Chapter 1: Reencuentros algo desastrosos.
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Ha pasado un largo tiempo desde su última visita a King’s Landing; su madre había decidido tomar un tiempo lejos de la capital desde el terrible incidente en Driftmark, la heredera simplemente no podía soportar ni un solo momento más rodeada por las miradas de desagrado de la gente que sirve fielmente a Otto Hightower, pero más que nada, no era capaz de permanecer en un mismo sitio con Alicent; era difícil e insoportable. ¿Cómo mirar a la mujer que fue su amiga de la infancia, que actualmente parecía despreciarla sin razón aparente?
No era posible que ella soportara esa situación, no lo merecía.
Así como sus hijos no merecían permanecer en un lugar donde claramente no eran bienvenidos, Rhaenyra no permitiría que se les hiciera daño a sus pequeños hijos.
Han pasado suficiente tiempo fuera de la capital, totalmente alejados de aquellos que le deseaban un mal futuro a ella y a su familia. Sus hijos mayores, sus cachorros, ahora contaban con edad suficiente para poder hacerle frente a las amenazas de su propia sangre, sus tíos, medios hermanos de su madre. Ella no culpa a sus hermanos por el comportamiento que tuvieron hace años, eran niños que fueron envenenados por los deseos y resentimientos de su madre y abuelo; Aegon y Aemond no tenían la capacidad para entender la gravedad de las cosas. Todo ese asunto de poder no les competía a unos niños, que están en pleno crecimiento y desarrollo emocional.
Y claro, cuando sus propios hijos se vieron afectados, optar por una separación temporal fue lo mejor.
Ocurrieron cambios para ellos en estos años, diez años que los han ayudado a su crecimiento, no únicamente físico, sino también moral. Sus tres hijos presentaron un cambio significativo; Jacaerys con veinte, Lucerys con dieciocho y Joffrey con catorce años, con el paso del tiempo se volvían jóvenes adultos, hombres fuertes y capaces de defenderse por sí solos.
Únicamente dos de sus hijos han presentado su segundo género: Jacaerys y Lucerys, alfas formidables. Daemon había utilizado esa palabra, “formidable”. El mismo se hizo cargo de entrenar y criar a los muchachos, mostrando la importancia de su subgénero, su poder y la responsabilidad que conlleva ser un alfa. También ha alardeado sobre estar seguro de que Joffrey también sería un alfa.
La falta de movimiento en el carruaje hizo que Rhaenyra saliera de sus pensamientos, al mirar hacia fuera, sus ojos captaron la entrada al Red Keep, que se alzaba imponente ante ellos. Sus hijos la acompañaban, Daemon llegaría días después en compañía de Baela y Rhaena.
En sus brazos sostenía al pequeño Viserys, que contaba con tan solo tres años; y su pequeño Aegon de cinco años, que yace pacíficamente entre sus dos hermanos mayores.
La puerta del carruaje se abre, sus ojos se posan sobre el guardia que le indica su llegada al castillo. Era momento de hacerle frente a la realidad, no sabía exactamente que esperar de esa visita.
No se apresuró en bajar, miró con detenimiento a sus hijos, quienes permanecían en sus asientos, obedientes en la espera de que su madre les indicara que hacer. Sus ojos se fijaron en Joffrey, quien se mantenía igual de quieto que sus hermanos mayores.
—Joffrey, espera afuera con Viserys y Aegon, ¿okay? Las doncellas te ayudaran.
El menor de los Velaryon permaneció inmóvil por un momento, sus ojos fijos en su madre poco después se desviaron a sus hermanos, que miraban a Rhaenyra en silencio. Tenía la ligera noción de lo que ocurría, no por su madre, sino por los comentarios que sus hermanos hacían cuando se encontraban a solas en varias ocasiones.
—Sí, madre.
Tomó a Viserys de los brazos de su madre para luego extender una mano hacia Aegon, que rápidamente captó lo que su hermano quería, bajó de un salto de su asiento, acercándose a Joffrey para tomar su mano y bajar del carruaje.
Una vez que la puerta del carruaje volvió a cerrarse, Rhaenyra respiró profundo antes de atreverse a comenzar.
—Acérquense —acataron a la petición, tomando lugar a cada lado de su madre en menos de cinco segundos, Rhaenyra tomó las manos de los príncipes, dejando suaves caricias sobre el dorso de estás—. Sé que lo he repetido incontables veces, pero creo que es necesario hacerlo ahora. Compórtense, sean amables. Su abuelo ha solicitado nuestro regreso a la corte, aún no sé la razón y necesito que ustedes actúen de forma correcta y no busquen problemas, ¿entendido? No busquen problemas con sus tíos, por favor.
—No tienes que preocuparte, madre —habló Jacaerys—. Sabemos comportarnos.
La princesa sonrió, no dejaba de estar preocupada, no tanto por sus propios hijos, sino por sus medios hermanos. No ha sabido nada de los príncipes Targaryen en todos esos años, ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Cómo se verán? Y la más importante, su subgénero, ¿Cuál es el subgénero de los muchachos?
Sabe perfectamente que, si cualquiera de sus hermanos varones se presentó como Alfa en estos años, sería suficiente para que Otto Hightower esté realizando planes en su contra, para desheredarla y darle el trono de hierro a alguno de sus hermanos. Un alfa varón causaría revuelos, era mejor visto ante los ojos de cualquiera perteneciente a los siete reinos, temía que sus pesadillas se volvieran realidad.
Recordó las palabras que Daemon le había mencionado hace unas cuantas lunas.
“No son alfas —afirmó mientras acariciaba los hombros de su amada, besando suavemente su cuello—, de ser así, la guerra nos hubiera alcanzado hace años”
Quería creer en las palabras de Daemon, porque eran ciertas.
Pero con los Hightower gobernando en todo menos en nombre, todo era posible.
Rhaenyra puso su atención en Lucerys, que permanecía en silencio. La mirada de su segundo hijo estaba perdida, miraba hacia las afuera del carruaje.
—¿Está todo bien, Luke?
Al escuchar su nombre, Lucerys observó atento a su madre. Oh, Lucerys anhelaba tanto estar en Driftmark acompañado por sus abuelos, como lo había estado en los últimos tres años, extraña tanto el mar.
—Sí madre —respondió—. Nos comportaremos en la corte.
La princesa heredera les sonríe a sus hijos, se inclina hacia ambos para dejar un suave beso sobre sus frentes, susurrando palabras de aliento en valyrio. Es la primera en colocarse de pie para bajar del carruaje. Era momento de enfrentarse su realidad.
Tener las puertas de la fortaleza frente a ella le traía varios recuerdos, sean buenos o malos, este sitio fue su hogar por mucho tiempo, un poco más de la mitad de su vida; tras esos muros creció, tomó sus lecciones diarias, aprendió su lengua ancestral, paseó por los enormes jardines en compañía de Alicent Hightower, también se escabullía por los pasillos secretos y, lo que le parecía una de las cosas más importantes, dio a luz a sus tres hijos mayores. Había visto crecer a Jacaerys durante su infancia y la mitad de la niñez de Lucerys también se dio ese castillo.
Red Keep era suyo por derecho, así como sería de Jacaerys y posteriormente de su sucesor.
Rhaenyra no se sorprendió al ser recibidos por dos guardias reales, guardias de menor rango y un par de doncellas; las doncellas fueron las primeras en acercarse, haciendo una reverencia e indicándolo a los guardias que se acercaran, debían ayudar a la princesa con sus pertenencias.
—Princesa Rhaenyra, el rey Viserys nos ha encomendado la tarea de escoltarlos a sus aposentos.
—¿Cuáles son estos?
—Para usted y el príncipe Daemon, su antigua recámara. Los príncipes más jóvenes compartirán una habitación continua a la suya, para que permanezcan cerca suyo. Y a los príncipes Velaryon se les otorgará una habitación individual para cada uno, en otra de las torres.
—¿Otra de las torres? ¿Por qué no en la misma?
La doncella dudó un segundo, mirando de reojos a los príncipes de cabellos oscuros, se había puesto algo nerviosa ante la pregunta. La presencia de uno de los guardias reales hizo que la doncella volteara, Ser Erryk Cargyll hace una reverencia ante la princesa y pide un silencioso permiso para acercarse a ella. Lo permite, por lo que el caballero pronto se encuentra susurrando en el oído de la princesa una respuesta a sus dudas.
Jacaerys mira a sus hermanos con evidente duda, los tres están más que atentos a la interacción de su madre con todas esas personas, se preguntan, ¿Qué es eso tan importante que el guardia le susurra a su madre al oído?
Claro que las dudas florecen aún más cuando su madre parece entender perfectamente la razón por la que los aposentos de sus hijos mayores se encuentran alejadas de la torre donde radican los aposentos reales.
—Comprendo, gracias, Ser Erryk. ¿Podría usted mostrarles el camino a mis hijos?
—Por supuesto, princesa —respondió con una ligera inclinación, se hizo a un lado, dejando pasar a la princesa Targaryen en compañía de sus propias doncellas y sus dos hijos menores. Erryk se giró a los príncipes, realizando una reverencian ante ellos, antes de invitarlos a seguirlo al interior del castillo—. Por favor, príncipes.
Joffrey miró a sus hermanos con incertidumbre, no parecía muy convencido, hasta que Jacaerys fue el primero en avanzar hacia el guardia real.
—Vamos —murmuró Lucerys, dando una palmada en el hombro del menor, siguiendo así a su hermano mayor.
Alicent Hightower permanecía en silencio en sus aposentos, tenía las manos ocupadas en el cabello de Heleana, la peinaba suavemente y escuchaba como la princesa tararea una linda melodía; la reina se cuestiona donde ha escuchada aquella canción su hija, pero no externa sus dudas. Sabe que su dulce hija prefiere no mencionar palabra mientras su madre le trenza el cabello. El silencio es ameno, le dijo en una ocasión.
No miraba nada más que no fuera su hija, podía escuchar a las doncellas ordenar la habitación, cambiar las sábanas y preparar la joyería que Heleana elegiría para utilizar ese día; iban a tener una cena de bienvenida en honor a Rhaenyra y su familia, aquello había sido idea de Viserys quien, a pesar de no encontrarse en el mejor de los estados, se ha mantenido lo suficientemente consciente las últimas semanas para mandar un cuervo a Dragonstone, solicitando el regreso de su heredera de forma inmediata (o lo más pronta posible).
Colocó un discreto tocado de flores doradas en el cabello de su hija. La trenza era algo suelta, tal y como Heleana había solicitado, con detalles exquisitos que no resaltaban de manera exagerada, pero tampoco pasarían desapercibidos ante miradas atentas.
—No volaras a Dreamfyre hoy, a menos que quieras arruinar tu peinado.
—He volado sobre Dreamfyre antes de venir aquí, madre —respondió con voz calmada, miraba por la ventana con extrema concentración—. Fuego y sal se reúnen en la entrada —murmura, girando ligeramente el rostro hacia Alicent—. Pronto se azotarán contra el gran salón, el patio y los jardines.
La reina suspiró, ha intentado prestar atención a las extrañas frases que salen de la boca de su hija, la princesa no es de muchas palabras, pero siempre dice mucho cuando habla. Y Alicent aún no es capaz de comprenderla del todo.
Fuego y sal, repite en su mente.
Pasa de medio día, por lo que la pronta llegada de la primogénita y sus hijos es inminente. Quizás Alicent no comprenda en su totalidad lo que su hija murmura, pero es capaz de entender la relación entre algunas cosas.
Una pregunta pasa por su mente y está por externarla, se ve interrumpida por el sonido de las puertas abriéndose, en la habitación se hizo presente Ser Criston Cole, sostenía su yelmo entre su brazo izquierdo y su costado.
—Majestad —su voz se escuchaba incomoda—. Me informan que la princesa Rhaenyra ha llegado a Red Keep, se encuentran yendo hacia sus aposentos, junto a los príncipes Targaryen.
—¿Únicamente Rhaenyra?
Cole asintió, dándole un vistazo a Heleana, a quien las doncellas la ayudaban a colocarle un collar y los pendientes.
—No se ha visto al príncipe Daemon, ni a sus hijas.
—¿Los príncipes Velaryon?
—Están siendo escoltados a sus propias recamaras por Ser Erryk.
—Bien, gracias por la información. ¿El rey está informado de la llegada de la princesa?
—No, majestad.
—¿Y la mano?
Hubo un breve silencio, Cole soltó un suspiro discreto, moviéndose ligeramente sobre el mismo sitio donde se encuentra parado.
—Aún no, pero no debe tardar en enterarse.
La reina asintió, una ligera preocupación se asentó en su estómago, su mente voló a los príncipes, sus propios hijos que deben estar por algún sitio de la fortaleza; así como su padre, los príncipes no están al tanto de la visita de la princesa heredera. Las únicas personas que están enteradas de la visita eran la propia Alicent, el rey y Heleana, quien se acercó ella, tomándola suavemente del brazo.
—¿Dónde están los príncipes?
—El príncipe Aemond se encuentra en los patios, ha estado practicando con la espada por algunas horas.
—¿Aegon?
—En los jardines, acompañado por Ser Arryk. El príncipe… ha observado el mar desde hace un par de horas.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo, la preocupación por la reacción de sus hijos ante la visita de los príncipes Velaryon, más que nada la reacción de Aemond, volver a ver a los hijos de Rhaenyra podría traer cualquier tipo de reacción de su parte. Heleana, dándose cuenta de la falta de reacción de su madre, se aclaró la garganta para captar la atención del guardia y de su madre.
—Creo que sería un buen momento para visitar a padre, se alegrará de la llegada de mi hermana a la fortaleza, ¿no crees, madre?
Tras las palabras de la princesa, Alicent asintió, aferrándose al agarre de su hija. Le dirigió la palabra a Criston, pidiendo que escolte a ambas a los aposentos del rey; antes de retirarse, les pidió a sus doncellas que se le informe al maestre que se requiere su presencia en los aposentos del rey, necesita mantener una charla acerca del actual estado de su esposo, antes de querer trasladarlo de su recamara al comedor, aunque para esto aún faltan varias horas.
Y sobre todas las cosas, pidió discreción a sus súbditos. Tanto sus doncellas como algunos guardias leales a ella están al tanto de lo que ocurre, y saben a la perfección que la mano no debe enterarse de nada de lo que está pasando.
Si quería que todos sus esfuerzos dieran resultado era necesario tener la mayor discreción posible. No iban a arruinar sus planes.
Jacaerys caminaba por los pasillos de la fortaleza en sumo silencio, siempre atento a pequeños detalles que, según recordaba, habían cambiado totalmente; tampoco es que pueda fiarse de sus recuerdos, teniendo en cuenta que han pasado diez años desde la última vez que visitó Red Keep. Cada cierto tiempo miraba hacia abajo, iba acompañado de su pequeño hermano, Aegon. El niño de cabellos platinados caminaba tomando la mano de su hermano mayor, mientras sostiene con su mano izquierda un dragón de madera.
Luego de dejar sus pertenencias en su habitación y pedir que se le preparara un baño, Jacaerys decidió dar una vuelta a las habitaciones de sus hermanos, cerciorándose que todo estuviera en orden, para después encaminarse a las habitaciones de su madre y de sus dos hermanos menores, con la misma finalidad. En la recamara de su madre, se encontró con está intentando calmar a Viserys, quien sollozaba sin parar.
A los pies de su madre estaba Aegon, quien daba saltos en un intento por alcanzar a su hermano, de igual forma parecía angustiado por el llanto de su hermano. Cruzó miradas con su madre, quien se veía aliviada por su presencia.
—Hijo, ¿podías llevar a Aegon a dar un paseo por los jardines? Viserys ha estado muy inquieto, no quiere que las doncellas lo carguen. Y Aegon… —miró al pequeño que tiraba de su vestido, parecía estar a punto de intentar escalar a su madre—, él también está algo inquieto.
Obviamente Jacaerys no podía negarse a la petición de su madre, comprendía que el comportamiento de sus hermanos se debía al largo viaje y a la separación obligada de Daemon. Ya ha pasado en otras ocasiones, cuando Daemon hace largos viajes y está lejos por algunas semanas; sus dos pequeños hermanos son bastante apegados a Daemon, y el joven heredero puede apostar que Joffrey también es un poco apegado a su padrastro.
Ayudaría a su madre a tener un momento de paz, ya que apuesta que no tendrá mucho de eso ahora que regresaron a la capital.
Su llegada a uno de los jardines no demoró, Aegon parecía fascinado con todo lo que veía, por lo que no tardó mucho en soltarse del agarre de Jacaerys, corriendo hacia los arbustos, acariciando las flores con sus pequeñas manos y agachándose para poder descubrir sus olores. Se mantuvo atento a los movimientos de su hermano, debía mantenerlo vigilado, debido a que el segundo hijo menor de Rhaenyra era, en definitiva, un torbellino escurridizo; se escondía en lugares que nadie se imagina y encontrarlo muchas veces es demasiado complicado. Claro que el príncipe Velaryon prefería no tener que poner a trabajar a los guardas y doncellas buscando a su pequeño hermano.
Daba rápidos vistazos a su alrededor, el jardín se encontraba solitario, una que otra persona pasaba por ahí, dando una reverencia ante el príncipe, pero pasando de él rápidamente.
—No te alejes Aegon.
Caminaron por el jardín por quince minutos, el pequeño Aegon recogía flores de distintos tipos y corría de regreso a su hermano, mostrando las flores y dándoselas para que se las sostuviera, el niño estaba maravillado con todos los olores y colores que lo rodeaban.
Pronto llegaron a una zona que estaba cerca del mar, a lo lejos eran capaces de ver el azul del océano que colinda con el castillo. Siguiendo el camino de piedra se encontraron con un sitio con una fuente y, a pocos metros, un techo que quedaba al final del camino, pegado al límite el castillo con el océano.
Una de las costas fuera del Red Keep, desprotegida de las murallas, pero no tan lejos; un sitio donde únicamente la realeza y sirvientes de la fortaleza tenían acceso.
Aegon, que primero se acercó a la fuente para intentar alcanzar el agua, perdió el interés casi de inmediato. Jacaerys lo observó olfatear al aire, como si hubiera encontrado algún aroma intrigante para él, y antes de poder decir algo, el pequeño Aegon corrió en dirección al mar.
Soltó un par de maldiciones por lo bajo, corriendo tras su pequeño hermano, ese niño era demasiado escurridizo y realmente ágil escapando de las manos de su hermano mayor. Se tropezó con una piedra, le toma un momento recobrar la postura y continuar caminando hacia su hermano.
El niño desapareció de su campo de visión, más a medida que se acerca, puede oír su aguda voz y otra voz, que ante los oídos de Jacaerys le parece tierna, aunque un poco apagada.
Llega hasta el tejado, la estructura está amueblada con algunos sillones, unas pequeñas mesas para el té y sillas colocadas de forma estratégica. Solo encuentra a una persona, el dueño de esa voz habla suavemente con su hermano, inclinándose hacia adelante sobre su asiento y riendo ante las palabras de Aegon. Jacaerys puede apreciar una cabellera plateada que cae sobre el rostro del desconocido, realmente similar a la de su hermano.
—Buen día, lamento si mi hermano lo ha interrumpido, mi…
Las palabras mueren en su boca, aquel desconocido se ha puesto de pie y ahora lo mira directamente a los ojos. Es capaz de reconocer aquella mirada, a pesar de que se note más apagada de lo que recuerda.
—Príncipe, creo que es la palabra correcta para dirigirte a mi —hay un ligero tono juguetón, que en realidad se pierde un poco. Sonríe muy suavemente, había tardado poco en reconocer al hombre que se presenta frente a él—. O tío, si así lo prefieres, sobrino.
Frente a Jacaerys se encuentra el príncipe Aegon Targaryen, segundo con el nombre. El cabello le cae sobre los hombros, tiene dos trenzas que se unen detrás de su cabeza, un peinado sencillo; viste una túnica que le llega a mitad del muslo en tonalidades verdes y detalles bordados de color dorado, un cinturón de cuero ajustándose perfectamente a su cintura, asentando su figura, pantalones negros y zapatos del mismo color. Con sus manos juntas frente a su cuerpo. Aunque en su rostro se encuentra una sonrisa, no pasa desapercibido si semblante cansado; ojeras pronunciadas, pómulos ligeramente hundidos, labios lastimados. Un aspecto demacrado, se atreve a pensar el príncipe Velaryon.
El inconfundible sonido de una armadura saca a Jacaerys de su cabeza, mira hacia su izquierda para encontrarse con un caballero, de hecho, parece el mismo que lo había escoltado a él y a sus hermanos. El guardia real se ve tenso, como si estuviera listo para atacar.
—¿Todo en orden, príncipe Aegon?
—Sí, Ser Arryk. Tan solo la inesperada visita de mi sobrino y… —sus ojos viajan al niño, que sostiene el borde de su túnica con sus pequeñas manos.
—Su nombre es Aegon, es mi hermano. Medio hermano —se corrige rápidamente.
—¿También te llamas Aegon? —la dulce voz del niño llega a los oídos del príncipe mayor, murmuró una respuesta positiva a la pregunta del infante. Al pequeño Aegon le pareció fascinante que ambos compartan nombre, sus ojos brillaron y lo siguiente que dijo hizo que el corazón de Jacaerys saltara—. Eres muy bonito, ¿acaso eres la reina? He escuchado que es muy hermosa.
El príncipe Velaryon concuerda con las palabras de su hermano, siente envidia de que el niño no posea filtros que le impidan decir lo que piensa. Divaga en sus recuerdos, los recuerdos de un joven Jacaerys que miraba con adoración a su tío Aegon, cada que hablaba, cada que peleaba, cada sonido que emitía y mínimo movimiento que hacía.
Aegon pareció sorprendido ante las palabras del infante, no fue por mucho rato, pronto se encontró sonriendo y acariciado los mechones lacios del pequeño.
—No, dulce niño, no soy la reina. Mi madre es la reina —dio un vistazo hacia Jacaerys, parecía una estatua ahí parada, Aegon con mucho esfuerzo captaba los movimientos respiratorios de su sobrino, cosa que le causaba gracia—. No tenía idea que nos visitarían, sobrino.
Por su cabeza pasaban muchas cosas, entre ellas, estaba la incertidumbre por la manera tan moderada y educada que Aegon hablaba. No lo recordaba así, recordaba comentarios sarcásticos, malas palabras y chistes obscenos; ¿qué ha ocurrido?
Decide que es mejor concentrarse en las palabras de su tío.
—El rey ha solicitado el regreso de mi madre a la corte —responde con honestidad, no aparta sus ojos de los contrarios, podía perderse en ese mar azul sin problemas. Aclara su garganta—. Fue algo inesperado, pero henos aquí —hace un ademan con sus manos, señalando a su alrededor.
Aegon asintió, su atención fue exigida por el pequeño príncipe con el que compartía el nombre, por lo que pronto se encontró inclinándose en dirección al niño, escuchando atentamente lo que este le decía.
Jacaerys miró más allá del príncipe Targaryen, junto a la silla donde encontró a Aegon sentado se encuentra una mesa pequeña, donde yace un juego de té y un gran libro, este último tenía un título bastante interesante: Reyes del invierno. Conocía el título, su madre le ha hecho leer acerca de los Siete Reinos de forma minuciosa; aquel libro relata la historia de la Casa Stark, conocidos como los Guardianes del Norte. Una lectura interesante, Jacaerys había pasado alrededor de medio año como invitado en Winterfell, era amigo cercano del actual Lord Stark, Cregan. Un alfa sumamente agradable, si se lo preguntan.
Jamás se imagino que esa clase de lectura le interesaría a Aegon o más bien, no creyó que a Aegon le gustara la lectura en lo absoluto.
Sus ojos se desviaron a Ser Arryk, que se mantenía firme detrás del príncipe; no se apartó ni por un segundo, sus ojos se encuentran fijos en él. ¿Qué esperaba el caballero? ¿Alguna clase de orden? Jacaerys no entendía.
—Perdón tío. ¿Interrumpimos tu lectura?
Aegon miró a Jacaerys, para después mirar el libro sobre la mesa.
—No realmente —responde con calma, regresando sus ojos al príncipe de cabello oscuro y sonríe con emoción—. ¿Recién llegan? ¿Por qué no se sientan un momento? Ser Arryk, ¿podría llamar a una doncella? Me gustaría pedir algún postre para compartir con los invitados de mi padre.
—Perdón, mi príncipe. Usted mismo ha mandado a las doncellas al castillo, no hay ninguna cerca.
—Entonces, usted podría encargarse de conseguirnos algo agradable.
