Chapter 1: Capítulo 1: Prólogo
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El Reino de Kupa Keep era, técnicamente, la tierra natal de Craig.
Al fin y al cabo, había nacido allí. No es que hubiera tenido mucha elección en eso.
“Hay muchos lugares peores para vivir, ¿sabes?” decía su padre al llegar a casa tras una jornada de trabajo en los campos. Tras dejar el arado, se agachaba para pasar por la ancha puerta de madera y limpiaba el sudor y tierra de su frente.
Craig nunca respondía a esos comentarios. ¿Por qué lo haría? No tenía idea de cómo era el resto de Zaron para comparar. El Alto Reino de los Elfos, el Reino del Sur, los Elfos Drow—para él bien podrían ser palabras inventadas.
A decir verdad, Kupa por sí sola también era una palabra bastante vacía para él. Claro, reconocía que estaba ligado a ella, pero este hecho no afectaba demasiado su vida cotidiana. ¿Y qué si Kupa era uno de los reinos más grandes y poderosos? ¿Y qué si su capital era una gran ciudad? Él estaba destinado a vivir toda su vida en una pequeña aldea campesina a kilómetros y kilómetros de distancia de todo aquello. Vamos, que, a pesar de ser un “reino”, no podría reconocer ni al Rey ni al Gran Mago aunque se le plantaran en frente y lo golpearan. Para él, no eran nadie.
“¡No digas esas cosas!” lo regañaría su madre cuando señalaba ese hecho. Sacaba la cuchara de la olla en medio de la casa y la apuntaba hacia él, mientras la sopa goteaba sobre el suelo de tierra. “Como ciudadanos, estamos obligados a servirles. No mostrarles el respeto que se merecen es un acto de traición.”
Sus estrictas palabras nunca concordaban con su expresión. Sus ojos se entrecerraban no para reprenderlo, sino como si le estuviera advirtiendo. A Craig no le importaba. De acuerdo, Kupa era su hogar. Le profesaba su lealtad, aunque fuera por inercia. Eso no cambiaba el hecho de que Kupa City, donde vivía la realeza, le pareciera un mundo completamente ajeno. Tal vez precisamente por eso se permitía ser tan ambivalente.
“¡Cuéntanos una historia!” suplicaba Tricia. Siempre se lo pedía a su madre cuando ya era tarde, justo antes de que la llama del hogar terminara de apagarse.
“¿No estás ya un poco grande para esas historias?” preguntó Craig.
“Oh, Craig, de pequeño siempre solías amar mis historias,” dijo su madre, sentándose en la cama de paja que los hermanos tenían que compartir.
“Sí, cuando era un niño,” respondió. Ya estaba muy grande para eso. Tricia ya estaba muy grande para eso. No necesitaban oír historias sobre tierras lejanas y princesas. Todo lo que hacían era llenarle la cabeza a Tricia con ideas. Se suponía que era quien debía trabajar en el campo en ese momento, no fingir que los espantapájaros eran 2 princesas de Kupa.
“Nunca se es demasiado viejo para historias, Craig,” dijo su madre, tocándole la nariz. Él arrugó la cara.
“¡Craig es un aguafiestas!”
“Oh, solo ignóralo. ¿De qué quieres escuchar, cariño?”
“¡De elfos!” dijo ella. Incluso con la luz tenue, Craig pudo ver cómo sus ojos azules brillaban. “¡Cuéntanos sobre la vez que conociste a uno!”
Su madre rio. “Está bien. Aunque no sé si conocer es la palabra correcta. Pero sí, hace años los elfos a veces venían a Kupa City para eventos especiales. Unos cuantos lo hicieron para la boda real.”
“Estuviste allí, ¿verdad?” preguntó Tricia, demasiado entusiasmada. Era una pregunta cuya respuesta ya conocía. Había obligado a su madre a contarles esa historia incontables veces.
“Sí, estuve allí,” dijo mientras sujetaba el colgante de feldespato que siempre llevaba alrededor de su cuello. Sonrió, pero su mirada parecía distante, casi triste. “Fue maravilloso. Kupa City es 10 veces más grande que Sundorham. Y, a pesar de su tamaño, todo estaba decorado. La fortaleza de piedra rodeando la ciudad, cada tienda y cada casa… todo. Gente de todo Kupa estaba allí, vestida con sus mejores galas. Incluyendo a algunos elfos.”
“¿Usaron su magia? Un bardo me dijo que todos la hacen.”
“No, querida. Estaban alrededor del Gran Mago, después de todo. Sabían que era mejor no tentar a la suerte.”
“Bueno, ¡igual suena divertido! ¡Yo quiero ir a una boda o baile real!”
Su madre le despeinó el cabello sucio a Tricia. “Desearía poder llevarte.” Observó a Craig. “A ambos.”
“Yo paso,” dijo, recostándose en la cama. El heno le pinchaba y sintió como un insecto le trepaba por la pierna, pero no le importó. Quería paz y silencio para poder dormirse.
Quizás las historias dejaron de interesarle porque su vida en Sundorham no le molestaba. Claro, la vida en el campo no era fácil. Claro, era ajetreada y “aburrida” según la mayoría. Pero lo aburrido estaba bien. Tenían lo suficiente. Había una posada con una taberna en la que a él apenas le interesaba. También tenían un pequeño puesto donde los mercaderes ambulantes intercambiaban sus mercancías y que a veces disfrutaba. De todos modos, pasaba la mayor parte de sus horas trabajando en el campo. Era su rutina. Ya se había acostumbrado a eso.
Oía a su padre refunfuñar en voz baja con su madre sobre lo injusto que era que la mayor parte de las tierras de cultivo ni siquiera fueran propias. Sobre cómo la nobleza ociosa de la ciudad debería cultivar sus propios alimentos y dejarlos en paz. Por supuesto, solo lo hacía cuando creía que Craig estaba fuera de alcance. Si sabía que podía oírlo, no tenía más que elogios.
Con o sin quejas, su padre se levantaba al amanecer cada día. Craig lo observaba mientras se ponía meticulosamente la ropa adecuada y reunía sus herramientas para arar la tierra. Siempre comprobaba que tenía las semillas correctas, que el arado estuviera firme y cualquier otra cosa que podría necesitar para el día que tenía por delante estuviera lista. Craig observaba atentamente porque sabía que algún día ese sería él, tal y como había sucedido en su familia por generaciones.
Su madre se alistaba para salir casi a la misma hora. Se alisaba la saya y se recogía el cabello con elegancia. Otras mujeres de la aldea se trenzaban y recogían el pelo de manera desigual, dejando varios mechones sueltos al viento. Ella no. Se acomodaba una y otra vez su cabello rubio dorado para asegurarse de que cada mechón estuviera en su sitio. Eso no significaba que se mantuviera así todo el día: como también trabajaba en el campo, al anochecer lo tenía tan sucio y desaliñado como cualquiera.
“Craig, Tricia, ya es hora de que se vayan,” les dijo.
“Ya voy, ya voy,” se quejó Tricia, pasándose los dedos por su enmarañado rubio rojizo. Bajo la luz del día, era claro que la chica había heredado la coloración de su padre, pero la belleza de su madre. Su descaro, sin embargo, era todo suyo.
“De todas formas, no es de mucha ayuda en el campo.”
“¡Craig!” lo regañó su madre. Él la ignoró. Tomó su bolsa de semillas de la pequeña mesa de madera y se la amarró al cinturón para salir.
Era un día soleado, como solía ser en esa época del año. No le entusiasmaba pararse bajo el sol todo el día, pero mientras los adultos araban y labraban la tierra, a él le tocaba ayudar a plantar las semillas. Siendo alguien tan joven, si viviera en la ciudad quizás pasaría sus días estudiando. Como un siervo campesino, se esperaba que trabajara. Incluso si no era estrictamente necesario para la supervivencia de la aldea, la educación para la gente como él estaba terminantemente prohibida.
En cierto modo, le daba igual. Su madre le enseñó a él y a su hermana a leer en secreto, deletreando palabras en la tierra con un palo.
“¡Buenos días, Craig!” llamó una voz. Clyde, su mejor amigo. Aunque, siendo sinceros, era su único amigo. Se abrió paso entre 2 campesinos que estaban de paso, casi derramando las semillas de su propia bolsa en el proceso.
“Hola.”
“Qué calor, ¿eh?” preguntó Clyde mientras los dos empezaban a caminar hacia los cultivos. Eran enormes, empequeñeciendo la aldea.
“Podría ser peor.”
“Supongo que sí,” dijo Clyde. Levantó el pestillo de la pequeña puerta de madera de la empalizada que rodeaba la aldea. “Aunque la verdad me da ganas de volver a la costa.”
“Culpa a tu papá. Él es el que te dejó atrapado aquí,” dijo Craig, sosteniendo la puerta de la valla mientras la atravesaba. Ya había bastantes aldeanos trabajando, con caballos y arados que iban y venían, surcando la tierra en hileras. Aún era temprano; debían de haberse levantado antes del amanecer.
“Bueno, ya sabes cómo es,” dijo Clyde, haciendo girar su bolsa en círculos. Unas cuantas se cayeron en el proceso, para disgusto de Craig. “Esto es mucho más estable.”
“Claro.”
“Pero, ¿sabes? Eso no importa,” dijo Clyde. Tiró de la cuerda de su bolsa con firmeza, asegurándola. “Todo esto es temporal para mí, de todos modos. Voy a salir de aquí algún día. Volveré al océano. Oye, quizás hasta me vuelva un pirata.”
“Estás loco,” dijo Craig, golpeando a su amigo en la cabeza con su propia bolsa de semillas.
“¡Hablo en serio! ¡Ya verás! ¡Me voy a comer el mundo!” Una sonrisa se dibujó en el rostro redondo de Clyde. “¡A lo mejor te me unirás!”
“¿Y que me arresten los caballeros?” preguntó Craig, arqueando una ceja. “Mi hermana y tú necesitan un buen chequeo de realidad. No puedes simplemente ir a donde te dé la gana. Sé que creciste como un mercader ambulante libre y todo eso, pero ahora eres un siervo. Actúa como tal.”
“¿Alguna vez te relajas?”
"¿Te refieres a dejar de ser realista?” replicó Craig, yendo al punto donde se suponía tenían que empezar a plantar. “¿Ves la tierra de allí? No es nuestra. Es de la nobleza. Nos necesitan para que les produzcamos comida. Ellos nos dan caballeros para protegernos de los elfos, los bárbaros y de cualquier otro horrendo grupo que ande por ahí. Para que todo eso funcione, tenemos que convertirnos en propiedad de la tierra. No podemos irnos.”
“Pienso que quiero hacer lo que yo quiera. No lo que Kupa Keep me diga que puedo o no hacer,” se mofó Clyde.
Craig empezó a plantar semillas. Clyde no era la persona más lista que conocía, ni la más atractiva, ni la más fuerte ni… nada en realidad. De hecho, casi todo en él evocaba una sola palabra—promedio. En lo único en lo que no era promedio era en ser un completo idiota.
“De todos modos, ¿por qué odias Kupa?”, preguntó Craig. “No veo ninguna buena razón para hacerlo. Se quedan con una parte de nuestras cosechas, seguro, pero siempre tenemos más que suficiente. Entiendo que el Rey es un idiota borracho, pero nada de eso ha afectado mi vida para mal, así que no veo porque te debería, ya sabes… importar.”
Clyde dejó de moverse, dejando que las semillas cayeran lánguidamente al suelo. “¿Quieres que haga una lista?” preguntó en una voz apenas audible.
“La verdad, no mucho.”
“Entonces no hablemos de eso.”
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“¿Quieres venir conmigo a la posada esta noche, cuando terminemos de trabajar?” preguntó Tricia una mañana mientras desenterraban patatas. O, mejor dicho, mientras él lo hacía—ella, realmente, solo miraba. Era finales de otoño y se temía que las heladas fueran inminentes, pero a ella no parecía importarle asegurarse de que todas las patatas estuvieran fuera de la tierra para entonces.
“No realmente.”
No lo dijo por no querer pasar tiempo con su hermana. Podía ser molesta, nunca sabía cuando callarse, pero, en lo que a hermanos se refiere, le resultaba agradable tenerla cerca. Era una chica con buenas intenciones que podía ser divertida cuando se lo proponía, haciendo que las comisuras de sus labios se curvaran en una casi sonrisa.
Sin embargo, últimamente, ella pasaba la mayor parte de su tiempo en dicha posada en lugar de en los campos. Craig pensaba que estaba perdiendo el tiempo allí, hablando con ebrios y transeúntes, pero sus padres lo permitían. Decían que, si llegaba a convertirse en posadera, esa sería una profesión respetable para ella.
Por supuesto, ser posadera no era su objetivo. Albergaba la esperanza de que algún día un mercader, bardo o incluso un príncipe que pasara por allí se fijara en ella y la apreciaría lo suficiente como para arriesgarlo todo y llevársela consigo. Eso nunca pasaría. A nadie le importaban tanto las muchachas campesinas pobres, y cualquiera que se les acercara probablemente sería una mala noticia.
“Bueno, ahora hay un bardo muy bueno allí. Buena música, buenas historias. Se irá mañana en la mañana, así que quizá deberías venir. Puedes traer a Clyde, también.”
“A diferencia de ti, que solo estás ahí parada, estoy bastante seguro de que voy a estar agotado para cuando terminemos.” El punto de que estuviera en el campo era para ayudar a su hermano con la cosecha, y, aun así, se la pasaba sentada, charlando, haciendo solo lo mínimo indispensable mientras divagaba sobre algún bardo.
“Bueno, bueno,” respondió Tricia, mirando al suelo sin muchas ganas. “Pero en realidad hay algo más. Él sabe cosas. Incluso de los altos mandos de Kupa, si me entiendes.”
“¿Y?”
“Pues,” dijo ella, gesticulando con los brazos para darle dramatismo, olvidando que iba a fingir que trabajaba. “Eso quiere decir que compartió unos cuantos rumores. Al parecer, se dice que el Alto Reino de los Elfos va a declarar la guerra en cualquier momento.”
“¿En esta época del año?” preguntó Craig, desinteresado. Casi ni se molestó en responder a semejante ridiculez. Consiguió arrancar una patata de la tierra. Estaba podrida. Muchas lo estaban este año. Suspiró y la arrojó a un lado.
“Al parecer, el Rey Stuart está en su lecho de muerte,” dijo ella, alzando un dedo dramáticamente. “Y con todo ese debate sobre si el Príncipe Kevin o la Princesa Kenny deberían heredar el trono… Si muere, podría estallar una guerra civil. La Gran Reina Elfa quiere aprovecharse de esa posible inestabilidad y—”
“Como sea,” dijo Craig, mientras seguía cavando con las manos. Su pala se había roto hace un tiempo y su familia no había podido permitirse comprarle otra. “Incluso si ese bardo no está mintiendo descaradamente—como suelen hacer los bardos, dicho sea de paso—¿a quién le importa? ¿Desde cuándo todo eso nos afecta en algo?”
“Nos afectará cuando lleguen los caballeros exigiendo el doble de nuestras cosechas para el esfuerzo bélico.”
“¿Y cuándo ha pasado eso? Siempre estamos en guerra,” dijo, sin dejar de cavar. Tenía una pequeña piedra clavada en el dedo que probablemente sangraba, pero sus manos estaban tan cubiertas de tierra y barro que no quiso intentar sacársela.
“El Alto Reino de los Elfos, con toda la magia en el mundo, no es precisamente lo mismo que alguna escaramuza bárbara cualquiera. Según el bardo, aparentemente también están molestos porque el Mago tiene la Vara de la Verdad. La quieren de vuelta.”
“Tricia, ya hemos hablado de esto. Si esa supuesta vara todopoderosa fuera real y se hubiera utilizado para terminar con el Reino Oscuro, no tiene sentido que el Mago no la haya usado contra los elfos. Deja de estar tan obsesionada con basura inventada y ayúdame con esto.”
“¡No es basura! ¡Es verdad!” protestó Tricia, haciendo un puchero. “Y la respuesta es que obviamente no puedes usar una vara élfica para acabar con los elfos. Pero aunque pudieras, ese es problema del Mago. ¡Los McCormick siempre lo han frenado! Y si no hay un gobernante fuerte que suceda al Rey Stuart, ¡es el momento perfecto para que él tome el control!”
“¿Me estás diciendo que un bardo te dijo todo esto?” preguntó Craig. Instintivamente se frotó la cara, fastidiado. Enseguida se arrepintió al darse cuenta de que se había restregado la suciedad de las manos por toda la cara. Usó la manga de su túnica, igualmente marrón, para limpiarse. Estaba bastante seguro de que eso no había servido de nada.
“¿Por qué no vas a hablar con él tú mismo? A lo mejor podrías aprender algo sí, como yo, en verdad le hablaras a los viajeros que pasan por aquí. Pero no, siempre tienes que fingir que el mundo de afuera no existe.”
“Perdona que no me entusiasme escuchar chismes de viajeros ebrios a quienes les gusta burlarse de niñas campesinas crédulas.”
No le gustaba insultar a su hermana, igual que con Clyde, nunca podía entender cómo ni por qué ella se pasaba la vida con la cabeza en las nubes. Por dónde se le mirara, era una chica joven, inteligente y ocurrente, pero también sumamente ingenua. Por más que le dijeran que se quedara dónde estaba, que agachara la cabeza y aceptara su vida como una chica campesina, ella se resistía.
Lo que Craig más temía era que, algún día, toda esa añoranza por el mundo exterior la metiera en serios problemas. Sus padres lo reprendían por “destrozar sus sueños”, pero él estaba convencido de que en verdad la estaba ayudando.
“¿Sabes qué? Si no me crees, solo espera a ver cuándo el reino envíe a sus lacayos aquí. Pregúntales si estamos en guerra,” ella dijo. Se puso de pie y cruzó los brazos. Era claro por su postura que estaba enfadada y que quería irse. Perfecto. A Craig no le importaba que se fuera. No estaba siendo de mucha ayuda, de todos modos. Quizás si ella se fuera, él podría ser incluso más productivo…
“Bien,” dijo él. “Al próximo caballero que vea, ¡le diré!”
“¡Bien!”
“Bien.”
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Resultó que Tricia tenía razón.
Un grupo considerable de caballeros residía habitualmente a las afueras de la aldea en su propio campamento privado. Si el Señor de Sundorham hubiera querido residir en las tierras que poseía, allí se habría levantado en su casa solariega. Pero, claro, alguien de ese estatus no iba a molestarse en vivir en una aldea remota y sin importancia, y en su lugar optó por la gran ciudad. En lugar de que esa posible mansión pasara a los habitantes del lugar, a estos se les prohibía de siquiera acercar y el sitio fue entregado a los caballeros en su lugar.
Solo unos pocos vivían allí, y nunca por mucho tiempo. Era un puesto de principiantes, principalmente pensado para hacer recados: recoger la parte de la cosecha que le correspondía al reino y entregarla donde hiciera falta. Pero, en aquel fatídico día, fueron más que unos pocos. Había, por lo menos, una docena.
Guerra, anunciaron.
En muchos pueblos, en tiempos de guerra los campesinos tenían que empuñar una espada y luchar en el campo de batalla. No en Sundorham. Tenía uno de los campos más grandes y fértiles de todo el reino, por lo que no podían permitirse que los agricultores abandonaran la tierra.
“Así que todos ustedes tendrán que duplicar—no triplicar sus esfuerzos,” dijo un caballero en el centro de la aldea. Se subió a una gran caja de madera para hacerse parecer más importante. Observaba a los aldeanos con una sonrisa en el rostro. Por supuesto, para alguien como él la guerra era una perspectiva emocionante.
Cuando la mirada del caballero se posó sobre la familia de Craig, su madre le sujetó el hombro con fuerza, tirando de él medio paso hacia atrás. Tricia probablemente necesitaba más ese apoyo que él. Adiós a sus declaraciones tan seguras y confiadas. La chica estaba temblando.
La acercó a él y le rodeó el hombro con el brazo, con suavidad.
“Todo estará bien,” le susurró. Ella no dijo nada mientras sujetaba con fuerza la tela sucia de la túnica de Craig entre los dedos.
“¿Triplicar? ¿Y cómo llaman a lo que ya estamos haciendo?” preguntó un aldeano, “Nos tienen trabajando del amanecer al atardecer 5 a 6 días a la semana.”
La sonrisa del caballero se ensanchó, dejando ver sus dientes amarillos. “Pues ahora serán 7. No habrá más días libres mientras estemos en guerra. Deben estar en los campos antes del amanecer y quedarse hasta después de la puesta del sol.”
La conmoción entre los aldeanos fue en aumento.
“¡No pueden hacer eso!”
“¡Eso es inhumano!”
“¡También tenemos nuestras propias vidas!”
Clyde y su padre estaban parados junto a la familia de Craig, El padre de Clyde tenía mala cara, y en cualquier otro momento Craig habría supuesto que estaba enfermo. Clyde, en cambio, como el bebé llorón que era, tenía los ojos vidriosos.
“Te dije que esto pasaría,” le dijo a su padre, secándose las lágrimas de sus ojos con los puños.
“Silencio, Clyde.”
Craig apenas pudo oír el resto de la reunión. El caballero hablaba con seguridad por encima de los aldeanos, como si no pudiera oírlos, pero eso, a su vez, hacía que le resultara imposible comprenderlo. Bien merecido. Cuando se bajó de la caja, los otros caballeros tuvieron que formar una barrera humana a su alrededor con sus pesadas armaduras de metal, protegiéndolo de la enfurecida multitud de campesinos.
A fin de cuentas, no había nada que pudiera hacer. ¿Cómo iban a hacerlo? La aldea era diminuta, e incluso en tiempos de guerra había suficientes caballeros en Kupa como para enviar a sofocar cualquier rebelión y duplicarlos en número. Ya había pasado antes. Los caballeros se aseguraban de que ese hecho no se olvidara.
Así que todo lo que los aldeanos podían hacer era seguir con su día e intentar disfrutar su último día de descanso, el primero en quién sabía cuánto tiempo. Clyde y su padre se marcharon, tratando de intercambiar cosas que guardaban de sus días de comerciantes mientras los mercantes seguían visitando el lugar. Una vez la guerra estuviera en pleno apogeo, tales visitas serían una rareza. Los padres de Craig se fueron con otros adultos de la aldea a mantener su propia reunión extraoficial.
Tricia y Craig se quedaron solos en el corazón de la aldea.
“Lo siento,” dijo ella, aún incapaz de controlar las lágrimas deslizándose por su rostro, “Siento haberlo dicho como lo dije. Tendría que habérmelo tomado más en serio.”
“Oye, no. No seas tan dura contigo misma,” dijo Craig. Probablemente fue lo más suave y empático que había sonado en su vida. Incluso se sorprendió. Aun así, ella no tenía que ser la que se disculpara. No después de lo que él había dicho.
“Odio esto,” sollozó. “Quería tener la razón para demostrar un punto. Ya no. No quiero trabajar en el campo todos los días.”
“Bueno, no creo que nadie quiera.” No estaba acostumbrado a que la gente se abriera y se pusiera sentimental con él, y mucho menos con su molesta hermana menor. Suspiró. “Aunque… tú tienes una salida, ¿no es así?”
“¿A qué te refieres?” preguntó ella, alzando su cabeza y secándose las lágrimas con su manga sucia.
“Has estado pasando el tiempo en la posada, ¿no es así?” preguntó Craig, “¿Por qué no pides empezar a formarte oficialmente para ser la próxima posadera? Eso te mantendría trabajando lejos del campo, ¿no?”
“¿Crees que me aceptarían?”
“No veo porqué no. En mi opinión, hablas más que de sobra para el puesto.”
A pesar de que las lágrimas no paraban, ella sonrió. “Puede ser.”
“En fin,” dijo él. Echó a andar junto a ella en dirección a su casa. “Estoy seguro de que la guerra será corta. Una semana o dos, tal vez. Los caballeros hablan mucho, pero dudo que vayamos a ver diferencias reales.”
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“También vamos a necesitar ese barril de allá,” anunció el caballero unas cuantas semanas después de empezada la guerra. Siempre habían venido de vez en cuando para llevarse raciones, pero ahora se había convertido en algo habitual.
El caballero era uno nuevo; Craig nunca lo había visto antes. Se comportaba con una mezcla de clase y porte altivo, dejando claro que se consideraba importante. Se estremeció visiblemente al entrar en la pequeña y sucia casa de techo de paja de su familia, con su vieja vaca mugiendo en el medio de la estancia. Esa actitud hizo que a Craig le cayera mal al instante.
El padre de Craig dio un paso al frente. Normalmente, aquel hombre asombrosamente alto y casi calvo era una de las presencias más imponentes de la aldea. En cuanto a altura, superaba de sobra al caballero. Pero, aun así, él con sus ropas marrones y harapientas lo hacían parecer pequeño al estar junto a la brillante armadura de metal del caballero. “Señor, la cosecha de cebada fue muy escasa este año. Ya se han llevado más del doble de—”
“No me desafíes, campesino,” interrumpió el caballero, “Cada día los Altos Elfos se acercan cada vez más y más a las afueras del Reino de Kupa Keep mientras nuestro Gran Rey yace moribundo. Habría pensado que incluso alguien de tu estatus entendería el concepto de sacrificarse por el bien común.”
“¿El ‘bien común’ es que mi familia se muera de hambre este invierno?” siseó su padre, “Esto es ridículo. ¡Hemos luchado en otras guerras! No recuerdo haber recibido este tipo de trato cuando Kupa le puso fin al Reino Oscuro. ¡No tienen ningún maldito derecho de condenar a mi familia a pasar hambre, a mis hijos!”
“¿Entonces quizá deberíamos quitarles a uno de las manos?” preguntó el caballero. Sonrió con malicia y se acercó a Craig y a su hermana. Extendió la mano y le agarró la barbilla a Craig. “Este chico de aquí parece tener edad suficiente para ser útil como mano de obra.” Le levantó la cabeza para verle mejor la cara, pero Craig se apartó bruscamente. El caballero chasqueó la lengua y se volvió a mirar a Tricia, analizándola con detenimiento de cabeza a pies. “O la chica… esta sí que es muy bonita, ¿verdad?”
Dio un paso atrás para encarar de nuevo a sus padres. Tricia corrió a agarrar la falda de su madre. El caballero volvió a sonreír. “No me importaría llevarme a cualquiera de los dos. Por supuesto, recibirían una compensación adecuada.”
Craig sabía exactamente a qué se refería. La “fuerza de trabajo” como lo solían llamar. La dinastía McCormick ilegalizó la esclavitud hace generaciones, pero quienes estaban en el poder encontraron maneras para sortearla mediante tecnicismos. Los siervos estaban atados a la tierra y tenían prohibido marcharse, aunque, a fin de cuentas, tenían permitido vivir su vida cotidiana como quisieran dentro de la aldea, siempre y cuando cumplieran con las cosechas.
Eso no era verdad para quien caía en la “fuerza de trabajo”. Allí, no había libertad alguna. Los trabajadores vivían en barracas sin un solo día de descanso. La mayoría estaba obligada a hacer trabajos extenuantes y peligrosos. Generalmente trabajaban en minas o en canteras potencialmente tóxicas, aunque en todo Kupa existían oficios igualmente desagradables. Era sabido que cualquier destino—salvo la muerte—era mejor que eso.
Craig miró a su familia. Sucios, hambrientos y, ahora, viendo cómo se llevaban la comida que tanto necesitaban. Les preocupaba que Tricia creciera tanto que la ropa le quedara pequeña antes de que pudiera comprarle más; ahora parecía encogerse dentro de ella. Más de un vecino había muerto de desnutrición hacía poco tiempo; se llevaban sus cuerpos como si fueran basura.
La idea de dejar a su familia siempre había sido inconcebible. Pero si separarse de ellos era lo único que podía hacer para salvarlos, ¿no sería mejor que verlos morir sin necesidad?
Él abrió su boca para responder. “Yo—”
“¡Llévense la cebada y lárguense!” siseó la madre de Craig.
El caballero dejó salir una risa sonora. Sin una palabra más, salió para buscar a algunos de sus hombres para que le ayudaran a cargar la comida almacenada. A su familia la obligaron a salir la casa, como de costumbre, para evitar que escondieran algo o protestaran. Craig pudo ver cómo los demás caballeros visitaban las demás casas, con los vecinos de pie en el umbral mientras extraños tomaban el alimento que tanto les había costado obtener.
Tomar raciones era normal. Era parte de la vida de un siervo. Pero esto era un nivel completamente distinto.
“Nos lo agradecerán cuando ganemos la guerra y salvemos sus tristes y míseras vidas,” gritó un caballero desde lo alto de su caballo. Se marcharon al galope, con las cosechas de la aldea a remolque en pequeños carros de madera. Durante un rato, los aldeanos se quedaron congelados en silencio. Craig pudo oír a alguien llorar. Aunque, no mucho después, volvieron al trabajo. Era lo único que podían hacer.
“Debiste haberle entregado a tu hijo, Thomas. Igual nos podrías haber salvado a todos,” escupió el hombre que vivía en la casa de al lado. Siempre miraba a Craig con desprecio y actuaba como si él apestara. Su madre siempre le decía que no debía tomarlo como personal. Él había tenido un hijo de su edad al que se llevaron a la cuando cumplió un año por tener una habilidad mágica, como ocurría con cualquier bebé humano que nacía con ese tipo de dones. No era nada que Craig hubiera hecho, insistía ella, sino su forma de desahogarse ante una situación horrible. Al ser el único nacido aquel año que no se habían llevado ni muerto por alguna enfermedad, hasta la llegada de Clyde, Craig era un blanco especialmente fácil.
“Di eso otra vez y me aseguraré de que sean las últimas palabras que pronuncies.”
“Thomas, ¡basta!” advirtió la madre de Craig. Vio cómo el vecino frunció el ceño, pero soltó el tema y despareció en su pequeña y destartalada casa. Ella se volvió hacia su esposo y con voz suave pero firme, habló. “Debes tener cuidado con lo que dices. Si enfadas a la persona equivocada, nos arrebatarán a nuestros hijos. Y lo sabes.”
“Oigan, si quedarnos juntos nos lleva a morir de hambre, tal vez no sería tan mala idea,” dijo Craig, “Yo iría. Si eso significara poder salvarlos.”
Ella dejó escapar un suspiro exasperado. “Craig, no seas ridículo. La familia es lo más importante que tenemos.”
“¿En serio? Renunciaste a tu estatus y dejaste a tu familia para siempre para casarte con un campesino,” dijo Craig.
“Eso es distinto. Dejé todo atrás por esta familia. Y tengo la intención de mantenernos unidos.”
“Pero—”
“¡No vamos a vender a nadie! Eso es definitivo.”
“No vamos a morir de hambre de todas formas, ¿verdad?” intervino Tricia. Aunque todavía se le veía afectada por toda la situación, intentó mantener su tono optimista usual.
“No lo sé,” dijo su padre, rompiendo con el silencio. Les echó una mirada a sus dos hijos y regresó al interior de la pequeña y lúgubre casa.
“Bueno. Incluso si todo se ve mal ahora, estoy segura de que la guerra terminará pronto,” intentó consolarlo su madre, casi en tono de disculpa. Se dio la vuelta para seguir a su esposo adentro. “Quizá, cuando todo esto termine, nos devuelvan parte de nuestros víveres… incluso algo más. Estaremos bien.”
Tricia le dio una patada a la tierra frente a ella. Escondió su rostro de Craig y se dio vuelta para irse, probablemente rumbo a la posada.
Craig se quedó solo en el umbral.
