hierro. Sino, al apoyar un pie, la escalera habría desparecido.

Pero por como  sudaba el ambiente, ambos tenían que bajar despacio y asegurar cada paso, si no querían precipitarse desde al menos siete metros de altura.

Y no era tarea fácil, pues a medida que iban descendiendo el sonido del oleaje se hacía más claro, así como la luz que llenaba el espacio, haciendo que sus corazones palpitaran desbocados por el llamado de una naturaleza que no se quería hacer esperar. Lo que los empujaba a querer ir más rápido y sin cuidado.

Parecía que hasta la tarea más simple, era un escoyo increíblemente difícil de saltar. Solía ocurrir cuando el agotamiento mental estaba sentado a tu lado tomándose una buena taza de te mientras te observaba con diversión por encima de sus gafas de media luna.

Pero todavía había sensatez suficiente en ambos como para controlar sus impulsos y contener sus emociones.

Cuando salieron del pasadizo a una zona abierta y amplia, la luz entraba por una enorme apertura en la pared rocosa del peñón con una fuerza casi abrasadora. Y tanto Leon como Claire pudieron observar, no sin asombro, un espacio tan diáfano y con techos tan altos que de alguna forma se sentía como estar dentro de una catedral natural, mientras seguían descendiendo por las escaleras de mano.

Cada peldaño que bajaban hacía eco en las paredes y se entremezclaba con el sonido del mar que entraba por la apertura, formando una pequeña cala, y que chocaba contra las rocas que la rodeaban. Era como si se hubiese formado ahí un pequeño lago o laguna o golfo, que hacían de ese lugar un sitio hermoso donde bañarse.

Cuando el descenso llegó a su fin, ambos aprovecharon unos segundos para poder observar mejor aquello que los rodeaba.

Claire miró hacia el exterior, y vio el cielo despejado, que la llenó de una energía imparable y al mismo tiempo, por inalcanzable, de una melancolía que deprimía  sus esperanzas.

Claire avanzó hasta el limite rocoso donde estaban para aproximarse a la apertura lo máximo posible, aunque seguía habiendo mucha distancia, y sintiendo miedo de pestañear, pues no quería perderse ni un micro segundo de ese cielo, se quedó ahí, mirando, soñando despierta con el momento en que lo volvería a mirar lejos de ahí.

Leon avanzó hasta ponerse a su lado y observó ese cielo a su vez, mientras inspiraba profundamente, permitiendo que el olor a salitre llenara sus sentidos.

—Acabo de darme cuenta, —Comenzó a decir Claire. —, ahora, mirando al cielo, de lo mucho que lo echaba de menos. De lo importante que es para mí.

»Y de que me habría vuelto loca si no lo hubiera podido ver cada vez en tus ojos.

Leon miró entonces a Claire. La pelirroja le acababa de decir algo precioso.

Claire por su parte, seguía mirando al cielo y, tomando una temblorosa bocanada de aire, dos enormes lágrimas rodaron por sus mejillas hasta precipitarse contra el suelo.

Leon comprendía perfectamente la emoción que embargaba a la pelirroja, porque él mismo lo estaba sintiendo. Y era casi vertiginoso. 

Como cuando en una montaña rusa estás arriba del todo, en el angulo exacto donde va a comenzar la bajada, pero que nunca llega. Siempre al borde de la adrenalina.

Leon, enternecido por la visión de su Claire, pasó un brazo por detrás del cuello de la pelirroja y, atrayéndola hacia él, le dio un beso en la mejilla y después, descansó su pómulo sobre la cabeza de esta, volviendo a mirar al cielo.

Claire pasó un brazo por detrás de la cintura de Leon y ambos dejaron sus pesos sobre el otro, en una postura de descanso activo que les retroalimentaba con un apoyo moral muy necesario.

Y así, recortados por la luz, la estampa de estos dos se le antojó a la narradora como un oasis en medio de una historia que no descansa.

Y ellos no podían descansar. Tenían realmente prisa. Pero arrebatarles solo cinco minutos más de tranquilidad compartida, sería una crueldad.

La base del peñón en el que se encontraban era casi cuadrada, así que sus dimensiones eran casi las mismas tanto de largo como de ancho. Y todavía quedaba en ese nuevo lugar mucho por ver, pues aunque el pequeño largo formado en su interior llegaba a un límite natural, más allá de ese límite, había roca que recorrer donde la oscuridad se hacía espesa y los cables que Leon y Claire estaban siguiendo, se perdían en esa espesura.

—Tenemos que seguir. —Dijo entonces Leon, con la voz grabe y cansada. Como alguien que se acaba de despertar.

—¿No podemos volver nadando? —Preguntó Claire, sin un ápice de ironía en la voz.

—No creo que lográramos llegar a la costa. —Contestó Leon, estrechando a Claire un poco más y, acto seguido, dejó otro beso sobre su cabeza. —Movámonos, Claire.

La pelirroja, sacando fuerzas que no sabía que tenía, finalmente soltó la cintura de Leon al tiempo que este tomaba distancia y, girándose, comenzaron a caminar hacia la oscuridad con un paso que se movía por inercia, pero no con decisión.

Ambos habían dejado algo de ellos ahí, contemplando el cielo y sintiendo un vacío emocional enorme, pero al que no podían prestar atención.

No podían detenerse. Y además, saber que estaban juntos era el único consuelo que necesitaban para seguir luchando. Así que no se iban a dejar sobrepasar por las emociones. Ni siquiera aunque ello supusiera hacer de tripas corazón.

Seguir ahora el cableado no era una tarea tan sencilla como hasta el momento.

Del techo colgaban estalactitas de todos los tamaños y cuando se instaló ese cableado, se hizo siguiendo las curvas y giros naturales del techo y no tratando se seguir una linea recta, por lo que avanzar se dificultaba, teniendo en cuenta que tenían que ir mirando al techo apuntando con la linterna, y al mismo tiempo pisar sobre seguro en un suelo lleno de irregularidades. Pero el trabajo en equipo, dándose las manos, aguantando al compañero si resbalaba o ayudando a descender pequeños desniveles, ayudaba a que fuera un camino duro pero transitable.

A medida que nuestros protagonistas se adentraban en la oscuridad y la luz a sus espaldas se iba apagando, pudieron sentir que la temperatura del lugar iba en aumento. Y la humedad que les empapaba el rostro, ya no parecía simplemente vapor de agua, si no que había algo más, dado que tanto Leon como Claire, comenzaban a sentirse pegajosos.

Respirar comenzaba a dificultarse. Como si en el ambiente cada vez hubiese menos oxigeno, pero sin explicación aparente. Y eso empezaba a hacer sentir a Leon y a Claire muy agotados físicamente, aunque de una forma tan paulatina, que apenas estaban siendo conscientes de ello.

Y de la misma forma paulatina, comenzaron a haber cambios en el paisaje que al inicio fue imperceptible pero que después ya se hizo lo suficientemente patente como para no poder ser ignorado. Y es que, recubriendo el suelo y las pareces e incluso el techo, comenzaron a aparecer gruesas enredaderas moradas que poseían un aspecto muy fibroso, como si fueran plantas; pero al mismo tiempo parecían viscosas y, si lo mirabas detenidamente, incluso parecían palpitar.

Se percataron de esto, no por aquellas enredaderas que estaban por el suelo y que de cuando en cuando pisaban sin darse cuenta, sino por las del techo, pues si seguir el cableado ya era tarea difícil, ahora que se entremezclaba con las enredaderas, que además poseían un color tan oscuro, se hacia realmente tedioso.

—¿Qué cojones es eso? —Preguntó Claire, cuya voz reverberó durante varios segundos sostenidos en ese espacio tan amplio, dándose cuenta entonces de que había hablado demasiado alto.

Leon se giró hacia ella, llevándose una mano a los labios, señalándole que hablara más bajo.

—No tengo ni idea. —Contestó Leon, en voz baja. —Pero si tuviera que apostar, diría que forma parte de algún B.O.W.

Desde luego esa era una posibilidad. Y no solo por el lugar en el que se encontraban, sino porque no conocían nada en la naturaleza que tuviera un aspecto semejante a lo que estaban viendo.

Y tampoco les sorprendería que se fueran a encontrar con algo monstruoso en su camino por conseguir electricidad, pero lo cierto es que agradecerían poder llevar a cabo la mínima acción sin tener que estar luchando constantemente.

Y es precisamente, motivados por esa idea, que continuaron siguiendo los cables, tratando de hacer caso omiso a las enredaderas. O como mucho, el caso suficiente como para tratar de no pisarlas. Pero en ningún caso buscando el origen de estas. Simplemente querían ser prácticos. Su misión era huir de ahí, no desmantelar nada.

Continuaron más allá de la oscuridad, caminando a trompicones y dificultosamente, cada vez sintiéndose más cansados y con falta de aire, teniendo que retroceder de cuando en cuando por perder de vista los cables, cuando por fin esos cables del techo llegaron a la pared más cercana y comenzaron a descender hasta llegar a un panel de fusibles, de unos tres metros de alto por uno de ancho, empotrado en la roca.

La decepción en sus corazones fue inmensa al darse cuenta de que todo su viaje al centro de la tierra había sido en vano, pues el panel se encontraba absolutamente destrozado por las enredaderas que, del tamaño de los brazos de Chris Redfield, entraban por cada espacio libre del panel, perforando incluso la roca donde se encontraba empotrado.

Era como ver decenas de brazos introduciéndose a la vez dentro del saco de Santa Claus, en busca del mejor regalo. Pero mucho más desagradable.

—Hasta aquí hemos llegado. —Dijo Leon, cuya decepción se reflejaba en su voz y hasta en su postura corporal. —Lo siento.

—Había que intentarlo, Leon. —Contestó Claire, cuya decepción no era menor, pero se sentía en posición de verse más fuerte que el rubio. —Yo también lo siento, pero debemos seguir. Solo se nos ha cerrado una vía. 

»Tú mismo lo dijiste, si no podemos huir en helicóptero, conseguiremos un bote.

Leon asintió varias veces con la cabeza gacha, mientras miraba el suelo. Habría sido tan fácil si tan solo hubieran tenido un poco de electricidad.

En medio de esos pensamientos estaba Leon, cuando de repente un sonido muy fuerte, acompañado de un fuerte viento cálido y húmedo, que casi los tumba y los empapa, se hizo presente llenando el oscuro espacio.

Leon alumbró con su linterna, pero el alcance que tenía la luz era limitado y no podían ver nada.

Fuera lo que fuera lo que acababan de oír era absolutamente espeluznante. Y el viento que los empujó, no solo era asqueroso por lo cálido y húmedo, sino que el olor era vomitivo. Absolutamente sulfuroso. Como una tonelada de huevos podridos directamente a la cara.

Tanto Leon como Claire empezaron a sentir el pelo tan húmedo que se les pegaba a la frente y al rostro de una forma casi espesa; y su ropa ajustada, ahora se les pegaba al cuerpo porque el exceso de humedad proveniente de ese extraño azote de viento, los había empapado de arriba a bajo.

La sensación era, como mínimo, muy incómoda.

Claire había descubierto hacía muy poco, que ante la presencia de otros B.O.W’s sentía una ligera ansiedad. Como un subidón de energía que aceleraba los latidos de su corazón y aumentaba  la adrenalina en la sangre.