Ser Arryk miró intensamente a Aegon, quien le sonreía con amabilidad y lo miraba con ojos esperanzados. El caballero desvió sus ojos a Jacaerys, el príncipe Velaryon estaba demasiado atento a ese intercambio de palabras. Volvió sus ojos a Aegon, suspirando con pesadez.
—Sabe que no puedo hacer eso, mi príncipe.
La emoción en Aegon pronto se apagó, se llevó ambas manos al frente, donde comenzó a pellizcar sus dedos. Soltó un suave murmullo: “Cierto”, alcanzó a escuchar.
—Si está preocupado por la integridad de mí tío, no debe temer Ser. Creo que puede cuidarse solo.
Yo puedo cuidar de él.
—Tengo prohibido dejar al príncipe Aegon solo.
—No estará solo.
Jacaerys dio un paso hacia Aegon, como si enfatizara que él se quedará a su lado en todo momento.
—Perdón, debo ser más claro —Arryk respiró profundo, imitando a Jacaerys dando un paso hacia delante—. Está prohibido dejar al príncipe solo, en compañía de un Alfa.
El príncipe Velaryon se sintió primordialmente confundido, pero la confusión duró poco. Su corazón vibró al caer en cuenta de lo que las palabras del caballero implicaban; únicamente los omegas de cuna alta tiene prohibido quedarse a solas con alfas, que no sea su familia directa, como padres y hermanos o en casos como este, caballeros jurados.
La sorpresa de encontrarse con Aegon después de tantos años fue tanta, que olvidó por completo que ambos poseen un subgénero. Alfa, beta u omega. Hace diez años ninguno de los dos había presentado su subgénero. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Su tío es un omega. Sintió vergüenza, ¿qué insinuaba el caballero? ¿Que Jacaerys deshonraría a su tío de alguna manera? Ese es un pensamiento atrevido.
Abrió la boca para responder a las palabras de Ser Arryk, más Aegon se anticipó.
—Está bien, Ser Arryk. Puede volver a su puesto, tomaré el té con mis sobrinos.
El caballero asintió, haciendo una reverencia antes de apartarse. Jacaerys lo observó atentamente, el caballero no se alejó demasiado del sitio, algunos cuantos metros donde claramente podría observarlos, pero no escucharlos.
Aegon los invitó a sentarse, mientras apartaba el libro y servía una taza de té para Jacaerys, el omega mantenía una leve sonrisa en los labios y se concentraba en servir apropiadamente el té, acercando una taza a Jacaerys una vez que se encontró sentado en la silla que está alado de la de Aegon.
Hay movimiento en el patio de entrenamiento, caballeros y sirvientes a su alrededor que observaban a quienes entrenan en esos momentos. Lucerys siente el sol calentar su piel mientras baja las escaleras del castillo, llegando al final donde el lodo ensucia sus botas; está acompañado por Joffrey, quien lo ha convencido de darse una vuelta por la zona, en busca de algo interesante para hacer.
El heredero de Driftmark conoce las intenciones de su hermano, el más joven de los príncipes Velaryon busca a alguien que le haga frente en sus entrenamientos. Joffrey ha sido verdaderamente influenciado por su padrastro, Daemon los crio con mano dura, enseñándoles a pelear ferozmente. Ha sido buena figura paterna para los tres príncipes Velaryon, pero era evidente que el menos de estos sería el más apegado al príncipe Targaryen, de esperarse. Fue más fácil moldearlo, Joffrey ha absorbido bastante de Daemon ante los ojos de sus hermanos mayores (y su madre piensa lo mismo).
Joffrey está interesado en seguir con sus entrenamientos así que, a sabiendas que Daemon estaría lejos por algunos días y con la idea que también se ocuparía con asuntos políticos cuando llegara, necesitaba buscar a alguien que lo ayude para mantenerse en forma.
Un sentimiento de nostalgia se apodera de Lucerys mientras camina por el patio, la imagen de Ser Harwin Strong golpea su mente. Siente nauseas, como las que sentía cuando salía las primeras veces al mar con su abuelo Corlys. Es curioso como han cambiado los escenarios, como el mar y el patio de entrenamientos intercambiaran lugares, se sentiría más tranquilo viajando en barco en medio de una tormenta que paseándose por ese sitio. Sitio donde él y Jacaerys fueron observados con recelo y prejuicio.
El sonido de espadas chocando saca a Lucerys de su cabeza, sus ojos viajan a donde se reúnen las personas formando un círculo, hay dos personas moviéndose con gracia en el centro.
Joffrey mira a su hermano con una sonrisa, ha encontrado lo que buscaba. Es el primero en acercarse, abriéndose paso entre la multitud.
Lucerys se toma su tiempo para acercarse, los olores lo invaden profundamente. Huele a sudor y hierro, muy ligeramente a cuero. Pronto se encontró extrañando el aroma del mar.
Observó a las dos personas que luchaban en el centro, dos figuras masculinas se mueven como si de un baile se tratara y el choque de las espadas fuera la música que los guía. Caminaban en sintonía y no parecían errar en ningún movimiento; los hermanos Velaryon, así como el resto, parecían hipnotizados con los movimientos. Cabellos plateados se ondeaban con cada movimiento.
El duelo duró algunos minutos, hasta que el hombre de mayor estatura hizo caer al contrario de espaldas, desarmándolo al darle una patada a la mano con la que sostenía la espada y más pronto que tarde se encontró apuntando a su contrincante con la punta de la espada.
Estallaron los aplausos, dando por finalizado el duelo. La persona que se encuentra de pie le tiende la mano a su contrario, quien no duda en aceptar la ayuda.
No pasa mucho para que la identidad de uno de los hombres sea revelada, realmente no se sorprende cuando sus ojos se topan con el perfil de claramente un miembro de la familia Targaryen, el cabello los ha delatado desde mucho antes de que los hermanos Velaryon se acercaran, lo que sorprende al heredero de Driftmark es de quien se trata en concreto.
Ha presentado un cambio significativo, es de esperarse por los años que han pasado, el propio Lucerys había dejado atrás a ese niño asustadizo que se escondía detrás de las faldas de su madre. ¿Qué esperaba? ¿Encontrarse con ese niño osado que lo atormentó durante años en sus pesadillas? Fue imposible no reconocer a Aemond Targaryen, la cicatriz que surca su rostro, desde su pómulo izquierdo subiendo por donde anteriormente se encontraba su ojo izquierdo y termina en su frente. Porta un parche que cubre la cuenca vacía de cualquier espectador.
Su cuerpo se tensa al observar a su tío sonreírle brevemente a quien fue su contrincante. Las nauseas se hacen presente nuevamente. Mira a su hermano, Joffrey parece algo ausente a la reacción de su hermano mayor; se concentra en mirar el intercambio de palabras que se desarrolla frente a ellos.
Una tercera persona de une a la charla de ambos chicos, un caballero que porta con orgullo el escudo de la familia Hightower en su armadura; lo observan acercarse y atreverse a tocar a ambos chicos, le sonríe con orgullo. Lucerys no lo reconoce, pero puede deducir que se trata de algún miembro de la familia de la reina Alicent.
—¿Qué te ha parecido, sobrino? Daeron se ha vuelto diestro con la espada.
—Sabe defenderse —señala Aemond, ganándose una risa de su tío—. Es un avance.
Daeron suelta un sonido de indignación, dándole un suave golpe con la parte plana de su espada a Aemond, que frunce el ceño y lo empuja.
—Te he hecho frente por más tiempo que muchos, tengo entendido —menciona el menor.
—Es un entrenamiento, tuve compasión por ti.
—Tal vez si pasaras menos tiempo leyendo y más entrenando, podrías sorprender a Aemond.
—Pides demasiado, tío Gwayne.
Joffrey voltea hacia su hermano, parece demasiado entusiasta para gusto de Lucerys, oh, tiene una vaga idea de lo que pasa por su mente.
—Hemos visto suficiente, Joff.
—¿Qué? ¡No! Ya he encontrado con quien entrenar.
Lucerys se tensa, niega repetidas veces con la cabeza, las personas han comenzado a dispersarse del lugar, y pronto están a la vista de los hermanos Targaryen; toma a Joffrey del brazo.
—Hay más caballeros en el castillo, no creo que nuestros tíos sean una buena opción.
—No seas aguafiestas Luke —se libera del agarre de su hermano y pronto se encuentra caminando hacia los tres hombres que charlan amistosamente—. ¡Buen día tíos!
Aemond es el primero en voltear y Lucerys siente que corazón se le desboca, su tío parece tensarse ante la presencia de Joffrey, casi lo cree aterrorizado, su mano aprieta la empuñadura de la daga que yace en su cinturón. ¿Qué pasara por su cabeza? Su ojos parece vibrar, y pronto se desvía para mirar más allá del joven Velaryon que se acerca demasiado a ellos; los ojos de Lucerys se encuentran con la mirada atenta de Aemond, por un momento cree que su tío entra en estado de shock.
Pronto el menor de los Velaryon se encuentra a la altura de los príncipes y del caballero, quien se ha interpuesto de forma discreta frente a sus sobrinos. Puede que Joffrey no note aquello por el entusiasmo, pero para Lucerys no pasa desapercibido.
—Sobrinos —murmura Aemond, su ojo no se aparta de Lucerys, quien no se ha movido ni un solo centímetro de su sitio.
Daeron está sorprendido, él fue el único de sus hermanos que realmente no tuvo contacto con sus sobrinos. No los conocía, pero los rumores de sus apariencias llegaron hasta Oldtown: cabellos oscuros, ojos marrones y fuertes. Y ambos hombres frente a él eran tal cual la descripción que obtuvo.
—Tío, te he visto entrenar —la voz de Joffrey capta la atención de todos—. Me gustaría enfrentarte, ¿podría obtener ese deseo?
Aemond estaba por responder a aquello, más calló cuando su hermano se encontraba respondiendo bastante confundido.
—¿Enfrentarme?
—Disculpe, mi príncipe —Gwayne interrumpió, extendiendo su brazo a Daeron de forma protectora—. Me temo que mis sobrinos y yo estamos apurados. El príncipe Daeron aún no se ha presentado ante su madre, en realidad estamos llegando de un largo viaje y nos hemos entretenido con el príncipe Aemond.
Lucerys creyó que era el momento adecuado para interferir, se aproximo a ellos de forma decidida, parándose junto a su hermano, frente a Aemond.
—Una disculpa, Ser Gwayne. Mi hermano está siendo imprudente —lo último le dice entre dientes, molesto por el comportamiento errático de su hermano—. Nosotros nos retiramos, no ha sido nuestra intensión perturbar su tranquilidad con nuestra presencia.
—No nos perturban, sobrino.
Fue una respuesta rápida y cargada de molestia de parte de Aemond, no ha dejado de estar tenso en ningún momento, así como su mano se mantiene cerca de la empuñadura de su daga; ha dado un paso hacia ellos.
Lucerys le sostiene la mirada, es capaz de sentir la tensión de Aemond, no únicamente por su comportamiento a la defensiva o por su lenguaje corporal, también por un nuevo aroma que ahora los rodea. El joven Velaryon aspira el aroma que emana de forma descontrolada de Aemond, Lucerys puede comparar ese aroma con el mismo de una tormenta desatándose en altamar; cree que es capaz de escuchar las olas chocar con los navíos, el agua azotando en la proa del barco, la lluvia mojar su piel y los relámpagos iluminar el cielo ennegrecido por las nubes.
No comprende la razón por la que su tío emana ese aroma. ¿Intimidar? ¿Causar terror o mostrar el propio? Es un aroma cargado de enojo y horror. Y Lucerys no sabe qué hacer con él.
Calma, no te haré daño, no más.
—Por supuesto que no, tío.
Gwayne coloca una mano sobre el brazo de Aemond, captando su atención.
—Aemond, basta.
El heredero de Driftmark frunce profundamente el ceño, sus ojos fijos en el agarre que el rubio ejerce en el platinado. ¿Qué es esa molestia?
Aemond suelta un gruñido, apartándose con un movimiento brusco, mira a cualquier otra dirección, lejos de los hermanos Velaryon.
Lucerys apresura en tomar del brazo a Joffrey, intenta parecer tranquilo y natural, definitivamente no lo logra. Se despide en voz baja, dando media vuelta y exclamando un “vámonos” hacia su hermano, que no duda ni un segundo en acatar a la orden.
Suben las escaleras hacia al castillo cuando Joffrey se atreve a preguntar.
—¿Qué mierda fue eso, Luke?
El mayor echa un vistazo sobre su hombro, puede ver como Gwayne intenta hablar con Aemond, como intenta acercarse a tocarlo, pero Aemond simplemente se aleja.
—Nada —bufa, regresando su atención al camino.
Cuando Rhaenyra consiguió calmar a Viserys, lo dejó bajo el cuidado de las doncellas que trajo desde Dragonstone, sabía que el pequeño estaría más cómodo quedándose en los aposentos, al menos por el momento. Había caminado por los jardines interiores del castillo, terminando en el sitio donde pasó parte de su adolescencia, el hermoso jardín donde habita el gran árbol blanco.
Pensó en las horas que solía pasar acostada en el césped, con la cabeza apoyada sobre las piernas de Alicent Hightower, antes de que su amistad simplemente se quebrara, luego de que Alicent terminó comprometida con el Rey.
Respira profundo, desviando sus pasos del camino de piedra para acercarse al árbol, una vez estuvo cerca, levantó su mano para tocar la corteza de este; se detuvo a escasos centímetros, el sonido de pasos arrastrándose en el césped la han interrumpido.
Un suave aroma lavanda llega a la nariz de Rhaenyra, enmascarado por el aroma a incienso; la heredera al trono está bastante familiarizada con ese aroma. O lo estuvo, tiempo atrás.
—Deseaba encontrarte aquí—la voz de Alicent se escucha un poco ronca, sus pasos se detienen—. No creí que los Dioses fueran benevolentes conmigo concediéndome ese deseo.
Rhaenyra suelta un suspiro, agacha la cabeza para mirarse las manos, las ha colocado sobre su vestido para alisarlo suavemente. Niega brevemente con la cabeza, sintiéndose incrédula de la presencia de Alicent. Gira lenta sobre su eje, con la cabeza en alto cuando se encuentra con el rostro de la actual reina. Claramente no esperaba verla tan pronto, creyó que sería hasta la cena.
—Majestad —Rhaenyra mira más allá de la reina, a un par de metros se encuentra Ser Criston, tal como Rhaenyra lo recordaba. El caballero parecía tenso, más en ningún momento apartó la mirada.
—Rhaenyra —su voz podría compararse con el sonido del viento, Alicent decía su nombre con tanto cuidado que parecía temerosa. Avanza titubeante, da media vuelta para encarar a Criston Cole—. Déjenos solas Ser Criston, espere dentro. Lo alcanzaré en un momento.
La princesa dudó que el caballero hiciera caso a la petición, por suerte se equivocó. Cole hizo una reverencia ante ambas, dando la vuelta para adentrarse en el castillo.
El silencio las rodeó de forma inmediata, Alicent se ha dado la vuelta para estar frente a Rhaenyra, más parece temerosa de mirar a la princesa a los ojos. Esta es quien toma la iniciativa de comenzar con la conversación.
—¿Deseaba verme, mi reina?
Alicent asiente.
—Sí, pero… llámame Alicent, no es necesaria tanta formalidad. No estando solas.
Ambas permanecen a una distancia prudente, el silencio vuelve a instalarse y la princesa Targaryen siente desesperación.
—¿Qué necesitas, Alicent?
La nombrada suspira, hace mucho tiempo que no es llamada por su nombre, no por Rhaenyra, se siente bien.
—Necesito tu ayuda, Rhaenyra.
Chapter 2: Susurros
Notes:
¡Hola!
Estoy sorprendida por lo rápido que he escrito el capítulo, realemente me siento a gusto manejando a los personajes y la inspiración me ha sonreído.¡Disfruten la lectura!
P.D. también pueden encontrar la historia en Wattpad: https://www.wattpad.com/1468380979
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
La princesa observó atónita a la reina. ¿Ha escuchado bien? ¿O es su mente jugándole una mala broma? Siente incredulidad ante las palabras que han salido de los labios de Alicent, la hace pensar tantas cosas y a la vez nada, no es de sorprender que lo único que sale de su boca es una risa. Ríe en respuesta, mirando a todos lados, evitando el rostro consternado de su vieja amiga. Podría llorar en ese preciso momento, puede sentir como su estómago se revuelve: nauseas, debe ser eso.
Aprieta la palma de su mano sobre su estómago, respira Rhaenyra, debes respirar. No puede mostrar debilidad, no frente a Alicent.
Debe estar bromeando, ¿cierto?
Se estabiliza lo suficiente para volver a mirar a Alicent, está inmóvil; Rhaenyra duda siquiera si ha parpadeado desde lo último que dijo, está tan seria que la princesa se vuelve consciente que no se trata de una broma de mal gusto.
—¿Mi ayuda? —su voz está cargada de escepticismo, tanto que parece que está a punto de volver a reír—. No entiendo, ¿en qué podrías necesitar mi ayuda?
En serio, Alicent prácticamente gobierna Westeros en nombre de su padre. O al menos eso dicen los susurros que llegan a Dragonstone.
Alicent esperaba esa reacción, lo había anticipado; ella también hubiera reaccionado así. De hecho, así fue. Cuando Rhaenyra ofreció unir las casas al comprometer a Jacaerys con Heleana, Alicent se rio en su cara, frente a todo el consejo. Ah, las cosas hubieran sido tan fáciles de haber aceptado ese compromiso, sería tan feliz. Mas su propio resentimiento y necedad nubló su juicio, envenenada por las palabras que su padre le ha dicho al oído por años.
El solo recuerdo de Otto Hightower le provocó escalofríos, ese hombre es la principal razón por la que Alicent está ahí, pidiendo ayuda a Rhaenyra. Comenzó a pellizcar sus dedos.
—Sé que no estoy en mi derecho…
—Por supuesto que no —interrumpió la princesa, soltando una risa cargada de ironía—. Después de todo, ¿necesitas mi ayuda?
—Estoy consciente de las cosas que he hecho mal, me arrepiento de muchas de ellas. Pero necesito que me escuches. No por mí, por mis hijos.
La sola mención de sus hermanos hizo las cosas un poco más claras, por supuesto, ¿de qué más se traería sino de ellos? Cerro los labios en una fina línea, tomando una respiración profunda antes de asentir en dirección a la reina, permitiéndole continuar.
Un suspiro se escapó de los labios de Alicent, miró a todos lados para verificar que estuvieran solas, no quería arriesgarse a ser escuchada por personas equivocadas; decidió acercarse, tan solo unos cuantos pasos para no tener la necesidad de hablar tan alto.
—Temo que la ambición de mi padre ha llegado demasiado lejos —comienza, no puede creer que realmente esté sucediendo—. Su… necesidad por tomar el control, por poner a su sangre en el trono se me ha salido de las manos —confesar aquello era traición, Rhaenyra podía usar eso en su contra.
—Por los dioses, Alicent —murmura Rhaenyra, negando repetidas veces.
—Por favor, escúchame —pronto se encontraban a escasos centímetros y, en un acto de desesperación, Alicent tomó las manos de Rhaenyra, sorprendiendo a esta—. Ha empeorado con los años, desde que la enfermedad del rey se apoderó de su razonamiento, mi padre se ha aprovechado de la debilidad del rey para adquirir poder. Sus planes no han salido como esperaba, no desde que Aegon y Aemond se presentaron como omegas.
Aquella confirmación hizo vibrar a Rhaenyra, las sospechas de Daemon eran ciertas. Sus hermanos no eran alfas. El hecho de que sean omegas debilita su reclamo al trono.
—Pero no se detiene —soltó las manos de la princesa, volviendo a aquel mal hábito de masacrar sus manos—. Ha ofrecido a mis hijos, comprometió a Aegon con el norte, quiere vender a Aemond a las Islas de Hierro —ha comenzado a hablar de forma apurada, pensar que sus hijos serán alejados de ella le causa desesperación—. Está…
—Está asegurando un ejército.
Alicent asintió.
—¿Por qué me dices todo esto, Alicent? —Rhaenyra no podía simplemente confiar, debía hacer preguntas—. ¿Qué no tu lealtad estaba con tu padre?
Hay un gran silencio, la reina parece pensar profundamente gracias a las preguntas de la princesa. Le ha tomado tiempo darse cuenta de lo ciega que ha sido, nublada por la manipulación de su propio padre; claro que su lealtad estaba con su padre, era lo único que le quedaba, su más grande apoyo en esos años de soledad, cuando se quedó sin amigos.
Piensa en sus hijos, como Aemond cada vez es más distante con todos, en cómo ha quebrantado el espíritu de Aegon, hasta el punto de que su primogénito parece un cascarón vacío, sumiso y herido. Recuerda lo mucho que se alegró cuando Heleana se presentó como alfa, sintió tanto alivio. Heleana se volvió más segura y fuerte desde su presentación, y en ningún momento se ha dejado influenciar por los ideales de su abuelo.
La pesadilla de que sus hijos vivan el mismo infierno que ella, poco a poco se está volviendo realidad.
—Está lastimando a Aegon —confiesa, una lágrima cae por su mejilla—. Desde que se presentó. No sé realmente qué hace con él, casi todas las semanas lo lleva consigo a la torre de la mano, Aegon ha pasado días ahí. Y cuando regresa, cuando por fin se me permite verlo, es como si no estuviera ahí.
Está profundamente preocupada por Aegon, puede verse reflejada en su hijo mayor, se parecen tanto que le causa temor. Aegon fue un niño travieso, inquieto y rebelde, todo parecía indicar que sería un alfa; hasta el accidente en Driftmark, su comportamiento dio un giro tan drástico, que un par de días después cuando ya se encontraban de regreso en King’s Landing, Aegon se presentó de forma temprana como un omega, a sus trece años. Los maestres dedujeron que el príncipe fue sometido a tal cantidad de estrés, que su cuerpo lo resintió, dando como resultado su presentación acelerada.
Recuerda la reacción de su padre, como los ojos de Otto se iluminaron ante tal revelación. Desde ese momento dio inicio el infierno para sus hijos.
Para este punto, Alicent se ha llevado su dedo pulgar a los labios, mordiendo la piel hasta dejarla enrojecida. Sus ojos están en algún sitio, no se atreve a mirar a Rhaenyra a los ojos, prefiere evitar ver la reacción que tiene ante la reciente confesión.
La princesa siente consternada, sus pensamientos están tan desordenados que su cabeza comienza a doler; es capaz de sentir el dolor de Alicent, no únicamente porque ambas son madres, sino por el aroma tan triste que la reina suelta a su alrededor. El aroma a omega deprimido es demasiado para Rhaenyra, una alfa que siempre ha sentido cariño por su contraparte.
Y, por otro lado, la sola idea que sus hermanos estén siendo maltratados le parece inaudito. ¿Cómo Otto se atrevía a hacerle daño a sus propios nietos? Los príncipes, hijos del rey. Cualquier simple acto que atiente contra la integridad de la familia real es considerado alta traición, y el castigo es claro: la muerte. Sobre todo, tratándose de omegas con sangre valyria. Puede que para el resto de las grandes familias sea distinta la importancia que le dan a los omegas, pero Rhaenyra tiene claro cómo es para ellos, ellos son sagrados y ha pasado tanto tiempo desde la aparición de un omega varón, de un omega de sangre Targaryen en general, que sus hermanos podrían considerarse un milagro.
No es capaz de pensar con claridad, no con el aroma de Alicent esparciéndose por todos lados.
La reina no ha dejado de mordisquear sus dedos, así que Rhaenyra se apresura a tomar ambas manos de Alicent entre las suyas, captando su atención.
—Alicent —su voz salió tan suave, que la misma Rhaenyra se sorprendió, pero no se dejó influenciar. Aun cuando la reina la miró a los ojos, hay lagrimas acumulándose en estos—. ¿Mi padre sabe de esto?
—No, o al menos no todo.
—¿Qué es lo que sabe?
—Sobre los matrimonios. Heleana y yo hemos intentado mantener su mente despejada desde hace dos quincenas, le informamos de la intención de mi padre de casar a Aemond con Dalton Greyjoy.
Ha escuchado rumores sobre las Islas de Hierro, sobre los Greyjoy. Y todo lo que dicen es simplemente horrible, grotesco en tantos sentidos. La preocupación de Alicent es totalmente justificada, puede que Aemond sea un gran espadachín y sepa defenderse, pero si es enviado a las Islas de Hierro no tendrá a nadie que lo ayude, estará rodeado de extraños leales a Greyjoy.
