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La pareja (falsa) del año

Summary:

Los números están bajando cada vez más rápido y a Manuel se le ocurre una única idea para solucionarlo: fingir un romance con Lautaro.

Notes:

bueno hermanas fans del fake dating les dejo este fic q quizás es extremadamente largo, pero lo quise acortar y me dio lástima sacar partes😞 así que está entero, espero que lo disfruten💗💗
e intenté poner el pov tanto de manuel como el de lautaro, así q espero q se entienda quién es el q está pensando en cada momento😩

(See the end of the work for more notes.)

Work Text:

—Lo que garpa ahora son los shippeos, muchachos —dijo Santiago, al observar la pantalla que Manuel y Moski ya se encontraban mirando.

Habían estado teniendo malos números en stream, y Lautaro se preguntaba si alguien los había escrachado sin que se enteraran.

—Si ya nos shippean, amigo —contestó Manuel, agarrándose la cabeza con frustración. La caída de visualizaciones los estaba afectando a los tres, pero a él más que a los otros.

—Pero hay que hacer algo diferente... Confirmen su relación, no sé —soltó Baulo en chiste.

—Andá a cagar. Confirmá vos, pelotudo —respondió Lautaro.

Santiago se encogió de hombros, indignado.

—Si a ustedes los shippean, no a mí.

La idea había sido una broma, claramente Santiago no lo decía en serio. Pero una lamparita se encendió en la mente de Mernuel: ¿y si fingían un noviazgo con Moski?

***

Trajo el tema a colación el día siguiente, mientras Lautaro estaba acostado en su cama eligiendo qué película mirar:

—No es mala la idea.

Su amigo desvió la vista de la pantalla para observarlo a él, confundido.

—¿Eh?

Manuel se aclaró la garganta, tomándose su tiempo para acomodar sus pensamientos.

—Lo de confirmar nuestra relación, no es mala idea.

Lautaro soltó una carcajada, sin poder creer lo que su amigo le decía.

—¿Qué relación, gordo? ¿De qué hablás?

El pelinegro se incoporó en la cama, poniéndose serio para que Lautaro también lo hiciera.

—Pénsalo, Lauti. Si confirmamos, si decimos que estamos de novios... la gente se va a volver loca. Nos van a empezar a mirar por puro morbo y van a aumentar los números —habló, entusiasmándose con cada palabra. La idea de hacerse famoso por fingir una relación con su amigo se le hacía cada vez más tentadora. Lautaro lo sacó de su nube de pensamientos, diciendo:

—Se te olvida que no estamos de novios... Ni somos gays.

Manuel lo miró como si fuera estúpido al recalcar lo obvio.

—Ya sé, pelotudo —dijo, empujándolo suavemente.

—¿Y entonces? ¿Qué vamos a confirmar?

—Podemos decir que estamos de novios. Fingir que somos novios. Los famosos hacen eso para dar de qué hablar.

Lautaro volvió a soltar una fuerte carcajada, comenzando a poner a Manuel de mal humor por no tomarlo en serio.

—¿Decirle a la gente que somos putos? ¿Vos querés que mi papá me mate?

Manuel no había pensado en eso.

—Le decimos la verdad a nuestra familia. Sólo le mentimos a la gente que nos consume.

Lautaro se acomodó, sentándose recto y frunciendo el entrecejo.

—No sé si me estás agarrando para la joda o no.

—No, gordo. Posta te digo.

—¿Estás loco? ¿Querés que todo el mundo piense que somos gays? ¿Y qué? ¿No vas a estar con ninguna mina? ¿Pensaste en eso? Si tuviéramos una relación falsa, no podríamos estar con nadie, Manu.

Manuel tampoco había pensado en eso.

—Me la re bajaste, boludo —murmuró, acostándose nuevamente. Lautaro soltó una pequeña risita.

—Sos más pelotudo, mirá si vamos a fingir una relación. Dios mío, con cada cosa salís.

***

Al finalizar el stream, el ambiente se volvió tenso. Los tres estaban malhumorados por los bajos números que habían tenido esa noche.

—No entiendo, amigo —dijo Manuel, sin hablarle a alguien en particular —. Si antes nos re bancaban, ¿dónde mierda están ahora?

Lautaro, intentando poner a Manuel de mejor humor, se paró y colocó sus manos en los hombros del ojiverde. Comenzó a masajearlo.

—Ya sabés cómo es la fama, Manu. Viene y se va.

—Posta —concordó Bauleti —. Hay unos boludos que se están poniendo de moda ahora. Ya vi a un par de la comunidad pasándose a ese bando.

Manuel golpeó la mesa, haciendo temblar las cosas que se encontraban arriba. Lautaro apretó sus hombros con fuerza, calmándolo.

—Hagamos algo. Lo que sea. Muestro el culo, no sé —dijo el rubio.

Santiago se rió.

—No creo que la gente quiera ver tu culo, amigo.

—¿Y qué hacemos? —preguntó Manuel, con la voz saliendo rota. Algo se conmovió dentro de Lautaro.

Lo pensó, y lo pensó mucho. Era una decisión desesperada, seguro habían mejores opciones. Pero en ese momento no se le ocurría ni una.

—Ya está. Lo hacemos —soltó.

Manuel, tirando la cabeza para atrás, y Santiago lo miraron, sin entender.

—¿Qué hacemos? —preguntaron al unísono.

—Fingir. Decir que somos novios. Hagamos eso.

Santiago soltó un silbido y aplaudió. Manuel lo miró sorprendido.

—¿De verdad?

Lautaro asintió, no les quedaba nada más que perder. Pero, podían ganarlo todo.

***

Había que planearlo. Decir que eran novios de la nada iba a ser muy poco creíble. Debían hacer las cosas con cuidado si querían que la gente se lo creyera de verdad.

—Primero... —empezó a decir Balza, que los ayudaba a organizar todo —...tienen que ponerse de acuerdo para ver a quién se lo van a decir.

—A mi familia —dijo Lautaro.

—Y a la mía —se sumó Manuel.

—¿A la mía? —preguntó Santiago.

Los cuatro se miraron, negando con la cabeza.

—No, tu mamá es media chismosa —contestó Manuel.

—Bueno. Sus familias, menos la del Baulo —anotó en una hoja, mientras hablaba —. ¿Quién más?

—¿Mis amigas? —preguntó el ojiverde.

—¿Todas tus amigas? Tenés un montón —fue Lautaro el que le respondió, mientras que Santiago concordaba.

—Bueno, no todas. A las más cercanas, nomás.

—A las que te querés coger —lo corrigió el rubio, alzando una ceja.

Manuel puso los ojos en blanco.

—Cállate, Moski.

—A las amigas de Mernuel, no —dijo Balza, anotando. Manuel lo miró, ofendido —. ¿Qué? También deben ser chismosas —se defendió.

—Mientras menos gente sepa, mejor —habló Lautaro.

Manuel suspiró, rendido.

—¿A Davo? —preguntó.

—Creo que si le decimos a Davo que ustedes dos son novios no le sorprendería para nada.

Santiago tenía razón, Davo siempre jodía con que los Mernoski parecían un matrimonio.

—No sé entonces a quién más decirle —dijo Manuel.

—A nadie más. Ya está. Con que sepan nuestras familias que no es real, ya está.

—Bien. Anotado. Ahora, ¿cuánto tiempo va a durar esto?

Lo pensaron, sin saber qué responder. ¿Cuánto tiempo tenían que fingir que eran pareja? ¿Para siempre? Si un día decían que ya no eran más novios, ¿cómo se lo tomaría la gente?

—No sé. Unos meses —contestó Mernuel, inseguro.

—¿Van a aguantar? —cuestionó Santiago. Los dos lo miraron con confusión —. No van a poder estar con nadie, boludos. No creo que Manuel aguante tanto sin coger.

—No es tan así —lo corrigió Balza —. Si quieren estar con alguien, y se cuidan de que nadie se entere, y confían en esa persona, estén. Con minas que no conocen de nada, no.

—Llega a haber un rumor de que soy cornudo y te cago a piñas —amenazó Lautaro, mirando fijo a Manuel.

—No pasa nada, gordo. Cojo sólo con vos y listo —le dijo, sonriendo descaradamente. Lautaro le puso cara de asco.

—Bueno —los interrumpió Balza —. Ahora hay que decidir cómo empezar el rumor. Capaz que en un boliche, se dan un beso bastante en público y algún chismoso les saca una foto.

Por la expresión de Lautaro, claramente no había pensado en que tenían que besarse. Se le olvidó que ser novios falsos también incluía besos falsos.

—¿Un beso? —preguntó.

—Piquitos, sino. Lo que puedan.

Manuel sonrió ampliamente, acariciando la cara del rubio con una mano.

—Si te morís de ganas de que te coma la boca, ¿qué te hacés?

—Salí, asqueroso —dijo Lautaro, alejando su mano de un golpe.

Esto iba a ser muy difícil.

***

Se habían asegurado de que todo el mundo supiera a dónde salían esa noche. Lo dijeron en stream, lo twittearon, pusieron su ubicación en instagram. Recibieron varios mensajes de sus seguidores diciendo que los verían ahí. Listo, oficialmente se harían notar entre la gente.

—¿Estás nervioso? —preguntó Manuel, parado en la puerta de la habitación, observando a Lautaro cambiarse.

—Maso. ¿Vos? —contestó, alisándose la chomba blanca frente al espejo.

—Sí. No sé. Me da un poco de miedo —confesó el ojiverde.

Lautaro volteó a mirarlo. Nunca había visto a Manuel lucir tan inseguro.

—Si te vas a arrepentir, hacelo ahora —le advirtió —. Una vez que nos saquen la foto, no hay marcha atrás.

Manuel se acercó a él y le acomodó el cuello de la chomba, que estaba torcido.

—Lo mismo digo, Lauti. No te podés arrepentir —dijo, mirándolo a los ojos, desafiante. Lautaro percibió el fuerte perfume que Manuel usaba los días que salían a boliches. Le encantaba ese olor.

—No me arrepiento yo. Hasta ya les conté a mis papás.

Manuel se rió, alejándose de él.

—¿Y qué dijeron? —preguntó, mientras se sentaba en la cama.

—Que mientras que no sea verdad, todo bien. Aunque sonaban medios enojados.

Lautaro se bañó con el perfume que había robado de la mesita de luz de su amigo sin que este se diera cuenta, y que ahora mantenía guardado en su propia habitación.

—Es mío ese, forro. Encima te ponés un montón.

El rubio se encogió de hombros, divertido.

—¿Y? Somos novios ahora, tenés que compartir.

Manuel se levantó de la cama, con una expresión traviesa, y sujetó a Lautaro de las muñecas.

—¿Ah, sí? Entonces si somos novios puedo hacer esto —dijo, acercando su boca a la suya, sin llegar a tocarla. Lautaro lo apartó de un empujón.

—¡Pelotudo! ¡Te voy a matar! —amenazó, derribándolo a la cama. Tomó el brazo de Manuel y lo atrajo a sus labios.

—No, no. Por favor —pidió Manuel, debajo de él, riendo.

Lautaro lo mordió con fuerza, haciendo que el pelinegro se retorciera y gritara.

—¿Es mío el perfume o no? —preguntó el más bajo, satisfecho, saliendo de encima de él.

—Metetelo en el orto —susurró Manuel, mientras se frotaba su herida.

***

El boliche estaba explotado, más gente de lo normal se había acercado a pedirles fotos.

—Hijos de puta. Piden foto y después ni nos miran los streams —dijo Manuel en el oído de Lautaro. Desde que habían llegado, no hubo un segundo en el que estuvieran alejados.

Santiago se acercó a ellos, subiendo y bajando las cejas. La situación lo divertía demasiado.

—¿Cómo anda la parejita?

—Pelotudo —dijo Moski.

—Ustedes tienen una misión, no se olviden —les recordó, como si no fuera la única cosa en la que ambos estaban pensando.

Manuel dio un largo sorbo de su vaso de fernet, observando a su alrededor.

—En un rato lo hacemos —dijo, palmeando el muslo de Lautaro.

El rubio no podía creer que Manuel actuara tan normal sobre esto. Luego, pensó que, en realidad, besar no era algo de otro mundo. Manuel besaba todo el tiempo, cada vez que salían a boliches, siempre que se juntaba con una mina en la casa, cuando se iba a merendar con alguna "amiga". Era un beso, nada más que eso. Un falso beso, porque sólo estaban actuando.

—¿Estás seguro? —le preguntó el ojiverde, una vez que Santiago los había dejado solos.

Lautaro dudó, no estaba seguro para nada y, a la vez, sentía una gran valentía en su pecho.

—Sí, ya fue. Todo por la guita —respondió. Eso hizo reír a su amigo.

—Vamos, entonces.

Lautaro le dio un último sorbo a su trago y se levantó del sillón, siguiendo a Manuel a la pista.

Comenzaron a moverse al ritmo de la canción que sonaba, creando su propia burbuja. Los dos estaban sueltos debido al alcohol que habían tomado como preparación para este momento.

—Vení —le dijo Manuel, riendo y atrayéndolo hacía él. Sintió como el brazo de su amigo rodeaba su cintura y su cuerpo se tensó. Iban a hacerlo, era su última oportunidad para arrepentirse.

Lautaro se relamió los labios, instintivamente, y Manuel no pudo evitar dirigir su mirada hacia allí. Lo imitó y apretó más fuerte la cintura del rubio. Acercó su cara un poco a la de Lautaro, quien miró hacia los costados buscando si había alguien con una cámara.

—No los mires a ellos, mírame a mí —le ordenó Manuel. Lautaro, más nervioso que antes, obedeció. ¿En qué se había metido?

La frente de Manuel chocó la suya, y pudo sentir su aliento en la cara. ¿En qué momento había mascado chicle? ¿O la boca de su amigo mágicamente siempre olía a menta? La nariz del ojiverde se refregó contra la propia, y Lautaro soltó un pequeño suspiro. No aguantaba más, si no lo besaba ahora, iba a dar marcha atrás.

Buscó él mismo los labios de Manuel, encontrándolos en un suave beso. Sus manos fueron a los hombros de su amigo, intentando no caerse. El beso era más tierno de lo que se imaginó. Y no es que alguna vez hubiese imaginado besarse con Manuel, simplemente había pensado en cómo sería su amigo al besar. Pensamientos normales que cualquier persona tenía.

Se separaron, ligeramente sonrojados. Lautaro se veía muy tierno así, nervioso y risueño. Manuel sonrió y volvió a besarlo. Un segundo beso no estaba en los planes, pero, ¿por qué no? Si ya lo habían hecho una vez, la gente los estaba mirando y los labios de Lautaro se sentían bien, ¿por qué no? Movió su boca con mucho cuidado, temiendo profundizar demasiado el beso. Los labios de Lautaro eran dulces, y besaba bastante bien. Quizás Manuel podría acostumbrarse a esto de ser novios falsos.

Cuando se alejaron, Lautaro le advirtió con los ojos que no volviera a besarlo. Siguieron bailando, muy pegados. No había sido para tanto, hasta lo disfrutaron un poco.

—¿Mejor nos vamos? —preguntó Lautaro, al sentir mil ojos encima de ellos.

—¿Ya? Es temprano, Moski.

—Por favor —pidió el rubio, haciendo puchero.

Manuel tuvo que aceptar, porque le era muy difícil resistirse a los pucheros de su amigo.

***

No tocaron los celulares en todo el viaje al departamento, con el miedo de que todo hubiese sido en vano y que nadie hablara de ellos.

Cuando entraron, Lautaro se relajó en el sillón, exhausto. Manuel lo imitó.

—¿Y? —preguntó el ojiverde, rompiendo el silencio.

—¿Qué? —contestó Lautaro, con los ojos cerrados.

—¿Te gustó el beso?

Lautaro le pegó una patada, y Manuel comenzó a reírse.

—Contestá, o voy a pensar que de verdad te gustó.

—A vos te gustó. Si después me diste otro, pelotudo —respondió el rubio.

—Era todo parte de la actuación —se excusó Manuel, entre risas.

Lautaro se incoporó del sillón, pensativo.

–¿Estarán hablando de nosotros? —preguntó, poniéndose serio.