Lo había sentido en el hangar, antes de que aparecieran los dos Tyrant que agarraron a Leon; lo sintió antes de que los Hunter salieran de la cámara frigorífica y lo sintió en la cafetería del nivel cinco, cuando Alexis permitió que cientos de zombies avanzaran hacia ellos.

Sin embargo, hubo dos momentos en lo que no pudo predecirlo. Uno de esos momentos, fue en el nido de los Lickers. Aunque ella no se había percatado de eso hasta ahora.

Y el otro momento, era el presente. No había nada en su cuerpo que la alertara de ninguna amenaza y sin embargo estaba claro que no estaban solos.

¿A qué se debía que su cuerpo la advirtiera solo en unos casos y no en otros?

Otro golpe de viento los azotó, esta vez tirándolos al suelo, haciendo que Leon perdiera momentáneamente su linterna que comenzó a rodar por las pequeñas pendientes del terreno y por encima de las enredaderas, hasta que por fin se detuvo, a unos tres metros de distancia.

Leon se levantó, dispuesto a recuperar su linterna, cuando Claire lo cogió de la mano, llamando la atención del rubio.

Cuando Leon se giró para mirar a su pelirroja, esta negó con la cabeza, al tiempo que le miraba con ojos suplicantes.

Leon, con un gesto de la mano, le dijo que no se preocupara y que le esperara ahí mismo.

Claire se negó a quedarse ahí, sola en medio de la oscuridad. Podía aceptar que Leon recuperara su linterna, pero aceptar separarse él, no entraba en el trato.

Así que juntos, y pisando el suelo bajo sus pies con extrema lentitud, comenzaron a avanzar hasta la luz de la linterna de Leon.

Durante su avance, hubo otras dos veces en las que el viento cálido y repugnante los empujó con fuerza, tratando de tumbarlos. Pero a medida que avanzaban, tras ese aire que los empujaba, había una respuesta de aspiración que tiraba de ellos hacia delante. Como si un ventilador y una aspiradora estuvieran teniendo una discusión.

Cuando por fin alcanzaron la linterna, otro momento de aspiración tiró de ellos con mayor fuerza, haciéndoles avanzar varios pasos en contra de su voluntad y a punto de tropezarse con sus propios pies. 

Leon alumbró directamente al lugar donde parecía que se originaban esos fenómenos, y lo que ambos pudieron ver, les dejó en algún lugar entre el terror más absoluto y el asombro paralizante.

Ante ellos tenían una suerte de dragón dormido, pero que no parecía de carne y hueso, sino de la misma fibra vegetal y viscosa, que conformaba las enredaderas que hubiera estado viendo durante toda su andadura en la oscuridad.

El ser, era un arma biológica. Una de las más grandes que Leon o Claire hubieran visto jamás. Más grande que Alex Wesker o que Lord Saddler. Más grande que Dylan Blake o que Glenn Arias en sus formas finales. Joder, si ocupaba casi los siete metros de altura del espacio y estaba agazapado. 

El monstruo parecía dormir plácidamente, mientras unos tubos enormes clavados en varias partes de su anatomía le inyectaban diferentes líquidos a través de unas heridas purulentas que acabarían con la sensibilidad del más duro.

La cosa, era tan repugnante y aparentemente tan informe, que era difícil decir donde empezaba y donde acababa la bestia. Y si cada enredadera que ocupaba el lugar formaba parte de su anatomía, entonces, sin duda, estaban frente a una de las armas biológicas más grandes  que hayan existido.

Tal vez Claire no tenía la capacidad de predecir la presencia de los B.O.W’s si estos no eran una amenaza inminente. Si estaban dormidos, como lo estaban los Lickers en su nido, no representaban ningún peligro. Como ese B.O.W ante ellos. Y si no lo eran, podría explicar por qué los instintos de Claire no reaccionaban.

La bestia tenía fauces. Era como si en realidad fuera una mezcla entre planta carnívora, con la viscosidad de un pulpo, pero con cara de triceratops.

Cada vez que el monstruo inspiraba, se abrían dos fosas nasales membranosas a la altura de los ojos, que aspiraban el oxígeno con la fuerza de un vendaval; y cuando espiraba, levantaba sus gruesos labios y, enseñando una montaña de dientes afilados, colocados sin ningún sentido, permitía la salida de una mezcla entre dióxido de carbono, monóxido y hollín, que explicaba el olor horrible del lugar, la paulatina falta de oxígeno y la humedad pegajosa que los empapaba.

Por la sorpresa al ver la dentadura de esa cosa, Claire no pudo evitar tomar una sonora bocanada de aire, interrumpida por la veloz mano de Leon sobre su boca.

Claire miró al rubio, con los ojos aterrados, mientras este le pedía calma moviendo los labios, pero sin soltar ningún sonido.

Después, con un gesto de cabeza, le indicó que debían irse.

No había ninguna razón para quedarse ahí por más tiempo. De hecho habían descubierto una horrible verdad sin haberla buscado. Fruto del azar.

Y ahora que habían visto lo que habían visto, la mejor decisión o la única decisión que podían tomar, era la de dejar a esa cosa seguir durmiendo plácidamente, mientras ellos volvían sobre sus pasos, sin hacer ruido, hasta la sala de las telecomunicaciones.

Y por supuesto que si avanzar por ese camino, con cautela pero tranquilidad, les había llevado un tiempo precioso, ahora que sentían que estaban corriendo delante de un tren, la vuelta se sentiría mucho más lenta.

Pero ahí era donde la fuerza mental tenía que hacer acto de presencia. Una mente fría en las situaciones más alarmantes siempre era la aliada perfecta. Y en este caso no era para menos.

De hecho, si antes, mientras se adentraban en la oscuridad, fueron pisando alguna que otra enredadera, ahora tuvieron el cuidado suficiente de no hacerlo. La sola idea de cometer un error que pudiera despertar a semejante monstruo, hacía que la posibilidad de nadar durante cuatro kilómetros no pareciera tan mala idea.

Mientras avanzaban de regreso, todo se sentía como si estuvieran rebobinando una película. 

Primero tuvieron que luchar contra las inhalaciones de la bestia, que tiraba de ellos hacia sus extrañas fauces; al tiempo que luchaban con sus exhalaciones, que los empujaba con fuerza lejos de ahí, haciéndoles tropezar.

Después solo tuvieron que luchar contra las exhalaciones, mientras sorteaban un camino donde apenas podían apreciar la superficie rocosa bajo las enredaderas.

Y por último, tuvieron que ascender los desniveles que antes hubieran descendido, recuperando el oxigeno que había ido escaseando y volviendo a temperaturas más bajas. Sintiendo el viento fresco enfriando sus cuerpos empapados en babas, que en algún momento existieron en estado gaseoso, pero ahora eran casi sólidas.

Las sombras generadas por la luz al final de la cueva, era indicativo de que estaban ya cerca de la cala y por lo tanto cerca de las escaleras de mano que debían volver a tomar.

Avanzar y ver más luz a tu alrededor, o al menos la suficiente como para apagar la linterna, era un alivio indescriptible.

Y ver al fondo la apertura en la roca por donde dicha luz se arrojaba haca el interior, era en esos momentos como ganar una carrera.

Pero el alivio y la felicidad mudas que empezaba a llenar sus corazones no duró mucho.

Una enredadera, que parecía tener vida propia, los había estado siguiendo durante un buen rato sin que se percataran de ello y, en el momento en que tuvo a uno de ellos al alcance, de lanzó contra una de sus piernas y comenzó a enroscarse con fuerza, palpando la superficie a la que se había adherido.

Fue Claire la que cayó al suelo tras Leon y descubrió que acababa de ser atrapada.

Conteniendo en su garganta el grito que pujaba por salir, la pelirroja fue rápidamente socorrida por el rubio.

El agente especial, primero apuntó con su Silver Ghost hacia el tentáculo, pero Claire alargó una mano, atrapando el tobillo de Leon y, con los ojos muy abiertos, negó con la cabeza.

Un disparo ahí dentro se oiría como un cañonazo, y podrían despertar al B.O.W. Así que disparar no era una opción.

Leon guardó el arma en su cartuchera y sacó entonces el cuchillo de combate, arrodillándose junto a la pierna atrapada de Claire. Pero esta, lo tomó del hombro y tiró de él, negando de nuevo con la cabeza.

Si le hacían daño el B.O.W. podría despertar. Había que tratar de salir de esa sin dañar a la bestia. Y parecían tener tiempo. La enredadera no estaba tirando de Claire, solo se estaba enroscando en su pierna, subiendo cada vez más hacia su torso, palpando como unas manos que buscan algo a tientas en la oscuridad.

Y además Claire no estaba sufriendo. La enredadera ejercía presión de agarre pero no era doloroso. Así que tenían tiempo para pensar.

Leon guardo su cuchillo y sin  muchas más opciones, se decidió por desenredar el tentáculo vegetal manualmente.

El tacto de esa cosa era sin duda desagradable. 

Una especie de mucosidad que lo recubría era lo que le daba ese aspecto tan viscoso, que demás se adhería a las palmas de las manos de Leon como si se tratara de pegamento de contacto.

No requirió mucha fuerza el poder apartar esa enredadera de alrededor de la pierna de Claire, que poco a poco pudo ir retrocediendo, sintiendo gran alivio cuando por fin se supo libre.

Pero mientras ella ganaba su libertad, Leon la perdía, al menos durante unos segundos.

La enredadera hizo un movimiento explosivo que pilló desprevenido al agente especial y que, con la forma de un grueso lazo para ganado, atrapó las muñecas del rubio y con el apéndice, comenzó a palpar las palmas de sus manos, llenándolas de su propia mucosidad y generando cierto cosquilleo mientras las recorría de arriba a bajo y de lado a lado, incluyendo los dedos.

Leon tiró de sus ataduras, poniéndose de pie. No sentía ningún tipo de dolor, pero obviamente nadie deseaba estar maniatado a un B.O.W. que te toqueteaba y te llenaba de babas.

Claire, al percatarse de esto, avanzó hacia Leon para liberarlo, pero antes de llegar hasta él, la enredadera se soltó y se retiró hacia la oscuridad por la que había salido.

Leon y Claire se miraron con rostros extrañados. No entendían qué acababa de pasar. Ese B.O.W parecía seguir durmiendo, pero una parte de él los acosó sin atacarlos, los tocó durante un rato y después se retiró, sin más.

Desde luego no era el comportamiento habitual de las armas biológicas. 

Todo parecía en la misma calma de siempre, así que Leon y Claire continuaron su camino hasta la zona abierta y amplia sin más interrupciones, aunque no por ello sin estar alerta, pues lo peor de los comportamientos extraños, ya fueran en B.O.W’s o en personas, es que se hacían impredecibles y eso siempre te mantenía en un estado de alerta necesario.

No habían hablado durante todo el recorrido de regreso, como un pacto no firmado entre ellos para asegurarse de que nada perturbara el sueño de la bestia en la oscuridad. Y cuando por fin salieron a la zona de luz, ese pacto se mantuvo, aunque estuvieran ya a mucha distancia de la bestia.

Se aproximaron con premura pero con sigilo hasta las escaleras de mano,  siendo Claire la primera  en tomarlas y resbalando sobre los peldaños por efecto de las babas que llevaban encima.

Leon apoyó una mano sobre el hombro de la pelirroja para llamar su atención y cuando esta le miró, el agente especial señaló la cala.

—¿Qué? —Preguntó Claire, moviendo más lo labios que dejando salir sonido, apagado por el canto del oleaje.

