Chapter 1: Silencios.
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Odiaba lo largos que eran los pasillos del palacio.
A veces se preguntaba por qué demonios debían vivir en un lugar tan grande, tan frío y tan lleno de ecos. Él sería mucho más feliz en una casa pequeña entre las montañas, con su madre y su hermano a su lado, respirando ese aire fresco que casi prometía libertad.
Pero no estaba en las montañas.
Estaba corriendo entre columnas de mármol, cuidando de no tropezar con los sirvientes que se inclinaban al verlo pasar. Aunque deseaba huir y acurrucarse con su madre como cuando era niño, había algo más urgente. Algo más importante que cualquier protocolo.
Y nadie, absolutamente nadie, iba a impedirle llegar a ella.
Cuando alcanzó la gran puerta de madera, se detuvo. Tomó aire varias veces, intentando calmar su corazón desbocado. Se pasó una mano por el cabello, intentando domar los mechones rebeldes que la carrera había levantado.
Dudó.
No debería estar ahí.
Debería estar en la reunión del Consejo junto a su hermano, tal como su padre le había indicado.
Pero si no venía por su madre…
Las consecuencias caerían sobre ella.
El palacio siempre era más duro cuando se trataba de ella.
Y él no iba a permitirlo.
Golpeó tres veces. Firmes. Decididos.
La puerta cedió con suavidad, como si incluso la madera supiera que no debía detenerlo.
—Su Alteza Real… —susurró la mujer de cabello azabache que abrió, inclinándose de inmediato.
—¿Quién es, Kyoka? —preguntó otra voz femenina, temblorosa.
Una figura de cabello rosado se acercó con pasos apresurados.
Kyoka se giró apenas.
—Es el príncipe Itsuki, Mina.
Mina parpadeó sorprendida, pero alzó la barbilla para mantener la compostura.
—¿Sucede algo, Su Alteza?
Itsuki no perdió tiempo.
—¿Dónde está mi mamá? —preguntó, tratando de mirar por encima de ambas.
Kyoka intercambió una mirada silenciosa con Mina.
—La princesa Ochako se encuentra indispuesta, Su Alteza. No tardará en salir.
Itsuki apretó los labios.
Odiaba usar su título.
Odiaba la forma en que la gente se tensaba al escucharlo.
Pero había situaciones que lo exigían… y esta era una de ellas.
—Quiero entrar —ordenó.
Tajante. Irrefutable.
Las dos mujeres palidecieron, pero se hicieron a un lado.
Itsuki avanzó sin titubear.
Dentro de la habitación, el ambiente estaba cargado, húmedo, como si alguien hubiera estado llorando demasiado tiempo. Las cortinas apenas dejaban entrar la luz, y el silencio era tan espeso que casi dolía.
Mina caminó rápido hacia la puerta del baño y tocó con suavidad.
—Princesa Ochako… —dijo con un nudo en la voz—. El príncipe Itsuki está aquí.
Dentro del baño no se escuchaba nada.
Ni un suspiro.
Ni un movimiento.
Ni siquiera el temblor característico que Ochako tenía cuando intentaba calmarse después de llorar.
Itsuki sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Mina tragó saliva y volvió a tocar, más fuerte esta vez.
—Princesa… él está preocupado.
Silencio.
Kyoka, detrás de Itsuki, entrelazó las manos con inquietud contenida.
Y entonces, casi ahogada entre la madera y el mundo, llegó una respuesta débil:
—No debería estar aquí…
Itsuki sintió cómo algo se le comprimía en el pecho.
Era su voz, sí… pero sin luz. Rota. Vacía. Arrastrándose, como si cada palabra le costara demasiado.
—Mamá —dijo él, acercándose a la puerta—. Soy yo.
Del otro lado, un pequeño movimiento.
Un roce. Un jadeo entrecortado, como si Ochako hubiera olvidado respirar.
—Itsuki… —su nombre salió temblando, como si llevara horas conteniéndolo—. Tienes una reunión. Deberías estar con tu padre.
—Lo sé… pero ya vas tarde, mamá. Están empezando a preguntar por ti.