—No sé.

—Todos nos miraban, ¿lo viste?

—Sí.

Lautaro volvió a relajarse, luego de asegurarse de que no estaba siendo un perseguido.

—¿Con asco miraban?

—No sé, espero que no —contestó Manuel, con honestidad.

Lautaro soltó un suspiro y volvió a cerrar los ojos.

—Me voy a dormir. Mañana me enteraré de si hablaron o no sobre nosotros.

—Andá a tu cama, gordo. Te va a doler el cuello.

—Shh... Estoy dormido —murmuró el rubio, haciendo sonreír a Manuel.

Él también decidió irse a dormir, dejando su incertidumbre para mañana.

***

Las redes sociales habían explotado. El vídeo de Manuel y Lautaro besándose era furor en todos lados. Se veía como los brazos del más alto tomaban la cintura del rubio, como sus cabezas se movían al compás del beso, como se separaban y reían y volvían a besarse.

—Qué culo que tenés, Moski, eh —fue lo primero que Manuel observó al ver el vídeo.

Lautaro golpeó su hombro, fingiendo molestia.

—No puedo creer que se haya hecho viral —habló, realmente sin poder creerlo. Al despertarse, tenía más de diez mil seguidores nuevos en instagram.

—Te dije, nos van a ver por puro morbo.

Lautaro odiaba la palabra morbo y se lo hizo saber.

—¿Y ahora? —preguntó.

—Vamos a ver qué dice Balza —contestó Manuel, mientras miraba el vídeo una y otra vez.

***

—Esta dice que son el "Heartstopper" de Argentina —dijo Santiago, riendo.

—¿Qué es Heartstopper? —preguntó Lautaro.

—Una serie gay —respondió Manuel, al instante.

Sus amigos, hasta Balza, lo miraron divertidos.

—Míralo al emo cómo sabe —se burló Santiago.

—Andá a cagar, es re famosa la serie.

Leyeron una gran cantidad de comentarios, la mayoría asumiendo que eran pareja. Otros, que sólo eran buenos amigos pasando el rato. Algunos comentaban emojis vomitando, esos directamente los bloqueaban. Eran virales en twitter y tiktok, hasta una revista gay había subido una pequeña nota sobre ellos.

—¿Qué hacemos, Balza? —preguntó Lautaro, mordiéndose las uñas.

—Ahora tienen que dar la peor justificación del mundo, negando los rumores de que son pareja.

Todos lo miraron sin entender.

—¿Cómo que negar? —cuestionó Manuel.

—Piensen, si hay algo que le gusta a la gente es seguir la novela. ¿O a vos te gusta que todo se resuelva a los diez minutos de la película? ¿Qué pasa en la otra hora y media?

Se quedaron pensativos los tres. Balza, como siempre, era la voz de la razón.

—¿Negamos todo entonces? —preguntó Lautaro.

—Sí, por hoy, sí. Digan que estaban muy tomados y que a veces pasa eso cuando toman, que es normal entre ustedes. Van a ver cómo empiezan a enloquecer todos con esta info.

***

Manuel se estaba cambiando para el stream, cuando Lautaro ingresó a su habitación. Tranquilo, se dirigió hasta su armario y buscó entre sus cosas, agarrando un buzo rosa.

—¿Qué haces? —quiso saber Manuel, mirándolo divertido.

Lautaro se encogió de hombros, mientras pasaba el buzo por su cabeza.

—Los novios usan la ropa del otro —dijo, como si fuera obvio.

Manuel sonrió, negando con la cabeza.

—Hijo de puta, ¿vas a empezar a usar esa excusa para robarme todo?

Lautaro asintió muchas veces, mientras se miraba en el espejo.

—Me queda mejor que a vos.

Y Manuel no pudo replicar nada ante aquello, porque era totalmente cierto. Lautaro se veía muy lindo.

***

Empezaron el stream lo más normal, muy entusiasmados por la cantidad de gente que se había unido. Ignoraban el chat y hablaban entre ellos, pero Lautaro leía por arriba que todos les preguntaban por el beso.

—Mernuel, mirá esto. A ver —apretó un link que le mandaron y el video de ellos besándose se apoderó de la pantalla. Las caras de Manuel y Lautaro se volvieron rojas, y Santiago comenzó a reír.

—Qué hijo de puta —dijo Moski.

—Dejen de hacerse los boludos y digan algo —los desafió Santiago, aún riendo.

Manuel sacó el vídeo lo más rápido que pudo.

—No es nada, gente. Estábamos borrachos.

—Ya saben que me pongo mimoso cuando tomo —agregó Lautaro, con las mejillas ardiendo.

—Posta, es normal. A veces pasa —siguió Manuel.

La gente no les creyó nada, y como Balza lo había previsto, siguieron hablando y hablando de ellos. Creando teorías conspirativas, haciendo edits románticos, escribiendo fanfics. Era increíble lo que habían causado con un sólo beso, y no podían esperar a ver todo lo que se vendría cuando confirmaran que eran pareja.

***

Unos días habían pasado desde el beso y, aunque sus números alcanzaban récords y los seguidores aumentaron, ellos querían más.

Todos sus conocidos les escribían asustados para preguntar si eran ciertos los rumores de que eran pareja, y cuando ellos lo negaban, contestaban algo como "ay, qué alivio". A Manuel eso lo sacaba de quicio. Aunque no fuera realmente el novio de Lautaro, ¿qué tendría de malo si de verdad lo era? Toda la gente que solía llamar "amigo", ¿se alejaría de él si estuviera de novio con un hombre?

—Me está escribiendo Davo —dijo Lautaro, acostado al lado de él. Era normal entre ellos pasar tiempo en la cama del otro, pero últimamente lo hacían con más frecuencia.

—¿Qué dice?

—Nos felicita por haber salido del clóset.

Manuel se rio. Por fin alguien que no tiraba la mala.

—Decile que es verdad, que somos novios pero que no queremos que nadie se entere.

Lautaro lo miró, confundido. Luego, comenzó a escribir en su celular.

—¡Me está llamando! —exclamó, al segundo de enviar el mensaje.

—¡Atendé!

Davo apareció en la pantalla de Lautaro, sonriendo.

—¿Posta están de novios? ¿No es una joda?

—Posta —se atrevió a decir Manuel, acercando su cara a la de Moski para entrar en el ángulo de la cámara. Sus cuerpos estaban pegados, más de lo que era normal entre amigos. Pero todo se sentía normal con Lautaro.

—No lo puedo creer. Bah, sí. Siempre supe que se gustaban, pero no puedo creer que ustedes se hayan dado cuenta.

Lautaro, sonrojándose, se rio timidamente. A Manuel le dio tanta ternura que quiso besarlo ahí mismo. No lo hizo.

—Hace bastante nos dimos cuenta, pero nos la re mandamos en el boliche. No queríamos que nadie se entere —dijo el ojiverde, entrando en el personaje. Era muy bueno mintiendo, para el gusto de Lautaro, quien era realmente muy malo mintiendo.

—En algún momento iba a pasar, amigos. No es fácil esconder estas cosas. Me alegro por ustedes, se los ve muy bien.

—Gracias, amigo —dijo el rubio.

—No le den bola a lo que dicen los boludos que los siguen, hacen re linda pareja —Davo les sonrió y cortó la llamada.

Se quedaron otra vez solos, riendo. Ninguno se movió ni un centímetro.

—Me da un poco de lástima mentirle —soltó Lautaro.

—Está contento con nuestra relación —los justificó Manuel.

—Sí, pero no ganamos nada mintiéndole a él o a nuestros otros amigos.

—Vos dijiste que mientras menos gente sepa, mejor. Mientras más gente piense que somos novios, más real va a ser.

Lautaro asintió, poco convencido.

—Hay un par que nos van a soltar la mano cuando lo digamos —habló de aquellos que les preguntaban con asco si su relación era de verdad.

—Que me chupen la verga —dijo Manuel, haciéndolo reír.

—Y cuando nos juntemos con ellos y piensen que somos novios... —empezó a decir Lautaro, pensativo —¿nos vamos a tener que chapar y esas cosas?

Manuel se rio por la sorpresa que le dio la pregunta.

—No sé, gordo. Vemos.

Lautaro se quedó en silencio, mirándose las manos. Sus uñas estaban totalmente comidas, todo el asunto le generaba una ansiedad incontrolable.

—Igual... —siguió Manuel —si hay que coger y eso, yo estoy.

El rubio lo alejó de un empujón, devolviéndolo a su lugar en la cama.

—Sos un pajero de mierda.

***

La tercera parte del plan la llevaron a cabo el día siguiente. Habían sido invitados a "Nadie Dice Nada", y Balza les sugirió que suelten un poco la lengua, dando a entender, por error, que estaban juntos.

—Hubo un vídeo circulando esta semana... —comenzó a decir Santi Talledo, luego de una larga introducción —de ustedes dos... —los señaló —chapando en un boliche.

—No estábamos chapando —aclaró Lautaro, rápidamente.

Todos se rieron.

—Ah, ¿no? —preguntó Occhiato, levantando una ceja.

—Fueron unos picos, nada más —aclaró Manuel.

—A ver, poné el vídeo —pidió Nicolás.

—No, por favor —susurró Moski.

El vídeo se puso en las pantallas, y todos los que estaban en la sala se quedaron mirándolo. La cara de Lautaro no podía estar más roja. Un poco de vergüenza le daba que la gente lo viera besar, por más falso que fuera. Se sentía muy expuesto.

—¡No lo puedo creer! No lo había visto—exclamó Momi.

Manuel reía, tapándose la cara.

—Eso es un chape, no son picos —dijo Talledo.

—¡No es un chape! —se quejó el ojiverde.

—¿Son novios? —preguntó Ángela Torres, una vez que el debate de si era un chape o un pico había terminado.

Manuel y Lautaro se miraron, cómplices, asegurándose de que todo el mundo notara sus miradas.

—Somos amigos, nada más —habló el rubio.

—Se desconocieron, entonces —dijo Momi.

—Claro —contestó Manuel, con una sonrisa brillante. Lautaro no entendía cómo hacía para parecer tan seguro de sí mismo.

—Si se desconocieron es porque se tienen ganas —señaló Ángela, y los de la mesa concordaron.

—No. Bah, no sé. Depende —Manuel intentó hablar como si estuviera nervioso, y le salió perfecto.

—¿Depende? —fue Occhiato el que preguntó.

—Depende del día —aclaró Manuel, riendo.

Todos abrieron los ojos, sorprendidos con la respuesta.

—Asi que depende del día se tienen ganas o no, ¿eso querés decir? —inquirió Talledo.

—¡No! —exclamó Lautaro, haciendo como que reprendía a Manuel con los ojos. Se felicitó a sí mismo por la actuación.

—Ay, no los entiendo —soltó Ángela.

—No nos tenemos ganas, fue una boludez nada más —dijo el rubio.

—Un chape entre amigos. ¿Vos hacés eso, Bauleti? —preguntó Talledo.

Santiago abrió muy grande los ojos, no se esperaba que la atención recaiga en él.

—No, no. A mi no me metan en sus troladas —largó.

Todos se rieron y cambiaron de tema, contando anécdotas de besos con amigos y discutiendo de si estaba bien o no besarse cuando no habían sentimientos románticos de por medio.

—No son novios, entonces —les habló Momi, decepcionada.

Lautaro y Manuel se miraron sonriendo, como si compartieran un secreto que nadie más sabía.

—Somos amigos, nada más —dijo Manuel, guiñándole sutilmente el ojo al rubio.

***

—Estuvimos re bien —soltó Manuel, dejándose caer en la cama de Lautaro.

—¿Qué hacés acá? —preguntó el rubio, empujándolo para que le deje espacio.

Manuel se acomodó, tapándose con las sábanas y riendo.

—Me aburro, son las doce de la noche y hace más de una semana que no cojo.

Lautaro lo golpeó con la almohada y luego se acostó al lado de él.

—¿Y? ¿Por eso me venís a romper las bolas?

—Claro.

—Qué pesado —murmuró el rubio, tomando su celular para leer lo que decían sobre ellos en twitter.

Manuel cerró los ojos, los abrió, los cerró y los abrió otra vez.

—¿Podés bajarle el brillo? No me deja dormir —pidió.

—Ándate a tu cama, pelotudo.

—Noooooo —soltó el ojiverde, extendiendo la letra "o" por lo que parecieron horas.

—Sí que te volves un pesado cuando no la pones.

Manuel se rio por la observación.

—Puede ser. Igual, eso se resuelve fácil.

—¿Sí? —preguntó Lautaro, con poco interés. Su atención seguía en el celular.

—Sí. Poné tu culo y listo —largó Manuel. Eso sí que lo hizo prestarle atención, soltando el celular por la sorpresa. El ojiverde se tentó por la expresión de su amigo —. Es broma, Moski. No estoy tan desesperado.

—Nunca se sabe con vos, sos más pajero —dijo, falsamente enojado. Volvió a buscar su celular. Todos hablaban de sus miradas y de Mernuel diciendo "depende el día" cuando les preguntaron si se tenían ganas.

—¿Qué dicen? —preguntó el pelinegro, acercándose hacía él para leer la pantalla. El olor a perfume lo envolvió, era más suave del que solía ponerse y Lautaro supuso que sólo se notaba si se acercaba tanto a él.

—Que te delató el inconsciente —leyó, en voz alta. Su cabeza seguía en el perfume de Manuel, y en las cosquillas que los pelos de su amigo le hacían en la frente.

—Soy un genio. Soy el mejor. Debería contratarme Suar —exclamó, orgulloso de sí mismo.

Lautaro se rio y apagó el celular, cansado. No solía dormir a la noche, pero estos días venían siendo pesados. Manuel no se alejó de él, a pesar de que ya no había nada para ver.

—¿Te vas a quedar acá? —preguntó Lautaro, en un susurro.

—Sí, ¿puedo?

—Ajá.

Se quedaron callados, el sueño apoderándose de ellos. Lautaro casi se quedaba dormido, cuando escuchó a Manuel decir:

—Viste cuando dijiste que nadie te había dicho que besabas bien.

Abrió los ojos de golpe, despabilándose enseguida.

—Sí.

—Besás bien.

Lautaro se quería morir, odiaba cuando Manuel era sincero y desvergonzado. ¿En qué cabeza era buena idea decir esas palabras?

—Cállate, ¿querés?

Su amigo soltó una carcajada.

—¿Qué tiene? Es la verdad.

—¿Y? Es raro que lo digas.

Manuel volteó a verlo, con los ojos brillando. Si había algo que le gustaba, era cuando Lautaro se ponía nervioso y tímido.

—Alguien te lo tenía que decir.

—Sos un pelotudo —soltó el rubio, rendido y sin devolverle la mirada.

Volvieron a quedarse en silencio, y Lautaro sentía la necesidad de llenarlo.

—Ni fue un chape eso.

—No —concordó Manuel.

—Así que no sabés si beso bien o no.

—Probamos si querés.

Lautaro le pegó una patada como respuesta.

—¡Dejá de patearme! —se quejó el mayor.

—¿Preferís eso o que te muerda?

—La pija mordeme.

El rubio, harto, le mordió el brazo con fuerza. Manuel gritó.

—Hijo de puta —soltó, lloriqueando.

—A ver si te calmás.

En efecto, se calmó. Otra vez el silencio invadió la habitación. Manuel se frotaba la mordida con la mano.

—Nunca más te digo algo lindo —susurró, herido.

Lautaro sonrió y cerró los ojos, fingiendo dormir.

***

La mañana siguiente, habían arreglado una reunión con Balza para planear el próximo paso. Manuel, quien se había despertado primero, hizo el desayuno.

Lautaro apareció en la puerta de la cocina con muy mala cara. Odiaba levantarse temprano y no entendía por qué la reunión no podía ser al mediodía.

—Buen día —lo saludó Manuel, sonriente. Se acercó a él y le depositó un beso en la mejilla. Lautaro gruñó como respuesta, quedando un poco atontado por el beso.

—Ya parecen una pareja de verdad —dijo Santiago, mirándolos desde la mesa.

