Chapter 1: Instinto
Chapter Text
El aire olía a hierro, a madera vieja… y a algo más.
Spirit abrió los ojos con un quejido leve. El suelo bajo él era duro, seco, y su cuerpo entero dolía como si hubiera sido derribado por una estampida. Intentó moverse, pero las cuerdas que le apresaban las muñecas y tobillos lo detuvieron. Estaba atado. Prisionero.
Un grupo de soldados lo rodeaba. Voces, risas, botas aplastando la tierra. Lo habían arrastrado hasta el centro del campamento militar y lo habían amarrado contra un poste clavado en la tierra reseca. Le hablaban como si fuera un animal salvaje. Uno que se resiste a doblegarse.
Spirit alzó la cabeza con orgullo, sin ceder. Su mirada ardía como el fuego bajo la corteza. Si pensaban que lo romperían, no lo conocían.
El sonido de un caballo al trote rompió la tensión.
Un hombre llegó montando con arrogancia, rodeado por un aire que reclamaba autoridad. Se detuvo justo frente al caos, desmontó sin prisa, con una fusta colgando de su cinturón. Sus botas resonaron con firmeza cuando pisó el suelo, y su abrigo azul oscuro ondeó con el viento caliente. El sombrero ocultaba parte de su rostro, pero sus ojos grises brillaban con gélida precisión.
“¿Cuál es su problema, caballeros?” preguntó con tono cortante.
“Este salvaje no deja que nadie se acerque, señor” respondió uno de los soldados, sujetando la cuerda.
“Se resiste como un demonio” añadió otro “Es un alfa y creemos que el líder de su tribu, coronel.”
El coronel no respondió de inmediato. Caminó lentamente hacia Spirit, observándolo como quien inspecciona un animal difícil de domar.
“¿Ah, sí?” murmuró con curiosidad contenida.
Entonces desenrolló su fusta, alzó la barbilla de Spirit con su extremo de cuero, forzándolo a mirarlo directo a los ojos.
“El ejército ha domado a criaturas mucho más salvajes que tú” susurró con desprecio “Y tú no serás diferente.”
Spirit no apartó la mirada.
No se encogió.
No parpadeó.
Y entonces, con un movimiento seco, lleno de fuerza contenida, derribó la fusta con un golpe de su barbilla . El cuero cayó al suelo con un chasquido seco.
Los soldados contuvieron el aliento.
Spirit apenas se movió, pero todo su cuerpo hablaba: no lo lograrás .
El coronel ladeó apenas los labios, sin molestarse en recoger la fusta. No lo necesitaba. El desafío ya estaba en el aire.
El viento sopló.
Y Spirit lo olió.
Se quedó quieto, pero su respiración se volvió más profunda, más atenta.
Entre el polvo, la tierra y el cuero… había algo más.
Omega.
Frunció el ceño, alertado.
¿Tenían a un omega por aquí?
Sabía de lo que eran capaces esos hombres.
Sabía lo que hacían con los suyos, con sus omegas, cuando creían que nadie miraba.
Lo sabía demasiado bien.
Aspiró otra vez, más hondo.
Y entonces lo sintió con claridad. Levantó la vista.
El hombre frente a él no era como los otros.
Había algo extraño.
Antinatural.
Su olor no era sucio, ni desgastado como el de los soldados que lo rodeaban.
No como esos alfas.
No era violencia.
No era poder.
Era… contención.
Una esencia pura… cubierta bajo capas y olores que no le pertenecían.
Le picó la nariz.
Omega.
Pero no cualquier omega.
Un omega maduro.
Spirit no entendía las palabras que usaban esos hombres, pero entendía lo esencial.
Lo que vivía bajo la piel.
Lo que no se puede ocultar del viento ni del instinto.
Y ese aroma…
Ese aroma venía del coronel.
Su instinto se encendió sin permiso.
No era deseo.
Era algo más profundo: alerta. Protección. Territorio.
¿Un omega entre estos hombres?
El alfa en Spirit se revolvió. Inquieto.
No tenía sentido.
El coronel giró sobre sus talones y murmuró algo a uno de sus soldados.
“Llévenlo a la cabaña. Quiero verlo a solas más tarde.”
“¿Seguro, coronel Smith?” preguntó el más joven de los hombres, sorprendido.
Coronel Smith.
Así se llamaba.
Spirit lo grabó en su mente.
El omega que caminaba como un alfa.
Lo siguiente fue arrastre, empujones, un encierro mal construido y el eco de una puerta cerrándose tras él.
La cabaña donde lo dejaron era pequeña. De madera agrietada y olor a encierro.
Una única llama parpadeaba en la chimenea, y el calor apenas alcanzaba sus piernas. Estaba atado a un poste, las muñecas raspadas, la respiración irregular.
No tuvo tiempo de asentarse.
Varios hombres entraron sin hablar, con esa mirada seca que los soldados usaban para fingir que no veían a las personas, solo a los cuerpos.
Uno cargaba unas tijeras opacas, manchadas de algo viejo.
El otro lo sujetó por los brazos amarrados.
Y otro por los hombros.
Spirit no entendía qué pasaba hasta que sintió los primeros tirones en el cuero cabelludo.
Un crujido leve.
Una hoja de metal raspando cerca del oído.
Su cuerpo se tensó.
Intentó zafarse, gruñó, pero los hombres ni siquiera reaccionaron.
Hacían lo que se les había ordenado.
El primer mechón cayó.
Negro, pesado, como raíces arrancadas de golpe.
Cayó al suelo sin sonido, como hojas muertas.
Se mezcló con el polvo.
Para Spirit, su cabello no era solo cabello.
Era su origen, su sangre, su memoria viva.
Era la marca que todos los hombres llevaban en su tribu, larga, trenzada con hilo de corteza o cuentas de piedra.
El pelo crecía con los años, con los ciclos vividos, con los hijos nacidos.
Era señal de conexión con lo ancestral.
De respeto por el cuerpo.
De continuidad.
Y ahora… se lo quitaban como si no fuera nada.
Sintió una punzada, no en la cabeza, sino más profundo.
Un desgarrón silencioso en el pecho.
Furia.
No lo pensó.
Fue instinto.
Soltó un golpe con la cabeza al hombre que le cortaba el pelo, con tanta fuerza que sintió el crujido del hueso ajeno contra su frente.
Un quejido apagado, y el hombre retrocedió tambaleando.
El segundo intentó sujetarlo más fuerte, pero Spirit le lanzó una patada a la rodilla, rápida, seca, como los caballos cuando huelen peligro.
Ambos se apartaron, maldiciendo.
Spirit se quedó jadeando, los ojos inyectados en sangre, la respiración en fuego.
Pero no tenía escape.
Las muñecas seguían atadas al poste, raspadas hasta sangrar.
Y los hombres volvieron.
Uno de ellos le sujetó la cabeza con fuerza desde atrás, obligándolo a mirar al suelo, mientras el otro retomaba las tijeras.
Más violentos ahora. Más fríos.
No hubo palabras.
Solo el chasquido metálico de las cuchillas entrando de nuevo entre sus hebras.
Más bruscos.
Más crueles.
No lloró.
No gritó.
Pero sus ojos se quedaron fijos en el suelo, mirando cómo su cabello se amontonaba a su alrededor como sombras muertas.
El corte fue tosco, desigual.
Pero al final, el resultado fue claro.
Lo habían dejado como ellos.
Corto.
Rígido.
Uniforme.
Como todos los soldados.
Como todos menos el Coronel.
Porque el Coronel —Smith— llevaba el pelo más largo.
No tribal, no salvaje, pero no obediente.
Le rozaba apenas el los hombros, y eso era suficiente para Spirit.
Una grieta. Una diferencia.
Un símbolo de que algo en él tampoco quería pertenecer del todo a esto.
Pero él…
Él ya no tenía nada que lo distinguiera.
Se sentía desnudo.
No por la ropa que le faltaba.
Sino por lo que ya no estaba sobre su cabeza.
Sintió el sudor frío bajándole por la nuca.
La piel al aire.
Y pensó:
“Somos tierra. Tierra con forma. Y al final, polvo de nuevo.”
No quiso pensar más.
Los hombres salieron maldiciendo..
Se llevaron sus cosas como si acabaran de arreglar una herramienta, no como si hubieran cortado a un ser humano por dentro.
Spirit no se movió.
Solo escuchó.
La respiración de la llama.
El crujido de la madera.
El eco de su silencio.
No sabía si le dolía más el cuerpo o el alma.
Pero algo en él había cambiado.
Algo en él se había roto y estaba callado.
Y entonces, el sonido de pasos acercándose.
Más firmes.
Más lentos.
Más seguros.
Fue entonces que lo sintió con más fuerza.
El aroma.
Ese aroma imposible.
Omega.
Su cuerpo lo reconoció antes que su mente pudiera pensarlo.
Más claro. Más directo.
El Coronel.
Ese hombre.
Olía a omega.
El corazón de Spirit golpeó en su pecho.
Su tribu reverenciaba a los omegas.
Los consideraban portadores del equilibrio.
Creadores.
Protectores.
Pero este hombre…
Este hombre era otra cosa.
La puerta de la cabaña se abrió con un chirrido seco.
La figura del coronel volvió a recortar la luz.
Entró con la misma autoridad fría, el rostro sin expresión y los ojos grises como acero pulido. Sus botas sonaron sobre la madera. Llevaba el sombrero puesto. Impecable. Intocable.
Spirit lo observó con intensidad. Como quien contempla un veneno envuelto en seda.
Y el aroma volvió a golpearlo con la fuerza de un recuerdo: flor marchita, calor oculto bajo la tierra.
Omega.
El coronel se detuvo frente a él.
Habló.
Palabras ajenas.
Frías. Calculadas.
Spirit no las comprendía, pero la intención era clara.
Luego, con la mano enguantada, se señaló el pecho.
“James Smith. Coronel.”
Spirit no respondió.
Lo miró como quien observa a una serpiente deslizándose entre la maleza.
Bajo control. Peligrosa.
Algo que oculta sus colores para sobrevivir.
James dijo unas órdenes a los hombres que lo acompañaban. Ellos salieron sin protestar, cerrando la puerta con fuerza tras ellos.
Silencio.
Spirit inhaló.
Y el aroma fue casi abrumador.
Más puro. Más real.
El gruñido escapó de su garganta.
Bajo. Tenso. Instintivo.
Los músculos de su cuello se contrajeron.
No entendía lo que pasaba…
Pero su cuerpo sí.
Y lo que olía no tenía sentido.
El hombre frente a él no se movió.
No se inmutó.
“¿A quién piensas que le estás gruñendo… sucio animal?” escupió el Coronel con veneno frío.
Spirit no entendía las palabras, pero sí sentía el peso.
El desprecio.
La provocación.
Y también… el temor disfrazado.
No temor a él.
Temor a la naturaleza.
Porque Spirit lo olía.
Ese aroma a algo puro… casi marchitado.
Un omega maduro.
Cubierto por capas de rigidez y control.
No era un omega libre.
No como los suyos.
Este estaba escondido. Encerrado.
¿Por qué lo ocultas?
¿Por qué niegas lo que eres?
El Coronel lo rodeó con pasos firmes, metódicos.
Lo observaba como a una criatura que debía ser medida, catalogada, contenida.
“Siempre lo mismo” murmuró en su idioma “Apenas perciben algo que no entienden y ya muestran los dientes.”
Spirit alzó la cabeza, su respiración profunda.
No era que no entendiera.
Era que no podía aceptar lo que estaba oliendo.
Un omega que gobernaba como un alfa.
Un omega que había aprendido a oler… a nada.
No era natural.
Los ojos de Spirit, dorados y feroces, se clavaron en los de James.
No había palabras.
Pero sí entendimiento.
Yo sé lo que eres.
James se detuvo frente a él una vez más.
Inmóvil. Implacable.
Pero algo en su olor… vibraba como una cuerda tensa.
Y Spirit sonrió.
Porque las serpientes, por muy quietas que parezcan, siempre terminan mostrando los colmillos.
James se detuvo frente a él una vez más.
Inmóvil. Implacable.
Pero algo en su olor… vibraba como una cuerda tensa.
Y Spirit sonrió.
No era una sonrisa amable.
Era la sonrisa de un lobo que reconoce el miedo en la mirada de otro depredador.
De uno que finge no tenerlo.
El gesto, leve pero cargado de sentido, pareció encender algo en el Coronel James Smith.
Sus cejas se fruncieron.
Sus labios se endurecieron.
El aroma que lo envolvía se volvió más denso. Más nítido.
Apretado como un nudo bajo la piel.
Spirit ladeó un poco la cabeza, respirando hondo.
Ese olor…
Lo conocía.
No de este lugar.
No de los humanos.
De la tierra. De su manada. De la vida en equilibrio.
Omega.
“…omega” soltó con la voz ronca, gutural, medio rota por el desuso del idioma.
Era casi un gruñido.
Casi un reconocimiento.
El cuerpo de James se tensó.
Su ceño se frunció aún más, con una sombra de ira que le cruzó el rostro.
Sus ojos grises se encendieron con una chispa helada.
“¿Qué estás diciendo… salvaje?” espetó con veneno contenido, como si la palabra le escociera.
Spirit lo observó desde abajo, atado, pero sin una pizca de sumisión.
Su respiración era profunda, consciente.
Los sentidos abiertos como flores al sol.
El aroma del coronel seguía vibrando.
Más fuerte. Más agudo.
Y sin embargo, nadie más parecía notarlo.
Ninguno de los soldados.
Ninguno de los hombres.
Solo él.
Porque él era diferente.
Porque Spirit era parte de la tierra, no de lo que esos hombres destruían.
Porque su alma hablaba con los árboles, y sus ojos habían visto el mundo sin ropas ni mentiras.
“No lo sienten… pero yo sí.”
“Ellos están sordos al bosque. Ciegos al cielo. Rotos por dentro.”
