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Dragon Age: El despertar del Lobo

Summary:

Spoiler de todo el contenido de Dragon Age!

Dark fantasy

Este libro 1 habla de culpa, fe, responsabilidades que aplastan y del primer temblor del amor que todavía no entiende la magnitud de lo que arrasará después. Todavía no es rebelión; es el amanecer previo a la tragedia.

No busco contar DAI. La explosión del Cónclave es solo el punto de partida que me permite narrar otra historia: el origen íntimo de una relación que cambiará el mundo. Pretendo entrar en el alma oscura de Solas.

Cuando empecé a escribir esta historia en plena pandemia, yo también creí el relato que Solas nos vendió. Pero entendí que era apenas una versión dentro de una ficción mayor. Después de todo, él fue llamado dios de la Rebelión, la Traición y el Engaño, según la historia que se cuente...

Este libro es el origen de la mujer detrás del mito, y del amor antes de la caída. Es una tragedia élfica con tono oscuro y crudo. Yo solo quiero desnudar la historia.


"I'm begging for you to take my hand, wreck my plans...That's my man..."

Chapter 1: Epígrafe

Notes:

Me costó un montón encontrarle el tono y el giro necesario a la historia. Esta es la tercera vez que escribo sobre ellos y la primera vez que siento que realmente avanza.
Solas es un personaje que tocó fibras personales de rebelión en mi propia historia de vida.
Siempre sentí que le debía un fic, aunque, quizás... solo me lo debía a mí.

Creo que cuando nos acercamos al final, casi sin poder evitarlo, volvemos a los comienzos. Y eso fue lo que me pasó. Estaba llegando al final de Fragmentos de Libertad (una historia no publicada aun, pues se trata de los eventos post-Veilguard) y necesité darle vida a este tramo de la historia porque sentí que no estaba siendo honesta con Lavellan y Solas al construir ese final. 
Esa búsqueda me trajo hasta acá y no me arrepiento ni por un segundo. Escribir esta parte de la historia fue hermoso, un viaje muy personal, porque me permitió reconectar con los otros dos intentos de historia Solavellan que había escrito muchos años atrás. 
No tienen idea de la cantidad de veces que volví a leer una y otra vez cada capítulo y el empeño que le pongo a la historia para no salirme del hilo narrativo 😂 pero bueno, esta parte de la historia me encontró en un momento de mi vida diferente a las anteriores y me ha sumergido en una investigación hermosa para darle credibilidad a la historia.
Para ejemplificar la guerra me apoyé mucho en "Un largo camino", para desarrollar la lucidez mental de Solas en Harari, para pensar la libertad femenina de Elentari en Cazzu, para hablar de esclavitud en la autobiografía de Frederick Douglass... y para desarrollar ciertos aspectos de personaje original de la Agencia de Fen'Harel en "Beautiful boy: siempre serás mi hijo"

Y bueno, lo que salió es esto. Sé que este primer tramo puede resultar un poco denso en contenido ... adentrarse a la mente culposa de Solas es lo que se experimenta en El despertar del Lobo... aunque en El Precio del Fuego (libro 2) ya tenemos más aire, más Elentari y más respiración al drama de nuestro elfo fatalista jaja

Sin más palabras, les doy la bienvenida a mi locura.

Chapter Text

🍁🐺🍁

Él era el adversario. Ella, el relámpago que podía partirlo...

Chapter 2: Prólogo

Chapter Text

Clan Lavellan, en el interior de los bosques que rodean a la ciudad de Ventus en el Imperio de Tevinter, 9:18 del Dragón

La luna velada miraba desde lo alto esta noche, testigo mudo de un pacto que iba a sellarse entre el miedo y la esperanza.

El bosque mecía sus hojas, indiferente al destino y al frío glacial que gobernaba el aire.

Un grillo solitario intentó cantar, pero ningún otro lo secundó, así que se rindió y dejó que el extraño silencio envolviera el aire.

Pocos sabían que el destino era una trama que cada uno tejía con sus propias manos...

- ¡Tómala! – suplicó una elfa de ojos avellanas, temblando, mientras extendía una beba recién nacida a aquella extraña. - ¡Por favor! Te lo suplico, llévala... sálvala. Sálvala...

Deshanna, una joven hechicera del clan dalishano, no pensó y recibió a la niña sin cuestionamientos...

- Soy esclava. Mi cuerpo es ceniza. Mi nombre no le dará futuro.

Deshanna la oyó, pero no reaccionó. Sin embargo, un sentimiento cálido floreció en el interior de su pecho mientras veía aquella beba cachetona y de mejillas rosadas. Ahora, ya no volvería a estar sola. Ahora... tenía una hija. Alguien de quién cuidar, alguien que aguardaba su presencia para sobrevivir. Un propósito para los elfos dalishanos. 

- Debes ocultarla de los dioses.

¿"De los dioses"? Deshanna alzó la mirada, atónita, y sus ojos grises se posaron sobre aquella mujer desesperada. ¿A qué dioses temía? ¿A los suyos, los antiguos, los primeros del Pueblo? ¿O hablaba del Hacedor de los shemlen? Porque para ella, Custodia del Clan Lavellan, los dioses no eran amenaza, sino guía. Eran las voces antiguas que susurraban desde las raíces, desde el viento, desde el recuerdo. Su gente era custodia del saber antiguo, de las tradiciones esculpidas en los bosques a través de los siglos. Y esta noche había encontrado una sucesora, alguien en quien pudiese confiar la misión de transmitir aquel tesoro preciado. Esa niña, entonces, no era solo una recién nacida. Era también un legado. Un fragmento de aquello que no debía olvidarse. Una llama rescatada del abandono para convertirse en testigo de todo lo que fue... y todo lo que volvería a ser.

- Sé que no tengo derecho a pedir nada... pero...

- Pídeme lo que desees, mujer... - susurró la joven elfa dalishana con piedad. – Es lo mínimo que puedo otorgarte...

La esclava rebuscó en el interior de uno de sus bolsillos y extrajo una tira de cuero seco que enrolló alrededor del cuello de la silenciosa pequeña mientras que, a modo de paradoja, sus propias lágrimas sí que prometían romper a la mujer adulta. – Se llama Elentari. Entrégale la vida que yo jamás podré y hazla sentir amada.

- Elentari...

Enleathenera. – sentenció la esclava. La Custodia del Clan Lavellan enmudeció al oír a una esclava pronunciar con tanta gracia el idioma élfico.

Cuando la extraña elfa acabó por colocar el collar, sin esperar respuesta, se giró y corrió hacia lo profundo del bosque. No volvió la vista atrás. Pero Deshanna notó que había dejado sobre el suelo... un saquito de tela desgastada. Lo tomó y sacó de su interior una piedra lunar, suave y pálida. Deshanna supo, sin necesidad de palabras, que esa gema no era un adorno... era un voto. Un escudo. Un lazo sagrado. Entonces, cobijó a la recién nacida bajo su túnica y susurró el nombre elegido: Elentari. Reina de las Estrellas.

Aquella niña acababa de nacer de nuevo, cortando el lazo con la madre que había tenido que ser sometida a la violencia para otorgarle la vida y abrazándose a la guía serena de la Luna.

- En esta piedra está el destino que vas a enfrentar, mi niña. Yo te enseñaré a escuchar, a aprender a esperar... Llevarás el bosque contigo y nunca volverás a estar sola, Elentari.

No sabía, entonces, lo que aquel nombre acarrearía.

Que esa niña sería el eco de una tragedia antigua.

Una paradoja de corrientes mágicas. 

Una chispa encendida en las ruinas de un mundo quebrado.

Que haría temblar los cimientos de Thedas, arrancando verdades dormidas bajo la piedra... y el Más Allá.

Que su mera existencia convocaría a los dioses perdidos y a los fantasmas del tiempo, reclamando sangre, y fuego, como precio.

Y que sería disputada por la Protectora y el Lobo.

Que su alma ardería entre la devoción y la traición.

Que su nombre, nacido de las estrellas... sería también su condena.

Porque un día, Elentari tendría que elegir...

Y cuando ese día llegara, el mundo escribiría su juicio en piedra.

Y solo un nombre sobrevivirá a la historia.

Uno solo.

Porque esta historia va más allá del relato conocido. Esta historia es la de un hombre a quien creyeron dios y una mujer que no se detuvo ante su presencia.

Es sobre la construcción de los relatos y el susurro de los ecos de aquello que trasciende.

Y sobre el dolor que da origen al cambio... 

 

Chapter 3: Culpable

Chapter Text

Interior de los Bosques de Planasene, Reino de Nevarra, 9:40 del Dragón

La viscosidad caliente entre sus manos le impregnaba la carne con un residuo aceitoso que su cuerpo rechazaba. No era la primera vez que el Gran Lobo derramaba sangre inocente, pero era la primera vez que lo hacía en este mundo silencioso y ajeno en el que había despertado un mes atrás.

Y él detestaba este mundo...

Solas elevó la mirada azulina para contemplar su obra: los cuerpos de un clan dalishano desparramados sobre la tierra. Todos ellos destrozados de modo grotesco, y aunque no sentía afecto por ellos, tampoco se enorgullecía por lo que había hecho.

¿Había sido necesario matarlos, incluso después de que lo creyeran Fen'Harel?

Tal vez sí.

Tal vez no.

Solo sabía que no podía dejar cabos sueltos. No en este mundo que lo despreciaba, donde estos elfos, primitivos y extraviados, seguían adorando a los impostores de sus tiempos, aquellos ególatras sedientos de poder que se habían llamado a sí mismos "dioses", pero que jamás lo habían sido. 

O esa era la excusa que se decía a sí mismo…

- Innecesario... – aún así murmuró el Lobo Terrible, cuando uno de los elfos emitió su último estertor, ahogándose en su propia sangre.

Lo miró con una mezcla de desdén y piedad.

La causa de la muerte había sido el insulto a Fen’Harel, Solas sólo había hecho lo correspondiente. Y él no podía desoírlo. 

Aún así…

Innecesario. Cada cuerpo lo gritaba sin voz. Había llevado a cabo una matanza innecesaria... otras más que solo acrecentaban la carga sobre sus hombros, cada vez más pesados.

Solas suspiró, cerró los ojos pero, de inmediato, lo sintió como un gesto cobarde, así que se obligó a mirar el desastre acontecido. 

Uno. Dos. Tres.

No mires más, Solas...

Diez. Once.

No, debes hacerlo. No debes olvidar.

Diecisiete. Dieciocho.

Esto es tu responsabilidad.

Veintitrés.

Algunos yacían boca abajo; otros, despedazados. Unos habían muerto con la mirada perdida en el firmamento; otros, con los ojos abiertos, con sus bocas congeladas en un último grito cuando Fen'Harel les había arrebatado hasta el último suspiro. Algunos aún se cogían la cabeza, otros yacían encogidos como bebés en el útero materno. Algunas heridas aún sangraban, como si se negaran a aceptar el fin. Pero el fin los había alcanzado... 

Desde cada cuerpo se extendía un hilo rojo de venas abiertas que buscaban unirse, cediendo a la voluntad de la tierra que quería escribir con ellos una sola palabra: culpable.

Veintitrés cadáveres de elfos, entre niños y ancianos con sus caras pintadas como siervos de Evanuris. Sin diferencia, sin piedad... Todos por igual… que habían sido asesinados...

... por él.

Cerró los ojos con fuerza, un punzón agudo le atravesó la sien y le alertó que, de seguir así, experimentaría otra de sus ya habituales migrañas, esas que habían aparecido en los últimos tiempos de Elvhenan y que, al parecer, se negaban a abandonarlo incluso en este mundo defectuoso.

Eso casi lo hizo reír por la ironía. Malditos fueran todos. No, maldita fuera ésta… su consciencia, advirtiéndole que ya no podía más, pero Solas no estaba dispuesto a oírla. No podía. No podía, porque si lo hacía...

No.

No debía.

Sintió como si un martillo le diera de lleno en la cabeza. La explosión le hizo ver destellos que no existían, no en verdad. Solas sabía que los agudos dolores podían cesar cuando uno sustituía la emoción por tareas claras... un propósito. Una distracción capaz de engañarlo. Y, entonces, eso hizo. Se puso en pie con lentitud y abatimiento, y fijó su atención sobre la orilla del arroyo. Se imaginó lo que vería… corrientes frescas y limpias, con pequeños destellos de magia saltarina evocando épocas mejores, lejos de gritos de guerra y tambores de angustia… lejos de su juramento de proteger a su pueblo… de proteger a…

No.

No debía pensar en eso.

Avanzó con pasos contenidos, aún sabiendo que se estaba mintiendo. Porque aquí no encontraría destellos luminosos, aquí no habría música tronante… aquí no encontraría nada de lo que alguna vez llamó hogar.

Una vez allí, se agachó y colocó sus manos entre las corrientes frías del lugar, mientras el movimiento del agua se llevaba las manchas rojizas de sus dedos. Por lo menos, el agua sí que era fresca… también lo era en este mundo silencioso, al menos en eso se parecían...

Como en un estado de trance, sus ojos azulinos contemplaron las máculas carmesíes que se alejaban de su mano más rápido de lo que habría querido. No podía pensar en nada... No debía... Aunque a veces, resultaba inevitable...

La Noche del Crudo Invierno.

Entonces…

… la última mancha roja abandonó sus manos.

No debía pensar en el Velo.

Ni en la Ruina.

Ni en ella...

La que confió en él...

La que cayó por su culpa...

Ella... a quien no pudo salvar...

Solas apretó los dientes. El dolor en su cabeza comenzó a pulsar con un potente ritmo antiguo, como un tambor lejano que marcaba el inicio de otra guerra y lo arrastraba a un nuevo abismo.

Si pensaba en ella...

... no habría retorno.

Todo se rompería...

Él se rompería...

... como había sucedido en la noche del Crudo Invierno, antes de la creación del Velo...

Otra puntada cruel atravesó su sien, impiadosa, haciéndole temblar. Solas cerró los ojos y contuvo un gruñido.

¿Valía la pena volver a levantarse y pelear por recuperar lo que rompió?

Estaba cansado. No, agotado... su espíritu quebrado. Y no sabía si quería escribir esta historia sin ella...

Ella ya no estaba... y eso también era su culpa.

Culpable.

Pero entonces recordó a estos seres salvajes que habitaban este mundo ensordecedor en sus silencios. Adoradores de Elgar'nan y el resto... tan primitivos y carentes de conocimientos como lo habían sido los tontos en sus tiempos... Este mundo era una abominación, no debía existir. El Velo era un error, su error... Porque este... este no había sido el mundo con el que ella había soñado.

Y entonces lo decidió.

Sería lo último que haría: quitar este Velo y asegurarse que los Evanuris y la ponzoña entre éstos no volvería a liberarse jamás...

Ese sería su legado para el mundo que pretendió proteger y acabó por destruir.

Ese... sería el legado de Fen'Harel.

Solas se puso en pie y caminó con pasos indecisos, su mano aún sostenía la sien debido al intenso dolor... Por ello, no fue capaz de notar en la lejanía a la bruja que lo había observado todo. Una de las hijas de la infame Flemeth habitaba en el interior de estos bosques y custodiaba sus secretos. Y, acababa ser testigo del mayor secreto de esta era:

El Lobo Terrible... había despertado...

Chapter 4: Información

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Cercanía al Templo de las Cenizas Sagradas, Pueblo de Refugio, Reino de Ferelden, 9:41 del Dragón

La humana de cabellos de fuego se retiró de la habitación cuando la mañana ya se había instalado por completo aquel día.

El mago apóstata guardaba silencio y permanecía sentado en una incómoda silla de madera, con su mochila de viaje sobre el regazo y mucha información para dar.

Para la mayoría, la información era una forma de representar la realidad. Eso era una suposición ingenua, Solas sabía que rara vez la información aspiraba a reflejar la realidad tal cual era, más bien, buscaba construirla. A veces, claro, la representaba con precisión. Otras, no tanto. Pero lo que siempre lograba (y esto era lo verdaderamente poderoso) era conectar a las personas. Y era precisamente lo que Solas estaba haciendo en ese momento... establecer una conexión con este grupo. Una que le permitiera comprender con exactitud qué estaba ocurriendo. Porque aquella explosión había sido catastrófica... y él estaba casi seguro de que solo podía haber sido provocada por su Orbe.

La puerta se abrió con brusquedad, interrumpiendo sus pensamientos.

Una mujer de cabello oscuro y corto entró con paso firme. Solas reparó en su armadura pesada, en la tensión de su mandíbula, en la cicatriz que le cruzaba el rostro. Sin duda, una guerrera humana. La pelirroja (Leliana, si recordaba bien) ingresó tras ella y le apoyó una mano en el hombro.

- Ha ofrecido voluntariamente su ayuda, Cassandra. Al menos, óyelo.

La guerrera se paró frente a él con bravuconería, cruzada de brazos, tensión en su rostro y una voz impiadosa. - Me ha dicho Leliana que tú mismo has entregado tu bastón.

La mujer de cabello oscuro era quien portaba por estos momentos el arma que Solas había dado a Leliana. El mago apóstata se limitó a asentir, pero no agregó palabra alguna. No valía la pena hablar con estos seres incultos. Solo manipularlos, si era necesario.

- Y eres un apóstata. – insistió, él volvió a asentir. - ¿Dónde estabas al momento de la explosión?

- Ya te lo he dicho, Cass... - oyó a la pelirroja quejarse, mientras daba un paso al frente y se colocaba entre él y ella. - En una aldea cercana al sitio. Tenemos testigos que lo sitúan en aquel lugar. No ha mentido.

No, había desinformado.

La guerrera sorteó el cuerpo de la pelirroja y volvió a enfrentarlo:

- Leliana afirma que has solicitado permiso para estudiar a la única sobreviviente de la explosión. – Solas asintió en silencio, una vez más, y Cassandra suspiró con notable agotamiento. - Dime, ¿qué es lo que pretendes con la prisionera?

"¿Pretender con la prisionera?" Él pretendía muchas cosas, ¿pero con la prisionera? Nada. Si pretendía algo era con ellas, y simplemente se trataba de ganar tiempo...

- Yo no pretendo nada... – por primera vez abrió la boca el mago y dejó que el tono de su voz indicara que no sabía cómo era correcto dirigirse a la mujer malhumorada. Aunque, ciertamente, el tono también dejó escapar un ritmo en sus palabras que mostró educación y respeto. Algo muy propio de los elfos de estas épocas para con los shemlen, como había advertido.

La guerrera volvió a dar un suspiro y en el brillo de sus ojos Solas fue capaz de reconocer temor, duda y desesperanza. Bien... hacía bien en sentirse así.

- Dime "Buscadora".

Una Buscadora de la Verdad.

Solas asintió. Sí... Había leído en el último año acerca de las jerarquías del andrastinismo, la religión más popular en Thedas, y los Buscadores eran el brazo armado de la Capilla con la función de actuar como herramienta de corrección interna dentro de la institución religiosa... Bien, fuerza militar, eso solo podía significar que esta mujer seguramente tendría un pensamiento estructurado y rígido. Algo fácil de manejar.

- No pretendo nada, Buscadora. - corrigió. - Me he presentado voluntariamente ante ustedes porque es lo correcto. Todos estamos en peligro si esa grieta en el Velo continúa expandiéndose. No es prudente quedarnos cruzados de brazos.

Conexión. Solas estaba construyendo, con precisión calculada, una conexión estrecha con este grupo que (a su juicio) tenía la clara intención de lograr algo entre medio de la catástrofe. Y él debía hacerse ver como un consejero imprescindible en asuntos arcanos, alguien a quien no podían permitirse ignorar, para formar parte de ellos. Porque, aunque ellas no lo sabían (y si dependía de él, jamás lo harían), si aquella explosión había sido causada por su Orbe... eso solo podía significar que las cosas eran mucho más graves de lo que cualquiera de los presentes podría siquiera imaginar. Pero él no iba a explicárselo a ninguno.

- Solo solicito permiso para estudiar a la prisionera - dijo el elfo con voz serena, pero segura. - Con la intención de encontrar un modo de cerrar la Brecha en el cielo, si es que tal cosa es posible. – hizo una pausa. - Me especializo en las fuerzas del Más Allá y el Velo, y pongo mis conocimientos a disposición para colaborar en lo que sea necesario.

El tiempo transcurrió entre los tres. Cassandra y Leliana se permitieron una mirada rápida, Solas solo fue capaz de pensar en lo irónico que resultaba presentarse a sí mismo como "experto en el Velo" ante estos seres cuando, bueno, era su creador.

- Cassandra, - interrumpió el silencio Leliana. – Él ha supuesto correctamente que la Brecha se está expandiendo. - En los ojos de la pelirroja había temor honesto al hablar. - Cree que destruirá el mundo entero si no encontramos forma de impedirlo. - La mujer de cabello oscuro apoyó las manos sobre el escritorio y dejó que todo el peso de sus responsabilidades parecieran aplastarla ante la acongojada situación en este día fatídico. Todo era caos desde hacía varias horas. Solas no envidiaba el peso de ese tipo de responsabilidades, pero no haría nada por alivianárselo. - Si no tienes nada que objetar, autorizaré sus estudios...

- ¿Objetar? - Cassandra dejó escapar una risa seca. El agotamiento era evidente. - Si en verdad has venido hasta aquí con el compromiso de salvar este mundo, ¿cómo podría objetarlo?

¿Salvar el mundo? Bueno sí, podía tratarse de eso... pero no este mundo.

- No pretendo salvar este mundo, Buscadora. – aclaró. - Tan solo encontrar respuestas si mis conocimientos son capaces de aportar algún tipo de guía.

Por un instante, Leliana lo observó en silencio. Fue solo un destello fugaz en la mirada de la pelirroja, pero lo suficiente para que Solas comprendiera que aquella mujer era más peligrosa de lo que aparentaba. Ese modo de observar con rapidez hasta el mínimo detalle, era el modo de ver de un verdugo, alguien capaz de actos despiadados. ¿Acaso él había sido tan obtuso de utilizar mal la entonación de sus palabras cuando mencionó "este" mundo? No. No se trataba de eso... se trataba simplemente de ella. El pequeño pajarillo de plumaje rojizo era, sin duda, un arma letal.

Lástima que se enfrentaba a un lobo.

- Mira, Solas - oyó la voz implacable de la guerrera, y el mago volvió a mirarla. - No te conozco, así como no conozco tus intenciones. Pero conozco a Leliana, y ella está apostando por ti. - Cassandra suspiró hondo y se irguió aún más, imponiéndose con su estatura y su temple. Ajustó la espada sobre la vaina, posiblemente un acto reflejo que le otorgaba seguridad, y sin proponérselo, sus hombros se movieron con naturalidad cuando ajustó el peso de su escudo sobre la espalda. Era evidente que la mujer era una gallarda guerrera de estos tiempos.

- Comprenderás que, por ahora, no te devolveré tu báculo. – advirtió. - Hay demasiado caos entre magos y templarios. Pero te permitiré que examines a la prisionera. - El apóstata asintió, con expresión neutra.

Qué ingenuo era pensar que ella estaba segura solo porque él no portaba un canalizador. El báculo era útil, sí... pero innecesario. Con o sin Velo, Solas conocía más de una forma de arrebatar vidas. La magia era solo la más elegante de todas ellas.

- Acompáñame - dijo la Buscadora finalmente. - Te llevaré con la prisionera.

Ambos atravesaron el interior de la Capilla del pueblo y se dirigieron a los pisos inferiores, donde se encontraban las celdas. El lugar estaba oscuro y humedecido, el olor a moho y sangre seca invadía las fosas nasales. Algunas antorchas danzaban ardiendo e iluminando este sector, pero eran pocas, y Solas deseó extender su mano para hacer arder al resto y poder observar mejor. Se contuvo, naturalmente...

Cassandra se dirigió con resolución hacia una de las celdas, adelantándose frente al mago. Solas frunció los labios en reproche mudo a la mujer por sentirse tan segura a su lado (y tan rápido). Era una actitud ingenua confiar la espalda a un desconocido (aunque tuviera escudo), más aún a Fen'Harel, pero bueno, ella no lo sabía... ni lo haría. Por ahora, podía permitirse esos errores de cálculo...

- Es ella. - la oyó pronunciar. Solas se acercó a la Buscadora y miró a la única sobreviviente de la explosión en el Cónclave. Y para desgracia del elfo, se trataba de una dalishana.

Hizo una mueca casi imperceptible. De todos los seres de este mundo justo ese: una elfa dalishana portadora de la marca de Ghilan'nain sobre su rostro. Estuvo tentado a dar un suspiro y revolear sus ojos, pero por supuesto que controló su postura a la perfección. Apretó los dientes y tuvo que desviar la mirada a la puerta contigua para neutralizar la frustración... aunque, ¡la grandeza de la gran Ghilan'nain invocada en la piel de aquella muchacha otorgó al herético Lobo Terrible la oportunidad de advertir una biblioteca en el interior de este sitio! Vaya, los dalishanos sí que sabían cómo hacer hablar a sus dioses cautivos... Excelente. Más tarde podría acercarse a buscar información. Nunca estaba de más leer sobre el folclore de estos tiempos e interpretar correctamente el papel de "mago apóstata errante", ¿verdad?

Ghilan'nain enasal... Después plantaría un árbol en su nombre...

La voz de Cassandra lo obligó a apartar la atención de su gran resentimiento.

- No ha despertado desde que hemos tomado su cuerpo. – no lo estaba mirando. Seguía con toda la atención sobre la adoradora de "Ghily". - Pero ha sido encontrada en el sitio de la explosión. Creemos que fue escupida desde el Más Allá.

¿Escupida del Más Allá? Poco probable.

Entonces un brillo verdoso sobre la palma de la prisionera llamó la atención del mago.

- ¿Puedo? - Solas señaló la celda. Cassandra asintió y tomó una llave de hierro grande e hizo girar la cerradura. Ambos ingresaron, el mago se arrodilló al lado de la dalishana que continuaba inconsciente sobre el suelo frío de la celda. Acercó la palma de su mano sobre la frente a la joven y cerró sus ojos. Dejó que las fuerzas arcanas lo invadieran y obligó a la mente dalishana a cederle paso... después de todo, era un mago soñador... podía permitirse un truquito. O dos.

La prisionera se encontraba sumida en un sueño profundo (probablemente arcano) en el interior del Reino de los Sueños... sumergida en un estado de meditación profundo... Se preguntó cómo lo había logrado o qué lo había provocado. Entonces, volvió a dirigir la mirada hacia la guerrera. - No despertará pronto. Está drenada. Sea lo que sea que ocurrió dentro del templo, ha vaciado casi por completo sus reservas de maná.

- ¿Maná? - repitió Cassandra, arqueando una ceja. - ¿Es una maga?

- Eso parece, Buscadora.

La mujer resopló, se movió con impaciencia a su lado. Su mirada se perdió unos instantes en un horizonte de responsabilidades imposibles, y al fin confesó. - Escucha, Solas. Tengo muchísimas cosas que hacer. La revuelta entre magos y templarios no nos ha dejado un segundo de respiro, y todo ha empeorado con la muerte de Su Más Sagrada. - Solas asintió en silencio. - Algo me dice que eres un hombre sensato, que no intentará escapar. Te dejaré aquí para que examines a la prisionera, pero deberás quedarte en la celda con ella. Precaución.

- Si despierta, no la dejaré huir - respondió él sin rodeos. - No me es grata la idea de yacer entre rejas. Me incomoda. Pero puedes confiar en que no permitiré que escape.

- Confía en mí, así como yo estoy confiando en tus intenciones - replicó la Buscadora. Solas hizo una mueca leve. No quería estar encerrado. - Somos dos desconocidos que, al parecer, deberán cooperar, apóstata. No te dejaré con la prisionera sin bloquear la celda. – ambos enfrentaron sus miradas. - Estarás dentro. Es una precaución. Aún no sabemos qué podría hacer si despierta.

- Entonces, en este día somos dos los que no somos capaces de confiar, Buscadora. Lamento declinar tu oferta. - dijo el mago con calma, pero firmeza. - Aprecio que me hayas permitido verla, pero no deseo encontrarme privado de mi libertad. Espero que puedas entenderlo.

Cassandra frunció el ceño, pero no discutió.

- Eres prudente - dijo ella al fin. - Y desconfiado.

- No más que tú, Buscadora. No más que tú.

Chapter 5: El Lobo Invisible

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Durante la tarde, Solas había regresado al interior de la Capilla.

La magia creacionista resultaba útil para alterar la percepción de los espectadores sobre el entorno y la realidad; en su caso, para sostener un hechizo de invisibilidad. Sin embargo, aquel encantamiento tenía limitaciones claras, ya que mientras durara, no podía entrar en contacto directo con el mundo físico sin arriesgarse a quebrarlo. Para lograrlo, debía dispersar las partículas de su cuerpo hasta volverlas translúcidas, un estado que le impedía manipular objetos contundentes o abrir accesos por sí mismo.

Eso mismo le ocurría ahora. Necesitaba que alguien abriera la puerta hacia los niveles inferiores de la Capilla, pero él no podía hacerlo, porque Cassandra ya le había negado el acceso sin una autorización formal... y, además, el apóstata errante no era un agente de la rebelión. Debía mantener las apariencias... aunque, por otro lado Fen'Harel... pues era otro cantar.

Solas llevaba un año despertado en este mundo. Y, desde entonces, apenas había tenido tiempo para detenerse. Su mente había absorbido información con la avidez de un erudito y, con la ayuda de sus agentes, no había dejado de observar y experimentar una y otra vez con las distintas razas y facciones de Thedas. Aun así, no podía considerarse un "experto" ni por asomo. Había demasiado que aún desconocía... y aquel desconocimiento era peligroso, especialmente ahora, cuando las circunstancias lo habían forzado a infiltrarse en una organización incipiente, nacida del caos desatado por la explosión de su Orbe.

Un error de cálculo, y no iba a dedicar más tiempo al asunto. No, de momento.

Por otro lado, esta tarde había decidido evaluar el ingenio de un soldado promedio... y, con ello, medir el terreno en el que estaba pisando.

- Buenas tardes. – Solas se acercó a un soldado raso que estaba de pie frente a la gran puerta de la Capilla. El hombre lo miró sin disimular el desdén hacia el "elfo".

¿Y si le decía que era un mago apóstata errante, anotaría puntos a su favor? Posiblemente, no. – ¿Eres del servicio de guardia? El comandante Cullen me ha enviado. – mintió con tanta naturalidad que a aquel hombre no le quedó más remedio que seguirle el juego.

- ¿Y tú quien eres? – preguntó con el ceño fruncido.

Solas lo inspeccionó. Este hombre parecía cualquier cosa, menos comprometido con su deber. Lo cual era llamativo. Una herida verdosa en el cielo debería de ser advertencia suficiente para tener a todos los creyentes en la ira del Hacedor suplicando de rodillas por piedad, pero ¿quién era él para juzgar la devoción de los hombres?

- Soy el chico de los recados. – lo dijo con tanta seguridad y carente de cualquier pizca de ironía, que el soldado se lo tuvo que creer. Lo miró con extrañeza, era cierto, aunque después pareció reflexionarlo y creérselo, ya que se trataba de un elfo, ¿qué otra cosa podía ser un "orejas puntiagudas" si no el chico de los recados de los shemlen?

- Por tu apariencia hace rato has dejado de ser un "chico", elfo.

Sí, sí, él también lo sabía. Era inmortal. Pero ¿qué tenía que decir? ¿El "viejo elfo" de los recados? Daba igual.

- El comandante Cullen solicita que eches una inspección en las celdas inferiores de la Capilla, señor. – recitó Solas con solemnidad.

El soldado hizo una mueca de disgusto.

- ¿Y por qué? ¿Ahí no está LA prisionera?

Solas arqueó las cejas y se sorprendió por la insubordinación del militar. ¿Acaso el mensajero tenía que explicar los motivos de un comandante? Aun así, aprovechó para otorgar un poco de superstición al asunto.

- No me corresponde a mí decirlo... pero es que... emm... - titubeó magistralmente y se mostró muy incómodo frente al tipo. – Creo que tiene que ver con unos eventos inusuales, señor. – aseguró. – Las antorchas han estado perdiendo el fuego y ya las he encendido en seis oportunidades. Se lo comenté al comandante y me ha pedido que busque a alguien en el rango militar que pueda ser capaz de ocuparse de este asunto. – hizo una pausa, su voz tembló, desvió la mirada. Solas intentó mostrarse lo más pequeño posible, como si quisiera dejar de existir en ese preciso instante. – Habría que investigar que no hubiera alguien ocasionándolo.

- ¡Por el hálito del Hacedor! – susurró el soldado. - ¿El comandante te ha dicho que quiere que yo vea eso? – Solas asintió. – Pero, ¿y si se trata de un demonio?

- Con esa brecha... - molestó el elfo, aunque actuando con total inocencia mientras daba a entender que la sugerencia era la mas factible. El soldado se estremeció. – En cualquier caso, ya me he retrasado más de la cuenta, señor. – Solas hizo una reverencia. – Cuando verifique las antorchas, búsqueme y se lo comunicaré al Comandante. – otra gran reverencia y salió despedido de allí para escabullirse entre árboles y arbusto, liberando un hechizo de invisibilidad.

Imbécil.

El soldado vaciló visiblemente a lo lejos. Su mano tembló cuando tomó la espada. Solas lo inspeccionó. Templario no era, Buscador de la Verdad, tampoco. Tenía un uniforme de cuero remendado, cortado y vuelto a coser en grandes puntadas. La espada no estaba pulida, el filo parecía mas bien romo y el peto era de bronce. Hizo una mueca... ¿de dónde había salido este soldado? Aun así, se armó de valentía e ingresó al interior de la Capilla. Solas corrió tras éste.

Lo oyó mascullar insultos con cada paso que dio, pero sirvió para su propósito, se adentró al interior de las celdas y Solas se vio tentado en jugarle algún truquito por el simple placer de deleitarse con su temor, pero no... ya era un elfo "viejo", como bien había hecho hincapié este hombre. Ya no era el joven Lobo Terrible que se hubiera dado ese respiro en medio de una burla a sus oponentes. O quizás, la simple verdad era que este shemlen ni siquiera era un oponente...

El soldado encendió con rapidez las tres antorchas sin fuego y salió con paso acelerado del lugar, evitando por todos los medios cruzar la celda donde la dalishana yacía dormida. Cuando la puerta cerró con un estruendo, Solas se liberó del hechizo.

- Comandante Cullen... tendrá un arduo trabajo con sus soldados. Eso, se lo aseguro. – susurró con una media sonrisa burlona y caminó hacia el lugar atestado de libros. Se detuvo en mitad del camino, miro a la adoradora de Ghily. Seguía igual que cuando la vio con la Buscadora, lo cual era esperable, dio un suspiro y acercó su mano sobre la cerradura de la celda con libros, la abrió con magia e ingresó.

Destinó el tiempo necesario para revisar títulos, sabía que no contaba con demasiado. Cassandra quizás lo buscaría en la mañana siguiente para inspeccionar a la prisionera, pero no podía estar seguro. En cualquier caso, debía mostrarse visible en todo momento por si cualquiera de las personas a cargo lo buscaban. Ya se había enterado de que Cullen, Cassandra y Leliana parecían ser los que llevaban voz de mando en este sitio. Pero también debía sacar del medio a ese soldado al que le había ordenado encender las antorchas. Al comandante no le haría gracia enterarse que había un elfo calvo dando recados a los soldados en su nombre y, ¿cuántos elfos calvos de mediana edad había visto por estos sitios? Solo él... Asesinar aquel hombre sería algo demasiado extremo, pero un poco de magia de sangre o de los sueños... más que suficiente para quitar el cabo suelto.

- Disertación sobre el Más Allá como manifestación física de Mareno, encantador superior del Círculo de Hechiceros de Minrathous. – susurró uno de los títulos y tomó aquel libro en sus manos. Serviría. Solas deseaba conocer un poco de las creencias de estos seres en referencia a su Velo. Abrió su índice, leyó los títulos y buscó una de las páginas que llamó su atención.

En este mundo había comprendido que, gracias a la presencia de su Velo, no existía la energía mágica "constante", a diferencia de lo que había sido Elvhenan. Aun así, incluso en su mundo, los flujos energéticos nunca habían sido invariables. La magia había fluido más (o menos) según alineaciones... como el Sol, la Luna, constelaciones, puntos cardinales de rotación (como los solsticios o equinoccios) y fenómenos raros como los eclipses. Precisamente de esto se habían valido Elgar'nan y Mythal para ser los Evanuris más poderosos de sus tiempos. Y, de ello, se había valido él la Noche del Crudo Invierno. La noche que creó su Velo.

- "Detesto esa noción de que el Velo es una especie de 'telón' invisible que separa el mundo de los vivos del de los espíritus" – recitó y sonrió con desdén. – Excelente observación encantador tevinterano. – se burló. – "No hay 'este lado' y 'ese lado' en lo relativo al Velo. Uno no puede pensar en él como en una cosa física o una barrera, y menos en un 'Muro reluciente de luz sagrada'" – el elfo creador del Velo dio un gruñido. No podía ponerse a leer esta disertación a fondo si quería estar "visible" para los líderes de este sitio en todo momento. Tendría que otorgarle el tiempo necesario. Se vio obligado a cerrar el gran libro y llevárselo prestado.

Se giró sobre sus pies, miró una vez más a la dalishana, sus ojos estudiaron la vallaslin en su rostro, hizo otra mueca y recordó la grandeza de Ghilan'nain en tiempos mejores. Lástima todo lo que llegó después. Sacudió la cabeza en negativa y se dispuso a retirarse de aquel lugar.

Mientras caminaba hacia las escaleras húmedas, pensaba que el Velo lo había creado durante la noche más larga del año del calendario élfico de sus tiempos. No solo había sido la noche más larga, sino el invierno más cruel. Ese había sido el punto de mínima fuerza solar, y la ventana de oportunidad para que Elgar'nan no pudiera contrarrestar la magia de su ritual. Revas y Felassan no habían estado de acuerdo. Le habían dicho que era conveniente esperar hasta el próximo Crudo Invierno. Habían apelado a lo inestable que él se había encontrado por la muerte de Mythal. Solas no había mostrado la sabiduría necesaria para escucharlos. Y había pagado el precio.

La condena al mundo entero.

Llegó al final de las escaleras. Abrió la puerta, se protegió con el hechizo de invisibilidad. El sonido de la vieja madera irrumpió en el silencio del lugar. Solas avanzó. El soldado de guardia giró el rostro y empalideció al notar la puerta abierta. Corrió a cerrarla, luego se dirigió a su puesto. Solas escondió el tomo detrás de una de las columnas de la Capilla y rompió el hechizo al hacerlo. Con paso medido, se acercó al hombre.

- ¿Y bien? – el mensajero élfico habló sobre su espalda e hizo dar un salto de sorpresa al soldado. - ¿Algo para informar al comandante?

- ¡Por el culo de Maferath, elfo! – levantó un brazo y golpeó a Solas sobre la mejilla. Fen'Harel sintió cómo su maná se arremolinó en su interior por la ira. - ¡¡No me asustes de ese modo!!

- Lo siento, señor. - se obligó a responder.

- Ya he encendido las antorchas y todo se encuentra en orden. Eso ve a informarle al comandante.

- Sí, señor.

Solas apretó la mandíbula y se retiró. ¿Eso era todo? Era un pésimo trabajo intentando descubrir si había una persona detrás de los acontecimientos que él le había comentado. 

Ya lejos del campo de visión del hombre, se tornó invisible y volvió por su libro. Lo tomó, perdió su hechizo, volvió a dotarse de transparencia y se retiró hacia la casita que Leliana le había otorgado para acomodarse. Un lugar excelente para seguir con sus estudios. Más tarde se ocuparía de este hombre en el Reino de los durmientes.  

Chapter 6: Conexión

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Solas y Cassandra volvieron a encontrarse durante la madrugada. Cuando ella rompió el silencio, ambos ya estaban descendiendo las escaleras que los llevaban hacia las celdas en el tramo inferior de la Capilla.

- ¿No pudiste dormir esta noche? - preguntó con tono neutro. Solas le dirigió una mirada lateral. Por un segundo, olvidó que los demás necesitaban dormir. Solo los somniari estaban libres de esa necesidad biológica (si lo deseaban), pero si pretendía mantener la fachada de un simple apóstata, debía actuar en consecuencia. Entonces, esbozó una sonrisa leve y forzó un gesto de fatiga, cuando dijo:

- En verdad, Buscadora, me preocupa demasiado la situación que nos atraviesa. - habló con voz suavizada y convincente. - Supongo que mi mente ha estado demasiado ocupada. Me alegra que tú tampoco descanses. Habla bien de tu compromiso.

Él solo había estado leyendo su libro.

- Si duermo ahora, quizás no despierte mañana - replicó Cassandra. Su tono fue seco, sin sarcasmo, solo realista. Se adelantó un par de pasos y abrió la puerta de la celda con la llave, como lo había hecho durante la mañana. Solas notó las ojeras bajo sus ojos y no tuvo tiempo de inspeccionar más, puesto que las sombras ocupaban gran parte del reciento. Eso, y además que justo ella agregó. - Y me alegra que estés tan dispuesto a prestar tus servicios a estas horas, Solas. - entonces entró en la celda y se recostó contra la pared fría, cruzando los brazos. Aún llevaba la armadura completa, la espada a la cintura y el escudo a la espalda. No había traído su bastón de mago, y eso decía mucho. No confiaba en él... pero aún así, le había concedido acceso por segunda vez.

Sin mediar otra palabra, Solas se arrodilló junto a la prisionera. A lo que había venido, en primero lugar, ¿no? Entonces, sus dedos rozaron la palma de la joven mujer, y una vibración sutil lo atravesó. Fue como si, por un instante, hubiera tocado una chispa de sí mismo, perdida en un tiempo que ya no existía. Y lo reconoció de inmediato... por supuesto que lo hizo. Su poder. Su magia. El Corazón de la Bestia. Y Solas se disgustó rápidamente. Porque la prisionera no debería estar viva después de haber tocado su esencia de Evanuri. Ese poder tendría que haberla destruido. Consumido. Reducido a cenizas. Pero ahí estaba. Respirando. Sosteniendo esa energía como si le perteneciera. El desprecio se arremolinó en su interior... junto con algo más difícil de nombrar. ¿Curiosidad? ¿Fascinación? Maldita fuera... 

Es una reacción directa al contacto con mi Orbe. ¿Será permanente? ¿Habrá forma de quitárselo?

Siguió sosteniendo su mano unos instantes más, observando la respiración de la dalishana, el brillo tenue de su piel marcada por el poder contenido. 

¿Y por qué se alió con Corifeus?

La frustración le tensó el rostro. Finalmente, dejó caer con suavidad la mano de la prisionera sobre su muslo. Cassandra lo observaba desde la pared cuando volvió a hablar.

- ¿Has obtenido alguna respuesta, Solas?

- El destello sobre su palma es poderoso, Buscadora. Si me dieras la oportunidad de acercarme a una grieta, creo que podría decirte si se trata de la misma energía arcana. Tal vez... tal vez la prisionera pueda ayudarnos a interactuar con la Brecha del Velo, si despierta. Claro que eso depende de que sea lo mismo... y de que ella esté dispuesta.

- ¿Qué quieres decir con "si está dispuesta"?

Solas miró a la mujer con fingida sorpresa. - ¿Acaso no es tu prisionera? - respondió con calma. - ¿No sospechas que está vinculada a la Brecha? Si formó parte de un plan mayor, si tuvo algo que ver con todo esto... entonces existe la posibilidad de que no colabore. ¿No lo habías considerado? - Dejó que la pregunta flotara en el aire, plantando la semilla. Sabía exactamente lo que hacía. Cuanto más dudaran de ella, más lejos estarían de dudar de él. Nadie debía descubrir que el Orbe le pertenecía. Ni que había sido él quien permitió que Corifeus lo localizara a través de sus propios agentes. La explosión había sido un error. Uno inesperado... pero no irreversible. Eso, para él, solo significaba que el tiempo ahora apretaba. Y que tendría que ser más cuidadoso en adelante. Pero sus planes no habían cambiado. Iba a devolverle a los suyos lo que les había arrebatado por error. 

Cassandra suspiró. - Por supuesto que lo creo, Solas. Y me preocupa que ella sea la responsable de todo esto. - entonces la guerrera se movió sutilmente dejándole ver el escudo. Y él lo entendió por primera vez: no estaba armada por él, sino por la dalishana. Casi sonrió con sombrío placer al comprender que la mujer sí que empezaba a confiar en sus aportes. El poder del relato era algo que Solas siempre había admirado. Y ahora, aquí estaba, viendo cómo su historia cuidadosamente hilada tejía sus redes en las mentes de aquella mujer, como él lo había pretendido... Porque claro, ¿cómo desconfiar de un elfo errante, sabio, preocupado por el destino del mundo? Ella quería creer en él. Necesitaba creer en él. Y no la culpaba. La desesperación hacía maravillas con los corazones crédulos. 

- La mujer debe de ser una maga muy poderosa si porta esa marca, ¿no crees, Solas? Quizás, fue la prisionera quien causó la Brecha en el cielo, pero ¿de dónde proviene esta magia?

- El origen de la Marca me es desconocido, Buscadora. - mintió. - En cuanto a tus otras preguntas, no puedo otorgar respuesta ahora. Debería acercarme a las grietas y comparar las melodías de ambas corrientes.

- ¿Melodías?

- Los magos oímos la magia de un modo que aquellos que carecen de nuestro don no pueden. El sonido de un mismo hechizo es el mismo, podría hablar con bastante certeza si consigo comparar ambas fuentes de poder.

- Se trata de una maga poderosa, entonces. - aseguró Cassandra que se situó al lado de Solas. Ni siquiera lo miró, solo observaba a la prisionera. Bien, eso significaba que no lo sentía una amenaza. - Nunca he visto un mago capaz de controlar el cielo. - rápidamente se corrigió. - El Velo. - y entonces, sí le dedicó una mirada severa. - Si la prisionera ha sido escupida del Más Allá. ¿Crees que este poder viene del... Hacedor?

- ¿Con una elfa? - en el tono de su voz sugirió el error en el razonamiento. - No sé cuáles son las preferencias de tu dios, Buscadora. Pero sospecho que tu prisionera venera a sus propios dioses. - y con un movimiento delicado mostró el tatuaje de sangre que recorría la piel en el rostro de la mujer que yacía dormida. Cassandra hizo un gesto de incomodidad y se limitó a asentir, y el mago la vio desviar la mirada.

La guerrera era creyente, tenía fe... necesitaba creer que todo este caos tenía algún sentido.

- Tienes razón. - murmuró por lo bajo, luego caminó hacia su rincón y allí permaneció en completo silencio. Después de ello, las horas transcurrieron en el interior de la celda y Solas se dedicó a realizar todo tipo de experimentos a la prisionera, quien no despertó con ninguno de ellos.

Estaba frustrado, necesitaba ingresar al Mas Allá, y aquí, ya poco tenía por hacer... pero de pronto… percibió que la respiración de Cassandra, finalmente, se volvió más lenta y pesada, Solas se permitió algo que rara vez hacía en presencia de otros: sonreír. El tiempo era suyo ahora que su custodia había sido derrotada por el cansancio.

Al fin.

Liberó un glifo de protección que envolvió a ambos elfos. Tomó del interior de su bolsillo un grupo de hierbas trituradas y dejó el contenido en su palma, luego, hizo arder con fuego arcano y el aroma inundó sus fosas nasales. Solas inspiró profundamente. Pronto, su mente se deslizó fuera de la realidad tangible, y él se indujo en un estado de meditación profunda.

Deseaba encontrar el espíritu de la prisionera.

Chapter 7: El sufrimiento no se mitiga con canciones

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La consciencia despejada de Solas ingresó al Más Allá con facilidad. Sabía que encontrarla no sería difícil, puesto que ella llevaba su marca.

Los senderos informes del Reino de los Sueños fueron tomando sentido a medida que el elvhen avanzó. Solas dominaba este sitio, el Más Allá era su amigo y no necesitaba mirar para saber hacia dónde se dirigía. Avanzó sin prisa, dejando que el sueño se acomodara a su paso.

A lo lejos, finalmente, vislumbró la presencia de un pequeño cuerpo visiblemente perdido en este lugar. Esa era ella. Como no podía tomar riesgos, adoptó la forma de un gran lobo salvaje, de pelaje oscuro y presencia amenazante. Quería saber de quién se trataba. Quería conocer el carozo de su esencia, después de todo, esa joven mujer portaba un gran poder, su poder, y Solas no aceptaba que alguien indigno lo empuñara. 

Él, que había luchado contra los tiranos de sus tiempos con el poder del que ahora esta ladrona hacía porte; él, que había vencido a sus enemigos con la fuerza de Fen'Harel, ahora en manos de la dalishana... una elfa que, por lo que veía, parecía estar aliada a un tiránico corrupto como Corifeus... un mago que Solas pretendió dar por muerto al momento de abrir su Orbe... y, sin embargo, ahora ella estaba marcada con el Áncora... 

El panorama fue cambiando a medida que el gran lobo gris avanzó. Ya no se trataba de sitio informe y cambiante, sino que un bosque rico en vegetación ocupó su lugar. A su alrededor, hombres y mujeres élficos con tatuajes sobre el rostro realizaban trabajos esclavos. Solas iba creando el escenario que creía propicio para observarla. Intentó que pareciera un ambiente como aquel en el que ella había crecido, algo similar a los clanes dalishanos que él había visitado durante su despertar en Thedas, pero agregó la esclavitud de sus tiempos, en un intento sombrío por mostrarle que, aunque la prisionera no lo supiera y los dalishanos se creyesen libres, portaban marcas de esclavitud sobre sus rostros con orgullo. Sintió la furia que se arremolinó en su interior. Él, que había visto esas marcas arder sobre pieles sometidas, ahora debía contemplarlas elevadas como estandartes de libertad. Qué ironía atroz. Aún así, no quiso ser agresivo, no todavía, por ello, decidió mostrar aspectos más "sensibles" de la opresión. Ya vería más adelante si era necesario agregar mayor brutalidad a las imágenes del Más Allá.

Ahora, algunos de los siervos élficos fregaban utensilios de comida en el arroyo, otros lavaban ropas, mientras otros tantos más hilaban incansables y tejían vestimentas para sus amos. Los callos en las manos y el aspecto áspero de la piel atestiguaban años interminables de servicios. Lo que ninguno de ellos hacía era quejarse, Solas los mostraba sumisos y entregados a sus "destinos", aunque él aborrecía la idea de que éste existiese. La prisionera élfica observó a su alrededor cuando todo cambió y Solas pudo ver la sorpresa en su mirada. No la vio asustada, eso solo podía significar que ella solía deambular por el reino onírico con frecuencia y eso era algo inusual entre los magos de este mundo silencioso. La vio observar, curiosa, y dar unos pasos medidos hacia atrás. Ella se chocó con un tronco y, lejos de preocuparse, decidió tomar asiento. La naturaleza salvaje, sin duda, era hogar de la dalishana... Ahora sentada, Solas la vio girar el rostro de un lado a otro absorbiendo todos los detalles que sus ojos le permitían. Se otorgó el tiempo necesario para entender lo que sucedía.

Prudente e inteligente.

La elfa dejó pasar el tiempo con paciencia, asimiló aquello que sus ojos atestiguaban y, después, se puso en pie para caminar hacia un grupo de tres elfos que limpiaban los cuencos con restos de comida. La contextura de su cuerpo era pequeña, tanto como los elfos de estos tiempos parecían serlo. Haber perdido la unión con el Más Allá parecía haberlos acortado, volviéndolos frágiles y enfermizos. Pudo notar que la mujer era portadora de una extensa cabellera oscura, su cabello caía hasta la cintura dibujando discretas ondas y nada lo contenía en su salvaje libertad. Algo en las entrañas del lobo revoloteó, él conocía demasiado bien el motivo, pero no deseaba analizarlo. Aún se encontraba bastante alterado por su último año en este mundo atroz. No podía pensar en ella... no debía.

La prisionera se acercó a los esclavos élficos y tomó asiento a su lado sobre la tierra ligeramente humedecida; los prisioneros la observaron algo intrigados, y la joven agarró uno de los cuencos para, casi de inmediato, compartir labor con los siervos. - ¿Por qué limpian todo esto? - susurró, no sin evitar ayudarlos a simplificar el trabajo. 

Solas sintió algo extraño en su interior al comprender que aquella mujer acababa de establecer una unión con esclavos sin sentir ningún tipo de deshonra en ello; en lugar de acercarse a los demás y exigir explicaciones, prefirió descender a las labores de clase de los siervos para entablar conversaciones de igual a igual. Quería hacerlos sentir cómodos, dignos... no deseaba insultarlos. La cola peluda del lobo se sacudió casi sin que pudiera controlarlo, luego, el gran lobo gris se sentó sobre sus patas traseras a lo lejos, consciente de que ella no había notado su presencia, y la siguió observando.

- Debemos limpiar todo esto para nuestros amos. - respondió una de las mujeres como si aquello fuera una obviedad. - Es nuestro deber.

La prisionera hizo una pequeña mueca que habló de desacuerdo. Solas supo que aquella nunca había sido esclavizada. Resultó irónico comprender que la "prisionera de Cassandra" había vivido en relativa libertad entre los suyos y ahora, su cuerpo dormido yacía en una fría prisión. Algo en su interior se arremolinó, como si el espíritu rebelde de Solas deseara romper los grilletes que la sometían en Thedas y otorgarle la libertad inherente a todo ser con libre albedrío. Pero era consciente de que no debía. Para empezar, la dalishana era su coartada, y para seguir... era agente de Corifeus.

- ¿Su deber? - susurró ella mirando a los elfos siervos. - Bien. Los ayudaré. - y, rápidamente, se sumó a la labor. - No hubo sumisión en aquel gesto, sino más bien... una especie de ¿piedad? El lobo movió la cabeza a un costado y continuó observando a quien podría ser su enemiga en el futuro.

El tiempo transcurrió entre los elfos y la presencia de aquella mujer rápidamente se integró con el resto. Lavó cuencos y los colocó con cuidado por encima de los otros, volvió a tomarlos y repitió el acto. Sus manos no se encontraban callosas ni con piel áspera. Solas podía observar un engrosamiento de la piel de su mano derecha, donde aquella maga seguramente sostenía su bastón con frecuencia, pero no había signos de labores forzados en ella. Otra rareza. Los elfos dalishanos, o por lo menos aquellos que él había conocido, solían mostrar manos endurecidas por el trabajo arduo, incluso los jóvenes. Pero, la elfa no... ¿acaso nunca había sido sometida al trabajo pesado? ¿Qué clase de dalishana era? El lobo continuó observando...

Solas la oyó entonar una melodía suave en el idioma élfico que no tardó en obrar como encantamiento en las manos de los esclavos, quienes siguieron el ritmo del canto para alivianar la carga de un trabajo forzado. Sintió una punzada de molestia.

Esta elfa dalishana cree que el sufrimiento se mitiga con canciones. Qué ingenua.

Y sin embargo, los rostros de los esclavos cambiaron. Hubo sonrisas, alivio. Algo dentro del Lobo Rebelde se estremeció con una calidez que no había pedido. Porque la realidad era que aquellos esclavos eran entidades espirituales que habían acudido al llamado del elvhen. Solas era el portavoz de los espíritus en este reino y ellos respondían a su voluntad, gustosos. Eran sus amigos, los únicos que le quedaban. Y ella los había hecho alegrar. 

La melodía de la dalishana era suave, un arrullo que flotaba entre los reflejos etéreos de aquel paisaje onírico. El lobo ladeó la cabeza. Había visto innumerables soñadores, atrapados en pesadillas o moldeando el Más Allá con ansias de poder. Pero esta... esta elfa lo hacía de una manera distinta. No buscaba controlar ni escapar. Tampoco se rendía ante el caos. Cantaba, e inesperadamente, conectaba con los oprimidos y sincronizaba el movimiento de éstos al compás de su voz. Ahora, y gracias al canto, ya no había deber en las acciones de todos ellos, había goce. La elfa había alivianado sus cargas y eso tenía más valor que un anillo de diamantes o un collar de perlas. Había una extraña belleza en su método. En la forma en que sus pensamientos hilaban recuerdos, no para cambiarlos, sino para sostenerlos en su propia armonía. Como si creyera, con terquedad, que el dolor no debía ser olvidado, sino comprendido, sostenido y compartido para alivianar su carga... Inevitablemente, y muy a pesar de sí mismo, en su mente vagó (otra vez) el recuerdo de la Gran Mythal. El lobo dio un pequeño gruñido, no quería pensar en ella y mucho menos compararla con la salvaje dalishana.

El sonido del animal fue suficiente para que la prisionera fuera consciente de su presencia. La mujer se giró hacia él y sonrió sin mostrar sombras de temor, aunque la melodía no se detuvo. Los ojos de la prisionera de Cassandra legitimaron una coloración amarillenta, la tonalidad del Sol, tan común entre los nobles de los tiempos de Solas, pero algo extraño en las tierras de Thedas. El elvhen constató el halo violáceo que bordeaba aquel iris de oro y por un instante, recordó a alguien querido de su pasado. Otra rareza más de la prisionera. Esa mirada parecía ocultar magia ancestral, magia de sus tiempos... pero aquello era imposible.

La joven mujer desvió la atención puesta sobre el lobo, hacia los utensilios sucios una vez más. Sus pestañas oscuras eran abundantes y le regalaban una expresión atrapante, dibujando unos hermosos ojos con formas de almendras. Lejos de abandonar la labor que le correspondía, la dalishana continuó cantando y no se alejó del resto de esclavos. 

Esta mujer no parecía sierva de Corifeus...

Los agentes de Solas habían tratado con aquel mago corrupto y le habían advertido que era un tirano, ególatra y megalómano. La prisionera no parecía el tipo de persona dispuesta a trabajar con alguien como aquel. Pero, entonces ¿por qué? 

Cuando todos los cuencos yacieron limpios a su lado, la joven elfa se puso en pie y cesó el canto. Los siervos élficos le sonrieron y agradecieron. Entonces, ella se giró y caminó hacia él sin rasgos de temor alguno. Otra sorpresa, la elfa no temía a los lobos. Sabía que no debería sorprenderlo, después de todo era dalishana, pero la forma lobuna que él solía adoptar en el Más Allá era la de un amenazante lobo gris, un lobo terrible, de esos que no tienen pinta de "buenos amigos."

El lobo gris abandonó aquella postura distendida y mostró los dientes, intimidando. Ellos no se conocían y más le valía mantener una distancia prudente entre ambos. La mujer se detuvo y lo respetó. Solas notó en el brillo de aquellos ojos mucha tristeza y, sin poder evitarlo, se preguntó qué era aquello que le afligía. No debería importarle, pero ella tampoco debería haberlo sorprendido.

- ¿Te molesta si me acerco? - susurró la prisionera élfica. Su postura mostraba cierta tensión, ella no temía a las bestias, pero este lobo acababa de advertirle que no era amigable. Entonces, la vio desviar la mirada sobre su mano izquierda, la que brillaba con aquellas tonalidades verdosas. Solas se le acercó, ella se mostró sorprendida, pero no intimidada. Él olfateó su mano en búsqueda de alguna pista. Ella se la ofreció para su examen. - Hay algo extraño en mí, lobo. - le confesó. - No recuerdo qué fue lo que sucedió y no sé cómo salir de aquí. Pero esta cosa que tengo en mi palma... no es mía. 

No, era de él. El lobo la observó y Solas comprendió que estaba perdida en el Más Allá. Para él, quien había sido el portavoz de los espíritus, requirió tan solo un rápido olfateo para percibir vestigios de poder de un espíritu del Terror. A la mujer le habían arrebatado los recuerdos, poco podría decirle a Cassandra o Leliana si despertaba. Intentar comprender a través de la joven mujer qué era lo que había sucedido durante la celebración del Cónclave, no tenía sentido. Solo una visita al reino de aquella entidad espiritual podría devolverle los recuerdos arrebatados, pero aquella era una misión compleja y carente de sentido en estos momentos. Más importante era ocuparse de la gran grieta que se iba expandiendo. Y para hacerlo, ella necesitaría dominar el poder de Fen'Harel sobre su palma.

El lobo sacudió la cola. Solas había decidido que tenía que sacarla de aquí.

La joven elfa que portaba la vallaslin de Ghilan'nain sonrió al ver que la bestia aceptaba su presencia. Entonces, se agachó a su lado y acarició entre los ojos azulinos del animal. El gran lobo lo permitió, solo porque debía despertarla. - Tienes unos ojos hermosos, gran lobo. - susurró y Solas maldijo para sus adentros por haber sido tan distraído y olvidar cambiar la coloración de sus iris. Era peligroso que ella llegara a relacionar su forma élfica con el Gran Lobo. Después de todo, la última vez que los dalishanos lo reconocieron por quien era realmente lo habían atacado. Y habían pagado el precio por ofenderlo. Sin embargo, con ella era diferente, porque su palma portaba el poder que él codiciaba. La prisionera debía confiar en Solas, no temerle. Jamás sabría que se trataba de Fen'Harel. Entonces, el lobo gris se giró sobre sus patas y comenzó a recorrer un camino con pasos lentos, invitándola a seguirlo. La mujer así lo hizo. Y justo cuando había estado dispuesto a sacarla de allí, Solas abrió los ojos en el mundo vigil.

La Buscadora se removió, y él supo que debía salir. No debía encontrarlo dentro de la mente de su prisionera. Abandonó abruptamente el Más Allá y observó a la joven mujer que yacía dormida en este mundo, pero perdida entre sueños. - Descansa, dalishana. Te sacaré de allí...

Poco tiempo después, la guerrera se situó a su lado, su mirada agotada y somnolienta. - Perdóname, Solas. Me he quedado dormida. 

- No hay nada por perdonar, Buscadora.

- ¿Has descubierto algo?

- No. Necesitaré más tiempo para examinar a la prisionera.

Chapter 8: El nacimiento del símbolo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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El alba despuntaba en el interior del pueblo de Refugio cuando Solas se detuvo frente a la tienda donde Leliana solía estar. Para su sorpresa, se encontró con quien se hacía llamar Josephine, la única de aquellos que aun no había tenido el deleite de conocer. Se trataba de una mujer de origen antivano y que ocupaba el cargo de diplomática entre este grupo de personas que habían aceptado la encomiable tarea de intentar traer orden entre medio del caos que había desencadenado la explosión de su Orbe.

Una tarea complicada, incluso para él...

Josephine se mostraba intranquila mientras intercambiaba palabras con Leliana. La pelirroja, por su parte, sostenía documentos sobre sus manos y los apretaba. Era cierto que hubiera sido interesante esconderse entre las sombras y oír en detalle cada palabra de aquellas dos mujeres, pero en este día su cabeza era un remolino incómodo de ideas. Solo desea apartarse, dar una bocanada de aire en soledad y decidir cómo seguir adelante con sus planes personales. Justo cuando se giró para apartarse casi chocó de frente a la Buscadora de la Verdad.

Que los allende al mar se lo llevara...

- Oh, Solas... - sintió la mano de la guerrera tomarlo por uno de sus brazos como tenaza de hierro. - ¿Tampoco has podido dormir? – preguntó con rostro severo. Notó que en la otra mano sostenía un libro grueso, con encuadernación magistral, aunque vieja. ¿Y ese ejemplar? Solas desvió con rapidez su atención sobre éste, pero (quizás sin intención), ella acabó colocando su pecho en esa dirección y no le permitió divisar nada.

Maldición.

- En realidad, estaba buscando algo de aire fresco, Buscadora.

La mujer resopló y le sonrió sutilmente. Apartó su torso de él y agregó. - No te he agradecido por tus servicios, Solas. Has hecho un gran trabajo con Elentari. Y me alegra saber que hemos logrado estabilizar la Brecha.

Sí. Eso. La prisionera de Cassandra había despertado el día anterior y había ayudado a sellar efectivamente la gran grieta que se había formado en el interior del Templo de las Cenizas Sagradas durante la explosión en el Cónclave. Precisamente, esta mañana eran esos eventos los que lo tenían perturbado.

Una vez liberada de su sopor, la dalishana se había presentado al grupo como Elentari, Primera del Clan Lavellan, y había demostrado compostura desde el inicio. Había luchado sin titubear y había seguido adelante a pesar de todo.

Solas pensó que sin lugar a duda la joven elfa habría sentido temor al despertar en el interior de una celda y, sin embargo, había decidido ayudar a sus carcelarios porque era lo correcto (ella misma había revelado el motivo) y cuando él había tomado su mano y la había forzado a cerrar la primera grieta, ella meramente había obedecido. Pero su obediencia no había sido un acto de resignación, ni por servidumbre (él podía reconocerlos incluso con los ojos cerrados), sino que había sido un acto consciente y decidido. Una muestra de determinación inesperada... tanto como la bondad que había mostrado a los espíritus en el Más Allá el día que la visitó mientras dormía.

- El mérito ha sido de Elentari, Buscadora. Yo no he hecho nada. – Solas aclaró con firme humildad. Más le valía poner todos los ojos sobre ella y no sobre él. Esta vez, en este mundo, no quería ser el líder de ninguna resistencia. Muy por el contrario... sería el espía bajo las sombras.

Notó cuando la guerrera volvió a sonreír y, acto seguido, lo tomó del brazo para dirigirlo al interior de la tienda con las otras dos mujeres. Él reparó en la autoridad con la que manejó su cuerpo, así como la fuerza natural con la que lo dirigió. Resultaba evidente que Cassandra estaba acostumbrada a ser oída y dirigir soldados. Pero él era mago, no soldado. No de ella, al menos. Aún así, consideró prudente morderse la lengua y seguirla.

- Josephine, él es Solas. – la morena, que había estado discutiendo con Leliana, se giró y sonrió con cortesía.

- Oh, tú eres nuestro experto en las fuerzas del Más Allá, ¿verdad? – Solas la miró algo sorprendido. Fue consciente de que lo había llamado "experto del Más Allá" y no "apóstata", como Cassandra solía hacerlo. – Es un placer. Soy Josephine Montilyet.

- El placer es todo mío.

La Buscadora lo liberó de su agarre.

- Ella es nuestra embajadora y diplomática jefe. – intervino Leliana, situándose frente a él. El apóstata asintió con precaución, fingiéndose sorprendido por involucrarlo activamente con el equipo.

- Entonces... - la pelirroja dejó la documentación que sostenía sobre una mesa y enfrentó a Solas con la mirada. – Supones que es necesario que proveamos más poder a la Marca de Elentari para lograr cerrar efectivamente la Brecha, ¿no es así? – Solas asintió, aunque aún le sonaba extraño oír que se referían a "la Marca de Elentari", cuando para él era la de Fen'Harel. – La hipótesis es que si concentramos suficiente magia en la mano de ella podríamos lograr nuestro cometido.

Solas no agregó nada más, Leliana solo acababa de verbalizar una realidad a los presentes.

- Lamentablemente, - intervino la embajadora - los dos grupos que podrían ayudarnos a alcanzar ese cometido no desean entablar negociaciones con nosotros. – hizo una pausa y lo miró. – Me refiero a los magos rebeldes o los templarios. – Solas asintió y continuó guardando prudente silencio. – Para empeorar las cosas, la Capilla nos ha denunciado y nos declaran herejes. – dejó escapar un suspiro de frustración. - Debemos lograr un acercamiento con ambos grupos cuanto antes... hay que lograr un vínculo.

- De eso nos encargaremos junto con Elentari. – aseguró Cassandra, determinada. – Exploraremos las Tierras Interiores y veremos cómo están las cosas.

- ¿Ya ha despertado? – quiso saber Leliana, y Cassandra miró a Solas, esperando una respuesta. El mago las observó algo sorprendido. Él no había cuidado de la elfa desde que habían destinado a esa tarea al boticario Adan.

- Pues, no lo sé. Recuerden que destinaron al boticario para esa tarea. – la pelirroja hizo un gesto de disgusto con la boca. – Podría...

- Cierto. – lo interrumpió y dio otro suspiro, dejando al descubierto el cansancio que portaba. Luego puso su atención sobre la embajadora – Bueno, supongo que es momento de reunir a todos en la Capilla, Josie...