—Estoy practicando para que me salga natural cuando confirmemos —se excusó Manuel, tendiéndole una taza de café a Lautaro.

—Sí, sí. Y durmieron juntos para practicar, también.

No encontró una excusa para eso, simplemente se había cansado de dormir sólo y sabía que Lautaro siempre le haría un lugar en la cama.

Balza llegó unos minutos después, cuando ya habían terminado de desayunar.

—Bueno, chicos. Va llegando la hora de que confirmen —exclamó, muy contento. Se sentía satisfecho con cómo el plan iba saliendo a la perfección.

—¿Sí? ¿Podemos? —preguntó Manuel, emocionado.

—Yo creo que sí. A no ser que quieran robar un poco más con las indirectas en los streams.

—Nah —dijo Lautaro, aún con cara de culo. Tenía sueño porque alguien se había movido mucho mientras dormían anoche.

—¿Y cómo hacemos? —preguntó su amigo.

—Para mí, agarren la primer foto gay de pinterest que les aparezca, la recrean y la suben a la historia. Con eso, ya dan de qué hablar como por un mes.

—¿Sólo subimos una foto?—quiso saber Manuel.

—La suben ahora, ponele. Y para la noche, si prenden stream, vemos cómo reacciona la gente.

—Dale —dijeron al mismo tiempo.

Se metieron en la habitación de Manuel, pidiéndoles a Balza y Santiago que les den un tiempo para tomar la foto, porque les incomodaba que los vieran.

Manuel, que era el único de los dos que tenía descargado pinterest, buscó "foto gay pareja" y le mostró a Lautaro los resultados.

—Son re difíciles todas —observó su amigo.

—Son aesthetic —dijo Manuel.

—Esta está buena —señaló una de un chico tomando una foto en el espejo, mientras otro chico, de espaldas, lo abrazaba.

Siguieron bajando y se dieron cuenta de que la mayoría de fotos eran así.

—Muy quemada, ¿no? —preguntó Manuel. Lautaro se encogió de hombros.

—Es una foto nomás.

—Bueno, fue. Hagamos esa —aceptó. Miró sus outfits, el suyo estaba pasable pero el de Lautaro era horrible —. Te tenés que cambiar, gordo. Mirate la remera, toda agujereada está.

Lautaro puso mala cara.

—Déjame en paz —dijo, cruzándose de brazos.

—Qué nene que sos —contestó Manuel, mientras buscaba un buzo en su ropero —. Tomá, ponete esto.

Lautaro se alejó de la mano que Manuel le extendía, actuando como un caprichoso.

—Dale, Lauti —el rubio gruñó como respuesta —. Dale, pelotudo, nos están esperando Santi y Balza —Lautaro aulló. Manuel se tiró arriba de él, tumbándolos a la cama —Dale, dejá de joder y cámbiate —dijo, mientras le hacía cosquillas y su amigo reía y suplicaba que pare.

Se separaron, jadeando. Lautaro lo miró muy mal, con las cejas fruncidas y los labios apretados en una línea, y a Manuel lo recorrió una sensación rara por su cuerpo, como un escalofrío que nunca antes había sentido. La idea de besar a Lautaro se le pasó por la cabeza.

—Salí, pelotudo —ordenó el más bajo, sacándolo de sus pensamientos.

Manuel se alejó, confundido. ¿Qué acababa de pasar? ¿Lautaro lo había sentido también?

Su amigo se puso el buzo, que lucía gigante en él.

—Listo, ¿contento? —dijo, aún fingiendo enojo.

—Sí... sí. Dale —pudo contestar Manuel.

Se pararon en frente del espejo, sin saber muy bien qué hacer.

—¡Yo saco la foto! —pidió Lautaro, más animado.

—No, amigo. El más alto la tiene que sacar.

—¿Según quién? —contestó, con ganas de pelear.

Manuel puso los ojos en blanco, harto.

—En todas las fotos la saca el más alto. Encima yo tengo la espalda más ancha, te voy a tapar.

—¿Y?

El ojiverde se estaba poniendo cada vez más de mal humor.

—Basta. Dejá de joder —amenazó.

Lautaro se rio, amaba hacer enojar a Manuel.

—Bueno, sacá vos la foto —dijo, como si estuviera cediendo algo muy valioso. En realidad, le chupaba un huevo. Sólo quería pelear.

Manuel tomó su celular, abrió la cámara y se posicionó como recordaba que estaba el chico de la foto. Lautaro se acercó a él, desconfiado.

—Dale, amigo. No te voy a morder —lo apuró el pelinegro.

Una vez que Lautaro se paró frente a él, ninguno de los dos hizo nada, expectantes.

—¿Y? Me tenés que abrazar —dijo Manuel, en voz muy bajita por la cercanía de su amigo.

—No, vos me tenés que abrazar —lo corrigió Lautaro, utilizando el mismo tono.

Volvieron a mirar la foto, y por única vez en la vida, Manuel le dio la razón. Pasó sus brazos por la cintura de su amigo, acercándolo más a él. La respiración de Lautaro se encontraba en su cuello y le hacía cosquillas, el corazón de Manuel comenzó a acelerarse. Una mano de Lautaro se deslizó por su espalda, mientras que la otra lo agarró de la remera.

—En la cara ponela —pidió Manuel, casi en un susurro. La mano de Lautaro subió hasta su mejilla, y estaba tan fría que le sacó un suspiro.

Acercó su boca al hueco entre el cuello y el hombro de su amigo, y la apoyó allí. Sintió a Lautaro temblar ante aquello y Manuel supuso que esto lo ponía tan nervioso como a él. Giró su cabeza, asegurándose de que la gorra le cubriera los ojos, y tomó la foto.

—Listo —dijo, sobre el cuello del rubio. Este, se alejó más rápido de lo que esperaba, como si Manuel le quemara.

—A ver —pidió.

Vieron la foto, y quedaron muy felices con el resultado.

—Qué putos —soltó Moski y Manuel sólo asintió.

La subió a la historia de instagram y esperó. En menos de 10 minutos, todo el mundo estaba enloqueciendo.

***

—Increíble. Es increíble —murmuraba Bauleti, mientras miraba su celular. Todos se encontraban haciendo lo mismo, leyendo las reacciones de la gente y sonriendo.

—Lo que causa una foto, no se puede creer —dijo Manuel.

La gente los hizo tendencia en twitter al instante, todos citaban y subían la foto. Un tuit que decía "yo y quién" tenía más de cincuenta mil likes. Nunca habían estado tan pegados como en ese momento.

—El stream de hoy va a ser una locura —pensó el pelinegro, en voz alta. Lautaro sólo sonrió, muy contento. No dejaba de ver la foto, prestando atención a cómo los brazos de Manuel envolvían su cintura, cómo sus labios besaban su cuello. Aún podía sentirlos ahí. Sacudió la cabeza, alejando esos pensamientos.

—¿Qué vamos a decir? —preguntó.

—Lo que planeamos. Que somos novios, que hace mucho lo veníamos ocultando pero en el boliche se nos fue de las manos, y que estamos cansados de escondernos.

—Hablá vos, a mi no me sale mentir.

—Los dos van a tener que hablar —advirtió Balza. Lautaro sólo asintió con la cabeza, sintiendo como la ansiedad se instalaba en su estómago.

—Si se chapan, avisen. Así no veo —pidió Santiago.

Manuel se rio y Lautaro dijo:

—No nos vamos a chapar.

—Algún besito puede ser, para la cámara —insistió Manuel.

—No. Ni loco.

—Dale, Lauti. Si me negás los besos va a parecer todo falso.

—No me pidas besos y listo.

Balza y Santiago seguían la conversación, moviendo la cabeza de un lado a otro.

—Si ya nos dimos un beso, ¿qué te cuesta otro?

—Vos sos el que está obsesionado con los besos, sos más puto.

—Mira quién habla.

—Cállate, Manuel. Sabés muy bien quién es el puto acá.

El pelinegro se rio, sin gracia.

—Andá a cagar, imbécil.

—Andá vos a cagar y déjame en paz.

—¿Tanto te va a costar un beso? Pénsalo.

—¿Tanto vas a insistir por un beso? Pénsalo.

—¿Pueden dejar de joder? —los cortó Santiago, harto. Balza asintió, muy confundido por lo que acababa de pasar.

Cambiaron de tema, aún con la tensión sintiéndose en el aire.

Cuando se hizo la hora de prender, Lautaro, con una sensación rara en el pecho, se acercó a Manuel.

—No me pidas besos —suplicó, haciéndole un puchero.

Manuel asintió con la cabeza, sin entender.

—En algún momento nos vamos a tener que besar de nuevo, ¿sabés? —dijo, sonando tranquilo.

—Ya sé, pero sólo cuando sea necesario.

—Como digas —soltó Manuel, un poco incómodo.

Lautaro se acercó más a él, para que sus otros amigos no escucharan.

—Me pone nervioso, y lo sabés. No es nada en contra tuyo.

—Está bien, Lauti.

El rubio se acercó aún más, y Manuel no pudo evitar mirarle los labios. Lautaro sonrió al notarlo.

—Tantas ganas me vas a tener —se burló, con una mirada traviesa.

Manuel lo empujó para alejarlo de él.

—Cállate, pelotudo. Vos sos el que se pone nervioso conmigo, ¿será porque te gusto?

Lautaro le guiñó un ojo, aligerando el ambiente.

—Puede ser —dijo, aún sonriente.

Manuel puso los ojos en blanco y llamó a Santiago para arrancar.

La cantidad de gente que se había unido duplicaba a la del stream anterior. El chat tenía tantos mensajes que no podían leerse de lo rápido que pasaban.

—Bueno, bueno. Hay que aclarar un tema —empezó a decir Manuel, frotándose las manos.

—Sí, están un poco intensos con eso —dijo Santiago, mientras le pasaba un mate a Moski.

—Bueno, gente. Como pueden ver, con Lauti quisimos dejar de encondernos.

Paró de hablar para ver la reacción del chat, todos emocionados y muchos llamándolos mentirosos.

—No es mentira, pero bueno. Una de las razones por las que nunca lo dijimos fue por esto, para que no nos acusen de que era todo falso. Igual, nosotros sabemos muy bien que es real. Entonces, lo que piensen ustedes no nos interesa ahora —los defendió. Lautaro sólo asentía con la cabeza.

—Puedo asegurar que es bastante real —agregó Santiago, con cara de traumado.

Manuel miró a Lautaro, buscando que dijera algo. Al ver que no lo iba a hacer, volvió a hablar:

—Bueno, Lauti se pone un poco nervioso hablando de esto, entonces como buen novio que soy voy a hablar por los dos.

El chat estalló al oír a Mernuel decir "novio".

—La verdad es que llevamos saliendo hace un par de meses, pero nos daba cosa oficializar. Por eso, estábamos con otras personas, para que nadie sospeche nada y, en parte, porque ninguno de los dos quería admitir que estaba enamorado. Porque una cosa era garchar y la otra... era ser novios —Lautaro abrió mucho los ojos cuando Manuel dio a entender que garchaban —. Pero, en un momento, no aguantamos más. Y creemos que es hora de que lo sepan. Asi que sí, somos novios —sonrió y le tomó la mano a Lautaro, que estaba sudada. Manuel se rio internamente por eso.

Santiago empezó a aplaudir, haciendo como que se limpiaba las lágrimas.

—Por fin, loco. No saben lo que aguanté viendo a estos dos chamuyarse sin que confirmen nada.

Manuel se rio, y Lautaro sonrió tímidamente. Era cierto que se chamuyaban todo el tiempo, con razón la gente les creía cuando decían que eran pareja.

—Pero bueno, esto no cambia nada. Somos los mismos de siempre, nuestro contenido va a ser el de siempre, nuestro humor es el mismo. Sólo que ahora no nos queremos ocultar más, y esperamos, de todo corazón, que no nos suelten la mano por esto —siguió diciendo Manuel, mientras Lautaro lo miraba intensamente. Sonaba tan seguro y despreocupado, como si no le estuviese mintiendo a miles de personas.

—Gracias por bancar, y por los mensajes lindos que estuvieron mandando —fue lo primero que dijo, con una pequeña sonrisa.

Hablaron lo más normal con la gente, saludaron a los nuevos, bromearon entre ellos. Fue un gran stream y todos terminaron satisfechos.

***

Alrededor de las dos de la mañana, Manuel se coló en su habitación.

—¿Puedo dormir acá?

Lautaro lo miró de arriba a abajo, el cabello de Manuel estaba despeinado, su ropa arrugada y su ceño fruncido.

—Podés.

Manuel no necesitó ni una palabra más para meterse en su cama con mucho entusiasmo.

—¿No podías dormir? —le preguntó el rubio.

—No, estoy todo cagado —confesó, en voz baja.

—¿Por?

—Por esto... Por nosotros... Por lo que dicen los demás.

Lautaro, muy confundido, miró a Manuel, quien ya lo estaba mirando con sus intensos ojos verdes, que brillaban en la oscuridad.

—Pensé que esto era lo que querías. Que hablen de nosotros.

—Es lo que quiero... Nada más que... ahora me da miedo leer lo que dicen.

Lautaro asintió, entendiendo. A él también lo aterraba, la gente era muy mala cuando quería.

—Siempre van a haber boludos que nos critiquen.

—Ya sé. Pero por esto... por ser novios, es feo que te critiquen.

—Nosotros nos burlábamos de los gays antes —recordó.

Manuel desvió la mirada, avergonzado.

—Éramos muy pelotudos.

—Sí, pero estuvimos en su lugar.

—Y ahora estamos del otro lado —soltó Manuel. Lautaro lo miró, sorprendido.

—Seguimos sin ser gays, Manu —le dijo.

El ojiverde soltó todo el aire que contenía en los pulmones, como si se desinflara.

—Ya sé, pero igual... no está bueno que te critiquen por eso.

Lautaro asintió, completamente de acuerdo.

—Hay mucha gente que nos celebra, igual.

Manuel sonrió.

—Es verdad.

—Dormite, Manu. Va a estar todo bien.

Manuel, sin poder conciliar el sueño, volvió a mirarlo. Lautaro se veía muy lindo por las noches, cuando su pelo rubio se oscurecía por la poca luz, cuando sus risas sonaban soñolientas, cuando entrecerraba los ojos intentando ver en la oscuridad, cuando sus labios brillaban por la manteca de cacao que se ponía al ir a dormir. Se enfocó en lo último, sin poder dejar de pensar en lo suaves que eran esos labios. Quizás los más dulces que alguna vez había probado.

—Dejá de mirarme, raro —se rio Lautaro, dándose la vuelta.

—No te estaba mirando —mintió.

—Claro, claro.

La verdad que Lautaro era en lo único que podía pensar últimamente. Sabía que era por todo el asunto de ser "novios falsos", pero no podía sacárselo de la cabeza. Ni siquiera pensaba en sus amigas, que le escribían preocupadas, preguntándole cuándo se podían ver. Ni siquiera pensaba en que no tenía sexo hace más tiempo del que estaba acostumbrado. Ni siquiera le importaba no chamuyarse a ninguna mujer. Todo lo que rondaba por su mente era el rubio y sus dulces labios, su cintura y su risa, su ternura y su timidez, su cuello y sus manos frías.

—Lauti.

—¿Mhm?

No tenía nada para decirle, sólo quería saber si Lautaro también no podía dejar de pensar en él.

Al ver que Manuel no contestó, Lautaro volteó a mirarlo. Su amigo se mordía el labio con fuerza.

—¿Qué pasa?

—Nada.

Lautaro asintió, y cerró los ojos. Manuel se acercó un poco más a él.

—¿Te puedo abrazar? —preguntó, casi en un murmullo.

El rubio abrió muy poquito los ojos, encontrándose con un Manuel desesperado y suplicante.

—Bueno.

Manuel terminó de pegarse a él, acercando la cabeza de Lautaro hacia su cuello, y rodeando su cintura con un brazo. Sus piernas y sus caderas se tocaban. No había ni un centímetro de distancia entre ellos. La respiración de su amigo le hacía cosquillas, pero se sentía completamente en paz.

—No te acostumbres, eh —murmuró Lautaro. Manuel soltó un "bueno", como si fuera fácil no desear esto cada día del resto de su vida.