Pero él no.
Él sí podía olerlo.
Ese hombre olía como las flores que se marchitan para proteger su semilla.
Como los animales que se cubren de barro para no ser vistos.
Como las serpientes que brillan como joyas venenosas en la maleza.
Letal. Elegante.
Spirit no sabía qué era un “coronel”.
No entendía sus medallas, su uniforme, su autoridad fingida.
Pero sí entendía su olor.
Y por eso, aunque estaba amarrado, lo miró con la certeza de quien ve más allá del disfraz.
“Omega… escondido” gruñó, bajito, pero claro.
James retrocedió medio paso. Solo medio.
Pero fue suficiente.
Spirit lo vio.
Una grieta.
Una duda.
Un segundo en el que ese hombre perfecto, liso, pulcro… titubeó .
“¡Silencio!” gritó James de pronto, como si pudiera detener con una palabra el rugido de la verdad.
El grito resonó más allá de la estructura de madera.
Spirit cerró los ojos un instante y sonrió de nuevo.
Afuera, un soldado que estaba de guardia se giró, alerta. La voz del coronel rara vez subía de tono.
Cuando lo hacía, algo iba mal.
Golpeó la puerta con dos dedos rígidos, sin atreverse a entrar de inmediato.
“¿Coronel?” llamó con cautela “¿Todo está bien ahí dentro?”
Silencio.
Y luego, pasos.
Fuertes. Medidos.
Cada uno más pesado que el anterior.
La puerta se abrió de golpe.
El Coronel James Smith emergió con el rostro tenso, el mentón apretado y una sombra de furia subiéndole por el cuello como una hiedra venenosa.
Los nudillos se le habían puesto blancos de tanto apretar la fusta.
“¡Saquen a este salvaje de mi vista!” espetó, casi escupiendo las palabras. Su voz era como un trueno contenido: no estallaba, pero amenazaba con partir el cielo.
El soldado se irguió con un respingo, tragando saliva.
“Sí, señor.”
“Que no pruebe ni una gota de agua” continuó el Coronel, sin mirarlo siquiera “¡Denle comida, lo justo! Seca. Dura. Y vamos a ver cuánto le dura esa sonrisa.”
Un músculo le temblaba en la mejilla.
El coronel estaba rojo.
No solo de ira…
Sino de algo más difícil de esconder: vergüenza.
Dio media vuelta, el largo abrigo ondeando tras él, y desapareció entre las sombras del puesto militar.
Unos segundos después, la puerta volvió a abrirse.
Entraron tres soldados.
Todos alfas.
Todos con rifles al hombro y una tensión visible en los hombros.
Pero cuando sus ojos se posaron en Spirit, se detuvieron.
El “salvaje” era más alto que cualquiera de ellos.
Incluso sentado, atado, irradiaba algo… distinto.
Era moreno, de piel curtida por el sol y el viento, con músculos definidos no por vanidad sino por sobrevivencia.
Una fuerza construida con el paso de estaciones, no con repeticiones en un cuartel.
Cuando se irguió, lo hizo con la espalda recta y la barbilla alta.
A uno de los soldados le sacaba dos cabezas completas.
A los otros, por lo menos una y media.
“¿Seguro que no deberíamos esperar refuerzos?” murmuró uno de ellos, sin dejar de mirarlo.
“Solo sáquenlo. Ya.” ordenó el sargento que los acompañaba “No le hablen. No lo miren. Solo saquen a esta maldita bestia de aquí. ¿Quedó claro?”
Spirit los observó con los ojos entrecerrados, como un lobo rodeado de perros domesticados.
No se resistió cuando lo tomaron.
Dejó que lo arrastraran fuera de la cabaña.
Sus pies descalzos tocaron el polvo seco del suelo.
Su cuerpo seguía tenso… pero en calma.
Porque él no necesitaba cadenas para sentirse libre.
Y mientras lo alejaban del Coronel, una última mirada cruzó el aire entre ellos.
James estaba de pie sobre una tarima, vigilando desde las alturas.
Imperturbable.
Frío.
Pero Spirit ya lo había visto.
Ya lo había olido.
Ya lo había reconocido.
Omega.
Letal.
Elegante.
Como una serpiente que se arrastra en círculos, fingiendo que no va a atacar.
No sabía cuánto tiempo había pasado.
Días. Semanas, tal vez.
No había relojes donde él venía.
El tiempo se medía en ciclos: luz y sombra, lluvia y sequía, hoja y ceniza.
Y ahora solo había polvo.
Lo dejaron fuera, como a un perro indeseado.
Atado, a veces. Suelto otras, pero vigilado siempre.
Los soldados decían cosas entre dientes, sin mirarlo del todo, como si su presencia les pesara en los hombros.
Spirit no bebía más que cuando llovía.
Y llovía poco.
Cuando caía agua del cielo, él alzaba el rostro, abría la boca y dejaba que las gotas limpias lo alcanzaran. A veces se dejaba empapar completo, sin moverse. La tierra bajo sus pies se ablandaba entonces, y por un momento efímero, era como volver a casa.
Comía lo que le lanzaban: pedazos de pan seco, carne fría y dura como madera. Nada que su cuerpo no pudiera soportar, pero tampoco nada que lo hiciera sentirse vivo.
Y no lo había vuelto a ver.
Al Coronel.
A James Smith.
El omega.
Lo que más le inquietaba era eso.
No verlo.
No olerlo.
Los demás soldados eran alfas o betas, y se notaba en cómo se movían. Los alfas se empujaban, hablaban fuerte, golpeaban cosas sin razón aparente. A veces simulaban peleas, como crías sin guía. Se reían como hienas cuando uno terminaba en el suelo.
Algunos hacían gestos vulgares, se burlaban de los betas, se tocaban sus partes con bravuconería, como si eso bastara para demostrar algo.
Spirit los observaba desde donde estaba.
Quieto, como piedra al borde del río.
Y aunque no lo mostraba, algo en su interior se tensaba.
No por ellos.
Por lo que podrían hacer… si supieran.
Porque él sabía.
Sabía lo que eran capaces de hacerle a un omega.
Había escuchado las historias.
De lejos.
De niño.
Su madre se lo decía con cuidado, como quien toca una herida abierta en alguien más:
“Los civilizados no entienden. No respetan. No sienten. A sus omegas los tratan como cargas, como debilidades. Como cuerpos, no como raíces.”
Y Spirit veía a esos hombres, y entendía.
No todos eran violentos, pero todos ignoraban.
Ignoraban cómo mirar a un omega.
Él había visto a los suyos ser tocados con reverencia en su tribu.
Con respeto.
Como uno toca la tierra antes de plantar.
Pero James Smith caminaba entre estos hombres como si no fuera nada.
Como si su cuerpo no oliera.
Como si no palpitara como debe palpitar un omega.
Spirit se removía en la tierra seca con esa idea clavada en el pecho.
¿Por qué lo oculta?
¿Por qué apaga lo que es?
Una parte de él se decía que no debía importarle.
Que el Coronel lo había humillado.
Que era su enemigo.
Pero otra parte…
Una más profunda, más antigua, más animal …se inquietaba.
Lo buscaba entre los aromas del viento.
Esperaba oír su voz.
Verlo de lejos.
No venía.
Y eso lo ponía nervioso.
No como un humano.
Como un alfa que ha olido algo que le pertenece al mundo y no lo encuentra más.
Y en los silencios largos, en esas madrugadas donde solo se oía al viento llorar entre las ramas secas, Spirit pensaba cosas que no debería pensar.
Pensaba en él.
No en su autoridad.
No en sus órdenes.
En su cuerpo.
En la forma contenida de sus movimientos.
En la elegancia cortante de su caminar.
En su cintura firme, sus caderas ocultas bajo tela demasiado rígida.
“Tiene caderas fuertes…” pensó una noche, sin darse cuenta.
Caderas fuertes.
Anchas.
Silenciosas, como buenas ramas que sostienen frutos.
Pensó en eso.
En cómo ese cuerpo, aunque cubierto, podía sostener vida.
Podía acunar hijos.
Podía parir. En la forma contenida de sus movimientos.
En la elegancia cortante de su caminar.
En su cintura firme, sus caderas ocultas bajo tela demasiado rígida.
Fuertes.
De un omega maduro.
Pero sin huella.
Sin historia.
Sin hijos.
No ha tenido crías.
Y Spirit lo sabía, lo veía. Porque las caderas de un omega que ha parido cambian. Llevan la historia de sus crías.
El cuerpo recuerda.
El cuerpo habla.
Pero el de James no.
No aún.
Y algo se encendió en Spirit con ese pensamiento.
Algo que no pudo apagar.
Una chispa.
Tal vez él podría ser el primero.
Y la idea lo desarmó.
Se quedó muy quieto, sintiendo el calor en la boca del estómago, subiendo lento, como vapor.
Se odió un poco por pensarlo.
Se dijo que era el encierro.
La falta de comida.
De agua.
De correr.
De libertad.
Tal vez estaba delirando.
Tal vez alucinaba.
Pero aun así, lo pensó.
James Smith.
Omega mayor.
Oculto.
Fértil.
No joven.
No de su edad.
Pero fuerte.
Tan fuerte que había resistido sin aparearse.
Sin entregar nada de sí.
Un cuerpo así…
un omega así…
No debería estar solo.
No debería estar en silencio.
Y una parte de él —la parte joven, la que no había conocido aún el lazo de cría— se calentó sin querer.
Un calor lento. Bajo. Primitivo.
No deseo carnal, sino la certeza instintiva de un alfa que reconoce a un omega fértil.
Spirit tenía diecinueve ciclos.
A esa edad, en su tribu, los alfas ya habían tenido hijos.
Uno. A veces tres.
Él no.
Nunca quiso atarse.
Siempre fue curioso.
Siempre miró más allá del bosque, del río, del humo del fuego.
Su madre decía que nació mirando hacia el cielo.
“Eres inquieto, hijo. Eres viento.”
Eso le decía.
Pero aun así, su tribu era su raíz.
Su madre, su todo.
La matriarca.
La omega que sostuvo a todos cuando su padre murió antes de nacer.
Nunca conoció a su padre.
Pero su madre lo crió con fuerza de la tierra, con dulzura de lluvia.
Y a ella debía volver.
Porque ella lo esperaba.
Y lo necesitaba.
Pero aquí estaba, lejos.
Vigilando a alfas que jugaban a ser más de lo que eran.
Y esperando, sin querer, volver a oler ese aroma imposible.
El aroma del coronel.
El omega oculto.
El que se disfraza de poder.
El que no se deja oler.
Eso no era natural.
Spirit lo sabía.
En la tierra, nada se oculta tanto sin enfermarse.
Los frutos que no maduran, se pudren.
Los árboles que se tuercen para no ser vistos, terminan partiéndose por dentro.
¿Cuánto puede resistir un omega fingiendo ser algo que no era?
Y a veces se preguntaba cosas que lo hacían enrojecer por dentro.
Preguntas que no tenían palabras.
Imágenes que venían con el viento.
¿Qué pasaría si lo oliera sin miedo?
¿Si lo tocara?
¿Si lo reclamara como hacen los suyos, con reverencia, con fuego, con piel?
Entonces se avergonzaba de sí mismo.
Y a la vez… no podía evitarlo.
Porque sabía que sería una buena madre.
A pesar de sus ropas, de su lengua afilada, de su rabia.
James Smith tenía un cuerpo que había sido creado para sostener vida.
Y él, Spirit…
Él era lo que cualquier omega libre desearía.
Fuerte. Fértil. Firme como un tronco antiguo.
Pero aquí nada era natural.
Todo estaba torcido.
Y lo que más le dolía…
Era que el omega más fuerte que había olido en su vida, no se sentía libre.
Spirit apretó la mandíbula.
Pensó que tal vez los dioses lo estaban castigando por desear lo que no debía. Por siempre mirar sobre las montañas.
Esa noche, Spirit se quedó mirando la luna entre las ramas.
El viento le acariciaba la piel con el eco de una canción olvidada.
Cerró los ojos.
Y por un segundo juró que lo sintió.
Ese aroma.
Lejano.
Diluido.
Casi muerto…
Pero ahí.
Y entonces se esfumó, como si nunca hubiera estado.
Spirit no supo si fue real o un recuerdo aferrado a su mente.
El hambre, la falta de movimiento, la ruptura de su esencia…
Todo empezaba a volverse bruma.
El día siguiente llegó antes del sol.
Un crujido de pasos sobre la tierra seca lo alertó.
Spirit abrió los ojos justo cuando tres soldados se acercaban.
Uno llevaba una cantimplora de metal. Otro un trozo de pan duro y algo que olía a carne.
El tercero solo observaba.
“Bebe. Come” dijo uno, lanzándole la comida como si le estuviera dando sobras a un perro callejero.
“Deberías sentirte agradecido con nuestro coronel” añadió el segundo, como si aquello fuese un favor.
El tercero, con una sonrisa torcida, rió por lo bajo.
“Hasta las bestias deben comer, incluso si no tienen malditos modales.” murmuró, y los demás soltaron una carcajada que no llegó a sus ojos.
Spirit no respondió.
No gruñó, no escupió, no se encogió.
Comió.
Bebió.
Todo.
Cada bocado como una batalla perdida y cada sorbo como una chispa que regresaba al fuego de su interior.
Cuando terminaron, lo soltaron del poste.
No era libertad.
Era otra forma de encierro.
Sus manos volvieron a ser atadas, esta vez con cuerda de yute, más gruesa pero menos áspera que las anteriores.
Y la cuerda iba unida a un poste más largo, clavado en el suelo.
Ahora estaba bajo techo, una especie de cobertizo al lado de las caballerizas.
Aún al aire libre.
Aún bajo vigilancia.
Uno de los soldados —el más joven, con una sonrisa que no sabía esconder su crueldad— señaló con la barbilla hacia el abrevadero de los caballos.