Cuando se enteró, supo que era momento de actuar. En realidad, está más preocupada por Aemond que por Aegon, puesto que gracias a las lecciones que recibe Aegon, este ha aprendió a ser un buen candidato, además que los Stark tenían una reputación intachable tratándose de sus matrimonios, pero Aemond es otra historia. La osadía del menor y la mala reputación de los Greyjoy eran en definitiva una terrible combinación.
Puede que Rhaenyra no tenga toda la información que tiene Alicent, no sabe verdaderamente la gravedad de la situación, más ha escuchado suficiente para tomar una decisión.
Suspiró pesadamente, acariciando los nudillos de Alicent de forma inconsciente.
—¿Cuál es tu plan?
El rostro de Alicent se iluminó con una sonrisa ligera, se llevó una mano al rostro para secar algunas lágrimas que se habían escapado.
—Gracias.
La inesperada visita de sus sobrinos resultó grata para Aegon, había pasado demasiado tiempo en medio de aquel jardín mientras leía oraciones sin sentido del libro que llevó consigo; su abuelo ha estado recomendando distintas lecturas que narran historias y contiene información importante acerca del norte, específicamente sobre los guardianes del norte.
Para él, esa lectura le resultaba de lo más deprimente, hace tiempo ha sido informado sobre la decisión de Otto Hightower de comprometerlo con Cregan Stark, Lord de Winterfell. Una infinita tristeza de asentó en el príncipe Aegon, la idea de abandonar su hogar y a su familia para ser desposado por un lord era, sin lugar a duda, deprimente. No protestó, había destinos peores que ser casado con Lord Stark.
No pensaba más en eso, al menos no por el momento, se concentraba en las palabras atropelladas que salían de la boca del joven Aegon, que de algún modo terminó sentado sobre su regazo. El pequeño le hablaba del viaje que realizaron, de cómo su hermano Viserys lloraba demasiado y también hacía comentarios positivos sobre el lindo jardín que tenía el castillo.
Jacaerys mantenía sus ojos puestos en su hermano, intentado guardar la sorpresa que sentía al verlo tan tranquilo. Su tercer hermano es considerado el segundo hijo más inquieto de su madre —el primer lugar se lo lleva Joffrey— y ahora posa tranquilo sobre el regazo de su tío, hablando de flores y quejándose del calor que sentía.
Aegon claramente nota la intensa mirada de Jacaerys, por lo que no demora mucho en hacer un comentario al respecto.
—¿Todo en orden, sobrino?
Jacaerys parpadeó un par de veces, ahora mirando el rostro del príncipe mayor.
—Sí, es solo que Aegon suele ser algo inquieto —comenta, tomando del té que Aegon fue tan amable de servirle—. Parece que le agradas, las nodrizas batallan mucho con él.
—¿En serio? —su atención pasó al infante sobre sus piernas—. ¿Te agrado, Aegon?
—¡Sí! Me gusta como hueles tío.
Aegon soltó una suave risa, no le sorprendía que se tratara de eso, es natural. El aroma que Aegon emana, de omega suele ser atrayente para los niños. Acaricia suavemente la cabeza del menor.
—Gracias cachorro.
El joven Velaryon sentía un fuerte calor en todo el cuerpo, no entendía realmente por qué, pero ahí estaba. Su corazón se enternecía ante la imagen frente a sus ojos. Antes ha escuchado que los niños se sienten atraídos por el aroma de los omegas, Jacaerys considera que, debido a que su hermano creció sin ningún omega cerca, estar con uno en estos momentos debe ser una nueva experiencia.
Decidió que era momento de apartar sus pensamientos del hecho de que su tío sea un omega.
Su atención volvió a centrarse en el libro aún sobre la mesa, no demoró mucho en alcanzarlo, trazando el título con sus dedos.
—¿Estás interesado en el norte, tío?
La pregunta tomó a Aegon por sorpresa, sus ojos miraron de forma fugaz el libro en la mesa. ¿Interesado? Ah, esa no sería la palabra que usaría realmente, por supuesto que no está interesado. Pero no tiene permitido decirlo en voz alta.
—Un poco —responde, mirando a Jacaerys, quien aún observa el libro sobre la mesa. Aprecia su perfil, un rostro atractivo ante los ojos de cualquiera, incluyéndose—. Quizás lo visite, próximamente.
Un nudo se forma en su garganta, el escozor en sus ojos lo hace parpadear repetidas veces y apartar la mirada de Jacaerys, que ha dejado el libro atrás y lo mira con ese par de ojos cafés. Disimula muy bien su inestabilidad, mantiene la calma y respira con regularidad, a pesar de que puede sentir los latidos de su corazón sobre sus oídos.
—Es magnifico —menciona Jacaerys—. Visité la muralla hace un tiempo, también me hospedé en Winterfell.
—¿De verdad?
—Sí.
Aegon pasa saliva, no conoce a mucha gente que conozca realmente el norte, a los sureños no les agrada por el clima tan gélido.
—¿Cómo es?
El príncipe Velaryon no nota el nerviosismo del príncipe Targaryen, mantiene su mente ocupada al acordarse de la gente del norte, de Cregan y su media hermana Sara, personas verdaderamente agradables.
—El frío es insoportable —dice en tono burlón—, pero su gente es realmente cálida. Creo que te agradará, te harán sentir en casa.
Las palabras del castaño le traían tranquilidad a Aegon, disipando un poco los nervios que ha sentido desde que su abuelo le dijo acerca del compromiso. Muchos decían acerca del salvajismo de los norteños, Aegon no estaba seguro de a que se refiere la gente con eso, pero las posibilidades eran tantas.
—Tal vez podamos visitarlo juntos —Jacaerys continua, hay un brillo en sus ojos mientras observa el rostro de Aegon—. Te presentaré a Cregan, es algo serio, pero realmente agradable cuando lo conoces.
Era reconfortante saber que su futuro esposo es agradable ante los ojos de su sobrino, quizás hayan perdido contacto todos esos años, pero Aegon confía en sus palabras. Si Jacaerys dice que Cregan Stark es agradable, Aegon confiara en ello.
Sonríe, sería agradable que su primera visita sea en compañía del príncipe.
Estaba por responder a la propuesta de Jacaerys, más los pesados pasos del guardia real lo interrumpieron, giró sobre su hombro para mirar a Ser Arryk, junto a él hay una doncella. La conoce muy bien, es una de las tantas que pertenecen a su abuelo.
—Disculpe la interrupción, mi príncipe.
—¿Sucede algo, Ser Arryk? —pregunta en voz alta, ha regresado la vista el frente, tomando una de las pequeñas manos de Aegon el joven, jugando con sus deditos.
—Es mi deber informarle que la Mano del Rey está esperando por usted en sus aposentos, recuerde que habían programado un almuerzo.
—Claro, el almuerzo.
Hace un movimiento hacia adelante, tomando con delicadeza al niño sobre su regazo para colocarlo de pie en el suelo. Su momento de tranquilidad ha terminado, aunque quisiera extender la conversación con Jacaerys no sería posible, hacer esperar a Otto no sería bueno.
Al momento de levantarse, Jacaerys lo imita, el príncipe ha extendido una mano hacia su hermano para apartarlo de Aegon y permitirle moverse hacia adelante.
—Disculpen sobrinos, tengo un compromiso que atender.
—Está bien Aegon, te veré más tarde.
El príncipe Targaryen asiente, intentando mostrar una sonrisa. No sabe si lo logra, se siente demasiado incomodo con la idea de ver a su abuelo. Antes de moverse, su jubón es jalado hacia abajo por el pequeño príncipe, quiere llamar su atención y Aegon es incapaz de ignorar al niño; se coloca en cuclillas para estar a su misma altura.
—¿Si, Aegon?
—¿También te veré después? —su voz aguda está llena de esperanza.
—Claro que sí, nos veremos en la cena.
El niño sonrió enormemente, se dio rápidamente la vuelta para mirar a la mesa, acercándose a esta para alcanzar con sus manos algunas de las flores que recogió en el jardín. Las mira con detenimiento y escoge unas cuantas para dárselas a Aegon.
—¿Son para mí?
Asintió de forma enérgica, extremadamente contento en el momento en que su tío las tomó.
—Madre dice que se les regala flores a las personas bonitas —dice con naturalidad, aunque parece un poco apenado—. Tío Aegon es bonito, ¿verdad Jace?
La pregunta sorprende de su hermano lo sorprende, siente la vergüenza asentarse en sus mejillas cuando los ojos de Aegon lo observan desde abajo, poco a poco se pone de pie, sin dejar de mirarlo.
—S-Sí, el tío Aegon es bonito.
El príncipe mayor no dice mucho, sonríe en dirección a Jacaerys, agradeciendo en voz baja el cumplido. Dejó una suave caricia sobre el cabello de Aegon, revolviendo los mechones.
Jacaerys alcanzó a su hermano, tomándolo del brazo para acercarlo. Se despidió del príncipe Targaryen con un asentimiento de cabeza, no perdió de vista a Aegon mientras se alejaba en compañía del guardia real y la doncella.
Una vez que estuvieron fuera de su campo de visión, giró hacia la mesa para darse cuenta de que su tío se había olvidado por completo del libro. Suspiró y se acercó para tomarlo, se encargaría de entregárselo más tarde.
—¿Nos vamos? —preguntó a Aegon, que acariciaba las flores con sumo cuidado.
—¡Sí! Quiero mostrarle a Viserys las flores.
El mayor asintió, agachándose para tomar a su hermano en brazos, así llegarían más rápido a la fortaleza.
El sentimiento que predomina a Aemond es la furia, lo cual no es gran novedad, los sentimientos negativos son parte suya desde hace algunos años, fue un niño triste antes de reclamar a Vhagar, después de eso la tristeza desapareció, aunque no por el tiempo deseado, bastó con su presentación como omega a los quince años para que la tristeza regresara y pronto evolucionara en enojo.
Estaba tan decepcionado con su presentación que se confinó a sus aposentos por una temporada, apenas consumiendo alimento, sin permitir que nadie lo visitara, a excepción de Aegon, la presencia de su hermano siempre fue bien recibida, han sido unidos desde la presentación del mayor.
Su confinamiento terminó gracias a la influencia de Ser Criston Cole, quien lo convenció de que su presentación como omega no era el fin del mundo. ¿Se dejaría vencer por su subgénero? ¿Botaría todos esos años de entrenamiento a la basura? La respuesta fue clara: no lo haría. Fue una larga conversación aquella, y aun así tardó una semana más en presentarse en el patio de entrenamiento, uniéndose a Heleana, que llevaba poco más de un año entrenando, luego de presentarse como alfa.
Hizo lo posible para demostrarle a todos que no se dejaría doblegar, que poco le importaban las lecciones que su abuelo quería imponerle para ser una perfecta yegua de cría. No, él no sería vendido al mejor Lord. Hizo la promesa de convertirse en un bravo guerrero e iba a cumplirlo.
Centrándose en el presente, la visita sorpresa del hermano de su madre, Ser Gwayne Hightower y su hermano Daeron es grata. Suele intercambiar cartas con Daeron, y tenerlo de regreso es simplemente magnifico, ¿y qué mejor que un enfrentamiento amistoso para darle la bienvenida? Puede que Aemond sea poco expresivo, así que el entrenamiento es su manera mostrar sus emociones.
Y todo estaba tan bien, hasta la aparición de sus sobrinos.
La presencia de Lucerys sacudió su cuerpo, como una ola arremetiendo contra él. ¿Cómo es que ese bastardo se atrevía a presentarse frente a él? La sangre le hirvió y la cicatriz que surca su rostro palpitó, se sintió como esa desastrosa noche, como si Lucerys acabara de sacarle el ojo.
Su presencia lo enfurecía, causaba que su estómago se revolviera y su cuerpo se calentara. Sabía que su regreso era inminente, su hermana es la heredera nombrada de su padre, más esperaba que el regreso de estos se atrasara hasta el fallecimiento del rey.
Quiso cortar la lengua del tercer bastardo de su hermana cuando se atrevió a acercarse tanto a ellos, y hablarle a Daeron como si fueran cercanos.
El acercamiento de Lucerys causó estragos en su mente, su corazón se aceleró a un ritmo que jamás había experimentado y en su cabeza escuchó la desesperación de su omega interior. Rasgaba su mente, aturdía sus sentidos y gemía plegarias inteligibles; antes de siquiera darse cuenta, su aroma estaba esparciéndose por todos lados.
Agradecía la presencia de Gwayne, su intervención logró traerlo de vuelta. Y tan pronto como tomó el control de sus emociones, la furia se incrementó.
Haber permitido salirse de control era, sin lugar a duda, una terrible prueba de que aún no logra controlarse lo suficiente.
Aún permanecían en el patio, podía escuchar a Gwayne reprenderlo por su comportamiento irracional, al amenazar de tal forma a los hijos de Rhaenyra. Camina de un lado a otro, sintiendo como su cuerpo pica; ríe con ironía ante lo que Gwayne dice.
—¿Amenazar? —voltea hacia su tío, acercándose con el ceño fruncido—. Oh, tío, si los hubiera amenazado créeme que lo sabrías —gruñó entre dientes. Está invadiendo el espacio del caballero.
—Necesitas tranquilizarte —fue la respuesta del Hightower, se mantiene firme ante Aemond.
—¿O qué?
—Aemond, basta —Daeron tira del brazo de Aemond—. Vamos adentro, quiero ver a nuestra madre.
Esa era una buena idea. Alicent, ella debería estar enterada de la visita de sus sobrinos, ¿cierto? O tal vez no, quiere creer que su madre le avisaría de la posible llegada de su hermana. Ella no lo traicionaría de esa manera.
—Sí, yo también quiero verla.
Fueron las últimas palabras que le dirigió a su hermano, de un movimiento se liberó de su agarre y empujó con el hombro a Gwayne para apartarlo de su camino y así comenzar a andar en dirección a la fortaleza; espera encontrar a su madre en sus aposentos, de no ser así, pondría el sitio de cabeza para encontrarla y exigirle una respuesta.
Gracias a la velocidad a la que iba, el trayecto a los aposentos de su madre fue corto, menos de diez minutos en estar fuera de la puerta de la reina. Ser Criston Cole se mantiene firme frente a la puerta, inexpresivo como siempre, más Aemond nota un ligero cambio; parece tenso, inconforme. El caballero jamás ha sido bueno ocultando sus emociones, mucho menos cuando se trata de desagrado. Puede que el propio Aemond haya aprendido eso de él.
—Príncipe —saludó con un asentimiento de cabeza.
—Quiero ver a mi madre.
Cole asintió, miró de reojo el pasillo, divisando a dos personas más que se acercaban. Reconoció a Ser Gwayne y, aunque no lo haya visto en una larga temporada, también reconoció al príncipe Daeron.
—Queremos, en realidad —corrigió Gwayne—. Buenas tardes, Ser Criston. ¿Se encuentra mi hermana?
—Buenas tardes Ser Gwayne, príncipe Daeron —hizo una pequeña reverencia—. La reina está tomando su almuerzo con la princesa Heleana, estoy seguro de que se pondrá contenta con su visita.
El Hightower agradeció en voz baja, prefería evitar algún tipo de discusión con Aemond, que parecía estar por explotar si recibía alguna clase de respuesta negativa. Observaron a Cole romper su guardia, dando media vuelta para abrir las pesadas puertas que custodiaba.
En los adentros, Alicent cortaba cuidadosamente su carne, mientras Heleana bebía de la copa entre sus manos, ambas miraban por la ventana a su derecha, un gran ventanal que les mostraba la ciudad. La presencia de Ser Criston interrumpió la paz que se respiraba en la habitación.
O bueno, quizás el caballero no tuvo la culpa, más bien la entrada errática de Aemond que, ante los ojos de ambas mujeres, parecía como si hubiera corrido kilómetros para llegar ahí. Su ceño fruncido y semblante irritado era una clara advertencia.
—Aemond —la reina no demoró en ponerse de pie, su hijo se veía perturbado, se acercó a él—. ¿Sucedió algo? ¿Estás…?
Justo cuando toma las manos de su hijo, dos personas más hacen acto de presencia en la habitación. Los ojos de Alicent se iluminan ante la presencia de Daeron y Gwayne, claramente recién llegados de Oldtown, un poco desaliñados y cansados. Sonríe gratamente, soltando las manos de Aemond para apresurarse a besar las mejillas de su hijo menor y abrazar a su hermano.
Intercambian cartas con frecuencia, con ambos hombres, pero nada se compara con tenerlos presentes. Le había extendido una invitación a su hermano, implorando por su vista a la capital; el deseo por ver a su hijo menor se ha vuelto mayor con el paso de los años. Sobre todo, con todo lo que estaba sucediendo temía no volver a ver a su hijo. Acaricia las mejillas ligeramente sonrosadas de Daeron, no es capaz de sentir ningún aroma proveniente de él, eso la alegra, significa que aún no ha presentado su subgénero.
—Cariño…
—Madre.
Alicent fue interrumpida, la voz severa de Aemond la llamaba. Sentía su molestia.
Ignora por un momento a su hijo mayor, depositando un suave beso sobre la frente de Daeron, que sonreía y susurraba palabras agradables. Estoy aquí, me alegro de verte de nuevo, no quiero separarme otra vez.
Gira sobre su eje, encarando a Aemond. Se aparta de su hijo menor, dándole la libertad para que se acerque a saludar a Heleana, quien también se ha puesto de pie.
—¿Lo sabías? —fue directo, miraba con intensidad a su madre, poco le interesaba la escena que se desarrollaba detrás de la reina, sus hermanos abrazándose y susurrando una conversación. Necesitaba respuestas.
—¿A qué…?
—Rhaenyra ha regresado.
La reina se tensó, más intentó no demostrar sorpresa.
—Sí, Aemond, sabía que regresaría —intentó parecer firme—. Fue decisión de tu padre…
—Pero te negaste, ¿cierto? —tenía cierta esperanza en su voz, su madre no le haría eso, no ella—. Seguro le dijiste a mi padre que ella no debía regresar, no sin que antes se disculpara por lo que me hicieron.
Hubo un largo silencio, Aemond podía sentir el enojo fluir por sus venas. No necesitaba una respuesta, con solo ver la expresión apenada de su madre era suficiente. Ella no se quejó, ella no discutió con su padre para que Rhaenyra no regresara; no le exigió las disculpas que Aemond se merecía.
—Estuve de acuerdo —fue le respuesta de Alicent.
—Estuviste de acuerdo —murmuró, riendo con ironía—. Claro que lo estuviste.
—Hijo, necesito que te tranquilices. Siéntate, así podemos hablar.
—¡No me digas que me tranquilice! —levantó la voz, no necesita estar tranquilo—. ¿Por qué no me dijiste?
—Todos sabíamos que Rhaenyra volvería, tarde o temprano.
—No es lo mismo.
Alicent esperaba aquello, una sobre reacción de parte de Aemond y no lo culpa. No creyó conveniente decirles a sus hijos, no quería que las voces corrieran y que su padre se enterara de eso.
Heleana se acercó a su hermano, era sutil y, poco a poco, comenzó a soltar sus feromonas, intentando calmar a Aemond.
—Hermano, no es culpa de nuestra madre. Ella no podía decirles a…
El omega soltó una carcajada, dio un par de pasos hacia atrás para alejarse del alcance de su hermana.
—Entonces también lo sabías.
—Aemond…
—¡Detente! —exclamó, sacudiendo la cabeza en negación—. Deja de intentar calmarme, no quiero que lo hagas. Aleja tus malditas feromonas de mí —apuntó hacia Heleana.
Le enfermaba que su hermana hiciera eso, tratar de utilizar sus feromonas de alfa en él, para calmar a su omega interior. No iba a permitirlo, no iba a demostrar que era débil ante el aroma de un alfa, aunque esa alfa fuera su hermana.
—Debieron decirme —sentía su ojo escocer, las lágrimas picaban, amenazando por ser derramadas—. Debieron advertirme, que ese pequeño bastardo regresaría. ¿Por qué ocultarlo?
—Aemond, escúchame. Hay cosas que no sabes todavía, necesitamos a Rhaenyra, ella…
—No, madre. Yo no necesito a Rhaenyra, no necesito a nadie, mucho menos necesito a sus crueles bastardos atormentándome.
Se sentía traicionado, no le interesaba las explicaciones de Alicent. No podría creer que su madre no le advirtiera nada, tenía tantas preguntas sin responder, pero no quería escuchar a su madre, ni a nadie. Miró a todos lados, todos los presentes lo miraban como si fuera un animal enjaulado, como si estuviera volviéndose loco; busco la mirada de Ser Criston, el hombre odiaba tanto a Rhaenyra como Aemond odiaba a Lucerys, pero no encontró apoyo, sino lastima.
Cuando el ardor en su ojo se volvió insoportable, optó por abandonar al sitio, esquivo con prisa a todos los presentes, sin importarle que su madre lo llamara con insistencia. Quería alejarse lo más posible de su traicionera familia, que no es capaz de ponerse en su lugar y la única forma que se le ocurría para alejarse era volando. Sí, iría con Vhagar lo más lejos posible, necesitaba calmarse, despejar su mente y sabía que solo con su dragón lo lograría.
Atravesó los pasillos y bajó las escaleras furioso. Justo en el último peldaño, se encontró con Otto Hightower. No lo miró, simplemente pasó de él, ni siquiera se detuvo cuando este lo llamó por su nombre en repetidas ocasiones.
Solo necesitaba salir de ahí, e ir a donde pudiera desahogarse en paz.
Otto Hightower presumía saber todo lo que ocurría en el castillo, nada pasaba desapercibido para él. Tenía ojos y oídos en todas partes, o eso es lo que ha creído todo ese tiempo.
Imaginen la sorpresa que se llevó, cuando a sus oídos llegó el aviso de que, la princesa Rhaenyra se encontraba instalada en sus antiguos aposentos, desde hace ya un par de horas. Pensó que se trataba de información errónea, pero sus fuentes jamás le han fallado. ¿Qué estaba ocurriendo? Claramente no recordaba haber enviado un cuervo con alguna carta para la princesa o, en su defecto, nadie le había informado que algo así ocurriera.
Esto era obra del rey, claro está. ¿Quién más querría a la princesa heredera de vuelta a King’s Landing? Otto no, y dudaba que Alicent tuviera que ver en esto. La presencia de Rhaenyra era un peligro, así como la de sus hijos. No necesitaba tener que vigilar de cerca a tantas personas. Más no entendía como era posible que Viserys contactara a Rhaenyra, el hombre a duras penas puede decir palabras coherentes, ¿Cómo escribiría o redactaría una carta para su heredera? No tiene ningún sentido.
Ha estado llevando a cabo sus planes, ha sido meticuloso todos esos años, acoplándose a las desventajas que ha sufrido: que dos de sus tres nietos varones se presentaran como omegas es, sin lugar a duda, una desventaja. Aún tenía a Daeron, el chico estaba en la edad, no debía tardar tanto en presentarse, y existían tres posibilidades: que Daeron se presentara como un alfa o en su defecto fuera un beta, ambas posibilidades le darían una ventaja sobre Rhaenyra; o que resultara un omega, otra gran decepción.
Sea cual sea el resultado, Otto tenía dos planes para ejecutar: convencer a todos que Aegon debía gobernar solo por ser un hombre o, en caso de que Daeron resultara alfa o beta, proponer que este fuera el sucesor de Viserys.
Ha trabajado tantos años para conseguir el poder, está tan cerca que puede sentirlo en sus dedos.
Pero debe lidiar con Rhaenyra.
La forma en la que se enteró de la visita de Rhaenyra fue gracias a una de sus sirvientes, le había encomendado la tarea de ir por su nieto, puesto que tenían un almuerzo y lecciones pendientes. Cuando la mujer llegó en compañía de Aegon y su guardia jurado, está se acercó a susurrarle que había encontrado al príncipe en compañía de dos personas. Pidió nombres, ella no supo, pero describía muy bien a las personas.
Lo único que tuvo que hacer fue preguntarle directamente a Aegon, luego de que despidiera al guardia y a la sirviente para dejarlos a solas. El pobre chico tembló ante la pregunta, ni siquiera era capaz de mirarlo a los ojos. Pellizcaba sus dedos y miraba sus zapatos cuando le respondió.
—El príncipe Jacaerys, mi sobrino. Estaba acompañado de uno de los hijos de Rhaenyra y Daemon, Aegon es su nombre.
Para cuando Aegon terminó de hablar, Otto ya se encontraba invadiendo su espacio, le tomó las manos de forma brusca, arrancándole un silencioso quejido.
—Has aprendido una horrenda manía de tu madre.
—Lo siento.
