Chapter 1: Día 1: Soy lo que soy
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Día 1
Soy como soy.
Regla No. 5 de los Exterminadores: todos los Invasores tienen el mismo aroma.
Aemond sabía eso porque siempre escuchó a su padre hablar de la peste que rodeaba a los Invasores, como se les llamaba a los seres de otras dimensiones que invadían el planeta queriendo devorar toda vida orgánica. Ellos provenían de una rancia familia de Exterminadores, nada menos que los Targaryen, un clan dominante que había protegido al mundo desde tiempos inmemoriales. Reyes, emperadores, presidentes… todos le debían a los Targaryen el vivir en un mundo tranquilo gracias a sus Exterminadores, una suerte de cazadores entrenados para impedir la entrada de los Invasores o en su caso, aniquilarlos antes de que provocaran más daño. Existían otros clanes de Exterminadores, por supuesto, pero era su familia la que poseía los Espíritus Guardianes más poderosos, temidos y apreciados: los Draconis, espíritus de dragón capaces de devorar todo Invasor de un solo bocado.
La primera vez que Aemond olfateó un Invasor fue cuando su hermano Aegon se presentó como Omega, todos los cachorros de familias Exterminadoras solían mostrar su casta cuando mudaban de colmillos de leche, momento en que recibían su Espíritu Guardián. Aunque en la familia Targaryen no eran tan usuales los Omegas Exterminadores, tampoco estaban prohibidos, solo que, como sucedía con otras cosas injustas del mundo, no poseían las características físicas que los hicieran resistentes a los Invasores pues resultaba que estos tenían el poder de influir en las mentes de sus víctimas, aterrorizándolas para paralizarlas y devorarlas, incluyendo a los Exterminadores.
De ahí que entre los Targaryen hubiera una marcada preferencia por los Alfas, los más fuertes y con el dominio ideal para rechazar este terror inducido por un Invasor. La ceremonia de Aegon había terminado cuando un Invasor apareció, su padre Viserys lo eliminó, pero en la memoria tierna de Aemond quedó impregnado ese aroma tan espantoso, lleno de muerte, desesperanza, miedo y algo más que helaba el corazón. Su hermana Helaena lloró con fuerzas, siendo consolada por su madre Alicent quien estaba más angustiada por la casta Aegon pues fue para ella como un mal augurio a la suerte que pronto caería sobre ellos cuando Helaena también resultara Omega… igual que Aemond, igual que su hermanito Daeron.
Todos Omegas.
Alicent se refugió en la Fe de los Siete, la religión de los Exterminadores, solo para ellos no para el mundo que andaba orándole a dioses creados por sus miedos. No que eso la hiciera mala madre, porque nunca lo fue. A todos ellos les proveyó cariño y soporte cuando su padre terminó por alejarse de su crianza, en buena medida porque nunca terminó por olvidar a su primera esposa Aemma, la madre de su hermana mayor, Rhaenyra y la próxima en ser la cabeza del legendario clan Targaryen y también porque estaba decepcionado de que Alicent le hubiera dado solo cachorros Omegas, aunque Aemond jamás lo escuchó decir algo al respecto, su ausencia y poco interés en sus vidas fue más claro que cualquier otro discurso.
Cuando Aemond tuvo su ceremonia de Iniciación, su espíritu no apareció. Eso también podía suceder por tantos motivos como se pensara, no todos los Exterminadores obtenían su Espíritu Guardían en su ceremonia de cachorros, y fue su caso, solo que Aemond estaba tan desconsolado y harto de escuchar tras sus espaldas como se burlaban de ellos porque eran los hijos “olvidados”, pues Rhaenyra era la favorita y eso era decir poco, que un día hurtó a escondidas de su madre el Grimorium que solamente Exterminadores consumados podían usar para invocar el Espíritu Guardián más poderoso y así callar a todos los idiotas que se mofaban de ellos. Lo logró, tanto fue su deseo que ante él apareció ese tipo de espíritu ancestral dormido hasta esos momentos: un Primus Draconis.
Solo que al no haber consultado a nadie y hecho la invocación como era normal, hubo un percance. Para la invocación de semejante espíritu capaz de ir al Otro Lado -el hogar de los Invasores- y comerse a sus enemigos, había que ofrecer un sacrificio. Usualmente era un corderito o un cabrito, Aemond no tenía nada cuando el Primus Draconis apareció, por lo que tuvo que ser él quien diera algo para que se convirtiera en su Espíritu Guardián, perdiendo su ojo izquierdo en la ceremonia. Alicent tuvo que cuidarlo los días siguientes por el sufrimiento que padeció, más sobrevivió con un poderoso guardián con el que se juró se haría de los más fuertes Exterminadores. Aemond había ganado algo más con ese sacrificio, pues cuando el Primus Draconis devoró su ojo, le permitió una habilidad que ninguno de los Exterminadores había poseído, era capaz de ver a los Invasores.
Cuando esas entidades entraban a su plano, lo hacían de forma invisible, solo su aroma los descubría al olfato entrenado de los Exterminadores, quienes debían revelar su presencia con sus armas, la más preferida era la Espada Valyria, aunque actualmente ya usaban otras cosas como escopetas o dispositivos robóticos. Sin embargo, la espada era preferida porque esa no se rompía al contrario de las otras armas, solo que ya no existían los herreros que habían forjado semejantes tesoros y las espadas que había pasaban de generación en generación, algunas perdiéndose cuando un Invasor devoraba a su rival con todo y arma. La espada de su padre pasaría a Rhaenyra, por ejemplo. Todo lo mejor siempre era para Rhaenyra, ella siempre obtenía favores y gracias que ninguno de sus hermanos conseguía.
Por eso Aemond se dedicó en cuerpo y alma a ser un Exterminador temible, no caería en el vicio del alcohol como lo hizo su hermano Aegon por el estigma de ser Omega, ni se resignaría a ser la incubadora de otra familia como Helaena, ni se metería en peleas vulgares de pandillas como Daeron. Tenía un orgullo que mantener con todo y que solamente su madre era la única que pudiera aplaudirle eso. Entrenó hasta derramar lágrimas con su Primus Draconis, creándose una ballesta al no recibir de su padre espada alguna porque todas las que hubiera en el tesoro Targaryen pasaron a los hijos de Rhaenyra.
Siempre ella.
Y sus cachorros.
Rhaenyra conoció cuantas camas quiso sin que Viserys la reprendiera, apenas si había sangrado cuando se coló a la cama de uno de sus Centinelas, Criston Cole. Por nada, su padre estuvo a punto de ejecutar al pobre hombre de no ser porque Alicent lo mantuvo a su lado para cuidar a sus cachorros y entrenarlos pues Cole era un excelente maestro entrenador. Luego, cuando Viserys anunció sus segundas nupcias con Alicent, Rhaenyra sedujo a un Alfa de los Strong, Harwin, con quien se casó sin el permiso de su padre, dándole al Exterminador tres cachorros que fueron la adoración del Patriarca de los Targaryen, Jacaerys, Lucerys y Joffrey, este último nació cuando Rhaenyra quedó viuda pues un Invasor devoró a Harwin, esta vez casándose con alguien que Viserys indicó, Laenor Valeryon.
Ese matrimonio duró la víspera, Laenor murió -hubo rumores de que en realidad se suicidó- así que Rhaenyra posó sus ojos en su tío Daemon. Un escándalo más que Viserys consintió, si bien eso de casarse entre parientes era usual con su familia, no tan descaradamente como su hermana mayor quien tuvo una fastuosa boda y más obsequios de su padre, más cuando ella le dio otros dos nietos, Aegon como su hermano y como burla sin duda, y Viserys igual que su abuelo. Mientras tanto, él con los demás solo eran meros testigos de ese cariño ciego del Patriarca del que solo tenían migajas cuando se acordaba que tenía otros cachorros olvidados en el castillo de la familia, perdiéndose en sus memorias de su primera esposa a medida que la edad y las muchas peleas consumían su cuerpo.
—Mira, mami, hoy he puesto estas fotos en nuestra red —Helaena le mostró su celular a su madre durante la cena, siempre contenta con esas banalidades.
—Son hermosas, hija.
—Otras casas han enviado buenos deseos para papá, esperando que se alivie.
—Ja.
—Aemond.
—Iré a dormir, mami, buenas noches.
—Buenas noches, Helaena.
—Buenas noches, Aemond.
—Duerme bien, hermana.
Se quedaron solo su madre y él en la enorme mesa del comedor, Aegon andaba roncando ebrio en su cama, como siempre. No lo culpaba. Viserys estaba muriendo, los médicos ya no podían hacer más por su cuerpo que había sido lastimado por sus encuentros con los Invasores, no le daban muchos días ya. Cuando él falleciera, Alicent como sus hijos no tendrían más remedio que mudarse con su abuelo Otto en el castillo Torre Alta del otro lado del país porque Rhaenyra tomaría posesión de su hogar como nueva cabeza del clan Targaryen junto con su flamante esposo y esos malnacidos hijos suyos porque así era la tradición o mejor dicho, porque su ausente padre jamás dejó un testamento donde los dejara como guardianes de su legado. Así, sin más, serían echados como perros, los últimos Targaryen viviendo bajo techo ajeno porque una zorra tenía más derechos que ellos.
—Aemond…
—¿Qué?
Alicent bajó su mirada. —Sé que estás decepcionado de mí por no haberlos defendido como merecían.
—No, madre, has hecho todo lo que estaba en tu poder. Sé que no peleas contra Rhaenyra porque jamás la olvidaste.
Ella levantó su rostro, asustada y luego triste, Aemond bufó, bebiendo de su copa. Se había dado cuenta de ello al repasar la turbulenta historia familiar, Rhaenyra era tan buena embaucando que incluso su madre se había enamorado de ella cuando fue su tutora pues los Hightower siempre habían educado a los Targaryen como otras casas ofrecían otros servicios. Cuando Rhaenyra se metió con Criston Cole, por despecho, Alicent fue a la cama de Viserys. En venganza, su hermana mayor se casó con Harwin Strong. Ahora sus estira y afloja los iban a poner patitas en la calle.
—Hijo…
—He pensado que podríamos fundar una agencia de Exterminadores a sueldo ¿qué dices? Estos tiempos modernos ya no necesitan clanes rancios siguiendo tradiciones estúpidas. De todos modos, casi no hay Invasores, todo lo que queda es el miedo a ellos y de eso nos podemos valer para cobrarles mucho dinero a los políticos y estrellas que no desean verse devorados frente a las cámaras por cosas que no ven.
—Jamás quise que el peso de nuestra familia cayera sobre tus hombros. No lo mereces.
Aemond miró su copa que dejó, levantándose para ir al lado de su madre, tomando su mano que besó por el dorso, sonriéndole apenas.
—Vhagar y yo lo lograremos, ya lo verás. Puede que incluso Aegon deje su alcoholismo y Helaena pueda estudiar lo que desea, no lo que un idiota le dicte por ser su pareja.
—Mi Aemond, te amo, mi niño. Estoy orgullosa de lo que eres.
El Omega levantó su mentón. —Los Invasores no son los peores monstruos, madre, somos nosotros los humanos. Y sí soy lo que soy, es porque he tenido que vencerlos a todos ellos. Me retiro, descansa y que tengas dulces sueños.
—Buenas noches, Aemond.
—Buenas noches, madre.
Alicent miró salir a su hijo, dejando salir sus lágrimas al fin, sujetando su medallón con la estrella de los Siete. De haber tenido hijos Alfa, quizá hubiera tenido la oportunidad de pelear por la sucesión, los demás clanes hubieran preferido un Alfa Targaryen a una Beta Targaryen. Pero su vientre no le ayudó, ahora debía tragarse la humillación de aceptar que, una vez más, Rhaenyra se quedaba con todas las cartas de victoria.
Regla No. 1 de los Exterminadores: todos los Invasores poseen un nombre primordial.
Y ese nombre, pronunciado en la arcaica lengua Valyria, los destruía sin necesidad de pelear. La única forma de saberlo era sacárselo a base de torturas o engañándolo. Esas dos cosas eran un riesgo de muerte, así que era preferible solo exterminarlo antes que arriesgarse a indagar ese nombre. Un consejo que Harwin Strong le había dado a Lucerys de cachorro cuando estaba con él mientras su padre pulía su espada, contándole sobre los Invasores y su honorable deber como Alfa Exterminador.
Lucerys había jurado que sería un Beta o incluso un Omega porque era pésimo en todo, caminó tarde, habló tarde, aprendió tarde. No era precisamente lo que se decía un Alfa excelso como sí que lo era su hermano mayor Jacaerys, digno hijo de Harwin Strong con la sangre Targaryen de su madre. Pero él no, demasiado asustadizo, demasiado noble. Cuando fue su ceremonia de iniciación, se sorprendió de tener a Arrax como su Espíritu Guardián, un feroz aunque juguetón espíritu draconiano que se convertiría en su mejor amigo y confidente en tiempos bien difíciles cuando la incursión de varios Invasores se cobrara la vida de su padre de forma horrible porque murió junto con otros cazadores en un incendio que consumió sus vidas junto con la de esos entes monstruosos.
Para el cachorro, todo hubiera sido tristezas de no ser por la aparición de Leanor Velaryon, su padrastro cuando su madre se casó con él para callar el espantoso rumor de que Leanor estaba enamorado de otro Alfa, se decía que hasta los habían encontrado en la cama. Corlys Velaryon suplicó al Patriarca Targaryen que protegiera la reputación de su hijo y de su clan pues los Velaryon eran la segunda familia más poderosa entre los clanes de Exterminadores, el soporte de la cabeza que les proveía de todo tipo de transportes para moverse por el mundo buscando Invasores, siempre con la más alta tecnología. Un matrimonio arreglado que fue un tiempo hermoso para Lucerys pues Laenor fue ese tipo de padre que provee tal amor que jamás puede ser olvidado.
—Un Alfa no es fuerte porque jamás tenga miedo, es fuerte porque a pesar del miedo, pelea —solía decirle, haciéndole cosquillas al notarlo triste— Y porque es capaz de traer una sonrisa a quienes solo han conocido el llanto. Eso, Luke, eso es un verdadero Alfa.
—¿Yo seré un gran Exterminador?
—Serás la mano que esté ahí cuando ya no queden esperanzas.
Adoraba a Leanor, fue el único en hacerlo porque Jace solo lo toleraba, dolido por la muerte de su padre y bueno, el pequeñito Joffrey no sabía nada. Jamás vio que su madre y Leanor intercambiaran besos o los viera de la mano como lo hizo con Harwin, eso se le hizo triste pues su padrastro sí que puso todo su empeño en ser parte de la familia. Lucerys a veces lo encontraba mirando por una ventana con lágrimas en los ojos, como si recordara algo. Fue una melancolía que un día le ganó, marcando la vida del cachorro para siempre. Él solía ir a despertarlo a su recámara pues no dormía con Rhaenyra, brincaba a la cama y le saltaba encima pidiéndole a gritos que le hiciera unos deliciosos panqueques con maple y un trocito de fresa encima.
Esa mañana, Lucerys lo encontró colgado de la viga del techo.
Fue él quien lo hallara sin vida, porque jamás pudo olvidar ese amor que le fue arrebatado, obligado a casarse con alguien que no quería más hizo todo lo que pudo por encajar. Lucerys tendría pesadillas de ahí en adelante, siempre recordando esos pies meciéndose, la cabeza ladeada de Leanor con una lengua de fuera toda morada y el aroma a muerte envolviéndolo. Todavía no se recuperaba de semejante impresión cuando un tercer padre apareció en su vida, nada menos que Daemon Targaryen, el hermano menor de su abuelo Viserys, quien aparentemente siempre fue el amor de la vida de su madre, ahora con la edad suficiente para pelear por su unión con ese Alfa Exterminador cuya reputación era oscura.
Daemon fue buen sustituto, algo duro para el gusto de Lucerys, quien tendría un cambio en su vida cuando Corlys Velaryon apareciera un día para mostrarle a su madre una carta póstuma donde Leanor le pedía a su padre que hiciera al cachorro Luke su heredero. Eso lo hizo llorar a mares, porque le había confiado a Leanor cómo se sentía nada junto a su hermano Jacaerys, quien todo lo hacía bien, todo mundo lo halagaba y decían que sería el mejor Exterminador de todos mientras que a él solamente le ofrecían sonrisas cordiales entre falsas palabras de ánimo. Jace era el primogénito de Rhaenyra, heredaría nada menos que el liderazgo del mundo de los Exterminadores, el mando de la casa Targaryen. Él no tendría algo de lo cual presumir, salvo que un día salvara al mundo de la amenaza de los Invasores, cosa imposible.
Laenor le dejaba una herencia de la cual enorgullecerse como un regalo de amor paternal.
Solo por eso se decidió a ser un Alfa del cual él pudiera enorgullecerse, aceptando los maltratos de Daemon en sus entrenamientos sin quejarse, incluso pasando más horas hasta dominar el control de su espada Valyria, un arma sagrada que debía cuidarme más que la vida misma pues tenía la capacidad no solo de revelar la forma de un Invasor a los ojos humanos, atravesaba sus cuerpos monstruosos como la mantequilla, buscando el corazón que destruir. Todo por la memoria de Laenor, con todo y que siempre hubo noches en que soñaba esa mañana entrando a su recámara, encontrándolo colgado sobre la cama vestido en sus ropas de Exterminador.
Casi estuvo a punto de dimitir como Alfa Exterminador cuando hubo un ataque en los dominios de los Baratheon y perdió la espada en el hocico de un Invasor. Daemon lo salvó por nada, pero se quedó sin la poderosa arma para su propia vergüenza, contemplando a su hermano Jacaerys ejecutar al Invasor, llevándose la gloria del momento. Lucerys no le tenía resentimiento a Jace, después de todo, este siempre estaba protegiéndolo y guiándolo, era que en momentos así se daba cuenta de la abismal diferencia entre ellos. Desmotivado luego de esa batalla, solicitó permiso a su madre para tomar un avión e ir hacia Marcaderiva, al castillo de los Velaryon en lo alto de un risco mirando al furioso mar para un descanso.
Ahí, Corlys le mostró sus tesoros, era con mucho, el segundo mejor Exterminador detrás de Daemon, la Serpiente Marina como le conocían por su Espíritu Guardián. Entre los tesoros estaba una espada única, de la que había leído en los libros de su madre. Llanto de los Penitentes. Había pertenecido a un Targaryen, esos que en tiempos que el mundo había olvidado, viajaron al Otro Lado en busca de los Invasores para exterminarlos ahí en sus dominios. Más de cien Exterminadores viajaron, solo tres regresaron vivos, el amo de Llanto de los Penitentes entre ellos. La espada pasaría a los Velaryon por un ancestro común que desposó a alguien de la familia de Corlys, de ahí que la guardara como una reliquia sagrada.
—¿Sabes lo que hace? —preguntó su abuelo.
—Revela el nombre primordial de un Invasor.
Corlys sonrió orgulloso. —Exacto, esta espada puede obligar al Invasor a pronunciar su nombre primordial, siempre y cuando el Exterminador sea capaz de liberar los tres sellos de la hoja.
—Cuerpo, Alma, Corazón.
—¡Bien! ¿Y cómo se liberan esos sellos?
—Hay que detectar su aroma, luego revelar su forma, y después encontrar su núcleo energético. Llanto de los Penitentes despertará y hará hablar al Invasor. ¿Por qué no la usas, abuelo?
—Porque para usar esta espada, además de ser un Alfa hay que tener un Draconis que sepa invocarla.
—¿Nuestros Draconis?
—No, uno que haya estado en la jornada al Otro Lado cuando fue usada.
Lucerys bufó. —¿Qué no desaparecieron?
—Y ahí tienes la razón para que Llanto de los Penitentes esté durmiendo en este estante. Claro, siendo tú mi heredero, puedes tenerla.
—Gracias, abuelo, pero no tiene caso que me la des si no puedo usarla.
—Es curioso, nadie de mi familia había preguntado por ella pese a verla aquí toda magnificente, eres el primero en preguntar e interesarse, me parece que es un signo de augurio.
—Abuelo, Arrax es un Espíritu Guardián joven.
—Nadie conoce el futuro, Luke, solo los Siete. Medítalo, nada se pierde.
—Solo perderla —bromeó al recordar su suerte con la espada Valyria.
Su estancia en Marea Alta terminó cuando llegó un mensaje de su madre, su abuelo Viserys había fallecido, debía volver para los funerales como la ceremonia de sucesión. Luke vistió el negro de luto, mirándose al espejo. Ya había crecido, no era más un cachorrito enclenque de mejillas regordetas que todo mundo pudiera vencer, ahora tenía la fuerza suficiente para imponerse y dominaba las armas perfectamente con un aspecto que recordaba al fallecido Harwin Strong y un corazón digno de Laenor Velaryon. Dejó esos pensamientos para volar a donde el castillo Targaryen oculto en un bosque denso, junto con sus abuelos. Corlys le tendió una caja larga, guiñándole un ojo antes de subir al avión, dejando al joven Alfa boquiabierto porque supo qué era sin abrir, la magia que emitía era única.
Llanto de los Penitentes.
Jamás había pisado lo que podía llamar su hogar ancestral, le impactó el tamaño como la antigüedad de esa fortaleza de piedra rojiza que hablaba por sí sola de las glorias pasadas de los Targaryen. Las demás casas también llegaron para despedir al Patriarca Viserys, ofreciendo sus condolencias a su viuda. Hasta entonces, es que Lucerys pudo conocer de cerca a la hermosa Alicent Hightower como a sus cuatro hijos Omegas. La viuda llevaba un velo que dejaba ver su rostro demacrado, recibiendo con un llanto silencioso los pésames, rodeada de sus hijos quienes le parecieron al joven Alfa como visiones. Omegas Targaryen. Todos ellos con sus cabellos platinados, ojos violáceos y piel blanca como la leche. Aegon, el mayor, parecía ausente y su olfato le dijo que tenía un par de copas encima. Helaena, bellísima, discreta y tímida sosteniendo el brazo de su madre. Daeron mantenía los labios fruncidos, mirando a todos lados menos al féretro rodeado de flores y velas.
Aemond…
Aemond fue algo diferente.
Lucerys recordaba los cuentos de su hermanito Joffrey, esos elfos majestuosos dueños de magia y secretos de la tierra. Aemond Targaryen le pareció uno de ellos con sus cabellos lisos cayendo sobre su espalda recta, esa mandíbula pronunciada, nariz afilada, labios rosados y carnosos. Ese ojo de mirada penetrante, incluso la cicatriz que atravesaba su lado izquierdo le pareció igual de impresionante, oculta por el parche que protegía la ausencia de un ojo. Sí que era hermoso, con un aroma que le recordó al fuego vivo, la euforia de la batalla. De no ser porque Daemon le dio un codazo porque estaba casi babeando al observar a sus tíos, se hubiera quedado embobado con semejante Omega.
Que le lanzó una mirada al sentirse observado, volviendo hacia el Septón que iniciaba los funerales. Lucerys giró su rostro hacia el frente, uniéndose al resto en los cánticos de despedida, sus ojos lo traicionaron una que otra vez, viendo de reojo al Omega serio, con su ojo ligeramente rojizo por un llanto ya desaparecido, ofreciendo un brazo a su madre cuando fue el turno de esta de dar la última despedida a su esposo, terminando con el rito. Lucerys había olfateado tensión en todos ellos, sin saber por qué estaban así. Fue su abuela Rhaenys quien al verlo consternado le aclaró la situación.
—Alicent y sus hijos deben abandonar el castillo porque toda la herencia pasa a tu madre.
—¿Qué? —el joven se horrorizó— ¡Pero ellos son familia!
—Viserys no dejó testamento alguno para estos hijos suyos, así que… solo les queda ir con Otto Hightower.
Alicent se aproximó a ellos, su mirada jamás dejó el suelo al hablarle a Rhaenyra con el debido respeto que se le tenía a la nueva cabeza Targaryen.
—Lady Targaryen, nuestra señora. El castillo está listo para recibirte a ti y tu familia, toma posesión de lo que te pertenece por derecho, tus servidores no te habrán de estorbar. Que los Siete te bendigan y puedas guiar a los Exterminadores a otra era de gloria.
Su madre no pudo replicar, un temblor hizo que más de uno se asustara, otros gritando aterrados porque la presencia que se percibió puso a todos con los pelos de punta. Lucerys abrió sus ojos de par en par, no creyendo lo que estaba sintiendo en su esencia Alfa. De todos los Invasores, solamente existía una clase temida hasta por los más fieros Exterminadores, se les conocía como Inorgánicos, entes con forma geométrica perfecta, un teseracto de tamaño descomunal capaces de tragarse una ciudad entera sin que nadie pudiera mover un dedo en contra. Su poder era tal que se necesitaban varias docenas de expertos Exterminadores para devolverlo al Otro Lado, ni siquiera destruirlo.
—¿Es…? —hasta su hermano Jace palideció.
—¡EXTERMINADORES, CONMIGO! —Daemon recobró la razón, saliendo de ahí.
Todos parecieron salir de su asombro, unos buscando refugio, otros llamando por refuerzos, los demás corriendo detrás de Daemon para ir hacia la ciudad cercana a donde había caído ese Inorgánico. Se suponía que ya no pasaban, bien que estuvieran tomando una siesta de eones o que ya no les interesara su mundo. Lucerys corrió a donde había dejado la caja con Llanto de Penitentes, sacándola de su envoltura para ir tras los pasos de su hermano mayor, chocando en un pasillo con una cabellera platinada.
—¡FÍJATE, IMBÉCIL! —Aemond le dedicó una mirada, brincando el balcón para caer en el jardín y cortar camino rumbo al portal que abrieron para todos ellos.
Lucerys volvió a quedarse quieto por dos razones: una, fue el contundente aroma de su tío que lo cegó por unos segundos. Dos, porque Llanto de los Penitentes se sacudió, despertando con un ronco rugido.
