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Posesivo | Mernoski

Summary:

Mernuel es un boxeador novato que comienza a ser reconocido en el mundo del boxeo profesional debido a sus técnicas y agilidad con tan solo 24 años. Un "Alfa prime" en su máximo esplendor, una subcategoría extremadamente rara dentro de los Alfa.
Lautaro, mejor conocido como "Moski", es el nuevo fisioterapeuta de Mernuel, por ser el más profesional e indicado para la estrella. Moski no solía decirlo pero, siendo un "Omega prime", destacaba ante cualquier otro Omega convencional y sus feromonas únicas a veces se convertían en un problema.

Mientras Santiago intenta conquistar a la Alfa Zaira Nara.

Chapter 1: El Aroma del Problema

Chapter Text

Las noticias y redes sociales no perdían de vista al boxeador del momento: Manuel Merlo, mejor conocido como "Mernuel". Y aun con su repentina fama, no le importaban las redes sociales. Él solo quería boxear y ganar, característica que era intensa al ser un Alfa Prime.

No lo presumía, su linaje era tan raro que solo se registraban dos en la ciudad de Buenos Aires y uno era él. Entraba al ring representando la pureza genética, el punto más alto del instinto Alfa, lo que le permitía controlar su celo, dirigir sus feromonas distinguidas y proteger a los suyos. Algo extra era que detectaba feromonas compatibles a larga distancia y le funcionaba en sus conquistas momentáneas. Se decía que también podía anular la influencia de otros alfas hacia un omega, pero nunca lo había siquiera intentado.

El sudor caía a chorros por la espalda ancha de Mernuel mientras esquivaba un golpe fantasma. A sus veinticuatro años, era la definición andante de un Alfa Prime en ascenso: 1.75 metros de músculo, tatuajes cubriendo sus brazos como parte de su imagen peligrosa, y un par de ojos verdes que podían congelar a un oponente o derretir a cualquier Omega con una sola mirada. Su aura, usualmente controlada y fría, vibraba en la sala, un eco silencioso de la anticipación de la prensa por su próximo combate.

—¡Merno! ¡Usa la cabeza, boludo! No es un adorno.

La voz seca de su entrenador Mazza lo sacó de su trance momentáneo. La verdad era que, por primera vez, el entrenamiento se sentía como una distracción, no como un refugio. Desde hace una semana, una tensión molesta se había instalado en su nuca, y no era de esfuerzo físico. Su reconocimiento en el mundo del boxeo fue progresivo y a la vez rápido, para lo que suele considerarse "normal" en la carrera de un boxeador. Además, considerando que era joven, la curiosidad de la gente crecía sin parar. De nuevo, él no era fan de las redes sociales, pero su representante lo mantenía al tanto de su imagen, información que solo le servía para meterse presión y entrenar con más disciplina.

—La contractura va a peor —murmuró a su mánager, Zaira, una Alfa de carácter tan fuerte como el suyo.

Se bajó del ring para hidratarse y tomarse unos minutos.

—Me di cuenta, así que te conseguí una cita con el mejor fisioterapeuta de la ciudad. Un tal... Lautaro Moschini. Es joven, pero dicen que es un genio. Muy solicitado.

Mernuel asintió, sin darle mucha importancia. Un masaje. Un analgésico. Solucionado.

—Hasta acá por hoy —ordenó Zaira—. Mejor bañate porque va a venir a la sala de fisio del gimnasio.

—Moschini va a tener que esperar, entonces —soltó en tono burlón.

Una hora después, un ligero aroma hizo que frunciera el ceño, era nuevo y... muy distinto.

El aviso de que su nuevo fisioterapeuta había llegado lo obligó a levantarse y salir de la habitación privada que tenía dentro del gimnasio. El lugar era bastante grande, contando con habitaciones con baños privados, salas, oficinas, duchas, una cafetería, jardín y el escenario principal: el gimnasio. Recorrió los pasillos, ese aroma intensificándose a cada paso, hasta llegar al umbral de la sala número 24 y se asomó. No había nadie. El consultorio era minimalista, ordenado y sorprendentemente silencioso. Apenas cruzó el umbral, el mundo de Mernuel se volcó.