—Bañémonos. —Contestó Leon, exactamente al mismo volumen inaudible.

Claire asintió con la cabeza. Nada deseaba más que poder quitarse ese peso baboso de encima.

Se acercaron a un lateral de la cala, el que parecía tener mejor acceso al agua, y comenzaron a desnudarse.

Su ropa estaba bastante empapada, pero después de bañarse, podrían volver al almacén donde la cogieran anteriormente y hacerse con ropa limpia y seca.

Además el chaleco antibalas y las riñoneras se había llevado la peor parte, así que vestirse con esa ropa después del baño no era tan malo como continuar sin bañarse.

Claire estaba delante de Leon, dándole la espalda, mientras se desnudaba. Y aunque Leon no quería ser ese mirón depravado del que huía ser, le resultaba difícil no mirar de vez en cuando a su pelirroja mientras esta se quitaba la ropa. Pero es que Claire era una obra de arte.

La pelirroja se soltó el pelo una vez estuvo completamente desnuda y, con cuidado, se introdujo en el agua, inmergiéndose por completo mientras peinaba su cabello con los dedos tratando de quitar toda la suciedad posible. Obviamente, sin jabón, el resultado iba a ser horrible. Pero siempre mejor que como estaba.

Leon se introdujo en el agua, una vez estuvo completamente desnudo, y también se sumergió frotándose el pelo.

El agua estaba muy fría, pero tolerable. De hecho, cuanto más fría, Leon sentía que más efecto relajante tenía sobre él.

Cuando subió a la superficie, peinándose el pelo hacia atrás con las manos, encontró a Claire haciendo exactamente el mismo gesto. Y los dos se sonrieron por la casualidad.

La inclinación del sol había variado durante el tempo que pasaron ahí dentro, y ahora los rayos solares penetraban en el agua en un ángulo que reflejaba sobre las paredes rocosas destellos dorados que parpadeaban y que se movían y mecían al son el oleaje, haciendo de esa preciosa cala un lugar casi mágico.

Estos destellos de luz también se reflejaban sobre los cuerpos en el agua, y sobre los rostros empapados de nuestros protagonistas. Pero a diferencia el efecto rodado que ocurría sobre las paredes ferrosas del lugar, en ellos, el azul del mar vibraba en sus ojos provocando que ambos se miraran con un azul eléctrico compartido que saturaba el color y los hacía ver tan atractivos, que parecían irreales.

Y ahí, a una distancia de tres metros, se contemplaron, disfrutando de la visión el uno del otro.

Las ganas de tocarse y de besarse tiraban de ellos. Pero Claire temía acercarse a Leon. Es cierto que arriba habían tenido un momento maravilloso donde él había dado todos los pasos. Pero ella no debía olvidar que Leon esta transitando un trauma que activaba sus defensas en los momentos menos insospechados.

Y Leon no estaba en una situación diferente. Cada vez se sentía menos atado al recuerdo y a los flashbacks, pero apenas habían pasado unas horas desde lo que le ocurrió y era muy consciente de que cualquier reacción física en su cuerpo, le tumbaba emocionalmente. Y era un asco, porque solo había una cosa más tentadora que los labios de Claire. Y eran los labios de Claire mojados.

Contenerse, en un momento en que ambos estaban irradiando belleza y sexualidad, estaba siendo un ejercicio de voluntad y resistencia enorme. Y el único consuelo que ambos tenían, es que esa situación acabaría en el momento en que consiguieran salir de ahí. Lo cual también era una gran motivación.

Leon inspiró profundamente, mojándose la cara, y acto seguido se desplazó hasta la parte de la cala de fácil acceso, y salió del agua.

Qué visión más increíble. Qué cuerpo. Qué proporciones.

Para Claire, solo había una cosa más tentadora que la espalda de Leon, y eso era la espalda de Leon mojada. Y se descubrió así misma envidiando el agua que caía de su cuerpo porque, aunque se precipitara finalmente hacia el suelo, esas gotas de agua habían podido recorrerle sin nefastas consecuencias.

Saberle suyo y no poder alcanzarlo era, sin lugar a discusión, una tortura terrible.

A Claire le empezaron a picar los ojos. Eran las lágrimas queriendo salir. Pero estaba tan harta de llorar, que no se iba a dar ese desahogo. Así que, tomando aire, se sumergió en el agua y comenzó a bucear hacia abajo. Lo más profundo que sus pulmones le permitían y, una vez estuvo ahí, soltó todo el aire de golpe, gritando con todas sus fuerzas, desahogándose como cuando perdía el control sobre la moto y necesitaba sacarse de dentro todo el dolor. Y si de paso las lagrimas deseaban salir, que lo hicieran. El mar se las llevaría lejos.

Cuando sus pulmones se quedaron sin aire, la pelirroja nadó hacia la superficie, aguantando en apnea lo poco que podía y, cuando emergió, se encontró a Leon mirándola  con preocupación para después, cerrar los ojos y soltar el aire contenido de entre sus labios, con alivio.

Le había preocupado. No había sido su intención.

Claire se acercó al acceso de la cala y salió del agua. Bajo la atenta mirada de Leon, que no se había perdido ni un solo movimiento de la pelirroja. Así como no se estaba perdiendo ningún centímetro de su piel.

Claire, quien estaba viendo a Leon mirarla de arriba a bajo con la lentitud de quien se recrea, se llevó las manos a las caderas, colocando sus brazos en jarras, y carraspeó su garganta, llamando la atención del rubio, que alzó la vista hasta la cara de la pelirroja.

Claire alzó las dejas y parpadeó un par de veces, al tiempo que Leon también alzaba las suyas,  con expresión de no entender que le quería decir la pelirroja.

Claire puso los ojos en blanco y lo volvió a enfocar.

—No te cortes. —Susurró la pelirroja, haciendo un gesto de barrido por su desnudez.

Leon, que entendiendo entonces que se había quedado mirando el cuerpo de Claire y que esta le estaba increpando por ello, se giró inmediatamente, dándole la espalda y terminando de vestirse con la asquerosa ropa que tenían, sintiendo como sus mejillas se encendían ante su falta de control sobre sí mismo.

Pero en cuanto se giró, Claire comenzó a  reírse en silencio. Ella también se había quedado observando la maravilla de cuerpo que tenía el rubio. Solo que él no la había pillado haciéndolo.

Además, ya sabemos que la desnudez es para Claire algo tan natural como el respirar, así que no le podía importar menos que la vieran desnuda. Sobre todo si quien miraba era Leon.

Pero ponerle contra las cuerdas y hacerle sentir nervioso por algo con tan poca importancia para ella, era demasiado divertido como para no jugar esas cartas.

La pelirroja se vistió y escurrió su melena. Y sin esperar a que esta se secara, se volvió a hacer una coleta alta. Quería estar preparada para la acción y el pelo suelto le molestaba en ese aspecto.

Ambos caminaron hacia las escaleras de mano y comenzaron a subir hasta la sala de comunicaciones.

Leon encabezaba la marcha, y ya estaba pensando en alguna solución para conseguir contactar con Hunnigan, mientras que Claire, tal y como hubiera ocurrido con la habitación secreta, sentía que otro pedazo de sí misma se quedaba en ese lugar.

Entonces la pelirroja se giró una vez más hacia la cala, antes de perderla de vista, despidiéndose de esa imagen de ambos abrazados, mirando al cielo, que había dejado su impronta para siempre en ese lugar y que ni Leon ni Claire volverían a ver nunca más.

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Tras comprobar que al otro lado de la puerta la sala de telecomunicaciones seguía tan despejada como la habían encontrado, Leon y Claire abandonaron el pasillo donde se encontraba el inservible cuadro de luces y el hueco en la pared ferroso.

Haber seguido el cable de luz hasta ahí abajo había sido una aventura interesante, pero a la fine, una pérdida de tiempo.

Sí, había servido para sacar en claro que la sala de telecomunicaciones estaba definitivamente muerta, que había un B.O.W. enorme durmiendo a los pies de Trizom y que Leon y Claire se tenían unas ganas difíciles de resistir, acompañadas de una frustración difícil de digerir.

Pero más allá de eso, una absoluta pérdida de tiempo. 

Con lo cual, la sensación reinante entre los dos era la de fracaso absoluto. 

Ambos sabían lo que significaba ese fracaso. Habían apostado por una  vía para encontrar ayuda y habían sacrificado la otra vía que, tal vez, les habría sacado de ahí ya.

Así que habían tomado un riesgo y habían perdido, con todo lo que ello podría suponer.

Y estaba claro que dejarse embargar por ese sentimiento de fracaso no les iba a llevar a ninguna parte. Pero era simplemente inevitable.

De todas formas, Leon no había parado de darle vueltas a la cabeza, desde que descubriera que la electricidad había abandonado las consolas de comunicación para siempre. Así que se mostraba menos desesperado que Claire.

—Bueno, ha sido una auténtica pérdida de tiempo. —Suspiró la pelirroja frotándose los ojos con cansancio. —¿Qué hacemos ahora? ¿Tratamos de llegar al helicóptero?

—Francamente, creo que hemos perdido esa oportunidad. —Contestó Leon, apoyando los glúteos sobre una de las consolas y llevándose un dedo a la barbilla mientras escrutaba los objetos a su alrededor. —Pero puede que comunicarnos con Hunnigan todavía sea una posibilidad.

Claire se sentó al lado de Leon, levantando una rodilla y apoyando un brazo sobre esta, mientras le miraba con intriga.

—¿Cómo? —Preguntó la pelirroja.

—Cuando te raptaron y te trajeron hasta aquí, estabas totalmente inconsciente y por eso desconoces el aspecto de Trizom desde fuera.

»Pero yo pude estudiarlo bastante antes de la incursión y recuerdo haber visto una enorme torre de telecomunicación con varias antenas rodeando la periferia del peñón. —Leon se incorporó entonces, mirando a Claire de frente. —Esa torre es la que mantiene este lugar comunicado con el exterior. Algo que es necesario para mantener un negocio así, o incluso en caso de alguna emergencia.

»Si consiguiera el material necesario, podría contactar con Hunnigan, gracias a esa torre.

—¿Puedes hacer eso? —Preguntó Claire, que sabía que el rubio tenía unas habilidades magnificas en muchos campos, pero que no dejaba de sorprenderle cuando descubría una más.

—En teoría. —Contestó Leon, quien comenzó a moverse por el espacio en busca de utensilios. —Aunque también tiene sus riesgos. Si hago un llamamiento general, que es lo que tengo que hacer porque desconozco las frecuencias usadas por Hunnigan, el personal de Trizom recibirá también el llamamiento. 

»Tendríamos que ser muy rápidos.

Claire asintió y acto seguido saltó de la consola, con toda la energía. Tenían un plan.

—¿Qué necesitas? —Preguntó la pelirroja.

—Una radio portátil UHF o VHF. Vendrá señalado en la etiqueta o en la batería. —Dijo Leon caminando hacia las estanterías donde había un montón de cacharros metidos en cajas, en busca de una radio. —Me sorprendería mucho que no tuvieran decenas de ellas en un centro de telecomunicaciones. Aunque solo sea por si algo falla. —Añadió el agente especial.

—¿Algo más? —Preguntó Claire, mientras buscaba una radio entre los cachivaches.