Aún no lo miraba, Otto detestaba que el chico no lo mirara. Lo tomó suavemente del mentón, hizo que levantara la cabeza para poder mirarlo a los ojos. Podía ver a Alicent en ellos, podía ver el vago recuerdo de su difunta esposa. Acaricio la mejilla de Aegon, arrullándolo con dulzura mientras limpia una lagrima furtiva.
—¿Qué te he dicho? Eres el príncipe más hermoso, tanto como lo es tu hermana Rhaenyra. No debes mancillar tu cuerpo de esta forma.
Otra suave disculpa se escapa de Aegon.
Aquella fue toda la conversación, dejó que el príncipe se fuera. Tenía asuntos más importantes que atender, luego repondría las lecciones del príncipe.
Ver como Aemond salía furioso también fue una sorpresa, el muchacho nunca mostraba muchas emociones, al menos no en estos últimos años. ¿Qué lo habrá enfurecido? Tiene una vaga idea, quizás su nieto tenía el mismo problema que él: la princesa y sus herederos.
Se dirigía a los aposentos de su hija, le interesaba saber si está ya estaba enterada de la visita de Rhaenyra. Girando por el último pasillo se encontró con su hijo mayor, Gwayne. Ah, sabía que llegaría en los próximos días, pero que grata sorpresa.
—Padre —su hijo no parecía sorprenderse al verlo, más tampoco parecía muy entusiasmado.
—Hijo. ¿Recién llegas? No se me dio aviso.
—Sí, quizás porque no me presenté de manera correcta. Daeron y yo estuvimos en el patio con Aemond, luego subimos para saludar a la reina.
—¿Dónde está Daeron?
—Con su madre y hermana, está feliz de volver.
Otto asintió, le dio un par de palmadas en el brazo a su hijo. Era una manera de decir que aprecia su presencia. No cruzan más palabras, quiere apresurarse para obtener respuestas. Por suerte, las puertas de los aposentos de su hija están abiertas, por lo que no se preocupa por ser anunciado.
Tal y como Gwayne le informó, ahí estaban las dos mujeres con el recién llegado, sumando a Ser Criston, que hablaba de cerca con la reina.
Carraspeó, llamando su atención. Alicent no demoró mucho en caminar hasta él, saludándolo de forma debida, parecía preocupada.
—Hija, quería saber…
—¿Sabías que Rhaenyra vendría? —Alicent se adelantó, apretaba sus manos juntas—. Ser Criston me ha informado, quería visitarte en la torre de la mano para preguntarte el respecto, pero has venido a mí.
—No lo sabía.
Alicent suspiró, dándose media vuelta para comenzar a morderse las uñas.
—Me enteré en la mañana, un poco antes de que llegaran al castillo.
—¿Por qué no se me informó? —cuestionó Otto, no podía creer que Alicent no le avisara inmediatamente lo supo.
—Porque Aemond se enteró antes —volvió a girar hacia su padre—. Él se encontró con Lucerys, llegó a mí en busca de respuestas. Cree que estuve de acuerdo con que ella regrese a la corte, no me dejó explicarle nada.
Lord Mano miró sobre más allá de su hija, encontrándose con las miradas de sus nietos, alzó una ceja en su dirección, esperando alguna respuesta. Heleana asintió brevemente, confirmando las palabras de su madre.
—¿Cómo te enteraste?
Nuevamente, la reina soltó un suspiro, caminando de regreso a la mesa donde se encontraba su almuerzo.
—Heleana y yo visitamos a Viserys, él está más lucido que otras veces —se llevó una mano al rostro, tallando sus ojos en señal de estrés—. Los maestres lo revisaban, cuando Ser Criston nos informó que uno de sus guardias dio aviso de la llegada de Rhaenyra. Viserys nos confirmó que él fue quien invitó a la princesa de regreso a Red Keep.
—¿Ha dicho el por qué?
Ella negó con la cabeza.
Otto frunció el ceño, estaban a ciegas y perdidos en un bosque, debían cuidar los siguientes pasos que darían.
—Habrá una cena, el rey ha ordenado que se preparé un pequeño banquete de bienvenida para Rhaenyra y sus hijos.
—¿Ha venido sola?
—Aun no tenemos noticias de Daemon.
Asintió en respuesta. Decidió que había escuchado suficiente, debía encargarse de investigar quien se ha encargado de ayudar a Viserys para contactar a Rhaenyra; parece que hay muchas personas trabajando en su contra y debía encargarse de descubrir de quienes se trataba.
Notes:
Esto es más que nada la perspectiva de los verdes respecto a lo que pasa.
Otto es realmente odioso, Aemond un poco berrinchudo y Aegon es... fácil de doblegar, por así decirlo.¡Los leo en comentarios! <3
Chapter 3: El mar y la hierba
Chapter Text
Las doncellas lo ayudan a lavar su deteriorado cuerpo, son gentiles bajo la supervisión de la reina, que permanece de pie a unos cuantos metros, observando con atención como las jóvenes y los maestres atienden con sumo cuidado al rey; cada semana hace aquello, acercarse a los aposentos del rey para cerciorarse que los sirvientes hagan bien su trabajo, cuidando del rey de manera debida.
A Alicent le ha tomado tiempo amaestrar a los sirvientes del rey, puesto que ella no podía permanecer siempre junto a Viserys durante los baños. Más no se ha desobligado de aquella tarea, presentándose como en esa ocasión.
Y es que se trataba de algo especial, puesto que en un par de horas el rey bajaría a cenar con su familia.
Ha ignorado el dolor de sus heridas con mucho valor, el consumo de la leche de amapola lo ha disminuido a dos copas al día, una durante de la mañana, ayudándole a aminorar el dolor durante algunas horas y la segunda administrada después de cenar, para ayudarlo a descansar de forma debida. Viserys se ha esforzado para permanecer lucido y cuerdo, cumpliendo la petición de su esposa y de su hija Heleana.
Cuando se le informó que las cosas se estaban saliendo de control, él no se encontraba muy lucido. Recuerda haber escuchado la lejana voz de Heleana, susurrándole al oído en busca de ayuda, algo sobre matrimonios arreglados, que no volvería a ver a sus hijos si no retomaba el control de la corona y sobre una posible rebelión de parte de la mano del rey. Primero sus visitas no eran tan constantes, cada dos a tres días, Viserys muchas veces creyó que se trataba de su mente, tan atrofiada por los brebajes de los maestres, que comenzaba a jugarle bromas. Pronto las visitas fueron diarias, Heleana se presentaba en sus aposentos, con las mejillas humedecidas por el llanto, pero siempre le hablaba claro: debía tomar el control.
Fue cuando Alicent se unió a las visitas que Viserys entendió que no se trataba de una pesadilla o de su mente jugando con su realidad. Su reina suplicaba por su ayuda, entonces se volvió imposible de ignorar.
Hubo una mañana que no se sentía tan aturdido, justo en el momento que el Gran Maestre Orwyle se acercaba con una copa llena con leche de amapola, empujó con su mano temblorosa la copa, alejándola de su vista. Miró a los ojos a su súbdito, apenas lograba mantener la cabeza en alto, se limitó a negar suavemente con la cabeza. El maestre entendió, asintiendo y dejando la copa en algún sitio, encargándose de atender las heridas del rey.
Ese día llamó a Alicent y Heleana, bajo la excusa de desear tomar su desayuno en compañía de su esposa e hija. Y lentamente, se puso al tanto de la situación que ha estado bajo sus narices esos últimos años.
Ahora están ahí, Alicent se encarga de secar su delicada piel, ayudando a las doncellas a colocarle las prendas que utilizaría esa noche. Siente emoción de solo pensar en encontrarse con su querida Rhaenyra y nietos, ha esperado por diez años para volver a encontrarse con ellos.
Centra su atención de la reina, siempre silenciosa.
—¿Dónde está Heleana? —pregunta, le parece extraño que no se encuentre ahí en eso momentos.
—Debe estarse preparando para la cena —responde con tranquilidad, observa como las doncellas terminan de ajustar la camisa del rey—. Daeron ha llegado hoy.
—¿En serio? —Viserys sonríe, sentándose pesadamente en su cama, tiene que tomar un par de respiraciones profundas para regularse—. Todos mis hijos estarán presentes, eso es algo nuevo.
Alicent se mantuvo en silencio, sus pensamientos viajan a Aemond, han pasado varias horas desde que le reportaron que el príncipe había sido visto sobrevolando la ciudad sobre Vhagar, alejándose hacia el mar hasta desaparecer del ojo humano. Está preocupada por su hijo, teme que algo le suceda. Tan solo desea que regrese para dormir en sus aposentos o Alicent no dormirá en toda la noche.
Viserys suelta un quejido por lo bajo, llevándose una mano a la cabeza, el dolor interminable de esa cruel enfermedad es cada vez más fuerte. Claro que la reina nota eso, se acerca al rey, tomándolo del hombro con suavidad.
—¿Estás bien? Pronto deberás tomar la leche de amapola, Viserys.
—Estoy bien… —murmura, intentando dedicarle una sonrisa a Alicent, no sale muy bien—. Dime, ¿Otto ha preguntado algo?
La reina asiente, da media vuelta para acercar una silla a la cama del rey.
—Ha intentado cuestionarme acerca de lo que sé, me adelanté a él. Actué como si no supiera nada al respecto.
—Muy bien. ¿Y Rhaenyra? ¿Has hablado con ella?
El rey no es capaz de notar como el cuerpo de Alicent se tensa ante la mención de su heredera; recuerda todo lo poco que han hablado, no demasiado, pero si lo suficiente para que la princesa esté al tanto de todo lo que Alicent sabe. El plan parecía sencillo: acorralar a Otto, presionarlo hasta que este simplemente no pueda más y se delate por sí solo. Necesitaban testigos para justificar la condena de Otto Hightower. No podían arriesgarse a dejarlo con vida, el hombre debía ser atrapado obrando en contra de la corona, para así ser juzgado y posteriormente, asesinado. De no ser así, los aliados de Otto podrían levantarse en armas contra ellos y definitivamente deseaban evitar una guerra.
—Sí, ella se mostró desconfiada. Me parece que desea hablar contigo, a solas.
Aquello no sorprendió a Viserys, no esperaría menos de su preciada hija.
—Todo un paso a la vez, querida. Verás que todo saldrá bien.
Alcanzó con una mano a Alicent, dejando una suave caricia sobre el dorso de su mano. Faltaba poco para la cena.
Alicent les implora a los dioses para que todo salga bien.
Lucerys movía de forma errática su pierna derecha, sus ojos se pierden en el horizonte oscuro, sobre la interminable extensión de mar. Agradece que su habitación tenga una preciosa vista al océano, aquello lo hace sentir en casa.
Y con casa no se refiere a Dragonstone sino a Driftmark.
Trata de concentrarse, está sentado detrás del escritorio que incluía su habitación, ha intentado los últimos veinte minutos escribir una carta para su abuelo Corlys y su abuela Rhaenys, había prometido que les escribiría una vez estuviera en King’s Landing, más nada se le ocurría.
Su mente lo atormentaba, pensando en el pesado aroma que Aemond desprendía esa mañana; como su cuerpo se tensaba y sus manos temblaban. Le parecía hilarante que el aroma de Aemond se pareciera tanto al aroma del mar, jamás lo hubiera imaginado. Aún está algo sorprendido, recordar como su nariz picó en el momento que sus pulmones de llenaron con ese aroma y como su alfa interior le suplicó para que se acercara más a Aemond, para intentar calmar esa angustia que al parecer sentía en ese instante.
Suelta un bufido, dejando caer la pluma sobre el escritorio, solo ha hecho garabatos sin sentido sobre la hoja. Se hunde sobre su asiento, cerrando los ojos por unos breves momentos; el agotamiento debe estar jugando con él. Sí, eso debe ser. No ha logrado descansar desde su llegada, visitó cada parte del castillo en compañía de Joffrey, no por gusto cabe aclarar, más prefirió cuidar de las acciones de su hermano, también visitó a su madre para almorzar con ella y sus hermanos, en los aposentos de esta.
Estuvo por decirle acerca del encuentro con sus tíos en los patios, más se abstuvo a hacerlo. Joffrey no dijo nada al respecto, así que prefirió no decir nada. Poner el tema sobre la mesa podría estresar a su madre, que les ha pedido a Jacaerys y a él tener cuidado con sus tíos, ¿para qué preocuparla? Era un innecesario. Sería mejor dejar el tema en el olvido y hacer como si nada hubiera pasado.
Aunque su imaginación se niegue a sacar de su cabeza el recuerdo de Aemond empuñando su espada, moviéndose de forma tan agraciada y confiada, con su largo cabello revoloteando con cada simple movimiento. En sus ajustadas prendas, como destaca su estrecha cintura con el cinturón que porta para sostener una daga cerca de su cuerpo.
El sonido de alguien llamando a su puerta lo sacó de sacó de sus pensamientos, se apresuró en permitir el acceso.
Al abrirse, apareció Jacaerys, este dio un par de pasos dentro de la habitación antes de detenerse de forma abrupta, llevándose una mano al rostro para cubrir su nariz.
—Dioses, ¿interrumpo algo?
Lucerys frunce el ceño en dirección a su hermano, está poniéndose de pie junto al escritorio.
—¿Qué? No. ¿Por qué lo preguntas?
—Apesta a alfa, ¿estás cerca de tu celo?
Maldice entre dientes, los pensamientos hacia Aemond definitivamente lo estaban afectado, debe parar.
—No es nada. ¿Qué sucede? ¿Ya es hora de bajar?
Jacaerys parece dudar ante la respuesta de su hermano, principalmente porque no cree que sea nada, más opta por no molestarlo. Puede ver que su hermano se encuentra algo tenso, debe ser por su llegada a King’s Landing.
Asiente en respuesta.
—Madre nos espera en las afueras del comedor.
Sacude su ropa ligeramente, caminando hasta su hermano mayor en silencio, sus trajes son similares, más no iguales. Se diferencian en los colores, Jacaerys porta colores Targaryen, mientras Lucerys lleva el azul distintivo de la casa Velaryon, ha sido así desde un tiempo atrás.
—¿Y Joffrey?
—Se adelantó para encontrarse con madre.
No comparten más palabras, emprenden el camino en dirección al comedor en total silencio, ninguno tiene mucho que decir.
Les toma algunos minutos llegar al comedor, la distancia de entre sus aposentos y los salones es considerable, los hermanos aún tienen dudas del porqué hubo un cambio en la distribución de sus habitaciones. Al doblar por uno de los pasillos, a escasos metros de la entrada del comedor, se encontraron con el príncipe Aegon, quien tiraba de las mangas del vestido verde que portaba en esos momentos. Por poco tropieza con Lucerys, que se apresuró en tomarlo suavemente por la espalda alta.
Aegon dio un salto ante el contacto, parece demasiado distraído cuando mira hacia los hermanos. Sonríe al ver a Jacaerys y no demora mucho en reconocer a Lucerys.
—¿Lucerys? —parece dudar, sonríe de forma tonta.
La apariencia de Aegon sorprende a Lucerys, un vago recuerdo de como se veía Aegon llega a su cabeza, ese adolescente caprichoso y desastroso que siempre apestaba a vino; no puede encontrar rastro de ese recuerdo en el Aegon que tiene frente a sus ojos. Un omega, que increíble le resulta.
—Tío Aegon —alcanza a saludar, puede que se escuche un poco confundido.
—Dioses, la última vez que te vi eras un tierno cachorro. ¡Estás tan alto! —da un par de pasos hacia atrás, debe mirar hacia arriba para verlo a los ojos—. Y atractivo.
—Ah, gracias. También te ves bien, tío.
El príncipe Targaryen le dedica una tierna sonrisa, lo alcanza con una mano para apretarle el brazo con amabilidad, luego dirige su atención a Jacaerys sonriéndole de igual manera, más se acerca a saludarlo de manera más íntima, lo abraza brevemente y deposita un beso en su mejilla.
Ambos comparten un saludo silencioso que provoca que Lucerys alce una ceja, definitivamente no esperaba eso. Es capaz de notar un extraño brillo en los ojos de su hermano, parece fascinado por la sola presencia de su tío. ¿Qué estaba pasando?
—Debemos apresurarnos, deben estar esperando por nosotros —señaló Aegon, extendió sus manos hacia ambos hermanos, tomándolos para emprender camino los tres juntos.
Pronto se encontraron en su destino, un par de guardias se encargaron de abrir las puertas para ellos, dentro del comedor pueden encontrar a casi todos reunidos. Su madre hablaba amablemente con Heleana, parecía estar presentando a los dos miembros más jóvenes de su familia, estos saludan con timidez a su tía, en la mesa ya se encuentra Daeron sentado, jugando con los cubiertos y del lado contrario esta Joffrey, quien le agradece a uno de los sirvientes que le sirve vino en una copa.
Rhaenyra es la primera en darse cuenta de la llegada de los príncipes, les dedica una sonrisa mientras les pide silenciosamente que se acerquen. Lucerys es el primero, saluda con amabilidad a Heleana. No interrumpe la conversación, simplemente se queda ahí cerca de su madre.
Siente como tiran de sus pantalones, Viserys intenta llamar su atención. Se apresura en tomar al niño en sus brazos, no desea que se irrite antes de la cena; lo sostiene con cuidado y lo mece sutilmente, a su hermano le gusta cuando hacen eso.
Jacaerys se une a ellos, de igual forma saluda a Heleana con un beso en la mejilla, por otra parte, Aegon saluda directamente a Rhaenyra.
—Hermana —habla con suavidad, parece un poco más cohibido con la princesa que con sus sobrinos.
Rhaenyra se toma un momento para mirar a su hermano, sus ojos recorren el rostro del príncipe con detenimiento; el parecido con a la reina era simplemente increíble. Alzó una mano para acariciar la mejilla de Aegon, para después peinar un mechón que cae sobre su frente.
—Hermano —su voz está cargada de dulzura, como cuando les habla a sus propios hijos—. Has crecido con gracia, Aegon. Me recuerdas a tu madre, igual de hermosos.
—Gracias —responde, apartando un poco la mirada por la vergüenza que siente ante el cumplido.
Rhaenyra deja una última caricia en el rostro de su hermano, antes que el pequeño Aegon decidiera aferrarse a su tío. El niño parecía emocionado con verlo, lo saluda de forma enérgica hasta que obtiene su atención.
Jacaerys se hace cargo de tomar a su hermano en brazos, temiendo que por la emoción el niño terminar tirando a Aegon, mientras saltaba y tiraba de su ropa. Una vez con su hermano en brazos, lo acercó a su tío, para que este lo saludara con emoción; el mayor acaricio las mejillas del joven príncipe.
—¡Las flores! —exclamó el pequeño apuntando al cabello de Aegon, su hermano no tardó mucho en notar que en el sencillo peinado que portaba, en sus trenzas se esparcían algunas flores, mismas que su sobrino le había obsequiado por la mañana.
—¿Qué te parece el peinado, sobrino?
—¡Me encanta!
El príncipe Velaryon parecía igual de encantado, sonreía con ligereza al tiempo que acerca al niño lo suficiente a Aegon, para que alcance con sus manos una de las flores, acariciándola con cuidado.
Por otro lado, mientras su madre y hermano charlaban con sus tíos, Lucerys caminaba por el comedor con Viserys en brazos, lo mecía suavemente al mismo tiempo que le mostraba adornos llamativos. No se sentía del todo cómodo en ese sitio, el solo pensamiento de tener que volver a ver a Aemond le ponía los nervios de punta.
Terminó acercándose a Joffrey, quien lo miró con las cejas levantadas. El menor era capaz de notar la tensión en su hermano, soltó un bufido cargado de diversión, seguidamente se encargó de llenar una copa de vino para extendérsela a Lucerys. Pareció dudarlo por un segundo, más no demoró en tomar la copa, alzándola en dirección a su hermano en señal de agradecimiento, prosiguiendo a darle un largo trago a la copa.
Esperaron poco tiempo la llegada del Rey, las puertas se abrieron de par en par, dando paso al Rey Viserys, en compañía de la Reina Alicent. Cuatro guardias custodiaban a la pareja, Viserys se apoyaba de un bastón para caminar y Alicent lo tomaba de un brazo. Iban a paso lento.
Los presentes realizaron una reverencia ante la llegada, Daeron y Joffrey se levantaron de sus asientos, Lucerys dejó su copa sobre la mesa.
Antes de que cualquiera pudiera decir algo, Rhaenyra fue la primera en avanzar en dirección a la pareja, tomando una mano de su padre, lo observó con atención, sonriéndole con sumo cariño. El rey le devolvió la mirada, tenía parte del rostro cubierto por una máscara dorada, devuelve la sonrisa.
No cruzan palabras, ya tendrían tiempo para hablar de forma debida. Rhaenyra voltea hacia Alicent, saludándola con un beso en la mejilla, manteniendo una compostura totalmente política, no saben quien podría ser un espía de la mano.
—Muchachos —hace un par de señas a sus hijos, quienes no demoran en acercarse, la princesa se toma el tiempo para presentar a sus hijos más pequeños; los niños parecen un poco temeros por el aspecto de su abuelo, más permanecen tranquilos—. Los príncipes Aegon y Viserys —dice señalando a cada niño.
El rey ríe un poco, en su mirada se refleja la adoración que siente al ver a sus nietos. No demoran mucho con los saludos, las piernas de Viserys se cansan pronto, por lo que se aproximan a sus asientos pronto.
Aún con el escozor en el cuerpo, el rey se detiene junto a Daeron.
—Hijo mío.
—Padre —la voz del hijo menor del rey suena temblorosa, baja un poco la cabeza ante su presencia.
—Me alegro de que estés aquí.
Continua su camino con ayuda de Alicent, logra colocarse sobre su asiento, justo en el centro. Todos los presentes toman su respectivo lugar en la mesa. Alicent a la derecha de Viserys y Rhaenyra a su izquierda, queda un asiento libre a la derecha de la princesa, lugar que sería el destinado para Daemon, los príncipes también tomaron sus respectivos sitios, Jacaerys sentó a su hermano entre Joffrey y Lucerys, el menor de los Velaryon se encargaría de ayudar al niño con sus alimentos.
Tuvo la intención de ayudar a Aegon, lamentablemente este ya se había adelantado y se encontraba sentado en la silla continua a la suya. ¿Qué importa? Toma su lugar de forma silenciosa.
Hubo un momento de silencio, en el cual Viserys se dio cuenta que faltaba alguien más.
—¿Dónde está Aemond?
Alicent luce nerviosa, sus ojos se dirigen de manera discreta a Lucerys, quien parece tenso ante la mención de Aemond. Realmente había rogado porque su hijo apareciera a tiempo para la cena.
—Ha salido esta tarde a volar con Vhagar —sería sutil, nadie tenía que enterarse que había tenido un altercado con su hijo gracias a Lucerys, no era el momento. Hablaría con Rhaenyra respecto al tema en otro momento—. Temo que no se le ha avisado respecto a la cena.
Lucerys se removió un poco incomodo sobre su silla, podía sentir la mirada de su madre sobre él, prefería no mirarla. Intentó centrar su atención en Viserys, que intentaba alcanzar unas uvas que hay sobre la mesa, decide que es mejor ayudar a su hermano a comer un poco.
El rey parece algo decepcionado ante la noticia, pero ante todo confundido.
—¿No ha regresado? Es bastante tarde.
—No hemos tenido noticias suyas.
—Conocemos a Aemond, seguro no debe tardar en regresar —habló Heleana con voz gentil—. Sabemos que le gusta pasear horas con Vhagar.
Viserys le dedico una sonrisa a su hija, asintiendo ante su comentario. Era cierto, si a uno de sus hijos le encantaba salir con su dragón, ese era Aemond. No estaba del todo satisfecho ante la ausencia de Aemond, mas no podía hacer nada al respecto. Mira a Alicent, lleva su mano temblorosa hasta la de la reina, llamando su atención.
—¿Oramos? —le pregunta con suavidad.
La reina asiente con brevedad, aunque en realidad no está muy convencida de ello. Ha tenido un desapego a sus Dioses últimamente, puede que se deba a que está perdiendo la fe en ellos. Aun así, complace a su marido. Se inclina sobre la mesa para juntar sus manos y comenzar con la oración.
Jacaerys observa de reojo como sus tíos imitan a su madre, mira detenidamente el perfil de Aegon, hasta que siente un golpe en el brazo; voltea hacia su hermano menor. Joffrey tiene una sonrisa burlona en los labios, el mayor solo alcanza a gruñirle como respuesta.