“Agua ahí ” lo dijo lento, exagerando las palabras. Como si hablara con un niño. O con un animal.
“Bebe de ahí cuando te dé la gana, como los malditos animales” rió. Spirit lo miró en silencio. No necesitaba palabras para demostrar lo que era.
El segundo soldado —más serio, más consciente— le lanzó una mirada al primero.
“No deberías buscarle, John. No sabemos lo que ese maldito salvaje es capaz de hacer con un poco de fuerza.”
Y se fueron, dejándolo solo con la cuerda, el poste y el olor a heno y bestias.
Las horas pasaron lentas.
El sol se arrastraba por el cielo como una piedra ardiente.
El sudor le escurría por el cuello, pero Spirit ya no se quejaba.
Solo miraba.
Y entonces, cuando el sol estuvo en su punto más alto, lo vio.
Él.
El coronel.
Ordenando cosas a un grupo de soldados.
Papeles, cajas, movimiento.
Con autoridad.
La brisa cambió de dirección.
Y su aroma llegó.
Limpio. Firme. Reconocible.
Omega.
Spirit cerró los ojos por un instante.
Y respiró.
Lento.
Hondo.
No quería.
Pero lo hizo.
Y justo cuando los volvió a abrir, un grupo descendía de un transporte militar improvisado.
Un carro de madera con ruedas de metal, arrastrado por dos mulas.
Uno de ellos era otro como él.
Spirit lo notó de inmediato.
Vestía piel curtida. Brazalete de cuentas. El torso semidesnudo. Y una única pluma amarrada al cabello, justo sobre la oreja.
No era de su tribu.
Pero era un hermano de tierra.
Quizás de las colinas.
Por el color del barro aún pegado a sus piernas, por el patrón de las cuentas, por el trazo rojo en el pecho.
Y sobre todo, por el olor.
Alfa.
No mayor.
Casi de su edad.
Con fuerza aún no gastada por los años.
El joven fue bajado por dos soldados con la misma brutalidad con la que lo habían tratado a él.
Pero su cuerpo se movía como si no pesara. Como si supiera dónde poner los pies incluso en un terreno ajeno.
Spirit lo miró.
Y el otro, también lo vio.
Sus ojos se encontraron a través del polvo suspendido.
Lo sentaron cerca de Spirit, no lo suficiente como para tocarlo, pero tampoco tan lejos como para ignorarlo.
Como si supieran que, de una forma u otra, se estaban midiendo.
Y como si, en ese terreno de guerra, nada fuera más peligroso que dos cuerpos aún vivos compartiendo una misma furia.
El nuevo nativo fue amarrado al mismo tronco en que habían tenido a Spirit días sin beber agua, bajo el sol, con sogas gruesas, doble nudo. Lo hicieron rápido, como si ya estuvieran acostumbrados a amarrar cuerpos que aún se resistían.
Spirit no apartó la vista.
Esperó a que los soldados se alejaran y volvieran a su rutina de vigía.
Apenas un murmullo de botas en la tierra.
Un silbido.
Un “vigílenlos”.
Y nada más.
Entonces, Spirit se acercó al poste.
El cuero seco de la cuerda rozaba su espalda cuando se inclinó apenas hacia un costado.
Las muñecas aún adoloridas, pero ya no temblorosas.
Puso los dedos en el nudo.
Uno a uno.
Silenciosamente.
Con paciencia.
Como si no hubiera pasado nada.
El otro nativo lo vio.
Levantó una ceja.
Sonrió, con la comisura apenas levantada, como si no pudiera evitarlo.
Como si le gustara.
Spirit gruñó bajo.
Ni siquiera lo miró.
No era su aliado.
No era su hermano.
No aquí.
No ahora.
Volvió al nudo.
Apretó con los dientes, luego con las uñas.
Él iba a salir de ahí.
Y jamás volvería.
Ni a la cabaña.
Ni al poste.
No volvería a ver a esos seres, con sus gritos y sus armas, con sus olores apagados.
No vería más esas sonrisas llenas de desprecio, ni las risas huecas de hombres sin alma.
Y sobre todo…
No volvería a mirar al coronel.
Al omega que fingía ser algo más.
Al que ocultaba su esencia bajo capas de tela, rango y autoridad.
Al que se creía alfa.
Spirit bajó la mirada al nudo.
Sus dedos se movieron con más seguridad.
Uno.
Dos.
Tres hilos sueltos.
Quedaba poco.
Solo necesitaba tiempo.
Y el momento exacto.
Las horas habían pasado con lentitud.
La luna, alta en el cielo, parecía una pupila blanca observándolo todo en silencio.
Spirit ya casi había terminado.
Los nudos estaban flojos.
Solo él los sostenía aún, presionando las sogas con sus propias manos, como si temiera soltar el momento exacto.
Esperaba.
Desde su sitio, con el cuerpo medio oculto bajo la sombra de las caballerizas, observaba.
Los caballos dormían en la penumbra, algunos resoplaban.
Y frente al portón que separaba el campo del mundo exterior, el soldado de guardia —un hombre grande, pesado y sudoroso— dormitaba con la boca abierta, el rifle apoyado sobre el pecho.
Spirit calculaba.
Entonces lo vio.
Un cuchillo brilló apenas bajo la luna antes de caer al lado del otro nativo, enterrándose en la tierra, muy cerca de su pie.
El sonido fue mínimo, un chasquido.
Pero suficiente.
Spirit lo miró.
El joven alfa lo miró también.
Sin prisa, alzó el pie, atrapó el mango del cuchillo con los dedos y, con una sorprendente destreza, lo deslizó por su pierna hasta alcanzar las manos atadas detrás.
Una sonrisa torcida apareció en su rostro.
Se iba a soltar también.
Ambos lo sabían.
Spirit soltó por fin los nudos.
Se frotó las muñecas con fuerza, no por el dolor, sino por lo que venía.
El guardia gordo se removió en su silla, soltó un gruñido y se levantó tambaleante, murmurando algo mientras se alejaba del portón hacia la parte trasera de la barraca.
Era el momento.
Spirit se levantó.
Apenas un crujido de la madera bajo sus pies.
Caminó sigiloso hasta la puerta de las caballerizas.
Una a una, fue soltando las trancas , sin apuro, sin temblores.
El otro nativo se incorporó justo cuando Spirit arrancó una de las lámparas de aceite de su soporte.
La miró un instante, como si viera una llama antigua.
Y luego, con un movimiento firme, la arrojó sobre el heno. El fuego nació con hambre.
Una lengua naranja que en segundos se extendió como si llevara años esperando.
Los caballos relincharon, nerviosos.
Spirit abrió todas las puertas.
Un golpe de cascos.
Un alarido.
Y entonces, el caos.
“¡FUEGO!” gritó alguien desde los barracones.
La alarma estalló con fuerza.
Sombras corrieron entre los gritos.
Puertas se abrieron, disparos al aire, desorden.
Spirit ya estaba sobre un caballo.
El otro alfa también.
Ambos listos para la estampida.
Entonces, entre el humo y el temblor de la tierra por los cascos, el coronel apareció.
Descalzo, a medio vestir, con el uniforme apenas abotonado, el cabello suelto por los hombros como una cascada de noche.
Se paró frente a Spirit sin armas.
Solo él.
Los ojos de Spirit lo encontraron.
Y algo se quebró.
No de forma suave.
No con ternura.
Algo ancestral dentro de él gritó.
“ Este omega está roto. Esto es antinatural. Y aun así… es más fuerte que cualquiera. ”
La lógica se desvaneció.
Spirit no pensó.
No midió.
Simplemente inclinó el cuerpo del caballo, se estiró, y lo tomó por la cintura.
El coronel gritó —una mezcla de furia, sorpresa y orgullo herido—, pero no logró evitar que lo montaran al revés, boca abajo sobre el lomo del caballo, con el torso presionado contra la silla.
“TÚ, SALVAJE! ¡BAJAME DE AQUÍ!” bufó James Smith, forcejeando “Tras ellos ¡ahora!” gritó el coronel hacia los soldados.
Pero el caballo ya estaba en marcha.
El viento les golpeaba el rostro.
La tierra vibraba bajo ellos.
Y detrás, gritos, balas y pasos frenéticos intentando seguirlos.
Pero sin caballos, los soldados eran solo sombras corriendo tras una tormenta.
Un silbido agudo se oyó entre la noche.
Y de entre los árboles apareció ella.
Una yegua blanca como el hielo.
Montada por una mujer nativa, joven, ágil, con una lanza cruzada a la espalda y el rostro pintado con trazos de guerra.
Una pluma roja en su pelo largo y rubio.
Spirit la reconoció al instante.
Una hermana de las colinas.
Una hermana del otro nativo.
Ella alzó el brazo.
Una señal.
Se abría el paso al bosque.
A la libertad.
Y mientras el coronel protestaba sobre su lomo, la espalda rígida, la mandíbula apretada, Spirit sonrió.
No sabía por qué lo había tomado.
No quería pensarlo.
Solo sabía que él también necesitaba ver el mundo como era.
Sin muros.
Sin rango.
Sin cadenas.
Galoparon hasta que el bosque cambió.
Los árboles se volvieron más delgados, la tierra menos apretada, y el aire olía a humo suave y a flores silvestres.
La tribu apareció entre la niebla del amanecer, como si surgiera desde el mismo suelo.
Carpas de piel, estructuras de madera, cuerpos pintados moviéndose entre los primeros rayos de luz.
Era un campamento temporal, pero bien organizado. Silencioso. Vivo.
El joven nativo fue el primero en saltar de su caballo, como si su cuerpo supiera exactamente dónde estaba cada piedra.
Se giró hacia Spirit, con una sonrisa amplia.
“Me llamo Pequeño Arroyo ” dijo, con voz firme pero juvenil, el orgullo intacto a pesar de los días de cautiverio.
Spirit desmontó con un movimiento controlado. Miró a su alrededor con los ojos de quien no se confía nunca.
“Soy Spirit. Busco a mi tribu. A mi familia.”
Pequeño Arroyo asintió, como si entendiera el peso detrás de esa frase.
“Aquí no está tu gente… pero eres bienvenido mientras sanas tus pies y tus ideas” añadió con una media sonrisa.
Spirit apenas lo miró.
Algo en su pecho seguía ardiendo.
No por el viaje. No por el escape.
Por él.
Volteó justo cuando la mujer de la yegua blanca, se acercaba, bajando de su su yegua con los ojos afilados como cuchillas.
Fue ella quien lo notó.
El cuerpo sobre el caballo que aún respiraba con fuerza, cubierto de polvo y enojo.
“¿¡Qué… qué es eso!?” espetó, alzando la voz sin siquiera saludar.
Spirit se giró hacia su montura. El coronel todavía estaba ahí, inconsciente o quizás solo callado.
Los brazos caídos, el cabello sobre la cara.
“ No puede ser… ” susurró ella , y luego explotó “ ¿¡Trajiste a uno de ellos!? ¿¡A uno de esos malditos que queman nuestras aldeas!?”
Spirit no dijo nada.
Pequeño Arroyo frunció los labios, incómodo.
“Tranquila, Lluvia …”
“¡No me digas que me calme! ¡Este loco lo trajo hasta aquí! ¡Los va a guiar! ¡Nos va a traer a todos la muerte!”
Spirit se acercó un paso.
El ceño fruncido.
Los ojos duros como piedra de río.
“ No hables así de él.”
Lluvia parpadeó incrédula de escuchar sus palabras.
“¿Qué dijiste?”
“Dije que no hables así de él. No sabes lo que ha hecho. No sabes lo que ha pasado.”
Ella se echó hacia atrás, como si lo que escuchaba no tuviera sentido.
“¿Estás defendiendo a ese ? ¿A ese que lleva el mismo uniforme de los que han matado a nuestros hermanos? ¿A ese que ha tenido tus manos atadas como un animal?”
Spirit apretó los puños.
“ Ustedes no son mi tribu. No son mi familia. No son mis muertos.”
Hubo un silencio denso.
Como si todo el campamento hubiera dejado de respirar por un momento.
Lluvia dio un paso atrás.
“Entonces tal vez viniste al lugar equivocado” espetó, con la voz fría por el orgullo.
Pequeño Arroyo intentó hablar, pero no dijo nada.
Solo bajó la mirada hacia el suelo.
El viento movía las cenizas del amanecer.
Spirit se giró.
Caminó hasta el caballo, y con cuidado, bajó al coronel , sosteniéndolo con firmeza mientras lo acomodaba sobre el pasto fresco.
Aún estaba inconsciente. El rostro sucio, una herida leve en la ceja.
La respiración tranquila.
Spirit lo miró.
No sabía por qué lo había traído.
No sabía qué era esa cosa dentro de él que se encendía cuando lo tenía cerca.
Solo sabía que no podía dejarlo atrás.
“Necesita agua” dijo finalmente.
“Tú también” respondió Pequeño Arroyo, en voz baja.
Y con eso, el silencio volvió a posarse sobre el lugar.
La tribu observaba desde la distancia.
Nadie se acercó.
Aún no.
Pero los ojos lo seguían.
Los ojos del bosque, de los vivos… y también de los muertos.
Pequeño Arroyo caminó al frente con paso seguro, guiándolos entre las tiendas de piel y los postes humeantes del campamento.
Los ancianos los observaban desde las sombras. Los niños, desde detrás de las piernas de sus madres.
Todo la tribu parecía haber detenido el aliento al ver a un militar arrastrado por un nativo y escoltado por otro.
“Aquí puedes quedarte” dijo finalmente, abriendo una lona hecha con piel curtida. Era un tipi grande, baja, con alfombras de fibras y mantas cuidadosamente dobladas.
Spirit entró en silencio, echando un vistazo rápido al interior.
Pequeño Arroyo le entregó un bulto de tela: ropa limpia. Un pantalón de lino claro, hecho para los hombres del bosque, con cintas de cuero trenzado a los lados.