—¿Qué carajos…?
Chapter 2: Día 2: Cortejo
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Día 2
Cortejo.
Regla No. 3 de los Exterminadores: si el Espíritu Guardián está en peligro, es mejor retroceder.
¿Muertos? Un par de docenas al menos.
¿Heridos? Ni siquiera alcanzó a contarlos, él entre los números.
¿Asustados? Todos.
Lucerys jadeó, mirando alrededor, esa área de la ciudad, de oficinas gubernamentales había quedado devastada por el Inorgánico que devoró a cientos de personas antes de que ellos pudieran controlarlo. Fue un auténtico pandemónium del cual no hubiera salido vivo de no ser por la inaudita acción de su espada cuando se activó por mero accidente. El joven Alfa estaba lidiando con varios tentáculos de plasma provenientes de la mente del Inorgánico que intentaban ahorcarlo cuando apareció su tío Aemond cayendo sobre uno de los planos-brazos de aquella entidad, enterrando sus flechas de ballesta empujadas por el fuego de su imposible Primus Draconis, nada menos que la devoradora Vhagar.
Fue como ver un ensueño, esos cabellos platinados volando en el aire, el rugido del Omega, su aroma de guerra y ese gigantesco espíritu draconiano arrancando un trozo del teseracto como si fuese una galleta de jengibre. Aemond pudo haber terminado como su sobrino de no ser porque Vhagar era tan grande que su energía cubrió al muchacho, envolviendo a Llanto de los Penitentes, momento en que estalló en un despliegue de energía que lo dejó ciego, sintiendo como cada parte de su cuerpo de pronto adquiría más fuerza y la espada se llenaba de un fuego mágico gracias al cual pudo terminar la labor de la Primus Draconis, debilitando al Inorgánico de tal suerte que los ataques conjuntos de los demás Exterminadores lo obligaron a encogerse para huir a su dimensión, sellando su entrada.
Tanto Aemond como Lucerys se miraron, porque ambos compartían extrañas líneas de energía azulada recorriendo sus cuerpos como delgadas serpientes, despareciendo cuando el peligro se marchó. Arrax llamó a Lucerys, este despegando sus ojos de la expresión incrédula de su tío para ver a su Espíritu Guardián que estaba revisándolo pues había sido herido en su heroico algo estúpido intento de acabar con un Inorgánico. Cuando se giró de nuevo hacia donde el Omega, este ya no se encontraba, solo su delicioso aroma que aspiró por encima de la sangre, el humo y otros olores desagradables. Por los Siete, que no se cansaba de olfatearlo, era sencillamente exquisito.
—Luke, ¿qué rayos fue eso? —Daemon llegó a él, inspeccionándolo, ambos empapados de sangre— ¿Llanto de los Penitentes?
—Am… sí, mi abuelo Corlys me la regaló.
—¿A ti?
Lucerys hubiera replicado una grosería, pero era también un caballero, solo asintió, una mano sobre su brazo amoratado con varios cortes.
—Debemos volver, tenemos demasiados heridos. Unos irán al hospital, tú entre ellos.
—Pero… —Daemon le dedicó una mirada— Sí, padre.
En la ambulancia se quedó pensando por qué su espada sagrada se había activado, ¿era acaso el contacto con Vhagar que la despertó? Desafortunadamente, no la supo controlar para que sometiera al Inorgánico y le hiciera pronunciar su nombre, si es que esas cosas podían hablar. Tendría que entrenar con ella, pero el detalle con eso era que necesitaba a la dragona para ello, y la dragona le pertenecía a su tío, quien dicho sea de paso, debía estar odiándolo por ser el hijo de la mujer que pateaba a la calle al resto de su familia como si fuesen inquilinos que jamás hubieran pagado renta. ¿Cómo era que Aemond había obtenido una Primus Draconis? ¿Por qué usaba un parche? ¿De qué artes se valía para no tener miedo cuando era un Omega?
¿Tendría algún pretendiente?
—¡Auch! ¡Rayón, joder!
Ese enfermero Beta que fuese ya experto en heridas de Exterminadores de piel morena, ojos grandes y risueños con una voz ronca que contrastaba con su aspecto afeminado le sonrió con una ceja arqueada.
—¿En quién estás pensando? Apestas a deseo.
Las mejillas de Lucerys enrojecieron al acto. —En nadie.
—Sí, claro, y estos puntos que estoy cosiéndote son producto de mi imaginación.
—¿Me quedará cicatriz?
—¿Cuándo yo te he dejado cicatriz, malagradecido? Y no desvíes la conversación, estábamos en que te quieres poner duro pensando en alguien. Anda, todavía faltan puntos, te escucho.
Rayón, quien tuviera el desatino o la fortuna de llamarse Ray On, prestó atención a la loca historia del joven Alfa cuyo rostro fue un arcoíris de colores al describir su predicamento. El enfermero solo negó con una risita divertida, vendando la última herida de Lucerys, entregándole una paletita como solía hacerlo desde que era cachorro aunque ahora ya fuese todo un joven Exterminador.
—Ya veo, eso de enamorarse de los parientes es muy de tu familia.
—No te burles.
—Tienes un gatito arisco, esos son los mejores.
—¿Qué hago, Rayón?
—Pues cortejarlo, lo peor que puede pasar es que vengas a mí buscando alivio para tu corazón roto.
—…
—¿Quieres mis sabios consejos?
—No le regalaré un cerdo.
—Tienes que admitir que esa idea fue bárbara.
—Rayón…
—Bien, presta atención, el maestro dará su lección.
Alicent y sus hijos se mudaron a Torre Alta con su abuelo Otto sin que Rhaenyra hubiera cambiado su decisión al respecto. Lucerys preparó su plan conforme a los consejos de Rayón, de verdad quería una oportunidad con Aemond, pero tenía un campo minado que cruzar primero. Según aquel enfermero, la táctica consistía en ganarse primero a la familia al mismo tiempo que hacía cortejos discretos que pasaran por algo más. El joven Alfa fue al castillo Hightower, siendo bien recibido dado que era nada menos que el hijo de la Matriarca Targaryen. Otto salió a saludarlo, con una mirada escéptica al verlo ahí sin un motivo fuerte que lo ameritara.
—Lord Lucerys, un placer tenerlo en Antigua. ¿A qué debemos su presencia?
—Si el Patriarca Hightower me lo permitiera, me gustaría hablar unos minutos con mi tío Aemond.
—¿Con Aemond, has dicho?
—Sí, hay un asunto que me gustaría discutir con él.
Lucerys resistió como los valientes ese escrutinio de la cabeza de los Hightower, aliviado por dentro cuando Otto asintió, dando media vuelta para ordenarle a su mayordomo que lo guiara hasta el patio de entrenamientos donde se encontraba el hermoso Omega. Aemond estaba empapado de sudor, peleando cuerpo a cuerpo con un par de Exterminadores de la familia. Lucerys hizo acopio de fuerzas para no perder la cabeza porque su Alfa interior quiso rebanarles la cabeza a esos idiotas tocándolo en el forcejeo del cual salió airoso su tío, deteniéndose cuando el mayordomo se acercó a decirle sobre su visita. El Omega se giró hacia él, mirándolo como si el joven fuese alguna clase nueva de Invasor.
—Buenos días, tío.
Aemond alcanzó una toalla, frunciendo su ceño al acercársele como el león que está por rematar a la pobre cebra que ha herido. Lucerys olfateó discreto su aroma ahora que era más acentuado por el sudor, sus ojos pasando por esos brazos marcados y la camisa pegándose a su pecho, dejando ver unos músculos trabajados por un duro entrenamiento.
—¿Lucerys?
—¡Ah! Buenos días.
—Ya lo dijiste antes. ¿Qué quieres?
—Quisiera hablar sobre lo que pasó con el Inorgánico —el Alfa miró alrededor— Pero… ¿puede ser en otra parte? Me siento algo incómodo aquí.
—¿Dónde quieres hablarlo?
—Pensaba, si no te molesta por supuesto, que podríamos charlarlo mientras almorzamos algo. Conozco un buen restaurante cerca de aquí. Es importante, de verdad que sí, lo que nos pasó no fue usual y me gustaría intercambiar opiniones contigo, tío.
El Omega entrecerró su ojo, Lucerys cruzando dedos tras su espalda para que funcionara. Los Siete quisieron prestarle auxilio pues justo en ese instante apareció por una puerta un despejado Aegon, notando la presencia del joven, acercándose a su hermano al saludarlo.
—Un SVT, qué honor.
—¿Un qué, tío? —Lucerys parpadeó al escuchar eso.
—Strong Velaryon Targaryen —bufó Aemond, rodando su ojo— Es una idiotez suya.
—Bueno, no le falta razón.
—¡Te lo dije!
—No le des alas, Lucerys.
—Mi tío Aegon puede venir con nosotros, seguro también puede ayudarnos.
—¿A dónde? ¿Ayudarlos? —el rostro de Aegon se iluminó— ¡Claro que voy con ustedes! Vamos, Aemond, ve a cambiarte, ya quiero irme.
—Ni siquiera sabes a dónde iremos.
—¿A dónde iremos, Lucerys?
—A un restaurante.
—¡Qué genial! Aemond ¿sigues aquí? Ponte algo bonito, nada de cosas tristes, suficiente tengo con los moqueos de Helaena.
—¿Cómo está mi tía?
—Perdida en sus novelas.
Aemond miró asesino a su hermano mayor antes de entrar de vuelta al castillo a cambiarse, Lucerys aplaudiéndose internamente porque había encontrado un boca floja en Aegon, quien se notaba que no era muy solicitado para salir, estaba emocionado de ir con ellos, sonriendo al joven Alfa frente a él.
—Es extraño ver uno de los hijos de Rhaenyra aquí en Torre Alta.
—En realidad, estoy con mi abuelo Corlys.
—Ah, sí, algo de herencias.
—Sí. ¿Cómo están todos, tío Aegon? ¿Puedo ayudarlos con algo?
Hubo un vistazo de tristeza en esos ojos cansados y ojerosos, Aegon se encogió de hombros antes de recuperar su sonrisa.
—Estamos bien, gracias por tu ofrecimiento, sobrino. Qué grande has crecido.
—Y eso que no has visto a mi hermano, es una secuoya.
—Parece que tener tres padres ayuda mucho en eso.
Rieron, Aemond volviendo vestido tan impecablemente como siempre con su usual coleta alta que dejaba ver su cuello fino que antojaba morder. Lucerys sacudió su cabeza, guiándolos hacia su viejo auto, un Camaro despintado con unas talladuras que a todas luces eran símbolos de nativos americanos. Aegon lo observó, curioso y algo burlón.
—¿Tanto dinero de los Velaryon y tienes esta carcacha?
—Es un obsequio de un chamán navajo cuando los ayudé con un Invasor. Me prometió que jamás se descompondría ni tampoco me dejaría varado en crisis.
—¿Y le creíste? —Aemond levantó su ceja.
—¿Por qué no?
—Wow, un auto hechizado por un chamán. Vamos, Aemond que no te va a morder. Está limpio ¿verdad?
—No les ofrecería un lugar sucio a mis queridos tíos.
Fuese intuición de Aegon o mera casualidad, este ocupó los asientos traseros, tumbándose a lo largo al sentirlos muy cómodos, mientras que Aemond tuvo que sentarse en el lugar del copiloto junto a Lucerys quien estuvo feliz, mirando rápido esa figura esbelta y atlética antes de encender el motor. Aegon pidió unas melodías que escuchar que no le negó, mientras llegaban al restaurante que Rayón le recomendó porque su especialidad eran comidas para paladares sensibles como el de los Omegas. Su tío mayor parecía un cachorro emocionado, Aemond estaba más reservado, viéndolo con recelo como si intentara adivinar la estrategia de Lucerys en tanto pedían sus órdenes.
—¿Qué es lo que deseas discutir? —pidió Aemond.
—Am, bien, el ataque fue algo sorpresivo ¿no? Hasta donde tengo entendido, los Inorgánicos no atacaban desde esa incursión al Otro Lado. Es… raro.
—Sobre todo porque fue en el funeral del Patriarca y la sucesión de tu madre.
—También pensé en eso, y bueno… —Lucerys tosió un poco— Creo que deberíamos aprovechar lo que sucedió con Llanto de los Penitentes…
—¡Llanto de los Penitentes! —Aegon casi escupió su soda— ¿Tienes esa espada? ¿Tú?
—Fue un regalo de mi abuelo por mi nombramiento como sucesor de Marcaderiva.
—Qué jodida suerte tienen algunos.
—Aegon.
—Déjame ver si te entendí, sobrinito, ¿tú y Aemond lograron despertarla?
Lucerys asintió con una sonrisa. —Se requiere de un Primus Draconis para ello, resulta que mi tío Aemond tiene a Vhagar, yo tengo la espada…
—No te daré a mi dragona.
—¡Espera! Eso no es lo que quería decir. Más bien pensaba en hacer equipo, porque si apareció este Inorgánico, otros más pueden venir. Debemos estar preparados, si unimos nuestros poderes es posible que logremos vencerlos si Llanto de los Penitentes logra invocar sus nombres.
Aegon silbó. —Hace tiempo que ya no se practica el entrenamiento dual. Yo creo que es buena idea, en lo particular me produce escalofríos el pensar que una jodida cosas de esas nos caiga encima cuando menos lo esperemos. A diferencia de los otros Invasores, los Inorgánicos aparecen de repente, no sé ustedes, pero quisiera dormir tranquilo.
—Siempre duermes tranquilo porque…
—Tienes razón, tío —cortó el joven Alfa a Aemond— Sé que no soy el rostro que ustedes quisieran ver tan a menudo, la verdad no entiendo qué tenía mi abuelo en la cabeza para hacer esto, me parece injusto que hayan dejado su hogar de años solo por una estúpida herencia. Pero estoy dispuesto a trabajar codo a codo para seguir con la labor de protección que tenemos como Exterminadores si me dan la oportunidad, por supuesto. Mi espada es tan inútil como cualquier otra frente a un Inorgánico a menos que pueda despertarla.
—Yo tengo un rango bajo —aceptó Aegon para sorpresa de su hermano— No soy un rival que cualquier Invasor pueda temer, pero acá Aemond seguro ya está en la lista negra de los Exterminadores a desaparecer. Tengo entendido que tú no estás tan mal, sobrino, ¿o no te llaman acaso Corazón de León?
El Alfa se sonrojó a la mirada de Aemond, riendo nervioso al rascarse su nuca, era un apodo que el idiota de Rayón le puso y difundió en redes según para darle “identidad” como Exterminador. Claro que sí era un buen cazador, no lo negaba, pero no quería que su tío lo malinterpretara.
—No es para tanto.
—Oh, no seas modesto —sonrió Aegon— Tienen que aprovechar esto, me digo, la última espada viva tiene la oportunidad de volver a despertar si ustedes dos trabajan en equipo, habría que ser un cabeza hueca para no aceptar semejante propuesta. O dime, Aemond, ¿acaso no quieres ver el poder que hizo temer a todos los Invasores, incluyendo Inorgánicos?
—Lo haremos a mi modo —aceptó este.
—Como tú quieras, tío.
—¡Esto hay que celebrarlo!
—Aegon…
—Puf, no voy a pedir vino, señor abstemio.
El almuerzo fue un éxito, no olfateó rechazo alguno en Aemond, solo sus miradas suspicaces que sorteó con facilidad, charlando con Aegon quien si se descuidaba, le dejaba saber cosas importantes. Aegon levantó la mirada al ver algo detrás de Lucerys, perdiendo la brillante sonrisa que le había sacado.
—Lord Jacaerys, buenas tardes.
¿Qué hacía su hermano mayor ahí? Lucerys se puso de pie, girándose a su hermano quien lo observó con ceño fruncido porque no entendió que hacía con esos dos.
—Lucerys, estaba buscándote.
—Hay algo llamado celular, pudiste llamarme ¿sabes?
—Es personal.
—No interrumpiremos más —Aemond volvió a su modo serio, poniéndose de pie junto con Aegon quien se llevó a la boca el último trozo del postre, casi atragantándose— Los dejamos, sobrinos.
—¡Gracias por el almuerzo, Luke! —Aegon palmeó su hombro, haciendo una pequeña reverencia a su hermano Jace— Excelencia, con su permiso.
—¿Qué quieres? —Lucerys no escondió su molestia cuando los Omegas se marcharon, cruzándose de brazos sin sentarse como lo hizo su hermano.
—¿Por qué has venido a buscarlos?
—Tengo negocios que hacer.
—¿Con ellos?
—A veces, Jace, muy pocas veces pero sí a veces que te puedes comportar como el más grande imbécil sobre la Tierra.
—Sabes que a mamá no le agrada que nos relacionemos con los hijos de Alicent.
—¿Recuerdas lo que papá Harwin nos dijo una vez? Los hombres libres toman decisiones desde su corazón, no desde la opinión de los demás.
—¿Vas a desobedecerla?
Lucerys se talló el rostro. —Escúchame bien, hermano, ellos dos estaban bien felices hablando conmigo hasta que apareciste. No sé tú, pero a mí no me han ofendido como para que los tratemos igual que perros con rabia. Si tú eres feliz gozando de privilegios que otros tenían, bien por ti, yo prefiero ganármelos.
—Aemond es un Exterminador cruel.
—Oh, perdona, no sabía que teníamos que pedirle disculpas a los monstruos que asesinan inocentes.
—Luke.
—Jace.
Este respiró hondo, bajando su cabeza unos momentos, levantando su mirada más relajado.
—Tendrás que explicarle esto a mamá.
—Luego, ¿no puedes ser el genial hermano mayor que oculta las travesuras de su hermanito?
—¿Otra vez?
—Otra vez.
Su siguiente visita, fue indirecta, pidiendo ver a nada menos que Lady Alicent para presentarle correctamente sus pésames y ofrecerles su ayuda en todos los sentidos, pidiendo una disculpa a nombre de su familia por ese amargo exilio. Alicent lo tomó a bien, sonriéndole maternal antes de darle las gracias, esperando por Helaena quien les trajo una bandeja con té, muy contenta de fungir como anfitriona. Lucerys les regaló a ambas un hermoso ramo de rosas blancas, prometiendo que haría todo de su parte para cuidar de Aemond ahora que la situación volvía a ser complicada para todos los Exterminadores.
—Eres todo un caballero, Lucerys —Alicent abrazó con cariño sus rosas— Y una sorpresa agradable.
—Tener tres padres influye mucho —bromeó, haciendo reír a la joven Omega a quien miró— Por cierto, tía Helaena, ¿es cierto que tú hiciste el traje de Exterminador de mi tío Aemond?
—Um, sí.
—¿Serías tan amable de hacerme uno a mí? Haré millonarios a los sastres si continuo rompiéndolos cada vez que peleo.
Helaena abrió sus ojos en alegría. —¿Lo dices en serio?
—De hecho… le he comentado a unos amigos de tu labor y también están interesados en que les diseñes sus trajes, claro, todos ellos van a pagarte… si Lady Alicent está de acuerdo.
—Los Siete te bendigan, hijo.
Con Daeron el asunto fue pan comido, el cachorro era de esa clase de talento que más bien le va estupendo detrás de una computadora. Amante de los cómics, novelas de ciencia ficción como de todo tipo de chatarra, ganárselo solo tomó el presentarle a unos de los Maestres, como llamaban a las mentes creadoras de la red virtual de los Exterminadores llamada Poniente para que fuese su tutor y así introducirlo al intrigante mundo de la informática e inteligencia artificial combinada con las viejas sabidurías de siglos que guardaban todas las casas. Eso lo alejó de las peleas de pandillas en las que se metía como una protesta a su soledad y mente incomprendida, volviéndose un admirador de Lucerys.
De esa forma, se fue involucrando en la vida de la familia de Aemond, quien si bien seguía con sus muros altos cuando al fin se pusieron de acuerdo para los entrenamientos, ya no tenía tantos instintos asesinos de solo verlo. Lucerys dio paso a su siguiente parte, una vez que le exprimió a Aegon toda la información importante sobre aquel Omega. Fuese que de manera inadvertida apareciera la bebida favorita de Aemond cuando terminaban de ensayar la invocación de Llanto de los Penitentes, le invitara como quien no quiere la cosa su fruta preferida o tuviera uno que otro gesto galante escondido bajo el pretexto de mostrar su respeto a quien era su tío.
—Es una espada pesada —observó Aemond cuando le prestó el arma, los dos sentados en el suelo, apestando a sudor y cansancio.
—Para mí es ligera como una pluma.
—Así es como reacciona, solo puede ser empuñada por su amo.
—Mi abuela me contó que la espada lee el corazón de su portador.
—Es verdad.
—No entiendo qué necesita leer en mí.
Aemond le miró. —Esta hoja tenía el doble de largo en su forma original, fue partida por nuestro ancestro Targaryen para obsequiarle la otra mitad al rey que fuese digno de esgrimirla, la gente común lo llama el Rey Arturo. Llanto de los Penitentes tiene el mismo sentido, hay que tener un corazón puro para usarla.
—Yo no tengo un corazón puro.
—¿Por qué lo dices?
—Guardo sentimientos que no son… muy dignos —el Omega lo miró confundido, Lucerys asintió, explicándole— Como la rabia contra Laenor por haberme abandonado.
—¿De qué hablas?
El joven Alfa le contó de lo sucedido con Laenor, su cariño que consoló su tierno corazón de niño por la pérdida de su padre Harwin, esa soledad que percibió en el otro Alfa, sus palabras de aliento y todos los momentos que atesoró hasta verlo colgado de ese techo. Aemond se quedó sorprendido, serio, sin moverse luego de narrarle esa parte de su vida que ni siquiera a Jacaerys le había contado tan abiertamente, a nadie en realidad. El Omega parpadeó, mirando la espada que luego tendió a Lucerys, sus manos rozándose brevemente al hacerlo.
—Lo siento. ¿Son muy malas? Las pesadillas.
—Creo más bien que mi rabia es porque nunca me di cuenta de que él necesitaba ayuda. Lo sueño llamándome, sin que yo responda.
—Eras un cachorro, Lucerys, no podías hacer nada.
—Cierto, por eso hoy no me doy el lujo de dejar pasar algo así sin que lo remedie. No hay nada que me duela más que ver una mirada triste a la que no puedo consolar.
Los dos se miraron en silencio, la expresión de Aemond fue una mezcla entre sorpresa y desconcierto, desviando la vista a otro lado por unos segundos, poniéndose de pie casi enseguida.
—Debemos seguir intentando que se liberen los sellos de forma más rápida. Tiempo es un lujo que no vamos a tener en una pelea.
—¿Quizá si nos vemos en auténtico peligro funcione mejor?
—¿Qué estás pensando?
—Probarnos en una batalla real.
Aemond bufó apenas, casi sonriendo. —Si en algo tienes razón, es en que no eres muy listo.
—¿Eso es un sí?
Rayón decía que no había Omega que pudiera resistirse a la sensación de sentirse protegido por un Alfa, por más arisco que fuera. Lucerys puso a prueba esa teoría, todavía no controlaba a Llanto de los Penitentes, la espada era demasiado poderosa, una fuerza que se desbordaba cuando se activaba, pero sí en algo habían servido los entrenamientos, fue para que al menos tuviera la capacidad de concentrarse y dirigir ese poder en un ataque. Como ambos ya lo habían sospechado, la incursión de un Inorgánico había dado valor a los demás Invasores para atacar, encontrarse uno de ellos fue más fácil que antes, un signo de peligro que luego informaría a su familia. El Invasor que encontraron era de tipo quimera, una fusión de partes espantosas que chilló con fuerza al verse descubierto por Aemond usando ese ojo mágico.
—¡Muévete, Lucerys!
Cuando el joven Alfa detectó su núcleo, abrió sus ojos en sorpresa. Jamás se había topado con un Invasor con doble núcleo, sin darle tiempo de advertirle al Omega quien atacó con Vhagar, destajando al ente en dos partes que se regeneraron para su horror. Aemond comprendió su error, en el medio de esos dos depredadores. Lucerys desplegó su dominio en acto reflejo, rugiendo al verlo en peligro, pensando únicamente en protegerlo. Cuando volviera en sí, fue porque Aemond le dio una bofetada, gritándole al sacudirlo de los brazos.
—¡LUKE! ¡VUELVE EN SÍ, MALDITA SEA!
—¿Q-Qué…?
—Por los Siete, ¿perdiste la cabeza o qué?
—¿Estás bien?
El Omega gruñó, girando su rostro con sus manos para que contemplara la escena. Parecía que una mini bomba hubiera caído en ese claro del bosque donde habían acorralado al Invasor.
—¿Lo hice yo?
—No soy yo quien sostiene a Llanto de los Penitentes.
—No recuerdo… no recuerdo qué hice.
Aemond negó apenas. —Gracias.
—¿Ah?
—Por… salvarme.
—No es un favor, lo hago porque… porque me importas.
Lucerys juró que casi le pareció escuchar un chasquido de colmillos cual risa de Arrax en ese silencio que cayó entre los dos, Aemond de una pieza. Bajo esa luz de luna, pudo ver el tenue sonrojo que asomó por su rostro, dándole la espalda al buscar su ballesta, Vhagar serpenteando a su alrededor. El joven Alfa sonrió de oreja a oreja, porque ese delicioso aroma se acentuó. Lo aceptaba. Rayón siempre recomendó que bajo circunstancia alguna perdiera la cabeza y tocara al Omega sin su permiso porque todo se echaría a perder, solo que Lucerys no pudo contenerse, corriendo hacia Aemond para sujetarlo por el codo, girarlo hacia él y darle el mejor beso en los labios que tenía para dar.
Se mereció el puñetazo que recibió enseguida, sin duda alguna.
Chapter 3: Dia 3: Collar
Chapter Text
Día 3
Collar.
