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La brisa era fresca esa mañana; una caricia que venía desde las montañas, trayendo consigo el olor de la lluvia que había bendecido la tierra durante la noche. La pequeña llovizna había dejado los campos húmedos y fértiles, y el rocío, como diminutas lágrimas de cristal, se deslizaba con delicadeza por las hojas de los arbustos y las flores que apenas despertaban. Los pájaros, entusiasmados, picoteaban el suelo blando en busca de insectos, componiendo una sinfonía viva que anunciaba el inicio del día.
A Felix nada le resultaba más placentero que ese aire húmedo, con aroma a tierra recién nacida. Era, según él, el único momento en que el mundo parecía recordar lo que era ser puro. Cerró los ojos y respiró profundamente, sintiendo cómo el aire rozaba su piel, erizándola con una familiar sensación... una especie de hormigueo bajo las uñas, una inquietud en el cuerpo que, por costumbre, reprimía con un suspiro.
Despegó la mirada del paisaje frente a su ventana: la tierra revivía, los animales se movían entre los rayos dorados del amanecer, y poco a poco todo el pueblo despertaba. Tomó su taza de café con un poco de leche y una pizca de canela, sopló la superficie con cuidado y dio un sorbo lento. Le gustaba sentir el contraste entre el calor del café y la frescura del aire. Su mirada, sin embargo, se deslizó hacia los materiales que reposaban en su mesa: telas, invitaciones, y un viejo collar de cinta borgoña, del cual colgaba una pequeña llave con forma de corazón.
Una mueca se formó en sus labios. Sabía que más temprano que tarde, sus padres darían el anuncio que tanto temía, ese que pondría al pueblo de cabeza. Ser el hijo menor de la familia Lee tenía su precio. No eran solo los privilegios, las fiestas o la fama; era la obligación de ser visto, de sonreír, de fingir que el linaje era una bendición y no una jaula.
“Compromisos”, pensó con ironía. Todos los que buscaban su mano deseaban su fortuna, su apellido, o la cercanía a su familia, no a él. Ninguno sabía su cumpleaños, ni su canción favorita, ni la forma en que le gustaba mirar el cielo cuando estaba a punto de llover.
Su mirada volvió al collar, ese accesorio que, en breve, sería parte de un absurdo juego. Sobre la mesa descansaba también el diario local, donde en grandes letras se anunciaba:
“La familia Lee ofrecerá la oportunidad de casarse con su hijo menor a quien logre cumplir con los requisitos que se anunciarán esta tarde.”
Y entre líneas, la promesa de un reto:
“Deberán quitar la pequeña llave en forma de corazón del collar borgoña del gato naranja de la familia, conocido como Yongbok.”
Felix resopló. “Mascota”, murmuró con sorna. Aquella palabra siempre le había parecido divertida, casi absurda. La idea de que su familia anunciara al pueblo entero que su gato naranja sería parte del reto lo hizo reír bajo, con un deje de incredulidad. Una diminuta sombra se deslizó por el alféizar de la ventana. Un par de ojos dorados lo miraron con quietud y entendimiento.
–Cariño –la voz melodiosa de su madre lo llamó desde el pasillo. Felix giró el torso para mirarla; su madre, elegante como siempre, tenía una sonrisa apenas torcida, y los mismos ojos rasgados que él.– ¿Estás preparado, Lixie? En unas horas todos sabrán del anuncio. Tendremos una pequeña persecución cuando tu padre y yo presentemos a Bokkie.
La diversión en su voz era evidente. Felix solo rodó los ojos con cansancio, aunque una sonrisa traviesa se asomó en sus labios dejando a relucir sus brillantes dientes. Terminó el café con elegancia y se levantó, preparándose para el caos que vendría. Mientras caminaba hacia su habitación, una ráfaga de viento hizo vibrar los ventanales. Su silueta se detuvo un instante en el reflejo del cristal: por un segundo, sus pupilas parecieron estrecharse hasta volverse delgadas ante la situación sin embargo parpadeó. Y la imagen desapareció.
Chan estaba en el campo, bajo el sol, recolectando papas con las manos cubiertas de tierra. Le gustaba ese trabajo; había algo sagrado en sentir la textura húmeda de la tierra y el aroma de lo simple. Sus pensamientos fueron interrumpidos por el grito de su madre, que lo llamó desde la cabaña con una voz tan apurada que le heló la sangre.
Soltó las papas al suelo y corrió hasta la puerta, esperando lo peor, pero la escena que encontró lo dejó perplejo. Su madre agitaba el diario local como si fuera un trofeo mientras su hermana la miraba como si algún tornillo se le hubiera soltado.
–¡Chan! ¡Chan! ¡Lee esto, hijo! –exclamó con emoción desbordante.
Chan tomó el periódico, aún jadeando, un poco excéptico, sus ojos recorrieron las letras con curiosidad hasta llegar al anuncio.