“Te va a quedar” dijo “Si no, te conseguimos otro. Probablemente nos moveremos más adentro del bosque en unos días.
Spirit solo lo miro en silencio.
“No sé a qué tribu perteneces” añadió luego, sentándose junto a la entrada “Pero si tú quieres, te ayudaremos a buscar a los tuyos.”
Spirit tomó la ropa sin responder. Se sentó frente a él.
El silencio duró un rato, como si el lenguaje fuera un puente que todavía no sabían cruzar.
“Creo que… estoy lejos de ella” murmuró al fin.
“¿Ella?”
“Mi tribu. Está en las montañas” respondió evasivo, sin mirar al joven.
Pequeño Arroyo lo estudió un momento, luego asintió con comprensión y una pequeña sonrisa.
“El alfa” dijo señalando al coronel, que aún yacía en el suelo fuera de la tienda “Puede quedarse ahí afuera. Pero… sería mejor matarlo.”
Spirit lo miró con dureza.
“No.”
“Podría huir.”
“No lo hará.”
“¿Y si lo hace?”
“ No lo hará.”
“¿Por qué estás tan seguro?”
Spirit no respondió. Se levantó y miró al coronel un momento.
“No somos como ellos. No vamos a amarrarlo. No vamos a matarlo. Yo me encargo.”
Pequeño Arroyo dudó, pero terminó por asentir. “Como quieras.”
Se fueron.
Y cuando el silencio volvió, Spirit se pasó la mano por el pelo…
…pero al sentirlo corto, se detuvo.
Cerró los ojos. Inhaló.
Como si algo dentro de él se encogiera cada vez que tocaba esa ausencia.
El coronel dormía… o fingía.
Spirit no se fiaba.
Pasaron minutos. Tal vez horas.
Y de pronto, el coronel se movió con un estallido rápido, tratando de golpearlo.
Pero Spirit fue más rápido.
Lo empujó con fuerza contra el suelo, su brazo doblado tras la espalda, su cuerpo sobre el suyo.
El coronel se debatió con fuerza, como un animal atrapado.
Spirit gruñó.
Y en ese momento… lo vio.
Ese miedo.
No a él.
Sino a algo más profundo. A todo.
Como si el coronel estuviera más asustado de lo que Spirit pudiera ver en él, que de morir.
Spirit lo sostuvo en silencio.
La respiración del coronel era agitada, pero luego, más lenta.
O intentó que lo fuera.
Spirit aflojó apenas su agarre, sin soltarlo del todo.
“ Salvaje apestoso ” murmuró el coronel, en voz baja, con veneno y resignación.
Spirit lo entendió. Llevaba semanas escuchando su idioma en el campamento militar. Meses desde que lo atraparon. Lo suficiente para captar ese tono.
Y se rió.
Una risa ronca, breve, de garganta.
Se levantó.
Tomó la ropa y una cuerda de cáñamo, luego cargó al coronel sobre su hombro sin mayor ceremonia.
El coronel forcejeó, pero no con fuerza real.
Caminaron fuera del campamento, siguiendo un sendero de tierra húmeda hasta que el sonido del agua se hizo presente.
Un riachuelo pequeño, de corriente cristalina y piedras lisas.
Spirit dejó al coronel de pie. Sin pudor, se desnudó.
El coronel lo miró con los ojos fruncidos, retrocediendo un paso.
Spirit amarró la cuerda a su propia cintura, luego se acercó. El coronel retrocedió más.
“No.”
“ Agua.”
“No.”
Pero Spirit se agachó, tomó los bordes del uniforme, y empezó a quitarle las prendas.
El coronel lo empujó, gruñó, forcejeó.
Pero Spirit solo lo señaló.
“ Moja. Tú. Moja. ” dijo con su lengua mal domada.
El coronel bufó, pero con manos torpes, empezó a quitarse la ropa por sí mismo.
Se detuvo en el camisón largo que traía bajo el uniforme. No se lo quitó.
Spirit no dijo nada.
Solo ató el otro extremo de la cuerda al coronel.
Y cuando lo rodeó…
…no pudo evitar soltar un suspiro al sentirlo tan cerca.
El coronel se tensó al instante.
Entraron al agua.
El jabón que Pequeño Arroyo le había entregado era áspero y olía a raíces. Spirit se lavó con movimientos lentos, concentrados, limpiando el polvo del cuerpo, el cabello cortado.
Le extendió el jabón al coronel.
El coronel lo tomó.
Lo miró.
Y lo arrojó al agua con fuerza.
Spirit negó con la cabeza.
Y entonces, lo notó.
El camisón, mojado, se pegó al cuerpo del coronel.
Marcaba la curvatura de su pecho, de su abdomen firme.
El tejido se volvió casi transparente.
Spirit sintió el calor subirle a la cara.
No era solo la piel.
Era… su olor.
El coronel…
Era un omega.
Maduro.
Sagrado.
Pero él no lo sabía.
O fingía no saberlo.
Spirit salió primero, goteando, sin decir nada. Se puso los pantalones de lino, la camisa liviana de cuero curtido.
El coronel solo echó su gabardina sobre los hombros, cubriendo el camisón empapado. Caminaba como si aún llevara las botas de mando, aunque estaba descalzo.
Llegaron de nuevo a la tienda.
Spirit lo miró de arriba abajo.
“ Omega agua. Moja”
El coronel se giró bruscamente, apretando más su gabardina contra el pecho.
“No.”
Spirit se acercó.
Con la cara encendida por dentro.
Con manos temblorosas, le quitó la gabardina.
El camisón brillaba con la luz suave, dejando ver el cuerpo que se escondía debajo.
El pecho tenso. El cuello vulnerable. Las marcas de su piel.
Spirit no bajó la vista.
Lo miró a los ojos.
El coronel tenía la mandíbula tensa, el ceño fruncido.
Pero sus mejillas estaban rojas.
“ Quítate ” dijo, molesto.
Spirit se giró.
Escuchó el sonido de la tela húmeda cayendo.
Luego el roce seco de ropa limpia vistiéndose sobre el cuerpo ajeno.
Pero algo… no olía bien.
El coronel había tomado una de las ropas que Pequeño Arroyo le había dado… pero la ropa tenía el olor de otra persona.
Un joven de la tribu, tal vez.
Spirit gruñó.
No sabía por qué… pero le desagradó. Mucho.
El coronel se acostó sobre una de las mantas del suelo. Con el cuerpo aún tenso, el rostro vuelto hacia la pared de piel.
Lo ignoró.
Spirit gruñó otra vez.
Se acostó junto a él.
Y sin pedir permiso, lo atrajo a su cuerpo.
El coronel forcejeó, pero no con fuerza real.
Spirit apoyó la mejilla sobre su cabello, susurrando como si su lengua se le atascara en la boca:
“Omega…”
El coronel se revolvió.
“ ¡No me llames así!”
“ Omeg a” murmuró Spirit, y lo sostuvo más fuerte.
El murmullo del bosque fue lo único que los acompañó mientras la tienda se sumía en el silencio.
Spirit no volvió a hablar.
Solo respiró profundo, con el coronel recostado contra su pecho, tenso como una rama seca.
El calor del cuerpo ajeno lo envolvía, el aroma persistente a tierra mojada, a jabón rústico… y a algo más profundo, más instintivo.
Omega.No necesitaba que nadie se lo confirmara.
Poco a poco, las respiraciones se fueron acompasando. El coronel dejó de luchar. O tal vez solo se rindió al agotamiento.
Y sin darse cuenta, se durmieron así. Unidos.
Spirit despertó unas horas después.
El tipi estaba oscura, solo una línea tenue de luz de luna se colaba por el costado mal cerrado.
Afuera, el viento susurraba entre las copas.
Dentro, el aire era cálido. Casi demasiado.
Pero lo que lo había despertado no era el calor.
Era el movimiento.
Al principio, pensó que el coronel se estaba despertando…
Pero luego lo sintió claramente.
Una fricción suave. Constante.
El cuerpo del coronel, aún dormido, se movía contra el suyo.
Las caderas apenas se deslizaban hacia atrás, luego adelante…
Rozando su vientre.
Frotándose.
Spirit contuvo la respiración.
No estaba despierto.
O si lo estaba, lo fingía muy bien.
Pero cada cierto tiempo, ese cuerpo que tanto había peleado contra su cercanía, buscaba el contacto de nuevo.
Una pierna se había deslizado entre las suyas.
Los dedos del coronel, inconscientes, se cerraban sobre su brazo, como si sujetarse a él fuera lo único que lo mantenía anclado.
Spirit apretó los dientes.
Quería apartarse.
Pero también…
No lo hizo.
El movimiento continuó. Lento. Sordo. Como un impulso demasiado antiguo para entenderlo del todo.
“¿ Estás dormido…?” susurró, apenas.
Ninguna respuesta.
Solo otra oleada de movimiento. Un roce más insistente.
La ropa era delgado. Y él lo sentía todo.
Spirit cerró los ojos, apretando el puño.
Quiso decir su nombre.
Quiso alejarlo.
Pero al final, solo murmuró:
“No sabes lo que haces…”
El coronel se pegó más.
Su respiración era regular, calmada.
Un jadeo breve escapó de su garganta, suave como el viento.
Spirit frotó su cuerpo contra el de James, sintiendo la piel cálida y suave del coronel a través de la tela. James, medio dormido, se movió tratando de alejarse, pero eso solo hizo que Spirit se excitara más. Con un gruñido bajo, Spirit comenzó a recorrer el pecho pequeño del coronel con sus manos, apretando los senos firmes y pequeños. Sus dedos exploraron cada curva, cada pliegue, sintiendo la textura suave de la piel de James bajo sus yemas. Spirit se inclinó y mordió suavemente el cuello de James, sintiendo cómo el coronel se estremecía bajo su contacto.
James despertó de golpe, sus ojos grises abriéndose con sorpresa y algo de miedo.
"¿Qué demonios...?" comenzó a decir, pero su voz se apagó en un gemido cuando Spirit apretó con más fuerza, sus dedos masajeando y apretando los pezones duros del coronel.
"Bestia bruta" murmuró James, pero no se resistió. Sabía que no estaba en condiciones de llevar la contraria a Spirit en ese momento.
Spirit, al ver que James no lo quitaba, lo tomó como un sí.
Con un movimiento rápido, empujó a James sobre su estómago y le abrió las piernas, bajando el pantalón al coronel.
La visión del trasero firme y redondo de James lo excitó aún más, y Spirit sacó su verga, ya dura y lista, y comenzó a masturbarse al ver el trasero del coronel.
Su verga, gruesa y venosa, se movía con facilidad en su mano, resbaladiza por la anticipación y se vino un poco, haciendo que su verga estuviera más resbaladiza.
Al ver el trasero del coronel, Spirit se dio cuenta de que había algo más: el coño de James, con vello, estaba expuesto y tentador. El coño de James estaba húmedo y brillante, los labios vaginales hinchados y rojos, invitando a Spirit a explorar.
La visión del coño de un omega maduro lo calentó, y Spirit se exigió a sí mismo, sintiendo cómo su verga se ponía aún más dura y resbaladiza. Sin pensarlo dos veces, Spirit se puso detrás de James y, con un movimiento rápido lo puso en cuatro y lo embistió fuerte, penetró el coño de James.
El coronel gimió, un sonido mezcla de dolor y placer, mientras Spirit comenzaba a moverse dentro de él con embestidas profundas y rítmicas. El sonido de sus cuerpos chocando llenó el pequeña tipi, junto con los gemidos y jadeos de ambos.
Spirit, con una mano en la cadera de James, lo sujetaba firmemente mientras lo penetraba. Con la otra, recorría lo tomaba del pelo. James, a pesar de su inicial resistencia, comenzó a moverse al ritmo de Spirit, empujando hacia atrás para encontrarse con cada embestida. El sonido de sus cuerpos se volvió más intenso, más urgente, mientras ambos se acercaban al clímax.
"Omega" gruñó Spirit, y James gimió, empujando con más fuerza contra él.
El sonido de sus cuerpos se volvió más intenso, más urgente, mientras ambos se acercaban al clímax. Spirit sintió cómo el cuerpo de James se tensaba y relajaba alrededor de su verga, apretándolo con fuerza, haciendo que cada movimiento fuera más intenso y placentero.
La verga de Spirit, dura y palpitante, se movía dentro de James con facilidad, resbaladiza por los fluidos del coronel.
"Mío omega" murmuró Spirit, su voz ronca de deseo.
James, con un gemido final, alcanzó el orgasmo, su cuerpo temblando con la intensidad del placer. Spirit, con un último gruñido, se vino dentro de James, llenándolo completamente, sintiendo cómo su semilla caliente llenaba al coronel.
Ambos cayeron sobre la manta, jadeando y sudorosos. Spirit, aún dentro de James, acarició suavemente la espalda del coronel, sintiendo la piel cálida y húmeda.
"Omega mío" murmuró Spirit, con una sonrisa satisfecha en el rostro.
James, con los ojos cerrados, no respondió, pero con un gruñido se apartó de él.
Spirit, no dejó que se moviera y sin salir de James, comenzó a moverse lentamente, sus caderas meciéndose en un ritmo suave y constante. James gimió, su cuerpo respondiendo al movimiento de Spirit, sus músculos internos apretando y liberando la verga de Spirit en un ritmo hipnótico.
"Te sientes tan bien, omega" murmuró Spirit en su lengua sabiendo que el coronel no lo entendería, su voz un gruñido bajo."Tan apretado, tan caliente."
James, con un gemido, empujó hacia atrás, encontrándose con cada movimiento de Spirit.
Chapter Text
Habían pasado meses desde aquella noche en que Spirit lo sacó del campamento.
Meses de vivir en aquella tribu perdida entre bosques y ríos, demasiado lejos de cualquier puesto militar, demasiado cerca de ese salvaje que había decidido—sin pedir permiso—ser su “alfa”.