- Y declarar renacida la Inquisición. – agregó Cassandra con firmeza y algo de ¿orgullo? en el tono de su voz.

Solas solo miraba a una mujer, luego a la otra. Conocía la historia de la primera Inquisición, pero poco. En el último año, no había tenido el gusto de tomar entre sus manos un libro que desarrollase aquel tema. Ahora sabía que era menester hacerlo... ¿La biblioteca de las celdas inferiores tendrían algo? Casi por casualidad, sus ojos se posaron (otra vez) sobre el grueso libro que había traído Cassandra. Y, ahora sí, reconoció inmediatamente el símbolo de la Inquisición y las ganas de solicitarlo prestado casi se atragantaron en su garganta. Sin embargo, mantuvo la compostura. No debía mostrar sus verdaderas intenciones a nadie en este sitio. No los conocía, no sabía quiénes eran en verdad. Los tiranos del pasado ya le habían demostrado una extraordinaria capacidad para fingir honradez.

- Esta fue la orden de Su Perfección, la Divina Justinia. – dijo Leliana, interrumpiendo sus pensamientos. – Restaurar la antigua Inquisición y buscar a quiénes se opondrán al caos. Justinia pidió la ayuda de Elentari durante la celebración del Cónclave, ¡hemos oído cómo la llamó! Ella es la ayuda que el Hacedor nos envió en este momento de necesidad.

Solas oía aquellas palabras siendo consciente del poder que podrían llegar a albergar en el futuro, si cada uno de los miembros de esta nueva "Inquisición" usaba estratégicamente las piezas del tablero en su favor. Las tres mujeres parecían más que competentes. Y una cosa era segura, ellas creían en lo que decían. Y eso era muy significativo... poderoso, pero también podría ser... peligroso.

La mayoría de los relatos realmente importantes, aquellos que trascendían la historia, habían surgido como consecuencia de proyecciones emocionales y de deseos. Los verdaderos creyentes desempeñaban un papel clave en el auge de toda ideología relevante, y eso era precisamente lo que aquí se estaba gestando. La disputa entre magos y templarios había sumido al continente en un sentimiento conjunto de temor y la muerte de la Divina en desesperanza... solo el tiempo sería testigo certero de lo que estas épocas harían con la figura de una mujer capaz de domar los mismos cielos...

Aunque, claro, eso no era lo verdaderamente importante. Importaba algo mucho más urgente: el quiebre en su Velo. Ese era el verdadero peligro. Ellas no tenían idea de cuánto.

Aún así, sería mezquino de su parte despreciar un hecho sorprendente de estos tiempos. Quizás, por primera vez desde que este mundo había visto luz con la formación de su Velo, una persona de su raza, es decir, una elfa, ocupaba tanta relevancia como parecía poseer la dalishana en la construcción de un relato fantástico. ¿Era posible? ¿Qué futuro sería trazado bajo la guía de aquella que portaba la Marca de Fen'Harel?

Por ello, decidió ir un poco más allá con el análisis.

- Disculpen, pero ¿son conscientes de que Elentari es una elfa dalishana? – tanto Cassandra como Leliana lo miraron algo sorprendidas. Solas no se inmutó, deseaba oír la respuesta, deseaba analizar la profundidad de lo que se gestaba en este sitio. ¿Era posible que los andrastinos, aquellos cuya Segunda Marcha Gloriosa había sido la responsable de la aparición de los "dalishanos", reverenciaran a una de éstos por pura desesperación?

Quien habló fue la Buscadora de la Verdad. - Ella es exactamente lo que necesitamos y cuándo lo necesitamos. Es providencia, Solas. Es la ayuda que los cielos nos han enviado en tiempos aciagos. – en el brillo de la mirada de la guerrera hubo esperanza.

Providencia. Qué palabra tan útil. Entonces, se limitó a asentir y con mucha educación se excusó para dejar a las tres mujeres inmersas en sus deberes, y así retomó la marcha hacia las afuera del pueblo para poder pensar en todo lo que estaba sucediendo en estos momentos.

Estaba incómodo, intranquilo.

Era posible que Elentari, realmente, alcanzara la grandeza de un ser místico si la Inquisición tenía éxito. Si en un futuro contaba con suficientes creyentes en su causa, el relato que se contara acerca de ella podría generar un impacto mucho mayor sobre la historia de Thedas que la misma persona que era aquella joven elfa en verdad.

Y eso le molestó mucho.

Él ya había sido testigo de la fuerza que podían tener los relatos sobre un pueblo, y de la tiranía que podían ejercer sus protagonistas. Y eso le preocupaba. Porque, ¿acaso no era esta mujer agente de Corifeus? ¿O se había tratado tan solo de un evento fortuito que fuera ella quien acabó con el poder de su Orbe sobre la palma de su mano?

Se preguntó qué clase de heroína elegiría ser. Si una "elegida" por los dioses, o preferiría mantenerse separada de la divinidad. Si iba a desear poder y devociones, o más bien, luchar por los oprimidos e inocentes... Simplemente, no podría saberlo... no, de momento. Todo lo que sabía era que la dalishana portaba el poder de Fen'Harel sobre su palma...

Irónico... por lo que había comprobado, para el pueblo salvaje de la elfa, él era el gran adversario de su mitología... y ahora estaba marcada por su Orbe. Apretó la mandíbula y cerró sus manos en fuertes puños. Estaba molesto, porque no había nada que pudiera hacer, más que lo que estaba haciendo: formar parte de todo esto para intentar dirigir la narrativa de los eventos futuros a favor de su propósito.

Solas se dirigió hacia una ladera nevada que rodeaba el pueblo. La nieve crujió bajo sus pies casi desnudos con cada paso. El aire era helado, puro, sin la corrupción del lirio rojo ni las cicatrices del Velo desgarrado. A veces, en las montañas o en los campos vacíos, Thedas le recordaba a lo que fueron otros tiempos. Uno donde hubo paz... después de todo, Solas ya había habitado estas tierras en sus tiempos.

Pero era solo una mentira.

Este mundo era un eco de lo que había sido, y sus tiempos tampoco habían sido pacíficos... Él había guerreado durante siglos que parecieron inacabables... y eso lo había agotado. Tanto su espíritu como su mente... Y, ahora, parecía encontrarse atrapado aquí, donde el silencio lo enloquecía.

Solas exhaló con desdén y, de pronto, un destello en el cielo llamó su atención. Un cuervo cruzaba el cielo con una majestuosidad imperturbable, dibujando una silueta perfecta sobre el resplandor del amanecer. Volaba con un dominio absoluto de las corrientes, como si el cielo le perteneciera. Por un instante, contuvo la respiración. Era hermoso. Dolorosamente hermoso. La vida, cuando estaba libre de corrupción, era un arte en movimiento. Ese vuelo le recordó a otra época, a otro cielo, más alto, más vasto... abarcado por melodías mágicas. Le recordó a las tierras antiguas donde la magia danzaba en el aire, los ríos murmuraban secretos, y las montañas no eran roca muda, sino piedra viva. A un hogar que ya no existía.

Aquí, en cambio, era un forastero. Un fragmento fuera de lugar. El aire era más frío. Las hojas ya no cantaban. Los espíritus callaban. Thedas no era su hogar. Nunca lo sería. Era solo un reflejo fallido de lo que se perdió. Y sin embargo, debía protegerlo.

Cerró los ojos. Por un momento, dejó que el dolor se instalara. La nostalgia no era más que una forma de castigo. Y él la aceptaba. Lo merecía...

Al abrirlos otra vez, el cuervo seguía allí. Y, a lo lejos, cerca del bosque, una silueta se recortaba contra la nieve. Pequeña, familiar. La vibración del Áncora en el aire era inconfundible.

Ella.

Elentari.

Solas bajó la mirada, silencioso. No necesitaba acercarse para saber lo que debía hacer. Tenía que ganarse su confianza... porque si el relato de esta era iba a tener a Elentari como protagonista... Entonces él debía estar en sus márgenes desde el principio.

Notes:

He is just a man who's trying to go home. But when... does the man become a monster?

Chapter 9: Prisionera del relato

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El cuervo.

Aquella mañana helada, en un pueblo que le habían dicho se llamaba Refugio, Elentari contempló el alto vuelo de la bestia surcando el cielo sobre ella. Aquel animal era símbolo de poder, visión y conexión con lo divino. Su vuelo era un presagio, anunciaba un cambio inminente, ya fuera gloria o una prueba difícil de superar.

¿No le habían hablado de ello en el interior de su clan? ¿Los vaticinios de Deshanna no habían mencionado esta catástrofe? ¿No había sido la causa de la persistente reclusión a la que la habían sometido entre los suyos? ¿O era otra cosa?

Elentari resopló sintiendo muchísima frustración por la ironía. Toda su vida había rezado a los dioses por libertad y ahora venía y la conseguía. ¿Cómo? Como prisionera de los traicioneros shemlen. ¡Esa no era la libertad por la que había orado! ¡Fen’Harel se los llevara a todos!

La joven dalishana apretó los puños con rabia, sintió la mandíbula muy tensa, y se obligó a perseguir los movimientos del ave majestuosa con su mirada en el afán de soltar la cólera.

El cuervo representa a Dirthamen, el reflejo de Falon'din, los gemelos que transitan entre mundos, capaces de viajar entre lo terrenal y espiritual.

La simple idea de que ella misma parecía conectada entre los dos mundos la hizo estremecer... ¿Cómo había sucedido todo esto? Justo ese día… el día que se suponía que ella debía tener éxito en su misión… ¿¡Por qué!?

Elentari había despertado el día anterior solo para descubrir que los shemlen la consideraban responsable de una enorme Brecha en el cielo. La prueba estaba en la marca palpitante en su palma izquierda, cuyo origen les era desconocido. Todo lo que ella sabía era que había sido enviada a espiar un Cónclave de los humanos con el objetivo de recabar información para el Clan... y había fallado. Les había fallado la única vez que le habían confiado una misión a ella. Y eso la hacía sentir avergonzada. No quería pensar en lo que le dirían una vez que volviera. Al final, su madre siempre había tenido razón… no servía para las aventuras. No era su lugar.

Estaba abrumada. La única certeza que tenía era que podía hacer algo con aquel poder verdoso, y entonces había acudido en ayuda de sus captores y había logrado sellar una gran grieta... por lo cual, ahora ya no era prisionera, sino una aliada "necesaria" para ellos. Su mente era un vacío antes del despertar, un silencio sin respuestas. Y eso era lo que la enfurecía aún más... No saber. No recordar. No haber tenido elección. Pero tampoco tenía las fuerzas suficientes para volver con los suyos, no estaba lista para enfrentar su fracaso...

... Entonces miró su mano con aquel extraño destello verdoso. Sintió furia. Cerró la mano. Luego, observó por delante de ella. Bosque. Los bosques eran algo familiar para Elentari.

Caminó entre los árboles en las afueras de la puerta del pueblo, oculta bajo una capa gruesa de pieles que el shemlen rubio entre sus captores le había otorgado, mientras la nieve hundía sus botas de cuero reforzado. No quería ser reconocida. La voz de que la única sobreviviente en la explosión del Cónclave era dalishana había corrido con rapidez. La vallaslin sobre la piel de su rostro la delataba con facilidad, y francamente, se sentía una forastera en estas tierras heladas. Le habían dicho que era "libre", pero aquello no era cierto. Ya no podía volver con su gente... porque, aunque lo hiciera, ya no era la misma. Y aunque su corazón anhelaba correr bajo la protección de los bosques, sus árboles, los susurros del viento entre las hojas, o el olor a tierra húmeda después de la lluvia, ya los había perdido. Ahora era solo un recuerdo, un anhelo que se desvanecía entre las sombras de una responsabilidad que no había solicitado. Pero que ahí ya estaba. Y eso la entristecía.

- Ahí estás, pequeña.

Elentari no se sobresaltó. Su oído ya había captado los pasos en la nieve hacía rato. Se giró lentamente, con la expresión imperturbable. El enano con la gran ballesta que había visto el día anterior se apoyaba contra un tronco a unos metros de ella. No la miraba con juicio, ni con lástima. Solo con curiosidad. Varric había dicho que era su nombre. - Creí que ibas a darnos un susto y desaparecer en el bosque. - intentó bromear. Elentari no respondió de inmediato. Aún tenía la mirada llena de cielo y pensamientos dispersos. Y furia.

- ¿Y si lo hiciera? - replicó, con voz tranquila, pero vacía. Los dioses sabían que desde que había despertado se había planteado aquel escenario, una y otra vez.

Varric se encogió de hombros. - Cassandra se pondría de mal humor. Leliana te encontraría. Y Solas probablemente haría un comentario sobre lo predecible que es la naturaleza de los elfos vagabundos... ya sabes, los dalishanos como tú.

Elentari hizo una mueca. Solas. El único elfo que había visto desde que despertó, pero que tuvo la osadía de burlarse de su pueblo.

- Me sorprende que el mago no haya venido él mismo. Me han dicho que he sido sujeto de sus experimentos todos estos días.

Varric rio. - Pues te diré la verdad, pequeña. No parece muy interesado en hablar contigo.

Eso no debería importarle. Y, sin embargo, le molestó. Ella ya había notado el desprecio por parte del mago. No comprendía sus motivaciones, pero allí estaba... ese oreja plana tenía el valor de verla con desdén... cuando ellos eran los cobardes, aquellos que habían elegido vivir bajo el yugo de los shemlen.

- No te preocupes. No vine a arrastrarte de vuelta - continuó el enano, sacándola de sus pensamientos. Ella lo miró. - Solo quería asegurarme de que no ibas a congelarte en este bosque.

Elentari bajó la vista a sus botas, hundidas en la nieve. No tenía frío. No más que el habitual. Era otra cosa lo que la hacía sentir helada.

- No. - la maga le mostró la capa de pieles. - El... ¿comandante? me ha otorgado esta capa.

- Oh, Ricitos. - molestó Varric y rio, entendiendo solo él aquella broma. - De todas formas, no tienes que decirme nada, supongo que, si estuviera en tu lugar, también querría respirar aire fresco después de todo lo que pasó.

Elentari soltó una risa seca, sin humor. - ¿Tienes experiencia despertando en celdas, acusado de crímenes que no recuerdas?

Varric sonrió. - Te sorprenderías, pequeña. - molestó, aunque luego agregó. - Tengo experiencia con gente que sí la tiene.

Elentari lo miró con suspicacia. - Tú no eres un soldado. Ni miembro de la Capilla.

- Gracias por notarlo. Creí que había logrado engañarte.

- ¿Quién eres? Aparte de "Varric Tethras", quiero decir.

- Contador de historias, escritor y, en mis tiempos libres, consejero de personas que no me pidieron consejo. - aquello último casi hizo sonreír a Elentari, pero se lo guardó bien adentro. No quería mostrarse amigable con estas personas que la habían sometido a Mythal sabía qué.

- Eso último suena como una molestia.

- Oh, lo es. - Varric le guiñó un ojo.

Elentari no pudo evitar sentir que aquel hombre veía demasiado. Como si la estuviera analizando entre líneas, leyendo los capítulos que aún no habían sido escritos. ¿Quizás se trataba del don de los escritores? Ser capaces de ver los matices en las almas de las personas... de comprender sus intenciones y conocer lo que las mentes de otros albergaban. Nunca había conocido un “escritor”, la mayoría de los dalishanos no sabía leer ni escribir.

- No te preocupes - continuó él. - No voy a hacer preguntas que no quieras responder. Pero hay algo que sí tienes que saber.

Elentari no le dio la satisfacción de preguntar qué.

Varric igual se lo dijo. - El pueblo te está llamando Heraldo de Andraste.

Entonces sintió cómo su estómago se hundía como una piedra.

No.

- Dicen que te vieron caer del cielo - Varric hizo un gesto con las manos, como si narrara una historia grandiosa. - Que Andraste en persona te envió para salvarnos de la Brecha.

La elfa cerró los ojos. Un designio. Un presagio. Lo había escuchado tantas veces entre los susurros de su clan. Y aún así, el simple hecho de que los shemlen fueran quienes la llamaban elegida hacía que su piel se erizara de incomodidad.

- ¿Qué piensas de ello? - preguntó Varric.

Elentari exhaló lentamente. - Que el destino tiene un sentido del humor muy retorcido.

Varric rió entre dientes. - Eso no lo niego.

Ella se pasó una mano por la cara, y pensó en las líneas de su vallaslin.

-Tampoco impedirá que intenten hacer de mí algo que no soy, ¿verdad?

- No - admitió el enano. - Pero significa que tienes la opción de decidir quién serás para ellos.

La mujer lo miró con los ojos entrecerrados. - ¿Y si no quiero ser nada para ellos?

- ¿Y si no tienes elección, niña?

Elentari lo maldijo un poco por decir eso. Porque sabía que era verdad. En su vida... las elecciones parecían no pertenecerle del todo.

Inspiró profundamente. No tenía ganas de enfrentarse a más preguntas. No tenía ganas de que los shemlen proyectaran en ella sus esperanzas, su miedo o su fe. No tenía ganas de ser un símbolo. Pero el destino ya la había escogido. La elfa echó un último vistazo al cielo. El cuervo ya había desaparecido.

- Vamos - murmuró, comenzando a caminar. Varric le lanzó una mirada de aprobación.

- Buena elección.

Elentari se detuvo un segundo. Bajó la mirada, con la nieve crujiente aún bajo sus pies.

- No hice ninguna.

Varric sonrió.

- Siempre hacemos elecciones. pequeña. Incluso cuando creemos que no.

Chapter 10: Descuida, pequeña halla...

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Las mañanas en el pueblo de Refugio eran frías y a Solas le gustaba, estaba acostumbrado a las tempestades glaciales y se movía con naturalidad entre el hielo. Después de todo, era experto en el uso de ese elemento para el ataque arcano. 

El mago había caminado por las afueras del pueblo durante un buen tiempo y había estado observando cómo se estaba llevando a cabo la organización de este sitio. Debía admitir que se mostraban bastante competentes... a pesar de sus dudas iniciales.

A lo lejos, observó cómo el comandante Cullen se presionaba la sien con visible incomodidad. Debía de tratarse de una molestia física, ya que no parecía ser tan solo una expresión. ¿Había resultado herido durante el enfrentamiento con los seres proveniente de las grietas? Era poco probable. 

Pausadamente, y con la seguridad de un hombre que está por encima del resto, Solas caminó sosteniendo su bastón hacia el rubio. Era consciente de que no se conocían más allá de las presentaciones formales, pero sabía que aquel había sido templario... y que había estado en la ciudad de Kirkwall, aquella de la que le habían hablado sus agentes y donde, probablemente, se encontraba su daga. Oh, sí, y donde un mago rebelde había hecho explotar una Capilla y había dado por iniciada la sumatoria de acontecimientos que culminaron en la rebelión entre magos y templarios... Un detalle inolvidable.

- Buenos días, comandante. - surgió la voz del elfo con una claridad casi rítmica. Era el tono que usaba para sonar sabio y amigable, sin mácula alguna de amenaza. 

Notó que Cullen no solo se había estado tocando la frente, sino que estaba perlada y lo que fuera que le aquejaba le había obligado a recostarse contra la gran puerta de acceso al interior del pueblo. Su mano había temblado con ligereza y las ojeras estaban marcadas por debajo de los ojos del hombre. Extraño.

- Oh, Solas... - fue la respuesta de aquel. El comandante se obligó a tensar sus músculos y liberó su sien para dirigirle la mirada al elfo. El interior de sus ojos mostraba pequeñas hemorragias sobre la esclerótica. O había dormido muy mal o no había dormido nada en absoluto. - ¿Sí? ¿Qué necesitas? - la pregunta salió de modo descortés, lo que para Solas se tradujo en: irritabilidad. Por algún motivo, este hombre estaba susceptible esta mañana. Y él quería conocer la causa...

Fatiga, cansancio, dolores de cabeza, sudoración, posiblemente escalofríos, temblores... todos síntomas que podrían corresponderse a la abstinencia. Interesante, no había considerado que el comandante fuese adicto a algo, pero ¿a qué? De golpe, Solas recordó algo fundamental... había sido templario. No le sorprendió en lo más mínimo cuando su mente conectó la posibilidad más lógica: lirio. Un templario sin acceso a su fuente de poder estaba destinado a quebrarse tarde o temprano. Bueno, a jugar se había dicho…  

- Quería comentarte que no contamos con suficiente abastecimiento de lirio para los magos en este sitio. Bueno, supongo que el problema se traslada también a los templarios...

... Y a ti...

Cuando dijo aquello, lo notó tensarse aún más y, sin ser consciente, Cullen llevó una mano sobre su estómago. Si realmente se trataba de un síndrome de abstinencia, posiblemente se encontraba inapetente y nauseoso. Aquel gesto solo se lo confirmaba. 

- Ah, sí. El boticario se encarga de ese tipo de cosas, Solas.

- ¿Adan? He hablado con él. - mintió. - Precisamente, fue quien me ha sugerido comentarte este asunto.

- Oh, Risitas. - la voz del enano resonó en su espalda. Solas y Cullen se giraron al mismo tiempo. El enano no estaba solo; la dalishana lo acompañaba. - ¿Charlando con Ricitos? Oh, vaya, tienes un aspecto horrible Cullen. ¡Pero si la pequeña ha sellado correctamente la grieta! ¡Y la Brecha en el cielo ha dejado de crecer! ¡Deberías estar alegre!

- Buen día, Elentari. - dijo el comandante sin prestar atención a Varric. - Solas ha manifestado un problema real pero no prioritario. No contamos con abastecimiento de reservas de lirio en estos momentos y estamos dando asilo a algunos magos y templarios. Sería bueno ocuparse de ello. ¿Crees que podrías ir a ver al boticario Adan y encargarte de este asunto?

El antiguo templario lo escupió así, sin más, sin preámbulos y sin cortesía. Solas notó lo molesto que le resultó a la dalishana la orden directa que acababa de recibir de su comandante y eso casi le hizo sonreír, aunque claro que, controló su expresión. Se preguntó qué le molestaba, si el hecho de recibir órdenes de humanos u órdenes de un templario siendo ella una maga...

Los ojos exóticos de la elfa apuntaron con sequedad sobre el hombre. Solas pensó que tenía una mirada contundente, sus ojos decían más de lo que deberían... parecía la mirada de una persona honesta, transparente. Y eso era una ventaja para sus adversarios, era una ventaja para él.

- Sin problemas. - fue la respuesta árida que otorgó la mujer y miró ahora a Solas directo a los ojos. Él se la sostuvo con tranquilidad, sin parpadear. No había desafío en su expresión, solo paciencia, la paciencia de alguien que podía esperar horas, días o siglos sin ceder... literalmente. Fen'Harel nunca cedía... 

La elfa tampoco no desvió la vista. No lo adornó con amabilidad ni condescendencia cuando le habló. Su voz fue una cuchilla bien afilada. - Si tú eres quien ha planteado el problema, supongo que sabes dónde puedo encontrar al boticario, ¿verdad?

Solas y ella se enfrentaron durante unos segundos. Él pudo notar que la mujer no estaba intentando endulzar el tono de su voz ni la rigidez en sus ojos. El mago era consciente de la discusión que habían mantenido el día anterior respecto a la cultura dalishana, y al parecer la elfa no se lo iba a dejar pasar tan fácilmente. Quiso reír, ella era soberbia, demasiado para alguien cuya gente otorgaba el peso de la historia a un conjunto de relatos ficticios y fábulas. Y aunque Solas sabía que él tenía razón, decidió que sería quien daría el brazo a torcer. Después de todo, era ésta quien portaba su Áncora... y el futuro aún necesitaba de esa mano... Bien, de acuerdo... por esta vez, el Lobo Terrible iba a ceder... 

- Por supuesto, Heraldo. Con gusto te mostraré el camino...

Al recorrido se sumó, cómo no, el hijo de la Roca.

Visitaron al boticario, quien los instó a investigar la cabaña de su antiguo maestro en busca de anotaciones. Algo que sería útil para las pociones de lirio. Asi lo hicieron.

Varric parloteó todo el camino entre los dos sin intención de nada, tan solo llenar los silencios. Solas sabía que el enano había habitado Kirkwall y al parecer había sido uno de los primeros involucrados en el descubrimiento de su daga, aunque lo llamaba "Ídolo Rojo", por lo cual, supuso que era una buena oportunidad para interrogarlo al respecto, pero sin despertar sospechas. Había oído entre las mujeres que estaban al mando que el enano era muy bueno con la labia, quizás también con el ingenio. Debía ser cuidadoso.

- Supongo que tú y la Buscadora han tenido muchas conversaciones sobre Kirkwall, hijo de la Roca... La guerra de magos y templarios fue... peculiar.

- ¿Peculiar?

- Sí - respondió el elfo con tono distendido, aunque, incapaz de contenerse, dejó entrever la postura que presentaba frente al conflicto de magos y templarios. - "Peculiar", porque aquel conflicto terminó decantándose a raíz de los problemas de interpretación que presenta el Cantar de la Luz respecto a uno de sus versos más citados: "la magia debe servir al hombre, pero no gobernarlo". - hizo una pausa. - Curiosamente, ese mismo problema interpretativo inclinó la balanza del poder entre el libro sagrado y la Capilla cada vez más en favor de la institución... Como dije: "peculiar". ¿O debería llamarlo... predecible?

Varric dio una risotada. - Oye, eso de ser "apóstata" te queda perfecto, Risitas... encarnas perfectamente el escepticismo.

- Lo tomaré como un cumplido, hijo de la Roca.

El enano volvió a reír. - ¿Sabes? Tienes permitido decirme Varric...

- Oh, vaya... pensé que entre nosotros solo usábamos apodos... - lanzó Solas en referencia al suyo: Risitas. 

El enano rio con liviandad, lo miró como si Solas se hubiera ganado un punto en alguna competencia mental del enano y volvió a hablar. - Lo de Kirkwall fue una maldita pesadilla, ¿sabes? Magos matando templarios, templarios matando magos... y, en el medio, idiotas como yo intentando que la ciudad no explotara.

- Ah, sí. Y al parecer, también intentaste evitar que tu hermano perdiera la cabeza con un ídolo de lirio rojo. Fascinante historia. ¿Sabes qué fue de él?

El enano se detuvo en seco y se cruzó de brazos, obligando a Solas a detenerse a su lado. La elfa, en cambio, prosiguió su camino, pero disminuyó el paso de su marcha. - ¿Has oído acerca de ello? ¿Por qué lo preguntas?

- Para empezar, tú mismo lo mencionaste en el interior del Templo de las Cenizas Sagradas. - se apuró en aclarar el mago, para, posteriormente encogerse de brazos y cambiar deliberadamente el tono de su voz para sugerir que sus siguientes palabras sólo sostenían la curiosidad de un académico. - El lirio rojo es un fenómeno único. Una corrupción de un material ya de por sí peculiar. Contiene un poder impredecible, caótico... y muy peligroso.

- Sí, cuéntame algo que no sepa. Nada bueno puede salir de su uso. - el enano retomó la marcha, Solas supo que le creyó el argumento. - Está sellado en una cámara en Kirkwall construida por una casta de mineros especialmente para guardarlo.

Solas no mencionó lo que sabía al respecto, pero sus agentes le habían informado que posiblemente se encontraba petrificado en una estatua de la mismísima caballero comandante Meredith. Era probable que el enano estuviera desinformando, solo en el afán de que nadie pudiera acceder al ídolo original por miedo al poder que ostentaba. Era lógico y prudente. O, podía ser que no sabía su locación verdadera.

- Pero si el ídolo era tan poderoso como dices, ¿realmente crees que todo su poder se puede contener en una cámara?

- Hasta ahora, así parece... - respondió Varric con un tono descuidado, dejando en claro que no estaba dispuesto a seguir hablando. Solas, por su parte, sabía que si insistía mostraría un interés particular, y no quería que estas personas lo descubriesen. Por obligación, optó por sonreír con simpleza y continuar la marcha al lado del enano.

Cuando el mago volvió la vista al frente, la dalishana sostenía un papel viejo entre sus manos, pero sus ojos no estaban fijos en él. Observaba a Solas, evaluándolo. Como si hubiera escuchado lo suficiente como para entender que la conversación con el enano no había mostrado interés alguno por el asunto que los había traído hacia allí. Un asunto que él mismo había propuesto. Los ojos exóticos de la dalishana lo veían con prejuicio, y eso le molestaba. Ya había visto aquella mirada en otros dalishanos... y había atacado.

- Bien. Aquí tenemos los datos acerca del lirio azul. - la escuchó mencionar con sarcasmo en el tono de su voz. Uno que ni se molestó en ocultar. - Que es el que nos interesa ahora, ¿verdad? - Solas asintió. Ella le sonrió desafiante y entrecerró los ojos. Las líneas de la vallaslin de Ghilan'nain se movieron junto a la expresión bravucona. - ¿O es el rojo el de nuestro interés, Solas?

- Creo que haríamos bien en poner atención a ambos, Heraldo... - contestó el elfo con un tono de voz desenfadado, haciendo uso del ritmo inocente entre sus palabras para parecer un sabio consejero... aunque preferiría mostrar los dientes a aquella insensata. Él sabía perfectamente cómo ser un Lobo Terrible... 

Sin mediar palabra alguna. La dalishana sorteó a aquellos dos y se dirigió hacia las puertas del pueblo. Solas la contempló irse con aquella soberbia que le quedaba enorme a la pequeña halla... si tan solo supiera quién era él... se preguntó si lo atacaría como habían hecho los anteriores... También se preguntó qué percepción tenía ella del dios de la traición y del engaño... 

Nada importaba, por ahora, el Gran Lobo no sería terrible... podía dormir tranquila.

Chapter 11: Otra época. Otro mundo I

Chapter Text

"Preciso tu sabiduría, Solas, para resistir a las fuertes voces que irían demasiado lejos, como Elgar'nan. Te necesito a ti", Mythal se lo había pedido hacía ya demasiados años cuando él solo había sido el espíritu Ancestral de la Sabiduría que habitó el Más Allá. Ahora, Solas era un Evanuri, y aquellas palabras resonaban como ecos tenues mientras era testigo de hasta dónde habían llegado sus enemigos.

A lo lejos, sobre un imponente unicornio de guerra, avanzaba Elgar'nan, rey de los elfos y General de los Ejércitos Iluminados. Montaba su bestia con la arrogancia de quien ha nacido para comandar, resguardado por una armadura magistral forjada en Diamante del Alba, un metal alógeno excepcionalmente resistente que el Domador del Sol y primero de los Evanuris había obtenido al manipular la potencia del propio Sol y fundirla con la corteza terrestre del dorso de uno de los Pilares de la Tierra casi abatido durante la última Gran Batalla contra la Tierra. Hoy se pretendía concretar aquella hazaña del pasado.

Solas, Portavoz de los espíritus, sostenía con firmeza el Cetro del Lobo, un arma poderosa forjada con la sangre de los dragones de la Gran Reina Mythal y la esencia de un espíritu rey del Valor. Con él comandaba a sus tropas espirituales.

A su espalda, los espíritus que habían respondido a su llamado formaban filas irregulares, revoloteando con expectación. No sabía si serían suficientes. Había entre ellos presencias de Determinación, de Valor, de Lealtad y de Justicia. Todos ellos (y él también) contemplaban en silencio sombrío el desastre que se extendía ante sus ojos.

Solas, aun así, se sentía agradecido por su compañía. Después de todo, ¿qué era la Sabiduría sin el sostén de estas otras virtudes? Eran ellos quienes lo mantenían en pie en tiempos tan oscuros, tiempos que amenazaban con quebrarlo y lo tentaban a errar. Por eso agradecía con humildad, reconociendo el acto de amor que sus hermanos espirituales realizaban al seguirlo a la guerra pese a sus propias reticencias.

El Portavoz sabía que no todos los espíritus aprobaban unirse al ejército de los elfos. Él era solo el puente entre dos razas, la voz capaz de vincular a espíritus y encarnados en una causa común... pero convencerlos no era sencillo. Muchos no estaban de acuerdo con la matanza de los titanes, y aquella disonancia sembraba en él inseguridades, dudas... y miedo.

¿Estaba haciendo lo correcto al involucrarlos? Si bien Mythal y Elgar'nan le habían dado su palabra de honor de que protegerían a los espíritus, no podía evitar preguntárselo. Era una tontería hacerlo. Los Reyes de los Elfos eran seres de palabra, pero a él le costaba confiar la vida de los espíritus a cualquier persona. Entonces, una mano delicada, pero firme, se posó sobre su hombro y lo arrancó de sus cavilaciones. No necesitó girarse para saber de quién se trataba.

Frente a ellos, centenares de cadáveres élficos yacían destrozados tras el ataque del Pilar de la Tierra, un recordatorio brutal de por qué luchaban. Los titanes no mostraban piedad hacia aquella sociedad incipiente que peleaba con uñas y dientes por su derecho inherente a existir.

Ni siquiera el Domador del Sol había encontrado un modo de derrotarlos, su poder apenas lograba forzar su retirada, y cada una de esas retiradas se cobraba cientos de vidas élficas.

Estaban desesperados.

- No nos queda otra opción, Solas. – susurró Mythal a su lado. – Debes crear el arma.

Él apretó los dientes, deseando por un instante estar cubierto por una armadura pesada como la de los guerreros del ejército, solo para que ella no percibiera sus dudas. La Reina de los Elfos se volvió hacia él, y aquellos ojos dorados atraparon su mirada. Las largas pestañas, la piel pálida, los labios rojos... todo en ella parecía la ilusión de una mujer frágil, cuando en verdad era la más poderosa de todos ellos.

Mythal era excepcional; podía arrebatarle el aliento con solo mirarlo. Habían compartido eones en sus formas espirituales, pero no fue hasta que adoptaron cuerpos físicos que los consumió un deseo carnal desconocido para ambos. Se amaban. Se amaban más que cuando solo eran entidades del Más Allá, y ese amor hacía aún más difícil para él proteger a los suyos.

Era el Portavoz. Los espíritus confiaban en él... y lo que ella proponía era terrible. Un acto de sueños amputados. A veces, en la privacidad de sus pensamientos, Solas se preguntaba si no sería por eso que tantos espíritus dudaban en seguirlo a la guerra. Quizá intuían que él había empezado a considerarlo...

A considerar quebrar los espíritus de los titanes solo para permitir una existencia pacífica a los elfos.

- No. Eso es una locura.

- ¿Acaso no es mayor locura ver a nuestro pueblo morir cuando tú tienes la clave para derrotarlos?

- No lo sabemos con certeza.

- ¡Porque no tienes el valor para intentarlo!

Las palabras de Mythal lo atravesaron. Sabía que ella no lo creía cobarde, pero también sabía que estaban desesperados. Mythal había sido un espíritu de la Benevolencia; solo deseaba convertir estas tierras en actos de amor y grandeza. Pero las injurias que su pueblo había soportado a manos de sus enemigos eran vastas, incontables. Y ya estaban agotados. Cansados de guerrear. Cansados de implorar por un poco de paz. Y cada vez que lograban fundar una comunidad próspera, los titanes regresaban. Los atacaban. Los arrasaban hasta dejarlos al borde de la extinción.

Estaban cansados.

Los elfos merecían algo distinto. Solas también lo sabía.

- No es tan simple, amor mío. – susurró, desviando la mirada mientras apretaba con fuerza el báculo. Un viento potente los atravesó y la túnica de Solas revoloteó en respuesta. – No es tan simple.

- ¡La muerte de mi gente no me resulta simple, Solas! – replicó ella, la desesperación filtrándose en su voz. Se enfrentaron, cada uno aferrado a sus ideales, a su dolor.

- Amor mío, por favor... - cedió Mythal, al fin. La corona de Hueso de Dragón Lunar brilló cuando se giró para contemplarlo. En aquellos ojos dorados había súplica, y a él lo destrozaba no ser capaz de darle lo que pedía. – Sabes, tanto como yo, que es la única forma de poner fin a esta guerra... Sabes que lo último que deseo es llevar adelante un acto de maldad... y sé que incluso tú lo reconoces en la privacidad de tu mente, tanto como lo hago yo en voz alta. - Solas sintió que el corazón se le estrujaba al escucharla. - De lo contrario, no me lo hubieras confesado. Fuiste tú quien vino con esta posible solución, amor sabio, y ahora te niegas a ejecutar el acto que nos traerá paz.  

- Pero el costo, Mythal...

- Será nuestro... - ella casi se giró hacia él por completo, casi tomó su brazo con intimidad, pero se contuvo. No era apropiado hacerlo allí. Solas la vio bajar la mirada, tragar saliva, buscar fuerzas en lo más hondo de sí misma. Si tan solo Mythal supiera que era la más poderosa de todos ellos. La única realmente capaz de salir ilesa de esta guerra.

Entonces, ella suspiró. Encontró esa fortaleza que él tanto envidiaba. Y volvió a erguirse en toda su majestuosidad, convertida otra vez en la regia Reina de los Elfos.

- Tú y yo pagaremos el precio. No dejaremos que el resto del reino lo sepa. Será nuestro secreto. Por ellos.

- Majestad, por favor... - susurró el Portavoz. – No es adecuado que perdamos el decoro. Estamos en guerra. Vayamos a brindar asistencia a nuestro Rey y dejemos estos asuntos para otro momento. Mis ejércitos espirituales aguardan mis órdenes. Mi Rey espera mi ayuda.

Mythal bufó, y su cuerpo se transformó en un Dragón Celestial Magistral que se elevó con fuerza hacia los cielos. Solas sintió que el peso de la culpa amenazaba con aplastarlo por completo mientras la veía volar hacia Elgar'nan.

Y entonces sucedió.

Una criatura gigantesca se incorporó entre las montañas. Lo habían estado esperando. 

Los Sha-Brytol llevaban tiempo un buen tiempo amasando poder espiritual para sus amos; los elfos, esperando el despertar de uno de sus dioses de piedra. Y, finalmente, había sucedido.

Desesperación.

Un titán se alzó ante los Ejércitos Iluminados. A pesar de su tamaño monstruoso, se movía con la agilidad de un asesino condenado, una masa de piedra viva impulsada por odio inabarcable. Dos peñascos irrompibles (sus brazos colosales) descendieron sobre el Rey con una violencia que hizo temblar la superficie entera. La meseta que sostenía a los elfos vibró, se resquebrajó, casi se desmoronó... pero resistió.

Los guerreros élficos cargaron con un grito de guerra. Los magos tomaron el poder arcano y obligaron a la meseta a mantenerse firme. El Domador del Sol rugió, un rugido más visceral que cualquier tormenta, y con su Espada Solar arremetió contra el enemigo.

Ver luchar a Elgar'nan siempre era un deleite. En Solas despertaba fascinación. Aquel hombre parecía conocer cada secreto de un campo de batalla.

Todos... excepto cómo destruir un titán.

Ese secreto era suyo.

No: suyo y de ella.

De ellos.

Aun así, Elgar'nan resultaba un incordio por lo temerario que era y cómo se exponía al peligro una y otra vez como si desafiara a la propia muerte. Los Evanuris poseían cuerpos inmortales, era cierto, pero los titanes eran los únicos capaces de partirlos.

- ¡Espíritus! ¡Protejan al Rey de los Elfos! - bramó Solas, elevando su cetro antes de lanzarse al precipicio.

Las entidades espirituales lo rodearon, infundiéndole la fuerza necesaria para adoptar la forma del Gran Lobo. Una bestia lobuna de pelaje oscuro, del tamaño de los Dragones Celestiales, ocupó su lugar y se lanzó a la cacería, devorando la distancia con cada zancada magistral.

A su lado, Mythal (convertida en su imponente forma dragontina salvaje) descendía del cielo, aproximándose a Elgar'nan, quien ya clamaba por la presencia de Lusacan, el Dragón de la Noche, para unirse a la guerra.

El encuentro fue arduo y cruel, hasta que finalmente lograron obligar al titán a replegarse dentro de su propia corteza de piedra. Una montaña inmensa. Solo eso. Ya no latía, ya no bramaba. Ya no los mataba. Pero los elfos sabían que seguiría allí, vigilante, aguardando a ser provisto de suficiente poder para volver a alzarse contra el Pueblo de los Elfos.

El resultado de la guerra fue, otra vez, el mismo de siempre. Elfos y espíritus asesinados. Ríos de sangre derramados. Pueblos enteros arrasados. Solo había hecho falta tres formas salvajes de los Evanuris, el grueso del ejército élfico y los ejércitos espirituales. ¿Lo peor de todo? Ni siquiera lo habían derrotado. El ciclo parecía interminable. Cuando los Sha-Brytol reunían la energía espiritual suficiente, despertaban tres o cuatro titanes a la vez. Los combatían a todos, sí, pero el costo era cada vez mayor para El Pueblo.

- El Rey de los Elfos ha sobrevivido, Portavoz. – escuchó a Lealtad sobre su izquierda.

Sí. Elgar'nan había sobrevivido. Solas podía oírlo a la distancia, bramando órdenes, intentando recomponer lo que quedaba de su ejército. Prácticamente nada.

El Gran Lobo gruñó y regresó a su forma de Evanuri.

- ¿Cuántos espíritus se han disuelto en energía, Lealtad?

- Más de los esperados. – aseguró el espíritu. – Cada vez son más fuertes tus enemigos, Portavoz. – Le seguía resultando extraño que, después de ciento cuarenta y siete años, los espíritus continuaran reconociendo a los titanes como enemigos de los elfos... pero no suyos. – Quizás debería considerar la posibilidad de la participación de otras entidades espiritual. ¿Caos? ¿Venganza?

- Demasiado peligroso, Lealtad. Son... difíciles de comandar. Insubordinados.

- Lo entiendo, Portavoz.

Y no dijo más. Permaneció a su lado, observando cómo las tropas se reagrupaban. Pero Solas comprendió lo que esas palabras callaban.

Los propósitos más nobles de los espíritus ya no encontraban sentido en esta guerra. Su lealtad persistía, pero no su convicción. La batalla contra los titanes había dejado de ser un acto de defensa espiritual para convertirse en una lenta carnicería de cuerpos y voluntades. Solas no podía continuar pidiéndoles presencia carente de convicción, eso solo trastocaría sus propósitos...

Quizás Mythal tenía razón.

Quizás solo quedaba una alternativa... por terrible que fuera. 

Chapter 12: Quería salvar a todos...

Notes:

Para poder ejemplificar detalles devastadores de la guerra, leí el libro "Un largo camino" de Ishmael Beah, y muchas de las escenas que escribí a lo largo de este primer libro, tienen una base en el relato que Ishmael contó en su libro. Preferí hacerlo de este modo, dado que yo nunca he vivido en contexto de guerra (ojalá nunca lo viva) y me gusta ser algo realista en algunos temas que ameritan un respeto mayor. Muchas de las explicaciones que dará Solas sobre la guerra, está inspirado en algunas de las vivencias personales del autor.

Chapter Text

La Brecha seguía en lo alto del cielo, y Elentari sabía que su marca era lo único que podía cerrarla. La Inquisición se había formado y ella era conocida como la Heraldo de Andraste, tal como se lo había advertido el enano, días atrás. Sus consejeros le habían sugerido dirigirse al interior de las Tierras Interiores en el Reino de Ferelden y contactar con una sacerdotisa de la Capilla llamada madre Giselle. Y allí se encontraba el grupo en estos momentos. 

Entre medio de la llanura, a lo lejos, un conjunto de seis niños jóvenes, de quizás unos once o doce años, salieron corriendo en picada, rodeando una meseta y perdiéndose de la vista. A Elentari le resultó extraño, como todo venía siendo desde que había despertado entre medio de esta pesadilla, pero esta vez se trataba de niños. Entonces, no esperó. Sus músculos se tensaron y salió despedida como un fennec. 

- ¡Heraldo, espera! - creyó oír la voz de Cassandra a lo lejos. Pero no se detuvo, porque entre medio de la corrida, el estruendo del llanto de otro infante cortó el silencio llano. Eso la obligó a acelerar el paso, muy a su pesar, debido a que los músculos le dolían incesantes desde que había puesto pie en este sitio. Pero ¿qué otra cosa debía hacer? En este lugar ella era una extranjera, no pertenecía, y ayudar a los desamparados de esta guerra era lo único que le hacía olvidar dónde estaba y la sensación de encontrarse perdida.

Elentari y el resto, llevaban ocho días acampando a la intemperie y recorriendo vastos terrenos invadidos por magos rebeldes y templarios, facciones que se encontraban en guerra. El panorama era devastador, tanto como cualquier paisaje bélico. 

Solas iba en retaguardia, junto con el enano, que al parecer tenía problemas para mantenerse en silencio. El elvhen había notado que la Heraldo no había resultado ser una líder fácil de seguir, de hecho, quizás por su origen dalishano, la mujer los obligaba a mantener una marcha forzada durante casi todo el día. Y, debía admitirlo, lo tenía agotado. Después de un letargo de mil años y la atrofia muscular que conllevó, así como la disminución profunda de su potencia arcana, Solas se sentía más débil de lo que habría esperado. O era quizás que él mismo era un elfo ancestral de miles y miles de años... quizás simplemente ya estaba viejo y le costaba admitirlo. Sin embargo, por supuesto que el Lobo Terrible no mencionaría aquello, y aunque el sudor perlaba su rostro, corrió tan rápido como la dalishana exigía, dejando por detrás al enano. 

Cuando el grupo alcanzó a la Heraldo se encontraron con un niño de unos tres o cuatro años, humano y sucio, con ropas andrajosas, partido en llanto, mientras que aquellos seis niños más grandes se repartían dos zanahorias que, sin duda, le habían robado al que lloraba.

La joven elfa yacía de pie frente a los ladronzuelos, y aunque nada hacía, Solas podía notar la respiración forzada en Elentari, sus puños apretados y el impacto que tenía la imagen frente a ella...

Todos los niños, sin importar la edad, mostraban signos marcados de deshidratación, labios secos, los sitios de sus articulaciones enrojecidos, lo que significaba que se encontraban debilitadas a consecuencia de una alimentación precaria y los costillares marcados bajo una piel que parecía no tener espacio para tejido adiposo. Era grotesco, sin duda, pero Solas lo había visto incontables veces en otra vida, en otro mundo, en otros tiempos... Uno nunca debería acostumbrarse… pero lo cierto era que él sí lo hacía.

Durante estos días compartidos al lado de la dalishana, el apóstata había sido capaz de notar una virtud en la Heraldo, que era benevolente. En contraste, también ingenua. La mujer aun creía que podía cambiar el destino de todos los desdichados en tiempos de guerra, y eso no solo le quitaba el sueño, sino que le partía el espíritu. Solas era testigo de la tristeza en la dalishana cada día. Esta situación no era diferente, así como tampoco lo era la indignación en aquella mirada exótica. Sabía que la elfa haría algo, que no aceptaría el destino de aquellos niños, que intervendría... y, en el final, no lograría nada... solo acrecentar la carga que ella misma ponía sobre sus hombros día a día. 

El apóstata tomó su cantimplora y se acercó a los que habían robado al más pequeño, ofreciéndoles bebida, sabía que, al menos, con un poco de agua aquellos niños podrían sobrevivir. El más pequeño no. Ya no había nada que hacer por el que lloraba… moriría.

Los jóvenes lo miraron sin rastro de inocencia en el brillo de aquellos ojos cuando se acercó. Eso tampoco le sorprendía, la guerra, la injusticia, la opresión, obligaban a todos a crecer, sin importar las edades. Sabía que, posiblemente, estos ladronzuelos ya habían asesinado con armas o sus manos. Habían perdido la inocencia.

Uno de los niños, el líder del equipo (quizás) sacó una daga de su cinturón y enfrentó a Solas. - ¡Dame todo lo que llevas encima, calvo!

- No te pases de listo, niño. - advirtió el elfo para, posteriormente, señalar su bastón de mago y hacer palidecer a los ladrones. - Mi piedad no se compra con amenazas.

La contienda entre magos y templarios tenía asustado a todo el mundo. Y los magos solían ser los "malos" del cuento. Por ello, Solas sabía que aquella amenaza sería tan efectiva como lanzar un hechizo y silenciarlo para siempre. La última opción habría sido inaceptable. Ninguno de estos jóvenes eran una amenaza real para el elvhen.

La Heraldo aprovechó la distracción del apóstata y se acercó al pequeño desplomado en el suelo que no dejaba de llorar y lo tomó en brazos, Varric a su lado, ofreció el último pan que quedaba en el grupo, provocando el cese de las lágrimas y la aceptación inmediata de lo ofrecido. Los ladrones miraron aquel tesoro, sus estómagos crujieron y Cassandra se puso al lado del elfo destilando impotencia a través de todos los poros, pero también como advertencia de que no intentaran tomar aquel bocado. Solas era consciente de que no había nada por hacer, no al menos en este día. Ellos no cargaban más alimentos y el pan no saciaría el hambre de todos los niños.

Finalmente, la disputa se resolvió sin violencia, porque los ladronzuelos eran conscientes de que no podrían robar nada más con un mago frente a ellos y se retiraron sin mayor inconveniente.

La Heraldo retomó la marcha, pero se llevó al pequeño. Solas consideró irracional cargar aquel niño largo y huesudo, en los brazos de una elfa que apenas podía con lo suyo.

- Quizás deberías permitirle caminar a tu lado, Heraldo. - sugirió. La dalishana se giró hacia él con una mirada afilada y con aquellos ojos hechiceros le respondió que se metiera en sus propios asuntos. Horas después, Solas comprendió la reacción que había tenido cuando se detuvieron un instante para descansar. El niño estaba tan debilitado que habría sido imposible caminar al lado del grupo por su propia cuenta, porque cuando Elentari lo había dejado en el suelo a su lado, las rodillas del niño habían cedido y fue Cassandra quien lo tomó en brazos. Ese niño moriría, solo faltaba que la Heraldo lo aceptara también.

Elentari se acercó al infante y colocó sus manos frente a él para dotarlo de magia, quizás con la intención de curar. Solas se incomodó, solo le otorgaría más días de sufrimiento. Pensó en la posibilidad de intervenir, de explicar a aquella mujer que la guerra era así, infame y cruel, que no le estaba haciendo ningún bien a ese niño, pero sabía que no le correspondía entrometerse. Después de todo, ella era la elegida del dios humano.

"Quizás manifiesta un milagro", se burló en el interior de su mente. 

De pronto, el aire se inundó de gritos antes de que la Heraldo pudiera obrarlo.

La elfa volvió la mirada en dirección al sonido y Solas vio cuando tensó la mandíbula, siendo consciente de que estaba cargando con un niño y comprendiendo, por fin, que eso había sido un error táctico.

- Iré a ver. - advirtió Cassandra y, con escudo y espada en manos, corrió al frente.

A lo lejos, los destellos verdosos de alguna grieta que acababa de traer demonios a la superficie centellearon. La dalishana apretó las manitos huesudas del pequeño y tardó unos segundos en buscar una solución a su problema, que no encontró, por supuesto. 

Solas volvió a dar un suspiro resignado y se acercó a la mujer. Con una mirada glacial la enfrentó y el tono de su voz fue áspero, tal como había deseado que fuera, cuando habló. - Heraldo, ve a cerrar esa grieta. Yo me quedaré con el niño.

Solas sabía que no era correcto ayudarla a "salvar a todos", porque era una tonta ilusión, pero ¿no había sido él mismo de ese modo en el principio de su propia Rebelión? ¿Acaso no había creído que debía salvarlos?

Entonces, el apóstata se inclinó y tomó al niño entre sus brazos. El pequeño pesaba como una pluma. Ahora comprendía cómo la dalishana había sido capaz de cargar con su cuerpecito durante horas, y también entendía que no le dejara seguirles los pasos, simplemente había sido imposible. Lo miró, los ojos saltones parecían florecer desde las cuencas orbitarias. Demasiado deshidratado, demasiado desnutrido. Algo en su interior se revolvió... La guerra era una tragedia. No había nadie que realmente ganase...

La Heraldo y el enano corrieron a ayudar a Cassandra. Solas corrió a ocultarse entre árboles con el infeliz, mientras vigilaba al equipo, siendo consciente de que, si era necesario, dejaría oculto a aquel niño, para ayudarlos y bajo la esperanza de que sobreviviera. Era una tontería cargar con niños o heridos durante tiempos de guerra. Era un error, uno que podía costar la vida. Él lo sabía demasiado bien. Ya había cometido ese tipo de errores no pocas veces en el pasado. Y ahora... ahora los cometía también ella. 

El niño se aferró a su vestimenta, las manitas pequeñas casi no hicieron fuerza, el tirón fue patético... ambos se miraron. El pequeño tan debilitado que daba tristeza. Algo se removió en él, algo incómodo, algo enterrado bajo enormes cantidades de lógica glacial, algo que Solas no estaba dispuesto a traer sobre la superficie. Había un abismo de traumas en su interior, y quería que todo continuase de aquel modo... enterrado bajo el peso del propósito.

En sus tiempos, a medida que la figura del Gran Lobo había adquirido prestigio entre los suyos, habían sido otros los que habían atestiguado estas infamias. Hacía muchos siglos que Solas no sostenía a los desamparados entre sus manos, y supo en este día, que no deseaba volver a hacerlo. Porque cuando él mismo era testigo viviente de todo esto, en su interior volvía a arder el deseo de justicia, de rebelión, de proteger a los inocentes, fueran estos seres de Thedas o de Elvhenan. Y se conocía lo suficiente como para saber que su temperamento era casi indómito, y que el Lobo en su interior sabía morder a sus enemigos con crudeza. 

Los ojos esféricos le observaban y parecían suplicar por ayuda. Casi sin poder evitarlo, el elvhen colocó la palma de su mano sobre la frente de aquel niño y se debatió entre sanar sus heridas o acelerar su muerte.

En conclusión: otorgar ayuda...

En el final, no pudo hacer una cosa o la otra. Si lo curaba, se traicionaba a sí mismo, si aceleraba su muerte, traicionaba a la Heraldo. - Supongo que tu vida yace en manos del capricho del tiempo, niño. Así como la mía desde que he despertado en este mundo.

Chapter 13: Si no los detenía, era culpable

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La noche anterior habían llegado a la Encrucijada y se habían encontrado con la "afamada" sacerdotisa, quien les había asegurado que partiría hacia Refugio y se pondría en contacto con Leliana para facilitar un acercamiento con la Capilla.

Lo cierto era que a Elentari no le interesaba demasiado.

Sabía que debería ser una prioridad (o eso le habían dicho los shem), pero su corazón estaba partido. Jamás había sido testigo de tanta crueldad en toda su vida. Y lo peor era que todo esto acababa de comenzar. Ella, que había anhelado la libertad entre los suyos, ahora que la saboreaba por vez primera solo encontraba un gusto amargo y podrido. Eso la ponía triste.

Aquel niño adelgazado que había tomado en brazos acabó en manos del cabo Vale, la persona encargada de coordinar las operaciones de la Inquisición en la zona. Había temido por la vida del pequeño durante todo el recorrido porque lo había sentido tan debilitado y desnutrido. Había rogado a Mythal por misericordia, por protección, le había implorado con fervor a Falon'din para que no lo tomara... pero luego se había preguntado si era correcto pedírselo a sus dioses, o si debería mirar el cielo partido y exigir al Hacedor una respuesta. Ahora mismo, quería echarse a llorar y fingir que ésta no era su vida.

Dentro de una hora aproximadamente, amanecería. Elentari lo sabía, puesto que había sido testigo de incontables amaneceres junto a los pasos armoniosos de su gente cuando migraban a sitios nuevos. La temporada de siembra se acercaba en los campos de los alrededores. Habían caído las primeras lluvias y la tierra estaba blanda. Los pájaros habían empezado a construir sus nidos en los árboles, y sus ojos se concentraban en aquellos pequeños detalles esperanzadores para cargarse de la fortaleza que le exigiría este nuevo día. 

Día a día, Elentari. Día a día. Tú puedes... tú puedes con todo esto...

La Heraldo se encontraba muy afectada, anhelaba el abrazo apretado de Desh, la risa de su mejor amiga Idril y las persecuciones nocturnas con Thengal, cuando le enseñaba los secretos del sigilo. Cada día le costaba más evocar esos recuerdos, el rostro de los suyos parecía lejano en algún rincón de su cabeza, y para llegar a ellos tenía que sacar recuerdos dolorosos. Porque dolía ser consciente de lo que había perdido. Mucho antes de la explosión en el Cónclave, pero no estaba lista para pensar en ello.

Dolía mucho, demasiado.

Ella había tenido una familia, amor, seguridad, y ahora estaba sola. Debía aceptarlo de una vez por todas.

Tenía miedo de plantearse honestamente si alguna vez volvería con su clan... porque esta guerra, toda esta locura, parecía ser capaz de devorarla. Y aunque sobreviviera, ¿la aceptarían de regreso? 

Entonces, se concentró en el rocío sobre la hierba que dejaba las hojas mojadas y empapadas en el suelo. Era hermoso de ver, le daba ganas de rodar sobre éste y fingir que volvía a ser feliz bajo el amparo de los elfos... sin las ataduras de la Capilla ni las exigencias que pesaban sobre su nombre. Elentari bajó la vista y observó a las hormigas en el suelo acarreando comida hacia sus agujeritos. Sonrió. Era la naturaleza viva, la esperanza de un mañana. Aunque a lo lejos... una guerra entre dos facciones se gestaba... Y esa misma guerra se gestaba también en su interior, entre el recuerdo pacífico de los suyos, aquello a lo que se aferraba con el afán de volver, y la muerte incesante de este caos y la marca verdosa en su palma.

¿Qué había sucedido? No, ¿por qué? ¿Por qué a ella?

Su clan, el Clan Lavellan, se había caracterizado por intentar convivir en paz.

Deshanna siempre había impartido respeto hacia los foráneos y los propios, y aquello era lo que ella misma había mamado. Para la elfa era extraño observar inactiva la indiferencia que le rodeaba en estos tiempos. A lo mejor fue por ello por lo que cuando observó a lo lejos a una joven mujer tomar un machete con una mano débil para atacar la maleza de un campo, decidió acercarse.

Pudo notar que no lo estaba haciendo como correspondía, no era que ella lo hubiese hecho mejor en el pasado, de hecho, siempre la habían cuidado como si fuera de cristal, pero la dalishana había sido espectadora del trabajo en los campos incontables veces. No porque los dalishanos contaran con el privilegio de ubicarse en un solo sitio, sino porque su clan mantenía buenas relaciones con algunas personas que les permitían acampar en las cercanías de sus campos en épocas de cosecha para facilitarles el comercio. 

Cuando estuvo cerca de aquella mujer, notó la cautela que acató al relacionarse con ella. En primer lugar, parecía que no podía dejar de mirar la vallaslin de Ghilan'nain, el sello de "salvaje" en el rostro de Elentari que los shemlen tanto temían. Pero también notó las palmas de las manos desolladas, hinchadas y llenas de ampollas. Aquello obligó a la Heraldo a arquear las cejas y desear curar sus heridas, aunque ya le habían advertido que los humanos temían demasiado a la magia y no debía usarla abiertamente. De cualquier modo, ella era mediocre como maga sanadora, pero conocía los ingredientes de potentes ungüentos medicinales.

La campesina interrumpió sus pensamientos cuando dijo. - Tú eres a quien llaman Heraldo.

Elentari consideró que aquella joven ni siquiera había alcanzado las veinte primaveras en su vida. Asintió, pero respondió.

- Mi nombre es Elentari, mucho gusto.

La muchacha la observó en silencio y luego optó por hacer como si no existiera.

Ya había notado que durante los tiempos belicosos la gente parecía dejar de confiar y todos los forasteros se convertían en enemigos. Especialmente una dalishana.

Torpemente, la shemlen agarró su herramienta y comenzó a dar golpes contra el tronco de un árbol para aprender a manejarla. La actitud, por supuesto, no le agradó a la elfa. Aquel árbol era víctima de la incompetencia tan solo por ignorancia.

- Oye, detente. Puedo ayudarte. - aseguró la Heraldo. La mujer la miró con desconfianza. Entonces ella extendió su mano y cuando obtuvo el machete le mostró cómo cortar la maleza. Solo en ese momento fue consciente de lo dificultoso que en verdad resultaba, el peso era agobiante y sus manos tampoco estaban acostumbradas al trabajo de campo. - ¡Por Mythal! - susurró y rápidamente pensó que no era correcto mencionar a su diosa frente a adoradores de la sacerdotisa de quien ella supuestamente era heraldo. Aunque, ¿los humanos realmente sabían quién era Mythal? Lo más probable era que no. - ¿Cómo haces este trabajo? - preguntó a la mujer con una risa piadosa.

La shemlen pareció divertida y le sonrió también. - ¿Habías venido a ayudar?

- Creo que he venido a molestarte. - bromeó Elentari y la mujer rio. Ambas se miraron con algo de complicidad, quizás esa confianza que podían tener dos mujeres desconocidas al intentar tender una mano amiga.

- Si quieres ayudarme, podrías pasar un ungüento y vendaje sobre mis manos. ¿Qué te parece? - la Heraldo asintió con algo de entusiasmo y, justo en el instante que la jovencita sonreía, vio que prestó atención a su vallaslin y preguntó. - ¿Es cierto que los dalishanos viajan todo el tiempo?

- Sí, no podemos quedarnos en un solo sitio.

- Suena... extraño. Pero bonito. - ojos de la shemlen campesina brillaban con anhelo. - Yo también quisiera conocer el mundo entero... y viajar por todos lados. - y entonces rio con soltura, eso arrancó una pequeña sonrisa en la elfa y se dio cuenta de que no tenía la menor idea de cómo era la vida de una mujer campesina entre humanos. ¿Sería grata? No tenía forma de saberlo. Lo que sí notaba, era que se sentía cómoda en esta conversación, y que (al parecer) se le daba mejor hablar con campesinos, personas poco importantes...

-Tú tienes raíces en la tierra. Nosotros tenemos raíces en el camino. - confesó la dalishana y la chica rio, una vez más. - No es lo mismo, pero supongo que también será bonito, ¿verdad? - Luego la vio agacharse y tomar la herramienta entre sus manos.

- Tienes toda la razón. ¡Oh!, bueno. Espérame un segundo que iré a buscar las vendas y el ungüento... me duelen las manos. - lo dijo como si estuviera confesando un secreto bien guardado. - ¿Me ayudarás? - mostró sus manos y la Heraldo asintió, aunque esta vez sin ocultar la alegría en su rostro.

No pasó demasiado tiempo cuando la joven shem avanzó en dirección de su casita y un sonido a gritos y choques de espada invadió la naciente mañana. El sol apenas apuntaba en la lejanía y un grupo de templarios ataviados en armadura pesada se cruzó por la parcela de tierra que se pretendía desmalezar. Frente a éstos, dos magos rebeldes huían despavoridos. O eso creyó la Heraldo hasta que notó que uno de los magos se lanzó contra sus enemigos para brindar el tiempo suficiente al otro mago quien, incapaz de considerar su alrededor, conjuró un hechizo.

No existió advertencia, ni piedad... Solo el destello de una llama encendiéndose en la palma de un mago rebelde. Elentari vio la bola de fuego surcar el aire en un instante que se sintió eterno, como si el mundo entero hubiera reducido su ritmo para que ella pudiera contemplar, impotente, el desastre que estaba a punto de ocurrir. Y, entonces, el cruel impacto llegó demasiado rápido. El fuego envolvió a la campesina en un abrazo ardiente. El aire estalló con un sonido seco y voraz. Un grito desgarró el alba, un sonido inhumano que se clavó en los huesos de Elentari, y fue entonces cuando lo sintió:

El calor.

Una oleada abrasadora la golpeó como una bofetada, sofocante y espesa, robándole el aliento. El olor fue peor. Primero, un toque dulce y amargo a la vez, como la piel tostándose bajo el fuego. Luego, el hedor nauseabundo de carne ardiendo, el tufo del cabello chamuscado, el perfume ácido de la desesperación. La campesina se tambaleó, el machete resbaló de sus dedos ennegrecidos. Sus gritos se volvieron jadeos, luego susurros.

Y entonces cayó. Ya no se movió. Pero el mundo también había dejado de tener movimiento.

Elentari tampoco se movía, solo miraba.

La piel de la mujer se retorcía y se oscurecía ante sus ojos, una pesadilla que no podía dejar de ver. Porque aquella campesina no había sido ni un demonio, ni un enemigo. No había sido soldado en el campo de batalla... Era una chica que minutos atrás le había sonreído, con la esperanza simple de que alguien le vendara las manos... no, ya no "era"... había sido

Posteriormente, los recuerdos de Elentari fueron vagas imágenes de soldados de la Inquisición y de la Encrucijada corriendo sobre los alborotadores, reconoció a sus compañeros también y escuchó a Cassandra discutir con Solas respecto a quiénes eran las verdaderas víctimas de esta situación y quiénes los culpables: ¿magos o templarios?

La respuesta, sin embargo, para la Heraldo era clara. Las víctimas eran los inocentes, los desprotegidos, los campesinos, aquellos incapaces de sostener un armar y arrebatar vidas. Y fue durante ese pensamiento que la elfa cayó en la cuenta de una realidad estremecedora:

Ella también era una asesina.

No porque hubiera lanzado una bola de fuego.

No porque hubiera blandido un arma.

Sino porque era la Heraldo de Andraste.

Porque era la única con el poder de cerrar la Brecha.

Y aún no lo había hecho.

Y mientras este caos siguiera devorándolo todo, cada vida perdida pesaría sobre su alma.

Ella también era culpable.

Chapter 14: ¿Ser guía?

Notes:

Ruthlessness is mercy upon ourselves.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

La mañana había comenzado sombría. Caminaron durante horas, guiados por la Heraldo, sin encontrar a nadie en los senderos ni en los pequeños pueblos por los que pasaron. No había huellas frescas en la tierra. Los únicos sonidos eran los de sus respiraciones y el crujido de sus pasos.

Ella no habló por iniciativa en todo el recorrido. Respondía cuando se le dirigían la palabra, sí, pero no buscaba conversación. Solas no podía culparla. Aún tenía grabado en la mente el instante en que la explosión los había alertado… y cómo la había visto paralizarse frente a aquel paisaje grotesco. Fue entonces cuando comprendió que la dalishana todavía era demasiado inocente para tanta crudeza. Los golpes la moldearían (como habían moldeado a todos), y él solo podía desear que no fueran demasiado duros con ella.

No debería importarle, eso también lo sabía, pero creía que no se trataba de “preocuparse” por la muchacha, sino de ser capaz de ponerse en sus zapatos. Podía imaginar exactamente cómo se sentía. Él ya lo había experimentado. A fuego. Por eso la comprendía y, quizás también por ello, respetaba sus silencios y el dolor que la embargaba este día.

Incluso, se atrevería a apostar que la atravesaba una capa de pesar que la envolvía y tiraba de ella hacia el suelo. Seguramente, deseaba llorar, detenerse, sentarse un rato al borde del sendero hasta que cesaran las lágrimas... y luego volver a caminar. También debía de sentirse desesperada. La desesperación era lo primera que embargaba a los novatos. Y era comprensible. Había muchas emociones capaces de doblegar el espíritu de un líder que daba sus primeros pasos vacilantes. Sobre todo cuando todos esperaban que cumpliera su papel con acierto desde el inicio, como si no fuera más que eso: un símbolo.

Aquellos a los que se debía proteger tendía a olvidar que también el líder era una persona, y no lo hacían por maldad, sino por necesidad. La necesidad de creer en ese símbolo de esperanza. No era fácil estar en su lugar. Solas lo sabía demasiado bien. También sabía que aquel era un camino que se recorría en soledad. Uno aprendía a caminar justamente cuando ya no quedaban fuerzas; cuando creía que no podía dar un paso más… y aun así lo daba. Y luego otro. Y otro más. Y en cada paso buscaba fortaleza, irónicamente, en las personas que creían en uno incluso más de lo que uno podía creer en sí mismo.

 ¿Cuándo se vencía a un líder?

Era una pregunta que se había hecho más veces de las que podía contar. Y a veces se preguntaba si a él ya lo habían derrotado... y simplemente no se había dado cuenta. Por eso seguía… incluso aquí. Incluso en Thedas.

Porque el Lobo Terrible ya no era un líder.

Era apenas la sombra viva del fracaso.