Otra pausa.
Espesa.
Dolorosa.
—Papá está buscándote —añadió Itsuki, más inquieto.
El aire pareció detenerse.
Y entonces, lentamente, la cerradura hizo un clic.
La puerta se abrió apenas unos centímetros.
Solo lo necesario para que la luz revelara parte de su rostro.
El maquillaje corrido.
Las mejillas húmedas.
Los ojos rojos y vidriosos.
Y en su mano izquierda, un collar de perlas… roto, como si se lo hubiera arrancado del cuello.
—Itsuki… —susurró, y su voz se quebró por completo.
Itsuki no dudó y la abrazó.
Ochako apoyó la mejilla en el cabello de su hijo y dejó escapar un sollozo ahogado, aferrándose a él como si fuera lo único que seguía defendiéndola del mundo.
—Perdóname… —murmuró, hundiendo los dedos en la tela de su chaqueta—. No quería que me vieras así.
—No tienes que disculparte conmigo, mamá —dijo él, apretándola más.
Kyoka le hizo una señal a Mina para que se retiraran y dejaran privacidad a la familia. Apenas avanzaron hacia la puerta, algo las detuvo:
Tres golpes firmes.
La voz del príncipe consorte atravesó la habitación.
—Mina. Kyoka. ¿Dónde está mi esposa?
No era un grito.
Ni una orden agresiva.
Pero la autoridad era innegable.
Itsuki se tensó bajo el abrazo de su madre.
Ochako lo sintió… y, con suavidad, se separó de él.
Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
Su respiración aún temblaba… pero su expresión cambió.
De vulnerable a impenetrable.
De herida a digna.
La máscara que el palacio le exigía colocarse.
—Abran la puerta —susurró.
Kyoka obedeció al instante. Se hizo a un lado junto a Mina y ambas inclinaron la cabeza cuando Izuku entró.
Los ojos verdes del hombre recorrieron la habitación, evaluando cada cosa dentro de la habitación antes de posarse en ellos.
—Te dije que te quedaras con tu hermano, Itsuki —no sonó hostil, pero la molestia era evidente.
—Él solo vino a buscarme, Izuku —respondió Ochako con firmeza, sujetando los hombros de su hijo.
Su voz, aunque quebrada, recuperaba la dignidad de una princesa consorte.
Izuku se acercó un paso.
Luego otro.
Sereno… demasiado sereno.
—Bien —dijo con voz suave, limpia, sin rastro de enojo… y por eso mismo aterradora—. Creo que… todos necesitan un poco de aire.
Miró brevemente a Mina. Una mirada que no era una orden, pero se sentía como una invitación inevitable.
Mina asintió de inmediato.
—Hey, Itsuki —murmuró, casi en un susurro amable—. Vamos afuera, ¿sí? Jiro y yo… te necesitamos un segundo.
Jiro captó la intención sin preguntar. Se acercó despacio, con esa delicadeza que solo usaba cuando alguien estaba a punto de romperse.
Itsuki abrió la boca para protestar.
Pero Izuku levantó apenas una mano.
No agresivamente.
Solo con esa autoridad tranquila que derribaba cualquier resistencia.
Itsuki sintió el golpe directo al orgullo. Y a algo más profundo.
Bajó la mirada y dejó que Mina y Jiro lo guiaran hacia afuera, aunque su cuerpo se resistiera con cada paso.
Solo cuando todos estuvieron fuera, Izuku habló.
—Ochako —dijo, sin quitarle la vista de encima—. Quédate.
La morena se tensó.
No sabía si debía sentirse aliviada, nerviosa o avergonzada. Probablemente todo a la vez.
Izuku caminó hacia la puerta.
Afuera, Mina se llevó un dedo a los labios para que nadie dijera nada.
Itsuki, con los ojos clavados en el suelo, parecía contener una mezcla de furia y vergüenza.
Izuku tomó ambas manijas… pero antes de cerrar, dirigió una última mirada al chico.
No desafiante.
No acusadora.
Solo… profundamente consciente.
Como si hubiese visto algo que Itsuki aún no estaba listo para admitir.