No fue una descarga de electricidad, sino una oleada que lo golpeó directo en el centro de su ser Alfa. Aquel aroma dulce, complejo, como néctar de vainilla con un toque de lluvia fresca sobre tierra. Era, sin adornos, la esencia más deliciosa que su nariz había captado jamás. Era embriagador, un cebo para el instinto.
Su lobo, una bestia normalmente dócil y obediente, aulló en su pecho, exigiendo. Mernuel se sintió caliente. Sus glándulas olfativas se saturaron y sus propias feromonas, que siempre lograba mantener encapsuladas, comenzaron a filtrarse, densas, oscuras y con un matiz a vinilo nuevo y peligro.

«Mierda. Mierda, mierda, mierda».

Se apoyó en la pared más cercana para evitar caer. El instinto le gritó que el celo, que debía llegar en un par de semanas, se había adelantado catastróficamente. Y todo por un consultorio vacío y una fragancia que lo estaba volviendo loco.
Apretó los puños, la respiración acelerada, y se dio media vuelta con la furia de un tornado. Odiaba que le sucediera eso, llevaba muchos años controlándolo. Tenía que salir de allí.

—Disculpe, ¿Manuel?

Mernuel se detuvo en seco, el pánico recorriéndole la espalda. Una voz suave y aguda venía de detrás de él. No quería girarse.

—S-sí. Surgió un problema. Ahora no puedo.

—¿La contractura es tan severa? ¿Necesita una inyección?

—Necesito una ducha helada y un puto supresor. Vuelvo la próxima semana. Disculpe.

Y sin esperar respuesta, el Alfa Prime se lanzó a la calle, dejando tras de sí un rastro de confusión y un consultorio que de pronto olía a Alfa dominante y peligroso.

Siete días después, la tensión en la nuca había sido reemplazada por una tensión más insidiosa: la curiosidad. El celo había pasado bajo estricta medicación, y el recuerdo de aquel aroma se negaba a desaparecer. Mernuel detestaba dejar trabajo sin terminar, su cuerpo le exigía una explicación para el caos hormonal que había experimentado, entonces hoy lo descubriría.
Ordenó su remera negra overzise y levantó un poco sus mangas cortas; lo admitía, los músculos de sus brazos habían crecido y lo hacían lucir fuerte y atractivo. No eran como los de un peso pesado, pero encajaban perfecto con su anatomía.

De regreso en el consultorio, la escena era diferente. En lugar de estar vacío, había movimiento.

—Bauleti, ¿podes buscarme la bolsa de hielo del segundo cajón, por favor? —otra vez esa voz.

—¡Que pesado, Moski! Algún día voy a romper algo por ir rápido a buscar tus cositas y no puedo decepcionar a Zaira en este trabajo. Va a ser tu culpa si eso pasa.

Mernuel sonrió de lado. Los Omegas.

Y entonces lo vio.

Lautaro (o "Moski", como lo llamó su ayudante) era un Omega rubio, delgado y de piel clara. Sus 1.68 metros de altura lo hacían parecer frágil junto a la camilla, pero la manera en que ajustaba una toalla con precisión indicaba profesionalismo. Sus ojos avellana se alzaron y se encontraron con los verdes de Mernuel. Y ahí estaba. La fuente de su ruina hormonal.

—Manuel —dijo Lautaro, con una sonrisa encantadora que no alcanzó sus ojos—. Soy Lautaro, pero puede llamarme Moski. Siento lo de la semana pasada, pero el estrés de las peleas...

—No fue el estrés —interrumpió Mernuel, acercándose a la camilla ubicada en el centro. Su lobo interior, en lugar de rugir, esta vez ronroneó. Era una sensación nueva, emocionante—. ¿Es usted Omega?

Moski sonrió sorprendido, pero su expresión se hizo tensa.

—Soy su fisioterapeuta. Si me permite —señaló la camilla.

Mernuel obedeció sin decir más, acostándose boca abajo. Moski comenzó a trabajar en su nuca, sus dedos ágiles y fuertes, localizando el punto exacto de dolor. Pero el Alfa ya no sentía la contractura. Solo sentía la presión de aquellos dedos, la cercanía del aroma. Y lo notó: el olor era tenue ahora, bajo control, pero seguía siendo perfecto.

—Tu aroma... —Mernuel dejó la frase flotando. Una prueba, un coqueteo.

Lautaro suspiró harto, se inclinó y susurró cerca de la oreja del Alfa:

—Manuel, los boxeadores deben ser rápidos en el cuadrilátero, no en deducir clasificaciones. Soy lo que soy, pero en este consultorio, solo soy el profesional que va a evitar que pierda su próximo título. Si se distrae con mi aroma, su desempeño bajará, y eso no le conviene a ninguno de los dos.