—Que la madre sonría a esta reunión con amor; que el herrero repare vínculos que se han…
Alicent se vio interrumpida por sonido de las puertas abriéndose, captando la atención de todos los presentes, voltean y giran sobre sus asientos para mirar en dirección a la entrada, encontrándose con la presencia de Aemond. La reina siente un vacío en su estomago cuando cruzó miradas con su hijo, inevitablemente se puso de pie.
Viserys sonrió ante la presencia de su hijo, parece que la fortuna le sonríe.
El paseo sobre Vhagar fue exactamente lo que necesitaba, cuando regresó a la fortaleza se sentía más tranquilo. Había pensado profundamente en la situación, en su encuentro con los príncipes, en la traición de su madre. Está claro que el enojo lo había cegado y por ello prefirió irse, antes de hacer algo de lo que se arrepintiera.
Caminaba a paso lento, estaba cerca de las escaleras de la torre donde yacen sus aposentos, cuando una voz llamó su atención.
—Oh, príncipe Aemond —se trataba de una doncella, la joven beta atendía a su hermano Aegon. Parecía tímida ante su presencia.
—¿Sí?
—¿Recién llega?
Aemond levanta una ceja ante la pregunta, no tiene porque rendirle cuentas a aquella mujer.
—¿Se te ofrece algo? —pregunta de forma tajante.
—Ah, lo siento. El príncipe Aegon nos pidió que se le diera aviso de la cena, llega justo a tiempo.
Frunce el ceño, no comprendía lo que le mujer le decía, abrió la boca para preguntar sobre qué se refería, cuando cayó en cuanta.
Claro, pensó, para Rhaenyra y sus bastardos.
Le ordena a la doncella que le indique donde se está llevando a cabo la cena, está le explica rápidamente, sin sospechar nada de Aemond. Oh, le agradece a Aegon por preocuparse por él, siempre tan considerado con él.
Pronto está desviándose de su camino inicial, por suerte no se encuentra tan lejos del comedor. La puesta es custodiada por dos guardias, los gemelos Cargyll. No se molesta en pedirles que abran las puertas, el mismo Aemond se encarga de hacerlo.
Se encuentra con lo que esperaba, la presencia de toda su familia y la de Rhaenyra, aunque siente una ligera decepción al notar la ausencia de Daemon. No importa, no ahora. Todos los presentes lo observan, algunos con confusión, otros con preocupación y dos con alegría.
Centra su atención en Alicent.
—Lamento la interrupción —su voz se escuchaba áspera, claramente estaba siendo irónico y su ojo está fijo en su madre, quien quizás era la más inquieta en esos momentos, ahora de pie junto a su esposo—. Temo que no se me ha informado del banquete.
Era cierto, pero como sería capaz de enterarse si ha pasado todo el día fuera con su dragón. De no ser por la doncella, él habría pasado de largo y habría pedido que se le llevara algún aperitivo para cenar a sus aposentos. Pero ahí está, interrumpiendo a su madre, quien de seguro estaba orando antes de comenzar con los alimentos.
No se movió de su sitio, en el centro del salón a pocos metros de los demás.
Aegon sonríe ante su presencia, parecía el único (además de su padre) verídicamente feliz de verlo ahí. Empujó su silla para ponerse de pie, sacudiendo el vestido que llevaba puesto esa noche, a Aemond siempre le había parecido que a su hermano le asentaban de maravilla esas prendas omega, no como a él; se acercó a su hermano menor, tomándolo del brazo para jalar de él, guiándolo a la mesa. Hay un sitio vacío, entre Aegon y Heleana, su hermano siempre le guardaba un lugar para comer juntos, sea cual sea la ocasión.
El príncipe mayor le tocó el rostro con dulzura, para después sacudir un poco la ropa de su hermano. Un gesto maternal ante los ojos de todos los presentes, quienes se sorprendían por el simple hecho de que Aemond se dejara hacer por su hermano.
—Apestas a dragón —bromeó Aegon, justo cuando se encontraron cerca de las sillas.
La comisura de los labios de Aemond se elevó de forma suave, asintiendo en dirección a su hermano.
—No tuve tiempo para tomar un baño.
El príncipe es consciente de como se ve: desaliñado, llevaba su ropa de entrenamiento, su cabello se notaba ligeramente ondulado y su aroma natural estaba envuelto por el claro aroma a dragón. Como si una tormenta se desatara sobre un incendio forestal, ese era el aroma que exudaba el príncipe tuerto.
Aegon sonrió, se encargó de mover la silla de su hermano para que este tomara asiento. Aemond quiso hacer un movimiento para ayudar a Aegon a sentarse de forma correcta en su silla, sin embargo, para su disgusto, Jacaerys se le adelantó. Había olvidado de que su sobrino mayor estaba sentado al otro extremo de Aegon. Frunció el ceño en dirección al príncipe Velaryon, que acercaba la silla de Aegon a la mesa de forma suave.
El tercer hijo de Alicent no despegó su vista del primogénito de Rhaenyra, lo miraba de forma intensa y calculadora, ambos de pie. ¿Qué era esa atención hacia su hermano mayor? Jacaerys le sonreía suavemente a Aegon, quien agradecía sus atenciones; luego sus ojos se encontraron con Aemond, este parecía que tenía todas las intenciones de estar por golpearlo en la cara.
Heleana carraspeó de manera suave, captando la atención de su hermano. Volteó a verla de forma discreta, captó el mensaje. Se sentó lentamente en su lugar.
Jacaerys no dijo nada, simplemente regresó a su asiento con total calma.
Rhaenyra estaba tensa, así como Lucerys. Ambos se preguntaban muchas cosas. ¿Qué pasará por la mente de Aemond en esos momentos? ¿Estaba planeando cómo asesinar a cada uno de los presentes? Realmente eran los únicos preocupados, el resto de los suyos parecían ignorar como Aemond los había mirado: con total desprecio.
Alicent se permitió respirar con regularidad cuando todos se encontraban sentados nuevamente. Miró a todos lados, encontrándose con los ojos de Rhaenyra, quien la invitó a continuar con su discurso.
—¿En qué estaba…? —preguntó, llevando una mano sobre su estómago, no recordaba lo que estaba diciendo.
—Y que el herrero repare los vínculos que se han roto por demasiado tiempo —continúa Heleana, terminando la oración de forma rápida. Sonríe hacia su madre.
Alicent asiente hacia ella, intenta relajarse, con una mano alcanza su copa, levantándola a la vista de todos.
—Es una bendición permitir que nos encontremos cenando todos juntos, aunque no estemos todos —aclaró en dirección al rey, este asintió, hacía falta su hermano y sobrinas—. Así como agradezco a los Siete por permitir que mi hijo regrese a King’s Landing —apuntó su copa hacia Daeron—. Es todo, gracias.
Alzan sus copas, algunos sonriendo y otros permaneciendo demasiado serios.
Aemond se tomó un momento para analizar a los invitados, notando la falta de presencia de su abuelo, parecía que la cena únicamente sería para los hijos y nietos del rey. Su atención se centró en los hijos de Rhaenyra, los tres bastardos Strong. Jacaerys estaba junto a Joffrey, y a la cabeza de la mesa se encuentra Lucerys, que conversa suavemente con un pequeño niño. Hay dos niños de cabellos platinados, ambos sentados a cada lado de Lucerys. Los hijos de Daemon con Rhaenyra.
No prestó especial atención a los niños, su atención estaba fija en el heredero de Driftmark. Detestaba que Lucerys pareciera estar tan tranquilo, sin inmutarse de Aemond. ¿Cómo se atreve? Se muerde la parte interna de su mejilla, toma su copa para darle un largo trago.
—Agradezco la presencia de todos —habló Viserys—. Estoy muy feliz de tenerlos a todos nuevamente reunidos, espero que podamos tener más momentos como este.
Rhaenyra sonrió de par en par, alcanzando la mano de su padre para acariciarla con cariño.
—Gracias por la invitación, padre. Estamos contentos de regresar.
Pronto se encuentran degustando la comida, hay conversaciones independientes llevándose acabo en la mesa, comparten sonrisas.
Aemond apenas y prueba bocado, por primera vez prefiere beber. Escucha como su madre conversa con Daeron, Heleana comparte risas con Viserys, no sabe de qué están hablando, a se derecha observa a Jacaerys charlar con Joffrey, que también se encarga de ayudar al niño sentado junto a él, Rhaenyra conversa con Lucerys, quien al igual que su hermano, se encarga de atender al otro niño de cabellos plateados.
Puede que observe por demasiado tiempo a estos últimos, el niño junto a Lucerys voltea a verlo con curiosidad y pronto parece cohibirse con su mirada. Le hace señas a su hermano, quien no demora en inclinarse hacia él para escuchar lo que quiere decirle. Aquello no pasa desapercibido para la princesa heredera, que mira de reojo a Aemond.
Mientras el infante le habla a Lucerys al oído, este ultimo se encuentra mirando a Aemond. Los ojos verdes de Lucerys están fijos sobre él, sin titubear y sin un rastro de temor al verlo.
La incomodidad comienza a fluir en su cuerpo, desvía la mirada a cualquier otra cosa, fija su atención en su copa de vino. Comienza a pensar que fue una mala idea presentarse en el banquete, ¿Qué esperaba que sucediera? Creyó que su presencia causaría incomodidad entre los invitados, pero las cosas no dieron un giro inesperado.
Escuchar la risa de Lucerys le provoca escalofríos. El aire se vuelve pesado a su alrededor, una opresión se extiende por su pecho.
Aemond…
Vuelve a mirar en dirección a Lucerys, este sonríe con diversión.
Aemond.
Intenta alcanzar nuevamente su copa, accidentalmente la empuja y termina derramándose en la mesa.
—¿Aemond?
Alza la cabeza, debido al sitio donde está sentado, rápidamente se encuentra la mirada de su madre, parece preocupada. Ella no es la que llama, pronto se encuentra con los ojos de Rhaenyra, sí, ella es la que lo llama. Aemond no puede deducir que es lo que su media hermana piensa. ¿Preocupación? ¿Lastima? Ah, esa última opción le parece la respuesta correcta en su cabeza.
Una mano se posa sobre la suya, Aegon parece preocupado.
—Hermano, tranquilízate —le dice—. Tu aroma está en todas partes.
Se da cuenta.
Lo está haciendo otra vez.
El sonido de una silla siendo arrastrada por el suelo capta su atención, Lucerys se ha puesto de pie de forma abrupta; con su mano cubre su nariz y su ceño está profundamente fruncido, no hay más risas.
—¿Lucerys? ¿Qué…?
—Lo lamento madre, tengo que retirarme.
—Pero, hijo…
—No soporto este olor —dice entre dientes.
Aemond no entiende el motivo, pero esa última oración fue como recibir una apuñalada en el estómago. Inmediatamente se encuentra imitando a Lucerys, se pone de pie bruscamente, provocando que la silla caiga a sus espaldas. Su pecho sube y baja a un ritmo desenfrenado, observa a todos.
—Aemond.
No dice nada, esquiva la silla dando una zancada y pronto se encuentra saliendo del comedor. Escucha que los guardias lo llaman, más no se detiene, camina de forma apresurada por los pasillos hasta llegar a las escaleras; necesitaba ir a su habitación, no desea ver a nadie y no quiere que nadie lo huela.
Sabe que su aroma muestra como se siente, no quiere que nadie se entere de la profunda tristeza que crece en su interior y de la enorme vergüenza que siente que va a consumirlo por completo.
Está a mitad de las escaleras cuando alguien tira de su brazo, definitivamente no esperaba encontrarse con los ojos verdes de Lucerys, mirándolo con intensidad.
—Aemond.
Lucerys huele a hierbabuena, acompañado de un sutil aroma a romero.
Se libera del agarre de forma brusca, trastabillando con los escalones. ¿Por qué lo ha seguido? ¿Qué es lo que quiere? ¿Quiere seguir humillándolo? El enojo se hace presente, crece y crece hasta que los otros sentimientos que lo atormentaban se vuelven nada. No piensa huir, no de él. Baja un par de escalones, acercándose lo más que podía al Velaryon sin tocarlo.
—No te atrevas a tocarme —gruñe cerca de su rostro.
—Perdón —exclama, levantando sus manos en señal de rendición, da un paso hacia atrás—. Lamento si te ofendí, regresa conmigo al comedor…
—No pienso ir a ningún lado contigo. Regresa a terminar tu cena en paz, lord Strong, no voy a atormentarle más con mi presencia.
El príncipe Targaryen nota como el heredero de Driftmark aprieta la mandíbula con fuerza, es capaz de escuchar como sus dientes crujen, su semblante amigable ha cambiado por completo. Está vez es él quien se acerca a Aemond.
—Repite eso.
Aemond suelta una risa cínica, el aroma a alfa molesto llega a su nariz, pero no titubea. Entrecierra su mirada, reclinando su cuerpo hacia el ajeno. Estando un escalón arriba es capaz de superar en estatura al alfa, aunque no por mucho.
—¿Lo he ofendido acaso…? —sus respiraciones se mezclan, están a escasos centímetros de distancia—. Lord Strong.
El siguiente movimiento de Lucerys toma por sorpresa a Aemond; una mano presiona con fuerza su cuello y lo empuja contra la pared de las escaleras, el golpe contra la dura pared de piedra le arranca el aire de los pulmones.
Apresura sus manos para tomar el brazo de su sobrino, intentando apartarlo; no podía respirar.
—Vuelve a llamarme así —le gruñe contra el rostro, su mano se cierra alrededor de la garganta de su tío con fuerza—, te reto a hacerlo, estoy ansioso por arrancarte la puta lengua.
Aemond forcejea con el Lucerys, siente como una lagrima se escapa de su ojo, la desesperación se apodera de él. Su vista se pone borrosa, deja caer sus brazos a los costados.
—¡Lucerys!
El príncipe se distrae, voltea al pie de las escaleras casi de inmediato, Rhaenyra está ahí; afloja el agarre en Aemond, más no lo suelta. El omega aprovecha la distracción del alfa, hace un veloz movimiento de manos, tomando la daga que tiene en el cinturón y pronto se encuentra atacando al alfa.
Para su desgracia, Lucerys tiene buena reflejos. Lo suelta y se aparta, tropezando hacia atrás. La daga apenas le roza la mejilla al bastardo Strong.
Aemond está temblando de pies a cabeza, observa como Rhaenyra sube las escaleras lo más rápido que puede, mira nuevamente a Lucerys, su mano presiona el corte en su mejilla, la sangre comienza a escurrir por su brazo, tiñendo sus prendas azules.
—Vuelve a ponerme una mano encima y te prometo que la próxima vez te arrancaré el maldito ojo.
Cuando Rhaenyra está a la altura de Lucerys, el príncipe tuerto ha terminado de subir las escaleras, girando hacia el pasillo de sus habitaciones.
Notes:
Tenía pensado otra clase de interacción entre Aemond y Lucerys, pero me satisface mucho este resultado.
Para aclarar, el aroma de alfa de Luke asemeja la hieba, mientras que el aroma de Aemond se asemeja al mar, de ahí el título, por si no es obvio jaja.
Chapter 4: El deber
Notes:
El capítulo es algo corto, necesito darles sufciente contexto de varias situaciones que se darán eventualmente, así que hay demasiados cortes y saltos de escenas, espero que se vuelvan menores conforme avance la historia.
¡Saludos!
Chapter Text
Soltó una queja cuando el maestre tocó el corte de su mejilla con un poco de algodón, sea lo que esté utilizando para limpiar la herida, le ardía demasiado ante el contacto; frunció el ceño en dirección al hombre que lo atendía. No importa que tan mal lo mirara, el hombre no parecía inmutarse.
Su madre caminaba por la habitación de un lado a otro, Jacaerys y Joffrey se mantenían en silencio, escuchando a su madre balbucear un montón de cosas que son incapaces de entender. Cuando el maestre terminó con su trabajo, este comenzó a guardar sus cosas, Rhaenyra se acercó.
—¿Está bien? ¿No necesita que cosan la herida?
—No fue un corte profundo, princesa —respondió el maestre—. Quizás deje una marca, una muy sutil, nada de que preocuparse.
La princesa suspiró, llevando una mano al pecho, en busca de obtener la calma que tanto necesita. Agradece las atenciones del maestre, despidiéndose de él. Se mantiene en silencio, esperando pacientemente a quedarse a solas con sus hijos, en el instante que la puerta se cierra, Rhaenyra se acerca a Lucerys.
—¿En qué estabas pensando? ¿Para eso fuiste tras de Aemond?
—Fui cortés con mi tío.
—¿Cortés? Estabas tomando a Aemond por el cuello, ¿en qué parte del mundo eso es ser cortés, Lucerys?
El príncipe chasquea la lengua, apartando los ojos de su madre, no desea ver esa mirada decepcionada, no de ella. ¿Lo iba a reprender por haber amenazado a Aemond? No le importa, no siente si el más mínimo remordimiento por lo que hizo.
Rhaenyra sintió molestia ante la actitud de su hijo, se atrevió a presionar la herida de Lucerys con su pulgar, arrancándole un siseo. Se apartó enseguida del tacto de su madre, mirándola con el ceño fruncido. Ella podría ser dulce con sus hijos, pero no duda en cambiar su actitud a una más severa cuando estos necesitan una reprimenda.
—Una sola cosa les pedí —comenzó, mira fijamente a Luke—, que fueran amables con sus tíos, que no se metieran en problemas —terminó su oración, dando media vuelta para mirar a sus otros dos hijos.
—No seré amable con quien no lo merece.
—Luke.
—Él me insultó, madre —se puso de pie, alejándose de Rhaenyra—. Intenté ser amable, en verdad lo intenté, me disculpé y le pedí que me acompañara de regreso al comedor, y él me insultó.
—Todos sabíamos que podríamos esperar al regresar, sabíamos que no todos serian amables. No debiste dejar que te provocara. ¿Qué hubiera pasado si no llegaba?
El heredero de Driftmark bufó, desesperado por las palabras de su madre.
—Le habría cortado la lengua.
—O él te hubiera quitado un ojo —respondió—. Aemond puede ser un omega, pero está claro que no es uno indefenso.
No quiere escuchar más de lo mismo, él ni siquiera deseaba estar ahí, estaría mucho mejor en Driftmark, navegando hacia cualquier otro sitio o volando con Arrax junto a Meleys y su abuela. No en King’s Landing, donde todos lo llaman bastardo a sus espaldas.
Está seguro de que Rhaenyra querrá continuar con esa conversación, así que decide salir de lo más pronto posible, solo quiere llegar a su habitación y dormir muchas horas. Su madre lo llama repetidas veces, dice su nombre y alza su voz, pero Lucerys no se detiene. Ha tenido suficiente por esa noche.
Su primer día en la capital fue un total desastre, no hay otro modo para describirlo. Se siente agotada, no puede creer todo lo que ocurrió en un solo día, ¿qué le espera el resto de su estadía? Hay tantas complicaciones… Siente arrepentimiento por no esperar a Daemon, él sería de gran apoyo. Sin embargo, Rhaenyra se precipitó en llegar a King’s Landing, todo porque la carta de su padre reflejaba preocupación.
¿Hubiera esperado todo lo que Alicent le dijo? No, por supuesto que no. En realidad, le es difícil creer en sus palabras, por eso mismo ha decidido que antes de actuar, debe investigar a fondo la situación. Habló con sus más leales doncellas, pidiéndoles encarecidamente que la apoyaran en eso, ellas sabían cómo ser discretas y conocían métodos para obtener la información que la princesa necesitaba.
Su segundo día no fue más relajante que el anterior, tenía asuntos pendientes que tratar con Alicent, para ser más precisa, necesitaba hablar con la reina respecto a Lucerys y Aemond, quería prevenir cualquier incidente que involucre a ambos jóvenes.
Luego de tomar su desayuno, dejó a sus hijos menores bajo el cuidado de las nodrizas y se dirigió a los aposentos de la reina, en compañía de Ser Erryk. El trayecto no fue demorado, más pronto que tarde se encontró frente a las puertas de los aposentos de la reina, que era custodiado por Ser Criston Cole, siempre firme y leal a Alicent Hightower.
El caballero se notaba tenso ante la presencia de Rhaenyra, sin embargo, se esforzó en sostenerle la mirada a la princesa.
—Ser Criston.
—Princesa.
No comparten más palabras, a ambos les cuesta asimilar que antes Cole era leal a Rhaenyra, siguiéndola y protegiéndola a donde la princesa fuera. Tiempo pasado.
El guardia real se inclina de forma breve, para proceder a abrir las pesadas puertas y permitirle el paso, anunció la llega de Rhaenyra con una voz monótona. Luego de su anuncio, se retiró de forma inmediata, cerrando las puertas detrás suyo.
Alicent se encuentra sola en sus aposentos, sostiene entre sus manos aguja e hilo, está concentrada realizando algunos bordados. Ante el anuncio de la llegada de Rhaenyra, la miró con curiosidad, no esperaba una visita tan temprana. Se puso de pie, dejando su bordado sobre una mesa baja frente a ella.
—Rhaenyra —alcanzó a la princesa, mirándola con curiosidad—. ¿A qué debo tu visita? Es algo temprano.
—Lo sé, lamento si interrumpo tu descanso, temo que es un asunto importante.
Alicent ha tomado las manos de Rhaenyra entre las suyas, como lo hacia con tanta recurrencia hace varios años. El contacto no dura mucho, Alicent se vuelve consciente de lo que hace y opta por soltar inmediatamente a la princesa; lleva sus manos a la falda del vestido, alisando la tela con nerviosismo.
—No interrumpes, ven. Sentémonos.
Tomaron asiento una frente a la otra, ambas intentaban actuar con naturalidad.
—¿Cuál es el asunto?
—Se trata de nuestros hijos —no desea divagar, era un asunto del cual debía encontrarse una pronta solución—. De Aemond y Lucerys, para ser más precisa. ¿Te enteraste de su… encuentro?
La reina soltó un suspiro, pellizcando sus dedos ante el recuerdo de la conversación con su hijo.
—Mi hermano me informó de la actitud despectiva de Aemond hacia tus hijos, cuando se encontraron en el patio por la tarde.
—Espera, ¿por la tarde? Yo me refería a su altercado durante la cena.
La pelirroja frunció el ceño, nadie la había dicho nada acerca de ello.
—¿Qué sucedió?
—Encontré a Lucerys amenazando a Aemond, según tengo entendido, Aemond insultó a Lucerys de algún modo, lo que los llevó a una discusión que por poco y escala a una tragedia. ¿Qué ocurrió en los patios?
Alicent comienza a explicarle con detalle lo ocurrido, Gwayne había sido bastante especifico cuando le contó lo ocurrido. Y una vez contó lo que había escuchado, Rhaenyra procedió a explicar lo que ella sabía, respecto al incidente de la cena.
Ambas mujeres están preocupadas por sus hijos, está claro que no pueden esperar que se lleven bien de un momento a otro, sus hijos tienen un historial trágico. Pedirle a alguno de los dos se comporte de manera decente con el otro era imposible a estas alturas. Es claro que ambos mantienen un resentimiento por el otro; no es culpa de sus hijos, sino de ellas mismas por nunca encontrar una solución adecuada, por no buscar la reconciliación de ambas partes.
Rhaenyra sintió incomodidad ante lo siguiente que Alicent sugirió.
—Aemond quiere una disculpa, Rhaenyra. Está… resentido por el incidente del ojo, quiere que Lucerys se disculpe por lo que hizo.
—Estás pidiendo demasiado —negó, apoyando su espalda por completo sobre el respaldo del sillón.
—Rhaenyra…
—¿Por qué debería pedir una disculpa? Lucerys actuó en defensa de su hermano, lo sabemos perfectamente. En todo caso, Aemond también debe disculparse por intentar asesinar a mi hijo.
—Sé que mi hijo no obró bien. Eran niños, niños envenenados por nuestros propios altercados, ¿no estás de acuerdo?
La princesa guarda silencio por un momento, sus ojos observan atentamente a Alicent. Está de acuerdo con sus palabras, pero si bien sus hijos no eran del todo culpables, le resultaba difícil imaginarse a Lucerys ofreciéndole una disculpa a Aemond, y mucho menos es capaz de imaginar a Aemond disculpándose con Lucerys. Todo ese asunto es bastante complicado.
—Lo mejor sería mantener a Luke y Aemond lo más lejos posible. No es necesario que convivan, aún si viven en el mismo sitio.
La reina suspiró, asintiendo ante las palabras de Rhaenyra, sabía que no sería fácil conseguir lo que su hijo pedía, ambos bandos son demasiado orgullosos como para ofrecer una disculpa que creen que el otro no se merece. Lo intentó, y espera que eso sea suficiente para los dioses, por ahora.
—Le pediré a Ser Criston que asigne a un guardia para cuidar de Aemond, así evitaremos conflictos con Lucerys. ¿Alguna otra cosa de la cual quieras hablar?