Por ello, no era capaz evitar recordar sus propios comienzos agobiantes al mirarla.

Y eso lo irritaba.

Toda esta situación lo arrastraba hacia el pasado, como una marea sucia que traía consigo dolores que había querido ahogar en aguas demasiado profundas. Tanto, que temía dejarlos salir y ser, por fin, aniquilado bajo el peso insoportable de la culpa. Porque aún recordaba...

... Recordaba, por ejemplo, los pueblos arrasados por el fuego de la infame Andruil, cuando ella había caído rendida ante la locura. Todavía podía ver los cadáveres de hombres, mujeres, niños y ancianos esparcidos como hojas tras una tormenta. Y sobre todo... los ojos. Los ojos de aquellas víctimas que aún expresaban miedo, como si ni la muerte los hubiera librado de la guerra ni de la diosa a quien veneraban.

Y así había aprendido que, a veces, ni siquiera la muerte borra el miedo que se queda atrapado en los ojos apagados.

También recordaba los ríos. Ríos tan llenos de sangre entre los siervos de Falon'din, que el agua había dejado de fluir bajo la densidad carmesí. Y no era una metáfora. Cada imagen estaba grabada con una literalidad brutal. Había visto tanta sangre... que había llegado a sentir repulsión por la magia de sangre. Odiarla. Sentir náuseas con solo evocarla.

Solas apretó el bastón con fuerza. Porque ni esa repulsión...

... lo había detenido cuando creó el Velo.

Había cientos de atrocidades que podía traer a la memoria si se lo permitía. Pero no lo hacía. Y lo peor de todo era que no lo hacía, no por prudencia... sino por miedo. Porque con aquellas memorias, afloraban las migrañas agobiantes. Y le rompían la cabeza. Él se rompía… y sí, ¡malditos fueran!, ya no se sentía fuerte como en el pasado. Los años, evidentemente, iban agobiándolo bajo el peso. El tiempo, finalmente, parecía capaz de doblegarlo.

Solas miró a Elentari y se preguntó cuántas bestialidades más la joven elfa podría atestiguar aún en este sendero que había empezado a recorrer, el sendero del liderazgo.

La trampa estaba allí. Cuando se lo iniciaba, nadie advertía todo lo que traía oculto... porque uno trazaba los primeros pasos con ideales y propósito. Con valores e ilusión... que, por el camino... se resquebrajaban hasta convertirse en piedra inerte. Anhelo sin vida. Un aliento sin calor. Y el sendero finalmente se volvía sombrío. Tanto, que hasta él mismo había sido derrotado.

Dinan'shiral...

El camino de la muerte.

La crueldad, a veces, era misericordia hacia uno mismo.

Y entonces, cayó en la cuenta de que estaba apretando los puños, y que cada vez que recordaba aquellas escenas, aceleraba el paso, como si al hacerlo, pudiera escapar de su pasado. Era tonto anhelarlo. Porque Solas sabía que ya lo había atrapado.

El sendero del liderazgo era infame, tortuoso, y para pocos. Esperaba que la Heraldo fuera capaz de recorrerlo. Él no había podido. Vaya que no.

La mirada azulina de Fen'Harel se elevó hacia los cielos y contempló la Brecha. Sí, aquel testigo burlón de su fracaso. Aquel agujero en su Velo, ese maldito Velo que él había puesto en su mundo, destrozándolo. Su fracaso como líder.  Su intento por liberar a los oprimidos, a las víctimas, a los inocentes... de los Evanuris.

Y entonces volvió a mirar a la Heraldo, la dalishana que impartía falsos relatos acerca de esos mismos enemigos que él había sentenciado y que ella continuaba adorando. Las malditas ironías de la vida…

Los cabellos oscuros de la mujer estaban trenzados y bailoteaban con cada uno de sus pasos. Él suspiró, porque a pesar de que ella estaba totalmente equivocada con sus creencias, en el fondo de su ser, deseaba que fuera capaz de conocer un final diferente al suyo. Porque su historia, esa sí que no se la deseaba a nadie. Ni siquiera a Elgar'nan. Solo él sabía cuánto había dolido y cuánto dolía aún... la sentencia de cuánto le quedaba por soportar todavía.

Solas apretó la mandíbula y se obligó a respirar. Porque a pesar de todo... él era Fen'Harel, otro Evanuri. Aquel que iba a destrozar su Velo y desencadenar el caos en este mundo... En el final, el fracaso del liderazgo de la dalishana estaba sellado bajo la convicción del Lobo Terrible. La pobre elfa parecía una persona con buenas intenciones... lástima que se había topado con él en su camino.

Las ironías de la vida, ¿verdad? Que se lo dijeran a él. O a ella.

- No suele gustarme meterme en asuntos de magos, pero tengo que decírtelo. - oyó la voz del enano a su lado y Solas, con lentitud, volvió la mirada hacia éste. Por primera vez, agradeció al hijo de la Roca que lo hubiera arrebatado del remolino fatalista en el que había entrado. Cuando nadaba en su mar de penas, solía hundirse hasta sentir que le faltaba el aire.

- Te has mantenido bastante callado últimamente respecto a nuestra Heraldo, Risitas.

Solas curvó sus labios en una media sonrisa, fingiendo ¿qué? Alguna emoción que no sentía realmente. Con voz medida, casi indiferente, le dijo. - ¿Y qué es lo que debería decir, hijo de la Roca?

- No sé. – el enano sacudió los hombros con desinterés. - Quizás podrías mantener una charla con ella, de esas tan lógicas que se te dan tan bien. O, ya sabes, algo más práctico. Un par de consejos para la chica.

La mirada del elfo fue inescrutable, pero le prestó la atención debida. - Ella no necesita de mis consejos. 

- ¿Ah, no? Porque desde aquí, te diré que se ve como alguien que está sosteniendo todo el peso del mundo sobre sus hombros. Y tú... tú podrías ayudarle a llevarlo.

- No me corresponde.

- ¿Y qué demonios te corresponde, entonces? Porque hasta ahora solo has estado siguiéndola en silencio, observando desde la distancia, como si con eso la dejaras libre de alguna carga. Pero yo veo que toda la carga sigue en recayendo en ella.

Solas no entendía por qué el enano se lo pedía a él. ¿Por qué no a Cassandra? Animar a la Buscadora a tener una charla de mujeres poderosas, encargadas de salvar al mundo. Y Varric pareció leer entre sus pensamientos porque dio una de sus carcajadas antes de aclarar. – Ella te ve como uno de los suyos… Y, ¡eh!, antes de oírte negarlo, escúchame. No seas un incordio. – él se cruzó de brazos (con algo de dificultad por el bastón que cargaba), el enano volvió a reír. – Sé que tú y ella no tienen nada que ver. Que son como… mmh, uno seno de Andraste y el otro. – Solas arqueó una ceja y no pudo evitar sonreír ante la elocuencia de su compañero.

- Creo que eso nos convertiría en algo muy cercano, ¿no crees?

- Claro, tienes razón. He elegido mal la analogía. Porque enterarte de que son de la misma especie a ti te aterraría, ¿verdad? – Solas comprendió que lo había hecho adrede y puso los ojos en blanco. Porque no eran lo mismo. Él era elvhen, y ella… una elfa de estos tiempos. Solo que el hijo de la Roca no lo sabía.

- Varric. – susurró el elfo con un tono firme. Se detuvo y el enano lo imitó. - Lo que ella necesita es aprender por sí misma. No a otro elfo. El camino que le toca es uno muy solitario.

- Sí, eso no voy a negarlo. - entonces el Varric se cruzó de brazos, sin inmutarse ante la respuesta esquiva de él. - Pero, me preocupa que, quizás, el aprender por ella misma se traduzca en romperse. Ya sabes, quebrarse, romper su esencia. Y la chica tiene buen corazón, eso ni tú puedes negarlo.

Solas no fue capaz de responder de inmediato. En su mente, la imagen de Elentari corriendo con el niño en brazos, negándose a rendirse, resurgió. Su determinación le recordó, de pronto, a alguien... a sí mismo, y sintió piedad.

Porque a él...

... nadie le había ayudado.

A él le habían dejado correr, correr y correr, hasta enloquecer por el dolor de los muertos y la carga que se fue poniendo por cada vida arrebatada.

¿Dónde había quedado ese Solas algo inocente que había comenzado toda aquella revolución soñando con romper cadenas? ¿Había muerto? ¿Seguía en su interior?

Entonces, hizo una mueca de disgusto cuando la comparación con ella lo hizo sentir esa chispa... extinta... tanto tiempo atrás. El Rebelde. El indómito. Fen'Harel.

¿Qué diría el joven Solas si se parara frente a esta versión deteriorada del presente y lo escuchara ser tan cínico?

Se avergonzaría.

El joven Solas nunca había sido capaz de mirar a otro lugar cuando alguien lo había necesitado. Había sido aquella característica, precisamente, la que acabó por quebrarlo. Porque él acudió a todos. Pero nadie a él.

- No puedo decirle cómo recorrer este camino.

Así como nadie se lo había dicho a él, nadie podía decírselo a ella.

- No... - dijo el enano y se acercó a Solas para darle una amistosa palmada en el brazo. Acto seguido, sonrió con liviandad y agregó. - Solo digo... no está mal recordarle que no tiene que hacerlo sola. A veces, eso es todo lo que alguien necesita oír. No te digo que le digas cómo hacerlo, sino que estás a su lado. Que no está sola.

Y con esas palabras, Varric retomó la marcha, dejando atrás al apóstata, sumido en sus pensamientos. El mago miró el sitio donde el enano había apoyado su mano... un pequeño gesto y, aún así, reconfortante, que provocó una traición de su cuerpo sobre sí mismo.

De golpe, como un látigo luminoso, el recuerdo de su viejo amigo Revas se abrió camino hasta su consciencia:

"La Rebelión no es solo un acto de resistencia contra un tirano; es una afirmación de nuestra capacidad para elegir nuestro destino."

Quizás... no había estado solo.

Quizás... él no había aceptado ayuda.

Solas suspiró y luego llevó la mirada sobre la dalishana. La pequeña espalda encorvada de la dalishana parecía cargar con algo más pesado que su destino… era el inicio de una historia en la que ella aún no sabía que era prisionera.

Pensó en las palabras de Varric... pensó en Revas... y en Felassan...

¿Era posible que un líder no estuviera solo? ¿Debía él acompañarla con su experiencia?

Pero si en el final...

... entonces el elvhen volvió a mirar la gran Brecha...

En el final rompería su Velo, ¿acaso no sería cruel si la llenaba de esperanzas vanas?

Entonces, sacudió su cabeza... 

El enano acababa de confundirlo...

¿Sería muy malo de su parte ayudarla? ¿Ser su guía? 

Sus ojos se posaron sobre la mano izquierda de la mujer... el Áncora, su poder... el poder perdido de Fen'Harel... ahora de ella. 

Y volvió a caminar sin poder decidirse.

Volvió a seguir a la líder del grupo.

Notes:

¿Podemos decir que la culpa de toda esta historia la tuvo Varric? 😂😂

Chapter 15: Un acto de resistencia en un mundo quebrado

Chapter Text

Durante la noche, el grupo liderado por Elentari estaba retornando hacia el campamento de la Inquisición más próximo.

Este día había sido fatal para ella. Habían dado con un grupo de mercenarios que habían ocupado una vieja fortaleza y los habían destrozado. La dalishana había encontrado una satisfacción vaga en desparramar la sangre de sus adversarios y había comprendido que la venganza de poco le valía cuando estaba triste.

Lo peor de este día había sido que había pensado demasiado. O, más bien, había tenido demasiado tiempo para hacerlo. Sus únicos adversarios habían sido los mercenarios y el resto del tiempo había oído un silencio arrollador. No le había gustado aquello. Había decidido ignorar todos los pensamientos que le asaltaron, porque simplemente la ponían muy triste. Y había comprendido, muy a su pesar, que cuanto más se resistía a pensar, las horas se volvían más largas.

Era horrible el modo en el que el tiempo se extendía para torturarla cuando anhelaba que el día pereciera… al igual que todas las víctimas a las que no había alcanzado a proteger.

Aun así, finalmente, había caído la noche.  

Para estos momentos, el grupo ya caminaba muy lentamente. Ella no les había permitido quitarse los restos de sangre en ningún lago y, a consecuencia, estaban bastante desmoralizados. El hedor a sangre comenzaba a apestar. Anotó mentalmente que la próxima vez no sería tan desconsiderada. Que ella tuviera ánimos de muerte, no significaba que debía arrastrar a todos ellos al vacío. A esto, debían sumarle que tropezaban por el hambre, el dolor de espalda y la fatiga.

Solas había considerado el esfuerzo de Cassandra, y para estos momentos, era él quien portaba el pesado escudo. La guerrera, había dejado su cuerpo entero en la lucha contra los mercenarios y se la notaba algo renga en su andar. Con una piedra pequeña se había doblado el tobillo y caído.

Era hora de volver a Refugio, Elentari lo sabía.

- Chicos... gracias por el esfuerzo que ponen de ustedes cada día. - susurró la elfa sin mirar a ninguno. Le sentaba fatal ser la "líder", pero bueno, ella era la marcada, ¿no?

- Es un placer, pequeña. - oyó al enano.

Cassandra le sonrió, pero la fatiga no le permitió otra respuesta y si Solas hizo algún gesto, Elentari no lo vio. Tampoco era que esperaba algo más de él. El mago era muy reservado, pero eficiente. Sabía darles apoyo durante las batallas.

El recorrido continuó sumido en silencio. La Heraldo habría preferido oír los relatos de Varric, pero era evidente que el enano también se encontraba exhausto.

De pronto, ella alzó la mirada y a lo lejos vislumbró una casita precaria, solitaria. Quizás allí encontrarían refugio mucho antes que en el campamento de la Inquisición. Quizás una buena líder debía velar por el bienestar de su grupo y, dado que ya había fracasado estrepitosamente cuando les impidió darse un baño, ahora podría reivindicarse. Sin mediar palabra, apretó el paso con la ilusión de encontrar algo de comida, un sitio para quitarse la mugre. Algo. Lo que fuera.

Lo que encontró fue peor... 

A medida que Elentari se acercaba a la casita, pudo notar la figura de una persona apoyada contra una de las paredes del hogar, con la puerta abierta y, posiblemente, muerto. Su corazón se estrujó y, lejos de evitarlo, corrió e ingresó al lugar para inspeccionar el cadáver. Sin embargo, no se trataba de un muerto, mucho peor, era un anciano shemlen, tan pero tan viejito, que apenas se podía mover.

La maga iluminó la extremidad superior de su báculo, justo cuando sus compañeros llegaron y la guerrera cerró la puerta para evitar atraer atención indeseada del exterior.

El grupo pudo observar que el anciano tenía la cara tan arrugada que no parecía vivo, su piel brillaba y hablaba con lentitud. Al hablar, las venas de la frente se hacían visibles a través de la piel. - Todos se han marchado al enterarse de que los templarios venían hacia aquí. Yo no puedo correr y me han dejado. Nadie quería cargar conmigo y yo no quería ser una carga para ellos.

Solas, al lado de Elentari, apretó los puños, no solo por la injusticia, sino ante la incertidumbre sobre su líder. ¿Acaso la elfa cargaría también con este vejestorio?

- Lo lamento, anciano. - intervino casi de inmediato el mago. - ¿Hay algo que podamos hacer por usted antes de continuar nuestro camino?

La Heraldo lo miró rápidamente al comprender el sentido de sus palabras, y el apóstata la reprochó visiblemente cuando entrecerró sus ojos. No, esta vez no iba a tolerar que cargaran con un hombre que posiblemente moriría en el próximo día.

- Oh, es que deben estar hambrientos. - dijo el hombre con educación. - Tengo unas patatas sobre la mesa y un poco de piel de nug. Si quisieran, podrían cocinar algo para ustedes, y dejar algo para mí. 

Solas sintió piedad, pero no había nada por hacer. Solo asintió y miró a Cassandra. La guerrera tomó el escudo que el mago había estado sosteniendo, dio un suspiro y miró a Varric.

- He visto un huerto no muy lejos de aquí. Podríamos buscar algunas especias para darle sazón a un guiso y compartir la comida esta noche. - el enano asintió.

Solas llevó una mano sobre su rostro y se restregó sangre seca (y maloliente). Se sentía sucio (por decisión de la dalishana) y estaba bastante cansado. La Heraldo, a su lado, no pudo ocultar su pesar y no miró a ninguno de sus compañeros. Le otorgó a él el mando. El mago asintió a la Buscadora y, junto al enano, partieron.

Cuando lo hicieron, Elentari se sentó sobre la vieja cama del hombre y guardó profundo silencio. Solas vio cuando los labios de la mujer temblaron y desde los ojos resbalaron unas lágrimas que no pudo contener más. Entonces, la notó dar un zarpazo rabioso por haber sido derrotada frente al dolor. Sin embargo, las lágrimas no cedieron y de un instante al otro se transformaron en un sollozo silencioso que la avergonzó, pero que ya no pudo ocultar. Él no intervino, el orgullo de la joven estaba herido, no iba a ponérselo más difícil. Al contrario, le dio privacidad sentándose al lado del anciano, en el suelo y entablando una conversación con el objetivo de llenar el espacio con un sonido distinto al de aquellos lamentos. 

- ¿Desea que lo acompañe hasta la cama? ¿Se siente cómodo?

- Hijo, este reino ha perdido el buen corazón. - confesó el anciano. El mago apóstata supo que el hombre era ciego, porque no se había percatado de que él era un elfo. Suspiró sonoramente, golpeó suavemente la pared con la cabeza y plantó la vista sobre el viejo techo resquebrado.

- Las guerras suelen tener ese efecto, anciano. - respondió Solas. - Las personas pierden la confianza unas de otras.

- Y la educación. - el elfo asintió.

- Así es, anciano.

Y la piedad, aparentemente, pensó.

Entonces se puso en pie y fue hacia la mesa a buscar las patatas que había mencionado el hombre. - ¿Cómo se llama usted? - preguntó solo por cortesía y para ahogar el sonido de las lágrimas de la Heraldo. Rápidamente, comenzó a acomodar las cosas, para que los otros dos encontraran todo listo cuando llegaran a la vieja casa.

- No hay necesidad de saber mi nombre, hijo. - confesó el anciano. - Si un día cuentan este relato a alguien, refiéranse a mi como el anciano que ha sido abandonado.

- Eso es injusto. - intervino Elentari con los ojos enrojecidos por las lágrimas. Solas la miró, una vez más con reproche, pero a ella no le importó. - ¿Por qué debería ser recordado de ese modo cuando usted es mucho más que eso? ¡Que ellos lo hayan abandonado no significa que usted deba abandonar su nombre!

El anciano sonrió con cariño. - Niña, no viviré para ver el final de esta guerra. Así que, para que tengan espacios en sus recuerdos para otras cosas, no les diré mi nombre. Si sobreviven a la guerra, recuérdenme como el anciano que ha sido abandonado.

- Pero... eso no es justo. Usted... - la Heraldo estuvo por quejarse una vez más, pero Solas se colocó delante de ella, dejó que su espalda le arrebata la visión directa del anciano y la tomó del brazo con delicadeza, acercándola a él.

- Heraldo, deja que la dignidad que él quiere mantener no se rompa. - La joven dalishana se vio obligada a ponerse en pie y lo miró rabiosa, no tanto por su agarre, sino porque el apóstata estaba siendo testigo de sus lágrimas. - No solo por él... sino también por ti. – hizo una pausa. Los dos enfrentaron sus miradas desafiantes. Ella era terca, pero Solas intentó explicarse, dejando de lado su propio fastidio para con ella. - El peso de tus propios sentimientos no tiene que arrastrar la última chispa de su humanidad. - le susurró tan bajo, que no creyó que aquel hombre lo hubiese oído.

Ella lo miró desilusionada, incapaz de comprender cómo Solas podía ser tan frío. - Él comprende que sus días están contados, aun así, compartirlos al lado de personas que lo respetan es un tesoro que no todos obtienen durante tiempos de guerra. Haz que esta noche, para él, sea digna. - los labios de la elfa temblaron y desvió la mirada. Unas nuevas lágrimas traicioneras mojaron sus mejillas. No había nada por hacer. Solas tenía razón y eso la rompía. Pero dejó de enfrentarlo. La tensión en el cuerpo de ella cedió. No iba a insistir.

Él dio un suspiro y sintió que lo embargó el arrepentimiento por haber sido tan duro. Quizás todavía podía arreglarlo. - Heraldo, recuerda, que esto que estamos haciendo aquí... es un acto de resistencia frente a un mundo que se ha roto.

Elentari se quitó el brazo del agarre del apóstata y asintió, tragándose las lágrimas.

Solas tenía razón, aunque doliese. Ella iba a darle una noche digna a aquel anciano.

Entonces fue sobre la mesa, tomó las patatas y casi de inmediato se sentó al lado del hombre. - ¿Le importa si pelo las patatas junto a usted?

- No, hija mía. Agradezco la compañía. - y la elfa se concentró en acompañarlo.

Solas sonrió sin que lo viera.

Poco tiempo después, Cassandra y Varric volvieron y se centraron en la tarea de organizar la cena. El enano rápidamente los envolvió en un ambiente cálido, compartió historias que el anciano disfrutó para, luego, ser éste mismo quién compartió sabios consejos con el grupo de guerreros que le estaban haciendo compañía aquella noche. Quizás su última noche. 

El tiempo transcurrió y, finalmente, Elentari logró volver a sonreír a pesar del dolor. Podía ver la felicidad en el anciano. Y aunque a ella la rompía, valía más conservar la dignidad que al desconocido le quedaba.

Cuando el sueño pareció abrazar al grupo, se desparramaron en suelo para descansar (ninguno ocupó la cama, quizás por respeto al anciano que ya no era capaz de moverse).

Elentari se acercó a Solas y se acostó a su lado.

- Tenías razón... - susurró. Él no la miró y no dijo nada. - Es difícil comprenderte para mí, pero he notado que, aunque, no consuelas, tampoco humillas... y, quizás, eso vale mucho más que otros gestos. Gracias por haberme frenado. 

Una vez más, Solas guardó silencio, pero apoyó una mano compañera en el antebrazo de la Heraldo para que supiera que allí estaría, cuando lo necesitara.

Porque si bien él manejaba su propia agenda, esta joven mujer le estaba demostrando un espíritu extraordinario, y aquello despertaba en su interior ganas de aconsejarla, ser su guía... y, muy a su pesar, tal como había mencionado el hijo de la Roca, algo en su interior quería ayudarla con el peso de la carga agobiante que sostenía. Solas no se atrevía a involucrarse más de la cuenta, pero la dalishana parecía ser un reflejo de quién él mismo había sido... y eso removía demasiadas cosas en su interior.

Por su parte, y tan solo durante un instante, ella creyó sentir ternura cuando él la tocó... pero fue tan fugaz que no supo si lo había imaginado.

Finalmente, la liberó de su agarre y cerró los ojos. No dormiría, porque era un somniari, pero visitaría el Más Allá y los viejos recuerdos. - Descansa, Heraldo.

- Tú también.

Chapter 16: Otra época. Otro mundo II

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La mano sin guantelete se posó sobre el hombro de Solas y le hizo sentir su autoridad. Un roce poderoso, intimidante, firme.

Elgar'nan era así, autoridad pura. Después de todo, ese había sido su propósito cuando aún era un espíritu. Había sido el primero de los Evanuris, y le encantaba recordar a todos que fue "aquel que despertó en los albores de los elfos". Solas, en cambio, era segundo de Mythal. Había adoptado la forma física por solicitud de ella, lo que lo convertía en uno de los Evanuris jóvenes... y el Rey no perdía oportunidad de recordárselo.

- Mi sabio Portavoz... - habló con un tono grave y tronante, dejando entrever (como siempre) que consideraba a Solas como algo que le pertenecía. – Ambos somos hombres intelectuales, ¿no es así?

- Por supuesto, majestad.

- Majestad Iluminada, Solas. ¿Cuántas veces tengo que recordarte que mi título abarca mucho más que un solo territorio?

Solas contrajo toda su musculatura y controló al máximo sus expresiones para no ofender al Rey, porque la realidad era muy distinta del palabrerío insistente de Elgar'nan. En verdad, los elfos estaban esparcidos como cenizas al viento. La Guardia de las Flores (el grupo de élite de Mythal) recorría incansablemente los territorios en busca de sobrevivientes para traerlos al Palacio Iluminado, donde ahora mismo se encontraban. Precisamente, ese asunto era el que la tenía ocupada este día a la Reina de los Elfos.  Porque lejos estaban de ser un poderoso reino. Elgar'nan no era el rey de vastos territorios. Era el rey de grupos desesperados de elfos.

El Palacio Iluminado era una fortificación envidiable... siempre que uno ignorara el precio con el que había sido levantado. Había sido construido con el sudor y el sacrificio de los nacientes Evanuris, muchos de los cuales ya habían encontrado la muerte de sus formas físicas en los interminables enfrentamientos contra los titanes. Y se sostenía, además, gracias al poder constante de los espíritus, que reforzaban sus cimientos con apoyo arcano en cada batalla para impedir que la estructura colapsara. Un poder que era prestado.

Los espíritus se habían aliado a los elfos desde los primeros despertares, atraídos por la curiosidad. Solas había sido uno de ellos. Dotado de la antigua Sabiduría Ancestral, había ofrecido sus consejos a los primeros nacidos y los había impulsado a actuar con rectitud y benevolencia. Pero con los años, todo había cambiado.

Para los elfos de estos tiempos, ya no era una virtud actuar con la intención de replicar propósitos nobles. Solo deseaban sobrevivir. Estaban demasiado arrasados por sus enemigos para aspirar a algo más. Y las entidades espirituales, sensibles a las emociones y conductas de los despiertos, se veían afectadas por esa desesperación. Muchos comenzaron a retirarse en busca de la restitución de sus propósitos. Cada vez eran más los que abandonaban el apoyo prestado.

Y eso enfurecía al Rey... Iluminado.

Ese era el motivo por el cual presionaba constantemente a Solas para "hacerlos entrar en razón". Solo él mantenía un diálogo honesto con los espíritus, y ellos respondían a su liderazgo con una lealtad que no otorgaban a ningún otro. Eso Solas se lo había ganado a través de la cultivación de un vínculo honesto. Y no tenía pensado cambiar.

- Es evidente que tu intelecto supera el mío, Majestad Iluminada. Pido perdón por el error. – susurró el Portavoz con fingida humildad.

Comunicarse entre Evanuris era siempre un desafío. Al fin y al cabo, cada uno de ellos había sido un espíritu poderoso, y las emociones se leían con demasiada facilidad. Elgar'nan no pocas veces había percibido la furia contenida de Solas cada vez que este debía ceder ante su autoridad real... y aquella rebeldía silenciosa, a su vez, enfurecía al propio Elgar'nan. Pero el Portavoz era un agente necesario del éxito del Rey, por ello lo toleraba.

- Tu sabiduría, Portavoz, es un don admirable... - retomó la conversación el Rey Iluminado. Su tono fue pausado, arrogante e intentaba ser intimidatorio. Poco intimidaba a Solas. – Sin embargo, como hombres de intelecto tú y yo, somos conscientes de que se trata de un don inactivo. ¿No estás de acuerdo?

- No lo estoy, Majestad Iluminada.

Elgar'nan dejó escapar una risotada seca. Luego se giró (sin duda para que Solas no pudiera leer sus emociones) y tomó asiento en su trono. El asiento real era una obra de belleza imponente, esculpido a partir de un bloque gigantesco de Diamante del Alba y decorado con delicados trazos de Oro Radiante. Materiales exóticos en Elvhenan y que, según Solas sospechaba, tenían un valor especial para la propia anatomía de los Pilares de la Tierra.

En sus análisis privados, Solas había llegado a creer que el Oro Radiante era un metal líquido que emergía durante el crecimiento de las montañas, algo ligado al renacer de la superficie misma. Por eso, para los enemigos del Pueblo, les resultaba un insulto que el Rey de los Elfos se sentara sobre algo tan "sagrado" para ellos.

- Bueno, pues Mythal y yo sí que lo estamos. – aseguró y extendió su mano para que, como súbdito del rey, besara su anillo. Esta vez, Solas no fue capaz de ocultar su furia y eso arrancó otra risita de Elgar'nan. 

– Mi querido Solas... - descendió la mano, acomodó mejor la Roca y volvió a extenderla. El Portavoz dio un paso al frente, tomó la mano de su Rey y besó el material. – No nos encontramos en una época de contemplación, ¿no lo crees? Estamos en guerra. Es una época de deber. – Solas dio un paso hacia atrás y continuó de pie, oyéndolo. – Tú tienes la llave para silenciar a nuestros enemigos y, sin embargo, te niegas a empuñarla. ¿Por qué?

- Elgar'nan - su voz fue apenas una brisa en comparación con el viento que arremolinaba en su interior. - No te negaré que la retirada de los titanes es temporal. Lo sabemos todos, pero ¿crees de verdad que la única forma de vencerlos es arrastrando al Más Allá a una carnicería aún mayor?

- No sé si será la única forma de vencerlos, pero es la única que se me ocurre. – entonces le clavó la mirada, pero esta vez de forma implacable. Solas comprendió que el Rey estaba realmente furioso por su negativa constante a trabajar con espíritus más caóticos. – Y tú me la niegas.

- El costo es alto - respondió Solas, apretando el Cetro del Lobo, símbolo de su rango como Portavoz. - Corromper la esencia de un espíritu para obligarlo a hacer lo que no quiere es horrible... Yo soy su voz. Su guía. No voy a pedirles nada que vaya contra su naturaleza espiritual.

- No, Portavoz. Tú eres su pastor, no su igual. ¿Acaso los pastores consultan a las ovejas sobre a dónde deben ir? ¿O las guían hacia el pasto que necesitan? Eres la mente más brillante que tiene nuestro Pueblo. Y sin embargo, te comportas como el espíritu más pusilánime que jamás haya caminado bajo nuestros cielos. – Solas apretó los dientes. Elgar'nan apretó los puños. – Yo soy la autoridad entre los elfos... Dime, ¿por qué me sigues negando mis exigencias?

- La autoridad sin moral es tiranía. – siseó el Portavoz.

El silencio se apoderó del recinto. 

- La moral sin victoria es extinción. Mira a tu alrededor, Solas. —El Rey extendió una mano limpia y firme sobre la Sala de Audiencias Reales. Los presentes contenían el aliento mientras aquellos dos se enfrentaban en un peligroso duelo de palabras. – Lo que veo en cada batalla son los campos de tu Sabiduría Contemplativa. – dejó que el silencio ocupara la sala para madurar su punto. - Pueblos arrasados por el capricho de nuestros enemigos, porque tú prefieres contemplar. – Oh, ya entendía dónde quería llegar. Quería hacerlo parecer el culpable del desastre. - El dolor que sientes por la disolución de tus espíritus, ¿es mayor entonces que el dolor que siente la madre elfa al ver a sus hijos hechos ceniza? – Solas volvió a apretar los dientes. – Dime, ¿acaso eso es lo que debo decir a los nuestros? ¿Tus preferencias sobre ellos?

Solas no respondió. Cualquier cosa que dijera Elgar'nan la usaría en su contra.

- Tú crees que la guerra se gana con justicia, Solas. Yo te digo que se gana con intimidación y miedo. Necesito que dejes de lado a tu coro de Lealtad y Valor. Necesito a esos espíritus que tú desestimas: IraVenganzaCaosTerror. Los llamaré, los usaré para mostrar a los titanes que la guerra con nosotros es un acto de locura. Yo seré la Autoridad que se necesita en tiempos aciagos. Tú solo debes asegurarte de que tu rebaño de Virtudes no se corrompa por mis órdenes.

Solas quiso reír. Era imposible no corromper nada con su tiranía. Sin embargo, guardó silencio. Elgar'nan no le estaba pidiendo que se corrompiera él o los suyos; le estaba pidiendo que tolerara su corrupción en nombre de la supervivencia. Le estaba dando una excusa de autoridad delegada para hacer lo que Mythal ya le había insinuado. Elgar'nan no lo sabía, pero existía otra opción que no involucraba a los espíritus...

Pero era horrible. Crear aquel arma era algo horrible.

- ¿Acaso no es más fácil para ti, Portavoz? - continuó Elgar'nan, bajando su voz a un tono casi persuasivo. - Tú nos guías con la Sabiduría, yo con la Autoridad. En tiempos de paz, hasta podrías estar en desacuerdo. Pero en tiempos de guerra, la Autoridad es el único propósito puro que mantiene unido a un ejército. Crees en Mythal, ¿verdad? – Solas asintió. – Ella cree en mí, tú también debes hacerlo. – Hizo una pausa que se prolongó más de lo esperado. - Haz tu parte. - lo último fue una amenaza directa. 

Solas apretó el Cetro del Lobo con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.

- Por supuesto, Majestad Iluminada. Hablaré con mis hermanos espirituales.

- No, Portavoz. No hablarás solamente. Los convertiremos en las herramientas que hoy necesita nuestro Pueblo. - replicó Elgar'nan, y esta vez hubo una burla evidente en su voz. - Y no te preocupes, el pueblo recordará que yo, el Rey Iluminado, fui el que se ensució las manos. Tu nombre seguirá impoluto...

- No se trata de culpas, Majestad Iluminada. Sino de realizar el acto más honorable que podemos otorgar a los nuestros. Estamos construyendo un reino, que se construya sobre cimientos que nos enorgullezcan.

- Se trata de lo que tu Rey diga, Solas. No de lo que tú opines. – Ambos guardaron silencio. – Ahora, vete. Reflexiona... contempla mis últimas palabras.

Solas se inclinó y se giró furioso al resto de los convocados al comité de guerra. No miró a ninguno. No le interesaba deducir cuáles eran sus posturas. 

Avanzó con paso firme, preguntándose si salvaría a los espíritus de la corrupción o si, simplemente, les entregaría el permiso para su destrucción futura. Pero algo en su interior no podía dejar de repetírselo: 

Tenía otra opción.

Había otra opción... 

Chapter 17: Sin diálogo para la fe

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Pueblo de Refugio, Reino de Ferelden, 9:41 del Dragón

Cuando el grupo de aventureros arribó al interior del pueblo de Refugio, fueron testigos de una revuelta entre los refugiados. Elentari enarcó las cejas y observó a Cassandra, la guerrera cuya presencia constante ya se había convertido en un escudo protector para la Heraldo. La Buscadora, por su parte gesticuló con sutileza, dando a entender que no tenía idea de qué era lo que estaba aconteciendo. Por ello, empapados en sangre seca, fatigados y adoloridos, el grupo corrió con pasos decididos hasta las grandes puertas de la Capilla, las cuáles se encontraban cerradas y con un buen grupo de revoltosos, entre magos y templarios, enfrentadas ambas facciones.

- ¡Los tuyos mataron a Su Más Sagrada! - gritaba un soldado ataviado con una desgastada armadura templaria.

- ¡Mentiras! - cuestionaba un hombre portador de túnica y que sostenía un bastón. - ¡Los tuyos la dejaron morir! ¿Acaso no servían para protegerla?

- ¡Cierra la boca, mago repugnante! - fue la respuesta del templario, quien rápidamente desenvainó su espada, dispuesto a cortar en pedazos al otro. Elentari sintió que los vellos de su cuerpo se erizaban al ser testigo de la facilidad con la que aquellos recurrían a la violencia por un simple desacuerdo. Sin embargo, antes de entrometerse con el fin de detenerlos, Cullen se le adelantó y se colocó entre medio, separándolos de un empujón bravo y con una determinación incuestionable en su mirada afilada.

- ¡Basta!

- Caballero capitán... - susurró el templario y depuso su arma.

- ¡Ese no es mi título! - corrigió muy molesto el shemlen rubio. - Ya no somos templarios. Ahora, todos somos parte de la Inquisición. ¡Todos! ¡Magos y templarios!

- Y quisiera saber cómo lo harán... - la voz que salió entre el gentío del bando templario sonó cínica. Se trataba del canciller Roderick, un miembro de la Capilla. - Siento curiosidad, comandante, ¿cómo piensa cumplir con su promesa y restaurar el orden su Inquisición y su "Heraldo"?

Elentari sintió que debía intervenir, ponerse del lado del comandante de sus fuerzas, pero cuando dio un paso decidido hacia el frente, una garra la tomó por el antebrazo, deteniéndola. Se giró molesta a su captor y se encontró con el apóstata que llevaba la mirada clavada en el conflicto y una expresión alarmada. Le dedicó solo un segundo a mirarla y negó levemente con un movimiento de cabeza. Por algún motivo, Solas no consideraba conveniente su intervención y, a pesar de que ella se sentía responsable del alboroto, comenzaba a confiar en el punto de vista de aquel elfo y, con un suspiro, dejó que la sostuviera y se mantuviese tan cerca de ella como si quisiera brindarle su protección.

Solas sostuvo a la "Heraldo" de Andraste porque conocía demasiado bien los beneficios (y los peligros) que la idolatría confería a las figuras de autoridad dentro de cualquier religión. En su mundo, él no solo había sido Fen’Harel para su pueblo, había terminado convertido en un dios, muy a su pesar y pese a sus incansables intentos por explicar que las deidades no eran más que una mentira útil. La fe en el dios de la Rebelión había persistido más allá de toda prueba, más allá incluso de la verdad que él había ofrecido.

Durante siglos, Solas había sido comandante de ejércitos, rey de vastas tierras, Evanuri… y, finalmente, una deidad. Y la elfa que ahora sostenía comenzaba a rodearse, sin saberlo, de los mismos relatos grandiosos, ambiguos y peligrosos que él conocía demasiado bien. Su figura exótica, su procedencia, su marca… todo podía derivar en tintes de divinidad ante los ojos equivocados. Y eso era una amenaza en un entorno de fanáticos religiosos que la veían no como un milagro sino como un insulto viviente a sus creencias, incapaces de reconocer la grandeza que él empezaba a detectar en el espíritu de la joven dalishana.

Por eso… y por un impulso que no se permitió analizar del todo, cuando Solas notó que la Heraldo estaba a punto de intervenir, se vio obligado a detenerla, pese a su profunda convicción en el libre albedrío. Se repitió que lo hacía porque Elentari no comprendía todavía que su intervención habría desatado el caos. Aquellos templarios no solo creían en un dios cuyo rostro ella desafiaba; también la veían como la encarnación de todo aquello que temían y despreciaban del andrastinismo: una maga, y para colmo, una que no había sido educada en un Círculo.

Sin embargo, cuando percibió la mirada que ella le dedicó (y la confianza casi inmediata que depositó en él) Solas se incomodó. No solo porque días antes ella lo había enfrentado, sino porque la Heraldo había dado un paso hacia él, buscándolo como resguardo.

No quiso analizar el motivo. Pero se conocía lo suficiente como para reconocer, en lo más hondo, que aquel voto de confianza había despertado en su interior un deseo naciente de protegerla. Y Solas, cuando protegía, a veces era incapaz de ver los límites.

Fue Cullen el que se encargó de tranquilizar a las masas y devolverlas a su sitio. El hombre inspiraba lealtad y respeto, incluso entre los magos, y esa era una característica poderosa en el comandante. 

Cuando la revuelta estuvo sublevada, Solas notó que Cullen y aquel hermano de la Capilla permanecieron uno frente al otro discutiendo, mientras que Cassandra se adelantó y se sumó. Ahora que los aires se habían calmado, era factible que la Heraldo se acercara a aquellos sin peligro. 

- Heraldo, por favor, sé más prudente cuando se trata de sublevaciones, ¿de acuerdo? - intentó decírselo con tono autoritario, sin embargo, su voz salió casi susurrada. Ella volvió a mirarlo y aquellos ojos tan expresivos parecían mostrar gratitud por su preocupación. 

Él decidió soltarla y mantenerse al margen. Se recordó a sí mismo lo que había dicho a Varric anteriormente, que ella no requería de su consejo y que su camino era en solitario. No con él.

- ¿Por qué? - la elfa se dio la vuelta y lo enfrentó. La actitud de su postura dejaba en claro que Solas acababa de ganarse toda su atención, Elentari ni siquiera parecía interesada en la discusión que se gestaba frente a ellos. - ¿Qué hubiera pasado si me entrometía, Solas?

- Las religiones afirman que las leyes del mundo que gobiernan son ordenadas por una autoridad absoluta y suprema...

- El Hacedor... - ella murmuró y Solas asintió.

- Así es. El Hacedor, en el credo andrastianista difundido por la Capilla, funciona como un punto fijo, una fuente de autoridad incuestionable. Y tú… tú representas una amenaza a esa estructura.

- No solo yo, la Inquisición.

- Exacto. Además, te consideran la Heraldo de su profetisa… y la Inquisición, como organización naciente encargada de devolver orden al caos, no posee aún el poder suficiente para actuar como escudo frente a lo que tú representas para los creyentes. - Solas hizo una pausa. - Por eso, es peligroso que te involucres abiertamente en disputas cuando hay fanáticos religiosos discutiendo verdades aparentes que, en última instancia, ni siquiera responden a realidades objetivas, porque su fundamento es la fe, no la evidencia.

La mujer guardó silencio sopesando sus palabras. Él se limitó a observarla, mientras en el interior de su mente se recordaba a sí mismo que acababa de decir que no debía entrometerse y era precisamente lo que estaba haciendo: estaba confesando realidades que solo él conocía, debido a su propia condición de elvhen

- Debo tomar en serio nuestra visita a Val Royeaux para reunirme con las sacerdotisas... - susurró la Heraldo, comprendiendo la profundidad de lo que él acababa de decirle.

- Efectivamente. Tan solo recuerda que cuando las leyes se atribuyen al cielo, cualquier disenso se convierte en herejía. No hay diálogo posible con la fe, solo obediencia... o rebelión. - y, para su sorpresa, ella volvió a dirigirle su mirada atenta. Fue solo un segundo, pero aquellos ojos amarillos parecieron brillar luego de oírle decir aquello, Solas sintió curiosidad y deseó poder ingresar en el interior de sus pensamientos y comprender el motivo de aquel brillo. 

Se miraron fijamente... y el tiempo transcurrió, aunque pareció detenerse. Entonces, ella le sonrió con calidez. - Gracias, Solas. Tus consejos siempre me invitan a la reflexión. - ahora fue ella quien apoyó una mano sobre su brazo, pero, a diferencia del agarre del apóstata, Elentari le regaló una suave caricia que provocó el recorrido sutil de electricidad en su cuerpo. Él no le quitó la mirada de encima, simulando control absoluto frente a la mujer... pero, ¿por qué su piel acababa de reaccionar de aquel modo al contacto con ella? ¿Algo en relación con el vínculo ancestral de su Áncora, quizás? 

- Me alegra haber sido de ayuda, Heraldo.

Cuando la dalishana le dio la espalda y se dirigió hacia el comandante, Varric se acercó al elfo y lo miró con una media sonrisa. Solas desvió la mirada hacia el enano y se sintió muy molesto al ser consciente de que aquel había sido testigo de la conversación con la elfa. Sin embargo, fiel a su capacidad de autocontrol, disimuló por completo cualquier prueba de desconcierto y enfrentó a Varric con su mirada implacable.

- Hijo de la Roca...

- Excelente, Risitas. Tu consejo ha sido muy acertado. Has evitado que la pequeña cometa un error y desencadene un disturbio.

Y con aquella media sonrisa algo burlona, el enano se alejó con aires divertidos. Solas lo contempló en silencio y comprendió que, a su pesar, había seguido el consejo del enano. Acababa de involucrarse, cuando no debería hacerlo...

Chapter 18: Golpea sin piedad. Luego, envaina la espada

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Elentari había pasado el resto del día metiendo las narices en temas religiosos y dándose cuenta de que, cuanto más lo hacía, más evidente se volvía que, en realidad, eran más bien asuntos político-religiosos. Y de los que ella conocía muy poco.

Durante toda la jornada, había pensado en el mago apóstata, preguntándose cómo habría abordado él cada situación y qué habría hecho al respecto. Por supuesto, era consciente de que no lo conocía realmente y que cualquier conclusión a la que hubiese llegado no era más que el reflejo de la admiración que le provocaba, pero había resultado dificultoso no pensar en él. Lo veía tan seguro de sí mismo, sin necesidad de demostrar su valía ante los demás, como si supiera, sin un atisbo de duda, que era indispensable en medio de toda esta locura. Y para ella comenzaba a serlo... Solas no lo sabía cosas, sino que su forma de pensar le daba una sensación de seguridad serena que ella había perdido. Carecía de palabras adecuadas para explicarlo, pero durante mucho tiempo, y no solo ahora, ella se había sentido como "sapo de otro pozo" en diferentes aspectos de fe... Nunca había podido expresarlos con otro elfo, puesto que las pocas veces que había intentado mencionar sus dudas Deshanna le había explicado que era normal sentirse así y que lo llamativo hubiera sido que no las tuviera.

"¿Por qué nuestros dioses ya no nos hablan?", recordaba haber preguntado a su madre, años atrás, cuando Deshanna le había contado acerca de Shartan y la cruzada junto a Andraste.

"Porque Fen'Harel los apresó en el Más Allá, mi niña."

Entonces ella había hecho una mueca producto de la confusión. Si los Creadores eran los dioses más poderosos del panteón élfico, ¿por qué el dios de la traición y del engaño era más poderoso que todos ellos? ¿Cómo era posible que un solo dios silenciara al resto? ¿Acaso, no era factible que, quizás, los Creadores le hubiesen dado la espalda también a ellos, así como se decía del Hacedor con los shemlen? ¿O debía aceptar, sin cuestionamiento, que era solo por culpa del Lobo Terrible?

Recordó la sonrisa tierna de su madre y la caricia que acompañó. Recordó cuando Deshanna rozó la piel de su mejilla y con una voz maternal, dijo:

"No son dudas las que tienes, mi niña, estos son los momentos en los que creces mucho más y tus creencias se fortalecen. Nuestros dioses nos piden que pongamos el destino de El Pueblo en sus manos y dejemos que ellos obren en nosotros. Tú, pon tu fe en ellos y verás cómo tus dudas se aclaran."

Pero ¿cómo? ¿¡cómo!? Deshanna nunca se lo había dicho...

Por eso admiraba a Solas... A ella le hubiera gustado poder sentirse así. Muy por el contrario, se sentía tan... insuficiente. Nunca lograba hacer las cosas bien.

Para sumar conflicto a este día, Elentari había conocido a la madre Giselle. Y, al parecer, la obligación que recaía sobre la elfa, así como a la floreciente Inquisición, era cerrar la Brecha, claro, pero también obtener el apoyo de la próxima Divina.

La Heraldo, por supuesto, no era andrastina y poco conocía acerca del credo shemlen, por eso, había dedicado bastante tiempo a instruirse en el tema y había intercambiado ideas no pocas veces con Cassandra y Leliana. Ahora entendía bastantes conceptos de la religión de los shem.

A diferencia del andrastinismo, Elentari no creía en la fuerza de un solo dios, sino en un mundo controlado por un grupo de poderosas divinidades élficas, a quiénes podían invocar a través de la devoción y el sacrificio a cambio de protección. Sus creencias no necesariamente inhabilitaban la existencia de otros dioses, para ella, bien podía existir ese Hacedor o Andraste, pero simplemente no le interesaba.

La madre Giselle le había dicho que la Inquisición original se había formado después de la Primera Ruina. Por aquellos tiempos, los inquisidores habían sido cazadores, fanáticos que habían perseguido y asesinado a sectarios y magos peligrosos. Sin embargo, cuando Andraste se había alzado en poder, la Inquisición le había servido y comenzaron a propagar el Cantar de la Luz por la fuerza. Exacto, la madre Giselle le había advertido que lo habían hecho por la fuerza y aquello había revuelto el estómago de Elentari. ¿Eso implicaba que ella representaba una organización que había silenciado a través de la violencia a sus opositores?

Probablemente...

- Pero, no entiendo una cosa, madre Giselle... - susurró la Heraldo de Andraste a su lado. - ¿El Cantar de la Luz entonces se encuentra en posesión del mensaje del único dios de Thedas y debe ser compartido en cada rincón de la tierra? ¿No hay lugar para otros dioses? - Notó cuando la religiosa movió con incomodidad un pie, fue un gesto sutil casi borrado por la falda de la larga túnica, pero la dalishana fue capaz de considerarlo. Casi curvó sus labios por orgullo propio cuando se vio a sí misma poniendo atención en pequeños detalles que antes, posiblemente, los hubiera pasado por alto. Y aquel gesto ahora le decía mucho... era incomodidad, porque ella era dalishana y porque de eso se trataba todo el conflicto ríspido en la historia de elfos contra humanos...

El silencio se escurrió entre Elentari y la madre Giselle. El interior de la capilla retozaba en murmullos ajenos que iban y venían y hacía eco entre las altas paredes de la edificación. Leliana estaba a su lado, se había unido a la conversación casi cuando había iniciado y la elfa se había enterado de que su maestra espía era, además, hermana de la Capilla.

- Siempre ha habido un abismo entre las teorías teológicas y las realidades históricas, Elentari. - sonó con calidez la voz de Leliana.

La elfa la miró y notó cada expresión de la maestra espía. Eran gentiles, cariñosas y para nada intimidantes. Una máscara... Elentari lo supo casi de inmediato, puesto que recordaba perfectamente la dureza no solo en el tono, sino en las palabras que a veces oía en Leliana cuando se dirigía a sus agentes. La mujer solía ser implacable, y aquí estaba jugando al corderito indefenso.

- Pareciera ser que el poder supremo del cosmos es demasiado distante y ajeno para nuestras necesidades mundanas. - continuó la maestra espía. - El Cantar de la Luz comparte con nosotros las palabras del Hacedor... pero ¿hemos de fingir que no somos conscientes de los versos disonantes que deliberadamente han sido prohibidos del Cantar en beneficio de la Capilla y la expansión de sus enseñanzas?

- ¡Hermana Leliana! - susurró la religiosa a su lado, pero la maestra espía no se inmutó.

- El Hacedor es el único dios supremo, pero ama a humanos y a elfos por igual. - entonces giró su rostro y volvió a posarse sobre Elentari, sonrió con calidez, una vez más. - Tu pueblo es tanto nuestro como de ustedes. A Sus ojos, somos hermanos. Como Andraste y Shartan lo fueron.

Elentari guardó silencio, pero no le gustaron las palabras de Leliana. Habían intentado ser condescendientes, pero habían resultado insultantes.

Los andrastinos siempre habían sido mucho más fanáticos y misioneros que los dalishanos. Las creencias de los elfos libres reconocían la legitimidad de otras creencias y, además, consideraba que sus dioses no contenían el poder supremo del cosmos ni compartían con El Pueblo toda la verdad de la Creación (después de todo, ahora eran dioses silenciosos). Pero los andrastinos creían exactamente lo contrario... "que el Hacedor era el único dios Supremo", y desde sus inicios habían desacreditado al resto de creencias... habían intentado fortalecer su poder exterminando con violencia toda competencia, y eso era algo que el pueblo de la dalishana sabía perfectamente.

Antiguamente, el pueblo de los elfos se liberó del yugo del Imperio de Tevinter junto a Andraste, también esclavizada. Cuando la mujer se levantó contra el imperio, los elfos se levantaron a su lado. Juntos, elfos y shemlen lucharon por la libertad. Y, como recompensa justa, Andraste prometió al pueblo élfico una nueva tierra: los Valles. El antiguo pueblo de los elfos llegó desde los confines de Tevinter para tomar posesión de esa nueva tierra, cruzando océanos, desiertos y montañas. Su ciudad, la primera urbe élfica desde la mítica Arlathan, la llamaron Halamshiral. En esas tierras, se prometieron que ningún humano volvería a pisarlos e invocaron a sus verdaderos dioses. Los dioses de la Creación del panteón élfico.

Y fueron libres. Fueron libres durante tres siglos, hasta que la nueva Capilla andrastina quiso mover sus fronteras y los atacaron. La "Segunda Marcha Gloriosa" la llamaron, una masacre hacia los elfos... una deshonra a la promesa que la profetisa Andraste había dado al pueblo de Elentari. Y lo peor fue que marcharon en el nombre de aquella mujer que había sido una aliada; levantaron armas contra aquellos que habían sido hermanos de la profetisa a quién los shemlen adoraban. Y cuando los elfos se negaron al sometimiento y reclamaron lo que les correspondía por derecho, nada más y nada menos que sus tierras... Los humanos se enojaron. Y los destruyeron. En nombre de Andraste, quemaron Halamshiral y olvidaron que, mucho tiempo atrás, los seguidores de la profetisa y los elfos habían marchado juntos. Olvidaron que Andraste había llamado a Shartan "hermano."

Y ahora... ella era llamada "Heraldo de Andraste" ... ahora, al parecer, una elfa dalishana era mensajera de la profesita del Hacedor... ¿cómo era posible? ¿Por qué?

Elentari no dijo nada. No fue capaz de abrir la boca. Solo se limitó a mirar su palma izquierda, aquella en la que el poder del dios shemlen residía...

La que rompió con el prolongando silencio, fue, la madre Giselle:

- Muchos creen que el Cantar de la Luz solo debe ser entonado por humanos - comenzó diciendo, Elentari la miró, pero continuó en silencio. - Pero lo cierto es que estos conocimientos deberían abrirse a todos aquellos que deseen conocer acerca de Él. - el tono de voz de la religiosa era apacible y contenido. Invitaba a la reflexión pacífica. - Ya sabes que nosotros creemos que fue el Hacedor quién nos creó y que fue el pecado de la humanidad el que hizo que nos diera la espalda. Sin embargo, con la bendición de Andraste, el Hacedor perdonará a la humanidad cuando el Cantar de la Luz se entone desde todos los rincones del mundo.

A Elentari no se le pasó por alto que la mujer había mencionado que solo salvaría a la "humanidad", pero prefirió no remarcarlo.

- Debe ser... difícil seguir el Cantar de la Luz sabiendo cómo se propagó. – comentó con ironía, sin embargo.

- Eso es más que cierto, Heraldo. - aseguró la anciana. - Siempre he creído que el Hacedor quiere que prediquemos con el ejemplo, no con la violencia.

Elentari hizo una mueca de disgusto. Si el Hacedor quería que se predicara con el ejemplo, no con la violencia, ¿cómo era posible que sus seguidores entendieran acerca del Cantar exactamente lo contrario? ¿Acaso no cabía posibilidad de que, en efecto, los andrastinos entendieran exactamente lo que la Capilla les venía enseñando desde su creación? Una doctrina enfocada en destruir opositores, culturas hermanas como la élfica, para convertir a la gente por la fuerza... La Inquisición original parecía ser un ejemplo palpitante de ello...

- ¿Y por qué somos la "nueva" Inquisición? Ese es un capítulo oscuro de la historia para traerlo sobre nosotros en estos momentos... - Elentari, esta vez, se giró hacia Leliana.

- Fue una decisión poco popular de Su Perfección Justinia. - aseguró la pelirroja. - En los tiempos que se formó la primera Inquisición no existían los círculos y con ello, se justificaron actos aberrantes... y que no deberían haber encontrado justificación alguna. Sin embargo, la Inquisición fue creada bajo un propósito, uno que cumplió...

- Fueron tiempos que nosotras no hemos conocido, hermana Leliana. - intervino con rapidez la sacerdotisa, pero Leliana no se inmutó en su postura. - No había justicia ni seguridad al peligro de los magos... o las abominaciones...

- Eso es lo que se conoció a través de la historia. - dijo, contundente la maestra espía... y dejando entrever que se encontraba en desacuerdo con el trato que los magos parecían recibir en el interior de la estructura de la Capilla, aquella a la que servía. Elentari solo observaba a ambas mujeres, comprendiendo cada vez mejor la complejidad entre sus creyentes.

- La magia debe servir al hombre, no gobernarlo, hermana Leliana.

- Sí. Pero también se le podría dar contexto. Cuando Andraste alzó aquellas palabras lo hizo en tiempos de tiranía y donde los magísteres de Tevinter se extendían a lo largo y ancho de Thedas.

- Yo estoy de acuerdo con tu punto de vista, hermana. - aseguró la anciana, mientras Elentari iba y venía con su mirada entre una y otra mujer. - Andraste ni siquiera entonces pidió dar muerte a todos los magos... Ella siempre creyó en una coexistencia pacífica.

Y esa mentira casi hizo reír a la Heraldo. - La Capilla parece ser más estricta... - susurró la elfa y ahora, las dos mujeres la miraron. - Quiero decir... durante la Segunda Marcha Gloriosa no fueron pacíficos con mi pueblo. La propuesta de una "coexistencia pacífica" de Andraste pareció no importar... - hubiese preferido morderse la lengua, pero no había podido. Se le pedía demasiado si además debía añadir a la lista "respetuoso silencio". Elentari estaba enojada, no solo con el andrastinismo, sino también la marca sobre su palma. Pero más que nada: consigo misma.

- Tu gente había conquistado Montsimmard y amenazaba a la propia Val Royeaux. No fueron víctimas inocentes. - asestó la madre Giselle. Los puños de Elentari se cerraron con fuerza y al parecer, en su mirada surcó un brillo rabioso, porque la anciana rápidamente se adelantó en aclarar. - Pero incluso entonces, Orlais fue la única nación que proporcionó soldados. Apenas se puede decir que fue una Marcha Gloriosa de todos los fieles...

- No. Fue una traición al pueblo de los elfos.

La respuesta de la Heraldo fue más contundente de lo que habría deseado, pero la rabia la había dominado. El silencio se extendió entre las tres mujeres y fue Leliana quien, con una sonrisita sobre los labios, agregó.

- Exacto. - la madre Giselle se giró hacia la maestra espía y la reprochó con una silenciosa mirada. - Una Marcha Gloriosa solo tiene éxito si presenta la voluntad del Hacedor... y, al menos yo, no estoy segura de que aquella haya representado algo de ello.

- Una Marcha Gloriosa solo está justificada contra una amenaza auténtica a todo el mundo. - aseguró la madre Giselle, Elentari rio por lo bajo.

- Vaya... no lo tenía tan claro, madre Giselle. - dijo con sarcasmo. - Entonces los elfos amenazaban a todo el mundo, pero solo acudió Orlais... Es... interesante el punto de vista.

La religiosa dio un suspiro agotado. - Usar estas marchas como arma política o como medio para propagar el Cantar de la Luz, constituye una ofensa al Hacedor, Heraldo.

- Entonces, podríamos concluir que lo hemos ofendido... - sentenció Leliana.

- Más de una vez, hermana Leliana. Sin embargo, yo no soy capaz de embarcarme en aseveraciones tan contundentes cuando no he sido testigo de aquellos tiempos.

- No hemos sido testigo de ninguno de los tiempos que entonamos en cada cántico, madre Giselle. - contraatacó la maestra espía. - Y, sin embargo, les damos el peso que les corresponde. Solamente nos falta, parece ser, dejar de justificar atrocidades pasadas.

- Estoy de acuerdo contigo, hermana. Los fieles no deben ser convertidos con sangre... - dio una pausa la religiosa y agregó. - Estoy de acuerdo con el contenido de tus palabras, no con el contexto. La Capilla es, sin duda, un barco imperfecto, arrastrado en todas las direcciones por cuántos desean guiar su rumbo. De hecho, los templarios se rebelaron precisamente porque la Divina Justinia no era lo bastante estricta con los magos. Solo espero que la Inquisición halle un camino mejor.

Elentari oía a ambas religiosas y comenzaba a notar que aparentemente los "errores" pasados del andrastinismo no tenían que ver con el Cantar de la Luz, o las enseñanzas que el Hacedor había susurrado a Andraste, sino que la responsabilidad recaía sobre sus predicadores, quiénes habían "malinterpretados" las enseñanzas y habían obrado guiados por quién sabía qué... pero para la elfa existía una posibilidad que parecía descartarse continuamente en este debate...

... Quizás, solo quizás, los errores yacían precisamente en el interior de las enseñanzas del Cantar. ¿Acaso era imposible? ¿Acaso ese libro no podía contener errores? ¿Era infalible? Quizás era factible considerar que sus predicadores interpretaban lo que allí estaba escrito, en lugar de simplemente "malinterpretarlo."

La elfa volvió a hacer una mueca que aquellas dos no vislumbraron. Pensó en la supuesta infalibilidad del Cantar de la Luz y el dogma del andrastinismo, cuyo dios había decidido posarse sobre su palma izquierda y comprendió que no tenía demasiado sentido discutir acerca de la verdad o el error en las escrituras... La Capilla, al parecer, se había esforzado desde su formación por hacer creer a todos que su mensaje era sagrado y divino, libre de error, y eso lo convertía en algo indiscutible, algo superior... Personas como la madre Giselle siempre encontrarían el modo de justificar errores religiosos atribuyendo la culpa a la "interpretación" de los miembros... no había posibilidad de debate frente a una institución que se consideraba "perfecta." Fue por ello, que prefirió ceder, pero marcar su postura:

- Yo espero lo mismo, madre Giselle. - aseguró la elfa. - La Inquisición debe hallar mejor camino.

- Ten en cuenta esto, Heraldo. - la religiosa apoyó una mano cálida sobre el antebrazo de Elentari. - La Inquisición original libró batallas horribles, mataron y murieron por su causa... Pero cuando llegó la hora, supieron envainar las espadas. Eso... es un ejemplo que, lamentablemente, no siempre es mencionado. - y entonces la anciana le sonrió. Elentari no fue capaz de devolver el gesto. - Me gusta creer que la Divina Justinia pensó precisamente en esto cuando eligió este nombre controversial para esta nueva Inquisición: que cuando es necesaria, golpea sin piedad. Pero cuando termina el trabajo, envaina la espada.

- Si fue así, - dijo Elentari - puede estar tranquila de que espero lo mismo de esta organización. - y miró a Leliana. Resultaba interesante ver cómo la religiosa utilizaba razonamientos inciertos para justificar su fe. Elentari se preguntó si ella misma no hacía lo mismo cuando pensaba en sus dioses. Porque para la elfa era evidente cómo esta anciana se esforzaba con convencerle, pero también convencerse, de sus palabras. La fe siempre había requerido de sus fieles obediencia sin cuestionamiento... pero solo ahora, escuchando a otros profesar sus propias creencias, ella comenzaba a notar pequeños engaños, mentiras, que parecían susurrarse para ser capaces de seguir creyendo en algo que portaba fisuras por todos lados. ¿Era acaso posible? ¿La fe solicitaba demasiado de sus seguidores? ¿Era fe aquello que los dalishanos profesaban a los Creadores? ¿O existían diferencias en el modo de venerar a cada uno de los dioses?

Y, de pronto, sintió como si uno de los latidos de su corazón le golpearan con fuerza: ¿acaso en este punto radicaba la incomodidad que Solas siempre había mostrado con la gente de Elentari? Porque él había dicho: "No hay diálogo posible con la fe, solo obediencia... o rebelión." ¿Acaso el disgusto del apóstata se apoyaba en una fe incapaz de cuestionar?

Pero, entonces, la voz de Leliana interrumpió sus pensamientos:

- Si la Inquisición se convierte en la organización capaz de ordenar el caos que amenaza a Thedas... no será tan fácil deponer las armas. Y quizás tampoco sensato.

"Quizás tampoco sensato." Elentari miró a Leliana y algo en su interior se removió por lo que creyó comprender... la maestra espía de la Inquisición deseaba acumular poder con la organización... para conservarlo...

En ese momento, la responsabilidad cayó sobre los hombros de la Heraldo como una carga demasiado real. La Inquisición, la Brecha, la lucha por el futuro de Thedas... todo dependía de decisiones que no solo la involucraban a ella, sino al destino de todos. Y Leliana acababa de confirmar que el legado de esta nueva Inquisición podría trascender por encima de sus deseos o puntos de vistas... ¿Era este el destino que los dioses le habían preparado? ¿Había alguna opción, alguna manera de tomar el control de su futuro? ¿¡Por qué, en el nombre de todo lo incauto, se lo ofrecieron a ella!? ¡¡Ella no pidió salvar a todos!!

Quizás fue por eso que, aunque ya entrada la noche, la Heraldo de Andraste decidió buscar el consejo del apóstata errante. Necesitaba encontrar tranquilidad en sus pensamientos. 

Chapter 19: Una realidad intersubjetiva

Chapter Text

Elentari se acercó a la pequeña casita donde sabía que Solas pasaba las noches.

La caminata nocturna entre medio de la nieve que caía suavemente resultó un acierto para la mente turbada de la dalishana. La sensación opresiva le había abandonado y ahora solo buscaba respuestas... respuestas que le proporcionaran algo de consuelo. ¿Por qué había elegido al apóstata para ello? Pues, eso era algo que la mujer no se había planteado; por un impulso, había corrido en búsqueda de su presencia.

Golpeó con suavidad y se preguntó si no era inconveniente perturbarlo por estas horas. Lo cierto, para ella, era que no pegaría un ojo con el remolino de ideas que la martirizaba, y ya había descubierto que silenciar sus pensamientos solo prolongaba su agonía. Aún así, Solas no era responsable de todo lo que a ella le turbaba, aunque le trajera paz. ¿Estaba siendo egoísta al perturbar su descanso? Posiblemente estaba muy cansado, recién había vuelto del recorrido a través de las Tierras Interiores... Quizás lo más sensato era retirarse y consultar con él por la mañana.

Hizo un gesto con los labios y volvió a golpear con un poquito más de intensidad que la primera vez. No obtuvo respuesta de inmediato. ¿Estaría despierto?

A lo mejor era LA señal para retirarse... Levantó la mano y se dispuso a golpear una vez más, pero entonces, el mago abrió la puerta y notó que, al verla, entrecerró los ojos mostrándose sorprendido.

Ambos se dedicaron una mirada silenciosa, que Elentari no supo interpretar en él, sabía que ella se sentía algo incómoda por molestarlo, pero no lo suficiente para dejarlo en paz. Estaba perturbada.

- Buenas noches, Solas. Espero no ser una molestia. - el mago tardó unos segundos en responder. Su mano había permanecido tomada por la puerta y su mirada profunda había quedado fija en ella durante ese instante.

- Buenas noches, Heraldo. Tu presencia no es una molestia, pero sí, he de admitir, inesperada. Dime, ¿qué puedo hacer por ti?

La frialdad de su respuesta hizo que Elentari se arrepintiera de inmediato por haber sido tan insistente. Se removió en la nieve bajo sus pies y se debatió entre disculparse, inventar alguna tontería y retirarse, o comentarle el verdadero motivo de su visita. Justo cuando iba ganando la primera opción, Solas pareció ceder ante su presencia.

- Disculpa mis modales, Heraldo. Por favor, pasa. - el mago se hizo a un costado, permitiéndole acceso al interior del hogar.

Algo dubitativa, Elentari ingresó.

Había algo acogedor en la habitación, como si el leve aroma a cera y pergamino le diera a ese espacio el rastro de un hogar construido en silencio. Estaba su cama que no estaba destendida, por lo que, seguramente, él no había estado durmiendo, y eso le dio algo de tranquilidad. Después, observó un escritorio con velas encendidas y dos libros abiertos, así como una pequeña biblioteca de madera al costado abarrotada en libros. Aquello dibujó una sutil sonrisa entre sus labios. Elentari sabía leer, un privilegio de pocos elfos; por lo cual, los libros eran una fascinación casi prohibida para ella (siempre que no la obligaran a leer una y otra vez lo mismo).

Incapaz de contenerse, se acercó a la biblioteca y dio un vistazo a los ejemplares. La mayoría eran títulos referentes a magia, estudios arcanos, biografías de magos tevinteranos, religión, andrastinismo, la Inquisición, las Ruinas, relatos de historiadores acerca de viajes por los diferentes reinos de Thedas y el estudio de sus costumbres y dinastías. Vaya, Solas sí que parecía tener respuesta a todo. Sin embargo, no encontró un ejemplar del Cantar de la Luz.

- ¿Todo esto has leído?

- No todo.

Elentari pasó su mano sobre el tomo de la Inquisición. - ¿Ya lo leíste?

- Por supuesto. - aseguró Solas que se situó a su lado. - ¿Quieres llevarlo?