James lo detestaba.
No porque le tuviera miedo. No porque dudara de su fuerza.
Sino porque cada día que pasaba, Spirit actuaba como si su cuerpo le perteneciera.
Maldito salvaje.
Lo guiaba con una mano en la espalda, lo tomaba del brazo para apartarlo del camino, lo miraba como un cachorro mira a aún omega… y, peor aún, lo tomaba por detrás como un perro en celo.
Siempre así.
Siempre desde atrás.
Brutal. Animal.
Con esa arrogancia instintiva, como si quisiera dejar claro que lo poseía.
Un jodido y maldito mocoso.
Ese salvaje se tomaba libertades que James jamás habría tolerado de nadie más. Libertades que, si hubiera tenido una sola oportunidad real de escapar, no estaría soportando ahora.
Pero las oportunidades no habían llegado… y James no pensaba arriesgar su vida en un intento estúpido por huir.
No.
Al menos, no aún.
No había llegado tan lejos como omega, para permitir que un salvaje lo arruinara todo.
Si tenía que salir de ahí, sería con la estrategia que siempre lo había salvado: ganarse la confianza del enemigo, hacer que bajara la guardia… y entonces atacar sin misericordia alguna.
Con la cabeza en alto.
No buscaba una masacre teatral; buscaba eficacia fría: desaparecer sin huella ni rastro.
Pero Spirit no era como otros enemigos.
No lo trataba como a un prisionero, ni como a un coronel.
Lo trataba como si fuera un simple omega bajo su cuidado.
Y eso, para James, no era solo un insulto: era una humillación directa.
Había pasado años construyendo una reputación, forjando respeto, demostrando que un omega podía estar por encima de muchos alfas —incluso si tenía que mentir—.
Había ocultado a la perfección, por casi veinte años en la milicia, su verdadera identidad.
Y ahora… todo ese trabajo parecía reducido a nada cada vez que ese salvaje lo sujetaba, lo montaba y lo reclamaba como un maldito caballo.
Un bruto que solo sabía meter y sacar su maldita verga.
El coraje le ardía en el pecho.
La furia lo cegaba.
Y lo único que lo mantenía en silencio… era la certeza de que algún día, ese salvaje pagaría cada segundo de esa vergüenza.
De esa maldita humillación.
James había llegado a una conclusión incómoda, pero práctica: lo mejor era usar al inepto alfa.
Un salvaje, un muchacho testarudo que no entendía nada del mundo real… pero también era un salvaje con influencia. Y en esa tribu, eso significaba que, pegado a él, nadie se atrevería a ponerle una mano encima.
No era que confiaran en él. Todo lo contrario.
A sus casi cuarenta años, lo miraban como a un extraño, alguien defectuoso.
Un omega sin hijos, sin alfa, demasiado mayor para “empezar” y con costumbres ajenas a las de ellos.
No cazaba como ellos, no rezaba como ellos, no hacía los rituales como ellos… y la mayoría de las veces, prefería trabajar en silencio, lejos del grupo.
Eso no les gustaba.
Y a Lluvia, la omega, hermana de Pequeño Arroyo, mucho menos.
Ella lo vigilaba como si esperara que en cualquier momento sacara un cuchillo y atacara.
No era un estúpido, veía claramente las intenciones de esa joven omega hacía el salvaje. Como buscaba constantemente la atención del insulto que se hacía llamar alfa, lo llenaba de comida -que James jamás estaría dispuesto a darle- cazaba las aves más grandes para el apetito de ese animal. Se encargaba de las necesidades del salvaje, a excepción de esa.
De calentar su cama.
Lluvia era el sueño de cualquier alfa, salvaje o no.
Y si James fuera una buena persona, se quitaría del camino.
Pero definitivamente… no lo era.
No se llega a ser el coronel del ejército siendo una buena persona.
Si el salvaje era la oportunidad que necesitaba para salir de ahí, lo usaría, no miraría atrás. Está jodida humillación se la cobraría personalmente.
Y pegado a él, su vida era más fácil.
Podrían seguir despreciándolo toda la maldita tribu, pero no lo confrontaban, no se atreverían.
Spirit no solo era joven -apenas rozando los veinte-, era un alfa fuerte, reconocido como líder de su propia tribu —según esos salvajes—. Y aunque todos sabían que en algún momento tendría que marcharse con los suyos, por ahora estaba aquí… y James pensaba aprovecharlo.
No tenía idea de cuánto tiempo le duraría el encaprichamiento a él salvaje, pero debía ser rápido.
Spirit, por su parte, parecía interpretar esa cercanía como un símbolo de dominio. Le regodeaba el orgullo tener a un omega mayor siguiéndolo, como si fuese una confirmación de su fuerza.
James lo dejaba creerlo.
Lo cierto es que no entendía una sola palabra del idioma de esa tribu de salvajes, pero eso nunca había sido un obstáculo en su vida.
Por algo había llegado a coronel: observaba, deducía, memorizaba.
Y aunque Spirit no hablara bien su idioma, captaba más de lo que dejaba ver.
James lo sabía.
Y por eso lo mantenía cerca.
Esa mañana, la tribu se reunió alrededor del fuego central.
Spirit se encontraba de pie, conversando con Pequeño Arroyo y otros cazadores, gesticulando con esa seguridad arrogante que parecía brotarle de manera natural. James, medio paso detrás, permanecía en silencio, observando cada movimiento.
El alfa, de tanto en tanto, estiraba la mano para sujetarle la muñeca, como si necesitara recordarle a todos —y a James— a quién pertenecía.
Patético, pensó.
James no entendía qué demonios hacía allí. Todos los reunidos parecían ser alfas, salvo Lluvia. No comprendía una sola palabra de lo que decían, ni por qué ese maldito salvaje lo había sacado de entre las pieles solo para exhibirlo, como si fuera un adorno inútil.
Algunos lo miraban de reojo, otros lo ignoraban por completo, como si su presencia fuera un accidente molesto en medio de la reunión. Lluvia, en cambio, no se molestaba en disimular: sus ojos lo recorrían de arriba abajo con la misma desconfianza con la que se observa a un depredador que anda suelto demasiado cerca del fuego.
Spirit, al notar las miradas, rodeó los hombros de James con un brazo y mostró una sonrisa altiva, como marcando territorio ante todos: ese omega era suyo. James no apartó los ojos del fuego ni se inmutó. Por dentro, sin embargo, tomó nota. Cada gesto así le ganaba un poco más de protección… y, con suerte, un poco más de descuido en la guardia de los demás.
Pero la furia de la humillación crecía en su pecho constantemente.
La reunión continuó entre discusiones de caza y territorio. James no comprendía las palabras, pero entendía el lenguaje universal de los cuerpos: miradas tensas, silencios que pesaban más que cualquier discurso, asentimientos que cerraban pactos invisibles. Había visto lo mismo en salas de estrategia, en cuarteles y en campamentos militares. Solo cambiaban las ropas… y el humo que impregnaba el aire.
De vez en cuando, Spirit giraba hacia él y le decía algo en su idioma roto, como si intentara incluirlo. James asentía con la misma expresión vacía que usaba frente a soldados ineptos: la que decía te estoy escuchando, cuando en realidad estaba observando posibles rutas de escape.
Era una danza peculiar: el joven alfa mostrando su “posesión” con orgullo, y el coronel fingiendo docilidad mientras grababa en la memoria cada detalle de la tribu que pudiera servirle cuando llegara el momento de salvar su propia vida.
Aunque Spirit mantenía la sonrisa fácil y el gesto despreocupado, James sentía las miradas de toda la tribu clavándose en él como agujas. Cada movimiento era observado, cada respiración pesada. Podía percibir el rechazo silencioso de varios alfas, la desconfianza helada de los omegas e incluso la cautela curiosa de los niños, que lo observaban como a un animal extraño que no terminaban de decidir si era peligroso o no. Spirit parecía ignorar la tensión, pero James sabía que también la notaba; lo desconcertante era su elección de fingir indiferencia.
En un intento por recuperar un mínimo de espacio, James trató de apartar el brazo que Spirit mantenía sobre sus hombros, sin lograr mucho. El alfa lo miró de reojo, arqueando una ceja con una expresión ambigua, como si preguntara en silencio: ¿qué crees que haces?
Algunos alfas de la tribu intercambiaron miradas cargadas de reproche silencioso.
No era la posición de James como omega lo que les irritaba, sino su origen. Para ellos, hombres de la “civilización” como él, eran invasores: portadores de caos, de armas, de reglas extrañas y todo lo que está mal en la naturaleza. Su sola presencia desafiaba la armonía que la tribu había protegido durante generaciones.
Spirit, joven y arrogante, parecía tolerarlo… y eso despertaba preguntas que nadie se atrevía a formular en voz alta.
Después de todo era un alfa joven, cabeza de una tribu a la que intentaba llegar.
James sabía, por experiencia, que los alfas jóvenes —apenas salidos de la etapa de cachorros— solían sentir una atracción particular hacia los omegas mayores. En ellos buscaban algo que no encontraban en sus iguales: la calma que da la experiencia, la fortaleza silenciosa que no necesita alardes. Pero del mismo modo en que iban hacia ellos como abejas tras la miel, también solían alejarse con la misma ligereza, atraídos al poco tiempo por la frescura de los omegas jóvenes, brillantes y fáciles de impresionar. Lo había visto antes, en distintas formas y contextos, y no le sorprendía que Spirit no fuera la excepción.
Mientras el capricho le durara a Spirit, James debía ser rápido.
Antes de que fuera demasiado tarde.
Con calma estudiada, James se inclinó hacia Spirit y murmuró en su idioma, usando las pocas palabras que dominaba, con un tono condescendiente, casi como si le hablara a un niño:
“Me voy. Casa.”
Spirit, a regañadientes, captó las palabras clave. Tras un instante de tensión, aflojó el brazo que mantenía sobre él, permitiéndole moverse, aunque sin apartar demasiado la mirada, como si vigilara cada paso de su extraño omega.
James sintió de inmediato el peso de todas las miradas nuevamente clavadas en su espalda. Incómodo, se separó bruscamente de Spirit y comenzó a caminar por el centro del asentamiento. Pero con cada paso, la sensación de ser observado se volvía más densa, más asfixiante. El rechazo silencioso se palpaba en los gestos de los omegas —hombres y mujeres— que lo miraban de reojo al tiempo que ocultaban a sus hijos detrás de sus faldas o los apartaban con brusquedad, como si temieran que su mera presencia pudiera mancharlos.
Avanzó cada vez más molesto, hasta que un niño, corriendo distraído, chocó contra él y cayó al suelo. El pequeño se levantó entre risas, pero las carcajadas se apagaron en cuanto los demás niños lo vieron. El silencio se extendió como un manto, y James pudo sentir las miradas de los adultos: duras, tensas, expectantes, como si aguardaran la menor excusa para señalarlo, para expulsarlo.
James no hizo nada más que sacudirse la falda con un golpe seco, casi violento, quitándose el polvo como si el contacto hubiera dejado una mancha. Ni una mano tendida, ni una palabra. Solo frialdad.
El niño, sin embargo, no se apartó. Con una insistencia desconcertante, volvió a acercarse y tiró de la tela de su falda para llamar su atención. James lo miró con fastidio, el ceño fruncido.
“¿Qué quieres, mocoso?” espetó en su idioma, sabiendo que no sería comprendido.
El pequeño parloteaba con rapidez, demasiado rápido. James apenas reconocía algunas palabras sueltas; aunque había notado ciertas similitudes entre la lengua de esos nativos y la de Spirit, no era lo mismo. El niño insistía, jalando de la tela, hablando sin parar, mientras James sentía de nuevo el filo de todos los ojos clavados sobre él.
No cedió. Lo ignoró con frialdad y siguió caminando hacia el tipi donde dormía con el salvaje, sin mirar atrás, arrastrando con cada paso el peso incómodo del escrutinio de toda la tribu.
Empujó la entrada del tipi con un movimiento brusco y entró de golpe, el rostro endurecido por la rabia. Apenas cruzó el umbral, soltó un bufido cargado de frustración. El aire dentro era sofocante, cargado con el olor de aceites, hierbas y pieles que lo mareaba.
“Maldita sea…” murmuró mientras arrancaba de un tirón la tela que llevaba sobre los hombros y la arrojaba al suelo.
La falda improvisada que le habían dado también le resultaba insoportable. Jaló de ella con brusquedad, como si la tela misma fuese culpable de su humillación. La lanzó contra un rincón y luego pateó la madera que servía de soporte, haciendo que un cuenco cayera y rodara por el piso con un ruido seco.
Cada objeto dentro lo irritaba. Las mantas rústicas, las sogas trenzadas, incluso el fuego bajo que mantenía el calor del interior parecían provocarlo. Estaba harto de esa tribu, de sus ojos desconfiados, de los susurros que no podía entender, de los niños que lo miraban como si fuera un monstruo.
“Malditos salvajes… todos…” escupió entre dientes, pateando otra vez el cuenco.
Se llevó las manos al cabello y tiró de los mechones húmedos con violencia. La impotencia le mordía el estómago. No podía imponerse como estaba acostumbrado; no podía dar órdenes, ni amenazar, ni disparar. Solo podía soportar.
Y ese pensamiento lo enfurecía más que todo lo demás.
El tipi quedó convertido en un pequeño desastre: la tela hecha bola en un rincón, el cuenco rodando en el suelo, las mantas arrugadas bajo su pie. James permaneció en el centro, respirando con violencia, el pecho subiendo y bajando como si hubiera librado una batalla entera.
Cerró los ojos. Inspiró hondo. Otra vez. Otra más. Forzó a su cuerpo a obedecer, a bajar el ritmo, aunque la rabia seguía allí, latiendo bajo la piel como una fiebre.