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Cuando el invierno llegó, todo Sundorham sufrió. Un buen número de personas murió, sobre todo los más jóvenes y los ancianos. Craig y su familia sobrevivieron, igual que Clyde y su padre. Aunque no era como si a alguno de ellos le fuera bien. Como a todos, luchaban por encontrar suficiente comida, que nunca alcanzaba. Incluso si las raciones se hubieran retirado en un volumen normal, habría sido un invierno difícil. Ni hablar de esto.
El Rey Stuart murió ese invierno. El antiguo príncipe heredero Kevin abdicó del trono en cuanto vio que la Princesa Kenny contaba con el apoyo del Mago. Eso, al menos, evitó que se armara una guerra civil. Aun así, significaba que el Reino de Kupa Keep quedaba oficialmente bajo el gobierno de una chica en su temprana adolescencia, no mayor que Craig. Por supuesto que era por eso que el Mago la quería. Lo ayudaba a mantener el poder. La guerra con los elfos seguiría su curso, tal y como pasó en la primavera y verano siguientes.
A Craig, los pormenores de la guerra le daban igual. No le importaba como fuera; solo quería que se acabara. Quería que los caballeros dejaran de despojar a su aldea hasta dejarla en los huesos. ¿Qué le importaban las políticas de tierras lejanas? Sólo quería volver a comer en condiciones. Quería que todos dejaran de verse como esqueletos andantes.
“¿Puedes creer que los elfos son tan crueles, atacando nuestro reino cuando aún estamos de luto?” decían sus vecinos. Craig ignoraba el murmullo. ¿Qué cambiaba eso? La guerra era guerra—la crueldad era inherente a ella. Prefería concentrarse en la próxima cosecha, con la esperanza de que bastara para el invierno. No iba a permitir que su hermana se consumiera.
“Sabes, nuestra aldea realmente está en riesgo,” dijo otro, “Estamos cerca del camino por donde pasarían los elfos si cruzaran los túneles de los enanos a través de las montañas.”
“Los caballeros nos protegerán,” decía Craig. Los aldeanos lo ignoraron. Solían hacerlo a menudo.
Dejando a un lado el desagrado que le producían esos caballeros insensibles y arrogantes, cumplían con su función. Recordaba cuando, siendo niño, abatieron a un dragón salvaje que amenazaba la aldea. Los caballeros estaban eufóricos por tener un poco de acción de verdad en su aburrido puesto, mientras que los aldeanos estaban felices de haber recibido suficiente carne para todo un invierno.
Con el verano abriéndole paso al otoño, llegó la época de la primera siega de cebada. Craig detestaba segarla casi tanto como desenterrar papas. La gran y pesada guadaña que se necesitaba le hacía doler los hombros.
No se permitía exteriorizar sus quejas e intentaba tragarse sus pensamientos negativos. Sus cosechas anteriores apenas habían bastado para salvar a la aldea de la hambruna e, incluso en años normales, la cosecha de cebada era una de las más importantes. Les proveía comida para el invierno, así como pan y cerveza que podían vender en la posada para sacar algo extra. Claro que, en tiempos como aquellos, no recibían a muchos viajeros.
A Craig le gustaban los días en que lo enviaban a trabajar en los rincones más remotos de los campos. Ver la aldea entera, con sus endebles construcciones de madera y barro, siempre le resultaba extraño; su mundo entero se veía diminuto. Además, allí todo era mucho más tranquilo y apacible.
Salvo que ese día no estaba solo: además de él, estaban su madre y Clyde.
Bueno, quizás no tenía que mencionar a su madre. No era nada difícil trabajar con ella. Por otro lado, sí que lo era con Clyde. Por mucho que le gustara pasar tiempo con él, verlo blandir la guadaña a lo loco para segar la cebada siempre le ponía los pelos de punta. Esperaba el día en que la mala puntería de ese idiota le hiciera perder un ojo a Craig—o peor.
Al menos era mejor que arrear al ganado con su padre. Ya estaba harto de esos animales malolientes en su casa por las noches; prefería disfrutar del aire fresco sin ellos. Además, era preferible que el puesto de aprendiz de Tricia para ser la siguiente posadera.
“Clyde, presta atención,” lo regañó la madre de Craig. Estaba sentada en el suelo, tomando un descanso. Tenía los pómulos más marcados que en años anteriores y su vestido parecía colgarle sobre su delgado cuerpo, pero su espíritu seguía siendo tan fuerte como siempre. Además, todos ellos tenían motivos para ser optimistas. La cosecha había sido abundante este año, mucho más que el anterior. Quizás lograrían sobrevivir al invierno.
“Lo siento, señora,” dijo Clyde con un rubor avergonzado que le trepaba por las mejillas.
“Deberíamos esconder algo de esto,” dijo Craig. “No queremos que Kupa venga a reclamar más de lo que necesitan porque estamos teniendo una buena cosecha.”
“Habría que tener mucho cuidado,” advirtió su madre. “La pena por esconder comida es la muerte.”
“Sí, igualmente deberíamos tener suficiente para sobrevivir,” dijo Clyde, blandiendo su guadaña con apenas un poco más cuidado. “Deberíamos estar a salvo este invierno.”
“Nadie en esta aldea está a salvo contigo agitando eso así,” dijo Craig, dando un paso lejos de él.
Clyde sonrió. “¿Ah sí? ¡Pues mira esto!” Alzó la guadaña y giró en círculos, segando la cebada de alrededor de forma irregular, cómo la hélice de un molino de viento. Para rematar, clavó la hoja directamente en el suelo.
¡BOOM! Un estruendo sonó en el momento que la guadaña se clavó directamente en el suelo.
“¿Qué demonios fue eso?” preguntó Craig. ¿Un trueno? Pero no hubo ningún relámpago, ni había ni una gota ni una nube en el cielo. Se irguió para mirar hacia el horizonte.
“¿No fui yo, verdad?” preguntó Clyde.
“Nah, fue demasiado fuerte y… tú no tienes tanta fuerza,” dijo Craig, empujándolo de broma.
“¿Quieres ir a ver qué fue?” preguntó Clyde, con una sonrisa formándose en su rostro.
La madre de Craig se puso de pie. “Chicos, quédense aquí,” dijo ella. A diferencia de los muchachos, no había nada juguetón ni curioso en el tono de su voz. A pesar de sus órdenes, Craig la siguió.
“Craig, he dicho que te quedes aquí,” lo reprendió, clavando sus temerosos ojos verdes en los suyos.
A pesar de su firmeza, Craig no estuvo de acuerdo. “Si algo pasó, debería poder verlo.”
“Si cree que es peligroso, me quedaré aquí, señora,” anunció Clyde, dejándose caer al suelo con las piernas cruzadas.
Craig estiró su cuerpo para ver la aldea, con la mirada clavada en el horizonte. Por lo que alcanzaba a distinguir, todo parecía estar en orden. Vio a algunas personas saliendo de sus casas y, a lo lejos, las siluetas de otros campesinos que corrían hacia el pueblo para ver qué ocurría. Aparte de eso, nada.
“No lo entiendo,” dijo Craig.
“¡Shh!” siseó su madre, poniendo su mano sobre su pecho para frenarlo.
Entonces lo oyó.
Un sonido muy suave a la distancia, proveniente de mucho más allá del otro lado de la aldea. Al principio, se preguntó si lo estaba imaginando. Aun cuando comprendió que era real, tardó en distinguir qué era hasta que, poco a poco, se hizo lo suficientemente fuerte. Era música. Una melodía muy dulce, como de ensueño. El tipo de música que jamás llegaba a un lugar como Sundorham, ni siquiera en boca de los bardos más talentosos que iban de pasada. Craig no pudo evitar sentirse atraído por ella.
“¿Música?” preguntó Clyde. El rostro de su madre palideció hasta quedar como un fantasma.
“Chicos, necesito que corran tan lejos como puedan. Fuera de Sundorham, a cualquier lugar que los reciba,” les ordenó.
“¿De qué estás hablando?” preguntó Craig. La música era hermosa, Craig quería ir hacia ella.
“Voy a tratar de encontrar a Patricia. Después estaré justo detrás de ustedes. Pero, incluso si no lo estoy, necesito que no se detengan y sigan corriendo.”
“¿Qué? Eso no tiene sentido.” Craig inclinó la cabeza. “¿Correr de qué? Es sólo una música rara. Si es algo de lo que preocuparse, deberíamos ir contigo para encontrarla. ¿Y papá?”
“Craig, escúchame.”
Mientras su madre corría de vuelta a la aldea, la música solo se hizo más fuerte. Clyde se levantó, sin saber hacia dónde ir. Craig, en cambio, decidió ir tras ella. Nada de esto tenía sentido. ¿Por qué estaba tan aterrada?
Otro estampido. La tierra se sacudió y Craig dio un traspié, casi perdiendo el equilibrio. Por el rabillo del ojo, vio brillantes destellos de luz de muchos colores elevándose por el aire. Al principio, se preguntó si eran aves. Alzó la vista para ver mejor el cielo.
“¿Flechas?”
No eran unas flechas cualquiera: iban encendidas en colores antinaturales, tonalidades que un fuego normal no podría producir. ¿Eso significaba que eran mágicas?
Surgieron del horizonte, sin rastro de quienes podrían haberlas enviado. Eran muy rápidas, pero para Craig todo parecía moverse en cámara lenta. Era como si su mente necesitara más tiempo para procesar lo que veía.
Cámara lenta o no, las flechas cayeron en cuestión de segundos. Impactaron contra los campos y los edificios, haciendo que los materiales inflamables estallaran en llamas al instante. Fue aún más espantoso ver cómo alcanzaban a las personas, cuyas pequeñas figuras, a la distancia, se desplomaban al suelo de inmediato. Aun estando tan lejos, podía escuchar los gritos y el pánico a la distancia.
Los ojos de Craig se abrieron de par en par. Su aldea. Su hogar. Tricia.
“Craig, ¡sal de aquí!” exigió su madre, deteniéndose en seco. Lo sujetó de los hombros; las uñas se le clavaron en los hombros como pequeños cuchillos.
“¡Tricia sigue allá!” gritó Craig. Veía la posada a lo lejos, ya envuelta en llamas. Era la construcción más robusta, hecha de algo más que ramas y madera, pero aun así… alcanzó a ver figuras que salían corriendo, aunque estaba demasiado lejos para distinguir si alguna era ella.
“Voy a encontrarla, pero necesito que Clyde y tú corran.”
“¿Qué está pasando?” la voz de Craig se quebró.
“La guerra,” dijo ella. “Los elfos.”
“Pero los caballeros… se supone que—”
“Eso significa que probablemente los mataron a todos, Craig.” Su agarre se volvió más fuerte mientras lo sacudía. “Los caballeros podrán ser fuertes, pero no son tan fuertes. Los Altos Elfos…ellos…Tienen que salir de aquí.”
“Debería ayudar. Volveré contigo.”
“Craig, por Clyde. Corre. Busca a gente que pueda ayudar. Te lo prometo, trataré de encontrar a tu hermana, pero no dejaré que me sigas ahí dentro. Con suerte, tu padre ya habrá huido. Necesito que te pongas a salvo, por mí.” Su agarre aún era firme, pero de alguna manera su angustia disminuyó. Lo miró fijamente, como si quisiera grabar en su memoria cada detalle de su rostro.
“¿Quieres que te deje aquí?” preguntó él, con la voz temblorosa.
Su madre soltó sus hombros. Sus manos volaron a su collar, se lo quitó con cuidado pero con prisa. Lo colocó en la palma de la mano de Craig y le cerró el puño alrededor.
“Craig, que escapes es lo mejor que puedes hacer para ayudarnos. Antes estabas dispuesto a irte lejos para ayudarnos, ¿verdad? Ahora tienes la oportunidad.”
Esto no podía estar pasando. Él no era de los que mostraban emociones, y mucho menos lloraban, pero su vista se nubló y las lágrimas le rodaron por las mejillas. Esto no podía estar pasando. El fuego rodeaba la aldea y la cebada que intentaban segar se desintegraba al instante. Las llamas no dejaban de crecer, y sabía que tarde o temprano llegarían adonde estaban él y su madre. Todo su trabajo duro. Toda su comida.
Nunca había visto tanto fuego en toda su vida. Esto no podía estar pasando.
Otro estampido. Con eso, su madre lo empujó con fuerza en la dirección contraria, tirándolo al suelo. Echó a correr más deprisa hacia la aldea, cuyo camino se veía cada vez más envuelto en llamas. Podía oler el humo que el viento le traía de frente.
“¡Huye, y no mires atrás!” ella le gritó.
Craig vio otra lluvia de flechas que se dirigía a la aldea. No podía mirar. Como si su cuerpo se moviera por sí solo, se levantó y corrió. Lejos de la aldea, más rápido de lo que creía posible. Era como si volara. Apretó el collar de su madre como si su vida dependiera de ello.
Clyde se quedó paralizado, como en estado de shock, con la mano cubriéndose la boca mientras las lágrimas le recorrían el rostro. Craig no sabía que estaba viendo. No podía ni pensarlo. Con la mano libre, tiró del brazo de Clyde al pasar a su lado, obligándolo a seguirlo. Clyde era mucho más lento que Craig, pero este se negaba a soltarlo.
Otro estampido. La tierra tembló pero Craig corrió incluso más rápido. Clyde gritó cuando el aumento de velocidad le tiró del brazo, casi haciéndolo tropezar.
La mente de Craig se puso en blanco mientras corría. En lo único que podía pensar era en correr. No sabía a dónde estaba yendo, pero sabía que tenía que llegar a algún lado.
Corrieron en silencio durante horas. Su mente estaba tan enfocada en correr que ni siquiera sabía cuándo había corrido lo suficiente como para dejar de oír los estruendos y la música. Aunque cada fibra de su ser le suplicaba que se detuviera o al menos que aminorara el paso, no lo hacía. Aun cuando sentía que sus pulmones ardían, rogándole que parara para recuperar el aliento, siguió corriendo.
Tras un tiempo que Craig no pudo precisar, anocheció. Kupa era una pradera llana, sin señales ni puntos de referencia para indicarles dónde estaban. Aunque Craig los mantuvo al límite, incluso la adrenalina al tope acabó por agotarse. Clyde fue la primera víctima de esto. Como si sus piernas se hubieran trabado, se detuvo en seco, incapaz de correr un centímetro más. La fuerza de su parada repentina hizo que Craig cayera hacia adelante, casi dislocándose el brazo y sintiendo un dolor agudo en él.
Los chicos resoplaron y jadearon. Estaban tan sin aliento que no podían hablar, y ambos se desplomaron sobre el suelo blando mientras intentaban orientarse. A Craig le dolían los pulmones aún más que las piernas. Su vista seguía borrosa, pero no estaba seguro de si era por lágrimas, sudor, mareo o una combinación de las 3. Cerró los ojos con fuerza, viendo estrellas tras sus párpados mientras se secaba el sudor de la frente. Intentó respirar, intentó que el corazón dejara de golpearle el pecho como si fuera a salírsele. Necesitaba agua desesperadamente, pero la cantimplora que llevaba en el cinturón estaba vacía desde mucho antes de la invasión.
“Cr-Craig,” oyó a Clyde, que jadeaba en busca de aire. Con los pulmones ardiéndole, no pudo responder.
Abrió su puño izquierdo, asegurándose que el collar de su madre estuviera ahí. Lo estaba. Empapado en sudor y le había dejado marcas en la palma, pero estaba ahí. No lo dejó caer. Una sensación de alivio lo invadió.
Volvió a cerrar los ojos y se desplomó sobre la hierba. Ya estaba inconsciente antes de que su cabeza chocara con el suelo.
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Cuando Craig despertó, estaba seguro de que se ahogaba. El agua le cubría la cara y le entraba por la boca, subiéndole hasta la nariz. ¿Se había caído al río, justo más allá de Sundorham? Su padre siempre le había advertido que no se parara sobre las rocas inestables de la orilla.
“Craig…” lo llamó una voz áspera y reseca.
Abrió los ojos. Se estaba atragantando con el agua que Clyde intentaba hacerle beber a la fuerza.
“¿¡Qué demonios?!” Su voz estaba irreconociblemente seca y quebrada. Le ardía la garganta.
“¡Craig!” Clyde dejó caer su cantimplora y lo abrazó, con lágrimas que le corrían por las mejillas. “¡No despertabas! ¡Pensé que ibas a morir! ¡M-Me diste un susto de muerte!”
Craig estaba confundido. ¿Clyde lo había rescatado del río?
Su visión empezó a enfocarse. La mitad inferior de su campo visual la ocupaba el hombro de Clyde. Por lo que alcanzaba a ver, sabía que no estaban entre los árboles bordeaban la ribera del río. Estaban en una pradera y—
El fuego. Llamas rojas, azules, verdes, amarillas y rosadas, colores que solo la magia podía crear, volando en una cortina de flechas. Los gritos de la aldea, tragados por el incendio. Su madre corriendo hacia el pueblo, diciéndole que corriera.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al instante y rodaron por su rostro ya empapado. No sollozó como Clyde. De hecho, no hizo ningún sonido. Lloró en silencio y rodeó suavemente a Clyde con los brazos, devolviéndole el abrazo. Permanecieron así un largo rato. Craig miró, sin foco, a la distancia.
“¿Qué vamos a hacer?” Sollozó Clyde, separándose al cabo de un rato.
Craig estiró los brazos y la espalda y pudo sentir como todos sus huesos crujían. Los músculos de sus piernas estaban molidos tras haber corrido por horas sin descansar y el hombro aún le dolía. Intentó secarse las lágrimas discretamente con la manga. No era un llorón como Clyde.
Fue entonces cuando reparó que aún se aferraba al colgante de su madre con fuerza. ¿Dónde estaba? Todavía no los alcanzaba con Tricia.
“¡Tenemos que ayudar a la aldea! Puede haber gente atrapada. Tenemos que encontrar a nuestras familias,” dijo Craig, su voz aún ronca. Trató de levantarse, pero sus piernas le temblaban como a un cervatillo. Clyde recogió su cantimplora del suelo y se la ofreció, con algunas gotas aún ahí dentro. Craig se las bebió de un sorbo.
“¿Hablas en serio, Craig?”
“¡Por supuesto que sí! Sundorham está en peligro, Clyde. ¡Tenemos que ayudarlos!” Craig tomó el collar de su madre y se lo puso con cuidado, escondiéndolo bajo su túnica parda.
“Craig, no creo que Sundorham exista ya.”
“Quiero decir, quizá hayan quemado todos los edificios, pero tal vez podamos ayudar a apagar el fuego en los cultivos. Digo, la gente—”
“Craig, tú eres el lógico. ¿Realmente crees que los elfos usarían flechas mágicas en llamas que simplemente podrías apagar así cómo así?”
“Bueno, igual deberíamos reunirnos con los otros que—”
“¡Craig! ¡Había casi un cuatrillón de flechas! ¡Yendo directo al pueblo! La única razón por la que no nos dieron ni nos mataron es porque estábamos en el extremo del campo, lo más lejos posible de su alcance. ¡De otro modo, estaríamos muertos!” La voz de Clyde se quebró con la última palabra mientras otra tanda de lágrimas le corría por la cara.
Craig no le creyó. Su madre le dijo que iba a buscar a Tricia y correría. Que iba a alcanzarlos. Craig y Clyde corrieron sin un rumbo fijo en línea recta, lo más lejos posible del pueblo.
Craig nunca había puesto un pie fuera de Sundorham.
“Deberíamos reunirnos con los demás en otra aldea,” continuó Craig, ignorando lo que Clyde dijo, “¿Sabes dónde estamos? ¿No habías dicho que, como comerciante, tu padre te había enseñado a orientarte?”
Clyde suspiró, sabiendo que discutir con la terquedad de Craig no valía la pena. Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano. “Fuimos al oeste, y la capital está al noroeste de Sundorham. Hay otras aldeas pequeñas como la nuestra que técnicamente están más cerca, pero eso es suponiendo que no las hayan atacado también. Además, los pueblos pobres no van a querer hacerse cargo de dos muchachos desconocidos. Creo que la capital es el único lugar al que podríamos ir.”
“¿Qué tan lejos?”
“Calculo que a varios días, tal vez. Y eso es si vamos de corrido, cosa que no pasará. Podríamos terminar irremediablemente perdidos para siempre.”
“Es lo mejor que podemos hacer.” Craig se estiró un poco más, tratando de acostumbrarse a mantenerse de pie sobre sus doloridas piernas. Su piel se sentía caliente. Supuso que el sobreesfuerzo y el estrés le dieron fiebre, pero procuró ignorarlo. Se limpió el exceso de lágrimas de su rostro. Ya no estaba llorando.
“Aunque haya sobrevivientes, muchas personas murieron, Craig. Nuestra aldea está destruida. Probablemente nunca podamos volver.”
“¿Dónde conseguiste el agua?” preguntó Craig, señalando la cantimplora llevaba en la mano. Ambos solían llevar cantimploras, pero sabía que no había forma de que Clyde tuviera una llena como para metérsela por la garganta a la fuerza.
“Hay un estanque aquí cerca,” Clyde cedió, “Fui a ver si podía encontrar algo mientras estabas inconsciente.”
“Llévame, y luego nos vamos. Caminando esta vez. Nada de correr.”
“Quiero descansar hoy. Creo que ambos deberíamos, con lo que acaba de pa—”
“No.”
Clyde suspiró, derrotado. Recogió su cantimplora y echó a andar cojeando levemente.
El estanque era muy pequeño y probablemente no tenía el agua más limpia, pero a Craig no le importó. Sus piernas podrían dolerle, pero la sed ardiente que le quemaba la garganta era peor. Aceleró el paso y corrió directamente hacia el agua, que le llegaba a un metro de profundidad. Se salpicó la cara y bebió cuanto pudo tragar. Clyde se sentó en la orilla, rellenando su cantimplora mientras sorbía por la nariz.
Craig flotaba boca arriba y se pasaba los dedos por su cabello negro y mojado, deseando poder quedarse allí para siempre. Tricia y él amaban nadar en el río de vuelta en casa. No podían ir muy a menudo y, cuando lo hacían, casi siempre era lo justo para terminar algún encargo. Nadar era un lujo raro. La súbita ola de nostalgia lo animó y, a la vez, le apretó el pecho.
Tricia estaba bien. Tenía que estarlo.
Craig se incorporó en el estanque, dejando que el agua escurriera de su ropa. “¿Cómo sabremos en qué dirección ir?”
Clyde miró a su amigo, a plena luz del sol se le marcaban las ojeras. “El sol sale por el este. Por la posición y la época del año, probablemente deben ser las 10 o las 11. Corrimos casi exactamente hacia el oeste por horas, probablemente recorriendo lo que, a pie, sería la caminata de un día. Tenemos que ir al norte, que es por allá.” Señaló hacia la distancia.
“¿Qué tan seguro estás?”
“No estoy seguro de nada, Craig. No tenemos un mapa ni brújula y podríamos estar deambulando por siempre. Zaron es enorme. Kupa es enorme.”
“Vas a tener que hacerlo mejor que eso.”
Clyde cerró los ojos. “De noche, las estrellas sirven para orientarse.”
Craig ajustó su collar, asegurándose que estuviera bien ajustado alrededor de su cuello. “Entonces nos iremos hacia el norte y, cuando oscurezca, podemos mejorar nuestra posición antes de irnos a dormir.”
Echó a andar hacia donde Clyde había indicado. Oyó a Clyde levantarse de la hierba y apurarse para alcanzarlo. La monotonía de la llanura era buena para la agricultura, pero pésima para orientarse. No iba a ser fácil, pero harían lo mejor posible. No tenían otra opción.
“Vamos a morir de hambre,” gimoteó Clyde por varias horas después, dejándose caer al suelo.
“No vamos a morir de hambre, Clyde.” Dijo Craig, poniéndose en cuclillas a su lado. Aquel día se permitirían tomar descansos.
“Al menos volveré a estar con mis dos padres,” la voz de Clyde se quebró y los ojos se le llenaron de lágrimas.
“Tu padre probablemente esté bien.”
“Vi las flechas en llamas. Las vi impactar atravesar a gente. Estaba lejos, sí, pero vi a un hombre adulto, con cabello como el suyo, recibir un impacto directo en el torso y caer.”
“En nuestra aldea hay muchos hombres con pelo castaño,” dijo Craig. Clyde no respondió.
Craig encontró unos cuantos dientes de león en el camino para comer, pero no eran suficientes para saciar su hambre. Peor aún: se habían quedado sin agua.
No era una noche del todo despejada, pero Clyde determinó que deberían ir un poco más hacia el este al día siguiente, antes de quedarse dormido llorando. Durmieron en una pequeña espesura de hierba alta que, con suerte, los ocultaría de cualquier elfo o bandido.
“La capital no va a dejar que campesinos huérfanos refugiados vivan allí sin más, sabes,” Clyde le dijo la mañana siguiente. “A menos que quieras mano de obra esclava.”
“Pues, que bueno que no somos campesinos huérfanos refugiados.”
Clyde metió la mano en el bolsillo y sacó una pequeña piedra redonda y aplanada que le recordó a Craig a una moneda. Estaba grabada con un intrincado diseño y su nombre: Clyde.
“¿Qué es eso?” preguntó Craig. Su voz era áspera—necesitaba más agua con urgencia.
“¿Recuerdas que siempre decía que un día me iría de la aldea? Es porque guardé esto,” explicó Clyde, “Mi identificación de mercader. Es lo que nos permite movernos libremente por Zaron. Se suponía que debíamos entregarla al convertirnos en agricultores, pero mi padre escondió las nuestras. Perdón por no habértelo dicho, pero él me dijo que no se lo contara a nadie. Menos mal siempre la llevé conmigo.”
“¿Y eso qué cambia?”
“Que puedo decir que solo fui un mercader desafortunado que resultó estar en Sundorham en el momento equivocado y logró escapar,” dijo Clyde. Apretó la piedra en su puño. “Deberías de pensar en una historia creíble, también.”
“No necesitaré una,” dijo Craig.
“¿Y si te equivocas?”
Craig sintió como su pecho se apretó, pero se mantuvo firme. “No pasará.”
Al tercer día, cayó una lluvia torrencial. Con la sed que tenían, fue una bendición. Clyde corría como un niño pequeño, intentando atrapar las gotas de lluvia con la boca abierta. Normalmente, Craig se habría burlado, pero verlo jugar como su yo usual lo hizo sonreír—probablemente era la primera vez que lo hacía desde el ataque a la aldea.
Al cuarto día, empezaron a preocuparse. Volvió a salir el sol, pero tenían los cuerpos cubiertos de lodo tras dormir en suelo mojado. La fatiga de caminar por días sin comida suficiente también les pasaba factura. Ya habían pasado el tiempo proyectado por Clyde para llegar a la ciudad y aún ni siquiera habían dado con el camino real.
“Vivir fue bueno mientras duró,” dijo Clyde. Ya no lloraba, pero su voz sonaba débil, muy diferente a su usual tono bochornoso. Quizás se le acabaron las lágrimas.
Craig no quería admitirlo, pero también empezaba a sentir que el viaje se volvía inútil.
Sentía el colgante de feldespato naranja pesado contra su piel. Quería volver a casa. Quería dejarse caer en su incómodo colchón de paja plagado de insectos. Quería que su hermana le soltara una patada en sus sueños, Quería que la oveja le arrancara dolorosamente un mechón de pelo justo después de volver a dormirse. Quería que su padre lo mandara a callar para poder dormir, aunque le fastidiara que no fuera culpa suya.
Quería que su madre los despertara a ambos en la mañana con un tazón de avena y un trozo de pan de cebada. No le importaría que la comida estuviera aguada por la escasez; con volver a probar de su cocina, le bastaría.
El corazón de Craig empezó a latirle con fuerza mientras se le humedecían los ojos. Se mordió el labio con fuerza.
“Espera un segundo,” dijo Clyde.
“¿Qué?” preguntó Craig, saliendo de su ensimismamiento.
“Ese es—¡ESTAMOS SALVADOS!” gritó Clyde, echando a correr pese al agotamiento.
“¿De qué estás hablando?”
“¡ES EL CAMINO!” Lágrimas de alivio se deslizaban por el rostro de Clyde. Avanzó un poco más y, efectivamente, Craig también pudo ver una larga línea de tierra parada que atravesaba la interminable pradera. Estaba desprovista de hierba, extendiéndose indefinidamente en ambas direcciones. En cuanto Clyde lo alcanzó, se tiró sobre él como si fuera el colchón más cómodo del mundo. En realidad, era un pedregal que le lastimaba los pies a Craig, más aún con agujeros en las suelas. Aun así, era algo nuevo. Craig nunca había visto un camino de verdad antes. Sundorham no estaba conectado con ninguno.
“No veo la ciudad,” dijo Craig.
“Pues no, y aún podríamos estar lejos,” respondió Clyde, con una sonrisa todavía en la cara. “¡Pero conozco esta ruta! ¡Se conecta a la capital! Sólo tenemos que seguirlo y, tarde o temprano, la encontraremos.”
“¿Tarde o temprano?”
“No sé qué tan lejos esté, ¡pero vamos por el rumbo correcto! Ya no—¡Ya no estamos deambulando sin sentido!” Clyde dejó escapar un sollozo de alegría.
Craig quiso levantarlo para seguir cuanto antes, pero decidió que, después de todo lo que habían pasado, iba a dejar a su amigo tener ese momento. Se sentó a su lado, miró hacia el cielo, cerró los ojos y respiró hondo.
No mucho después, echaron a andar por el camino. Con suerte, apenas unas horas después ya se divisaba la ciudad a la distancia. Al principio, Craig se preguntó si sus ojos lo engañaban cruelmente, quizás como fruto de la sed y el agotamiento pasándole factura. Supo que no era así cuando Clyde anunció que también la veía. Mejor dicho, cuando gritó.
Craig sabía, gracias a las historias de su madre, que esa era una de las ciudades más grandes de Zaron, ceñida por un gran pozo y por murallas de piedra intrincadas, las más altas de cualquier territorio humano. Pese a saber esto de antemano, para alguien que solo había visto una pequeña aldea de menos de 200 personas, nada lo podría haber preparado para la realidad de aquella magnitud.
Era como si la vista de la ciudad a la distancia hiciera que las capas de suciedad y mugre sobre ellos se sintieran más pesadas. No tenían nada con que limpiarse la cara y las manos enlodadas. Su túnica ya era marrón, pero la capa de barro seco la cubría hasta ocultar el lino original. La túnica roja, de confección mucho más cara, que llevaba Clyde a duras penas estaba en mejor estado.
Más allá de su ropa, todo su cuerpo estaba repugnante. Él ya se había acostumbrado al hedor a lo largo de su viaje, pero un guardia de la ciudad no. El sudor le pegaba el negro y desgreñado cabello a la frente como si acabara de salir del agua. La sed y el calor le habían agrietado los labios hasta sangrar. En los ojos exhaustos de ambos muchachos se marcaban ojeras profundas. Con eso y sus cuerpos huesudos que les había dejado el racionamiento de la guerra, parecían más zombis que humanos.
“Fuimos unos desdichados que pasaron por Sundorham cuando todo pasó,” dijo Clyde mientras se acercaban a la puerta.
“No, somos dos ciudadanos de Sundorham buscando a nuestras familias y vecinos. Ojalá no se hayan perdido tan patéticamente como nosotros.”
“Podrías decir que eres un viajero o algo así. Tiene sentido que perdieras tu identificación en medio del caos. Solo asegúrate de inventarte un nombre, en caso de que tengan el registro de nacimiento de un tal Craig de Sundorham.”