Regla No. 27 de los Exterminadores: un arma es mejor que ninguna arma.
Le dolían los nudillos espantosamente por culpa de ese idiota de Lucerys y sus huesos duros, Aemond no paraba de gruñir y maldecir para sus adentros ese atrevimiento suyo al besarlo, frunciendo su ceño con sus labios tan apretados que parecían hacer un puchero de no ser porque la risa de Helaena lo distrajo, su hermana curando sus nudillos con delicadeza, soplándole a su adolorida piel sobre la que aplicó una pomada para desinflamarlos y quitar el dolor.
—Mañana estarán como nuevos.
—Gracias.
El Omega no sabía qué pensar, por un lado, su sobrino se había presentado como un involuntario benefactor de su arruinada familia, ayudando a todos a salir adelante con tanta alegría que se le hizo grosero el rechazar su ayuda, en especial al ver a su familia con otro semblante. Le consternaba esas miradas que Lucerys le dedicaba, siempre observándolo en todo lo que hacía, incluso lo había atrapado montones de veces viéndole el trasero. Ya había lidiado antes con Alfas que lo deseaban, todos ellos terminaron en el suelo sobándose las pelotas, pero no podía hacerle lo mismo al heredero de Marcaderiva no por falta de ganas sino porque era un peligro para todos.
O eso se decía.
Lucerys apestaba a felicidad cada que estaba cerca de él, en los entrenamientos le costaba cada vez más trabajo poder concentrarse porque sus feromonas lo distraían igual que el calor de su cuerpo tan cerca cuando practicaban sus movimientos con Llanto de los Penitentes. Aemond sentía el aliento de su sobrino sobre su cuello, erizando su piel y deseaba alcanzar su ballesta para descargarle todas sus flechas en la entrepierna. Otras veces debía pensar en alguna escena sangrienta para calmar las cosquillas en su estómago cuando los ojos del Alfa lo contemplaban como si él fuese de esa clase de pieza de arte tan rara y cara que todo mundo desea.
Se dijo que todo era parte de la personalidad del joven, tenía un buen corazón y temple, un poco idiota más se compensaba con su fuerza de voluntad para hacer las cosas de forma correcta. Incluso se había acostumbrado a sus malos chistes, las últimas veces llegando a sonreír por lo pésimo que era igual que con esos intentos de trucos de presdigitador. Cuando Lucerys lo besó, primero se quedó congelado, procesando que estaba teniendo un primer beso sin planearlo, o esperarlo para el caso, y luego sintiéndose ofendido pues no le había pedido su permiso. Aemond lo dejó ahí en el bosque, regresando al castillo de su abuelo con la mano doliéndole por el puñetazo bien dado en su nariz.
—Hey, ustedes —Daeron apareció por la puerta, masticando un chicle— El abuelo desea hablar con todos nosotros.
Helaena se angustió al acto, aceptando la mano de Aemond para ir así juntos hasta la sala donde encontraron a Otto con Alicent, su madre lucía contrariada y al borde de las lágrimas con sus manos pasando con nerviosismo su rosario, evadiendo la mirada de sus cuatro hijos. Una mala señal. Aegon intercambió una mirada con todos sus hermanos antes de que su abuelo tomara la palabra, en la mesita frente a él había cuatro cajas de madera pequeñas con el emblema de los Hightower.
—Los he llamado aquí para hablar de un tema que debemos aclarar cuanto antes.
—Te escuchamos, abuelo —Aegon tomó aire.
—No hay modo suave de exponerlo, todos ustedes han dejado de ser Targaryen, ahora son Hightower, por lo tanto, han bajado de jerarquía. Siendo Omegas, eso implica que el respeto que les tenían ha cambiado, anteriormente nadie los molestaba porque eran los hijos del Patriarca, estaban por encima de los demás. Hoy eso ya no puede ser y hay que tomar medidas al respecto.
Con los cuatro jóvenes contiendo su aliento, Otto se adelantó, abriendo las cuatro cajas que dejaron ver cuatro collares Omega. Todos de fina piel en color verde con el emblema familiar tachonado en el medio con hojas de plata. Aemond sintió un aguijonazo de dolor, igual que sus hermanos que abrieron sus ojos en franco horror. Su madre dejó escapar unas lágrimas, levantando su vista como suplicando el perdón de sus hijos.
—Aunque ya no es tan usual, todavía existe la tendencia de los Alfas Exterminadores a reclamar Omegas por la fuerza, como parte de la muestra de su poder y dominio. No es mi deseo que eso les suceda, así que lo mejor es prevenir. Usarán estos collares de ahora en adelante, así evitaremos agresiones sin que yo pueda reclamar posteriormente. No hablo de que ahora todos los atacarán, somos Hightower, una casa orgullosa que está protegida por los Tyrell, pero estamos en una jerarquía donde otros clanes posarán sus ojos en ustedes como un premio a reclamar. Es lo mejor, queridos nietos, créanme que esto no me agrada, pero es preferible a una suerte indeseable.
Ni el propio Aemond pudo reprimir el temblor en su cuerpo cuando su abuelo se puso de pie, tomando los collares para colocárselos. A diferencia de los collares normales, los collares Omega de Exterminadores tenían un candado mágico que solamente podía ser retirado por la cabeza de la familia, quien ponía el collar era quien lo retiraba, cosa que sucedía con matrimonio o la muerte. Por más fuerte que fuese el Alfa que intentara marcarlos, nunca podría quitarles el collar. Helaena sollozó cuando le pusieron su collar, Daeron se sorbió su nariz, tallándose sus ojos. Aegon pareció como si de pronto su mente se hubiera marchado a otro mundo, Aemond parpadeó conteniendo sus lágrimas de indignación.
Otto los observó unos segundos, saliendo de la sala luego de mirar a su hija quien se puso de pie para abrazarlos a todos, besando sus lágrimas que ya no pudieron contener.
—Perdónenme hijos, es mi culpa. Si no los hubiera hecho Omegas esto no pasaría. Soy una mala madre.
—¿Por qué? —Aegon fue el primero en romperse— ¿Por qué padre no nos amó? ¿Qué hay de malo en nacer Omega?
—Hijo…
—¿Qué tenemos de malo? ¿Por qué no nos amó, mamá? ¿Por qué?
Se abrazaron en conjunto, Alicent llorando con ellos, acariciando sus cabellos que besó una y otra vez. Era una práctica salvaje, más sensata. El collar tenía una doble función, además de protegerlos de una Marca indeseada, controlaba sus esencias de modo que cualquier olfato ajeno no podría encontrar en ellos aroma alguno que los excitara, evitando asaltos sexuales. Sí, entre los Exterminadores era normal que los Alfas se probaran a sí mismos reclamando parejas casi a la fuerza, eso probaba que tenían el temple necesario para una mayor jerarquía. Reclamar un Omega era de sus deportes más favoritos, en especial si eran Alfas de casas importantes. Afortunadamente ya no se usaba el que tuvieran un harén, o su suerte hubiera sido peor.
—Los Siete saben cuánto me duele verlos así, hijos míos, daría mi vida por liberarlos.
—Está bien, mami —Helaena hipeó con ojos hinchados— Lo soportaremos.
Aemond había esperado que su abuelo no pensara en eso, desalentado al verse en el espejo de su habitación, acariciando ese collar grueso que cubría la parte sensible de su cuello. Sería humillante el presentarse a una misión con eso puesto, pero no tenía tampoco cómo evitar los acosos sin terminar convirtiéndose en un asesino serial. Otto no había mentido, siendo ahora los “bastardos” Hightower, caían a un nivel donde muchos podrían pensar en reclamarlos por mera diversión. Si Viserys los hubiera estimado lo suficiente, no estarían en semejante predicamento, pero su amor solo estuvo todo el tiempo en dos figuras, su primera esposa y su queridísima hija.
Su enfado con Lucerys aumentó por el collar, negándose a verlo para los siguientes entrenamientos, al menos hasta que se le hubiera pasado la indignación. Incluso se tomó un par de días encerrado en su recámara, tragándose su orgullo, aprendiendo a mantener sus lágrimas en el fondo de su ser. Aegon fue a visitarlo, parecía que el collar había despertado algo en él, una ganancia pequeña frente a semejante afrenta de la que no estaba seguro si podrían recuperarse un día. Su hermano mayor quiso entrenar con él, para estar juntos en la cacería de Invasores, prometiendo ya no beber y poner empeño en al menos ser un Exterminador decente.
—De acuerdo —asintió Aemond— Entrenaremos.
Fueron días tristes, en el comedor o cuando estuvieran juntos no hubo las usuales charlas animadas. Todos mantenían sus cabezas bajas, haciendo el menor ruido posible. Helaena y Daeron se encerraron en sus labores, Aegon y él se dedicaron a practicar. Luego de unos días que se le antojaron como siglos, Aemond consideró que era buena hora para que su hermano probara su suerte en una misión de reconocimiento, nada peligroso todavía. Fueron a una ciudad cercana, haciendo una guardia nocturna. Cosas del destino, se toparon con Jacaerys haciendo lo mismo. Ya habían recibido las suficientes miradas burlonas para que la del heredero de Rhaenyra lograra afectarles, Aegon saludando al joven Alfa con voz tranquila.
—Que los Siete lo protejan, Excelencia.
—Tíos, buenas noches. ¿Ronda nocturna?
—Sí, soy un aprendiz —comentó Aegon— Aemond está enseñándome.
—Un buen maestro.
—Gracias, Excelencia —replicó Aemond.
—No le estorbaremos, Excelencia, con su permiso.
—Podríamos… —Jacaerys carraspeó— No hay necesidad de separarse, es mejor mantenerse en equipo dadas las circunstancias.
Las sospechas de Lucerys no fueron erradas, más Invasores aparecieron luego del Inorgánico, estaban perdiendo temor por ellos y eso no era nada bueno. Aceptaron la invitación, ignorando la mirada consternada de Jacaerys por sus collares. Con sus Espíritus Guardianes deambulando por las calles en busca de una presa, se quedaron en lo alto de un edificio departamental, esperando a la señal de alguno de sus draconis. Aemond sintió la enorme tentación de preguntarle a Jacaerys por su hermano, pero supo contenerse, prefiriendo explicarle a Aegon el cómo podrían esconderse Invasores por la noche, lo que harían o su modus operandi para atacar.
—¿Aegon?
Este pareció volver en sí, distraído mirando al joven Alfa, suspirando un poco al concentrarse en las palabras de Aemond.
—Sí, bueno…
Fue una noche tranquila, de las pocas que podían contarse en la vida de un Exterminador. Regresaron al castillo con Jacaerys escoltándolos. Aegon pareció más animado, lo suficiente para hablar con aquel sobre los Invasores con su hermano levantando una ceja por ese repentino interés en entablar amistad cuando no era dado a hacerlo, sin perder detalle de la actitud de Jacaerys, caballeroso igual que Lucerys, mostrando curiosidad por lo que Aegon le contaba. Cuando entraron al castillo, este ya sonreía como siempre, canturreando para sí.
—Lord Aemond —un sirviente los alcanzó— Llegó un paquete para usted, está en su recámara.
Lucerys le había enviado una caja de dulces que tenían una letra cada uno, formando la frase lo siento con una carita triste. Tuvo ganas de tomar la caja y arrojarla al fuego de la chimenea, pero en esos momentos aquel detalle bobo hizo que prefiriera quedársela. El aroma que tenían los dulces, que era el de ese tonto, fue una suerte de cobijo que no supo necesitaba. Lucerys siempre lo hacía sentir tan seguro como para mostrar debilidad. Negó, enfadándose consigo mismo por tener semejantes pensamientos, repartiendo esos dulces entre sus hermanos, quedándose solamente con esa carita triste que tenía similitud con la que ponía ese Alfa cuando metía la pata.
Un Invasor apareció, Aegon y él fueron al llamado, ayudando a los demás a contener esa suerte de medusa que tenía una diferencia con su especie, pues ahora poseía un escudo de protección. De no ser porque Vhagar estaba ahí, se hubieran visto en aprietos con eso. Aegon terminó con un corte en la cabeza y un labio partido, sus primeras heridas como Exterminador, más en una pieza para sorpresa de Aemond. Los dos hermanos chocaron sus palmas, cuando Borros Baratheon se les acercó con una sonrisa que no le agradó nada al menor de los Omegas.
—¿Qué tan necesitados estamos de ayuda que ahora invitan Omegas a cazar?
Aegon dejó caer sus párpados. —Una auténtica emergencia con Alfas tan débiles.
Borros rio apenas, mirando de arriba abajo a su hermano, sobándose su barba al caminar alrededor como si estuviera examinándolo.
—No sabía que el bastardo mayor era tan bien parecido.
—Aemond, vámonos, ya hemos terminado aquí.
Este asintió, pero Borros sujetó el brazo de Aegon, tirando de él para olfatearlo. Su mirada se hizo más oscura. Aemond respondió sacando su daga que pronto estuvo sobre el cuello de ese Alfa atrevido, gruñéndole al alejarlo de su hermano.
—Ni se le ocurra, Lord Baratheon.
—Oh, vamos, estaría haciéndoles un favor.
—Gracias, así estamos bien.
—¿Por qué fingen tener orgullo si todos saben que están en la calle?
—Ese es nuestro problema —siseó Aegon, sobándose su brazo— No suyo.
—Los podría ayudar si vienes conmigo.
—No.
Los demás Alfas rieron, respondiendo al llamado de Borros al rodearlos. Aemond apretó su daga, aun con Vhagar podría tener problemas para rechazarlos a todos, Aegon no era todavía tan bueno peleando. Otro dominio Alfa apareció de golpe, anulando el resto que se alejaron de ambos hermanos, guardando sus armas al girarse a la voz que puso fin a la amenaza.
—Si han terminado con la misión, pueden retirarse, caballeros.
Daemon hizo acto de presencia, mirando a Borros de tal forma que este tuvo que inclinar su cabeza ante un Alfa de mayor jerarquía, igual que los otros, dispersándose. Los dos Omegas se volvieron hacia Daemon, quien solo ladeó su rostro, notando sus collares antes de darse media vuelta, retirándose sin más. Aemond gruñó de nuevo por esas migajas de ayuda de su tío, respingando al olfatear un cambio brusco en el aroma de su hermano, girándose hacia él. Aegon estaba pálido, luciendo mareado al intentar mantenerse de pie.
—¡Aegon!
Terminaron en el hospital, las heridas de su hermano mayor no eran severas, pero entre eso y el haber resistido el dominio de Borros Baratheon habían menguado la salud de Aegon, algo que se acentuó porque además se había inyectado una dosis doble de Supresores para la misión, esperando con ello anular todo aroma y así no provocar problemas. Aemond quiso darle de coscorrones a su hermano, mientras Rayón le ponía una intravenosa con un medicamento para anular semejante sobredosis luego de que el médico lo examinara.
—Lo siento —susurró Aegon en la camilla.
—No tenías por qué aumentar la dosis, eso fue peligroso, idiota.
—Solo quería… no ser tan inútil.
Aemond calló, viendo de reojo a Rayón quien puso una cara de angustia al escuchar eso, acomodando la sábana de su hermano como si estuviera distraído en su labor. Los dos reaccionaron a un par de aromas Alfas que se aproximaron al cuarto donde se encontraban, Jacaerys y Lucerys. Rayón buscó la mirada de Aemond, quien se levantó para ir a verlos en el pasillo, dejando al enfermero con su hermano. De solo ver el rostro consternado de Lucerys cuando notó su collar, tuvo unas enormes ganas de ir hacia él y abrazarlo, dándose un coscorrón mental por semejante imaginación, cruzándose de brazos en cambio cuando los dos Alfas se detuvieron frente a él, Jacaerys mirando hacia donde la camilla de Aegon.
—Supimos del ataque. ¿Está bien?
—Gracias por su preocupación, Excelencia. Estará bien en unas horas.
—Baratheon se va a arrepentir —Lucerys asintió muy seguro.
—¿Puedo hacer algo por ustedes?
—Queríamos ayudar —comenzó Jacaerys— Sabemos que…
—¡Ustedes no saben nada! ¡Nada! —Aegon salió de la camilla, apuntando con un dedo a Jacaerys— ¡No vengas a mostrar compasión cuando no eres sincero! ¡Fuera! ¡¿O acaso vienes a burlarte de nuestra suerte?! ¡Hipócrita!
—Aegon… —Aemond no supo qué hacer, desconcertado por su actitud.
—¡Malditos buitres! ¡Solo vinieron a quitarnos lo que era nuestro! —el otro Omega sollozó— ¡No pongas esa cara de que no sabes, Jacaerys!
—Pero… —Lucerys estaba igual de confundido, levantando sus manos en son de paz.
—Sshh, ya cariño —Rayón lo sujetó antes de que sus manotazos cayeran en el mayor de los Alfas, mirando a todos— Mis disculpas, jóvenes, es un efecto adverso del medicamento, desinhibe ciertas partes del cerebro. Ni siquiera se acordará para cuando pase, me lo llevaré.
—¡IMBÉCIL! ¡SOLO GOZAS DE LO QUE A NOSOTROS NOS COSTÓ LÁGRIMAS Y DESVELOS MANTENER! ¡ERES UN JODIDO ALFA APROVECHADO!
—Vamos, vamos, cielo, calla.
—¡¿QUÉ MIRAS?! ¡¿DISFRUTAS DE VERME CON ESTE COLLAR?! ¡PUES DEBERÍAS PONERTE UNO, HIJO DE…!
—Ya, ya, amor, no te alteres o vas a desmayarte de nuevo.
Los otros tres se quedaron ahí parados boquiabiertos mientras Rayón devolvía a Aegon a la camilla como si fuera un cachorrito, Lucerys reaccionó al acto, tomando por el cuello a su hermano mayor para estamparlo contra la pared más cercana con un gruñido.
—¿Qué fue lo que hiciste para que se pusiera así?
—Luke —Aemond lo sujetó a tiempo antes de que le lanzara un puñetazo a Jacaerys, este negando aprisa.
—¡Yo no he hecho nada!
—¡Lo hiciste!
—Luke…
—¡Estás inventando cosas! —Jacaerys gruñó en defensa— Ya dijo Rayón que está alucinando, solo habla cosas sin sentido.
—¿Sabes cuánto han sufrido ellos por nuestra culpa y todavía tienes el descaro de afirmar que solo está alucinando? ¡Qué digno hijo de Harwin Strong!
—¡Estás torciendo mis palabras!
—¡Eres una vergüenza, Jacaerys!
—¡Luke!
Aemond se preguntó si sería capaz de contener por más tiempo a Lucerys, de verdad estaba enojado con su hermano. Dio gracias a los Siete por la aparición de Rayón, quien lo ayudó, interponiéndose entre los dos jóvenes Alfa.
—¡Este es un hospital! ¡Cállense el hocico o los correré de aquí con una multa! —bufó el enfermero, mirando a uno y otro— Tengo un paciente sensible allá adentro, lo que menos necesita son estas feromonas Alfa alterándolo más. Jace, Luke, suficiente, si tienen algo pendiente entre ustedes vayan afuera o me veré en la obligación de llamar a la policía. ¿Quieren que llame a la Matriarca Targaryen para decirle que sus querubines están presos por idiotas?
Eso calmó los ánimos encendidos de ambos, Jacaerys mirando a Rayón y a su hermano antes de darse media vuelta y marcharse. Luke le gruñó otro poco antes de respirar hondo, notando sus brazos sujetándolo por la espalda.
—Gracias, ya estoy bien.
Lo soltó de inmediato, recordando que supuestamente estaba enojado con él. Rayón negó, sonriendo al darle un coscorrón a Lucerys.
—Vaya que les encanta hacer escenas a ustedes, iré a traerle algo de comer para Aegon, por favor, no rompan nada ni alteren el ambiente en lo que vuelvo ¿sí? Hablen como la gente decente.
Frente a frente, solo se miraron. Aemond no supo qué hacer, en teoría debía reclamar con toda la indignación que podía nacer en él, solo que de momento no tenía ganas. Tenía un hermano pasando por un estado pésimo de ánimos que necesitaba sacar su dolor y él estaba preguntándose si no se encontraba en la misma situación. Lucerys miró su collar, apretando sus puños. Se encogió de hombros a la expresión consternada de este, echando un vistazo a la camilla de su hermano antes de volverse al Alfa con un resoplido.
—Estaremos bien.
—Perdona, por lo de mi hermano.
—Me parece que es inocente de lo que lo acusas, Rayón ya dijo que Aegon no recordará lo que le dijo.
—Afortunadamente, si bien dijo una verdad.
—Como si eso cambiara algo.
—Aemond… escucha, el otro día…
—No deberías fijarte en mí, Lucerys, eres el heredero de Marcaderiva, yo no poseo fortuna o una jerarquía digna de ti. Lo que ves en mí no existe.
—Existe porque he convivido con ello.
—No valgo la pena. Solo te causaré problemas.
Lucerys sonrió. —¿Entonces sí te has imaginado…?
—¿Te puedes concentrar en lo que estoy diciéndote?
—Aemond, me gustas. Montones. Y me importa un pepino lo demás.
—No deberías, es imprudente, tu madre…
—Ya no puede dictar lo que puedo o no hacer. Dame una oportunidad, Aemond.
—Estás confundiendo tu misión como Exterminador con cariño.
—Pues entonces dame la oportunidad de comprobarlo si tan seguro te sientes de que estoy confundido.
—Lucerys, hablo en serio.
—Me gustas.
—Ya lo dijiste.
—Pero no me crees.
Aemond negó, desviando su mirada hacia Aegon, este durmiendo cual cachorro sobre su costado izquierdo.
—Te voy a decepcionar.
—Es mi decisión pasar por ello. Yo sé que esto parece una locura, lo es de hecho, pero el punto es que realmente me gustas mucho, lo suficiente para…
—No.
—Aemond…
—Mi camino está lleno de peligros y dolores.
—¿Y?
—Sé maduro por una vez, Lucerys, puedes encontrar alguien mejor si te das la oportunidad.
—¿Sabes? Creo que tienes miedo porque estás enamorado de mí.
—¿Qué? —el Omega gruñó, dedicándole una mirada.
—Te gusto, pero no quieres admitirlo, por eso dices todas estas cosas. Gallina.
—¡Tú…!
Sin más, Lucerys lo atrapó entre sus brazos, con la fuerza suficiente para que no pudiera escapar, sonriéndole cual estúpido al pegarlo a su pecho.
—Te voy a cortejar, te seduciré y te arrancaré ese estúpido collar para hacerte feliz y amarte tanto que no podrás recordar otra cosa.
Las mejillas de Aemond lo traicionaron, gruñendo otro poco al forcejar por liberarse, sin conseguirlo. Bien podía armar una pelea, pero tampoco quería que Rayón lo fuese a vetar del hospital.
—Promesas.
—Eso me gusta más. Déjame estar contigo, Aemond.
—No soy fácil de querer.
—Capitán obvio. Estoy tan aterrado como tú por eso, pero quiero intentarlo de todas formas.
—¿Y si al final no funciona? Esto afectará tu espada y lo que buscas con ella.
—Tendré que arriesgarme.
—¿Por qué no puedes ser menos temerario?
—Pues en pocas palabras, porque no se me da la gana.
—Lucerys.
—Me gustas.
—Deja de repetirlo.
—Deja de negar que sientes lo mismo.
—Por los Siete…
—Di que sí.
—No.
—Por favor, Aemond.
—Suéltame.
Lucerys lo obedeció, permitiéndole recuperar la compostura. Aemond respiró hondo, caminando hacia el cuarto de su hermano, deteniéndose en la entrada, mirando por encima del hombro al joven Alfa.
—Si destruyo tu vida, no me reclames después.
El otro tonto sonrió de oreja a oreja, dejándolo solo. Tal como lo prometió Rayón, Aegon despertó sin que recordara nada de lo sucedido ni lo que dijo al primogénito de Rhaenyra, hambriento y con ganas de regresar a casa. Lucerys le envió mensajes en los días siguientes, tonterías en realidad, solo buenos días o deseándole que le fuera bien en su día. Hubo una visita que no tomó en cuenta, distraído por esas palabras cursis que atacaban una parte de su naturaleza que ya gritaba porque cediera. Fue hasta que Daeron lo buscó para decirle que Aegon no estaba bien que dejó esos intentos de cortejo para ir a la recámara de su hermano mayor a quien encontró cortándose sus cabellos, dejándolos apenas si a la altura de su cuello. Esos largos cabellos platinados, orgullo Targaryen que ya no poseían.
—¿Aegon?
—Voy a casarme —murmuró este con amargura.
—¿Qué?
—Rewyn Lannister vino a pedirle mi mano al abuelo.
De pronto, Aemond se sintió como si hubiera estado durmiendo por siglos y despertara en otra realidad. Se acercó a su hermano, alcanzando uno de esos largos mechones cortados, parpadeando incrédulo.
—¿Dijo que sí?
—¿Qué podría decir? Los Lannister están en jerarquía superior.
—Pero…
—Bueno, al menos dejaremos de estar en la ruina ¿no crees? —Aegon sonrió con tristeza— Mi matrimonio nos proveerá de una herencia. Tú dejarás de estar arriesgándote todo el tiempo, Helaena puede tener viajar a su escuela y Daeron incorporarse a los Maestres de Poniente.
—Espera, Aegon, no tiene que ser así.
—Qué importa. Nunca fui el miembro más valioso de la familia, alguien de quien sentirse orgulloso, al menos así los ayudaré, por fin seré bueno en algo.
—Aegon, Rewyn Lannister es un Alfa violento.
—Qué importa.
Tuvo que hacerle jurar a Lucerys que no intervendría porque sí quiso hacerlo apenas le contó, solo era aumentar el problema y su hermano pareció resignado a la idea. Era claro que los Lannister deseaban la sangre Targaryen en su familia, pero siempre habían sido despreciados por Viserys, ahora que eran unos mendigos de su abuelo Otto, era que podían hacerse de la oportunidad de poseer un espíritu draconiano. Helaena le confeccionó el traje ceremonial para el día del compromiso, su madre escoltándolo hacia ese atrio donde esperaría cuando llegara Rewyn, ofreciendo la dote y llevándose a su hermano una vez que Otto le removiera el collar.