Cuando bajó la vista, apenas entonces se dio cuenta de lo ridículo de la escena. Estaba casi desnudo: lo único que llevaba encima era esa bata sencilla de tela áspera que le habían dado, corta, apenas cubriéndole un poco por encima de los muslos. Una prenda indigna de alguien como él. Y aun así, ahí estaba, llevándola
Con un gesto cansado, se apartó el cabello de la frente, pasándose los dedos con brusquedad. Suspiró, largo, frustrado. El calor del tipi lo envolvía demasiado, pegándole la tela al cuerpo, recordándole una y otra vez lo ajeno que era todo aquello.
Pero ya no tenía fuerzas para seguir maldiciendo. Estaba harto, no solo de la tribu, sino de sí mismo, de esa sensación constante de impotencia. Y en el fondo, lo que más le escocía era la certeza que no podía arrancarse de la piel: lo habían reducido, lo habían marcado, lo habían puesto en la posición exacta que más despreciaba. Un maldito omega. Y lo peor de todo era que no había mentira en ello.
Lo era.
Ese pensamiento lo mordía más que cualquier mirada de desprecio. El coronel, el estratega, el que había dado órdenes a hombres que obedecían sin chistar, ahora reducido a lo que la naturaleza dictaba. No un líder, no un soldado… solo un cuerpo.
Solo lo que otros decidieran ver en él.
Se dejó caer sobre las mantas extendidas en el suelo con torpeza, hundiéndose en ellas sin cuidado. Cerró los ojos con un resoplido, como si pudiera apagarlo todo: las miradas, el murmullo de afuera, la humillación clavada en su pecho.
Si no podía escapar despierto, al menos lo haría en sueños.
El sueño de James era ligero, incómodo, nunca profundo. Su cuerpo, incluso dormido, permanecía tenso, como si se negara a bajar la guardia.
Fue en medio de esa bruma que lo sintió.
Un calor contra su espalda. Un cuerpo grande, firme, respirando pausado en su nuca. Y luego, la mano.
Al principio fue apenas un roce, pero pronto se volvió claro: Spirit estaba detrás de él, pegado a su cuerpo, acariciándole el trasero con descaro, como si no hubiera nada de extraño en hacerlo mientras dormía.
Los ojos de James se abrieron de golpe, helados de rabia.
No otra vez, pensó.
El corazón le retumbaba en el pecho, pero su instinto fue quedarse quieto, contenerse. Cada segundo que esa mano permanecía allí lo hervía por dentro.
El coronel sabía que tenía dos opciones: apartarlo de inmediato y armar un escándalo, o esperar, aguantar esa maldita humillación unos instantes más, midiendo hasta dónde pensaba llegar ese salvaje.
James no aguantó más.
Con un movimiento brusco apartó de golpe la mano de Spirit, como si le quemara, y se incorporó de inmediato. El cuerpo le temblaba, no de miedo, sino de una rabia tan contenida que casi le dolía.
Tomó a toda prisa uno de esos trapos ásperos que podía llamar manta y se cubrió con él, como si así pudiera borrar la sensación de esas manos sobre su piel.
Se giró hacia Spirit, los ojos grises encendidos de veneno.
“No porque me hayas tocado antes significa que lo harás cuando quieras” escupió, con la voz baja pero afilada como un cuchillo “Sucio animal.”
El tono era el mismo que usaría para reprender a un recluta insolente o a un niño testarudo. En su mente, aquel salvaje solo entendía eso: órdenes, reprensión, desprecio.
Spirit lo observó desde la penumbra, el cabello oscuro desordenado, los músculos aún tensos por el movimiento interrumpido. No parecía entender las palabras… pero sí captaba el gesto: el ceño fruncido, la dureza en la voz, el rechazo.
Y aunque James respiraba agitado, con el pecho ardiendo, no pudo evitar sentir cómo esa mirada del joven alfa lo atravesaba.
Una mirada que no era de vergüenza ni de arrepentimiento… sino de pura obstinación.
El enojo comenzó a hervir en el cuerpo del coronel.
Spirit no hizo lo que James esperaba. En vez de retroceder o enfurecerse, sonrió.
Primero, apenas un gesto que curvó la comisura de sus labios, pero enseguida esa sonrisa se amplió en carcajadas hondas, claras, como si James acabara de contar el mejor chiste de su vida.
El alfa cayó de espaldas al suelo del tipi, riéndose sin reservas, el pecho subiendo y bajando con fuerza, el eco de su risa llenando el espacio estrecho.
James se quedó helado. Ese sonido lo desconcertó más que cualquier palabra que hubiera podido soltar. Se suponía que Spirit debía estar enojado, intimidado… y, en su lugar, se reía.
La sangre del coronel volvió a hervir bajo la piel. Se apartó el cabello de la frente con un manotazo brusco, la mandíbula apretada, los ojos grises ardiendo de rabia mientras lo fulminaba con la mirada.
“¿De qué demonios te ríes, salvaje?” escupió, la voz cargada de veneno, cada palabra un látigo “Imbécil.”
Pero Spirit seguía riendo, con esa insolencia natural, como si las palabras de James fueran solo el murmullo de un río lejano.
“¡¿Te atreves a burlarte de mí?!” rugió James, poniéndose de pie de golpe, todavía cubierto apenas por esos trapos que le servían de manta “¿De mí, del coronel James Smith? ¿Tienes siquiera una maldita idea de quién soy?”
La voz retumbó dentro del tipi, áspera, cargada de autoridad y furia contenida. James lo señaló con un dedo tembloroso de rabia, el pecho agitado, la mirada dura como acero.
Spirit, en cambio, se retorcía de risa, el estómago encogido y los ojos húmedos. Se pasó una mano por la cara, limpiando las lágrimas que habían escapado, y poco a poco recuperó el aliento.
Entonces, todavía con una sonrisa insolente, lo miró directo a los ojos.
Y dijo una sola palabra, clara y firme, como si lo nombrara y lo redujera al mismo tiempo. Al menos, así lo percibió el coronel:
“Omega.”
El silencio que siguió pesó como plomo.
James sintió que esa palabra lo atravesaba más hondo que cualquier insulto.
La palabra quedó suspendida en el aire, venenosa. Un calor brutal subió a su rostro, como si lo hubieran abofeteado.
“¡Bastardo insolente!” escupió, con la voz rota por la cólera.
Sus manos buscaron a tientas algo que pudiera arrojar. Agarró un jarrón de barro usado para el agua y, sin pensarlo, lo lanzó con toda la fuerza de su brazo.
Spirit, rápido como un animal, ladeó el cuerpo con facilidad insultante. La jarra se estrelló contra la pared del tipi, quebrándose en un estruendo seco que llenó la estancia.
James respiraba entrecortado, los ojos ardiendo de rabia, el puño aún levantado, temblando de frustración.
“¡No vuelvas a dirigirme la palabra, maldito salvaje!” escupió, como si cada sílaba le quemara la lengua.
Comenzó a descargar su furia con lo poco que había en el tipi, otra vez. Pateó una cesta hasta volcarla, derramando pieles y frutos secos por el suelo. Arrastró una manta con violencia, la sacudió y la lanzó contra la tierra como si quisiera romperla. Su respiración era áspera, el pecho subía y bajaba en sacudidas, los dientes apretados hasta dolerle la mandíbula.
“¡Maldito lugar! ¡Maldita gente! ¡Y tú…!” gruñó, aunque la voz le temblaba más por impotencia que por fuerza.
No se dio cuenta de cuándo Spirit se había movido. En medio de su furia ciega, no escuchó los pasos ni el crujido del suelo bajo su peso. Solo lo sintió: esos brazos fuertes rodeándolo por la espalda, firmes pero sin violencia, sosteniéndolo como si pudieran absorber el veneno de su rabia.
James se tensó de inmediato, un escalofrío recorriéndole la nuca. Intentó zafarse, pero Spirit apenas apretó lo suficiente para mantenerlo quieto. El contraste lo desconcertaba: él, un torbellino, deshaciendo y tirando cosas como un animal acorralado, y ese salvaje detrás de él, tranquilo, sereno, respirándole en el cuello como si fuera lo más normal del mundo.
“¡Suéltame!” escupió, la voz quebrada de ira. Spirit no dijo nada. Solo lo sostuvo, su calor envolviéndolo, como si lo estuviera domando con paciencia.
Esa calma… esa maldita calma… era lo que más lo enfurecía.
James forcejeó, gruñendo entre dientes, pero Spirit no lo soltó. Al contrario, apretó un poco más, sujetándolo contra su pecho, hasta que sus palabras rompieron el silencio en un idioma tosco, pero comprensible:
“Omega… tranquilo. Enojarse… malo, bebé futuro.”
James se quedó helado. Por un instante creyó no haber entendido bien. Sus ojos se abrieron como cuchillas encendidas y la rabia le subió al rostro.
“¿Qué demonios has dicho?” escupió, rojo de furia, empujando en vano aquellos brazos. La sola idea de que ese salvaje pensara en él así lo quemaba por dentro.
Spirit no se inmutó. Lo sostuvo con la misma calma, respirando parejo detrás de él.
James apretó los dientes, el pecho agitado, el pelo húmedo pegado a la frente. Finalmente, exhaló un bufido fuerte, moviendo un mechón que le caía sobre los ojos. Intentó vaciar la rabia, aunque fuera un instante.
Tenía que calmarse. Maldita sea, debía hacerlo. No por el maldito salvaje inepto. No por esa tribu estúpida que lo miraba como un bicho raro. Sino porque sabía que, si quería salir con vida de aquel infierno, no podía perder el control.
Así, rígido y molesto, terminó quieto en los brazos de Spirit, tragándose la cólera y jurándose que algún día todo eso se acabaría.
Respiró hondo, tragándose el veneno que le ardía en la garganta. Tanteando el terreno con cautela, escupió la palabra con ironía:
“¿Bebé?” preguntó, la voz grave, como si fuera un insulto “No eres más que un cachorro aún…”
Spirit gruñó bajo, pero James se giró con fuerza dentro de su abrazo, obligándolo a aflojar sin soltarlo del todo. Quedaron frente a frente, respiraciones chocando, la tensión ardiendo entre ellos.
Con un gesto seco, James alzó la mano y le clavó un dedo en el pecho:
“Spirit” golpe “Cachorro” golpe “Aún” golpe.
Cada palabra era un dardo, cada toque un intento de reducirlo al tamaño que James creía que debía ocupar.
Los ojos de Spirit se encendieron. Su mandíbula se tensó, y lentamente, con voz brusca, replicó golpeando con la palma abierta contra su propio pecho:
“Spirit” golpe “Grande” golpe “Alfa” golpe.
El aire vibró con la tensión contenida, y antes de que James pudiera responder, Spirit inclinó apenas la cabeza, los labios curvándose en una sonrisa terca.
“Spirit… cachorros… omega.”
James se soltó de golpe, dando un paso atrás, la respiración aún agitada. Spirit lo siguió con la mirada fija, los músculos tensos, cada paso medido.
De repente, James giró bruscamente, tomando al joven desprevenido:
“Spirit” dijo, señalándolo “¿Grande? ¿Buen alfa?”
Spirit asintió rápido, con una sonrisa que mezclaba desafío y orgullo. Sus ojos brillaban, claros, y por un instante James vio la chispa de obediencia que había despertado sin darse cuenta.
James sonrió por primera vez en ese instante. La certeza lo llenó: ahora tenía un camino, un modo de mantener a ese salvaje de su lado, y con él, la posibilidad de salir de allí con vida.
“Ya lo veremos” murmuró, fijando la mirada en Spirit.
Sin apartar la mirada, James alzó la mano y posó los dedos en el hombro del joven. No fue un empujón ni una orden directa, sino un gesto lento.
Spirit no dudó. Era como si algo en su interior se hubiese apagado y encendido al mismo tiempo; como si la mirada del coronel lo hubiera atrapado en un trance del que no podía —ni quería— escapar. El alfa descendió despacio, las rodillas cediendo contra la tierra del tipi, obedeciendo con la docilidad instintiva de quien responde a un llamado más fuerte que su orgullo.
Cuando estuvo de rodillas, su respiración se volvió más profunda. No apartó los ojos del gris cortante de James, como si lo sujetaran con cadenas invisibles, una tormenta que lo atraía cada vez más. Y entonces, sin pensarlo, lo envolvió con los brazos y hundió el rostro contra su vientre, cerrando los párpados con rendición callada.
James permaneció inmóvil, la mente acelerada, sorprendido de lo fácil que había sido. Sintió el calor del alfa pegado a él, la fuerza salvaje transformada en un gesto de devoción muda. Bajó entonces la mano hasta el mentón de Spirit y lo obligó a alzar el rostro. Sus dedos apretaron con firmeza, casi con rudeza: no era ternura lo que le ofrecía, sino otra cosa.
Puedo ganar, pensó el coronel.
James se inclinó apenas la cabeza, observando al joven arrodillado frente a él con una mezcla peligrosa de furia contenida y satisfacción oscura.
Spirit se aferró más fuerte a las piernas de James, como si pudiera anclarse a él. Hundió el rostro contra su vientre y lo frotó de un lado a otro, intentando apartar con la frente y las mejillas la tela que lo cubría. Era un gesto casi desesperado, primitivo, como si buscara atravesar esa barrera y hundirse más en la presencia del coronel.
La tela no cedió, y un gruñido bajo, sofocado contra su piel, escapó de Spirit. Entonces subió una mano temblorosa y, con torpeza, levantó el borde de la bata corta que James llevaba puesta. La prenda apenas le cubría hasta la mitad del muslo, y ahora quedaba alzada, revelando el calor de su cuerpo.
Spirit inclinó de nuevo el rostro y lo apoyó directamente contra el abdomen desnudo de James. Aspiró hondo, como si el aire que desprendía James fuese todo lo que necesitaba para seguir viviendo. Sus labios se abrieron apenas en ese contacto, y su respiración se volvió profunda, lenta, reverente, como si estuviera bebiendo vida de su piel.