Ella lo miró y durante un segundo el tiempo pareció detenerse cuando se vio reflejada en el azul de los ojos del mago. Ese color, ¿dónde lo había visto antes? Inmersos en la luz tenue de las velas, se habían oscurecido, y las dos esferas negras permitieran que se dibujara su silueta en él.

Inmediatamente, una electricidad la recorrió y se sintió incómoda. Incapaz de sostenerle la vista, tomó el libro en silencio y asintió, abrazándose a éste.

Solas era intimidante. Acababa de notarlo.

- Gracias. Oye, ¿eres andrastino? - él dejó escapar una risita burlona a su lado, entonces Elentari volvió a mirarlo también sonriendo. - ¿Qué? No es una pregunta tonta, tienes muchos libros religiosos aquí.

- Quizás porque estoy acompañando a la Heraldo de Andraste, ¿no? – jugó.

Elentari volvió a desviar la mirada y, aunque no esperó que Solas confesara que investigaba para ayudarla en su misión, sintió una calidez en su pecho. Se abrazó más fuerte al libro.

Entonces, la voz del apóstata volvió a cortar ese momento tan extraño que los había invadido.

- Soy consciente de que la información es el pegamento que mantiene unida las redes de cooperación.

Ella volvió a mirarlo, siendo consciente de que comenzaba a resultarle difícil no hacerlo. ¿Por qué? Quizás se debía al tono en su voz. Era... cautivante. Además, picó su curiosidad que el mago élfico mencionara la "información." Eso prometía ser interesante... Y él pareció notarlo, porque acto seguido, se explicó.

- La Inquisición, como organización, podría conseguir un poder enorme mediante la construcción de grandes redes de cooperación, no solo de humanos, Heraldo, sino de todas las razas de Thedas. - hizo una pausa, y luego añadió. - Sin embargo, creo que es sensato considerar la forma en la que dichas redes predisponen a hacer un uso imprudente del poder.

"Uso imprudente del poder." Aquellas palabras en el apóstata llevaron a la dalishana a momentos atrás, hasta la charla que había mantenido con las religiosas y los aspectos oscuros de la Inquisición original. Pensó en Leliana y su negativa a ceder poder una vez alcanzado el orden...

- ¿Sabes? He hablado con la madre Giselle más temprano.

Solas asintió, lo sabía. Lo había visto, pero no había oído nada de la conversación, por supuesto. Sin embargo, en los ojos grandes de la mujer, él pudo notar una pizca de desasosiego. No le correspondía involucrarse, tampoco consolarla, pero no podía negar que hubiera preferido que nada de esto le sucediera a alguien tan... ingenua como lo era la Heraldo...

Algo en su interior se quejó, como si el adjetivo elegido no fuera el correcto. Solas sabía perfectamente que la línea entre la ingenuidad y la esperanza era casi invisible, pero ¿acaso ella era tan solo una ingenua o una mujer capaz de infundir esperanza en el resto? Era difícil decidirlo tan pronto.

La voz de la elfa resonó en el interior de su habitación, y cuando pudo ser consciente, comprendió que se había perdido en el interior de sus pensamientos. Lo disimuló, por supuesto, era experto controlándose, pero no había esperado que ella lo invitara a reflexiones profundas con tan pocas palabras que le hicieran perder el hilo de una conversación.

- ... me habló de la primera Inquisición - la oyó continuar - y de cómo esparció el conocimiento que Andraste brindó a la humanidad a través de la fuerza... - Vio a la Heraldo sacudir su cabeza, incómoda y, en su mirada hubo malestar.

Solas no tenía idea de todo lo que le había dicho, por lo que tuvo que improvisar.

- ¿Eso te incomodó?

- Me preocupó, más bien, Solas. ¿Qué es lo que estamos construyendo aquí? ¿Una organización tirana que silencia a sus opositores a través de la fuerza? - la mirada suplicante de la dalishana golpeó al elvhen. Una vez más, lo invitó a recordar el Solas del pasado, ese que se había perdido tanto tiempo atrás.

Ella prosiguió. - ¿Qué? ¿Una mentira para los creyentes acerca de una mensajera de la palabra del Hacedor? ¿Entiendes? – No, no lo hacía, pero no dijo nada, dejó que ella siguiera hablando. – Ellos dicen que soy yo la heraldo... pero ¿hay algo que se pueda debatir de lo que se supone que debo comunicar sobre el Hacedor o todo debe de ser impuesto?

Si durante los días anteriores había tenido dudas acerca de las motivaciones de la mujer, acababan de disiparse. Elentari era una elfa con un espíritu único, curioso y bondadoso, que no deseaba poder ni alabanzas, solo quería ayudar realmente a todos. Pero, además, parecía tener una capacidad para "cuestionar" que resultaba en un acierto extraño por estos tiempos... Bueno, en verdad en todos los tiempos... Y eso le hizo sentir que un calor lo atravesaba. Él era capaz de admirar a una líder con esas características, más aún, era capaz de luchar junto a ella por esa causa justa.

- ¿Qué es lo que esperan de mí? No alcanzo a entender qué es lo que están construyendo cuando dicen que yo soy Heraldo de Andraste. – finalizó con un suspiro de agotamiento y dejó caer los hombros. Frunció los labios en una mueca que, por un instante, le recordó a una niña caprichosa... aunque Solas sabía que aquel pensamiento nacía más de sus propios prejuicios que de ella. Elentari era dalishana, y él habría preferido aborrecerla antes que admitir las virtudes que, poco a poco, iba descubriendo.

Quizás por ello, Solas no logró contenerse cuando habló simple y llanamente con verdad:

- Un relato intersubjetivo es lo que están construyendo.

Elentari lo miró sin ser capaz de comprender sus palabras. ¿Qué demonios era un "relato intersubjetivo"? Ella pensó que estaban construyendo un símbolo de autoridad para acumular poder y poder traer algo de orden a todo el caos... pero ¿un relato? ¿De verdad?

Por un instante, creyó que Solas no iba a explicarse, pero después lo vio dar un suspiro y colocarse frente a ella, casi recostado contra la biblioteca para atravesarla con aquella mirada implacable y fría de la que hacía porte. Cuando la miró de aquel modo, la invadió una sensación abrumadora, como si él quisiera descubrir todos sus secretos o penetrar en el interior de su mente. Una mirada que, por extraño que fuera, comenzaba a recordarle a la inmensidad del mar...

Ella no pudo apartar la atención del color de aquellos ojos. Y se dio cuenta de que, por extraño que fuera, no quería hacerlo. Quería estar allí, quería ver si Solas era capaz de descubrir sus secretos. ¿Podía ser?

Los dos habían acortado la distancia que los separaba y la dalishana se preguntó el motivo por el cual el mago había optado por hacerlo. Comenzaba a comprender que pocos actos de él carecían de intención. ¿Su cercanía también encerraba una? ¿O había sido una simple coincidencia que solo ella había notado como llamativa? Que solo a ella le había... importado.

- Dime, Heraldo... ¿hay algo en lo que pueda ayudarte?

La pregunta de él fue tajante. Por un instante, ella se sintió como una tonta, pero después lo entendió. ¡Solas quería que fuera ella quien pusiera en palabras sus propias preocupaciones, quizás para guiarla en el entendimiento!

- ¿Qué es un relato intersubjetivo, Solas? - susurró Elentari, incapaz de desviar la mirada de él. El mago le generaba curiosidad, le resultaba misterioso, atractivo y eso era innegable ahora para ella. El elvhen tampoco podía dejar de verla.

La dalishana había tocado fibras sensibles en su interior, había captado su atención de una manera que no esperaba, y eso lo inquietaba más de lo que quería admitir. Sentía cierto magnetismo al tenerla tan vulnerable, y era consciente de que resultaba demasiado sencillo decir demasiadas cosas cuando estaban mirándose uno frente al otro y ella hacía las preguntas acertadas. De un modo difícil de explicar, Elentari parecía apelar al lado sabio de Solas, uno que él solía destinar solo a confidentes o allegados íntimos... ella rascaba las superficies de las verdades que él era capaz de compartir con los espíritus benevolentes del mundo... ¿Acaso la dalishana lo era? ¿Acaso realmente portaba la fortaleza de un espíritu extraordinario?

Había algo en esta mujer, en la forma de mirarlo, de empujar el razonamiento sobre la búsqueda del entendimiento. Parecía como si Elentari solo deseara construir incluso en la guerra... y de algún modo incómodo, eso le permitía a él poner su sabiduría al servicio de la vida, no de la destrucción que las guerras demandaban. ¿Era acaso posible?

Entonces, decidió que dejaría que la sencillez de su cercanía obrase sobre él... le explicaría lo que había mencionado, siempre prudente de su verdadera identidad en este mundo. Después de todo, no debía ser tonto, no debía dejarse llevar por lo que fuera que estaba experimentando su cuerpo. Debía ser cauteloso, nadie debía sospechar que Solas era mucho más que un mago errante... sería peligroso para él que se supiera quien era en verdad.

- La construcción de una identidad, sea la que sea, depende de que muchas personas crean en el relato que le da forma, Heraldo. – se explicó. - No importa lo que tú creas o lo que crea yo, individualmente. Cuando algo, como esta incipiente Inquisición, necesita de la cooperación de mucha gente para existir, debe lograr que todos acepten el mismo relato.

> Y cuando suficientes personas creen en esa misma historia, nace lo que llamamos una realidad intersubjetiva, una realidad que no existe por sí sola, sino porque un gran número de personas la sostiene con su creencia. Y esa creencia compartida es lo que permite que las masas cooperen.

La notó guardar silencio, pero escrutarlo con aquellos ojos hechiceros. Sabía que le estaba prestando toda su atención y, casi sin duda, sabía que le estaba entendiendo. Entonces, él prosiguió. - Para acumular el poder suficiente para hacer frente a esta nueva amenaza que es la Brecha, la Inquisición necesitará la cooperación de las masas. A través de un relato intersubjetivo, se pretende armar la identidad de la Inquisición como organización y presentarla al mundo, con el fin de sumar seguidores.

"Y adquirir poder", esta última parte no se la dijo. Prefirió no decirlo aún.

La mirada de incertidumbre en la joven dalishana pareció brillar, Solas notó cómo sus ojos se abrieron un poquito más al oírlo y supo que aquella mujer era muy inteligente. Había comprendido cada una de sus palabras, y por ello comenzaba a sentir miedo. Porque la nueva identidad que sus consejeros estaban creando para lograr la cooperación de las masas y hacerse poderosos era la de ella: la Heraldo de Andraste, mensajera de la profetisa de un dios.

- Por eso tengo que ir a ver a las sacerdotisas en Val Royeaux... para lograr su cooperación con la Inquisición y no debo fallar. Ellas deben creer que yo porto los mensajes de Andraste... - susurró y descendió su mirada por primera vez de Solas.

Aunque pretendió que no la viera, el apóstata notó la tristeza que la embargó ¿o quizás fue desesperanza? Algo en el interior del elvhen se removió y sintió un tonto deseo por consolarla, pero no le correspondía hacerlo, no era su lugar ni era conveniente.

- No es fortuito que te comparen con Andraste, Heraldo. Ni que seas llamada "Heraldo." - sintió algo de pena al ser tan brutal con la cruda realidad, pero sabía que Elentari era capaz de comprenderlo, más aún, tolerarlo.

- ¿Podrías evitar llamarme, Heraldo, entonces? - para sorpresa de Solas, cuando la dalishana dijo aquello volvió a enfrentarle con una mirada afilada y cargada de esa magia que parecían portar sus ojos. - Si eres consciente de que ese título es una identidad que se me impone, al menos ten tú la valentía de llamarme por mi nombre.

- No me corresponde ese lugar, Elentari. - sentenció, aunque cumplió con su pedido. - En privado puedo hacerlo, pero frente a los demás, no. Tú eres el relato vivo que se pretende construir para lograr orden entre medio del caos. Y aunque ahora estés abrumada, tus actos podrán marcar el rumbo de esta organización. No menosprecies la importancia que ha recaído sobre ti. – hizo una pausa, antes de seguir. - Aunque te sientas atrapada, podrás ser constructora directa del cambio. Y eso, a veces, puede ser una ventaja.

Ella sonrió con desdén, Solas se reconoció en ella. Con el tiempo, aprendería a aceptar la envestidura que se le había otorgado, tanto como él había aprendido.

"No está mal recordarle que no tiene que hacerlo sola", resonaron en el interior del elfo las palabras de Varric. Solas, aquel día, se había obligado a sí mismo no interferir, pero ahora... ahora no estaba seguro de que fuera tan imprudente hacerlo.

Porque él había estado solo en su propio camino de liderazgo y, quizás, ella no tenía que estarlo...

Esta vez le tocó al elvhen descender la mirada. Porque, aunque no fue capaz de decírselo en palabras, se dijo a sí mismo que estaría para guiarla... al menos hasta derrotar a Corifeus.

El enano había acertado...

... al menos... hasta derrotar a Corifeus...

Después de ello... Solas dejó escapar un poco del aire que había contenido...

Después de ello, volvería a transitar el sendero del dinan'shiral... su responsabilidad, su obligación... su... condena. Porque, él lo sabía: la crueldad a veces era la única forma de misericordia hacia uno mismo...

 

Chapter 20: Le corresponde el cierre del pasado

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Clan Lavellan, interior de los ancestrales bosques de Ferelden, 9:41 del Dragón

Flemeth caminaba con paso lento entre los bosques salvajes del reino de Ferelden. La mayoría del tiempo no era consciente de la esencia de la diosa élfica en su interior porque las dos eran parte de la una. Sin embargo, desde hacía un año, las penas longísimas del espíritu divino se habían visto azotadas por el despertar del Lobo Terrible.

Solas, el guerrero elegido por la Protectora de los Elfos, había abandonado su milenario letargo... y desde entonces, ella sentía que su tiempo en este mundo estaba llegando a su fin... ¿Acaso un vaticinio? 

Flemeth en el pasado no había sido más que una mujer traicionada llorando en la oscuridad, anhelando justicia. Entonces, cuando toda esperanza pareció perdida, la voluta de un ser antiguo se presentó frente a ella y le concedió todo lo que quiso... y más... Desde entonces, había cargado con Mythal a través de las eras, en pos de la justicia que también le había sido negada. Mythal había llegado a ella por un ajuste de cuentas que haría estremecer los mismísimos cielos... 

Y el cielo lloraba... el Velo estaba herido... y el peligro inminente del fin acechaba en la oscuridad más profunda. 

Fen'Harel había despertado.

Y Flemeth le temía.

Mythal, aún lo lloraba...

Quizás nunca dejara de hacerlo.

Pero su llanto no era debilidad, era el recuerdo de haber amado a un hombre incapaz de someterse, y aun así, sometido. Era el recuerdo de anhelos rotos cuando su gran guerrero le había dado la espalda. Era algo que la vieja bruja nunca comprendería del todo y, quizás, así era mejor... entender los vínculos entre entidades espirituales exigía un desgaste emocional enorme. Mayor, incluso, que el de los humanos. Porque ambas mujeres, tanto Flemeth como Mythal, conocían el sabor amargo e imperecedero de la traición... A veces (solo a veces) los recuerdos ancestrales de la Gran Mythal eran tan potentes que cosquilleaban en la superficie de su piel y compartía memorias pasadas, tesoros inmortales, de tiempos en los que amó al Gran Lobo y él a ella. Ese amor había ardido como un incendio forestal fuera de control... Aunque, posteriormente, había sido sometido. Ella lo había perdido. Dando paso a una niebla helada. A un Lobo Terrible. Porque Solas, su antiguo elegido, le había dado la espalda. Había aprendido a morder. Incluso la mano de quién lo había moldeado. Había aprendido a través del sometimiento enseñanzas de otros, no de ella. Como la despiadada enseñanza de Falon'din:

La crueldad, a veces, era misericordia para uno mismo...

Y, mucho tiempo atrás, él ya se había vuelto cruel... 

El resentimiento atemporal del Gran Lobo volvería a aullar, y su llamado arrastraría la noche aquí también. La Brecha era el testigo luminoso de aquel aullido suspendido en el cielo. Era la Flecha Lenta, en pleno vuelo, que anunciaba el cambio. Porque, aunque nadie lo sabía aún, estaban al borde del precipicio. Y por eso, ella estaba aquí esta noche, ayudando a que la historia se moviera...

La Bruja de la Espesura mantenía un trato cordial con muchos de los clanes élficos; a varios los había ayudado en más de una ocasión. Pero con el Clan Lavellan, la situación era distinta. Su Custodia, Deshanna, era una mujer benevolente, dispuesta al diálogo antes que a la crueldad. Flemeth sabía perfectamente que la línea entre la ingenuidad y la esperanza era casi invisible... Y Deshanna... era, sin duda, una mujer ingenua... maleable... peón de su juego. Y eso era necesario, puesto que Elentari era receptáculo de poder.

Un fuego crepitaba no muy lejos. Flemeth sorteó raíces nudosas y ramas caídas hasta que el bosque se abrió a ella. Era un claro circular, bordeado de araveles, donde observó elfos de rostros pintados que comían junto al fuego. Vestían ropas simples, pero de vivos colores. También había cazadores distribuidos entre las sombras que portaban vestimentas de pieles oscuras y armados con espadas de corteza de hierro. Por estos tiempos y en este mundo, los dalishanos eran los únicos que sabían trabajar la madera de la corteza de hierro. Se trataba de espadas casi más duras que el acero y que solo tenían una fracción de su peso. Aquello no era más que la sombra de un glorioso pasado que no los salvaría de las desgracias por venir. Los antiguos elvhen habían conocido tanto la gloria como la atrocidad de Elvhenan... pero los que vivían hoy caminaban este mundo de verdad. Lo entendían como los antiguos jamás lo harían...

... como Solas jamás podría.

Y precisamente ahí yacía la fuerza de los nuevos hijos de Mythal, quien esperaba, algún día, superasen lo que existió antes y se rompió. No era un vaticinio de la diosa élfica, era un deseo de esperanza de una madre a sus hijos menos allegados, aunque igual de queridos que los que vinieron antes que éstos. Y Flemeth, en el interior de su pecho, anidaba también aquel calor maternal. Junto al fuego de la venganza. Porque si la unión de Solas y Mythal había sido un incendio forestal descontrolado. La unión de Flemeth y Mythal sería erupción volcánica destinada a reestructurar los cimientos del mundo. Porque ellas iban a otorgarle justicia.

Justo entonces apareció una figura en el centro del claro. Era una mujer de larga cabellera rubio-platinada, ojos grises, rodeados por las intrincadas pinceladas en sangre de la marca de Mythal. Su ropa tenía un diseño más complejo en comparación con el resto, y llevaba sobre sus hombros una pesada capa de piel. Sobre su cuello portaba un amuleto pulido también de corteza de hierro que brillaba y albergaba runas mágicas. Era Deshanna. 

Asha'bellanar, tu presencia nos honra profundamente, aunque he de admitir que nos resulta inesperada. No había sido informada de que estabas aquí. - oyó a la hechicera élfica murmurar, mientras inclinaba la cabeza en una reverencia.

Flemeth dio una risotada y respondió:

- Dime, ¿no es maravilloso cómo puede ser la magia de caprichosa con la información? Es como pedirle a un gato que te explique el camino a un sitio. Puedes considerarte afortunada si solo te dice dónde ir... pero si es el lobo quien te guía... Oh, en ese caso... debes ser astuta como un zorro y fuerte como el dragón...

La bruja siempre se había divertido de aquel modo. Diciendo cosas que podrían encajar perfectamente con la idea de una "vieja demente", pero entre sus aparentes sinsentidos quiénes eran astutos podían comprender que había mucho... mucho más que solo un intento por parecer delirante. Y Deshanna era una mujer que sabía oír los susurros trastornados de la vieja bruja, puesto que había sido entrenada con el paso de los años.

Asha'bellanar, ¿acaso traes noticias de Elentari? - La Mujer de Muchos Años había advertido tiempo atrás a la Custodia que cuidara el brillo de las estrellas de las fauces del lobo. Le había dicho que la niña forastera, a quien Deshanna amaba como a su propia sangre, sería el brillo circundante de la luna, que traería luz y sombra. - ¡Dime que mi niña se encuentra bien! - rogó la hechicera élfica a la bruja. - Me arrepiento tanto de haberle pedido que fuera a aquel maldito Cónclave. Me la han arrebatado de mis manos...

- El arrepentimiento es algo que bien conozco, Deshanna. - respondió Asha'bellanar - Procura no aferrarte a él, ni guardarlo tan cerca que envenene tu alma. Cuando te arrepientas una vez más, recuérdame. Y ve con cuidado. Ningún camino es más oscuro que aquel que se recorre con ojos cerrados.

Como siempre, comprender las palabras de la Mujer de Muchos Años era difícil. Los dalishanos sabían que era un ser vengativo y a veces, caprichoso, por lo que intentaban no buscar su guía a menos que estuvieran desesperados. Sin embargo, Asha'bellanar siempre pareció interesada en el clan, puesto que no pocas veces había acudido hasta allí sin previo aviso y había compartido enseñanzas con ella. Fue por esto, que la custodia élfica memorizó cada frase dicha, como siempre lo hacía en cada visita inoportuna.

La vieja bruja habló:

- A tu pregunta diré: no, no he venido hasta aquí como portadora de noticias acerca de la Reina de las Estrellas. Su brillo se intensifica en la distancia, allí donde la Gran Protectora ha puesto sus anhelos.

> Sin embargo, a tu hija diré: cuando estás enamorado, lo estás tanto que no te puedes imaginar que pueda pasar nunca nada malo. Y antes de que te des cuenta, te han traicionado. El amor es un juego tramposo... ella debería tener cuidado respecto a quién otorga su atención.

> Mientras que tú... Tú no debes albergar pesares en torno a Elentari... Tus pesares deben albergar el deseo de salvar a tu Clan.

- ¿¡Qué!? - la custodia del Clan Lavellan se alarmó cuando oyó a Asha'bellanar vaticinar desgracias para los elfos, aún así, atesoró la advertencia que había dado para el corazón de su hija y cultivó el deseo de volver a verla para advertirle. - ¿Acaso la oscuridad nos ha alcanzado?

- Estamos ante el precipicio del cambio. El mundo teme la inevitable caída en el abismo. Espera ese momento, y cuando llegue... no dudes en saltar. Es solo cuando caes, cuando ves si sabes volar o no.

- No te entiendo, Asha'bellanar...

- Ha llegado la hora de abandonar el reino de Ferelden. Dirígete hacia Wycome. Hay un valle cercano a la ciudad, un lugar discreto. Lleva a tu clan allí y, quizás, sobrevivan...

- No, no la abandonaré. No dejaré a mi niña.

- La Reina de las Estrellas ya no es una niña y transita su propio sendero. Es peligroso... pero confío en que has sabido cultivar en ella las enseñanzas que te transmití. - y con estas palabras, la vieja bruja se esfumó con la forma de un oscuro cuervo.

Deshanna sintió una dolorosa punzada en el interior de su corazón, sin embargo, ya había confiado en aquella bruja en el pasado y todo había salido bien... Si la mujer le decía que había llegado el momento de partir... pues debía hacerlo. 

Aquella noche cuando se durmió Deshanna fue testigo de una visión. Fue testigo de los ecos de la magia de la Gran Mythal. Vio la forma circular de sus pensamientos y sintió que su amada hija estaba recorriendo un camino que daba vueltas y vueltas para volver a un mismo sitio. Y entonces supo que a Elentari le tocaba el cierre del pasado. Cada uno recibía su destino y el de su preciosa hija se vinculaba con lo que fue, con lo que se había perdido y ahora despertaba roto, herido y cruel... Vio que el don que su niña había recibido le permitiría enlazar las vidas de todos para estañar heridas y cerrar grietas. Pero como ecos incesantes, entre las sombras del abismo los aullidos de los lobos retumbaban. Eran lamentos viejos y profundos. Era la derrota y el fracaso. Los lobos aullaban y abrazaban la luz de su hija... Las sombras se cernían tan inmensas que amenazaban con engullir a Elentari... y entonces, entre lamentos lobunos, una frase surcó su mente:

"Clama al caos bajo la luz de la luna, deja que el fuego de la venganza arda, la causa es clara."

Y Deshanna sintió miedo.

Chapter 21: La anestesia del deber

Chapter Text

"Nadie está haciendo nada. La Capilla es inútil y los templarios... Andraste bendita, jamás pensé que nos abandonarían"

Elentari corría hacia la voz. ¡NO! Ella no los había abandonado. La Inquisición iba a reparar el agujero en el cielo... solo necesitaba tiempo.

La impotencia le quemaba por dentro. Cada músculo ardía con el esfuerzo que vertía en la carrera, pero alguien estaba clamando por certezas y ella era la única que podía darlas, porque llevaba la palma verde, el único poder real que existía para cerrar grietas.

Gritos tronantes, incontenibles, surcaron el Vacío. El sonido la atravesó como una cuchilla y la hizo estremecer. Un escalofrío de terror intentó doblegar su voluntad. Pensó en la fragilidad del Velo y la idea fue abrumadora. Comprender que, en cualquier momento, aquella estructura podía hacerse trizas y permitir que demonios y horrores inundaran el mundo... la enloquecía.

¿Acaso ese sería su legado? ¿La recordarían por haber fallado?

Elentari nunca había sido lo que otros esperaban de ella. Nunca había cumplido las expectativas. Siempre, siempre fracasaba.

- ¿Dónde estás? – gritó a la oscuridad. - ¡Dime dónde estás y acudiré! ¡Soy la Heraldo de Andraste! He venido a cerrar la Brecha y poner fin a esta locura. He venido a ayudar... no me daré por vencida.

Pero entonces, un miedo capaz de partir espadas la descorazonó. Elentari se detuvo en seco, como si alguien le hubiera arrancado el aliento del pecho. La oscuridad se transformó de golpe en nubarrones de tormenta, jirones violentos que danzaban con furia, atravesados por ráfagas de viento lo bastante fuertes como para elevarla hasta los mismísimos cielos.

Y comenzó el diluvio.

Una cortina de agua cayó sobre ella con furia desatada. Donde un instante antes corría, ahora solo existía la tormenta, ensordecedora, aplastante. El tronar era lo único que podía oír.

Elevó las palmas al cielo y conjuró un escudo para protegerse, pero cuando intentó mirar a su alrededor, fue alcanzada por un mar de corrientes verdosas que la envolvieron... y la engulleron. Sumergida en aquel océano de aguas esmeralda, sintió vergüenza. En algún rincón remoto de su mente comprendió que la divinidad no debe ser profanada por ninguna mirada mundana y, por instinto, cerró los ojos.

Iba a profanar a los dioses.

El mar se desvaneció entonces, brumoso en su memoria, y a través de la piel y hacia el valle de los sueños, Elentari tuvo una visión de todos los mundos, despertando y durmiendo, espíritu y mortales se le aparecieron.

"Contempla Mi obra", dijo la Voz de la Creación. "Ve lo que Mis hijos en arrogancia forjaron." Allí vio la Ciudad Negra, con sus torres todas manchadas, puertas una vez doradas para siempre cerradas. El cielo lleno de silencio...

Elentari dio un grito y abrió los ojos en el interior de su habitación.

Ahogada y cubierta de sudor frío, se obligó a incorporarse y llevó la mano al pecho. Miró alrededor. Nada. Solo un sueño. Otro de esos sueños extraños que la asaltaban desde que la Marca había decidido residir en su palma.

La sensación residual que le recorría el cuerpo después de esas noches de saber profético le dejaba un nudo incómodo en el estómago. Ya sabía que no había nada que pudiera hacer cuando aquel mar esmeralda la engullía; solo sobrevivir al presagio.

Se puso de pie y caminó hasta la pequeña ventana. La abrió con manos aún temblorosas, intentando fingir que sus piernas no amenazaban con ceder bajo el peso del terror: el miedo a arruinarlo todo, a no ser capaz de ayudar a nadie, a fracasar estrepitosamente. Pero ya había aprendido a fingir que podía hacerlo. Ya se había repetido mil veces que, si lo decía en voz alta, tal vez... tal vez al final sería capaz de lograrlo.

El paisaje que la recibió fue una extensión de nieve blanca. Otra mañana helada en el pueblo de Refugio.

No tenía sentido seguir dándole vueltas. Eran solo sueños... por mucho que Deshanna le hubiera enseñado a desconfiar de esa palabra.

En el interior de la Capilla encontró a la madre Giselle esperándola con serenidad. No pudo esquivar su presencia, así que la saludó y mantuvieron una conversación cordial que pareció servir de bálsamo para la religiosa, al comprobar que la Heraldo no se sentía insultada por el debate del día anterior.

La mañana transcurrió dentro de lo que Elentari empezaba a comprender como su nueva normalidad.

Anotó mentalmente que debía conseguir más ungüentos curativos; incluso se dijo a sí misma que quizás podía prepararlos ella, dado su amplio conocimiento en herbolistería. También recordó que debía hablar con Threnn para tratar el tema de las provisiones, la intendente le había pedido que buscara recursos para aumentarlas. Y luego estaba Harrit, el herrero. Tenía que pedirle que apresurara la confección de las armaduras para los reclusos que iban llegando.

Lo que Elentari quería, en realidad, era no pensar.

Sentir la ligera anestesia que le brindaban las responsabilidades.

Continuó caminando. Fue a buscar al boticario.

La noche anterior había buscado la guía de Solas, y él había sido claro y contundente, le advirtió que estaba inmersa en algo enorme y que su propia figura se estaba convirtiendo en el relato vivo que los shemlen deseaban contar. Ella era la enviada de los cielos... pero, en sus sueños, el Hacedor parecía tener la intención de ahogarla.

Absorbida por esos pensamientos, no vio por dónde caminaba. Sin darse cuenta, se llevó por delante a alguien; chocó de lleno contra una barra de metal, perdió el equilibrio y los pocos centímetros de nieve no ayudaron cuando retrocedió, sorprendida por la pared metálica contra la que acababa de impactar.

Cuando alzó la mirada, vio al comandante de la Inquisición extendiendo las manos para sostenerla. Ella se sintió como una niña torpe al ser atrapada por él y, quizás por el mal comienzo de la mañana, se fastidió consigo misma por no haber prestado atención al camino.

- Heraldo. – lo oyó murmurar, mientras esperó que ella se estabilizara sobre sus brazos, antes de liberarla.

Elentari sintió que el calor inundó sus mejillas y bajó la mirada. Lo que le faltaba era ruborizarse frente al comandante.

- Oh, Cullen. Lo siento... – sonrió apenada y esquivando sus ojos.

- No te preocupes, no pasa nada. – respondió.

El comandante de la Inquisición y ella habían compartido muy poco tiempo juntos. Elentari no sabía muy bien cómo sentirse frente a un templario. Bueno... antiguo templario.

En su clan, su madre siempre le había advertido sobre ellos. Se decía que eran brutales y que, por encima de todo, odiaban a los magos, sobre todo a aquellos que no habían aprendido a controlar su don dentro de un Círculo. Quizás por eso él la intimidaba tanto. No sabía si Cullen deseaba verla encerrada en una torre o si desconfiaba de sus intenciones.

Ella estaba segura de sus intenciones, no así de sus capacidades. Pero era buena fingiendo lo contrario.

- Heraldo, quisiera comentarte un par de cosas, si tienes tiempo para hablar.

Ay, no. No quería hablar con él.

- Por supuesto.

- ¿Me acompañas a las afueras del pueblo, en la zona de entrenamiento de nuestros reclusos?

Ay, quería asesinarla.

Elentari apretó los dientes. Se dijo a sí misma que Cullen no le haría daño, la necesitaba. Además, ya se había mostrado cálido en más de una ocasión, y siempre que le hablaba lo hacía con un tono afable, mirándola directo a los ojos y, en ese reflejo, ella no veía maldad.

Pero eso no significaba que hubiese dejado de ser un templario en el fondo de su corazón, o que no quisiera seguir matando magos.

- Claro. – susurró.

El comandante se giró y comenzó a guiar el camino hacia las afueras del pueblo.

En los movimientos de shemlen había resolución, autoridad y confianza. Elentari lo observaba mientras caminaba frente a ella. Sus movimientos eran firmes, pero en esa determinación había serenidad. Cullen era raro, eso seguro.

- Hoy más temprano, - comenzó a decir por delante – Josephine mencionó algo acerca de una bann que está "invitando" a los aldeanos a refugiarse en la Inquisición.

- ¿No queremos más reclusos? – preguntó, y justo cuando terminó de decirlo, cayó en la cuenta de que el comandante había mencionado "refugiados", no reclusos. No eran personas con potencial militar, sino personas a las que la Inquisición debía protegerlo. – Oh... - dejó escapar Elentari, él se giró a mirarla. – Eso es peligroso... quiero decir, si son solo refugiados. – hizo una pausa. - Siento que no estamos en condiciones para proteger tantas personas, ¿verdad, comandante?

Cullen asintió.

- Exactamente eso, Heraldo. Intento armar una facción miliar, no un peregrinaje de fieles.

Vaya, el antiguo templario renegando de los creyentes. No se lo había esperado.

- Bueno, pero ya los tenemos aquí, ¿verdad? – él asintió. – Bien... entonces, ¿qué haremos para darles la protección adecuada?

- Estoy trabajando en ello... – respondió. – Le he pedido a nuestro herrero que acelere el ritmo en la confección de armas y armaduras. Pero, Harritt es... difícil de adular.

- ¿Tú? ¿Adulando? – ella rio. En el interior de su mente, Elentari se había formado la imagen de un comandante que desenvainaba la espada y amenazaba con rebanar cabezas para que siguieran sus órdenes. Solo en este momento cayó en la cuenta que, de ser así, sería un tirano. Él no parecía ese tipo de persona.

- Sí, lo sé, soy pésimo en ello. – Cullen bromeó con ligereza.

Y entonces, se le ocurrió una idea, y la convirtió en palabras antes de considerar si no sería una tontería total.

- Oye, Cullen ¿crees que sería descabellado pedir a los reyes de Ferelden que soliciten participación de sus bannors con la Inquisición para facilitar la protección de los refugiados? Así como esa bann nos manda refugiados, bien podríamos pedir nosotros tropas a los monarcas para asegurar una protección que ellos deberían otorgar a los suyos, en cualquier caso.

- Es más complicado que eso, Heraldo. Las tropas de los bannors son para defender los arlingos... y en última instancia a los reyes.

- Sí, pero entonces que nos faciliten provisiones... – se quejó mientras le seguía el ritmo al shemlen rubio con largas zancadas debido a la altura del comandante. - ¡Que colaboren con nosotros!

- Hablaré con Josephine acerca de este asunto para ver si hay algo que podamos lograr. De seguro los reyes sabrán comprender que tenemos razón en el reclamo.

- Y dile a Leliana que se encargue de esa mujer... la bann que mencionaste. Que le haga saber que no puede seguir "invitando" a todos aquí. Me preocupa no ser capaz de protegerlos. La Inquisición no es una organización tan grande... mira si sucede algún desastre... Necesitamos soldados, no refugiados.

- No creo que podamos tener control sobre eso, Heraldo.

- Puedes llamarme Elentari... - le corrigió, cansada de oírlo decir "Heraldo".

- De acuerdo, Elentari... – cedió el comandante.

Finalmente, Cullen se detuvo y ella quitó su atención de él. Entonces, fue testigo inmediatamente del trabajo arduo que el comandante había estado llevando a cabo durante todo este tiempo.

Frente a ella, vislumbró a todos los reclusos. Había un grupo selecto de soldados que parecían tener órdenes específicas con respecto al entrenamiento, porque los tenían divididos en grupos y sectores a los recién alistados, quiénes iban y venían.

Los reclusos llevaban las botas llenas de polvo y agarraban las armas con fuerzas, como si fuera lo único que pudiera consolarlos.

Rápidamente, ella comprendió que en estas personas había mucho más que solo una convicción en hacer lo correcto. Probablemente, todos y cada uno de ellos estaba allí porque lo habían perdido todo y porque deseaban cambiar las cosas. No entrenaban por obligación, lo hacían con determinación. Y eso le hizo erizar los vellos de sus brazos. ¿Y si alguno de ellos eran los padres del niño que ella había dejado con el cabo Vale? ¿Y si alguno de éstos eran campesinos que habían escapado del caos por la contienda entre magos y templarios? ¿Y si ya no tenían hogar que reclamar o campos que cultivar? ¿Y si el fuego y las espadas les había arrebatado todo, excepto, la vida y las ganas de luchar por el mañana?

Elentari se giró hacia el comandante y notó cómo el shem rubio observaba de brazos cruzados a sus soldados. Había orgullo en su mirada y respeto. Eso la obligó a hacer una mueca. ¿En verdad podía sentirse segura de la experiencia de Cullen?

- Sus armaduras son horribles... - susurró. Él sonrió y la miró divertido ante el comentario inesperado. Pero realista.

- Por eso estaba apurando al herrero. - ahora le tocó sonreír a Elentari. Dio un suspiro y volvió la mirada a los soldados. Las armaduras eran horribles... eran muy similares a los que había visto alguna vez entre mercenarios de poca monta... y en estos tiempos, entre desertores. Había desesperación por todos lados. Ella quería darles algo mejor...

- La Inquisición debe tener mejores armaduras, Cullen. Debemos protegerlos...

Ellos están dándonos sus vidas a disposición... eso es más de lo que deberíamos ser capaces de pedir...

- La intendente se está encargando de ello. Es una prioridad, Elentari. Solo dame tiempo. Tendrás lo que solicitas.

- Si veo algún sitio rico en minerales durante mis recorridos, te lo haré saber.

- No a mí, a la intendente. - ella asintió y también se cruzó de brazos, contemplando a los soldados.

Él guardó silencio un momento, pero después lo oyó agregar. - ¿Sabes? Me uní a la Inquisición por pedido de Cassandra en Kirkwall, durante el levantamiento de los magos... – ella le dedicó una mirada atenta. El comandante continuó. - Leliana y yo vimos de primera mano la devastación que causó y Su Perfección, la Divina Justinia, tenía un plan de contingencia si todo salía mal...

- Restaurar la Inquisición... - susurró a su lado.

- Así es. – dijo Cullen. - En verdad creo que la Inquisición podría actuar donde la Capilla se muestra incapaz. Nuestros seguidores serían parte de ello, Elentari. Hay tanto que podemos hacer... - su voz sonó cargada de un sentimiento esperanzador.

El comandante realmente creía en la causa.

- No sabía que desde los eventos de Kirkwall ya estaba implícita la posibilidad de restaurar la Inquisición.

Los eventos del levantamiento de magos en la ciudad costera habían sucedido unos años atrás, si no estaba equivocada, creía que cuatro o cinco... ¿Ya desde aquellos tiempos la Divina Justinia había trazado planes para una Inquisición? ¿Por qué?

- En realidad, tengo entendido que la Inquisición siempre fue un plan de contingencia, Heraldo. – se corrigió rápidamente. – Elentari. – hizo un gesto de disculpa, ella le sonrió. Cullen retomó el diálogo. - Su Perfección deseaba alcanzar acuerdos justos entre las facciones de magos y templarios enfrentadas, antes que restaurarla.

- Sin embargo, no habrá estado demasiado segura de esa posibilidad si ya venía trazando ese plan... de contingencia... con Cassandra y Leliana, ¿verdad? Y con tanta tiempo por adelantado.

- En efecto.

- Además... tengo entendido que la historia de la Capilla parece mostrar todo lo contrario. – atacó ella, Cullen se mostró incómodo a su lado. Guardó silencio durante un tiempo, pero luego hizo una pregunta que tenía una respuesta obvia.

- Tú... no crees ser la mensajera de Andraste, ¿verdad?

No.

Elentari guardó silencio durante unos segundos.

Pensó en qué respuesta era la adecuada. Cullen era un hombre de fe, podía notarlo, y ella no quería faltarle el respeto.

- Bueno... sabes que creo en mis dioses élficos... - el comandante asintió a su lado. - Sin embargo, mis creencias no inhabilitan la existencia otros dioses. Puedo comulgar con la idea de que existe el Hacedor y eso no modificará nada de lo que yo crea. Pero, en cuanto a ser yo la mensajera de Andraste... pues no sé. - entonces Elentari lo enfrentó. - Cullen, si lo fuera, ¿qué mensaje he recibido? Andraste jamás ha venido a decirme qué hacer o qué no.

Y en sus sueños el Hacedor quería matarla.

- Quizás... cuando sobreviviste a la explosión, fue bajo Su protección.

- Quizás... supongo que eso no lo sabremos. Pero sí sabemos que ella no me habla... Para ser "heraldo" debo recibir mensajes, ¿no crees? - el rubio dio una risita desganada a su lado. Era totalmente lógico lo que planteaba. - Sin embargo... Sí puedo comprender la necesidad que tiene para los demás creer que yo soy la Heraldo de Andraste. Creer en el relato que la Inquisición está formulando...

... y justo cuando estaba diciendo aquello, el comandante de la Inquisición levantó la mirada y la enfrentó con contundencia. - La Inquisición no impone ideas falsas sobre sus creyentes.

- No, pero no hacen nada por silenciarlas.

- ¿Cómo lo haríamos? No podemos estar en cada sitio donde se te proclama.

- Podrían decir simplemente que yo no soy la Heraldo de la profetisa.

- Tú misma acabas de afirmar que no somos capaces de saber si el hecho de que hayas sobrevivido a la explosión en el Cónclave con esa marca en tu palma no fue, en efecto, un acto de divina protección. Mientras no seamos capaces de saberlo... creo que tampoco estamos en condiciones de negarlo...

Touché, el comandante había dado con un punto de vista difícil de vencer... y una fisura que facilitaba la manipulación de las masas a través de una realidad intersubjetiva...

Elentari le sonrió al comprender que él era un hombre que necesitaba creer, y por lo que estaba observando... creía en ella. Y en la Inquisición.

Ahora, solo continuaba siendo necesario esparcir por todos lados la idea de que ella era heraldo de Andraste y, de eso modo, construir el relato necesario para obtener los beneficios de la fe...

El estómago de Elentari se revolvió cuando, finalmente, todo lo que había debatido el día anterior decantó sobre su entendimiento.

 

Chapter 22: Perder el control

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Solas había salido al exterior del pueblo de Refugio cerca del mediodía con la intención de conseguir unas hierbas especiales que facilitaran su acceso al Más Allá esa noche. Demasiados pensamientos perturbaban su vigilia, y sabía que, si deseaba adentrarse en viejos recuerdos, necesitaría ayuda externa.

Sin embargo, no esperaba que la búsqueda lo obligara a desplazarse a tanta distancia para obtener resultados. Cuando emprendió el camino de regreso, ya avanzada la tarde, se vio atrapado en medio de una ventisca. La visibilidad se redujo tanto que apenas podía distinguir lo que tenía delante. Se vio entonces obligado a expandir un escudo protector a su alrededor para poder avanzar y solicitó la ayuda de una voluta luminosa que conocía muy bien; aquella pequeña entidad había atravesado el Velo en numerosas ocasiones para iluminar su camino cuando él lo requería.

Solas había pasado todo el recorrido pensando en su pasado. En él… y, una y otra vez, en ella. Elentari.

La noche anterior, la dalishana había acudido a su habitación en busca de lucidez. Él había comprendido de inmediato que no necesitaba consuelo vacío, no buscaba frases como “todo estará bien”, sino saber dónde estaba parada. Así que él se lo había dicho con brutal honestidad… que estaba al borde de un abismo sombrío. Pretendían convertirla en un relato capaz de forjar realidades.

Y Solas conocía demasiado bien el poder de un relato…

El Imperio de Arlathan había nacido, por primera vez, en la imaginación de Mythal. Ella había soñado un mundo benevolente, sabio y justo, donde elfos y espíritus pudieran vivir en libertad absoluta. Y bajo ese relato, algunos espíritus poderosos optaron por adoptar forma física a partir de la piel de los titanes y convertirse en los primeros elfos: los Evanuris.

Cuando eso ocurrió, los titanes atacaron. El mundo soñado por Mythal se vio amenazado de inmediato por una realidad inesperada: la resistencia de los Pilares de la Tierra. A partir de allí comenzaron a nacer múltiples historias que lamentaban la persecución sufrida por el joven pueblo élfico a manos de la supuesta maldad de los titanes.Esos relatos impulsaron una narrativa de urgencia, que los elfos debían defenderse, apoderarse de su destino, construir su propio poder militar.

Solas no lo sabía entonces, pero el hecho de que los Evanuris recordaran tan vívidamente su propio sufrimiento y, al mismo tiempo, ignoraran casi por completo la realidad de los titanes, contribuyó al conflicto que los desgarró a todos.

Los relatos habían inspirado a los elfos a verse como víctimas… y a los titanes como monstruos. Pero casi nadie consideró las consecuencias catastróficas que aquello tendría para los Pilares de la Tierra. Para el mundo… Para él.

Solas había adoptado la forma élfica porque creyó en esos relatos. Porque creyó en mitos imperialistas que él mismo se encargó de propagar por las tierras de Elvhenan como guerrero arcano de los Ejércitos Iluminados, esgrimiendo violencia en nombre de una causa falsa. Él sabía demasiado bien lo que era creer en un relato… y convertirse en el arma que lo volvía realidad. Sabía lo que era ser usado. Conocía el peso de actos aberrantes. Conocía lo que era pararse al borde de un abismo y lanzarse, finalmente, a la profundidad de sus sombras.

Lo que no había sabido, sin embargo, era que toda acción militar es irracional si no obedece a un objetivo político dominante.

Al principio había sido incapaz de ver la verdad, que la victoria de sus batallas solo había servido para enaltecer como dioses a simples elfos ególatras, incapaces de aceptar sus limitaciones mundanas. Él, ingenuo como había sido, aseguró la creación del Imperio de Arlathan y el liderazgo “divino” de los falsos dioses élficos.

Bajo esa premisa, no podía evitar preguntarse estos días:

¿Qué objetivos políticos se cumplirían con el éxito militar de la Inquisición? ¿Arrastrarían a Elentari hasta el borde del abismo? ¿O, como a él, la empujarían finalmente a saltar hacia la profundidad de sus propias sombras?

La voluta y el elvhen habían caminado durante horas mientras los pensamientos sombríos de Solas lo embargaban sin tregua. La noche comenzaba a caer, adelgazando naturalmente el Velo; a esa hora, la actividad espiritual aumentaba en su afán de conectar con los durmientes. Hoy no era la excepción.

Sobre él, el Velo contenía un grupo inusualmente numeroso de espíritus que se apiñaban contra la barrera metafísica que él mismo había erigido entre los mundos. Las tierras de Refugio, testigo de incontables batallas pasadas y presentes, solían tener el telón especialmente fino… pero aun así, los espíritus rara vez se agrupaban en semejantes cantidades. Aquella actividad era anómala. Parecían seguirlo. Solas sabía por qué. Los pensamientos fatalistas los atraían, y aunque habría preferido contenerlos, simplemente no podía. Elentari despertaba en él reflexiones demasiado profundas, demasiado viejas… y que, de haber podido elegir, habría mantenido resguardadas en un oscuro olvido.

- Vuelvan a las profundidades del Más Allá… estaré bien… - susurró con incomodidad a las entidades oníricas.

Conocía los secretos del Velo porque él lo había creado. Sabía que era un telón metafísico cuya vibración arcana repelía las fuerzas del Más Allá y las contenía en el Reino de los Sueños. Pero también sabía que, desde la apertura de la Brecha en lo alto del cielo, esa vibración había cambiado. Las corrientes arcanas se movían ahora como mareas embravecidas; la barrera era más inestable, más impredecible. Por eso, él no podía comunicarse con sus agentes y debía hacer planes colosales para tener noticias de ellos.

- Si siguen apiñándose de ese modo tan imprudente, tendré que soltar mi barrera espiritual… - advirtió el Portavoz.

Pero sabía que no lo escucharían. Les hablaba desde el mundo despierto; solo podía comandarlos plenamente dentro del Más Allá. Y aun así, su advertencia no era un farol. Si continuaban acumulándose sobre él, tendría que cesar todo uso de magia para evitar una ruptura… y con la tormenta azotándolo, no podía calcular a cuánta distancia estaba de Refugio. Estaba cerca, sí, pero no lo suficiente como para arriesgarse.

La idea de congelarse no le resultaba en absoluto atractiva.

Concentrado como estaba en proteger a los espíritus y evitar que su magia provocara un distanciamiento insalvable entre los componentes alquímicos del telón, Solas no fue consciente del peligro (ese mismo del que sus amigos le habían advertido) hasta que lo tuvo directamente frente a él.

La nieve le calaba los huesos y la tormenta rugía sin cesar; por eso le resultó imposible distinguir a los hombres que se habían refugiado a un costado de las carpas de la Inquisición. No los vio… hasta que una mano brutal se cerró sobre su brazo y un golpe seco le estalló en el abdomen sin previo aviso.

Sintió cómo una garra lo aferraba y, un instante después, el dolor punzante sobre las costillas al recibir un impacto contuso que le arrancó el aire de los pulmones.

De inmediato cortó toda conexión con su magia, liberando a la voluta de su voluntad y permitiendo que la noche oscura lo tragara por completo. Los espíritus chocaron furiosos contra el Velo, agitados por el inesperado ataque. Quizás la gente de Thedas les temía… pero para el Lobo Terrible eran aliados leales, amigos dispuestos a defenderlo sin dudar.

Aun así, esta vez no deseaba su ayuda. No quería que el arrebato emocional los desbordara, que el impulso de protegerlo los empujara a atravesar el Velo… y que, en su confusión, se trastocaran sus propósitos.

- ¡Este maleficarum vuelve de pactar con demonios! ¡Matémoslo! - oyó la voz de un hombre que lo tomó desde el cuello y volvió a golpearlo. Percibió la dureza del metal de un guantelete de armadura pesada, luego el rodillazo también metálico en su abdomen y después una lluvia de puñetazos, empuñaduras de espadas y patadas entre un número de personas que no pudo discernir.

No era la primera vez que Solas recibía una golpiza como aquella, de hecho, había sufrido torturas en la antigua Arlathan y sobrevivido... aunque había existido una diferencia fundamental, pues en aquellos tiempos, no había tenido un Velo imposibilitándole explotar en magia. Ahora, sentía a los espíritus arremolinándose sobre éste intentando romperlo.

Solas se giró sobre su cuerpo, se lanzó sobre la nieve, esprintó y se liberó de sus verdugos, logrando algo de distancia.

Aun se encontraba confundido por la rapidez de los eventos acontecidos, cuando un dolor agudo lo atravesó con crudeza, haciéndole sentir el calor agobiante que empapó los costados de sus ojos por unas lágrimas. Poco a poco, su cuerpo entero comenzó a sudar a pesar del frío y temblar de padecimiento. Por el dolor lacerante que lo atravesaba, aquellos idiotas tenían que haberle perforado el abdomen (y algunos órganos) con alguna hoja cortante, y él ni siquiera lo había notado.

- ¡No soy un maleficarum! - rugió cuando pudo hacer uso de su voz.

La sangre fue testigo silencioso de la herida que Solas acababa de recibir. Un instante después, la nieve se cubrió con un manto escarlata y la ira inundó por completo a Fen'Harel.

De golpe, la voz de Elgar'nan resonó en un antiquísimo recuerdo cuando aquel había sido mentor militar del elvhen en el pasado.

"Visualiza a tu enemigo, Solas. Y no tengas piedad. Los titanes matan a nuestros hermanos, a nuestros amigos y a nuestras familias... No mires la sangre en tus manos como si fuera tu pecado. Esa sangre es la sentencia que ellos firmaron al atacarnos.

>> Ellos eligieron la guerra; nosotros solo elegimos sobrevivir. Ellos nos han arrinconado hasta convertirnos en esto. Convierte tu dolor en furia, Portavoz. Deja que esa ira te queme por dentro hasta que no quede espacio para la compasión. Hoy no eres un espíritu de la Sabiduría; hoy eres el castigo que ellos se buscaron."

De golpe, el interior de Solas sintió el calor de la furia cubrirlo. No por sus atacantes en esta noche, sino por el recuerdo de Elgar'nan que lo había hecho creer que los titanes habían sido arquitectos de su crueldad.

El Lobo Terrible sintió su maná hervir en su interior y el Velo golpeó con más fuerza. Los espíritus se saturaron con sus emociones y martillearon otra vez contra la barrera metafísica. Incapaz de contener el oleaje de recuerdos funestos, el momento pareció disiparse a otra realidad, una donde él había sido un monstruo.

Esta vez ya no era una batalla contra los titanes, sino que era Fen'Harel contra el ejército Iluminado del autoproclamado dios de la Creación, Elgar'nan, el Domador del Sol.

Un chorro de sangre le había manchado la cara, él abrió la boca y la saboreó. Luego la escupió e intentó secarla, y vio al soldado de quien procedía. Era un elfo del Ejército Iluminado. Le salía sangre de los ojos como agua, ¿acaso él lo había atacado? ¿Cuándo? El soldado élfico se quedó mirándolo petrificado. Uno de sus ojos era una cuenca roja, como si se lo hubieran arrancado, el otro sangraba, pero también brillaba... con ese brillo tan propio de un cuerpo cuyo espíritu ha abandonado su interior. Iba a morir... no, ya había muerto.

Entonces, casi porque aun sus músculos no terminaban de ceder al estado anterior de bipedestación, el cuerpo se mantuvo en pie, viéndolo...

Lo miró como si lo juzgara por todos a los que había asesinado.

Lo miró reclamando justicia por sus errores del pasado y todas las vidas que Solas había arrebatado debido a éstos.

Lo miró porque aún podía, porque aún yacía en pie...

Lo miró porque Solas merecía sentencia...

Lo miró hasta que, finalmente, cayó en el suelo.

Y Solas estaba paralizado.

Los cadáveres se amontonaban uno encima de otro cerca de un matorral, cuyas hojas chorreaban sangre. ¿Había sido él quien los había matado?

Ya no recordaba...

... Había olvidado.

Otro soldado se abalanzó sobre Fen'Harel, Solas liberó una bola de fuego. El impacto arcano levantó del suelo a su atacante y lo lanzó sobre un tronco caído. Agitó las piernas hasta que los gritos fueron calmándose gradualmente. Había sangre por todas partes. Otra vida más arrebatada.

"Visualiza a tu enemigo, Solas. Y no tengas piedad."

- ¡¡NO!! - rugió Solas, pero esta vez, volviendo al presente. – YO SOY EL ÚNICO RESPONSABLE DEL DESASTRE.

Oyó el grito de un hombre... un grito que sonó lejano:

- ¡¡ES UN MAGO DE SANGRE QUE NOS TRAJO CONDENA!!

No. No habían sido guerreros élficos... Solas había atacado a estos hombres...

De golpe, su cabeza vibró hasta un punto que sintió que algo extraño sucedía en el interior de su cerebro. Dejó de oír a su alrededor, fue como si su corazón se hubiera detenido y todo el mundo se volviera inmóvil. El Velo se engrosó, los espíritus, retenidos.

- ¡Soy miembro de la Inquisición!

Frente al mago sus atacantes brillaron con una tenue luz blanquecina. Sintió que algo o alguien tiró de él, dijo algo que no comprendió y, de pronto, una potente disrupción de su magia provocó que le dolieran los ojos. La sensación fue extraña, anómala... nauseabunda... Lo que inició como un dolor en los ojos, pronto ascendió hasta su cerebro. Las orejas se le calentaron y las lágrimas resbalaron por sus mejillas, aunque no estaba llorando, estaba sufriendo.

Solas gritó y los hombres se lanzaron sobre él. No necesitó más información... estos atacantes eran templarios y acababan de bloquearlo. Sin embargo, gracias a la coloración blanquecina de cada uno de ellos, ahora el mago sabía que eran cinco y que él estaba herido. Ahora sí, podía afirmar, se encontraba ante un verdadero peligro... y estos idiotas no tenían ni idea de que acababan de provocar la ira del Lobo Terrible.

"Visualiza a tu enemigo, Solas. Y no tengas piedad."

Fen'Harel cavó en las reservas del maná de su interior, más profundo de lo que había hecho nunca en Thedas. Con un rugido rabioso, elevó sus manos y desató el caos.

El Velo se abrió, los espíritus se abalanzaron y la onda de fuerza que se expandió desde el mago mandó a volar a cada templario de espalda, como si no pesaran nada. Las ráfagas de viento se arremolinaron alrededor del Lobo Terrible... el poder fluía bestial por su sangre porque los espíritus estaban alimentándole. Lo hacían sentir pleno... Habría sido fácil hacer más... mucho más, despedazar a aquellos imbéciles, triturarlos y convertirlos en partículas demasiado pequeñas para recibir un rito funerario adecuado, tomar a las entidades a su alrededor y cobrar su venganza... pero sabía que no debía... Sabía que tenía las corrientes arcanas fluyendo crudas hacia él y respondiendo a su voluntad... y debía minimizar los daños.

Entonces se concentró.

Domó las fuerzas arcanas como lo había hecho en otra época, otro mundo y expulsó a casi todos los espíritus a las profundidades del Más Allá...

Todo alrededor comenzó a desvanecerse, había usado mucha más magia de la que debía en este mundo para domar a los espíritus y había perdido demasiada sangre.

Solas se dejó caer sobre la nieve, tosió y todo su cuerpo se sacudió en agonía. Más sangre se acumuló sobre su boca y se atragantó. Las arterias de su cuello latían como respirando por propia voluntad. Ya no sentía que le apretaban la cabeza, ya no veía el destello blanquecino de los hombres ¿Acaso había matado a los templarios?

Innecesario...

Una matanza ciertamente innecesaria...

... pero... luego de haber oído, una vez más, la voz de Elgar'nan, sus órdenes y su entrenamiento... de golpe, todas las masacres que Solas había presenciado desde el día en que las guerras lo habían afectado parecieron volver en tromba hacia él, como si alguien más estuviera asesinando otra vez como él mismo lo había hecho en el pasado.

Grotesco.

No quería ser ese hombre. Pero lo era.

Algo se removió en su interior. Era su consciencia, pero Solas no estaba dispuesto a oírla. Aunque, esta vez, ella se iba a hacer oír... y se lo escupió directo sobre el rostro:

Él había destruido su mundo... él era el culpable... él había creado la Ruina, facilitado la muerte de Mythal, creado el Velo y, finalmente... había guiado a Corifeus hacia su Orbe...

Él… era el mayor fracaso de su Pueblo.

Estaba cansado. No, agotado... su espíritu quebrado... en múltiples fragmentos imposibles de volver a unir.

Solas se esforzó por respirar. El esfuerzo hizo que su estómago se encogiera y un espasmo lo atrapó en agonía. Un alarido contenido escapó desde su garganta, y justo cuando todo comenzó a oscurecerse frente a él... una voz familiar pareció sonar a lo lejos... era una mujer... pero...

- ¡Solas!

... todo se volvió oscuro.

Chapter 23: Fingir control

Chapter Text

Cuando Solas abrió sus ojos se encontró en el interior de una tienda tenuemente iluminada por la luz de una lámpara de aceite. El sonido del viento era un recordatorio de la ventisca que lo había atacado. Por lo demás... este lugar era cálido.

Él estaba recostado en el borde de una cama improvisada en un rincón de la tienda, su postura relajada por efectos sedantes que no acababa de discernir, pero podía reconocer sin dificultad. Llevaba el torso descubierto y un vendaje compresivo rodeaba su contorno, mostrando unas manchas de sangre roja... demasiadas rutilantes para ser las de una herida sin sangrado activo. Casi no recordaba nada.

Casi.

Primero llegó un sacudón de amargura, se quejó y su estómago se encogió. Alguien le había apuñalado, eso sí recordaba... No lo había sentido en su momento, pero ahora mismo, sí. Intentó levantarse, pero solo logró hacerlo con una sacudida acompañada de agonía, que lo obligó a enroscar un brazo alrededor de él mismo y frenarse en el intento.

Entonces, algo se removió a su lado. El mago se vio obligado a cerrar los ojos por el sufrimiento que lo había atravesado, ¡Estaba casi drenada, malditos fueran!, pero sintiéndose aún en peligro llamó las fuerzas arcanas sobre sus manos (lo poco que podía) y, aunque un sudor frío acababa de empapar su frente, se preparó para luchar.

- Solas... - la voz de la Buscadora de la Verdad resonó a su lado.

La mano de la mujer se apoyó sobre la suya y lo invitó a soltar la magia.

- Has despertado. Estás a salvo.

No se sentía seguro.

Ella lo había apresado.

Solas quitó su mano con algo de brusquedad.

Enfrentaron sus miradas. Los ojos de la guerrera mostraron desconcierto.

No. Aquellos recuerdos habían pertenecido al pasado... Ella había apresado a la dalishana, no a él. Y ahora la realidad era diferente... ella era su compañera, otro miembro del grupo que lideraba Elentari.

- ¿Me has drogado? – fue todo lo que pudo mascullar.

A él ya lo habían drogado en el pasado.

Y nunca le había gustado.

La sensación de que su mente no era suya... o, en verdad, no estaba funcionando como solía hacerlo, le fastidiaba...

- Has bebido un sedante, estabas malherido, Solas.

Entonces no lo había drogado.

- Eso me ha permitido curar tus heridas.

Entonces lo había ayudado...

- Pero la hoja templaria te atravesó por completo.

¿Hoja templaria?

De golpe, recordó todo.

La pérdida de control, la voz de Elgar'nan, la culpa, el juicio... la sentencia que nunca llegó ni llegaría. Sintió mucha indefensión.

- Gracias. – masculló, en un intento por parecer él mismo. Por retomar el control.

¿Cómo fue posible que se dejara embargar de ese modo por sus emociones? ¿Cómo había dejado que todo aquello lo abordara?

Era inaceptable.

Él tenía que ser mejor que sus traumas.

- ¿Los maté? – fue lo primero que quiso saber.

Hubo silencio primero. Respuesta, después:

- Sí.

- No quise hacerlo.

No había querido. Era verdad.

- Lo sé. Te conozco lo suficiente para saber que te han atacado primero.

No me conoces nada...

Y, entonces, por primera vez la miró.

- Gracias.

El contorno del rostro de la Buscadora era borroso, y eso le molestaba. La dosis que le había administrado había sido demasiado potente.

Quería controlar su mente.

Quería retomar el control.

Quería que todo desapareciera.

- Quiero que me saques este sedante... - se quejó casi como un niño caprichoso. Sacudió la cabeza, molesto, y deseó con ahínco recuperar su lucidez mental, como si por simplemente desearlo sería capaz de obtener la victoria. Sabía que no. La victoria no pertenecía a los justos ni a los inocentes. Pertenecía a aquellos dispuestos a pagar el precio. A manchar sus manos... y él siempre lo había estado.

- El efecto pasará con el tiempo, Solas.

El dolor no pasaría. Oh, no. Se había referido al efecto sedante. Ojalá nunca pasara. Ojalá lo arrastrara todo consigo.

- El dolor parecía agonizante cuando te encontré...

Lo había quebrado.

Y eso era inaceptable.

- No he podido llevarte con Adan porque la tormenta no ha cesado. Cuando ceda, te llevaré con el boticario para que cure tus heridas.

- Puedo curarme solo. No necesito a nadie. Soy mago.

- Aún estás muy sedado.

- Tú me sedaste. Yo no te lo pedí. - Cassandra guardó silencio. - ¿Qué me has dado? – Solas se sentía alterado y aún confundido.

Cassandra guardó silencio un tiempo que a él le pareció algo prolongado, pero finalmente volvió a hablar. - ¿Recuerdas lo que sucedió, Solas?

Recordaba todo. La tormenta, el Velo, los espíritus, los golpes de los templarios, Elgar'nan, su culpabilidad por haber asesinado a tantos en el pasado (y el presente) ... la sangre... mucha sangre. La explosión arcana... la culpa. Tanta culpa.

- Creo que me atacaron porque me vieron usando magia. – concluyó. – Para protegerme de la tormenta...

Era cierto...

Creía.

No lo sabía.

Solas sacudió la cabeza, molesto.

- Creo que eran cinco. No estoy seguro.

Odiaba no estarlo.

- Lo siento, Solas. Me entristece mucho que hayas sido testigo de la peor cara de la Capilla... De esta injusticia tan grande.

El mago sonrió con desdén a su lado.

- El mundo nunca ha sido justo, Buscadora. – susurró y mantuvo los ojos cerrados, como si lo estuviera diciendo más para sí mismo que para ella. – Eso no es nuevo...

El silencio volvió a ocupar un espacio entre los dos, hasta que ella dijo:

- ¿Sabes por qué esta era fue denominada "Era del Dragón", Solas?

El apóstata sonrió y se obligó a abrir los ojos.

- ¿Por qué, Buscadora? – oyó su voz, sonó áspera, grave... seguramente su boca estaba seca, era un efecto más del calmante.

- Se lo eligió porque se predijo que se trataría de un tiempo de luchas políticas, bestias salvajes y magia poderosa... - ella dio un suspiro y curvó sus labios en una media sonrisa. – Creo que todo se está cumpliendo, ¿no te parece? Hay una enorme Brecha sobre el Velo...

- Me parece que se te ha olvidado mencionar algo importante de estos tiempos. – Cassandra lo miró curiosa, él se esforzó por tensar su musculatura y abandonar la postura relajada que había adoptado. – Esta era también se caracteriza por ser una época fuertemente marcada por la fe... Fe en la Capilla de Andraste.

Cassandra hizo una mueca con los labios, a él le costó discernir el motivo, ¿quizás disgusto? No podía estar seguro con la visión neblinosa.

- Es cierto, Solas. Después de todo, toda esta locura en la que te has visto envuelto comenzó por una creencia que se supone incuestionable... - susurró la guerrera. – La creencia de que las prácticas arcanas de las artes mágicas tienen el potencial de desatar la ruina en el mundo. Y, por ello, los magos deben ser sometidos. Y por ello, los templarios te atacaron.

El habló con tono burlón, a pesar de su propio dolor físico.

- Ah, pero los templarios tienen razón. Las artes mágicas... tienen el potencial de desatar la ruina en el mundo, Buscadora.

- ¿Estás de acuerdo con los templarios entonces?

- Me conoces lo suficiente para saber esa respuesta, Cassandra.

- Creo que esta noche te atacaron solo porque te vieron usar magia. Nunca consideraron que lo hiciste para salvarte de la tormenta.

Solas sonrió, a pesar de que el abdomen le quemaba. Pero disimuló. Evidentemente, el efecto narcótico estaba pasando. El dolor lo atestiguaba. Pero él podía soportarlo. - ¿Y si hubiese utilizado magia por deseo propio habría estado justificado el ataque?

- ¡Por supuesto que no! Aunque, no puedes ir por ahí usando todo el tiempo tu magia.

- ¿Por qué no?

- Porque es peligroso.

- Ah, pero que tú uses tu espada, no lo es. ¿Verdad?

- Yo no la uso todo el tiempo.

- La portas todo el tiempo y puedes usarla cuando quieras.

- Sucede lo mismo con tu magia, Solas.

El mago sonrió. Era cierto. Había elegido mal las palabras. Era evidente que aún no contaba con su lucidez habitual. Se preguntó dónde quería llegar con este debate, ¿algún lado? ¿Ninguno? No lo sabía... a la verdad, probablemente.

No. La verdad era peligrosa.

Pero podía jugar con el relato.

¿Podía?

Podía probarlo.

- La cuestión es, Buscadora, que aquí estamos hablando de otro concepto. Estamos hablando de lo que es la "verdad", ¿no te parece? ¿Cuál es la verdad que defienden los templarios y cuál es la de los magos? Tú eres una "Buscadora de la Verdad". Dime, ¿eso qué implica, exactamente?

- Hemos sido los encargados de mantener el balance del poder dentro de la Capilla. Nuestro objetivo ha sido arrancar de raíz la corrupción donde fuera que la encontremos, ya sea entre magos rebeldes o dentro de la mismísima Capilla. Aunque ahora, eso parece que ha dejado de importar.

- Las ideas nunca dejan de importar, Buscadora...

- Dime, Solas, ¿qué se puede hacer para que la verdad tenga éxito por estos tiempos tan oscuros? ¿Hay algo que la Inquisición pueda otorgar allí donde la Capilla y los Buscadores de la Verdad hemos fallado?