—Sí. —Contestó Leon, cerrando los ojos y haciendo memoria. —Voy a necesitar un electrodo con dos conductores para toma tierra; un cable coaxial para la señal y un cable de alimentación para compartir la corriente eléctrica de la torre con la radio y un micrófono.

»Y mucha suerte para no electrocutarme.

—¿Es peligroso? —Volvió a preguntar la pelirroja, ahora sintiendo cierto respeto por lo que pretendían hacer.

—Si en el gabinete de los circuitos eléctricos tiene un interruptor para cortar la corriente, no tiene por que haber ningún problema.

»Pero algunos gabinetes no tienen ese sistema y el paso de corriente se controla desde otra zona, así que, cuando lleguemos allí, te digo algo. —Leon dio su respuesta con su característico tono jocoso. Como quitándole importancia al asunto.

Pero a Claire no le parecía que el tema tuviera nada de banal.

—Comunicarnos con Hunnigan no es más importante que tu vida. —Dijo Claire, con total seriedad. —Si cuando lleguemos no podemos hacerlo, intentaremos robar un bote.

Leon miró a Claire y se encontró con un rostro preocupado. El agente especial entendía los riesgos y no estaba dispuesto a morir electrocutado, después de haber sobrevivido a tantas cosas. Incluida a la propia muerte.

—Claro. —Contestó el rubio. —No te preocupes.

Claire retiró su mirada de Leon y siguió buscando.

Que no se preocupara. Joder, eso era del todo imposible.

Invirtieron varios minutos más en esa búsqueda y habían encontrado los cables, el electrodo, un micrófono con pulsador y salida en Mini Jack y una radio cuya batería parecía estar en buena condiciones, pero que carecía de antena, pues estaba rota.

—La antena rota podría ser un problema. Es lo que nos va a ayudar a mantener la Línea de Vista con los repetidores de la torre. —Dijo Leon, mientras metía en sus pantalones todos los útiles que habían encontrado. —Si tuviéramos algo metálico, lo suficientemente fino como para colocarlo en su lugar, sería perfecto. —Añadió el agente especial, mirando alrededor.

Claire buscó con la mirada a su vez, y esta aterrizó en el sobre de aluminio del agua que antes se hubiera acabado y que hubiera dejado abandonado sobre la mesa de luz.

—¿Algo de aluminio serviría? —Preguntó entonces la pelirroja.

—Sería ideal. —Contestó Leon, mirando a Claire, quien se estaba aproximando a la mesa de luz.

La pelirroja cogió el sobre del agua y lo alzó enseñándoselo a Leon.

—Pues aquí tienes. —Dijo la pelirroja, aproximándose al rubio y entregándole el sobre.

Leon miró el sobre y después a Claire. Alargó la mano y lo cogió mientras dibujaba una sonrisa que tiraba de una de las comisuras de sus labios.

—Bien visto, pelirroja. —Le dijo el rubio, mirándola de esa forma que la desarmaba y hacía que le temblaran las rodillas.

Claire le devolvió la sonrisa, pero acto seguido dejó que su vista se perdiera por el espacio, mientras inspiraba hondo y subía sus hombros en un gesto de resignación.

—¿Lo tienes todo? —Preguntó Claire, apretándose la coleta.

—Todo listo. —Contestó Leon guardando el sobre del agua.

Ambos volvieron a  mirarse. 

Se sostenían mucho la mirada. 

Y se quedaban anclados, el uno en el otro, más de lo normal.

 Como si tuvieran mucho que decirse pero decidieran callar. 

¡Oh! Pero, si de hecho, así era.

Fingir que todo estaba bien, no estaba funcionando.

—Vamos. —Dijo Leon, aproximándose a la puerta doble, con su Silver Ghost en la mano, seguido de Claire, con su automática entre las suyas.

Con la cautela que caracterizaba al agente especial, comprobó que el pasillo estuviera despejado antes de dar paso. Y ambos recorrieron el camino por el cual habían llegado hasta ahí, atentos a cualquier sonido, y con paso acelerado.

Llegaron a las escaleras y las descendieron.

Después siguieron su camino hasta que llegaron al almacén de ropa, —que era una parada obligatoria. —, y cambiaron su atuendo, solo por el placer de ir secos.

Aunque en breves se meterían en los conductos de desagüe, así que realmente no iban a mantenerse limpios por mucho más tiempo. Sí es que bañarse en el mar podía considerarse estar limpios. La salitre estaba por todas partes.

Cambiarse la ropa había vuelto a ser un momento silencioso, de espalda contra espalda y miradas fugaces desde ambas direcciones que, rápidamente, se apartaban para después volver a mirar.

Como dos adolescentes que no tienen las herramientas necesarias para comunicarse y prefieren el silencio y las miradas furtivas, a poner las cartas sobre la mesa.

Después del silencio, las miradas y la ropa limpia, ambos volvieron al pasillo y continuaron su andadura, ahora por el lado derecho de este, en busca de alguna bajada que les condujera hasta las cloacas.

Y a juzgar por el olor, no debían estar lejos de su objetivo, porque el ambiente apestaba.

Llegaron entonces a un cruce de pasillos.  

Por un lado, el que transitaban, seguía su camino hasta un final no visible para ellos; mientras que por otro lado, dieron con unas escaleras de bajada que daban a un pequeño y húmedo rellano.

Este rellano conectaba la zona en la que se encontraban con las cloacas, separados por una puerta enrejada con un cerrojo simple.

Leon consiguió abrirla sin problema. Y aunque no les constaba que nadie les estuviera siguiendo o que siquiera alguien supiera dónde se encontraban, Leon siempre cerraba las puertas tras de sí, solo por protección.

El lugar donde se encontraban era curioso, cuanto menos.

Al atravesar la puerta enrejada, llegaron a un espacio bastante diáfano, en el cual, a mano izquierda, tenían una caseta de vigilancia, mientras que de frente tenían una suerte de mirador con vistas a un río de mierda. Literalmente, era agua con mierda.

Unas escaleras de mano eran las que te permitían bajar hasta el desagüe propiamente dicho y, teniendo en cuenta la humedad del lugar, todo parecía tener muy buen mantenimiento.

Lo primero que Leon y Claire hicieron, fue entrar en la caseta de vigilancia.

Era pequeña. Casi dos metros por dos metros. Y en ella solo había una silla y una mesa con diferentes pantallas que mostraban diferentes puntos del desagüe.

Para tomarse tan en serio la seguridad, los pasillos que acababan de recorrer carecían de ella.

Al no ser que esas cámaras no estuvieran ahí por seguridad, sino para vigilar algo.

—Mantén los ojos bien abiertos. —Le dijo el rubio a la pelirroja, que comenzaba a sospechar sobre cuán solos estaban en ese lugar.

—A ti también te parece raro que haya cámaras de vigilancia aquí abajo, ¿verdad?

—Si tuvieran cámaras por todas partes no tendría nada de raro. Si alguien quiere entrar en tu laboratorio, lo podría hacer perfectamente por los conductos de desagüe, que son siempre los grandes olvidados, —Contestó Leon, saliendo de la caseta y mirando al elevado y curvo techo del lugar, que tenía una iluminación muy buena, con diferentes panoramas de luz LED en a cada lado del pasillo por el cual transcurrían los deshechos. —¿Pero que los tengas aquí, y no en los pasillos inmediatamente contiguos? Este lugar esta vigilado por razones muy diferentes a la seguridad.

Claire asintió, colocándose al lado de Leon.

—Pues ojos abiertos. —Dijo la pelirroja, estirando los dedos sobre el agarre en la empuñadura de su arma y volviendo a cogerla con fuerza. Un simple gesto nervioso.

Gesto nervioso que no pasó desapercibido para el agente especial.

—Cuando bajemos, solo tendremos que recorrer varios metros hasta llegar a los conductos de drenaje.

»Estos no aparecen en los planos, pero seguro que damos rápidamente con  la salida y se acabó. No volveremos a entrar aquí abajo para nada. ¿Vale?

Claire asintió, mirando a Leon con decisión y máxima concentración.

—Estoy preparada. —Dijo la pelirroja.

—Pues vamos. —Contestó el rubio, mientras tomaba la delantera.

Bajaron las escaleras de mano, siempre procurando hacer el menor ruido posible pero con agilidad, y al llegar al agua, de un tono verdoso oscuro muy poco confiable, sintieron como esta se les metía por dentro de las botas empapando sus pies.

Por suerte, el agua solo les llegaba por la pantorrilla. Ambos recordaban haber tenido que meterse en lugares similares en el pasado, y que el agua les llegara hasta la cintura.

Así que sí, era un alivio y casi motivo de agradecimiento, que el agua solo les empapara los pies. Aunque esta fuera absolutamente vomitiva y el olor del lugar dañara ciertas conexiones neuronales.

—Se hace difícil respirar aquí. —Comentó Claire, a la que le estaba costando aguantar el mal olor, después de haber olido las cosas más repugnantes posibles. Pero es que hasta ahora podía haber olido a agrío, podrido, crudo, pero no olía a mierda. Mierda literal. Heces, deposiciones, excrementos, boñiga. ¡Caca!

Así era como olía ese lugar. Y los recuerdos de Raccoon City vinieron a su mente, mientras venía pasar a su lado, flotando sobre el agua, una boñiga que tenía toda la pinta de ser humana.

—Al más puro estilo Raccoon City. —Dijo Leon, asintiendo con la cabeza y avanzando al frente, con su pistola apuntando hacia abajo. —Solo espero que no tengan aquí un caimán gigante.

—Ya, fue aterrador. —Dijo Claire, sintiendo un escalofrió recorrer su espina dorsal, al recordar a ese B.O.W. que vivía bajo la ciudad mapache. —Al menos tú te lo cargaste.

—Tuve tanta suerte que ni me lo creo. —Contestó Leon, recordando que, prácticamente de la nada, apareció un tanque de gas que el caimán metió en su boca y que, gracias a eso, pudo volarle la cabeza a la puta bestia. —Y no veo por aquí tanques de gas.

—Con la cantidad de mierda que hay aquí, debería haber metano suficiente como para volar el complejo entero. —Comentó Claire, haciendo una chanza y todavía tratando de acostumbrarse  al olor que los rodeaba.

Leon se tuvo que reír ante esa broma. Había sido demasiado ingeniosa como para no hacerlo.

—Míralo de esta forma. —Empezó Leon. —En las cloacas de Raccoon no solo habían heces por todas partes, sino también basura.

—¡Meandros de basura! —Dijo Claire, riéndose.

—¡Archipiélagos! —Dijo Leon, riéndose a su vez.

—¡Islas enteras, flotando por ahí! 

—¡Peñones incluso!

Los dos comenzaron a reírse al unísono. Y es que lo necesitaban. Tal vez empezar a reírse en un lugar como aquel, donde su voces reverberaban, no fuera inteligente. Y tal vez comenzar a reírse con tanta facilidad en un momento de tanta tensión, fuera un rasgo de indicios de pérdida de cordura.

Pero es que lo necesitaban. 

Reírse, de hecho, era terapéutico. Pero en una circunstancia como en la que ellos se encontraban, era simplemente esencial.

—Joder, mira que fue difícil salir de Raccoon City. Pero, ¿dirías que esto es peor? —Preguntó entonces Leon.

La pelirroja pensó por un momento, antes de responder.

—No sé si las experiencias se pueden dividir en mejores o peores. —Comenzó. —Lo que sí puedo decir es que en Raccoon tuve mucho más miedo que aquí.