“Clyde, basta,” lo regañó Craig. Aun así, su corazón latía con fuerza. Su familia estaba en la ciudad, ¿verdad? Probablemente estaban muy preocupados por él. Pero algo se les ocurriría. Encontrarían una forma de reconstruir Sundorham. Sería un trabajo largo y difícil, pero tenían que hacerlo.
Como la ciudad estaba ceñida por una gran fosa y las murallas, sólo había un único acceso. El portón de hierro era tan alto como imponente, aunque estuviera precedido por un puente de madera sencillo y sobrio. Estaba cerrado—la ciudad de Kupa Keep no dejaría entrar a cualquier don nadie, mucho menos en tiempos de guerra.
“Expongan su asunto,” exigió el guardián cuando los dos chicos se acercaron. Vestía ropa de paño sencilla, pero de aspecto caro; claramente no era un caballero. O por lo menos, no del tipo que Craig conocía. Había caballeros con armadura apostados a ambos lados de la puerta, encargados de defender la ciudad de posibles intrusos.
Clyde metió la mano en su bolsillo y le lanzó su placa al guardián. “Soy Clyde, hijo del mercader llamado Roger. Este es mi amigo. Somos ciudadanos del Reino de Kupa Keep y venimos a dar y recibir información sobre la situación de Sundorham.”
El guardián se rio como si hubiese sido un chiste. “¿Sundorham? Ya no hay mucha ‘información’ de ese lugar.”
Craig sintió como su pecho se apretó. “¿A qué te refieres con eso?”
El guardia siguió riéndose entre dientes mientras examinaba la piedra con detenimiento. Tras observarla cuidadosamente desde todos los ángulos, se la lanzó de vuelta a Clyde. Con una postura relajada, se acercó a la puerta y accionó la palanca para levantarla.
"Ustedes, niños, están de suerte,” dijo el guardián. Señaló a los dos caballeros que estaban parados a su lado. “El Gran Mago quiere toda la información posible de las aldeas atacadas. Sigan a los caballeros aquí y los llevarán a donde tienen que ir. Les darán las respuestas que buscan.”
Sin darles tiempo de responder, Craig y Clyde fueron empujados por los caballeros hacia la ciudad. Craig abrió la boca para protestar, pero Clyde lo sujetó del brazo y le dio una mirada firme indicando que no lo hiciera.
Una vez que entraron en la ciudad y llegaron a la plaza, la mente de Craig se puso en blanco. Había más personas en su campo de visión que las que había visto en toda su vida. Vio a mujeres con elegantes vestidos como los que su madre había descrito, pero con un detalle mayor del que jamás habría podido imaginar. Junto a él había mujeres con harapos, no muy diferentes a los que usaban las mujeres de su aldea. Había olores que nunca había olido antes. Los escaparates estaban llenos de objetos coloridos cuyo uso desconocía. Los comerciantes ofrecían sus productos en tarjetas callejeras, negociando con los transeúntes. Había niños pequeños corriendo con juguetes de animales y criaturas que no reconocía.
Por supuesto, no pudo detenerse a contemplar nada de aquello. Los caballeros los empujaban a él y a Clyde, sin importarles lo que veían ante sí. Se dirigieron a una puerta en una torre de la gran muralla y casi los metieron a la fuerza dentro. Estaba oscura y húmeda, únicamente iluminada por antorchas en la pared. A la derecha, había una escalinata por la que les ordenaron subir. La única escalera por la que Craig había subido era la del segundo piso de la posada, pero esta ascendía en espiral, aparentemente sin fin. Fueron llevados a un cuarto con mejor iluminación, con una mesa con velas en el centro, vigilada por otro caballero.
“Siéntense,” ordenó un caballero, señalando dos sillas. Frente a cada una había un cuenco lleno de agua con un trapo húmedo. Clyde obedeció rápidamente, sentándose y limpiándose la cara y las manos para quitarse la mugre. Craig se sentó lentamente, sin saber qué pensar de aquello. En cuanto se acomodó en la silla, los dos caballeros originales se dieron la vuelta para marcharse.
Craig se levantó de golpe. “Pero y qué con—”
“Siéntense,” gritó el mismo caballero, “Alguien estará con ustedes en un momento. Primero, límpiense.”
Craig apretó los puños con fuerza, pero obedeció. Esto era absurdo. ¿Por qué estaban sentados allí? ¿Cómo podía Clyde estar ahí sentado limpiándose, sin una pizca de preocupación? Craig dejó su trapo mojado intacto.
La espera se sintió eterna, hasta que por fin entró una figura alta. Era un hombre adulto que no parecía estar vestido como caballero, sino con ropas elaboradas, entre las que destacaba una capa azul a rayas. Parecía tener la edad de los padres de Craig, con cabello negro azabache y un bigote que, pese al evidente valor de su ropa, no parecía estar bien recortado. En realidad, todo su aspecto era algo desaliñado.
“Hola, chicos,” dijo él mientras tomaba asiento. Su habla era ligeramente arrastrada.
“Esto es estúpido,” dijo Craig, con frialdad. “Sólo queremos saber de los daños en Sundorham y dónde están todos los sobrevivientes.”
“¿Sobrevivientes?” preguntó el hombre, su voz incluso más arrastrada.
“Sí, maldito borracho. Para eso vinimos. Queremos saber qué pasó con Sundorham.”
“Sundorham ya no existe, niño,” se rio. “Todos los edificios ardieron hasta quedar hechos cenizas. Dicen que toda la gente—hasta el último niño fue asesinado.”
Craig se congeló, y aun así su corazón le retumbaba como un tambor. No estaría sorprendido si toda la ciudad pudiera escucharlo. “No te creo. Tienen que haber refugiados que hayan escapado.”
“Nah,” dijo el hombre, “enviamos a gente a revisar. Ni los animales se salvaron. Aparentemente el maldito fuego mágico de los elfos no se detiene por nada. Dicen que la actual Alta Reina de los Elfos es terrible, pero joder.”
“No te creo,” repitió Craig. Su cuerpo tembló. “La gente puede huir. La gente huye de las cosas todo el tiempo.”
“Ni siquiera los caballeros pudieron escapar de esa magia,” dijo el hombre, frunciendo sus pobladas cejas con fastidio. “Todo el batallón que debía protegerlos fue masacrado. Los caballeros están siendo masacrados por todas partes.”
“¡¿Cómo podrías saber algo de esa magia?!” espetó Craig entre dientes.
Sin vacilar, el hombre miró hacia una de las velas apagadas en el centro de la mesa. Chasqueó los dedos y de ellos salió una pequeña llama naranja. Acercó la mano y la encendió. Era una llama normal, no cómo las multicolores que Craig había visto engullir su aldea, pero le quedó muy claro lo que acababa de pasar. Sus ojos se abrieron de par en par. El hombre había usado magia.
A Craig se le hundió el corazón. Que los elfos usaran magia era de esperar, pero no los humanos. Especialmente en el Reino de Kupa Keep. Después de todo, el Gran Mago no quería competencia. Podían afirmar que se hacía por “la seguridad del pueblo”, pero todos sabían cuál era su verdadero motivo. Los bebés que Craig había visto ser arrancados de los brazos de sus padres estaban muy lejos de ser una amenaza para la aldea.
Con los campesinos podían salirse con la suya llevándose a bebés mágicos, pero obviamente no funcionaría con la nobleza. Si el talento era excesivo entonces se harían excepciones, ¿pero y si sus habilidades eran suficientes para ser útiles sin ser una amenaza para el Mago? Esos “nobles afortunados” acababan entre las personas más poderosas de Kupa.
“¿Decías?”
Se mordió el labio con fuerza. “Nosotros escapamos. ¡Estábamos en Sundorham cuando ocurrió!”
El hombre arqueó las cejas. Por un instante, hasta pareció sobrio. “¿Es eso cierto, Clyde?”
Los ojos de Clyde estaban rojos e hinchados mientras se sentaba encorvado. Se secó los ojos y la nariz con la manga, pero las lágrimas seguían cayendo. Aun así, tragó con dificultad e intentó responder con voz serena. “Sí, estaba allí por trabajo. Con mi padre y… amigo. Pero yo… Mi padre estaba dentro de la aldea. Estábamos en las afueras, lejos del ataque de la invasión. Corrimos en cuánto lo vimos, mientras todos los demás corrían hacia la ciudad para ayudar. Así fue cómo escapamos.”
“¿Cuántos años tienen ahora?”
“N-No sabemos nuestras edades exactas, por ser campesinos y así, pero ambos tenemos… alrededor de 14, señor,” sollozó Clyde.
“¿Y los dos huyeron juntos?”
“Sí,” dijeron ambos, casi al unísono.
“Y tú.” El hombre miró a Craig directamente. Sus ojos estaban rojos, pero atentos. “¿Eres un siervo? Deberías saber que no tienen permitido venir a las puertas de la ciudad sin una razón. Bueno, a menos que estés buscando ‘trabajo’.”
“¡No lo está!” intervino Clyde, levantándose de golpe, “Estaba viajando con mi familia. T-Tampoco es un mercader pero—”
“¿Tienes identificación?” le preguntó a Craig directamente.
“No,” respondió Craig. Sus temblores y su ira ya habían disminuido. Solo se sentía frío. Entumecido.
“Si no puedes acreditar que eres un hombre libre, por la ley de Kupa Keep simplemente no lo eres,” explicó el hombre, “Y si no tienes una familia que te reclame, probablemente vas a ser enviado a la ‘fuerza de trabajo’.”
Craig parpadeó, sin apartar la mirada de la mesa de madera. Que sus padres no lo hayan dejado irse con el caballero en ese entonces no sirvió de mucho, ¿eh?
“Lo siento. Si pudiera ayudarte, lo haría,” dijo el hombre. Su voz era suave y su mirada era gentil.
A Craig no le importaba nada de lo que tuviera por decir. Le importaba su familia. Su padre, el trabajador que cuidaba los campos del amanecer al atardecer casi todos los días. Craig no era tan cercano a él como con su madre, pero lo respetaba. Sabía que al final del día, haría lo que sea por poner comida sobre la mesa.
Le importaba su madre. Aquella hermosa joven noble, que creció en esa misma ciudad, que dejó todo por amor. Otros podrían pensar que estaba loca por haber renunciado a una vida cómoda y a sus libertades para ser la esposa de un labrador, pero él sabía que no lo estaba. Era ferozmente inteligente y valiente, e hizo todo lo posible por pasarle esas cualidades a sus hijos. El collar le pesaba en el pecho.
Le importaba su hermana. Esa mañana estaba muy contenta, casi saltando de alegría mientras se dirigía hacia la posada. Amaba ese lugar. Aunque por la guerra pasaba poca gente, ella seguía disfrutando de su formación como posadera. Cuando llegaban visitantes, mejor aún. Le encantaba aprender del mundo que la rodeaba. Quería ser parte de él, verlo todo. Craig siempre decía que era una ingenua.
“Aunque, tu amigo es libre de entrar a la ciudad,” dijo el hombre.
Su madre dijo que los alcanzaría. Y sin embargo, le dio su collar antes de que él echara a correr. Si verdaderamente pensaba que podría alcanzarlos, ¿por qué dárselo? ¿Quería estar con su hija mientras el fuego las consumía?
No escaparon.
“¡Esperen, no!” Clyde se puso de pie. Los caballeros cuidando la puerta se acercaron a ellos. Uno de ellos le agarró el brazo, tirándolo hacia atrás. Craig fue detenido también, pero no se resistió.
Craig se dio cuenta de que su madre nunca albergó la esperanza de encontrar a su padre de nuevo. No mencionó la posibilidad de reencontrarse con él. Estaba en los campos, con el ganado más cercano a la ciudad. Las primeras flechas debieron de caer cerca de dónde él estaría.
Se habían ido. Los 3. En el fondo, ya lo sabía desde el momento que se dio la vuelta y empezó a correr. Solo no se permitía a sí mismo creerlo. Ahora, no tenía excusas para no hacerlo.
“¡ES ALGUIEN EDUCADO!” gritó Clyde, “¡Puede leer! ¡Si fuera un siervo, no podría hacerlo!”
Craig alzó la mirada, como si Clyde lo hubiera despertado de un trance.
“¿De veras?” preguntó el hombre. Craig podría jurar que vio como los ojos del hombre se iluminaron.
“Sí,” respondió Craig. Sonaba desalmado, tan desalmado como se sentía.
El hombre rebuscó en una bolsa que llevaba. Le tomó un momento, pero acabó sacando un pergamino de papel. Se lo tendió a Craig. “Lee esto.”
Las manos de Craig estaban temblando, pero lo desplegó con cuidado.
“Por Decreto del Gran Mago, Eric Theodore Cartman, jefe de Estado Interino de su Alteza Real, la Princesa Kenny,” leyó Craig de manera fluida con una voz suave, “En represalia por la destrucción de las tierras de Sundorham, Broken Arrow y Heatherworth, el Reino de Kupa Keep le declara la guerra absoluta al Alto Reino de los Elfos y busca la muerte de la actual Reina de los Altos Elfos.” Lo leyó Craig con voz suave pero fluida.
Otras dos aldeas. La destrucción de Sundorham ni siquiera había sido un incidente aislado. Fue solo una de las muchas víctimas. ¿Cuántas más habría?
El hombre lo miró con unos ojos muy abiertos y lentamente recuperó el pergamino. “Con eso basta,” dijo, cerrándolo de golpe.
Craig ni siquiera vio cuando soltaron a Clyde. Este se abalanzó sobre él, lo rodeó con los brazos y empezó a llorar sobre su hombro. Instintivamente le correspondió el gesto con un abrazo leve. Clyde parecía sentir más alivio que él.
“Lord Marsh, con debido respeto, el alfabetismo por sí solo no es un factor suficiente para determinar un linaje,” objetó un caballero.
La cara del hombre—de Lord Marsh—se suavizó aun más, reflejando una mirada que Craig no podía describir. “Dije que con eso basta.”
“Seguro que sientes lástima por él porque se parece a tu hijo muerto,” se burló el otro caballero, “Al Gran Mago no le gustará eso.”
En un abrir y cerrar de ojos, Lord Marsh alzó su brazo en el aire. Con un rápido movimiento de muñeca, de su mano brotó un brillante rayo de energía que hizo retroceder a los dos caballeros. Ambos se estrellaron con fuerza contra la oscura pared de piedra y cayeron al suelo. El hombre se acercó a ambos y los tocó ligeramente con la punta del pie, asegurándose de que estuvieran inconscientes. Los ojos de Craig se abrieron de par en par. Si aquel hombre era un usuario de magia “débil”, solo podía imaginarse cuán grande era el poder de alguien como el Gran Mago. No era de extrañar que los caballeros no pudieran hacer frente a un ejército de elfos mágicos.
“Ignórenlos,” dijo él, como si no acabara de usar magia para dejar inconscientes a dos caballeros. Volvió hacia ellos y se paró frente a Craig, observándolo con sus ojos oscuros. “No me has dicho tu nombre.” Alargó la mano hacia un voluminoso libro al borde de la mesa. “Lo necesitamos para el registro.”
Craig ya estaba paralizado, pero la pregunta no lo ayudó. ¿Por qué no había seguido el consejo de Clyde y se había inventado uno? Ahora no podía pensar. ¿Cómo podría pensar? Instintivamente, su mano se dirigió a su pecho, donde el colgante naranja de su madre se escondía bajo la túnica embarrada. Sintió la piedra contra su pecho adolorido y palpitante. Cerró los ojos e inspiró hondo.
“Feldspar,” dijo. “Mi nombre es Feldspar.”
Chapter 2: Capítulo 2: Capítulo 1
Notes:
De wintergrew:
Para esta historia, y particularmente para los humanos del Reino de Kupa Keep, traté de tener una cierta exactitud con la Europa de la época medieval. Sin embargo, al ser una historia de fantasía en un universo alterno, no tengo que seguir las reglas por completo y puedo cambiar las cosas a conveniencia. Principalmente, una de estas es cómo hablan, ya que siento que si los personajes de South Park hablaran sin ese lenguaje coloquial sería raro. Intenté no exagerar, eso sí, para no sacarlos del ambiente.
Además: No voy a spoilear la historia, pero si están preocupados de que la historia no se sienta muy High Fantasy (fantasiosa) y mayormente de la Edad Media, no se preocupen. Cómo se mencionó en el prólogo, a Cartman le gusta mantener el monopolio de la magia en el reino. Craig obviamente dejará Kupa en el futuro, pero el contraste es intencional.
Por último, las diferencias de edad entre los personajes se manejan a escala de cómo funciona en el programa (es decir: Todos los chicos de cuarto grado tienen la misma edad, todos los padres son más viejos, los herman@s son más jóvenes/viejos por el mismo número de años) exceptuando a Cartman. Cartman es considerablemente mayor.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
La vida de ladrón significaba que tu lealtad se basaba exclusivamente en la conveniencia.
Craig pensaba que ese hecho era un cliché manido, pero era uno que inevitablemente aplicaba en su caso. Al fin y al cabo, durante todos los años en los que vivió en la ciudad de Kupa Keep, robó para subsistir—sus lealtades eran, naturalmente, limitadas a sí mismo y a quien lo contratara. Incluso entonces, un encargo valía lo que valía el contrato. En cuanto terminaba o dejaba de ser mutuamente beneficioso, todo volvía a estar en juego. Antiguos compañeros se volvían enemigos, antiguos enemigos pasaban a ser clientes. En algunos casos, el ciclo se repetía varias veces con la misma persona. Por eso, lo mejor era mantener las relaciones estrictamente profesionales: desconfiar por sistema y no encariñarse con nadie.
Después de todo, los ladrones trabajan mejor solos.
Aquel día particular, él había sido contratado para una misión bastante sencilla: Recuperar el preciado collar de perlas rosas de Lady Shelly Marsh. La propia Shelly le había pedido—o más bien, exigido—que aceptara la oferta. Cuando advirtió que este había desaparecido, su grito pudo oírse hasta el rincón más lejano de la ciudad y casi de inmediato lo mandó a llamar.
No sabía dónde estaba o siquiera quién se lo había robado, así que no iba a ser un robo típico de “ve a tal sitio y roba esto”. Con todo, Shelly era una cliente recurrente de Feldspar el Ladrón, a menudo contratándolo para recuperar sus cosas perdidas. Tampoco le importaba contratarlo para robar cosas que deseaba de otros. Casualmente, también era una de sus clientas más adineradas. Nunca podría decirle que no, pese a su desagradable carácter o a lo poco que solía contarle para sus misiones.
A decir verdad, Craig no necesitaba la información sobre quién o dónde estaban las cosas que tenía que robar. Evidentemente esa información era útil, pero él conocía los entresijos del bajo mundo en la ciudad de Kupa Keep. Sabía qué tipo de personas solía robar qué, todas las casas de empeño locales (tanto legales como clandestinas), y era talentoso a la hora de arrancar la información adecuada de la gente adecuada.
Aquel collar de perlas sería uno de sus hallazgos más sencillos. Después de todo, a él mismo lo habían contratado para robarlo en primer lugar.
Hubo momentos donde Craig ejecutaba auténticas estafas—robando objetos de valor para los nobles sin que estos lo supieran o sospecharan, con la esperanza de que su reputación los llevara a contratarlo para recuperarlos de la terrible persona que imaginaban era culpable. Al principio, las recompensas que recibió eran demasiado bajas, a precios tan poco rentables que habría ganado más vendiendo los artículos en el mercado clandestino. Pero a medida que su reputación creció, también lo hicieron el dinero de las recompensas y la clientela. Robaba a los ricos y se los vendía de vuelta, todo mientras ellos creían que era su héroe haciéndoles un increíble favor. Sin embargo, esta vez no fue uno de esos casos.
El decir que el collar de perlas de Shelly Marsh era extremadamente valioso sería quedarse corto. Probablemente era el objeto más valioso que había robado jamás. Estaba hecho con perlas raras del lejano Mar del Sur, obtenidas únicamente en un pequeño pueblo que las consideraba sagradas. Usualmente no dejaban que sus perlas dejaran el océano, volviéndolas raras y costosas—el tipo de cosas que sólo la realeza podía permitirse. De hecho, aquel collar le había pertenecido a la antigua Reina Carol—un raro obsequio del Reino del Sur para la coronación de su esposo. Según se decía, la Reina Carol se lo había dado a la familia Marsh como muestra de sus condolencias por la muerte de su hijo años atrás.
Por supuesto que para Shelly no era más que algo bonito y brillante de lo que le gustaba presumir. Naturalmente, como un ladrón a sueldo con lealtades fugaces, nada de esto le importaba a Craig.
No, lo único que le importaba era la tarea que le habían asignado a hacer y el pago subsecuente. Se sentó en el techo de una panadería local, comiéndose uno de sus pasteles. Claro, un pastel que había robado. Aunque, para ser honestos, a veces sí pagaba, ya que era uno de sus sitios favoritos para comer.
Al crecer como un siervo, su dieta solía consistir en granos, vegetales y, con suerte, algo de carne. Antes de llegar a la ciudad, nunca había comido dulces o azúcar, con la excepción de miel en muy raras ocasiones. Su madre le solía describir como eran los pasteles, pero nunca los podría haber imaginado. Cuando finalmente pudo comer uno por primera vez, se emocionó más de lo que habría querido admitir. Estaba comiendo un bollo dulce con un toque de miel, era uno de sus favoritos. Probablemente debería haber escogido algo más, pensó, porque le había dejado las manos ridículamente pegajosas. Él suspiró.
El panadero era un hombre mayor, amable, con una enorme barriga y una risa jovial. No era especialmente atractivo, pero sí trabajador. Su nueva esposa, en cambio, era una belleza. Probablemente tenía la mitad de su edad y parecía sacada de un cuadro. Craig esperaba que fuera vana y desagradable, pero resultó ser bastante cordial. Se preocupaba mucho por su apariencia, sí, pero parecía amar a su marido y no le importaba ser la esposa de un simple panadero. El panadero, sin embargo, no lo veía así. Se sentía afortunado de tenerla, pero sentía que ella merecía algo mejor. Amaba su oficio, pero desde que se casaron deseó poder ser un noble solo con tal de ofrecerle un mundo más grande—una torre amplia con muebles lujosos, hermosos vestidos, incluso una audiencia con la Princesa.
Ahorró una buena suma de dinero para pagarle a Craig por robar el collar para el cumpleaños de su esposa.
Mientras terminaba los últimos bocados, se sacudió las migajas y se limpió las manos en la capa. No sirvió de mucho. Gruñó levemente para sí mismo.
Saltó y se aferró a la chimenea del edificio—un conducto delgado, casi frágil. Con cuidado, la usó como apoyo para inclinarse hacia adelante y obtener una mejor vista del interior de la panadería. O, más específicamente, del segundo piso donde vivían el panadero y su esposa. Como ambos estaban atendiendo en la tienda del primer piso, sabía que estaría a salvo echando un vistazo. Se aseguró de ello—no solo para saber que su espacio vital estuviera despejado, sino para también para saber que ella no estuviera luciendo orgullosamente el collar de perlas. Aun así, procuró mantenerse cauteloso.
Tenía que serlo. Si se resbalaba, se caería del tejado de dos pisos directamente al suelo. Lentamente, ajustó su peso y se apalancó para conseguir un mejor ángulo. Pudo ver el interior del dormitorio, aunque desde una perspectiva alta e incómoda.
No era una habitación lujosa bajo los estándares de la ciudad—los panaderos eran meros campesinos, después de todo. Vivían mucho mejor que los siervos, pero seguían siendo campesinos al fin y al cabo. Tenían una cama grande con un colchón cubierto con mantas sencillas. Había una silla de madera ordinaria y un tocador para la esposa del panadero, probablemente más viejo que cualquiera de los dos. Objetos básicos del día a día. Aun así, la casa de un campesino libre era mucho más de lo que Craig podría haber imaginado en su infancia.
Para cualquier siervo, ellos eran ricos. Privilegiados. Libres. Bajo ese estándar, robarles el collar no le generaba tanta culpa.
Se dio cuenta de que el ángulo era muy limitado. Lentamente, se soltó de la chimenea y empezó a deslizarse hacia el borde del techo. Las tejas de madera siempre le parecían un prodigio—no podía evitar imaginar lo rápido que habría atravesado el techo de paja de la casa donde creció.
Tampoco funcionó. Estaba aun más cerca de resbalar y caer.
Suspiró y se incorporó para apoyarse en la chimenea. Debería haber traído una cuerda. Tenía una cuerda, pero la había dejado en su casa. No pensar en ello fue poco profesional, incluso para sus propios estándares. Molesto consigo mismo, se quitó la capa marrón y la retorció con todas sus fuerzas. No era lo suficientemente larga como para amarrarla a la chimenea. Entonces tanteó una teja suelta (pero no demasiado suelta) y metió la capa por debajo, amarrándola a ella. Era una maniobra estúpida y riesgosa, pero necesitaba mirar por la ventana con claridad y con suerte, una entrada. Tras un profundo respiro, se aferró a la capa y lentamente se dejó deslizar por el borde. El primer salto de fe fue el más difícil, pues era la prueba de fuerza para ver si se caería y se rompería el cuello. Apretó los ojos mientras descendía. Aguantó.
Exhaló con alivio, abrió los ojos y se asomó por la ventana. Desde ahí podía ver la habitación entera. Lo más importante: el tocador al otro lado de la habitación estaba en un pleno ángulo de visión. Conociéndola, si escondía el collar en algún sitio, estaría allí. Sin embargo, no podía verlo. El tocador estaba desordenado, lleno de objetos y parcialmente obstruido por una silla. Gruñó de nuevo. Shelly quería su collar de vuelta pronto. Y él no podía darse el lujo de fallarle.
Cuidadosamente, Craig subió los pies y los presionó contra la ventana. Había entrado a muchos sitios rompiendo una ventana antes, incluso tenía un pequeño refuerzo metálico en la punta de sus botas para poder derribarlas mejor, pero siempre era arriesgado. El ruido siempre era inevitable y llamativo. Eso sin mencionar que atravesar un cristal, especialmente si no acertaba el ángulo perfecto, solía dejarlo con más de un corte. Además, su plan de escape era un poco improvisado. Aun así, estaba casi seguro de que el collar estaba en el tocador. Solo tenía una oportunidad.
Respiró hondo, dobló las piernas contra la ventana y contó mentalmente hasta tres. Al llegar a “tres”, se impulsó con toda la fuerza que pudo reunir y, usando su capa como apoyo, aprovechó el impulso para abalanzarse y atravesar el cristal. El estruendo fue más fuerte de lo previsto y pudo sentir como los fragmentos de cristal se incrustaban a través de la tela fina, pero no tenía tiempo para eso. El panadero, los clientes o los transeúntes lo oirían, lo que le daría muy poco tiempo.
Rodó por el suelo y se incorporó de inmediato, corriendo hacia el tocador. Tomó la silla y la usó para atrancar la puerta. No resistiría mucho tiempo, pero le daría unos segundos extra y una advertencia cuando alguien intentara entrar.
Examinó el tocador y vio que el collar no estaba sobre la superficie. Entonces cayó en cuenta de que no había considerado que quizá lo escondía bajo su vestido, igual que su madre con el suyo. Oyó un alboroto creciente en la planta de abajo. No tenía tiempo para dudar. Revolvió con desesperación los cajones, empujando y tirando todo lo que encontraba sobre el mueble.
“¡¿Qué está pasando allí arriba?!” oyó gritar al panadero desde la planta baja.
“Mierda,” dijo en voz baja. No estaba allí. Ni en la parte de arriba, ni en ninguno de los cajones. En ningún lado.
Podía escuchar los pasos aproximándose. Con o sin el collar, tenía que salir de allí rápido.
“¿Quién está allí?” gritó el panadero de nuevo. Su voz estaba incluso más cerca, indicándole a Craig que estaba en camino.
“Mierda. Mierda,” resopló Craig, presa del pánico. Examinó rápidamente la habitación, asegurándose de que no estuviera en ninguna otra superficie visible del dormitorio.
Los pasos estaban a un par de metros. Tenía que moverse. Agarró la manta de la cama y se envolvió en ella, tirando una almohada al suelo.
Clink.
Craig parpadeó. Más lento de lo debido, extendió la mano hacia la almohada. Metió la mano en la funda y palpó. Efectivamente, sintió algo duro y redondo... ¡El collar!
Escuchó como la puerta se movía. El pomo de la puerta tembló con violencia.
“¡ABRAN LA PUERTA!” rugió el panadero, golpeando la madera, incapaz de pasar por la obstrucción. No le tomaría mucho tiempo a un hombre de ese tamaño lograr abrir la puerta, Craig lo sabía. Hora de irse.
Trabajando tan rápido como pudo, ató la manta a su capa, que aún estaba en su sitio. La dejó caer por la ventana. Aunque sería una caída considerable, no moriría. Sin embargo, al desplegarla, se dio cuenta de que el nudo no estaba lo suficientemente apretado. La brisa logró llevarse la manta con una facilidad humillante.
“¡MIERDA!” Craig se mordió el interior de la mejilla. Otro estruendo brutal sacudió la puerta. Tenía que irse ya.
Moviéndose solo por adrenalina, agarró su capa, que aún estaba atada al techo, y subió al alféizar cubierto de vidrios. Sujetándose, se lanzó con fuerza por la ventana justo cuando la puerta finalmente cedía con un estruendo.
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“Feldspar, estás hecho mierda,” anunció Lady Shelly al recibirlo.
Era cierto, sí se veía desastroso. La caída le raspó las palmas y las rodillas, incluso rasgando sus pantalones. Había sido extremadamente suertudo de no haberse roto ningún hueso. Sin embargo, no tenía tiempo para lamentarse de su dolor teniendo en cuenta que el panadero pronto se asomaría por la ventana, y el alboroto atraería a cualquiera que quisiera salir a mirar. Tras completar la misión, tuvo que saltar a un montón de basura—lo cual probablemente no era lo mejor para sus heridas abiertas. Su capa marrón también estaba rasgada en los bordes, una parte desprendida desde el techo.
Por lo menos su propio collar aún estaba seguro alrededor de su cuello. De todas formas, eso era todo lo que realmente importaba. Bueno, eso y el collar de Lady Shelly, a salvo en su bolsa.
“De nada.” Craig la fulminó con la mirada mientras le entregaba el collar de perlas. También había estado cubierto de barro, pero fue algo que logró limpiar. Por supuesto que ella no estaría contenta con perlas sucias. Con un pequeño grito ahogado de emoción, rápidamente le arrebató el collar para examinarlo.
Lady Shelly Marsh no era exactamente una señorita distinguida. Era tosca y dura. Siempre llevaba el cabello despeinado y usaba vestidos menos elegantes y más prácticos que las demás chicas nobles de su edad. Hablaba de forma grosera, poco femenina, con un ceceo. En cuanto a su comportamiento, no temía decir lo que pensaba. Jamás temía ser ella misma.
“¡Mi collar! No entiendo como un mojón como tú logra estas cosas.” A pesar de sus insultos, chilló de emoción.
A Craig probablemente la habría apreciado… si dejara de ser tan insufrible.
“Sólo quiero mi dinero,” dijo él.
Ella frunció el ceño. “No deberías exigirle cosas a la nobleza. No querrás tener problemas con la nobleza, ¿no es así, mojón?” Los sirvientes que estaban vigilando la puerta se irguieron de inmediato, a la espera de alguna orden.
Craig puso los ojos en blanco. “Por favor. Puedes decir eso todo lo que quieras, pero la próxima vez que necesites que roben algo por ti, estarías molesta si no estuviera aquí. Y estoy seguro de que al Gran Mago no le haría gracia saber con qué frecuencia ocurre eso.”