—Es todo, gracias por recibirme, mi reina.
—Solo Alicent, Rhaenyra.
Lo primero que vio cuando despertó, fue el gran libro que Aegon había estado leyendo el día anterior en el jardín, donde lo dejó olvidado cuando se retiró en compañía de su guardia. Lo hojeó ante de ir a dormir, recordando cuando lo leyó hace un par de años; las antiguas historias del norte le parecían fascinantes. Tan antiguas y llenas de fantasía, Jacaerys disfrutaba de esas lecturas.
Tomó un desayuno ligero, puesto que no acostumbraba de tomar grandes comidas por las mañanas, prefería abrirse el apetito luego de sus lecciones o de sus usuales entrenamientos, aunque esa mañana optó por tomarse un descanso de todo eso. Tenía nulas ganas de pararse casi toda su mañana a narrar textos en Valyrio, su lengua ancestral una de las pocas cosas que no disfruta practicar. Además, suele practicar cuando está en presencia de su madre, puesto que ella lo corrige cuando es necesario.
Solicito que se le preparara un baño, y también le pidió cortésmente a uno de sus sirvientes que se le informara dónde se encuentra el príncipe Aegon y si está desocupado para recibirlo. Desea entregarle el libro personalmente, tal vez así pueda conversar un rato con él.
Pasó cerca de una hora cuando se le informó que Aegon permanecía en un solar que ha estado destinado a sus lecciones omegas; donde suele bordar, leer o solo pasar el rato. Agradeció a su sirviente, tomando el ejemplar bajo su brazo y saliendo de su habitación.
Fue una caminata algo larga, sus aposentos no están precisamente cerca de las habitaciones reales. ¿Por qué no los han dejado quedarse en la misma torre que su madre? Era lo normal, después de todo son príncipes Targaryen. Se pregunta si esto es obra de la reina Alicent.
Supo que había llegado cuando visualizó a Ser Arryk custodiando la puerta, el hombre lo miró de reojo mientras se acercaba. Lo saludó una vez se encontraron cara a cara.
—Príncipe Jacaerys, ¿qué lo trae por aquí?
—Buen día, Ser Arryk. Me gustaría ver a mi tío, ayer dejó esto en los jardines y deseo entregárselo. ¿Está ocupado?
—El príncipe Aegon se encuentra bordando en compañía de sus doncellas.
—¿Puedo pasar?
El caballero dudó, Jacaerys pudo notarlo casi de inmediato; no le importa, sería insistente. No puede ser posible que no le permitan convivir con su tío, es consciente de que un omega y un alfa solteros no pueden estar a solas en una habitación, es mal visto. Pero Jacaerys no estaría a solas con Aegon, sus doncellas están adentro.
Es probable que Ser Arryk pensara algo similar, puesto que, a pesar de sus dudas, no demoró en dejar su puesto para abrir la puerta. El interior de la habitación está perfectamente iluminado, el ambiente que se respira es de total paz y armonía, las doncellas caminan por el sitio, guardando telas y otra sirve en una copa lo que parece ser un poco de agua, que es entregada a Aegon.
Aegon está sentado en un mullido sillón, con una mano sostiene un pequeño bastidor de madera, mientras que con la otra recibe la copa con un suave agradecimiento. No hay más gente, aunque Jacaerys esperaba encontrar con alguna dama de cuna noble haciéndole compañía a su tío.
Ser Arryk anuncia la llegada de Jacaerys, captando la atención de todos los presentes. El príncipe Aegon miró hacia la puerta, parecía sorprendido por la visita, se colocó de pie para reverenciarse ante el príncipe Velaryon.
—Sobrino —lo saludó, llevando ambas manos frente a su cuerpo—. No esperaba tu visita.
—Buenos días, tío. ¿Interrumpo algo?
—Para nada, adelante.
Jacaerys le sonrió, caminando hasta estar frente a frente; alcanzó la mano de Aegon para besar su dorso con delicadeza. Su sonrisa se ensanchó más al notar un ligero sonrojo aparecer en las mejillas de Aegon.
El omega aclaró su garganta, retirando la mano con un movimiento discreto. Dio un vistazo rápido en dirección a su guardia, quien observó la interacción en silencio antes de salir y cerrar la puerta.
—¿Qué te trae por aquí?
—Bueno… —levantó el pesado libro que sostiene bajo su brazo, mostrándoselo a Aegon—. Dejaste esto en los jardines, quería entregártelo.
—Oh… Lo había olvidado por completo —lo tomó de las manos de Jacaerys, acariciando el título con sus dedos—. Gracias, pero no era necesario que vinieras de manera personal a entregármelo, pudiste enviar a alguien —sus ojos se encontraron.
—Quería hacerlo —se apresuró a responder—. Además, no es como si tuviera mucho que hacer, ¿sabes?
Aegon le regaló una risa, cubriendo sus labios ante el comentario de Jacaerys. Se giró para mirar a una de sus doncellas, entregándole el libro para que se encargara de guardarlo, no tenía tantos ánimos como para continuar con esa tediosa lectura, es demasiado temprano. Al mirar nuevamente a Jacaerys, lo invitó a tomar asiento junto a él, ofreciéndole algo de beber y algunos de los postres que tiene a su disposición: galletas, pan dulce y un poco de fruta.
Se mantuvieron en silencio por unos momentos, Jacaerys se tomó el tiempo de observar toda la habitación con detenimiento; no es la recamara más grande de la fortaleza, más es lo bastante cómoda. Hay una mesa pequeña donde yacen algunos alimentos, un par de libreros repletos de libros y varios tocadores con cajones amplios. Las ventanas son enormes, dejando entrar toda esa luz natural que ilumina a la perfección cada rincón. Hay algunos cuadros interesantes colgados en las paredes y, para sorpresa de Jacaerys, una estrella de siete picos colgada del techo, justo en el centro.
Sus ojos se fijaron en el bastidor de madera sobre el sillón, lo levantó para poder observarlo con detenimiento. Hilos dorados se fundían con el verde de la tela, intentó encontrarle forma, más se le hizo imposible.
—¿Qué es?
Aegon, quien miraba con atención las acciones del príncipe, jugó con sus manos sobre su regazo.
—Aún estoy empezando —explicó, tomó el bastidor de las manos del alfa, sacando la tela para estirarla y poder mostrar de forma correcta lo que estado haciendo—. Es Sunfyre.
Jacaerys ladeó la cabeza, la tela tenía algunas piedras perfectamente bordadas, todos los detalles eran en preciosas tonalidades de dorado, destacando en su máximo esplendor sobre la tela oscura. Lo veía, la cabeza de Sunfyre y el comienzo de sus alas. Hace mucho que no ve al dragón de su tío, se pregunta como se verá actualmente; espera poder averiguarlo pronto.
Le sonrió a Aegon, acariciando la superficie irregular con sumo cuidado.
—Wow, es un trabajo genial, Aegon.
—Gracias, deberías ver los trabajos de Heleana, ella es mucho mejor que yo.
—¿Tienes más de estos? Me encantaría verlos.
Los ojos de Aegon parecieron iluminarse por un momento y una hermosa sonrisa se plasmó en su rostro, haciendo saltar el corazón de Jacaerys por un instante. El príncipe Targaryen se puso de pie, caminando con velocidad hacia las cajoneras; las doncellas se apresuraron en ayudarlo, llevando consigo montones de telas, en su mayoría eran jubones y un par de capas, Jacaerys podía distinguir prendas que se asemejaban a la ropa de entrenamiento que Aemond ocupó anoche y un par de camisones de finas telas transparentes, con bonitos detalles en suaves colores pastel.
El omega explicó algunos detalles, mostrando desde la primer prenda en la que trabajó hasta la más reciente, y el alfa escuchó cada palabra que salía de su boca. Era como oír a sus hermanos pequeños hablar de sus juguetes.
Pronto, Jacaerys centró su atención en una prenda de cuero café, poco vista en tierras sureñas; reconoció el escudo de la casa Stark, un lobo huargo. Encaró una ceja, le parecía extraño que esto estuviera entre los trabajos de Aegon, la curiosidad le ganó, por lo que terminó tomando la prenda en sus manos. Eran dos piezas de cuero cruzadas que sostenían un capa bastante gruesa, algo típico del norte.
Se dispuso a preguntar por la prenda, más Aegon se apresuró a tomarla de las manos de Jacaerys.
—Ah, esto… no debería estar aquí —murmuró, parecería bastante nervioso. Dobló con torpeza la capa, dejándola sobre su regazo—. Intenté, eh, hacer algo nuevo. Ni siquiera sé si lo hice bien, me basé en la descripción de algunos libros.
—Déjame decirte que es bastante certero. Haces trabajos muy bonitos, Aegon, se nota la dedicación que pones en esto.
—Gracias, quizás pueda hacer algo para ti.
—Me encantaría usar cualquier cosa que tú hagas.
Pasando el medio día, Rhaenyra fue llamada por el rey a sus aposentos; no le pareció extraño que su padre quisiera reunirse con ella, al fin de cuentas no han tenido ni un solo momento para ponerse al día de forma correcta, está segura de que su padre querrá preguntar sobre todos esos años que han estado separados, además de preguntar por Daemon y su clara ausencia.
Los guardias anunciaron su llegada a los aposentos del rey, Viserys estaba siendo atendido por algunos maestres, limpiando sus heridas más recientes y tratándolas con ungüentos para disminuir sus molestias. Después de tanto tiempo, a Rhaenyra aún se le revuelve el estómago cada que presencia aquello, el deterioro físico y mental de su padre es tan evidente. Siente una increíble lastima por él, jamás creyó que su padre terminaría viéndose de esta manera.
A pesar de su aspecto y del dolor indescriptible por el que el rey está pasando, este le sonríe a su hija cuando se reverencia ante él. Deja que los maestres terminen con su labor, aprovechando su presencia para pedirles que lo ayuden a sentarse correctamente en una de las sillas más cercanas. Una vez que se encontró sentado, invitó a Rhaenyra a sentarse frente suyo.
El gran maestre Orwyle se acercó su rey, sosteniendo un vaso entre las manos, ofreciéndole el contenido con un ademán silencioso. Viserys negó con la cabeza, sonriéndole al hombre.
—Después, Orwyle —dio un vistazo a los demás hombres, despidiéndose de ellos con un breve asentimiento de cabeza—. Muchas gracias, maestres.
Tras una reverencia, los súbditos del rey salieron de los aposentos, dejando a padre e hija en total privacidad.
—¿Qué te ha ofrecido el maestre?
—Ah… Leche de amapola, para estos dolores —había un deje de broma en su voz, que se apagó con una ligera mueca de incomodidad.
—¿Duele mucho? Quizás deberías tomar un poco… —Rhaenyra hizo un amago de ponerse de pie, con toda la intención de ir por el maestre, más Viserys la detuvo.
—No, hija mía, está bien. Me gustaría estar totalmente cuerdo para hablar contigo.
Rhaenyra frunció un poco el entrecejo, sentándose de forma correcta frente a su padre.
—Suena importante.
—Lo es, querida niña, pero no debes preocuparte.
Hubo un breve silencio, la princesa se sentía bastante tensa en esa habitación, donde únicamente era capaz de escuchar las respiraciones de Viserys, pesadas y lentas, era la respiración más tortuosa que Rhaenyra a escuchado. Parece tan cansado, como si en cualquier momento fuera a ser el último respiro de Viserys y eso la ponía demasiado ansiosa.
El rey se tomó su tiempo antes de volver a mencionar palabra.
—Como te has dado cuenta…, mi salud no ha mejorado en absoluto desde la última vez que nos vimos. Es claro que esta enfermedad me ha consumido con el paso de los años y no se detendrá hasta llevarse mi último respiro, querida. No soy capaz de sobrellevar los días sin tomar todos esos brebajes para aminorar el dolor —la sonrisa que se plasma en el demacrado rostro del rey no inspira alegría, todo lo contrario—. Justo ahora se me dificulta hablar contigo.
—Entonces se breve, padre —exclamó la princesa, levantándose de su asiento para arrodillarse frente a él, tomando su mano—. No me gusta verte sufrir.
—Lo sé, pero necesito ser claro con todo esto, no puede quedar duda alguna de lo que voy a decirte —respira profundo, cerrando su único ojo sano—. Gracias a esta… enfermedad, he descuidado mis deberes como rey de los Siete Reinos, no es un secreto que Otto Hightower se ha encargado de gobernar en mi nombre. Y he descuidado algo aún más importante: a mi familia.
» Temo que he sido un terrible esposo y un padre aún peor, mis decisiones o falta de estás, han llevado a mis hijos a un profundo sufrimiento. De no ser por tu hermana, Heleana, no hubiera abierto los ojos. Han llegado a mis oídos rumores sobre lo que está ocurriendo bajo mis narices, puede que únicamente se trate de eso, de rumores, sin embargo, son tan… escandalosos, que no estaré en paz hasta encontrar una solución para todos los tormentos que hay sobre mi familia…
Estuvo atenta a cada palabra que salía de los labios agrietados de su padre, todo lo que decía, no recordaba la última vez que su padre le pareció tan lucido y serio. Su voz enronquecía a medida que hablaba, tosió un poco, por lo que Rhaenyra no dudó en ponerse de pie para servirle agua y entregársela.
Bebió lentamente con ayuda de su hija.
—Gracias —susurró, aclarando su garganta—. Hija, por más que desee volver a sentarme en el trono, es claro que no estoy en condiciones para hacerlo, tarde o temprano deberé volver a tomar los brebajes, hasta que el extraño me lleve consigo y creo que eso será pronto.
» Necesito tu ayuda, Rhaenyra. Necesito que vuelvas a tomar tu lugar en el consejo, los miembros deberán ponerte al día sobre todo lo que ha sucedido en estos años, eso tomará tiempo, pero no demasiado, un par de meses bastarán para que estés al día. Te preparaste toda tu vida para esto y es tiempo de que cumplas con tu deber.
Rhaenyra se humedeció los labios, siente los nervios a flor de piel y unos escalofríos recorrerla de pies a cabeza, una reacción anticipada a lo que Viserys está por decir.
—¿Te refieres a…?
—Como la reina de los siete reinos.
Chapter 5: Lectura para niños
Notes:
Un poco de Joffrey y Daeron, y un bebé un tanto escurridizo.
Chapter Text
Rhaenyra se sintió como una niña perdida, un sentimiento similar al que tuvo los meses posteriores al fallecimiento de su madre. Han pasado algunas horas desde la conversación con Viserys, aún está asimilando las palabras de su padre. De todo lo que podía pedirle, ¿en serio está pidiendo que tome su lugar antes de tiempo? No es que ella no quiera el trono, ha tenido tiempo suficiente para mentalizarse, está perfectamente preparada para ascender al trono, pero sería cuando su padre fuera llevado por el extraño, no antes.
Ahora, Viserys ha planeado que Rhaenyra se vuelva la Reina, mientras él aún vive.
Ella entiende la delicadeza de ese asunto, pero sobre todas las cosas, comprende la preocupación que vio en Alicent durante su encuentro en los jardines.
Hay demasiadas cosas que debe hacer, demasiados asuntos que necesitan su atención, pero sabe que no podrá lidiar con todo ella sola; necesita la presencia de Daemon, ahora más que nunca. En momentos como ese, maldice el simple que su esposo tuviera asuntos que arreglar en otra parte. Si bien podría recurrir a sus hijos, en busca de ayuda, no lo cree correcto, eran asuntos delicados, que no podían ser divulgados con tanta ligereza, entre menos gente supiera, mejor sería; no correrá el riesgo de que Otto Hightower se entere de lo que está pasando a sus espaldas. Optó por la discreción de sus doncellas, Elinda sabía cómo conseguir información y pasar desapercibida.
Se resguardó en la soledad de sus habitaciones, aprovechando la ausencia de todos sus hijos, dedicó un momento a escribir un mensaje de Daemon. Mensaje que se encargaría de enviar a Driftmark, puesto que el príncipe se encuentra en charlas importantes con lord Velaryon y la princesa Rhaenys; el asunto de sucesión de Lucerys ha estado en la mesa desde hace un par de años, los lores de Driftmark temen un levantamiento en armas de parte de Vaemond Velaryon, quien ha mostrado su descontento con el hecho de que su casa quede en manos de Lucerys.
Ha dicho que no soy un Velaryon, fueron las palabras que su hijo repitió cuando lo tuvo devuelta en el Dragonstone, hace no muchos días. Palabras que antes causaban revuelo en Lucerys, cuando era solo un niño, fácil de influenciar por los rumores que se susurran en cada rincón de los Siete Reinos.
Otro asunto delicado que Rhaenyra debe resolver lo antes posible, o en dado caso, prevenir. Espera que Daemon sea capaz de encontrar una solución a ello, así podrán concentrarse en lo que sucede en la fortaleza justo ahora.
Cuando terminó con la carta, se encaminó hasta las habitaciones del maestre, podía confiar en la discreción de Orwyle para llevar a cabo la tarea, pero prefería cerciorarse ella misma que no hubiera interrupciones o inconvenientes que involucren a Lord Mano. La caminata fue silenciosa, encontrándose con algunas personas de la corte de su padre, no todos se mostraron tan corteses al saludarla, está más que claro que la corte está atestada de partidarios de Otto Hightower.
Bien, tenía mucho trabajo por hacer.
Había pensado los últimos meses en Dragonstone discutiendo con Daemon, comenzó a tener algunos roces con su padrastro, este decía que su repentino cambio de ánimos y constantes discusiones que tienen es debido a su edad y, sobre todo, a la próxima presentación de su subgénero. Y cada que Daemon menciona esos dos detalles, suelen estar en la playa en sus arduos y tediosos entrenamientos, Joffrey opta por mandarlo al diablo mientras lo atacaba con las espadas de práctica.
Y puede que Daemon tenga mucha razón, pero en definitiva no se la dará en voz alta.
Cuando se enteró del regreso a Kings Landing, sintió una gran emoción, pero lo que más le pareció interesante era la ausencia de Daemon, le pareció atractiva la idea de no estar bajo la mirada vigilante del príncipe, quien los tiene a él y a sus hermanos en constante asedio.
Aún así, sin Daemon presente en la capital, Joffrey era el único de sus hermanos interesados en continuar con sus practicas con la espada. Con o sin su padrastro, Joffrey estaba dispuesto a continuar con su actividad favorita.
También sentía la emoción de estar en Kings Landing, puede que haya nacido ahí, pero ha pasado casi toda su vida en Dragonstone, así que era fácil para él estar fascinado con cada mínimo detalle.
Los primeros días se la pasó dando vueltas por la fortaleza, conociendo cada rincón al cual tenía permitido entrar, sentía intriga por la Torre de la Mano, debido a que notó que existe demasiada seguridad en está, mucho más que en la torre donde reside la familia real. También ha escuchado sobre los pasadizos secretos, esto cortesía de Daemon, quien lo mencionó en alguna ocasión antes de una cena en Dragonstone.
Todavía no da con ellos, pero espera hacerlo pronto.
Recién salía de un desayuno con su madre y hermanos, intentó convencer a Lucerys de acompañarlo a entrenar, pero su hermano aún parecía molesto por la reprimenda que recibió por su falta de escrúpulos, por lo que ha optado por hacer cosas por su cuenta, como salir a volar en solitario con Arrax. Y Jacaerys se la pasaba metido en los libros, o al menos eso decía, puesto que Joffrey lo ha visto visitando a su tío Aegon un par de veces.
Llegó a los patios, escuchando a algunos caballeros entrenar arduamente. Bien, eso era lo que le interesaba. Se centró el una cabellera corta y plateada, reconoció algunos de los movimientos, puesto que los vio anteriormente, cuando recién había llegado a la capital. Sonrió de par en par, apresurando su paso para acercarse y poder observar mejor el entrenamiento de Daeron.
Ser Gwayne empuñaba su espada, enfrentando al príncipe Daeron con gracia, intentando llevarlo al límite. Ambos se veían frescos, dando a notar que recién comenzaban el entrenamiento. Aún estando concentrado en el entrenamiento, Joffrey no estaba absorto de las miradas sobre su persona, los guardias lo miraban con intensidad, escuchaba murmullos de varios, pero prefería ignorar todo lo que captaban sus oídos.
La espada de Gwayne chocó con el pecho de Daeron, que por supuesto que portaba con la pechera de una armadura. Un gruñido abandonó los labios de Daeron, quien dejó caer su espada en el instante que el metal chocó entre sí. Por otra parte, Gwayne suspiró, apartando la espada y pasando una mano sobre su cabello.
—Estás distraído.
—No es verdad.
—¿Diciendo mentiras tan temprano? No llevamos ni una semana aquí.
—Es la pechera, me está molestando —gruñó—. Hay demasiado calor.
—Querías entrenar con armas de verdad, debes ocupar una armadura para eso. Tu madre me mataría si te hago un rasguño mientras entrenamos.
Daeron giró los ojos, apartando la mirada de su tío inmediatamente después. Eso ocasionó que sus miradas se cruzaran; se encontró con los ojos atentos de Joffrey, que además de todo sonreía con entusiasmo. No pasó desapercibido para Gwayne, quien también miró en esa dirección.
Al ser notado, el príncipe los saludó desde la distancia.
—Príncipe Joffrey.
—Buen día, ser Gwayne, tío Daeron. ¿Van empezando?
—Así es, príncipe. ¿Viene a entrenar?
—¡Sí! —se acercó rápidamente, llevaba puesta su jubón para entrenar—. Me gustaría entrenar con ustedes, ¿puedo?
Gwayne miró con cierta duda al chico, no muy seguro de aceptar aquella petición. Recordaba perfectamente el entusiasmo que mostró el día que llegaron, esperanzado con la idea de entrenar con Daeron. No le agradaba del todo esa idea, conociendo el historial de sus hermanos con sus otros sobrinos, solo puede esperar lo peor y Gwayne ha cridado a Daeron como si fuera su hijo, por lo que pensar en las probabilidades de que las cosas se salgan de control no le agradan en lo más mínimo.
—Eh, no lo sé, príncipe…
—Por favor. Suelo entrenar con mi padrastro, pero temo que no sé cuando llegará a la capital.
—¿El príncipe Daemon?
—Sí.
El rostro de Gwayne cambió por unos instantes, recordando el torneo hace ya varios años, Aegon ni siquiera había nacido en aquel entonces. No puede mentir, aún tiene la espinita de la derrota metida en su cabeza, tenía cicatrices de ese día.
Este cachorro que tiene frente a él es el pupilo de Daemon Targaryen, mientras que Daeron es suyo, lo ha entrenado a su semejanza. Sería un enfrentamiento interesante.
—Bien, te enfrentarás a Daeron.
El príncipe Targaryen frunció al ceño, mirando a su tío con sorpresa.
—¿Qué?
—¡Genial, gracias!
—Vayan con las espadas de entrenamiento —exclamó, dándole una palmada en el hombro a su sobrino. Daeron parecía querer protestar al respecto, tenía una mueca graciosa en los labios—. Anda, quítate la pechera.
—Pero…
—Escucha —habló en voz baja, tomando por los hombros a su sobrino—, quiero que le des una paliza al hijo de Daemon. ¡Rápido, anda!
—Él no es…
—Lo crió desde pequeño, para mí es más hijo del príncipe canalla que de cualquier otro alfa. Ahora, ve y dale una paliza.
Daeron no pudo hacer más que lanzar un quejido alto, mientras se quitaba la pechera y corría hacia las armas de entrenamiento, no podía creer lo que Gwayne le pedía que hiciera. Todo por un viejo golpe en su ego, los alfas son realmente frágiles en ese sentido. Le dio un vistazo a su sobrino, quien había elegido entre las espadas de entrenamiento y sonreía como un niño pequeño, miró hacia él, dedicándole esa sonrisa.
Alzó las cejas ante ese gesto, cosa que solo hizo que el príncipe Velaryon soltara una leve risa, que se apresuró a regresar al centro del patio, parándose cerca de Gwayne. Bien, debía resignarse.
Regresó al centro, mirando de reojo a Gwayne, para después centrar su atención en Joffrey, sostenía la espada con ambas manos, con una excelente postura. Joffrey tenía una sonrisa socarrona en los labios e hizo un gesto con las cejas, provocándole una mueca. Tomó una mejor postura, preparándose para lo que avecinaba; asintió hacia Gwayne, dando a entender que podían iniciar.
—Enfrentamiento amistoso, muchachos —habló Gwayne, tenía una sonrisa plasmada en los labios—. ¡Adelante!