Leon asintió con la cabeza.

—No teníamos ni idea de a qué nos estábamos enfrentando. —Dijo el rubio. —La primera vez que disparé a un zombie y este se volvió a levantar, creo que no me oriné en los pantalones porque me quedé de piedra.

—En la gasolinera. —Intervino Claire, asintiendo a su vez. 

—Sí.

—Y además eramos muy jóvenes. Sin casi experiencia en nada. Aquí... —Claire hizo un breve pausa. —Aquí lo he pasado peor porque han experimentado conmigo y ya no soy quien era. —Dijo la pelirroja, cada vez con más entereza cuando mencionaba el tema. —Pero al menos me puedo defender. Me siento fuerte.

»En Raccoon City no era así. La sensación de vulnerabilidad y terror eran constantes.

—No puedo estar más de acuerdo. —Convino Leon. —Puede que el programa gubernamental al que tuve que entrar casi acabara conmigo. Pero las destrezas que adquirí no tienen precio.

La pelirroja asintió sin detener su avance.

—Es por eso que no creo que podamos hablar de que  escenario es mejor o peor. 

»Solo podemos hablar de cuán preparados estábamos para salvar una situación u otra. Osea, tal vez estar aquí tiene un peso psicológico mayor y tal vez nos hemos enfrentado a más B.O.W’s pero, si estoy más preparada y me siento más fuerte y puedo enfrentarme a todo ello con más posibilidades de sobrevivir, entonces, esta aventura es más fácil de salvar que la primera.

»¿No crees?

—No puedo moverte ni una coma. —Dijo Leon, que había encontrado en el razonamiento de la pelirroja una lógica con la que no podía estar en desacuerdo. —Es increíble que... —Leon se cayó.

El agente especial acababa de darse cuenta de algo demasiado romántico y empalagoso como para decirlo en voz alta.

Y eso que era el Poeta Idiota. Pero es que este pensamiento era incluso masoquista.

—¿Qué? —Preguntó Claire. —¿Qué es increíble?

—Nada. Déjalo. 

—Qué misterioso te has puesto, rubito.

—Iba a decir una cursilada. —Se rió Leon, negando con la cabeza. —Y me pareció más sensato callarme.

—Deja la sensatez para la gente normal. —Le instó Claire. —Dime esa cursilada. Podré soportarlo.

—Seguro que sí, Claire, pero ¿podré soportarlo yo?

—Si tu mente la ha creado, significa que puedes con ello.

—No sé yo...

Ambos se miraron entonces. Claire con un puchero y los ojos tan grandes y brillantes que parecía un dibujo animado. Y Leon mordiéndose el labio inferior, con los ojos entornados y las cejas unidas en el ceño.

—Joder, tú ganas. Vaya carita de pena. —Dijo Leon, rindiéndose a los encantos de Claire, mientras esta festejaba apretando el puño.

—¿Y bien? —Preguntó la pelirroja.

—Iba a decir que me parecía increíble que en momentos tan horribles como los que nos han tocado vivir, todavía hubiera algo más fuerte que se impusiera y ganara al horror.

—¿Qué quieres decir? —Volvió a preguntar Claire.

—Pues que Raccoon City fue malo. Pero casi lo único que puedo recordar es que ese día te conocí a ti. Esperándome al final del camino.

Claire miró a Leon a los ojos, sintiendo la emoción haciendo cosquillas por debajo de su pecho.

—Y estar aquí esta siendo horrible. Y... yo he vivido la peor experiencia de mi vida, pero... al final del camino sigues estando tú.

»Así que pensé que, si el resultado de pasar por todas estas cosas me llevaban a ti, firmaría sin pensarlo las veces que hicieran falta.

Los ojos de Claire se humedecieron. Y la pelirroja sintió que Leon había puesto las palabras perfectas a algo que ella también sentía. ¿Dónde había que firmar?

Leon vio la humedad en los ojos de Claire y la sonrió, alzando una mano con la que ahueco su cara, mientras acariciaba su rostros con el pulgar.

—Te dije que sería cursi. —Le dijo Leon, sonriendo, con sus ojos brillantes y cargados de amor hacia la pelirroja, en una expresión tan dulce y delicada, que Claire se quería desmayar ahí mismo.

Pero como si de rayos crepusculares se tratase, los momentos románticos no podían brillar durante mucho tiempo entre tanto nubarrón.

Y como si el mismísimo Alexis en persona se hubiera aparecido detrás Leon, cogiéndolo del cuello y susurrándole al oído, la voz del CEO se hizo oír por el lugar, llenando tanto al espacio como al agente especial.

Los ojos de Leon se abrieron hasta su límite. La sonrisa desapareció, sustituida por un ceño fruncido.

La mano que acariciaba el rostro de Claire, se retiró al momento, empuñando con fuerza su Silver Ghost, mientras el agente especial retrocedía un paso, alzando la vista hacia uno de los altavoces más próximo.

Claire observó todos estos cambios en el agente especial, no pudiendo ni imaginar lo que estaba ocurriendo en su cabeza, al tiempo que una ira incandescente se prendía dentro de ella al escuchar la voz del hombre que se había atrevido a tocar a su Leon.

A través de los altavoces, la voz de Alexis siempre se escuchaba enlatada y con una estática que en realidad armonizaba muy bien con los graves del platinado.

Pero en esta ocasión, más allá de estas características puramente técnicas, la voz del platinado se escuchaba débil y llena de aire. Como los jadeos de un lobo herido que se esforzaba por tratar de aullar.

Su respiración fue lo primero que llenó el lugar. Una respiración demasiado fuerte y fatigosa. Fuerte y fatigosa, como cuando estaba sobre el rubio, rozando sus cuerpos, ondeándose sobre él, hablándole al oído.

Leon cerró los ojos expulsando los flashbacks de su mente. Tenía que ser fuerte.

—Leon. —Dijo Alexis, dificultosamente, tomando aire entre dientes, sonando como la serpiente venenosa que era. —Te tengo que dar la enhorabuena. —Alexis hizo una pausa, mientras seguía respirando sonoramente.

Su aliento temblaba. Como alguien que tiene frío. Como alguien que tiene miedo. O como alguien tan excitado ante la idea de torturar través de la violación, que no puede controlar el galope diafragmático.

Leon volvió a cerrar los ojos con fuerza, desterrando los recuerdos y sensaciones de su experiencia con el CEO.

—Nadie en toda mi vida... —Alexis necesito hacer una pausa para seguir. — ...me había puesto una mano encima.

»Y tú, cabrón, casi me matas.

Alexis gimió entonces, de puro dolor, recuperándose poco a poco para seguir hablando.

—Me has abierto la puta cabeza. Y no puedo explicarte el dolor que ello supone. —Pausa. Respiración. —Pero que me hayas destrozado la cara, es algo que no puedo pasar por alto.

Claire miró a Leon. ¿Cómo demonios había logrado escapar de la habitación de Alexis? ¿Qué le había hecho exactamente?

El CEO prosiguió.

—Pero, no es el daño físico lo que me ha levantado de la camilla donde acabo de ser reanimado, no.  —Pausa. Respiración. —Es la ira de haber sido mucho menos inteligente que tú, agente Kennedy. —Y en voz baja, como si no supiera que sería escuchado, volvió a repetir para sí “mucho menos inteligente”. —Me engañaste pero bien. 

Hubo una pausa, seguido de una risa a labios sellados que salía directamente del pecho del platinado, con una variación de tonos tan grande, que era escalofriante. Pues reflejaba pura psicosis.

Después hubo otro gemido de dolor, acompañado de la fuerte respiración jadeante.

—Fuiste tan convincente.

Leon era una estatua de sal mirando hacia el altavoz. Unicamente humano porque de cuando en cuando cerraba los ojos.

Claire mientras tanto, escuchaba consternada y vibrante de ira la voz del CEO, sintiendo que cada palabra estaba cerca de romper en pedazos a su rubio. Así que a la ira y a la consternación podíamos añadirle un poco de miedo.

—Creo que sé cómo te liberaste de la esposa. —Dijo entonces el platinado. —Dislocándote el pulgar. Muy listo. Pero hay que tenerlos cuadrados.

»Eres fuerte. Eso te lo reconozco.

Por detrás de Alexis, se escuchó la voz de una mujer.

—Señor Belanova, debería descansar.

—¡No he acabado! —Rugió Alexis, con la poca fuerza que poseía, seguido inmediatamente de otro gemido. —Me va a estallar la cabeza.

Se hizo un silencio solo interrumpido por la jadeante respiración de Alexis, cuando continuó con su monólogo.

—¿Por dónde iba? ¡Ah! Sí. Mi teoría de cómo te soltaste. —Recapituló el platinado. —Que te liberaras fue brillante. Casi te admiro, mi amor. 

Cuando Alexis pronunció esas palabras, Leon tragó saliva cerrando los ojos. Y Claire no perdía detalle de cada pequeño gesto o movimiento en el rubio.

—Pero que jugaras a mi juego, y lo jugaras tan bien, fue algo del todo inesperado.

»Cómo gemías para mí, Leon.

El rostro de Leon se comenzó a romper. El ceño fruncido comenzó a difuminarse. Sus ojos a estrecharse. Las comisuras de sus labios comenzaron a inclinarse hacia abajo.

Y su agarre en la pistola que sostenía, comenzó a temblar.

Claire no aparataba su mirada de Leon e inconscientemente, todo su lenguaje corporal se mimetizó con el rubio.

Y la ira cada vez quedaba más relegada al miedo y ahora también al dolor.

—Tus jadeos, se han quedado grabados en mi mente. —Siguió hablando Alexis, cuya voz seguía siendo débil, pero que no desaprovechó la oportunidad de onomatopeyar el placer que estaba sintiendo al rememorarlo. — Mmmm...

La respiración de Leon comenzó a hacerse más presente.

El rubio estaba sintiendo una ligera presión en el pecho, y empezó a ser consciente de que estaba al borde de un ataque de ansiedad.

—Cómo me besaste, Leon. —Continuó el CEO. —Cómo me llenaste y enredaste tu lengua con la mía. Tan cálido. Tan duro. Tan exigente.

Leon se sentía enfermar, y sus oídos comenzaban a embotarse, siendo los latidos de su corazón y la voz de Alexis, lo único que podía escuchar.

—Cuando pasaste al cuello, chupándome y mordiéndome; cuando atrapaste mi labio inferior entre tus dientes; cuando pusiste los ojos en blanco mientras gemías echando la cabeza hacia atrás o cuando rozaste tus caderas contra las mías, Leon, lo hiciste tan bien, que todo me pareció real.

Ahora Claire lo entendía. 

Así lo había hecho Leon. Le había seguido el juego a su violador para poder distraerlo mientras se liberaba. Y una vez que lo había logrado, se había enfrentado a él.

Tener que hacer algo así para salvarte y para salvar a otros, tenía que ser una experiencia muy dura, sin duda. 

Sin duda.

Y aunque Leon parecía totalmente resquebrajado por fuera, había actuado con una entereza y una fuerza impresionantes hasta entonces, incluido ese momento, en el que tenía que escuchar la voz de su abusador, y aun así soportarlo sin derrumbarse. Aunque no parecía que el agente especial pudiera aguantar mucho más.

Ante esas palabras, Leon bajó la mirada, enfocando hacia ninguna parte porque de repente, volvía a estar en la cama de Alexis, besando a Alexis, provocando a Alexis, gimiendo con Alexis.