Shelly lo fulminó con la mirada, su rostro volviéndose rojo de ira. Craig no se movió ni un centímetro. Conocía perfectamente su juego.
“Denle su paga,” le ordenó a uno de sus sirvientes mientras pasaba entre ellos con brusquedad, dejándolos atrás.
“Sí, mi Lady,” dijo uno, sacando un sobre con el nombre de “Feldspar” de su bolsa y entregándoselo. Craig lo abrió para ver qué tanto era.
Sus ojos se abrieron de par en par. Se retractó de lo que había pensado antes. Podría soportar a Shelly todo lo que fuera necesario.
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Teniendo dinero de verdad en el bolsillo, Craig compró un buen pastel de carne de un local que le gustaba. Lo atendía una anciana amable, una a la que nunca se sentiría cómodo robando. Le recordaba mucho a su propia abuela—la madre de su padre quien había muerto cuando él era muy joven. Aunque la anciana fuera una comerciante, le transmitía una moralidad, una calidez que le impediría traicionarla.
“Hijo, ¡deberías limpiarte!” ella le sonrió mientras Craig entraba a la tienda.
Él le sonrió de vuelta. “Ya lo haré, he estado algo ocupado.”
“Querido, ¡tus piernas están sangrando!” jadeó mientras lo examinaba más de cerca. Se incorporó de inmediato y corrió al otro lado de la tienda, agarrando un paño fino. Lo mojó en agua y, sin preguntarle primero, se lo apretó contra su rodilla. Le escoció y lo hizo estremecer.
“No tiene que hacer eso,” dijo entre dientes. Le dolía.
“Sí, tengo que,” insistió ella. “Mi primo—cuando éramos pequeños, ¡se raspó un dedo del pie y se le infectó! ¡Se puso tan mal que tuvieron que amputarlo!”
“No es para tanto mal, señora.”
“Calla, muchacho, y escucha a tus mayores,” exigió con una voz severa pero muy maternal. Le brillaban los ojos y la comisura de sus labios se le torció hacia arriba casi en un gesto involuntario.
“Sólo quería un pedazo de pastel, señora.”
“¡Por supuesto!” se incorporó de nuevo y se apresuró hacia la mesa de los platos. Le cortó un pedazo mucho más grande de lo habitual y lo envolvió en papel. “La casa invita,” añadió con orgullo.
“No,” insistió Craig, “Acabo de recibir mi paga y quería comprar un pedazo para celebrarlo.”
“Pero yo—”
“No, señora.” Craig metió la mano en su bolsa y sacó un puñado de monedas. “Esto es para usted.”
Sus ojos se abrieron de par en par. “Hijo, ¿cómo conseguiste todo este dinero? No puedo—”
“Insisto,” dijo él, tomando el pastel. Ella intentó detenerlo, pero él se excusó cortésmente y abandonó la tienda.
Nunca comía en el local en sí. Se sentía raro comer en un lugar público, aunque rara vez tenía clientes. En su lugar, siempre optaba por comer en el mismo viejo rincón del jardín del castillo. Era un “jardín” aburrido, siendo honestos, solo con unas cuantas flores y unos arbustos aburridos. La Princesa Kenny solía cuidarlo cuando era joven. En ese entonces, se decía que era absolutamente hermoso. Hoy en día, se esperaba que ella pasara sus días en la corte, cuidando del Reino. O, por lo menos eso se decía en la versión oficial. Craig estaba medio convencido de que el Gran Mago la quería fuera de vista para poder consolidar su posición como el líder de facto.
De todos modos, no pensó que habría importado mucho si la Princesa Kenny lo seguía cuidando o no. Él prefería las flores naturales de las granjas del campo. Aun así, lo disfrutaba, ya que era uno de los pocos lugares con semejanza a algo de amplitud en la ciudad abarrotada y encerrada entre las murallas.
Para ser honestos, hoy en día el foco del jardín eran menos las plantas y más las estatuas de piedra. La más grande se alzaba en el centro, representando al mismísimo Gran Mago. Claro que la escultura se asemejaba muy poco con la realidad, pues era mucho más delgado, musculoso y atractivo. Probablemente el propio Mago la mandó a construir personalmente y habría mandado a ejecutar a cualquiera que lo hiciera ver poco favorecedor.
Sin embargo, todas las demás estatuas eran de caballeros caídos. Por supuesto que no había una para literalmente cada caballero fallecido en Kupa. Sólo aquellos considerados lo bastante significativos recibieron ese honor. Ninguno de los que murieron protegiendo su aldea fueron lo suficientemente dignos. Craig recordó lo importantes que se creían en vida. Ahora, dudaba que alguien siquiera recordara la mayoría de sus nombres.
Aun así, pese a su desprecio por los caballeros, se encontraba a sí mismo atraído por las estatuas. Quizá era la calidad del tallado. Quizá era el hecho de que, al estar hechos de piedra, no podían decir o hacer nada desagradable. Solía sentarse a almorzar bajo una en particular. No sabía por qué resultaba atraído por esa estatua en particular. Pero, desde que tenía 14 años, solo y perdido en aquella ciudad inmensa, sentía como si esa estatua lo protegiera, casi irradiando una suerte de calidez paternal. Quizá extrañaba demasiado a su padre. El caballero era bastante alto, tal y como él.
Volvió a suspirar para sí mismo. No le gustaba pensar tanto en su familia, aunque lo hiciera constantemente. Las pesadillas habían disminuido con el paso de los años, pero nunca desaparecían del todo. Siempre podía verlos en su mente, despierto o dormido. Podía ver a sus padres. Podía ver a su hermana. Podía ver su aldea.
Podía escuchar sus gritos.
Tomó un mordisco del pastel. Tenía un sabor rancio, desagradable. Siempre lo tenía. Aun así, siempre lo comía con gusto.
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Tras darse un baño rápido en las termas públicas cerca de la plaza, Craig regresó a su casa al caer la tarde. Alquilaba el piso superior del local de un anciano curtidor. El hombre, pobre y solo, podía vivir en la parte trasera del piso inferior y le ofreció el piso superior por una tarifa ínfima. El alquiler era bueno y bajo por una razón—era un lugar pequeño que siempre olía fatal por el trabajo con las pieles desde la tienda de abajo. Por suerte, había una escalera exterior en la parte trasera del edificio que subía al piso superior, así que no era necesario atravesar la tienda. Además, prefería no hablar con el anciano.
Cansado, subió las destartaladas escaleras hasta su pequeña sala de estar. La puerta estaba cerrada con llave, pero la madera estaba podrida. Se podría derribar con mucha más facilidad que la del dormitorio del panadero. Suspiró mientras metía la llave en la puerta y abría la cerradura.
El interior del lugar tenía un aspecto tan soso y vulgar como el exterior. La luz natural proveniente de las ventanas, pequeñas y ubicadas de manera inoportuna, era escasa, lo que hacía que siempre pareciera oscuro. Era básicamente un desván remodelado, convirtiéndolo en una gran habitación. En una esquina había una cocina improvisada con una pequeña hoguera y una vieja mesa de madera. Sin embargo, la mayor parte del lugar estaba llena de cosas. Desde ropa hasta artículos y provisiones—él no era muy organizado. Contra una pared, estaba su propio colchón, relleno de hierba—era mucho mejor que el incómodo y espinoso colchón de paja de su infancia.
Y para ser justos, incluso un apartamento de mala muerte en la ciudad como este era mucho mejor que cualquier cosa que hubiera soñado en Sundorham. Las paredes lo protegían del frío del invierno, las ventanas eran de vidrio auténtico y, aunque la puerta amenazara con venirse abajo, por lo menos no tenía que remedar el techo cada pocas semanas.
Dejó sus cosas junto a la cama y se recostó. Aun así, el colchón seguía siendo poco cómodo.
“¿Crees que la Princesa Karen tiene que compartir su cama con sus hermanos mayores?” Tricia le dio un codazo a Craig en medio de la noche con un fuerte susurro.
“Por supuesto que no, son de la realeza,” gruñó Craig, rodando lejos de su hermanita. Ella no lo había despertado, pero él sí quería volver a dormir. Había una cosecha importante mañana y odiaba intentar funcionar sin haber descansado bien. Ahora que Tricia tenía unos 5 años, sin embargo, todo lo que quería hacer en las noches era hablar.
“¿Por qué no somos de la realeza?” preguntó ella.
“Porque no lo somos, obviamente.”
“Ya lo sé, pero por qué,” insistió ella, “Quiero decir, ¿qué nos hace diferentes? ¿Qué evita que nos vayamos y hagamos un nuevo reino en otra parte?”
Él puso los ojos en blanco. “Bueno, primero que nada, no es tan fácil. Segundo, no podemos irnos de todos modos. Somos siervos. Pertenecemos a los dueños de esta tierra.”
“¿A qué te refieres con que no nos podemos ir?”
“No teneros permitido irnos de aquí.” Se frotó las sienes, cansado y fastidiado. “Estamos ‘endeudados’ con los dueños de esta tierra. Es ilegal dejar la aldea sin permiso, algo que no les gusta hacer porque podríamos irnos para siempre.”
Ella se incorporó de golpe. “¡Eso es horrible!”
“Bueno, nos dejan vivir aquí,” dijo él, encogiéndose de hombros, “y nos necesitan. Si no tuvieran a granjeros cuidando la tierra, todos morirían de hambre. Así que no pueden dejarnos escapar para perseguir sueños tontos sobre fundar un reino.”
“Pues yo si voy a hacerlo,” anunció Tricia, recostándose de vuelta. “Voy a salir de aquí. Nadie puede decirme lo que voy a hacer con mi vida.”
Una humedad cálida le nubló la vista. A pesar del paso de los años, no podía escapar de su pasado. Odiaba como las palabras de su hermana menor resonaban en sus oídos, escuchándola tan claramente como en ese entonces. Odiaba verla en cada chica rubia rojiza que veía, preguntándose cómo luciría ahora. Odiaba ver familias juntas y felices, preguntándose qué habría sido de la suya. Eso lo enfurecía.
Se secó rápidamente los ojos y se giró de lado. Se llevó la mano al pecho mientras, instintivamente, empezó a juguetear con el colgante de feldespato naranja que llevaba en el cuello.
Odiaba como nunca supo si su madre llegó a encontrar a Tricia.
“¡CRAIG!” retumbó una voz, interrumpiendo sus pensamientos. Desde hacía años, después de identificarse como Feldspar, oír su nombre real siempre se sentía extraño. De hecho, solo una persona lo seguía usando.
“Qué tal, Clyde,” dijo Craig mientras se frotaba los ojos de nuevo y se incorporaba al borde de la cama.
“Amigo, no vas a creer lo que pude conseguir de la tienda,” dijo Clyde, lanzando su saco en medio de su casa compartida.
Clyde era un comerciante y, al llegar a la ciudad, le dieron trabajo como ayudante de una tienda. Era una tienda elegante y de gran tamaño con todo tipo de ropa, juguetes y otros artículos para que los ricos y adinerados gastaran su dinero. Desde pequeño, Clyde se las arreglaba para robar cosas cuando el dueño no estaba mirando, tanto para él como para Craig. De hecho, fue el éxito de Clyde robando en su propio lugar de trabajo lo que le inspiró a Craig a dedicarse al robo.
“¿Qué es esta mierda?” preguntó Craig, recogiendo el saco y vaciando su contenido en el suelo. La ropa cayó hecha un montón, y les dio un toque suavemente con el pie para dispersarla y poder verla mejor.
“Oye, no lo tires así nomás,” se quejó Clyde. “Algunas de esas cosas son realmente caras.”
“¿Notarán que no están?”
“Sí, pero no te preocupes. Había un tipo muy raro y asqueroso del que el dueño de la tienda me dijo que tuviera cuidado, pensando que podría robar o algo así. Él nos tiene cubiertos.”
“Te van a atrapar algún día.” Craig se sentó para darle un vistazo a los objetos. “Eres un ladrón de pacotilla.”
“Bueno, como sea, mira lo que conseguí.”
“¿Sombreros?” preguntó Craig, recogiendo un par que cayó en el suelo. Uno azul y uno verde.
“Sí, nunca hemos tenido sombreros. Creí que te gustaría el verde. Combina con tus ojos y todo eso.”
“Me gusta el azul,” dijo Craig, tirando el otro al suelo de nuevo.
“Pero el verde es para ti,” se quejó Clyde. “Lo conseguí pensando en ti.”
“Me gusta el azul,” dijo Craig, mientras se acomodaba el sombrero. Era un sombrero oscuro de tela suave que le quedaba bien, ocultando por completo ambas orejas y la nuca, con un corte en la parte delantera que le llegaba hasta la frente. En la parte superior había una bola amarilla, suave al tacto. Craig se miró a sí mismo en el opaco espejo al otro extremo de la habitación. Pensó que le quedaba bien.
“El verde se vería mejor,” murmuró Clyde, recogiéndolo. Era un sombrero puntiagudo con una pluma roja. Craig solo veía a los ricos usarlo y sabía que era más valioso que el que él escogió. También le pareció increíblemente ridículo.
“Me gusta el azul,” repitió Craig son sus pensamientos directos. “La moda noble es estúpida.”
“Como sea.” Clyde dejó el sombrero verde de lado sobre la mesa. “¿Por qué la parte de abajo de tu capa está toda rasgada?”
“Ah cierto.”
“¿Ah cierto?”
“Estaba en una misión para la chica Marsh hoy.” Craig esquivó la pila de sus cosas y se volvió a sentar sobre la cama.
“¿La que es super aterradora?”
“Es literalmente la única heredera de los Marsh,” Craig puso los ojos en blanco.
“Si le dices eso a Lord Marsh, probablemente te mate,” se rió Clyde, sentándose junto a Craig en la cama.
“Como sea, deja de interrumpir,” continuó Craig. “En fin, me pidió robar un collar que según ella le habían robado. Fue fácil por lo que yo fui el que se lo había robado en primer lugar—”
“Un día, todas estas traiciones te van a pasar factura—”
“Cállate, ladrón de pacotilla.” Craig le dio un empujón. “En fin, fue bastante fácil, salvo que me obligaron a entrar a un segundo piso y olvidé traer la cuerda—”
“¿Tú?” Clyde se levantó y soltó un jadeo fingido y sarcástico. “¿El poderoso ladrón Feldspar? ¿Equivocándose?”
“No estoy jugando Clyde,” dijo Craig, fulminándolo con la mirada. “En fin, puede que haya usado mi capa en su lugar, así que se rasgó. También tuve que esconderme en un montón de basura, lo cual fue una mierda, pero pasé por las termas antes de venir. Obviamente.”
“¿Y por lo menos te pagaron bien?”
“Mira por ti mismo.” Craig esbozó una sonrisa poco habitual mientras le lanzaba el saco.
Clyde haló de la cuerda para abrirlo y miró dentro.
“A la mierda, amigo. Olvida todo lo que traje.”
Es verdad, los ladrones trabajan mejor solos. Y Craig casi siempre lo hacía. No hacía amigos, no buscaba a alguien con quien tener una relación romántica a largo plazo. Trabajaba solo, evitando tener lealtades con quien sea que se le cruzara.
Aun así, como criminal, sabía que las reglas se hicieron para romperse. Siempre había excepciones. Clyde era la suya.
Notes:
De wintergrew:
¡Gracias por leer! ¡Los Kudos/Comentarios/Etc. Son sumamente apreciados! También lo son las críticas constructivas.
Por cierto, no se preocupen, más personajes familiares van a empezar a aparecer.
También, siéntanse libres de seguirme en el Tumblr que acabo de empezar: https://wintergrew. /De it_has_to_be_you_55:
¡Me disculpo por haber tardado con la publicación! Resulta que la Maldición de AO3 si es real y mi gato murió esta semana…
¡Por lo menos terminé el semestre y podré enfocarme en escribir!
Respecto al capítulo como tal, hubo unas 2 o 3 líneas que no traduje como tal porque algunas palabras (literalmente) no tenían una traducción al español que no se repitiera con el énfasis de la frase posterior/anterior. No sé si tenga mucho sentido o alguno lo note pero… ¡igual!Parecido a Winter, cualquier comentario, Kudo y demás se aprecia ^-^/
Chapter 3: Capítulo 3: Capítulo 2
Summary:
No le gustaba la diversión ni las emociones. Sinceramente, prefería las misiones de robo sencillas y rutinarias. Pero al menos lo mantenían ocupado. Además, le gustaba ser un ladrón. No entendía como lo hacían algunas personas, viviendo toda su vida sin trabajar. Si no supiera mejor, casi compadecería a los ricos que no tenían que levantar ni un dedo.
Aunque, claro, él sabía cómo funcionaba realmente ese mundo.
También se dio cuenta de que tener dinero para comprar cosas no era tan emocionante cuando eres un experto robándolas gratis.
Notes:
De wintergrew:
A pesar de que escribí este capítulo más rápido que el resto, sin duda fue el más difícil. Sigo desarrollando algunas cosas, pero cada vez estoy más cerca. También hay algunas caras conocidas—algunas solo son cameos mientras que otras resultarán más importantes más adelante. Dejaré que intenten adivinar cuál es cuál.
No voy a explicar el punto exacto antes de tiempo, pero cuando la música se mencione, esto es lo que imaginé que estaba sonando. (La canción con la marca de tiempo, no todo el video) https://youtu.be/TKjadi_rvP0?t=5m34sDe it_has_to_be_you_55:
Tristemente, si fueron como ya la primera vez que leyeron esto, el video de arriba ya no existe, así que… *llora*
Sin embargo, me tomaré la libertad creativa de dejar un link (¡solo es mi interpretación, ténganlo en cuenta!) de lo que me imaginé de esa escena particular *v*/
Link: https://www.youtube.com/watch?v=I2q7br9-T9g (1:27:01-1:29:40)
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
“¡No pueden hacerme esto!” Craig alcanzó a oír a una mujer desde la distancia.
“Lady McDaniels, le sugiero que mantenga la calma.”
“¿¡Acaso no entienden que lo perdí todo!? ¡No pueden quedarse ahí sentados sin hacer nada!” Craig se acercó hacia el escándalo para dar un vistazo, llevándose a Clyde consigo, esquivando a la multitud que ya empezaba a reunirse. En el medio estaba una mujer de aspecto excéntrico, debería tener unos 40 o 50 años, con cabello corto y rizado teñido de verde. Sin lugar a duda, había muchos personajes interesantes en la Ciudad de Kupa Keep, tipos interesantes que jamás habría imaginado que existieran hasta las últimas semanas desde su llegada.
“Mi Lady, la guerra tuvo un costo significativo para todos nosotros. Su aldea no fue la única destruida.”
“No pueden decirme que no me van a ayudar a reconstruir.”
“No hay nada que reconstruir,” se quejó el caballero exasperado, “¿A quién pretende llevar a vivir allí, de todos modos?”
“No me creo ni por un segundo que ninguno de los campesinos de Sundorham siga con vida. No pueden decir que ni uno de mis trabajadores está por aquí.”
Craig siempre había sabido que había un Lord y una Lady para su aldea, puesto que Lord había fallecido hace un tiempo ya. A diferencia de muchas aldeas donde el Lord vivía cerca de su pueblo, usualmente en una gran mansión, la Casa de los McDaniels eligió vivir en una ciudad en lugar de la sosa y remota tierra de Sundorham. Supuestamente, hace una o dos generaciones alguna vez tuvieron una mansión a las afueras del pueblo, pero después de que alcanzaron suficiente popularidad, se las arreglaron para administrar la tierra sin la necesidad de estar allí, trayendo caballeros para cumplir sus órdenes y hacer todas las colectas de impuestos y comida.
Por consiguiente, Craig nunca había visto a esa mujer en su vida.
“Mi Lady, no está entendiendo—”
“No, ¡usted no entiende, caballero! ¡Sundorham es mi propiedad, esa gente me pertenece! ¡Quiero que hagan todo lo que esté en su poder para encontrarlos y devolvérmelos de una vez!”
Craig sintió escalofríos.
“Vámonos Cra—Feldspar. No tenemos que escuchar esto,” Clyde agarró su brazo para apartarlo.
“¿Habías visto a esa mujer antes?” susurró Craig, su voz tenía un tono más melancólico del que esperaba.
“Sí,” Clyde se mantuvo cabizbajo, “Cuando era pequeño. Cuando mi padre hizo un contrato con ella. Era una perra en ese entonces y sigue siéndolo ahora.”
“¿Crees que te reconocería?” preguntó Craig.
“No lo sé,” Clyde se mordió el labio. Craig pudo sentir como temblaba levemente contra él mientras se abrían paso a través de la multitud.
“Entonces mantengámosla lo más lejos posible de nosotros.”
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A pesar de que Lady Shelly le había pagado más de lo que solía ganar en meses, Craig siguió trabajando. Sí, no tenía que hacerlo. Sin embargo, durante toda su vida, incluso desde niño, todo lo que había hecho era trabajar. El trabajo era lo que le permitía tener un techo sobre su cabeza y tener comida en la mesa.
Trató de tomarse unos días libres. De verdad lo intentó. Caminó por la plaza y trató de experimentar cómo es la vida de una persona normal. Se puso su nuevo gorro costoso incluso si desentonaba con sus ropas gastadas y baratas. Visitó las tiendas, viendo a niños jugar. Trató de averiguar qué es lo que hacían las personas normales en la ciudad en sus días libres.
Determinó de inmediato que era increíblemente aburrido.
No le gustaba la diversión ni las emociones. Sinceramente, prefería las misiones de robo sencillas y rutinarias. Pero al menos lo mantenían ocupado. Además, le gustaba ser un ladrón. No entendía como lo hacían algunas personas, viviendo toda su vida sin trabajar. Si no supiera mejor, casi compadecería a los ricos que no tenían que levantar ni un dedo.
Aunque, claro, él sabía cómo funcionaba realmente ese mundo.
También se dio cuenta de que tener dinero para comprar cosas no era tan emocionante cuando eres un experto robándolas gratis.
“Feldspar, estás por aquí más de lo usual,” la tabernera levantó una ceja mientras le entregaba a Craig otra cerveza después de un largo día de intentar no hacer nada. No sabía su nombre real, pero todos la llamaban Red por su vibrante cabello rojo. Su personalidad también le hacía justicia al apodo. De lo que sí sabía del ella, era la hija del dueño de la taberna y tenía información comprometedora de todo el mundo. Craig sabía que siempre tenía que ser precavido cerca de ella.
“No es asunto tuyo,” decidió responder con frialdad, quitándole la bebida.
“¿Así de mal?” Una molesta sonrisa recatada creció en el rostro de Red.
Frecuentaba esa taberna de vez en cuando, ya que, de todas las tabernas de la ciudad, era la que más le recordaba a la posada de su pueblo. Prefería comer solo y beber con Clyde, pero a veces le apetecía mezclarse con la multitud.
La taberna acogía a un montón de gente de todos los estratos sociales. Había pobres que bebían para olvidar sus penas. Había trabajadores que pasaban por allí tras un largo día de trabajo. Generalmente no acogía a los nobles más remilgados, pero algunos de los más sensatos venían de vez en cuando, especialmente si venían para beber para olvidar sus penas.
“Yo sí te diré porque estoy aquí,” refunfuñó una voz. Craig podía notar, por la vestimenta y el porte de quien hablaba, que era uno de esos nobles desdichados. Específicamente, llevaba una capa roja y una bandana propia de los clérigos, completado con su insignia bordada. Los clérigos eran sanadores mágicos, un grupo que el Mago permitía entrenar con magia dada su utilidad en el campo de batalla, pero solo aquellos que pertenecían a casas nobles eran admitidos.
“¿Oh?” Red se dio la vuelta y encaró al comensal, perdiendo todo su interés en Craig. El hombre estaba desplomado en su silla, rodeado de varios vasos vacíos.
“Ese maldito… ¡mago gordo de mierda!” gruñó, tomando otro trago de su bebida. El interés de Craig también se despertó con esa declaración. Debía referirse al Gran Mago.
“¿Qué con él, Tolkien?” insistió Red, inmediatamente dándole otro shot de whiskey. Craig sabía que su gran táctica consistía en embriagar a los clientes para que hablaran. Aunque, estaría mintiendo si dijera que no hacía lo mismo para sacarle información a la gente para sus propias misiones.
El hombre—Tolkien—continuó, apretando sus puños, “Llevo 10 años aprendiendo magia y medicina para volverme un clérigo. ¡Desde que era un niño! Mi familia siempre ha tenido a generaciones de los mejores clérigos del reino, tan útiles como cualquier caballero. Pero el Mago siempre ha estado en contra de mi familia. Ahora, ha declarado que no puedo seguir con mis estudios de medicina porque él ‘cree que tengo un talento natural para la herrería.’ ¿Qué mierda significa eso? Él solo quiere ser el único maldito poseedor de magia en el reino, incluso si significa arruinarle la vida a todos los demás. No le importa cuántas vidas salvemos, ¡no le importan nuestros sentimientos!”
Red suspiró y se llevó algunos de los vasos vacíos. “Así es él. Siempre ha sido una de las personas más repugnantes y asquerosas de todo Zaron, pero ¿ahora que puede hacer lo que quiera? Lo hace. ¿Quién habría pensado que el inútil Rey Stuart realmente era útil, reteniéndolo un poco? Aun así, no hay mucho que nosotros podamos hacer al respecto.”
“¿De verdad creen que todo Kupa solo va a tener que aprender a lidiar con ser jodidos por él para siempre?” preguntó Craig sin pensarlo demasiado.
“Ja,” Tolkien soltó una risa amarga, “Últimamente ha estado provocando a los enanos, pronto nos va a meter en otra guerra sin sentido. Quizás destruirán esta maldita ciudad en lugar de esas inservibles aldeas de siervos.”
“¿Qué quieres decir con inservibles?” respondió Craig, “Cientos de personas fueron asesinadas. Niños fueron asesinados.”
“Sí,” replicó Tolkien, “Aunque, honestamente, ¿has visto sus condiciones de vida? Casi parece un acto de misericordia el sacarlos de esa miseria.”
“¿Misericordia? ¿Qué podría saber un noble como tú sobre eso? Te quejas por haber perdido un estúpido trabajo, ¿pero puedes pensar que el asesinato de cientos es misericordia?” Craig se levantó, su rostro calentándose de ira. Odiaba a los nobles, hasta al último de ellos. Odiaba a los ricos. Odiaba a los hombres libres.
“¡Feldspar! Si causas un alboroto, te echaré de aquí.” Ella lo fulminó con la mirada, dejando claro que hablaba en serio.
Craig se obligó a sí mismo a relajar sus puños. No podía permitirse causar problemas. No debía ser muy sensible respecto a las aldeas destruidas, a menos que quisiera revelar su identidad. Sí, en teoría si un siervo lograba escapar por más de un año se le consideraba libre. Sin mencionar que Lady McDaniels había muerto hace unos años sin un heredero ni tierras reconstruidas. Sundorham seguía siendo un montón de ruinas. Aun así, sabía que si su identidad real era descubierta le causaría problemas, especialmente dado que implicaba que mintió para poder entrar a la ciudad.
“Da igual.” Craig se dejó caer sobre la silla.
“De todos modos, Feldspar, para responder a tu pregunta,” continuó Red, “¿Acaso tú tienes planes o quieres hacer algo sobre el Gran Mago?”
“Por supuesto que no,” respondió él, encorvándose en su silla mientras se terminaba su bebida, molesto.
Entonces, con todo eso detrás de él, Craig se halló a sí mismo aceptando varios trabajos para hacer. Robaba a los nobles transeúntes y vendía lo que podía en casas de empeño. Un herrero le encargó robar carbón de las reservas de la Corona, ya que escaseaba y era difícil de conseguir en el mercado debido a que el Gran Mago había molestado al Rey de los Enanos, quien era su principal exportador. Se esforzaba por robar más de lo que necesitaba y, a cambio, vendía una parte a cualquiera que se ofreciera a comprarlo. También robó manzanas y pan para unos niños de la calle a cambio de que le remendaran sus pantalones destrozados.
Eventualmente, el panadero acudió sollozando a él por el robo de su collar, que habían robado, ni más ni menos, en sus propios aposentos. El gran ‘Feldspar el Ladrón’, que nunca quería decepcionar a sus clientes, se ofreció a robarles una joya bonita, pero mucho menos llamativa, por un precio reducido. En realidad, ni siquiera necesitó robar nada él mismo; simplemente tomó una de las cosas robadas antes de la tienda de Clyde, que tenían guardada en un baúl. Habían guardado ese collar en particular porque la casa de empeños lo había considerado inutilizable.
En realidad, no se sentía tan culpable por lo que le hizo al panadero. Después de todo, él no había tenido ningún problema con robar un collar de gran valor que había sido un regalo para una familia como condolencia por la muerte de su hijo. El panadero fácilmente podría haber sido menos ambicioso y haber escogido cualquier otra cosa para robar sin ser tan descuidado o imprudente.
Y, siendo sinceros, el propio Feldspar el Ladrón no tuvo reparos en robárselo a Lady Shelly cuando lo contrataron en primer lugar. Claro, estaba casi seguro de que ella le pediría que lo robara de vuelta, pero al final seguía siendo cruel robar algo así. No es que le importara. Tampoco creía que a Lady Shelly realmente le importara el collar por su valor sentimental.
De todas formas, una misión era una misión.
“No te entiendo,” se quejó Clyde en la mesa esa noche mientras Craig anunciaba su retorno anticipado al robo. Comieron estofado de carne y pan de centeno, un lujo que les gustaba darse de vez en cuando. “Amigo, me encantaría librarme de tener que trabajar.”
“Entonces renuncia. No es como si tuvieras un cuchillo en la garganta.”
“Hombre, vamos,” gruñó Clyde, llenándose la boca de pan, “Sabes que no funciona así. Soy de la clase comerciante, Kupa espera que trabaje. Además, incluso si tuviéramos el dinero, ¿en verdad crees que Kupa no sospechará que tengamos dinero cuando los dos estemos legalmente desempleados?”
“Entonces sal de la ciudad de una vez.” Craig puso los ojos en blanco. “Eso es lo que has planeado hacer desde hace años.”
“Sabes que todavía no puedo.”
“¿Entonces cuándo, Clyde?” Craig suspiró, “Te la has pasado hablando de todos tus sueños y planes desde que éramos niños en Sundorham, pero todo lo que has hecho es seguir siendo un comerciante mediocre y un ladrón incluso peor.”
Para ser honestos, Craig no quería que Clyde se fuera. Craig no era feliz en la ciudad, pero estaba cómodo en el entretiempo. Clyde era todo lo que tenía. Su único amigo. El último resto que tenía de su infancia. La única persona que lo conocía de verdad. Él naturalmente seguiría a su amigo hasta la muerte, aunque nunca se lo expresara con tanta franqueza o sentimentalismo.
“Hablando de eso…” Clyde dejó su pan sobre su plato. Su expresión se tornó seria, era raro de ver en él.
“¿Sí?” preguntó Craig, interesado.
“Mi jefe hará que me transfieran,” dijo Clyde, su voz completamente seria, “Quiere que trabaje como el comerciante personal del Gran Mago.”
“¿Eso es bueno?” preguntó Craig mientras se llevaba un bocado de estofado a la boca, “Quiero decir, es un completo idiota, pero al menos te pagarán más.”
“Sí, bueno, la razón por la cuál necesita un comerciante es porque hizo que… ejecutaran al anterior.”
“Bueno, el tipo probablemente se equivocó.”
“Ha mandado a ejecutar o desaparecido a sus últimos 6 comerciantes del espacio tiempo. En 2 años.”
“¿Y dijiste que no te podías ir ‘todavía’ por qué?” preguntó Craig, arqueando una ceja.