James lo observaba desde arriba, con el mentón tenso y los ojos grises encendidos. No lo detuvo. Solo mantuvo su mano firme en el mentón del joven, obligándolo cada tanto a levantar la mirada, como recordándole quién tenía el control.
Pero antes de que pudiera trazar su siguiente movimiento, un agudo chiflido cortó el aire desde afuera del tipi. Spirit se sobresaltó al instante, rompiendo el trance que lo mantenía arrodillado. Sus ojos se abrieron de golpe y un estremecimiento recorrió su cuerpo.
Se levantó rápido, aún con la tensión latiendo en sus músculos, y caminó hacia la puerta. Antes de salir, volvió a mirar a James: sus ojos se detuvieron en sus piernas desnudas, apenas un instante fugaz, casi un reflejo, mientras en su mente chocaban la autoridad y la vulnerabilidad que James representaba.
Respiró hondo, recuperando el control, y abrió la puerta. La luz y el aire fresco del exterior irrumpieron, disipando la atmósfera densa del tipi.
Cuando el alfa salió, James quedó solo. El silencio lo envolvió como un manto pesado. Al bajar la vista, sus piernas desnudas le recordaron lo ocurrido, delatando su posición. Rápido, buscó algo para cubrirse: una manta, un trapo, cualquier prenda que le devolviera un mínimo de dignidad. Se la ajustó con movimientos secos, la mente repasando lo sucedido y calculando los próximos pasos.
Entonces, un ruido suave lo hizo girar apenas el rostro: alguien estaba entrando. Con fastidio, murmuró por lo bajo:
“¿Ahora qué?”
Se volvió lentamente, esperando ver a él salvaje. Pero en lugar de él, sus ojos chocaron con la mirada clara de una joven de piel pálida y cabello rubio que brillaba bajo la luz.
Sabía que esa insulsa chica no pertenecía ahí también.
Su expresión se congeló un instante entre sorpresa y desconfianza. La muchacha le sonrió, cálida pero segura, antes de hablar:
“Hola… Pequeño Arroyo me habló de ti. Creo que puedo ayudarte a adaptarte aquí, al menos un poco.”
James la examinó con recelo, midiendo cada gesto. No traía nada en las manos, ningún arma a la vista. Eso, lejos de tranquilizarlo, solo acentuó su suspicacia.
“¿Te atrapó alguno de estos salvajes?” preguntó, con voz dura, cargada de desconfianza.
La joven rio con cierta incomodidad, alzando ambas manos con rapidez, como negando cualquier acusación.
“Por supuesto que no. No te preocupes…” respondió, mientras sus ojos recorrían el tipi desordenado y la improvisada guarida de James “Pero… ¿te importaría si salimos de aquí? Este lugar es privado y será mejor hablar afuera.”
James dudó un segundo, luego asintió con cautela y la siguió fuera del tipi.
El sol lo golpeó con violencia apenas cruzó la salida, obligándolo a entrecerrar los ojos. El aire fresco, impregnado de humo de hogueras y tierra húmeda, lo envolvió enseguida. A su alrededor, el campamento bullía con una vida que seguía resultándole extraña.
La joven caminaba delante de él con paso firme, sin volverse, como si confiara en que él iría tras ella. Su ropa sencilla se agitaba con la brisa, y su cabello atrapaba destellos dorados bajo la luz. Había algo en su porte que desentonaba con el resto del campamento, pero al mismo tiempo se movía entre la gente con naturalidad, como si perteneciera allí.
Cuando se alejaron de los tipis más cercanos, ella se detuvo junto a una roca lisa, al borde del río que serpenteaba detrás del campamento. Se giró hacia James y lo observó en silencio unos segundos, midiendo sus reacciones antes de hablar.
“Mi nombre es Flor” dijo al fin, con voz clara pero suave “Y aunque no lo creas, yo también estuve en tu lugar alguna vez.”
James arqueó una ceja, incrédulo, sarcástico.
“¿En mi lugar?” repitió, con burla marcada “¿Acaso también fuiste prisionera? ¿Te trajeron a la fuerza?”
Flor bajó la mirada un momento; sus mejillas se tiñeron de un leve sonrojo. Negó rápido con la cabeza, como una niña atrapada en una mentira.
“No… claro que no” murmuró, apenas sosteniendo el peso de sus propias palabras.
James resopló, ladeando la cabeza con desprecio.
“Tú y yo no somos lo mismo” replicó, seco, como un golpe “No tienes ni idea de quién soy yo.”
“Lluvia se equivoca contigo” susurró Flor de pronto, con convicción “Yo sé que no eres como ellos dicen. No eres un mal augurio.”
James arqueó una ceja, incrédulo, pero no la interrumpió.
“Muchos omegas… hombres y mujeres” continuó ella “Han intentado acercarse a ti. Les parece fascinante verte: un omega mayor, sin hijos, y aun así con un alfa tan… poderoso a tu lado. Pero no es por él. No es porque te siga un alfa fuerte. Es lo que has construido, lo que encarnas. Eres un ejemplo de lo que podría ser un buen omega… si dejamos de lado la oscuridad que cargas y recordamos que la naturaleza, de algún modo, sigue estando contigo.”
La palabra volvió a clavarse como un cuchillo en la carne de James.
Omega.
Cada vez que la escuchaba, la furia lo mordía más hondo, como un animal que no lo dejaba en paz. Sus dientes se apretaron con tanta fuerza que la mandíbula le dolió. Pero no se movió; no le daría a esa muchacha ni a nadie la satisfacción de verlo perder el control.
“Sí, claro…” murmuró al fin, bajando la mirada con una sonrisa torcida, casi imperceptible “Quitando la oscuridad que cargo… todo es perfecto.”
No fue una carcajada ni un grito, pero el veneno se filtró en cada palabra. Flor lo observó con atención, confundida entre el sarcasmo y la grieta que alcanzaba a vislumbrar.
Respiró hondo, se enderezó y añadió con un brillo repentino en los ojos:
“Está bien… era de eso de lo que quería hablar contigo… nadie es tu enemigo aquí. Dentro de dos noches habrá una celebración en la tribu.”
James ignoró lo primero y alzó una ceja, sin disimular su desdén.
“¿Celebración?”
“Sí” Flor sonrió suavemente “Encenderemos una gran fogata, habrá cantos y danzas. Es una costumbre antigua… un momento en el que los jóvenes encuentran a sus parejas, o al menos dan los primeros pasos para enlazarse.”
Él la observó con frialdad, brazos cruzados sobre el pecho.
“¿Y me estás invitando a presenciar semejante espectáculo barbárico?” preguntó con voz neutra, aunque la ironía se deslizó como veneno en cada sílaba.
“Sería lindo si vinieras” respondió Flor sin titubeos “Tal vez no cambie nada para ti… pero también puede ser una forma de entender… o empezar.”
James se encogió apenas de hombros, como aburrido, aunque por dentro pensaba en la utilidad de aquella ingenuidad.
“Como sea…” respondió, dejando la frase caer sin peso.
Flor sonrió enseguida, tomando esa indiferencia como un sí.
“Perfecto… si quieres podemos ir a…”
La frase murió en sus labios. Una sombra se alzó a su lado, y una mano firme se posó en la cadera del Coronel, reclamándolo sin pedir permiso.
“Yo… buscándote” gruñó Spirit, su voz profunda, las palabras torpes pero cargadas de intención.
El cuerpo de James se tensó de inmediato.
Giró lentamente hacia él, forzando una sonrisa rígida.
“Aquí estoy…” dijo, con esa falsa naturalidad que enmascaraba la furia “Conviviendo con la gente de esta aldea.”
Flor bajó la vista al instante, las mejillas encendidas.
“Tal vez… debo irme” murmuró, retrocediendo un paso “Los dejaré solos. Espero verte allá.”
“Sí, sí, niña…” replicó James con desgana.
Flor se alejó a prisa, dejando tras de sí un aire denso.
Spirit apretó más la cadera del Coronel, como queriendo grabar su presencia en la piel.
“Tú… solo aquí, no” dijo, áspero, las palabras claras aunque rotas.
James frunció el ceño, la furia creciendo bajo su piel.
“Estaba aquí con ella…” respondió entre dientes.
El alfa lo miró fijo, señalándose la sien con un gesto brusco.
“Ellos… pensar” gruñó “Pensar tú soltero.”
Apretó más, marcando la cadera con su mano fuerte.
“Pero tú… mío.”
La mandíbula de James se endureció, tragando la rabia como un veneno espeso.
El no era un jodido y estúpido omega joven que esperaba que un maldito salvaje lo reclamara como un pedazo de carne….
La palabra mío lo ardía como hierro candente.
Entonces, una sonrisa se dibujó en su rostro: lenta, forzada, peligrosa, como una cuerda tensada al borde de romperse. No era alegría, era amenaza disfrazada de calma.
La sonrisa torcida de James se mantuvo unos segundos más, hasta que, con una calma medida, levantó la mano y tomó a Spirit por la mandíbula. Lo obligó a inclinar el rostro, moviéndolo de un lado a otro, como si evaluara un objeto. Sus dedos lo apretaron con frialdad, y su mirada era la de un hombre que no veía a un alfa joven, sino a un cachorro presuntuoso.
“Mírate” murmuró con voz baja, venenosa “Crees que entiendes lo que haces, ¿verdad? Crees que puedes marcarme con una sola palabra. Mío.” Escupió el término con desprecio “Pero no eres más que un muchachito jugando a ser un adulto.”
Lo soltó con un gesto brusco, como si no valiera la pena seguir sosteniéndolo.
Y, aun así, por más que intentara mantener la máscara de control, James sabía que no había dominio real en ese instante. La ira le devoraba las entrañas. Cada mirada, cada gesto que lo reducía a lo que ellos llamaban un omega lo encendía como fuego bajo la piel. Él era un coronel, forjado a golpes, a sangre y órdenes que habrían quebrado a cualquier otro, incluso a un alfa. Había construido su rango con disciplina y sacrificios que nadie allí podía comprender. Y ahora, estar en esa situación, reducido a nada por un salvaje, lo llenaba de un odio tan visceral que hubiera querido prender fuego a ese maldito tipi y arrasar con todo y todos.
La furia lo cegaba.
De nuevo.
Estaba apunto de irse de ahí cuando de pronto una mano atrapó de inmediato su muñeca con una fuerza brutal, cerrando los dedos como grilletes. James arqueó una ceja, molesto, y apenas pudo soltar un resoplido antes de que el alfa comenzara a arrastrarlo sin miramientos hacia el tipi.
“Suéltame, maldito…” bufó entre dientes, forcejeando, pero se contuvo. No iba a darles a esos “salvajes” el espectáculo de verlo arrastrado como un prisionero en la plaza. Su orgullo lo quemaba más que la presión en su muñeca.
Spirit no aflojó. Con paso firme, lo condujo hasta el tipi, apartando las telas de la entrada de un manotazo. Empujó al coronel con un movimiento seco, y James cayó de bruces sobre las mantas extendidas en el suelo. El golpe no fue fuerte, pero el gesto tenía todo el peso de una imposición.
James se incorporó con lentitud, apoyándose en un codo, los labios curvados en una sonrisa cargada de odio.
“¿Y ahora qué?” soltó con burla venenosa “¿Piensas joderme de nuevo como un maldito animal? Es lo único que sabes hacer. Ni siquiera sabes coger bien.”
La palabra coger se deslizó en su idioma con malicia, sabiendo que Spirit captaría lo suficiente para herirse.
El alfa se inclinó hacia él, los ojos oscuros, prendidos de fuego. Entendía más de lo que aparentaba. Con un gruñido gutural, posó ambas manos sobre los hombros del coronel y comenzó a girarlo con brusquedad, queriéndolo poner de espaldas.
James resistió, los dientes apretados, la rabia chisporroteando en cada músculo.
“Ni siquiera sabes cómo se trata a un omega” escupió, el veneno en su voz quemaba “Se nota que eres un estúpido cachorro jugando a ser hombre.”
James dio un empujón seco, lanzando todo su peso contra Spirit. El alfa, sorprendido por la fuerza bruta del omega, perdió el equilibrio y se dejó caer de espaldas sobre las mantas y pieles que cubrían la cama improvisada. No se rindió del todo: sus codos se hundieron en las pieles, sosteniendo su torso, y desde ahí alzó la mirada hacia James. Esos ojos oscuros ardían, con un desafío que era puro fuego, pero también con una necesidad cruda que lo hacía todo más intenso.
El pecho de Spirit subía y bajaba, cada respiración un gruñido que apenas contenía, su piel brillando bajo la luz tenue. James, de pie, lo miraba desde arriba, su cuerpo rígido, la furia vibrando en cada músculo, pero mezclada con un deseo que lo carcomía por dentro.
Quería romperlo, joder, quería que el alfa supiera quién mandaba.
“Esto va a ser a mi manera” dijo James, la voz baja, cada palabra cargada de una calma que escondía una tormenta “A partir de ahora… yo mandaré.”
Sin soltar la mirada de esos ojos que lo retaban, James se movió con una precisión que era puro control, sentándose a horcajadas sobre las piernas de Spirit. Sus manos fueron directas a la prenda inferior del alfa, deshaciendo los nudos con dedos rápidos que rozaban la piel caliente y tensa. Cuando la tela cedió, la verga de Spirit quedó expuesta, dura como una roca, gruesa, la cabeza rojiza y brillante goteando de puro deseo. Joder, el olor a sexo llenaba el aire, y James sintió su propio coño mojarse en respuesta.
Cuánto detestaba esta situación.
Spirit dejó escapar un gruñido bajo, sus caderas moviéndose por instinto, buscando más contacto.