Solas miró a la guerrera frente a él, vio el agobio surcando sus expresiones y pensó que era honorable. Que una mujer como ella, con tantos títulos y reconocimientos externos fuera capaz de entablar este tipo de conversación con un mago apóstata sin título honorífico que ostentar, era algo encomiable. Dejaba claro que estaba exenta de prejuicios vanos. Y eso le daba una perspectiva que pocos tenían.

Quizás por ello, decidió compartir algo de sus verdaderos conocimientos.

- Para que la verdad tenga éxito, es necesario crear organizaciones con el poder de inclinar la balanza a favor de los hechos, Cassandra. – dijo y apoyó sus manos a sus costados, contrajo los músculos de los brazos para acomodar mejor su torso herido y dejar descansar su espalda sobre el lateral de la tienda. Al hacerlo, el dolor lo atravesó y le obligó a soltar un pequeño sonido de queja. Un nudo de agonía ardió en su estómago y extendió sus zarcillos en el resto del cuerpo de Solas. El sudor bajó por su frente y lo hizo temblar. No importó, porque la táctica que la Buscadora había utilizado para devolverle su lucidez mental había resultado: ella había apelado a su raciocinio y había disminuido el efecto narcótico en él. Ahora el dolor lo partía, pero su mente funcionaba mejor... y su cuerpo era, después de todo, el de un Evanuri... no moriría (no por una hoja templaria, al menos), no hacía falta preocuparse.

- ¿Necesitas ayuda, Solas?

- No. No hace falta. Gracias. – aseguró. - Quiero responder a tu pregunta.

Ella lo había ayudado; él, a cambio, le daría la verdad. Le explicaría que toda institución, incluso la Capilla, necesita mecanismos que la corrijan, porque la infalibilidad no existe. Lo único que existía era el deseo de aparentarla.

Los Buscadores de la Verdad habían surgido justamente para eso, para actuar como un freno interno. Pero fallaron al no poner límites reales al poder de la Capilla, la misma autoridad que debían supervisar. Aun así, Solas no creía que debieran desechar esos mecanismos. Al contrario, entender su falla no debía desanimarlos, sino impulsarlos a reconstruirlos mejor.

Y por eso mismo, la Inquisición debía aprender a vigilarse a sí misma, reconocer sus propios errores y corregirlos. Ahí podría residir la diferencia entre los Buscadores de la Verdad y la Inquisición. En reconocer que una organización que acepta que puede equivocarse siempre obtiene mejores resultados que una que se proclama perfecta.

En el fondo, aceptar la posibilidad del error es mucho más sólido, y más honesto, que proclamarse infalible.

Solas se obligó a sentarse para compartir sus conocimientos con la Buscadora y cuando lo logró, inmediatamente, se sintió muy mal. Una neblina blanca le alteró la visión. Cerró los ojos y sintió como si sus entrañas fueran a salir de él.

- Necesito un espíritu para que cure mis heridas.

Confesó.

Se preocupó.

La herida era más peligrosa de lo que le hubiera gustado admitir.

- ¿Puedes buscar a uno? Estás demasiado pálido, Solas.

- Por supuesto. Lo haré cuando no tenga más efecto sedante en mí. No quiero alterar a ninguno de ellos.

- Pero no te ves nada bien, llama a uno...

Tenía razón. No lo estaba. Se sentía tan inútil que era enloquecedor.

- Toma, bebe. - la oyó decir.

- No quiero más drogas.

- Es una poción curativa.

Solas la miró ofendido, ¿por qué no se la había dado antes?

- Ya has tomado cuatro.

¿Cuatro?

Eso era vergonzoso.

- Pues creo que tomaré cinco, Buscadora.

Al poco tiempo, sintió sobre sus labios el frío vial y bebió hasta acabar el contenido. Él no lo había sabido, pero Cassandra lo había mezclado con más narcótico. Era evidente que el mago no iba a dejarse vencer, pero más evidente era que necesitaba descansar y un mago para curar esa herida. La hemorragia no había cesado y Solas ya estaba más pálido de lo que a ella le hubiera gustado.

Poco a poco, Cassandra vio cómo los ojos del elfo se volvieron oscuros. Sus pupilas se habían dilatado mucho más que cuando despertó. Lo vio luchar contra el efecto, pero simplemente sería imposible ganar esta vez. El apóstata apoyó una mano sobre el brazo de la guerrera y apretó con mucha suavidad.

- No quiero...

... no quiero que se lo digas el resto... No quiero que se preocupen... No quiero que se lo digas a la Heraldo.

- Debes descansar, Solas. – susurró, mientras lo tomaba por los hombros y lo obligaba a acostarse sobre la cama. Casi le pareció que se había resistido, pero un instante después, sus ojos se cerraron. 

Chapter 24: Retomar el control

Chapter Text

- ¡Esto es inaudito! - se oyó la voz de la Heraldo de Andraste que atravesó los sonidos habituales de la mañana cuando, hecha una furia, enfrentó al comandante de la Inquisición y la Buscadora de la Verdad.

La mirada de la mujer lo decía todo. Estaba rabiosa y se sentía impotente.

- ¿Cómo has permitido que una cosa así suceda? - sacudió los brazos sobre sus costados y su ceño fruncido dio testimonio de lo disgustada que realmente estaba.

Por su parte, el comandante se sentía frustrado, siendo el receptor de sus regaños. - Pero ¡yo no he permitido nada!

- ¡Exacto! ¡Tus soldados no han estado aquí para evitar este desastre!

- ¡Heraldo, por favor! - intervino Cassandra, la elfa no le quitó la mirada al comandante, pero la escuchó. - La tormenta de anoche fue inusual. ¡Todos estábamos a resguardo!

- ¡Todos, menos Solas, aparentemente! - levantó el tono Cullen y aquellas palabras no ayudaron para nada.

Por supuesto que el comandante no había tenido intención de insinuar algo en contra del mago élfico, pero el desastre de lo ocurrido recaía sobre él y, ahora, su capacidad de asegurar la seguridad del pueblo de Refugio se veía cuestionada. Haber despertado con cinco templarios muertos, el mago experto en las fuerzas del Más Allá y el Velo mal herido y centímetros y centímetros de nieve acumulados en el exterior debido a la ventisca nocturna que dificultaban toda la actividad del día lo tenía muy malhumorado. A ello, debía de sumarle los reclamos impertinentes de la Heraldo, así como su ya habitual irritabilidad debido a una decisión personal de no consumir lirio desde hacía demasiados días.

Todo anticipaba la perfecta receta del desastre.

- ¿Cómo te atreves a insinuar algo contra Solas? - fue la respuesta que recibió de la Heraldo, quien esta vez se abalanzó sobre el comandante y apoyó su dedo índice sobre el pecho del guerrero dejando clarísima la tensión que los atravesaba.

Cullen suspiró, comprendiendo que no estaba manejando adecuadamente la discusión. No era la primera vez que tenía sobre él voces acaloradas de magos... él podía hacerlo mejor. Además, los refugiados, peregrinos y reclusos que había abandonado sus habitaciones en las primeras horas de la mañana con el afán de ayudar en la limpieza de la nieve (sin saber que encontrarían cadáveres), estaban siendo testigos del arrebato de la mujer que se suponía traería orden entre medio del caos de la Brecha y que, además, era heraldo de la profetisa, pero alzaba la voz en defensa de un mago apóstata.

- Lo siento, Heraldo. No ha sido mi intención insinuar nada en contra de Solas. Es un mago excepcional y ha demostrado su valía y compromiso. Tienes razón.

Ella quiso gritar, decir algo que hiciera daño a Cullen solamente porque estaba preocupada por su compañero. Pero cuando el comandante le respondió con empatía, la rabia en su interior no encontró excusa para atacarlo nuevamente.

- Habrá una investigación al respecto, te lo aseguro. - afirmó el comandante.

- Yo me ocuparé de ello, Elentari. - intervino Cassandra. - No permitiremos que nuestros habitantes vuelvan a encontrarse con un evento como este. Y, por supuesto, no dejaremos que nuestros magos se sientan inseguros.

- Como antiguo miembro de la orden, quisiera pedirte perdón por el ataque nocturno perpetuado por hombres que han sido mis hermanos juramentados en el pasado. - Cullen enfrentó a la maga élfica con solemnidad. Ella levantó la vista invadida por el asombro. - Lo que le ha sucedido a Solas es inaceptable. No dejaremos que eventos como éste vuelvan a tener lugar. No aquí, puedo asegurártelo. Por favor, deja que nos encarguemos de este asunto y ve a ayudarlo.

- Necesita magia curativa, Heraldo... - agregó Cassandra. - Su herida es profunda. Se encuentra en el interior de mi tienda, aún dormido. Ve con él...

Elentari oyó las palabras sensatas y se paralizó frente a aquellos dos, consciente por primera vez del arrebato inoportuno que había tenido.

Su mirada estaba clavada sobre la nieve que hundía sus botas, pero el susurro de los espectadores comenzó a resonar en las orejas de elfa solo ahora. Acababa de dar un espectáculo que no debería permitir que todos vieran. No había controlado el impulso por culpar a Cullen del desastre y sentenciar a los templarios sin siquiera haber hablado con Solas. Una vez más, era testigo de cómo todo esto le quedaba enorme y ella erraba en sus decisiones, así como ya lo había hecho en su propio clan en el pasado. Se sintió una estúpida...

- Lo siento. - susurró avergonzada, cediendo por primera vez frente a los guerreros.

Entonces, levantó la vista y miró casi con desesperación a Cassandra, rogándole en silencio que arreglara este desastre.

La Buscadora de la Verdad sonrió con calidez y apoyó una mano sobre su brazo, luego hizo una pequeña reverencia y agregó:

- Ve a ver a Solas. Se encuentra gravemente herido. Usa tu magia para curarlo.

- Nosotros nos ocuparemos de todo este asunto, Heraldo. - aseguró el comandante. - Puedes estar tranquila.

Elentari se sentía avergonzada de sí misma.

Se limitó a asentir y los abandonó. Sin darse cuenta, sus pasos adquirieron una velocidad casi desesperada, mientras apretaba los puños y contenía la respiración. De golpe, la invadió una avalancha de imágenes, recordó cada ocasión en la que Deshanna le hacía dicho que era demasiado apasionada para cultivar la serenidad que se esperaba de ella como Primera del Clan. Ese viejo reproche, que siempre le había irritado, volvió con fuerza esta vez, porque ella era (realmente) ruidosa donde debía callar, rápida para hablar pero lenta para obedecer, demasiado intensa para quien debía ser "guía" de su pueblo. Solo que ahora, después del espectáculo humillante que había dado frente a todos, empezaba a comprender lo que Deshanna había intentado enseñarle... que a ella no se le concedería nunca el derecho a temblar, o dudar... que siempre se esperaría demasiado, como había sucedido antes en su clan, y como sucedía ahora en la Inquisición.

"Tanto como a mí, tú no tienes permitido temblar, hija mía. Nosotras debemos guiar, contener, escuchar a los nuestros. A veces, un Custodio debe ceder frente al deber, para sostener a los suyos. Recuérdalo: siempre debes ser como la Luna, guía serena del Pueblo."

Sumida en sus pensamientos, ni siquiera se dio cuenta cuando llegó hasta la tienda de Cassandra. Se sentía tan abrumada que ingresó sin pensarlo, solo con la intención de protegerse de la inspección del resto y encontrar un lugar silencioso para dejar que las penas la embargaran.

Sin embargo, de golpe se encontró con un Solas desplomado sobre una cama improvisada, con el torso descubierto y un vendaje que debió de ser blanco, pero que dibujaba demasiadas manchas carmesíes. Solas, ese mago apóstata seguro de sí mismo y distante, sabio consejero y guía, estaba envuelto en manchas rojas que contrastaban fuertemente con una palidez terrorífica sobre su piel.

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal y la hizo estremecer.

Casi en un arrebato (otro arrebato del día), Elentari se lanzó afligida de rodillas sobre el elfo y tomó su rostro, agitándole. - ¡Solas!

Notó que él frunció el ceño y aquel gesto la alivió. De inmediato, unas intensas ganas de llorar se adueñaron de su cuerpo, pero se contuvo. Ya había hecho el ridículo tan solo momentos atrás, no iba a hacerlo ahora también. - Solas... - lo sacudió otra vez. Entonces, los ojos del apóstata se abrieron con dificultad, el color azulino de su mirada la saludó. Ella sintió un alivio casi inmediato. - Solas... despierta.

Lo vio hacer una mueca de dolor, luego abrir y cerrar los ojos para, finalmente, colocar la atención en ella. Le pareció ser testigo de asombro cuando ambos enfrentaron sus miradas. - ¿Heraldo?

El susurro de su voz hizo que quisiera llorar (una maldita vez más), pero se contuvo.

- ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo te han dañado? Tenemos que curarte.

Ella no era maga sanadora, sus habilidades curativas eran mediocres. Pensó en el boticario, seguro que tenía algo que pudiera servir.

- Iré a buscar a Adan. - con suavidad apoyó la cabeza del apóstata sobre la almohada y se dispuso a correr en búsqueda de aquel hombre, pero justo cuando pretendió retirarse, sintió el agarre débil del mago.

- Tráeme lirio. Yo me curaré.

- Estás muy débil.

- Por eso te he pedido lirio. - aseguró con un dejo de terquedad, aún en el estado en el que se encontraba.

Elentari lo contempló durante unos segundos e, incapaz de contradecirle, buscó entre los estuches de su cinturón y extrajo el valioso vial y lo acercó sobre sus labios. Solas intentó recostarse pero un inmenso dolor pareció atravesarlo. Trató de contener su estómago firmemente, pero el intento murió cuando un temblor fino que le atravesó el cuerpo, haciéndolo enfurecer un poco más y tragarse un gruñido.

- Tendrás que beber acostado. - advirtió Elentari que vio el estremecimiento. Sin embargo, el mago volvió a intentar acomodarse como si ella no hubiera hablado y entonces le retiró el frasco. - Si no me escuchas, no te daré el lirio. - el apóstata la miró desafiante, pero no se inmutó. - Elige ahora, o bebes acostado o voy a buscar a Adan.

La batalla, claramente, estaba perdida.

Solas tan solo entrecerró los ojos, más rabioso de lo que la elfa podía calcular y extendió su mano para beber. Elentari quiso ayudarlo, intentó facilitarle el acto, pero él no contribuyó en absoluto. Solas la desafió en silencio con una mirada gélida y ni siquiera atinó a separar sus labios cuando le acercó la bebida a la boca, eso le arrancó un suspiro de derrota y le ofreció el vial para que él mismo bebiera. Solas lo tomó con mucha más dificultad de la que había calculado, disimuló (aunque era indisimulable) y lo bebió él mismo.

- ¿Mejor?

- Sí, un poco. – contestó con dificultad. - Pero gracias.

Casi nada, si tenía que ser honesto. Pero no lo iba a admitir delante de ella. Bueno, delante de nadie, en verdad.

Entonces, ahora sí, Solas llevó una mano sobre su vendaje y tiró del maná que había recuperado con la botella. Lo que salió fue poco, casi absurdo, pero sirvió para reparar los dañados y, principalmente, detener la hemorragia. Reconoció el vaso sanguíneo lacerado (tres de ellos) y los selló, luego alivió el daño de sus órganos en el interior de su abdomen con magia sanadora y anudó las estructuras de sostén abdominal. No le alcanzó para la piel. Se sintió rabiar. Cerró sus ojos con frustración.

- ¿Qué sucede, Solas? - escuchó el suave lamento a su lado.

En la voz de la Heraldo percibió su tristeza y no sabía si eso le molestaba más, lo conmovía o lo incomodaba. Quizás, las tres cosas por igual.

- Necesito más lirio...

Lo necesitaba. En verdad. Él podía solo. Solamente requería de más lirio. Sus reservas de maná eran diferentes a la de los magos de estos tiempos, más extensas... pero era capaz de curarse solo.

Además, era Evanuri. Su cuerpo no se quebraba con espadas, solo que esta vez le habían seccionado los órganos y eso dolía como mil demonios.

Elentari guardó silencio y él abrió sus ojos. Ahora, que ya había sellado la hemorragia y sus órganos internos no amenazaban con lacerarse, logró sentarse con gran esfuerzo y recostarse en el rincón de la tienda.

- No he sentido la presencia de ningún espíritu sanador. - confesó ella. Solas negó con suavidad.

- No, me he curado solo... he usado el maná que restauró el lirio. Los efectos del narcótico podrían interferir con los espíritus y no deseo perturbarlos.

- ¿Crees que podrían desear atacarte? - él la miró algo confuso y negó con suavidad.

- Al contrario, yo los afectaría a ellos, no ellos a mí.

- ¿De qué modo?

- Con mis emociones, Heraldo... - cuando oyó la respuesta, ella hizo una mueca y Solas comprendió, casi de inmediato, el motivo... le había solicitado que la llamara por su nombre. El mago dio un suspiro por el error al nombrarla. Sin embargo, no se corrigió. Demasiados errores ya habían quedado al descubierto en este día.

- Si bien los espíritus sanadores son difíciles de alterar en sus propósitos, - prefirió disculparse compartiendo información arcana con ella - mis emociones podrían perturbarlos y, deseosos de representar su don, intensificarían los reflejos de sus ecos en el Más Allá. Eso podría atraer a más de ellos, con otros propósitos y, éstos sí, se verían más fácilmente afectados.

Otra vez, ella hizo una mueca. Sin poder evitarlo, eso le robó una risita a él. - Lo que intento decir es que no es prudente interactuar con las entidades espirituales cuando nos encontramos con efectos sedativos en nuestra consciencia. Las emociones pueden mostrarse fácilmente descontroladas y eso los afectará.

- ¿Cómo sabes todo eso?

- Porque tengo una sensibilidad aumentada para la interacción con los espíritus. Toda mi vida he interactuado con ellos. Los conozco y ellos a mí.

- ¿Tú eres un sanador? ¿O un médium?

- Soy un somniari. - confesó. No vio la necesidad de ocultarlo. Dado como estaban los eventos, quizás, incluso ayudaba a justificar las rarezas en el mago apóstata vagabundo.

Elentari lo miró atónita y vio cuando sus labios se separaron frente al asombro, sus ojos cobraron vida y la vio pestañear dos veces antes de que las palabras abandonaran su boca con un fino temblor.

- ¿Eres en verdad un soñador?

Solas, una vez más, no pudo evitar curvar sus labios en una sutil sonrisa, puesto que el asombro en la dalishana lo conmovió. Realmente, no llegaba a comprender por qué resultaba tan novedosa la confesión, ya que en su mundo sus pares habían sido todos somniari. Antes él mismo había sido un espíritu de la Sabiduría. De cualquier forma, era consciente de que en este mundo los soñadores eran escasos, si no extintos, pero no tenía idea de cuáles podrían ser las creencias dalishana respecto a ellos. Por eso, se limitó a asentir, aún sonriendo y esperando que fuera ella quien le dijera qué importancia tenía ese detalle.

Entonces, la maga élfica volvió a pestañear y vio cómo dejó caer su cuerpo al costado de él, como si realmente estuviera impresionada.

- Vaya, Solas... - susurró, llevando una mano sobre sus labios y apoyándola en ellos al hablar. - Desde hace dos eras no hemos sido testigos de uno de los tuyos... Es decir, no se ha sabido de alguno vivo... - dejó caer la mano sobre el suelo de la tienda y le dio impulso a su cuerpo para sentarse al lado del mago. Solas observó con la naturalidad que se situaba junto a él y cómo parecía no sentir que podría resultar invasivo... aunque, tampoco se lo pareció.

Elentari lo miró y en el reflejo de su mirada percibió un entusiasmo vívido. Casi que podía jurar que la dalishana acababa de abandonar la preocupación anterior por su estado de salud para perderse en su instinto curioso. Mejor.

- Ha existido un rumor, años atrás... - ahora la vio sonreír con descendió el tono de su voz y pareció confesarle un secreto - ... acerca de un soñador en el clan Sabrae, pero nosotros nunca llegamos a constatar la veracidad.

- ¿Nosotros?

- Mi clan.

Para Solas fue curioso oírla decir que su clan no había llegado a constatar la "veracidad" de aquel relato, porque el mago había pensado que los dalishanos tenían una tradición rígida en otorgar a las leyendas el peso de la historia... Quizás, los había juzgado erróneamente...

Bueno, no... ella aún creía en los falsos dioses.

- Vaya... esto ¡es asombroso! - la oyó exclamar. - Solas, ¡tú eres asombroso! Oye, y dime, ¿cómo es que sabes que eres un soñador? ¿Acaso has visitado algún clan dalishano y algún Custodio te lo ha hecho saber?

- En realidad... me lo han hecho saber los espíritus, Elentari. - aprovechó el momento para corregir el error anterior al llamarla según su título. Sin embargo, esta vez, la maga pareció no notarlo, entusiasmada como estaba.

- No he tenido demasiado contacto con clanes dalishanos en el pasado. No podría decirte demasiadas cosas acerca de éstos... Tú sabes más que yo al respecto.

- ¿¡Los espíritus!? - cortó su discurso. - ¿En serio puedes hablar sin peligro con ellos?

- Siempre tomo las precauciones necesarias cuando lo hago. No estoy seguro si existe situación en donde el peligro sea nulo...

- ¡Ay! ¡Es que no me lo puedo creer, Solas! ¡Se dice que los soñadores pueden controlar el Más Allá! ¿Tú puedes hacerlo?

- Eso es asumir demasiado. - ella dejó caer su cabeza hacia atrás y rio con soltura por el entusiasmo.

Solas la miró algo confundido, ¿realmente era tan novedoso tener a un soñador vivo por estos tiempos?

- ¿Por qué te resulta tan... peculiar... saber que soy un soñador?

- ¿No lo entiendes? - Elentari volvió la mirada sobre él y sin borrar la sonrisa se lo explicó. - Se dice que los soñadores son magos excepcionales, con mucho poder sobre el Más Allá... y que por ello, hay una tendencia marcada a atraer demonios y acabar... bueno... ya sabes...

- Oh, ¿poseídos? - ella asintió. - Ya veo...

Solas guardó silencio por un momento. Quizás no era sensato decir al resto de la Inquisición que él era un somniari.

- Elentari... entonces... ¿podría pedirte discreción con esto que he compartido contigo? - ahora la dalishana borró aquella sonrisa y lo miró atenta. - Es que... ya soy un mago apóstata rodeado de fuerzas de la Capilla en medio de una rebelión de magos y que... ha... matado unos templarios durante la noche... entenderás por qué es necesaria la precaución.

La expresión en el rostro de la mujer, de pronto, borró aquella inocencia anterior para virar hacia una determinación implacable.

- Solas... has venido aquí a ayudar. No permitiré que usen eso en tu contra.

Sonó tan determinada que lo conmovió.

- Gracias.

Se preguntó cuál era su plan para proteger al Lobo Terrible, pero no iba a meterse en ese lío en este momento.

- Oye, ¿y cómo está tu herida? – volvió a hablar a lado. Solas se giró hacia ella y la vio desviar la mirada sobre su vendaje. Las pestañas oscuras ocultaron sus ojos amarillos y él siguió los movimientos de Elentari para echar un vistazo, también, a su abdomen.

La venda estaba empapada en sangre, eso le hizo hacer una pequeña mueca que, por supuesto, ella no pudo ver. Cayó en la cuenta de la cantidad de sangre que había perdido y la necesidad apremiante de cambiar el vendaje. Y, por primera vez, Solas dejó que su atención se posara sobre el interior de la tienda...

El sitio donde había yacido acostado tenía un manchón de sangre ya coagulada, a un costado había un cuenco con agua roja y paños sucios ubicados cuidadosamente en un rincón. Cinco frascos vacíos de pociones curativas ubicados con orden inmediatamente por delante de los paños.

El apóstata hizo otra mueca. Evidentemente... la herida había sido más peligrosa de lo que era capaz de asumir.

- Te han atravesado con la espada, ¿verdad?

- Quizás.

La dalishana levantó la mirada y la dejó sobre él. En sus ojos se dibujaba la intención de ofrecerle ayuda, pero Solas no deseaba involucrarla en ningún tipo de cuidado. De hecho, ya se sentía bastante apenado por el desastre que había provocado en la tienda de la Buscadora.

- Pero, ahora me siento mucho mejor. - se apuró en aclarar.

- Deberías... - ella dudó, pero al instante se corrigió. - Deberíamos cambiar ese vendaje, Solas.

- Si quieres ofrecerme ayuda, prefiero lirio. - la vio sonreír casi por obligación.

- No tengo lirio encima.

El elvhen notó que la dalishana estaba dispuesta a ceder a sus demandas, eso le hizo curvar sus labios en una media sonrisa traviesa que la obligó a poner atención en él.

Era una faceta distinta de Solas, una que no había compartido con Elentari antes. Estaba dispuesto a negociar con ella. - Podríamos hacer una cosa... Si me traes otro vial... te mostraré cómo contactar con espíritus sanadores...

Elentari alzó una ceja, divertida. - Eso suena a chantaje, Solas.

- En verdad, es simplemente oportunismo.

Chapter 25: Sostener el control

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Vio cuando Elentari ingresó con entusiasmo al interior de la tienda y se arrodilló a su costado con aquella sonrisa que simplemente parecía incapaz de ocultar. En su mano derecha portaba el vial con el líquido azul que se la mostró como si esperase que él la celebrara por haber hecho lo que había solicitado.

- ¡Aquí está! - la oyó exclamar, aun riendo. - Ahora... quiero que me muestres todo acerca de tu magia de soñador.

Elentari se acomodó a su lado. No dejaba de sonreír, de hecho, sus ojos dorados parecían brillar con mayor intensidad. Estaba entusiasmada.

- "Todo" es una pretensión demasiado ambiciosa, Elentari. – molestó y tomó el vial, vaciándolo de un sorbo. La vio desaprobar su acto con un gesto sutil en los labios, pero Solas no supo por qué. Después, ella tomó el frasco vacío para acomodarlo al lado del resto y él notó que llevaba una pequeña mochilita en la espalda, que antes no había poseído.

- Bien... - la mujer volvió a su lado, se sentó sobre las piernas y se quitó la mochila para comenzar a extraer su contenido. Por supuesto, era vendaje y paños limpios.

Antes, se había sentido incómodo ante la idea de permitir que lo ayudara a cambiar el vendaje, pero ahora... la incomodidad del inicio se fue diluyendo y ya no estaba tan seguro de mostrarse completamente en desacuerdo con aceptar esa ayuda en cuestión. Había algo en ella que lo intrigaba.

- ¿Crees que te dolerá mucho cuando te quite el vendaje?

Él guardó silencio. Sabía que iba a doler, pero ya no había gran peligro. La peor parte ya había pasado. Ahora, posiblemente, debería ocuparse de los tejidos de sostén de su abdomen, la musculatura y la piel. Era algo complejo, que requería conocimientos profundos de anatomía (que él los tenía, claro) y sería mucho más sencillo si involucraba a los espíritus sanadores para un trabajo tan minucioso, pero no del todo prudente. Sin embargo, como aquel había sido el trato con la dalishana, iba a tener que hacerlo.

Solas suspiró y contrajo su musculatura abdominal para sentarse en su sitio.

- Dolerá. Pero lo soportaré.

Elentari acomodó un cuenco a su lado y lo llenó con agua limpia, luego extendió sus manos sobre el vendaje para palpar y localizar el sitio donde se sujetaba a su cuerpo. Cuando pareció encontrarlo, desanudó con mucha delicadeza los extremos y lo liberó.

La Buscadora había hecho un buen trabajo, la presión había sido la adecuada.

Solas no pudo intervenir en esta parte, puesto que lo había anudado casi sobre la región lumbar.

Lentamente, ella comenzó a desenrollar con paciencia. La sangre en el vendaje se había secado por sectores, aunque los más próximos a la piel de él aún se encontraban húmedos y tan rojos como cualquier herida con sangrado activo.

- Solas... - susurró sin quitar la atención de su tarea y continuando con delicadeza.

Para él resultaba evidente que no pocas veces había vendado y cuidado a otras personas, seguramente en el interior de su clan. Notaba que lo hacía con suficiencia. - Para que puedas mostrarme cómo trabajas con los espíritus, ¿te dejo sin vendaje? - levantó su mirada y la posó sobre él. En el brillo de sus ojos Solas reconoció curiosidad, y algo más, pero entonces Elentari desvió la mirada y se ocupó de remojar los paños limpios en el agua.

- Sí, será más didáctico de ese modo.

Elentari guardó silencio durante un instante tras oír su respuesta. Poco después, un rubor sutil le subió a las mejillas y volvió a concentrarse con rapidez en la venda manchada.

Solas notó cómo se iba tensando a medida que retiraba el vendaje, capa por capa. Vio sus ojos recorrer la forma de su cuerpo con una curiosidad que no intentaba disimular. Ella observó sus hombros, apretó la mandíbula y continuó. Finalmente, desvió la mirada hacia sus brazos. Aquello le resultó... interesante. No había razón para mirar allí; no llevaba vendajes en ese sitio.

Aun así, no intervino. La curiosidad era mutua.

Cuando terminó de retirar el vendaje por completo, Elentari se tomó su tiempo para observar su abdomen. Quizás por reflejo, Solas también bajó la mirada hacia sí mismo. Al despertar en Thedas, su cuerpo había perdido buena parte del volumen muscular tras el letargo milenario, pero durante el último año había estado lejos de la inactividad. Primero con sus Agentes Rebeldes y luego dentro de la Inquisición, no había hecho más que entrenar con constancia.

Ahora distinguía unos abdominales definidos y músculos con mucho más tono que al salir del letargo... aunque todavía no era el cuerpo al que estaba acostumbrado. Solas solía portar mayor volumen, demasiados enemigos soñaban con verlo caer, y él necesitaba una respuesta inmediata para zafarse de cualquiera.

Cuando devolvió la atención a ella, notó el rubor intenso que la había atrapado. Incluso las puntas de sus orejas estaban rojas. Aquello estuvo a punto de arrancarle una sonrisa.

Con rapidez, Elentari tomó los paños limpios y los sumergió en el cuenco con agua, que le extendió con un gesto algo brusco. Algunas gotas cayeron al suelo.

Solas lo tomó con parsimonia y comenzó a limpiar cada sector de su cuerpo. Aprovechó el movimiento para mirarse una vez más. Bien... podía concluir que estaba en forma. Estaría mejor cuando todo esto terminara. Quizás, incluso, como estaba acostumbrado.

Introdujo el paño manchado de sangre en el cuenco y volvió a pasarlo por su piel, plenamente consciente de que Elentari había dejado de mirarlo para clavar los ojos en sus propias manos. Aquello casi le arrancó, una vez más, una sonrisa maliciosa, pero se contuvo.

¿Qué le ocurría a la muchacha? ¿De verdad se había intimidado por la desnudez de su torso?

Una sensación de deleite, tan cuestionable como conocida, lo recorrió. Era su ego manifestándose, por supuesto. Lo reconocía con la misma claridad con la que reconocía una corriente arcana.

Pero era imposible negar la ironía.

Cuando despertó en este mundo, jamás imaginó que terminaría provocando una catástrofe con su Orbe, infiltrándose en la organización que pretendía repararla... y, para colmo, intimidando a la actual heroína del continente con nada más que su presencia.

Claro que, tratándose de él, su presencia nunca había sido simple. Y aun así (o precisamente por eso) no iba a permitir que ella quedara atrapada en una incomodidad innecesaria. Solas sabía exactamente cómo suavizar un momento tenso; era, después de todo, un arte que había practicado durante eras enteras...

Así que hizo lo que mejor sabía hacer, adoptó un gesto medido, calculado, casi amable, y le facilitó el momento con una explicación arcana. Sabía que ese tipo de conocimientos la intrigaban; sabía también que ofrecerle algo que pudiera comprender y controlar la devolvería a terreno firme. Y, por supuesto, sabía que eso la haría sentirse cómoda otra vez a su lado.

- Habitualmente resulta didáctico mencionar al Velo como una barrera entre los dos mundos...

Elentari levantó la mirada, notó cómo sus hombros se relajaron y lo miró con el interés con el que, últimamente, solía hacerlo cuando lo escuchaba hablar.

- Sin embargo - siguió él - es, en verdad, un campo de interferencia que contiene separadas las fuerzas del Más Allá por encima de éste. – ella asintió. - Es un error común creer que todos los espíritus desean venir al mundo despierto, una afirmación de ese tipo no sería precisa.

- ¿No?

- No. Muchos de los espíritus se encuentran a gusto en el interior de su reino y, de hecho, se adentran lo suficiente para evitar verse influenciados por nuestras emociones. - la notó arquear las cejas, como si le costara hacerse a la idea de que no todos los espíritus estaban interesados en los vivos. Un hábito extendido por estos tiempos...

- En cuanto a la magia curativa, no es ningún secreto que los mejores magos especializados en ello invocan espíritus sanadores para obtener su fuerza y beneficio.

- ¿Tú eres un mago sanador?

- Afirmarlo sería limitar mis habilidades. - aseguró Solas. - Sin embargo, por mi condición de somniari soy capaz de invocar con mayor facilidad a los espíritus de la sanación y obtener los beneficios.

Elentari asintió. Entonces Solas enderezó la espalda, adoptando una postura deliberadamente abierta. Fue evidente que (esta vez sí) le estaba dando permiso para mirar. La observó ruborizarse de nuevo... y, con maestría, intervino antes de que la incomodidad creciera.

- Mira mi abdomen, Elentari. Observa mi herida. – indicó con calma.

Ella asintió, aunque su vergüenza era tan visible como el color en sus mejillas.

Estaba resultando más difícil de lo esperado lograr que Elentari se concentrara en sus explicaciones. Solas decidió probar con un tono más pedagógico... más académico.

- Ahora bien – prosiguió con el tono de un experto a punto de otorgar una lección - necesitaré la colaboración de los espíritus sanadores para cerrar estas heridas con eficacia. El secreto está en comprender la anatomía élfica.

La miró de reojo y comprobó, con satisfacción, que lo observaba con sorpresa.

Perfecto. Que vuelva a verme como académico y no como... hombre.

- El objetivo del sanador es anticipar qué zonas han sufrido daño y cuáles requerirán mayor intervención.

Ella asintió, esta vez con verdadera atención.

- Aun así - continuó Solas - incluso si carecieras por completo de conocimientos anatómicos, podrías ejecutar un hechizo de sanación. Los espíritus pueden suplir tu falta de entendimiento. Los magos somos, en esencia, un canal que facilita el efecto. ¿De acuerdo?

Elentari volvió a asentir.

- Bien. Ahora debo solicitar la colaboración de los espíritus para cerrar estas heridas correctamente y reincorporarme al equipo sin retrasos.

Ella lo miró con genuino asombro.

- ¿Eres tan bueno que luego no tendrás dolores?

- Por regla general, solo las heridas óseas conservan el dolor cuando la curación es impartida por un mago sanador competente - aclaró. - En mi caso, esta vez no he sufrido ese tipo de lesión, por lo que es poco probable que queden secuelas... si dejamos de lado el agotamiento propio de la pérdida de sangre.

La dalishana asintió en silencio.

- Para lograr la sanación – continuó - no es necesario ingresar conscientemente al Más Allá, ni mucho menos. Basta con interactuar con el Velo y facilitar el influjo arcano adecuado.

- ¿Me explicarás cómo? - preguntó ella.

Solas le sonrió con un afecto medido, como lo haría un maestro frente a un alumno aplicado. Sin embargo, Elentari volvió a avergonzarse; desvió la mirada, carraspeó con incomodidad y se obligó a sostenerle los ojos una vez más.

Mmm... no.

Ese día estaba demasiado distraída como para absorber una lección completa.

- ¿Cómo logras conectar con los espíritus, Solas? - insistió ella.

- Del mismo modo que cualquier mago sanador - respondió con calma. - El hecho de que sea somniari solo facilita el contacto inicial, pero no me concede una ventaja real sobre otros practicantes.

- ¿Sabes? Antes de que compartas todo esto conmigo, pensé que ser un soñador era algo... peligroso y poderoso... Lo pensaba como una "maldición", ¿entiendes? Pero tú lo haces sonar como algo... no sé... como un don, un beneficio.

- Para mí lo es. La clave está en saber interpretar a los espíritus y comprender que su naturaleza no es maligna, al contrario...

- ¿Me contarás también sobre ellos? - Solas sonrió una vez más, pero esta vez, ella no se incomodó.

- Si estás interesada, seguramente, lo haré en el futuro.

- Pero ¿no ahora? - rio Elentari con soltura.

- Ten un poco de piedad. Acabo de despertar de un ataque templario. - molestó y esta vez la sonrisa de Solas fue visiblemente burlona, eso hizo reír a su lado, otra vez.

- Tienes razón. - desvió la vista durante un segundo, la vio acomodar sus cabellos y volver a mirarlo. - Bueno, ¿y cómo te curas?

Solas colocó ambas manos frente a su abdomen, esperó que ella prestara atención, liberó su aura dejando que sus palmas se rodeasen de la coloración celeste que solía caracterizarlo y, casi en un instante, su abdomen fue sellando cada tejido separado hasta mostrar una piel inmaculada y sin cicatriz. El momento no tuvo nada alocado o novedoso, Elentari hizo una mueca y lo miró sintiéndose estafada.

- ¿Es solo eso? - se quejó. - ¡Pero eso lo hago yo cuando hago magia!

Ahora fue él quien rio a su lado con soltura. - Me has preguntado cómo lo hago y te lo he mostrado. Yo no soy responsablelave que tú formules mal las preguntas...

Ella también rio, sorprendida. - ¿Y qué su supone que tendría que haber preguntado?

- Algo más interesante que solo pedir que te muestre lo que tú también haces... Por ejemplo, podrías haberme preguntado acerca del maná en la sangre de los magos, el Velo, los espíritus y, por supuesto, cómo se conecta cada uno para lograr encausar la magia curativa en el plano material. - molestó. - Pero no tiene sentido explicarlo si no eres tú quien razona. - entonces se giró hacia un costado para apoyarse sobre su mano izquierda y con la derecha tomar su camisa (manchada en sangre seca) y la vestimenta que había tenido durante el ataque.

Elentari vio que se colocó la camisa por encima. - Oye, ¿qué haces? ¿En verdad no me lo vas a decir?

- Por supuesto que no. - respondió Solas cuando terminó de cubrirse el torso. - Aprende a hacer las preguntas adecuadas cuando tienes la oportunidad de obtener respuestas de un somniari... - la desafió con tono burlón y una malicia no contenida. Sobre sus labios dibujó aquella sonrisita elegante que comenzaba a permitirse compartir con ella.

- ¡Ese no fue el trato, Solas! - se quejó con fingida ofensa, aunque también sonreía a su lado.

- Oh, ¿sí? ¿Y cuál crees que fue el trato?

- Si te traía lirio me ibas a contar cómo lo haces.

- Si no recuerdo mal... que no lo hago... - advirtió juguetón - Creo haberte dicho que te "mostraría" cómo contactar con espíritus sanadores. Lo cual, he hecho. Además, he de aclarar que "creo haberte dicho", fue solo un modo educado de decir: estoy seguro de que te lo dije.

- ¡Eso es trampa y lo sabes!

- No. No lo es. Te otorgué la oportunidad de aprender más acerca de ello y tú formulaste mal las preguntas. Yo he cumplido con mi parte del trato. La explicación hubiese sido un aditivo en agradecimiento por tu preocupación por mi bienestar si hubieras sabido aprovecharla. - volvió a burlarse.

- Eres un tramposo... - ella se quejó, él le sonrió.

Solas se puso en pie y Elentari lo imitó sin ser capaz de borrar la sonrisa.

- ¿De verdad no me lo dirás?

- Me molesta tener que repetirlo tanto. -- dejó escapar un suspiro de fastidio. - No, no lo haré.

Entonces la dalishana se cruzó de brazos. - Eres un tramposo.

- Me lo han dicho antes... pero no es trampa si te venzo con astucia.

- No sabía que estábamos batallando.

- Quizás deberías considerar que cualquier escenario puede ser una batalla silenciosa, Elentari...

- ¡Jah! - refunfuñó, aunque sin duda, divertida. - Eres un tramposo.

- No. No lo soy. Tú has perdido la oportunidad de conocer ciertas explicaciones por no pensar antes de hablar. La próxima vez, quizás, deberías hacerlo... - concluyó, una vez más, en tono irónico.

- No me lo creo.

- Empieza a creerlo. - sentenció y, entonces se dispuso a ordenar un poco el interior de la tienda de la Buscadora de la Verdad, sin borrar su medio sonrisita triunfante. No le pidió a la Heraldo de Andraste que lo ayudara, pero ella lo hizo de todos modos.

Y, entonces, entre quejas ocasionales, contraataques astutos y risas cómplices, ambos pasaron buena parte de la mañana encerrados allí, favoreciendo las habladurías del pueblo y sin considerar aquel detalle.

Chapter 26: Conejo

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Mercado de Val Royeaux, Imperio de Orlais, 9:41 del Dragón

Era una mañana soleada cuando la Heraldo de Andraste y su grupo alcanzaron la capital del imperio de Orlais, Val Royeaux.

Orlais era un país conocido por su nobleza extravagante y por ser la cuna de la Capilla. Ambicioso y rico, era la nación humana más poderosa de Thedas.

A Solas le resultaba irónico que así fuera. En otro mundo, en otra época, aquel lugar no había sido más que un lastimero conjunto de tiendas de cuero aceitado y barro, pobladas por humanos andrajosos que vendían collares de cuentas hechas de hueso... un sitio con un olor tan desagradable que él había evitado visitarlo siempre que había sido posible.

Sin embargo, los conocimientos del pasado no le resultaban útiles en el presente. Por ello, Solas había leído durante el último año acerca de las costumbres orlesianas y había visitado muchos recuerdos para hacerse una idea acertada. Los títulos y escudos de la nobleza eran tan abundantes como su moda actual, que incluía el uso de cosméticos, máscaras elaboradas y un estilo de vestimenta complejo... aunque innegablemente colorido.

La Heraldo de Andraste no había sido la excepción a la regla. Josephine y Leliana se habían encargado rigurosamente de vestirla con una armadura liviana tan extravagante como cualquier atuendo orlesiano, con terminaciones de manufactura enana y una mezcla de metales que contribuía a esa apariencia vistosa que tanto apreciaban en Orlais. De los detalles de la cultura élfica, ni rastro, por supuesto.

Solas no lo consideraba una elección acertada; para él, rozaba más la apropiación cultural que la diplomacia. Pero, en fin... como él no era realmente un habitante de Thedas, ¿quién era para contradecirlas?

- Oye, Solas... - Elentari murmuró acercándose hacia su oído antes de atravesar la gran puerta que conectaba la avenida inspiradora con el bazar del interior. - ¿Algún consejo antes de enfrentar a las sacerdotisas?

Cassandra se había adelantado para echar un vistazo antes de que la herética elfa dalishana profanara suelo sagrado.

- El objetivo principal es demostrarles que tú no eres el monstruo que ellos quieren que el mundo vea.

- ¿Y cómo lo hago? Soy dalishana.

- Que tus raíces sean tu orgullo, Heraldo. No tu vergüenza. - ella hizo un gesto de disgusto cuando no la llamó por su nombre, él no se molestó en recordarle que habían pactado respeto por su envestidura en público. - Recuerda que la Capilla de Val Royeaux comenzó y ha continuado siendo una organización predominantemente humana. - ella asintió. - Y que considera que otras razas están más alejadas del Hacedor.

- Sin embargo... una elfa dalishana es su Heraldo. - señaló ella, muy consciente de lo tonto que era aquello.

- Sí, irónico, pero es lo que tenemos. - respondió él con un encogimiento de hombros. Elentari soltó una sonrisita, él también.

- La Capilla cree que el Hacedor no regresará hasta que incluso los qunari canten en su nombre. - intervino Varric con descaro, sumándose alegremente a la blasfemia.

- Para los fieles, - continuó Solas con un tono que mezclaba burla y erudición - se considera que las otras razas son aún más dignas de salvación, por tanto, si interpretas bien tu papel, podrías llegar a lograr algo favorable para la Inquisición.

- Pero eso sería mentir...

- Sería... - hizo un gesto impreciso con la mano que sostenía el bastón de mago. - Sí, mentir.

Ella puso los ojos en blanco.

- No lo veas como una mentira, pequeña. - intervino el enano. - Más bien como la confección de un relato.

- Mentir. - repitió ella, testaruda.

- No. - negó Varric con falsa solemnidad - Nuestro objetivo no es decir que tú eres la Heraldo de Andraste...

- Es evitar negarlo. - remató Solas con rapidez, el enano soltó una carcajada, él le sonrió.

- ¿Saben? Hoy no ayudan en nada.

- Es que con esos colores llamativos, no necesitas ayuda de nadie - se burló Varric, señalando el atuendo orlesiano. Solas dejó escapar una risita maliciosa. Él y el enano intercambiaron una mirada cómplice, porque ya se habían burlado de eso en privado.

Justo a tiempo, la Buscadora volvió a reunirse con el grupo. Les lanzó una mirada asesina en cuanto escuchó las risitas de los tres, y de inmediato todos tomaron distancia unos de otros, como si jamás hubieran estado compartiendo una broma.

- Solas, ¡por el hálito del Hacedor!, guarda ese bastón de mago.

Oh, sí. Qué torpe. Solas obedeció sin protestar. Varric soltó una risita a su lado, y Cassandra se cruzó de brazos, claramente irritada.

- ¿Tengo que recordarles que la ciudad se encuentra de luto? - interrogó la guerrera, con el ceño fruncido. - ¿Que yo estoy de luto?

- Acepta nuestras disculpas. Tienes razón. - intervino Solas, adoptando su tono más formal.

- ¿Has visto algo de interés, Cass? - preguntó Elentari.

Ella asintió.

- Me he reunido con una agente de Leliana. Me ha dicho que las madres de la Capilla nos esperan, pero también hay una gran cantidad de templarios.

- Oh, mierda. ¿Cómo no trajimos a Ricitos con nosotros? - se lamentó Varric.

Cassandra resopló con fastidio. - La gente parece pensar que los templarios están aquí para protegerlos de... nosotros.

- ¿Nosotros? - dijo la dalishana. - Querrás decir más bien de mí.

- No, de nosotros, Elentari. La amenaza es la Inquisición, tú no eres más que la Heraldo.

Nada más...

- Bueno... - estaba diciendo Varric justo cuando una ciudadana pasó junto al grupo, les echó un vistazo rápido y aceleró el paso, como si acabara de cruzarse con un ladrón en plena noche y en una calle desierta. - ... No estoy seguro... pero tengo la impresión de que todos ya saben quiénes somos.

- Tus dotes de observación nunca dejan de sorprenderme... Varric.

- Discúlpame, Buscadora. - intervino Solas. - Pero, ¿qué ha sido de la agente de nuestra maestra espía?

- Le he dicho que volviera a Refugio. - ella hizo una mueca de disgusto mientras avanzaba. - Alguien debe informales si nos... retrasan.

Perfecto. Solas no quería ningún agente de Leliana dando vuelta en este día por el bazar de Val Rayeaux. - Me parece una decisión acertada.

Entonces, el grupo atravesó la avenida y, finalmente, alcanzó la gran puerta.

En contraste con el pasado, Solas descubrió un cambio encantador en el mercado de aquel lugar. Se extendía imponente ante ellos, decorado con estatuas llamativas y hermosas, repleto de puestos de comercio y de un sinfín de transeúntes que recorrían sus calles a distintos ritmos. El aroma, por fin era agradable.

Sin duda, Val Royeaux albergaba una arquitectura espectacular, y Solas siempre había sido un gran admirador de las cosas bellas en cualquier mundo. En contra, y como Cassandra ya había adelantado, el mercado se encontraba atestado de templario este día.

Bien. Muchos templarios, muchos ciudadanos... el caos perfecto para escabullirse y buscar información por su cuenta.

No supo decir si lo hizo porque lo sentía necesario o porque, sencillamente, había días en los que despertaba caprichoso. Pero Solas se acercó a Elentari y, situándose a su lado, le susurró:

-Te irá bien, Heraldo. Confía en ti. - ella giró de inmediato, con una pregunta en los labios, dispuesta a averiguar a dónde iba, pero él solo le dedicó una sonrisa con cierto aire de altanería... y se desvaneció entre la multitud.

Cassandra y Varric, que marchaban unos pasos por delante de la Heraldo, ni siquiera lo notaron. A ella no le quedó mas remedio qué seguir al resto.

Rápidamente, Solas se dirigió hacia uno de los laterales de la zona baja del mercado. Conocía el lugar, ya que uno de sus agentes había hecho reconocimiento previo. Mientras avanzaba entre el gentío, comenzó a quitarse discretamente parte de la armadura liviana; aprovechando cada roce con los transeúntes, fue guardando las piezas en su mochila con movimientos precisos, hasta quedar cubierto solo con una floja camisa blanca de hilo y su pantalón oscuro.

Al llegar a la sombra de un árbol de tronco grueso, se recostó contra él, se giró y, con una rapidez profesional, tomó una peluca de cabello oscuro del interior de su mochila. Ocultó sus orejas puntiagudas lo mejor que pudo bajo el nuevo peinado. Era un detalle menor, pero suficiente para pasar inadvertido en la multitud hasta llegar a la cantina.

Durante todo el proceso, el corazón le latía con una intensidad inesperada. El vigor recorrió su cuerpo y, antes de poder contenerlo, Solas se descubrió sonriendo. Había algo en el disfraz, en el caos, en el sigilo... que lo hacía sentirse joven otra vez mientras se escabullía de sus compañeros.

Quería información.

"Me encontrarás aún buscando a alguien que me dirija. ¿Puedes guiarme a mi rebelión interna? Prometo sobrevivir a la Brecha", se oía la voz masculina y afinada de un trovador en la distancia.

Solas, con paso firme pero acelerado, ingresó en la cantina. Sin perder tiempo, tomó una moneda de bronce y se dirigió hacia el artista que interpretaba con destreza aquella melodía.

El músico, un hombre élfico de cabellos rubios y vallaslin de Mythal, exhibía frente a sus pies la funda de su laúd, rebosante de monedas relucientes. En el centro había un repasador blanco y una pequeña bandeja. Fen'Harel se agachó para dejar la moneda, liberó sus orejas... y, con la misma naturalidad del gesto, tomó ambos objetos.

"Hacedor, recuérdame que ya ha pasado el tiempo de paz. Ahora habitamos en la gran división" continuó la voz del Trovador Dorado.

Ahora, Fen'Harel era un sirviente, uno que no pertenecía a ninguna casa noble, por eso no llevaba máscara. No tenía mucho tiempo, pero sabía lo que debía hacer.

Bandeja en mano, destreza impoluta, se encaminó al interior y se paró frente al posadero.

- ¿Eres nuevo por aquí conejo? - gruñó el hombre. "Conejo" era una forma más amistosa que tenían los shemlen de referirse a los elfos.

- No, señor. - respondió él y agachó la cabeza para dejar claro su respeto. En todos lados, pero especialmente en Val Royeaux, la jerarquía entre los sirvientes era estricta y clara.

- Bah, es que todos ustedes me parecen iguales.

- Claro, señor.

- Ve a la cocina. Allí te espera el pedido de nuestro lord. - Fen'Harel asintió una vez más y se encaminó a su destino.

El interior de la cocina tenía su característico calor sofocante, mientras los platos de cada uno de los clientes eran preparado con rapidez y gran habilidad. Este lugar era uno de los favoritos de los nobles orlesianos, y donde las intrigas de la corte solían tener lugar.

Una elfa menuda, con el rostro libre de vallaslin y con una bandeja llena a rebosar sobre la palma de su mano se acercó a él.

- Oh, el Trovador Dorado. ¿Acaso no es el hombre más atractivo que has conocido?

- Tiene su encanto. - respondió Fen'Harel.

- ¿Cuál es tu parta favorita de "Alzamiento"? - ese era el nombre de la canción que había estado interpretando el artista. Y la clave para él.

- "No prometo sobrevivir a la Brecha en el cielo".

- Oh... todos los finales tienen lo suyo. - entonces la mujer lo golpeó sobre el pecho, simuló que casi se le caía lo que cargaba. El cocinero puso el grito en el cielo, Fen'Harel con rapidez marcial la ayudó a evitar el desastre (igual recibiría azotes, de eso ambos estaban seguros) y, por fin, ella continuó su camino, pero ahora él tenía una nota en su mano.

- ¡Ven aquí! - gritó el cocinero a Fen'Harel. - ¿Es que a todos ustedes el Hacedor los ha creado idiotas?

- Lo siento, señor.

El hombretón le dio un empujón, regaló unos cuántos insultos, mientras cargaba la bandeja del Lobo Terrible, sin prestarle atención. Su error. Fen'Harel se retiró de inmediato.

Con paso seguro, salió del interior de la cocina. El Trovador Dorado comenzó a interpretar "Yo soy el Elegido" y, mientras el posadero gritaba "Conejo, conejo", el trovador rasgó con fuerza las cuerdas del laúd invitando a los presentes a sumarse a un pequeño baile. Justo en ese instante de locura, se oyeron unos gritos a lo lejos. Todos los presentes de alarmaron, algunos poniéndose en pie, otros abandonando el sitio para observar. El posadero bramó desesperado en un tonto intento de que nadie se fuera sin pagar. Solas solo deseó que el alboroto no tuviera que ver con la Heraldo, pero lo más probable era precisamente lo contrario. Apretó el paso, y desapareció de aquella cantina.

Una vez vuelto a la armadura liviana del apóstata errante, y mientras apretaba el paso para llegar junto a la Heraldo de Andraste, se permitió echar un vistazo a la nota.

La caligrafía era firme y bonita. Él conocía a la perfección la escritura de ella. Enleathenera. Fuego del Velo. El mensaje estaba oculto.

Solas volvió con el equipo. No podría leer hasta encontrar una fuente.

- ¿Es que el lord buscador Lucius se ha vuelto loco? - oyó la voz de Cassandra.

- ¿Hasta qué punto lo conoces? - esa fue Elentari, su voz sonó preocupada. Varric se giró a mirarlo, Solas inclinó suavemente el rostro saludando. La Buscadora respondió.

- Se puso al frente de los Buscadores de la Verdad hace dos años, tras la muerte del lord buscador Lambert.

Fuego del Velo. Solas tenía que encontrar Fuego del Velo.

Chapter 27: Josie, yo me encargo

Chapter Text

Pueblo de Refugio, Reino de Ferelden, 9:41 del Dragón

La Heraldo de Andraste y su equipo habían partido hacia Val Royeaux para contactar con las sacerdotisas e intentar convencer de que la Inquisición era la mejor oportunidad que tenían para resolver el problema con la Brecha y, por lo que Cullen sabía, ya estarían de regreso en estos momentos hacia Refugio.

Él había finalizado la lectura del informe que uno de los agentes de Leliana le había entregado. Se trataba de uno de los dos testigos presenciales que habían sobrevivido a un extraño evento ocurrido noches atrás, en las afueras del pueblo de Refugio: Solas, el mago apóstata y especialista en las fuerzas del Más Allá y el Velo, había masacrado a cinco soldados templarios en circunstancias... difíciles de explicar.

Cullen tenía ante sí ambos informes. Uno, escrito por el propio Solas. El otro, del agente de Leliana.

El agente mencionaba un mago cubierto por un escudo mágico y una bola de luz por encima del hombro izquierdo. Solas, mencionaba un escudo espiritual y una voluta. Coincidían. Luego, el agente de Leliana comentaba un ataque por parte de los templarios que incluyó solo golpes bravos contusos, pero sin poder templarios... y al parecer, sin intención de dejar consciente al oponente. Escribió: "es posible que hayan querido asesinarlo. Le estaban dando una buena paliza." Según el informe, en el mismo instante en que los templarios hicieron uso de sus habilidades, el mago atacó.

Solas, comentaba lo mismo, pero agregaba que ante la agresión explicó en dos oportunidades que era miembro de la Inquisición a sus atacantes y ante la herida abdominal que recibió y el bloqueo de su conexión con el Más Allá, se vio obligado a comandar su maná y provocar un ataque arcano. Manifestaba ser consciente que el volumen arcano gobernado había sido exagerado pero que, en aquel momento y debido a que no contaba con experiencia personal en la disrupción de su magia debido al bloqueo templario, decidió usar la mayor cantidad de energía antes de ser totalmente bloqueado para liberarse de sus atacantes. También ofrecía unas disculpas muy educadas, manifestando que no había tenido intención de asesinar a nadie y mucho menos ocasionar problemas a la Inquisición.

Si bien Solas había otorgado más detalles, los relatos, volvían a coincidir.

Y luego llegaba esta parte:

El agente de Leliana describía un remolino verdoso, con luminiscencia "similares al color que emerge desde las grietas" que había envuelto al apóstata y destrozado a los atacantes en "un abrir y cerrar de ojos". Solas, mencionaba un manejo complejo de las fuerzas de su maná en sangre para mantener una porción del Velo lo suficientemente delgada y absorber, de ese modo, energía arcana controlada...

Y ahí estaba, precisamente, el problema... 

Si cinco templarios habían bloqueado a Solas no era posible que el mago haya sido capaz de conectar con el Más Allá, ¿cómo demonios había logrado conjurar entonces? Magia de sangre, no era. Cullen había sido templarios y conocía perfectamente los rastros que ese tipo de poder dejaba como prueba. Rastros de demonios tampoco se encontró, pero sí de magia... una gran explosión arcana. Y en esos rastros mágicos, Cullen identificó luminiscencias celestinas y verdosas, unos remanentes arcanos diferentes a todo lo que él había visto a lo largo de sus años de servicio en la Capilla. Y ahora, el comandante quería saber qué era aquello, pero Solas no estaba colaborando en absoluto frente a sus preguntas. Y eso le fastidiaba.

Los años dentro de la orden le habían otorgado un sexo sentido al comandante cuando algo no cuadraba entre magos. Y Solas… simplemente no cuadraba.

La puerta de la oficina del Consejo se abrió e ingresaron Leliana y Josephine. 

- Aquí tengo el informe final de la investigación. Solas es inocente. - sentenció Leliana dejando el conjunto de papeles sobre la mesa. - Cassandra cree que ha actuado en defensa propia y da fe de la ausencia de signos del uso de magia de sangre. Al parecer, nuestro apóstata no es maleficarum, aunque se lo haya acusado de ello.

Cullen guardó silencio y su mirada se posó frente a las dos declaraciones que sostenía.

- Me gustaría comentar un detalle, si me lo permiten. - siguió el tono apacible de Josephine cuando aquellos dos la miraron. - Nuestra Heraldo de Andraste se ha mostrado muy enfática en defenderlo. Lo ha hecho públicamente y...

- Ha pasado todo el día del evento en el interior de la tienda de Cassandra a solas con él... - finalizó Leliana. - ¿Ya corren rumores acerca de ellos dos?

- No, aún no. Pero debemos encaminar a Elentari en su comportamiento. La orden templaria ha hecho correr la voz de que son los únicos capaces de proteger a los inocentes de la Inquisición...

- ¿De nosotros? - intervino él. - ¿Han perdido de la cabeza?

- Hace bastante tiempo... - susurró Leliana.

- Nuestra Heraldo se desempeña perfectamente en el campo de batalla, - siguió la embajadora - su corazón está en el lugar adecuado, pero es... muy élfica... y demasiado arcana. Si queremos ganarnos el apoyo de los nobles en Orlais, debemos instruirla mejor en nuestras costumbres.

- Y en el Juego. - agregó, por supuesto, la maestra espía.

- ¿Podemos volver la atención sobre Solas durante un segundo? - pidió Cullen.

- ¿Qué te preocupa? - quiso saber Josephine.

- ¿Cómo es posible que un apóstata pueda asesinar a cinco templarios luego de una disrupción de su magia? Se los digo, jamás he sido testigo de un evento similar.

Leliana movió los hombros quitándole importancia a las preocupaciones de él. - Recuerda que eran templarios que no consumieron lirio, quizás sus habilidades eran mediocres. Y no portaban los escudos de la orden, ni las espadas. Lo atacaron con armas comunes. En cualquier caso, es la hoja templaria la que bloquea los ataques arcanos. Y te recuerdo, que una lo atravesó por completo y puso en riesgo su vida.

- Sí, lo sé. Sin embargo, eran cinco templarios Lel... no debió existir posibilidad en la que Solas fuera sido capaz de comandar magia como lo hizo. Tu agente describió un remolino que lo cubrió antes de lanzar los restos de templarios por los aires.

- Tengo entendido que nuestro especialista en el Más Allá tiene un don excepcional para comandar el hielo. - intervino Josephine. - Quizás se trató de buena fortuna que sucediera durante una ventisca...

- ¿Buena fortuna? ¡Hay cinco templarios muertos! - se quejó Cullen.

- Oh, vaya... - la vocecita rítmica de Leliana advirtió que daría un golpe. - ¿Quién es el que sigue poniendo su atención sobre nuestro apóstata? ¿El comandante o el antiguo templario?

- No me vengas con esas tonterías, Leliana. Solas estuvo presente y frente a nosotros el mismo día de la explosión, ofreció su ayuda a la Inquisición y ha sido fundamental en nuestros avances, pero se ha mostrado reticente a la hora de responder a mis preguntas. 

La maestra espía sonrió con desdén.

- Yo también tendría mis sospechas si un antiguo templario me interroga y soy una maga apóstata, Cullen. Por otro lado, Cassandra, que es una Buscadora de la Verdad, no ha encontrado nada sospechoso en él. Pero, dime, ¿qué es lo que te molesta? ¿Sus habilidades arcanas o el hecho de que pareciera ser que, como mago, actúa sobre los límites de lo que la Capilla considera "aceptable" respecto al uso de magia?

- Es peligroso que cualquier mago explore los límites de la magia.

- Para eso teníamos a los templarios... y tú ya no lo eres. - Leliana se cruzó de brazos y lo enfrentó.

- ¿Y tú desde cuándo eres una simpatizante ferviente de la causa de los magos libres? - ella le sonrió con desdén.

- No tienes idea de cuánto simpatizo... y ¿desde cuándo? Desde que conocí a mi mejor amiga durante la Quinta Ruina, una maga excepcional que tú bien conoces. - el comandante entrecerró los ojos frente al golpe bajo que acababa de asestar la maestra espía. 

Praianna, la guarda comandante de Ferelden, había sido una maga en el interior del círculo de Ferelden y él... él se había enamorado de ella. Ahora era solo un grato recuerdo.

- Ya que sacas el tema a relucir... - Leliana miró a Josephine. - ¿Cómo vamos con las relaciones de la Inquisición y las familias más influyentes de Orlais, Josie?

La embajadora sonrió con elegancia. - Vamos perfecto, Lel. Ya he logrado convencer a cuatro de las familias nobles para que apoyen nuestra causa. Tengo a tres con las que estoy manejando negociaciones, y he solicitado intervención de la corona fereldena para ajustar las alianzas.

- ¿Alistair ha aceptado participar en negociaciones con Orlais?

- Más bien, la reina Anora. El rey no ha respondido ninguna de mis cartas. - Leliana se llevó una mano sobre el mentón e hizo un gesto de disgusto.

- Qué sorpresa, Josie. No sabía que íbamos tan bien con las casas más influyentes del reino vecino. - fingió una sonrisa aliviada. - Así que, si todo sigue su curso, la opción de aliarnos con la facción templaria será una realidad en poco tiempo.

- Me he estado esforzando muchísimo para conseguir estas relaciones y ganarnos su confianza. Ha sido un trabajo minucioso, pero sabes que eso es precisamente lo que me gusta. - Leliana volvió dar una risa suelta.

- Si convencemos a diez de las familias más influyentes de Orlais el lord Buscador tendrá que responder ante la Inquisición. - sentenció Cullen, sintiéndose algo más aliviado con las noticias que volcó la embajadora en el interior de la sala del Consejo. - Eso obligará a los templarios a colaborar para cerrar la Brecha.

- Todavía tenemos que oír qué tienen los magos rebeldes para ofrecer. - intervino Leliana.

- Respecto a eso... - interrumpió Josephine. - Los nobles orlesianos se muestran dispuestos a colaborar con la Inquisición en honor a nuestra redentora Andraste. He dejado correr rumores acerca de Elentari y su marca... rumores que aseguran que ella es heraldo de nuestra profetisa.

- ¿Crees prudente aliarnos con los templarios? Hasta ahora, es la Capilla quien se ha mostrado abiertamente en contra de la Inquisición. - aclaró la maestra espía. - Sin embargo, si no lo hacemos, las casas orlesianas nos darán la espalda...

- No creo que tengan esa oportunidad si la Inquisición demuestra ser efectiva. Pero sí, nos costará mucho más ganarnos el favor de la nobleza, considerando que nuestra heraldo ya es una elfa dalishana y una maga apóstata...

- Bien, supongo que mi interés personal en las habilidades arcanas de Solas es menor con relación al trabajo que tenemos por delante. - cedió el comandante. - Es mucho más importante enfocarnos en la Heraldo... ¿creen que ella aceptará? Quiero decir, vamos a pedirle que finja ser alguien que no es.

- Debe elegir qué máscara quiere portar, y llevarla con orgullo, como lo hacemos todos. - aseguró Leliana.

- Como lo haces tú... - la contradijo el rubio. Su rectitud y su convicción eran reales. 

Leliana hizo un gesto desaprobatorio.

- En su posición, ella no tiene el lujo de evitar valerse de las apariencias, Cullen. Es peligroso que se muestre abiertamente como es, tanto para ella como para la Inquisición. Elentari debe ser la Heraldo de Andraste si queremos que algo de esto funcione.

- Quizás, lo sea... - susurró la embajadora y Leliana asintió.

- No "quizás", Josie, ella lo es... solo que sus creencias no la dejan ver la realidad. Pero Elentari es justo lo que necesitamos para hacer temblar al mundo.

- Para cerrar la Brecha. - interrumpió Cassandra que acababa de ingresar al interior de la sala con una armadura desgastada y sucia. Evidentemente, el grupo acababa de volver de su visita a Val Royeaux.

- ¡Cass! ¿Cómo les ha ido? - interrumpió Josephine con una sonrisa.

- Desastroso. - aseguró Leliana y Cassandra asintió. Cullen y la embajadora miraron a la maestra espía. - Uno de mis agentes me adelantó los resultados, pretendía comunicárselos, pero la conversación se ha ido por las ramas. - se excusó. - La Heraldo no ha logrado nada con las sacerdotisas y el lord Buscador se ha comportado como un idiota. - Cassandra dio un suspiro. - Los templarios han abandonado el sentido común y la capital... Por suerte, Josie está demostrando sus espléndidas habilidades de embajadora moviéndose con rapidez entre los nobles orlesianos para lograr el apoyo que la Inquisición requiere si desea obligar a los templarios a actuar.

- El lord Buscador Lucius no es el hombre que recordaba. - compartió la Buscadora. - Se ha llevado a los templarios a algún sitio que tienes que situar, Leliana. Debemos investigarlo.

- No todos los templarios lo apoyarán... habrá modo de obtener información. - agregó el comandante.

- Fiona se nos aproximó al retirarnos de la capital. - comentó Cassandra. - Nos invitó a reunirnos con los magos rebeldes en Risco Rojo para ofrecer el poder de su facción en apoyo a la Inquisición

- Entonces Elentari bien podría ir simplemente a buscar los magos libres. - insinuó Leliana. - Y dejar de lado al lord Buscador y la orden templaria.

- Es una posibilidad. - agregó la embajadora. - Los magos podrían merecer el riesgo...

- ¡La rebelión de los magos podría ser diez veces peor! - se quejó el comandante. - Ya hemos visto la fuerza de un solo mago apóstata noches atrás...

- Y aquí vamos otra vez... - susurró mostrando disgusto Leliana. - Cassandra, ¿podrías decirle a Cullen que Solas no es un maleficarum?

- ¡Jamás he dicho eso, Leliana! - se molestó Cullen frente a la mentira que acababa de soltar la maestra espía, y ella lo sabía.

- Solas no practica magia de sangre, Cullen...

- ¡Eso lo sé! Pero... - resopló y sacudió su mano, dando por finalizada la discusión sobre el apóstata.