“Porque, amigo, es el Gran Mago.” Clyde golpeó la mesa, haciendo que temblara y los platos vibraran. “No puedes simplemente decirle que no al Gran Mago. Pero da igual. Creo que puedo hacer que funcione.”
Craig se sirvió un poco del licor sobre la mesa y tomó un shot rápidamente.
“Bueno, como sea. Mientras que sepas lo que estás haciendo, siempre me tendrás a tu lado.”
Craig trató de no pensar en la conversación que tuvo con Clyde mientras salía a la mañana siguiente. Clyde tenía que salir muy temprano para llegar con el Gran Mago a tiempo, así que no lo había visto antes de salir.
No quería lidiar con nadie ese día, así que sólo se dedicó a carterear por la plaza. Fue una de las primeras cosas que aprendió a hacer y, para ser sinceros, era muy divertido para él.
Obviamente debía tener cuidado. Era evidente que robar era un trabajo riesgoso bajo cualquier circunstancia, pero ser atrapado llevándose la joyería de una mujer noble con las manos en la masa seguramente lo llevaría a ser encerrado en un calabozo. Eso es solo sí aquella persona poderosa no exigía su ejecución inmediata.
Aun así, en todos los años que había estado robando, no había sido atrapado ni una vez. Era el mejor por una razón. Una habilidad que hacía que las personas lo contrataran por querer esas habilidades de su lado, sin importarles que estaban contratando a un criminal. Nadie lo había reportado ni una vez. La única persona La única persona que realmente presentaba un peligro para él era la Dama Wendy Testaburger.
No era una mala persona en ningún sentido, si Craig era honesto consigo mismo. Ella tenía mucha más integridad y humanidad que cualquier otro caballero que hubiera conocido, especialmente siendo alguien que había nacido en una familia noble. Pese a su corta edad, había logrado trabajar para ascender por mérito propio y dirigir un grupo de élite de caballeros, formado exclusivamente por mujeres. El Gran Mago la despreciaba y a todo su escuadrón, pero no lo disolvió. Eran muy valiosas—ella era muy valiosa. Sin mencionar que, aparentemente, la Princesa la adoraba.
Más allá de sus habilidades de combate y su extraordinaria capacidad de liderazgo, en estos momentos de paz temporal hizo que su meta fuera “limpiar” la ciudad, si no el reino por completo. Al Gran Mago podría no importarle el crimen que corroía la ciudad, pero a la Dama Wendy Testaburger sí. Hizo que mantener Kupa Keep como una tierra perfectamente segura para su gente fuera su deber, e iba a hacer lo mejor para lograrlo con o sin apoyo oficial. Desmanteló redes del mercado negro, atrapó a gente robando, detuvo asaltos y persiguió a asesinos.
Honestamente, ella era algo bueno para Kupa. Es solo que no era algo bueno para Feldspar el Ladrón, alguien que se ganaba la vida gracias al lado egoísta y explotable de las personas.
“Feldspar,” lo llamó ella, su voz resonando tan confiada como siempre.
Craig gruñó, apretando los ojos con fastidio. Tenía un collar en la mano, pero logró guardarlo con naturalidad en un bolsillo oculto en su pantalón antes de girarse hacia ella.
“¿Sí, Dama Testaburger?” le respondió, el tono sarcástico claro en su voz. Ella lo fulminó con la mirada, sus ojos castaño oscuro lo atravesaron como un cuchillo.
Siempre había sido cautelosa con él, incluso desde sus primeros días entrenando para ser caballera siendo adolescente. Se había dado cuenta de sus particulares formas de caminar un poco muy cerca de los ricos, como si tanteara sus bolsillos y gemas. Se había dado cuenta de cómo pasaba por casas de empeño pero nunca compraba nada. Había prestado atención a sus antecedentes como transeúnte que llegó por casualidad a la ciudad al final de la guerra. Sin embargo, fue sólo después de la muerte de Lady McDaniels que empezó a molestarlo con frecuencia.
“No te ves contenta,” comentó Craig, “¿Encontraste más pruebas de que soy inocente?”
“No,” ella resopló, “Pero no estoy aquí por eso.”
“Tampoco le estoy robando a nadie, si eso es lo que sospechas,” respondió él, “Clyde está trabajando para el Gran Mago ahora. No es como si necesitara tu aprobación para hacer lo que quiera, pero ahora que él ha conseguido un trabajo incluso mejor pagado, puedo tomarme mis libertades.”
“No entiendo porque alguien como él recibiría a un parásito como tú,” dijo ella, “A menos que, tú sabes…”
Craig frunció el ceño. Sabía exactamente a qué se refería. Se mordió el interior de la mejilla para evitar darle la respuesta venenosa que tenía en mente. Sabía que se creía que él y Clyde eran amantes y, honestamente, probablemente sería mejor para su imagen si dijera que lo eran. Pero no era así. Y esa era una cosa sobre la que Craig se rehusaba a mentir.
Claro, Craig definitivamente consideró la idea de estar con Clyde—mucho más de lo que le gustaría admitir. Bueno, probablemente demasiadas veces. Clyde no era muy atractivo, pero no era para nada horrendo. Era molesto en ocasiones, pero también era su mejor amigo. Estaba ahí para él. Probablemente le gustaría “estar” con Clyde. Definitivamente no esta enamorado de él ni perdía el sueño pensando en él pero… siempre era una idea que hacía que se sonrojara.
Además, Clyde tenía una amante. Una de la que estaba perdidamente enamorado.
Cuando Clyde la llevó a casa por primera vez, a Craig le dolió mucho más de lo que esperaba. No fue un dolor punzante que lo hiciera llorar, pero aun así fue algo incómodo en una forma que no había planeado. Ella era divertida, extrovertida, hermosa y sobre todo era casi imposible no quererla. Llevaban juntos por unos cuantos años ya, Clyde incluso había discutido llevarla con ellos cuando, finalmente, se fueran de la ciudad. Solo escuchar esa idea siempre le provocaba una especie de náusea indescriptible. La pareja seguía firme pero, poco a poco, incluso el obtuso de Clyde se dio cuenta de su incomodidad y dejó de llevarla a su casa y mencionarla tan seguido.
“¡Feldspar!” gritó la Dama Testaburger. Craig no se había dado cuenta de que se había distraído pensando en eso. La miró con el ceño fruncido para ocultar su vergüenza.
“¿Solo vas a quedarte ahí parada perdiendo mi tiempo, o realmente tienes algo que decir?” logró decir él.
“De hecho, sí. Se me ha solicitado convocarte.”
“¿¡Qué?! ¡No he hecho nada malo!”
“Desafortunadamente, no estoy aquí para meterte en problemas.” Ella puso los ojos en blanco y le indicó que la siguiera mientras se alejaba. “Quien te convoca es la Casa Marsh.”
“¿Shelly?” le preguntó, siguiéndola vacilante.
“Es Lady Shelly para ti,” lo corrigió sin mirarlo, “Pero no.”
“Entonces, por qué—”
“No lo sé,” lo interrumpió abruptamente. Craig sabía que no debía seguir hablando. Dejó que ella lo guiara en silencio.
Como era costumbre entre la élite del reino, los Marsh poseían una de las numerosas torres que se conectaban al gran castillo y sus murallas, que rodeaban la ciudad. Craig había escuchado que esto era inusual para un reino—la mayor parte de los señores vivían en mansiones en sus propias tierras, pero Kupa permitía que aquellos de mayor estatus se quedaran en el reino, en las torres del Castillo. Siempre se había preguntado si era una táctica política para que la familia real o el Gran Mago pudieran vigilar a la nobleza.
La entrada a su torre estaba formada por una gran puerta doble de madera, custodiada por dos caballeros en una postura inmóvil, casi como estatuas. Sin decir una palabra, rompieron su postura y abrieron la puerta para la Dama Testaburger con una venia.
“Por aquí,” dijo ella al entrar.
Uno de los caballeros se burló levemente al ver entrar a Craig. No era el momento de que Craig le respondiera, así que mantuvo la cabeza alta e inexpresiva al pasar a su lado. Sin embargo, logró arrebatarle un cuchillo de plata que colgaba de su cintura.
Él no lo sabía en ese entonces, pero la residencia de los Marsh fue el primer lugar en el que había estado cuando llegó a la ciudad. Por esa única razón, las oscuras paredes de piedra y escaleras de caracol siempre se sentían más como un calabozo que como un gran castillo para él. Ni siquiera todas las intrincadas obras de arte, tapices y otros objetos de decoración costosos lograron hacerle cambiar de opinión.
La Dama Testaburger le había dicho la verdad al decir que no estaba allí por Lady Shelly, mientras ella lo acompañaba por tramos de escaleras de caracol sobre sus aposentos del nivel inferior. Esperaba que lo llevara a la oscura sala de reuniones donde había estado hace años, pero no lo hizo. Subieron hasta lo más alto de la torre, hacia un lugar al que jamás había ido.
Mientras continuaban subiendo por las escaleras de caracol, Craig podía oír música sonando a la distancia. Una música hermosa, suave y delicada, como las melodías que su madre solía tararearle a él y a su hermana. Mientras el volumen iba en aumento, supuso que el gentil sonido provenía de un laúd.
Al llegar a la entrada de la habitación de donde venía el sonido, pudo ver que, en efecto, un hombre tocaba un laúd. El músico era un hombre castaño, probablemente de su edad, que tocaba apasionadamente su instrumento en un pequeño taburete en un rincón. Contra la pared había un par de muletas, y fue entonces que Craig se dio cuenta de que el hombre era discapacitado.
Al percatarse de su presencia, el hombre lo miró desde la entrada. Le dio a Craig una pequeña sonrisa. Sus ojos, sin embargo, le dirigieron una mirada astuta y traviesa. Esto desconcertó a Craig, probablemente reflejándose en su rostro. El músico, sin errar una sola nota de su laúd, se rio en voz baja.
“Gracias, Dama Testaburger,” dijo una voz femenina, “Eso será todo.”
Craig había estado tan cautivado por la música que no se había dado cuenta de que Lord y Lady Marsh estaban en la habitación con su hija, quien no parecía muy complacida.
“¿Está segura?” confirmó la caballera, mirando a Craig con escepticismo.
“Sí, estoy segura, Wendy,” insistió Lady Sharon con una sonrisa. Aunque, detrás de esa sonrisa, él pudo sentir algo de urgencia.
“Entonces, nos veremos pronto, Lady Marsh.” Hizo una reverencia y se volvió hacia los demás. “Lord Marsh, Lady Shelly.”
“En serio, Wendy, ¿no puedes ver que mi madre quiere que te largues de una vez?” espetó Shelly. Craig no pudo evitar sentir cómo las comisuras de sus labios se curvaran en una sonrisa. Testaburger tuvo que tragarse su orgullo y se fue.
Fue entonces que Craig se permitió observar con atención la habitación en la que estaba. Era un gran cuarto que parecía funcionar como un comedor, con una gran mesa en el centro decorada con un mantel azul y rojo que ocupaba una gran parte del espacio. Había sillas de madera grandes e intrincadas, grabadas con numerosos diseños, y Lady Shelly—de manera muy poco femenina—estaba recostada en una. Lord Marsh estaba sentado en el extremo de la mesa mientras el desconocido seguía tocando su laúd sin interrupciones.
“Te debes estar preguntando por qué te llamamos aquí, Feldspar,” dijo Lady Sharon mientras regresaba a la mesa y tomaba asiento.
“Pues, sí,” respondió Craig, tomando las acciones de Lady Sharon como una invitación para que ocupara una silla vacía.
“Shelly, ¿te gustaría decirle?” preguntó Lord Marsh, la desaprobación hacia su hija clara en su voz. Sonaba sorprendentemente sobrio.
“No me avergüences, papá,” bufó ella, tirando los volantes rosados de su falda.
“Shelly,” le advirtió severamente su madre.
“Realmente no me importa quién me diga,” respondió Craig con una voz inexpresiva.
La expresión de Lady Sharon se volvió horrorizada, como si estuviera sorprendida de que un mero plebeyo tuviera el descaro de contestarle así a alguien de su estatus. Sin embargo, tras unos instantes, su expresión se desvaneció y recuperó su anterior expresión acogedora. Luego, su semblante se hundió en una profunda melancolía.
“Como sabrás,” dijo despacio y con vacilación, mirando sus manos apoyadas sobre la mesa. Su expresión se tornó terriblemente dolida, pero a Craig no le importó. En su lugar, notó que sus dedos estaban cubiertos de anillos costosos que le encantaría robar. Aun así, ella respiró hondo y continuó, “Como sabrás, alguna vez tuvimos un hijo.”
“Aún tenemos un hijo, Sharon,” intervino Lord Marsh.
“Ahora no, Randy,” siseó ella con frustración. Se pasó las manos por su pelo corto y castaño y se armó de fuerzas para continuar, “En fin, teníamos un hijo. Él era, como cualquier niño… muy importante para nosotros.”
“He oído,” interrumpió Craig, tratando de sonar tan respetuoso como fuera posible, “Que fue asesinado por elfos cuando era muy pequeño.”
Las palabras de Craig hicieron que lágrimas empezaran a correr por las mejillas de Sharon en un instante. Ella rápidamente usó una servilleta sobre la mesa y se secó los ojos. Por un momento, sintió empatía hacia ella.
Era una historia que todos los que estaban dentro de las murallas de la ciudad habían oído, aunque él mismo no la había oído hasta su llegada. Sin embargo, una vez que puso un pie dentro de las puertas de la ciudad, se dio cuenta de que era el chisme favorito de toda la población, cantado por todos los bardos. Aunque había ocurrido solo unos años antes, solo fue superado por la muerte del Rey y el conflicto por el trono. Podría decirse que fue un tema incluso más duradero que el de la devastadora guerra que acababan de librar. Para ser justos, la guerra fue algo distante y lejano, no algo que afectara a la gente de la ciudad en lo más mínimo.
Aun así, aunque hubiera variaciones de lo que pasó exactamente, había una versión que Craig había escuchado con mayor frecuencia. Aparentemente, hace muchos años, debido al estatus de Lord Marsh como uno de los muy escasos usuarios de magia permitidos en Kupa, el Rey y el Gran Mago lo enviarían en múltiples misiones por todo el reino, incluso a por todo Zaron, llevando a su esposa y sus dos hijos. Supuestamente, la familia se había vuelto el rostro de la diplomacia—una familia noble con un usuario de magia que viajaba y discutía sobre comercio y guerra por toda la tierra. Se decía que el hecho de que Lord Marsh fuera un usuario de magia ayudó a disipar rumores sobre los horribles tratos que recibían aquellos dotados de una conexión mágica con el Reino de Kupa Keep.
En un viaje particular, se decía que la familia iba en camino a hacer las paces con una tribu bárbara con la que Kupa había estado manteniendo pequeñas escaramuzas a lo largo de sus fronteras. Sin embargo, se rumoreaba que el Alto Reino de los Elfos quería detener cualquier negociación de paz entre Kupa y los bárbaros, temiendo que una alianza entre ellos hiciera más vulnerable al reino élfico. Para detenerla, se decía que la propia Alta Reina de los Elfos envió personalmente a algunos de sus guerreros más feroces para detener el convoy de la familia Marsh.
Se decía que fueron emboscados. Que los elfos atacaron a la pobre familia desarmada mientras que iban pacíficamente en camino. Lord Randy había logrado ahuyentar a muchos de ellos con su magia y alejar a su familia, guiándolos instantáneamente de regreso a Kupa. Pero no antes de que fuera demasiado tarde para su hijo menor.
Los reportes variaban significativamente dependiendo de qué bardo contara la historia respecto a cómo murió el chico. Aunque Lord Marsh insistiera en que él estaba vivo, ninguna versión de la historia implicaba que el chico sobreviviera. Algunos decían que su muerte fue lenta y brutal; otros, que su muerte fue rápida e indolora. Ciertas versiones decían que su cuerpo fue enterrado y que Lord Marsh estaba en negación; otras, que fue dejado atrás, dando cabida a que pudiera insistir sobre la supervivencia de su hijo.
Fuera cual fuera la verdad, el golpe dejó a los padres absolutamente devastados.
A Craig realmente no le importaba cuál fuera la historia real. Tampoco quería escuchar ninguna versión de la familia Marsh de primera mano. Sabía que había tragedias mucho peores ahí fuera y que había personas que perdían a sus hijos por culpa de la enfermedad y la hambruna. No entendía la justificación para enfocarse tanto en la muerte de un solo chico noble ocurrida hace tantos años atrás.
Lady Marsh siguió secando sus lágrimas. No ayudaba mucho, notó Craig, ya que seguían resbalando por su rostro sin parar.
“Stanley debería tener más o menos tu edad.” Ella intentó sonreír. “Y tu mismo color de cabello. Podría haberse parecido a ti.”
“Dios, mamá, ¿puedes seguir sin ponerte así de rara con él?” protestó Shelly. Claramente no le conmovían los problemas de su madre. Para ser justos, siempre tenía que lidiar con los comentarios en la ciudad sobre cómo “había muerto el hijo equivocado” de la familia Marsh.
“De todos modos,” dejó la servilleta húmeda sobre la mesa, “Cuando Stanley… murió, la Reina nos regaló una de sus posesiones más valiosas.”
“Las perlas rosadas de Shelly.” Craig asintió. “Todos saben eso.”
“Sí, bueno, recientemente nos enteramos de que nuestra hija las había perdido,” Lord Marsh le lanzó una mirada severa a su hija.
“¡Pero ya las recuperé!” protestó Shelly, cruzando los brazos.
“Y, según nos contaron,” dijo Lady Sharon, Eso es todo gracias a ti, Feldspar.”
“Oh. Por eso me llamaron aquí.”
“He oído rumores de que el chico Feldspar que dejé entrar a la ciudad hace unos años se había convertido en un ladrón,” dijo Lord Marsh, “Sabes que tienes que ser cuidadoso. Aquí no se tolera el robo.”
“¿Van a denunciarme, mi Lord?”
“¡No!” interrumpió Sharon en voz alta. Craig dio un brinco ante la sorpresa. “Aunque estamos decepcionados con nuestra hija por haber actuado a nuestras espaldas y contratado a un ladrón, estamos profundamente en deuda contigo. Nos trajiste algo absolutamente invaluable.”
Lord Marsh golpeó la mesa dos veces. Inmediatamente, gracias a su magia, platos y copas volaron por la habitación. Craig pudo suponer que estaban hechos de plata auténtica y ni siquiera pudo empezar a imaginar qué tipo de comida exclusiva para nobles se serviría en ellos. Podía oler carne y verduras que jamás se le ocurriría permitirse comprar o siquiera robar sin perder la mano en el intento. Uno de los platos descendió con suavidad frente a él.
Craig miró su plato. Un gran trozo de carne que no reconoció estaba en el centro, rodeado de almejas, quesos y uvas. Una copa de vino tinto estaba sostenida en un cáliz dorado cubierto de gemas.
“Ladrón o no,” dijo Lord Marsh, “Queremos que sepas que te apreciamos por lo que has hecho. De ahora en adelante, pase lo que pase, tendrás un aliado en la Casa Marsh.”
Notes:
De wintergrew:
Varias cosas:
Sí, la novia de Clyde es Bebe. Estoy muy sesgada—Clybe es probablemente mi segundo ship favorito de South Park después del Creek. Por supuesto que tuve que introducirlo de alguna forma.
Además, no, no shippeo Cryde románticamente. Lo cual podrían pensar teniendo en cuando cuanto los AMO como amigos y hago que su amistad sea un motor principal en esta historia. Son mi brotp favorito, y los amo como brotp en niveles similares en los que amo un otp. Aunque debo admitir, solo no puedo… ¿verlos funcionando románticamente? Tal vez es porque estoy tan sesgada por el Creek y Clybe. Ese es mi punto de vista—Si los shippeas, bien por ti.
Tweek aparecerá eventualmente. Lo siento por decepcionar a los que vinieron solo por el Creek, pero no se ve inmediatamente. Este fic está etiquetado como “slow romance” (romance lento) / “slow burn” por una razón.
…Honestamente, aunque sé que esto probablemente va a alejar a muchos lectores potenciales, supongo que debería decir que esta es más “una historia que tiene Creek” en vez de “Una historia centrada en Creek”.
Por último, siento que este capítulo fue algo inconexo. Siguió siendo mayormente setup (disposición), y no sé qué tanto podría estar aburriéndolos a todos. ¡Por favor déjenme saber qué piensan! ¡Siéntanse libres de decirme si ven algún error! Las críticas constructivas siempre son bienvenidas <3 ¡¡¡Gracias a todos los que han dejado kudos/comentarios/etc.!!!De It_has_to_be_you_55:
Tomó un rato, pero aquí estamos. Espero que la traducción realmente mantenga el dinamismo del texto original (^-^)’’
Nuevamente, cualquier tipo de comentario sobre redacción, tono, etc. es suuumamente apreciado! Al estar en Winter break, voy a tratar de publicar la mayor cantidad de capítulos posibles, entonces… ¡nos vemos pronto!
Chapter 4: Capítulo 4: Capítulo 3
Summary:
Craig no quería estar tan molesto con Clyde. Él era su mejor—su único amigo. Sabía que solo estaba estresado y preocupado por su trabajo. El hecho de que supiera tanto sobre Craig era la razón por la que sabía exactamente qué decir para hacerlo enojar o incluso herirlo.
Aún así, a veces no entendía a Clyde.
Notes:
De wintergrew:
Sé que dije que el último capítulo fue el más difícil de escribir para mí. Bueno, ahora retiro lo dicho, este sí lo fue. Aunque el siguiente debería ser considerablemente más sencillo. Tengo un esquema bastante detallado para toda la historia de cada capítulo, pero ni siquiera eso evita el bloqueo del escritor.
¡Y muchísimas gracias por TODO el apoyo hasta ahora! ¡Más de 760 hits con sólo 3 capítulos! Sé que para algunos no es la gran cosa, pero para alguien que es bastante nuev@ en escribir fanfics, ¡si es gran cosa para mí! Y gracias a todos por sus comentarios amables.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
“¿Dónde has estado?”
“Ey. Veo que sigues despierto”
“Y tú llegaste tarde.”
“Mierda, hombre, quizá porque con mi trabajo vivo bajo mi propio ritmo. Tú no.”
“Aun así, normalmente me avisas.”
“Mierda, Clyde, no soy tu maldito esposo.” Craig tiró su saco junto a su cama con fastidio.
“Ya lo sé, pero pensé que no me dejarías plantado—”
“Tengo mi propia puta vida, Clyde,” Craig gruñó mientras se dejaba caer pesadamente sobre su colchón delgado y hundido.
Clyde siempre se ponía así cuando Craig llegaba tarde a casa. Siempre. Como una esposa desconfiada que sospechaba que su marido estaba con otra mujer. Como resultado, eso siempre hacía que Craig sintiera que estaba equivocado. Pero no era así. Tenía permitido tener su propia vida. Lo enfurecía. Aun así, conocía a Clyde, sabía que era una persona muy empalagosa, con serios problemas de abandono. Igual que él. Aunque con Clyde, se materializaba de una forma totalmente opuesta.
“De verdad estaba ocupado,” añadió Craig, buscando instintivamente su colgante para juguetear con él. Con los años, descubrió que siempre lo hacía como un hábito por los nervios.
“¿Haciendo qué, robando?” Clyde puso los ojos en blanco.
“De hecho, fui a una cena con la Casa Marsh. No me agradan, como recuperé ese collar tan importante para ellos, dijeron que están en deuda conmigo. Sabes, ¿ese por el cual Shelly me dio un montón de dinero? Bueno, resulta que era un asunto enorme para toda la familia, entonces dijeron que puedo ‘considerarlos aliados’.”
“¿Hablas en serio?”
“Sí,” continuó Craig, “A ver, son unos nobles idiotas como el resto, pero creo que podrían ser útiles. Además, sirvieron la cena y honestamente me hubiera gustado que fueras también pero—”
“Entonces, en mi primer día con el Gran Mago, ¿tú desapareces sin decirme nada para ir a comer un festín con unos nobles?”
Craig se levantó de golpe, sentándose erguido en la cama. El colgante se resbaló entre sus dedos y chocó con su pecho. “Me había olvidado de eso.”
“Como sea.” Clyde sonaba genuinamente ofendido. Caminó hacia su colchón al otro lado de la habitación. Naturalmente, dado lo tarde que era, ya se había quitado toda su ropa de calle, excepto la camisa larga que usaba para dormir. Se dejó caer en su cama.
“¿Qué tal fue?” preguntó Craig, pues no quería lidiar con un Clyde ofendido y molesto.
“Horrible,” respondió él de inmediato.
Un silencio incómodo creció entre los dos. Craig no estaba seguro de si debía responder o dejarlo así por el resto de la noche. Quizás ambos estaban demasiado susceptibles y sería mejor que se olvidaran del tema durmiendo.
Craig suspiró, decidiendo hablar contra su mejor juicio. “¿Horrible cómo?” preguntó él.
“¿Cómo crees?” se incorporó Clyde, la luz de las velas en la habitación iluminó su rostro enojado. “¿Crees que trabajar para el imbécil que causó la muerte de mi familia es divertido? ¿El mismo desgraciado que arruina su propio reino? ¿Creíste que me gustaría andar por ahí vendiendo sus baratijas narcisistas con su cara? Solo puedo esperar al día que se enfade con sus ventas, que son legítimamente malas, y se desquite conmigo y—”
“¡Te dije que te fueras!”
“¿Y tú qué demonios sabes, Craig?” Clyde tenía lágrimas visibles brotando de sus ojos por la frustración. “¿Crees que sólo porque te estás volviendo bueno en el mundo clandestino significa que sabes algo sobre cómo funciona la sociedad de Zaron? Trabajas para ti mismo, no entiendes cómo funciona la sociedad real, cómo funcionan los trabajos reales. Tú eres el que creyó que podía entrar a la ciudad siendo un siervo y que lo trataran como un hombre libre. No sabes absolutamente nada de lo que es ser yo.”
“¡Pues lamento haber nacido como un esclavo glorificado en un pedazo de tierra de mierda! Lamento no saber lo que es tener un trabajo estable. Lamento no haber nacido con una moneda en la mano que me diera libertad absoluta para ir a donde quiera.” Craig se levantó. Odiaba perder la calma, especialmente con Clyde. El hecho de que se estuviera enfadado con Clyde sólo lo frustraba aun más.
“Para tanto odio hacia los hombres libres y cualquiera que esté por encima de ti, pareces olvidar que tu propia madre era de la nobleza.”
Como si hubiera perdido el control de sus piernas, Craig estaba marchando directo hacia Clyde.
“No quiero que vuelvas a mencionarla a ella ni a ningún miembro de mi familia nunca más.” Sus ojos amarillos perforaron los ojos castaños de Clyde como si fueran dagas.
“Como sea,” dijo Clyde de nuevo. Se tumbó en la cama y se giró de espaldas, mirando la pared.
Craig no quería enojarse más de lo que ya estaba—odiaba dejarse llevar por sus emociones. Apretó los puños y reprimió las ganas de patear algo.
Craig no quería estar tan molesto con Clyde. Él era su mejor—su único amigo. Sabía que solo estaba estresado y preocupado por su trabajo. El hecho de que supiera tanto sobre Craig era la razón por la que sabía exactamente qué decir para hacerlo enojar o incluso herirlo.
Lentamente, Craig relajó sus puños y respiró hondo. Apagó las velas con un soplido, se quitó la ropa, quedando solo en camisa y pantalones, y volvió a la cama. Estaba exhausto, demasiado exhausto como para discutir o enfadarse.
Aun así, a veces no entendía a Clyde.
Clyde ya se había ido, otra vez, antes de que Craig despertara a la mañana siguiente. Oyó el portazo cuando salió, pero inmediatamente volvió a dormirse durante una hora o dos más. El hecho de que Clyde cerrara la puerta así significaba que probablemente seguía enojado. Un hecho que por sí solo hizo que Craig no quisiera levantarse. Ya había superado lo de ayer, pero sabía que lidiar con Clyde más tarde sería un verdadero suplicio.
De alguna manera, lidiar con la novia de Clyde fue aún peor. De hecho, fue ella quien lo hizo levantarse de la cama. Unos fuertes golpes resonaron en la puerta a última hora de la mañana.
“Oye, Feldspar, ¿estás ahí?” llamó ella en una voz inmediatamente reconocible.
“No,” murmuró él en voz baja.
“Que bien, quiero hablar contigo,” dijo ella. Al ver que él no respondía de inmediato, golpeó la puerta aun más fuerte.
Él sabía que no se iba a ir a ninguna parte. Con un bostezo de fastidio, se incorporó y se estiró, con los hombros crujiendo más fuerte de lo que creía que deberían. Luego, con otro suspiro de fastidio y cansancio, cogió su sombrero, se lo puso para cubrir su pelo revuelto y se dirigió lentamente hacia la puerta, abriéndola despacio para que la luz del día no lo cegara.
Bebe Stevens era hermosa, objetivamente hablando. Demasiado hermosa para alguien como Clyde, pensó Craig desde siempre. Tenía cabello largo y rizado de color dorado que mantenía suelto, salvo algunas trenzas intrincadas tejidas en él. Su padre había sido un caballero que murió en el campo de batalla hace unos años y debido a su rango, al morir su familia recibió una cantidad excedente de dinero, aunque no podían compararse con la nobleza. Aun así, ella lucía vestidos hermosos que siempre eran elegantes, aunque no fueran los más caros ni los más selectos. No importaba, era muy respetada en la ciudad. Era una socialité popular. Era culta. Estaba a la moda.
Absolutamente fuera del alcance de Clyde en todos los sentidos imaginables.
Siendo justos, él estaba bastante seguro de que la razón por la que se juntaron fue porque ella quería a alguien que le consiguiera cosas bonitas. Específicamente, cosas bonitas de la tienda en la que Clyde trabajaba. Sin embargo, de alguna manera inexplicable, por razones que Craig nunca entendió, incluso después de que él dejara la tienda y ella no tuviera interés en sus “beneficios”, su relación pareció funcionar y llegaron a quererse de verdad.
Craig probablemente nunca lo entendería. Pero en realidad, él no entendía el romance en general.
“Feldspar, estoy preocupada por Clyde,” dijo Bebe, entrando al pequeño apartamento antes de que Craig tuviera la oportunidad de invitarla a pasar. No es como si planeara hacerlo. Pero si hubiese planeado invitarla, ella lo hizo antes de que él pudiera darle la oportunidad.
“¿Te contó sobre su nuevo trabajo?” preguntó Craig bostezando, siguiéndola adentro. Se dejó caer sentado sobre la cama.
“Creo que está muy preocupado,” dijo ella, tomando asiento en una de las sillas de su desgastada mesa.
“Bueno, debería estarlo.” Craig se rascó la cabeza sobre su sombrero. “Está trabajando para el mayor sociópata de todo Zaron. Escuché que asesinó a todos sus malditos comerciantes anteriores.”
“No digas eso,” lo regañó Bebe, “No seas tan frívolo sobre su vida.”
“Créelo o no, Clyde me importa mucho.” Puso los ojos en blanco. “Si genuinamente pensara que fueran a matarlo o lo que sea, no estaría tan tranquilo.”
“Bueno, ¿no deberías estar preocupado?”
“Nah.”
“¿Y por qué no?”
“No sé.” Craig bajó al fin las manos de su cabello y se frotó los ojos cansados. “Alguien que ha pasado por lo que él ha pasado no va a morir porque dejó caer una baratija de mierda en el pie del Gran Mago. Puede que sea un completo llorón y un hipocondriaco, pero… También es un sobreviviente. Supongo.”