Leon abrió la boca, tomando una sonora bocanada de aire, despertando las alarmas en Claire.

El rubio sentía que se ahogaba. Su cuello se cerraba y parecía que  no podía tomar el aliento suficiente. Que por más que sus pulmones estuvieran llenos, se sentían vacíos.

Pero el platinado siguió hablando.

—Sí, Leon. Sin duda fingiste muy bien. Serías una puta estupenda. —Alexis hizo una pausa para tomar aire y siguió. —¡Oh! Pero, de hecho, hay algo que no fue fingido, ¿verdad, mi amor?

En ese momento, Leon dejó de luchar por tomar aire, quedando en una apnea abrupta, que obligó a Claire aproximarse hacia el rubio.

Los extremos internos de las cejas de Leon se curvaron hacia arriba, mientras sus ojos se llenaban tanto de lágrimas, que se formó un muro acuoso ante él.

Ahora todo el cuerpo de Leon temblaba. Su mandíbula temblaba. Sus párpados temblaban. Sus narinas temblaban.

Los brazos cayeron a cada lado de su cuerpo y la Silver Ghost que portaba, apenas se sostenía en una mano lánguida que había perdido su fuerza y no hacía más que temblar.

Claire quiso apoyar una mano sobre uno de los hombros de Leon, pero temió que fuera demasiado para él.

—Leon. —Llamó la pelirroja con una voz que no se atrevía a salir de ella y con el corazón en un puño. —Leon.

Pero Leon no podía escucharla, sintiendo por todo su cuerpo a Alexis como si estuviera magreándolo ahí mismo, delante de Claire.

Esas últimas palabras de Alexis, habían dejado al rubio en un estado catatónico. Y la pelirroja no podía más que hacerse preguntas. ¿Qué es lo que no había sido fingido? ¿Cuánto de lo que Alexis estaba contando era lo que Leon estaba tan dispuesto a esconder, que hasta sacrificaría su relación? ¿Qué estaba a punto de desvelarse?

Por su parte, Leon estaba suplicando dentro de su mente. Suplicando que Alexis no dijera en voz alta lo que él tanto se empeñaba en olvidar. Aquello que ni siquiera se atrevía a reconocerse así mismo. Aquello que le avergonzaba profundamente y que le hacía sentir culpable y asqueado de habitar su cuerpo.

Aquello que era una amenaza para su relación con Claire, pero que él prefería arriesgar con tal de que jamás nadie supiera la realidad de lo que le había sucedido en su propia violación.

—Los dos sabemos a lo que me estoy refiriendo. —Volvió a hablar Alexis, tras tomar otro hilo de aire. —Hay cosas que no se pueden falsear. Y menos, la dureza de una polla excitada.

»Estás muy bien dotado, mi amor. Mi mano se sorprendió al tocarte.

Inmediatamente, la arcada que llevaba horas aguardando en su crisálida para convertirse en vómito, salió de la boca de Leon con tal fuerza que el agente especial se dobló en dos.

No tenía mucho en su estomago. Sobretodo líquidos. Pero aun así, tras la primera tanda de vómito, llegó una segunda y después una tercera.

Leon se sentía muy mareado. Y a trompicones, consiguió avanzar hasta la pared y apoyarse con los brazos estirados  y la cabeza gacha, para seguir vomitando.

—Pareces muy enfermo, Leon. —Dijo Alexis, con un tono de voz más elevado, que parecía disfrutar mucho del maltrato psicológico al que estaba sometiendo al agente especial. —Tal vez recordar que sentiste placer mientras te masturbaba, te haga sentir mejor, mi amor.

Leon quería vomitar más. Su estómago lo estaba pidiendo. Pero ya no había nada más que expulsar. Hasta la bilis había salido de él. Si sus órganos seguían pujando contra su boca, terminaría vomitándolos a ellos también.

El rubio se había puesto muy pálido. Pero por la presión facial al vomitar, los capilares de su rostro se dejaron ver, haciendo que toda su cara estuviera llena de pequeñas venas rojas que realmente lo hacían ver como un enfermo terminal.

Las palabras de Alexis dolían de una forma abrasadora en la psique de Leon. Tanto, que también dolía físicamente.

—Puede que los gemidos al inicio fueran fingidos. Pero los gemidos mientras acariciaba la entrepierna, no lo eran. —Siguió maltratando Alexis. —Me alegro de haberte dado placer, mi amor. Pero mi intención era torturarte.

»Si llego a saber que te lo iba a hacer pasar tan bien, hubiera buscado otra forma. —Añadió el platinado, que parecía que  disfrutar maltratando al agente especial, no era suficiente para darle más energía a su voz.

Las rodillas de Leon comenzaron a temblar y a punto estuvo el rubio de caer de rodillas en el agua fecal, sobre la que ahora flotaba su vómito. Pero Claire apareció a su lado, pasando un brazo del rubio por encima de sus hombros, mientras ella lo abrazaba por la cintura, sosteniendo parte de su peso.

Leon levantó a duras penas la cabeza hacia Claire, mirándola a los ojos, pero como si no la pudiera ver.

Tenía restos de vómito debajo del labio que Claire retiró inmediatamente con el pulgar, sacudiéndolo hacia el suelo. Gesto que hizo que Leon cerrara la boca y parpadeara, enfocando mejor a la pelirroja.

Y ahí, en el momento en que se miraron, Leon cerró los ojos con fuerza y apretó los dientes, mientras dejaba su cabeza colgar de su cuello y comenzaba a llorar.

Y una sola palabra salió de sus labios, acompañando el llanto.

—Claire. —Fue lo único que el rubio pudo decir. El nombre de ella. De su Claire.

—Vaya, —Dijo Alexis. — , verte llorar es menos gratificante que verte disfrutar. 

»No me lo esperaba.

—No le escuches más, Leon. —Le susurró la pelirroja al oído al agente especial, que no pudo evitar que las lágrimas también rodaran por sus ojos.

—Lo cierto es que yo me conozco muy bien, y sé que soy un depravado. —Siguió Alexis, que no iba a parar hasta hacer leña del árbol caído. —Pero lo tuyo es muy fuerte agente especial Kennedy. Participar de tu propia violación y disfrutarlo, te convierte en un pervertido mayor que yo.

»Es asqueroso.

Leon entonces dejó de llorar. Y de hecho dejó de reaccionar.

Acababa de entrar en estado de shock.

—Leon. —Llamó Claire. —Leon, Leon. No,no,no. Quédate conmigo. Quédate conmigo. —Llamaba la pelirroja, pero el rubio ya no estaba ahí.

—En mi humilde opinión, —Y ahí iba Alexis, con la estocada final. —Si participas y gozas de tu propia violación, no es una violación.

»Así que, tal y como yo lo veo, no te he violado, Leon. Nos hemos acostado juntos, porque una parte de ti lo estaba deseando.

La propia Claire estaba a punto de vomitar escuchando las sádicas palabras que salían de la boca de Alexis.

—Si no me hubieras reventado la botella de whisky en la cabeza, nos habríamos corrido juntos y habría sido muy placentero.

»No sé por qué nos hiciste eso. El cuerpo no miente. —Alexis hizo una nueva pausa para respirar y continuó. —Pero no me quiero poner romántico. Me has jodido la cara y eso tiene que tener un castigo.

De repente, el sonido de algo metálico irrumpió abruptamente desde detrás de Leon y Claire.

La pelirroja soltó la cintura de Leon y se quitó su brazo de encima de los hombros, —dado que Leon se había quedado rígido como una roca y ahora podía mantener su propio peso. — y caminó hasta el centro del canal, observando la oscuridad al fondo y comenzando a escuchar pasos en el agua, como de niños corriendo.

La ansiedad comenzó a crecer en el pecho de la pelirroja, preludio de la presencia activa de los B.O.W.’s

Les iban a atacar. 

Y Leon no estaba ahí.

—Leon. —Llamó Claire, sin apartar en ningún momento su vista de la oscuridad. —¡Leon, vuelve!

—C.R.-01, te veo muy bien. —Dijo Alexis, dejando de lado a Leon. —Esa ropa te sienta genial.

Claire levantó el dedo corazón hacia una de las cámaras del lugar, concentrada en lo que se venía.

—¡Oh! Sí. Olvidaba que sigues teniendo manos.

»Tus manos por la polla de tu novio. Ha sido un buen trato.

Claire sintió como si Alexis le acabara de meter un puñetazo en el estomago con tanta fuerza, que había tocado columna.

Pero lejos de debilitara, la había llenado de tanta ira y tanta rabia, que se sentía capaz de luchar contra cualquier cosa que se cerniera sobre ellos.

Y protegería a Leon con todo. Igual que Leon la protegió a ella.

—Tengo que decir que tuve a todo mi equipo un buen rato buscándoos. Os habías volatilizado tanto, que llegué a pensar que os habíais escapado de verdad. —Pausa. Respirar. Pausa. Respirar. —Que grata sorpresa me llevé cuando me dijeron que estabais en las cloacas.

»Por un lado, es donde debe estar la mierda, así que enhorabuena, habéis encontrado vuestro lugar. —Pausa. Respirar. Pausa. Respirar. Pausa. Respirar. —Y por otro lado, es el lugar perfecto para poner a prueba una de las armas biorgánicas en las que hemos estado trabajando bastante tiempo.

»Dime, C.R.-01, ¿Sabes quienes fueron las causantes de la propagación de la peste negra?

Claire abrió mucho los ojos ante esa pregunta y levantó la vista por primera vez hacia una de las cámaras.

—Voy a disfrutar del espectáculo. —Volvió a decir el CEO, mientras Claire comenzaba a ver movimiento a través de la oscuridad más próxima.

Pero antes de que aquello que aguardaba en a oscuridad entrase en su campo de visión, a través de los altavoces comenzaron a escucharse varios disparos y gente gritando.

—¡Señor Belanova! ¡Debemos evacuarle ya! —Gritó entonces un hombre por encima del escándalo.

—¿Qué demonios está pasando? —Preguntó Alexis que, pese a tener muchos problemas para hablar, se podía notar en el trasfondo del tono de su voz el enfado creciente que comenzaba a vibrar dentro de él.

—Unos soldados se han sublevado y vienen a por usted. —Informó el soldado a toda prisa.

—¿Mis propios hombres contra mí?

—Cuánto antes lo traslademos, antes podrá reposar. —Volvió a hablar la misma voz femenina de antes, que por cómo se preocupaba por la recuperación de Alexis, bien podría ser su médica  o una enfermera.

—Que mis otros hombres los maten. —Ordenó Alexis.

—Pero señor, apenas le quedan hombres. Ha sufrido bajas muy graves. Tenemos que irnos ahora.

En ese momento, el sonido de una puerta abriéndose con fuerza y el sonido cercano de unos disparos, así como la voz de una mujer gritando, llenó de estática el sonido que salía de los altavoces.

—¡Tú! ¡Vete! —Decía un hombre, al tiempo que se escuchaba a una persona salir corriendo y alejarse.

—Hola, señor Belanova. —Saludo otro hombre al CEO, con lo que Claire podía imaginar, sería una sonrisa en sus labios. —¿Sabe quienes somos?

—¿Siete necios que van a morir aquí y ahora? —Contestó Alexis, que ni siquiera cuando su vida estaba a punto de ser aniquilada, sabía guardar las formas o mostrar un mínimo de humildad.