“Ahora yo decidiré cuándo podrás tocarme y cuando no…” murmuró James con enfado, mientras envolvía esa verga gruesa con su mano, apretando con fuerza, moviendo los dedos en un ritmo lento y torturante. Cada caricia era una jodida declaración de poder, diseñada para volver loco al alfa. Spirit jadeó, un sonido crudo que se le escapó sin querer, sus caderas empujando hacia arriba, desesperadas por más.
Como un cachorro perdido.
James bajó la otra mano, agarrando los huevos de Spirit, pesados y calientes, masajeándolos con una presión que era justo lo suficiente para hacerlo temblar.
“Mírame” ordenó, y cuando Spirit abrió los ojos, joder, estaban nublados de puro deseo.
El alfa echó la cabeza hacia atrás, un gemido gutural rasgando el aire, sus músculos tensos como cuerdas a punto de romperse. Estaba duro, jodidamente duro, y cada toque del omega lo llevaba más al límite.
“Se siente bien, ¿verdad?” dijo James, su voz un susurro afilado mientras aceleraba el ritmo, su mano deslizándose por toda la longitud, apretando la cabeza húmeda, esparciendo el líquido que goteaba por la piel ardiente “Podrás ser un maldito alfa… un salvaje, y si quieres sentirte bien, será a mi manera.”
Spirit intentó mantener la fachada, pero fue inútil. Sus respiraciones eran jadeos cortos, sus manos clavándose en las pieles, sus piernas abriéndose más, como si su cuerpo estuviera rogando por más. James, sin piedad, lo llevó al borde una y otra vez, alternando entre caricias rápidas y pausas crueles, saboreando cada gemido, cada estremecimiento. La verga de Spirit palpitaba en su mano, dura y caliente, y el aire entre ellos era puro fuego, una lucha de poder donde James tenía las riendas y Spirit, a pesar de sí mismo, se dejaba llevar.
La mirada de Spirit se desvió entonces, bajando de los ojos de James hacia su pecho, deteniéndose en esos pequeños pechos que, como omega hombre, apenas se notaban, no desarrollados por la falta de embarazo. Pero, esa fijación encendió algo en Spirit, su verga latiendo en la mano de James antes de hincharse aún más, palpitando con una intensidad renovada, goteando más profusamente.
James notó el cambio, esa hambre en los ojos del alfa, y decidió aprovecharlo. Con una mano aún envuelta en la verga de Spirit, usó la otra para desabrochar lentamente la parte superior de su propia prenda, dejando que la tela se abriera lo justo para exponer un atisbo de esos pechos suaves, los pezones endureciéndose al aire fresco. El cuerpo de Spirit reaccionó al instante, su verga creciendo más gruesa en el agarre de James, un pulso caliente que traicionaba su excitación creciente.
Spirit se incorporó un poco, ajustando su posición para sentarse mejor contra las pieles, sus ojos aún clavados en el pecho expuesto de James, jadeando con cada movimiento. James, sintiendo el cambio, llevó su mano libre a sus propios pechos, apretándolos suavemente, los dedos rozando los pezones endurecidos, haciendo que su propia excitación creciera. Spirit miró la acción fijamente, un gemido bajo y desesperado escapando de su garganta, su rostro serio, tenso por el deseo, sin rastro de sonrisa, solo pura necesidad animal.
"¿Quieres tocarlos?" murmuró James, mientras su mano seguía bombeando la verga de Spirit con lentitud cruel.
Spirit, perdido en un trance de lujuria, asintió con la cabeza, sus ojos vidriosos, su cuerpo temblando. Pero James no lo dejó; en cambio, hizo un amago de retirar su mano de la verga, y Spirit embistió hacia arriba con las caderas, un gruñido frustrado saliendo de él, más líquido preseminal goteando profusamente de la cabeza hinchada, cubriendo los dedos de James en un desastre caliente y resbaladizo.
Cada vez que James fingía apartar la mano, Spirit empujaba con más fuerza, desesperado por mantener el contacto, su verga palpitando como si estuviera a punto de explotar.
Joder, el alfa estaba al límite.
Su mente nublada por el placer que lo consumía, cada embestida un ruego silencioso. Después de un rato de esa tortura, con Spirit jadeando como un animal en celo, su cuerpo cubierto de sudor, James finalmente cedió un poco: tomó una de las manos de Spirit y la colocó sobre su seno, guiándola con firmeza.
El coronel observó al salvaje, era como si fuera la primera vez que tocaba algo tan prohibido, sus dedos temblando al contacto con la piel suave y cálida, la curva sutil del pecho omega. Fue un poco brusco al principio, apretando con demasiada fuerza, explorando con una urgencia torpe que revelaba su inexperiencia en ese territorio. James golpeó su mano ligeramente, un chasquido de advertencia, y lo guio con movimientos precisos, mostrando cómo acariciar, cómo rozar el pezón con el pulgar para enviar ondas de placer a través de ambos.
Mientras tanto, James jugaba con la cabeza de la verga de Spirit, sus dedos resbaladizos rodeando la punta hinchada, frotando el líquido preseminal en círculos lentos y torturantes, haciendo que el alfa se volviera loco, sus gemidos convirtiéndose en sonidos guturales, su cuerpo arqueándose del placer que lo desgarraba. Spirit estaba al borde, joder, su mente un torbellino de deseo crudo, cada toque enviándolo más profundo al abismo.
James, notando cómo Spirit chupaba el aire con desesperación. El omega llevó los dedos de su mano a la boca del alfa y este, por puro reflejo, abrió los labios y chupó, su lengua rodeando los dedos con una succión hambrienta, probando el sabor de la piel del coronel, un gemido vibrando alrededor de ellos. James sonrió entonces, una curva cruel en sus labios, y atrajo el rostro de Spirit hacia su pecho, tirando de su cabello con firmeza.
Spirit lo siguió hipnotizado, como una abeja atraída por la miel, su boca cerrándose alrededor del pezón con una urgencia instintiva. Se prendió como un cachorro amamantando, chupando con fuerza, su lengua lamiendo con avidez, el placer haciendo que su verga se contrajera en la mano de James.
Pero James lo regañó con voz enojada, un gruñido afilado:
"Más lento, joder, me estás lastimando. Hazlo bien o te dejo así."
Spirit, atrapado en esa fiebre de deseo, intentó obedecer, pero sus gemidos eran como los de un cachorro perdido, desesperados y crudos, resonando en el aire cargado de sexo. Su boca seguía chupando el pezón de James con una fuerza casi salvaje, como si quisiera arrancar algo de ahí, lamiendo con una urgencia que traicionaba su necesidad. Su mano libre, temblando, se alzó por instinto hacia el otro pecho de James, los dedos torpes pero ansiosos, apretando la carne suave, jugando con el pezón endurecido, haciéndolo rodar entre el pulgar y el índice con intensidad.
James, sin piedad, apretó la verga de Spirit con más fuerza, sus dedos resbaladizos por el líquido preseminal, acelerando el ritmo de la masturbación hasta un punto frenético. Cada movimiento era una tortura precisa, la mano deslizándose por toda la longitud, apretando la cabeza hinchada, haciendo que Spirit se arqueara contra él, sus caderas embistiendo con desesperación. Los gemidos de Spirit se volvieron más agudos, más rotos, mientras chupaba con avidez, su lengua trazando círculos húmedos alrededor del pezón, su mano en el otro pecho apretando con una urgencia que rayaba en lo salvaje.
El placer lo consumía, joder, su verga palpitando como si estuviera a punto de estallar. James, sintiendo cómo el alfa se deshacía, intensificó el ritmo, su mano moviéndose más rápido, más fuerte, los dedos resbalando por la longitud empapada. Spirit no pudo aguantar más: con un gemido gutural, su cuerpo se tensó, los músculos rígidos, y se vino a chorros calientes, espesos, cubriendo la palma de James en un desastre pegajoso que goteaba entre sus dedos, salpicando las pieles debajo. Spirit jadeó, su respiración entrecortada, su boca aún pegada al pecho de James, chupando con una intensidad desesperada mientras su cuerpo temblaba por las réplicas del orgasmo, perdido en el torbellino de placer que James había desatado.
James dejó que el alfa se perdiera en el unos segundos más, dejando que su lengua hambrienta lamiera y chupara con esa urgencia cruda, los gemidos de Spirit vibrando contra su piel. Pero entonces, con un movimiento brusco, casi cruel, James lo apartó, empujando su rostro hacia atrás con una mano firme en su mandíbula, despegándolo de sus tetas. La boca de Spirit dejó un rastro húmedo, sus labios rojos e hinchados, los ojos todavía nublados por el deseo mientras intentaba recuperar el aliento. James, con un gesto despectivo, tomó un trapo cercano y limpió su mano empapada del semen caliente de Spirit, el líquido pegajoso deslizándose por sus dedos mientras lo frotaba con deliberada lentitud, dejando que el alfa lo viera.
Spirit, aún temblando, no pudo contenerse. Con un gruñido bajo, se lanzó hacia James, su cuerpo moviéndose por puro instinto. Sus labios encontraron el cuello del omega, chupando con fuerza, dejando marcas rojas en la piel sudorosa mientras su lengua trazaba líneas húmedas hasta el pecho expuesto. Sus manos se aferraron a los hombros de James, y entre jadeos entrecortados, murmuró, con una voz rota por la lujuria:
"Mío, omega."
Cada palabra era un reclamo desesperado, su boca volviendo a los senos de James, lamiendo con avidez, succionando los pezones endurecidos como si quisiera marcarlos, su cuerpo temblando por la intensidad del momento, atrapado en una fiebre que no lo dejaba pensar.
El coronel no dejó que la humillación lo envolviera, suspiró.
James se levantó del regazo de Spirit, con calma, sin darle importancia al gruñido bajo de protesta que el alfa emitió. Spirit trató de seguir con la boca sobre su cuerpo, pero James lo ignoró y se movió con decisión hacia las pieles y trapos que necesitaba para ir al lago.
Cuando Spirit vio el cuerpo semi desnudo del coronel, gruñó y se levantó rápidamente, colocando una piel sobre él para cubrirlo completamente. James arqueó una ceja, sin decir nada, y simplemente dejó que lo hiciera. Sin mirar atrás, salió del tipi, con la furia controlada y la sensación de que tenía la situación bajo control.
Tal vez podría salir de esa maldita aldea de salvajes caminando sin preocuparse por nada.
Sonrío.
Spirit lo siguió a corta distancia, el pantalón ya medio ajustado, gruñendo bajo mientras trataba de mantener el ritmo del coronel.
Cada movimiento de James era calculado; sabía que, por ahora, podía moverse sin preocuparse por esa bola de salvajes, siempre y cuando tuviera a ese imbecil detrás de él.
Al llegar al lago, el aire fresco le golpeó el rostro y James respiró hondo, sintiendo el contraste con el calor y la tensión del tipi. Spirit continuaba siguiéndolo, atento, todavía tenso, pero sin soltarse, listo para reaccionar a cualquier gesto.
Notes:
Estoy de regreso! Se que no había subido el siguiente capítulo en bastante tiempo pero no me había gustado y por más que quería trabajar en el quedaba en blanco jajaja. Hasta que me di cuenta que no puedo hacer esta historia solo en 4 caps, así que ahora será un poco más larga pero no más de 15 (espero). Perdón por la tardanza espero y les guste! No pensé que hubiera alguien ahí que leyera esto jajaja estoy sorprendida!
Nos vemos en el siguiente cap!

Claudia (Guest) on Chapter 1 Wed 06 Aug 2025 05:33AM UTC
Comment Actions
Anonymous Creator on Chapter 1 Sat 06 Sep 2025 03:05AM UTC
Comment Actions
armoredass on Chapter 1 Sat 09 Aug 2025 08:37AM UTC
Comment Actions
Anonymous Creator on Chapter 1 Sat 06 Sep 2025 03:08AM UTC
Last Edited Sat 06 Sep 2025 03:11AM UTC
Comment Actions
Camila (Guest) on Chapter 1 Sat 09 Aug 2025 01:52PM UTC
Comment Actions
Anonymous Creator on Chapter 1 Sat 06 Sep 2025 03:08AM UTC
Comment Actions
Camila (Guest) on Chapter 1 Sat 09 Aug 2025 01:53PM UTC
Comment Actions
Anonymous Creator on Chapter 1 Sat 06 Sep 2025 03:09AM UTC
Comment Actions
Camila (Guest) on Chapter 1 Tue 12 Aug 2025 11:12PM UTC
Comment Actions
Anonymous Creator on Chapter 1 Sat 06 Sep 2025 03:09AM UTC
Comment Actions
Chefsitx_095 on Chapter 1 Mon 01 Sep 2025 02:05AM UTC
Comment Actions
Anonymous Creator on Chapter 1 Sat 06 Sep 2025 03:11AM UTC
Comment Actions
Lola_65 (Guest) on Chapter 1 Sun 07 Sep 2025 05:23PM UTC
Comment Actions
Anonymous Creator on Chapter 1 Sun 28 Sep 2025 07:29AM UTC
Comment Actions
Anexx777 on Chapter 1 Sun 07 Sep 2025 07:27PM UTC
Comment Actions
Anonymous Creator on Chapter 1 Sun 28 Sep 2025 07:31AM UTC
Comment Actions
Honeychannie on Chapter 1 Fri 12 Sep 2025 05:22PM UTC
Comment Actions
Anonymous Creator on Chapter 1 Sun 28 Sep 2025 07:31AM UTC
Comment Actions
Lun4_cryst4l on Chapter 1 Fri 12 Sep 2025 10:53PM UTC
Comment Actions
Anonymous Creator on Chapter 1 Sun 28 Sep 2025 07:32AM UTC
Comment Actions
lucy (Guest) on Chapter 2 Sat 04 Oct 2025 03:51PM UTC
Comment Actions
Lola_65 (Guest) on Chapter 2 Wed 08 Oct 2025 12:10AM UTC
Comment Actions