“Clyde nunca habla de su pasado conmigo,” respondió Bebe con un tono entre enfurruñado y genuinamente melancólico, mientras enroscaba uno de sus rizos dorados en su dedo. Se le llenaban los ojos de lágrimas, mientras una empezaba a rodar por su mejilla.
“Sé que probablemente pienses que te estoy mintiendo,” dijo él, suavizando el tono un poco, “Pero en realidad es mejor así.”
“La gente no entiende por qué estoy con él, ¿sabes?” Se secó los ojos con un pañuelo elegante. “Especialmente Wendy. Siempre me dice que debería dejarlo. Cree que él me está usando y que en realidad está contigo—”
“Eso no es cierto.”
“¡Lo sé! Pero ese no es el punto. El punto es que- r-realmente lo quiero. Pero estoy cansada de siempre tener que preocuparme por él. ¡Estoy cansada de no saber casi nada sobre su vida!”
“Sabes que no puedo decirte nada, Bebe.”
Esa no era la respuesta que ella quería escuchar.
Craig suspiró. No le gustaba lidiar con ella en general, mucho menos si estaba siendo tan persistente y emotiva. No era bueno con las personas emocionales. A duras penas podía soportar a Clyde.
“Aunque,” declaró él. “Si te hace sentir mejor, no dejaré que nada le pase. Lo prometo.”
Ella no le dirigió la mirada. Se levantó en silencio y se fue, cerrando la puerta con cuidado detrás de ella.
Tan pronto como escuchó que sus pasos se desvanecían, apoyó la cara en la almohada y gruñó en ella.
“¿Creí que dijiste que nunca ibas a volver por aquí?” Red se rio, sirviendo un poco de cerveza del barril de madera detrás de la barra.
“Sólo dame mi cerveza,” respondió Craig.
“Así que, ¿realmente necesitas un trago?” Ella sonrió con maldad. ¿Pasó algo?”
“Me voy.” La taberna estaba prácticamente vacía, especialmente dado que aún era temprano en la mañana. Demasiado temprano para que estuviera bebiendo. Pero no le importaba. Quería ese trago.
“Déjame adivinar,” Red colocó una jarra de cerveza grande frente a él. “O tiene algo que ver con el nuevo trabajo de tu compañero de cuarto con el Gran Mago… o con tus tratos personales con la Casa Marsh. O con los dos.”
“¿Cómo lo—”
“Yo lo sé todo.” Le guiñó un ojo, volviendo su atención al bar.
“D-De hecho, yo fui el que le contó sobre e-e-eso,” dijo una voz. Instintivamente, Craig se giró para ver quién era.
Era el laudista de ayer. Estaba sentado en una silla a unos cuantos metros de distancia, con el instrumento sobre su regazo. Su rostro tenía la misma mirada traviesa que le dirigió el día anterior.
“¡Jimmy!” Red lo regañó, con un toque de humor desenfadado, “Si revelas mis fuentes, no te dejaré tocar aquí esta noche.”
“¿Quién eres tú?” preguntó Craig. Estudió al hombre detenidamente. Llevaba el mismo atuendo del día de ayer—una túnica amarilla y una capa verde, con un sombrero gris del que sobresalía una pluma de mal gusto. Las mismas muletas también estaban apoyadas contra la mesa. Desde el momento en que lo vio, supo que algo en él parecía estar mal.
“Soy Valmer. Jimmy Va-Valmer,” dijo con una voz de mal gusto, “S-Soy un bardo. Y un músico.”
Definitivamente era mucho más raro de lo que había imaginado.
“Soy—”
“Eres Feldspar,” lo interrumpió, “He oído de ti. Sin mencionar que escuché toda tu r-re-reunión.”
“No iba a decirte mi nombre,” dijo Craig, cruzando los brazos.
“Como dije, no hacía falta.”
“¿Y cuál es tu asunto, exactamente?” preguntó Craig, “¿Te haces pasar por un pobre músico para tocar buenas melodías de fondo cuando en realidad estás escuchando a la gente a escondidas?”
“Interesante acusación, viniendo de un ladrón,” gritó Red desde el otro lado de la barra.
Ignorando a Red, Craig continuó, “No te he visto antes. ¿Eres de aquí?”
“Nop,” dijo él, dejando su laúd con cuidado sobre la mesa, para luego alcanzar su bebida. “Soy un b-bardo. Viajo.”
Craig realmente no quería oír toda la historia de su vida.
“Jimmy realmente tiene una historia interesante,” Red sonrió, recostándose sobre la barra, “¿Por qué no nos la cuentas, Jimmy?”
Maldita sea.
“¡S-S-S-Sí!” dijo Jimmy orgullosamente, “Justo antes de v-v-venir a Kupa, estaba pasando el rato con una simpática tribu de Bárbaros.”
“¿Bárbaros?” preguntó Craig, arqueando una ceja. “¿Estás diciendo que estabas con unos Bárbaros simpáticos?”
“S-S-Sep.”
“Tonterías.” Craig se alejó de él y tomó un gran trago de su cerveza.
“¿Por qué dirías que son ton-ton-tonterías?” preguntó Jimmy con un dejo de risa en la voz.
“Vamos, hombre.” Craig usó su manga para limpiar la cerveza de su labio superior. “Todos saben que los Bárbaros son… bueno, unos malditos bárbaros. No son amables, no saludan a los forasteros. Toda su vida consiste en pelear y matar. Apenas si califican como humanos.”
“¿Q-Quién lo dice?” sonrió Jimmy. “¿Alguna vez has conocido a uno? ¿Visto a uno?”
Craig lo fulminó con la mirada. “Por favor, Red, dime que no crees esta basura.”
“¿Por qué no habría de creerla?” Red se encogió de hombros. “Nunca he conocido a uno. ¿Tú si, Feldspar?”
“Por supuesto que no, porque probablemente estaría muerto. Esto es jodidamente ridículo. Ni siquiera es una discusión. Es maldito sentido común. No voy a discutirlo.”
“Descubrirás que mucho de lo que el R-Reino de Kupa Keep promueve como ‘ma-maldito sentido común’ no es cierto.”
“¿Y entonces qué?” Craig se volvió hacia él. “¿Me estás diciendo que todo es una mentira? ¿Que todos los Bárbaros son gente súper cariñosa que se toma de la mano y canta canciones?”
Jimmy casualmente estiró uno de sus brazos. “Nop. Ellos son una sociedad g-guerrera. Sí aprecian la batalla. Son precavidos de los forasteros y no toleran a los intrusos. Pero eso no significa que una vez que los conozcas no puedan ser personas perfectamente agradables.”
“Como sea.”
“Aunque, los Elfos pr-pr-probablemente son los más amables.”
“Se acabó.” Craig se levantó y apartó su bebida casi vacía hacia Red. “Ya he tenido suficiente.”
“Vamos, Craig, creería que tú de todas las p-p-personas sabrías mejor que nadie que no se puede confiar en Kupa,” Jimmy se rio.
“No sabes de lo que estás hablando. Busca ayuda.” Craig no los miró ni a él ni a Red mientras dejaba un puñado de monedas en el mostrador y se encaminaba hacia la salida.
“Aw, no seas grosero con mis clientes.” Dijo Red, chasqueando la lengua, recogiendo su pago y limpiando la parte de la barra donde había estado sentado.
“Se va a meter con todos problemas con todo Kupa si no tiene cuidado.” Craig hizo un gesto de indiferencia con la mano. “No te metas en problemas, Red. No por este idiota.”
Técnicamente aún era media mañana, pero después de todo lo que había pasado ese día, Craig solo quería irse a casa. Tenía un par de contratos pendientes, pero nada que no pudiera hacer al día siguiente. Sabía que algunos serían fáciles, pero no se atrevía a hacerlos, así que se fue directo a casa sin mirar atrás.
El curtidor estaba ocupado, con varios clientes a su alrededor, lo que significaba que no tendría paz ni tranquilidad. El anciano lo saludó con la mano, probablemente queriendo iniciar una conversación o, en el peor de los casos, intentar que se sintiera culpable para que lo ayudara en su tienda, pero Craig fingió que no lo había notado.
Todo lo que quería hacer era irse a dormir en su cama barata, sin tener que pensar en Clyde y Bebe, o en el Mago o algún bardo delirante con historias de fantasía. Preferiblemente, el sueño duraría uno o dos años. O tal vez podría dormir tan profundamente que pudiera retroceder en el tiempo. A cuando la vida era más agotadora pero… más feliz. Se encontró jugueteando inconscientemente con su pendiente de nuevo.
Cerró los ojos, pero aún podía ver la sonrisa arrogante del bardo. No sabía por qué le afectaba tanto. Siempre supo que no tenía que confiar en los bardos. Siempre llenaban la cabeza de la pequeña Tricia con cuentos de hadas. Sobre la Vara de la Verdad, sobre ciudades felices en las tierras distantes donde la gente no carecía de nada, sobre cosas que Craig se había resignado a aceptar como imposibles de ser reales. Claro, había magia en el mundo, pero no había nada mágico o emocionante en el mundo sombrío, injusto e indiferente en el que vivía.
Sabía que no iba a poder dormir.
Gruñó y se giró de lado. Su sombrero, que no se había molestado en quitarse, se le deslizó por la cara, así que, molesto, se lo quitó y lo arrojó al otro lado de la habitación. Oyó que algo se caía pero, francamente, no estaba de humor para preocuparse por lo que fuera.
¿Quién se creía ese bardo para afirmar que sabía algo sobre él? ¿Era parte de su juego? ¿Afirmar que lo sabía todo para que la gente confiara en él, para que le creyeran? ¿Cómo la lectura en frío de algún adivino barato y fraudulento? Él no sabía—no podía saber nada de Craig. Ni siquiera sabía su nombre rea—
Los ojos de Craig se abrieron de par en par al incorporarse en la cama. De repente, sintió como todo su cuerpo se enfriaba, como si le hubieran vaciado la sangre.
El bardo lo había llamado Craig.
“No, no lo hizo,” susurró Craig en voz alta para sí mismo. “Estoy recordando mal.”
Lo llamó Feldspar. O no dijo su nombre. La memoria humana es muy caprichosa, simplemente se estaba volviendo paranoico por nada. De ninguna manera lo había llamado Craig. Sería imposible. No había nadie con vida aparte de Clyde que supiera su verdadero nombre, que siquiera pudiera saberlo. A Craig le sería imposible demostrar su verdadera identidad aunque quisiera.
Quizás era él quien por fin estaba perdiendo la cabeza. Suspiró, frotándose los ojos con más fuerza de la debida. Respiró hondo y volvió a recostarse. Costó, pero se obligó a sí mismo a despejar la mente y dormir todo el día.
Craig se despertó unas horas después al oír como la puerta se abría.
“¿Qué haces dormido?” preguntó Clyde. Lanzó el saco bruscamente hacia la cama, pero falló; en lugar de eso, golpeó la pared de al lado y sus contenidos se derramaron. Todavía parecía enojado. Genial.
“Mal día,” Craig se frotó los ojos mientras seguía recostado.
“¿Tú tuviste un mal día?”
“Clyde, ni se te ocurra empezar,” dijo Craig, cerrando los ojos con fuerza y rodando hacia atrás. No estaba de humor para esto.
“¿Ni se te ocurra empezar qué?”
“Maldita sea, Clyde,” Craig gruñó entre dientes al incorporarse, “¿Por qué siempre eres así? Yo—”
Craig se quedó boquiabierto. Fue solo entonces que pudo ver el rostro de Clyde con claridad.
Tenía un ojo morado e hinchado, con moretones alrededor de la mejilla. Su labio estaba roto y aún le goteaba sangre. Era evidente que alguien había hecho lo que quiso con su cara.
Craig saltó de la cama y ayudó a Clyde a sentarse. Rápidamente tomó un trapo húmedo para presionarlo contra su labio sangrante.
“¿Qué demonios te pasó?” preguntó Craig, sosteniendo el trapo contra el corte. Clyde se estremeció como el bebé llorón y débil que era.
“El Gran Mago decidió que quería usarme como práctica de combate para sus nuevos reclutas caballeros. Maldito idiota.” Su voz estaba visiblemente tensa.
“Bebe está preocupada por ti.” Él le dio una sonrisa torcida. “Lo cual se está volviendo mi problema. Vino a molestarme por eso hoy.”
Los ojos de Clyde se humedecieron aún más que antes.
“Vamos, viejo, no seas un llorón.” Craig presionó el trapo contra su labio una vez más. Su broma no ayudó.
“Ya no sé qué debería hacer con ella,” dijo Clyde, tratando de limpiar sus ojos como si no pasara nada.
“Sabes que no me importa.”
“Lo sé.” Clyde trató de sonreír, pero luego hizo una mueca de dolor al sentir el roce contra la herida. “Siempre has sido un imbécil despiadado y sin conciencia.”
“Por eso me necesitas.”
“Aún estoy molesto contigo.”
“Está bien.” Craig se levantó y tiró el trapo ensangrentado a la pila de cosas sucias que tenían que lavar. Luego, se dirigió a la pequeña zona de la cocina y rápidamente tomó un par de porciones de pescado seco que había guardado. Sirvió ambas raciones en dos platos y volvió con Clyde.
“No tengo hambre.”
“Come,” ordenó Craig, poniendo uno de los platos sobre el regazo de Clyde.
“¿Crees que el Gran Mago emitirá una orden de ejecución contra mí?”
“Nah,” dijo Craig, poniendo su propio plato sobre la mesa y tomando asiento.
“¿Estás seguro?” preguntó Clyde de nuevo, llevándose, vacilante, un bocado de pescado a la boca.
“Sep,” dijo Craig con la boca llena, “pero con esto, de verdad tenemos que hablar de nuestros planes para salir de la ciudad. De Kupa. Pronto.
“De acuerdo.”
A la mañana siguiente, Craig decidió que necesitaba salir de su bajón y retomar el ritmo. Se levantó más temprano de lo habitual, aunque aún después de que Clyde se hubiera ido. Desayunó algo decente, trató de organizar las cosas que habían volado por todas partes el día anterior, e incluso fue a los baños públicos para limpiarse.
La casa de baños era un lugar mucho mejor para distraerse que la taberna, decidió. A la gente le gustaba mantenerse aislada, torpemente, y fingir que no había nadie más. Ni siquiera tenía que lidiar con los regaños de Red. Sobre todo, no quería preocuparse por la posibilidad de volver a encontrarse con ese bardo.
Para ser justos, una parte de él quería volver a encontrarse con el bardo para obtener respuestas. Claro, una parte muy, muy, muy pequeña de él, que era ampliamente superada por la mayoría que esperaba no tener que siquiera pensar en él otra vez.
Craig suspiró. Realmente había estado holgazaneando últimamente y se había dejado distraer. Necesitaba obtener un diamante para un comerciante—una tarea sumamente fácil, y aún así ya había pasado días postergándola. Su reputación quedaría en ruinas si no se reponía.
Al menos la bañera en la que estaba se sentía maravillosa. El agua estaba caliente esta vez, probablemente gracias a alguna persona rica que estaba de pasada—tenían que aumentar el presupuesto cada vez que llegaba dinero real. La mayoría de los nobles tenían su propia tina en sus enormes casas, así que era algo poco común. Deseaba poder quedarse en ella para siempre.
Aun así, todo tiene un final. Esa fue la verdad que había aceptado hace mucho tiempo. Con otro suspiro resignado, salió de la bañera y se preparó para empezar el día, empezando con el robo del diamante.
Obtener un diamante era algo muy siempre. Tuvo suerte, solo tuvo que cortar, con indiferencia, una de las piedras incrustadas en el pañuelo de una noble ostentosamente rica que pasó frente a él. Ni siquiera se daría cuenta de que no estaba. Consideró llevarse el pañuelo completo solo para fastidiarla, pero rápidamente descartó esa opción y se dirigió a la joyería.
“Te tomó más de lo habitual, Feldspar,” comentó el joyero mientras le entregaba el diamante. Era un flacuchento, hombre mayor, casi calvo salvo por unos tenues mechones blancos. Siempre tenía un carácter desagradable, pero era un cliente fiel a pesar de todo.
“Soy un hombre ocupado,” Craig mintió. “Hay formas de escalar en mi lista de prioridades.”
“O podría buscar a alguien más,” replicó el joyero sin dudarlo, examinando la gema con atención.
“Claro.” Se encogió de hombros. “¿Pero podrían hacerlo mejor que yo?”
El joyero soltó un resoplido irritado y dejó el diamante sobre el mostrador. Era un diamante muy grande y muy caro. Más valioso de lo que necesitaba que le consiguiera, porque Feldspar el Ladrón nunca decepciona.
“Toma tu dinero y lárgate.” El joyero le lanzó una pequeña bolsa con su paga. Craig la abrió con rapidez. Era una suma generosa, mucho mejor de lo acordado. No era tan buena como la paga de Lady Shelly, pero definitivamente suficiente para demostrar que, pese a la actitud que había tenido, el joyero estaba satisfecho.
“Entonces, nos vemos luego,” dijo Craig mientras cerraba la bolsa y la metía en su bolsillo.
“Dije que te largues.”
Al irse, Craig se dio cuenta de que no sabía qué hacer con el resto de su día. Sabía que estaba holgazaneando, pero con un pago así realmente no tenía que hacer nada más. Limpió, cuidó de sí mismo, terminó el trabajo que ya tenía. Debería estar orgulloso de haber hecho lo que hizo. O eso intentó decirse mientras se encontraba caminando hacia la plaza central.
Exhaló, sentándose junto a la fuente en el medio de la plaza. No le gustaba estar tan decaído. No era propio de él. Tampoco quería admitir que estaba preocupado o estresado. Eso, en particular, no era propio de él. Sacó un trozo de pan que había traído de casa y empezó a comerlo sin hacer nada.
“¿Te enteraste de que van a ejecutar a la tabernera esta tarde?” oyó Craig que le decía un vecino a su amigo, que estaba a unos pocos metros de él.
“¿Hablas en serio?” el otro jadeó. Craig también se interesó, envolviendo su pan y guardándolo para escucharlo mejor.
“Lo estoy. Aparentemente la atraparon ocultando a sabiendas a un espía del Alto Reino de los Elfos.”
“¿Espera qué?” interrumpió Craig, sin importarle que no era parte de la conversación de los dos extraños.
“¿Quién eres tú?” preguntó uno de ellos, arqueando una ceja con fastidio.
“¿De qué taberna están hablando?” Craig continuó. “No la de Red, ¿verdad? Quiero decir, la de la chica con el cabello rojo chillón y una personalidad excesivamente entrometida?”
Había muchas tabernas en la ciudad. Normalmente, jamás pensaría en la taberna de Red. Sin embargo, con ese peculiar bardo, sintió miedo en las entrañas.
“En serio, ¿quién eres tú para meterte en nuestra—”
“Sí, esa misma,” interrumpió el primer sujeto a su amigo. “Rebecca Skeeter.”
A Craig se le apretó el pecho. Se sintió enfermo.
“¿Tienen idea de quién era el espía?” preguntó Craig frenéticamente, pero intentando mantener un tono sereno.
“No sé mucho, principalmente que logró escapar.”
“¿No oíste nada más?” la voz de Craig se alzó más fuerte de lo que quería. Se mordió el labio para contenerse.
“Yo qué sé, hombre, sólo un forastero que resultó ser un espía.”
“Puedes hacerlo mejor que eso.”
“Uh,” el hombre pensó en voz alta. “¡Oh! Aparentemente caminaba en muletas y—”
Era él.
Sin molestarse en agradecerle al ciudadano ni escucharlo continuar, Craig se encontró corriendo directamente a la taberna. Corrió rápido, casi tan rápido como lo hizo el día que salió corriendo de su aldea con Clyde. Sin embargo, su mente no volvió a eso. En todo lo que podía pensar era el espía. El hombre en la taberna de Red era un espía. El hombre que había aparecido en su reunión con la Casa Marsh. El hombre que le habló sobre cómo los bárbaros y los elfos eran buenas personas.
El hombre que podría jurar que lo llamó por su nombre real… era un espía trabajando para el Alto Reino de los Elfos.
Sin mencionar que, incluso si Red lo sacaba de quicio la mayor parte del tiempo, en el fondo, no quería que la ejecutaran. No por un maldito farsante arrogante.
Se detuvo justo frente a la taberna. O, lo que solía ser la taberna. Estaba tapiada con un gran número de caballeros armados y en uniforme rodeando el perímetro. Las tabernas tenían problemas con la ley constantemente y las ejecuciones en general eran bastante comunes, especialmente con un líder como el Gran Mago. Pero esto era diferente. Era como si estuvieran custodiando el edificio que contenía la legendaria Vara de la Verdad de la que a su hermana le gustaba hablar.
“¿Qué demonios está pasando?” Craig le preguntó a uno de los guardias desesperadamente. No sabía qué esperaba que le dijera el guardia. Ni siquiera sabía qué quería saber él mismo.
El guardia no respondió.
“Dije, ¿qué demonios está pasando?”
Seguía sin haber respuesta. El guardia permaneció inmóvil, como si fuera una de las estatuas de caballeros en el jardín. Craig apretó los puños.
“¡Feldspar!” una voz femenina familiar llamó detrás de él, tomándolo por sorpresa. Se apartó del caballero inútil para ver quién era.
Por supuesto. Era Wendy Testaburger. No era parte del perímetro, pero naturalmente también tenía que estar allí.
“Espero que estés aquí para decirme que mierda está pasando.”
“Feldspar, de verdad no quieres involucrarte en esto.” Craig casi percibió compasión en su voz. Parecía triste. Eso lo enfureció.
“Como si tú supieras en qué demonios quiero involucrarme.”
“Por favor, Feldspar,” rogó ella con una voz frágil, “Red también era mi amiga.”
“Entonces, ¿por qué estás aquí parada?” Craig la empujó, sin importarle que probablemente se metería en un enorme problema por agredir a un caballero. Ella siempre lograba sacarlo de quicio. Wendy era tan leal a su reino que iba a permitir que su amiga fuera ejecutada sin más. Los caballeros siempre eran unos imbéciles impersonales que solo se preocupaban por la ley y/o por su propia gloria.
Claro, él no estaba allí principalmente por preocuparse por Red—se había propuesto no encariñarse con nadie que no fuera Clyde. Aun así, le dolía un poco más de lo que le gustaría admitir. No era algo por lo que lloraría, pero sí lo suficiente como para sentirse miserable. Wendy debería ser diferente.
“No estoy aquí por ella.” Ella lo miró directamente a los ojos. “Estoy aquí por ti.”
Craig la soltó de inmediato, dando un paso hacia atrás. La compasión en su rostro se intensificó. De repente se dio cuenta de que sus ojos estaban enrojecidos, como si hubiera estado llorando.
“¿Por mí?”
“Es sobre Clyde.” Ella bajó la mirada. No era propio de ella. Siempre estaba firme, siempre siguiendo el protocolo. El corazón de Craig empezó a golpearle el pecho.
“¿Qué pasa con Clyde?”
“Tú sabes que no me caes precisamente bien, y creo que eres un ladrón, probablemente un asesino, que solo le trae desgracias al reino. Pero aun así… sentí que debía decírtelo. Me pareció lo correcto.”
“¿Qué demonios pasa con Clyde?” exigió Craig. Su corazón continuó latiendo fuerte y con fuerza, tanto que juró que ella y todos los que estaban cerca podían oírlo.
“El Gran Mago lo declaró desterrado de todo el espacio y el tiempo.”
Notes:
Um, bueno. Creo que este es el capítulo más flojo, pero ¿creo que era necesario para terminar el setup/encuadre? Como dije, tuve un montón de bloqueos creativos y algunas partes se sienten apresuradas/con una pace acelerada para mí. ¡Las críticas constructivas siempre son bienvenidas! Con eso dicho, desde este momento todo se volverá más real y, ojalá, más interesante.
¡Los comentarios, kudos, subs, etc. son todos muy apreciados!
Edit: No tiene relación y estoy absolutamente segura de que nadie se habrá dado cuenta, pero en esta historia Red es “Rebecca Skeeter” porque me gusta el headcanon apoyado desde el canon de que es la hija de Skeeter. En algunas otras de mis historias ella es “Rebecca Tucker”, ósea la prima de Craig bajo la premisa de que Skeeter es Skeeter Tucker. Aquí, sin embargo, no los hice primos para evitar alzar sospechas en la historia con una “Rebecca Tucker”. ENTONCES teniendo en cuenta que Skeeter no tiene un nombre completo confirmado… para esta historia asumí que su apellido era Skeeter (como Cartman).
De It_has_to_be_you_55:
Siento que puede que es este capítulo particular hayan unas partes donde la redacción... no sea la mejor. No sé muy bien *qué* partes, pero eh... igual, espero que sea un buen trabajo. Con esto, de verdad aprecio cualquier comentario con críticas sobre tono, redacción, etc. ¡Nos vemos!
Chapter 5: Capítulo 5: Capítulo 4
Summary:
“¿Qué vamos a hacer?” le preguntó Bebe entre sollozos.
Craig se sentó sobre la cama, tratando de despejar su mente. Sentía como sus pensamientos iban a mil por hora. Cerró sus ojos y trató de concentrarse.
Pese a lo desastroso que era todo, 2 cosas eran abundantemente claras para él.
Notes:
De wintergrew:
(Perdón si estabas suscrito y recibiste dos notificaciones—¡publiqué esto incorrectamente al principio y tuve que repostear!)
Primero que todo, ¡gracias por casi llegar a 1000 hits! ¡Estoy sumamente agradecida por todos los comentarios amables!
¡La Princesa Kenny por fin va a aparecer en este capítulo! Como dije antes, Kenny es la Princesa Kenny porque el Kenny de la Vara de la Verdad es la Princesa Kenny. No hay otro motivo. Pueden interpretar las cosas como quieran.Adicionalmente una advertencia para, supongo, ciertas personas: Yo nunca escribo a Cartman como una buena persona. Pienso que es un buen personaje, teniendo en cuenta que es gracioso y se SUPONE que debe ser terrible en el contexto de South Park. Sin embargo, pienso que es lo que se supone debe ser… una terrible persona. Sé que a algunas personas no les gusta que lo escriban como el tipo malo todo el tiempo en fanfics, pero para mí, considerando que este es el sujeto que le dio a alguien de comer a sus padres, trató de empezar el cuarto Reich, y… todo lo demás incluyendo recientemente en Retaguardia en Peligro (The Fractured But Whole) …bueno. También, tengan en cuenta para TODOS los personajes que, mientras trato de mantenerlos fieles a sus personajes de South Park, estoy pensando en estos personajes como versiones de self-insert para juegos de rol en vivo que los chicos crearon. Es una diferencia algo sutil para mí.
Finalmente, creo que este es un capítulo algo intenso. Una advertencia por eso.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
“Así que eres de esa nueva familia, ¿eh?” preguntó Craig.
“Um, supongo,” dijo el chico. Era joven. Probablemente de la edad de Craig pero más robusto y saludable en comparación con su desnutrición. El cabello marrón del chico estaba desordenado, pero brillaba. Llevaba una camisa roja que no se parecía a los típicos harapos marrones que eran todo lo que la gente de Sundorham podía permitirse comprar.
“No te ves como el resto de nosotros,” dijo él, “No entiendo por qué alguien como tú querría venir a vivir a nuestra aldea.”
El chico parecía confundido, incluso asustado. Tanto, que ni siquiera contestó.
“Si no quieres hablar ni encajar, ese es tu problema, niño nuevo,” Craig se encogió de brazos y se dio la vuelta para volver a su casa.
“Soy Clyde,” dijo el chico de repente, tratando de detenerlo antes de que se fuera.
Craig se dio la vuelta. “No te pregunté quién eras. Te pregunté por qué estás aquí.”
“¿Por qué estás tú aquí?” reclamó el chico de vuelta.
“Nací aquí, obviamente,” Craig arqueó una ceja, impresionado por cuán aparentemente zopenco era el otro chico. “La mayoría de nosotros nace aquí y no tiene opción. Y no es que sea asunto tuyo, pero mi mamá fue la excepción. Ella vino aquí porque le gustaba mi papá o lo que sea. Ella tenía una razón. ¿Cuál es la tuya?”
“Um.” El chico lo pensó por un momento. “Supongo que es porque mi mamá murió. Mi papá quería que nos fuéramos a tener una vida estable y segura, o algo así.”
“Eso es tonto.”
“¿Cómo que es tonto?” Clyde frunció el ceño. “¿Quién eres tú para decir que no pertenezco aquí?”
“Cálmate, nunca dije que no perteneces aquí.”
“Dijiste que nuestras razones eran tontas.”
Craig se encogió de hombros. “Eso es diferente.”
“Parece que no te gusta que yo esté aquí.”
“Nah, esta es una aldea pequeña; odiarte sólo traería problemas,” explicó Craig, “Y realmente no hay otros chicos de nuestra edad, así que probablemente debería conocerte. Deberías aprender a no ofenderte por todo lo que diga cuando lo único que hago es hacerte preguntas.”
El rostro del otro chico se iluminó. “¿Eso significa que quieres que seamos amigos?”
“Aún no decido eso. Sí no me fastidias demasiado, quizá.”
“¡Oh, gracias a dios!” El rostro del chico se llenó de lágrimas de alegría al instante. “Tenía miedo de quedarme solo aquí.”
“Dije quizá.”
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“¡Lo prometiste!” la chica, llorando, lo agarró del borde de la capa justo donde le rodeaba el cuello. Lo agarró con tanta fuerza que lo ahogó.
“Bebe, tú sabes que yo—”
“Feldspar, ni me vengas con esa mierda.” Se abalanzó sobre él, agarrándolo con fuerza y empujándolo hasta que cayó hacia atrás. Con fuerza, cayó con él y al llegar al suelo lo dejó completamente inmovilizado bajo su peso.
“Bebe,” dijo Craig débilmente, usando sus codos para tratar de apoyarse en el camino de tierra del callejón.
“Tú prometiste que lo protegerías,” sollozó ella, con lágrimas desbordándose de sus ojos azules. Su rostro, usualmente pálido e inmaculado, estaba intensamente rojo por tanto sollozar.
“Bebe, ¿cómo crees que me siento ahora mismo?” gritó Craig, “¿Crees que no quería proteger a Clyde? Crees que esto no es—” La frase se quebró y ya no pudo terminarla.
“¿Y cómo crees que me siento yo?” exclamó de vuelta, levantándolo por la capa, tensando su cuello aun más. “2 personas que me importan. Se han ido.”
“Lo siento.”
Craig no podía recordar la última vez que se había disculpado por algo. Pero eso no le importaba. Una ola de culpa y melancolía lo envolvió por completo.
Bebe aflojó su agarre. Continuó sollozando en su pecho.
“Lo siento, Bebe.” Se le quebró la voz. “Lo siento tanto… tantísimo.”
Se quedó quieto mientras la dejaba sollozar en su pecho por un buen rato. No estaba seguro de cuánto tiempo. Sentía como si el tiempo se hubiera detenido.
Craig no volvió a su apartamento hasta que ya era de noche. Realmente no quería volver. Esperaba que un rayo cayera sobre el lugar para que no pudiera regresar jamás. Al menos, si estaba oscuro, no tendría que mirar los detalles tan de cerca.
Aun así, al final tuvo que hacerlo. Subió las mismas escaleras inestables y abrió la misma puerta destartalada de siempre. Era noche de luna llena, lo que hacía que la habitación estuviera más iluminada de lo que esperaba. No podría dormir con la mente así. Suspiró y cogió una vela para encenderla en la mesa del centro. En un lugar pequeño de una habitación como ese, una sola vela lo iluminaba demasiado bien. El lado de la habitación de Clyde seguía como la había dejado la mañana anterior. Una de sus camisas de repuesto seguía sobre la cama. Era roja. Desde niños, siempre le había gustado vestir de rojo.