***

El día siguiente pasó muy rápido, la mayor parte del tiempo estuvieron en la cama.

Manuel había preparado una pizza y la comieron acostados, mirando la televisión y riendo. Las mejillas de Lautaro ardían cada vez que su amigo hacía un chiste con segundas intenciones, aquellos que repetían una y otra vez antes, pero que ahora sonaban distintos. Los dedos de Manuel rozaban constantemente el cuerpo del rubio, como si buscara, de manera inconsciente, sentirlo más cerca. Cuando se daba cuenta de sus acciones, apartaba la mano rápidamente, sonrojándose. Ninguno de los dos estaba seguro de qué les pasaba.

—Para mi nos engualicharon, no podemos estar tan vagos —dijo Manuel, luego de ver por la ventana cómo caía la noche.

—Nos hicieron mal de ojo, puede ser —concordó Lautaro.

Las siete de la tarde llegaron y Santiago entró a la habitación del rubio.

—Me tienen harto, ¿hay algo que me tengan que decir? —preguntó, señalando a sus amigos que estaban más juntos de lo normal.

—¿No? —contestó Manuel.

—¿Y por qué están tan culo y calzón? No me digan que se enamoraron de verdad.

Lautaro le tiró una almohada, que Bauleti logró esquivar con facilidad.

—Tenemos sueño, nos chuparon las energías —lloriqueó.

—Sí, sí. El culo se chuparon.

Manuel le lanzó otra almohada, esta vez le pegó en la cara.

—Sos un asco, amigo.

Santiago se rio y les recordó:

—Hay previa hoy en casa, ¿se acuerdan? Es viernes ya.

Claramente se habían olvidado.

—Qué paja, por Dios —se quejó Lautaro.

—La puta madre —murmuró Manuel.

—Todo el mundo viene —sonrió Bauleti.

Iba a ser una larga noche.

***

—Ponete esta —dijo Manuel, dándole una remera negra gigante.

Lautaro la evaluó y arrugó la nariz.

—No es mi estilo.

—Dale, Lauti. Probatela. Los novios usan la ropa del otro.

Lautaro aceptó, sólo porque la oferta de usar ropa de Manuel le resultaba tentadora.

Se sacó la chomba azul que planeaba ponerse, y Manuel se quedó helado mirándolo. Se sentía un imbécil. No era la primera vez que veía a Lautaro en cuero. De hecho, lo había visto así cientos de veces. Entonces, ¿por qué se quedó sin palabras observando el cuerpo de su amigo?

Lautaro lo sacó de su burbuja, diciendo:

—Me queda horrible.

Estaba hermoso, la ropa oversize le quedaba pintada y él era muy ciego para notarlo. Por suerte, Manuel tenía ojos para los dos.

—Estás re lindo, Lauti.

El rubio se sonrojó por el halago. ¿Por qué Manuel tenía que ser tan tierno a veces?

—Bueno, me la dejo.

Manuel saltó de felicidad.

***

La gente empezaba a llegar, y Manuel y Lautaro estaban cada uno en la suya.

—¿Qué onda vos? Desde que estás de novio ni saludás —dijo Mica, una de sus amigas. Manuel no sabía ni siquiera quién la había invitado. Buscó a Lautaro con la mirada, que estaba muy entretenido charlando con Santiago y una piba que no conocía. Muy entretenido y... toquetón. Había tocado las manos de la chica en más de una ocasión y no le sacaba los ojos de encima. Al igual que ella, que de vez en cuando le golpeaba el hombro, coqueta.

—Y viste cómo es... Medio celoso Lauti —sonrió, su excusa era pésima pero había funcionado, porque Mica se alejó de él fingiendo que alguien la había llamado.

Se acercó a sus amigos y deslizó una mano por la cintura de Lautaro, que se tensó al sentir el contacto inesperado.

—Hola, mi amor —le dijo Manuel en el oído, logrando ponerlo colorado.

—Ella es Sofi —Santiago presentó a la piba que estaba con ellos y Manuel le estrechó la mano, sonriente.

—Muy linda pareja hacen, cuando lo contaron no lo podía creer —habló ella.

—Gra... gracias —logró decir Lautaro, que sentía los dedos de Manuel tamborileando encima de él.

Hablaron un poco más, y la chica y Santiago fueron a saludar a los que recién llegaban.

—Ya me podés ir soltando —dijo Lautaro, fingiendo una sonrisa para los que los miraban.

—En realidad, me gusta estar así —sonrió Manuel, apretando más fuerte.

—Pelotudo... Van a decir que sos un tóxico.

—Soy. No da que se chamuyen a mi novio en frente mío.

Lautaro se tiró para atrás, logrando que Manuel lo suelte.

—Novio falso —lo corrigió, mirándolo a los ojos—. Y no me estaba chamuyando a mí, es la piba que se quiere levantar Santiago.

Manuel volvió a prestarles atención a Bauleti y Sofía, y vio cómo su amigo fallaba en un intento de tomarla de la cadera. Regresó su mirada a Lautaro, que le sonreía.

—Ves que sos un celoso de mierda.

—Cállate, tengo derecho.

—Yo debería celarte a vos, si hay como cuatro amigas tuyas acá.

—Sólo tengo ojos para vos —dijo, poniendo la voz que a Lautaro le irritaba.

—Imbécil —Lautaro lo golpeó en el estómago —. Ahí viene Coker —susurró.

Manuel se puso alerta. Si había alguien de quién se debían cuidar, era de él.

—¿Qué onda ustedes dos? —les preguntó, poniendo énfasis en cada palabra.

—Acá andamos —contestó el tatuado, volviendo a acercar a Lautaro a él.

—Todavía no caigo en que sean novios —dijo, paseando su vista por ambos, como si los evaluara.

Lautaro, con su mejor sonrisa falsa, habló:

—Lo ocultamos muy bien.

—Muy bien —resaltó Coker —. Hasta casi parece falso.

Manuel fingió una risa.

—¿Falso? ¿No viste cómo me mira Lauti?

Lautaro, incómodo, asintió.

—Era difícil disimular.

Coker les sonrió, aún analizándolos.

—Por la plata baila el mono —largó.

Santiago salvó la situación, gritándole:

—Ey, Coker, mirá esto.

El nombrado se alejó, dejándolos tensos.

—Qué estúpido que es —murmuró Manuel, soltando la cintura de Lautaro.

—Odio que nos presten tanta atención, ni que fuera nuestro casamiento.

Esa frase sacó a Manuel de cualquier sentimiento de enojo que Coker le había dejado.

—Te imaginás cuando hagamos una boda falsa.

Lautaro sonrió de costado, inclinando la cabeza.

—Ni en pedo, Manu. Si nos casamos, nos casamos de verdad.

—¿Me lo estás pidiendo? —soltó Manuel, agarrándose el pecho, actuando como si estuviera sorprendido.

Lautaro lo agarró del brazo, acercándolo a él.

—Shh... Estás llamando la atención.

Manuel se acercó más, como si tuviera un imán atrayéndolo hacia Lautaro.

—Obvio que llamamos la atención, si somos la pareja más linda de acá.

El rubio se rio, ladeando la cabeza para mirar a Manuel a los ojos.

—¿Nos tendríamos que besar? —preguntó, muy bajito.

El pelinegro se lamió los labios, involuntariamente.

—Si querés —su voz salió insegura. Sentía cómo su corazón empezaba a acelerarse.

Lautaro asintió, y sin dudar ni un segundo, pegó sus labios con los de Manuel. Era sólo un roce, un pico, una caricia. Hasta más corto que los besos anteriores. Pero ambos se quedaron sonriendo al separarse, como si estuvieran borrachos. Las mejillas de Lautaro estaban rojas, y Manuel sintió la necesidad de pellizcarlas. Lo hizo, y el rubio soltó una risita tonta. Manuel lo tomó de la cara con sus dos manos y volvió a acercarlo a él. El segundo beso fue más largo, los labios de Lautaro estaban húmedos y Manuel atrapó cada uno con su boca. Se olvidaron de que había gente alrededor y se olvidaron de que estaban actuando. Ese beso fue lo más real que alguna vez habían experimentado.

Lautaro se separó primero, confundido. Los ojos de Manuel se veían hambrientos, como si fuese un león a punto de atacar a su presa. El rubio tembló al pensarlo, si Manuel volvía a besarlo así, él se dejaría devorar. Esa idea se instaló en su mente, desorientándolo aún más. Lo de la relación falsa estaba confundiendo a su cerebro, y se obligó a sí mismo recordar que nada de esto era real. Manuel lo besaba por obligación, para seguir con el personaje, y no porque quería.

Manuel, mientras tanto, pensaba en que Lautaro era la persona más hermosa que había visto. Mirarlo era cómo mirar el cuadro más conmovedor alguna vez pintado, y besarlo era cómo probar tu comida favorita por primera vez, y saber que tu vida no volvería a ser la misma luego de eso. Se regañó a sí mismo, tenía que parar de pensar así de Lautaro. No sabía si era la falta de sexo, los labios de su amigo, el alcohol en la sangre, la gente mirándolos, pero sentía que estaba enredándose en algo donde sería muy difícil salir. Ya estaba convencido de que no había marcha atrás, había probado esos labios y se había vuelto un adicto. Estaba completamente enganchado.

Se quedaron quietos, mirándose. Pidiendo por favor que alguien interrumpiera aquel momento incómodo que estaban teniendo. Por suerte, Dios los escuchó.

—No, amigos, los amo —dijo Davo, abrazándolos.

—¿Qué onda, eu? Hace mucho no te veíamos —exclamó Manuel, borrando cualquier pensamiento raro de su cabeza y regresando a su personaje.

—No los quería interrumpir, pero los vi desde la puerta y dije "no, amigo, son la pareja más linda que vi en mi vida". Les juro.

Lautaro sonrió, relajándose también.

—Justo Manu me dijo eso. Que somos la pareja más linda de acá.

Davo asintió, convencido.

—Sí, de verdad. Tenemos que hacer competencia de parejas con mi novia y ustedes.

Ambos asintieron, la idea les parecía divertida.

Davo y Lautaro comenzaron una conversación un poco aburrida, y si bien le gustaba escuchar a Lautaro hablar, se estaba mareando. Se disculpó y salió a tomar aire al balcón.

—Decime la verdad —pidió Davo, cuando Manuel se fue —. ¿Quién activó primero?

—Yo, obvio —dijo el rubio, observando a su novio falso fumar un cigarrillo. Manuel también tenía los ojos puestos en él, y un escalofrío recorrió la columna vertebral de Lautaro. ¿Manuel también lo sentía?

Dejó a su amigo solo y salió al aire libre con el pelinegro. Cerró la puerta detrás de él, aunque era de vidrio y se veían, sus voces no se escuchaban y tenían un poco de privacidad.

—¿Qué hacés fumando?

Manuel se rio, y le dio otra calada al cigarrillo.

—Me puse nervioso.

—¿Sí? —preguntó Lautaro, interesado. Se pegó al barandal del balcón, junto a él.

—Sí. Bah, me pusiste nervioso vos.

—¿Por?

—Por el beso... porque no sabía si te había molestado que te de otro.

Manuel, probablemente la persona más segura de sí misma que Lautaro conocía, últimamente estaba actuando como si dudara de todo.

—No me molestó.

—¿No? —preguntó, tirando su cigarrillo a la calle.

—No... Estuvo bien —soltó Lautaro, poniéndose nervioso él.

Manuel lo miró unos segundos, intentando leerlo. No lo logró.

—¿Te gustó?

Lautaro puso los ojos en blanco.

—Dejá de preguntarme eso.

El ojiverde se rio suavemente.

—Es que yo te dije que besabas bien, pero vos no me dijiste lo mismo.

Lautaro le devolvió la mirada, y los ojos de Manuel lo intimidaron tanto que los volvió a esquivar. Odiaba cuando su amigo lo miraba tan intensamente, como si pudiera escarbar en lo más profundo de su alma.

—Ya sabés que besás bien, ¿para qué necesitás que lo confirme?

—Sólo quiero saber si a vos te gusta.

El rubio se alejó un poco, mirándose los pies, nervioso.

—No voy a contestar eso.

—¿Por?

—Porque si digo que sí... vas a flashear cualquier cosa. Y si digo que no, te vas a enojar.

—No me voy a enojar. Y no voy a flashear nada.

Lautaro, como si hubiese pérdido una guerra, asintió con la cabeza.

—Sí, me gusta. ¿Listo?

Manuel sonrió ampliamente y se acercó un poco a él, juguetón.

—¿Te gusto yo?

—Ves que sos un pelotudo —dijo Lautaro, empujándolo.

El más alto soltó una carcajada.

—¡Es un chiste, nada más!

Se rieron un rato, viendo cómo la casa se llenaba de gente con la que no querían hablar. Últimamente, estando sólo ellos se sentían bien. El resto sobraba.

—¿Nos sacamos una foto? Para twitter —dijo Manuel.

—Dale.

Lautaro pegó su cara a la suya, entrando en el ángulo de la cámara de Manuel. Su mejilla estaba helada y el pelinegro no entendía cómo esta persona seguía viva con tan bajo nivel de temperatura.

—No parecemos novios —observó Manuel.

—¿Y qué querés que haga? ¿Que te haga un pete para la foto?

El ojiverde sintió toda su sangre ir a su cara al escuchar eso.

—Sí insistís —hizo la mímica de abrirse el pantalón, Lautaro se rio.

—Sos un asco.

—Dale, dame un beso en el cachete o algo.

El rubio lo hizo, apretó sus labios en la mejilla caliente de Manuel y se quedó ahí hasta que este tomó la foto. Cuando se alejó, aún seguía demasiado cerca. Podía sentir la respiración de Manuel sobre él.

—Te daría otro beso ya —susurró el pelinegro.

—No hay nadie mirando —señaló Lautaro.

—¿Y?

El más bajo cerró los ojos, siendo traicionado por sus propios deseos. Las manos de Manuel se encontraron con su cintura, estaba casi seguro de que pertenecían allí.

—Dijimos que... si no es necesario no lo íbamos a hacer —habló Lautaro, entrecortado.

—Es necesario, muy necesario —dijo Manuel, en un suspiro.

Lautaro se rindió y besó a Manuel con fuerza. Las anteriores veces habían sido cuidadosos, pero esta vez a ninguno le importó mantener el pacto implícito de besos superficiales. La lengua del ojiverde tocó sus labios, pidiendo permiso para ingresar y Lautaro se lo otorgó. Reprimió un gemido al sentir como esta se escontraba con su propia lengua, enredándose entre sí. La boca de Manuel sabía a menta y cigarrillos, y eso lo excitaba mucho. Sus manos tomaron la nuca de su amigo, intentando acercarlo más. Los dientes de Lautaro mordieron el labio inferior del más alto, robándole un jadeo. Manuel saboreó la dulce boca del rubio, intentando memorizar la sensación. Movió su lengua recorriendo cada lugar dentro de Lautaro, deleitándose por los suaves gemidos que este soltaba sin darse cuenta.

Se alejaron para respirar, ambos estaban agitados. El pecho de Lautaro subía y bajaba, y sentía que iba a desmayarse. Manuel, sin soltarle la cintura, dijo:

—Dios, Lauti. ¿Podemos hacer esto siempre?

El rubio sonrió, estaba volando y no entendía absolutamente nada.

—Sí.

Manuel pegó su frente con la suya, sin dejar de mirarle la boca, y Lautaro se preparó para otro beso. Estuvieron a milímetros de volverse a encontrar, cuando la puerta del balcón se abrió. Se alejaron rápidamente, como si hubiesen sido atrapados cometiendo un delito. En realidad, eran novios. Los novios se besaban. Pero en ese momento eran Lautaro y Manuel, no la relación falsa que habían montado.

—Perdón, tenía que fumar o me iba a morir —dijo una chica que Lautaro no reconoció.

—¿Qué onda, Fiore? —saludó Manuel, con una sonrisa. Su mano buscó la cintura del rubio, instintivamente.

—Todo bien. ¿Ustedes? —preguntó, mientras encendía un cigarrillo.