- Los magos prometen poder - intervino Cassandra - Pero se encuentran más desesperados de lo que creen. Sigo pensando que existe la posibilidad de que alguno de los magos rebeldes sea responsable de lo que ocurrió en el Cónclave...

- Lo mismo podríamos decir de los templarios, ¿no crees, Cassandra? - preguntó con educación la embajadora. - De cualquier manera, en estos momentos no contamos con la suficiente influencia para contactar con la orden sin correr peligro. Sin embargo, si me otorgan un poco más de tiempo, eso lo cambiaré durante las próximas negociaciones.

- Hablando de eso... - Cassandra habló. - La Heraldo ha sido invitada a una reunión en el chateau del Duque Bastien de Ghislain...

- Oh, es una excelente oportunidad para... - estaba diciendo Josephine cuando Leliana se le adelantó.

- Para que yo me encargue de este asunto, ¿te parece, Josie?

- Claro, Lel. Eres exquisita en el dominio de El Juego. 

La maestra espía le sonrió y un brillito enigmático surcó su mirada...

Chapter 28: ... siempre habia sido ella.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Solas llamó con suavidad a la puerta de la oficina de la embajadora de la Inquisición.

La Heraldo de Andraste y su grupo habían regresado de Val Royeaux hacía apenas unas horas. Cassandra se había adelantado para hablar con los consejeros y, poco después, se había solicitado la presencia de Elentari. Solas, por su parte, había aprovechado el regreso para recorrer el interior de la Capilla en busca de Fuego del Velo, sin éxito, dicho sea de paso. Todo parecía haber vuelto a una aparente normalidad cuando, de pronto, un mensajero élfico se presentó en la casa que le habían asignado para informarle que requerían su presencia.

El elvhen aún recordaba con desdén los múltiples gestos de reverencia que el mensajero le había dedicado. A veces, en medio del trajín cotidiano, Solas lograba olvidar en qué sombras se había convertido su pueblo… elfos demasiado dispuestos a agachar la cabeza, a reverenciar a hombres que no se habían ganado ese respeto; seres serviles, cínicos, carentes de iniciativa y de pensamiento propio.

Ese recuerdo siempre le resultaba amargo. Porque, por mucho que existieran momentos (breves, aislados) en los que se permitía relajarse o incluso sentirse intrigado por la presencia de Elentari y su elocuencia, la realidad de su pueblo volvía a imponerse. Aquella sombra reforzaba su convicción de que los elfos merecían algo mejor que el presente que habitaban… y de que solo él poseía el conocimiento necesario para otorgárselo.

La puerta se abrió y Josephine lo recibió con una educada sonrisa sobre sus labios. 

- Oh, Solas, ¡qué gusto! Adelante, por favor. - invitó y él inclinó levemente la cabeza a modo de saludo.

El apóstata ingresó y sintió cuando la puerta se cerró.

Para su sorpresa, se encontró a la maestra espía cruzada de brazos a un costado del escritorio de Josephine, también haciendo alarde de una indefensa sonrisa.

Se preguntó de qué demonios iba esta reunión y se preparó para ejercer su papel del mejor modo posible: mago apóstata errante y culpable de haber asesinado a cinco templarios.

- Buenas tardes, hermana Leliana y lady Josephine... – dijo, manteniéndose de pie mientras la embajadora rodeaba su escritorio y tomaba asiento donde habitualmente lo hacía.

- Por favor, Solas, no hace falta tanto formalismo - avisó la maestra espía. - Puedes tomar asiento. Yo permaneceré en pie.

- Creo que me encuentro más cómodo así. Gracias.

- Oh, por favor, Solas. Me harás sentir avergonzada. - insistió Josephine, por lo cual, decidió que sería prudente ceder. No era probable que un apóstata errante desafiara las autoridades de aquellas dos.

Así lo hizo. Solas tomó asiento y las miró, expectante.

Por una vez, deseaba que notaran su tensión. Estaba en conocimiento de que se había abierto una investigación donde se intentaba dilucidar si era, en efecto, un maleficarum. No conocía el resultado final de la investigación, pero asumía que debió de haber sido negativo. Solas no había hecho uso de magia de sangre durante el ataque a los templarios, ni en ningún momento desde que había entrado en la Inquisición. El hecho de que  fuera capaz de realizarla no hacía más que evidenciar las falencias del sistema de rastrillaje que tanto enorgullecía a la Capilla del Hacedor.

El silencio se extendió entre los tres durante un tiempo prolongado, obligando al mago a romperlo. Conocía perfectamente las técnicas de interrogatorio. Por eso, eligió fingir caer en la ratonera como una alimaña distraída.

- Bien, ustedes dirán... ¿A qué se debe mi presencia en tu oficina, lady Josephine? - entonces el mago enlazó sus dedos, apoyando ambas manos sobre la mesa y acomodando su postura, fingiendo sentirse amenazado por las mujeres.

Estaba tenso, sí. ¿Amenazado? Ni por un instante.

Leliana puso un informe frente a él.

- La Inquisición ha finalizado la investigación que se ha llevado adelante sobre ti, Solas. Hemos concluido que no eres un mago de sangre. – notó que estaba conformado por unas cuántas hojas, se preguntó qué dirían todas ellas. Levantó la mirada hacia la maestra espía, fingió un poco de temor y tomó sobre sus manos los papeles.

- Me lo entregas... ¿para que lo lea? - sonó totalmente inocente, Leliana le sonrió. No hacía falta fingir tanto, ella sabía que inocente e ingenuo, él no era.

Bien, de acuerdo, de acuerdo... se había dejado llevar por el recuerdo del mensajero élfico de momentos atrás. Sonrió, socarrón, para sus adentros.

- Disculpa que me muestre desorientado, Leliana... - decidió corregirse el elfo. - Agradezco el informe. Me alivia saber que la Inquisición ha llegado a una conclusión... sensata. Sin embargo, no me queda claro por qué me han citado a una reunión privada ni por qué me lo entregas en mano. ¿Acaso es costumbre de esta organización develar los detalles de una investigación al acusado?

- ¿Acaso no deberíamos? - contraatacó Leliana. - ¿Acaso un apóstata errante considera que es mejor mantener los detalles de una investigación que lo involucra a resguardo de las fuerzas que lo investigan?

Incisiva.

Solas debía ir con cuidado. 

- Supongo que depende de qué consideremos un acto de transparencia... - dijo - y qué tan profundamente deseen mostrarme su confianza.

Josephine intervino con suavidad, dispuesta a suavizar el filo de Leliana. - La decisión de entregártelo fue mía. - dijo. - Consideré apropiado que lo leyeras antes de que cualquier rumor te alcanzara por otros medios. Y.... que lo leyeras en nuestras propias palabras.

- Un gesto que valoro. Y lo agradezco. - Solas asintió con la cabeza.

Pero Leliana no lo dejó continuar. - Página tres, párrafo segundo. ¿Podrías buscarlo, por favor, Solas?

- Por supuesto.

- "Durante el enfrentamiento, el sujeto generó una disrupción mágica no clasificada que causó un destello arcano verde y el desplazamiento físico de los atacantes." - la oyó recitar. No se le pasó por alto de que lo había hecho desde su memoria, sin mirar nada de lo escrito ¿Estaba en problemas?

Claro que no, tenía las respuestas necesarias para engañarlas. Después de todo, ninguna de ellas era él...

Solas bajó la mirada hacia el informe. Sus dedos acariciaron sutilmente el borde del papel, y por un instante, su mente voló a la ventisca, a la sangre en la nieve, al rugido de los espíritus. La pérdida del control y el recuerdo de Elgar'nan.

Decidió que no era prudente volver sobre esos detalles. Debía conservar la calma, ya había cedido frente a sus traumas... y debido a ello, ahora mismo tenía una investigación que la Inquisición le había abierto. Era inaceptable ese tipo de debilidades. Solas lo sabía. Era mejor que sus traumas del pasado.

- Una descripción colorida. - murmuró, y levantó la vista. Esta vez su voz sonó más controlada. - Supongo que algunos eventos parecen más espectaculares cuando se los mira desde lejos, o sin comprender lo que sucede realmente. - hizo una pausa. - De hecho, no era consciente de que existió un testigo visual del momento.

- Claro. Un testigo que permanece con vida. - jugó Leliana.

Solas quiso sonreír. La mujer era buena, porque acababa de obligarlo a fingir incomodidad ante la idea de haber asesinado a personas. No había querido matarlos, naturalmente, pero no se iba a sentir culpable por defenderse.

Leliana lo observó en silencio, sin asentir ni quitarle la atención.

El silencio se alargó apenas. Un golpe táctico. Solas supo que era su turno de llenar el espacio.

- He usado una técnica avanzada de proyección arcana. No está documentada por los círculos, claro... pero tampoco es peligrosa en sí misma. Solo requiere control. Y previsión.

Josephine pareció más aliviada por la explicación, pero Leliana no se relajó. - ¿Y tú posees ambas cosas, Solas? ¿Control y previsión?

Él inclinó la cabeza apenas. - Si no fuera así, cinco hombres seguirían vivos. - Dejó la frase caer con una mezcla medida de pesar y provocación. Luego, continuó. - Me he limitado a defenderme. Cualquier otra conclusión sería... un error de perspectiva.

- Eso no está en duda. - intervino Leliana. - Pero me gustaría una explicación más detallada acerca de la "proyección arcana."

- No sabía que eras docta en esos temas. - atacó el elfo.

Sabía que era una jugada arriesgada, pero ya se había mostrado esquivo con el comandante de la Inquisición y estaba seguro de que Cullen se lo había comentado a la maestra espía. Escupir todo como un niño asustadizo no convencería a la mujer que lo interrogaba.

- Más de lo que crees... Solas.

El mago hizo una mueca y dejó que los segundos ocuparan el espacio habitado por los silencios. Estaba haciéndole creer a la pelirroja que consideraba si "confesar" aquello que, de antemano, ya había decidido comunicar a modo de defensa.

Entonces suspiró, como si hubiese sido derrotado y, finalmente, recitó. - Bueno, en realidad se trata de la oportunidad única que he tenido en manipular nuevas formas de energías arcanas gracias a los esfuerzos y la confianza que la Inquisición ha puesto en mí... - todo aquello lo dijo sin mirar a ninguna de las dos mujeres y jugueteando con sus dedos, mostrándole así que estaba siendo honesto y que estaba buscando fervientemente las palabras correctas para explicarse.

La respuesta fue... silencio.

Entonces, Solas levantó la vista y primero observó a Josephine, luego a Leliana. - Lo que sucedió la noche del ataque fue que aproveché mis conocimientos acerca de las grietas, el Velo y las alteraciones en las fluctuaciones arcanas provocadas por la aparición de la Brecha para obtener energía a través del Velo y a pesar de la disrupción de mi magia por parte de los templarios.

Inmediatamente, notó el brillo en la expresión de la maestra espía, algo había alcanzado a comprender. La embajadora, por su parte, no había comprendido nada, para él había sido evidente.

Solas descendió la mirada como si se sintiera apenado por la defensa que había decidido usar.

- El estudio de la magia de las grietas aún no ha tenido tiempo de difundirse ni de formalizarse en textos académicos. - explicó el mago élfico. - La aparición de la Brecha es demasiado reciente. Hasta ahora, solo hemos podido aprender mediante la práctica.

Volvió a mirarlas antes de continuar.

- El poder del Más Allá ha encontrado una vía de escape. Es visible, tangible… aunque solo para aquellos magos que sabemos qué y dónde observar.

Hizo una breve pausa.

- Sé que no incluí estos detalles en mi informe - añadió. - Francamente, no creí que se esperara de mí una disertación académica. Pero si eso es lo que desean, puedo redactarla con gusto.

- ¿Eres capaz de sacar provecho de la Brecha? - interrogó la pelirroja.

Solas asintió.

- ¿Y Elentari?

- Mucho más. Ella porta la Marca...

- ¿Ya lo hace?

Negó con un gesto de cabeza. - Aun está aprendiendo a dominar el poder de la Marca.

- ¿Podrías enseñárselo?

- Solo si ella lo desea, sería un placer.

Los ojos de la maestra espía brillaron.

- Oye, Solas... y ¿podrías escribir un informe detallado de cómo lo haces? - él se mostró algo incómodo, pero asintió, finalmente.

Una actuación, por supuesto.

Leliana sonrió conforme. - Bien, supongo que con ese último detalle, deberíamos dar por finalizada la investigación.

- Pensé que ya había sido encontrado inocente.

- Oh, claro. Pero tu descripción detallada de cómo se manifiestan y se utilizan las fluctuaciones de energía en el Más Allá, provocadas por la Brecha, formará la última parte de la investigación.

Leliana había sabido formular la oración con habilidad; a pesar de no ser maga, era docta en asuntos arcanos. Solas asintió, preguntándose cuánto era lo que aquella mujer sabía de magia. Esperaba que menos que el comandante, a quien no le había compartido detalle alguno precisamente por ello. Luego, miró a las dos mujeres esperando que le permitieran retirarse, sin embargo, en el momento en el que puso su atención sobre la embajadora la vio cruzarse de piernas, rotarse levemente a un costado en su silla y sonreír... El interrogatorio no había concluido... aunque la paciencia de él, sí.

- ¿Cómo te encuentras, Solas? Cassandra ha presentado un informe al volver de la capital y ha mencionado que no ha visto ningún indicio de dolor o afección en ti durante la misión.

- Me encuentro muy bien, lady Josephine. Gracias por la preocupación, pero no es necesaria.

- ¿Hay alguna petición que tengas para nosotros? - ahora habló Leliana, Solas desvió la atención sobre la mujer.

- No. Me encuentro a gusto. Gracias.

- Quisiéramos asegurarnos de que no te sientes amenazado por nuestros templarios... - ahora la que habló fue la embajadora, haciendo que Solas desviara esta vez la atención sobre ella. 

Lo comprendió de inmediato, estas dos mujeres estaban utilizando sobre él una técnica de presión psicológica sutil, donde varios interrogadores alternaban preguntas en rápida sucesión, a veces incluso interrumpiéndose entre sí o sin dar espacio para que el interrogado se acomodase emocional o racionalmente.

- ¿Por los templarios? - respondió Solas, reformulando la última frase que había escuchado. Lo hizo a propósito, convirtiéndola en una pregunta para identificar el verdadero ángulo de interés detrás de la afirmación de Josephine.

Leliana sonrió. Había entendido perfectamente la maniobra, Solas estaba ganando tiempo.

Nota mental: No debía mostrarse demasiado docto en estos asuntos o llamaría la atención de Ruiseñor.

Las aves silenciosas eran las que mejor cazaban... pero aspirar un lobo como banquete era demasiado pretencioso.

- Oh, claro, permíteme explicarlo mejor. - sonrió con una educación coqueta la embajadora. La vio llevar sus manos sobre el escritorio y tomárselas, jugueteó con sus largos dedos y con un gesto delicado, acabó por apoyarlas en la madera pulida.

El mago se admiró por las habilidades de las mujeres, eran buenas... solo que él, era mejor.

- No quisiéramos pensar que tu visión sobre la Inquisición se ha visto opacada por el evento lamentable que tuvo lugar días atrás. - siguió la embajadora con su educación agraciada. - Quisiéramos asegurarnos de que te sientes seguro entre nosotros.

Solas asintió, pero no dijo nada... fue totalmente consciente, sin embargo, de que ambas mujeres aceptaron el giro del interrogatorio, siendo ahora ellas las que respondían a él. Eso era una falsa cesión de poder. Ahora mismo, el control era una ilusión compartida.

- Si se me permite responder con honestidad...

- Espero que haya sido eso lo que has estado haciendo todo este tiempo. - "bromeó" con la frialdad de un témpano la pelirroja. La sonrisita atrevida y seductora que le dedicó no encajó con el filo de su mirada.

Por su parte, Solas la atravesó con la suya, de esa forma que él sabía utilizar perfectamente... ese tipo de mirada que podía generar escalofríos en sus receptores. La vio cambiar su postura y entrecerrar con muchísima sutileza la mirada.

- Por supuesto que he respondido con honestidad, ¿o acaso mi palabra está en duda?

- ¿Debería estarlo?

Leliana había dado el nuevo giro, aunque su giro era, en realidad, una lección para él. De modo socarrón acababa de utilizar la misma táctica de evasión que Solas... tomar la última afirmación del interlocutor y reformularla como pregunta. 

Era bueno el pajarito rojo.

- Espero que no.

Respuesta concisa y que no otorgaba matices de ningún tipo. A continuación, silencio. Era el turno de las mujeres de romperlo.

- No es una desconfianza hacia ti en particular, Solas. - intervino, por supuesto, Josephine. - Leliana aplica el mismo rigor con todos.- bromeó con soltura... pero él sabía que todo seguía formando parte del interrogatorio. - No lo tomes personal, te lo ruego.

El silencio se prolongó más allá de lo que podía considerarse "educado", aunque él no se molestó por romperlo. Entonces, la embajadora tuvo que dar ese paso.

- Nos habías preguntado si podías responder con total honestidad cuando te interrogué acerca de la Inquisición y tu seguridad. Por favor, con toda la honestidad que poseas, puedes responder lo que realmente piensas. Aquí, es un lugar seguro.

Sí, claro. ¿Con toda la honestidad que poseía? Pues... ¿cómo les explicaba que era el dueño del Orbe que mató a la amada Divina y que él mismo había facilitado su localización al demente de Corifeus? Si lo hacía, ¿realmente este sería un lugar seguro para él? Creía que no.

- Me siento más seguro que en el interior de un círculo, si sirve de algo esa respuesta. - fue todo lo que agregó.

La pelirroja desvió la mirada hacia Josephine y, aún con los brazos cruzados, se giró apenas lo suficiente como para bloquear por completo el campo de visión de él… y también el de sus manos. Solas alcanzó a notar cómo Josephine observaba a Leliana, se reacomodaba en su asiento y luego volvía a centrar la atención en él. Algo acababa de ocurrir entre ambas, ¿una señal silenciosa, compartida?

Entonces, la embajadora le ofreció una sonrisa amable. No tenía intención de parecer inquisitiva.

- Por cierto... has pasado bastante tiempo con la Heraldo últimamente. Cassandra nos comentó que ella... parece más alterada que de costumbre.

La embajadora ladeó apenas la cabeza, como si reflexionara en voz alta. - ¿Cómo la ves tú, Solas?

Ah... claro. Así que este había sido el juego. No el informe. No los templarios. No su seguridad. Había sido ella. Siempre fue ella.

Y él... el tonto que creyó estar jugando una partida menor.

Solas durante menos de un segundo contuvo la respiración, inmediatamente movilizó el maná de su sangre y acomodó todos sus signos vitales dentro de parámetro fisiológicos para evitar mostrar algo en su postura, cuerpo o coloración de piel.

Con parsimonia, elevó la mirada, fingiendo un control absoluto de sí mismo, a consecuencia de que la presencia de la Heraldo de Andraste en una conversación con él no le provocaba nada en absoluto.

- ¿Más alterada que de costumbre? ¿En qué sentido?

Otra vez, táctica de evasión, pero esta vez en verdad necesitaba ganar tiempo.

- Cullen nos ha hecho saber que pareció mostrarse muy afectada por el ataque que habías sufrido.

No le pasó por alto el hecho de que nombraran por primera vez al comandante, casi había esperado que pusieran a la Buscadora en esta parte del diálogo y continuaran resguardando la figura del antiguo templario. Lo que solo podía significar una cosa... Cassandra no había dicho absolutamente nada de la conversación en el interior de la tienda.

Bien... porque él no estaba seguro de haber sabido mantener cerrada la boca cuando lo había drogado.

Solas suspiró y dijo.

- Quizás su afección se trató de una identificación proyectiva ante la posibilidad de que, ella misma, fuera víctima de ese ataque templario en el futuro...

Leliana dibujó una media sonrisa sobre sus labios que aseguraba que, al menos para ella, no se había tratado de ello... en absoluto.

- Es una posibilidad... - jugó.

- Pues, ¿sabes? - intervino Josephine. - Yo creo que se trató más bien de un fuerte aprecio que tiene nuestra Heraldo contigo. ¿Tú qué opinas?

- Que esas preguntas tendrías que formulárselas a ella. ¿No crees?

Leliana sonrió, Josephine se acomodó sobre su asiento fingiendo incomodidad.

- Claro, tienes razón. Disculpa mi entrometimiento.

- Supongo que si traen este tema a colación habrá algo que quieran aclarar o aconsejarme. - ahora él pasó la mirada azulina (y rabiosa) sobre ambas. - Soy todo oídos. - por primera vez, el que se cruzó de brazos fue el mago élfico y se recostó sobre su asiento, desenmascarando una postura relajada que intentaba contrastar con lo visiblemente molesto que estaba. 

Leliana volvió a sonreír.

- Oh, no hay nada que pretendamos aconsejarte o aclarar, Solas. - respondió la maestra espía. - Solo queríamos conocer tu opinión al respecto. Pero, es como marcas, ese tipo de preguntas conviene planteárselas a ella...

El modo en el que hizo sonar la palabra "ella" provocó la activación de las alarmas internas de Solas.

Si interrogaban a Elentari, pues diría muchísimo más que él. La Heraldo de Andraste aun no había aprendido a ocultar ningunas de sus emociones... y él recordaba perfectamente el modo en el que lo había mirado cuando había estado herido a su lado.

Debía admitirlo.

Las dos mujeres habían jugado demasiado bien sus cartas. Ahora... él debía entrenar a la dalishana en las sutilezas de los interrogatorios, antes de dejarla en las garras de estas mujeres.

- Quizás se lo pregunte. - sentenció Ruiseñor y dio por finalizado el interrogatorio.

Notes:

Estoy modificando unas cositas en la historia, que ya la tengo terminada... pero para poder poner los nuevos capítulos que muestran parte del pasado de Solas, creo que será necesario sacar los capítulos que ya había subido, así le dejo la coherencia necesaria. Todos los caps anteriores ya los tengo corregidos, por eso saqué todos los siguientes. Y los que vaya subiendo en adelante a esta aclaración, ya son definitivos también.
Dado que ya la tengo terminada a la historia. Voy a ir subiendo muchos capítulos juntos a medida que arreglo esas coherencias internas en la historia. Perddoooon, pero mientras escribía el 2 me surgió la idea de mostrar con claridad el insight de Solas acá (en el 1), y dejar el 2 para mostrar más el de Elen!

Chapter 29: La máscara correcta

Chapter Text

Amanecía una vez más en el interior del pueblo de Refugio, y Solas estaba de un humor particularmente agrio. No había logrado encontrar Fuego del Velo en ningún sitio cercano. Quizás no era solo eso; tal vez la molestia tenía más que ver con el interrogatorio del día anterior... o, sencillamente, con la frustración de no contar con una fuente adecuada para descifrar el mensaje de su agente.

¿Qué clase de seres eran estos? ¿Incultos? ¿Acaso ninguno había descubierto la utilidad de la escritura élfica ancestral? ¡Por todos los reinos del Más Allá, qué tedio!

Desde que su Orbe había provocado la Brecha en el cielo, las corrientes arcanas se comportaban de forma tan errática que había considerado prudente evitar el contacto con sus agentes a través de los sueños. Era peligroso. Con tanto poder bruto filtrándose entre el mundo despierto y el de los sueños, el riesgo de atraer visitas indeseadas (o de perder el control de la información intercambiada) era demasiado alto. Por ello, se habían visto obligados a volver a comunicarse como en la antigüedad, dejando que el tiempo hiciera su trabajo y confiando en agentes élficos leales para transportar la información. Un método lento... y peligrosamente expuesto.

A veces se decía a sí mismo que, tal vez, en este mundo tanta precaución podía ser exagerada. Pero en Elvhenan, ni siquiera dentro de sus propias mentes habían sido verdaderamente libres. Así que, sí... quizás Solas tan solo estaba pecando de paranoico, o quizás... ya había aprendido a no confiar. 

¡Lo peor! era que, cuando despertó, había tenido que acostumbrarse a la ausencia de los eluvians, y ahora este nuevo inconveniente...

Perfecto.

Gracias Felassan por tu efectividad y lealtad. Hoy te lo agradezco de corazón...

- ¡Solas! - oyó la voz de Elentari a lo lejos.

No... Justo lo que le faltaba.

Hoy lidiar con ella era precisamente lo que había intentado evitar. El recuerdo del interrogatorio del día anterior persistía, clavado en el fondo de su mente como una molestia que se negaba a desaparecer. Y, pese a sí mismo, había empezado a preguntarse si la dalishana sería capaz de salir airosa de un interrogatorio con la maestra espía. No se trataba de que hubiera algo que esconder (no entre los dos, al menos), sino de una posibilidad que no dejaba de incomodarlo... si Leliana interrogaba a Elentari, ¿se le escaparía que él era un somniari?

Dio un suspiro suave, apretó los dientes y se obligó a recomponerse, a adoptar el habitual disfraz del apóstata errante. Aunque, esta mañana, era un lobo terriblemente frustrado... aún así, se giró en su sitio para mirarla.

Solas se encontraba cerca de la Capilla, a la sombra de un árbol milenario y frondoso que le había prestado refugio.

- Buen día... - murmuró, con un siseo apenas contenido.

Ella rio con soltura. Una risa fresca, jovial, casi radiante. Un contraste francamente ofensivo con su estado de ánimo.

- Oye, si es un buen día, no se nota - replicó entre risas mientras se acercaba con esa naturalidad etérea en su forma de caminar. Siempre parecía que lo hacía con un sigilo elegante. - Pareces molesto.

- Astuta observación... - respondió, rozando la burla. Estuvo a punto de agregar más, pero se mordió la lengua, porque ella lo miró con renovado interés al percibir el sarcasmo, como si hubiera encontrado justo el hilo del que tirar para molestarlo.

Elentari llegó frente a él.

- ¿Te puedo ayudar en algo? – preguntó Solas con sequedad.

- ¿Te puedo ayudar yo? Estas molesto, Solas...

Él ladeó apenas la cabeza, evaluándola.

¿Se lo preguntaba? ¿Sería un error táctico confiar en ella (otra vez)? En el interior de la tienda le había confesado ser somniari, y luego, en el mercado de Val Royeaux, se había escabullido del grupo frente a Elentari. Ella había guardado el secreto, como la primera vez. Ni siquiera lo había escrito en el informe.

Espera. No lo había hecho, ¿verdad? ¿Y si sí?

Daba igual.

- A menos que tengas Fuego del Velo escondido en el interior de tu mochila, no... No podrías ayudarme.

- ¿Para qué quieres eso?

Solas detuvo su inspección visual y bajó la mirada hacia ella. - ¿Sabes lo que es?

- ¿No deberían conocerlo todos los magos? – ella arqueó una ceja con descaro, como si la pregunta de él fuera la estúpida.

Solas parpadeó. Pues, ¿sinceramente? Él había creído que la educación arcana de los dalishanos se limitaba a pintarse la cara y adorar árboles. Y falsos dioses, claro.

- Posiblemente. – cedió con un suspiro aburrido. – Entonces, ilústrame, Elentari... ¿Hay algún lugar en este hermoso pueblo que tenga Fuego del Velo?

- No tengo la más pálida idea.

Solas soltó una risa seca, carente de humor. - ¿Lo ves? Previsible. No me sirves.

"Bromeó", aunque la palabra le resultó generosa, porque la voz le salió demasiado helada. La inutilidad ajena rara vez había sido un chiste para Fen'Harel; por lo general, era apenas una estadística. Aunque aquí era "Solas, el apóstata errante", solo que hoy le estaba resultaba particularmente difícil no dejarse embargar por la legendaria frustración del Lobo. La ironía, sobraba (si se lo preguntaban a él)...

Ella rio de todos modos. Lejos de ofenderse, parecía divertirse con su malhumor.

- Bueno, si eso te pone así, te comento que tendré el privilegio de arruinarte aún más tu día, Solas. O por completo.

El mago cerró los ojos un instante, pidiendo paciencia, aunque tuvo que admitir que también lo divertía su insistencia por mostrarse alegre todo el tiempo. Sabía que aquel optimismo era uno de los mecanismos de defensa que Elentari solía emplear, ese mostrarse fuerte, vigorosa y amable con todos, siempre. Sin embargo, también sabía (porque ya lo había aprendido hacía mucho) que ese tipo de personas eran precisamente las que lo habían ayudado a atravesar sus depresiones y tedios ancestrales, porque enfrentaban la realidad sin permitir que los aplastara.

La punzada que le atravesó el pecho llegó con una comparación inevitable... Revas y Felassan habían sido muy similares a Elentari en ese optimismo incansable frente a las calamidades del mundo. Y por eso habían funcionado tan bien con él.

Solas no era un pesimista. Era, simplemente, demasiado lógico. Analizaba el mundo hasta agotar todas sus posibilidades, y en ese ejercicio constante terminaba sofocándose a sí mismo. Por ello fue que necesitó a Fen'Harel en primer lugar. Allí donde Solas analizaba, el Lobo actuaba. Personas como ella nunca le ofrecían consuelo fácil ni falsas esperanzas, sino algo mucho más útil e igual de necesario. Equilibrio. Un punto de apoyo frente a una mente que, sin pausa, tendía a inclinarse hacia lo fatal.

Cuando abrió los ojos, se descubrió sonriendo frente a lo descubierto. Lo peor de todo era... que la cercanía de la pequeña halla ya ni siquiera le molestaba.

- Que sea rápido. – bromeó, esta vez de verdad, intentando liberar un poco la tensión en su cuerpo.

- Cullen quiere vernos.

El sarcasmo se evaporó de inmediato, reemplazado por el hastío puro. Definitivamente, arruinado.

- ¿A los dos? – arqueó una ceja. Ella asintió, con una sonrisita de disculpa que no ayudaba en nada.

Que el Vacío se lo llevara. A él, a Cullen y a este día miserable.

- Vamos. – ordenó, y echó a andar sin esperarla, intentando que su propia frustración pudiera soltarlo si él caminaba.

Elentari lo alcanzó con algunos pasos largos y se colgó sobre su hombro, inclinándolo a su lado.

- Lo siento. – a las palabras le siguió una risita.

El comandante quería verlos a los dos. ¿Para qué? Fenedhis. ¿Otro interrogatorio? ¿Y ahora teniendo que preocuparse, además, por cuidar que Elentari no dijera nada de más?

Espera. Espera...

Aquello podía ser interesante. Cullen no era hábil interrogando, no como Leliana y Josephine. Tal vez, en esta ocasión, Solas pudiera aprovechar la situación para observar cómo se desenvolvía la elfa y guiarla con cuidado, identificando los puntos débiles de la Heraldo para fortalecerlos de cara a interrogatorios futuros.

- ¿Sí? – el tono fue indiscutiblemente irónico. - ¿Lo sientes? – ella, aun recostada sobre su costado asintió, con ese brillo entusiasta en su mirada. – Y... ¿quieres hacerme sentir mejor?

Elentari dejó salir una carcajada suave.

- ¡Claro!

Solas se inclinó apenas y se deslizó fuera del apoyo de su hombro. Se irguió de frente, llevando las manos a la espalda.

- Entonces sé tú quien mantenga viva la conversación con el comandante.

Elentari lo imitó. Se enderezó, cruzó las manos tras la espalda y no dejó de sonreír. Era evidente que acababa de tramar algo. Y que se estaba burlando de él.

- De acuerdo. Tenemos un trato.

- No es un trato si la balanza se inclina solo a mi favor. – replicó. - No pienso darte nada a cambio.

Ella volvió a reír con soltura, negando con un movimiento de la cabeza.

- Eres rápido... ¿Cómo supiste que era una trampa para cobrarme el favor luego?

- Porque subestimas mi capacidad para detectar el oportunismo, Elentari. – respondió con suficiencia, sin ocultar la media sonrisa irónica.

- Bueno, en ese caso, hablarás tú con él. - Solas dejó escapar una carcajada breve, incrédulo.

- ¿Ahora me chantajeas?

- No es chantaje si tiene fines académicos – se encogió de hombros, fingiendo inocencia.

La frase evocaba, inevitablemente, el juego de palabras que él mismo había utilizado en la tienda de Cassandra, cuando se había negado a admitir haber hecho trampa, alegando que no lo era si se ganaba con astucia. ¿Lo estaba imitando?

Y entonces, intentando parecer indiferente, ella concluyó:

- Solo quiero ver cuánto tardas en perder la paciencia con nuestro comandante.

- Mi paciencia es eterna.

- Ya lo veremos.

- Aprendes demasiado rápido a imitarme - dijo, y los ojos de ella brillaron al oírlo.

¿Elentari empezaba a admirarlo? Aquello podía convertirse en una herramienta útil a futuro, aunque lo cierto era que prefería entrenarla antes que aprovecharse de la muchacha. Ya había demasiadas personas intentándolo.

Bien. Hora de dejarla creer que elegiría sus próximas acciones por sí misma, cuando en realidad sería él quien se encargaría de moldear la respuesta para que coincidiera con lo que esperaba. Se dijo que lo hacía para entrenarla, aunque sabía (quizás demasiado bien) que aquello implicaba también una pizca de manipulación.

- No, en serio, por favor... habla tú. – pidió, y el tono de su voz delató el agotamiento. Sabía que le costaría mantenerse firme si él parecía vulnerable.

- Una súplica más y podré empezar a considerarlo. – respondió, con la sonrisa dibujada sobre los labios, pero las últimas palabras fueron invadidas por un leve temblor... Oh, el temblor de la duda.

Solas suspiró, mostrándose derrotado, pero conservando su dignidad. Su postura corporal dejó claro que cedería, aunque con reticencia. Que lo hacía por conveniencia, en lugar de por voluntad propia, era algo que esperaba que ella aprendiera a discernir con el tiempo.

- De acuerdo. Que sea un trato. – cedió. – Encárgate tú del comandante hoy, y yo te deberé un favor.

Ella arqueó una ceja, claramente complacida.

- Vaya... ahora sí se puso interesante. – molestó. – De acuerdo. Yo me encargo de Cullen.

- ¿Vamos?

Solas retomó la caminata y ella se situó a su lado. Marcó un andar tranquilo, pensaba aprovechar esos minutos para evaluar qué tan desastroso podía resultar dejarla al mando del interrogatorio. Partía de la premisa de que no demasiado; el comandante rara vez le deparaba sorpresas.

- Oye, ¿dónde fuiste durante nuestra visita a Val Royeaux? – preguntó Elentari a su lado. No le sorprendió, siempre supo que ella buscaría el momento para hacerlo.

- Dado que estoy en deuda contigo y eso hiere mi orgullo... - comenzó usando un tono irónico que la hizo reír con suavidad. – Te hago una propuesta. Un juego. – notó que lo observaba totalmente intrigada. – Yo responderé a tus preguntas solo si sabes manejar tu interrogatorio de forma correcta. ¿Lo aceptas?

- ¿Y eso? – él se encogió de hombros.

- Siendo yo mismo el somniari apóstata errante, he tenido que aprender a evitar confrontaciones directas toda mi vida. Además, los recuerdos que he visitado en el Más Allá siempre fueron un apoyo enorme para observar cómo lo hacían otros. Te sorprendería saber todo lo que puede encontrarse allí... si sabes dónde buscar.

- ¿Me enseñarás?

- Lo pensaré. – la molestó, sonriéndole.

Eso bastó para que ella riera de nuevo.

- Bueno. Acepto el juego. ¿Cuáles son las reglas?

- Solo una. Hazlo de forma adecuada.

Elentari frunció los labios, disgustada.

- Pero... yo no sé interrogar. A mí nunca me han interrogado... y se me nota mucho cuando estoy incómoda o nerviosa. Si esa es la única regla, no me responderás nada...

Solas sonrió, sintiendo una pizca de ternura por lo honesta que era.

- Primer consejo. – dijo. – Solo durante interrogatorios. – aclaró. – No lo adaptes como estilo de vida. – ella asintió prestándole toda su atención. - Nunca niegues emociones que no podrías ocultar efectivamente. Redirígelas.

- ¿Y eso?

- Me has confesado que no eres buena interrogando. Bien, lo tomo. No has negado tu nerviosismo... ahora redirígelo.

Ella volvió a hacer una mueca mientras pensaba.

- Quizás un ejemplo ayude.

Elentari asintió y lo miró.

Solas se detuvo; ella lo imitó, y quedaron frente a frente.

- "No sé interrogar. Se me da fatal. Se me nota la incomodidad y el nerviosismo"... - hizo una pausa para mostrar el punto. - Justamente por eso, si me ves titubeando más de la cuenta, dame un momento para expresar correctamente lo que intento aclarar.

- ¿Así vuelvo a poner el mando sobre mí? ¿El interrogador tiene que ajustarse a mi ritmo?

Solas negó. Ella bufó.

- ¿¡Ves!? Esto se me da fatal.

- No se te da fatal. Aprendes rápido - la corrigió. - No se trata de ajustar el interrogatorio a tus emociones; eso sería peligroso. Se trata de no negarlas, reconocerlas y reencuadrarlas. Tú decides hasta dónde te muestras expuesta. Eso te vuelve creíble.

- Incluso si miento... - murmuró, llevándose una mano a los labios y fijando la vista en el horizonte.

Lo estaba razonando.

- Bien. De acuerdo. Lo entiendo - dijo al fin, bajando la mano. - ¿Dónde fuiste durante nuestra visita al mercado?

- Estuve recorriendo el bazar.

- Claro. He formulado mal la pregunta, ¿verdad? Porque es obvio que no fuiste a ningún lugar más que ese.

Solas asintió.

- Bien. ¿Y por qué? ¿Por qué te fuiste?

- Aproveché la ocasión para alejarme de los templarios.

- ¿Me dirás que lo hiciste por temor?

- Más bien, trauma - bromeó, sin ocultarlo. - Después del ataque, tuve miedo.

- Deja de ser idiota - rió ella. Él también. - Bien, suponiendo que este tipo de respuesta burlona es válida... ¿qué consejo debería tomar de esto para un interrogatorio?

- Nunca respondas lo que tu interrogador quiere oír. Responde lo que te conviene.

- Ya...

Guardó silencio otra vez, pensativa. Solas siguió sonriendo mientras la observaba.

- O sea que decir esa tontería sobre los templarios te conviene de algún modo. ¿Por qué?

- Porque si a la respuesta le agrego una actitud corporal que la acompañe, te la habrías creído - respondió. - Es perfectamente factible que tenga miedo después de que casi me mataran. De ese modo, sigo sin ser sincero cuando te respondo.

- Es cierto... sigues evitando compartir el motivo por el que te alejaste.

Él asintió.

- Siempre que respondas a las preguntas de alguien, debes recordar quién eres para esa persona. No quién eres para ti.

Elentari volvió a mirarlo.

- ¿Quién crees que eres para mí, Solas?

- Cuando me hirieron, te mostraste preocupada como lo harías con cualquier miembro del equipo, ¿verdad?

Ella asintió.

- Bien. Entonces, para ti, soy alguien por quien vale la pena preocuparse. Crees que debes protegerme, aunque yo considere que no es necesario. Aun así, ese impulso de proteger es tu debilidad. – hizo una pausa para que lo considerase. Luego añadió. - Si me muestro afectado por el ataque y aludo a un trauma de forma convincente, cierro tu curiosidad. Y, como añadido, te hago sentir culpable por haber insistido.

Ella soltó una carcajada.

- Eres bueno.

De pronto, su expresión se llenó de entusiasmo. Sus ojos dorados brillaron, se abrieron un poco más, y lo miró con una sonrisa radiante. - ¡Oye! ¡Se me acaba de ocurrir una gran idea! ¿Y si pongo a prueba todo esto con Cullen?

Él estuvo a punto de sonreír ante ese entusiasmo tan juvenil, precisamente porque de eso se había tratado todo desde el inicio. Sin embargo, fiel a lo que le estaba enseñando, no mostró complacencia alguna y pareció considerarlo con seriedad.

- ¿Tú crees? El comandante debe de ser un gran interrogador...

El entusiasmo de ella se desplomó al instante.

- Tienes razón... fue templario. Debe saber interrogar como nadie...

Ya lo verían...

- Soy de los que creen que un buen contrincante es mejor que uno mediocre – continuó. - Quizás el comandante sea implacable, pero aprenderás mucho más de alguien así que de una persona obtusa.

- ¿Qué querrá?

- No tengo idea... pero vayamos a averiguarlo. En el camino, sigo aconsejándote. ¿Te parece?

Ella asintió, y el entusiasmo volvió a encenderse en su rostro.

- Oh, y si en algún momento durante el interrogatorio te interrumpo, considéralo una enseñanza encubierta.

Elentari volvió a asentir, mirándolo con atención plena.

- Si intervengo, significa que lo estás haciendo bastante mal y que te estoy salvando -añadió. Ella volvió a asentir, aunque rió. - Y presta atención a cómo lo arreglo – continuó explicándose. - Pero si te interrumpo por necesidad, te lo haré saber de algún modo. - Ella asintió una vez más y, esta vez, él no pudo evitarlo y le sonrió.

- Lo harás bien de cualquier manera.

- Ya veremos - respondió ella, riendo, claramente descreída de esa posibilidad.

Chapter 30: Vigilancia

Chapter Text

Cullen se preguntaba cuánto había menguado la fe dentro de la orden de los templarios mientras observaba a sus soldados entrenar.

Como era habitual, el comandante se encontraba en las afueras del pueblo de Refugio, sosteniendo los interminables informes sobre el avance de las patrullas y los nuevos reclutamientos. El volumen desmesurado de información no lo incomodaba; al contrario, lo agradecía. Desde que había decidido luchar contra su adicción al lirio, mantener la mente ocupada hasta el agotamiento se había convertido en su mejor defensa contra la abstinencia.

Para muchos, parecía más una máquina que un comandante, pero él sabía que la realidad era más simple y más humana... no estaba endurecido por falta de sentimientos, sino porque huía de sus propias debilidades.

Como comandante de la Inquisición, Cullen era el responsable de organizar el ejército, de diseñar la estrategia militar, asegurar la defensa del pueblo y coordinar tropas, patrullas y eventuales asedios. Muchas de esas funciones, por el momento, existían más en la teoría que en la práctica. Ningún asedio había sido necesario aún, y la organización del ejército resultaba relativamente sencilla porque seguía siendo pequeño, aunque crecía de forma exponencial.

El problema no era que el reclutamiento floreciera (algo esperable en tiempos de guerra), sino la composición misma de las tropas. El grueso del ejército estaba formado por un conjunto variopinto. Antiguos templarios, viejos soldados fereldenos que, por edad, ya no deberían seguir en servicio activo pero igual lo hacían; voluntarios a los que había que entrenar desde cero; y, los más complicados de todos, mercenarios, que llegaban con experiencia previa... y una insubordinación casi innata.

Cullen era el jefe militar absoluto. Todo lo relacionado con lo marcial pasaba por él. Aunque existía un alto mando operativo con funciones específicas (pensado justamente para aliviarlo de responsabilidades inabarcables), él se entrometía con frecuencia para asegurarse de que todo se hiciera como debía hacerse. Es decir, con un objetivo claro... proteger a los inocentes y ejercer una maestría militar que no dejara margen para el error.

Cullen no solo quería un gran número de tropas. Quería soldados competentes. Lo suficientemente preparados como para entrar en combate con confianza y aumentar al máximo sus probabilidades de supervivencia. No iba a enviar hombres inexpertos a morir. Pero también sabía que no podía convertir a todos en veteranos, porque la experiencia la daban los años, y eso (el tiempo) era precisamente lo que no tenían.

Aun así, podía hacer algo. Podía ahogarlos en teoría militar. Podía exprimirlos con entrenamiento constante. Y eso era exactamente lo que hacía.

El problema surgía cuando, además, debía lidiar con magos.

Cullen, a diferencia de la mayoría de los templarios, siempre había mostrado una consideración mayor hacia ellos. Desde su primera función templaria en el Círculo de Magos de Ferelden, nunca había sido capaz de ver a los magos como enemigos ni como abominaciones en potencia. Para él, siempre habían sido personas... tan peligrosas como él mismo podía serlo empuñando una espada.

Esa mirada lo puso en situaciones extremas dentro del Círculo. Rompió normas desde una edad demasiado temprana y, sin darse cuenta, comenzó a desviarse de un camino que creía firme. No guardaba rencor hacia los recuerdos de Praianna ni hacia el enamoramiento que había sentido por ella. Era cierto que le llevó años de introspección perdonarse por creer que, al haberse enamorado de una maga, había pasado por alto señales de magia de sangre en el interior de Kinloch Hold. Pero el tiempo (y sobre todo su paso por Kirkwall y el desastre del Círculo) le habían enseñado algo distinto, que la corrupción no residía en una persona concreta, ni siquiera en la magia en sí, sino en todo el sistema que pretendía controlarla.

Por eso abandonó la orden antes de la escisión definitiva.

Aun así, eso no significaba que hubiera dejado atrás a sus demonios. Seguían allí, silenciosos, influyendo en sus dudas cuando menos lo deseaba. Por eso vacilaba más de lo que debería frente a Elentari. No por lo que ella representaba... sino porque la Heraldo de Andraste era una hechicera élfica.

Una vez más, el destino parecía colocar a las fuerzas arcanas en su camino y, como en el pasado, Cullen no la miraba con desprecio ni con desconfianza. La veía por lo que era, una muchacha joven, arrastrada al centro de un desastre que la superaba, cuyas costumbres él desconocía casi por completo. Y quería asegurarse de protegerla.

El problema, para él, no era Elentari.

El problema era Solas.

El mago apóstata errante tenía algo. Ese "no sé qué" que le erizaba la piel. Cullen no lo consideraba malvado ni un traidor en potencia de la causa; tampoco creía que albergara intenciones ocultas contra la Inquisición. Sin embargo, había algo en él que activaba sus antiguos instintos templarios... y no lograba determinar qué.

Tal vez por eso había intentado establecer diálogo con el elfo en más de una ocasión. Y tal vez por eso mismo había fracasado. Para Cullen resultaba evidente que lo había hecho mal. Solas se mostraba hermético, respondía a sus preguntas con corrección, pero jamás abría una conversación real. No había intercambio, solo respuestas medidas.

Cassandra, por su parte, lo agotaba intentando convencerlo de las buenas intenciones de Solas. Pero no se trataba de eso. Cullen no sospechaba de intenciones oscuras ni de conspiraciones veladas. Era algo distinto. Algo más sutil.

Era esa sensación que ya había ignorado una vez entre magos... y que había terminado en desastre en Kinloch Hold.

En Kirkwall la había sentido de nuevo, y esa vez no la desoyó, en cambio, la enfrentó, se alineó con Hawke y se alzó contra su propia superior, la Caballero Comandante Meredith.

Y ahora, Solas volvía a provocarle esa misma inquietud.

Por eso, cuando Leliana se le acercó temprano aquella mañana con un dictamen que permitía que Solas actuara como mentor arcano de la Heraldo de Andraste, guiándola en el estudio de la Magia de las Grietas, Cullen reconoció de inmediato una oportunidad de acompañarlos como observador. No con la intención de controlarlos, y mucho menos de maltratarlos, sino para asegurarse de que la potencia arcana de ambos pudiera fluir con libertad, contando con el respaldo de un antiguo templario si llegaba a ser necesario. La propuesta de Leliana le pareció, en ese sentido, de lo más coherente.

Solas era un mago élfico, al igual que Elentari, pero además poseía una personalidad medida, centrada, y parecía tener un conocimiento profundo de la magia. Cullen debía admitir que, en lo referente a cultura élfica, Solas probablemente sabía más que nadie en la Inquisición. Y estaba casi seguro de que Elentari se sentiría a gusto aprendiendo de alguien así.

Por todo ello, aceptó la petición de Leliana de mantenerlos bajo su vigilancia. Sabía que Solas se mostraría en desacuerdo, pero confiaba en que, una vez comprendida la intención protectora que guiaba su presencia, acabaría por aceptarla... quizás incluso agradecerla. Que, en el fondo, una parte de él también quisiera evaluar a Solas era algo que prefería no admitir. Ni siquiera ante sí mismo.

El sonido de una risa alegre llegó a los oídos del comandante. Reconoció la voz de inmediato, era Elentari. Giró el rostro y divisó, a la distancia, a los dos elfos balbuciendo sobre algo que parecía divertirlos, mientras ella no dejaba de sonreír. Solas, por su parte, se mostraba cómodo. Adoptaba una postura relajada que Cullen jamás le había visto al apóstata errante, aunque ya era evidente que esa distensión no la compartía con él.

Cuando aquellos dos estuvieron lo suficientemente cerca para tener que prestarle atención, fue Elentari quien alzó una mano y, sin dejar de sonreír, se acercó con unos pasos más rápidos a él.

- Buenos días, Cullen.

Parecía muy alegre esta mañana.

- Buenos días, Elentari. – se aseguró de llamarla por su nombre y no su título, como se lo había pedido. Después miró a Solas, quien le inclinó apenas la cabeza. Ese era habitualmente su saludo. – Buen día, Solas.

- Buen día.

Ni una palabra más.

- Leliana me ha dicho que querías vernos. – ella fue directo al grano. - ¿Qué sucede? ¿Todo bien con las tropas? – sin darle tiempo a responder, tomó su mochila que colgaba de sus hombros y la colocó sobre la nieve, se agachó y extrajo unos papeles del interior. Inmediatamente, Cullen reconoció el organigrama que había confeccionado a pedido para ser capaz de reconocer el orden jerárquico militar de la Inquisición.

Elentari volvió en pie y buscó algo entre los papeles, donde se distinguía apuntes al pie de página con una caligrafía prolija, que él intuyó era de ella.

- Me he tomado la molestia de conocer algunos de los oficiales superiores que especificaste en el organigrama. Ser Rylen, por ejemplo... - Cullen asintió. – Es un antiguo templario, ¿verdad? – volvió a asentir. – Y también el teniente... ¿cómo era el nombre? – estaba buscando entre sus anotaciones.

- Te lo simplifico. – intervino Cullen. – También es un antiguo templario. – Ella asintió y levantó la vista. – Como la mayoría de mis hombres entre los altos mandos operativos.

- Eso mismo. – convino. – He notado que la jerarquía militar de la Inquisición está regida por templarios.

- Antiguos templarios, Elentari. – le corrigió, ella se cruzó de brazos. – Son hombres con los que he trabajado en el pasado y en quiénes confío. Son aptos para los cargos y saben respetar el orden jerárquico. No harán nada que yo no apruebe. Respondo por sus actos, y lo hago con honor.

- No cuestiono tus decisiones, pero eso nos hace parecer el brazo armado de la Capilla. ¿No te parece?

- No lo somos. Y no me interesa lo que pueda parecer a ojos extranjeros. Esos hombres están ahí por sus aptitudes, no con fines religiosos. – la respuesta que le dio fue cortante. Después, un silencio denso ocupó el espacio entre los tres. Le sorprendió que Solas no hubiera abierto la boca, por ello, lo miró y para él fue claro que el apóstata disfrutaba del debate con una sonrisita burlona.

Cullen dio un suspiro, pero aclaró de todos modos.

- Y, con todo respeto, te recuerdo que no acato órdenes tácticas de ti. Eres la Heraldo de Andraste, pero no la autoridad suprema de la Inquisición.

Ella pareció golpeada por la respuesta.

- No te lo dije para que te molestaras... - titubeó. – Sino porque en mi visita al mercado de Val Royeaux nos acusaron de ser una amenaza para la sociedad y fueron los mismos templarios quiénes nos declararon herejes en frente, no solo del mando religioso, sino también de los civiles. – hizo una pausa, notablemente incómoda. – Discúlpame si parezco abrumada, es solo que estoy buscando las palabras correctas para expresarme...

- Lamento mi tono anterior, Elentari. – se excusó el comandante. Para él resultó evidente que el tono tan firme en ella fue un golpe demasiado contundente. No debía olvidar que no era militar y no estaba acostumbrada a esos modos.

Solas siguió sin abrir la boca. Cullen lo miró, otra vez, ahora el apóstata estaba visiblemente serio.

- Solo quería preguntarte si tienes idea de qué es lo que podría estar tramando el lord Buscador Lucius, - ella aclaró - pero es evidente que no lo sabes. Ni siquiera Cassandra pudo decir algo concreto.

- Por tu informe sé que la mayor guarnición de las fuerzas templarias de Orlais se han retirado de la Aguja Blanca a sitio desconocido con el objetivo de convertirse en una nueva fuerza militar y religiosa. – aseguró él. – Los templarios se han rebelado contra la Capilla en todas las órdenes de Thedas. Hay algunos que todavía se llaman "leales", pero son tan pocos que ni siquiera constituyen un número que les permita ser nombrados como "la Orden."

Después, Cullen dejó escapar un suspiro, arrepentido por el exabrupto anterior.

Aún le costaba separar el trauma del pasado de los magos del presente. Las pesadillas lo asediaban cada noche, y los recuerdos de las torturas sufridas no hacían más que intensificarse ahora que ya no consumía lirio. Ella y Solas eran magos, y eso lo incomodaba, porque las heridas seguían abiertas. Aun así, intentaba ser mejor que sus miedos y no permitir que el dolor dictara sus juicios.

Llevó una mano sobre sus cabellos y los aplastó. Siempre lo hacía cuando se ponía nervioso. Eso, o patear suavemente la nieve.

El silencio se extendió entre los tres. Él no iba a disculparse por el contenido de sus palabras, a lo mejor sí por el tono que había usado, pero cuando iba a abrir la boca, ella lo interrumpió.

- Bien, y... - titubeó una vez más, se giró a Solas, el elfo inclinó con suavidad la cabeza, instándola a hablar y ella asintió. Era evidente que había confianza entre los dos. – Bueno... tú dirás. – lo miró. - ¿A qué se debe nuestra presencia aquí?

La pregunta lo tomó por sorpresa. Cullen había creído que Leliana se los había comunicado.

- Eh... - balbuceó Cullen esta vez. - ¿Leliana no ha hablado con ustedes?

- Si la Heraldo no tiene inconveniente con mi interrupción... - se justificó Solas antes de continuar. Cullen notó que miró primero a Elentari. Ella le sostuvo la mirada; hubo un entendimiento tácito entre ambos que al comandante se le escapó. Luego, Elentari asintió, y el mago prosiguió:

- Leliana se reunió conmigo para comunicarme los resultados de la investigación, comandante. Pero no mencionó que tendría que presentarme ante ti después de eso - añadió, atravesándolo con una mirada fría. - Si debía entregarte personalmente el informe que me pidió completar, me disculpo por no haberlo hecho. Ella no lo advirtió. Se lo entregué directamente a ella.

- ¿Completar la investigación? - Cullen frunció el ceño, desorientado. - ¿Tú? ¿El sujeto investigado completó la investigación?

Solas no pareció incómodo ni sorprendido. Solo estoico. - Leliana me pidió que describiera en detalle la técnica de proyección arcana que utilicé aquella noche durante el ataque perpetrado por los templarios.

- Oh... - murmuró Cullen. De pronto, todo empezaba a encajar. - Entiendo.

Guardó silencio un instante, ordenando las piezas.

- Ya veo... - balbuceó, más para él que para los dos magos. - Después de tu explicación, comprendió que tienes un dominio notable de las corrientes arcanas vinculadas a las grietas y a la Brecha, ¿cierto? – levantó la vista hacia el apóstata. - ¿Magia de las Grietas?

Notó que Solas se tensaba apenas. Él suspiró y se dio media vuelta. Llamó a un soldado y le pidió que le alcanzara el informe que había dejado sobre la mesa.

- Supongo que Leliana estaba abrumada intentando contactar con la Corona por el asunto de la bann que te mencioné - dijo, volviendo su atención a Elentari. - Es probable que olvidara informarles el motivo exacto de nuestro encuentro.

Era probable que toda esta situación fuera adrede. Los tres lo sabían.

- Seguramente – aceptó ella.

Solas se cruzó de brazos.

- Leliana ha emitido un Dictamen de Aptitud Arcana y Asignación de Tutoría... - comenzó a explicar Cullen, pero entonces el soldado llegó al trote y le entregó el documento.

Elentari arqueó las cejas al leer el encabezado y dio un paso para situarse a su lado, inclinándose para observarlo mejor. Cullen se lo entregó.

Luego miró a Solas y continuó:

- Por lo visto, el interrogatorio que mencionas implicó, Solas, también una evaluación de ella hacia ti. – dejó correr unos segundos, y concluyó. - El objetivo era determinar tu capacidad arcana y concluir que eres el candidato más apto para entrenar a nuestra Heraldo.

Esta vez fue el mago quien dio un paso al frente, colocándose apenas detrás del hombro de Elentari, concentrando toda su atención en el documento.

- "Informe de Evaluación Arcana" – leyó en voz alta, ella. - "Resolución adjunta". – buscó entre las hojas.

- Permiso. – Solas extendió la mano y tomó la Resolución. Lo leyó en silencio y Cullen notó cuando entrecerró los ojos, parecía molesto. - Al parecer... nuestra maestra espía ya ha tomado la decisión sin consultar a nadie. – hizo una pausa, y resultó evidente que lo estaba. – Ha redefinido mi rol dentro de la Inquisición. Ahora, también seré el tutor arcano de Elentari.

- Es un honor, Solas. – espetó Cullen con voz de mando y sintiéndose insultado por el desprecio en el apóstata.

- No tienes que hacerlo si no lo deseas. – intervino ella con rapidez. Solas desvió la mirada hacia la Heraldo, y la dureza en sus ojos cedió, luego suspiró.

- No. No tengo problema en instruirte - respondió al fin. Apretó la mandíbula. - Quizás lo que me incomoda es la forma en que se me condiciona.

- ¿Qué otra forma esperas? - cuestionó Cullen. - Te estamos otorgando un dictamen por escrito.

- Precisamente... - murmuró. - Y agradezco el honor.

No sonaba halagado en absoluto. La manera en que apretaba los papeles lo dejaba claro. Elentari y el apóstata se miraron, él suspiró una vez más, cediendo frente a ella. Le pasó los papeles y miró a Cullen.

- Bien, comandante... tú dirás. ¿Cuándo comenzaremos con el entrenamiento?

Chapter 31: Otra época. Otro mundo III

Chapter Text

Solas caminaba con paso rápido por los senderos de raíces entrelazadas, donde los brotes asomaban entre la tierra húmeda y las flores comenzaban a abrirse sin pudor. Árboles frondosos alzaban sus copas como bóvedas vivientes que sostenían espíritus flotantes, y entre ellas danzaban pequeñas volutas de energía, semejantes a luciérnagas, que se desplazaban con la brisa y alimentaban las estructuras del lugar, sosteniéndolas en un equilibrio vibrante y delicado.

Era un paisaje rebosante de vida.

Lejos de reconfortarlo, aquella abundancia lo oprimía. Cada brote que nacía, cada pulso de energía vital le recordaba cuán frágil era todo aquello que existía gracias a un balance tan preciso como vulnerable. Un balance que estaba próximo a romperse...

Habitualmente, los encuentros con Anaris lo ayudaban a adquirir perspectiva y le ofrecían un horizonte claro, uno que luego compartía con Mythal para dotarlo de propósito. Solas reconocía que su sabiduría innata era una herramienta estratégica para el proyecto de Mythal de otorgar al pueblo élfico un Imperio sabio, próspero y justo. Sin embargo, también sabía que, desprovista de propósito, podía volverse fría y estéril. Por eso buscaba el consejo de Mythal con asiduidad, porque necesitaba anclar su lucidez a algo más que la mera coherencia lógica. Porque, al final, ¿qué era la sabiduría si no estaba orientada hacia un fin benévolo?

Mythal poseía aquello que él admiraba profundamente. Sabía confiar en el proceso. Era una verdadera arquitecta de mundos, y Sylaise, su discípula más brillante. Lo que esas dos mujeres alcanzaban a ver dentro de sus mentes creativas... estructuras completas, futuros posibles, equilibrios a largo plazo... le resultaba a veces demasiado perfecto, demasiado hermoso, para llegar a existir de verdad.

A Solas le costaba creer en algo tan etéreo como una "promesa de éxito". Su fe estaba puesta en la ética del acto presente, en la corrección inmediata de cada decisión. Mythal, en cambio, siempre había estado dispuesta a jugar partidas que duraran milenios, cediendo piezas si era necesario para evitar el jaque mate final.

Ahora, sin embargo, tenía la sensación de que aquella partida se acercaba peligrosamente a ese punto.

Por eso caminaba rápido. Quedarse quieto habría significado pensar demasiado. Y pensar, en ese momento, era peligroso. Ya que, una certeza incómoda lo atravesaba... la idea de que, quizás, esta vez se había equivocado al llamar a Anaris.

Comprendió demasiado tarde, algo que no había previsto. Lejos habían quedado las épocas en las que su amigo se regía por su antiguo propósito espiritual de la Determinación. En su lugar, lo que había respondido a su llamado no era otra cosa que la presencia desnuda de su Rencor.

El jaque mate parecía acercarse a ellos con tanta contundencia que, incluso Anaris había cambiado su esencia.

Solas empujó las puertas de madera viva y entró sin anunciarse. Solo había un lugar en todo Elvhenan donde no necesitaba máscaras, y era aquel. Su refugio. Su lugar seguro.

Ella

Mythal se encontraba de pie frente a una proyección arcana que mostraba el avance de los titanes sobre los territorios del Reino Iluminado. Hacía demasiado tiempo que no dejaba de buscar una solución; sus últimos encuentros, todos ellos, habían girado en torno a posibles estrategias. A Solas se le desmoronaba el alma al verla sumida en ese mar de preocupaciones.

Ella quería asegurarse, ante todo, de que los elfos continuaran existiendo libres y bajo su protección. La virtud moral vendría después. Ese era su orden de prioridades. A él, en cambio, le costaba enormemente dar ese paso de fe.

A veces... se sorprendía a sí mismo prefiriendo la inexistencia del pueblo élfico (el regreso al Más Allá como espíritus) antes que una existencia sostenida sobre la corrupción que Elgar'nan estaba dispuesto a cultivar.

Al sentirlo entrar, Mythal disipó la magia con un gesto suave de la mano y se volvió hacia él.

Como siempre, verla le arrebató el aliento.

Mythal no buscaba ostentar poder. Era imponente por la solidez de sus certezas; porque su sola presencia otorgaba a los elfos una sensación inmediata de hogar, pertenencia y resguardo. Allí, frente a él, envuelta en una delicada túnica azul marino, volvió a dejarlo sin aire.

- Tu desesperación hace vibrar al Más Allá, Solas, querido. - advirtió.

Su voz era calma, pero firme. No había reproche en ella, solo una observación certera. Él había dejado atrás a numerosas entidades que se le habían acercado mientras la buscaba.

- Si entras aquí con tanto fuego, quemarás aquello que intentamos construir – continuó, paciente. - Dime, amor mío... ¿estás tan alterado por la humillación que te infligió Elgar'nan?

- No. Estoy acostumbrado a lidiar con su tiranía.

- La autoridad de Elgar'nan no abraza la tiranía, mi amor. Aún no. – Solas hizo una mueca de disgusto. – Necesita el tiempo suficiente para ser civilizado.

- Ese tiempo no tenemos.

Mythal asintió.

Ese gesto provocó una invasión indeseada de furia en él.

En el centro de su estómago se arremolinó la frustración que había contenido durante demasiado tiempo, por el miedo a fallarle a ella, la rabia de tener que hincar la rodilla ante un soberano tan repulsivo como Elgar'nan. Sintió, con una claridad insoportable, que todo lo que había hecho hasta entonces no era suficiente. Que los consejos sabios, su lucidez, su previsión... no bastaban. Pero, por encima de todo, comprendió que había llegado el momento de aceptar algo que siempre había evitado... si el Reino Iluminado de los elfos iba a existir, tendría que descender al barro y ensuciarse las manos.

Y dolía de una forma casi física aceptarlo. Dar ese paso no solo lo enfrentaba al mundo... le partía la mente en dos.

- ¿Cómo puedes pararte a su lado, Mythal? ¿Cómo puedes ponerte esa corona sabiendo que está forjada sobre la sangre de los Pilares de la Tierra y la mentira de Elgar'nan? Estás validando a un monstruo.

- Alguien debe sostener la correa del monstruo, Solas. Si yo me aparto por pureza moral, como tú quieres, Elgar'nan devorará todo lo que hemos salvado. Mi corona no es un trofeo; es un grillete. Me encadeno a él para que no los encadene a ustedes.

Solas sacudió la cabeza y se descubrió caminando en círculos, abrumado por el torbellino de emociones. No lograba dilucidar qué era lo correcto. No lograba comprender cuál era la mejor opción. ¿Llevar a los espíritus caóticos a la guerra y permitir que destrozaran a todo aquel que se cruzara con sus impulsos devoradores... o crear aquella herramienta capaz de quebrar espíritus y silenciar a sus enemigos, sumiéndolos en un estado permanente de inoperancia cognitiva?

Cuando las manos de Mythal lo tomaron con firmeza por los brazos para detenerlo, notó que estaba temblando. No pudo alzar la vista. No pudo, porque era plenamente consciente de lo que estaba considerando... si introducirse en el núcleo cognitivo-emocional de sus adversarios y partirlo... o dar rienda suelta a espíritus insubordinados para que propagaran sus impulsos entre los elfos, habilitando acciones cuestionables (aunque, al parecer, necesarias) en tiempos de guerra.

A Solas lo aterraba la idea de verse rodeado, en el campo de batalla, por elfos y espíritus consumidos por la venganza; criaturas que vomitaran OdioTerror Pestilencia, entre otros de esos propósitos. ¿Cómo podrían, después, los despiertos volver a cultivar actos virtuosos si se dejaban arrastrar por las emociones más bajas?

- Amor mío, tranquilízate. – murmuró Mythal. Acarició su mejilla con una ternura precisa y luego apoyó la cabeza contra su pecho. Solas cerró los ojos y la rodeó con los brazos. - Para construir un hogar limpio y seguro, alguien tiene que bajar al barro y poner los cimientos. Yo estoy dispuesta a ser el muro de contención de nuestros hijos.

- Pero yo tendré que ejecutarlo - respondió él, con la voz rota.

- Y yo cargaré con la responsabilidad de haberte pedido que lo hagas.

Solas inhaló con dificultad.

- Estoy convencida de que, con el tiempo suficiente, podré civilizar a Elgar'nan – le dijo. – Podremos crear una cultura élfica lo bastante fuerte como para que, eventualmente, la tiranía se disuelva por sí sola.

Mythal se separó apenas de él y lo miró con una seriedad sin dureza. Solas sintió un nudo en la garganta. Le costaba creer como ella lo hacía.

- Si nuestros primeros pasos son corruptos, vhenan... - preguntó - ¿por qué crees que los siguientes serán distintos?

- Porque, a diferencia de ti, yo sí creo en el Pueblo - respondió ella con calma. - No he renunciado a la posibilidad de un triunfo cívico y moral. – le acarició, una vez más, la mejilla. - Tú ves el riesgo del fracaso. Tú priorizas la ética y la moral. Y tienes razón. Pero si nos detenemos ahí... no avanzaremos nunca.

Solas sentía el impulso de dejarse arrastrar por las emociones, de retirarse a un rincón y lamentarse por la encrucijada en la que se encontraba. Sin embargo, era dolorosamente consciente de cuánto dependían los sueños de Mythal de su capacidad para razonar con claridad. Allí donde Elgar'nan era el más fuerte de los Evanuris, él era el más inteligente... y el único capaz de ofrecer una solución a la mejor de todos ellos.

Por eso tomó una bocanada profunda de aire y se obligó a ser funcional. A asumir su sabiduría como lo que era, una herramienta. Debía dejar de permitirse el desborde, de comportarse como alguien paralizado por el peso de sus propias emociones.

Si iba a intervenir, tendría que hacerlo bien.

Necesitaba plantear un escenario realista, cimentado en la lógica más rigurosa posible, anticiparse a los errores, prever los desvíos. No para justificar lo inevitable, sino para minimizar el daño.

Porque, si alguien iba a cargar con las consecuencias de aquella decisión, sería él. Jamás dejaría que ella cargara con esos lamentos.

- Me he reunido con Anaris.

Mythal frunció el ceño, visiblemente contrariada.

Ella solía advertirle que Anaris era demasiado impredecible e insubordinado. Y lo era. Su naturaleza espiritual difería profundamente de la clase de entidad que Solas había sido.