“La familia Lee ofrecerá la oportunidad de casarse con su hijo menor a quien logre cumplir con los requisitos que se anunciarán esta tarde.”
Chan alzó la mirada, sin entender por qué aquello debía entusiasmarlo. Su madre lo miraba con las manos entrelazadas y los ojos brillantes.
–¡Chan, lo anuncian en público! ¡Cualquiera puede participar! Hay que ponerte lindo... bueno, lindo ya estás, guapo, ¡hay que ponerte guapo!.
Y antes de que él pudiera decir algo, ya lo estaba arrastrando al baño, quitándole los guantes y murmurando algo sobre camisas, chalecos y demás cosas que no logró comprender.
Resignado, Chan se duchó. El agua tibia arrastró el polvo del campo, y mientras se vestía con la ropa elegida por su madre –demasiado elegante para su gusto– pensó en lo absurdo que era competir por alguien a quien nunca había visto. Cuando salió, encontró a sus padres preparando el almuerzo juntos aquella escena le arrancó una sonrisa y calentó su corazón. Ellos eran su modelo de amor: sencillo, cotidiano, constante. No necesitaban promesas ni títulos, solo saberse en casa, entiendo que entre ellos se complementaban en cualquier situación.
Mientras almorzaban, su madre hablaba emocionada sobre los Lee, sobre el hijo menor, sobre la fortuna, sobre sus costumbres, sobre lo bien que creían que le iría a Chan; mientras su padre asentía con serenidad, observando a su hijo con una mezcla de orgullo y melancolía.
–No es mala idea conocer gente nueva, Chan –dijo finalmente su padre con voz tranquila–. A veces los caminos más improbables son los que nos llevan a donde debemos estar.
Chan inevitablemente sonrió, sin saber qué responder, pero de todas formas teniendo en cuenta las palabras de su padre. Afuera, el cielo comenzaba a nublarse otra vez, y un suave murmullo de viento rozó los ventanales, como si algo en el aire presintiera que ese día no sería como los demás.
Las calles alrededor de la elegante casa estaban empedradas, un lujo que solo las familias de la nobleza podían permitirse. Carruajes y automóviles de diseño exclusivo se alineaban con discreta solemnidad, mientras el aire fresco de la tarde llevaba consigo un aroma a tierra húmeda y flores exquisito. Dentro de la casa, el patriarca de la familia Lee colocaba con delicadeza el collar borgoña sobre el pequeño gatito naranja. Sus dedos se movían con la experiencia de años, asegurándose de que el broche quedara firme, mientras una leve sonrisa de satisfacción iluminaba su rostro. Tomó al animal cuidadosamente y lo posó sobre un cojín preparado para transportarlo, confiando en la serenidad y la obediencia del pequeño ser.
La madre de Felix y su primogénito esperaban ya listos en la entrada, sus atuendos impecables y su porte elegante marcando la diferencia con los transeúntes del pueblo. Con un asentimiento de cabeza hacia el personal que los asistía, la familia se acomodó en el automóvil preparado para el viaje, emprendiendo camino hacia la plaza central donde se expondría a Yongbok. Cada movimiento estaba cargado de formalidad, pero también de una anticipación palpable; el ambiente parecía vibrar con la emoción de lo que estaba por suceder.
El gatito, por su parte, pareció estar completamente aburrido mientras observaba las copas de los árboles deslizarse tras el cristal del vehículo. Sus ojos dorados parpadeaban con lentitud, como si evaluara cada sombra y cada reflejo en su entorno. Se acurrucó sobre el cojín y cerró los ojos por un instante, no parecía percartarse de la agitación que estaba por llegar. En cambio los adultos charlaban animadamente sobre quién sería el joven capaz de superar el desafío y ganarse la plena confianza de la familia Lee.
A las afueras del bullicio, Chan intentaba distraerse de los pensamientos que lo incomodaban. Vestido con ropa que, aunque elegante, le resultaba incómoda y ajena a su rutina, caminaba por la granja tratando de no mancharla ni arruinar el delicado equilibrio de su aspecto. La tensión se acumulaba en sus hombros y su mente buscaba un respiro. Sin proponérselo, terminó en los establos, acariciando a la yegua que más le gustaba. Su pelaje blanco salpicado de motas oscuras brillaba con la luz que se filtraba entre las vigas. Chan había trenzado su crin hace unos días y ahora se veía elegante y dócil, aceptando los pequeños bocados de manzana que él le ofrecía.
—Debe ser controversial, ¿no, Dal? —murmuró, refiriéndose a la yegua con un tono que rozaba la ironía—. Ofrecer la mano de tu hijo a costa de provocarle estrés a un pobre animalito.