—Siete necios que te van a matar. —Dijo otro hombre, que parecía estar posicionado menos cerca del platinado.

Alexis se rió ante eso, pero el segundo hombre volvió a intervenir.

—¿No nos reconoces? Deja que te refresque la memoria. Sabemos que has sufrido un terrible accidente que casi acaba contigo.

—Me follé el tío equivocado. —Interrumpió Alexis, mientras se escuchaba su risa entre dientes, acompañado de una respiración muy poco humana.

—¡Cállate, pedazo de mierda! —Grito el hombre. —¡Somos los soldados a los que mandaste a morir al nivel cinco!

Hubo un silencio.

—¿Y por qué seguís vivos?  —Preguntó entonces Alexis.

Otro silencio.

—Hemos sobrevivido para tener la oportunidad de matarte. —Contestó el hombre, mientras unos pasos lentos parecían aproximarse hasta la posición de Alexis, a juzgar por el sonido que iba aumentando el volumen.

—C.R.-01 —Dijo entonces Alexis, como si no le importara lo más mínimo que un grupo de siete hombres se estuvieran aproximando a él para acabar con su vida. —Pásalo bien.

Y dicho esto, los altavoces quedaron dormidos y en ese lugar solo es escuchaban las pisadas de aquello que Claire ya podía ver claramente.

La pelirroja pasó su fusil hacia el frente. Apoyó la culata del arma sobre su hombro. Inclinó la cabeza sobre el visor. Y se dispuso a disparar.

—Venid a por mí, hijos de puta.

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La primera vez que Claire se dio cuenta de que tenía poderes, allá en la cafetería del nivel cinco, había estado tan enajenada que apenas había sido consciente de lo que había hecho o de cómo lo había hecho. Y mucho menos, de cómo se había sentido.

Pero ahora, que estaba cada vez más familiarizada con su nuevo yo, no solo podía controlar mucho mejor aquellos poderes que deseaba usar, sino que se permitía experimentar las sensaciones que venían con ellos.

Cuando se convertía en Hulka, lo que sentía era todo su cuerpo arder. Era puro fuego. Una explosión de incandescencia que, lejos de resultar dolorosa, la confortaba.

Cuando usaba la telequinesis, era un torrente eléctrico encerrado en su cráneo, que azotaba su cerebro con una fuerza tal, que se le escapaba por los ojos, y bajaba por sus brazos hasta la punta de los dedos.

También estaba la telepatía. El menos usado de sus poderes por las consecuencias que parecían tener. La sensación para ella, era como lanzarse al agua. Se sumergía en la mente de otras personas y parecía que la atmósfera cambiaba de densidad, volviéndose más espesa y sintiéndose, en realidad, incómoda.

En el caso de la autoregeneración, la sensación era de alivio. Era muy sencillo en realidad, significaba pasar de sentir dolor a no sentirlo. Tal vez la sensación más humana de todos sus poderes.

Pero cuando de velocidad se trataba, no había sido consciente hasta ese momento, de cómo se sentía ese poder.

Era como si su cuerpo pesara menos. Se sentía completamente gaseosa. Como ella pensaba que debía sentirse un refresco si pudiera sentir. 

Su sangre estaba carbonatada. Sus vísceras, sus músculos, sus huesos. Todo lo que era, debajo de su piel, efervescía y burbujeaba con tanta fuerza, que podía sentir estallidos por encima, como los Peta Zeta estallaban dentro de la boca.

La sensación general era muy enérgica. Y si Claire tuviera que describir en una palabra como se sentía en ese momento, diría que eufórica.

Los sonidos de pasos de niños corriendo, no eran niños corriendo. Sino ratas. Ratas infectadas con un aspecto horrible.

Sí, casi podríamos decir que de todos los B.O.W.’s eran las menos horribles. Pero seguían teniendo un aspecto aterrador.

Los ojos, en sus pequeñas caras, eran demasiado grandes y blanquecinos. Sus cuerpos apenas presentaban pelo y los músculos que los conformaban, cómo no, eran externos, sin piel que los recubrieran.

Tenían las bocas más grandes y más llenas de dientes que los de una rata normal, y lo más destacable, es que eran rápidas. Muy rápidas.

Y eran demasiadas. Más que la munición que poseía.

Las ratas saltaban por encima del agua. Corrían por las paredes y por el techo. Y sus pequeñas garras, podían levantar el hormigón que conformaba ese lugar.

A veces un B.O.W. solo necesitaba ser de pequeño tamaño para convertirse en el arma biorgánica más difícil de vencer.

Pero habían dado con una mujer que era más rápida que ellas.

Claire disparó la primera bala de su fusil, reventando por entero a la primera rata que tenía en su punto de mira. Eran tan pequeñas, que una bala las destrozaba sin dejar de ellas más que carne picada.

Después la pelirroja disparó otra bala, y otra y otra. A bala por rata. Y de momento estaba defendiendo muy bien el fuerte ella sola. Pues Leon seguía estático, de cara a la pared, sin reaccionar a su presente.

Los ojos de Claire se movían tan rápido, y su cerebro procesaba la información a una velocidad tan grande, que para Claire, las ratas parecían moverse a cámara lenta. Era una sensación increíble, ver como todo a su al rededor se movía despacio, mientras  ella seguía moviéndote a una velocidad normal.

Cuando era una adolescente, le encantaba ir con su hermano al salón de arcade de su ciudad, a jugar a “rompe la botella”. Era un juego en el que tenías que apuntar con un arma falsa hacia unas botellas en la pantalla, que  el enemigo te lanzaba.

Cuantas más botellas fueras capaz de romper, más puntos ganabas. Y ella siempre había sido muy buena en ese juego. Puede que no tuviera la puntería de su hermano. O incluso la de Leon. Pero era buena, y más cuando tus enemigos parecen ser incapaces de moverse más rápido.

Eso le hacía preguntarse a la pelirroja, cuál sería la velocidad real que ella estaba alcanzando.

Esas ratas eran muy rápidas. Muchísimo. Pero no lo suficientes, asé que, ¿cómo se estaría viendo ella desde fuera?

Mientras cambiaba el cargador del fusil, con la vista periférica, vio cómo una rata en el techo, había avanzado más allá de ella y se dirigía directamente hacia Leon, saltando sobre él.

Antes de que la rata pudiera tocarle, la pelirroja alargó una mano, y sintiendo la corriente eléctrica de la telequinesis explotar en su cerebro y casi al instante en la punta de sus dedos, sintió vívidamente el tacto de la rata en su mano y, con el gesto de lanzarla hacia las demás, la rata salió volando en esa dirección para segundos después estallar en sangre y vísceras, tras el impacto de bala del fusil de Claire.

Era la primera vez que la pelirroja combinaba dos de sus poderes. Ni siquiera sabía que era capaz de hacerlo. Pero ocurrió, casi instintivamente.

Siguió disparando y cargando su fusil, pero las ratas no dejaban de aparecer. Y la munición era esencial para sobrevivir en el exterior.

Claire no estaba segura de si lo que pensaba hacer a continuación funcionaria, pero, tenía que tratar de ahorrar balas.

Combinando de nuevo sus dos dones, colgó su fusil de su espalda y, extendiendo los brazos, dejó que la electricidad se adueñara de ella y se extendiera al exterior, haciendo que todas esas ratas que corrían hacia ellos flotaran en el aire como si estuvieran en una burbuja de ingravidez.

Las ratas seguían moviendo sus extremidades, tratando de avanzar, mientras giraban lentamente en el aire, como un astronauta en su nave.

Si no fueran tan horrible, esa imagen, con todas esas ratas girando lentamente, podría ser hasta entrañable.

Pero eran armas. Máquinas de matar. Y había que acabar con ellas.

La pelirroja abrió las palmas de sus manos, que vibraban con fuerza, como si fuera capaz de sentir en ellas cada pequeño cuerpo de rata que ahí había, y con fuerza, comenzó a apretar los puños. Y no resultaba nada fácil. Era como si literalmente cientos de ratas cupieran en sus manos y aplastarlas implicara la fuerza suficiente como para hacerlo de verdad.

La electricidad aumentó en el cerebro de Claire y rápidamente se concentró en sus manos, mientras podía sentir como la sangre comenzaba a descender desde sus fosas nasales.

Sin cejar en su empeño por cerrar los puños, todo el cuerpo de Claire comenzó a temblar con rabia y, frunciendo el ceño, sus ojos, como dos linternas comenzaron a brillar, alcanzando el estado telequinético que la convertía en un ser superior y le daba la fuerza mental necesaria para acabar con sus enemigos.

Sus puños se cerraron de golpe y los cientos de ratas que tenía justo en frente, se aplastaron sobre sus propios cuerpos, reventando y convirtiese en bolas de carne sin vida.

Cuando Claire bajó los brazos, la sangre, vísceras y bolitas de carne cayeron al agua a su vez y el campo gravitatorio desapareció, volviendo todo a la normalidad.

Claire se pasó el dorso de la mano por debajo de la nariz, retirando la sangre en su mayoría y, respirando fatigada, y sintiendo bastante cansancio físico, caminó hacia Leon, ahora que ya no quedaban enemigos a los que enfrentarse.

Cuando llegó al lado del rubio, este seguía exactamente igual que como lo había dejado.

—Leon. —Llamó Claire, frotando la espalda del agente especial, haciendo círculos. —Vuelve conmigo.

Leon no respondía.

Claire se colocó ante él y tomó su cara entre sus manos, enfocando sus ojos.

—Leon, vuelve. —Repitió Claire con la voz calmada, bajando sus manos hasta los hombros del agente especial y frotándoselos suavemente. —Tenemos que salir de aquí.

Silencio.

—No sé que hacer. —Reconoció la pelirroja sintiendo como sus ojos se humedecían. —Vuelve por favor.

Cuando dos enormes lágrimas cayeron de los ojos de Claire, Leon parpadeo y sus ojos comenzaron a seguir esas lágrimas hasta que se precipitaron al agua.

El rubio volvió a levantar la vista hacia los ojos de Claire, y lentamente frunció el ceño y entrecerró los ojos. Mirándola como si estuviera despertando de un largo letargo.

En ese momento, un grito enorme y agudo llenó el espacio, y cuando Claire miró hacia el túnel por donde llegaran antes todas esas ratas enfermas, encontró ante ella una rata gigante.

Sus características físicas eran exactamente iguales a las de las ratas pequeñas, pero habiendo aumentado su tamaño setenta veces.

El ataque de las cientos de ratas pequeñas ya había sido duro y habían dejado bastante cansada a Claire. ¿Por qué tenía que aparecer ahora esa maldita rata gigante? ¿Es que jamás les iban a dar un respiro ahí dentro?

Claire suspiró y comenzó a quitarse las armas de la espalda, colgándolas de Leon como si fuese una percha.

También desató su chupa de la cintura y la dejó sobre uno de los hombros del rubio. Iba a hacer una transformación completa y no quería que sus caderas rompieran  el cuero.

—Sujétame esto. —Le dijo al rubio, que no había atendido al grito del B.O.W. pero que sin embargo parpadeaba y miraba el rostro de Claire como con curiosidad. —Vuelvo en seguida.

Y dicho esto, Claire avanzó de nuevo al centro del canal, forzando su transformación más grande, sintiendo el calor apoderarse de su cuerpo y echando llamas por sus ojos. 

Mientras, Leon la seguía con la mirada y veía dicha transformación, así como a la rata gigante que se aproximaba a ellos.