Y entonces, despacio, pero con una precisión que heló a quienes lo observaban, Izuku cerró las puertas.
El clic final resonó como un corte limpio.
Chapter 2: Colisión
Summary:
Un leve choque puede llevarte a caminos inesperados.
Notes:
Y empezamos con el verdadero inicio de la historia, espero que los disfruten tanto como yo he disfrutado armando este capitulo ;)
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Ochako bajó las escaleras a toda velocidad, con el delantal todavía torcido y el cabello amarrado a medias. Su madre llevaba toda la mañana repitiendo que ese día era importante, que necesitaban tener todo perfecto antes de la inspección del puerto… pero Ochako solo había entendido: “¡Baja de una vez y ayuda con las cajas!”
Así que bajó.
Y dobló la esquina sin mirar.
Y chocó.
Pero no con una caja, como había esperado, sino con algo cálido, firme y sorprendentemente vivo. El impacto la hizo rebotar hacia atrás, pero antes de perder el equilibrio, su cuerpo reaccionó por puro instinto:
Su mano se estrelló contra el pómulo del desconocido.
—¡¿Qué—?! ¡Ay! —se quejó él, llevándose la mano al rostro.
Ochako se quedó congelada, con los ojos muy abiertos y la palma todavía en el aire. Era la clase de silencio que suele anunciar un desastre. Un silencio espeso, que solo podía romperse con una disculpa… o con un ataque de pánico.
Ella eligió ambas.
—¡¿QUÉ ACABO DE HACER?! —exclamó, llevándose las manos a la cabeza—. ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Yo pensé que eras una caja!
El chico parpadeó varias veces.
—…¿Una caja? —repitió, como si intentara procesarlo.
—¡I-Iba muy rápido! Mi mamá dijo que bajara y había cajas y pensé que tú eras… ¡un objeto! ¡Lo siento mucho!
Él soltó una risita suave, sorprendentemente cálida. Tenía la sonrisa fácil, de esas que desarman. Y aunque todavía se frotaba el pómulo, no parecía enojado.
—No sabía que las cajas caminaban —bromeó.
Ochako sintió cómo la vergüenza le subía del estómago hasta las orejas.
—Solo… ¡solo dime que no te rompí algo! —dijo ella, mortificada.
—Estoy bien, lo prometo —respondió él, enderezándose un poco—. Probablemente solo dejará moretón, pero no te denunciaré por agresión a la realeza.
Ochako abrió la boca para responder, pero solo salió un hilo de aire.
—¿…a la qué?
—Ah —él bajó la mano, como si apenas recordara que eso era importante—. Soy Izuku Toshinori. Vine a supervisar el puerto y a hablar con su mamá. Creo que tenía que firmar unos documentos. ¿Saki Uraraka?
Ochako sintió que su alma se le desprendía del cuerpo como un globo escapando de las manos.
Le pegué al príncipe.
Le pegué al príncipe.
LE PEGUÉ AL PRÍNCIPE.
Ella tragó saliva.
—Yo… yo soy su hija —murmuró, con la voz más pequeña que un suspiro—. Lady Ochako Uraraka, de la casa de los Uraraka. Y… y otra vez, lo siento. Mucho. Muchísimo.
Izuku sonrió.
No una sonrisa por formalidad, sino una de esas que nacen sin permiso, sincera hasta la raíz.
—Es un placer conocerte, Ochako.
Ella sintió que su corazón olvidaba cómo funcionar. Algo en él —la forma en que inclinaba un poco la cabeza, en que la miraba sin juicio, como si nada de lo que acababa de pasar fuera raro— la atrapó sin que pudiera evitarlo.
Izuku miró hacia la escalera destruida por el caos de su entrada.
—¿Necesitabas ayuda con las… cajas caminantes?
Ochako dejó escapar una risa entrecortada, nerviosa.
—N-no hace falta. Las golpeo yo sola, gracias.
Izuku volvió a reír, suave, encantado.
Y ella, sin quererlo, sonrió también.
Había sido un inicio torpe, vergonzoso y completamente accidental.