—Bien, bien —contestó Manuel, y cuando ella le extendió el cigarro, él lo aceptó. Había cierta complicidad entre ellos que Lautaro comprendió al instante, y se alejó lentamente, dejándolos solos.

El beso que Manuel le había dado seguía haciéndole cosquillas en los labios, pero el pelinegro lo olvidó apenas la vio a ella. Y Lautaro entendió que, sin importar cuán confundido estaba él, para Manuel seguía siendo todo un juego. Y cuando apenas la meta fuera alcanzada, se olvidaría completamente de aquello que habían compartido. El corazón le dolió un poco.

—Me re sorprendió, posta. Cuando vi que eran novios dije... si este pibe me respondió la historia hace menos de dos días, ¿qué onda? —decía Fiorella, riendo. Manuel no la escuchaba mucho, tenía la mente puesta en el beso que se habían dado con Lautaro y pensaba en qué hubiese pasado si ella no los interrumpía.

El pelinegro se rio falsamente, y ella siguió hablando:

—Igual, todo bien. No le voy a decir nada a tu novio sobre eso —le guiñó un ojo.

—A Lautaro no le molesta —soltó.

Ella se acercó un poco a él, sacándole el cigarrillo de la mano.

—¿No?

—No, él sabía que yo me veía con pibas antes de oficializar.

Ella intentó buscar su mirada, pero Manuel observaba al rubio sentado sólo en el sillón, usando su teléfono.

—¿Y ahora ya no te ves con pibas? —Fiorella acarició su antebrazo con una de sus uñas de silicona, y por más hermosa que era ella y lo bien que recordaba Manuel que besaba, aquello se sintió muy mal. Retrocedió rápidamente, casi cayéndose del balcón por la brusquedad de su movimiento.

—No. No. Tengo novio —dijo, ingresando a la casa y dejándola atrás.

Santiago se interpuso en su camino hacia el sillón.

—¿En qué andás, amigo?

—Yendo con Lauti, ¿por?

Bauleti, pasado de alcohol, dijo, muy alto:

—Ustedes dos culearon y no me lo quieren decir.

Un par de personas los miraron y Manuel sintió que podía matarlo en ese momento. Esta noche estaba siendo muy larga.

—No. Por ahora, no —contestó, casi susurrando.

—¡¿Por ahora?! —gritó.

Todos, hasta Lautaro, les prestaron atención. Manuel le hizo un gesto para que se calmara.

—Pará, amigo. Nos vas a mandar al frente —advirtió.

Santiago hizo puchero y lo abrazó.

—Es que me pone muy contento que estén juntos, de verdad. Los banco yo.

Manuel sonrió.

—Gracias, amigo.

El pelinegro lo esquivó y se sentó junto a Lautaro, pidiendo internamente que nadie más les hablase en el resto de la noche.

—Es boludo el Baulo. Parece que se olvidó de que es todo falso —dijo, riendo y negando con la cabeza. Esperó una respuesta, pero Lautaro seguía con su vista puesta en el celular —. ¿Qué mirás? —preguntó, acercando su cabeza a la de él. Lautaro se alejó sutilmente —. ¿Pasa algo?

—No, nada. ¿Por? —contestó muy rápido.

—Estás raro.

El rubio soltó el celular y lo miró, finalmente. Sus ojos marrones endurecidos, sin ningún rastro del brillo que tenían cuando se besaron.

—Estoy cansado, nada más.

Manuel asintió, poco convencido.

—En un rato se van al boliche, si querés nos quedamos acá.

Lautaro negó con la cabeza.

—No hace falta que te quedes conmigo, ni que estés pegado a mí toda la noche —lo dijo como si fuera una obligación, y no decisión propia de Manuel hacerlo.

—Lo hago porque quiero.

—Lo hacés porque nos miran los demás —corrigió.

—¿Eso pensás? ¿Que estoy con vos por show?

Lautaro se rio, sin gracia.

—Si de eso se trata todo, ¿o no? Si por eso estamos metidos en esta mierda de relación falsa.

Manuel intentó tomarle la mano, y Lautaro se la sacó.

—Van a pensar que nos estamos peleando —advirtió el mayor, en un susurro.

Los ojos de Lautaro se enfriaron aún más.

—¿Ves? Todo show.

—No te entiendo, Lauti.

El rubio se levantó del sillón, y antes de darse la vuelta para irse, dijo:

—Pasala lindo en el boliche, no hace falta que actúes más.

***

Manuel fue al boliche sin Lautaro. No entendía por qué su amigo se había enojado con él, si hacía pocos minutos ambos estaban felices. Y tampoco entendía por qué Lautaro le hacía tanta falta en aquel lugar, si antes solía salir sin él y nunca lo extrañaba.

Cerró los ojos y le dio un largo sorbo a su trago, sin dejar de pensar en él. Manuel estaba tan confundido últimamente, y sabía que era todo culpa de la actuación. Ellos no eran profesionales, no eran actores de Hollywood, eran simplemente dos boludos jugando a ser novios. Era normal malinterpretar las cosas, si se besaban, se tocaban y se abrazaban como lo hacía una pareja. Tenía que recordarse constantemente que no lo eran. Que no era real, que era toda una actuación, que él no quería besar a Lautaro de verdad, sino que lo hacía para mantener la farsa. Pero eso era mentira, y lo sabía. Se estaba mintiendo a sí mismo y también a Lautaro al ocultar que, una parte dentro de él, lo deseaba. Porque lo deseó cuando lo besó en el balcón. Y lo deseó al verlo sin remera. Y lo deseó al abrazarlo por la noche. Y lo deseó cuando tocó su cuello con sus labios al sacar la foto. Y lo deseó cuando se subió encima de él a hacerle cosquillas. Y lo deseó luego del primer beso que compartieron. Y si seguía buscando, se daría cuenta de que llevaba tiempo deseando a Lautaro sin siquiera saberlo.

Ahora, lo sabía. Deseaba a Lautaro. Nada de esto era falso. Y necesitaba decírselo ya.

***

Lautaro se sentía muy culpable por tratar mal a Manuel. Luego de limpiar todo el desastre que los invitados habían dejado, su cabeza seguía dando vueltas en el asunto.

Se metió en la cama de su amigo, decidido a esperarlo y pedirle perdón. Después de todo, Manuel sólo estaba siguiendo el plan. ¿Qué culpa tenía él de que Lautaro se hubiera confundido? Ninguna. El culpable era Lautaro. Él había aceptado el beso en el balcón. Él había sugerido besarse en la fiesta. Él había dado el "ok" a todo el asunto de la relación falsa. Era un imbécil. Era obvio que las cosas iban a salir mal, era obvio que se iba a confundir. Lautaro era un chico muy sentimental, sin mucha experiencia en relaciones. ¿En qué mundo era buena idea que su primer relación oficial fuese falsa? O peor, ¿en qué mundo era buena idea que su relación falsa fuese con su mejor amigo con el que, de hecho, tenía una relación distinta que con el resto de las personas? Porque con Manuel todo era distinto. Y no era que a Lautaro le gustaba Manuel o algo así, esa idea nunca se le había pasado por la cabeza. Era que con Manuel se sentía complementado, comprendido, como si estuvieran destinados a estar juntos. Manuel era su mejor amigo, y su otra mitad. Era la persona que más amaba en el mundo, por más cursi que sonara eso. ¿Le gustaba? Antes, Lautaro podía jurar que no. Ahora, luego de saber qué se sentía besarlo y tenerlo cerca en el sentido romántico, estaba muy confundido.

Al aceptar la relación falsa, nunca hubiese creído que todo lo que conocía sobre él mismo o sobre su relación con Manuel iba a cambiar de repente. Si lo hubiese sabido, no habría aceptado jamás porque, ¿qué iba a hacer con todo esto que estaba sintiendo?

***

La luz de la habitación se prendió y Lautaro soltó un quejido. Se había quedado dormido esperando a Manuel, quien se sobresaltó al verlo tirado en su cama.

—¡Pelotudo, me asustaste! Fui a tu pieza y no estabas.

—Hola —contestó Lautaro, su voz sonó muy ronca. Se incoporó como pudo, aún entredormido.

—Hola —Manuel suavizó su tono.

—¿Qué hora es? —preguntó el rubio, frotándose los ojos con la mano.

—Dormite, son las 4 recién.

Su amigo volvió a acostarse. Manuel no se había movido del marco de la puerta.

—Volviste temprano.

—Me aburrí —"sin vos" le faltó decir.

Se quedaron en silencio y Manuel caminó lentamente hacia su armario. De repente, toda su valentía había desaparecido. Tomó una muda de ropa y miró a Lautaro, quien lo miraba entrecerrando los ojos, acostumbrándose a la luz.

Intentó decir algo, lo que sea, lo que había planeado en el trayecto del boliche hasta el departamento, pero nada salió.

—Me voy a bañar —dijo, apagando la luz de la habitación y metiéndose en el baño.

La ducha despejó un poco su mente. ¿En qué estaba pensando? Se había vuelto completamente loco si creía que si le decía a Lautaro que lo deseaba, la respuesta de su amigo sería positiva. Conocía a Lautaro, seguramente le respondería un "que asco" y Manuel tendría que continuar su vida con un puñal atravesando su pecho. Algunas cosas eran mejor ahorrárselas.

Al salir del baño, Lautaro estaba despierto mirando tiktoks.

—No te dormiste —se sorprendió Manuel.

—No me voy a poder volver a dormir.

Se acercó a la cama, sintiéndose como un invasor, aunque era su propia habitación.

—Es mi culpa, te desperté.

Lautaro hizo un gesto, restándole importancia. Apagó el celular, guardándolo debajo de la almohada.

—¿Te molesta que esté acá? —preguntó el rubio, inseguro.

—No... No, quédate.

Lautaro asintió y se corrió a un costado, dejándole lugar. El pelinegro se acostó, manteniendo una distancia prudente.

—¿Cómo la pasaste en el boliche? —soltó Lautaro, en un intento de aligerar el ambiente.

—Bien.

—Me alegro.

Otra vez silencio. Ninguno de los dos entendía qué estaba pasando.

—Eu...

—Manu...

Hablaron al mismo tiempo y esperaron a que el otro continúe. Nadie lo hizo.

—¿Qué me ibas a decir? —preguntó Manuel.

Lautaro tomó aire y se aclaró la garganta.

—Perdón si te incomodé en la previa, no quería decir esas cosas.

Manuel asintió, su cuerpo seguía tenso.

—¿Te enojaste conmigo? —quiso saber.

—No... ¿Por qué me enojaría?

—Parecías enojado.

—No estaba enojado.

—¿Y entonces?

Lautaro se quedó en silencio, sin saber qué decir. ¿Cómo le explicaba que su accionar era culpa de las mil emociones que Manuel le había desatado con un beso?

—Estaba cansado, te dije.

—Y también dijiste "mierda de relación falsa" —Manuel intentó imitar su voz. Lautaro le dio una patada.

—Odio cuando pones esa voz. Yo no hablo así.

Manuel sonrió, relajándose un poco.

—¿Por qué dijiste eso?

Lautaro se encogió de hombros.

—Me quedé alterado con... el beso —confesó.

—Alterado en el mal sentido —inquirió.

—¿Hay un buen sentido?

Manuel se sintió un idiota por la pequeña esperanza en el pecho que había aparecido en él. Se vio obligado a recordar que Lautaro no sentía lo mismo.

—No sé qué decirte —dijo.

—Sólo te estoy pidiendo perdón, no tenés que decir nada.

—¿Pero por qué te alteraste? —preguntó, volteándose a verlo. Lautaro lucía tranquilo, como alguien que no se estaba planteando la idea de que quizás le gustaba su mejor amigo.

—No sé, Manu. No sé.

Manuel se rindió porque esta conversación no tenía salida, y estaba dispuesto a darse la vuelta cuando Lautaro lo detuvo. Su mano sujetando firmemente su antebrazo para mantenerlo donde estaba.

—Para vos, todo esto es normal —soltó el rubio, intentándolo de nuevo —. Salís a un boliche y te chapás a todas las minas que hay. Estás acostumbrado. Yo no. Soy un virgen, Manu. No voy por ahí estando con minas, habré chapado diez veces en toda mi vida. No es normal para mi hacerlo. No me chupa un huevo... no es algo así nomás.

Lautaro aflojó el agarre, pero no lo dejó ir. Mientras hablaba, miraba intensamente a los ojos de su amigo, y Manuel se quedó hipnotizado.

—No digo que... el beso... los besos signifiquen algo. Ya sé que no. Pero, es todo muy nuevo. No estoy acostumbrado yo.

Manuel asintió, aunque escuchar a Lautaro decir que los besos no significaban nada le dolió.

—Perdón, no te tuve que insistir en el balcón —dijo, arrepentido.

—No... No pidas perdón. Yo también quería.

El pelinegro abrió mucho los ojos, sorprendido.

—¿Querías?

Lautaro se rio y le soltó el brazo, poniendo los ojos en blanco.

—Ya sabés que sí, ¿para qué preguntás?

—Es que no te entiendo para nada —largó.

Eso causó más risas en Lautaro, y el pecho de Manuel se llenó de amor.

—No soy muy difícil de entender. Pero te lo hago más fácil: me gusta chapar con vos, pero me confunde. ¿Listo?

Aquello dejó a Manuel sin palabras. ¡¿A Lautaro le gustaba qué?! ¡¿De verdad?! Se sentía Bauleti cuando ganaba River.

—Me tenés ganas —dijo, incrédulo.

Lautaro le golpeó el hombro con fuerza.

—No lo digas así —se quejó.

—Pero me tenés ganas —repitió Manuel, con una sonrisa formándose en su cara.

—¿La podés cortar?

El pelinegro, sin poder contenerse, se subió encima de su amigo. Iba a estallar de la felicidad. No era Lautaro confesando su amor por él, pero sí era Lautaro diciendo que le tenía ganas. Y eso era motivo suficiente para que su corazón gritara de emoción.

—Salí, pelotudo —decía Lautaro entre risas y jadeos, porque Manuel no dejaba de hacerle cosquillas —. Sos imbécil, no te voy a dar un beso nunca más —advirtió. Manuel paró al instante, asustado. Eso le ganó una sonrisa de Lautaro —. ¿Ves que sos un tarado?

—Bien que me tenés ganas —soltó, orgulloso. Estaba a horcajadas encima de el rubio, y las manos de Lautaro se encontraban en sus caderas. Manuel sentía una corriente eléctrica recorriendo todo su cuerpo.

—No te tengo ganas, pelotudo. Sólo dije que me gusta darte besos, no que te voy a coger.

—Entre beso y beso, se asoma el sin hueso —dijo, tentado. Lautaro no podía creer que su amigo fuese tan estúpido. Se lo sacó de encima usando toda la fuerza de su cuerpo. Manuel no paraba de reírse.

—No, no, no. Sos un pajero. Sos un boludo.

El pelinegro se limpiaba las lágrimas.

—¡Es chiste! —decía, entre carcajadas.

—Te iba a dar un beso antes de dormir, pero por pelotudo ahora no te doy nada —lo retó Lautaro.

Manuel fingió un puchero, mientras que veía al rubio darle la espalda.

—Sos malo Lauti.

Su amigo no contestó.

—Por lo menos, ¿te puedo cucharear?

Lautaro soltó un largo suspiro exagerado y asintió con la cabeza.

Manuel lo abrazó por atrás, enredando sus piernas. Depositó un suave y sonoro beso en el cuello de Lautaro, que hizo a este temblar.

Aunque ninguno había dicho las cosas que quería, esto era suficiente. Mañana, sería otro día.

***

La tarde siguiente estaban más sonrientes de lo normal. Santiago los miraba, extrañado.

—No entiendo qué está pasando.

—Nada, ¿qué va a pasar? —contestó Manuel, con los ojos brillando.

Balza golpeó la puerta y Lautaro la fue a abrir.

—Me tenés que contar todo —le advirtió Santiago, en un susurro.

—No pasó nadaaa —dijo, imitando su tono de voz. Realmente no había pasado nada, pero saber que Lautaro estaba igual de confundido que él y que también tenía las mismas ganas de besarlo que él, lo tenía flotando en una nube. No veía la hora de encontrar una nueva excusa para volver a sentir sus labios en los suyos.