Comenzaron a moverse uno frente al otro, ambos levantaron sus espadas en defensa, mirándose fijamente. El primero en atacar fue Joffrey, quien dio un veloz paso al frente, blandiendo la espada en dirección a Daeron, provocando que este se aferrara con más fuerza a su espada, usando gran parte de su peso para empujar contra su sobrino. Las espadas descendieron, Joffrey dio un paso hacia atrás por el empuje que ejerció Daeron, quien tomó provecho de ello para alzar su espada en ataque, arremetiendo con fuerza.
Retrocedió, tomando distancia del Velaryon para caminar a su alrededor, Joffrey no apartaba su atención en ningún momento; le mostró una sonrisa, con todos sus dientes, jugó un poco con su espada, moviéndola de un lado a otro.
Tenía una forma sucia de moverse, nada parecido a la manera en la que a Daeron le habían mostrado como pelear.
—Vamos, tío —exclamó—. Muéstrame como peleaste contra el tío Aemond.
—No estás al nivel de Aemond.
—Tampoco tú.
Frunció el ceño profundamente, soltando un gruñido grave, al mismo tiempo que se lanzaba contra Joffrey.
Recibió el ataque con una estruendosa risa, el ruido de las espadas de madera llenaba el patio, al igual que los jadeos de ambos; Joffrey sonreía de forma socarrona, colmando la paciencia de Daeron.
—No dejes que te provoque —la voz de Gwayne resonó en los oídos de Daeron, ocasionándole dolor de cabeza.
De un momento a otro, Joffrey hizo un movimiento sucio, provocando que Daeron tropezara con uno de sus pies, haciéndolo caer de espaldas al suelo, el impacto le arrancó el aire de los pulmones, cerró los ojos con fuerza. Soltó un quejido, rodando para quedar de costado.
Joffrey lo miró desde arriba, aproximándose bastante a Daeron, ladeó un poco la cabeza y jugando con su espada, otra vez. La hizo girar con una sola mano de forma ágil, presumiendo de sus habilidades.
—¿Qué pasa? ¿Eso es todo?
—No debes bajar la guardia —habló entre dientes.
Con su mano derecha tomó el tobillo de Joffrey y tiró del agarre con fuerza, provocando que este terminara en el suelo.
La espada de Joffrey cayó junto a él, Daeron aprovechó que el menor se retorcía en el suelo por el dolor, se movió con rapidez, sentándose sobre las piernas ajenas y tomando la espada para colocarla contra su garganta. Aún en esa posición, Joffrey mostraba una sonrisa divertida.
Respiraba de forma agitada sobre Joffrey, su cabello cae sobre su frente y sus ojos están fijos en él, se siente fastidiado por la actitud de su sobrino, pero en el fondo puede sentir la adrenalina; Gwayne siempre ha peleado de forma limpia durante sus entrenamientos, procurando cuidar que no salga herido. Esto fue diferente, está claro que a Joffrey le han enseñado de forma muy distinta.
—Perdiste.
Tras soltar aquello, se puso de pie, limpiando el sudor de su frente y acomodando los mechones que caían sobre su rostro. Se apartó de encima de Joffrey, tendiéndole una mano para ayudarlo a pararse. Este aceptó la ayuda, agradeciendo en voz baja.
Para este punto, Gwayne volvió a acercarse, aplaudiendo ante el triunfo de su sobrino, parecía bastante satisfecho con lo que acaba de ver.
—¡Excelente trabajo!
Fue directo a Daeron, alcanzando su cabeza con una de sus manos, sacudiendo su cabello con cierto afecto paternal. Joffrey rio ante ese acto, ocasionando que las mejillas de Daeron se sonrojaran.
Se apartó de la mano de Gwayne, agachándose para tomar la espada de Joffrey, para después arrojarla en su dirección.
—Otra vez —exigió, posicionándose—. Sin juegos esta vez.
El príncipe Velaryon agarró la espada con firmeza, asintiendo a la exigencia del otro.
—Muy bien.
Parece que Joffrey ha encontrado con quien entretenerse.
El joven príncipe Viserys era considerado el más tranquilo de los hijos de Rhaenyra, un poco irritable, pero nadie puede decir mucho respecto a eso, puesto que el niño apenas cuenta con tres días del nombre; es tan solo un pequeño cachorro. Era tímido, en comparación de su hermano Aegon, quien suele darles mucho trabajo a las nodrizas.
Con tres años, el niño aún no muestra señal de emitir muchas palabras, lo cual le parece curioso a su madre; a su edad, todos sus demás hijos formulaban algunas frases cortas, pero coherentes; la compañía de sus hermanos mayores era buena, estimulaba a los menores a aprender a hablar, más no era el caso de Viserys, que a duras penas alcanzaba a decir “mamá”, “papá” o el nombre de alguno de sus hermanos.
Aquello preocupaba un poco a Rhaenyra, así que ha optado por hacer que sus nodrizas les lean algunas historias a sus hijos, principalmente a Viserys. No quería forzar el habla en su hijo, el maestre en Dragonstone le ha dicho que cada niño se desarrolla de forma distinta, pero la lectura servía como un estimulante.
Siguiendo las ordenes de la princesa, las nodrizas se dirigían a la biblioteca, donde encontrarían algunos libros para niños, útiles para cumplir con su deber. Llevaban a ambos príncipes, Aegon caminaba adelante, tomado de la mano de una de ellas, mientras parlotea sobre todo lo que sus ojos miran, Viserys está detrás, caminando a paso tranquilo junto a otra de las mujeres, sostiene con una de sus manos un pequeño dragón de madera.
Se encontraban a pocos metros de llegar a la biblioteca, cuando el príncipe Aegon se detuvo en seco, captando la atención de todos; el niño parecía olfatear algo, con mucho detenimiento. Viserys notó aquella acción en su hermano, por lo que lo imitó, olfateando el aire. Y de un momento a otro, el príncipe Aegon salió corriendo.
Ambas mujeres soltaron un grito, la que anteriormente sostenía la mano de Aegon se levantó un poco el vestido para seguir al pequeño príncipe, gritando su nombre. Poco después la otra mujer se alejó un poco de Viserys, intentando mirar como su compañera intentaba atrapar a Aegon.
Viserys no se inmutaba de nada, ni siquiera observó como su hermano hacía correr a una de esas pobres mujeres; seguía olfateando, arrugando suavemente su pequeña nariz. Había captado algo interesante, al menos para él. Movió su cabeza en varias direcciones, como si intentara averiguar de donde provenía ese aroma. Cuando pareció averiguarlo, comenzó a caminar.
Caminó con pasos lentos, guiado únicamente por su nariz, entre ratos se detenía, alzando su cabeza para olfatear aún más, como si eso realmente lo ayudara. Se alejó bastante las nodrizas, lo suficiente para salir de su campo de visión. Pronto, sus piernas (o, mejor dicho, su nariz) lo llevaron a una gran puerta que, para su buena suerte, se encuentra lo suficientemente abierta para poder pasar.
Sus ojos miraron por todas partes, repleto de curiosidad, podía ver como enormes estanterías se levantaban a su alrededor, la iluminación era buena, gracias a las enormes ventanas del lugar. Tenía una expresión de asombro, era la primera vez que veía algo así. Salió de su sorpresa cuando un aroma llegó a su nariz y pronto, escuchó algunos pasos en el lugar. Siguió el sonido y los olores, caminando entre las repisas con pasos lentos y decididos, demoró algunos minutos en encontrar a alguien.
Una delgada figura se alzaba frente a él, tan alto como una torre. El cabello plateado captó su atención, fue algo decisivo para poder acercarse, llevando su mano al pantalón negro de cuero del desconocido.
—Muña.
Aemond frunce el ceño, apartando su vista de los libros y bajando la cabeza, encontrándose con el bonito rostro de un niño. La confusión se apoderó de él, mirando a todas partes en espera de encontrarse con alguien más, pero estaban completamente solos en la biblioteca.
¿Qué demonios hacia un niño ahí? Se preguntó, volviendo a mirar al cachorro. Dio un paso hacia atrás, alejándose de la mano del niño. Poco le interesaba, seguro alguien llegaría pronto para buscarlo, así que decidió ignorarlo y continuar con lo suyo. Estaba en busca de algún libro en Valyrio, tenía la intención de estudiar un poco en la privacidad de sus aposentos.
Siguió caminando por los pasillos, con su mirada atenta en los libros frente a él. Ha leído muchos de estos, pero siempre encuentra algo nuevo que leer.
Es consciente de la pequeña presencia detrás suyo, siguiéndolo en silencio. Al detenerse, el niño también lo hace, aunque hace su mejor intento por ignorarlo. Repite aquello por algunos minutos, caminar y detenerse, dando un vistazo hacia el niño.
—¿Dónde está tu madre, taoba?
Sabe que se trata de uno de los hijos de su hermana, son los únicos niños que residen actualmente en la fortaleza.
Viserys lo mira con intensidad, sus labios están ligeramente abiertos por tener que alzar tanto su cabeza. Ante los ojos de Aemond, el niño no parece comprender sus palabras, por lo que frunce aún más el ceño. El cachorro levantó el juguete hacia su tío, soltando una sola palabra.
—¡Dragón!
—Mm, puedo verlo.
—¡Mm! —imita al sonido de Aemond, para después sacudir el juguete frente a él.
El omega ignora aquella acción, volviendo su atención a los estantes, un titulo capta su atención, por lo que se apresura a tomarlo y así volver a caminar. Y por supuesto, Viserys lo persigue con pasos cortos.
Decide tomar asiento en una de las sillas de la biblioteca, dejando el pesado libro sobre la mesa para comenzar a hojearlo, quería asegurarse de que se tratara de una lectura agradable para él, no desea llegar a sus aposentos y descubrir que ha tomado el libro equivocado. No es capaz de pasar de dos líneas, cuando una mano alcanza la mesa, dejando el pequeño dragón de juguete sobre la superficie.
Más pronto que tarde, un par de manos se estampan contra sus muslos, aferrándose a la tela de su pantalón, mientras intenta subirse a su regazo.
—No, niño —gruñó, dándole un suave empujón para alejarlo de él.
El ceño de Viserys se frunce, mirando mal a Aemond.
—¡No! —gritó, volviendo a intentar subirse sobre el regazo del omega. Nuevamente es inútil, por lo que alza los brazos, pidiendo ser levantado—. Arriba.
Aemond no puede creer que eso le esté pasando a él. Está por volver a decirle que no, tiene muchas ganas de gritarle al niño que se largue y lo deje en paz, pero cuando se da cuenta que el pequeño está por comenzar a llorar, su corazón se estruja y termina por tomar al niño en sus brazos, sentándolo en su regazo.
Viserys sonríe, colocando sus manos sobre su la mesa y pegando su espalda contra el pecho de Aemond, demasiado cómodo. Su naricita vuelve a olfatear, gira un poco su rostro hundiendo su nariz sobre el brazo de Aemond, luego de eso, apoya su mejilla contra este.
No puede evitarlo, parte de su cuerpo y subconsciente le exige que lo haga, así que termina imitando al niño, acerca su rostro a la pequeña cabeza plateada, captando el aroma a cachorro que proviene de su sobrino. Es capaz de reconocer el aroma de su hermana mayor en él, además de un aroma como a leche, uno que todos los cachorros suelen tener. Su omega interior siente paz, una calidez se acentúa en su pecho.
—¿Cuál es tu nombre? —pregunta, necesita saber su nombre.
—Vi… —comienza a balbucear un poco, mordiéndose la lengua—. Viserys.
—Muy bien, Viserys. Debemos guardar silencio, ¿está bien?
El niño asiente, presionando más su mejilla sobre el brazo de Aemond. Eso le provoca un suspiro, antes de volver su atención al libro que ha elegido, sin siquiera pensarlo demasiado, comienza a leer en voz alta, practicando la antigua lengua de su casa.
Puede que el niño no lo entienda, pero Viserys está demasiado atento a cada cosa que sale de la boca de Aemond, de vez en cuando levanta la cabeza, mirando con atención el rostro de su tío. Está claro que el niño se siente bastante cómodo con él, como si lo conociera de toda su vida.
Se mantienen así por unos veinte minutos, hasta que Aemond se distrae de su lectura, gracias a que Viserys ha intentado repetir algunas de las palabras que salen de la boca de Aemond, causándole gracias. El libro es dejado de lado, Aemond sostiene al niño para colocarlo sobre la mesa y así poder ver su rostro.
—Repite esto —murmura—. Kēpus.
—Kapos
—Kē-pus.
—Ka…
—Despacio —su voz es suave, hace movimientos bastante marcados con su boca, mostrando sus dientes y lengua, con intención de que el niño comprenda—. Kē…
—Kē…
—Pus.
—Pus.
—Kēpus.
—¡Kēpus!
Una sonrisa se asoma en los labios de Aemond, no comprende del todo porque se siente tan feliz, solo por escuchar a su sobrino decir esa palabra. Lo felicita, antes de volver a alentarlo a repetir la palabra. En esa ocasión, señalándose a sí mismo, intentando que el niño comprenda que, cada que dice la palabra, se refiere a Aemond.
La convivencia no dura demasiado, por la puerta entra un guardia, se ve algo agitado, sus ojos miran por todos lados, para al final centrarse en Viserys.
—¡Por los Dioses!
—¿Qué sucede? —exclama Aemond, sus manos sostienen ambos lados de Viserys, manteniéndolo en su lugar. El pequeño se había sobresaltado ante la llegada del guardia.
—Lo lamento, mi príncipe. Hemos estado buscando al príncipe Viserys, se escapó de las nodrizas y no lo encontraban por ninguna parte. La princesa Rhaenyra está preocupada —el hombre comienza a caminar, acercándose a paso firma a la mesa, extiende sus brazos al niño, está por tomarlo—. Lo llevaré las nodrizas.
No sabe porque, pero Aemond aparta el niño de la mesa, regresándolo a su regazo, mira con recelo al hombre. ¿Debería darle a Viserys? No. La negligencia de las nodrizas ha hecho que el niño terminara vagando por la fortaleza, por eso ha terminado en la biblioteca, con Aemond. Está claro que no puede permitir que se lo regresen a esas mujeres.
Se pone de pie, sosteniendo al niño contra su pecho de forma protectora.
—¿Dónde está Rhaenyra?
—La princesa está cerca de los jardines, ella…
—Lléveme con ella, yo mismo le entregaré a Viserys.
El hombre se ve sorprendido, es uno de los guardias que residen desde hace mucho tiempo en la fortaleza, conoce lo suficiente al príncipe Aemond, así que es de esperarse que tenga esa reacción. Su cabeza hace corto circuito al ver como Aemond protege al niño con recelo.
Aún en su sorpresa, acata a la orden del príncipe, pidiendo que lo siga fuera de la biblioteca.
Es una caminata corta y silenciosa, Viserys se ha acomodado contra el pecho de Aemond con tranquilidad, una de sus pequeñas manos se aferra a la ropa, mientras la otra se enreda suavemente en el largo cabello de este. El príncipe tuerto camina con gracia detrás del guardia, ignorando las miradas de algunos sirvientes, que parecen sorprendidos ante lo que pasa frente a sus ojos.
Cuando logra divisar a Rhaenyra, está discute con una de las nodrizas, tiene a su otro hijo detrás de ella, lo toma de la mano para evitar que se separe.
Aegon es el primero en notar la presencia de ellos, y lo hace saber gritando el nombre de su hermano menor.
—¡Viserys!
Rhaenyra voltea de forma inmediata, abre sus ojos con sorpresa, notando como Aemond trae el niño en brazos. Se apresura en acercarse, sin soltar en ningún momento a Aegon. Cuando está lo suficiente cerca, suelta al niño para extender los brazos en dirección a Viserys, tomándolo de los brazos de Aemond. Son cuidadoso, Rhaenyra espera pacientemente a que su hijo se suelte de su hermano, Viserys parece gustoso de estar en los brazos de su madre.
—¿Dónde estaba? —preguntó, se notaba preocupada.
Aemond tembló un poco, recuerda haber visto esa expresión en su hermana antes, esa noche en Driftmark.
—Lo encontré en la biblioteca —respondió, su ojo fijo en el niño—. Se acercó a mí, no parecía asustado.
—Dioses —suspiró la princesa, dándole un vistazo a su hijo—. Estás aprendiendo cosas malas de Aegon, Viserys.
—¡Kēpus! —exclamó el niño, apuntando en dirección a Aemond.
El cuerpo del omega se tensó y sus mejillas se sintieron acaloradas. Parece que el niño tiene muy buena retentiva. Siente la mirada de Rhaenyra sobre él, provocándole incomodidad. Mientras tanto, la princesa mira de reojo a su hermano, para después mirar a su hijo; reconocía lo que su hijo estaba diciendo. Llamaba a Aemond “tío”, de forma casi impecable.
Sonrió un poco, es fácil entender que Aemond ha intentado mostrarle algunas palabras en Valyrio.
—Así es, rūs. Kēpus Aemond.
Viserys soltó una estruendosa risa, abrazándose a su madre. Ella dirigió su mirada a Aemond, mirándolo con un poco de ternura.
—Muchas gracias por cuidarlo, hermano.
—Debes cambiar de nodrizas —gruñó—. Estás son un asco.
No dijo nada más, se dio media vuelta para regresar por donde vino, intentando ignorar el calor sobre sus mejillas. No puede creer que su hermana sea tan negligente con el cuidado de sus hijos.
Chapter 6: Compañía.
Notes:
Me he demorado escribiendo, pasaron muchas cosas caoticas. ¡Pero no abandono nada! Escribí esto en tres días, estoy feliz con el resultado.
¡Díganme que les parece!
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Chapter Text
Ha olvidado lo agradables que son los días en la capital, sobre todo con la presencia de otras personas en la fortaleza. La presencia de Rhaenyra y sus sobrinos le resulta grata, puesto que han provocado que Otto Hightower se mantenga lo suficiente ocupado como para descuidar todo lo que hace Aegon. Sin el constante asedio de su abuelo, ha tenido la libertad de disfrutar de la compañía de Heleana y Daeron, habían pasado un día completo charlando con su hermano menor, quien por fin estaba de regreso.
Pensó que habría sido mejor si compartían ese momento con Aemond, pero su hermano ha estado bastante renuente en reunirse con otras personas que no sean Aegon. Escondido en la biblioteca, entrenando en horarios en los que sabe que no tendrá que cruzarse con nadie y tomando largos vuelos sobre Vhagar.
Aquella actitud de parte de Aemond comenzó a preocuparlo, aunque reconoce que su hermano es desapegado a su familia, no es común que la repela de esa manera. Suele tolerarlos a todos, más que nada cuando Aegon le pide que los acompañe. Ahora no ha sido así y no pasa desapercibido para él, algo estaba ocurriendo, pero no sabía nada al respecto.
También notó la ansiedad de su madre, pero esto es algo complicado de descifrar; Alicent se ha vuelto una persona nerviosa con el paso de los años, así que le es un poco complicado saber si se trata de lo mismo de siempre o por algún problema nuevo.
Ha utilizado el tiempo libre para bordar, era lo único que se le permitía hacer con libertad, una parte de él extrañaba sus entrenamientos, era una buena forma de liberar el estrés, también extraña la bebida (quizás mucho más que los entrenamientos), pero únicamente se le permite beber cuando es una ocasión especial. En ocasiones, se preguntaba si cuando contraiga matrimonio, esto seguirá así. No es algo que le guste pensar, pero no puede evitarlo. La sola idea de que estará recluido en Invernalia, mientras que lo único que se le permite es bordar junto al fuego, en espera de que su esposo llegue para ser utilizado y darle todos los herederos que este desee.
Un futuro bastante triste, si se lo preguntan.
—Guarda silencio.
La voz de Heleana lo sacó de sus pensamientos, alzó inmediatamente la mirada y enderezó su espalda, volteó hacia su hermana con confusión. ¿Le hablaba a él? Bueno, tenía que ser así, eran los únicos en esa habitación, pero Aegon no había dicho nada en un buen rato. Heleana disfruta de acompañarlo para bordar, podrían pasar horas en ello, a veces Aegon charla con ella o simplemente se quedan en un cómodo silencio, como ahora.
—No he dicho nada —respondió.
—Estás pensando demasiado alto —dijo, con sus ojos fijos en su propio bordado—. Te desconcentras.
—¿Cómo se piensa “demasiado alto”?
Heleana no respondió, por lo que Aegon suspiró, regresando su atención a su bastidor. Ha logrado avanzar bastante con los detalles de su prenda, Sunfyre se ve cada vez más completo y encantador, provocándole una sonrisa. Quizás pueda hacerlo compañía a Aemond la próxima vez que vuele, ha pasado un tiempo desde la última vez que visitó a Sunfyre y vaya que extraña a su dragón.
Alcanza un pequeño tazón en la mesita de centro, donde se encuentran un montón de piedras y adornos que sirven para bordar sobre la ropa, dándoles un toque especial. Comenzó a colocar algunas piedras doradas para simular las escamas de su dragón. Desea terminar pronto con este trabajo, pues espera utilizarlo lo antes posible, presumirlo frente a la corte para obtener cumplidos, antes de largarse de ahí.
—Lo haces de nuevo.
—Heleana, no sé a qué te refieres.
—Pensar en la tormenta de nieve solo la hará más fuerte.
Aegon frunció el ceño, quiso abrir la boca para preguntar a qué se refería, más se vio interrumpido por el sonido de la puerta abriéndose; primero se encontró con Sir Arryk, quien se reverencia ante ambos, prosiguiendo a anunciar la visita de alguien. Le pareció curioso, pues ya ha entrado la noche, y no acostumbran a recibir a nadie en esas horas, a menos que sea su madre o hermanos.
Jacaerys se asomó por la puerta con una ligera sonrisa, traía entre sus manos un plato de tamaño mediano, donde se encontraban lo que parecían ser algunos pastelitos con frutos del bosque esparcidos por encima. Gracias a su presencia, ambos hermanos se pusieron de pie para saludar a Jacaerys; Heleana mantenía su atención en Aegon, quien intentó disimular su entusiasmo, colocando sus manos detrás de su espalda para jugar con sus dedos. Claro que, aunque el príncipe de Rocadragón no podía verlo, la princesa tenía una vista perfecta de lo que hacía.
El recién llegado avanzó en la recamara, inclinándose primero ante Heleana, mostrando sus respetos hacia su tía, a una distancia considerable de ella. Cuando pasó a Aegon, dejó el plato sobre la mesita de centro y se acercó a su tío. Jacaerys se tomó el atrevimiento de tomar con delicadeza el brazo de Aegon, tirando de este y deslizando su mano hasta sostener la ajena, acercándola a su rostro para depositar un suave beso.
Bien, quizás Aegon no solo ha bordado en estos días libres que ha tenido, pues en momentos en los que sus hermanos están ocupados en sus propios asuntos, se reúne con Jacaerys. No era algo planeado, en realidad, simplemente su sobrino se aparecía frente a él; ya sea aquí (su sala de bordado, como la denominó Jace) o en los jardines, pues eran los sitios donde más tiempo pasaba.
Pensándolo bien, desde que vio a Jacaerys en los jardines, no hay día que no pase tiempo con él, pero es algo que no desea externar. Nadie tiene porque enterarse de su convivencia.
—Sobrino, que agradable sorpresa.
—Espero no interrumpir nada, tía —respondió, alejándose un poco del omega, solo para encarar a Heleana—. Tuve un almuerzo con mi madre y sobraron un par de postres —señaló, tomando el plato nuevamente y acercándolo a Heleana—. Tiene frutos del bosque. ¿Gustas?
Heleana lo miró por un momento, para luego dedicarle una sonrisa breve.
—Gracias —respondió, tomando uno de los cubiertos que hay en el plato.
Jacaerys observó como Heleana probaba aquel postre con ligera atención, antes que sus ojos se desviaran hacia un costado, justo donde está Aegon aún de pie. El corazón de Aegon dio un brinco, pues en el momento en el que cruzaron miradas, Jacaerys le dio una pequeña sonrisa y le lanzó un guiño discreto, cosa que provocó que soltara una leve risa. Heleana volteó hacia Aegon, alzando una ceja ante la risita que escuchó provenir de él.
—Hm, está bueno.
—¿Puedo…? —preguntó Aegon, acercándose con pasos discretos, su sobrino asiente, dedicándole una sonrisa. Esperaron por un momento, Heleana estaba tomando otro poco de aquel delicioso postre, cuando se apartó, Jacaerys tomó el cubierto que sobraba, tomando una porción del pastel y acercándolo al rostro de Aegon.