La respuesta lo tomó por sorpresa. Era tierno, sí, pero con un filo de carácter que le gustó. Era un Omega que sabía dónde estaba parado.

Había tensión.

Mucha.

Y Santiago, Bauleti, también lo sentía. Observó la situación con la risa ahogada en su garganta, ya que ver a un omega poniendo en su lugar a un alfa no era común, pero a su amigo le solía pasar seguido.

—Tiene razón. Disculpe —murmuró en derrota, aunque se mantenía con una sonrisa que transmitía satisfacción, más que derrota.

Durante el resto de la sesión, Mernuel se limitó a disfrutar del masaje y a observar la sutil pero firme concentración del rubio. Al finalizar, simplemente se despidieron, lo que dejó picando la lengua del pelinegro que deseaba más intercambio de palabras.

Una semana después, el rumor golpeó el gimnasio como un derechazo inesperado.
—¿Escuchaste el chisme? —dijo un Beta, ajustándose los guantes—. El fisioterapeuta de Mernuel... Moski es un Omega Prime.

Mernuel, que estaba atándose los cordones, alzó la mirada de golpe. Un Omega Prime.

El Alfa Prime y el Omega Prime.

La subcategoría más rara en la biología. Aquellos con feromonas únicas, con una conexión instintiva que trascendía lo convencional y fertilidad saludable fuera de lo común. La pieza faltante.

Su lobo había ronroneado. Su celo se había adelantado por un olor.

Esto no era un coqueteo. Esto era destino biológico.

En consecuencia, la curiosidad se convirtió en obsesión.

El día de la pelea fue un torbellino. Mernuel se movía con la agilidad de un gato, su estilo "dark" y agresivo desorientando a su oponente. El aire se cargó con feromonas Alfa: agresión, dominio, y un toque del café negro que caracterizaba al pelinegro.

Moski, vestido con una camiseta del staff del boxeador, esperaba en la esquina de brazos cruzados, calmado mientras en el ring la adrenalina pesaba. La campana sonó, indicando el final de la ronda diez. Mernuel ganó por knockout, un ataque relámpago que obligó a su oponente a caer mal.
El público gritó en ovación. Mernuel levantó el puño. Pero un segundo después, el triunfo se opacó. Un dolor punzante en la rodilla, producto de un mal apoyo en el ataque final, lo hizo tropezar. Además, una pequeña contusión en la muñeca.

—Pero la puta madre —insultó entre dientes, cayendo sobre la banqueta.

Lautaro subió y se arrodilló al instante, la profesionalidad cubriendo cualquier otro sentimiento. Tocó la muñeca, luego la rodilla.

—Esguince leve en la muñeca. La rodilla es más grave. Necesitas hielo y una sesión intensa de masajes para reducir la inflamación. Ahora.

El centro de entrenamiento estaba prácticamente vacío y, en esta ocasión, el fiel ayudante del rubio no lo acompañaba. Moski y Mernuel se instalaron en la sala de fisioterapia, siendo el mayor el primero en entrar, recostarse en la camilla y en un minuto su rodilla ya descansaba en una almohada, con una compresa helada.

—Necesito que te relajes —dijo Moski, aplicando aceite en sus manos y preparándose para masajear.

El Omega se puso a trabajar en el muslo del Alfa, subiendo poco a poco hacia el punto de la lesión. Manuel sintió los dedos fríos volverse calientes debido a la fricción, mientras no paraba de pensar en que las manos del fisioterapeuta eran de oro. La tela de los shorts de Mernuel apenas cubría su entrepierna, la cercanía era explosiva y su pensamiento más tranquilo era explicito.

Mernuel decidió jugar a ganar. Si él era Prime y Moski era Prime, la química tenía que ser innegable. Tenía que probar la reacción del Omega bajo presión.

Con un esfuerzo consciente, Mernuel liberó una oleada de sus feromonas, concentrándolas. No eran de agresión, sino de deseo Alfa puro, invitando a la sumisión, marcando posesión. Era el aroma que había desatado su celo hacía dos semanas. El vinilo oscuro y café negro que exigía una respuesta.
Moski, que estaba concentrado en su trabajo, se detuvo. Sus ojos avellana se cerraron por un instante. Su respiración se aceleró levemente, y el rubor subió por su cuello. Su aroma dulce se intensificó por un latido, un eco que Mernuel detectó con salvaje satisfacción.