—¿Qué onda? ¿Cómo están? —saludó Balza.

—Hola, amigo —respondió Manuel, se veía radiante. Lautaro no podía sacarle los ojos de encima. Pensaba en ellos dos la noche anterior, la charla que tuvieron en la cama de Manuel, su amigo abrazándolo por atrás, y se sonrojaba automáticamente.

—Están en todos lados ustedes. Los vi en el noticiero antes de salir para acá —habló Balza, tomando asiento.

—¡¿En el noticiero?! —exclamaron.

—Sí, increíble. No sé quién anoche les sacó una foto y la hizo circular.

—¿Me jodés? ¿Qué foto? —quiso saber Manuel.

Balza les mostró una foto que tomaron de ellos cuando estaban en el balcón, los brazos de Manuel envolviendo a Lautaro, que estaba entre sus piernas, de espaldas a la cámara. El pelinegro inclinaba su cabeza hacia un costado, y se entendía que se estaban besando, aunque sus labios no se veían.

Santiago silbó.

—Se tomaron en serio la actuación.

Manuel frunció el entrecejo, recordando quién estaba en la previa que fuera capaz de hacer algo así. Se suponía que era toda gente de confianza, nadie con ganas de ventilar la intimidad.

—¿Quién la habrá sacado?

Lautaro negó con la cabeza, confundido.

—No sé. Bastante chismoso.

—Igual, está bien. Con esa foto despejaron las dudas de la gente sobre si su romance era real o no. Porque, ¿si fuera falso por qué se besarían en una reunión de amigos? —los felicitó Balza, convencido de que hacían todo por el rumor.

—Claro.

—No vimos el noticiero, ni usamos los celus, ¿tan viral se hizo? —preguntó el rubio.

—Lo subieron al twitter de LAM —dijo Balza.

Bauleti comenzó a aplaudir.

—Hasta Ángel de Brito piensa que son putos. Mira si los invita al programa.

Manuel buscó su teléfono, que estaba pérdido en la mesada de la cocina. Lo había dejado olvidado ahí cuando volvió del boliche anoche.

—No, amigo. La cantidad de notificaciones que tengo.

Manuel abrió los ojos al ver un mensaje en particular.

—Literalmente nos invitó Ángel de Brito a LAM.

—¡Mentira! —soltó Bauleti, incrédulo, mientras Lautaro se acercaba a Manuel para ver.

—Es posta —confirmó, apoyando la pera en el hombro del pelinegro, quien se quedó estático para no espantarlo.

—Increíble. ¿Van a ir? —preguntó Balza.

Lautaro se apartó, mirando a Manuel a los ojos. Esto de robar con un romance falso empezaba a molestarle. Odiaba que todo girara en torno a eso. Buscó comunicarle eso a su amigo con la mirada.

—Obvio que vamos a ir —soltó el ojiverde, sonriendo. Después de todo, Manuel era así. Siempre elegiría el show y la fama antes que a él.

***

Lautaro salió de la casa y volvió a la hora de prender stream. Manuel se acercó a él mientras Santiago preparaba las cosas.

—¿Todo bien? ¿Dónde estabas?

—Salí un rato, ¿por? —contestó, cortante. Manuel retrocedió, sin entender. Estaban por arrancar, no podían discutir ahora.

—¿Prendo? —preguntó Santiago, gritando.

El pelinegro le dirigió una última mirada a Lautaro, intentando leerlo. Nada. Nunca le decía nada.

—Dale —contestó.

El stream comenzó y su amigo no le sacaba los ojos de encima. Lautaro estaba fingiendo entusiasmo, pero sólo quería ir a acostarse.

—Dice el chat que dejes de mirar a tu novio y hables —retó Santiago a Manuel.

Este sacudió la cabeza, sin saber que estaba siendo tan obvio.

—Es que tiene algo distinto, pero no sé qué —soltó. Lautaro puso los ojos en blanco, y Manuel abrió mucho los suyos —. ¡Te cortaste el pelo!

El rubio sonrió de costado.

—Sí.

—¡Con razón! —dijo, extendiendo una mano y despeinándolo —. Te queda hermoso, mi amor.

Lautaro se sonrojó y susurró un "gracias" tímidamente.

—Coker habló de ustedes dicen por acá —leyó Santiago.

Manuel salió de su burbuja, frunciendo el ceño.

—¿Qué dijo?

Buscó hasta apretar el link que le mandaron y Coker apareció en un clip subido a Twitter.

—Para mí, es todo falso. Yo los conozco a los chicos. Mernuel que es tremendo gato y Moski que es tremendo virgo. Mirá si van a ser novios. Serán buenos actores, pero novios no son.

El clip se cortó y los tres quedaron paralizados.

—Chupame la verga, Coker —soltó Manuel.

—Qué pelotudo —murmuró Lautaro al mismo tiempo.

—Tremendo envidioso, eh —dijo Baulo.

Se quedaron en silencio, mientras Manuel bajaba y leía los comentarios del tweet. Muchos le daban la razón a Coker. Enojado, dijo:

—No sé por qué Coker andará diciendo esas cosas. Y tampoco me voy a coger a Moski en vivo para que nos crean. El que quiera creer, que nos crea, y el que no, que me chupe la pija.

Lautaro le puso una mano en el muslo y apretó con fuerza.

—Tranquilo, amor —susurró.

Bauleti cambió de tema, mientras Manuel se calmaba.

Al terminar el stream, Santiago les preguntó si saldrían con él a un boliche nuevo.

—Ah, son dos hijos de puta. Me re dejan tirado —exclamó cuando ambos le dijeron que no.

—Ni ganas, amigo —respondió Manuel.

Santiago salió de la casa y los dejó solos. El pelinegro carraspeó, y Lautaro se sentó en el sillón.

—¿Voy a comprar para comer? —preguntó, parado en la puerta. El rubio sólo se encogió de hombros. Eso lo irritó peor, ya venía enojado desde lo de Coker —. Te estoy hablando.

—Como quieras —contestó Lautaro, con molestia.

Manuel inhaló sonoramente y soltó todo el aire que contenía en los pulmones.

—Bue, andá a cagar —dijo, cuando el intento de calmarse había fallado.

Lautaro volteó a verlo, con mala cara.

—No te la agarres conmigo si te enojaste por lo de Coker —soltó, enojándose él también.

Manuel dio un paso hacia el sillón, desafiante.

—Vos te la agarrás conmigo y ni me decís por qué.

Lautaro puso los ojos en blanco, levantándose de donde estaba sentado.

—No me la agarro con vos. Estoy harto nada más.

—¿Harto de qué? —quiso saber.

—De esto —los señaló —. De que nos saquen fotos en nuestra propia casa, de que tengamos que ir a un programa de mierda para hablar de nosotros, de toda esta mierda —su tono de voz se alzaba cada vez más.

—Dijiste que no te ibas a arrepentir —Manuel chocó contra el sillón, que era lo único que los separaba.

Lautaro rio, sin gracia.

—¿Qué? ¿No me puedo arrepentir ahora?

—Y no. Obvio que no. Ya estamos re jugados —contestó, masajeándose la frente, buscando la paciencia que no tenía.

Lautaro, molesto, empezó a caminar de un lado para otro.

—No quiero esto, Manuel. No quiero. Se nos fue de las manos. No quiero ir a ese programa de mierda ni a ningún otro. No quiero hacer tanto escándalo.

Manuel sonrió, incrédulo.

—¿Por eso estás haciendo tanto quilombo? ¿Porque no querés ir a LAM?

Lautaro frenó en seco, avergonzado.

—Sí.

El pelinegro rodeó el sillón, parándose en frente de su amigo.

—Sos un pelotudo. No te podés poner así de caprichoso en vez de comunicar tus límites como una persona normal.

—Parecías muy emocionado de ir al programa —murmuró, apretando los dientes.

Manuel negó con la cabeza.

—Ya está, Lauti. Si hasta acá llegaste, yo también. Nos quedamos con la gente que tenemos y listo. Lo de las fotos no te lo puedo solucionar, no sé quién la habrá sacado.

Lautaro se sentó, incómodo.

—Me siento muy... vigilado. No me gusta.

Manuel se sentó a su lado.

—Ya sabías que iba a ser así. Por eso lo hicimos.

—Ya sé. Pero es mucho.

El ojiverde asintió, sus dedos rozaron la mano de su amigo.

—Programas de chismentos, no. ¿Algo más que te moleste?

Lautaro puso los ojos en blanco, fastidiado.

—Dejá de tratarme como si estuviese loco.

Manuel soltó una carcajada.

—¡No te trato así!

—Sí. Te hacés el que no te molesta, si yo sé que te morías de ganas de ir.

—Basta, Lauti. Me chupa un huevo, de verdad.

El rubio apretó los puños, alejando su mano de Manuel.

—Si querés ir...

—No —lo cortó.

Lautaro suspiró, rendido.

—A Coker lo tendríamos que matar.

Manuel se relajó en el sillón.

—Sí.

La panza de Lautaro hizo ruido, ambos se miraron divertidos.

—Al final sí tenía hambre —susurró el más bajo.

—Ves que sos un tarado.

***

El rubio se encontraba sentado delante de él, sonriente. Agarraba de a cinco papas fritas y se las metía todas juntas en la boca, y bailaba de felicidad en la silla. Manuel no podía creerlo, ¿cómo antes no era consciente de todas estas cosas? Podría quedarse mirando a Lautaro por el resto de su vida.

—Está rico —habló, con las mejillas sonrojadas.

—Es McDonald's, gordo. Está siempre igual —dijo Manuel, dándole una servilleta.

Lautaro se limpió los dedos y los labios.

—No hay nadie, tendríamos que venir acá siempre.

—Vamos a engordar.

—¿Y? —contestó Lautaro, causándole una sonrisa.

Era cierto, eran los únicos sentados ahí. Lo que era raro, porque era sábado. Lautaro tomó su celular y le sacó una foto sin avisar.

—¿Qué hacés? —preguntó, curioso.

—Estabas muy lindo —respondió, encogiéndose de hombros.

Manuel sintió sus mejillas arder.

—Te queda bien el pelo así —dijo, devolviéndole el cumplido.

—Gracias —contestó su amigo, sonriente. Luego, se metió alrededor de ocho papas fritas en la boca.

—Te vas a atragantar —se rio Manuel.

—¿Me pasas tu ketchup? —le pidió. El pelinegro se lo extendió rápidamente, y sus manos quedaron tocándose un segundo de más. Lautaro la retiró primero, sonrojándose levemente. Manuel apretó la suya, como si aún pudiera sentir el contacto del rubio allí.

Terminaron de comer y volvieron al departamento. No podían dejar de sonreír.

—Debería ser siempre así —dijo el pelinegro, dejando sus cosas en la mesa.

—¿Cómo?

Manuel se miró los pies, perdiendo la valentía.

—Nosotros... Me gusta pasar tiempo con vos así.

Lautaro se ruborizó y sonrió tímidamente. Dios, tenía el poder de volver completamente loco a Manuel con un simple gesto.

—¿Así como... novios falsos? —preguntó el rubio, sin perder la sonrisa.

—Claro.

Lautaro ingresó a su habitación, sacándose las zapatillas. Manuel lo observaba, apoyado en el marco de la puerta.

—Puede seguir siendo así, si seguimos siendo novios —contestó, desabrochándose el botón del jeans que llevaba.

Manuel no apartó la mirada cuando el rubio se bajó los pantalones, lo cual fue una mala idea porque se sonrojó y se quedó sin aire.

—Me voy a lavar los dientes —dijo, yéndose rápidamente. El más bajo negó con la cabeza, divertido con la reacción de su amigo.

Diez minutos después, Lautaro ingresaba a la habitación de Manuel, ya en pijama.

—Hola —saludó, quedándose quieto en la puerta.

Manuel, ya acostado, palmeó el lugar libre en la cama. Lautaro sonrió y fue corriendo hacía allí.

—No sabía si ibas a querer que venga. No me invitaste.

—Siempre quiero que vengas.

Lautaro se acostó a su lado, y el olor a jabón lo invadió. Manuel inhaló lentamente, tratando de conservar una parte de su amigo dentro de él.

—Cuando dejemos de ser novios... voy a extrañar esto —susurró el rubio, acercando su cuerpo al de Manuel. No se tocaban, pero sentían el calor del otro por debajo de la sábana.

El pelinegro sintió una tristeza instalarse en su pecho. No había pensado en que esto se iba a terminar en algún momento.

—No tendría que cambiar nada —dijo.

Lautaro lo miró, sin entender.

—¿Cómo?

—Antes dormíamos juntos, sin ser novios.

—Ya sé, pero... no es lo mismo.

Y no lo era. Antes, no se abrazaban, ni se tocaban, ni sentían el corazón a punto de estallar. Antes, lo hacían de vez en cuando. Accidentalmente la mayor parte del tiempo. Ahora, buscaban dormir con el otro. Lo necesitaban. Lo deseaban. Anhelaban sentirse cerca.

—Podríamos ser novios para siempre —soltó Manuel. Ni siquiera él se esperaba esas palabras. No se animó a ver la reacción de Lautaro, con escucharlo ya era suficiente. El rubio había soltado una carcajada.

—Sí, claro.

—¿Qué tiene de malo? —murmuró, inseguro.

—¿Me estás jodiendo? ¿Fingirías ser mi novio para siempre? ¿Y si te enamorás de alguna mina y te querés poner de novio con ella?

—No tendría que ser actuado—aclaró Manuel, endureciendo su tono.

Lautaro le tomó la cara con la mano, obligándolo a verlo a los ojos.

—¿De qué hablás?

Los ojos del rubio eran penetrantes y parecían no tener fin. El corazón de Manuel aleteó.

—De que... podría ser real —habló, bajito —. Lo nuestro.

Lautaro asintió con la cabeza, sintiendo mil mariposas crecer en su estómago. ¿Estaban hablando de lo mismo? ¿Manuel le estaba dando a entender que podrían ser novios en el futuro? ¿Que podrían enamorarse?

—Ya es real para mí —volvió a hablar Manuel, tomando coraje.

Lautaro se quedó sin palabras, su corazón latiendo a mil por segundo. No se esperaba nada de todo esto. No lo había visto venir, ni siquiera en sus mayores sueños se le cruzó la idea de que esto podía llegar a ser real para Manuel.

—Yo... te quiero, Lauti. Y si vos no me querés así, está bien. Decime y me callo, y hacemos como que esto no pasó.

Lautaro no podía hablar, estaba conmocionado. Aunque lo intentara, aunque quisiera decir que sí lo quería, nada salía de su boca. Su cabeza daba vueltas y sentía que su pecho estaba por estallar. ¿Era un sueño? ¿Era real? ¿Se lo estaba imaginando todo?

A Manuel lo estaba matando el silencio, necesitaba una respuesta. Sentía un nudo formándose en su garganta, su propia mente le reclamaba por haber dicho lo que dijo.

Lautaro, aprovechando la mano que tenía en la cara de Manuel, lo acercó a él. Sus narices chocaron, la respiración del rubio estaba descontrolada. El ojiverde extendió una mano y la apoyó en su corazón.

—Cálmate, mi amor. Respirá.

Lautaro le hizo caso, cerrando los ojos. Inhaló y exhaló lentamente, unas cuantas veces. No podía creer que había entrado en pánico por algo así. Se sentía avergonzado, ¡hasta había lagrimeado!

—¿Estás bien? —preguntó Manuel.

—Sí... Sí —asintió. Sus narices seguían pegadas.

Se quedaron en silencio, ambos muy nerviosos como para fingir que no lo estaban. Lautaro se relamió los labios, Manuel le masajeó la zona del corazón.

—Yo también te quiero —susurró el rubio.

Los ojos de su amigo se iluminaron, y Lautaro podía jurar que toda la luz del mundo se encontraba en esas iris.

—Me da miedo quererte tanto —agregó.

Manuel asintió, lo comprendía totalmente porque él sentía lo mismo.

—Sos hermoso, Lauti —dijo, limpiándole una lágrima.

Lautaro sonrió, con sus ojos vidriosos.