Aemond le dio un abrazo en silencio, con un nudo en la garganta. Aegon podía haber sido el peor hermano que uno pudiera imaginar, pero no se merecía ser vendido tan espantosamente solo porque ya no tenían el apellido que su padre les negara. Era injusto. Su hermano mayor lo empujó, pidiéndole que lo dejara unos minutos a solas antes de llamar a su abuelo para que le quitara el collar y así ese Alfa Lannister imprimiera su saliva en él, una marca temporal antes de la boda. Alicent estaba pálida, conteniendo sus lágrimas ante el destino que le deparaba a su hijo porque al igual que Aemond, sabía de la reputación de Rewyn, conocido por tener poca paciencia y un temperamento volátil.
¿Cómo iba a hacer feliz Aegon de esa forma?
El Omega estuvo a nada de tomar el teléfono y decirle a Lucerys que se retractaba, cuando tuvo que tumbarse al suelo por una explosión. No fue debido a un Invasor, era más bien la pura y vil demostración de un dominio Alfa desplegado en todo su esplendor, ahuyentando a todos. Aemond se quedó ahí, en el suelo porque al reconocer de quién se trataba ese dominio, su asombro fue mayor al instinto de alejarse, gateando hacia el atrio buscando a su hermano mayor. Desde la muerte de su padre, todo en su vida estaba cambiando de tal forma que ya no podía estar seguro de algo, esa tarde tuvo otra de esas vueltas de tuerca cuya explicación no encontró.
Jacaerys Targaryen tenía sus colmillos clavados en el cuello de Aegon.
Si hubiera sido un Invasor, se hubiera levantado, invocado a Vhagar y atacado, Aemond se quedó congelado ante la imagen, el débil quejido de su hermano al recibir esa Marca, estremeciéndose antes de que Jacaerys se lo echara sobre un hombro y se diera media vuelta para llevárselo. Aegon lució mareado como no podía ser de otra manera, apenas si reconociendo a su alrededor al ser cargado de esa forma, sus ojos encontrándose con el de su hermano por unos segundos desapareciendo por un portal con Aemond preguntándole a los Siete por qué el heredero de Rocadragón reclamaba a Aegon justo antes de que llegara Rewyn Lannister.
Chapter 4: Día 4: La Marca
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Día 4
La Marca .
Regla No. 31 de los Exterminadores: la mejor batalla es la que no se hace.
Lucerys se preguntó qué tan bien tomaría Aemond el que le confesara que había tenido que ver en el rapto de su hermano mayor. No era que él le hubiera dicho algo a Jacaerys, porque no lo hizo, simplemente dejó por ahí su celular con la conversación sobre el compromiso de Aegon a la vista, esperando que eso hiciera a Jace intervenir. Con lo que nunca contó es que ese desgraciado fuese a tomárselo tan a pecho el asunto, solo había querido una conversación con su madre, para detener la ceremonia o algo así, no que el idiota irrumpiera en el hogar de los Hightower y al más puro estilo de las Sabinas se llevara al Omega luego de marcarlo.
Ahora la Fortaleza Roja era el peor sitio del mundo para estar.
Rhaenyra explotó, ella había considerado que quizás una de las gemelas que Daemon tuvo con Laena Velaryon fuese la posible pareja de su primogénito pues siendo su heredero no podía tener alguien de baja jerarquía ni malos antecedentes. Rhaena era hermosa, una Beta con excelente educación, dedicada más a la instrucción sobre el vínculo entre Exterminador y Espíritu Guía que propiamente a ser una cazadora. Ese había sido el plan de su madre que se fue al traste cuando Jacaerys llegó con Aegon, se encerró con él en su recámara y no salió de ahí hasta que el Omega fuese completamente suyo. La nueva cabeza de los Exterminadores estaba más que airada por semejante descaro y desobediencia, sin perder tiempo en manifestarle a su primogénito que no aprobaba tal unión.
Su hermano mayor, claro, no cedió porque si algo compartía con su madre era ese orgullo de no rendirse cuando habían tomado una decisión. El pobre Aegon estaba atemorizado en la habitación de Jace, escuchando la pelea entre madre e hijo en el pasillo con Daemon intentando mediar. Jacaerys amenazó con renunciar a todo si no se le iba a permitir tener a Aegon, estrategia que hizo a Rhaenyra dimitir de sus amenazas, aceptando una tregua mientras pensaba en alguna solución viable para ambas partes. Mientras esos dos terminaban de poner las cartas sobre la mesa, fue que Aegon salió de la recámara para buscar algo qué comer, encontrándose con Lucerys en un pasillo.
—Oh, buenas tardes, Luke.
—Aegon, ¿estás bien?
El Omega tenía cara de no haber dormido nada, su andar era impreciso y ahora usaba un parche en su cuello para su inflamada Marca que tardaría unos días en sanar, eso sin mencionar que apestaba a Jace con todo y que había tomado un baño. Usar las ropas de su hermano mayor no ayudaban mucho a disimular lo sucedido.
—Me siento un poco… cansado, pero estoy bien. Gracias, Luke. Solo quería comer algo.
—Te acompaño.
La cocina tenía mejor aire que las habitaciones principales donde se respiraba tensión. Lucerys le preparó unos sándwiches al Omega, sentándose en la larga mesa con él para comer. Aegon casi los devoró, quedándose quieto unos segundos.
—Van a echarme ¿cierto?
—Jace no lo permitirá.
—Sé que… tu madre nos odia. Debe estar pidiéndole a los Siete que un Invasor aparezca y me trague.
—Ya se le pasará, no te preocupes, Daemon ha hecho cosas que no creerías y míralo, sigue vivo. Aegon… ¿de verdad estás bien? Sé que esto igual no es tu…
—Lo quería —confesó Aegon, con pena— Es decir, cuando hable con Jace no esperaba que…
—¿Hablaste con mi hermano? ¿Cuándo?
—En la mañana de la ceremonia, me preguntó si él me gustaba lo suficiente para que fuéramos pareja. Le recordé que yo ya le había enviado un mechón de mis cabellos. Cuando me dijo que aparecería, creí que retaría al Lannister ese.
—¿Ustedes dos… han estado en comunicación?
—¿No te lo dijo?
Lucerys bufó. —Me alegra que estés de acuerdo con esto.
—Toda una anécdota ¿eh? Me sorprendió en serio. Fue lindo. Ahora solo debo sobrevivir a la ira de mi hermanastra.
—Jace no permitirá que te hagan daño.
—Gracias.
—Yo no hice nada.
—Pero siempre has estado apoyándonos. Aemond lo ha notado, no te dirá nunca nada pero te doy mi palabra de que eso le ha gustado y mucho.
—¿Sí? —el joven Alfa alzó sus cejas, sonriendo emocionado.
—Ya lo tienes en el bolsillo.
Lucerys no iría con los Hightower hasta no tener algo bueno qué decir al respecto, siendo la cara de su familia para hablar de un tema a resolver. Otto tenía un moretón en una sien, por aquella explosión que lo tomó desprevenido, escuchándolo con esa mirada inquisitiva mientras le contaba sobre el futuro de su nieto ahora que era nada menos que el Omega del heredero de Rocadragón.
—Irán a Rocadragón, ahí vivirán. Si Aegon prueba ser un buen Omega, mi madre aceptará que se casen según el rito Valyrio de Exterminadores.
—¿Está bien? —Alicent pareció aliviada— ¿Necesita algo?
—Oh, sí, está muy bien se lo aseguro y si pudiera enviarle su ropa si es posible lo agradecerá. Yo… lo siento mucho, cuando mi hermano toma una decisión, es más fácil que un Invasor diga su nombre primordial por voluntad propia a que él dimita.
—Si el joven Targaryen ha decidido tomar a mi nieto como su pareja, no podemos más que estar agradecidos con su bondad —replicó Otto— Confío en que Aegon sabrá ganarse la bondad de la Matriarca.
—¿Cuándo podremos verlo? —quiso saber Alicent.
—Supongo una vez que todo se calme y ellos estén en Rocadragón.
—Gracias, hijo, eres tan amable y bueno.
—Quisiera ofrecer más, pero de momento, es lo que puedo informar sin mentir en los hechos.
—Y eso vale más que mil espadas Valyrias.
Aemond no tomó tan calmado sus palabras, sabía que Rhaenyra haría lo posible por sabotear esa relación, cortar su vínculo de alguna manera.
—Necesito verlo.
—Seguro.
—Dime la verdad, Luke, ¿qué le harán?
—Pues nada en realidad, Jacaerys ya dejó claro que tendrá cero tolerancia si alguien lastima a tu hermano. Dudo que Daemon o el resto de la familia intente algo.
—No lo lastimó ¿cierto?
—Te doy mi palabra de honor de que se encuentra bien.
—Ese idiota… en buen lío se ha metido.
—¿Querrás decir que se ha metido en la boca del lobo?
—Del dragón para ser más precisos.
—Tiene su lado gracioso si lo piensas, fue un rapto digno de los viejos cortejos.
—Y me pregunto quién le habrá dado la idea a Jacaerys —Aemond lo miró sospechoso.
—Hey, no, no me veas así, yo no le sugerí absolutamente nada. Ellos ya mantenían comunicación entre sí antes de que esto sucediera.
—Más te vale.
—Que un Inorgánico me caiga encima ahora mismo si te miento —el Alfa sonrió coqueto— ¿No te gustaría que yo te…?
—Atrévete y Llanto de los Penitentes tendrá un nuevo dueño.
Otro asunto por arreglar fue la ofensa de los Lannister, posando sus ojos en la siguiente Omega de la lista. Lucerys habló junto con Otto con ellos, visitándolos en su dominio para ofrecer sus disculpas a nombre de su hermano mayor e informar de la decisión de su madre para que no solicitaran a ningún otro Omega Hightower de momento hasta no aclarar la “confusión” que causó el reclamo de Aegon. Para calmar a esos hambrientos de dinero y poder, Lucerys obsequió dinero a modo de compensación, que fue bien recibido por Rewyn Lannister. La visita se cortó por una alerta de Invasores cerca de una zona turística en una playa de Oriente. Agradeció en serio ese ataque, así todos estarían más preocupados por atrapar al monstruo que preguntarse qué sucedía ahí en su familia.
—¿Estás listo, Aemond?
—Muévete.
Mientras los demás Exterminadores fueron tras el evidente rastro que se perdía en un edificio destrozado, ellos dos buscaron en el subterráneo que conducía a la playa, pues Aemond había detectado con su ojo una estela de movimiento ahí. Algo inquietante eran las nuevas habilidades de los Invasores, o bien estaban volviéndose más fuertes por la presencia de los Inorgánicos o habían mutado por alguna razón desconocida para ellos que prometía días sangrientos. Llanto de los Penitentes despertó, temblando en la mano del joven Alfa al pedir salir de su vaina, confirmando que el Invasor estaba escondido en el subterráneo ya vacío luego de pedir que evacuaran.
—Qué extraño —observó Lucerys al olfatear.
—¿Qué cosa?
—Su aroma… ya no es el mismo de siempre.
—¿Cómo lo percibes ahora?
—Frío… salado… como… ¡ABAJO!
Abrazando al Omega, lo cubrió con su cuerpo cuando una lluvia de hoces bailó por encima de sus cabezas al caer sobre las vías, escuchando claramente una risa desquiciada. Lucerys abrazó a Aemond, cubriendo su boca con una mano al darse cuenta de que este Invasor usaba el sonido para ubicarlos. Su aroma tan irritante picó su nariz, sujetando contra el pecho de Aemond la espada que formó las serpientes azuladas de energía que fueron corriendo por el cuerpo de ambos, reconociendo al Invasor. El Omega se quedó quieto al entender su acción, invocando a su espíritu igual que él, esperando por esa cosa. Sorprendentemente no era muy grande, de ahí que por eso los demás Exterminadores le perdieran el rastro tan fácil, pero se movía tan veloz como un proyectil.
—Vengan niños.
Y hablaba.
Los ojos del Alfa esperaron por su aparición en las vías, Llanto de los Penitentes a punto de liberar todo su poder con un último sello faltante que se rompió cuando el Invasor se les fue encima. Era como una versión deforme de alguna visión provocada por las drogas de alguien imaginando al gato Cheshire, sus garras los buscaron, su cola lanzando esas hoces de plasma entre latigazos. Lucerys actuó por instinto al interponerse, sintiendo una garra atravesarle el hombro izquierdo y elevarlo al aire con tal fuerza que terminó abriendo un boquete en el techo, volando entre giros con el Invasor aullando al abrir sus fauces.
Vhagar le atacó, Lucerys recuperando la concentración al llamar el poder de su espada. De nuevo, no supo exactamente qué sucedió, volviendo a ser consciente tendido en el suelo de la estación del subterráneo, entre escombros, cables de luz echando chispas con demasiado humo alrededor y Aemond gritando por ayuda, sus manos cubriendo la herida en su hombro. Todo le dolía, pero ya no estaba el Invasor. Una mano del joven Exterminador alcanzó un codo del Omega, llamando su atención, sonriéndole pese a que eso hizo que los músculos de su rostro casi le ardieran.
—T-Tranquilo…
—¡Luke!
—Sshh.
—¡La ambulancia ya viene! ¡Resiste! —Aemond tembló, casi a punto de romper en llanto— ¡Eres un idiota! ¡No debiste enfrentarlo así! ¡Tenías que esperar!
Siguió reclamándole mientras iban de vuelta al hospital con Lucerys viajando de la inconsciencia a la realidad, parte de él alegre de la calidad sensación que le proveyó la mano de Aemond sujetando la suya todo el tiempo hasta que los médicos los separaron. Volvió en sí con el sabor de medicamentos en la boca y sintiéndose cansado. Todo eso se le olvidó cuando vio a su lado al Omega dormido con su cabeza en la orilla de la camilla, su mano atrapando la muñeca de Lucerys como si temiera que al despertar se hubiera ido sin darse cuenta. Sonrió al verlo así, queriendo hablar pero notando que la garganta le dolía por el ardor de haber sido entubado, ahora solo tenía una mascarilla de oxígeno.
Rayón entró en esos momentos para revisarlo, abriendo sus ojos en alegría al verlo consciente y llevándose un dedo a los labios, otro señalando al Omega dormido, caminando casi de puntitas hasta la cabecera de la camilla, cepillando los cabellos de Lucerys, hablando en susurros.
—No quiso separarse de ti, se la pasó cuidándote hasta que al fin durmió… porque le puse un sedante en el jugo. Estaba demasiado tenso. Te repondrás, nos diste tremendo susto con ese paro cardíaco, pero volverás a corretear monstruos pronto. Descansa, iré a decirle a tu madre que estás bien. Oh, sí, ellos están aquí, usé mis encantos para convencerlos de que sus aromas apestando a angustia te enfermarían, solo el temple de este lindo niño podría quedarse en tu habitación. Sí, lo sé, soy genial, anda, sigue descansando.
Lucerys asintió, agradeciendo con la mirada el buen amigo que era Rayón, volviendo el rostro hacia donde Aemond. Su mano estaba lo suficientemente cerca de su mejilla que acarició, haciendo a un lado uno de esos mechones platinados cayendo sobre su cara, pasando un nudillo apenas por esos labios entreabiertos. ¿Por qué la pelea contra ese Invasor había sido tan fatal? Respuestas que no escucharía hasta después, cuando Aemond despertara, mareado por el sedante y entrelazando su mano con la del Alfa quien le sonrió por debajo de la mascarilla.
—Luke… no hables, te lastimarías.
Aemond se quedo callado, como debatiéndose entre qué decir o no, mirando a la puerta porque tenía el tiempo contado antes de que Rhaenyra y Daemon entraran. Apretó su mano, bajando la mirada unos momentos, acercándose a Lucerys para darle un cortísimo beso en su mejilla y luego ponerse de pie, alejándose a tiempo cuando la puerta se abrió. La tormenta materna apareciendo. Daemon sería quien le informara que el Invasor en el subterráneo era una nueva clase de criatura de la cual no tenían ni un solo registro. Había sido un milagro que salieran ambos vivos, en especial él quien nunca le dio tiempo al monstruo de poder lastimar al Omega, este prácticamente arrancándolo de sus garras con Vhagar. Otros Exterminadores no tuvieron la suerte de Lucerys, terminando muertos hechos pedazos.
—Eso fue increíblemente valiente y muy estúpido —le reclamó Daemon— Tener una espada viva no te garantiza no ser herido en batalla, Luke. Debes tener más cuidado para la próxima.
—No habrá próxima —Rhanyera negó— No perderé un hijo por un Invasor.
Daemon tuvo una expresión de contrariedad, sin contradecirla, sabiendo que ella estaba demasiado asustada para escuchar razones. Aemond ya había salido en cuanto ellos entraron, Lucerys no lo volvió a ver hasta que llegó con Jacaerys para visitarlo en compañía de Aegon. Había estado inconsciente por días, pues el cuello de Aegon estaba normal cuando lo saludó, luciendo una Marca perfecta en el color violeta de la casa Targaryen como solía ser si un Alfa dominante la hacía.
—Todo Poniente está de cabeza —informó su hermano mayor— Nadie sabe qué tipo de Invasor es el que encontraron en ese subterráneo, pero definitivamente está en una escala apenas si por debajo de un Inorgánico. Varios Maestres creen que puede tratarse de una cría directa de estos.
—Deja de hablarle de eso, lo que Luke necesita es distracción, no agobiarse con más peligros.
Aegon sacudió su cabeza, sonriéndole luego al sentarse junto a él, palmeando su mano.
—Los mejores médicos te están atendiendo, así que no hay nada de qué preocuparse.
La pareja lo dejó a solas con Aemond, esperando en el pasillo. El Omega ocupó el lugar que dejara Aegon, su mirada en las sábanas que cubrían el cuerpo de Lucerys. Alzó una mano, levantando su mentón para sonreírle lo mejor que pudo, acariciando su mejilla. Si su olfato no le fallaba, Aemond estaba aterrado, lo que hubiera pasado en esa pelea lo tenía paralizado. Este sujetó su mano con las dos suyas, apretándolo con un ligero temblor.
—Fue mi culpa —habló al fin con dolor en su voz— Por… protegerme te descuidaste. Te debilité.
El Alfa negó de inmediato, usando su mano libre para quitarse la mascarilla, tragando saliva para aclarar su garganta todavía adolorida.
—Prefiero la muerte a verte en peligro.
—Luke…
—Soy mejor gracias a ti.
—No te sirvo de mucho.
—Hey —Lucerys levantó de nuevo ese mentón al caer— ¿Sabes por qué mi espada tiene tanto poder?
Aemond negó.
—Porque tengo algo que proteger.
Una lágrima furtiva corrió por la mejilla de Aemond, que Lucerys limpió con una sonrisa, atrayéndolo a su pecho para que se refugiara en él, besando su frente cuando el Omega recostó su cabeza. Pese a sentía que le hubieran pasado mil trenes encima y otros mil Invasores lo hubieran masticado, el tener a Aemond así, recostado sobre él con sus brazos estrujando la tela de su pijama con un aroma que gritaba no quiero perderte, fue la mejor medicina que pudo tener. Todo encajaba perfecto, sintiéndose con la voluntad suficiente para volver a pelear. Lo haría. Su madre sufriría mucho, le ordenaría no hacerlo, pero Lucerys no se retractaría pues el mundo donde existía lo que más amaba estaría en peligro si él no hacía nada y eso implicaba perderlo.
—Quiero que seas mi Omega —murmuró contra los cabellos de Aemond— Quiero que tengamos cachorros, sentarnos todos en la mesa a cenar. Quiero verte sonreír día con día, y huir de ti cuando enfurezcas. Quiero tener un hogar contigo, y que me veas convertirme en un Alfa digno de ti. Me haces ser mejor persona, desear dar lo mejor de mí. Quiero provocar lo mismo en ti, quiero amarte todos los días de mi vida, Aemond.
—Debes sobrevivir —fue la débil réplica con voz quebrada.
—Lo haré.
—Promételo.
—Si tu prometes confiar en mí.
El Omega asintió, ocultando su rostro en su cuello. Se quedaron así hasta que Rayón apareció, llevándose al otro porque el tiempo de visita se había terminado. Rhaneyra fue quien se quedó a su lado, angustiada como toda madre.
—No pongas esa cara, mamá.
—Fue igual que si fuera un Inorgánico, hijo, o quizás peor. Daemon no podía llegar a ti, estabas con esa cosa solo… nadie podía…
—Mamá —el joven estiró una mano, que ella tomó, besando su dorso— Soy un Exterminador.
—No puedo, no puedo perderlos.
—Tú decías que no había orgullo más alto que ser un Exterminador de la Casa Targaryen.
Rhaenyra se limpió una mejilla, desviando su mirada. Lucerys apretó su mano para que le mirara de nuevo.
—No estaba solo, Aemond estaba conmigo.
—Luke…
—Mamá, ¿por qué no puedes aceptar que te equivocaste con respecto a Lady Alicent? Creíste que ella había envenenado el corazón del abuelo en tu contra y ellos fueron los que terminaron en la calle siendo llamados bastardos por los demás sin que tú hicieras algo al respecto. Los hijos de tu padre, mamá, nuestra propia sangre siendo pisoteada solo porque imaginabas que estaban en tu contra. Si eso hubiera sido cierto, hoy el gremio de los Exterminadores estaría en guerra civil y este mundo ya hubiera sido devorado por los Invasores.
Su madre rio desganada. —Leanor siempre me decía cuánta fe tenía depositada en ti. “Un día ese cachorro va a sorprenderte, Rhae”, me solía repetir.
—He escuchado a Daemon jurar que prefiere morir a permitir que estés en peligro, ¿por qué Jace o yo no podemos tener el mismo sentimiento? Tú nos hiciste buenos Alfas, justos y de principios. ¿Por qué ahora pides algo que nunca nos enseñaste a ser?
—Tengo miedo de perderlos —se sinceró Rhaenyra, sollozando— No podría… no podría hacerlo sin ustedes.
—Ni nosotros sin ti, y sin ellos, mamá. Por favor, tenemos suficiente combatiendo esos monstruos que no nos tienen compasión para enfrentar una batalla peor porque nos haces elegir.
—Luke, hijo, eso no…
—Alicent pudo haber pedido ayuda a su padre, tenía forma de pelearte la sucesión. ¿Acaso lo hizo? Prefirió no luchar, hacerse a un lado con todo y lo que eso le costaría porque fue más importante para ella mantener a sus hijos con vida que enfrentarlos con nosotros. Tenía derecho a pedirte parte de la herencia, el mantener el apellido para ellos. No lo hizo. ¿Por qué insistes en verla como enemiga?
—Son cosas que no entenderías.
—Tu rencor está por hacer la vida desgracia de Jacaerys. ¿Tanto mal te hizo ella que es mejor ver a mi hermano infeliz que aceptar que realmente quiere una vida con Aegon? ¿Quieres lo mismo para mí?
—No, por supuesto que no.
—Ya suéltalo, mamá. No puedes ganar todas las batallas.
—Deberías dormir un poco.
Lucerys agradeció que fuese más importante atender los asuntos de los Exterminadores que cuidarlo, dejándolo solo para reordenar sus pensamientos. Rayón le trajo su desayuno, sentándose a su lado mientras comía, lanzando un suspiro hondo.
—Esto se puso color de hormiga ¿eh?
—Nadie ha querido decirme qué tan fea estuvo esa pelea para que todos estén blancos del susto.
—Cariño, en una escala del 1 al 10 donde 1 es un apocalipsis zombie y 10 el mundo devorado por Inorgánicos, tu batalla obtuvo un 15 al menos. Por lo que alcancé a ver había sangre y cuerpos hechos pedacitos por doquier, y esa cosa carcajeándose contigo en su panza.
—¿Qué?
—No te lo puedo asegurar, pero oí a Jacerys contarle a su bonito Omega que Vhagar terminó lastimada de un ala de no soltar esa cosa para que Aemond te pudiera sacar. Casi hubiera muerto de no ser porque te liberó a tiempo y tu linda espada hizo lo suyo —Rayón negó mirando al techo— Tuve la guardia más pesada de mi vida, heridos por todos lados y tu familia vuelta loca.
—Lamento los inconvenientes, Rayón.
—Nah, es parte del oficio. Tu Omega me dejó algo para ti.
Aemond había enviado una caja pequeña con un trozo de un mechón de sus cabellos. Lucerys rio vuelto loco de felicidad. Un Omega no entregaba semejante prenda a menos que realmente estuviera seguro de sus sentimientos. Había parejas casadas que nunca habían tenido ese gesto. Llevándose ese mechón a su nariz, lo olfateó gustoso. Fuego, vida, fuerza, el universo mismo. Así le pareció su aroma, teniendo más ánimos los días siguientes para recuperarse. Jacaerys sustituyó a su madre, siempre con Aegon a su lado. Por la expresión de su rostro, supo que tenía algo jugoso qué contarle.
—Descubrimos algo.
—¿Sobre ese Invasor?
—No, lamentablemente, pero sí qué están haciendo.
—Dime.
Jace miró a su Omega, este sonriendo al sacar de un bolsillo de su pantalón una servilleta usada que extendió en el regazo de Lucerys. Sin duda era algo que no debía saber, de ahí el tipo de material para semejante mensaje escrito apuradamente. El joven Alfa dejó su sonrisa para fruncir su ceño al entender los garabatos de Aegon, mirando a ambos quienes asintieron.
—Es imposible.
—Fue algo que detectó Daeron —asintió Jacaerys— Por mera casualidad mientras visitaba a los Maestres.