Y, sin embargo, algo en su pecho le dijo que ese momento —ese choque, ese golpe, esa torpeza— iba a perseguirla durante mucho, mucho tiempo.
—¡Ochako! —la voz de su madre retumbó desde el otro lado del salon —. ¿Qué fue ese ruido? ¿Ya bajaste las—?
Saki Uraraka apareció en la entrada, deteniéndose en seco al ver la escena: su hija roja como un tomate, el príncipe heredero sujetándose el pómulo con cara de todo bien, pero no tan bien, y varias cajas tiradas detrás de ellos.
La mandíbula de Saki cayó dos centímetros.
—…Príncipe Toshinori —dijo, recuperando la compostura con una rapidez sobrehumana—. Mis disculpas. Mi hija a veces no calcula adecuadamente el espacio físico.
—¡Mamá! —protestó Ochako.
Izuku levantó ambas manos, como si quisiera proteger a Ochako de la regañiza diplomática más violenta del reino.
—N-no, no fue su culpa —intervino, apurado—. Fue… bueno, fue un accidente bastante coordinado. Yo venía subiendo, ella venía bajando, ambos íbamos rápido… pura… física.
Saki entrecerró los ojos.
—¿Física?
Izuku sonrió con pinches hoyuelos de príncipe bueno que nadie debería tener permitido usar.
—De la peligrosa.
Saki apretó los labios, tratando de decidir si agradecía la indulgencia o se preparaba para desmayarse. Al final, solo hizo una inclinación respetuosa.
—Le agradezco su comprensión, Alteza. Los documentos están listos en la oficina. Ochako te puede acompañar a—.
—¡No! —gritó Ochako antes de pensarlo.
Izuku y Saki parpadearon al unísono.
—Digo… —Ochako carraspeó, tratando de recomponer su dignidad moribunda—. Puedo llevarlo, claro. Pero… ¿estás seguro de que estás bien? ¿No te duele?
—Nada que un poco de hielo no cure —respondió Izuku con un encogimiento de hombros—. Además, he recibido golpes peores en mi vida.
Ochako frunció el ceño.
—¿Sí?
Izuku la miró fijamente durante un segundo, evaluando si decía la verdad o una tontería graciosa. Luego sonrió.
—Bueno… no tan peores.
Ella bajó la mirada, pero no pudo evitar sonreír también.
Saki soltó un suspiro exasperado que la maternidad le había perfeccionado y miro a Izuku — Por favor, acompáñeme — se dio la vuelta y camino hacia la oficina.
Izuku la siguió, pero antes de avanzar del todo, se inclinó levemente hacia Ochako.
—¿Puedo preguntarte algo? —susurró.
Ochako sintió el corazón brincarle.
—S-sí.
Izuku señaló con el dedo, muy discretamente, su propio pómulo.
—¿Siempre saludas así a los invitados… o solo a los que te caen bien?
Ochako abrió la boca, horrorizada por un segundo.
Y luego soltó una risa suave, involuntaria, completamente sincera.
—Solo a los que me caen… demasiado bien.
Los ojos de Izuku se iluminaron con algo que ella no supo interpretar, pero que sin duda sintió hundírsele en el pecho como una chispa cálida.
—Entonces me siento halagado.
Y con eso, la dejó atrás, siguiendo a su madre hacia la oficina.
Ochako se quedó quieta unos segundos, mirando el lugar donde él había estado, tocándose la frente con los dedos como si necesitara asegurar que no estaba soñando.
No sabía qué era exactamente lo que había pasado.
El resto de la visita fue sorprendentemente tranquila. O al menos, lo parecía desde afuera.
Izuku caminaba junto a Saki mientras ella le explicaba temas logísticos del puerto, tarifas, permisos, estadísticas… pero cada cierto tiempo, casi de forma inconsciente, el príncipe volteaba a mirar hacia la puerta, donde Ochako fingía estar ocupadísima acomodando cajas (en realidad solo había movido la misma dos veces).
Cada vez que sus ojos se encontraban, él sonreía.
Y ella se ponía roja.
Y volvía a pretender que la caja era complicadísima de manejar.