—¿Cómo llegamos a esto? —preguntó, alejando su cara para ver el rostro de Manuel por completo.

—No sé —contestó su amigo.

—Si no hacíamos lo de la relación falsa... ¿esto hubiese pasado?

Manuel sonrió, sus ojos tenían lágrimas que se negaban a caer.

—¿Te parece que alguno se hubiese animado a hacer algo sin esta excusa?

Lautaro negó con la cabeza.

—Dos cagones.

—En mi defensa, yo no sabía que te tenía ganas.

Lautaro lo empujó, juguetón.

—¡Mentiroso! La cantidad de veces que me dijiste de culear.

—¡Eran bromas! —se defendió.

—Y la cantidad de besos que me pediste.

—No me diste ni uno.

—Y no. Si no significaban nada, no.

Manuel se quedó pensativo. ¿De verdad escondía las ganas que le tenía a su amigo con bromas sobre eso? Era un ciego por no haberlo visto antes. Tenía a lo que más deseaba frente a él, sin comprenderlo.

—¿Y ahora? ¿Me vas a dar uno? —preguntó con voz baja, intentando sonar tranquilo.

Lautaro puso los ojos en blanco, sin dejar de sonreír.

—Sos un tarado.

El pelinegro le hizo un puchero y Lautaro se desarmó en ese momento. Pegó su cuerpo al de Manuel, y tomó su cara con una mano. Su amigo contuvo el aire, expectante. Los labios de Lautaro rozaron los suyos y Manuel, sin aguantar ni un segundo más, los unió. Era muy distinto a todos los otros besos, esta vez estaban completamente solos. Esta vez, los únicos testigos eran ellos dos.

Las manos de Manuel encontraron su cintura, acercándolo más a él. Su lengua se deslizó entre sus labios, y Lautaro soltó un débil gemido, que hizo estremecer cada fibra del cuerpo del contrario. Manuel se subió encima de él, sin dejar de besarlo. Ahora, se tocaban por completo, hasta sus caderas estaban apretadas contra las del otro. Ambos, muy conscientes de eso, se refregaron entre sí, intentando sentir con más fuerza el contacto. Lautaro rasguñó la espalda de Manuel, descargando allí la oleada de placer que sentía. Sus lenguas se chocaron, y comenzaron a moverlas lentamente. Aquel beso despacio y atento que Manuel le estaba dando, sumado al contacto de sus pelvis, convertían a Lautaro en un desastre de gemidos y jadeos. Sientió los dedos de Manuel por debajo de su remera, recorriendo y explorando cada sector, causándole un escalofrío.

—Me estás volviendo loco, Lauti —dijo su amigo, separando sus bocas. Su voz sonaba ronca y Lautaro se sentía bajo un hechizo.

Manuel se sentó sobre él, sacándose su remera. Lautaro recorrió el torso de su amigo con los ojos, deteniéndose en cada tatuaje. El pelinegro lo miraba con desesperación, y Lautaro sonrió, incorporándose para deshacerse de su remera también.

Iba a burlarse de Manuel por parecer tan impaciente, pero este se inclinó y volvió a encontrar sus labios. El beso era tan húmedo y cálido, y se sentía extremadamente bien, que Lautaro no podía dejar de gemir en su boca. El muslo de Manuel se metió entre los suyos, y Lautaro jadeó, sorprendido ante el estímulo directo de su entrepierna.

Manuel lo miró, divertido y hambriento, y comenzó a dejar besos por todo su cuello. Lautaro, en un gran esfuerzo por controlar sus extremidades, ubicó su muslo contra la erección de Manuel, que se tumbó de costado para estar más cómodo. Ahora, estaban totalmente enredados, frotándose contra la pierna del otro.

Si alguien les decía, hace un mes atrás, que se encontrarían en esta situación, ambos hubiesen puesto cara de asco. Era impensable e inesperado que su relación hubiese tomado un giro de 180 grados. En este momento, sintiendo la rigidez y la humedad del otro, no podían parar, nunca habían querido y necesitado algo con tanta intensidad. Manuel sentía que toda su vida había esperado para este momento, incluso sin saberlo. Al besar a Lautaro, al tocarlo, al darle placer, sabía que pertenecía ahí, que era todo lo que deseaba en el mundo. El rubio sobre él, gimiendo y moviendo su cuerpo desesperado para sentirlo más cerca, eso era todo lo que quería.

Lautaro había comenzado a morder y lamer su cuello, dejando todo mojado a su paso. Manuel aceleró los movimientos de sus caderas, mientras agarraba el culo del rubio para acercarlo más a él. Lautaro ya se movía con desesperación y descuido, cada vez estaba más cerca de alcanzar el orgasmo, y Manuel lo notó, deteniendo sus movimientos bruscamente.

Lautaro lo miró, con una queja en los ojos. El pelinegro metió los dedos por el elástico del pantalón de su amigo, pidiendo permiso.

—Te quiero ver, Lauti —suplicó.

Lautaro, sosteniéndole la mirada y con todo su cuerpo ardiendo, se bajó los pantalones, seguidos de su calzoncillo. Manuel soltó un sonido ahogado al observar a su amigo completamente desnudo. Extendió la mano para acariciarlo, pero Lautaro lo detuvo.

—Te toca —le ordenó. Nunca había escuchado su voz tan grave. Manuel sintió una vibración recorrer su columna vertebral. Si Lautaro volvía a hablarle así, estaba seguro de que acabaría sólo con eso.

Se bajó su bóxer, siendo lo único que tenía puesto, y Lautaro contuvo el aliento. Tomó el miembro de su amigo con una mano, sintiéndolo caliente y palpitante contra su piel. Manuel lo observaba, deseoso y con la mirada oscurecida. Lautaro le pasó un dedo por la punta, apretando suavemente, y Manuel soltó un gemido, cerrando los ojos.

—Hijo de puta —soltó. A Lautaro se le hizo gracioso y excitante que su amigo expresara su placer insultando. Se aprovecharía de eso más adelante.

Subió y bajó su mano, recorriendo toda la extensión de Manuel, dejándose guiar por los sonidos que este soltaba. El pelinegro no se quiso quedar atrás, y comenzó a tocar a Lautaro de la misma forma.

Volvieron a unir sus labios, mientras se acariciaban el uno al otro. La lengua de Lautaro entraba y salía de su boca, sin control. Manuel movía sus caderas al ritmo de la mano de su amigo, que la aceleraba cada vez más. El pelinegro lo tomó de la cintura, pegándolo más a él, y sus miembros se rozaron. El contacto entre sus penes desnudos los hizo temblar. Manuel apretó más fuerte a Lautaro contra él, llenándolos de una sensación equilibrada entre el placer y el dolor. Empezaron a friccionar sus penes entre sí, acompañados de caricias de Lautaro. El choque era húmedo y desesperado, ambos al borde de llegar al clímax.

—Dale, mi amor —soltó Manuel, aumentando la velocidad de sus caderas.

La mano de Lautaro iba perdiendo el ritmo, tenía su mente completamente nublada por el placer que sentía. Mordió el hombro de Manuel, intentando contenerse. Este gritó, excitado.

—Manu —murmuró, entre dientes. Su vista estaba nublada. Manuel lo apretó más contra él, intentando fundirse.

Lautaro acabó sobre su mano, manchando parte de su abdomen. No detuvo sus movimientos hasta que Manuel terminó también desparramando su calidez sobre él.

El rubio limpió su mano en las sábanas, sonriendo. Se sentía flotando en una nube, nunca había estado tan relajado. Manuel, con el pecho subiendo y bajando con rápidez, volvió a besarlo muy suavemente. Lautaro creía que iba a derretirse en cualquier momento.

—Sos increíble, Lauti —habló Manuel, separando sus labios. Acarició la mejilla de su amigo, que soltó una risita tonta —Sos muy lindo.

—Sos re puto —dijo Lautaro, sin dejar de reír. Estaba avergonzado y no era muy bueno recibiendo cumplidos.

—Mira quién habla —contestó el pelinegro, divertido.

Lautaro bajó su vista hacia sus cuerpos, todos mojados y pegajosos.

—Qué asco —exclamó, riendo. Manuel asintió.

—Un poco me calienta estar así —confesó. Lautaro le dio un empujón.

—Sos un asco.

Manuel pegó sus cuerpos, quedando completamente unidos otra vez. Lo abrazó por la cintura, y Lautaro apoyó su cara en su cuello.

—Nos vamos a tener que bañar —murmuró el rubio, aunque la sensación era bastante agradable.

—Mañana.

El corazón de Lautaro latía con ferocidad. Seguía sin creer que todo esto era real.

—Ni un día te duró el discurso de que no me ibas a coger —soltó Manuel, riendo.

Lautaro le mordió el cuello como respuesta. Manuel gimoteó, alejándose.

—¡No me muerdas! No ves que me calienta.

El rubio bajó la mirada a la entrepierna de su amigo.

—Sos bastante pajero —observó.

Manuel se rio, y luego volvió a besarlo apasionadamente. La noche se prolongó por horas y terminaron de conocer el cuerpo del otro en su totalidad.

***

Cuando Lautaro despertó en los brazos de Manuel, sintió un gran alivio. Nada de esto había sido un sueño.

El mayor ya estaba despierto hacía rato, mirando a su amigo dormir.

—Hablas dormido, ¿sabías? —fue lo primero que le dijo, sonriente. Lautaro frunció el ceño.

—Mentira.

—De verdad. Como que murmuras cosas y te reís.

El rubio se apartó ligeramente para verlo a la cara.

—¿En serio? —Manuel asintió — ¿Y te dio miedo?

—¿Cómo me va a dar miedo? —respondió, riendo.

Escucharon un ruido en la cocina.

—El Baulo —murmuró Manuel.

Con mucho esfuerzo, se separaron. El cuerpo de Lautaro le dolía, se sentía exhausto.

—Ahora sí hay que bañarnos —se quejó.

Manuel levantó la sábana que los cubría, exponiendo sus cuerpos desnudos. Lautaro se ruborizó, avergonzado. Manuel le dirigió una mirada entre divertida y lujuriosa.

—No digas nada —lo frenó Lautaro, viendo las intenciones de su amigo.

—¡No iba a decir nada!

—Sí, sí. Alguna pajereada ibas a largar.

Manuel hizo puchero, fingiendo estar ofendido.

—Por quién me tomás.

—Vamos —dijo Lautaro, levantándose de la cama —. Tenemos que hablar con Santi antes de que nos descubra así.

Se bañaron juntos en el baño de Manuel, sin dejar de sonreír. Trataban de mantenerse callados, para no molestar ni alertar a Santiago. De vez en cuando se daban besos, que los hacían sonrojar y reír como unos tontos. Se sentían completamente borrachos de amor.

Al salir de la habitación, Santiago los examinó, sentado en el comedor. Sus amigos estaban ambos mojados, y Lautaro llevaba puesta toda ropa de Manuel. Iban agarrados de la mano.

—Ustedes dos garcharon —llegó a la conclusión Bauleti, luego de una rápida inspección.

—¿No? —dijo Lautaro, soltando la mano de Manuel.

—No soy pelotudo yo. Encima se bañaron juntos, tarados. Son más obvios.

Manuel sonrió, con su cara ardiendo. Se acercó a la mesa y empezó a juguetear con un vaso de agua.

—No garchamos —mintió Lautaro. El pelinegro alzó una ceja, divertido.

—Como digan —soltó Santiago, ofendido.

Manuel le advirtió a Lautaro, con los ojos, que su amigo comenzaba a enojarse.

El rubio tomó mucho aire y dijo con voz muy bajita:

—Si garchamos.

Bauleti, emocionado, aplaudió y rio.

—¡Yo sabía! ¡Vamos, carajo!

Lo miraron, sorprendidos.

—Es que apostamos con Balza si iban a oficializar de verdad o no... Y gané —explicó.

—¿Te parece andar apostando eso? —preguntó Manuel, sonriendo.

—Sí, cualquiera —exclamó Lautaro.

Santiago se encogió de hombros.

—Los tengo que aguantar chamuyándose todo el tiempo. Algo tengo que ganar.

Lautaro se acercó a la mesa, apoyando el costado de su cadera contra la de Manuel.

—¿Son novios de verdad ahora? —quiso saber Bauleti.

—No —soltaron al mismo tiempo.

—¿Por?

Lautaro miró fugazmente a Manuel. Habían aceptado que querían estar juntos, sí. Pero, ¿estaban enamorados? ¿No estaba pasando todo muy rápido?

—No hablamos de eso todavía —dijo Manuel, frunciendo el ceño.

El rubio desvió la mirada, incómodo. Si tenían esa charla ahora, no sabría qué decir. Esperaba que Manuel le diera tiempo para pensar en qué quería hacer.

—Bueno —aceptó Santiago, sin indagar más en el tema —. Algo hay que hacer con lo de Coker. Nos invitó a su stream a la noche.

Manuel apretó los puños, comenzando a enojarse. Coker lograba sacarlo totalmente de quicio.

—Ese pelotudo.

—¿Hay que ir sí o sí? —preguntó Lautaro.

—Y sí. Si no vamos, va a empezar a decir más pelotudeces —contestó Santiago, con pereza.

—Qué paja —dijo el rubio. Rozó el puño de Manuel con los dedos, logrando que este lo afloje enseguida.

—¿Qué van a hacer con LAM?

Lautaro bajó la mirada, le avergonzaba hablar sobre su reacción de ayer.

—No vamos a ir. Ya le avisé a Ángel —avisó Manuel, relajando su voz. Luego, dijo:— Me clavó el visto.

Los tres se rieron. Santiago señaló que hacían una linda pareja, y se quejó de que él no conseguía novia aún. Charlaron un rato más, pasando un buen momento hasta la noche.

***

—¿Qué hacemos acá? —susurró Manuel. Lautaro le apretó la mano como respuesta.

Golpearon la puerta de la casa de Coker, incómodos. Antes, eran muy buenos amigos, pero con el tiempo, Mathias había empezado con ciertos comentarios y comportamientos raros, que demostraban celos y envidia de los logros de los Mernosketti.

—Hola, chicos. ¿Cómo están? —saludó Juli, sonriendo. Ella les caía bien.

—Hola, amiga —contestó Bauleti.

Los hizo ingresar y vieron a Mathias sentado frente a los equipos, preparando las cosas. Al verlos, sonrió falsamente.

—¡Miren quiénes llegaron! La pareja del año y el perro.

Manuel soltó la mano de Lautaro, y dio un paso al frente, con el ceño fruncido.

—No te pases —advirtió.

—Cálmense, recién llegan —dijo Juli, retando a su novio con un gesto.

—¡Es un chiste, Manuel! Si tanto te molesta debe ser por algo.

—Me molesta porque nos estás rompiendo mucho las bolas, y no sé si es porque sos un homofóbico de mierda o un envidoso de mierda. Capaz que sos los dos —soltó, sin poder controlar sus palabras. Coker lo miró, sorprendido.

—Tranquilos, eu. No pasemos un stream de mierda —pidió Santiago.

Lautaro observaba toda la situación con una sonrisa en la cara. Ver a Manuel enojado y tratando mal a Coker le causaba un cosquilleo inexplicable en todo su cuerpo.

—No me gusta que ganen fama basados en una mentira. No es justo ni tampoco digno. Encima haciéndose los putos, dan un asco —habló Mathias, levantándose de donde estaba sentado.

Manuel rio, sin gracia.

—¿De qué mentira hablás, imbécil? ¿No te entra en la cabeza que es todo real?

—¿Real? Hace menos de dos semanas vi cómo le manoseabas el culo a una piba en frente mío. ¿Qué me estás contando, Manuel? Y me venís a decir que te gusta el virgo de Moski. ¿Moski justo, amigo? Si vas a estar con hombres, por lo menos buscate uno de verdad.

Aquello enloqueció a Manuel, dio un paso hacía él, apretando los puños hasta casi sangrar.

—Volvés a hablar así de Lautaro y no la contas, imbécil —escupió.

Coker alzó las manos, rendido.

—Sigan mintiendo, van a ver cómo les va a salir el tiro por la culata.

—¿Qué amenazás, pelotudo? — Manuel lo tomó de la remera.