—¿Cómo es posible que los Invasores estén acercándose a Pozo Dragón?
—La pregunta del millón de dólares —Aegon arqueó una ceja.
Pozo Dragón era el templo sagrado de los Exterminadores, un sitio oculto cuya ubicación únicamente era conocida por los Maestres de Poniente y los Targaryen. Los sacerdotes que ahí vivían jamás salían de ahí una vez que entraban a sustituir un lugar, evitando así el ser secuestrados para obtener las coordenadas secretas, igual que los Maestres solían borrar toda evidencia de los sistemas de seguridad, algunos incluso sometiéndose a intervenciones quirúrgicas para olvidarlo. Se le cuidaba tanto porque era el portal donde los Espíritus Guardianes entraban y salían para ser invocados o bien recuperar sus energías perdidas en una batalla. Un punto estratégico que si era destruido, los dejaría a ellos sin sus protectores, quedando tan débiles como un humano ordinario.
—Esto es traición —afirmó Lucerys con rabia— Alguien nos ha vendido… un momento, ¿desde cuándo saben esto los Maestres? Jace, ¿esta es la razón por la que mamá sacó a Lady Alicent? ¿Cree que ella lo hizo?
—Buena teoría —replicó su hermano— Ambos sabemos que no es así.
—Mamá puede tener sus errores, pero nunca nos arriesgaría tan estúpidamente —se unió Aegon— Esto viene de otra parte.
—Lo investigaré, Luke, no te preocupes.
—No dudo que esto se relacione con el cambio en los Invasores y la aparición de Inorgánicos.
—Sin duda alguna, hermano. De momento, haremos como que no sabemos nada o alertaremos a quien está detrás de esto.
—No pensaba hacer algo diferente.
Cuando Aemond tuviera la oportunidad de visitarlo a solas, intercambiaría opiniones con él, ya sabiendo que Jace le iba a informar. ¿Quién estaba traicionándolos? ¿Por qué? Se le ocurría que podía ser una suerte de trato con esas entidades a cambio de asesinarlos para hacerse del poder, solo que era una espada de doble filo. Los Invasores no hacían pactos con nadie, sencillamente porque eran seres de otra dimensión a las que nada les importaba los asuntos humanos. Tan solo querían la energía viva para alimentarse y pasar al siguiente mundo, así que les daba igual si eran Targaryen u otra casa, todos poseían el mismo sabor para ellos.
—Es alguien que aprovecha nuestra división para lograr su cometido —fue la respuesta de Aemond— Para su desgracia, Corlys Velaryon tuvo la genial idea de obsequiarle una espada viva a su nieto, un arma que puede echarlo a perder todo.
—Ops.
—Luke, tenemos que irnos con más cuidado.
—Me gusta ese “tenemos”.
—Luke.
—Te escucho.
—He pensado en lo que te sucede cuando se liberan todos los sellos de Llanto de los Penitentes, para que seas capaz de vencerlos, la espada necesita que tu mente funcione de otra manera. Por eso no recuerdas nada al despertar, tu cerebro asciende a otro nivel de consciencia.
—Tiene sentido para mí.
—Pero si no tienes control, volverás a estar en riesgo.
—¿Qué has pensado?
El Omega tomó aire, para sorpresa de Lucerys, lo vio nervioso como nunca.
—¿Aemond?
—Nosotros… debemos estar mejor vinculados.
—Aclara eso antes de que me haga ideas que no son.
—Idiota.
—Tienes que darme crédito. Explícame.
—Bueno… dijiste que tu espada funciona porque tiene algo qué proteger. A través de eso, puede ser que yo… que yo logre guiarte.
—Espera —Lucerys levantó una mano— Por muy interesante que suene, no quiero que te fuerces a…
—Sería al revés.
—¿Eh?
—Yo te marcaré.
Se hubiera echado a reír de no ser por la expresión seria de Aemond, sonaba a locura, más no imposible. El joven Alfa parpadeó, asimilando esa propuesta. Marcado por un Omega. No sonaba tan mal. Lucerys se acomodó mejor en la camilla, mirando fijamente al otro.
—De acuerdo. Hazlo.
—No ahora.
—Aemond, aprovecha que estoy bajo efectos de medicamentos.
—¿Qué hay de tu madre?
—Oh, bien, otra raya al tigre no se notará. Hazlo.
Dolió como mil infiernos de Dante, su esencia Alfa queriendo rebelarse por acto reflejo. La mejor parte fue tener los labios de Aemond prendidos de su cuello, su lengua lamiendo su piel adolorida pasando lentamente como una caricia. Bastante sensual si alguien le hubiera preguntado. Lucerys no pudo decir algo porque en esos momentos escuchó algo en su mente con tal fuerza que parecía una voz haciendo eco cientos de veces cual campanas de catedral retumbando. Sujetó una mano del Omega, abriendo sus ojos de par en par igual que él porque ambos lo percibieron al mismo tiempo.
Llanto de los Penitentes estaba cantando.
Chapter 5: Día 5: la esencia de tu piel
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Día 5
La esencia de tu piel.
Regla No. 15 de los Exterminadores: todos los Invasores poseen un punto débil.
Aemond rodó su ojo, dedicándole una mirada a ese par de melosos no lejos de él, en la biblioteca de Rocadragón buscando información sobre los Invasores. Les gruñó por esos arrumacos, mirando los viejos libros frente a él en los que buscó ignorar las risitas de Aegon con los susurros de Jacaerys. Estaba celoso, eso era lo que sucedía en verdad, nunca había visto a su hermano mayor sonreír tan feliz, ni que hubiera un idiota que gustara de sus tonterías sin sentido como lo hacía el primogénito de Rhaenyra, obsequiándole besos hasta porque respirara. Observó esas manos del joven Alfa hacer cosquillas o recorrer atrevido el cuerpo de Aegon, quien se retorcía en sus brazos buscando una dignidad que jamás había tenido, con las mejillas sonrojadas con su prometido a las espaldas besuqueando su cuello.
Sí, estaba muy celoso.
Le hacían preguntarse qué tan bien debía sentirse eso, de ser manoseado y consentido por un Alfa, estar entre sus brazos escuchando su voz en el oído, tener tan cerca el calor de su cuerpo u olfatear mejor su aroma. Aemond se relamió inconscientemente sus labios al recordar el sabor de la sangre de Lucerys, era como un vino añejo pero al mismo tiempo dulzón como un néctar, sin duda la mezcla ideal para un Exterminador que era fuerte y noble. El Omega negó, levantándose para ir a otra parte de la biblioteca donde la peste de esos dos no le irritara la nariz, continuando con su lectura.
Al carecer de registros precisos sobre los Invasores, todo lo que les quedaba eran los archivos antiguos en cuanta casa hubiera para buscar una pista tenue de la nueva naturaleza de sus mortales enemigos. Si volvía a aparecer otro de esos monstruos, esta vez no podría hacer nada pues Lucerys todavía estaba en el hospital recuperándose. No le faltaba mucho, pero Rhaenyra había ordenado que no fuera dado de alta hasta que en verdad se hubiera recuperado así cayeran mil Invasores sobre la Tierra. Aemond miró su celular, intercambiando mensajes con Daeron sobre lo que estaban encontrando en esa vieja biblioteca de la familia, siendo guiado por su hermanito para husmear entre los amarillentos volúmenes cuya información no se encontraba en los archivos de Poniente.
Un nuevo mensaje apareció en su teléfono, una fotografía del tonto de Lucerys presumiéndole su jugoso almuerzo que Rayón había ido a comprarle pues estaba harto de la insípida dieta del hospital que para el apetito de un Alfa era una miseria. El Omega sonrió al ver esa expresión bobalicona, deteniéndose a contemplarla mucho mejor hasta que la risita de Aegon le recordó qué estaba haciendo, casi tirando el celular al guardarlo aprisa, volviendo a su silla para continuar leyendo justo al aparecer la pareja, su hermano mayor llegando a él con unos pergaminos que desplegó sobre la mesa.
—Encontramos esto.
—¿Qué es?
—Le llamaron La Larga Noche, fue la primera vez que los Invasores atacaron, los Exterminadores no existían en ese entonces y la humanidad casi desapareció de no ser porque aparecieron los primeros cazadores que hechiceros ayudaron al darles un espíritu que los protegiera del poder de aquellas criaturas de otra dimensión —explicó Aegon, terminando de acomodarse su playera— Yo sé que esta historia está por demás conocida, pero mira esta parte de la ilustración.
Aemond lo hizo, ya había visto una copia de esa batalla famosa entre los primeros Exterminadores que fueron de la familia Targaryen y los Invasores, usando los espíritus draconianos. Pero el detalle que le señaló su hermano mayor hizo que esa parte tuviera otro contexto. Era un humano devorando a un Invasor, lo cual no tenía nada de sentido desde que estos eran mayores en tamaño, ya no se diga poder, jamás podría suceder algo así, no que tuviera ser tan literal. Los dos hermanos intercambiaron una mirada, pensando exactamente lo mismo.
—Híbridos.
—Pero ¿cómo? —Aegon sacudió su cabeza— Es imposible.
—Si los Exterminadores podemos invocar espíritus a través de un lazo de sangre, quizás hayan hecho lo mismo.
—Un Exterminador tuvo la genial idea de fusionarse con un Invasor, digamos, para lograr vencerlos en su propio terreno… ¿y luego le ganó la ambición?
—No es que le haya ganado nada —Jacaerys apareció trayéndoles algo qué comer— Fue que el Invasor tomó control de su cuerpo, un humano ingenuo que pensó por un instante que su sola fuerza de voluntad podría someter a una entidad de niveles superiores de consciencia.
—Gracias, Alfa.
—Debes comer.
Ignorando esos besos acaramelados, Aemond alcanzó un sándwich para comer, meditando las palabras de Jace sobre un posible híbrido. Sonaba lógico, más faltaba algo. Necesitaba las ideas locas de Lucerys para una perspectiva diferente.
—Me llevaré esto.
—Adelante, Aemond. ¿Necesitas algo más?
—Estoy bien, no quiero dar más problemas.
—No te preocupes, mamá ya está haciéndose a la idea.
—¿Qué idea?
—¿Cómo qué cuál, pedazo de animal? —Aegon bufó— A que volveremos a ser parte de la familia. Bueno, yo ya soy.
—Claro, mi Omega.
—Los llamaré luego —Aemond casi salió huyendo de la biblioteca porque no soportaría más peste de esos dos.
Fue al hospital, preguntando si acaso alguien estaba con Lucerys, afortunadamente Daemon ya se había marchado junto con Joffrey, las últimas visitas. Rayón lo pasó a la habitación donde encontró al joven Alfa leyendo un libro mientras escuchaba música, ambos dejándolos a un lado cuando lo vio llegar, el enfermero cerrando la puerta tras el Omega con una sonrisa cómplice.
—Hey, que gusto verte.
—¿Te dijeron algo por…?
Lucerys se llevó una mano al cuello, riendo divertido. —Me dijeron un montón de cosas por las cuales no debes preocuparte.
—¿Estás seguro? ¿No veré mi nombre en los boletines de Poniente pidiendo mi cabeza?
—Claro que no, sería una deshonra. Ven, ven, siéntate a mi lado y muéstrame que traes bajo el brazo ¿es un regalo de cortejo?
Gruñó enfadado, pero sentándose al lado de Lucerys para explicarle la teoría de su hermano mientras señalaba ese diminuto fragmento de la ilustración que bien podía pasar como un mero capricho del artista de no ser por los últimos eventos. Aemond estaba terminando de contarle cuando llegó un mensaje a su teléfono que compartió con el joven Alfa, esos dos idiotas irían al subterráneo a examinar el lugar en busca de rastros de ADN, pues si era cierto que ese Invasor podía ser un híbrido, no encontrarían algo de su especie más sí de un humano, confirmando sus teorías.
—Vaya, al menos hacen algo mejor que estar apestando todo Rocadragón.
—¿Qué tiene eso de malo? —Lucerys ladeó su rostro, observándolo— ¿No será que… tienes celos?
—Claro que no —bufó despectivo.
—Oh, yo digo que sí.
—Ves cosas que no son.
—Eso es tu poder, hermoso.
—¿Qué me has dicho?
Una sonrisa de oreja a oreja apareció en el rostro de Lucerys, girándose hacia él para abrazarlo de sorpresa, tumbándolo en la camilla con aquel encima.
—Hermoso, hermoso, hermoso.
—¡Luke!
—Sshh o Rayón nos escuchará.
—Pero…
Ya no pudo continuar, una boca se cerró sobre la suya, pataleando apenas porque no había ido a eso, no que realmente le molestara esa lengua enredándose con la suya de forma tan desesperada que el Omega se dio cuenta que estaba necesitando del sabor de Lucerys como si se tratase de comida, con toda seguridad causado por la Marca que le había hecho. No era solamente sus labios, tenía una cosquilla por olfatear el cuerpo del Alfa encima suyo que lo inmovilizó al sujetarlo mejor, a costa de que pudiera lastimarse o que Rayón pudiera entrar en cualquier momento y sacarlos a ambos a patadas.
Lucerys pareció tener el mismo problema, liberando su boca que jaló aire para explorar ahora su cuello de donde se prendió, mordisqueando y llegando cerca de esa parte sensible protegida por el collar que lo hizo gemir sin querer, mordiéndose un labio para callar los siguientes sonidos que no pudo evitar por la lengua chupándolo como si fuese un niño goloseando una paleta. Aemond sintió el cuerpo flojo, más caliente también, el aroma Alfa tan cerca de su nariz que hasta picaba, jadeando con sus piernas removiéndose inquietas, siendo separadas por las de Lucerys quien gruñó, acomodándose entre ellas, todo el peso de su cuerpo cayendo en el Omega, ahogando su queja en un nuevo beso.
Se suponía que debían estar ideando un plan para cuando Lucerys fuera dado de alta y no estar restregando sus cuerpos. Las manos de Aemond quisieron empujar por el pecho al Alfa sobre él, pero todo lo que hicieron fue arañar la piel debajo de la pijama, necesitando sentir más, apenas si gimiendo cuando la cadera de este se pegó a la suya, haciéndole sentir algo duro ahí. Lucerys gruñó casi en un ronroneo, sonriendo para sí mismo al morder apenas el cuello a su disposición, subiendo a su oreja que lamió y tiró con sus dientes, murmurando con una voz que estremeció al otro Exterminador.
—Amo tu piel, huele delicioso, tiene algo que me vuelve loco.
Aemond siempre se había jactado de ser impecable en su limpieza personal, disciplinado con ello para evitarse líos, prácticamente anulando cualquier aroma de su casta, pero el que Lucerys fuese capaz de olfatearlo de esa manera lejos de ofenderlo al hacerlo pensar que se había descuidado, todo lo que pasó fue que gimió con más fuerza, llevándose una mano a la boca pues todavía estaba consciente del sitio en donde se encontraban. Las manos del joven Alfa tiraron de su camisa que abrió, bajando a su clavícula que besó antes de lamerla, esas manos rasposas por tanto sostener un arma colándose por debajo de la ropa, atrapando entre sus dedos sus pezones que masajearon hasta que dolieron de lo sensibles que quedaron, disponibles para la boca hambrienta de Lucerys.
El Omega se retorció, casi sangrándose el labio de morderlo con tal fuerza buscando no delatarse porque escuchó unos pasos cerca del pasillo que daba a esa habitación, tirando de los cabellos ondulados de Lucerys queriendo detenerlo, solo recibiendo una mordida en castigo que fue consolada por una lengua enredándose en esa piel sensible con Aemond arqueándose con sus pies tallándose por los talones contra la camilla sin saber cómo quitarse de encima a ese abusivo porque su cuerpo no estaba obedeciéndole, menos cuando estaba respondiendo a esos estímulos, sus muslos de pronto cerrándose alrededor de las caderas de Lucerys cuando empujó con fuerza tirando con su boca de otro pezón.
—L-Luke… —casi suplicó, apretando los labios como sus párpados, sintiendo el rostro caliente porque se dio cuenta de que estaba humedeciéndose.
Si el enfermero entraba, iba a encontrarlos en una posición comprometedora con el Alfa deleitándose con su piel en la que estaba dejando marcas de sus colmillos o en sus caderas que sujetó con fuerza para mantenerlo estampado contra la camilla al volver a su cuello, una de sus manos soltándolo solo para serpentear entre sus cuerpos, abriendo su pantalón para tomar su erección que no supo ya dolía por estar atrapada bajo la tela, casi a punto de gritar de no ser porque otro beso vino a salvarlos. Aemond jaloneó los cabellos de Lucerys con una mano, otra aferrada a ese brazo que lo masturbó lentamente, sus caderas sin dejar de restregarse.
Abrió sus ojos, enfadado y complacido, llevando sus manos al pecho agitado del Alfa, empujándolo débilmente, solo para ver a este tomar su propio miembro que talló con el suyo, acariciando ambos entre más empujones. Negó, un poco asustado por cómo se sintió, ya todo su cuerpo estaba ardiendo sin mencionar que seguramente era más que obvia su humedad. La mano de Lucerys se coló de nuevo en su entrepierna, explorando hasta encontrar su entrada que acarició con Aemond jurando que su rostro debía ser todo un arcoíris porque ese idiota sacó sus dedos lustrosos por su humedad que lamió para su inicial espanto, su Omega interior gritando de alegría.
Un brazo de Lucerys rodeó su cintura, pegándose a él de nuevo, en algún momento se había quitado la pijama y su piel entró en contacto con la de Aemond a quien besó, dejándolo probarse a sí mismo con esa mano volviendo a rozarlo mientras sus erecciones estaban presas entre sus cuerpos, restregándose al compás de las caderas del joven Alfa quien ronroneó en ese beso que los dejó a ambos salivando, mirándose con ojos perdidos en placer, los de Lucerys tiñéndose de rojo antes de atacar su cuello una vez más, moviéndose de esa forma sin encontrar ya nada de resistencia.
Ese contacto piel con piel se sintió demasiado bien para Aemond, retorciéndose bajo el cuerpo de Lucerys con sus labios tan apretados que dolieron, cerrando su ojo con sus piernas ya enredadas en la cintura del otro sin que se hubiera dado cuenta. Una corriente eléctrica recorrió toda su espalda, desde su entrepierna hasta su nuca como un latigazo que lo hizo arañar los hombros de Lucerys, estaba por terminar y este lo supo, besándolo una vez más, enredando su lengua para hogar el grito que se le escapó al arquearse tenso, corriéndose con jadeos entrecortados. El joven Alfa murmuró algo en su oído, pero no lo entendió, todavía perdido, empujando un poco más antes de seguirlo en ese éxtasis.
Iba a ser imposible engañar a Rayón, de eso estuvo consciente el Omega cuando la sensatez regresó a su mente después de un paseo corto por el paraíso de la lujuria. Lucerys respiraba pesadamente contra su cuello, todavía sujetándolo posesivo unos minutos más antes de separarse para ver el desastre que eran. Aemond gruñó, sus ropas estaban manchadas, dedicándole una mirada al tonto aquel sonriente cual niño travieso, muy orgulloso de lo que había provocado, no que eso le impidiera sujetarlo por la nuca para volver a besarlo, esta vez más tranquilo, dejando que pasara toda la euforia y esas feromonas volvieran a aplacarse, orando porque la ventilación fuese lo suficientemente buena para ayudarlos a borrar la evidencia.
—Tengo que limpiarme —susurró, una vez calmado.
—Te ayudo.
—Rayón va a enojarse.
—Lo dudo.
Los Siete lo habían iluminado al recordar llevar una gabardina consigo, que le sirvió para ocultar esas manchas lavadas que por supuesto no iban a secarse tan rápido. Lucerys cepilló sus cabellos, besando su cuello que lucía unas mordidas que cubriría con el cuello alto de la gabardina, mirándose en el espejo del baño con Lucerys abrazándolo por la espada sonriendo triunfal.
—No vine a esto.
—Pero igual fue genial ¿no? Ahora tendré un exacto recuerdo de la esencia de tu piel.
—¿Para qué necesitas algo así?
—Es mi motivación.
—Deberías tener otras razones más loables.
—¿Qué puede ser más honorable que el exquisito cuerpo de tu Omega?
—Lucerys.
—No miento.
—Pervertido.
—Un poco, no lo niego, solo por ti.
—¿Estás bien?
—Claro, podría ya volver a pelear, pero mamá quiere verme como si hubiera nacido ayer.
—Te quiere.
—Lo sé, pero somos Exterminadores, no podemos darnos el lujo de tomarnos vacaciones y menos en estas circunstancias.
Aemond se quedó quieto, recibiendo esos besos en su hombro y cuello.
—¿Quién crees que pudo haber hecho esto?
—Alguien que nos conoce bien, está cerca de nosotros e incluso puede que tenga nuestra amistad, solo que en el fondo hay maldad en su corazón. Una muy oscura porque no le está importando las vidas inocentes que esto está costando.
—Eso es… como todo el gremio de Exterminadores.
—Pero que nos odia.
—No tiene sentido eso para mí.
—Recuerdo que Harwin nos decía que hubo un tiempo en el que los Invasores tuvieron un culto entre los humanos porque los consideraron dioses que venían a purificar el mundo de sus pecados.
—Solo eso nos faltaba.
—Puede que de ahí haya salido nuestro traidor.
—Le diré a Daeron, es bueno rastreando esa información.
—De acuerdo.
—¿Luke?
—¿Qué pasa, hermoso?
—Quién esté detrás no contaba con Llanto de los Penitentes, ya te lo dije. Ni tampoco con que pudieras activarla.
Lucerys se detuvo, levantando su mirada para verlo por el reflejo, frunciendo su ceño con sus brazos apretándolo.
—¿Insinúas que intentará atacarte?
—Puede ser, no todos sabían que yo obtuve un Primus Draconis, pero no necesitan matarme, Luke. Solo basta con que yo pierda a Vhagar.
—¿Cómo?
—No lo sé, eso me molesta.
—Dioses, tengo que salir ya de este hospital.
—No puedes desobedecer a la Matriarca.
—Si alguien…
—Estaré bien.
—Bueno, si vuelves a visitarme…
El Omega dio unos manotazos para que lo soltara, alejándose antes de que pasara algo más, tomando su gabardina que se colocó, girándose hacia Lucerys.
—Si unimos todas las piezas lograremos dar con su identidad, porque hay otro detalle importante en todo esto. Nunca hizo nada durante el gobierno de mi padre, dudo que haya sido por falta de recursos o momento adecuado, sospecho que fue para no ser descubierto por él, si algo tenía padre era que conocía a todos los Exterminadores como la palma de su mano.
—Esa es buena. Lo pensaré también.
—¿Serás capaz?
—Oh, mi corazón.
—Ya debo irme.
—Aemond, lo digo en serio, cuídate mucho —el Alfa se le acercó, robándole un corto beso— No vayas a lugares desconocidos ni te veas con alguien que no sea de confianza. Espera a que pueda reunirme contigo, no te expongas ¿sí?
—Trataré.
—¡Argh!
No vio a Rayón en el pasillo, oportunidad que aprovechó para huir antes de escuchar algo inapropiado o un reclamo por sus actividades. Al regresar a Torre Alta, le esperaba una ansiosa Helaena, sus manos nerviosas retorciéndose por algo que la tenía preocupada, corriendo hacia él en cuanto cruzó las puertas del castillo.
—Hermano, hermano… la Matriarca está aquí.
Aemond tragó saliva, cerrando mejor su gabardina al seguir a su hermana hacia la sala donde esperaban su madre y Otto sentados en un sofá, Rhaenyra y Daemon del lado opuesto, los cuatro volviendo sus rostros hacia él cuando entró, saludando con una pequeña reverencia con su mirada huyendo hacia la de Alicent en espera de que pudiera protegerlo de lo que fuese a suceder. No estuvo muy seguro si el aire del camino había despejado toda peste de Lucerys, de todas formas había rastros en su cuerpo de él, bonita cosa tener a la madre de ese Alfa ahí observándolo con esa misma expresión de una hiena que está ofendida porque un idiota ha pisado sus territorios.
—Buenas noches —saludó tranquilo— Mis señores.
—Estábamos esperándote —replicó Daemon, su olfato seguro ya le había dicho dónde había estado.
—Tenemos algo que discutir contigo.
Ya esperaba el reclamo de Rhaenyra por la Marca en Lucerys, evadiendo la mirada de reprobación de su abuelo al escuchar su atrevimiento, sobre todo porque era demasiado raro, por no decir casi imposible que un Omega marcara a un Alfa de esa forma. Explicó de inmediato la razón, escudándose en la espada viva que necesitaba de ellos bien sincronizados, esperando que no sonara como un perfecto manipulador cuya única intención era usar el poder de un Exterminador a su beneficio. Alicent suspiró, alcanzando una mano suya al estar sentado entre los dos adultos, mientras intentaba convencer a los otros dos que las cosas entre Lucerys y él no eran tan… formales como Jace y Aegon.
—Esto es inaudito —comentó Rhaenyra— Mis hijos haciendo lo que se les da la gana solo por…
—¿Funcionó lo que buscabas con esa Marca? —preguntó Daemon.
—Sí, la espada reaccionó.
—Quisiera hablar a solas con él —ordenó la Matriarca.
Aemond se mantuvo quieto, asegurándose discreto que su gabardina se mantuviera lo más cerrada posible, esperando por las palabras de su media hermana. Rhaenyra entrecerró sus ojos, levantándose para pasearse alrededor de los sofás.
—Primero Jacaerys, ahora Lucerys. O los dos al mismo tiempo, no lo sé. ¿Qué pretenden ustedes?
—Nada, mi señora.
—Sin duda, tienes una tendencia a reclamar cosas que no se te fueron dadas originalmente ¿cierto?
El Omega resistió el gruñir por ese comentario, apretando apenas sus puños, mirando hacia la mesita buscando controlar su enfado.
—No sabía que luchar por lo que uno sueña era una ofensa.