Anaris, había sido un espíritu de la Determinación que reinó sobre las fuerzas del Vacío y ahora, como Evanuri, poseía atributos excepcionales. Custodiaba secretos que solo sus pares conocían, y los había compartido con Solas únicamente porque como Sabiduría Ancestral había viajado hacia el Vacío en incontables ocasiones, dispuesto a comprender los mecanismos más profundos del poder que allí residía. Determinación se los había otorgado a algunos de éstos y habían trabado una amistad.

Ahora, la ironía era cruel... porque gracias a ese conocimiento, al de Anaris y al suyo propio, Solas era el único capaz de concebir el arma necesaria para vencer a los Titanes.

- Quiere participar de la guerra. – le dijo e hizo una pausa, dejando escapar el aire que le llenaba los pulmones. – Está dispuesto a hablar con las entidades espirituales más caóticas para permitir que respondan a mis órdenes. Que reconozcan mi autoridad como su Portavoz. Y cumplir las órdenes de Elgar'nan.

Ella guardó silencio, observándolo con atención, inspeccionándolo. El contenido de sus palabras, en otro contexto, podría haber sonado a buenas noticias, pero Solas estaba demasiado agobiado para que aquello fuera cierto. Se sentía muy triste.

- Y, sin embargo, acudes a mí visiblemente perturbado – dijo ella al fin. - Si esto no es una buena noticia, entonces... ¿qué es?

Antes de responder, la ansiedad lo atravesó como un oleaje. El miedo al error lo envolvió, denso, sofocante. No quería fallarle a nadie.

"La moral sin victoria es extinción". Las palabras de Elgar'nan resonaban en su mente con la cadencia insistente de tambores de guerra.

- No está bien - repitió, una vez más. Había perdido la cuenta de cuántas veces lo había dicho ya. - Exigir a los TerroresCaosVenganzas... convertir a nuestros aliados inmateriales en armas de tortura... es perpetuar esos propósitos. ¿Acaso ese es el pueblo que deseamos? - la miró, casi suplicante, antes de continuar. – Todos dicen que es la única forma - añadió, con la voz quebrada. - Pero es atroz.

Mythal asintió despacio.

- Lo sé. Aún así, Elgar'nan piensa diferente – le respondió. - Cree que, para vencer a la montaña, debemos golpear con la fuerza de la piedra.

- La piedra se arranca de la montaña - replicó Solas, con amargura.

- ¿Acaso tenemos otra opción?

El tono fue cálido. El golpe, certero.

- Si corrompemos a los espíritus para ganar esta guerra - continuó él, con la urgencia desbordándole la voz y evitando la insinuación anterior. - ¿Qué seremos cuando termine? Gobernaremos sobre un cementerio moral. La victoria no vale nuestra esencia. Tú lo sabes. – ella aguardó. - Tu Benevolencia no puede permitir esto.

Mythal sostuvo su mirada. En sus ojos había una tristeza profunda, inquebrantable. Él sabía que ella odiaba haberlo acorralado... pero, por encima de todo, Mythal creía en el hogar que quería dar a los suyos.

- Mi Benevolencia no es debilidad, Solas - dijo con suavidad. - Es la voluntad de hacer lo necesario para que los nuestros sobrevivan... incluso si el precio es mi propia paz.

Dio un paso hacia atrás, Solas la liberó de su agarre y ella apoyó una mano sobre su hombro. El gesto no fue liviano, le mostró el peso de las responsabilidades que cargaba.

- Si no detenemos a los titanes – continuó hablando, esta vez no la mujer que amaba, sino la Reina Iluminada - ... no habrá nadie a quien juzgar moralmente. Seremos polvo. Habremos perdido nuestro derecho a existir.

Solas bajó la mirada.

- Para mí es evidente que tus deseos se han alineados con los de Elgar'nan... no tiene caso seguir negándolo.

- No con él, Lobo – le corrigió Mythal. - Contigo.

La frase lo golpeó más fuerte que cualquier acusación.

Los latidos en el interior de su pecho fueron puños que marcaban un ritmo desquiciado de dolor.

- Eso es aún peor.

- Y, sin embargo - añadió ella, sin retirar la mano y sintiendo su corazón enloquecer - ... tu mente no ha dejado de tejer los hilos de esa posibilidad desde la última batalla.

Él no respondió. No pudo. Tampoco se atrevió a mirarla.

- Ya has tomado tu decisión - concluyó Mythal. - Solo te cuesta aceptarla.

La verdad de sus palabras lo atravesó sin piedad.

La Sabiduría en él sabía que Mythal tenía razón en los hechos, la extinción del pueblo era inminente. Pero su espíritu se rebelaba. No contra ella... sino contra el precio...

- Si lo hago... - murmuró, sin atreverse a mirarla todavía – Elgar'nan se llevará todo el crédito. Dirá que fue su victoria. Se pondrá la corona y tú... tú serás la sombra que deberá sostenerlo.

- No la sombra, amor. - corrigió Mythal con suavidad. - Seré la luz que lo sostendrá.

Él encontró por fin fuerzas para alzar la vista. La encontró sonriendo, de modo delicado, despojada de vanidad, pero cargada de una fuerza serena y heroica que le cortó el aliento.

Esa era la diferencia.

Elgar'nan quería la gloria; Mythal quería la vida de su pueblo.

Ella se acercó más, apoyó las dos manos sobre su pecho y lo acarició, insinuante. En ese momento, Solas no se sintió como un súbdito. Se sintió como un instrumento afinado en las manos de una maestra virtuosa. Solo le faltaba dejarla usarlo.

- Tu Sabiduría ha encontrado el camino, mi amor. - dijo ella con esa autoridad benevolente que lo hacía querer ser mejor de lo que era. - Ahora deja que mi fuerza lo recorra. No ganaremos por miedo, como quiere Elgar'nan. Ganaremos por sacrificio.

- Lo haremos juntos - juró Solas.

- Un dueto - asintió Mythal. - Tú escribes la música, yo la canto. Y el mundo temblará para que nuestros hijos puedan dormir tranquilos.

Entonces, lo besó. Y él... lo creyó.

Chapter 32: Princesa élfica

Chapter Text

Elentari estaba en el interior de una habitación de la Capilla, quitándose con fastidio los broches finos que habían sostenido su intricado peinado durante la visita al duque de Ghislain, y a la que había acudido disfrazada de princesa élfica por pedido de Leliana. No solo eso. También la habían maquillado, resaltado cada uno de sus rasgos faciales (que decían, eran exóticos para los shem) y confeccionado un vistoso peinado que resultó "impactante" entre los nobles. Ella se había sentido fuera de lugar, pero había confiado en la sensatez de su maestra espía... Tarde se había dado cuenta de que no había sido una buena idea. Principalmente, después de ser testigo del desprecio que lady Vivienne había dibujado en su mirada al encontrarse con una representante de la raza élfica que, al parecer, jugaba a ser la sensación del momento.

Oh, claro. Y también estaban los acontecimientos recientes en el grupo de la Inquisición. Se habían unido nuevos miembros. El guarda gris Blackwall, una elfa muy peculiar llamada Sera y, finalmente, lady Vivienne, primera encantadora de Montsimmard y encantadora de la corte imperial de Orlais, a quien había insultado con su atuendo.

- Heraldo... – escuchó la voz del comandante en el interior de Capilla, llamando con tono firme.

Solas y ella ya habían entrenado un par de veces con Cullen antes de partir a las siguientes misiones. A Elentari le caía bien. Era recto, educado y seguro de su experiencia. Durante los entrenamientos solía darle buenos consejos y, la última vez, incluso aceptó volver a colocarse la armadura templaria para mostrarle, desde la práctica, cómo defenderse de los ataques característicos de la orden.

Solas había pedido participar, así que el ejercicio terminó convirtiéndose en un enfrentamiento desigual, él atacaba a ambos y también se defendía de los dos. Fue maravilloso. Elentari nunca había entrenado de ese modo, y lo que más disfrutaba era que ni Solas ni Cullen se mostraban protectores con ella; la atacaban con ahínco y la instaban a responder con la misma intensidad. Eso le permitió descubrir una fortaleza en su interior que hasta el momento había permanecido oculta. También le dejó el cuerpo cubierto de hematomas, pero eso era un pequeño detalle (se negaba a mencionar el agotamiento muscular).

- Heraldo. – una vez más la llamo.

Elentari deseó desaparecer en ese mismo instante. Había albergado la esperanza de que nadie fuera testigo del bochornoso vestido que llevaba puesto, ni del maquillaje, ni del peinado ridículo. Pero, bueno… ¿qué más daba? Se trataba del comandante. Aquel hombre la había visto sudar, sangrar y caer incontables veces en los últimos días. Verla con un vestido de princesita élfica no podía ser peor.

Reunió la poca dignidad que le quedaba y abrió la puerta de la habitación. Asomó la cabeza apenas y agitó la mano para llamar su atención.

El shem rubio la vio y respondió con un gesto breve antes de acercarse con paso firme, cargando un fajo de papeles bajo el brazo.

- Elentari… - estaba diciendo Cullen justo cuando se detuvo frente a la puerta entreabierta.

Ella seguía luchando con los broches que atrapaban su cabellera oscura. ¡Fenedhis! ¿Con qué estaban hechas esas cosas? ¿Cómo se habían enredado así en su pelo? Alzó la vista solo un instante y notó la forma en que él había sido incapaz de disimular su mirada. Claramente, no esperaba aquel atuendo ridículo.

Elentari frunció el ceño, molesta. Esa misma expresión se la habían dedicado otros shemlen durante la reunión. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso una elfa no podía vestirse de manera absurda sin que la miraran como si hubiera cometido un crimen?

- Discúlpame por el atuendo, Cullen - dijo, sin ocultar del todo el fastidio. - Leliana consideró conveniente disfrazarme de princesita élfica para asistir a una reunión en Orlais. No le des importancia.

Aunque intentó suavizarlo, el desdén en su tono fue evidente. Cullen sonrió con cierta torpeza y desvió la mirada hacia su rostro, como buscando corregirse. Elentari creyó notar un rubor apenas perceptible en sus mejillas, pero en ese momento él le extendió unos informes y ella se ocupó de tomarlos.

- Pues… no creo que haya sido una buena decisión presentarte ante un grupo de nobles orlesianos de esta forma, Elentari - bromeó, le pareció algo intimidado por la forma en que arrastró las palabras.

- ¿Verdad? - lo miró con una mezcla de ironía y cansancio. – Y ni menciones el maquillaje. – él negó con un gesto. - ¿Por qué crees que Leliana se equivocó tanto con esta elección?

- No soy un experto en política, - admitió - pero incluso yo puedo ver que algo así puede resultar ofensivo. Y déjame aclararte algo, Leliana rara vez se equivoca. Seguro hubo una intención detrás de esta decisión. Quizás deberías preguntárselo.

Tenía razón. Y eso solo logró fastidiarla más.

Sin darse cuenta, le devolvió los papeles y volvió a concentrarse en la tarea urgente de liberar, de una vez por todas, su cabello. - ¿Me ayudas?

Cullen dejó los papeles en el suelo y se acercó para comenzar a desabrochar los del costado. Mientras lo hacía, aprovechó para comentarle de los informes (supuso):

- A lo mejor te levante el ánimo lo que he venido a mostrarte. - hizo una pausa y ella se giró levemente para que accediera a los que estaban en la parte trasera del cráneo. No iba a llegar a esos. Él lo comprendió y puso manos en el asunto.

- Recientemente, los rumores acerca de los esfuerzos de la Inquisición se han esparcido entre los campesinos y pueblos de Ferelden. Se habla bien de todo lo que has ido logrando. – continuó. - Hemos recibido muchos nuevos reclusos, incluso algunos lugareños de Refugio se han acercado a hablar conmigo para formar parte del ejército. Así como peregrinos, en lugar de solo refugiados. – al fin, el comandante logró sacar uno de los broches. Lo sintió suspirar con fastidio, pero continuó trabajando en su cabello, y también continuó hablando:

- Y, como has solicitado, Josephine se ha comunicado con los monarcas para que faciliten provisiones al pueblo y lo han hecho.

- Oh, eso es grandioso.

- Sí. Recientemente, hemos firmado un tratado comercial que aumentar la presencia de soldados del rey sobre las principales rutas de comercio para que los comerciantes se animen a acercarse hasta aquí. Es una forma de asegurar la protección de las caravanas. Eso va a estimular el mercado local.

- Vaya… no esperaba tan buenas noticias. ¡Eso es genial!, ¿no? - exclamó Elentari. Tres de los broches cayeron al suelo. - Cullen, eres muy lento.

- Mis dedos son demasiado grandes para estas cosas - se defendió. - Me estoy esforzando.

Ella rio.

- De acuerdo - bromeó, y dejó que continuara a su propio ritmo con su cabello.

- Son buenas noticias, desde luego - admitió él, aunque su voz sonó ligeramente sombría.

- Ajá… peeero…

- Pero no considero que seamos todavía una fuerza militar lo bastante sólida como para defender a tantos civiles si llegaran a atacarnos - continuó. - Eso es lo que me preocupa.

- Bueno, pero acabas de decir que están llegando muchos reclutas - replicó ella. - ¿Y cómo te sientes con eso?

- ¿Con qué parte?

- Con la parte en la que sumas cada vez más soldados a tu causa, Cullen.

- No me molestan las responsabilidades - aclaró. - Pero son novatos. Jóvenes entusiastas, lo cual agradezco, desde luego. Aun así, debo entrenarlos lo más rápido posible.

Hizo una breve pausa y sonrió.

- Y recuerda, soy muy exigente como comandante. Para que yo vea a mis reclutas como soldados, todavía tienen que aprender muchas cosas para satisfacerme.

- Conmigo no eres exigente.

- Tu tutor es Solas. – aclaró.

- Cierto. – Elentari dejó caer unos cuántos broches más. Sonrió con satisfacción. Ya quedaban menos.

- Cuando vaya a las próximas misiones, - le dijo a Cullen que recién había logrado quitar tres broches - me aseguraré de prestar atención a comerciantes que quieran acercarse a Refugio y de acompañarlos para que puedan acceder aquí con nuestra protección. – él no dijo nada, pero de seguro que había asentido. - Y hablaré con Threnn por las provisiones. Tú... no descuides la importancia de nuestras armaduras y armas con Harritt... y todo irá mejorando...

- Por supuesto que no. Harritt ya ha cumplido con la primera entrega. Ahora… en cuanto al nuevo pedido que haré… - le sintió suspirar. – Digamos que se molestará.

Justo cuando iba a responder al comandante, oyó el taconeo de unos pasos lentos acercarse. Ella se giró y, para su sorpresa, se encontró a lady Vivienne caminando con orgullo notorio, contoneando sus caderas y observándola con el mismo desdén que le había regalado más temprano.

- Heraldo, querida… - comenzó Vivienne. - Quizás deberíamos tomarnos un momento para hablar de ciertos detalles.

La maga lealista se detuvo junto al comandante y se cruzó de brazos con lentitud. Luego le echó un vistazo a ella, arqueó una ceja y, sin disimulo alguno, dirigió la misma mirada crítica hacia Cullen.

El comandante carraspeó y dio un paso atrás, interrumpiendo de inmediato su asistencia. Se agachó para recoger los papeles del suelo. Elentari pensó, con amargura, que su día difícilmente podía empeorar.

- Sí, dime qué tienes en mente, Vivienne - respondió, resignada.

La encantadora imperio dejó escapar una leve exhalación

- Vaya… - comentó con una sonrisa que no tenía nada de inocente. - No sabía que la Inquisición fomentaba este tipo de intimidades capilares. Debo decir, comandante, que no te imaginaba tan… versátil. - sus ojos recorrieron a Cullen con deliberada lentitud, hasta que acabó por observar la cabellera de Elentari. Él se tensó de inmediato, ella también, y se encontró apretando los dientes con fuerza. La mujer la incomodaba.

- La Heraldo necesitaba ayuda, lady Vivienne – respondió, enderezándose. - Nada más que eso.

El tono fue firme y correcto, pero un leve rubor surcó sus mejillas y Elentari se sintió culpable por haberlo metido en una situación con esta.

Vivienne sonrió un poco más. Parecía satisfecha por molestarlos. 

- Por supuesto, comandante. - replicó. - Qué tranquilizador saber que la diligencia militar también incluye habilidades domésticas. - entonces giró ligeramente la cabeza y añadió. - Ah, por cierto. Conocí a un elfo mago hace un momento. Solas, creo que era su nombre… - la mujer le dedicó una sonrisa cargada de desdén a Cullen. - Debo admitir que no esperaba encontrar a un apóstata caminando libremente por la Inquisición. – arqueó una ceja. – Pero bueno, tampoco esperaba a un comandante ejerciendo de peluquero.

- Ya está bien con la burla, lady Vivienne. – Cullen la enfrentó molesto. – Y sí, Solas es un miembro valeroso del equipo, y un mago apóstata. – ella se cruzó de brazos. – Y la Inquisición no es la orden templaria.

- Yo también soy una maga que no se ha formado en el interior de los Círculos. - intervino Elentari, intentando advertirle que cuidara las palabras con las que se refería a los magos élficos. Aunque la encantadora no fuera consciente, Solas y ella estaban formando un dúo confidente y no iba a dejar que insinuara privarlo de su libertad. - Espero que eso no sea una molestia para ti.

- Oh, querida, cosas tan insignificantes no llegarán a molestarme, descuida. - respondió con altanería. - Dime, ¿qué estabas haciendo  en el Cónclave cuando explotó?

Elentari no recordaba nada de ese evento, y tampoco le gustaba el tono que la mujer estaba utilizando con ella. Sin embargo, por prudencia, decidió que no iba a mostrarse molesta con una persona que voluntariamente se había unido a la causa.

- Intentando comprender el impacto que tendría para los clanes dalishanos las decisiones que se tomasen aquel día entre magos y templarios. Ahora mismo, en la Inquisición, intentando restaurar el orden. - los labios de la encantadora imperial se curvaron en una sutil sonrisa. La mujer parecía ser una serpiente venenosa.

- Oh, querida, pocas veces he sido testigo de palabras tan sabias. - aseguró, pero ella captó el tono burlón de la mujer. Al parecer Cullen también, porque entrecerró los ojos y se cruzó de brazos, aun sosteniendo los papeles.

- La muerte de Justinia ha roto el equilibrio de poderes en Thedas. – agregó Vivienne. - Restaurar el orden en esta guerra indeseada debería ser la prioridad de todos. Si tan solo los magos rebeldes fueran capaces de verlo de esa manera... - y entonces volvió la atención sobre Cullen. - Y ahora, el destino de magos, templarios e inocentes de todo tipo depende de la Inquisición, ¿no es así, comandante?

- No solo de nosotros. - aseguró. Y después soltó. - Oh, pero ya veo. Ese es el motivo por el que te has unido a nuestra causa... Porque quieres tener parte en la decisión en ese "destino" y no estar lejos de los grandes eventos...

- Tú, ¿no? - se burló sin disimulo esta vez. - Por casi un millar de años el mundo creyó estar en manos del Hacedor. Y ahora ustedes hacen creer que aquí yace un agente de su voluntad. – pasó una mirada inquisitiva sobre Elentari. - Una mensajera de la voz de nuestra virtuosa Andraste. – ahora, la recorrió de pies a cabeza, y sonrió, venenosa. Un instante después, agregó. - Sea cual sea la verdad, eso les concede poder... Creo que la pregunta adecuada en este asunto es ¿a qué privilegios sirves, Heraldo? ¿Al de los inocentes, o a los de tu raza? - Pausa, deliberada. - O a los de tu clase...

- Estás siendo más que impertinente, lady Vivienne. - advirtió Cullen a su lado, a lo que la mujer respondió con un levantamiento de cejas.

- Para nada, comandante. Solo creo que a menudo la historia se moldea no tanto por relaciones deterministas de poder como por errores trágicos que derivan de creer en relatos cautivadores pero dañinos.

- Habla con claridad, encantadora. - pidió Elentari, cansándose de los jueguitos y plantándose frente a la encantadora imperial con mirada desafiante.

- Oh, sí, por supuesto querida. Te lo traduzco. - se burló de ella. - Debo admitir que me resulta preocupante que nuestra "Heraldo" sea una mujer élfica que se pasea por castillos y palacios vistiendo un disfraz de los suyos. - Elentari sintió cómo el calor subía a través de sus mejillas y, a pesar de que la maga estaba siendo una insolente, tenía que admitir que tenía razón. - A lo que debo sumar que, además, se trata de una maga apóstata y dalishana, tanto como el que ha defendido nuestro antiguo templario y que goza de una libertad que debería ser cuestionada luego del revuelo que han armado los magos traidores de la Capilla. - entonces volvió la mirada sobre Cullen. - Tan solo quisiera un poco de honestidad aquí. ¿Qué es lo que estamos armando en esta Inquisición? ¿Un plan tendencioso para dar libertad cruda a la magia? ¿O una organización que pretende traer algo de orden?

- Estamos intentando otorgar orden a un mundo sumergido en el caos, lady Vivienne. - respondió Cullen, casi en un siseo. - Y no permitiré que pongas en duda nuestro compromiso.

- En duda lo han puesto ustedes mismos... - respondió, antes de hacer una reverencia fingida y retirarse.

El silencio se prolongó entre el comandante y la Heraldo.

Finalmente, Elentari arrancó el último broche con un movimiento brusco, sintiendo cómo su cabello caía libremente sobre sus hombros. El leve tirón en el cuero cabelludo fue un recordatorio molesto de todo lo que acababa de ocurrir.

Se sentía ridícula.

Como si se hubiese disfrazado para jugar un papel que no le correspondía y no acababa de entender. Y no era la primera vez que se sentía así... solo que, esta vez, esa mujer se lo había escupido en la cara. Cerró los ojos por un momento, respiró hondo y se mordió la lengua para no soltar una sarta de barbaridades sobre Vivienne.

La encantadora la había humillado. La había reducido a una marioneta en una obra que ni siquiera entendía del todo.

- Cullen, te pido disculpas - dijo al fin, enderezándose y ocultando la ira que aún le quemaba la garganta. - No fue mi intención incomodarte con todo esto. Y perdón por lo del cabello.

Él pareció sorprendido por sus palabras. - No tienes que disculparte, Elentari. En cualquier caso, quien se ha pasado de la raya ha sido Vivienne.

Elentari apretó los labios y asintió con rigidez antes de girarse hacia la puerta. No tenía ganas de seguir con esta conversación. De hecho, no tenía ganas de seguir en este maldito lugar ni un minuto más.

- Si me disculpas, tengo algo que hacer.

No esperó su respuesta.

Salió de la habitación con paso firme, sintiendo la tela del vestido rozarle las piernas mientras avanzaba por los pasillos de la Capilla. Sus pasos fueron firmes, notó la inspección que le dedicó la encantadora, quien se encontraba también en el interior de la edificación y, debido al enojo, no fue consciente de que había salido de allí descalza como una salvaje, pero Vivienne sí que lo notó. Y aquella imagen no ayudó en absoluto al juicio que la shemlen se estaba formando de la Heraldo de Andraste...

Y, aunque Elentari no sabía hacia dónde se dirigía, su mente ya lo había decidido antes que ella. Iba a buscar a Solas.

Chapter 33: El apóstata errante

Chapter Text

Solas yacía tendido sobre la cama, con la cabeza recostada en el antebrazo y la mirada fija en el techo de su habitación. Con el otro brazo extendido, hacía surgir una neblina densa, compacta, casi esférica... solo para disiparla un instante después. Repetía el gesto sin pensar, una y otra vez.

Las palabras que había extraído con Fuego del Velo de la nota de su agente seguían resonando en su mente, corrosivas. Parecían capaces de erosionarle la templanza con una lentitud cruel desde el mismo instante en el que las había conocido.

Y se sentía abrumado.

Lobo:

He estado investigando en Tevinter como has solicitado.

El mercado ilegal aumenta su influencia cada día, el mal susurra en las sombras, y los esclavos desaparecen semanalmente. A nadie le importa realmente, y los templarios imperiales han aprendido a hacer la vista gorda, aunque incluso entre ellos se puede sentir el temor... Los tiempos se agitan en el imperio y cada vez más, magos poderosos parecen interesados en oír los delirios de un grupo supremacista que se hace llamar "venatori".

No auguro un futuro pacífico para el norte...

El Vir'abelasan ha comenzado a murmurar. Y alguien ha estado oyendo esos murmullos. No tengo mucho más para decirte. Solo un nombre: Calpernia. Presta atención a ese nombre si lo oyes. Tiene algún tipo de relación directa con Corifeus.

Y, ¡por fin! he dado con la pista de Taren. Estaba investigando un culto sectario dedicado a adorar al Dragón de la Noche cuando fue asesinado. El nombre de la secta es La Última Luna. Tiene una relación profunda con la casa Krastium en Tevinter.

Algo gordo se está cociendo aquí con la magia de sangre. El nivel de corrupción es nauseabundo.

Continuaré con mi investigación.

G.

No encontraba un término preciso para nombrar el conjunto de sensaciones que lo invadían. No era miedo. Tampoco ira. Era algo más primario, más incómodo, porque aquellas palabras habían tocado un punto de su mente que era el más complicado para él, ese que conocía demasiado bien los secretos del mundo antiguo de los elfos, así como el peligro que estos albergaban. Solas, en su tiempo, había tenido la osadía de modificar aquellas fuerzas con consecuencias demenciales… por eso se sentía tan… incómodo. Era la incertidumbre de no saber qué haría Corifeus si llegaba a conocer él mismo aquellos secretos. ¿Otro dios corrupto?   

Solas apretó el puño y la esfera neblinosa se cristalizó en hielo y reventó.

Se sentía desilusionado de sí mismo. ¿Cuántas veces era capaz de equivocarse?

Estaba harto.

"El Vir'abelasan ha comenzado a murmurar. Alguien lo ha estado oyendo".

“Calpernia”.

“La Última Luna”.

¿Cómo demonios podía lograr poner toda la maquinaria de la Inquisición a buscar el nombre Calpernia sin levantar sospechas?

Otra bola neblinosa volvió sobre su mano, él volvió a destrozarla, sintió algo de dolor, pero no importó.

Sabía que, de todas, solo una palabra del mensaje lo había hecho temblar:

Vir’abelasan

En tiempos antiguos, June había fabricado el primer eluvian a partir de un único cristal de lirio, perfectamente dividido en dos. Dos mitades resonantes, espejos que se buscaban mutuamente sin importar la distancia. Así había nacido un sistema de pares enlazados que solo podían reflejarse entre sí y que había transformado la forma de vivir de los elvhen en el Imperio de Elvhenan.

Pero Solas... Solas había sido más inteligente… y había logrado cambiar también la forma de vida de los esclavos y oprimidos, aquellos desplazados de los privilegios de clase y olvidados por los falsos dioses. 

Él siempre había estudiado los límites de la magia (incluidas las obras de sus pares) y había perfeccionado el diseño de June. Había modificado los eluvians para que no dependieran de una pareja fija, sino que pudieran conectarse con cualquier otro mediante un canto capaz de alterar la melodía de la roca cantarina. Así, construyó el Vi’Revas, un eluvian capaz de conectar con las representaciones del resto de los espejos en el interior de la Encrucijada. Su Encrucijada.

Esa innovación le había permitido escapar de sus perseguidores cuando liberaba a su Pueblo. Había convertido la red en un territorio cambiante, indescifrable para los Evanuris. Había hecho de los espejos su dominio. Y del laberinto de la Encrucijada su segundo hogar.

Y Felassan acabó por otorgárselo a una mortal… traicionándolo.

La bola neblinosa se cristalizó una vez más, Solas la apretó hasta quebrarla… una vez más. El dolor golpeó como espinas. No importó. Nunca importaba…

En la versión original de June, los eluvians funcionaron por resonancia entre pares. Cada eluvian tuvo una frecuencia mágica única, como una nota en una canción. Solo podía conectarse con su "pareja", es decir, otro espejo que resonara en la misma frecuencia exacta.

Y el eluvian de Tarasyl'an Te'las había sido construido para conectarse con el Vir'abelasan, en el interior del Templo de Mythal.

Lo habían edificado juntos, cuando aún luchaban por sostener el amor que uno sentía por el otro. Cuando todavía creían que eran dos voluntades sonando juntas, sin dominio, solo complementariedad...

La conexión entre espejos nunca había sido aleatoria... Era una danza armónica, una canción en bucle entre dos puntos. Y esos puntos, en el pasado, habían sido él y ella.

Y ahora alguien estaba oyendo los susurros provenientes del Vir’abelasan.

Y eso era… extremadamente peligroso.

¿Por qué el Vir’abelasan había empezado a susurrar? ¿Y por qué él no lo había oído?

De pronto, sintió como si alguien llamaba a su puerta, pero el sonido del hielo quebrándose (una vez más) no le permitió estar seguro. Arqueó las cejas y disipó el dolor en su palma, que ya estaba sangrando. Se giró apoyándose en el antebrazo y dirigió la atención hacia la puerta. ¿Le había parecido?

No era habitual que lo buscaran a esas horas. Por lo general, todos respetaban los tiempos de descanso y, la única persona que alguna vez lo había interrumpido había asistido al ducado de Ghislain por una celebración importante, así que Elentari no podía ser.

Solas se curó la mano con una sacudida, y entonces, la puerta volvió a sonar.

Extraño. Pero agradeció la distracción, incluso Leliana sería bienvenida en este momento.

De hecho, ¡mucho mejor si era la maestra espía! Esta vez iba a ser un lobo dócil, iba a responder con entusiasmo a sus preguntas arcanas y la iba a dirigir, lentamente, hacia la política de Tevinter para empujarla a buscar sobre La Última Luna y Calpernia…

Corifeus, simple y llanamente, no podía hacerse con los secretos del Vir’abelasan… la Inquisición iba a tener que adelantarse, y él iba a guiarlos… hasta Tarasyl'an Te'las si era necesario. La pregunta era cómo hacerlo sin levantar sospechas.    

Se puso de pie, abotonó el pantalón que había llevado flojo por comodidad y tomó una camisa casi sin mirarla antes de ponérsela. Se acercó a la puerta, pero se detuvo un instante para inspeccionarse.

Demasiado… relajado.

Torció la boca en un gesto de descontento. Quizás a Leliana no le agradaría verlo así, pero estaba en su habitación. No iba a enfundarse la armadura ligera por ella.

Dio un suspiro, apoyó la mano en el picaporte, se echó un último vistazo, y la abrió con aparente desinterés.

Entonces se encontró con Elentari, frente a él. No se lo esperó, tuvo que admitírselo.

En el nombre de todo lo racional, ¿qué hacía ella aquí?

Porque Elentari no iba a acercarlo a Calpernia de la forma que lo hubiera hecho Leliana.

Porque Elentari simplemente no debería estar llamando a su puerta en medio de la noche. Mucho menos vistiendo como lo hacía.

Porque Elentari era una muchacha ingenua, víctima de toda esta tragedia.

Pero por sobre todo… porque esta noche la mente de Solas estaba siendo sometida al dominio de Fen’Harel, y ella nunca había tratado con el Lobo.

Dejó escapar un suspiro de fastidio, y se concentró en ella.

Llevaba un vestido elegante, ceñido al cuerpo, adornado con pedrería delicada. El escote insinuaba lo suficiente como para despertar la imaginación, pero no tanto como para resultar provocador de forma evidente. Estaba despeinada y el maquillaje, demasiado cargado, resaltaba con intensidad los rasgos de la dalishana. Hermosa, sí... pero de un modo peligroso. Un modo demasiado llamativo, e imposible de ignorar. Y eso era un error. Elentari era la Heraldo de Andraste; no debería buscar ser recordada por su apariencia. ¿Por qué se había vestido así? ¿Un error de cálculo, tal vez?

Se miraron. Ella, expectante. Él… bueno, siendo él.

Y, entonces… el silencio se extendió entre ambos. Elentari no le quitaba la mirada de encima, como si no estuviera dispuesta a retirarse. Él bajó la mirada. Estaba descalza. Los pies tocaban directamente la nieve. Volvió su atención sobre el rostro de ella, y se detuvo en sus labios, que ya mostraban una peligrosa coloración azulina. Se estaba helando.

¿Por qué no usaba magia para equilibrar las condiciones externas? ¿Acaso los magos de este mundo no lo hacían, o solo los dalishanos se restringían? ¿Acaso tenían tanto miedo al poder del Más Allá que preferían sufrir una hipotermia antes que conservar los signos vitales en equilibrio?

Solas volvió a mirar esos ojos dorados. Esos malditos ojos que le recordaban a su pasado. Un pasado demasiado doloroso, pero que no dejaba de atormentarlo.

¿Qué hacer con ella? ¿Por qué lo buscaba a él?

Elentari tembló, se llevó las manos alrededor de sus brazos y se sacudió, incómoda, pero no dijo nada. Él, como la vez anterior, cedió. Había algo en esta muchacha que lo hacía ceder, y no era solo estrategia… así que, apretó los dientes con disimulo y se preparó para representar un papel…

- ¿Apurada? – fingió soltura con una sonrisa apenas burlona mientras se hacía a un lado para permitirle el paso.

Ella pareció agradecer la invitación silenciosa y lo atravesó con prisa. Solas cerró la puerta tras ella.

Bien. Sus cavilaciones acerca del Vir’abesalan tendrían que esperar frente a las demandas de la Heraldo. No sonaba tan mal, después de todo, esta noche Fen’Harel era su peor enemigo. Mucho mejor si se veía obligado a mantener a raya al Lobo.

Chapter 34: El Lobo Terrible seguía siendo necesario

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Ya en el interior de su habitación, Elentari soltó el aliento de golpe, se frotó los brazos, y volvió a tiritar. Claro, la tela del vestido era demencialmente liviana, por eso la pedrería era la que le otorgaba cuerpo, pero no protección al frío. Solas movió la mano y el calor del interior aumentó de inmediato.

Ella lo miró.

- Gracias. – murmuró, aún temblando y con sus labios todavía violáceos.

- De nada...

¿Por qué ella misma no equilibró sus signos vitales? 

El silencio se extendió entre ambos.

Notó que no le dirigió la mirada, más bien se había girado a inspeccionar la habitación. La primera vez había hecho lo mismo. Vio que los ojos de Elentari se posaron sobre la cama de él, que esta vez sí que estaba destendida. Solas también la inspeccionó pero buscando rastros de sangre, por las lesiones de momentos atrás, por suerte, no encontró nada. Entonces, volvió su atención sobre la joven elfa, y la vio morder con suavidad el labio inferior como si se avergonzara por haber venido hasta aquí y el gesto solo sirvió para dejarle claro que esta actitud sorpresiva no había sido más que otro de sus arrebatos...

Solas confirmaba, inevitablemente, que había veces en las que ella actuaba por puro impulso, olvidando que tenía un cerebro racional que debía frenarla antes de hacer tonterías. Las consecuencias de buscarlo a él eran peligrosas, más que nada para Elentari… porque había en él una tendencia de destruir a todos los que se le acercaban demasiado. Y ella empezaba a confiar mucho, incluso parecía admirarlo. Solas debía protegerla del daño que podía ocasionarle.

Si tan solo no fuera él su verdadero adversario… ¿no? Oh, las ironías de la vida eran interminables, y crueles…

- Y bien… - Solas rompió con el silencio, haciendo uso de un tono bastante neutro. Elentari lo miró expectante. - ¿Vamos a fingir que no has venido hasta aquí sintiéndote molesta y vestida de una forma muy extraña? ¿Qué ha sucedido?

Elentari resopló y fue directamente hasta su cama con ímpetu, se dejó caer allí y rápidamente adoptó la posición clásica de meditación, cruzando las piernas y tirando la mano parar tomar las sábanas y tapar la piel desnuda. Bufó, peleó con la sábana un instante, hasta que alcanzó su meta de taparse. Solas no pudo evitar ser muy consciente de lo impertinente que era para manejarse con tanta soltura en el interior de su habitación, más aun para elegir su cama para relajar sus tensiones.

Entonces, él se cruzó de brazos y apoyó el hombro contra la puerta. Por alguna razón, consideró un acierto mantener cierta distancia entre los dos. ¿Por qué lo hacía? Bueno, a lo mejor porque esta noche deseaba huir de sí mismo y se conocía lo suficiente como para reconocer cuándo una situación lo empujaba a bajar la guardia, a permitirse decisiones peligrosas... por puro capricho. Fen'Harel era muy caprichoso, y a veces resultaba dificultoso manejarlo. Pero con ella no podía permitirse nada de eso. Con ella debía mantener en dominio a Solas, no al Lobo.

Elentari continuó sobre su cama, visiblemente fastidiada, pero sin decir nada. Acomodaba una y otra vez, la sábana sobre las piernas y seguía apretando los dientes.

Otra vez, tuvo que romper el silencio él.

- Vas a tener que explicármelo tú. - insistió. - No habrá modo de que yo lo descubra por mi cuenta.

- Es que, en verdad, no sé por dónde empezar... – le confesó, y sonó abatida. Aun así, iba a tener que encontrar el modo, porque ahora él quería saber qué era lo que estaba sucediendo.

- ¿Qué te parece si empiezas por el comienzo...? Como habitualmente se hace…  

La provocación la obligó a soltar una carcajada seca, cargada de desdén, y por primera vez desde que había irrumpido allí hecha una furia, volvió la atención hacia él.

Elentari lo observó, pero se demoró un segundo de más. Tal vez dos. Le recorrió la silueta casi sin darse cuenta de que lo hacía. Primero lo miró en conjunto y luego dejó que la atención ascendiera por el ancho de sus hombros, por su cuerpo, antes de volver a alzar la mirada hacia su rostro. No se sonrojó ni una sola vez en el proceso.

- ¿Estabas durmiendo?

Él negó con dos movimientos de cabeza.

- ¿Estabas acostado?

Ahora, asintió. Ella resopló.

- Ay, perdóname por ser tan inoportuna. – el tono pareció un verdadero ruego. – Sé que soy una pesada contigo… que todo el tiempo te molesto.

- No todo el tiempo. – respondió con una media sonrisa, que pretendió ejercer de aliada. Ella le sonrió también.

- ¿Y bien? – insistió desde su sitio. – Dime, Elentari… ¿Qué te trae por acá?

La vio hacer una mueca, de esas que habitualmente hacía de forma inconsciente con su boca cuando se fastidiaba. Se percató que sus labios otra vez eran rojizos. Perfecto, su temperatura corporal debía de estar dentro de los parámetros habituales.

- Acabo de tener una reunión muy desagradable con lady Vivienne. – la oyó decir. En cuanto pronunció ese nombre, Solas dejó escapar una risa breve, cargada de desdén. Él se había cruzado con esa mujer que le pareció una elitista y una racista arrogante.

Notó que Elentari lo miró un instante, pero después abrió mucho los ojos y dejó escapar una carcajada.  

- Noooo... – enfatizó en la negativa, mientras cerraba dos puños sobre la sábana. - ¿Ya te has dado el lujo de ofenderla?

Solas conservó la sonrisa altanera y se limitó a defenderse.

- ¿Ofenderla? No, para nada. Tan solo he tenido el placer de conocerla.

- ¿Qué le has dicho?

- Nada de interés. Fue ella quien me enfrentó con sus prejuicios y consultó acerca de mis experiencias y mi condición de apóstata. Yo, simplemente me he visto obligado a responder.

Elentari resopló entre risas, pero después se dejó caer sobre su cama. Eso le arrancó a él una risa baja, contenida, plenamente consciente de cuánto ella bajaba la guardia en su presencia y de lo inapropiado que aquella escena podría parecer si alguien la observaba desde afuera.

Al pensar esto último y, quizás por instinto de preservación, sintió que los músculos de los brazos se tensaron con sutileza, como si le recordaran que debía permanecer allí, de pie, recostado contra la puerta y manteniendo la distancia. Su mente siempre iba un paso por delante de sus instintos en ese tipo de situaciones, y no iba a reprocharse ahora mismo el recaudo.

- Oh, Solas... si tan solo hubieras estado conmigo cuando Vivienne me atacó.

- No me necesitas a tu lado para defenderte - replicó con calma. - ¿Qué fue lo que te dijo esa mujer?

Elentari fijó la mirada en el techo. Solas la vio exhalar con profundidad, relajándose poco a poco... Notó el movimiento lento de sus piernas bajo las sábanas, el ascenso y descenso de su pecho al respirar hondo, y luego cómo estiraba los brazos, acomodándose con una familiaridad despreocupada... sobre su cama. 

Así, tal como estaba, era él quien comenzaba a sentirse incómodo. ¿Por qué ella actuaba como si nada de esto fuera inapropiado?

- ¿Recuerdas nuestra última conversación privada? – la escuchó retomar el diálogo. - Aquella en la que me dijiste que la Heraldo de Andraste es, en realidad, un relato vivo que mis consejeros intentan construir para ganar la aceptación de las masas y reunir el poder necesario para enfrentar la amenaza de la Brecha.

Sí, lo recordaba. Aquella fue la primera vez que le contó una verdad de sus tiempos. Fue una analogía con el Lobo Terrible… él fue el relato que construyó en sus tiempos para no ahogarse entre mares de culpas y remordimientos. Fen’Harel fue el relato para oponerse a los falsos dioses… Fen’Harel fue la insignia de su orgullo… ese orgullo que hoy sangraba, cuando era testigo de que sus actos solo habían destruido el magnífico imperio élfico.

- Lo recuerdo, - confirmó con tono sobrio - porque dije algo que considero una realidad.

- Lo sé – respondió y se reacomodó sobre la cama, antes de continuar. - Y no he dejado de pensar en eso desde entonces. En cómo ciertos relatos compartidos pueden convertirse en realidades cuando suficientes personas creen en ellos. Conceptos, símbolos... o incluso figuras de adoración. Como la Heraldo.

Volvió la mirada al techo.

- Cuando hablamos de esto, - continuó Elen - entendí lo importante que era conectar con las sacerdotisas en Val Royeaux para otorgar legitimidad a la Inquisición. Pero ya sabes cómo terminaron las cosas allí. Poco se consiguió.

Solas asintió, aunque ella no lo miraba.

- Pensé que esta reunión con el duque de Ghislain iba a darme la posibilidad de reivindicarme, pero tampoco lo he hecho bien, Solas… - rezongó. - Vivienne me lo ha hecho ver. Me preguntó a qué privilegios sirvo realmente. Si a los de los inocentes... a los de los elfos... o a los de los magos.

Gran pregunta…

- ¿A qué privilegios sirves entonces, Elentari?

Al parecer, la pregunta la descolocó, porque giró todo el cuerpo en su dirección.

Quedó recostada de costado sobre la cama, con el abdomen apoyado en el colchón y una pierna flexionada, cubierta apenas por las sábanas. Había algo involuntariamente seductor en la forma en que ocupaba el espacio, como si aquella cama le perteneciera desde siempre. Solas mantuvo un control férreo sobre su postura y su expresión, pero no pudo ignorar la soltura con la que ella se movía dentro de su habitación, ni la naturalidad con la que hacía uso de su intimidad. Ni el modo en el que él no dejaba de remarcarlo una y otra vez en el interior de sus pensamientos.

Decidió salir de su propia mente. Quizás en este momento albergaba peligros mayores que la propia Elentari.

- La pregunta de la encantadora ha sido buena si te ha invitado a la reflexión. ¿A qué privilegios sirves?

- Esa fue la cuestión, Solas. – volvió a oírla hablar, mientras hundía el rostro sobre la almohada y dejaba escapar un suspiro sonoro. Después extendió el cuello y protestó. – No estamos sirviendo a mis privilegios, sino a los que ellos desean.

- ¿Quiénes son ellos?

Eentari volvió a mirarlo.

- ¿Mis consejeros?

- No lo sé. Dímelo, tú. Tú has traído el tema a debate.

De forma inesperada, la vio poner la atención sobre sus pechos. Solas apretó los dientes y se obligó a encontrar una explicación razonable para el gesto. Supuso que estaba observando el vestido que llevaba puesto, porque ella no dejaba de mirarse a sí misma. Esa actitud de ella no podía ser una insinuación de nada parecido a lo que solo él estaba considerando. Aun así, se comportaba de un modo muy… desprolijo.

- Por ejemplo esto, Solas - la oyó decir con fastidio. Apoyó ambos antebrazos sobre la cama y extendió el dorso, rotándolo ligeramente en su dirección para que viera su vestido apretado sobre el escote.

De acuerdo, “esto”, ¿qué tenía que ver con él? Pero antes de preguntar, ella lo rescató. - ¿Sabes por qué estoy vestida de esta forma tan ridícula?

- No.

- ¡Leliana me aconsejó que lo hiciera!

- Ah, ¿sí? – respondió él, manteniendo el tono neutro. - Y dime, ¿qué resultado has obtenido con ello?

- ¡Ninguno! – levantó el tono de su voz y lo miró. – Sentirme una idiota...

Se incorporó entonces y se sentó al borde de la cama. Dejó que las piernas colgaran hacia el suelo y la tela del vestido se deslizó, dejando al descubierto la piel de sus piernas que eran esbeltas. Esta vez no intentó cubrirse con las sábanas.

Y agregó con un fastidio indisimulado:

- Y que, en la reunión del castillo donde me crucé con lady Vivienne, los shemlen me miraran de un modo asqueroso - continuó. - Como si esto – sacudió la pollera del vestido dejando mucha más piel al descubierto - fuera una invitación a que me inspeccionaran…

Resultaba difícil no verla de ese modo que lo habían hecho los shemlen.

- Y, por supuesto, - siguió hablando Elentari, él se sintió tentado a reírse, pero se contuvo. Para ella era un tema serio - … ¡por supuesto que vestirme como una "princesita élfica" también consiguió molestar a Vivienne! Y ahora me detesta.

Solas no salía del asombro. Ella estaba indignada con la situación, pero la pregunta más acuciante era, ¿cómo no lo vio venir? ¡Leliana le había otorgado la receta para el desastre!

- El asunto es, Elentari, que debería haberte molestado a ti primero, antes que a nadie. – le dijo con su característica crudeza.

Ella lo miró, aceptando sus palabras.

Era obvio que tenía razón. Solas volvió a hablar. – Tú deberías haberte anticipado ante el error propuesto por Leliana. Nada bueno iba a salir de esa idea. Presentarte como una "princesa" élfica es tanto un insulto para nuestra raza como para los humanos.

- Lo sé. Lo sé, pero solo ahora. – admitió. - Pero, dime ¿por qué haría una cosa así? ¿Acaso no soy yo el vivo relato de lo que ellos intentan construir?

- Efectivamente, y Leliana tendrá sus intenciones ocultas. Pero esta vez, déjame decirte, has sido una necia al no anteponerte a las consecuencias de este acto. Eres inteligente, yo lo sé. Tienes la capacidad de anticipar el error, sin embargo, has cedido. Quizás se ha tratado de un exceso de confianza.

- Me siento una idiota.

- No ha sido grave. - la corrigió. - En cuanto a Vivienne, su opinión no será especialmente relevante para nosotros a largo plazo. Respecto a lo demás... - hizo una pausa - el impacto de que la Heraldo de Andraste se mostrara ante nobles orlesianos como una elfa poderosa, desafiando la imagen que esperan de ti, será fuerte. Pero aún estamos a tiempo de contrarrestarlo.

Elentari guardó silencio. Un segundo después, el peso pareció caerle encima, porque de golpe bufó, se inclinó hacia adelante, apoyó los codos sobre los muslos y hundió el rostro entre las manos entre quejas sonoras de lamentos. El cabello suelto la ocultó aún más.

- No soy inteligente, Solas. Soy una idiotaaa.

- No lo eres. - respondió con suavidad. - Eres ingenua. Nada más.

- No… - se quejó, aun oculta, pero sacudiendo la cabeza negándose a pensar. El tono de su voz se pareció, una vez más, a un berrinche. – Soy una idiota.

Después, apartó las manos del rostro y levantó la cabeza, sacudiendo esa cortina oscura de cabellos revueltos. Sus mejillas estaban ligeramente enrojecidas, y no era vergüenza, era furia.

- ¡Solas! ¿Sabes por qué soy una idiota?

Él se limitó a negarlo con un gesto.

- Porque tienes razón… - otra vez hundió la cabeza, se tomó los cabellos y volvió a hablar con una niña que se estaba lamentando. - ¿Te confieso algo?

- A ver… - molestó, aunque como usó un tono neutro, ella no lo percibió.

Entonces, Elentari susurró muy despacio, tanto, que casi le costó oírla.

- Es la primera vez que acudo a una reunión así… simplemente no tenía idea de qué debía o no debía hacer… nunca fui a un baile. O lo que sea que fue esto…

Su confesión le provocó un ligero resentimiento.

Elentari tenía razón. Ella era una elfa dalishana. ¡Por supuesto que nunca se había codeado entre nobles! ¿Qué estaba pensando Leliana al hacerle una cosa como esta?

- Más pruebas a mi favor. – dijo. Ella levantó la vista hacia él, pero todavía sosteniéndose la cabeza. – No eres idiota. No estabas preparada, Elentari.

- No me consuela, ¿sabes? Ya me he mostrado como una idiota frente a todos esos shemlen despreciables.

- Bueno, eso es innegable. – molestó, pero esta vez con un tono abiertamente burlón. Ella se obligó a sonreírle, pero estaba frustrada.

- ¿Te puedo decir otra cosa que me va a hacer ver como una idiota frente a ti… también?

Él asintió. Ella se sonrojó, pero con valentía, lo compartió de todas formas.

- Ni siquiera sabía cuál era la forma correcta en la que tenía que dirigirme a cada persona en esa sala, ¿sabes? Me esforcé por escuchar a todos mientras hablaban, para decirlo de forma adecuada, pero no siempre lo logré. – esta vez al sonrojo de sus mejillas, se le sumó el brillo en sus ojos. Estaba triste. Ella escondió la cabeza entre sus muslos, otra vez. – No soy inteligente.

No quiso racionalizar el origen de su gesto. Pero, de pronto, se encontró a sí mismo avanzando hacia ella, y agachándose frente a la heroína de estos tiempos. Elentari levantó la vista, y no pareció incómoda con su cercanía.

- Te diré algo... – murmuró. – Yo puedo explicarte estas cosas, si así lo deseas. – ella no dijo nada. – No eres idiota, y no te falta inteligencia. Todo lo contrario. – la vio tensar la mandíbula, sus ojos aún brillaban.

- Lady Vivienne asesinó a un hombre con hielo… - murmuró en voz muy baja, ahora las lágrimas se acumularon, amenazando con desbordarse. – Ella me preguntó si debía matarlo por la ofensa y yo dije que sí porque me sentía tan… - las lágrimas cayeron. – Ay, Solas. Dije que sí y lo mató. – sollozó solo una vez, pero rápidamente se arrancó las lágrimas con brusquedad. – Perdón.

- No pasa nada…

No sabía cómo consolarla sin cualquier acto que facilitara un puente a la intimidad entre los dos. Solo le quedaba la posibilidad de guiarla en el aprendizaje. Lo mejor que podía darle era conocimiento… esa, era el arma más fuerte de todas.

- Déjame decirte algo, Elentari… - murmuró él. Ella lo miró, una lágrima más resbaló, y esta vez, no se preocupó en ocultarla. - En muy pocas ocasiones decir la verdad sobre algo... o sobre alguien... es la forma más eficaz de imponer orden entre muchas personas. La mayoría de las veces, la ficción resulta mucho más eficiente.

Ella frunció el ceño, confundida. Era esperable, aún no había terminado.

- Cuando se trata de unir a la gente, la ficción tiene dos ventajas que la verdad no posee - continuó. - La primera es que puede simplificarse tanto como sea necesario. La verdad, en cambio, suele ser compleja, porque también lo es la realidad que intenta describir.

- ¿Y la segunda? - preguntó ella en voz baja.

- Que la verdad suele ser dolorosa e inquietante - respondió. - Y en el momento en que intentamos volverla reconfortante... deja de ser verdad. Si quieres vivir con la verdad, debes aprender a convivir con el dolor.

Elentari lo observó con atención.

- ¿Por eso eres tan brutal cuando me señalas cosas que no había visto antes? - susurró.

- ¿Te resulto brutal?

- A veces...

¿Cómo le explicaba las motivaciones escondidas detrás de los juegos de máscaras de Orlais sin que ella sospechara? ¿Cómo compartir con ella sus conocimientos sin que le preguntaba, finalmente, por qué sabía tanto?

- Pero prefiero la verdad, Solas. – dijo, limpiándose la última lágrima. - Incluso cuando es brutal. Prefiero que me digas las cosas como son, y tener la oportunidad de decidir por mí, sin mentiras.

Aquellas palabras lo golpearon con contundencia. Porque la verdad que él podía ofrecerle, la única, era aterradora. Mucho más de lo que estaba dispuesto a aceptar.

Solas tragó saliva y se recompuso de inmediato.

- La fidelidad rigurosa a la verdad no es una estrategia política ganadora. - afirmó, retomando una distancia segura. Se alejó de ella. - Y permíteme añadir algo más, tanto lady Vivienne como Leliana y Josephine son plenamente conscientes de ello.

- Tú también – lo señaló.

- Y ahora, tú también...

Deseaba protegerla, guiarla, que fuera capaz de ver aquello que todos a su alrededor veían... y deliberadamente no le advertían. Por el momento, la Heraldo no era más que una pieza en el tablero de todos ellos (él incluido). Y aunque resultara estúpido incluso para su propio juego, quería arrancarle la venda de los ojos.

- Elentari… - continuó. - Contar un relato ficticio solo es mentir cuando lo que se pretende es que el relato sea una representación fiel de la realidad. - Hablaba con calma, pero no con ligereza. - Cualquier persona con habilidad política lo sabe. Un relato no es una mentira cuando no pretende describir la realidad tal como es, sino cuando se asume que busca crear una nueva realidad compartida. Y eso... tus consejeros lo entienden muy bien.

- ¿Me usan? - preguntó ella en voz baja.

Solas negó con un leve movimiento de cabeza.

- No. Así es como se construye una organización. Una identidad. Así es como se mueven las masas. Es el juego inevitable de la manipulación colectiva.

- ¿Para ellos soy un juego?

Solas volvió a negar. No solo para ellos lo era. También para él. O, al menos, debería serlo.

- No te conocen, Elentari. Eso es todo. Cuando lo hagan, no jugarán con una pieza, sino junto a una estratega. Mientras seas consciente de estas verdades, podrás actuar de forma deliberada dentro de la Inquisición. - la miró con seriedad. - Piensa por ti misma. Eso es lo único que busco al contarte todo esto.

Elentari respiró hondo, como si algo finalmente encajara en su mente. Se humedeció los labios, dubitativa.

- Solas... - susurró.

Él la miró en silencio.

- Si contar un relato ficticio no es mentir, sino construir una nueva realidad... - preguntó - ¿qué historia estás construyendo tú?

Por primera vez en toda la conversación, Solas sintió algo de vergüenza. Apretó la mandíbula con suavidad y, en ese gesto mínimo, todo se le vino encima... porque la historia que él estaba construyendo se escribía sobre un sendero de muerte. Y lo avergonzaba admitir en quién se había convertido… y que ella sería una más de sus víctimas.

La certeza lo atravesó como una puntada brutal y contundente.

"El Vir'abelasan ha comenzado a murmurar. Alguien lo ha estado oyendo".

¡Por todos los cielos!, Corifeus estaba buscando el saber ancestral de la Gran Mythal. Estaba buscando su Templo Sagrado y ya contaba con el poder de su Orbe. Era capaz de encontrarlo. No podía permitirlo. No podía. No podía.

Fen’Harel era necesario, incluso en Thedas.

- No construyo ningún relato. – respondió el Lobo Terrible. – Solo comparto contigo mi punto de vista.

Yo no construyo, Elentari. Destruyo los relatosY voy a destruir también el tuyo, Heraldo… voy a destruir también el tuyo.

Chapter 35: No debe existir vínculo romántico

Chapter Text

Apuntaban los primeros rayos de sol sobre el horizonte, cuando la pequeña ventana de la habitación de Solas iluminó el rostro de la Heraldo de Andraste y la obligó a girarlo en dirección, solo para caer en cuenta de que habían pasado la noche entera debatiendo.

Los dos se encontraban sentados sobre el suelo de la habitación, uno frente al otro. Sin mediar palabra, habían considerado inadecuado debatir sobre la cama, por lo que habían acabado aquí, con papeles esparcidos en todas sus direcciones. Ella sostenía en estos momentos un resumen que él había escrito sobre los títulos de la nobleza tanto de Ferelden como Orlais, y los nombres de algunos representantes que recordaba. El más completo era el de Ferelden, aunque Orlais contaba con varios también. Para Elentari, era fascinante ver el orden metódico en la mente de Solas. Admiraba su capacidad para recordar eventos y cómo podía enlazar cualquier tipo de información hasta encontrar una explicación lógica que todo lo encajara.

Inspirada por él, había decidido que, a partir de entonces, llevaría siempre un libro en cada misión para leer durante sus momentos libres. No iban a encontrarla con la guardia baja una vez más.

- ¿Ha amanecido? – murmuró Solas frente a ella.

- No importa. – se inclinó hasta él y lo tomó del antebrazo, sacudiéndolo con suavidad. Eso atrajo su atención. – Estabas comentándome sobre la política fereldena. – Elentari le soltó el antebrazo y llevó la mano sobre la pluma y el tintero, lo embebió para garabatear y apoyó el resumen de Solas, que yacía sobre el suelo. – Entonces, este reino se divide en provincias que son los teyrnrs. Tenemos dos, Pináculo en el norte y Gwaren en el sur.

- Podría considerarse a su capital, Denerim, también como uno por cumplir con las características necesarias, pero este es diferente… por ser sede de la monarquía. – le aclaró. – Elentari... - su tono de voz cambió a uno un poquito incómodo mientras ella anotaba el nombre de ambos sitios.

- Dime.

- No es adecuado que te vean salir de mi habitación.

- Oh, es que no pienso salir. Aún tengo que preguntarte más cosas.

Solas no agregó nada más, ella no quitó su atención de su hoja.

- Entonces, ¿qué son los arlingos? ¿Y un bannorn?

- La política Ferelden es práctica. A diferencia de la orlesiana. – él le aclaró. – A veces, este pueblo es tomado por inculto, o bárbaro, pero lo cierto es que simplemente… – hizo una extraña pausa, ella casi alzó la mirada, pero él retomó - … somos prácticos.

Ahora sí, no pudo evitar mirarlo y sonreír cuando lo oyó defendiendo a sus tierras. Después de todo, Solas había nacido en un pequeño pueblo de este reino.

- Bien… - dijo él y lo vio llevar la cabeza ligeramente hacia atrás y acomodarse para estar más cómodo antes de seguir. - Los reyes encabezan la monarquía y gobiernan desde Denerim, donde se encuentra el Palacio. Eso ya lo sabes. – continuó explicándole, ella asintió y volvió la atención a sus anotaciones. – Después tenemos los teyrns, en el norte y sur.

- Sí, eso ya lo anoté.

- Después tenemos los arlingos, que fueron creados por los teyrns.

- ¿Y quién creó a los teyrns?

- Los teyrns surgieron de los banns, gracias a adalides que, en la antigüedad, se hicieron lo bastante poderosos como para impulsar a otros banns a que les juraran fidelidad.

- Ya veo... - ella estaba por anotar, pero Solas colocó la mano sobre la hoja, impidiéndoselo. Elentari levantó la vista hacia él.

- Eso no es importante. – aclaró, aunque esta vez en su voz se le escapó algo de tedio. – Es un simple detalle irrelevante. – los dos se miraron.

- Estas fastidiado porque es la mañana, ¿verdad?

- No por eso. – respondió, pero con un fastidio que no podía ocultar.

- ¿Porque no has descanso?

Solas negó con un gesto. – Es solo que... - titubeó un segundo. - Ya dirán demasiadas cosas de ti por haber asistido como una noble élfica a la reunión con nobles orlesianos... Si ahora te ven salir de mi habitación...

- Ah, pero eso no es un problema. Nos encargaremos de que no me vean. – el tono fue bromista, pero estaba diciendo una verdad. - ¿Cómo lo hacemos? – Solas sonrió cuando ella puso la responsabilidad sobre él. - ¿¡Qué!? Seguro que se te ocurre algo…

- Magia, por supuesto.

- ¿Ves? Ya tienes resuelto el problema en el interior de mente. Deja de quejarte. – ella le arrancó el papel y anotó al lado de los teyrns que habían surgido de los banns gracias a adalides. – Bueno, y entonces... ¿los bannorn?

- Tu problema es que no ordenas las ideas en tu cabeza. – lo oyó algo quejoso. - Vayamos siguiendo un orden, ¿de acuerdo? – propuso Solas, ella llevó la punta de la pluma sobre sus labios y mordisqueó mientras asentía. – Tenemos a Denerim, la capital, y sede de la monarquía. Luego los teyrns, y después los arlingos. – ella asintió, otra vez. – Los arlingos son gobernados por los arls, que son los alcaldes de estas regiones, y estos títulos fueron creados por los teyrns, al darles el mando de fortalezas estratégicas que no podían supervisar ellos mismos.

- Como es el caso de arl Teagan. – susurró, él asintió. Elentari levantó la vista hacia Solas con entusiasmo. – Oh... ¡es porque allí está el castillo de Risco Rojo!

- Exacto. – dijo y luego agregó. - A diferencia de los teryns, los arls no tienen banns juramentados y no son más que banns con prestigio.

Elentari siguió anotando en el pie de página. – Entonces, los banns solo le deben lealtad a los teyrn.

- Y a la Corona, desde luego - aclaró él. - Pero no se trata de "lealtad". Es algo mucho más práctico.

Ella alzó la vista, atenta.

- La política en Ferelden parece caótica a ojos extranjeros porque el poder del rey no emana directamente del trono, sino del apoyo de los terratenientes. Son ellos quienes deciden a qué arl o bann rendir tributo, y esa decisión se basa, ante todo, en quién puede garantizar la defensa de sus tierras en el futuro. – Elentari asintió. Él prosiguió. - En otras palabras, los teyrn se benefician de los juramentos de arls y banns en caso de guerra o catástrofe, pero esa relación es recíproca, ellos también tienen la obligación de proteger a quienes les han jurado lealtad.

- ¿Por qué ahora no están defendiendo los campos?

- Es una buena pregunta. – dijo con sequedad. – A lo mejor lo hacen, pero nosotros no nos hemos enterado.

Solas se puso en pie, de golpe, y extendió una mano hacia ella para ayudarla a levantarse. – Hemos terminado con las lecciones, Elentari. – fue una orden, no una sugerencia. Ella aceptó la ayuda y se paró frente a él.

- Lamento ser un incordio, pero me ayuda mucho cuando me resumes todas estas cosas... Y no quiero volver a ser víctima del ridículo como lo fui en el chateau.

- No me molesta hacerlo, - respondió Solas - pero debemos ocuparnos de un detalle inmediato... que es tu presencia en mi habitación por la mañana, y vistiendo el mismo vestido que llevabas anoche.

Ella puso los ojos en blanco.

- No me preocupa que digan tonterías sobre nosotros.

- Hay muchas cosas que aún minimizas – le replicó con calma. - Tu imagen importa. Eres la Heraldo de Andraste. Yo soy un apóstata errante. - hizo una breve pausa. - Sería desastroso que nos relacionaran de un modo... inadecuado.

Solas soltó su mano y se dirigió al costado de la cama. Elentari sintió un suave calor que la atravesó al darse cuenta de que habían permanecido tomados de la mano todo este tiempo. Desvió la atención sobre su palma. Justamente, la palma izquierda. Qué tontería avergonzarse por la cercanía de él… Volvió su atención sobre Solas. Estaba agachado junto a un rincón de la habitación y rebuscaba entre sus pertenencias. Al incorporarse, lo vio cargando su capa de pieles.

Se acercó a ella y, con movimientos firmes, la acomodó sobre sus hombros. De inmediato, un aroma a hierba fresca la envolvió, seguido de otro leve cosquilleo que le recorrió la piel. El aroma era extraño, uno que no lograba dilucidar, como si le perteneciera tan solo a él. Porque era fresco, por eso ella pensaba en hierbas, pero no lo había sentido nunca en ninguna, y además, la hacía evocar colores, como un azul intenso y oscuro, casi como el mar en marea alta durante la noche, aunque en lugar de llevarla a las costas marítimas, su mente viajaba a las costas del misterio.  

 Ese aroma era el de Solas. Un fresco azul intenso de misterios. Y así de difícil era de nombrarlo. Elentari alzó la mirada. Él estaba frente a ella, con las manos aún apoyadas en sus hombros, terminando de ajustar la capa.

- ¿Lista? – ella asintió y, de golpe, notó cómo una sensación fría la rodeó y ya no pudo ver nada de su cuerpo.

- ¡Me has invisibilizado!

Ahora él asintió.

- No es necesario que te lo recuerde, pero no debes chocar a nadie ni nada, no interactúes con nadie y no lances hechizos, o romperás mi conjunto.

- Lo sé, Solas. Soy maga... - se quejó.

- La prudencia nunca es suficiente, Elentari. - ella sonrió, pero él ya no la vio. - Cuando llegues a tu habitación, llama a alguien de confianza y pídeles que te preparen un baño. O, mejor… hazlo sola. Y quítate el maquillaje. Será difícil convencer a cualquiera que te lo has dejado por puro placer.

- No me verá nadie...

- Y lo primero que debes hacer al llegar, aun manteniendo el hechizo de invisibilidad, es quitarte ese vestido...

- Solas... - ella tomó sus brazos y el hechizo se rompió. - Descuida, nadie me verá... No soy tonta. Luego, cuando nos volvamos a ver... te lo confirmaré, pero nadie me verá. - el apóstata asintió. - Ahora, vuelve a lanzar el hechizo.

Solas volvió a asentir e hizo como lo solicitó. Otra vez la envolvió esa frescura helada.

Cuando ella estuvo invisible, el mago se acercó a la puerta y apoyó la mano sobre el picaporte, pero no la abrió. Elentari supo que los consejos aun no habían acabado.

- Mientras te alejas, pero eres visible para mí, borraré las huellas de tus pasos en la nieve. Sin embargo, cerca de la Capilla, no seré capaz de verte, ni borrar tus huellas. Debes apresurarte.

- Podrías ir hasta la Capilla conmigo, de ese modo, no dejaría ninguna huella. - pero él se negó en seco.

- No, demasiado arriesgado. Si algo sale mal... habrá demasiados rumores y nada bueno recaerá sobre el relato de la Heraldo si se te vincula de modo... romántico... con el apóstata del grupo. – Solas apretó la mano sobre el picaporte, pareció ligeramente incómodo al mencionar un vínculo romántico entre los dos. Pero se recuperó de inmediato. - ¿Lista? – esperó unos segundos. - Asumo que sí.

Cuando él abrió la puerta, lo vio dirigir la mirada al cielo. Era una mañana celeste y despejada. Elentari supuso que aquella era una actitud habitual en él... eso de mirar al cielo por las mañanas, porque, de seguro, no correría riesgos innecesarios.

Solas dejó su mano sobre el picaporte, su cuerpo apoyado sobre la madera de la puerta para darle el espacio suficiente al salir. Elentari cruzó, y justo entonces...

- ¡Eh, Solas! - ambos oyeron la voz del boticario. Ella lo vio tensar su mandíbula con mucho disimulo y, sin alejarse de la puerta miró al hombre.

- Adan... buen día... - susurró.

El fastidio, lo disimuló con excelencia, eso le sacó una sonrisita a ella.

- Pensé que estabas con alguien... me pareció oír que estabas hablando...

Elentari dio unos pasos al frente, se alejó de Solas para evitar que la tocara, miró las huellas de su andar, pero no vio ninguna. Era fascinante la capacidad que tenía para controlar su ambiente. No había conocido a nadie tan excepcional.

- A veces, cuando tengo sueño, pero necesito terminar ciertas cuestiones teóricas, leo en voz alta. Lamento si te he incomodado. - Solas mintió con rapidez. Ella volvió a sonreír mientras lo miraba.

- Oh, no, para nada. Por lo general eres muy silencioso. Por eso me llamó la atención escuchar la voz de una mujer. – respondió, insinuante, y sonriéndole con complicidad.