Lautaro y Santiago intervinieron, separándolos.

—Bueno, basta —habló el rubio.

—No vamos a poder stremear así —soltó Bauleti.

—Me chupa un huevo el stream. Vámonos —pidió el pelinegro.

Coker se rio.

—Ven que son unos cagones.

Manuel se liberó del agarre de sus amigos y le encestó un golpe en la cara a Mathias. Todos se quedaron boquiabiertos. Coker se abalanzó encima de él e intentó pegarle, pero no pudo.

—¡Basta! —gritó Juli.

Manuel se alejó y le lanzó una mirada furiosa a su contrincante.

—No vuelvas a hablar más de mí ni de ninguno de ellos —señaló a Lautaro y Santiago —. Acá se cortó todo.

Abrió la puerta de la casa, alejándose enojado y soltando insultos. Lautaro y Santiago iban detrás de él, trataban de seguirle el ritmo.

—Pará, Manu. ¿Estás loco? ¿Cómo le vas a pegar así? —decía Lautaro, mientras Bauleti se reía.

—Fue increíble, hermano. Se lo merecía.

Se subieron los tres al auto, en silencio. Manuel tomó el volante con fuerza,

—Me re calenté —exclamó, como si recién cayera en cuenta de sus acciones.

—Un poquito —dijo Bauleti, divertido.

Lautaro no dejaba de mirar a Manuel, asombrado. Que su amigo se enojara con facilidad no era nada nuevo, pero que reaccionara con violencia, sí. No sabía qué pensar.

—Que se vaya a cagar. ¿Para qué lo queremos? —dijo Manuel, arrancando el auto.

—Se va a armar un quilombo —pensó Santiago, en voz alta.

***

Al llegar a su departamento, Lautaro se metió rápidamente en su habitación. Tenía muchas cosas en las que meditar.

—¿Qué le pasa a este? —preguntó Santiago. Manuel se encogió de hombros, sin entender.

Luego de darle una hora de reflexión, golpeó su puerta. Al no recibir respuesta, ingresó. Lautaro se encontraba acostado en su cama, leyendo.

—¿Qué pasa, Lauti? —quiso saber Manuel, parándose al costado de él.

Este levantó la mirada, sus ojos reflejaban indiferencia.

—¿Qué pasa? ¿Te parece bien reaccionar así? —contestó, en voz baja y tranquila.

Manuel se masajeó la frente, confundido.

—¿Estás enojado por eso? ¿Porque nos defendí?

—Le pegaste, Manuel. Le pegaste una piña.

—¿Vos escuchaste lo que dijo de nosotros? ¿Que somos unos putos que dan asco? ¿Él puede andar diciendo eso sin que nosotros hagamos nada? Yo no soy un cagón, Lautaro. Yo no me quedo callado cuando me atacan.

Lautaro soltó el libro, comenzando a enojarse por el tono que estaba usando Manuel.

—Podés defenderte, sí. Pero te pasaste. Te dijo puto, nada más. ¿Le vas a ir pegando a todos los que nos critican?

—Si puedo, sí —contestó Manuel, alzando más su voz.

Lautaro se sentó en la cama, molesto.

—¿Tanto te molesta que te digan puto? ¿Tanto te duele? ¿Tanto te afecta?

Manuel puso los ojos en blanco, harto.

—¡Me chupa un huevo ser o no ser gay, Lautaro! ¡Lo que me molesta es que nos miren con asco! ¡Que digan pelotudeces de nosotros! ¿No entendés? ¿No entendés que no nos merecemos eso?

El pecho de Manuel subía y bajaba, y Lautaro sólo podía pensar en extender su mano y sentir los latidos de su corazón.

—Vos sabés cómo es Coker —siguió hablando el pelinegro, suavizando su voz —. Es un homofóbico de mierda y nunca nos iba a dejar en paz. No voy a dejar que él ni nadie hable así de nosotros, Lauti. Y si te vas a enojar por eso, hacelo. Yo no me siento avergonzado de ser quien soy, ni de estar con vos.

Lautaro lo miró fijamente, sintiendo las lágrimas formarse en sus ojos.

—Yo tampoco me siento avergonzado —dijo, casi temblando. En ese momento, supo que era una mentira. Manuel también lo notó.

—Por más que pienses que sí nos merecemos que nos miren con asco... Por más que tus papás te digan lo que te digan... Te puedo jurar que nadie, además de vos o de mí, debería meterse en lo que sentimos.

Lautaro se levantó de la cama, usando la poca fuerza que le quedaba en el cuerpo.

—¿Y qué sentís? —quiso saber.

Manuel tenía una mirada tan intensa, que Lautaro sentía que le iba a derretir hasta los huesos.

—Yo te amo, Lauti.

Lautaro desvió la vista, defraudado.

—Yo también te amo, pero no es lo que te pregunté.

Manuel inhaló profundamente. Tenía a Lautaro ahí, pidiéndole que le dijera qué sentía, y era muy difícil. Esa era una pregunta que ni se había respondido a sí mismo. ¿Estaba enamorado? Lo que sentía por Lautaro jamás lo había sentido por alguien más, de eso estaba seguro. Hasta, incluso, pensaba que el rubio era su alma gemela. Y si eso era estar enamorado, entonces lo admitiría. Porque la forma en que deseaba a Lautaro, la forma en que lo miraba y lo tocaba, la forma en que su corazón respondía ante él, eran suficientes señales de que era amor. Quizás era mucho más que eso, un sentimiento aún más fuerte que no tenía palabras para expresarse.

—Estoy enamorado de vos —dijo, su voz sonando más segura que nunca. Lautaro abrió mucho los ojos —. Quiero estar con vos. Quiero esto... lo que tenemos, para siempre. Te amo, Lauti, más de lo que pensaba. Más de lo que pensé que era capaz. Más de lo que vos crees.

Ambos estaban llorando ante aquello. ¿Cómo habían llegado hasta ahí? ¿Cómo habían pasado tanto tiempo frente a frente sin notarlo? Todo el amor que se tenían, ¿cómo no lo habían visto?

—Yo también estoy enamorado de vos —confesó Lautaro, venciendo cualquier miedo que sentía. Callando aquellas voces que le decían que esto estaba mal, que los iban a juzgar toda la vida, que nadie, ni siquiera su propia familia, los iba a aceptar. Porque todos lo habían aceptado ya, sólo faltaba él. Porque todos los que no lo habían aceptado, sólo eran tristes personas incapaces de experimentar ni un tercio del amor que ellos sentían.

Manuel sonrió y acarició la mejilla de Lautaro con su mano temblorosa.

—¿Cómo sabés que no es toda una confusión? ¿Que no te vas a arrepentir de esto mañana? —preguntó el rubio, tratando de matar la última inseguridad que le quedaba.

—Nunca estuve tan seguro de algo en toda mi vida —dijo Manuel, cortando la distancia para besarlo. Y eso era más que suficiente, Manuel lo era todo. Todo lo que había soñado y deseado, y más.

***

Comenzaron a ser oficialmente novios dos semanas después de comenzar a ser novios falsos. Todo se sentía muy nuevo.

—Tenés que dejar de seguir a todas tus amigas —le dijo Lautaro, mientras almorzaban. Manuel lo miró, curioso.

—¿Sí? ¿Todas?

El rubio asintió, metiéndose un gran bocado en la boca. La carne de su plato estaba casi cruda, y eso, en vez de darle asco como antes, Manuel lo agregó a la lista de cosas que le gustaban y asombraban de Lautaro a la vez.

—A la Fiore esa, bloqueala —ordenó, con la boca llena. Manuel sólo sonrió, negando con la cabeza. Este chico lo iba a matar de amor en algún momento.

—La bloqueé el mismo día de la previa —confesó. Lautaro abrió mucho los ojos, no se lo esperaba.

—Te tiró onda, yo la vi. Casi la mato —apretó el tenedor con fuerza al recordarlo —. Casi te mato a vos, pero safaste.

—¡No la dejé ni tocarme! ¡Apenas me tocó la mano salí corriendo!

Lautaro se rio, había visto toda la secuencia esa noche.

—Ella te tuvo que haber bloqueado a vos. Bastante virgo —dijo, burlándose de su novio.

Manuel lo pateó por debajo de la mesa, y Lautaro gruñó, arrugando la nariz.

—Soy fiel, no virgo.

—Podés ser las dos cosas a la vez.

El celular de Manuel los interrumpió.

—Es Balza. Dice que en un rato viene para ver cómo seguimos con el plan.

Lautaro sonrió de lado, malicioso.

—Vamos a sorprenderlo cuando venga —dijo.

—¿Qué hacemos? —preguntó Manuel, muriéndose de ternura por la cara de Lautaro.

—Nos chapamos en frente de él o algo así, así se queda re confundido —planeó.

Manuel alzó una ceja, travieso.

—Me parece que vos sólo me querés chapar y no sabés cómo pedirlo.

—¡Qué asco! ¡Ni loco! —exclamó Lautaro, riendo.

Manuel se levantó de la silla, tirándose encima de su novio.

—¿Cómo que asco? ¿Cómo que asco? —preguntaba, haciéndole cosquillas mientras Lautaro soltaba carcajadas. Manuel empezó a dejarle besos por toda la cara.

—¡Salí!

El pelinegro lo soltó, ambos estaban rojos.

—Tarado —dijo, volviendo a su lugar.

Lautaro ladró y aulló. Manuel jamás podría entender cómo alguien podía ser tan hermoso. Ladró en respuesta.

—¡Dios mío! Soy el soldado más fuerte —dijo Santiago, ingresando a la cocina.

Sus amigos siguieron ladrando.

***

No se besaron en frente de Balza, les daba un poco de vergüenza. Aún así, cuando este entró a la casa, se los encontró tomados de la mano.

—¿De qué me perdí? —preguntó, sorprendido.

—Si yo te contara —respondió Bauleti.

Manuel y Lautaro se miraron, sonrientes.

—Estamos de novios —dijo el rubio, quien se veía radiante.

—La puta madre —murmuró Balza. Buscó la billetera en su bolsillo y tomó un billete de veinte mil, que se lo extendió a Bauleti —. No duraron nada, hijos de puta.

Santiago festejó, guardándose la plata.

—No puedo creer que apostaron —dijo Manuel.

—Si son más obvios ustedes dos. Faltaba que activen nomás —contestó Santiago y Balza le dio la razón.

—Cuando el Baulo me dijo que querían fingir ser novios yo le dije: estos dos en una semana o garchan o se matan entre ellos.

—Buenísima la opción que elegiste, Santiago. Para nada morbosa —señaló Manuel. Lautaro le dio un golpe en el hombro por usar esa palabra.

Bauleti se encogió de hombros en respuesta.

—¿Qué van a hacer con el romance falso? —quiso saber Balza.

—Nada, ¿qué vamos a hacer? —habló el pelinegro—. Seguimos siendo novios, pero de verdad.

—Y sin exponernos tanto. No somos una pareja que va a LAM ni a ningún lado para hablar sobre nosotros —agregó Lautaro.

Balza asintió y les dirigió una sonrisa.

—Me alegro por ustedes, chicos —dijo, abrazándolos. Santiago se sumó al abrazo, contento.

—Ahora búsquenme una novia falsa a mí, a ver si me pasa esto —pidió.

***

Un mes después, fueron invitados a los Martín Fierro Digital. La feliz pareja aprovechó para ir combinados.

—¡Estás hermoso, mi amor! —exclamó Manuel, sonriente, viendo a Lautaro ya cambiado. El rubio, con su traje completamente blanco, se sonrojó.

—Vos también —contestó, tímidamente. Manuel se abalanzó sobre él y comenzó a besarlo. Los besos de su novio eran algo de lo que Lautaro jamás se podría cansar. La forma en que Manuel lo besaba, intentando fundirse en él, lo derretía por completo.

Cuando se separaron, los ojos de ambos brillaban. El traje de Manuel era negro, siendo opuesto complementario al de Lautaro. Ante los ojos del rubio, nadie lucía mejor el color negro que su novio.

—Muy lindo —dijo el más bajo, sonriendo. Volvió a darle un beso, sin poder contenerse. Manuel lo apretó contra su cuerpo, envolviéndolo con los brazos. Lautaro sería capaz de no asistir a los Martin Fierro para quedarse besándose con su novio por horas.

—¿Salimos? —gritó Baulo, desde la sala. Se separaron con mucho esfuerzo, Lautaro le hizo un puchero que expresaba su tristeza.

Manuel le dio un corto pico en los labios, dejando al rubio flotando de felicidad, y salieron de la habitación.

***

Muchas cámaras apuntaban sobre ellos mientras los tres sonreían ampliamente.

Santiago los dejó solos mientras se tomaba fotos individuales, y los camarógrafos empezaron a gritarles que posen en pareja.

Manuel le deslizó un brazo por la cintura, acercándolo a él. Y aunque llevaban siendo novios hacia un tiempo, esa acción seguía poniendo nervioso a Lautaro. Sintió su cara arder y Manuel se rio al notarlo.

—Tranquilo, amor —dijo, bajando su mano a la parte más baja de su espalda y guiñándole un ojo. Lautaro se tensó y decidió que si Manuel lo hacía apropósito para causarle nervios, él haría lo mismo.

Se puso de puntitas de pie, sonriendo a la cámara, y besó la mejilla de Manuel. Sintió, bajo sus labios, cómo empezaba a ponerse caliente la piel de su novio.

Al separarse, todos vitoreaban y Santiago aplaudía. La expresión de sorpresa y nerviosismo de Manuel logró hacer reír a Lautaro. La cara del tatuado estaba completamente roja.

—¿Qué pasa mi amor? —dijo suavemente el más bajo, batiendo sus pestañas.

—Te voy a matar —susurró el pelinegro.

***

Volvieron a su casa sin ganar ningún premio, pero riendo a más no poder. Habían dejado a Santiago en la casa de una chica con la que se venía hablando, así que tenían el departamento para ellos solos.

Manuel lo acorraló contra la puerta apenas entraron, apresurándose para sacarle el saco y desabrocharle la camisa.

—Desesperado —le dijo Lautaro, riendo. Sus manos buscaron el pantalón de su novio, casi arrancando el botón que lo cerraba.

—Hijo de puta. Me diste un beso apropósito ahí —escupió Manuel, poseído por la calentura. El cuerpo entero de Lautaro tembló de excitación, mientras las manos del pelinegro recorrían su torso y acariciaban sus pezones.

—Sí, ¿y? ¿Qué pasa? ¿Te calentó? —se burló el rubio, mientras su mano se metía por dentro del bóxer de Manuel.

—Ya sabés que sí —contestó, atrapando sus labios con los suyos.

La ropa fue quedando por el piso, mientras iban camino a la habitación que compartían desde que habían comenzado a salir.

Manuel lo alzó en el aire, tomándolo por los muslos y se desmoronaron en la cama.

—Te amo —dijo el pelinegro en su boca, mientras le bajaba los calzoncillos.

—Mhmm —gimió Lautaro, sin poder formular palabras por la mano de su novio atendiendo su erección.

Volvieron a besarse, mezclando sus lenguas apasionadamente. Lautaro se separó, tomando a Manuel de la cara para que lo viera a los ojos.

—Te amo más —su voz salió firme, aunque todo su cuerpo temblaba. La mirada de Manuel oscureció por el deseo, y comenzó a lamer y morder su cuello.

—Sos mío, Lauti.

Lautaro sonrió y unió sus bocas nuevamente, recorriendo la piel cálida de la espalda de Manuel con sus manos. Todo era increíblemente cálido con Manuel a su lado. Susurró un "sí" y un "vos sos mío" y siguió besándolo. Siempre seguiría besándolo.

Notes:

cabe aclarar q hay cosas q no tengo ni idea de cómo funcionan en el mundo del streaming (MUCHO MENOS LA PARTE DE NADIE DICE NADA, NI SIQUIERA SABÍA LA PERSONALIDAD DE CADA UNO DE LOS Q ESTABAN AHI) y una vez leí un fic de coker siendo el villano y me quedé con q es el malo de la historia así q lo volví mi villano también.
si les gustó comenten, gracias por llegar hasta acá 🥺🥺🥺☹️☹️💗