—Dime, Aemond, con toda honestidad, ¿te interesa acaso mi hijo o solamente estás revolcándote con él para humillarnos?
—… no lo marqué en juego, si es la pregunta.
—Lucerys es nada menos que el heredero de Marcaderiva, de la Casa Velaryon, tiene un legado importante qué cuidar.
—No pretendo sabotearlo.
—¿Qué tal beneficiarte? Sin duda, toda tu familia estaría muy bien acomodada si te conviertes en su Omega.
—Mi señora —Aemond levantó su mirada— Con toda seguridad soy el menos indicado para hablar sobre honor y sentimientos firmes, pero no soy esa clase de persona que usa a otra para beneficio propio si es así como está considerándome.
—¿Ah, no?
Aemond cerró sus ojos, poniéndose de pie. —Escucha, Rhaenyra, basta de esto. Si no puedes superar que mi madre sedujo a tu padre no es mi problema, lo hizo y punto, queda claro que fue un error si miramos donde estamos parados todos nosotros. Parece que te haces de la vista gorda ante nuestra situación, quieres algo que ya no tenemos para dar, ¿has visto nuestros collares? ¿O acaso has leído lo que escriben en Poniente sobre nosotros? Son razones suficientes para que te odiemos de corazón, pero mi madre no nos enseñó eso, ha preferido perder y ser despreciada antes que ondear la bandera de la guerra en tu contra. Yo no pedí esto con Lucerys, no lo busqué para vengarme de ti o dejarte en ridículo ¿quieres por un momento dejar de pensar en ti y aceptar que no todo gira a tu alrededor?
—Es mi hijo.
—No tu esclavo.
—Tú…
—He visto el rostro feliz de Jacaerys, tan similar al de Lucerys, pero si esa dicha no es razón suficiente para ti no queda más que hablar. Adelante, separa a mi hermano de tu primogénito, te daré mi palabra de que nunca más volveré a ver a Luke. Solo no te lamentes cuando tu mundo se venga abajo porque tu egoísmo fue mayor al futuro de tus hijos. Yo nunca escuché una palabra de cariño de nuestro padre, jamás le importé, si me hubieran violado o torturado él no hubiera movido un dedo. Cualquier otra persona en mi lugar te odiaría a muerte, yo no. ¿Sabes por qué? Porque eso lastimaría a mi madre, esa a la que le prometiste que harías una vida junto a ella la noche previa antes de que te revolcaras con Criston Cole.
—Tienes agallas para hablarme así.
—Allá afuera, hay Exterminadores dando su vida ahora mismo para continuar el legado que se nos entregó desde hace varias generaciones. Tenemos un deber con el mundo, que supera a toda necesidad individual, es una tristeza que mi madre lo tenga más claro que tú. Como dije, haz lo que te venga en gana, sin duda, vas a demostrar de una buena vez por todas que sí eres lo que imaginamos sobre ti. Una princesa mimada a la que le importa una mierda pisotear a los demás con tal de satisfacer sus caprichos.
—¡Aemond!
—Yo me sacrificaría por Luke cualquier día, daría toda mi sangre con tal de que su espada exterminara a los Ïnvasores. Haría eso y más, solo por él, pero eso no te importa, todo lo que quieres es imponer tu voluntad bajo la máscara de madre devota. De acuerdo, mi señora, Matriarca Targaryen, hágase lo que deseas.
Salió de la sala temblando, eso último se le había salido sin querer, Aemond se llevó una mano al pecho por su corazón desbocado y las muchas ganas de llorar, dejando atrás a los demás que esperaban en el pasillo, subiendo a zancadas a su recámara, azotando las puertas. Helaena lo alcanzó, abrazándolo sin decir nada, ofreciéndole su hombro donde se desahogó. Daeron llegó después, caminando de puntitas al entrar, uniéndose a ese abrazo al que finalmente también se integró Alicent cuando Rhaenyra y Daemon se hubieran marchado.
—Mis cachorros, los Siete saben que esto es lo que menos deseo para ustedes.
Volvieron los días tristes, silenciosos. Aemond angustiado por Aegon, era quien más iba a sufrir sin duda. Otto los llamó una tarde, esperando a que estuvieran todos sentados frente a él, observándolos serio y luego sonriendo discreto.
—No sé qué cosas le dijiste a la Matriarca, Aemond, pero funcionó. Ha dado su permiso para que tanto Aegon como tú mantengan su relación con sus hijos.
Helaena gritó en alegría, besando la mejilla de su hermano, Alicent dando gracias a los Siete con Daeron silbando aliviado. Su abuelo levantó una mano, con una ceja arqueada.
—No he terminado, no solo eso. Quiere que regresen a la Fortaleza Roja… como Targaryen.
Daeron casi los dejó sordos con su grito.
Chapter 6: Día 6: ¿Y si te como a besos?
Chapter Text
Día 6
¿Y si te como a besos?
Regla No. 23 de los Exterminadores: una batalla no termina hasta que el Invasor desaparece.
El alboroto en la Fortaleza Roja por la llegada de los nuevos miembros de la familia era digno de una comedia de televisión. Lucerys estaba sorprendido por el comportamiento de sus hermanos, ya estaba algo resignado a que, salvo Jacaerys, todos ellos se comportarían más o menos hostiles de solo saber que Alicent y sus hijos vivirían en el castillo de ahora en adelante. Rhaena y Baela no tanto, ellas habían sido educadas muy bien por su madre antes de morir, y la abuela Rhaenys tuvo cierta influencia en sus nietas pese a la distancia, así que estaban más que curiosas por conocer mejor a todos sus primos lejanos. Joffrey, Aegon y Viserys eran los perritos labradores que todo andaban preguntando.
—¿Crees que esto les guste?
—¿Y si intercambiamos recámaras?
—¿Estaría mal si entrenamos juntos?
—¿Qué hace Daeron?
Lucerys en realidad no tenía por qué andar respondiendo a sus inquietudes, después de todo, su lugar ya estaba en el castillo de Marea Alta, solo que el recibir a Aemond con su familia lo hizo presentarse con su madre, luego de ser dado de alta con las recomendaciones debidas de los médicos de no esforzarse mucho en sus próximas misiones. Estaba asombrado de que su Omega se hubiera plantado de frente a su madre para hacerla entender cosas que necesitaban resolverse en la familia, no que le extrañara pues si algo tenía Aemond era que sabía enfrentarse a los peligros sin temor o con mucho, pero sin dejarlo notar.
Alicent y sus hijos llegaron por la tarde, asombrados como ellos, saludando a Daemon quien los recibió, guiándolos hacia el comedor donde cenarían para luego ponerse de acuerdo en qué habitaciones ocuparía quién puesto que los hermanos de Lucerys habían ocupado las principales. No perdió detalle de la forma en cómo Baela charlaba con Helaena, ganándose su confianza casi de inmediato. Aegon competía con Viserys por llamar la atención de Daeron, recibiendo pellizcos discretos de Joffrey para que no fueran tan encimosos con ese Omega. Lucerys sonrió, buscando la mano de Aemond mientras escuchaban a sus padres hablar entre ellos de forma pacífica, como siempre debió ser.
—En realidad, estaremos bien con lo que puedan ofrecernos —propuso Alicent, mirando a sus hijos— Ya es mucha la bondad de ofrecernos este techo y devolvernos el apellido.
—Tomando en cuenta que tenemos prácticamente dos parejas comprometidas entre nuestros hijos, no pueden ser tratados de otra manera —convino Daemon, echando un vistazo a Lucerys con Aemond a su lado.
—Lo que me recuerda que debemos hablar sobre Jace y Aegon —Rhaenyra suspiró casi al mismo tiempo que Alicent, ambas madres aceptando que sus hijos estaban más que vinculados.
Lucerys llevó a Aemond a uno de los balcones de piedra cuando la cena terminó, jalando su mano para que no se negara. Ya no tenían por qué esconderse o temer una separación. Sonrió al ligero gruñido que escuchó del Omega por tirar así de él, sin sentir alguna resistencia de su parte. Era una noche fresca, el viento meciendo ligeramente sus cabellos al reclinarse sobre las piedras, mirando el bosque debajo que bordeaba el castillo.
—Parece que las cosas mejoran.
—Así se ve con el cáncer.
—Aemond…
—¿Cómo te sientes?
—Listo para el siguiente encuentro.
—Y lo habrá.
—¿Esos dos han encontrado algo más?
Aemond asintió, suspirando al mirar hacia el interior del castillo como si esperara ver aparecer en cualquier momento a Daemon o Rhaenyra para decirle que se alejara de él. Lo sabía. El joven Alfa sonrió, estirando un brazo para atraparlo por su cintura, su mano libre acariciando la mejilla fría por el viento, pasando su pulgar por esos labios rosados que miró atento.
—No temas, no van a molestar.
—No tengo miedo. Jace encontró rastros orgánicos, los enviaron a laboratorio para asegurarse de que son humanos.
—¿Cuál es tu teoría?
—Todavía no tengo alguna, siento que falta una pieza importante.
—Opino lo mismo, no se siente del todo completo este escenario.
—¿Tienes algún sospechoso?
—¿Qué desee el poder de la casa Targaryen? Cariño, la lista le da siete vueltas a la Tierra.
Aemond bufó, aprovechando ese pequeño puchero para besarlo, sujetando su mentón. No iba a desperdiciar la oportunidad de saborear esos labios ahora que ya tenía permiso expreso para hacerlo. El Omega jadeó por el apretón de su brazo, muy a propósito para colar su lengua en la boca ajena, danzando con la otra, ladeando su rostro para hacer más profundo ese beso. Su mano bajó del mentón de Aemond hacia su nuca, pegándolo a su cuerpo mientras degustaba el sabor de su boca, combinando sus salivas una vez más, casi sonriendo al escuchar una corta queja al estamparlo contra el muro de piedra, bajando momentáneamente sus manos para sujetarlo por sus piernas que hizo enredar en sus caderas y así poder cargarlo para seguir besándolo a gusto.
Se separó apenas, lamiendo los labios un poco hinchados, mordisqueando el inferior antes de volver a cubrirlos con los suyos, sus manos recorriendo los costados de su Omega, teniéndolo bien pegado contra el muro, tomándose su tiempo para memorizar la forma de ese cuerpo que se estremeció con todo y esas manos queriendo detener las suyas. Lucerys rio, dejando unos instantes aquellos exquisitos labios para contemplar el rostro de Aemond, besando su párpado antes de tirar del parche para descubrir su ojo izquierdo con su dueño tensándose por ello.
—Luke…
—Me gusta verte así. Sin nada que te oculte.
—No me oculto en realidad.
—Pero tu rostro es hermoso para mí.
—Está herido.
—Y por eso es perfecto.
Adoró esa confusión en Aemond, muchos años luchando todo el tiempo, incluyendo dentro de su familia sin escuchar a menudo o sin escuchar nunca lo fascinante que era. Un par de dedos de Lucerys delineó la cicatriz que corría desde su ceja a su mejilla, lento, sintiendo la leve dureza de la piel cicatrizada, imaginando lo que pudo haber sido para un cachorro el ser herido tan salvajemente, solo, sin que alguien hubiera hecho algo en esos momentos porque Viserys estaba más encaprichado en criar a una sola hija suya que un futuro Exterminador capaz de vencer enemigos poderosos sin ayuda. Las mejillas des su Omega tuvieron un calorcillo tierno, un rosa inusual al inquietarse por su adoración al besar tiernamente su cicatriz, repartiendo besitos a lo largo.
—¿Por qué lo haces?
—Para que no olvides que te amo tal como eres.
Las manos que habían estado empujándolo en reclamo, se detuvieron, estrujando su chaqueta. El Alfa esperó un poco antes de besar su mejilla marcada, bajando de nuevo a sus labios en un casto beso, acariciando con sus pulgares el rostro de Aemond, pegando sus frentes de esa forma, con el viento soplando ligeramente más fuerte, enfriando más la noche con estrellas.
—Eres capaz de muchas cosas, increíbles logros, lo sé bien. No pretendo que dejes de hacerlas para que yo brille ahora, ni que te reprimas solo porque creas que debes hacerlo para que yo cumpla mi deber. Como te lo dije antes, sé que mi espada puede ser imbatible porque tengo algo que proteger, y ese algo eres tú, Aemond.
Este quiso decir algo, pero se arrepintió, Lucerys tomó su mentón para que le viera.
—Alguna vez leí algo a lo que no le vi sentido en aquel entonces, ahora sé que tiene muchísima razón y me gustaría que lo escucharas para no olvidarlo porque lo digo en serio.
—¿Qué es?
—Prométeme esto: cuando tengas que elegir entre el mundo y nosotros, elígenos a nosotros, pero cuando debas elegir entre tú y yo, elígete a ti.
—Luke, no.
—No importa que eso signifique sacrificarme a un Invasor.
—No, no, no…
—Primero tú, Aemond.
El abrazo súbito de este hizo sonreír al Alfa, cargándolo para rodear su espalda con un brazo, usando el otro para sujetarlo, besando su hombro en confort. Su Omega podía sacarle los ojos en un mal día, pero siempre estaría preocupado por él, no por nada le había cantado tantas cosas a su madre pese al riesgo de que esta lo quisiera bien muerto por ello. Cuando se tranquilizó, le dejó separarse para verlo así, el viento meciendo los mechones de su coleta como una cola de dragón. Lucerys besó sus labios, sonriéndole luego con mirada traviesa.
—¿Qué quieres hacer en estos momentos?
—Ya es tarde.
—Oh, vamos, los dos hemos pasado vigilias en misiones. Dime, ¿qué te gustaría hacer? Recuerda que estoy cortejándote.
—Se te olvidó eso en el hospital.
—El orden de los factores no altera el producto. Anda, prueba la capacidad de tu Alfa para complacerte.
—Mm… quisiera ver el Lago de la Viuda.
Lucerys se sorprendió, pero aceptó, tomando una motocicleta para ir al no ser tan lejos. Era de esos lugares antiguos en los que todavía estaba vedada la entrada a todas las castas salvo los Alfas al ser un punto de entrenamiento para estos. Solo ellos podían atravesar su barrera mágica, o bien alguien acompañado de un Alfa. Se le llamaba así porque el lago estaba junto a un par de montículos altos producto de la erosión del agua y el viento que daban la forma de unas siluetas humanas. En una batalla de hace siglos, un Invasor rebanó uno de los montículos como huella de su paso. Precisamente era en las noches que por el reflejo de la luz de luna y la ubicación del lago, era que las sombras de los montículos parecían reflejar ambos como cuando estaban completos, pero si uno miraba en lo alto, solo estaba uno, el más pequeño que sobrevivió, al que llamaban la Viuda.
Era un lugar hermoso, además, una reserva bien conservada donde el propio joven había sido entrenado por su padre Harwin de cachorro. Llegaron al lago pasada la medianoche, Lucerys sugiriendo encender una fogata porque hacía algo de frío debido a la humedad del suelo por la cercanía al lago. Admiraron la vista, las aguas quietas con ese juego de reflejos. Aemond abrazó sus piernas, dejando su mentón sobre sus rodillas con un suspiro y la vista fija en el lago, el Alfa observándolo de reojo sin decirle nada, ya conocía esos momentos en que no debía ser interrumpido en sus pensamientos, solo acompañándolo, sentado a su lado con la fogata a sus espaldas que calentaba.
—Debes sobrevivir —musitó Aemond— Tú también debes prometerme lo mismo.
—No puedo.
—Luke.
—Soy el portador de Llanto de los Penitentes, sin duda alguna, ellos vendrán a mí con el objetivo de asesinarme al ser el peligro principal.
—No hables así, podemos vencerlos.
—Yo no niego la posibilidad, ni me ciego a la realidad, cariño. Puedo darte mi palabra de que haré lo posible por no terminar sin vida.
—Es injusto que solo yo deba hacer esa promesa.
—Como lo dijiste, podemos vencerlos.
—Hm —el Omega bailoteó sus dedos— ¿Has imaginado lo que hubieras sido de no haber nacido en el mundo de los Exterminadores?
—Lo he hecho —asintió Lucerys sonriéndole con una ceja arqueada.
—¿Y? ¿Qué te hubiera gustado ser?
—Veterinario.
—Hablo en serio.
—Lo digo en serio, creo que me hubiera gustado cuidar de los animalitos. Arrax es como un perrito con escamas, así que me hubiera sentido afín a esa profesión.
—No te imagino atendiendo vómitos de vacas.
—Gajes del oficio —rió el otro— ¿Y tú?
—No lo sé.
—Oh, vamos, Aemond, sabes que yo sé.
—…
—¿Qué te hubiera gustado ser?
Algo dijo pero no lo alcanzó a escuchar porque lo hizo casi entre gruñidos, desviando su rostro para que no alcanzara a ver su inquietud, casi vergüenza de decirlo en voz alta. Lucerys tiró de su brazo, riendo por esa pena tan inusual.
—¿Qué es?
—Patinar —repitió Aemond casi en susurro— Sobre hielo. Eso.
—Wow.
—Si se lo cuentas a alguien más…
—Por la garrita que no diré nada. ¿Patinador profesional, eh? Uf, esa ropa entallada.
—¡Todo debe ser así contigo!
Lucerys se carcajeó. —Bueno, si logramos vencerlos, harás una pista de patinaje para que desde ese día en adelante patines a gusto.
—¿Haré? ¿No la harás tú en un esfuerzo por complacerme?
—Si estoy vivo, sí —Lucerys pasó un brazo por los hombros de su Omega al verlo con intenciones de levantarse al ofenderse por su respuesta— Papá Leanor decía que lo peor que una persona puede hacer es dar falsas esperanzas. Haré mi mejor esfuerzo, más no quiero engañarte y ambos estamos conscientes de que estoy siendo realista.
—Como nunca sueles serlo.
—Bien, solo porque hoy es una noche linda te prometo mandarte a hacer una pista de hielo para ti solito.
—Mejor.
—¿Tienes frío?
Aemond negó. —Me basta contigo.
—Oohh…
—Así no, idiota.
Permanecieron una hora más ahí, solo mirando el lago abrazados de esa manera hasta que el celular de Lucerys sonó con un mensaje de Daemon preguntando dónde rayos andaban, lo que significó una orden para volver al castillo o serían cazados cual Invasores. Sus tres hermanos estaba ya esperándolo luego de despedirse de Aemond, invadiendo su recámara solo por saber qué tanto había hecho con su Omega, detalles a decir verdad para sus hambrientas mentes adolescentes.
—Solo fuimos a pasear.
—Oh, Luke.
—Ahora largo de mi cama, quiero dormir. Ustedes ya deberían estar haciendo lo mismo.
—¡Queremos saber!
—Pueden preguntarle a Jace, es quien me lleva la delantera.
—Ew, no, es muy vulgar para contarlo.
—¿Ya le preguntaron? ¡Trío de descarados, fuera de aquí!
Después de casi patear a sus hermanos fuera de su recámara, Lucerys se quedó tumbado boca arriba mirando el techo antiguo de esa habitación, aun con el aroma de Aemond en sus ropas. Jamás iba a cansarse de él. Ahora que esa familia había vuelto, el ambiente en el castillo era menos denso y más acogedor, muy parecido al de Marea Alta con sus abuelos a los que debía visitar sí o sí pues ellos debían poseer más información sobre Llanto de los Penitentes y quizá alguna pista de la nueva clase de Invasores. Cuando estaba por ir a la cama después de cambiarse, su oído captó el sonido de pisadas furtivas, rodando sus ojos porque apostó que eran Aegon y Viserys haciendo de las suyas una vez más, saliendo para detenerlos porque no quería que molestaran a los hijos de Alicent.
Se quedó con el reclamo en la boca porque quien estaba pretendiendo ser un escurridizo espía por esos pasillos viejos era nada menos que Baela. Lucerys parpadeó incrédulo, sin moverse para no asustarla, esperando hasta que su media hermana desapareció por una esquina rumbo a su recámara para salir de ese rincón donde se quedó aplastado, mirando hacia ella, volviéndose por la dirección desde donde parecía provenir. Esa parte eran todas las habitaciones que estaban ocupando los más jóvenes, su madre había dividido las recámaras entre hombres y mujeres, Balea había dado un ruedo para evadir un imprevisto puesto que del lado de los chicos había más recovecos donde ocultarse.
¿De dónde había salido?
Lo dejaría para más tarde, ya era de madrugada, una hora poco fiable para pensar con claridad. El desayuno familiar fue de lo más sui géneris, Joffrey, Aegon y Viserys cotilleando entre ellos, discretamente apuntando hacia él, luego hacia Baela. Parecía que alguien más también se había dado cuenta de aquella pilla. Daemon los observó sospechoso, era un excelente cazador para no darse cuenta de que algo sucedió en su guardia, al menos esta vez no lo involucraba a él ni a Aemond, quien intercambió una mirada con él, apuntando con su mentón a ese trío de idiotas, encogiéndose de hombros como respuesta.
—Helaena, te quedaste dormida para el servicio de oración —comentó Alicent, no con dureza, más bien como una observación.
—Lo siento, mami.
—¿Otra vez durmiendo tarde por ver tus series?
—… sí.
En ese momento, Lucerys comprendió por qué Otto no había querido retirarles el collar a sus nietos. Conocía suficiente a la manada que tenía por hermanos para saber qué era una medida precautoria para evitar más sorpresas como la de Aegon. No que eso fuese a detenerlos de hacer otras cosas. Miró a otro lado antes de que Aemond adivinara en su expresión qué estaba pensando, fue más difícil sortear esa mirada inquisitiva junto con la de Daemon que esquivar ataques de un Inorgánico, llenando su boca con comida y así no tener que hablar de algo que no deseaba para tener un desayuno tranquilo, su madre estaba de buen humor y era la primera reunión familiar como tal.
—¿Ah? ¿Entonces ya lo haces con las luces apagadas?
Casi se atragantó ante la indiscreción de Daeron, quien abrió sus ojos como platos al recibir una patada certera de Helaena, quien se bebió de golpe un jugo frío para enfriar sus mejillas. Alicent la observó con el ceño ligeramente fruncido.
—¡Lady Alicent! —Lucerys se puso de pie de golpe, llamando la atención de todos— Solicito cortésmente su permiso para que Aemond pueda venir conmigo a Marcaderiva.
—Hijo, ¿ahora? —Rhaenyra casi brincó en su silla— Podía esperar.
—Se me iba a olvidar y luego me regañan por no pedir permiso.
—Creo que no es necesario el permiso en tal caso —Alicent sonrió al joven Alfa— Ya son prometidos por la gracia de los Siete. Solo compórtense con rectitud.
—Por eso solicito su permiso, no quiero llevármelo como si pareciera un rapto.
Aemond gruñó, Lucerys sonriendo cual ángel. La distracción funcionó, el desayuno terminó sin mayores incidentes, preparando sus cosas para viajar hacia Marcaderiva. Debían aprovechar ese tiempo sin que Invasores aparecieran, no podían llamarlo suerte porque esas cosas no actuaban de forma azarosa. Para Daeron era una suerte de reagrupación, afirmando que los siguientes ataques serían más agresivos, por lo que deberían prepararse mejor y una forma de hacerlo era indagando en la vieja biblioteca de su abuelo Corlys quien además de ser un extraordinario Exterminador en sus tiempos mozos, también había sido de esa clase de viajero que coleccionaba todo aquello que saliese de la norma.
—¿Por qué carajos me usaste en el desayuno?
—Sabes bien por qué ¿o querías que la descubrieran?
—No.
—Ahora es cuando me dices “gracias, Luke, Alfa mío”.
—¿Qué buscaremos en Marcaderiva?
—Lo que no está.
—¿Eh?
Rhaenys les dio la bienvenida, sonriendo al verlo llegar acompañado de Aemond, para su abuela, el que hubiera conquistado nada menos que al orgullo de Otto Hightower era como hacerse con la cabeza de un Invasor al que otros no pudieron vencer. Corlys, por su parte, estuvo animado de que pasaran unos días en su castillo siguiendo esas costumbres rancias de presentar el futuro hogar a su Omega para ser evaluado. Luego de un caluroso recibimiento, fueron a la biblioteca Velaryon. No era tan basta en documentos como la de los Targaryen, pero vaya que tenía tesoros que podrían volver locos a los humanos normales de solo verlos.
—Acá —Lucerys alcanzó la mano de Aemond, guiándolo cual cachorro hacia el área restringida— Este es el lugar.
—Solo hay… trofeos.
—Y estas cosas raras son de antiguos Exterminadores cuyas casas ya no existen, pero quedaron en nuestra historia conocidos como los “Héroes”.
—Explícate bien.
—Quien esté traicionándonos, nos conoce a la perfección, está junto a nosotros, pero no es parte de la manada… más ha servido a ella por largo tiempo. Entre estos trastos de mi abuelo está la pista de quién puede ser, tengo la corazonada de que perteneció a una de estas casas, eso le dio el derecho a estar en nuestro gremio y acercarse a los Targaryen sin levantar sospechas.
—¿Cuántas neuronas mataste para lograr semejante deducción?
Lucerys le sacó la lengua. —Puedo ser brillante si me lo propongo.
Pasaron unas buenas horas inspeccionando cada uno de los trofeos de Lord Corlys, buscando algo que se relacionara con la ilustración. Dejaron su investigación cuando Rhaenys los llamó para el almuerzo en uno de los hermosos jardines del castillo, a diferencia de la Fortaleza Roja que era más sobria y sin muchas decoraciones, el hogar de los Velaryon era más alegre con jardines colgantes en su mayoría además una buena cantidad de balcones abiertos con solárium decorados con vitrales antiguos. Ambos jóvenes se sorprendieron por la mesa con platillos especiales y la Serpiente Marina sonriéndoles.
—Vengan, quiero celebrar con ustedes su compromiso.