«Lo tengo» pensó el Alfa, con una sonrisa de depredador.

—¿Todo bien, Moski? —preguntó Mernuel, con un tono seductor y ronco, inclinando la cabeza hacia un costado como chequeándolo.

El Omega se recuperó al instante, y sus ojos se abrieron con un destello de desafío.

—Todo bien, Manuel. Solo me aseguro de que no intentes arruinar mi trabajo con tus... trucos de Alfa. No funciona conmigo. Soy profesional. Y mis manos no están tan cerca de tu entrepierna como para que te confundas sobre la intención del masaje —soltó sin pausas.

La negación sonó firme, sin embargo, la tensión era tangible. El alfa no se sintió atacado, es más, se mantenía tranquilo y seguro de haber obtenido al menos un impacto en Moski.

—Pero sentiste algo —insistió a propósito.

—Controla tus feromonas —fue lo único que respondió, continuando con su trabajo y dejando al boxeador con una sonrisa triunfante y silenciosa.

La sesión terminó sin coqueteos y los siguientes días todo iba normal. Por supuesto, la nueva normalidad del boxeador novato era estar pendiente de su fisioterapeuta, además de entrenar.
El gimnasio era el hogar de varios Alfas y Betas de élite. Mientras Mernuel se sentaba a hacer unos ejercicios leves para la muñeca pre-entreno, Moski se encontraba con Bauleti chequeando la lista de boxeadores en el mostrador.
De repente, una oleada incontrolable de aroma a vainilla y lluvia llenó el aire. Manuel lo supo al instante: el aroma de Moski. Amplificado, delicioso, y totalmente descontrolado.
Los Alfas, incluyendo a una boxeadora Alfa de 1.80 de altura que estaba en medio de un sparring, se detuvieron. Sus ojos verdes alarmados se enfocaron en el rubio. El instinto Alfa se disparó: la necesidad de acercarse, de rodear a la fuente de ese aroma Prime.

El gimnasio pasó del rugido de los golpes a un silencio tenso, solo roto por las respiraciones agitadas y la música de los parlantes. El Omega Prime había desatado el caos y lo sabía por el calor repentino que tiñó sus mejillas. Lautaro frunció en ceño, muy preocupado y extrañado por el cambio repentino en su cuerpo y, lo que era más grave, en medio del entrenamiento de muchos alfas. Santiago apoyó una mano en su hombro y le murmuró que era mejor irse.
Mernuel se levantó de un salto, una furia territorial Prime recorriéndole el cuerpo. Su lobo rugió, y sus feromonas se liberaron al máximo, con el único propósito de contrarrestar el efecto del Omega. El mensaje gritaba peligro y... no tocar.

Rápidamente agarró a Moski del brazo, con un agarre firme pero no doloroso, y lo arrastró fuera del gimnasio ante las miradas de los demás Alfas.

—¡Manuel! ¿Qué haces? ¡Soltame! —intentó safarse sin resultado.

—Te estoy protegiendo, imán de Alfas —aclaró con un tono preocupado y serio.

Lo llevó a su habitación privada, que usualmente era usada para concentrarse antes de las peleas. Una vez dentro, lo soltó y cerró la puerta de golpe, bloqueando el ruido y el resto de los Alfas. La sala era pequeña, y el aroma de Moski, ahora mezclado con el dominante y oscuro de Mernuel, era sofocante.

—Soy Prime, Moski —jadeó Mernuel, apoyándose en la puerta—. Puedo oler lo que significan tus feromonas descontroladas para ellos.

—¡Y yo puedo oler que tus feromonas se están volviendo posesivas! —replicó Moski, con los ojos brillando de enojo, su respiración aún errática.

El pelinegro se acercó, el corazón latiéndole a mil. Este Omega era un desafío, una tentación, un desastre biológico andante. Y era perfecto.

—Quizás... —susurró Mernuel, acortando la distancia hasta que solo quedaban unos centímetros—. Quizás tu instinto Prime sabe que, si estás protegido en mi habitación, tu destino es... enlazarte con un Prime que te merezca.

Moski subió su mirada y la conectó a la contraria. El miedo se mezcló con una intensa y desconocida atracción, la clase de tensión que solo podía existir entre dos criaturas tan raras. Pero soltó una pequeña carcajada sin gracia y declaró:
—Solo en mis sueños, boxeador.

La mentira sonó débil, incluso para él. Y ambos sabían que sus lobos interiores acababan de encontrarse en el cuadrilátero.