La distancia entre ambos no era mucha, Aegon se inclinó un poco hacia adelante, sosteniendo un mechón de su cabello para que no terminara ensuciándose de comida. Tomó la rebanada entre sus labios, degustando de la mano de Jacaerys ese delicioso postre, luego de aquello, levantó la mirada hacia el azabache, encontrándose con ese par de ojos oscuros que lo miran con intensidad.
Se paró correctamente, llevándose una mano a los labios para cubrirse mientras degustaba el sabor del postre.
La escena no pasó desapercibida para Heleana, quien estaba demasiado atenta a la interacción que su hermano y sobrino estaban teniendo. Es claro para ella que algo está sucediendo ahí, pero prefiere no decir nada al respecto, al menos por ahora.
—Es delicioso, sobrino.
—Tiene un toque de licor, ¿cierto? —cuestionó la alfa, captando la atención de ambos—. Mm, me recuerda a tu postre favorito, hermano.
El rostro de Aegon enrojeció un poco, apartándose un par de pasos de Jacaerys, quien respondió con mayor tranquilidad el comentario de Heleana.
—¿De verdad? Es una agradable coincidencia.
Mientras escuchaba, Aegon se mordió el labio inferior para evitar sonreír de forma tonta; ha tenido diversas conversaciones con Jacaerys, está seguro de haber mencionado la comida que más le agrada, entre estás los bocadillos. También reconoce el tono algo juguetón de Jacaerys, fingiendo sorpresa ante el comentario de su tía. No ha sido una coincidencia, Jacaerys ha traído ese postre con toda la intención de entregárselo a Aegon.
Y Heleana no es tonta, es demasiado observadora.
No hay más comentarios al respecto, Jacaerys le entrega el postre a Aegon, mientras toman asiento en los sillones del salón; el menor comienza una conversación, tratando de dividir su concentración en ambos hermanos, aunque siempre terminaba centrándose más en el omega. La conversación entre los tres no dura demasiado, ninguno de los varones lo nota, pero Heleana se ha quedado callada por unos minutos, mientras ellos ríen como si nuevamente fueran cómplices de travesuras.
Ella mira a su hermano reír, cosa que la llena de satisfacción.
Suelta un bostezo, procediendo a suspirar un poco. No demora en ponerse pie, tomando su bordado del sillón.
—Disculpen, creo que estoy un poco cansada —se excusa, dándole una mirada a Aegon—. Me retiro por hoy, hermano.
—Oh, ¿irás a dormir?
—Sí.
—Ah, entonces deja guardo las cosas y…
—Quédate. Nuestro sobrino se ha tomado la molestia de venir hasta aquí para traerte el postre, no seas descortés con él —dijo, sonriéndole a su hermano. Se inclinó un poco, besando la mejilla de Aegon como despedida—. Dejaré la puerta abierta —susurró al oído de Aegon. Se despidió de Jacaerys con una breve reverencia, este se puso de pie para imitarla—. Hasta luego, Jace.
—Descansa, tía.
Mientras el príncipe de Rocadragón miraba a la princesa salir de la habitación, Aegon se soplaba el rostro con ambas manos, pues sus mejillas se enrojecieron ante las palabras de su hermana. ¿Acaso ella estaba insinuando algo? Respiró hondo, alcanzando una copa con agua que tenía en la mesa del centro.
El sillón se hundió bajo el peso de Jacaerys, quien decidió tomar asiento junto a Aegon, en lugar de quedarse en el sillón individual donde se había sentado antes.
—¿Te ha gustado el postre? —preguntó, sus ojos no se perdían de ningún detalle del rostro de Aegon—. Pedí que prepararan algo con licor, pero no estaba seguro de que fuera el mismo que mencionaste antes.
—Estuvo perfecto, gracias por traerlo.
—Bien —hubo un pequeño silencio de por medio, Jacaerys observó a su alrededor con detenimiento, posando sus ojos en la puerta abierta, sabe que Sir Arryk está en el pasillo, cuidando de Aegon. Siente los movimientos de Aegon, por lo que dirige su atención a él. Aegon ha vuelto a tomar su bordado, acariciando los detalles con sus dedos y sonriendo por cómo ha avanzado—. Oh, has avanzado bastante —exclamó, alzando su mano para tocar con cuidado los detalles—. El dorado luce precioso con el verde.
—¿Tú crees?
—Mm, definitivamente… —continuó tocando la tela, y de forma inconsciente su mano terminó rozando la ajena.
Por el contacto, Jacaerys puso mayor atención a las manos de Aegon, notando sus dedos lastimados y enrojecidos, toda la zona alrededor de sus uñas está un poco lastimada. Sin previo aviso, tomó la mano de Aegon, levantándola un poco para mirar más de cerca las heridas, aunque el omega se apresuró en retirar su mano.
Aegon escondió sus manos, poniendo un poco de distancia entre ambos, era vergonzoso que Jacaerys notara sus manos mancilladas, por suerte su sobrino no dijo nada al respecto. Los regaños de su abuelo resonaron en su cabeza, Otto siempre lo regañaba por hacerse daño de esa manera, no quería escuchar comentarios así provenir de Jacaerys.
—Creo que terminaré en los siguientes días, tendré tiempo para comenzar con otro trabajo.
—¿Ya tienes algo en mente?
—Bueno, hace unos días te dije que podría hacer algo para ti…
Hacer prendas era la forma que usaba para despejar su mente y las veces que ha hecho prendas especiales para sus seres queridos, eran una demostración de afecto. Tiene recuerdos agradables de Jacaerys de sus travesuras juntos durante la infancia. A pesar del distanciamiento que tuvieron y los conflictos por sus hermanos, una pequeña chispa de cariño y anhelo siempre ha estado presente en Aegon.
Por otra parte, Jacaerys estaba encantado con la idea, poseía muy pocas prendas bordadas personalmente por su familia, su madre solo hace pequeños detalles para los más pequeños y sus hermanastras tampoco le dedicaban mucho tiempo a ello, quizás Rhaena era un poco más dedicada que Baela, ella en definitiva no se lleva con las agujas y el hilo. Le dedicó una sonrisa a Aegon, y externó que estaría encantado de que este le obsequiara una prenda.
A partir de eso, Aegon se puso de pie en busca de una cinta, además de preparar una hoja y cerciorarse de tener pluma y tinta; le pidió a Jacaerys que se pusiera de pie y que enderezara la espalda. Tomó las medidas de Jace con suma precisión, primero sus extremidades y espalda, lo rodeó para tenerlo de frente, necesitaba tomar las medidas de su pecho y cintura.
Ninguno decía nada en absoluto, Jacaerys miraba con atención a su tío. Pronto, Aegon tuvo que rodear a su sobrino brevemente, pasando sus brazos alrededor su cuerpo para poder tomar las últimas medidas. Ni siquiera se dio cuenta de cómo Jacaerys respiró profundo y en seguida contuvo el aire en sus pulmones, un poco tenso. Los ojos del alfa no se despegaban de la cabeza plateada del omega, la cercanía lo hizo captar su aroma de forma, causándole un escalofrío.
Aegon no levantó la mirada hasta terminar, y cuando lo hizo, fue consciente de lo cerca que se encuentra de Jacaerys. La sorpresa se reflejó inmediatamente en su rostro, olfateó un poco el aire, llenando sus pulmones del aroma a fuego que su sobrino emana, tan similar al de un dragón, lo que provocó que su propio olor se volviera un poco más intenso, era un poco frutal, similar al aroma de un durazno.
Las manos del príncipe de Rocadragón temblaron, quería alcanzar el cuerpo de Aegon y apretarlo contra el propio. Estuvo a punto de hacerlo, más Aegon se apartó antes de que Jacaerys actuara.
—L-listo —el príncipe Targaryen se aclaró la garganta, apresurándose en anotar las medidas que había tomado—. Uh, le pediré telas a las doncellas y veré que… que puedo hacer.
—Claro —murmuró Jace en respuesta, dando un paso atrás.
—Se está haciendo tarde, debo ir a la cama pronto.
—Sí, perdón por venir tan tarde.
Aegon soltó un suspiro, sonriendo con discreción.
—No te disculpes, es agradable pasar tiempo contigo.
—¿Puedo acompañarte hasta tus aposentos?
El omega asintió, provocando una sonrisa en el alfa. Se encargó de dejar todo lo que había utilizado en su sitio, antes de volver a acercarse a Jacaerys, tomándolo del brazo para salir de ahí. En el pasillo se encontraron con Sir Arryk, el príncipe le informó que se dirigía a su habitación para descansar y que su sobrino lo acompañaría hasta la puerta, el guardia asintió y comenzó a seguirlo a una distancia prudente.
La caminata fue tranquila, manteniendo una conversación de por medio, demoraron poco tiempo en llegar a las habitaciones de los príncipes. Una vez en la puerta, Aegon giró para mirar a Jacaerys y sin pensarlo demasiado, dio un paso hacia él para besar su mejilla.
—Gracias por el pastel —susurró, mirándolo a los ojos—, y por tu compañía.
Jacaerys sintió su corazón acelerarse, la emoción lo recorrió de pies a cabeza, pero se contuvo.
—No tienes que agradecer, es un placer para mí.
Compartieron una breve risa, Aegon bajó la cabeza en una reverencia breve, antes de entrar a sus aposentos. Por su parte, Jacaerys sonreía de par en par, aunque intentó disimular su emoción ante la presencia del guardia de su tío, no lo hizo muy bien, pero Sir Arryk no mencionó nada al respecto.
El guardia observó a Jacaerys retirarse, Arryk lanzó un suspiro al aire. Algo se está desarrollando ahí, y siente como si fuera cómplice de ello.
Los vuelos sobre Vhagar han terminado bastante tarde últimamente, ha encontrado una isla a una hora de Desembarco, está completamente inhabitada y las playas tranquilas y ríos en el interior de esta son demasiado agradables; por fin ha encontrado la paz que se le arrebató cuando llegaron los bastardos de su hermana. No es su culpa, Aemond no puede girar en un pasillo del castillo sin pensar en las probabilidades de encontrarse cara a cara con sus sobrinos mayores. No es como si se haya encontrado mucho con ellos, pero prefería evitarlo.
Así que, si desea soledad, sale de ahí. La biblioteca también era parte de sus opciones, pero se enteró que los hijos menores de Rhaenyra estarían frecuentando el lugar y, aunque tolerara la presencia del menor de todos, Aemond también necesitaba tiempo a sola.
Esto ha generado un distanciamiento entre él y Aegon, cosa que lo llenaba un poco de culpa. No está acostumbrado a estar tanto tiempo separado de su hermano, no desde hace uno años, pero es consciente de que Aegon también goza de pasar tiempo con Daeron y Heleana, y él aún no perdona que su hermana supiera de la llegada de Rhaenyra y no le advirtiera al respecto.
En ese momento, salía de sus aposentos, recién había salido de tomar un baño y portaba un camisón y una bata encima, dirigiéndose a los aposentos de Aegon. No lo admitiría en voz alta, pero necesitaba la cercanía de su hermano, deseaba pasar tiempo con él, impregnar su propia ropa del aroma su hermano mayor para conseguir tranquilidad. La habitación de Aegon no quedaba tan lejos de la suya, caminó por unos cuantos minutos y, cuando giró por un pasillo, se encontró con una desagradable sorpresa: el estúpido rostro del mayor de los Strong.
Jacaerys tenía una sonrisa de idiota en los labios, aunque se borró cuando se encontró con Aemond. Se miraron fijamente, hasta que Jacaerys solo hizo una reverencia breve, dándole las buenas noches a Aemond, continuando con su camino.
Aemond lo siguió con la mirada, frunciendo el ceño por la presencia del alfa Strong. Sabe que ellos no se están quedando en esta torre, así que no debería estar aquí. Siguió con su camino y sintió alivio cuando en la puerta de Aegon visualizó a Sir Arryk; pensó en preguntar por la presencia de su sobrino, pero se abstuvo.
El guardia no dijo nada respecto a su visita, se mantuvo en su sitio mientras Aemond tocaba a la puerta de su hermano, tres breves toques que dieron a conocer su llegada, por lo que no esperó recibir ninguna respuesta de Aegon para acceder a la habitación. Al entrar, con lo primero que se encontró fue con la espalda de su hermano, se ha deshecho de sus prendas y ahora porta un camisón, parece que está terminando de desenredar su cabello, pues sostiene su cepillo con una mano.
No está sorprendido por la visita de Aemond, cuando gira para mirarlo, le dedica una leve sonrisa. El menor de los hermanos siente alivio con solo mirarlo.
—Que sorpresa —dice Aegon, tiene un tono ligeramente sarcástico en su voz, quiere molestarlo—. ¿A qué debo el honor de su visita, príncipe Aemond?
Suelta un gruñido bajo, quizás se merece ese tono sarcástico, después de todo no ha procurado visitar a su hermano mayor, cuando es algo que hace casi todos los días. Camina hacia una de las sillas de la habitación, tomando asiento y dándole una mirada breve a Aegon, antes de mirar al frente y sacarse el parche que cubre su ojo, o más bien el sitio donde una vez estuvo.
Alcanzó a oír un suspiro de parte de Aegon, se acercó para colocarse detrás suyo, con el cepillo en una mano, mientras que con la otra tomaba su largo cabello.
—Está húmedo —murmuró, pasando sus dedos entre las hebras plateadas—. No puedo peinarlo cuando está húmedo.
—Solo cepíllalo —respondió, tomándose un momento para continuar—. Por favor.
No existe conversación, Aemond no ha tomado la palabra, lo cual es un claro mensaje para Aegon de no hablar. Se concentró en cepillar el cabello de su hermano, acariciando la raíz con sus dedos de vez en cuando; sus acciones hacen que Aemond se relaje, poco a poco su cuerpo parece menos tenso, sus manos juegan con el parche sobre su regazo.
—Lamento no haber venido antes.
—No tienes que disculparte, entiendo que no quieras pasar tiempo en el castillo, no con… él aquí.
Agradece que Aegon no mencione el nombre de ese bastardo, su sola mención hace que su cabeza duela y su cuenca arda. El malestar no dura demasiado, el aroma natural de Aegon lo ayuda a relajarse, lo envuelve como si se tratara de las pieles más calientes y suaves, siempre funciona.
Desde el incidente de Marcaderiva, ambos acostumbran a hacer eso. Luego de presentarse como omega, Aegon consoló a Aemond por la pérdida de su ojo, aunque este decía no necesitar la lastima de nadie, cuando su nariz olfateó el nuevo aroma de su hermano, una calidez lo invadió y calmó toda clase de malestar que padeciera. Fue vergonzoso, se negaba dar a conocer lo bien que le hacia el aroma de su mayor, pero terminó cediendo a sus instintos.
La primera vez, se coló en los aposentos de su hermano durante la madrugada y se metió en su cama. Lo abrazó por la espalda, hundiendo su nariz en su ropa para llenar sus pulmones con ese olor que Aegon desprendía sin control alguno. No demoró en darse cuenta de su presencia, se dio la vuelta en silencio y rodeó el cuerpo de Aemond con sus brazos, atrayéndolo para dormir juntos. Luego de eso, Aemond comenzó a llegar a los aposentos de Aegon sin la necesidad de escabullirse, aceptó que su hermano le daba esa paz que le había sido arrebatada.
Ahora lo hace con menos frecuencia, solo cuando se siente perturbado o cuando el insomnio lo atormenta. Solo puede encontrar la paz con Aegon acompañándolo.
—¿Qué hiciste hoy?
—Nada interesante. Almorcé con Daeron y luego bordé toda la tarde con Heleana —respondió, está tarareando una canción que Aemond no ha escuchado antes, no es un gran fanático de la música—. Recibí… una visita.
—¿Una visita?
—Jacaerys.
Los hombros de Aemond se tensaron ante la mención de su sobrino. Ah, entonces sí venia de ver a Aegon.
—¿Lo recibiste aquí? ¿En tu habitación?
—No, Aemond. Apareció cuando estaba con Heleana bordando —alejó sus manos del cabello de su hermano, parece que ha terminado con su trabajo. Dejó el cepillo de lado, para luego caminar hasta su cama, tomando asiento en el borde.
Aemond volvió a colocarse el parche, poniéndose de pie para seguir a Aegon a la cama.
—¿Y qué quería?
—Él… —la sonrisa que se asomó por sus labios no pasó desapercibida para Aemond—. Solo trajo un poco de pastel para mí.
—No entiendo.
—¿Qué cosa?
—Por qué ese bastardo te lleva pastel —gruñó.
—He pasado los últimos días en compañía suya —explicó, parece tan calmado que irrita a Aemond—. Es agradable.
—Basta.
—Aemond.
—No quiero escucharte —bufó, poniéndose de pie—. ¿Qué sigue? ¿Lo invitaras a entrar a tu habitación? ¿Beberás el té con nuestra hermana y sus demás bastardos? ¿O te acercarás a Lucerys?
—En ningún momento mencioné a Lucerys en esto —gruñó—. Estás actuando como un idiota. Jacaerys y Lucerys son dos personas distintas.
—¡Son la misma mierda! —alzó la voz.
Aegon lo miró con los ojos bien abiertos, claramente sorprendido por el tono que Aemond está empleando en ese momento. Ellos no se alzan la voz, no discuten por tonterías. Solo existen, uno junto al otro.
Al ver la expresión de Aegon, el príncipe tuerto se arrepiente de haber gritado.
—No quise...
—Vete.
—Aegon.
—Es claro que estás irritado, así que márchate, por favor.
El enojo se reflejó en el rostro de Aemond, pero no mencionó ni una palabra más, temía que, si abre la boca, otro grito se escape y haga enojar más a Aegon. Y en lo único que podía pensar mientras se marchaba a sus aposentos, es que la presencia de esos Strong solo está arruinando su vida.
Está realmente harto de pasar sus días solo, es claro que sus hermanos han encontrado como entretenerse desde que llegaron a Desembarco, pero él no ha conseguido encontrar nada. Le irrita saber que sus dos hermanos disfrutan de pasar el tiempo con sus tíos cada uno a su modo, mientras que él no puede caminar tranquilo por los pasillos de la fortaleza sin sentirse desorientado.
Tampoco ayuda el hecho de estar peleado con su madre, no la ha visto ni ha hablado con ella desde la discusión que tuvieron gracias a Aemond. En cambio, Lucerys ha estado encerrado en sus habitaciones, saliendo únicamente cuando se cansa de las mismas cuatro paredes y decide salir a volar con Arrax. Sobrevuela el océano con su dragón, sintiendo alivio cada que sus pulmones se llenan de la brisa del mar.
La idea de volar a Marcaderiva suena en su cabeza como el canto de una sirena, que intenta seducirlo para lanzarse al agua, pero siempre termina desechando esa idea. Cada que estaba cerca de hacerlo, Arrax lo llevaba a playas desiertas de islas inhabitadas, donde pasa un par de horas, antes de volver a la fortaleza.
Claro que esa rutina comenzó a volverse aburrida.
Esa mañana, decidió que visitaría se reuniría con su familia para desayunar, puesto que todos los días se reunían, ya sea en los aposentos de su madre o en los jardines para pasar la mañana juntos.
Mientras más se acercaba a la zona del jardín donde su familia se reunía, sus voces se hacían más claras. Escuchó la voz de Jacaerys, la risa de Joffrey y los balbuceos de los más pequeños. Sir Erryk lo saludó, captando la atención de los demás; las miradas de posaron sobre Lucerys de forma inmediata y la vocecita de Viserys sonó en todo el jardín.
—¡Luke!
El niño bajó de su silla, escapando se las manos de Joffrey, quien lo ayudaba a tomar el desayuno. Corrió hasta Lucerys, abrazando sus piernas como saludo. Luke sonrió, agachándose para tomar a su hermano en brazos y caminar hasta la mesa. Miró a su madre, Rhaenyra parece tranquila.
—Bienvenido.
—Hasta que te apareces —murmuró Joff, tenía un poco de comida en la boca—. Días sin verte.
—Joffrey, traga antes de hablar.
Lucerys suspiró, tomando asiento en una de las sillas vacías.
—Joff tiene razón —mencionó Jace, bebía de una copa—. ¿Dónde has estado?
—En mis aposentos —murmura—. O volando con Arrax.
—¿Cómo quieres verlo si pasas los días con el tío Aegon?
—Al menos hago algo distinto —bufó Jace, girando los ojos—. Daemon te ha quemado tanto el cerebro que prefieres pasar tus días entrenando, en lugar de descansar mientras él no está aquí.
—Me mantengo en forma.
—Tienes catorce, podrías dejar entrenar por una luna completa y volverías a “estar en forma” en una semana.
—No puedes criticar mis acciones, cuando tú te la pasas viendo a Aegon bordar. ¿Acaso está enseñándote como hacer un pañuelo, hermano?
La discusión entre Joffrey y Jacaerys pasa a segundo plano para Luke, no está interesado en escuchar una absurda pelea sobre lo que han hecho en sus días aquí. Prefiere prestar atención a Viserys, ayudándolo a comer de su plato y degustando también los alimentos de esa mañana.
Ya que el más pequeño de sus hermanos está en su regazo, puede escucharlo balbucear algunas palabras, cosa que llama bastante su atención. Viserys suele ser callado, Aegon es quien disfruta de parlotear incoherencias, mientras el otro escucha; ahora parece que ambos conversan con mucha más fluidez que nunca.
Rhaenyra mira a sus hijos, sonriendo de par en par. Ella está más que aliviada de ver como su hijo más pequeño parece estar desenvolviéndose con mayor facilidad. Una idea pasa por su mente, así que llama a Luke.
—Luke, ¿harás algo hoy?
—No en realidad, ¿por qué? ¿Necesitas ayuda en algo?
—¿Podrías pasar unas horas con tus hermanos? Quizás podrías leerles algo en valyrio.
Aquello lo hizo sentirse confundido. ¿En valyrio? No encuentra sentido en leerles a sus hermanos en esa lengua antigua. Son muy jóvenes para entender.
—¿En valyrio?
—Sí, a Viserys le gusta.
—¿Desde cuándo?
Rhaenyra estaba por responder, más Joffrey se adelantó.
—Desde que Kēpus Aemond lo encontró en la biblioteca.
La sola mención de Aemond le puso los vellos de punta, observó el rostro de su hermano por unos segundos, antes de girarse hacia su madre. Tenía el ceño profundamente fruncido, sin entender qué mierda decía su hermano. Mientras tanto, la princesa soltó un suspiro, dándole un vistazo enojado a su tercer hijo. Jacaerys se encargó de darle un pellizco a su hermano, quien se quejó en voz alta.
—¿Aemond? ¿Dejaste a Viserys con Aemond?
Su tono de voz era de clara incredulidad. No podía creer que su madre había dejado a su hermano menor en manos de Aemond, la persona que más los despreciaba. ¡Era un peligro! Quien sabe que sería capaz de hacer.
Rhaenyra respondió con la mayor calma posible.
—No fue intencional, Viserys se alejó de las nodrizas.
—¿Se alejó?
—Estaban lidiando con Aegon, sabes bien como es…
—Dime que al menos reprendiste a las nodrizas. Dejar que Viserys se fuera…
—Luke, no le pasó nada a tu hermano.
—No sabes de lo que podría ser capaz Aemond, imagina que él hubiera…
—Aemond no es un monstruo, cuidó de Viserys y lo trajo a mí. E hizo que Viserys hablara más, ¿no te das cuenta?
—¿Acaso se te olvidó que me atacó hace unos días?
—No, Lucerys. Aemond no te atacó, él se defendió de ti.
Sin saber el porqué, las palabras de su madre dolieron demasiado. Sintió como si le hubieran clavada una daga en el estómago y le dieran vueltas antes de sacarla, sintió su rostro enrojecer y su aroma se esparció por el lugar.
Quería decir algo, pero una voz se sumó a la conversación, dejándolo mudo.
—Mierda. ¿Atacaste a Aemond? ¿Qué diablos te enseñó Corlys todo ese tiempo que estuviste en el mar?
Todos los presentes en la mesa voltearon hacia el pasillo de piedra del jardín, encontrándose con la sonrisa socarrona de Daemon Targaryen. Tenía ropa de montar y la peste a dragón era más que evidente, detrás suyo, Baela y Rhaena saludaban a sus hermanos, su aspecto era igual que el de su padre. Cabellos un poco revueltos y el aroma a dragón flotaba a su alrededor.
El príncipe canalla ha llegado a la capital.
Notes:
¿Qué les parece la relación de Aegon y Jace? ¿Y los claros conflictos internos de Luke y Aemond? Pronto vendrán discusiones politicas y muchos sentimientos encontrados.
Intenraré actualizar Valyrian Blood y Fire and Blood Industries este mes, ya tengo algo del segundo. ¡Besos! Espero que les haya agradado la actualización.
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