El más desconcertado sin duda era su Omega, nada acostumbrado a que le celebraran nada. Su abuelo le demostró por qué era una figura de respeto entre los Exterminadores al presentarle a Aemond sus alimentos preferidos. ¿Cómo lo sabía? Parte de los secretos de un cazador consumado. Lucerys se dijo que debía aprender esos trucos, brindando con sus abuelos. Al menos era un tiempo de descanso para convivir con ellos, no estaba seguro si en el futuro tendrían más oportunidades así, uniéndose a la charla de Corlys sobre su futuro como heredero de Marcaderiva en lo que Aemond se recuperaba de su asombro, escuchando lo que decían a cerca de los tesoros Velaryon.
—Algunos de ellos son en realidad reliquias que han pasado de generación en generación, como pasarán a ti, querido Luke, cuando llegue el tiempo.
—Esperemos eso sea un tiempo lejano, abuelito.
—Podemos ser humanos con Espíritus Guardianes haciendo cosas imposibles a los ojos de los demás, pero no somos inmortales, tenemos nuestro tiempo —Corlys sonrió, mirando a ambos— Me enorgullezco de afirmar que casi habré de heredarles el tesoro completo.
—¿Por qué dice “casi”, Lord Corlys? —preguntó Aemond buscando no parecer contento con las bandejas de comida pese a que su aroma lo gritaba para Lucerys.
—Bueno, en realidad me hace falta una sola de las reliquias, no es la gran cosa, pero siendo parte del legado Velaryon siento el orgullo herido de haberla perdido.
—¿Qué era, abuelito?
—Un pergamino, la genealogía de los espíritus draconianos. Vhagar, por ejemplo, desciende de Vhagaryan Colmillos de Muerte, un Primus Draconis que devoró a nada menos que cinco Inorgánicos él solo. Eso era lo que tenía ese pergamino. Cuando fue el ataque en el antiguo castillo de mi familia, se perdió esa reliquia en la inundación, por más que he buscado no pude encontrarlo, si cayó al fondo del océano sin su protección, debió deshacerse.
—¿Usted lo recuerda? —Aemond se interesó en aquel documento.
—No muy bien, cosas generales, era un pergamino largo ¿saben?
—Y complejo —Rhaenys asintió con una media sonrisa— Luke, termina tu almuerzo.
Hubo algo en la mirada de su Omega que llamó la atención de Lucerys, ya bien enterado de que aquel no le diría nada hasta que no estuviera listo, mientras tanto, volvieron a la biblioteca a continuar con su inspección en ese enorme salón lleno de estantes. Aprovechando que estaban solos, el Alfa se le acercó, atrapándolo por su espalda para besar su mejilla, sus manos recorriendo aprisa su cuerpo antes de que se presentara la consabida queja y un codazo.
—¿No te puedes contener por un día?
—Me gustas.
—Solo repites eso.
—Para que lo creas bien. Me gustas mucho.
Le arrebató la copa que estuviera examinando, girándolo para tomar su rostro y besarlo como si no hubiera un mañana, casi recostándolo sobre la mesa en la que estaban trabajando. Aemond le empujó con un gruñido, Lucerys respondió atrapando sus muñecas que estampó en la mesa, mordiendo sus labios para besarlo de nuevo, controlando esa pierna que intentó empujarlo, acariciándola en su lugar con la sonrisa de victoria apareciendo al olfatear ese cambio de ánimos en su Omega. El beso que comenzó apurado, posesivo, se hizo más lento, tranquilo para que entendiera que no harían nada más, solo era ese momento entre ellos, liberando sus muñecas sin despegarse de su boca hasta que respirar fue una necesidad urgente.
—¿Te ha gustado este castillo?
—¿Por qué quieres saber eso?
—No respondas con una pregunta. Dime.
—Es un lugar lindo.
—¿Para vivir en él?
Aemond arqueó su ceja, sobándose un labio. —No veo dónde puedas poner esa pista de patinaje.
—Me las arreglaré, entonces… ¿eso es un sí?
—Tal vez.
—Oh, eso requiere de más convencimiento de mi parte.
Calló el gruñido de protesta con otro beso, abrazándolo al hacerlo. Nunca le había pasado por la cabeza, pero ahí, comiéndose a besos a Aemond, el joven Alfa tuvo unas enormes ganas de tener esa clase de vida que anteriormente le pareciera lejana. Solo debía no morir cuando volvieran los ataques, cuando esos Invasores comenzaran a buscarlo porque tenía en mano la que podría ser la única arma efectiva contra ellos, capaz de no solo revelar su nombre primordial… también obligarlos a decir cómo era que estaban evolucionando al punto de tener sangre humana en su ser.
Chapter 7: Día 7: Feromonas
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Día 7
Feromonas
Regla No. 53 de los Exterminadores: no todas las pistas son confiables.
El haberse entrenado para detectar el aroma de un Invasor como lo hacen los Alfas, hizo que el olfato de Aemond fuese más sensible de lo normal. Por eso también solía ser muy pulcro con su persona, le desagradaba la sensación de tener un olor que no era de su gusto sobre sus ropas o su piel. Eso también incluía las feromonas que pululaban por todos lados y las cuales no podía controlar para su mala suerte, no era posible decirle a los demás que controlaran sus impulsos, menos cuando una de esas personas era nada menos que su hermano Aegon. Recién había llegado de Rocadragón, luego de visitar a su abuelo al enterarse de la buena noticia de que todos volvían al castillo Targaryen con sus privilegios de vuelta.
Aegon apestaba a felicidad cuando lo abrazó apenas lo vio ahí en Marea Alta donde todavía estaban buscando respuestas al enigma de los nuevos Invasores. Correspondió su abrazo por mero compromiso y porque no le dio tiempo de rechazarlo, frunciendo su nariz a esa peste dulzona, parpadeando un poco al detectar otra cosa en su hermano mayor, ahora sí separándose para verlo con una expresión de sorpresa precavida.
—Aegon, tú…
—Sshh.
—¿Cómo que “Sshh”? ¡Estás gestando!
Su hermano sonrió como lo hacía cuando hacía esas tonterías que sacaban de quicio a su madre o a sus hermanos, llevando una mano a su vientre que acarició apenas con un largo suspiro.
—Bueno, cuando dos personas tienen relaciones…
—No me vengas con esa clase de explicaciones.
—Igual no sabías.
—Aegon, esto no… ¿sabes lo que dirá mamá?
—Que soy un torpe, desconsiderado al honor de los Targaryen… y que está feliz de ser abuela.
—Eso último lo dudo. ¿Lo sabe Jace?
—No, se marchó antes de que me diera cuenta.
—¿Te ha visto un médico?
—¡Pero mírate! Apestas a angustia, hermanito.
—Los Siete perdonen tu imprudencia, dime que sí has visto a un médico por lo menos.
—Sí, lo he visto, todo está bien.
—¿Por eso me has buscado?
—En parte, también tengo algo para ustedes. ¿Dónde está Lucerys?
—Salió con su abuelo, ¿qué vas a mostrarme?
—Oh, ya te dejan en tu futuro Nido para que marques con tus feromonas.
—Aegon, ¿qué ibas a enseñarme?
Con una sonrisa tonta, su hermano le pasó una tableta para que leyera los resultados finales que habían obtenido de las muestras de ADN. Ese misterio alrededor de los Invasores iba a crecer porque si todo estaba bien esos análisis, no era un humano vivo el que estaba siendo el híbrido, era un cadáver. Aemond levantó su rostro al emocionado de Aegon, este asintiendo con cejas levantadas.
—Nigromancia nivel Invasor.
—¿Cómo?
—Poco o nada sabemos de ellos, puede que aprendieran cómo usar muertos.
—Eso no es bueno.
—… ¿el baño?
Tiró del brazo de Aegon para llevarlo casi volando hasta el baño más próximo para que vomitara, arrugando su nariz ante el aroma ácido, buscando aprisa una toalla que humedecer, tendiéndola a su hermano encorvado sobre la taza del baño. El instinto Omega en Aemond fue demasiado fuerte cuando detectó cierta debilidad en Aegon, posiblemente porque no había estado comiendo bien debido a esos primeros síntomas. Cuando las náuseas pasaron, lo llevó a una sala donde pudiera recostarse con un balcón abierto para que tuviera suficiente ventilación. Aegon lo agradeció, suspirando con una mano sobre su frente, un poco pálido más respirando con normalidad.
—Iremos de nuevo al hospital.
—Estoy bien, solo estoy… estresado.
—¿Por qué?
—He peleado con Jace.
—¿Qué? ¿Por qué razón?
—Una estupidez en realidad. Hablábamos de la familia y de pronto se puso a halagar las cualidades de las hijas de Daemon, me sentí opacado… no lo sé, me puse celoso y le dije que bien podría encamarse con Baela si tanto le gustaba. Palabras más, palabras menos, terminados gritándonos, él se fue para una misión, no he sabido nada de él desde ese entonces.
—Aegon…
—Ya sé, siempre hecho a perder las cosas.
—No es eso, no debiste caer tan bajo. Admirar una persona no implica que te gusta.
—¡Pues yo sí lo vi así! —el otro Omega gimió, haciéndose ovillo— Tú porque eres un Exterminador con reputación, yo no soy nada. Perdona si de pronto siento que todo mundo me sobrepasa.
Feromonas. Sin duda. Aemond cerró su ojo, relajándose para no caer en esa peste desesperada que su hermano estaba dejando escapar. Fue a sentarse junto a Aegon, palmeando apenas su hombro con una voz más tranquila para que dejara de alterarse.
—Eres la pareja de Jacaerys, si él hubiera querido a alguien más nada le costaba buscarle, pero resulta que prefirió armar un lío por tenerte. Te eligió, Aegon, por encima de esas personas que dices te sobrepasan.
—No me haces sentir mejor.
—Si Jace llega a enterarse que andas solo con su cachorro en vientre, entonces sí que va a enfurecer porque eres un descuidado.
—Igual y no quiere al bebé.
—¿Te estás escuchando?
Aegon gruñó, haciéndose bolita por completo, con un brazo ocultando su rostro. Aemond le dejó hacer, levantándose para dejarlo solo no sin traerle algo qué comer, seco y que no le produjera más náuseas. Sacó su celular, buscando el número de Rayón, preguntándole si estaba al tanto del estado de su hermano mayor al ser del personal médico de confianza. Rayón lo tranquilizó al decirle que sabía del embarazo y que Aegon tenía un tratamiento porque necesitaba refuerzos, nada grave, solo complementos para ese cuerpo algo debilitado por una abstinencia de alcohol. También le cuestionó lo de los resultados, inquieto de que ese ADN perteneciera a muertos, de tiempo a decir verdad.
Luego de escuchar otras recomendaciones del enfermero para el estado de Aegon, colgó, meditando si decirle o no a Lucerys sobre el nuevo huésped de los Velaryon. Prefirió dejarlo para luego, su inquietud por naturaleza no le permitió considerar otra cosa que no fuera asegurarse de que su hermano estuviera bien, sin estrés y alimentándose adecuadamente. Para su fortuna, Aegon despertó de mejor humor, dispuesto a comer lo que Aemond pidió para él. Era obvio que un vínculo hecho de forma tan apurada iba a traer pequeñas inconveniencias pues les faltaba conocerse más, no que eso significara un desastre como lo pensara el otro Omega, quien bostezó de nuevo cansado. Aemond lo llevó a una habitación junto a la suya, dándose un coscorrón mental por caer en esos instintos de su casta de sobreprotección.
—¿Aemond?
—¿Qué pasa?
—No quise enfadarte.
—Está bien, pero debes cuidarte mejor.
—¿Te alegra ser tío?
—Seguro, si los Siete son piadosos, pagarás todo lo que me hiciste con ese cachorro.
—Aw.
—Descansa.
—Gracias.
Fue curioso como el que Aegon estuviera encinta ponía el aire alrededor lleno de cierta calidez, una alegría discreta por sus feromonas que actuaban generando un ambiente seguro para su cachorro. Aemond se preguntó cómo iba a tomarlo Jacaerys, aunque por lo que había visto de ellos en Rocadragón, ese tonto amaba a su hermano con todo y sus metidas de pata, quizá eso era lo que más amaba de él. Como fuese, estuvo cuidando de Aegon hasta que Rhaenys llegó, sin duda percibiendo el cambio en el castillo, buscándolo para saber las nuevas noticias.
—¿Tu hermano…?
—Pido una disculpa por esto, mi señora.
—Para nada, adoro los cachorros. Hay que vigilarlo, estos meses son importante, no debe estar alterado ni tener carencias.
—Gracias por sus atenciones, Lady Velaryon.
—Tómalo como un entrenamiento —sonrió Rhaenys, guiñándole un ojo— Para cuando el embarazado seas tú.
Casi respingó al escuchar eso, desviando su mirada como restándole importancia. Aemond ya había pensado en ello, en cómo se vería con un vientre inflado por un cachorro de Lucerys. El pensamiento de que fuese de ese idiota sacudía algo muy profundo en su Omega interno por más disciplina que se impusiera para no estremecerse ante la idea. Acompañó a Rhaenys a la cocina, aprendiendo sobre lo que debía preparar para Aegon en caso de que las náuseas fueran más fuertes o que tuviera molestias propias de su estado. Lucerys le envió un mensaje, tardarían un poco más pues Corlys había recordado que todavía poseía un par de tesoros más en una caja fuerte de un banco al que visitarían.
Aegon despertó hambriento, somnoliento como si esa siesta no le hubiera sido suficiente y quejándose de cierta molestia en su espalda. Rhaenys hizo gala de sus conocimientos al ofrecerse para darle un masaje, llamando a Aemond para que viera lo que iba a hacer, teniendo a su hermano mayor tendido de costado sobre ese sofá de descanso sobre cojines mullidos.
—Es un truco de mi abuela, a mí me funcionó con mis gemelos, seguro le servirá a tu hermano. Hay que presionar ciertos puntos —los dedos de Rhaenys se movieron sobre la columna de Aegon, este quejándose primero y luego casi ronroneando para sorpresa del otro Omega— ¿Lo ves? Eso libera estrés y relaja el cuerpo, de hecho…
—¡Hey!
Rhaenys rio, palmeando la cabeza de Aegon. —Creo que será un Alfa.
—¿Solo por presionar en esta parte?
—Ustedes saben bien que los Alfas tienen un nivel de respuesta más rápido, sus nervios son más sensibles por lo mismo, esos que están conectados a su madre.
—Solo quiero que no tenga seis dedos en cada mano —bromeó Aegon, alcanzando una galleta salada que comisqueó.
—Lo dudo, hay buenos genes en ambos padres. Todo el legado Targaryen vive en ustedes. ¿Cómo te sientes, pequeño?
—Mejor, muchas gracias, Lady Velaryon.
—Es un gusto tener un lindo Omega gestando en el castillo, estábamos muy aburridos entre tantos viejos trofeos y retratos con rostros sobrios. Lo que me hace pensar, Aegon, ¿ya le has dicho a tu madre de esta noticia?
—No. Todavía no.
—Entiendo. Bien, los dejo solos.
El humor de Aegon fue más ligero, olvidando de momento su riña con Jacaerys, más entretenido en jugar con su tableta mientras Aemond esperaba por más noticias de Lucerys. Una alerta fue lo que recibió, un avistamiento de Invasor demasiado cerca de donde se encontraban.
—¿Aemond?
—Quédate aquí. Ya vuelvo.
—¿Invasor?
Aemond asintió, dejando a su hermano mayor para ir a buscar su traje, saliendo a toda prisa. Habría otros Exterminadores para cuando llegara al punto de avistamiento, sin que estos dieran con el rastro pese a su excelente olfato Alfa. No quiso pensar de nuevo en que estaban frente a otra de esas cosas que había enviado al hospital a Lucerys, quien seguro ya corría para estar con él. El Omega removió el parche de su ojo, usando esa magia draconiana para buscar la energía remanente del Invasor, preparando su ballesta al notar los primeros indicios, apenas unas líneas difusas que se movían en dirección hacia los territorios de Marcaderiva. ¿Acaso estaban ya buscándolos? No era nada descabellado. Le envió un mensaje a Lucerys de su ubicación antes de descender por las alcantarillas igual que lo hizo el Invasor.
Debía ser de tamaño pequeño o no entraría en los acueductos con el riesgo a quedar preso o ser detectado por los Exterminadores. Aemond invocó a Vhagar, su ballesta lista y buscando con sumo cuidado el más mínimo rastro, prestando atención a los sonidos, los aromas pestilentes de las aguas negras no lo distraerían de ese olor agrio, de cenizas que poseían esos nuevos Invasores. Una ventaja de ser un Exterminador Omega era que esas criaturas lo tomaban por una suerte de cebo, apostando por la debilidad propia de su casta. Eso le permitía acercarse más que otros, engañarlos hasta que era demasiado tarde para ellos. Sin embargo, con este nuevo tipo de monstruo no podía confiarse, algo le decía que sabía lo que era capaz y que su Espíritu Guardián era de temerse, calculando sus movimientos al esperar una emboscada en alguna de las encrucijadas de los acueductos.
El aroma se hizo más ácido, picando tanto que dolió, Aemond se preparó, disparando a ese viento moviéndose apenas, dos de sus flechas dieron en un flanco del Invasor que tuvo la forma de un perro galgo del tamaño de un autobús. La criatura siseó, unos ojos brillantes se volvieron al Omega antes de desaparecer, escuchándose el chapoteo del agua ante una carrera frenética. No quería pelear con él, estaba intentando a toda costa llegar al vertedero. Aemond jadeó, porque eso significaba que el Invasor deseaba lanzarse a las aguas, buscando el delta de estas rumbo a Marcaderiva. Dándole una señal a Vhagar, ella interceptó al Invasor, este de nuevo intentando seguir como si lo único que tuviera como meta fuese eso, llegar donde los Velaryon.
—No en mi guardia —bromeó Aemond, preparando más flechas.
Bajaron a un nivel más, donde las aguas eran ya corrientes peligrosas que arrastraban escombros hacia los enormes vertederos que caían metros abajo rumbo al mar. El Omega derribó unas columnas, cerrándole el paso a la criatura que rugió, agitando sus múltiples colas que luego atacaron como aguijones mortales. Vhagar consiguió morderlo en el lomo, revelando toda su forma. Aemond se quedó unos segundos paralizado, ese cuerpo era una quimera entre restos humanos y de otro animal que no pudo adivinar muy bien entre las penumbras del acueducto. Con varios coletazos, el Invasor se zafó del hocico de Vhagar, chillando agudo al estamparse contra los muros, provocando un ligero temblor que obligó a Aemond a buscar refugio, su dragona protegiéndolo de bloques sueltos.
Dos cosas pasaron al mismo tiempo, la primera fue que el Invasor atravesó un muro para saltarle encima, abriendo sus fauces de forma imposible a una velocidad que no le dio tiempo de levantar su arma. La segunda fue que una flecha atravesó ese cráneo con una puntería que puso los pelos de punta al Omega, pues reconocía la forma de apuntar, abriendo sus ojos con horror al ver a Aegon plantado en el puente junto a la salida del acueducto, disparando de nuevo. Si él podía olfatear el estado de gestación de su hermano, con mucha más razón el Invasor, Aemond reaccionó, enviando a Vhagar contra la criatura y descargando todas sus flechas sintiendo ese pánico aparecer de solo pensar que algo le sucediera a su hermano mayor.
En su mente solo hubo un solo pensamiento y fue protegerlo a toda costa. Un nuevo aroma lo hizo volver el rostro, Lucerys apareciendo delante de Aegon, su dominio Alfa explotando de lleno al olfatear como él ese aroma dulzón. Arrax fue contra el Invasor que chilló de nuevo, casi desmembrándose al zafarse del hocico de Vhagar, sus ojos posándose en Aegon cuyas flechas protegieron a su hermano menor, permitiéndole recargar su arma, mientras el joven Alfa se lanzaba contra el monstruo, invocando a Llanto de los Penitentes en un modo protector igual que Aemond, los dos casi volviéndose locos al atacar, no dejando ni un solo espacio, hueco ni tiempo para que el Invasor pudiera escapar o rechazarlos.
Aemond no se percató en ese preciso instante, pero su mente enlazada con la de Lucerys mantuvo a este con la cordura suficiente para no perderse como solía hacerlo al invocar el poder de su espada. Fue como ver una lucecita en medio de una tormenta, llamando al otro Exterminador para que se mantuviera equilibrado hasta que el Invasor terminó muerto, su cuerpo desvaneciéndose en cenizas. Había estructura dañadas y fugas por algunas paredes, más lo habían logrado, una batalla en la que ninguno de los dos terminara con heridas severas ni tampoco sin recordar qué había pasado. Aegon gritó en alegría, luego llevándose una mano a su vientre al quejarse un poco.
—¡AEGON!
Lucerys fue el primero en ir con él, sujetándolo con delicadeza. Aemond parpadeó, porque las feromonas que desprendió el joven Alfa no fueron agresivas, eran más bien… paternales si podía etiquetarlas. Lo más extraño fue que le agradaron mucho, esa actitud protectora con su hermano mayor, la demostración de que era un buen partido que cuidaría de él. Aegon negó insistente, irguiéndose ligeramente pálido, más sonriente de haber presenciado semejante combate.
—Eso fue increíble.
—¡Idiota! ¡¿Por qué has venido?!
Aegon chasqueó su lengua. —Soy tu hermano mayor, debo cuidar de ti, no al revés.
—¡Pudo ocurrirte algo y…!
—No me pasó nada y eso es todo —Aegon lo calló, apretando sus brazos, mirando a Lucerys— Con que ese es el poder de Llanto de los Penitentes ¿eh? Vaya pedazo de espada viva.
—Gracias por ayudarnos.
—Estoy muy lejos de tener el nivel de ambos, pero siempre haré lo posible por ayudarlos.
—Pero…
—Aemond, vamos, eso fue un Invasor menos. Alégrate.
Este gruñó, frunciendo su ceño ante la falta de seriedad de su hermano, Lucerys riendo un poco, señalando el paso del acueducto.
—¿Por qué iba hacia Marcaderiva?
—No iba para allá, me estaba buscando.
—¿Qué? —los otros dos jóvenes se quedaron boquiabiertos. Aegon asintió.
—En cuanto este irresponsable salió, fui tras él por si acaso tú Lucerys no llegabas a tiempo. Cuando lo alcancé en los acueductos, me di cuenta de que el Invasor cambiaba su ruta y corría hacia mí.
—Aegon, eso fue estúpido.
—Posiblemente, nada nuevo sobre mí, pero yo sabía que mi hermano no me fallaría.
Lucerys apretó sus labios para no reírse ante la cara que hizo Aemond al escuchar eso, encogiéndose de un hombro mirando a otro lado con un ligero gruñido. Al pensar mejor en esas palabras, se volvió hacia Aegon.
—¿Por qué iría tras de ti? —Aegon señaló su vientre— Oh… espera, ¿dices que no desean que nazcan más Targaryen?
—Si uno ya pudo ayudar a despertar a Llanto de los Penitentes, dejan a los demás vivos y quizá demos con la forma definitiva de acabarlos a todos. De acuerdo con el manual de Exterminadores, atacarán siempre al miembro más débil primero. Un cachorro es sin duda un objetivo muy vulnerable. Pensándolo bien, si fue muy arriesgado de mi parte.
—Tú, cabeza hueca.
—Pero ya me marea este aroma de aguas negras, vámonos.
Regresaron para ser recibidos por un preocupado Corlys, pidiendo a su esposa que revisara las pocas heridas que tenían Lucerys y Aemond, mientras Aegon se recuperaba de sus mareos, contándole lo sucedido en los acueductos entre preguntas del Patriarca Velaryon. Ya más tranquilos, es que recapitularon sobre ese ataque, notando que el tamaño de los Invasores iba disminuyendo en proporción inversa a su nivel destructivo. Había sido un golpe de suerte o una mera coincidencia que este último monstruo hubiera decidido irse contra Aegon cuando bajó a los acueductos para minimizar el daño que pudiera causar entre civiles.
—Muy arriesgado —observó Rhaenys.
—No podía dejar a mi hermano solo, es el mejor de todos nosotros.
—Aegon, ya lo hablamos.
—¡Pero es verdad! Quien mantuvo a raya a los demás cuando quedamos fuera fuiste tú, ese era mi deber y yo solo… bueno… hice lo que mejor sé hacer, echar a perder todo.
—Aegon…
Este apretó sus labios, mirando a todos. —La verdad es que yo fui quien dejó a Jace, le grité que si tanto quería una pareja con mejores cualidades, era libre. Tal vez es mejor ¿no? Si se queda conmigo no habrá mucho de qué sentirse orgulloso, no soy una pareja de la que pueda presumir. Así fue con mi padre, nunca le agradé y eso hizo que ya no se fijara en mis hermanos. Jace no tiene por qué encadenarse a un Omega tan poco valioso como yo.
Lucerys jaló aire, intercambiando una mirada con Aemond, ambos pensando en cómo rebatirle sus argumentos cuando Corlys se les adelantó, ofreciendo un pañuelo al otro Omega con una sonrisa cordial, posando un mano en su hombro a modo de confort.
—Me parece que has vivido más por la opinión de un hombre que ya no existe y menos para los ojos que han visto en ti lo bueno que tienes para dar, joven Aegon. En mi experiencia como Exterminador, he visto a Alfas muy bravos huir de un Invasor de solo saber que son su blanco. Tú te plantaste con un cachorro en vientre, esperando a que viniera a ti para distraerlo y darle la oportunidad a tu hermano de aniquilarlo, manteniendo un temple frío para disparar flechas con una mano que a otros expertos arqueros ya les hubiera fallado. Si me lo preguntas, eso no cualquiera lo tiene ¿no es para alegrarse en lugar de derramar lágrimas?