Cuando terminaron los documentos, Saki le ofreció una reverencia impecable.
—Ha sido un honor recibirlo, Alteza. Si necesita que ajustemos el calendario del puerto, no dude en—.
—Muchas gracias, señora Uraraka —respondió Izuku, con suavidad—. Todo está perfecto. De hecho…
Su mirada se movió, muy descaradamente, hacia donde estaba Ochako.
—Puedo irme solo. No se preocupe por escoltarme al coche.
Saki parpadeó, sospechando cosas.
Ochako tragó saliva.
Izuku carraspeó suavemente.
—Ehm… si a Lady Ochako no le molesta, me gustaría que me indicara la salida del taller exterior. No la encuentro y—.
—Está justo a la derecha —respondió Saki.
—Oh —Izuku sonrió—. Bueno… quizá puedo fingir que no la encuentro otra vez.
Ochako soltó un pequeño resoplido que intentó convertir en tos.
Izuku trató de no reír.
Saki los miró a ambos como si acabaran de confesarle un crimen menor… y luego se dio la vuelta sin decir nada más.
Perfecto. Libertad. Por fin.
Ochako se acercó lentamente a Izuku.
—¿Entonces… quieres que te muestre la salida? —preguntó.
—Sí —dijo él, aunque ya sabía perfectamente dónde estaba—. Digo, para no… perderme otra vez.
Cuando empezaron a caminar, Ochako notó que él mantenía las manos en la espalda, como si temiera golpear algo accidentalmente. Ella bajó la mirada, riendo por dentro.
Al llegar al pequeño pasillo que daba al exterior, Izuku se detuvo.
Ochako también.
El viento movió un poco el flequillo de él, y ella tuvo el impulso extraño de acomodárselo con los dedos.
Pero no lo hizo.
—Oye —dijo Izuku, en voz baja—. ¿Estás segura de que estás bien?
Ochako frunció el ceño, confundida.
—¿Yo? ¿Por qué no estaría bien?
—Porque… —él sonrió con timidez—. Debe ser difícil vivir sabiendo que casi noqueas al príncipe heredero.
Ochako abrió los ojos como platos.
—¡No lo digas así! ¡Van a pensar que lo hice a propósito!
—Prometo mantener tu secreto —bromeó él.
Hubo una pausa.
No incómoda, sino… delicada.
La morena no pudo evitar soltar otra risita mientras lo veia con brillo en su mirada —Tú pareces un desastre —dijo ella, sonriendo más de lo que debería.
Izuku ni siquiera intentó ocultar su alegría al oír eso.
—Solo cuando me choco con personas interesantes.
La palabra interesantes quedó flotando entre ellos, pesada, íntima, casi peligrosa.
Ochako abrió la boca para decir algo, lo que fuera, pero Izuku dio un pequeño paso atrás, suave, respetuoso.
—Me alegra haberte conocido —dijo él—. De verdad.
Ella sintió que la respiración se le trababa.
—A mí también —respondió, sin pensar.
Izuku inclinó la cabeza con ese gesto educado de príncipe… pero antes de irse, cometió su último acto torpe del día:
Intentó abrir la puerta del pasillo.
La empujó.
No se movió.
La empujó más fuerte.
Tampoco.
Ochako se llevó ambas manos a la boca para no reír.
—Es… —dijo ella, tragándose la risa— …jalando.
Izuku se congeló con la mano en el picaporte.
—Oh.
Ochako soltó un bufido de risa.
Izuku bajó la cabeza, derrotado.
—Esto no ayuda a mi imagen —murmuró.
Ella abrió la puerta con una mano.
—Para mí, sí —susurró.
Izuku la miró un segundo más, como si quisiera guardar su cara en la memoria… y luego cruzó la puerta con una sonrisa que ella nunca olvidaría.
Y cuando el coche se alejó, Ochako seguía allí, apoyada en el marco, con el corazón desbocado.
Torpe.
Caótico.
Encantador.
Y totalmente, peligrosamente inolvidable.

lasendfre (Guest) on Chapter 1 Fri 12 Dec 2025 01:52AM UTC
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