Obviamente no esperaba respuesta; necesitaba desahogar su frustración en voz alta, aunque solo fuera hacia un caballo. No le entusiasmaba la idea de que su vida se viera involucrada en rituales nobles donde la emoción y el bienestar de los jóvenes eran secundarios, estaba agradecido de que sus hermanos fueran lo suficientemente jóvenes para no participar de estas locuras.
La voz de su madre lo llamó desde la distancia y Chan, dejando una última caricia sobre la crin de la yegua, regresó a la casa. Su madre inspeccionó cuidadosamente que la ropa permaneciera limpia y que su rostro conservase la presentación que ella consideraba impecable. Con un gesto de aprobación, lo tomó del brazo y lo condujo hacia la carroza familiar, aquella que utilizaban tanto para comerciar como para transportar materiales y, en ocasiones, los productos del corral.
Sentado en la parte trasera, Chan contempló la familiaridad del campo: la tierra ligeramente húmeda, el crujido de las ruedas del carruaje y la brisa que acariciaba su rostro. La voz de su madre, cantando una canción suave, arrullaba su mente, permitiéndole relajar la tensión que se había acumulado, cerró los ojos un momento, dejando que los sonidos y aromas del entorno lo envolvieran. Cuando abrió los párpados, ya estaban en una calle empedrada, y su padre lo llamaba para descender, Chan no pudo evitar acariciar al caballo, dejándole un trozo de manzana y sintiendo cómo la calma lo reconfortaba.
La plaza central estaba repleta de jóvenes y familias, todos curiosos y ansiosos por presenciar el anuncio, Chan y su familia prefirieron permanecer al margen, observando con discreción. Se cruzó de brazos, resoplando al escuchar a algunos jóvenes comentar con arrogancia sobre lo fácil que sería capturar al gato y compartir el éxito de aquello entre ellos, ¿acaso hablaban de compartir a una persona como si fuera un objeto?, La frivolidad de sus palabras y la insensibilidad hacia el animal le produjeron un leve disgusto, pero pronto su atención se desplazó hacia sus padres, quienes caminaban adelante entrelazando sus brazos y sonriéndose suavemente. Las arrugas del rostro de su padre parecían suavizarse bajo la luz del sol, mientras que los párpados ligeramente caídos de su madre le daban un aire de serenidad madura, ese simple gesto bastó para que Chan olvidara momentáneamente su molestia y se enfocara en el momento.
—Buen día, caballeros. Agradezco enormemente su asistencia a este gran evento de la familia Lee —anunció el presentador desde la tarima—. Cedo la palabra al patriarca, el señor Alexander Lee.
El hombre subió elegantemente al estrado, seguido de su esposa, que portaba el cojín con el pequeño gato naranja, los ojos dorados del animal brillaban con intensidad bajo el sol, observando el entorno con curiosidad y calma.
—Buenas tardes a todos, nobles y trabajadores —comenzó el patriarca—. Como sabrán por el diario, mi hijo menor, Lee Felix, ha alcanzado la madurez y está apto para el matrimonio. Quien logre obtener la llave en forma de corazón del collar de Yongbok y se presente en nuestro hogar con ella tendrá mi bendición. También adoptará mi título y parte de mi patrimonio. —Elevó ligeramente la voz al mencionar las consecuencias—. Sin embargo, si sospecho que Bokkie ha sido maltratado o lastimado, no solo anularé el compromiso, sino que me aseguraré de que el responsable reciba su merecido.
Chan suspiró al escuchar a un joven más atrás murmurar que no le importaba el bienestar del animal, negando con la cabeza ante tales pensamientos tan macabros, observó que su familia se quedaba callada mientras el gato era colocado sobre la tarima. De inmediato el animalito salió corriendoy , un grupo de jóvenes, salió corriendo tras él, levantando polvo y gritos que llenaban la plaza, Chan suspiró fastidiado pero permaneció en silencio, apreciando la tranquilidad y elegancia de su madre mientras arreglaba un mechón de cabello con delicadeza, recibiendo su sonrisa como única respuesta.
—Creo que deberíamos volver a casa, papá —dijo finalmente—. El animal estará demasiado asustado con toda esa multitud, y no es momento de acercarse.
Su padre asintió, y aunque decidieron aprovechar el viaje para abastecerse de provisiones y especias, la mente de Chan ya se relajaba al pensar en retonar a su hogar. cargaron todo lo que compraron y emprendieron el viaje de vuelta a casa, el sol anaranjado de la tarde acariciaba sus pieles mientras el carruaje se movía lentamente entre los senderos del pueblo, Chan no necesitaba otra cosa que la brisa fresca, los olores del campo y la calidez de su familia unidas en un solo lugar, recordándole que, incluso en medio de la pompa y la extravagancia de la nobleza, la verdadera paz siempre estaba en los pequeños detalles de la vida cotidiana.
Pero alguien dijo alguna vez que la vida siempre es más dulce con un poco de aventura.