- Pues, no hay ninguna mujer conmigo... así que, eso no tiene sentido alguno. – le cortó en seco.

A ella le habría encantado continuar viendo cómo se las arreglaba para sonar completamente seguro de sus mentiras, pero debía apartarse. Así lo hizo. Oyó que el boticario continuaba hablando con Solas, pero ya no fue capaz de comprender las palabras. Y, mientras pudo ver a Solas en la distancia, casi que corrió hacia la Capilla, confiando ciegamente en que sus huellas no serían descubiertas.

Cuando comenzó a vislumbrar las grandes puertas de la Capilla, las cuales permanecían cerradas, se preguntó cómo demonios haría para abrirlas sin que nadie la viera. Interactuar de ese modo con un objeto rompería el hechizo de invisibilidad.

Se detuvo, sabía que Solas aún la veía en la distancia, el asunto de sus huellas no era un inconveniente... Y justo cuando aún buscaba una solución al problema, vio pasar al boticario a su lado, inconsciente de su presencia. Iba tatareando una cancioncilla alegre y su camino, casi por milagro del Hacedor (entiéndase la ironía de la Heraldo), parecía dirigirse directamente hacia donde ella requería ingresar.

Bien.

Elentari lo siguió con cautela, disminuyendo la velocidad de sus pasos. Luego, Adan, abrió las puertas de la Capilla, ella aprovechó la situación para casi correr del modo más liviano posible y agradeció a la Elentari del pasado que había cometido la insensatez de visitar a Solas sin calzado, porque ahora era una ventaja.

Adan caminó hasta la madre Giselle y le preguntó qué era lo que había necesitado de él, pero la mujer le dijo que no sabía a qué se refería y Elentari lo comprendió casi de inmediato... Solas... le había dicho que fuera a ver a la sacerdotisa para facilitarle el acceso. No pudo evitar reír y sentir un calor cálido sobre sus mejillas.

Sin tiempo que perder, caminó con prisa y ligereza hacia la habitación de la Capilla que de tanto en tanto ella usaba como propia. Prefería esta habitación que la casita que la Inquisición le había otorgado. Ella nunca tuvo una casa para ella sola, le resultaba súper raro habitarla…

Eso daba igual ahora…

Miró a la religiosa y el boticario, se acercó al picaporte de su puerta cerrada, apoyó la mano, la abrió, agradeció la capa de piel que Solas había puesto sobre sus hombros, porque a pesar de que el hechizo se rompió, la cubría por completo (a excepción de los pies), y eso evitaba que vieran el vestido.

Empujó la puerta con rapidez, oyó los saludos de aquellos dos, levantó una mano aún de espalda a ellos, simuló haber olvidado algo en el interior de su habitación (los calzados, ¿quizás?). Volvió a cerrar la puerta, pero esta vez, con ella a resguardo. Casi de inmediato, dejó que su cuerpo reposara contra ésta y fue testigo de los latidos acelerados de su corazón.

Perfecto. Todo había salido bien.

Rompió en carcajadas cómplices, ¿de qué? ¡Pues de que lo había logrado!

Sin perder tiempo, dejó la capa de Solas sobre su cama. Sin ser capaz de evitarlo, extrañó el aroma de él en el atuendo (por tonto que fuera aquello, pero no podía negar que era un aroma muy rico); se acercó al baúl con sus ropas y se quitó el vestido como si se tratase de algo que le quemaba la piel. Mientras elegía qué ponerse encima, pateó por debajo de la cama la prueba del delito con una actitud apresurada, tal como se lo había aconsejado Solas. Si alguien ingresaba (cosa poco probable, pero al parecer... la prudencia nunca era suficiente), la encontrarían en ropa interior y sería un bochorno, sí, pero nadie podría decirle que había pasado la noche en la habitación con él.

Se colocó entonces unas ropas livianas para dormir.

Perfecto. Lo había logrado.

Fue en ese momento cuando notó que no había dejado de sonreír. El corazón le latía aún acelerado y una sensación extraña le revoloteaba en el estómago, pero se sentía radiante. ¡Lo había logrado! Cerró las manos en dos puños y dejó escapar un pequeño chillido de entusiasmo, mientras sacudió los pies sobre el suelo.

No había decepcionado a Solas.

Y, más aún, le había demostrado que ella también podía ser astuta y eficiente.

Chapter 36: El Juego con Fen'Harel

Chapter Text

Solas sabía que entre la nobleza orlesiana, el estatus y la apariencia estaban por encima de todas las cosas. Después de todo, si había algo célebre en la cultura de Orlais, era precisamente eso: los relatos de luchas internas y la participación de cada familia en algún nivel de lo que se conocía como el Gran Juego.

Algo que nadie se molestó en explicárselo a Elentari cuando la llevaron al chateau del duque de Ghislain. Y él iba a averiguar por qué.

Después de que la Heraldo abandonara su habitación, el Lobo Terrible se apoderó de la máscara del apóstata errante y fue a visitar a la embajadora Josephine Montilyet.

Fen’Harel sabía que los Montilyet siempre tuvieron fuertes lazos con Orlais, hasta que algo sucedió a las riquezas de la familia que les dificultó mantener el estatus social de antaño y, aunque el peso del apellido sobrevivió, él sospechaba que actualmente solo eran una modesta casa comercial. ¿Cómo? Pues, porque había echado un vistazo a una correspondencia privada de Josephine meses atrás por pura “precaución”, cuando él todavía era confundido por un simple mensajero élfico. En estos momentos, ya no contaba con aquella ventaja… todos sabían que era el apóstata errante de la Inquisición.

Según se había percatado aquella vez, antes de trabajar para la Inquisición, Josephine había sido la embajadora principal de Antiva ante Orlais. Eso se traducía en que conocía a la perfección las reglas del Juego y que, por algún motivo, no se había tomado la molestia de explicárselo a Elentari.

Lo que en Orlais se conocía como el “Gran Juego”, no era otra cosa más que las típicas manipulaciones que siempre se habían orquestado entre la nobleza de cualquier época y mundo. Él era experto. El objetivo de estas prácticas era superar a los nobles rivales. ¿Cómo? Sencillo. Los miembros más ambiciosos de la aristocracia maniobraban dentro de los círculos sociales para aumentar su propia influencia. Las reglas eran simples: todo era posible siempre que no te atraparan.

Pero había que ser inteligente.

Lo que aún no lograba encajar en su razonamiento, y por pura falta de información, era la presencia de la encantadora imperial, Vivienne, el nuevo miembro del equipo de la Heraldo. Y tenía la intención de resolver esa incógnita ahora mismo.

Fen’Harel golpeó con suavidad la puerta de la oficina de Josephine. Esperó unos segundos antes de que una mujer la abriera. Se trataba de la mensajera particular de la embajadora.

- Oh, buenos días, maestro Solas.

- Buen día.

- ¿Tiene cita para el día de hoy? – se mostró algo incómoda.

Una actuación, los dos lo sabían.

Pretendía parecer angustiada por la negativa que le daría a continuación, excusándose para que solicitara una reunión con anticipación la próxima vez que quisiera hablar con la embajadora.

- Sí. – mintió el Lobo.

Eso la descolocó. Aunque ella sabía que no era cierto, ¿qué iba a decirle al experto del Velo y el Más Allá? No era prolijo decir abiertamente “eres un mentiroso”.

El Lobo fue un poco más lejos, cuando agregó. – Y es privada.

La mensajera se giró y miró en el interior, seguramente a Josephine. Transcurrieron unos segundos y, finalmente, la mujer le permitió el paso.

- ¡Qué grata sorpresa, Solas! – Josephine lo saludó con una sonrisa radiante sentada desde su escritorio. Fen’Harel inclinó la cabeza en un gesto de galante respeto. – Por favor, déjanos solos un momento.

La mensajera se excusó y abandonó la oficina.

El escritorio de Josephine era enorme, y estaba atestado de papeles. Él sintió mucha curiosidad. No podía negar que le encantaría recibir el honor de leer cada uno de esos informes y ayudarla a planificar estrategias futuras, pero sabía que eso no iba a suceder.

Una lástima, porque de momento el Lobo Terrible tenía más pistas sobre Corifeus que la Inquisición. Si tan solo conocieran su verdadera identidad…  

- Toma asiento, por favor. – invitó ella con un gesto amable.

Fen’Harel avanzó con seguridad hacia la silla, y acató el pedido.

- Bien… - Josephine seguía sosteniendo esa sonrisa sobre sus labios. – Debo disculparme porque se me pasó completamente por alto la reunión pactada entre los dos.

El Lobo captó de inmediato la decisión táctica de la embajadora. Con esa sonrisa solo decía ‘no voy a pelear esta mentira; veamos qué harás con ella’.

Fácil.

Porque él no iba a afirmar, pero tampoco negarla. Iba a justificar su presencia pero sin justificar su mentira.

- No pretendía incomodarte, lady Josephine. – dijo con solvencia. – Asumí que este asunto no debía esperar una formalidad. – se acomodó sobre su asiento, y se inclinó ligeramente hacia adelante. – En el día de ayer tuve el agrado de conocer a lady Vivienne… - se aseguró de que la palabra “agrado” cargara un tono de disgusto - … quien me insultó abiertamente por caminar entre los pasillos de la Inquisición en libertad, haciendo énfasis en mi condición de apóstata. – Otra vez se encargó de que los segundos adquirieran peso entre los dos y cuando volvió a hablar, el tono de su voz fue sombrío. – Días atrás sufrí un ataque templario que casi me cuesta la vida. Luego, he sido sometido a una investigación, cuyo dictamen ha sido la redefinición de mi rol en la Inquisición. – ahora Fen’Harel apoyó ambos codos sobre el escritorio, mostrándose completamente preocupado frente a los detalles expuestos – Y ahora, me encuentro con una persona de mi propia clase exigiendo mi reclusión. – Otra pausa, una más elocuente. – Embajadora, ¿qué es lo que está ocurriendo? ¿He de preocuparme? ¿Acaso los objetivos de la organización se han alineado con los de la Orden Templaria? ¿Se están evaluando mis dominios arcanos?

Josephine dejó escapar un mínimo gesto de sorpresa por el ataque ejecutado por él. Resultaba evidente que no se había esperado tanta seriedad y preocupación por parte del apóstata del grupo, que acababa de marcar una incoherencia estructural dentro de la Inquisición.

- Solas… - ella pronunció su nombre con suavidad. El Lobo le otorgó toda su atención. – Si la Inquisición hubiera decidido alinearse con la Orden Templaria, no estarías sentado aquí, hablándome con total libertad…

- ¿Pero se me otorgaría la posibilidad del diálogo? ¿O acabaría encerrado y las explicaciones llegarían después?

- Jamás traicionaríamos tu predisposición, Solas. – le aseguró con calma. – Jamás te atacaríamos por la espalda. – hizo una pausa, sobre la que aprovechó para reacomodarse en su sitio, mostrándose incómoda, pero en verdad se trataba de un gesto de empatía hacia él: si él lo estaba, ella también lo acompañaba en el sentimiento. – Nuestra neutralidad no es negociable. Esa fue la condición de nuestra existencia desde el primer día. No somos la Capilla, ni Orden Templaria, pero tampoco el Círculo de Magos, ¿correcto? – él asintió. – Lady Vivienne es una aliada poderosa, sí, pero no representa a la Inquisición en su totalidad. – Fen’Harel volvió a asentir, mostrándose ligeramente más cómodo.

- Embajadora, - susurró, fingiendo inferioridad – discúlpame el atrevimiento, pero ¿quién es lady Vivienne?

Él sabía perfectamente que Josephine tenía fama de ser encantadora, cortés y elocuente en sus negociaciones (cualidades habituales en un diplomático), pero también que ella tenía un sentido genuino de justicia y honor. Y el honor podía ser una palanca.

Una que iba a aprovechar en estos momentos…

 - Es una pena que tu primera impresión de lady Vivienne sea esta, Solas. Los dos son magos excepcionales. – aseguró. – Déjame que te de un poco de contexto y luego dime tú qué opinión adquieres.

Fen’Harel asintió.

Perfecto. Justamente lo que había ido a buscar… información para entender el contexto de Elentari.

- Madame de Fer, - comenzó a hablar Josephine – comenzó su vida en el Círculo de Ostwick, en las Marcas Libres. – el Lobo volvió a asentir, atento. – A los 19 años fue transferida al Círculo de Montsimmard y allí se granjeó la fama de erudita excepcional…

- Entonces, quizás sea un acierto permitirme debates arcanos con ella… - jugó él, Josephine le sonrió, pues captó la ironía en las palabras, y asintió.

- Por supuesto que sí. Seguramente le muestras algunos de tus excepcionales puntos de vista y ambos se enriquecen en el intercambio.

Ahora le tocó sonreír a él.

No se le escapó la adulación. Josephine respondió con una risa jovial, asegurando que había tenido intención de elogiarlo y que la complacía que lo hubiera notado. De pronto, la atmósfera viró hacia la complicidad, ese ambiente donde dos personas inteligentes intercambian palabras educadas, pero con intenciones veladas.

Fen’Harel sabía que, de este modo, iba a obtener más de ella que de cualquier otro, puesto que era el ámbito natural de la embajadora.

- Años atrás… - continuó Josephine, adoptando una posición relajada en su asiento, casi íntima, como si él fuera un amigo de toda la vida con quien estuviera habituada a intercambiar rumores. Fen’Harel se enderezó sobre el suyo, sonrió y, finalmente, se recostó en el respaldo, mostrándose dispuesto a prestarle toda su atención.

Josephine cambió el tono, y el aire cambió con ella.

Ah. El Juego. Ese vals que la gente entrenada sabía bailar sin dejar de sonreír.

Juguemos…

- Unos veinte años atrás, durante un Baile Imperial de Invierno, - ella continuó - algunos magos de la Aguja Blanca y de Montsimmard fueron invitados a asistir a las festividades para entretener a la corte con proezas de magia…

- ¿Sí? – la interrumpió con complicidad. – No estaba al tanto de que los nobles orlesianos mostraban interés en la magia. Pensé que era un tema tabú entre los shemlen.

- Tu percepción es adecuada, Solas, desde luego. – convino. – Antes de que la emperatriz Celene llegara al trono, la magia solía usarse solamente para entretener a la realeza y los nobles, pero no como parte del Juego. No fue hasta que Celene fue nombrada emperatriz, que el puesto de consejero arcano adquirió peso real dentro de la política de Orlais.   

- Supongo que lady Vivienne adquirió algo de práctica en sus tiempos en el interior del Círculo, ¿verdad?

Josephine asintió, con una sonrisa gozosa dibujándose en sus labios y ese brillo sagaz en la mirada de quien reconoce, frente a sí, a un interlocutor a la altura. Él era consciente de que, intentar fingir ingenuidad frente a ella o la maestra espía era simplemente una tontería. Un error. Las dos mujeres eran más que conscientes de sus capacidades cognitivas.

- Por supuesto. – aseguró ella. – Vivienne siempre se mostró habilidosa en el Juego, algo especialmente notable en una maga que no nació en Orlais. – él asintió. Y ahora, los ojos de la embajadora brillaron… iba a compartir con él lo que había pretendido todo este tiempo.

- Durante esa celebración del baile, se cuenta que Vivienne logró cautivar al duque Bastien de Ghislain.

- Oh… - murmuró él, fingiendo que no esperaba tocar este tema, aunque había venido precisamente por ello.

Se preguntó si Josephine ya lo había anticipado y se había dejado caer en la trampa fingiendo ser una alimaña desprevenida, o si todo esto era una gran casualidad. Por supuesto, optó por elogiar la inteligencia de la embajadora y subestimar las casualidades. Ella estaba diciéndole exactamente lo que creía que él quería escuchar.

- El duque de Ghislain es quien invitó a nuestra Heraldo a una celebración, ¿cierto?

Josephine asintió.

Fen’Harel comprendió que ella ya había asumido de antemano que él estaba allí para conocer detalles sobre la reunión de Elentari. Eso solo reforzaba cualquier conclusión previa que las dos mujeres pudieron haberse hecho cuando lo habían interrogado la primera vez.  

Fenedhis.

En fin, daba igual.  

- Bien, imagino que esta historia se pone interesante… - el Lobo la invitó a continuar el relato.

- Se cuenta que el duque Bastien bailó toda la noche con Vivienne, mostrándose cautivado por ella, no tanto por cualquier despliegue mágico que nuestra encantadora hubiera hecho, sino… ella. Incluso – Josephine hizo una pausa coqueta – los rumores afirman que Bastien desairó a varios nobles muy influyentes aquel día.

- Por lo que cuentas, es evidente de que se sintió cautivado.

Ella asintió, pero no borró la sonrisa de sus labios. - ¿Sabes qué es lo más interesante?

Él negó.

- Bastien, antes de ser duque… fue un bardo orlesiano adiestrado.

Vaya, vaya… interesante.

Si esta historia culminaba en un romance clandestino como él intuía, Vivienne no solo era buena en el Juego, sino que conocía las artes bárdicas…

Y eso la convertía en peligrosa.

- Eso es inesperado. – bromeó Fen’Harel. Josephine inclinó el rostro con una elegancia coqueta por el halago y los dos sonrieron.

Había olvidado cuánto le gustaba jugar a esto… y la embajadora era exquisita. No solo por su elocuencia, sino también por los valores que sostenía como bandera. El ritmo de las ideas durante este tipo de juegos verbales era sitio seguro para él, uno que le sentaba placentero.

- Cuando Vivienne lo conoció, - ella prosiguió - él ya era un respetable miembro del Consejo de Heraldos y duque de Ghislain. Se supone que ya había abandonado aquellas mañas… pero ¿sabes? Uno nunca deja realmente de lado el sabor de lo proscrito, ¿no estás de acuerdo?

Así que el duque era también miembro del Consejo de Heraldos… ahora comenzaba a hilar en su mente el motivo por el que Leliana envió a Elentari vestida como princesita de los elfos. No podía estar seguro, pero comenzaba a barajar una hipótesis…

Sin embargo, siempre era mejor contar con toda la información posible, por tanto, instó a Josephine a seguir hablando.

- Totalmente. – le respondió y puso atención en un detalle.

Hubo algo en las palabras de la embajadora cuando habló acerca del “sabor de lo proscrito” que despertó su curiosidad, como si ella misma tuviera un pasado enlazado con el mundo de los bardos. Quizás así había conocido a Leliana por aquellas épocas.

Mmm… interesante.

- Así que nuestra encantadora imperial no solo es una prestigiosa maga lealista… - concluyó el Lobo – sino que además conoce las artes de los bardos. En efecto, eso la convierte en una mujer interesante, por lo menos.

- Oh. Si logras llevarte bien con ella, Solas, la encontrarás exquisita.

- Haré mi mayor esfuerzo por no lograrlo. – molestó con una sonrisa elegantemente maliciosa. La embajadora dejó escapar una carcajada delicada.

- Tú también eres una delicia. – lo aduló. Él solo sonrió. No era educado despreciar un gesto como este durante el Juego. – Se cuenta que pocos días después, Bastien la visitó en Montsimmard acompañado por un pequeño ejército de floristas que cargaban brazos enteros de peonías. – hizo una pausa y los dos se miraron con complicidad. Eso le dio pie para seguir. - Según se dice, el regalo del duque llenó un piso entero de la torre e inspiró al menos a dos alquimistas a desviar sus investigaciones hacia la extracción de fragancias.

El Lobo dejó escapar una risita de incredulidad.

Las tonterías de los nobles… lo había olvidado.

Josephine rio con elegancia en respuesta, y continuó:

- En poco tiempo, invitó a Vivienne a varias fiestas celebradas en su propiedad de Ghislain. Para comienzos del verano, ella ya contaba con una suite de habitaciones en su casa y llevaba adelante la mayor parte de sus asuntos del Círculo por correspondencia.

Oh… además de elitista y racista, la encantadora imperial era una hipócrita. ¿Vaya novedad? Había gozado de privilegios que a la mayoría de los magos jamás se les concedieron y, aun así, nunca había movido un solo dedo desde su posición de prestigio para mejorar las condiciones de vida de los suyos.  

Simplemente… detestable.  

- El romance, - siguió hablando Josephine - imagina, fue motivo de intenso escándalo en su momento…  

- Por supuesto. – cedió él, pero el último dato acababa de cambiarle el humor.

Esa hipócrita fue la misma que pidió su reclusión, y la misma tirana que asesinó a un noble durante la visita de Elentari, luego de engañarla para encubrir aquel acto como solicitud de la Heraldo de Andraste frente al resto.  

- Infiero que el duque y nuestra encantadora imperial continúan manteniendo un vínculo estrecho, - mencionó él - debido a que la invitación para su incorporación a la Inquisición surgió de una celebración en el chateau de Bastien.

- Oh, sí. Siguen siendo buenos amigos.

“Amigos”, sí claro.

Fen’Harel se limitó a asentir.

- ¿Y qué opinas de la intervención de nuestra Heraldo en la reunión?

Josephine le sonrió con algo de complicidad, pero no mostró indicio alguno de estar al tanto del desastre acontecido.

- Pues, hemos sumado a lady Vivienne a nuestras filas. Eso siempre se cuenta como una victoria, Solas.

Sí, pero habían vestido como princesa élfica a Elentari, insultado de ese modo a miembros influyentes de la nobleza orlesiana y, además, dejándola como una tonta frente a un miembro del Consejo de Heraldos. Eso iba a tener un costo para la Inquisición, y no sonaba a victoria…

- Tienes razón. – cedió, intentando que dijera algo más. La embajadora no dijo nada. Entonces, él arriesgó. – Leliana ha manejado muy bien el encuentro.

- Desde luego.

Bien.

Era, tal como había sospechado, la maniobra había sido orquestada por Leliana; una que Josephine parecía desconocer. Aunque tampoco podía descartarse que la estuviera encubriendo deliberadamente, solo para preservar la imagen de una Inquisición sólida y cohesionada.

- Supongo que, a partir de ahora, nuestra Heraldo solo podrá ser vista como una representante sumamente capaz de la Inquisición, ¿no es así? - tanteó. - La incorporación de una figura tan prestigiosa como lady Vivienne a nuestras filas no hace más que reforzar esa percepción.

Josephine asintió.

Mmm… algo no cuadraba en la actitud de la embajadora. Entonces, decidió que, por un instante, iba a barajar la posibilidad de que, realmente, no estaba al tanto del disfraz de Elentari. Eso significaba que Leliana, por algún motivo, había decidido deliberadamente estropear la imagen de la Heraldo frente a los nobles, pero ¿por qué?

- Así es. – la embajadora sonrió. – Eso me facilitará el trabajo con las familias más influyentes de Orlais para poner presión sobre la Orden Templaria y poder exigir su participación con la Inquisición si llega a ser necesario.

Fen’Harel sostuvo la sonrisa, pero algo le chirrió con violencia.

“Las familias más influyentes de Orlais” había dicho Josephine… y esas familias no eran un bloque homogéneo. Algunas toleraban una Inquisición útil, funcional; otras, las más devotas, solo aceptarían un brazo armado limpio, presentable, casi sagrado. Las mismas casas que esa noche habían observado a Elentari con una mezcla de curiosidad, desprecio y hambre… como se mira un objeto exótico. Y la habían visto vestida como una caricatura... es decir, como una princesa dalishana inventada por los shemlen.

Una burla perfecta.

Perfecta para que esas casas cerraran filas. Y para que los templarios cerraran la puerta.

Oh... Por eso Leliana había enviado a la Heraldo vestida como una “princesa” élfica. Con ese gesto había ridiculizado, de forma abierta, a los nobles orlesianos presentes y, al mismo tiempo, había hecho casi imposible que Josephine lograra, a tiempo, el apoyo de esas diez familias. Sin ese respaldo, la opción templaria quedaba políticamente bloqueada.

Lo que se traducía en algo mucho más concreto… la maestra espía se había allanado el camino para que los magos rebeldes se convirtieran en la única fuente viable de poder para la Marca.

Había sido una jugada magistral. Fen’Harel no pudo evitar sentirse impresionado.

Pero la pregunta persistía… ¿por qué? ¿Qué esperaba obtener la maestra espía con ese movimiento en el tablero?

Sin duda, Leliana era fría y calculadora, y eso era algo que él respetaba. Lo que no había anticipado era que jugara a espaldas de los otros pilares de la Inquisición… y mucho menos socavando los esfuerzos de la embajadora.

Definitivamente, su atención debía centrarse en Leliana y sus propósitos...

- Embajadora… - el Lobo se puso en pie, inclinándose como muestra de respeto. – Debo admitir que mis preocupaciones han sido eliminadas. Y he de reconocer que ha sido una charla muy placentera la que hemos compartido. – ella también se puso en pie. – Sin embargo, ya te he quitado más tiempo del prudente. Es hora de seguir con mis responsabilidades.

Hora, de retomar el juego en otro sitio…

Chapter 37: Otra época. Otro mundo IV

Chapter Text

Habían transcurrido quinientos cincuenta y ocho años desde el primer ataque de los Pilares de la Tierra contra los Evanuris. Y apenas ciento treinta y seis desde que Solas había adoptado forma élfica.

Aquella mañana, el Portavoz de los espíritus caminaba con premura entre las calles atestadas del mercado.

Los panaderos ordenaban con cuidado los panecillos en sus puestos, inundando el aire con un aroma cálido y reciente, mientras los alfareros acomodaban sus piezas con un sentido casi estratégico del impacto visual. Cada comerciante se las ingeniaba para subsistir.

La guerra, más allá de la Muralla Iluminada, parecía pertenecer a un mundo distinto. Se decía que era una pesadilla confinada fuera de las murallas, mantenida a raya gracias a la protección de los Reyes Iluminados, quienes (según el relato oficial) preservaban la seguridad del pueblo mediante el sacrificio constante de las fuerzas armadas del Ejército Iluminado. Una guerra que ningún elfo conocería jamás (siempre que se mantuviera entre las murallas) … salvo, quizás, los verdaderamente desafortunados.

Solas echó un vistazo a cada comerciante y no le sorprendió encontrarlos armados con navajas afiladas, dagas oxidadas y, en algunos casos, incluso arcos colgados a la espalda. No era para defenderse de un enemigo externo, sino para ahuyentar, o atacar, según el caso, a los huérfanos que mendigaban entre los puestos.

Y la guerra si dejaba algo… era un creciente número de huérfanos…

Los tiempos en los que los niños habían sido considerados una bendición para la comunidad habían quedado atrás. Ahora, si no contaban con un adulto que los reclamara, no eran más que una molestia.

El hambre había llegado a tal extremo que era habitual verlos arriesgar su libertad, e incluso la vida, por un mendrugo.

Sí. Hasta ese punto la guerra los había arrastrado. Ahora, ellos mismos eran enemigos.

La Guardia Iluminada patrullaba el área comercial con mirada implacable. Tres días atrás habían atrapado a un mendigo robando una manzana y lo habían sentenciado al servicio de Andruil.

¡Una maldita manzana!

Le marcaron el cuerpo con una de las cadenas más recientes de los Evanuris, las afamadas vallaslin. Esa promesa de protección de los reyes para los pobres.

Si no tenías trabajo o el sustento no alcanzaba para vivir con dignidad, la solución estaba ahí, al alcance de la mano, arrodillarte ante los reyes y ofrecerles tu cuerpo a cambio de dos raciones diarias de comida. ¿El precio? La pérdida absoluta de tu libertad.

- Elgar’nan ha puesto mucho esmero a la propaganda rancia que rodea el privilegio de las vallaslin… - murmuró Anaris a su lado, mientras esquivaba una mujer que mendigaba.     

- Lo peor es que funciona. – aseguró Solas. - Le gente cree que es un acto de benevolencia.

- Mythal no hace mucho por desmentirlo.

- Tiene las manos atadas, tanto como yo.

Anaris dejó escapar una risotada a su lado.

Él y Mythal solían mostrar constante desacuerdo en casi todos los asuntos. Mantenían una rivalidad indisimulable.  

- ¿De verdad crees que sigue a su lado sin haber cedido a todos los deseos de Elgar’nan? - lo provocó abiertamente, como era su costumbre. - Ya conocemos a nuestro Rey Iluminado. Él toma lo que quiere… y a ella la desea desde hace demasiado tiempo. Quizás solo para joderte… pero la desea.

- No tengo respuesta para darte, Anaris. Ella es libre de hacer lo que quiera… - respondió Solas, esquivando a un hombre que intentaba venderle algo.

- Oh, sí… como si fuera que tú no te quedarás llorando en tu habitación de señorcito Evanuri.

- Vamos, apura el paso, ¿quieres? Estamos llegando tarde, y Dirthamen no se caracteriza precisamente por su paciencia.

- Más bien por estar loco.

- Más bien…

Ambos aceleraron el paso. Anaris se colocó a su lado y le dedicó una sonrisa cargada de picardía.

- Cuando éramos espíritus no teníamos que lidiar con la torpeza de estas piernas largas.

Solas respondió con una leve sonrisa.

Una de las razones por las que aquella amistad tan disímil había perdurado durante siglos era, precisamente, ese anhelo compartido por la vida que habían dejado atrás al adoptar forma élfica.

Solas y Anaris eran simplemente… diferentes. Lo habían sido incluso cuando fueron entidades espirituales. El poder de Anaris radicaba en la grandeza del Vacío, el de Solas en el Más Allá. Y, quizás por ello, siempre fueron un complemento adecuado.

En el Reino Iluminado, la mayoría se conformaba con existir como elfos. Los espíritus, aunque aún libres, iban y venían del interior del reino en un flujo constante. Se sentían cómodos replicando sus propósitos a través de las emociones élficas, deslizándose entre ellas sin resistencia.

Pero ellos dos no.

Solas y Anaris parecían los únicos que se arrepentían de haber adoptado la forma élfica. Y eso que no eran como el resto, eran Evanuris, una estirpe poderosa que, poco a poco, se iba extinguiendo.

Desde el inicio de la Guerra contra los Titanes, siglo tras siglo, había sido cada vez más difícil arrancarles piel a las montañas. Como consecuencia, los Evanuris habían dejado de nacer. El crecimiento demográfico del Pueblo recaía ahora casi por completo en la reproducción entre los propios elfos.

Los Evanuris podían engendrar descendencia con los plebeyos si así lo deseaban, pero la mayoría evitaba hacerlo. Preferían vincularse únicamente entre iguales, convencidos de que así preservaban la fuerza arcana dentro de un círculo controlado.

Esa decisión tuvo un efecto silencioso y cruel, los niños élficos que no descendían de los Evanuris comenzaron a ser vistos como una molestia cuando carecían de padres.

Lo que más le dolía a Solas era que una sociedad entera olvidara que esos padres estaban ausentes porque habían entregado su vida a la defensa de un reino que, en verdad, había exigido ese sacrificio.

Elgar’nan pagaba a sus soldados con olvido: muertos ellos, sus hijos también dejaban de existir. Y ahora solo les servían con una vallaslin en la piel.

- ¿Lo has notado, Solas?

Él tuvo miedo de preguntar qué. Anaris solía ser demasiado elocuente cuando decidía pensar en voz alta.

- Los titanes serían como nuestros padres, si lo pensamos… - continuó, esquivando a un guardia con naturalidad. El soldado, al reconocer las vestimentas de un Evanuri, se lanzó de inmediato sobre un mercader cercano. No era habitual que los reyes caminaran entre los plebeyos sin custodia. Ellos dos eran la excepción, y como tenían un historial enorme de batallas ganadas, nadie era tan tonto para enfrentarlos abiertamente… a menos que desearan morir, claro.

- En cierto modo, nos estamos rebelando contra quienes nos dieron forma. – rió con humor. - Estamos asesinando a nuestros propios creadores. ¡Oh!, podrían ser como nuestros dioses…

Solas sonrió apenas y negó con la cabeza, sin responder.

Al frente, por fin, divisó la Puerta del Conocimiento que permitía el acceso al Árbol del Conocimiento Ancestral, un coloso de raíces retorcidas y copa inmensa, rodeado por unicornios. Criaturas majestuosas… y cada vez más escasas. Sus cuernos eran focos de poder arcano de una potencia extraordinaria, por lo que habían sido utilizados como sementales de guerra. Aquello los había diezmado con una rapidez muy superior a su capacidad de reproducción. Ahora, como tantas otras cosas, se habían convertido en símbolos de poder reservados únicamente a los Evanuris… y a la realeza. Ni siquiera a los nobles.

Dirthamen, rey de los cielos, habitaba en el Más Allá. Para acceder a su mansión era necesario solicitar primero audiencia a los espíritus del Conocimiento y de las Verdades, custodios de la Puerta del Conocimiento. Después, contar con un unicornio dispuesto a abrir el paso arcano hacia el Más Allá.

El Árbol del Conocimiento Ancestral era custodiado en Elvhenan por espíritus de la Libertad.

A Solas le gustaba ese equipo…

Un conocimiento libre, custodio de la verdad.  

- Otra cosa que extraño de mis épocas en el Vacío… - murmuró Anaris, dejando atrás a las Verdades de la Puerta, y acercándose a Bestia, un unicornio de pelaje rojizo que tenía un vínculo amable con los dos. – Es que podía manejar un volumen energético muy superior al que tolero ahora como Evanuri. Te lo digo amigo, nos hemos limitado al adoptar la forma física.

- Eso es una obviedad, Anaris. – le aseguró. – Lo hicimos por los elfos, no por el poder.

Anaris puso los ojos en blanco.

- Tú y tu constante moralina, Solas. Ya como Sabiduría Ancestral eras aburrido. ¿Cuándo vas a disfrutar de los beneficios de un cuerpo?

Lo que pasaba era que Solas extrañaba cosas distintas... unas mucho más simples que el volumen arcano que había comandado. Extrañaba la quietud mental, por ejemplo.

- Hola, Bestia – saludó el Portavoz, acariciando al unicornio y sin darle atención a su amigo. Anaris resopló con fingido fastidio, aunque sabía que lo apreciaba por mucho que se esforzaba en molestarlo.

El antiguo espíritu de la Determinación se acercó al semental y también lo acarició. Anaris era rebelde, pero no estúpido, sabía cuando mostrarse educado con una criatura tan inteligente como orgullosa.  

El unicornio respondió empujando suavemente el cuerpo de Solas, apoyando el cuerno sobre el pecho. Nunca sabía si ese día era una advertencia o bienvenida. Bestia cambiaba rápidamente de humor. Después relinchó y sacudió las patas traseras. Dirigió su atención a Anaris. El Evanuri hizo una inclinación exagerada frente a Bestia, el animal inclinó la cabeza, a gusto. Solas sonrió.

Era una bienvenida.

Sí. Los unicornios eran salvajes. Indómitos. Y por eso mismo, los admiraba.

- ¡Pero miren nada más quiénes están aquí! – escuchó la voz de Revas, el último espíritu del Más Allá que había adquirido cuerpo de Evanuri, siglos atrás. Revas, por supuesto, había sido un espíritu de la Libertad.

A diferencia del resto de los Evanuris, al encarnar la Libertad, Revas se negó desde el inicio a aceptar cualquier tipo de título o dominio. Su propósito era demasiado absoluto para someterse al orden impuesto por los Reyes Iluminados, y jamás estuvo dispuesto a legitimarlo. Por esa razón, fue desplazado y despojado de toda realeza.

No le importó. De hecho, lo agradeció.

Con el avance de la guerra y la progresiva reorganización del reino, Revas acabó ocupando un rol indispensable, el de vinculador arcano. Era el encargado de mantener los vínculos entre los unicornios y los Evanuris, una tarea que pocos podían ejercer. Los unicornios no obedecían órdenes ni reconocían jerarquías; para colaborar, exigían respeto. Y Revas era uno de los escasos seres capaces de ofrecérselo sin intentar someterlos.

Formalmente, era un súbdito de Dirthamen. En la práctica, su vida estaba protegida por la Guardia Intelectual, el ejército del Rey del Más Allá. Y, por supuesto, los espíritus del Conocimiento y la Verdad, claro.

- Mi honorable Portavoz de los espíritus y su hermano malvado. – Revas le dio un fuerte abrazo a Solas y apretó amigablemente el hombro de Anaris. – Dirthamen lleva un buen tiempo esperándolos… No es cordial llegar tarde a la invitación de un rey, por mucho que ustedes también lo sean.  

- Hazle llegar mis más sinceras disculpas… - empezó a recitar Solas, pero el vinculador lo interrumpió.

- Hazlo tú. – Revas guiñó un ojo y Bestia se acercó a los Evanuris. – Por suerte, hoy tengo un unicornio dispuesto a facilitar el traslado. Su majestad los aguarda.

Anaris montó a Bestia primero. Siempre se daba ese gusto de recordarle a Solas que sería él quien dirigiría la marcha. El Portavoz dejó escapar un suspiro resignado y subió detrás de él.

El unicornio concentró poder arcano en el cuerno, y de allí brotaron unas alas magníficas, formadas por corrientes de magia pura, vibrantes y etéreas. Con un batir silencioso, Bestia se elevó, ascendiendo hacia el enorme bloque de tierra suspendido que sostenía una de las mansiones de Dirthamen en lo alto.

- ¿Te ha dicho Dirthamen qué es lo que quiere con nosotros? – preguntó Anaris mientras acariciaba la crin rojiza de Bestia y el cuerno centelleaba por delante.

- Solo sé que ha pedido a Mythal que nos llamara. Es algo acerca de una de las verdades que solo él es capaz de descubrir, ya sabes cómo es.

- ¿Crees que tiene que ver con el arma que tu amorcito tanto deseo tiene que crees?

- Estoy seguro de que tiene que ver con eso.

- ¿Y por qué me ha citado a mí?

- Seguramente… - Solas titubeó, pero consideró razonable decírselo. – Requiere de la energía del Vacío, tanto como la del Más Allá.

- ¿O sea que yo también tengo que aportar de mi poder para el capricho de ella?

- No lo sé, Anaris. No lo sé. Solo… vayamos al encuentro con Dirthamen, ¿quieres?

El unicornio redujo el batir de sus alas al aproximarse a la plataforma suspendida. El aire allí era distinto, se sentía más quieto, como si incluso el viento hubiese aprendido a escuchar.

La mansión de Dirthamen no tenía muros visibles. Se sostenía sobre raíces de luz y fragmentos de tierra anclados por pura voluntad arcana. No había guardias, porque no los necesitaba. Se decía que todo aquel que ingresaba dejaba hasta los pensamientos expuestos al poder de la mente de Dirthamen. El alma desnuda.

Bestia descendió con suavidad y plegó las alas. El cuerno dejó de brillar.

Revas los esperaba allí, en pie, con otro unicornio a su lado. Siempre se hacía de ese modo. El vinculador llegaba primero y luego esperaba hasta el regreso de los invitados.

- Ya saben… Hasta aquí los acompaño - dijo, sin perder la sonrisa, aunque sus ojos se habían vuelto serios. - Más allá… cada palabra pesa distinto. Y pertenece a cada oyente.

Anaris chasqueó la lengua.

- Siempre tan dramáticos, ustedes los del Más Allá. Misterios, son solo misterios… Poder… es simplemente poder.

- Nada es simple con el poder, mi Rencor favorito. – respondió Revas. Después miró a Solas.

- A veces, – añadió el vinculador sin quitarle la mirada de encima - saber algo no te da poder. Te quita opciones.

Solas asintió despacio.

Precisamente, era eso lo que temía… pero no tenía más opción que esta.

Y, entonces, los Evanuris avanzando.

La puerta no se abrió, simplemente dejó de estar cerrada. Así funcionaban las cosas en torno a Dirthamen. No había gestos, ni mecanismos, ni permisos explícitos. Era como si, de pronto, un conocimiento omnisciente se infiltrara en tus procesos mentales, revelándote verdades que solo podían comprenderse allí, en ese umbral. Verdades que, una vez atravesado, se desvanecían. Comprendidas… y luego olvidadas… a menos que el Destino quisiera que lo recordaras.

Del otro lado, no hubo saludo. Ni presencia inmediata. Solo una voz, profunda y distante, como si no proviniera de un único punto.

- Sabiduría - dijo. – Rencor.

Se decía que en los dominios de Dirthamen, solo se oían verdades.

Solas sintió un gran alivio al escuchar que todavía lo llamaba sabio. Luchaba a diario contra su propio orgullo. Era bueno saber que continuaba ganando esa batalla.

Y por primera vez, no sintió el impulso de avanzar.

Entonces se frenó.

Anaris, en cambio, avanzó con paso decidido.

Él pensó en Mythal, en los titanes. Pensó en todo lo que aún no había hecho… y en cuánto podría dejar de ser si lo hacía.

Todavía no quería avanzar, pero entonces…

… Anaris se giró, muy por delante de él.

- Vamos, Solas… no seas cobarde. Tenemos que encontrar el modo de vencer de nuestros enemigos. Y por enemigos, me refiero a Elgar’nan. – molestó con una sonrisa burlona. Solas sonrió también.

Después se permitió un último suspiro profundo y, como había dicho Anaris, hizo acopio de su valentía y lo siguió.

Porque sabía que Dirthamen, Rey de los Cielos, no otorgaba destinos. Los exponía. Y para eso había venido... para conocer la verdad. 

Chapter 38: Ondas en un mar de recuerdos

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Costa de la Tormenta, Reino de Ferelden, 9:41 del Dragón

Temprano en la mañana, la Heraldo de Andraste había partido con el equipo al encuentro de un guerrero conocido como el Toro de Hierro, que había ofrecido su ayuda a la Inquisición junto a su grupo de mercenarios, los Batalladores del Toro.

En opinión de Solas, el lugar donde se encontraban era precioso de vistas. La extensión de la costa del mar otorgaba una sensación de libertad casi suicida... como si lo invitara a adentrarse en su inmensidad y dejarse hundir en ella hasta que la vida se le escapara de los pulmones. ¿Un Evanuri podía morir ahogado? Parecía poco probable. Más bien sonaba a una promesa de flagelo eterno...

Por suerte, aquellas cavilaciones podían ser interrumpidas si concentraba su atención en la lluvia fría que le azotaba el rostro, empapaba su vestimenta y el viento que lo envolvía con violencia, recordándole que, pese a todo, seguía vivo. Seguía aquí. Aquí, donde sus enemigos no estaban y donde el Vir'abelasan había empezado a murmurar. Un mundo nuevo, en un desastre nuevo... uno en el que, muchas veces, sentía que no merecía existir.

Era difícil no caer en ese tipo de pensamiento de vez en cuando la guerra te había atravesado como lo había hecho con él. Cuando el peso de tantas muertes, el recuerdo de tantos seres amados se acumulaba en la memoria, resultando inevitable preguntarse por qué uno seguía respirando cuando tantos otros no. Más aún cuando, ante los ojos, se extendía un mar tan vasto y magnífico como el de aquella mañana lluviosa.

Había algo casi renacentista en la forma que adoptaban las ondas dibujadas por cada gota de lluvia sobre la superficie marina, y en la forma en que las olas bravas rompían contra la costa.

Era brutal y era precioso. Tan brutal y precioso como ser capaz de ver un mundo nuevo…

A veces, ni siquiera llegaba a creerlo.

Jamás pensó que podía existir algo más que su mundo. Pero era lógico, ¿no? Seguramente, los Sha-Brytol pensaron lo mismo… incluso, quizás, los titanes… y sin embargo, llegaron ellos. Los elfos.

Y ahora…

… Solas llevó su atención sobre Elentari…

Ellos… los seres de Thedas.

Elentari se encontraba visiblemente alejada, manteniendo una conversación privada con el líder del grupo qunari, un tipo gigante de piel gris, parche en el ojo y cuernos que se curvaban hacia los costados de la cabeza. Ella, en contraste, era pequeña en estatura y contextura, casi parecía una ironía que fuera la célebre (o difamada) Heraldo de Andraste.

En medio de la lluvia copiosa, la vio cruzarse de brazos y, con disimulo, frotarse uno de ellos. Supo de inmediato que estaba intentando conservar el calor corporal, aunque cuidaba que el gesto transmitiera seguridad y determinación. Eso le arrancó una sonrisa. Luego ella sacudió la cabeza apenas, lo justo para apartar el agua del rostro, y se obligó a mantenerse firme e imponente frente al qunari. Pero la tensión en sus piernas la delataba.

El guerrero qunari, en contraste, parecía completamente despreocupado, estaba sentado con las piernas abiertas, un antebrazo apoyado sobre una de ellas, observándola con atención, sin dejar que se le escapara detalle alguno. La estaba evaluando, posiblemente.

Elentari lo haría bien. Tenía una forma eficaz de mostrarse confiada del poder que cargaba en su palma y, al mismo tiempo, abierta a la diplomacia como primera opción. Tanto como Josephine, era encantadora, cortés y elocuente. Esa combinación sembraba una duda inmediata en quien la enfrentaba. ¿Convenía desafiarla de frente... o era más prudente actuar con cautela? Por lo general, todos decantaban a la diplomacia, las leyendas sobre sus victorias ya empezaban a cantarse en las tabernas y todas exageraban los detalles hasta el punto de lo imposible.

Elentari, una vez más, sacudió la cabeza debido a la lluvia, pero se mantuvo firme. Más adelante, tendría que enseñarle a usar energía residual del ambiente para apartar adversidades ambientales de su cuerpo sin efectuar grandes movimientos de energía. Ella ya mostraba condiciones de ser capaz de empezar a usar con más delicadeza las corrientes arcanas.

Solas se encontró sonriendo mientras la observaba. ¿Por qué lo hacía? ¿Acaso ella también había logrado engañarlo a él? No. No se trataba de un engaño. Todo lo contrario, la sonrisa era porque Elentari le permitía ver su esencia sin máscaras y le daba espacio para guiarla en su aprendizaje. Se apoyaba mucho en su conocimiento, buscaba su orientación y confiaba (quizás demasiado, si se lo preguntaban a él) en lo que le decía. Por eso se cuidaba de no jugar en exceso cuando le revelaba información. Intentaba ser tan honesto como su propia agenda se lo permitía, y darle herramientas que fueran realmente útiles... incluso sabiendo, con demasiada lucidez, que esas mismas herramientas podrían convertirse algún día en un estorbo para él mismo. Pero creía en su autenticidad, y eso era algo que valoraba profundamente. Era una lástima haberla conocido en este mundo; en otro, quizás, habrían luchado por la misma causa.

- Risitas – sintió el tirón de su túnica cuando Varric lo sacudió con suavidad. – Harding ha mencionado a un grupo de guardas grises en la zona. Sería interesante investigar.

Solas lo miró y asintió. El enano se cruzó de brazos y eso lo hizo enarcar una ceja. - ¿Quieres que lo hagamos nosotros dos? ¿Sin la Heraldo?

- Bueno, nuestras pequeña ha crecido demasiado. – bromeó. – Ya puede cuidarse sola. Echemos un vistazo.

Inesperadamente, unos sonidos toscos los inundaron. Solas y Varric se giraron, mientras él ya estaba alzando el bastón de mago y extrayendo energía del Más Allá para colocar una barrera entre los dos, por si estaban bajo un ataque...

... pero no.

- Pero ¿¡qué mierda!? ... - el enano escupió. - ¿Acaso estás viendo lo mismo que yo? – él asintió. - ¿Esos mercenarios están abriendo barriles con sus hachas? – volvió a asentir. Varric dejó escapar una carcajada. – ¿Sabes? Me gusta el estilo rebelde y sucio. Acerquémonos...

- ¿Sabes algo de ellos, maestro Tethras?

- No más que tú. Vayamos hasta allí, así nos enteramos. – el enano se adelantó con soltura, él lo siguió. – Quizás podríamos preguntarle a Leliana acerca de estos "Batalladores", de seguro tiene información. – asintió. – Lo que sí te puedo decir desde aquí, es que se trata de un grupo muy diverso, ¿no lo crees?

- ¿Lo dices porque está conformado por un jefe qunari y miembros de todas las razas?

- Exacto. ¿Ves? Sabía que no eras ciego...

Solas puso los ojos en blanco sin que lo viera.

Varric no era un fastidio, todo lo contrario, su ingenio era tan agudo que le agradaba. Y ese era el problema... porque él... bueno, él había destrozado a los suyos en el pasado, por tanto, se sentía algo fuera de lugar cuando el enano se acercaba con tanto aprecio y entablaba conversaciones ingeniosas, haciéndole sentir a gusto.

Suspiró... ya estaba bien de tanto pesimismo por un día. No podía seguir así.

Sí, era el malvado Fen'Harel, dios de la traición y del engaño para estos seres... y, para bien o para mal, eso mismo estaba haciendo: traicionándolos y engañándolos.

¿Por qué había empezado a sentir culpa?

No importaba. Era hora de asumir que sí, en efecto, los estaba engañando y los iba a traicionar. Debía dejar de darle vueltas al asunto. Era por el bien de este mundo, inclusive. Nada bueno obtendrían del poder de la Ruina liberado. Mucho menos de Elgar’nan suelto e imparable para dominar a todos.

El pensamiento no sirvió para nada. No le cambió el humor deprimente.

- ¡Muchachos! – Varric levantó la voz y apuró el paso. Solas prefirió continuar con su andar lento. Era mejor echar un vistazo desde la distancia primero, involucrarse después.

El humano del grupo tenía un pie apoyado sobre un barril de madera. La armadura, empapada por la lluvia, era de buena calidad y mostraba numerosas marcas de combate; golpes antiguos que, sin duda, había reparado en más de una herrería. En general, los guerreros preferían ese tipo de armaduras gastadas a las inmaculadas. Solo los reyes solían portar armaduras sin una sola abolladura, y eso solía significar que eran reyes que no se colocaban al frente del peligro junto a su pueblo. Para un guerrero, una armadura nueva podía ser casi un insulto, porque lo hacía parecer un señor acaudalado que desconocía el campo de batalla.

El hacha incrustada en la madera del barril, en cambio, era demasiado pequeña para ser su arma habitual. De serlo, estaría desperdiciando el filo en una estupidez tan mundana como abrir un barril a hachazos... a menos, claro, que llevara consigo una piedra de afilar, lo cual era lo más probable.

Cuando oyó la voz de Varric, el humano arrancó el hacha de la madera. Del interior del barril brotó un líquido espumoso que enseguida se mezcló con la lluvia. Cerveza, casi con seguridad. Sin ningún tipo de sutileza, el hombre se agachó sobre el barril y acercó la boca como si bebiera de un manantial.

Bueno... modales, estaba claro, no tenía.

Sonrió cuando cayó en cuenta de que ese tipo de pensamiento era, en efecto, el de un acaudalado señor, pero no uno que desconociera el campo de batalla. Por el contrario, un veterano.

A pesar de que él siempre se había movido entre los poderosos de sus tiempos, Solas también había conocido los pesares más bajos de la vida élfica, así como sus injusticias. No solo había pasado ese tipo de hambre que parece devorar tus propias entrañas y te acerca al delirio, sino que también había sufrido secuestros, torturas... y, bueno, muchas otras injusticias que no venían al caso. Ya estaba bien con el pesimismo de este día, no era conveniente sumar nada más. Le dolería la cabeza.

Varric llegó hasta el grupo y dijo alguna tontería que él no alcanzó a oír. Solas divisó a dos humanos en la cercanía, uno era rubio y el otro de piel morena, más entrado en edad. También había un enano y una elfa con la vallaslin de Dirthamen en el rostro, aparte del que estaba tomando desde el barril.

Finalmente, él también llegó hasta los Batalladores de Toro.

- ¿Ese cabronazo? – estaba diciendo el que había bebido primero del barril. Ahora, el humano moreno hacía lo mismo y la elfa dalishana, a su lado, lo miraba con algo de desdén, mientras el humano rubio sacaba un cuerno de alguna bestia cazada para otorgar a Varric sitio en el que beber. El enano no tardó en llenarla de cerveza y agitar el brazo en señal de brindis, antes de tomarlo. – Ese idiota con cuernos es el mejor soldado que te encontrarás por estos sitios.

- ¿Así te refieres a tu jefe? – Solas no soportó más tanta insubordinación. ¿Cuál era el problema de este soldado?

El humano se cruzó de brazos y lo atravesó con la mirada.

- Oh, claro, olvidé lamer sus cuernos, ¿verdad? ¿O me recomiendas hacerlo con su trasero?

- Si tienes por costumbre hacerlo... yo no me opondré. Y no estoy aquí para darte recomendaciones.

- Se llama Krem. – intervino Varric. – Y él es el apóstata de nuestro grupo. Se llama Solas. Y sí, es bastante gruñón.

- Más bien otro cabronazo. – agregó el tal "Krem."

Solas lo miró con una media sonrisa altanera y también se cruzó de brazos. El humano no se inmutó. Resultaba evidente que era un tipo acostumbrado a meterse en problemas. Bueno, la suerte tenía la tendencia a terminarse. Solas podía convertirse en su último problema, pero lo cierto era que hoy solo se sentía profundamente fatalista, no era culpa del muchacho.

- ¡Krem! – se oyó una voz tronante por detrás. – Dile a los nuestros que terminen de beber por el camino. ¡Acaban de contratarnos!

El insubordinado se giró y lanzó un grito. - ¿Y cómo quieres que nos llevamos los barriles, jefe? ¿Encima de tus cuernos? – Solas resopló, Varric dio una carcajada. - ¡Acabamos de abrirlos!

El Toro de Hierro y Elentari se acercaron al grupo, completamente empapados.

- ¿Y yo qué sé? – le respondió el qunari. – Eres tevinterano, ¿no? ¡Prueba magia de sangre!

¿Era un mago tevinterano?

- Por lo menos conozco a mi madre... - le respondió Krem.

Oh no... tan solo había sido una broma.

Un tevinterano trabajando para un qunari. Novedoso.

Elentari llegó a su lado y se frenó cerca de su costado.

- ¿Los has contratado? – Solas se inclinó un poco y le susurró cuando la tuvo cerca.

- Josephine se ha encargado, en realidad. – dijo ella, cruzada de brazos y conteniendo el temblor. Él expandió su escudo espiritual y la cubrió con su magia.

Elentari lo sintió y giró su rostro, Solas se lo confirmó al asentir. – Gracias. – murmuró y dirigió la atención sobre El Toro. - ¿Sabes? Es un espía qunari. Me dijo él solito, sin que usara técnica alguna de interrogatorio... 

Solas sonrió. 

Así que un espía qunari. Mmmm... interesante.

Otro espía en el equipo. Iba a tener que ir con cuidado. Por otro lado, esas eran buenas noticias. Ahora iba a tener que disculparse con ese Krem y buscar el modo de entrar al círculo interno... seguramente iban a tener algo de información interesante del norte.

- Bueno, sin duda saben llamar la atención. – dijo él. Ella sonrió y asintió.

Chapter 39: Tolerancia en la incorporación

Chapter Text

Elentari sentía que alucinaba.

¿Cómo, en el nombre de Dirthamen, llegaron a existir los gigantes?

No importaba, porque ¡¡NO PODÍA CREERLO!! Pero ¡se habían enfrentado a uno y lo habían derrotado!

El día había transcurrido en el interior de la Costa de Tormenta con Toro dentro del equipo y el qunari no había hecho más que traerles suerte, ¡HABÍAN DERROTADO A UN PUTO GIGANTE!

Ahora mismo se encontraba agotada, era cierto… pero sentía que alucinaba. Jamás ¡pero jamás!, creyó que experimentaría una cosa así, mucho menos que vería UN PUTO GIGANTE EN PERSONA.

Miró al cielo con una sonrisa imposible de borrar y su mente, sin poder evitarlo, fue directo hacia los recuerdos de su clan.

¿Alguno de ellos hubiera creído alguna vez que ella, ¡ella!, viviría todo esto?

Estaba segura de que Morneghil se sentiría verdaderamente orgulloso, y de que Thengal se hubiera entrometido en el afán de cuidarla, pero también sentiría orgullo a pesar de sus dudas. Idril seguramente le diría que no era propio de una Primera hacer todas estas cosas, pero ella estaba muy lejos de sentirse Primera del Clan Lavellan ahora que empezaba a aceptar que era la Heraldo de Andraste.

No quiso pensar en Deshanna. Su madre seguro que no sentiría admiración por ella, mucho menos si le contaba que había asesinado a un ser vivo… por mucho que éste fuera un verdadero gigante.

Esa idea, logró borrar la sonrisa de su rostro del todo.

¿Estaba mal matar a alguien solo porque se podía? ¿Porque se tenía el poder?

Llevó la atención sobre su palma izquierda. Ciertamente, ella tenía el poder… acababa de demostrarlo… pero ¿acaso eso le daba derecho?

- Oh, jefa… - El Toro de Hierro se dejó caer a su lado, con el torso descubierto, mientras la lluvia continuaba cayendo, aunque con muchísima menos intensidad que durante la mañana. – Eso ha estado genial, ¿verdad?

Elentari yacía completamente empapada y estaba sentada sobre el tronco de un árbol caído cerca de la costa. Sus piernas descansaban extendidas, había dejado el bastón en el suelo. El qunari, se había desplomado a su lado. La espada enorme que le pertenecía ahora también yacía en el suelo, mientras él sostenía una cantimplora con agua de la que estaba bebiendo.

- Sí, ha estado genial. – se obligó a sentir la emoción de un instante atrás. Pero evidentemente no le salió, porque el Toro le pasó el agua y rezongó.

- Bueno, pues avísale a tu cara… no pareces entusiasmada.

Ella bebió un silencio, dejando que la lluvia rozara su piel.

- ¿Crees que estuvo bien?

- ¿El qué?

- Matar a alguien solo porque podemos.

- Por “alguien” ¿te refieres al gigante que intentó asesinarnos primero, lanzándonos bloques de piedra sobre nuestras cabezas? – ella apretó los dientes. – Ehmm… sip. Creo que estuvo genial. Tú, ¿no?

  - Si lo dices así, me haces sentir una tonta… - fingió soltura y le pasó el agua.

El Toro la observó y ella sintió que el sonrojo le atravesaba las mejillas. Odiaba ser tan trasparente con las emociones, pero también detestaba cuando sentía que la escrutaban como a un animal exótico. Él le sonrió, tomó la cantimplora y bebió a su lado, pero en silencio. No quiso incomodarla. Eso la hizo sentir más tonta.

¿Acaso siempre sería así? ¿La vasija de cristal a punto de romperse si la miraban demasiado?

- Toro, ¿qué crees que son los gigantes? – él volvió a mirarla. - ¿Magia echada a perder? – lo vio sonreír - ¿Un accidente de reproducción?

- No lo sé, jefa. ¿Una buena oportunidad de entrenamiento? – ahora ella sonrió. Dio un suspiro y se puso en pie.

- Vamos. Creo que, en un día tan lluvioso, Varric va a necesitar un poco de ayuda para mantener el fuego encendido para la cena.

- Solas está con él. Y lady Vivienne. Son magos, ¿acaso no sirven también para eso?

Cierto.

Lo sintió gruñir, pero se puso en pie. No fue una queja por volver con el equipo, sino más bien el lamento de su cuerpo cansado.

- Así que eres… ¿Ben-Hassrath?

- Sí. Somos como la policía secreta del Qun. Básicamente espías. – los dos comenzaron a acercarse al campamento con pasos lentos.

- Sé muy poco acerca del Qun, pero empezaré a leer en cuanto pueda para aprender.

- ¿Para qué vas a leer si me tienes a mí, jefa? – el qunari se detuvo para esperar que ella se adelantara. – Yo te puedo contar todo lo que quieras.

- Eso también es cierto.

- Estás muy acostumbrada a ser la chica aplicada, ¿verdad? – ella se sonrojó, él lanzó una carcajada. – Y tímida, además. ¿Cuántos años tienes?

- 23.

- Oh, eres joven.

Lo sabía…

Pero no dijo nada, ¿qué podía decir? ¡Tengo 23 pero soy muy madura! Apenas, era la primera vez que abandonaba su clan…

- Aún así, eso que haces con la mano, es impresionante. ¿Cómo funciona?

- ¿La Marca? - el asintió. – Bueno, pues se trata de comprender cómo funciona el Velo. – balbuceó, pensando en las lecciones que Solas le había brindado con anterioridad.

No se dio cuenta y comenzó a recitar sus palabras al qunari, como si éste fuera mago.

- Ya sabes, el Velo es un sistema de resonancia energética que funciona como campo de interferencia entre el mundo despierto y el de los sueños, y es capaz de repeler las fuerzas de cada uno de ellos, actuando como una especie de filtro, debido a que altera las resonancias energéticas de cada mundo, y eso me permite…

- Espera, espera, espera. No he entendido nada, pero no sé si quiera hacerlo. – se quejó el guerrero gris. Elentari se sonrojó ligeramente y apretó los puños, acelerando sutilmente el paso. Los dos se miraron, ahora él también estaba incómodo.

- ¿No te gusta la magia?

El qunari se puso sobre su costado.

- Eh… no es eso, jefa… es que cualquier cosa fuera de control genera algo en mí… Argh. No importa.

- Pero mi magia tiene control…

- Sí, pero es magia…  

Ella hizo una mueca con los labios, justo cuando llegaron al campamento de la Inquisición, donde el resto del equipo estaba ordenando todo y Varric se encargaba de la cena.

- ¿Sabes? – el Toro se irguió con porte orgulloso, y una sonrisa en sus labios. – Yo no he entendido nada de todo eso que dijiste del Velo, pero la Viddasala estaría encantada de charlar contigo.

- ¿Viddasala?

De pronto, sintió que Solas irrumpió entre ambos con una zancada larga y decidida. Se detuvo a su lado con el cuerpo rígido, los brazos cruzados y el semblante severo, tenso hasta el extremo.

- Toro de Hierro… - soltó con brusquedad y tono firme.

Ella lo miró de inmediato y reconoció en su rostro un enfado genuino, acompañado de esa expresión que Solas solo adoptaba cuando se interponía ante un enemigo. Un escalofrío le recorrió la espalda; su cuerpo reaccionó, encendiéndose en una alerta instintiva.

Miró alrededor, buscando la amenaza que justificara aquella tensión, pero entonces lo oyó retomar la discusión con Toro y comprendió, con un esfuerzo consciente, que no había peligro inmediato. No era una emboscada ni un ataque… solo una confrontación verbal demasiado cargada para alguien como él.

Aun así, le costó relajar los músculos, y poner atención sobre las palabras que vinieron a continuación:

- ¿En verdad vienes a la Inquisición y le propones a nuestra Heraldo conocer a tu Viddasala?

El qunari parpadeó, mostrándose tan sorprendido como ella por el ataque frontal. Se tomó un segundo de más antes de responder, quizás buscando la forma de enfriar la situación.

- Eh… sí.

Solas se giró hacia ella y la enfrentó con una mirada furiosa. – Bajo las enseñanzas del Qun nosotros, los magos, somos conocidos como saaberas. ¿Sabes lo que significa? – Toro casi interrumpió, pero él levantó el tono. – “Cosa peligrosa”. Eso somos para ellos… una cosa peligrosa. ¿Sabes cómo tratan a sus magos? Los encadenan, enmascaran y mantienen sostenidos entre correas… algunos, incluso, les cosen los labios.

Ella dio un brinco en su sitio y miró a Toro horrorizada.

¿En verdad les hacían eso a sus magos? ¿Por qué?

- ¡Eso es horrible, Toro!

- ¡Ey!, ¡ey! Tranquilo, elfo. Que tú no eres qunari. No conoces el peligro…

- No necesito serlo para reconocer las fallas en tu dogma religioso, y el peligro que representan ustedes sobre la individualidad y la libertad de las personas.  

- No es tan simple…

- Lo es. Lo complicado es admitirlo.

Solas dio un paso al frente, cerrando la distancia con el qunari sin alzar la voz. - Si vuelves a mencionar a nuestra Heraldo tu Viddasala sin explicarle antes qué implica, estarás cruzando un límite serio, Toro de Hierro.

Ella no podía dejar de mirarlo, de sentir que existía un peligro real que amenazaba su integridad, pero entonces, Toro gruñó con fastidio, y eso llevó su atención hacia él.

La postura del qunari decía todo lo contrario. Parecía totalmente dispuesto al diálogo, y estar eligiendo sus próximas palabras con cautela, posiblemente intentando desactivar la situación.

¿Realmente el Qun era tan peligroso para los magos como alegaba Solas?

Y, entonces…

- Cielo, tranquilízate… - intervino lady Vivienne. – El qunari tiene un punto válido. Los magos… somos totalmente peligrosos.

Solas entrecerró los ojos y giró lentamente el rostro hacia ella. La tensión que había sostenido con Toro no disminuyó; simplemente cambió de objetivo. Vivienne, por su parte, decidió ignorarlo cuando añadió:

- Como un imprudente, insistes en negar esa realidad. – hizo una pausa – Pero debo recordarte que uno de los nuestros hizo volar una Capilla en Kirkwall. Asesinó a todos los que estaban dentro y dio inicio a una rebelión que muchos magos jamás eligieron.

- ¿De verdad ésa es tu postura frente al conflicto entre magos y templarios, encantadora?

- Por supuesto que lo es – respondió ella sin titubear. - ¿O acaso tú crees que los magos deberían vivir libres de supervisión y restricciones?

- Por supuesto que deberían vivir en libertad - replicó Solas, elevando apenas el tono. - Pero jamás he dicho que no deban existir leyes. En cualquier sociedad cívica, todos deberíamos estar sujetos a un marco normativo que proteja el bienestar común. La diferencia es que esas leyes deben aspirar a ser justas… incluso para las minorías.

Vivienne se cruzó de brazos y arqueó una ceja. Dejó que el silencio se asentara entre ambos y luego, volvió al ataque.

- Hasta que un mago se deja poseer por un demonio, se convierte en una abominación y masacra inocentes.

- Y entonces debe ser juzgado - respondió Solas sin vacilar. - Como cualquier otro criminal. La posesión no otorga impunidad.

- Qué lástima – ronroneó la encantadora con una dulzura peligrosa - que ya no contemos con una orden dedicada exclusivamente a detectar y eliminar esas amenazas. Han sido… desplazados por la Inquisición.

- ¿La Orden Templaria? - Solas dejó escapar una risa breve, aunque para Elentari resultaba obvio que era desprovista de humor. - Encantadora, esta discusión no nos llevará a ningún sitio. Tú prefieres preservar un sistema que te benefició personalmente, donde usaste tus dones para asegurar tu lugar en la cúspide.

Solas hizo una pausa, pareció pensar en sus próximas palabras y agregó:

- Yo, en cambio, prefiero cargar con el título de apóstata incómodo si eso significa empujar los límites y averiguar qué ocurre cuando el mundo cambia. No vamos a ponernos de acuerdo.

Vivienne ladeó la cabeza, evaluándolo.

- Hablas con demasiada seguridad para alguien en tu posición.

- Lo lamento – le respondió con una media sonrisa fría. - La próxima vez intentaré existir por debajo de tus expectativas.

Inclinó la cabeza con una cortesía burlona y se dio vuelta. Antes de alejarse, lanzó una última mirada implacable al Toro de Hierro… y se marchó.

Elentari lo siguió con la vista en silencio hasta que el qunari murmuró a su lado:

- Jefa… lamento el malentendido. Nunca quise incomodarte con lo de la Viddasala. Pero Solas tiene razón en algo – ella lo miró, y vio que se rascó la nuca antes de continuar. – Eemmm… Bueno, que eres maga. Tal vez no fue una buena idea desde el principio.

Vivienne se colocó sobre el otro costado de ella, también mirando en dirección a Solas.

- Querida, recuérdame… ¿de dónde ha salido el apóstata?

- De una aldea de aquí, en Ferelden. No recuerdo el nombre…

- Mmmm.

Elentari volvió su atención sobre él.

Hasta el momento, todo el equipo había funcionado de maravilla. Cassandra, Varric y Solas se habían integrado muy bien. Sin embargo, con las nuevas incorporaciones, resultaba evidente que iban a tener que empezar a practicar la tolerancia, porque aquí no había solo puntos de vistas diferentes, sino creencias religiosas y culturas arraigadas.

Ella dio un suspiro, agotada.

Iba a tener que ponerse a leer muchos libros para aprender todo lo que no sabía.

Y tenía que preguntarle a Solas el nombre de su aldea. Acababa de darse cuenta de que sabía muy poco acerca de él…  

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