Ambos eran desordenados por naturaleza. Craig solía ser quien terminaba limpiando, pero no era algo innato de él. Ahora, no estaba seguro de sí limpiar el desorden de Clyde lo haría sentir mejor o peor. ¿Debería revisar las cosas de Clyde? ¿Debería dejarlas tal como él las dejó? A Clyde no le gustaba que Craig esculcara sus cosas, después de todo. Para ser justos, Craig pensaba lo mismo en sentido contrario.
Craig decidió no hacerlo, al menos no por ahora. Decidió sentarse en la mesa. No para comer algo. No creía poder retener la comida en ese momento.
Fue al sentarse que notó una mancha verde asomándose debajo de la manta de Clyde, que estaba medio tirada en el suelo. Craig se levantó y la recogió. Era el sombrero ridículo que Clyde le había regalado y que había rechazado.
Craig se quitó su propio gorro azul y se lo probó, mirándose en el espejo opaco. Se veía absolutamente ridículo con él. Hizo que la comisura de su boca se curvara apenas en una sonrisa. Por ridículo que fuera el sombrero, decidió quedárselo. Nunca para usarlo, pero sí para conservarlo.
Craig se dejó caer atrás sobre su cama.
“¿Qué vamos a hacer, Clyde?” preguntó Craig.
El cuarto permaneció en silencio.
“Vamos, amigo, sé que no puedes seguir molesto conmigo. Tenemos que resolver esta mierda.”
“¿No lo hemos hecho ya?”
“Sí, bueno, ¿y si no funciona?” la voz de Craig se quebró de nuevo.
“Espera, ¿estás diciendo que dudas de nuestros planes?”
“¿Y si tenías razón? Craig apretó los ojos con fuerza. Luchó contra las lágrimas que amenazaban con formarse. “¿Y si no sé qué demonios estoy haciendo?”
“Craig, eres como, la única persona en este mundo en la que confío por completo. Más que Bebe, más que cualquiera. Estamos en esto juntos.”
A Craig le dolía el pecho, y el martilleo le hacía sentir como si acabara de correr una maratón. Dolía. Le dolía todo. No podía respirar.
“No puedo hacer esto, Clyde.”
Craig nunca se había sentido tan solo. Era un sentimiento aplastante. Como si la negatividad del mundo lo presionara por todos los ángulos hasta casi deshacerlo.
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“¡Feldspar, abre la puerta!” una voz despertó a Craig a la mañana siguiente. No recordaba haberse quedado dormido. Le dolía la cabeza como si tuviera resaca, pero no había bebido nada la noche anterior.
“¿Bebe?” preguntó con un bostezo involuntario.
“¡Date prisa, maldición!” Golpeó la puerta con más fuerza. El se incorporó, frotándose los ojos cansados. Sentía el cuerpo entumecido por la postura antinatural al dormir. Se estiró antes de levantarse. Intentó apartar la mirada del lado de la habitación de Clyde. Su mirada se desvió hacia él por una fracción de segundo, pero apartó la cabeza de golpe y se mordió el labio.
Empezó a abrir la puerta lentamente, pero Bebe la abrió de golpe y lo empujó, entrando en su casa. Tenía una fuerza que lo ignoraba por completo, como si tuviera un plan. Craig también se dio cuenta de que estaba vestida de manera diferente a lo habitual. Llevaba un vestido rojo, lo cual no era extraño ya que el rojo era su color favorito como Clyde, pero era mucho más sencillo y menos intrincado de lo que solía usar. Sin embargo, a pesar de eso, los materiales parecían más pesados, como si fueran mucho más caros. Su largo cabello dorado, que usualmente llevaba suelto con trenzas intrincadas y diademas, ahora estaba recogido en un simple pero elegante moño trenzado. Estaba claramente vestida para las formalidades. Vestida para impresionar a alguien.
“No tenemos tiempo,” anunció ella, “Arréglate.”
“¿De qué estás hablando?” preguntó Craig, pasando los dedos por su cabello desordenado de recién levantado.
“Vamos a hablar con la princesa.”
“¿La princesa?” preguntó Craig, arqueando una ceja.
“Vamos a pedirle que perdone a Red y a Clyde.”
“Acaso Red no está—” Craig se quedó en silencio. La ejecución de Red estaba programada para ayer en la tarde. Su corazón se encogió más de lo que esperaba.
“No lo sé,” Bebe se mordió el labio inferior. “Pero uno pensaría que si lo hicieron, probablemente hubiera tenido una ejecución pública. Pero no ha habido ninguna. Así que tal vez…”
“Espera, espera un segundo,” dijo Craig volviendo en sí mientras agarraba su sombrero que había caído al suelo mientras dormía, “Aunque no lo esté, no puedes conseguir una audiencia con la Princesa Kenny como si nada.”
“Sí puedo.”
“No, no puedes,” se burló Craig mientras se ponía el sombrero. No le importaba que el suelo sin lavar lo ensuciara.
“Sí, sí puedo.” Ella se sentó a la mesa y cruzó los brazos con un aire desafiante.
“Bebe, dejando de lado que es de la realeza por un momento, ¿siquiera has visto a la princesa por la ciudad últimamente?” preguntó él mientras se incorporaba en la cama, “¿Alguien la ha visto? Cuando el Mago envió a la Princesa Karen lejos para casarla en un matrimonio político, podría haber dicho que también enviaron a Kenny, con lo poco que se le ha visto desde entonces.”
“Ella quiere mucho a Karen.” Bebe bajó la mirada hacia sus manos con solemnidad. “Y era demasiado joven para casarse. Pero el Mago—”
“¡Ves! ¡Esa es la cuestión!” Craig se puso de pie. “El Mago es el que tiene todo el poder. Mantiene a la Princesa Kenny encerrada y fuera de vista para poder ser él quien se convierta en rey. ¿Por qué crees que a pesar de su edad, sigue siendo solo una princesa?”
“Cuando era niña, la Princesa Kenny siempre decía que prefería cómo sonaba eso a Rei—”
“Bebe, ya es una maldita mujer adulta.”
“Escucha, lo sé.” Bebe se mordió el labio de nuevo y frunció el ceño. “Pero Kenny era una buena amiga mía. La Princesa, Wendy, Red y yo éramos amigas desde pequeñas y—”
“Entonces, ¿por qué Wendy no hace nada? Ella es la gran y gloriosa caballero, ¿no?”
Bebe lo fulminó con la mirada por la insinuación. “Sabes que ella no tiene ese poder, o ya habría hecho algo al respecto. Pero la Princesa Heredera, bajo las leyes de Kupa, sí lo tiene. Kenny aún debe recordar todos nuestros momentos con Red. No se quedaría con los brazos cruzados y dejaría que el Mago…En fin, debe valorarme lo suficiente como para ayudar a Clyde—”
“Okay, supongamos que sí quiere ayudarnos.” Dijo Craig acercándose a Bebe. “Supongamos que puede hacerlo. ¿Cómo planeas conseguir una audiencia con ella bajo las narices del Gran Mago? Él es el único que la ve.”
“Eso no es cierto.” Dijo con una sonrisa amplia. “Hay otra persona a través de la cuál podemos contactarla.”
“Okay, ¿quién?”
“Su paladín.”
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“No puedo creer que vayas a ver a la princesa de todo Kupa vestido así,” gruñó Bebe mientras se dirigían hacia el castillo.
“Esto es lo que siempre uso,” Craig bajó la vista hacia su atuendo. Llevaba su habitual túnica marrón opaca, una capa marrón con los bordes rasgados de su altercado en la panadería y sus pantalones negros recién remendados. Llevaba su correa multiusos alrededor del torso y el arma que le robó al caballero sujeta a la cadera, por si acaso.
“Precisamente a eso me refiero.” Bebe puso los ojos en blanco. Craig bufó. Incluso tenía botas nuevas y guantes rojos que no eran baratos. O no lo habrían sido si los hubiera pagado. Lo cual no hizo.
“¿De verdad importa? No creo que la princesa se niegue a ayudarnos porque no le guste mi atuendo.”
“Bueno, entonces está claro que nunca la has conocido.”
“Perfecto, ya sé que la voy a odiar.”
“De hecho, creo que te va a caer bien,” dijo Bebe, dejando la frase al aire, “Es una princesa muy… poco tradicional.”
“¿Cómo Shelly Marsh?”
“Ni hablar,” Bebe se rio, un sonido sorprendente viniendo de alguien tan solemne ese día, “Es muy… de espíritu libre, supongo. No le importaban las reglas de ser una dama o una princesa, pero no como Shelly. A Kenny le gustaba bailar, beber con los hombres y coquetear con todos ellos. Le gustan las cosas cursis de princesas, como cuidar su jardín y acariciar a su unicornio, pero tampoco le importa ensuciarse y maldecir como un marinero. Detrás de su bonita apariencia, en realidad es muy luchadora. Sin mencionar que probablemente sea la mejor arquera del reino.”
Craig parpadeó. La imagen de la Princesa Kenny era la de una joven serena, correcta y extremadamente hermosa. “La gente no siempre es lo que aparenta, supongo.”
Bebe volvió a mirar a Craig y le dedicó una mirada crítica a su ropa. “En serio, siempre parece que todo te importa una mierda. Es decir, ¿qué es esta piedra fea y barata que llevas en el cuello?” Dijo, estirando la mano hacia su colgante, “Deberías comprarte algo mejor—”
“¡No toques eso!” Craig le apartó la mano con más fuerza de la que pretendía.
Ella retiró la mano. “Vaya. No sabía que fuera importante para ti.”
“No es asunto tuyo.”
Bebe suspiró y continuó caminando en silencio. El ánimo volvió a decaer, recordándole a Craig con tristeza la razón por la que habían emprendido esta caminata.
“Me alegra que estés dispuesta a arriesgarte para intentar ayudar a Clyde,” dijo finalmente, “Supongo que te subestimé.”
“Lo amo, ¿sabes?”
Fue entonces que llegaron a la base del castillo. Técnicamente, toda la ciudad estaba rodeada por murallas y, por extensión, también el castillo. Sin embargo, en el extremo más alejado de la ciudad se encontraba la distintiva estructura del castillo, compuesta por las más altas, anchas e intrincadas torres. Allí residía la familia real. En otros tiempos, había sido numerosa y extensa; ahora, solo quedaba la Princesa Kenny.
Naturalmente, el Gran Mago ocupaba la mayor parte del castillo. Fue aquí donde Clyde tuvo que trabajar los pocos días que estuvo con él. Fue aquí donde Clyde habría sido desterrado.
“¿Quiénes son ustedes?” preguntó una guardia que custodiaba la entrada cuando se acercaron a la puerta principal.
“Soy Bebe de la Casa Stevens y este es mi amigo, Feldspar.” Bebe hizo una reverencia. Pateó a Craig debajo de su vestido para indicarle que hiciera lo mismo. Él no quería hacerlo, pero cedió.
“Expliquen sus motivos para venir,” exigió la caballera. Craig podía notar que la alta y amenazante caballera era una mujer sensata. No del tipo que sería de mucha ayuda.
“Deseamos hablar con el Paladín Leopold Scotch,” Bebe dijo con una voz inusualmente diplomática.
“¿Con qué propósito?” La caballera la examinó con la mirada.
“Asuntos personales,” dijo ella.
“Está ocupado,” respondió ella secamente. Craig abrió la boca para protestar, pero Bebe le clavó un codazo.
“Bueno, podría molestarse si supiera que no le dijiste que yo vine,” dijo Bebe antes de que Craig pudiera hablar. “Sin mencionar a la princesa. Ella podría molestarse también. Tenemos una historia muy, muy larga, ¿sí?”
La caballera frunció el ceño, pero se giró lentamente hacia la entrada. “Esperen aquí,” ordenó ella.
“¿Hay algo que deba esperar?” le susurró Craig a Bebe mientras la mujer en armadura desaparecía adentro.
“Nah, no con Butters.” Bebe soltó una extraña risa gutural.
“¿Quién es exactamente?” preguntó él. Realmente no le importaban los detalles personales, pero dado que dos vidas estaban en la línea, pensó que debería tener una idea general.
“Él es un Paladín. Básicamente, es el caballero y guardaespaldas personal de la Princesa Kenny. Ha sido así desde que eran niños. No es precisamente el caballero fuerte y valiente que esperarías para el título de Paladín o lo que sea, pero a la Princesa Kenny le agrada y le parece adorable, así que siempre se ha quedado. Además, es muy fácil de manipular, lo que lo pone al favor del Gran Mago.
“¿Eso no significaría que estaría de acuerdo con lo que dijera el Mago?”
“Nah, él es bastante manipulable en general. No sólo con el Mago.”
Craig no supo cómo tomar esa información. En vez de seguir presionando, esperó en silencio por unos cuantos minutos hasta que la caballera volvió.
“¡Ay cielos, hola, Bebe!” gritó el Paladín al salir con la caballera, “Cuánto tiempo sin verte por aquí. ¿Por qué no—Por qué no entran?”
“Hola, Butters,” dijo Bebe en un tono que Craig no pudo leer. Tomó a Craig del brazo y lo siguió hasta la entrada del castillo.
El paladín—Butters—era un hombre relativamente bajo, de aspecto apacible y con una esponjada cabellera amarilla. Llevaba un traje verde azulado que parecía un uniforme, pero Craig nunca lo había visto antes. A juzgar por lo que Bebe había dicho sobre él, siendo una de las únicas personas que tenían contacto regular con la princesa, solo podía suponer que debía ser importante. Sin embargo, verlo trabarse con sus propias palabras mientras se ponían al día con Bebe, le costaba creerlo.
El interior del castillo era mucho más importante que cualquiera de las torres nobles en las que había estado. Estaba decorado con arte de todo el mundo, así como los retratos de la dinastía McCormick con siglos de antigüedad. También había una cantidad alarmante de arte del Gran Mago. Pero Craig no tenía tiempo para preocuparse por esas cosas. Estaba ahí por una razón.
“Tenemos que hablar con tu princesa. De inmediato.” Soltó Craig. Bebe lo fulminó con la mirada.
La angustia se dibujó en el rostro de Butters. “Oh, cielos. No estoy seguro de que sea una buena idea.”
“¿A qué te refieres?” preguntó Craig, “Tenemos que verla. Es importante.”
“Bueno, verán, la princesa en verdad no ha estado viendo a nadie últimamente—”
“¿Ni siquiera a mí?” preguntó Bebe, “Éramos tan buenas amigas, sabes.”
“Oh, caramba,” Butters se detuvo en seco, su rostro lleno de preocupación, “En serio no debería decir nada. M-Me voy a meter en un buen lío.”
“Butters, ¿hablas en serio?” Bebe lo miró fijamente a los ojos. “Una de mis malditas mejores amigas y el amor de mi vida han sido víctimas del Gran Mago, y la única persona que puede ayudarnos es mi buena y querida amiga, la Princesa Kenny.”
“Oh, dios.” Butters se mordió el labio.
“Butters, no estoy jugando,” la voz de Bebe se quebró mientras las lágrimas empezaban a formarse en sus ojos, “Esta es nuestra única esperanza. Su única esperanza. No puedes… tienes que llevarnos con ella.”
Butters se quedó quieto un momento, acariciando su capa con nerviosismo. Reflexionó largo y tendido en silencio antes de hablar.
“Está bien,” dijo finalmente con el tono más atrevido que Craig había oído, “Pero no vengan llorando si, um, no les gusta lo que pase.”
Las palabras de advertencia del paladín provocaron una profunda preocupación en el estómago de Craig.
“Gracias.” Bebe sonrió ligeramente, secando sus lágrimas con el dorso de su mano. Craig no entendía cómo parecía tan aliviada. Algo en esto no le daba buena espina.
“Está bien, entonces, um, síganme,” dijo Butters, indicándoles que lo siguieran en otra dirección. No los condujo hacia la gran escalera en el centro del salón de baile, profusamente decorado, que presuntamente conducía a los aposentos de la familia real. No, en su lugar, Butters los llevó por un pasillo mucho menos iluminado y decorado. Abrió una puerta de madera normal que contenía una oscura escalera de caracol que ascendía por una torre.
“Por aquí,” anunció Butters, a punto de subir por las escaleras.
“¿Por qué está la Princesa Kenny ahí arriba?” Preguntó Bebe, desconcertada.
“Vamos a los aposentos de la dama.”
“¡Su dormitorio no está ahí!” Bebe dio un paso atrás. “Su cuarto siempre era el grande, encima del salón de baile. Le gustaba porque tenía vistas tanto del jardín como de los establos.”
“Sí, bueno, verán, su Excelencia, el Gran Mago, decidió que sería, um, mejor si tomaba un cuarto de esta torre,” tartamudeó Butters.
“¡Pero aquí es donde siempre han vivido los sirvientes!” discutió Bebe, con el rostro transformándose en una expresión de asombro absoluto.
“Sí, bueno, el Mago—”
“Butters, deja de joder,” Bebe lo interrumpió.
“Dios, ¿a quién le importa? Me importa una mierda en qué tipo de cuarto pomposo vive, sólo quiero verla,” dijo Craig al fin, habiéndose cansado de su discusión. Bebe gruñó pero cedió.
“¡Claro! Entonces, por aquí.” Butters se rascó el cuello con nerviosismo mientras subían por las escaleras.
Bebe parecía más preocupada (como Craig pensó que debería) pero siguió al paladín, cuidadosamente levantando su falda para evitar resbalarse en las desgastadas y polvorientas escaleras. Craig suspiró y fue detrás de ella, atento de no pisar su falda y hacer que ambos cayeran.
Las escaleras parecían interminables. A diferencia de las torres de los nobles, como la de los Marshes, no había habitaciones intermedias, sólo un estrecho cilindro de torre aparentemente completamente cubierto por una sucesión interminable de escalones.
“¿Ya casi llegamos?” le preguntó Craig a Butters, quien estaba a unos cuantos metros delante de él. En su defensa, Bebe era la que se estaba tomando su tiempo con su vestido refinado.
“Sólo un poco más.”
Tras lo que pareció una eternidad, finalmente los tres llegaron a una sencilla puerta de madera en lo alto de la torre. Butters se aclaró la garganta y golpeó tres veces.
“Um, ¿Princesa? Soy yo… Butters,” llamó él, con nerviosismo palpable en su voz, “Bebe y su amigo están aquí para verte.”
No hubo una respuesta. Butters tragó saliva audiblemente y abrió la puerta con cuidado.
Cuando la puerta se abrió y reveló la habitación, Craig se sintió abrumado al instante. No era para nada la elegante y refinada habitación de la realeza que esperaba. Tampoco era una especie de mazmorra oscura, como si el Mago la hubiera encerrado. En cambio, parecía como si el unicornio de la princesa hubiera vomitado arcoíris y mierda rosa por todas partes.
Era muy rosa y morado. Las paredes, el techo, todo. Estaba cubierta de pinturas de mal gusto con unicornios y arcoíris. La cama estaba en el centro, cubierta de sábanas en varios tonos de rosa, atestada de animales de peluche. La habitación entera estaba plagada de muñecas y animales de peluche.
La princesa estaba sentada en el suelo sobre una alfombra morada, de espaldas a ellos. Su larga cabellera dorada estaba recogida en dos coletas a cada lado, con una cinta blanca de seda trenzada en cada una, y una tiara de oro macizo sobre su cabeza. Su vestido era blanco y morado, confeccionado de lo que parecía ser la seda más cara de todo Zaron.
“¡Princesa Kenny!” Bebe llamó a su amiga con entusiasmo, “¡Ha pasado tanto tiempo!”
La princesa permaneció sentada, sin girarse hacia ellos. Lo extraño del asunto le dio escalofríos a Craig.
“¿Kenny?” preguntó Bebe de nuevo, caminando hacia su amiga con precaución. Lentamente, extendió una mano para tocar su hombro.
Butters dio un paso adelante, “No haría eso si fuera—”
Tan pronto como la mano de Bebe aterrizó en el hombro de la princesa, su cabeza giró de golpe, mirando directamente a Bebe.
Craig probablemente se habría caído de no ser por una pared justo detrás de él. Esto estaba mal. Esto estaba muy, muy mal. Se quedó boquiabierto, aunque fue solo por un momento.
La piel de la princesa era verde. Sus ojos, que eran famosos por ser del tono más delicado y hermoso de azul celeste, estaban completamente grises e inyectados de sangre. Esto no era normal. Algo estaba físicamente muy mal en ella.
Inmediatamente, la Princesa Kenny se puso de pie, con una expresión retorcida e inhumana. Definitivamente no era una expresión de emoción por ver a su mejor amiga. Enseñó los dientes, extremadamente afilados. Parecía como si estuviera a punto de abalanzársele sobre la garganta a Bebe.
“¡NO!” exclamó Butters, embistiendo a la princesa y derribándola. La falda larga y elegante de la princesa, que no encajaba en absoluto con su actitud actual, se levantó mientras ambos caían al suelo.
“Vamos, Princesa, no hagas esto,” suplicó Butters, “Recuerdas a Bebe, ¿no es así? Ella es tu—¡nuestra amiga!”
Por alguna razón, la expresión de la Princesa Kenny se suavizó al mirar a Butters. Claramente, Butters no tenía miedo de ella, sabiendo que no iba a lastimarlo. Aun así, no le respondió.
“Recuerdas a Red, ¿cierto, Princesa?” preguntó Butters, “Es por eso que Bebe está aquí. Quiere que salves a Red.”
Ella seguía sin responder. Sólo miraba a Butters con la mirada perdida.
“Van a matar a Red, Kenny,” Butters le dijo en un tono serio, pero gentil. “Sólo tú puedes perdonarla.”
“Esto es una pérdida de tiempo. No vamos a llegar a nada,” anunció Craig. No esperaba que la princesa se hubiera convertido en un duende verde, zombi o lo que fuera. Al mismo tiempo, dada su suerte últimamente, lo ridículo del asunto no lo sorprendió tanto como debería.
Miró a Bebe. Las lágrimas corrían por su rostro.
“¿Quién te hizo esto?” preguntó ella entre sollozos.
“Creemos que alguien trató de envenenarla,” explicó Butters, todavía encima de la princesa, “O la maldijo. Pero no murió. En su lugar, se volvió—”
“¿Atraparon al responsable?” preguntó Craig.
Butters bajó la cabeza. “No. No tenemos pistas. Ella no hablará. Soy la única persona a la que no intenta atacar abiertamente.”
“¿Ataca incluso al Mago?” añadió él.
La princesa gruñó, forcejeando contra el agarre de Butters. Craig notó cómo la palabra “mago” despertó algo en ella.
“Intenta atacar al Ma—a él más que a nadie. A veces, lo más cerca que llega a las palabras casi suena como su nombre. Siempre que él entra en el palacio, incluso estando lejos, ella pierde el control. Él ordenó que la encerráramos aquí.”
“Bueno, entonces es bastante obvio,” Craig dijo con la mayor naturalidad posible, sentándose en la cama de la princesa. Aun así, pese a su tono, sintió como si le hubieran dado un puño en el estómago. “Eso explica cómo la Reina y el Rey murieron de enfermedades misteriosas tan repentinamente sólo con unos años de diferencia. Explica por qué convenció a la Princesa Kenny de desterrar por completo al Príncipe Kevin, a pesar de que ella estaba perfectamente conforme con que viviera en el castillo el resto de sus días. Explica por qué exigió que la Princesa Karen se casara con un príncipe al otro lado de Zaron cuando apenas tenía 14 años. El Mago trató de asesinar a la Princesa Kenny pero, por alguna extraña razón, ella es incapaz de morir. Quiere deshacerse a toda costa de la Casa McCormick para poder reclamar el trono para sí.”
La Princesa Kenny no se sacudió violentamente como antes. En cambio, entrecerró los ojos hacia Craig, casi como si lo supiera. Aquello fue suficiente para confirmar su teoría. Bebe seguía sollozando, con la mirada apartada de la princesa.
“Así que no podrá ayudarnos con Clyde ni con Red,” añadió Craig, sintiendo cómo su sangre se helaba. Butters abrió su boca para hablar, pero la cerró sin decir nada, cabizbajo.
“Lo lamento, Feldspar, esto fue un error,” Bebe tragó con dificultad, limpiando sus lágrimas con el dorso de su mano.
“Está bien, yo—”
“¡SHHH!” la cabeza de Butters se volteó de repente. La ira de la princesa también se intensificó.
“¿Qué pasa?” Craig preguntó al levantarse.
“Oh dios, oh cielos.” Butters se mordió el labio ansiosamente.
“¿¡Qué?!” exclamó Craig.
“Oh cielos, el Mago viene para acá.”
“¿Cómo sabes eso?” preguntó Bebe.
Butters señaló su diadema con una piedra roja incrustada en el medio. Ahora brillaba intensamente, brillando cada vez con más fuerza. Asimismo, la princesa se volvió más frenética.
“Está encantada,” explicó él, “El Mago la hizo de forma tal que brille cuanto más cerca esté de mí, así sé que no debo avergonzarlo cuándo me vea. Y, oh cielos, ¡vaya que se va a poner furioso cuando sepa que los traje a ustedes dos aquí!”
“¡Entonces salgamos de aquí!” Craig se enderezó y se dirigió hacia Bebe.
“Ya está subiendo las escaleras.”
“¡Entonces saldremos por la ventana!” Craig era bueno escalando edificios así. Claro, sería más complicado con Bebe, pero valía la pena intentarlo.
“Incluso si lograran bajar, los guardias afuera los verían.”
“¡Entonces nos esconderemos, carajo!” Craig agarró a Bebe de la muñeca y escaneó la habitación. Afortunadamente, se le daba bien esconderse por su trabajo. Bajo la cama, ya había baúles y un montón de cosas donde no cabrían, y ninguno de los dos cabía en el armario abarrotado con todos los vestidos esponjosos de la princesa. Finalmente, vio una pila enorme de muñecas y peluches contra una esquina y jaló a Bebe hacia ella, cubriéndolos a ambos con cuidado. Había pequeñas aberturas entre los juguetes que les permitían ver hacia afuera.
La princesa gruñía cada vez más, resistiéndose contra Butters. Era muy enérgica, pero era evidente que se esforzaba por no lastimarlo.
Finalmente, él llegó.
Craig ya sabía que no se parecería en nada a las estatuas narcisistas ni a las obras de arte que lo representaban. A diferencia de las representaciones artísticas que lo mostraban musculoso y alto, era un hombre con sobrepeso, de una altura bastante promedio, siendo generoso. Craig se preguntó si usaba ese sombrero azul, alto y puntiagudo para tratar de compensarlo. No se movía con dignidad como los demás miembros de la realeza, sino que daba pasos grandes y pesados. Dos caballeros armados se pararon detrás de él, bloqueando la puerta.
“Butters, ¿qué demonios estás haciendo? Te pedí que vigilaras la puerta sur.”
“Eh, bueno, señor, yo—”
“Butters, ¿por qué nunca me escuchas? ¡Deja de ser patético y ponte de pie!”
La princesa se estaba sacudiendo violentamente debajo de Butters, tratando de ir tras el Gran Mago. Butters tragó saliva. “Um, señor, no sé si es una buena ide—”
“Butters, maldita sea, ¡dije que te levantes!”
Poco a poco, Butters soltó a la Princesa Kenny, deslizándose lejos de ella. Con cuidado, se incorporó.
Inmediatamente después, la princesa se lanzó, mostrando los dientes, hacia el Mago. Sin perder un segundo, él alzó el bastón marrón que llevaba y emitió una luz blanca que la congeló al instante, dejándola paralizada.
“Oí que Bebe y algún otro don nadie intentaron verte hoy,” dijo el Mago mientras bajaba su bastón y pasaba tranquilamente junto a la incapacitada princesa. “¿Qué querían?”
“Um, bueno, querían verme y—”
“Lo juro por dios, Butters, más te vale no estar mintiendo, o sí no—”
“Um, bueno, querían ver a la Princesa Kenny, señor,” Butters rascó su cuello con nerviosismo.
“¿Y para qué?”
“Uhh, y los envié lejos, obviamente. Les dije que no podían molestarla.”
“Butters, ¿en serio? No pregunté eso. Pregunté por qué querían verla.” El Mago se llevó la mano a la frente, frustrado.
“Oh, eh… um,” tartamudeó Butters, “Uh, algo sobre Red. Quiero decir, Rebecca Skeeter. Umm, estaban esperando que la ayudara o algo… creo.”
El Mago sonrió, haciéndole una seña a los caballeros. “¿Hablas de ella?”
Los dos caballeros se giraron cuando un tercer caballero, invisible tras ellos, empujó a una chica pelirroja que les resultaba familiar. La tiró al suelo justo delante de la Princesa Kenny.
Red aún llevaba su habitual vestido de tabernera, pero ahora estaba sucio y andrajoso. Su cabello rojo estaba enmarañado, claramente sin haber sido lavado o cepillado por días. Tenía la boca amordazada y las manos atadas a la espalda. Lo más aterrador era que su rostro y toda la piel visible estaban llenos de moretones y cortes. La habían torturado. Bebe se tapó la boca con las manos para no gritar. Aunque la princesa era incapaz de moverse bajo el hechizo del Mago, Craig casi podría jurar que la veía retorcerse.
Y aun así, a pesar de lo que claramente le había pasado, Red se incorporó y mantuvo la barbilla en alto, con una mirada desafiante. El Mago le quitó la mordaza. Red le escupió de inmediato. A su vez, él la golpeo en la cabeza con su bastón. Ella cayó al suelo con fuerza, pero de inmediato se incorporó. Era evidente que no la habían quebrado.
“Siempre has sido una perra, Red,” dijo el Mago con el ceño fruncido, limpiándose la saliva de su capa de color borgoña. La nariz de Red estaba sangrando por lo que parecía ser un golpe muy doloroso, pero aun así logró sonreír, desafiante.
“¿Cómo te está tratando la vida de zombi?” le preguntó Red a la princesa incapacitada. El Mago la golpeó de nuevo.
“¿P-Por qué le hiciste eso?” preguntó Butters. Craig lo observó. No era un hombre alto, pero de alguna forma logró parecer incluso más bajo. Dócil, débil, incapaz de saber qué debía hacer—qué podía hacer. Craig solo esperaba que su supuesta actitud manipulable no lo llevaría a traicionarlos a él o a Bebe.
“Porque es una maldita traidora, Butters. Estaba ayudando a los malditos elfos. Lo ha estado haciendo desde el principio. Incluso consiguió meter a un espía a través de las murallas de la ciudad.” Red cerró los ojos y no dijo nada, manteniendo su expresión distante y algo indescifrable.
“¿P-Por qué la trajiste aquí? Preguntó Butters, forzándose a sí mismo a no ver a la chica destrozada y fijando su vista en el Mago. “Sabes que esto molestará a la Princesa Ken—”
“Esta traidora mentirosa era su amiga. ¿Por qué Kenny tenía como amiga a una zorra de taberna, de todas formas? Últimamente están pasando cosas muy turbias en mi reino. Los elfos son unos cabrones astutos que ya se robaron mi maldita vara y ahora quieren comprometer mi reino con sus espías de mierda. Necesito saber hasta dónde llega esto.”
A Craig se le encogió el estómago. El Mago se refirió a una “vara”.
“Sabes que la Princesa no puede—”
“No creo ni por un puto segundo que ella no sepa nada. De verdad creo que está tratando de ser astuta—fingiendo ser una zombi descerebrada. ¡Quiero mi maldita Vara de la Verdad de vuelta!”
Craig sintió náuseas.