—Estoy harta de vosotros. —Dijo Claire con la voz de ultratumba, y acto seguido lanzó un grito en dirección a la rata que no detuvo a esta, pero que la hizo agachar las orejas.

Antes de que Claire se lanzara a por la rata, una segunda rata del mismo tamaño apareció por detrás de esta, gritando a su vez, mientras varias gotas de saliva salían disparadas de sus fauces.

—¿Dos contra uno? —Preguntó Claire. —Seguís en desventaja.

Y maldito el momento en que lo dijo, porque entonces una tercera rata gigante apareció al otro lado de la primera, con el mismo aspecto horrible y letal que las otras dos.

—Mierda. —Dijo entonces Claire, al tiempo que las ratas gigantes se lanzaban a por ella.

Eran más grandes que Claire, pero no así más rápidas. Y eso que la pelirroja no estaba usando la verdadera velocidad en combinación con la fuerza.

Y sin embargo, para Claire, en ese momento la frase “divide y vencerás” le pareció el mejor consejo, así que con un rápido movimiento de su mano, empujó a la rata número dos y a la rata número tres, hacia el fondo del túnel, mientras se lanzaba a por la rata número uno.

Esta presentaba unas garras enormes y rápidas que Claire tuvo que esquivar para poder aproximarse a ella lo suficiente como para poder clavar sus dedos en el torso de esta, elevarla por encima de su cabeza y tumbarla en el  agua, mientras le pisaba la cabeza con la intención de aplastársela.

Pero la segunda rata, ya había vuelto a  aparecer, así que Claire se giró en su dirección, y con  la telequinesis volvió a lanzarla lejos, cuando sintió unas garras abriéndole la espalda dolorosamente.

Cuando se giró, la tercera rata estaba ahí, lanzando un segundo garrazo contra la pelirroja que, saltando hacia atrás, tomó distancia, para mirar por encima del hombro la gravedad del asunto.

Su autoregeneración ya estaba trabajando en ella. Pero a la pelirroja le había cabreado que se atreviera a atacarla por la espalda, así que, mientras la primera rata se incorporaba, Claire corrió hacia ellas, saltó sobre el lomo de la número uno y, tomando impulso, se lanzó contra la tercera, tomando entre su brazos la zarpa con la que le había dañado y,  aterrizando a espaldas de la rata, tiró con todas sus fuerzas, desmembrando al tercer B.O.W.

Pero apenas había logrado esto, la segunda rata se lanzó sobre ella, cogiéndola por los brazos, y tirando hacia lados opuestos, mientras abría sus fauces para arrancarle medio cuerpo.

Claire, rápida como el demonio,  corrió por el torso de la bestia, y al impulsarse para voltear hacia atrás, aprovechó el momento para cerrarle la mandíbula a la bestia con una patada tan fuerte, que los dientes inferiores del  B.O.W se le clavaron en su propio paladar. Y ahora la gigantesca rata número dos, no podía abrir la boca. Y soltando a Claire, comenzó rascarse el hocico, tratando de liberar sus dientes.

La rata número uno se lanzó a por la pelirroja a base de zarpazos que esta pudo esquivar fácilmente y, saltando por encima del B.O.W. aterrizó tras este y lo pateó con fuerza, haciéndolo volar varios metros hacia atrás en el túnel.

La tercera rata volvió a la carga, y a Claire le dio tanta pena que tuviera el cuerpo tan descompensado, que decidió arrancarle el otro brazo, dejando al B.O.W. sin extremidades superiores con los que poder luchar.

Y mientras la criatura gritaba, Claire pensó que ya era hora de sacarlo de la ecuación, y lanzando un fuerte puñetazo contra su pecho, atravesó este y, cogiendo el enorme corazón de la criatura en su mano, lo sacó de su plexo y lo hizo jirones con sus zarpas, matando a la bestia al momento.

La rata número dos, había logrado liberar sus fauces y, sangrando profusamente, en un rojo demasiado oscuro, volvió a por Claire, cogiéndola de espaldas por la cintura y llevándosela a la boca como si la pelirroja fuera un bocadillo.

Claire giró dentro de esas zarpas y, mirándola de frente, atravesó la mandíbula de la bestia por la zona posterior, reventando el cráneo y sacando su garra, con el cerebro de la criatura en su mano, por la parte alta de su cabeza; para después tirar hacia sí y  sacar dicho cerebro por la mandíbula, matando en el acto a la bestia, que se desplomó en el agua fecal.

Claire estaba ya muy cansada. Y mientras recuperaba el aliento, la primera rata se abalanzo sobre ella, cogiéndola entre sus garras de tal forma, que había inmovilizado los brazos de Claire, pegándolos a sus costados, mientras apretaba con la fuerza suficiente como para que la pelirroja no se viera capaz de liberarse.

La rata abrió su enorme boca y se dispuso a partir a Claire en dos, pero esta usó su telequinesis para levantar una barrera que la protegiera.

Quería poder hacer más. Quería poder reventarle los sesos dentro de su propio cráneo, o romperle el cuello y arrancarle la cabeza.

Pero la telequinesis siempre demandaba mucha fuera y energía. Y Claire estaba al límite.

La rata lanzaba dentelladas que chocaban contra esa pared invisible de era la telequinesis de la pelirroja. Pero esta no sabía cuanto más podría aguantar, y sentía que con cada choque, resquebrajaba poco a poco sea pared.

La pelirroja empezó a perder masa muscular,  el sudor comenzó a perlar su frente y su cuerpo temblaba bajo la presión de las horribles zarpas de la rata gigante.

Otro golpe chocó contra la pared telequinética. Y otro y otro más.

Claire apretó los dientes, tratando de resistir mientras pensaba rápidamente de qué otra forma podría librarse de esa situación.

Un rugido escapó de su garganta, que rápidamente se convirtió en un grito lleno de coraje, cuando la pelirroja sintió que su telequinesis  había desaparecido, dejándola a merced de la muerte, y cerrando los ojos para no tener que ver su final.

—Perdóname Leon. —Susurró la pelirroja, con pesar, pensando que ella era lo único que se interponía entre ese B.O.W. y su rubio, y que en pocos segundos, ya nada lo haría. Dejando a agente especial totalmente desprotegido.

Fue entonces cuando seis balas disparadas desde detrás de Claire impactaron contra la cabeza de la rata gigante, atravesándola de lado a lado y provocando su muerte.

La bestia soltó a Claire y trastabilló haca atrás, hasta derrumbarse sobre otra de las ratas, y rendirse ante la muerte.

Claire, se giró inmediatamente, viendo ante ella a Leon, que estaba bajando su Silver Ghost y tenía la mirada encapotada por la profundidad de sus cejas fruncidas, mientras miraba el cadáver de la rata gigante que acababa de matar.

Después, el agente especial miró a la pelirroja y el ceñó se desfrunció. Sus ojos, antes estrechos, se abrieron en una mirada limpia mientras parpadeaba con consciencia.

Bajó la mirada y miró a su alrededor. Todos esos cuerpos de ratas flotando en el agua. Todas esas bolas de carne y vísceras acumuladas aquí y allá.

Las tres ratas gigantes.

Leon volvió a mirar a Claire. Tragó saliva y agachó la cabeza.

Acababa de recordar que su secreto había salido a la luz. Y el rubio se sentía tan mal, con tantas emociones a la vez peleándose por reinar en su fuero interno, que simplemente se rendía ante las circunstancias, sin nada que decir.

Claire, sintiendo el sufrimiento de Leon como propio, fue quien se movió dirigiéndose hacia él.

—Gracias. —Dijo la pelirroja cuando estuvo frente al rubio.

Leon no contestó nada. Se humedeció los labios, como si fuera a decir algo, pero después tragó saliva y no dijo ada.

Claire, cogió de su hombro la chupa de cuero y se la puso.

Después, con ayuda de Leon, recuperó sus armas, sacándolas de la espalda del rubio y colgándoselas en la suya.

—Me alegra que estás de vuelta. —Dijo Claire, que todavía no lograba hacer contacto visual con el agente especial. —Entraste en estado de shock.

Leon se llevó una mano al puente de la nariz. Cerró los ojos e inspiró profundamente. De nuevo parecía que iba a decir algo, pero no lo hizo.  Aunque al menos la pelirroja había logrado que el rubio la mirara a los ojos.

Claire sonrió a Leon con resignación mientras encogía los hombros y Leon hizo un esfuerzo por corresponder, pero solo unos segundos de comisuras elevadas hicieron acto de presencia en un rostro devastado  por la paliza emocional y psicológica que había recidivo hacía un rato.

—¿Te puedo abrazar? —Preguntó Claire.

Leon curvó sus cejas con pesar, y sus parpados apenas hacían un recorrido completo cuando pestañeaban, mientras escondía los labios en su boca, mostrando una expresión angustiosa, mientras pensaba si  la pelirroja podía tocarle o no.

—No te preocupes. No pasa nada. —Contestó Claire ante la falta de respuesta.

Lo último que ella deseaba era poner a Leon en una situación incómoda cuando acababa de salir de un estado de Shock en el que le había metido a golpes el cabrón de Alexis.

Así que, con unos gestos de la mano que pretendían quitarle importancia al asunto, y sonriendo nerviosamente, Claire pasó de largo al rubio, siguiendo el camino que habían tomado antes de ser interrumpidos.

Entonces, la mano de Leon tomó a la pelirroja por la muñeca son suavidad, haciendo que esta se detuviera y fijara sus ojos en ese contacto.

Cuando Claire levantó la vista,  encontró a Leon mirándola, todavía con  ese semblante triste y rendido,  mientras se giraba hacia ella.

Claire observaba atentamente a su rubio. No quería cometer errores con él.

—¿Te puedo abrazar? —Volvió a preguntar Claire, con la voz hecha un susurro y los ojos brillantes por la esperanza.

Y de la boca de Leon no salió ni la más mínima palabra. Pero el rubio asintió. Lentamente. Pero repetidas veces.

De hecho, lo que Claire ignoraba, es que el agente especial necesitaba ese abrazo como el respirar. Pero todavía no lo sabía fehacientemente. Pues el miedo y el dolor nublaban sus necesidades.

Claire dio un paso más hacia Leon, mientras Leon daba un paso más hacia Claire. Y cuando estuvieron lo suficientemente cerca, ella apoyó las palmas se sus manos sobre el pecho del rubio y, con suavidad y dedos temblorosos, comenzó a subirlas hasta el cuello donde, poniéndose de puntillas, rodeo este con sus brazos, apoyando su  cabeza contra la del rubio, y estrechándolo con amor y verdad, a ojos cerrados.

Por su parte, Leon apoyó sus manos en la cintura de Claire y agachó su torso para facilitar que la pelirroja pudiera abrazarlo por el cuello, pero en esa posición estática se había quedado, mirando a la nada a sus pies.

—Abrázame, por favor. —Susurró Claire, con la voz rota por una emoción que comenzaba a salir de sus ojos en forma de lágrimas. —Abrázame.

Y Leon, movido por esa voz y las emociones que de ella se desprendían, cruzó sus brazos alrededor de la espalda de Claire, acunando su cabeza con una mano, mientras con la otra abarcaba toda su espalda hasta la cintura contraria. Y la estrechó con fuerza y necesidad, mientras enterraba su cara en el cuello de esta y se permitía llorar, como se lo permiten las personas cuando, por fin, llegan a un lugar seguro.

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