La mirada de Red se entristeció al posarse sobre la princesa. A Craig no le gustaba ser demasiado empático con los problemas ajenos, ya que solo complicaba las cosas. Sin embargo, solo podía imaginar cómo se sentiría si Clyde sufriera esto. Aspiró hondo.
“Esto no tiene nada que ver con ella,” dijo Red, aún mirando a la princesa. Su voz estaba seca y quebrada por culpa de la deshidratación, pero no tenía nada débil.
“¿Y por qué debería creerte, traidora? Claro que querrías defenderla.”
“Lamento que el Mago te haya hecho esto, Princesa,” dijo Red, ignorando sus palabras, “Lamento haber permitido que llegara hasta ti. Ojalá te hubiéramos—ojalá te hubiera protegido.”
“¡Eso es todo! ¡No vivirás ni un minuto más!” bramó el Mago, apuntando su báculo hacia su cabeza.
Red respiró hondo, aceptando esto. Miró lentamente a su alrededor, el último lugar que sabía que vería.
Sus ojos se detuvieron justo donde Craig y Bebe se escondían. Craig era apenas visible entre las rendijas, pero sus ojos se abrieron de par en par, en sorpresa, cuando sus miradas se cruzaron. Luego los entrecerró al sonreírle con complicidad. Era exactamente la misma mirada de complicidad que Jimmy le había dado en la residencia de los Marsh.
Un momento después, el Mago lanzó otra luz cegadora de su bastón. La atravesó por completo.
Craig prácticamente tuvo que lanzarse casi de inmediato para cubrir la boca de Bebe con sus manos y evitar que gritara. Fue un milagro que pudiera hacerlo sin derribar su escondite, dejándolos al descubierto. Sus manos quedaron rápidamente empapadas por las lágrimas que corrían por su rostro.
Después de que Red cayera al suelo sin fuerzas, el Mago, furioso, les indicó a sus tres caballeros y a Butters que se fueran, los cinco descendieron de la torre. En cuanto la puerta se cerró de golpe detrás de ellos, el hechizo de la Princesa Kenny se rompió, y su cuerpo cayó al suelo sin fuerzas. Bebe se quitó de encima a todos los peluches al instante y corrió hacia sus amigas caídas. Craig deseó que no lo hubiera hecho por si los demás aún podían oírlos, pero la siguió.
La Princesa estaba dormida. Probablemente por culpa de algún hechizo. Eso hizo que Craig se diera cuenta de que el Mago podría haberlo hecho desde el principio por su seguridad. Ese maldito enfermo quería asegurarse de que la princesa estuviera despierta y consciente mientras él estaba ahí. Quería que viera a su amiga, Red, morir.
Sabía que el Mago era un hombre retorcido, pero nunca imaginó hasta qué punto llegaría su crueldad.
“Rebecca, por favor,” le suplicó Bebe entre sollozos, acunando la cabeza de su amiga entre sus brazos. Claro que sus súplicas serían inútiles. Era imposible que el ataque del Mago no la hubiera matado al instante.
“Lo siento,” le dijo Craig. Era la segunda vez que se disculpaba en apenas un par de días.
Red no había sido su prioridad cuando se preparó en la mañana. No era exactamente una amiga—en realidad, solía considerarla una molestia. Siempre metía sus narices en los asuntos ajenos. Siempre tenía que saberlo todo. Siempre hablaba del mundo exterior, de reinos lejanos con magia y maravillas, basura que Craig no quería escuchar. Por supuesto que sería la víctima de las malas intenciones de un espía forastero. Probablemente sabía que lo era y aun así lo acogió. Seguramente pensó que sería una aventura increíble, como si pudiera llegar a ser parte de algo importante, incluso si eso significaba ponerse del lado de los elfos.
Aun así, no quería que muriera. No la odiaba. Pese a todo, pese a sus perspectivas contrarias, él siempre volvía a la taberna. Siempre terminaba hablando con ella. Nunca quiso admitirse a sí mismo el porqué, pero en el fondo siempre lo supo.
Le recordaba tanto a su hermana menor que era doloroso.
“¿Qué vamos a hacer?” preguntó Bebe entre sollozos.
Craig se sentó sobre la cama, tratando de despejar su mente. Sentía como sus pensamientos iban a mil por hora. Cerró sus ojos y trató de concentrarse.
Pese a lo desastroso que era todo, 2 cosas eran abundantemente claras para él.
Primero, no le sorprendería que parte del motivo por el que el Mago mató a Red de esa manera fuera porque sabía que ellos querían que la Princesa Kenny la indultara. Red y Kenny eran amigas. Fue intencionalmente cruel, más cruel que una ejecución pública. Incluso si ella no estuviera en el estado maldito en el que estaba, jamás habría podido ayudarlos.
En otras palabras, el Mago no era el tipo de persona que ayudaría a liberar a Clyde.
Segundo, recordó con náuseas cómo el Mago hablaba sobre una vara que había sido robada. No quería creer que era real. Había pasado toda su vida negando que lo fuera, desacreditándola como fruto de algún cuento de hadas estúpido. Las historias oficiales siempre decían que no existía. Aun así, no podía imaginar ninguna razón para que el Mago dijera tal cosa a menos que fuera verdad. Esto significaba que el Reino Élfico, el mismo que asesinó brutalmente a su familia, a su pueblo entero, tenía en sus manos el objeto más poderoso de todo Zaron.
No estaba seguro de cuál de esas dos verdades lo aterraba más.
No podían hacer mucho respecto a que el lejano Alto Reino de los Elfos tuviera la Vara de la Verdad. Por mucho que le repugnara, necesitaba sacarlo de su lista de prioridades. Clyde tenía que ser su prioridad. Debía considerar sus opciones con eso en mente.
No iba a poder salvar a Clyde. Al menos, no con el Mago en su estado actual. La Princesa no iba a poder ser de ayuda, incluso si la curaban. Sólo podría ayudar si el Mago se había ido.
Abrió los ojos. Podría ser. Era una locura, pero de repente, mientras la rabia crecía en su interior, sintió que era lo único que quería hacer.
“¿Y bien, Feldspar?” consiguió decir Bebe entre lágrimas.
“Voy a matar al Gran Mago.”
Notes:
De wintergrew:
¡Déjenme saber qué piensan! He estado sumamente ocupad@ en la vida real pero quería publicar esto, lo lamento si parte de la edición parece descuidada. Pueden dejar un comentario si ven algo.
Y sí, de manera sutil, eso debía ser Bunny (Butters x Kenny). Sumada una referencia de la Princesa Kenny Zombi Nazi.
De It_has_to_be_you_55:
Se vienen cositas.
Chapter 6: Capítulo 6: Capítulo 5
Summary:
Sabía que no estaba siendo inteligente. Era de los que le gustaba mantenerse alerta, improvisar y adaptarse a las situaciones. Siempre le gustaba tener un plan claro con varias opciones.
Lo único que sabía era que iba a matar al Gran Mago. Tenía que hacerlo.
Notes:
De wintergrew:
HOLA PERDÓN POR TARDAR TANTO CON ESTE CAPÍTULO. Es una lástima que tuviera un buen tiempo para escribir este mes, y sin embargo, sufrí de un bloqueo de escritor enorme para este capítulo. Disculpen si es un poco torpe por eso, pero fue un capítulo increíblemente difícil de escribir (lo cual sé que he dicho en cada capítulo).
También, hice un pequeño post sobre los detalles respecto al mundo en este universo, tales como la estructura de la villa/reino y el collar de Craig que pueden ver en mi Tumblr aquí: https://wintergrew. /post/175779887799/a-few-things-regarding-the-thief
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
No estaba seguro de lo que iba a hacer.
Sabía que no estaba siendo inteligente. Era de los que le gustaba mantenerse alerta, improvisar y adaptarse a las situaciones. Siempre le gustaba tener un plan claro con varias opciones.
Lo único que sabía era que iba a matar al Gran Mago. Tenía que hacerlo.
Ya era demasiado tarde para Red. Claro, nunca confió en ella, ni por un instante. Nunca se permitió preocuparse demasiado por ella. Aun así, no quería que muriera. Pero no era demasiado tarde para Clyde. Aún podía salvarlo. Aún podía ser libre.
Craig y Clyde, libres de esa horrible ciudad. Libres de ese horrible reino. Libres para finalmente construir lo que tanto habían deseado durante tanto tiempo.
Se dio cuenta de que sus fantasías eran inusualmente esperanzadoras para alguien como él. Quizás había caído tan bajo que necesitaba un atisbo de esperanza. Pero ahora sólo podía depositar sus esperanzas en la expresión del rostro del Mago cuando finalmente le cortara la garganta.
En el fondo de su mente, una voz le gritaba que era un estúpido. No había forma de que pudiera derrotar al Gran Mago. Ni siquiera podría acercarse a él. Y no sólo la voz en su cabeza se lo decía, sino también una voz física.
“¡Feldspar, por favor, no hagas esto!” gritó Bebe, mientras visitaba su casa una vez más para intentar detenerlo. “Sabes que te atraparían. Sólo te perdería a ti también. Ya he perdido demasiado.”
“No actúes como si yo significara algo para ti,” dijo él, cerrándole la puerta.
“¡Sólo porque no me dejas!” exclamó ella, agarrándole la muñeca antes de que pudiera cerrarla del todo. “Sólo Clyde. No a Red, ni a mí, ni a nadie. No desperdicies tu vida así—Clyde no querría que—”
“No actúes como si supieras lo qué quiere Clyde.” Craig le apartó la mano. “No sabes lo que quiere. Nadie lo sabe excepto yo.”
Ella lentamente llevó ambas manos a sus costados, entrecerrando los ojos al mirarlo.
“Bien,” dijo ella. “Cumple con tu inútil misión suicida. A ver si me importa cuándo te vayas. A ver si a alguien le importa.”
“Bueno, no puedo hacer eso si estoy muerto, ¿o sí?” se burló él.
Bebe lo fulminó con la mirada. Era evidente que había terminado de intentar razonar con él. Sin decir una palabra más, se marchó, azotando la puerta en su propia cara.
Sus pasos, mientras bajaba la escalera con paso pesado, se fueron haciendo más suaves hasta que finalmente desaparecieron. Cuando se fue definitivamente, él golpeó la puerta con el puño, casi arrancándola de las bisagras. Se apoyó contra la pared y se deslizó hasta sentarse en el suelo. Le dolía la cabeza. Hundió los dedos en su cabello debajo de su sombrero.
Bebe tenía razón. Sabía que la tenía. Y, aun así, eso no cambió su mentalidad en los más mínimo.
Craig era una persona lógica. De hecho, había quienes decían que era excesivamente lógico. Siempre le gustaba optar por la vía más razonable, incluso si no era la que ofrecía el mayor potencial.
También había pasado por tragedias y dificultades que nadie en esa mimada ciudad podría siquiera soñar. Sin embargo, siempre había estado bien porque, a pesar de todo, siempre había tenido a Clyde a su lado. Sin él, sentía que iba a vomitar.
Clyde contaba con él. Estaba vivo allá afuera, esperando por él.
Con las piernas temblorosas, Craig se obligó a levantarse. Apretó con fuerza la daga robada del caballero. Sabía que debía acabar con aquello de una vez. Ya habían pasado tres días y no había hecho absolutamente nada.
Quizás simplemente le estaba dando demasiadas vueltas al asunto. Era un trabajo, como cualquier otro. Sería como robar algo en la calle. Solo que, en lugar de meter la mano en su bolsillo, estaría hundiendo una cuchilla en sus órganos vitales. Con esa perspectiva en mente, abrió la puerta que Bebe había azotado en su cara y bajó las escaleras.
Feldspar era un ladrón. No un asesino. A lo largo de los años, había recibido muchas ofertas de trabajo para matar, a menudo por sumas obscenas de dinero. Sin embargo, siempre las rechazaba. No es que no pensara que muchos de ellos no fueran escoria que probablemente merecía morir, sino porque ese no era el camino que había decidido seguir—al menos en términos laborales. Sin mencionar que ya tenía a Wendy Testaburger respirándole en la nuca, intentando incriminarlo por asesinato.
Aun así, siempre había pensado que, hipotéticamente, sería un buen asesino. Se le daba bien pasar desapercibido y estar encubierto. Era bueno escabulléndose por detrás de la gente. Era bueno en no dejar rastros de su presencia. No tenía un entrenamiento clásico en combate como un caballero, pero se consideraba hábil en el combate cuerpo a cuerpo y bastante hábil con una espada corta o un cuchillo.
Claro, todo sería inútil contra alguien con toda la magia del mundo. Tendría que utilizar el método sigiloso. Acercarse sigilosamente a sus aposentos y apuñalarlo por la espalda. Intentó convencerse de que, incluso si lo atrapaban después del asesinato, si se trataba de un hechizo lanzado contra la Princesa Kenny, sin duda se rompería y ella no dudaría en indultarlo y ordenaría la libertad de Clyde como agradecimiento. O, por lo menos, incluso si lo mataban en represalia, la princesa liberaría a Clyde. Eso es lo que realmente importaba.
Era sencillo. Iba a ser sencillo. Podía hacerlo.
Sin embargo, cuando finalmente llegó al castillo, sintió que se le encogía el estómago. Pero ya había llegado hasta allí. Ya no había vuelta atrás.
Examinó el interior del castillo lo mejor que pudo. Ya había estado allí, así que no era como si entrara completamente a ciegas. La última vez que visitó el palacio, se aseguró de prestar atención a todos los detalles importantes. En cuánto entró con Bebe, se aseguró de prestar atención a cada guardia, cada ventana, a cualquier cosa que pudiera ayudarle en futuras ocasiones. De todos modos, eso era algo natural para él dondequiera que iba a lo largo de los años.
La torre más alta alojaba a la princesa zombificada. Los aposentos de la Familia Real se encontraban antaño sobre la gran escalera, probablemente donde residía el mismísimo Gran Mago. Debía de haber escaleras separadas para la servidumbre, que le permitirían usarlas con mayor sigilo. También notó una escasa cantidad de caballeros y sirvientes dentro del palacio en sí.
El guardia en la entrada principal era diferente de la mujer de antes. Era un hombre, joven esta vez, de porte mucho más relajado. Craig estaba aliviado. La mujer era casi implacable, por lo que probablemente sería mucho más fácil pasarlo. Aun así, tendría que idear un plan, pero la ventaja era suya. Observó al hombre un rato más. Su plan inicial era burlar a cualquier guardia, pero ahora se preguntaba si debía usar un método alternativo.
Craig se acercó al guardia con indiferencia. “Disculpa.”
“¿Y quién se supone que eres?” preguntó el guardia con una sonrisa ladeada, arqueando una ceja. Tenía un tono muy casual y relajada, justo como Craig había anticipado y esperado.
“¿Butters está por aquí? preguntó de forma monótona, fingiendo fastidio. “Dijo que se encontraría conmigo en la plaza hace una hora?”
“Butters—ah, hablas del chico Paladín. Leopold, ¿cierto?”
“Sep.”
“Hombre, ese tipo es un completo cabeza hueca. Lo vi entrar al palacio hace poco.”
“Típico,” gruñó Craig, frotándose la sien.
“¿Para qué lo necesitabas, de todos modos?” preguntó el guardia.
“Mierda importante. O sea, es importante, pero también es un montón de mierda. Ya sabes cómo es.”
“Desafortunadamente,” se rio el guardia. “¿Quieres que lo mande a llamar?”
“Nah, probablemente inventará otra excusa. Siempre lo hace. Ha estado evitándome por semanas, carajo, siempre saliendo con algo distinto. Quiero decir, somos buenos amigos y eso, pero cuando se trata de cosas realmente importantes, siempre me hace esta mierda. Por eso quise venir aquí, para intentar acorralarlo.”
“Ah, qué diablos… probablemente no debería dejarte entrar, pero no hay nadie por aquí. Sólo se rápido e intenta sacarlo de ahí, ¿de acuerdo?”
“Gracias, hombre,” dijo Craig con una sonrisa, lanzándole al guardia una moneda de oro como extra. “Pensaba que estaría en los aposentos del Mago, en el… segundo piso de la torre este, ¿cierto?”
“Torre Oeste,” lo corrigió el guardia al atrapar la moneda, “pero no, creo que volvió al patio interior.”
“Gracias.”
Craig se dirigió al pasillo que lo llevaría al patio, en caso de que estuviera siendo observado. Ese guardia era más tonto de lo que esperaba. Era sorprendente que el Gran Mago no hubiera sido asesinado ya. Craig suspiró, dejando que su cuchillo se deslizara hasta su mano desde su manga, donde lo llevaba oculto.
Tonto o no, ya se sabía que él estaba allí. Tendría que ser rápido. Apoyó su espalda contra la pared. Ya no había vuelta atrás.
Todos sabían que el Gran Mago era un maldito holgazán. No había duda de que estaría en sus aposentos, probablemente profundamente dormido. Se deslizaría a su habitación y presionaría su cuchillo contra su gorda garganta. Estaría muerto antes de siquiera saber qué le pasó.
Sin embargo, era casi seguro que habría guardias en su puerta. Probablemente al menos dos caballeros completamente armados e indudablemente más listos que ese imbécil de la entrada. No lo dejarían pasar así como así, e incluso si los caballeros despertaran al Mago primero, lo tendrían vigilado todo el tiempo.
La forma más sencilla sería escabullirse desde arriba o desde abajo. Era arriesgado, pero no había demasiadas alternativas. Abajo estarían los sirvientes, mientras que arriba sería menos probable que hubiera gente cerca. Así que arriba.
Subió por la escalera de caracol destinada para los sirvientes, evitando la imponente y mucho más evidente escalera central. Era más bonita que la lúgubre escalera que conducía a la princesa, pero aun así se diferenciaba notablemente de la fastuosa decoración del resto del palacio.
Craig se pegó lo más posible a la pared, deseando desesperadamente que ningún sirviente pasara junto a él. Siempre había tenido un talento natural para caminar lentamente entre las sombras—sin hacer ruido, sin dejar notar su presencia. Miro con cuidado al otro lado del pasillo al llegar al segundo piso de la torre. Como esperaba, dos caballeros completamente armados estaban de pie ante una gran puerta, prácticamente confirmando que era el dormitorio del Gran Mago. Con un pequeño suspiro de alivio, continuó subiendo la escalera de caracol con cuidado y en silencio.
Se aseguró de examinar el palacio desde fuera, para saber exactamente dónde estaban todas las ventanas, así como la distribución general del lugar. Sin embargo, sabía que balancearse de una ventana a otra casi con total seguridad lo delataría desde afuera. Incluso si no lo veían, se oiría el quiebre de los cristales. Los pisos también serían demasiado gruesos como para atravesarlos y, al igual que las ventanas, harían un ruido imposible de ocultar. Pero eso no importaba—sabía exactamente qué iba a hacer.
Se decía que había un montaplatos que conectaba las habitaciones de las dos princesas. La Princesa Kenny afirmaba que lo quería para que le enviaran comida directamente a su recámara, pero los rumores decían que era usado con más frecuencia para que las dos princesas se enviaran mensajes secretos. Sólo era un rumor, pero Craig lo creía.
Sin la familia real, el tercer piso del palacio estaba vacío. Estaba escasamente decorado y parecía que no se le había quitado el polvo ni se había ordenado en mucho tiempo. Parecía más un ático abandonado, con mesas y sillas viejas y polvorientas, que una antigua gran ala que albergó a la realeza durante siglos.
Con pasos ligeros, entró al cuarto que debía encontrarse directamente sobre el del Mago, esperando y rezando que este montaplatos no sólo existiera, sino que también llegara a uno de los cuartos de las princesas.
El dormitorio estaba polvoriento y no había iluminación, pero aun así conservaba su tono suave y rosado. No estaba lleno de cosas como la prisión de la Princesa Kenny. Era mucho más sutil, cálido y cariñoso. Resultaba evidente que se le había dedicado mucho más cuidado en decorarlo, asegurándose de que quienquiera viviera allí supiera que era amado. Debía de ser la habitación de la Princesa Karen.
Sabía que no tenía tiempo, pero aun así quiso observar la habitación con detenimiento. Sabía que estaba dilatando lo inevitable, pero no podía evitar recordar a su hermana. Tricia tendría, más o menos, la edad de Karen.
Craig contempló un gran cuadro sobre la cama con dosel rosa claro. Representaba a los 3 hijos de la familia real. Un distante príncipe Kevin estaba a la derecha, mirando a lo lejos, ignorando al pintor, vestido con atuendos principescos que incluso la pintura dejaba claro que le resultaban incómodos. A su derecha, en el lado izquierdo del cuadro, se encontraba la Princesa Kenny, aún una adolescente. Le sonreía a la joven Princesa Karen, situada en el centro, con un brazo apoyado sobre su hombro. Ambas princesas eran hermosas. Se veían felices.
Definitivamente estaba perdiendo el tiempo.
Apretó la hoja de su arma con fuerza y se dirigió a las paredes del fondo, buscando el supuesto montaplatos. Palpó la pared, sin saber si estaba oculto por razones de seguridad. Finalmente, se dio cuenta de lo que era. Era una pequeña puerta blanca que parecía un diminuto armario. La abrió y viola larga cuerda que bajaba.
Esperó unos segundos para ver si estaba en uso. No le sorprendería que el Gran Mago la usara con frecuencia para recibir comida fresca de la cocina. Al ver que nada cambiaba, levantó la plataforma lento y con mucho cuidado.
El montaplatos estaba diseñado para comida, no para personas. No estaba seguro de cuánto peso podría soportar. Si la cuerda se rompía, esto podría terminar muy mal. Aun así, no es como si tuviera otras opciones y, de todos modos, sabía los riesgos que estaba asumiendo. Con una respiración profunda, se impulsó y se deslizó lentamente sobre la pequeña plataforma.
No se movió. Dejó escapar un suspiro de alivio. Era hora.
Su corazón empezó a latir con fuerza. De repente, la gravedad de la situación lo golpeó. Estaba a punto de llevar a cabo una misión suicida para matar al Gran Mago, Eric Theodore Cartman, en persona. Iba a tratar de matar en secreto al ser más poderoso en todo Zaron. Incluso si se salía con la suya, las probabilidades de que los caballeros lo mataran poco después en represalia serían altas. Ni siquiera se había molestado en pensar en un plan de escape.
Cerró los ojos con fuerza. Esto era por salvar a Clyde. Para liberarlo de la terrible soledad del destierro, para permitirle vivir y cumplir sus sueños.
Por Clyde, valía la pena.
Intentó respirar hondo, pero se encontró casi jadeando. No era propio de él. Tenía que mantener la concentración, estar en su ‘mejor momento’ para lograrlo.
Volvió a intentarlo, con un poco más de éxito esta vez. Con manos temblorosas, usó la cuerda para descender lentamente.
Al llegar al segundo piso, notó que la puerta del montaplatos estaba entreabierta. Le preocupaba cómo iba a abrirla desde adentro. Se quedó inmóvil y escuchó. Podía oír al Mago roncando con fuerza.
Una sensación de malestar lo invadió. ¿Cómo podía estar siendo todo tan fácil? Demasiado fácil. El guardia que, tan ingenuamente, lo dejó entrar, la falta de personal que se topara con él, un montaplatos demasiado conveniente para entrar.
Cerró la mano libre en un puño. No tenía tiempo para pensar en eso ahora. Era el momento.
Con cuidado, para evitar el chirrido de la puerta, la empujó para abrirla y muy suavemente se sentó en el suelo. Su mano se apretó de nuevo alrededor de su cuchilla mientras caminaba con sumo cuidado hacia la cama del Mago, donde yacía. Dio los pasos más pequeños de su vida, procurando ser lo suficientemente silencioso como para no despertar ni al durmiente más ligero. Ojalá su pecho palpitante captara el mensaje.
Después de lo que se sintió como una eternidad, por fin se acercó a la gran cama. El Mago dormido estaba de espaldas a él, mirando hacia la pared contra la que se apoyaba la cama. No importaba, Craig pudo subirse con cuidado y encontrar el ángulo perfecto para degollarlo.
Mordiéndose el labio, apoyó la primera rodilla sobre la cama, con cuidado de no mover el colchón en lo más mínimo. Era suave, justo como esperaba de donde dormía la realeza—aunque no tenía tiempo para pensar en eso. En cambio, analizó cuidadosamente los movimientos del Mago, para asegurarse de no despertarlo.
Lentamente, levantó la otra pierna y la apoyó sobre la cama. Movió el colchón un poco más de lo que hubiera deseado. Entró en pánico al instante. El Mago sólo respondió con otro fuerte ronquido. Con un silencioso suspiro de alivio, Craig se acercó cada vez más al Mago en el enorme colchón. Agarró la cuchilla con ambas manos, inclinándose poco a poco sobre el cuerpo del Mago.
Probando su suerte, Craig tocó suavemente el hombro del Mago con una mano, guiándolo con suavidad para que se tumbara boca arriba, donde pudiera obtener un mejor ángulo para apuñalarlo. El Mago, sumido en un sueño profundo, obedeció, rodando con un leve golpe sordo.
El Mago era un hombre feo, incluso dormido. Feo por dentro y por fuera. Transformó a la Princesa Kenny en un monstruo, arruinó a su familia, asesinó a Red, desterró a Clyde. Lágrimas empezaron a formarse en los ojos de Craig. No le gustaba llorar y odiaba que este hombre le hiciera sentir tales emociones tan oscuras. Odiaba a este hombre con más fuerza que a cualquier otra alma en vida.
Con una inhalación profunda, alzó la cuchilla con ambas manos por encima de la cabeza. Bajó los brazos con toda la fuerza que pudo, apuntando directamente al cuello del Mago.
Fue más rápido que un segundo.
De alguna manera, en ese instante, surgió un destello de luz. Los ojos del Mago se abrieron de par en par con un resplandor sobrenatural. Sin saber qué estaba pasando, el destello impactó a Craig, alejándolo del Mago y estrellándolo contra la pared al otro lado de la habitación.
O al menos, eso es lo que él supuso que había sucedido. Perdió el conocimiento incluso antes de tocar el suelo.
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Craig supuso que había muerto. Aquel destello de luz debió haberlo matado. En realidad, no le perturbó tanto la idea. Le molestó, quizá, pero no lo devastó.
En el fondo, supuso que iba a morir, incluso si mataba al Mago. Aun así, realmente quería tener éxito en esa tarea.
¿Qué significaría esto para Clyde ahora? ¿Podría siquiera descubrirlo en el más allá en el que existía? ¿Estaría condenado a no saber nunca si Clyde era liberado?
Estaba furioso.
“Feldspar,” llamó una voz.
Bueno, tal vez el más allá no iba a ser una solitud ermitaña por toda la eternidad. Dado el nombre que resonaba, solo pudo suponer que se trataba de Red. Gruñó. Sinceramente, no le habría importado pasar la eternidad en una soledad aplastante si eso significaba librarse de las conversaciones molestas.
“¡Feldspar, levántate”” llamó otra vez una voz desde la oscuridad. En realidad, no sonaba como Red. También se dio cuenta de que físicamente no sabía cómo responder. No podía encontrarse a sí mismo en la oscuridad que lo consumía.
“Por favor, despierta,” suplicó la voz de nuevo.
Esas palabras le dieron un vuelco a Craig. “Despierta.” Eso implicaría que no estaba muerto. No tendría mucho sentido. Incluso si la explosión no lo hubiera matado, ¿no lo ejecutarían después por el evidente intento de asesinato?”
Aun así, si estaba vivo, eso significaba que aún tenía una oportunidad. Aún podría intentar arreglar las cosas. Tal vez debería intentar encontrarse a sí mismo dentro de la oscuridad y “despertar”.
“Feldspar, ¿puedes oírme?”
La voz no era la de Red, pero definitivamente era femenina. También notó que las palabras le llegaban directamente a los oídos. Fue entonces que se dio cuenta de que le ardían. Le enviaron descargas eléctricas directamente a la cabeza, provocándole un horrible dolor de cabeza. Sentía un dolor intenso. Sentía que la cabeza le iba a estallar.
“Vamos,” suplicó ella una vez más. Estaba tocándolo. Podía sentirlo. También podía sentir como cada músculo de su cuerpo le dolía.
Intentó responder, pero sólo emitió un gemido de dolor. Con un gran esfuerzo, abrió los ojos. Se sintió casi cegado por la luz, aunque en realidad era muy tenue.
“¡Despertaste!” exclamó Wendy Testaburger.
Intentó hablar, pero el dolor se lo impidió. Rápidamente se arrepintió de haber despertado. ¿Por qué había intentado abandonar la oscuridad?
“Te hechizaron,” explicó ella, quitándole un trapo húmedo que él no se había dado cuenta que tenía en la cabeza, “Es decir, es lo que te pasa por tratar de asesinar al Gran Mago. Pero se te pasará en un día o dos.”
“¿D-Dónde estoy?” dijo Craig finalmente, mordiéndose sin querer el interior de la boca con tanta fuerza que sangró.
“En el calabozo. ¿Dónde más?” Remojó el trapo en un cuenco con líquido y se lo puso de nuevo sobre la frente.
“¿P-Por qué estás—?”
“Bebe me pidió que te revisara. Para asegurarme que no te estuvieras pudriendo aquí dentro, sobre todo teniendo en cuenta que te arrojaron inconsciente hace un par de días.”
“¿Días?” Craig casi se incorporó de la impresión, solo detenido por el dolor punzante en los músculos de su espalda. Aun así, el movimiento le permitió ver mejor su celda. Estaba oscura, no tenía ventanas y solo estaba iluminada por unas cuantas velas en el exterior. Era oscura y de piedra, como algo salido de una pesadilla. Se dio cuenta de que no estaba en un colchón de verdad, sino en una simple losa de madera.
“No pude venir antes,” dijo ella, “Pero al final salió bien. Estabas convulsionando hace un momento. Si no hubiera llegado cuando lo hice… bueno, ahora me debes una. O supongo que se la debes a Bebe.”
“¿D-Dónde está Bebe?”
“Ella está bien.”
“¿Qué va a pasar conmigo?”
“No lo sé.”
“Bueno, ¿van a matarme o no?” preguntó Craig, con un tono de enojo involuntario mientras intentaba hablar a través del dolor.
“Tendría sentido, considerando lo que intentase hacer,” suspiró ella. Mientras se levantaba, el ligero sonido del tintineo metálico de su uniforme de caballero fue suficiente para provocarle un dolor palpitante en la cabeza. Lo miró una vez más con una expresión indescifrable. “Te traje comida.” Señaló a una pequeña mesa improvisada con un pedazo de carne y verduras encima. Era una comida más costosa de lo que solía comer. “Rara vez alimentan a los prisioneros aquí, así que…”
“¿De Bebe?” logró decir.
“No,” respondió ella mientras le hacía una seña al guardia para que abriera la puerta de hierro fundido de su celda.”
“¿Entonces—?”
“Por Red,” dijo suavemente, cabizbaja.
Con eso, lo dejó solo en su celda lúgubre y poco iluminada.
Notes:
De wintergrew:
Los montaplatos no existieron hasta los 1800s, pero no me importa. Este es un universo de fantasía y puedo hacer lo que quiera.
En fin, ¡déjenme saber qué piensan! ¡Gracias a todos los que han seguido apoyando esta historia!

dam2696 on Chapter 1 Wed 26 Nov 2025 01:25AM UTC
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It_has_to_be_you_55 on Chapter 1 Wed 26 Nov 2025 10:04AM UTC
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Wintergrew on Chapter 1 Sat 29 Nov 2025 10:20AM UTC
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It_has_to_be_you_55 on Chapter 1 Mon 01 Dec 2025 06:59AM UTC
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