Aemond miró a Corlys, un tanto maravillado de cómo había tranquilizado tan fácil a su hermano con sus palabras como con su esencia, esas feromonas que pedían calma y al mismo prometían que nada en el mundo iba a lastimarlos. Era de esa clase muy rara de Alfas que podían imponerse sin necesidad de ser agresivos. Sus ojos fueron hacia Lucerys, porque era igual a su abuelo con todo y que no compartieran la misma sangre, pero sí los mismos principios. Siempre había creído que el asunto de aromas con los Alfas estaba concentrado en dos cosas: la pelea y el entrar en Celo para preñar a su pareja. Ahí tenía frente a él a dos Alfas que rompían con la regla. Lucerys sintió su mirada, arqueando una ceja, Aemond negando apenas, volviéndose hacia Aegon quien sonrió al fin, limpiándose sus lágrimas con el pañuelo.
—No sé cómo decirle a Jace que me equivoqué.
—No necesitas hacerlo —habló este con firmeza desde la puerta de la sala donde se encontraban.
—¿J-Jace?
Con ese entrenamiento propio de un Exterminador, Corlys sujetó a Lucerys y Aemond para jalarlos a toda prisa fuera de la sala con Rhaenys detrás, impidiendo que vieran a la pareja a la que dejaron sola y la cual ni siquiera se percató de su salida.
—¿Pedimos pizza? —ofreció Lord Velaryon.
Esos dos hablarían largo y tendido, saliendo de ahí para ir a encontrarlos en el comedor donde estaban repartiéndose las rebanadas. Aegon lucía feliz, apestando todo a Omega preñado ilusionado, con las mejillas rojizas por razones que su hermano no quiso imaginar, Jacaerys más discreto, saludando a todos al guiar a su pareja a una de las sillas que le abrió para comer con ellos a un gesto de invitación de Corlys.
—Disculpe las molestias, Lord Corlys.
—Para nada —sonrió este, mirando a Rhaenys— Extrañábamos este barullo.
—¿Sus hijos eran tan inquietos? —preguntó Aegon, atacando las pizzas de inmediato, luego recordando— Esto…
—No —Rhaenys lo detuvo, alzando una mano— Sí, ellos ya no están, pero no es ninguna ofensa el que hablemos de lo que fueron. Eran demasiado traviesos, más de una vez le pedí a Corlys unas pecheras para tenerlos sujetos en un solo sitio por al menos una hora.
—¿De verdad, abuelita? —Lucerys rio, robándole un trozo de pizza a Aemond— Pero se veían muy bien portados.
—Los Siete les dieron sensatez ya de mayores. Pero de cachorros eran caóticos como Invasores.
—Papá Laenor era genial, sereno todo el tiempo, nunca imaginaría que fue tan desastroso.
—Oh, Luke, fue como si supiera que debía explorar y hacer todo lo que se podía hacer porque luego ya no podría.
Lucerys miró a todos, luego a su abuelo. —¿Puedo hacer una pregunta privada y algo molesta?
—Pregunta, mi niño.
—¿Fue tan malo… que estuviera enamorado de otro Alfa?
Jacaerys le dedicó una mirada, a punto de pedir disculpas en su nombre cuando todos se quedaron mortalmente callados. Corlys apretó una sonrisa, negando a la expresión de Jace, poniendo los codos sobre la mesa, mirando su rebanada de pizza.
—No, no lo era, yo le hubiera permitido tal cosa. Después de todo, estamos en pleno Siglo XXI.
—Pero… ¿entonces por qué…?
—Esa no fue la razón para haberlo casado con Rhaenyra —fue el turno de Lady Velaryon para hablar— Hubo algo realmente vergonzoso, que le hubiera costado una ejecución a Laenor si los demás se hubieran enterado.
—¿Qué pudo ser? —Lucerys parpadeó, incapaz de imaginar a alguien tan noble cometiendo algún crimen imperdonable.
Corlys gruñó apenas. —Sé que por ahí se cuenta que los encontré en la cama, nosotros hicimos esa versión para ser contadas por otras bocas. Jamás me hubiera enojado por eso. Yo le había dicho a Laenor que ese muchacho no me agradaba, tenía algo en su esencia que no era bueno, un día los encontré no en la cama, sino haciendo un ritual de nigromancia con fuego oscuro.
Los cuatro jóvenes abrieron sus ojos de par en bar, dejando caer sus mandíbulas al escucharlo, mirándose entre sí porque habían dado con la pista que les estaba haciendo falta de una forma que jamás esperaron. Rhaenys notó su consternación, pasando de rostro en rostro con curiosidad.
—¿Qué sucede?
—Tengo que ir a vomitar —Aegon salió corriendo, Jacaerys detrás de él.
Aemond se levantó para ir por su tableta y mostrarla a los Velaryon.
—¿Están seguros de que ese Alfa murió? ¿Quemaron su cuerpo o solo lo enterraron? Porque si estaba haciendo ese ritual, me temo que el causante de la pena y muerte de su hijo sigue vivo.
Chapter 8: Día 8: Dominarte
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Día 8
Dominarte
Regla No. 39 de los Exterminadores: si el Invasor no es ejecutado, puede volver con mayor poder.
Una de las cosas que Lucerys adoptó como un hábito fue el de memorizar a modo de lista esos detalles a cerca de su hermoso y orgulloso Omega pues se dio cuenta de que este mostraba aspectos de su persona en los momentos menos esperados, ahí donde nadie prestaba atención porque no era el tiempo o lugar adecuado, no al menos para la mayoría siempre dispuesta a dejarse llevar por otras impresiones. Lucerys no. Él comenzó a observar mejor la forma de comportarse de Aemond, descubriendo esos diminutos tesoros que fue guardando en su memoria como las joyas más preciadas, sintiéndose muy afortunado de ser quizá el único que se había dado cuenta de ello.
Así, pues, notó que había instantes en los que Aemond dejaba ver en su rostro una expresión inusual en su muy corto catálogo de emociones permitidas. Como por ejemplo, ahí, en ese momento en el que estaban los dos tumbados sobre un pasto silvestre entre pequeñitas flores de pétalos blancos meciéndose al viento, no descansando precisamente, más bien ahí terminaron botados luego de pelear contra dos Invasores en esos campos. Lucerys miró el cielo claro, tan azul con esas nubes blancas y esponjosas pasando lentamente como si nada les apurara, girando su rostro hacia el perfil de Aemond, este haciendo lo mismo que él, solo que su mente estaba en otro lado, seguramente preguntándose si no había cometido algún error en la pelea.
Ser despreciado por su padre Viserys había dejado una herida profunda en el Omega, que buscaba sanar a través de un esfuerzo constante por probar que era bueno en todo lo que hacía así eso le costara terminar en una camilla de hospital. El haber pasado años a la defensiva había hecho de Aemond alguien con dificultades para expresar lo que sentía a menos que fuera con sarcasmos y agresiones, lo que siempre había usado como escudo protector ante los ataques constantes por su casta como por ser esos hijos olvidados del Patriarca Targaryen. Así que cuando se quedaba quieto como lo estaba entre el pasto, con el viento refrescando su frente perlada de sudor con la vista perdida, Lucerys sabía que era una pequeña ventana a su alma.
Estiró su brazo, alcanzando la mano de Aemond que acarició suavemente, buscando entrelazar sus dedos enguantados con los otros, solo lo suficiente para decirle aquí estoy, dos palabras que igual no pudieran significar mucho para el resto, pero lo eran todo para el Omega, quien entonces ladeaba su rostro para verle. Un temblor apenas perceptible en ese hermoso ojo violeta era la respuesta, junto con un ligero apretón de su mano. No había nada qué temer, estaba bien si de pronto se sentía cansado, harto de todo con los ánimos bajos. Lucerys le dijo eso con su propia mirada, algunos pétalos blancos bailando por encima de sus cabezas.
La magia del momento se desvaneció cuando los paramédicos llegaron, separándolos al ponerlos en camillas pese a que en realidad no estaban malheridos, apenas unos raspones y cortaduras que sanarían sin problemas. Rayón suspiró al verlos, sacudiendo su cabeza mientras escuchaban las indicaciones del médico en turno, el enfermero tendiéndoles una paletita luego de sus curaciones, deteniendo a Lucerys unos segundos para ir corriendo a una hielera y sacar de ahí una botella cuya etiqueta reconoció, sonriendo cuando Rayón se la puso a escondidas en su morral, con un guiño de complicidad.
—Para tu cita.
Cuando Aemond estaba cansado, no tanto física, pero sí mentalmente, tenía ese gesto de masajear su sien derecha de forma discreta, suspirando apenas. Eso le decía a Lucerys que no deseaba pensar más, todo lo que necesitaba era sentirse seguro en esos momentos porque el hecho de no estar razonando las cosas era para su Omega mostrarse vulnerable. Lucerys entonces lo abrazaba por la espalda, repartiendo besos en su cuello y nuca, aspirando su dulce aroma, canturréandole a veces así contra su piel, dejando que fuese el contacto entre ellos lo que transmitiera su mensaje. Podía darse el lujo de estar con la guardia baja, él no permitiría que nadie se acercara o se diera cuenta de ello. Aemond le miraba de reojo, relajando su postura, reclinándose contra él, agradeciendo en silencio ese apoyo.
—Te puedes controlar mejor —comentó Aemond, luego de un rato así.
—Es tu esencia la que me guía.
—Creí que era Vhagar.
—Ella despierta a la espada, le da fuerzas, pero quien dirige mi corazón eres tú. Sin eso, Llanto de los Penitentes no me obedecería.
—Mm.
—¿Tienes algo que hacer este sábado?
—Entrenar.
—Además de eso.
—Estudiar.
—¿Podrías posponerlo?
—¿Por qué haría eso?
Lucerys sonrió. —Quiero invitarte a una cita.
—¿Cita?
—Ya sabes, paso por ti a una hora, te regalo flores, ofrezco mi brazo para que caminemos juntos a un restaurante romántico donde pasaremos el tiempo hasta que sea hora de ir al cine donde miraremos una película bebiendo del mismo…
—Basta.
—Tengo un lugar especial, que me gustaría conocieras.
—¿Sin trucos?
—Sin trucos.
—Creo que puedo hacer una excepción.
Aemond era de esos Exterminadores disciplinados hasta la médula, todos sus pensamientos estaban enfocados en ser mejor y aprender más. Otras cosas como ir al cine o pasar tiempo jugando cualquier cosa no encajaban en su forma de ser porque eso significaba perder camino frente a otros cazadores, lo cual se traducía a largo plazo en que lo humillarían por ser un Omega débil. Lucerys deseaba cambiar eso, pues le dolía que no supiera de tantas cosas que él sí había experimentado y que en su visión del mundo ayudaban cuando venían días oscuros. Ir rompiendo esa rutina estricta necesitaba paciencia y mucho cariño para darle confianza.
Eso, además, requería mostrarle sus propios momentos personales, como cuando le contó de Laenor, eso hacía que su Omega bajara la guardia, que no elevara sus muros y fuese más perceptivo. Tenía una alerta en el rostro de Aemond cuando eso sucedía, porque su pupila de dilataba, no mucho, pero era notable tomando en cuenta que permanecía inmutable las 24 horas del día. Lo que más lo denotaba era ese tiernísimo puchero de sus labios que hacía de forma inconsciente, pues su naturaleza gritaba que podía dar consuelo como le era innato a su casta, solo que con un padre ausente y una madre endurecida por contrariedades, Aemond no había aprendido a ser precisamente emocional con todo y que su instinto protector se disparaba a los cielos si alguno de los suyos estaba en peligro.
Incluyéndolo.
El sitio a donde quiso llevar a su Omega no era particularmente especial ni tenía algo por lo cual ser recordado, tan solo era una colina junto a los acueductos dentro de los dominios de los Velaryon donde alguna vez Laenor lo llevó cuando Lucerys se rompió un colmillo y todos los cachorros de su clase se burlaron de él, diciendo que sería un Alfa chimuelo. Fue la primera vez que alguien lo consolaba como lo hizo Laenor, haciéndole ver que para ser un Alfa no era necesario ser la figura acostumbrada, llena de feromonas salvajes aplastando a todos sin mostrar sentimentalismos ni tener fallos de ningún tipo. Después de su muerte, Lucerys visitó ese sitio para recordarse lo que realmente significaba ser un Alfa. la colina miraba hacia una bahía, con algunos árboles alrededor, pastos altos era lo que dominaba la vista.
—¿Y bien? ¿Qué te parece?
Aemond inspeccionó todo con esa misma diligencia que tenía para limpiar su ballesta, asintiendo al darle el visto bueno, volviéndose a él.
—Es buen sitio.
—Sabía que te gustaría —alcanzó su mano, para que fueran de vuelta a la camioneta, sacando una canastilla que meció frente a él— Bocadillos.
—¿Tú los preparaste?
—Oh, no, le pedí a la abuela que los hiciera.
—Con razón huelen bien.
—Hey.
Si algo le tenía que agradecer a Alicent además de tener un precioso hijo, eran los modales finos que poseía Aemond, dignos de esos caballeros educados con los mejores tutores. Aegon, Helaena y Daeron también eran elegantes, pero la forma en que su Omega movía sus dedos, tomaba algo o se lo llevaba a la boca parecía digno de una película. Lucerys siempre quedaba embobado por esos gestos suaves, discretos, una danza silenciosa que le iba bien, riendo al escuchar el gruñido de protesta por estar mirando como idiota algo que los demás podrían considerar como una banalidad, un detalle sin importancia pues era cosa de todos los días.
—Traje algo para acompañar la velada.
—¿Vino?
—Dorniense.
—¿Cómo lo obtuviste?
—Un mago nunca revela sus secretos.
Cuando Aemond realmente se relajaba, soltaba sus cabellos. El joven Alfa se llegaba a preguntar si estaba consciente del efecto que eso tenía en él o era ingenuo como en algunas otras cosas. Su aroma era más evidente para el olfato de Lucerys, perdiéndose en sus cabellos platinados meciéndose con la misma precisión que bailarines en una coreografía. Además le iba muy bien el cabello suelto, le daba un toque más de presencia, realzaba sus rasgos. No le cabía duda de que si no hubiera optado por atarlos a una coleta por practicidad, más de un Alfa ya hubiera pedido a Alicent su mano.
—¿Qué sucede?
—Nada, solo admiro lo hermoso que eres.
—Luke.
—¿Brindamos?
Platicar con Aemond de temas ajenos a los Exterminadores también era de sus cosas favoritas, igual no estaba tan al tanto de los espectáculos o ese tipo de cuestiones, pero vaya que era imposible aburrirse con él al saber mucho del resto como su abuelo Corlys. Y le gustaba ser halagado por ello aunque intentara disimularlo. Lucerys lo atrajo hacia él, sentándolo en su regazo para besarlo, la combinación entre el sabor de su boca con el vino le pareció fascinante, recorriendo su cuerpo con calma, sujetando su cintura al profundizar el beso con sus lenguas enredándose en un juego de dominación. Esa resistencia inicial por temor a que lo lastimara ya se había desvanecido, un territorio conquistado que les permitió explorar más de sus pieles, conocerse mejor entre caricias.
De su lista de cosas favoritas a cerca de Aemond Targaryen, Lucerys tenía entre sus preferidos cuando le miraba de esa forma, un deseo escondido que se negaba a mostrar, pero que su cuerpo gritaba a todas luces igual que con su aroma inundando su nariz. Las manos de su Omega tiraron de sus cabellos en ese signo de necesitar más de su boca en otras partes de su cuerpo, moviendo sus caderas contra las suyas. Para la gran mayoría de los Alfas, el someter a su pareja se trataba de imponerse mediante sus feromonas o usando su fuerza física. Para Lucerys, dominar a Aemond era más bien crear un mundo seguro donde no tuviera miedo a expresarse de una forma que en otras circunstancias y personas se permitiría.
—Luke…
—Dime qué quieres que haga.
—Tócame.
Antes de que se diera cuenta, sus ropas estaban estorbándoles. Lucerys quiso detenerse ahí, como siempre, pero esa tarde Aemond negó, pidiendo más.
—¿Estás seguro? —la idea le encantó, algo exótica pero estaba hablando del más fiero Omega Exterminador.
—Sí.
Embriagado por ese aroma que invitaba a tomarlo todo, el joven Alfa tumbó al otro en esa cama de ropas, sintiendo la ligera brisa sobre su espalda desnuda, cubriendo con su cuerpo el de Aemond, llenando de besos todo su rostro, tomándose su tiempo para adorar cada rincón de su piel, sonriendo al tirón más fuerte de sus cabellos por haber evadido su miembro erecto, riendo al sentir otro jaloneo cuando lo llevó a su boca para saborearlo, notando el sonrojo de aquellas mejillas oscurecerse y ganar terreno hasta su cuello y orejas la hacerlo correrse en su boca, justo cuando llevó un dedo a esa entrada húmeda. Pronto, Aemond ya estaba murmurando su nombre, amenazándolo con una muerte dolorosa si continuaba jugando con esos dedos en su interior preparándolo.
Lucerys alcanzó la botella de vino, vaciando un poco sobre el pecho de su Omega para lamerlo goloso con este casi corriéndose por segunda vez por el cambio brusco entre lo frío del vino con la lengua caliente que saboreó el líquido impregnándose en su piel, distrayéndolo lo suficiente para elevar sus caderas, empujando su erección contra ese punto rosado y húmedo, abriéndose paso con un gruñido. Aemond se arqueó, apretando con increíble fuerza sus caderas igual que su pene, gimiendo algo adolorido más asintiendo a su mirada de preocupación, respirando un par de veces para relajarse y permitirle deslizarse otro poco, haciendo pausas hasta que por fin Lucerys estuvo completamente dentro, jadeando pesado por la sensación tan apabullante de ese cálido y estrecho interior apretándolo, feromonas combinadas, esa voz entrecortada musitando su nombre.
Buscó los labios que ya había dejado hinchados de tantos besos, dándole tiempo a su Omega de adaptarse a esa ola de sensaciones. Cuando Aemond movió sus caderas tentativamente, Lucerys lo tomó como la señal para moverse, deslizándose por su interior, volviendo a entrar muy lento, disfrutando de los diferentes sonidos que eso provocó, bajando su cabeza para morder juguetón sus pezones, empujando sus caderas un poco más. No les tomó mucho el coordinarse, Lucerys sujetándolo entre sus brazos, lamiendo su cuello, cerca del collar, agradeciendo que sí estuviera o no hubiera resistido la tentación de morderlo, marcarlo para siempre como suyo.
Resistió el moverse más rápido, queriendo que ese momento fuese así, lento, sin prisas, demostrando que no todo debía ser brusco, violento, tan breve que no lograran disfrutarlo por lo efímero. Aemond le obsequió una de esas sonrisas privadas que atesoraba por encima de cualquier otra cosa, juntando sus cejas al arquearse cuando su miembro rozó su próstata, atacando ese punto al encontrar el ángulo correcto, estremeciéndose al placer que sintió por cómo lo apretó y su espalda fue arañada al mismo tiempo. Las piernas de su Omega se enredaron con las suyas, el viento se hizo un poco más frío pero no lo sintieron, escuchando a lo lejos los primeros cantos de los grillos.
—Aemond…
Lucerys casi lloró al ver esa expresión de entrega, la confianza a su dominio Alfa. Besó cual loco los labios de Aemond, empujando sus caderas, arrancándole otros gritos de placer, su piel erizándose al retorcerse bajo él, sintiendo más cerca el orgasmo. Buscó las manos ajenas para entrelazarlas, continuando con ese vaivén tranquilo, alargando su unión lo más que se pudiera hasta que su Omega gritó, separándose de sus labios, su pecho brincando de la cama de ropas al arquearse, apretándolo tanto que ya no pudo moverse, olfateando el semen que escapó de la erección entre sus cuerpos entre palpitaciones. Lucerys gimió, su cuello tenso por el esfuerzo de no moverse, esperando. Aemond levantó su cabeza para susurrarle al oído.
—Hazlo… termina en mí.
Fue como una orden que no pudo desobedecer, gruñendo alto al embestirlo un poco más antes de quedarse bien clavado en su interior estrecho que inundó con su semilla caliente, jadeando pesado contra el hombro de Aemond, ese placer recorriendo todo su cuerpo, haciéndolo estremecer y llenar el vientre que le recibía con su semen hasta quedarse quieto, acariciando las manos que nunca le soltaron. Lucerys sonrió, levantando su rostro para ver el mareado de su Omega, besando su mentón, limpiando el sudor de sus mejillas con un pulgar, muy cómodo tal como estaba. Cuando Aemond recobró la razón, lo volvieron a hacer, esta vez con un ritmo más acelerado, este sentado sobre su regazo, dejando libres sus gritos al presionar una y otra vez ese punto especial que lo hizo ver estrellas.
De no haber sido porque estaban en el descampado, Lucerys hubiera querido tomarlo hasta que el sol saliera por el mar de ser posible. Estar dentro de Aemond se catapultó hacia el top de sus cosas favoritas, pero no por encima de la sonrisa y mirada tierna que vio después, abrazados y enredados descansando de retozar. Confiaba. Se entregaba. Lucerys no pudo sentirse más orgulloso de ello, atesorando el aroma que vino con esos pensamientos, tomando una mano de Aemond para besarla por su dorso, acariciándola después al verle a los ojos.
—Te amo.
Un beso fue su respuesta, en el lenguaje de su Omega equivalía a un yo también. Se levantaron cuando el frío los obligó, riendo ante el desastre de sus ropas como la evidente peste con la que llegarían de vuelta al castillo, pasada la medianoche con Aemond luchando por no quedarse dormido. Lucerys lo cargó en brazos con una muy débil queja del otro al respecto, besando su frente cuando recostó su cabeza sobre su hombro, en verdad exhausto. En el desayuno, Aegon iba a armar toda una escena de solo olfatearlos, ganándose que su hermano alcanzara el cuchillo de la mantequilla y lo amenazara con cortarle la lengua si no se callaba. Jacaerys solo arqueó una ceja a Lucerys, quien se encogió de hombros. Si tú lo haces ¿por qué yo no? Fue su argumento.
—Niños, ¿por qué andan haciendo travesuras sin mi consentimiento? —bromeó Corlys, haciendo sonrojar a la pareja, Aegon carcajeándose hasta que su pan se le atoró en la garganta.
—Ustedes sí que desean probar la paciencia de la Matriarca —comentó Rhaenys luego de echarles un vistazo— Si les coloca un cinturón de castidad, ni pregunten la razón.
—Demasiado tarde para mí —Jace sonrió de oreja a oreja, palmeando el vientre de Aegon, quien le dio un manotazo con un gruñido.
—Igual te lo puede colocar.
—Y buscaría cómo quitármelo.
Corlys rio con ganas, palmeando la espalda de Jacaerys en apoyo. Los dos Omegas rodaron sus ojos, sabiendo que sus Alfas eran todos unos descarados.
—Oye, Jace, y hablando de portarse mal… ¿mamá ya sabe que la hiciste abuela?
—Esperaba que tú me acompañaras para informarle, de hecho ahora me sirves más, estará tan distraída contigo que apenas si a mí me dirá algo.
—¿Me usarás de carne de cañón?
—Te daré unos boletos en zona VIP.
—Acepto.
Realmente no le precupó lo que Rhaenyra fuese a decirle, tampoco era como que hubiera traicionado a la casa Targaryen, tan solo había reforzado su compromiso con Aemond. Quien tenía más cosas qué explicar fue Jacacerys con la llegada de un cachorro. Su madre alzó manos al cielo luego de escucharlos, levantándose de su asiento para apretar un hombro de cada uno, negando apenas con una media sonrisa en su rostro algo cansado.
—No me dejan muchas opciones, saben que siempre los perdonaré, solo… Lucerys, tu hermano va a ser padre. Por favor, espera a que nos acostumbremos a ser abuelos antes de que vengas a decirme algo igual.
—Lo prometo, mamá.
—Jace, no me gusta la idea de que Aegon esté solo en Rocadragón, si los Invasores están buscándonos como dices, estaré inquieta con él lejos. Tráelo aquí, además, estará con Alicent.
—Como ordenes, mamá.
—Claro, cuando se trata de esto bien que obedecen, pero no solicite yo que sigan las buenas costumbres porque parece que le hablo a la pared.
—Te amamos, mami.
—Luke.
—¿Abrazo?
Donde si estuvo nervioso fue cuando habló con Alicent, sorprendiéndose por la calma con la que ella tomó el asunto, pero había una buena razón para ello.
—Aemond me llamó para decirme —Alicent negó— Fue un “estamos obteniendo buenas pistas sobre los nuevos Invasores. Por cierto, Luke y yo nos hicimos amantes. Recuérdale a Daeron que revise el archivo que le he enviado”. Algo así.
—Muy de él. Tiene mi palabra de que no lo forcé ni nada.
—Sé que no lo hiciste.
—Perdone, Lady Alicent.
—No hay falta. En realidad, me alegra que estén congeniando tan bien, no había visto a mi hijo tan feliz, a ninguno de ellos en realidad desde hace tiempo. Sin duda es una señal de los Siete para aceptar estos cambios tan extraños.
—Y que lo diga, tiene mi palabra de honor que siempre cuidaré de Aemond hasta con mi alma.
—Me gustan más las cosas en vida.
—Lady Alicent, quisiera preguntarle algo. ¿Sabe o recuerda si alguna vez mi abuelo mencionó algo de un Fuego Oscuro?
Alicent parpadeó, haciendo memoria antes, sacudiendo su cabeza en negación.
—¿Viserys? Jamás habló de eso, no era muy dado a los temas controversiales.
—Oh, qué pena.
—Pero si se trata de eso, de quién sí lo escuché fue del Septón. Ellos fueron los encargados de limpiar de semejante mancha a nuestra casa y gremio. Los Siete son misericordiosos, pero hay una regla clara y es que no se puede jugar con la muerte. Una flor que se marchita ya no florece de nuevo, corrompe el ciclo de la vida, las leyes mismas del universo.
—¿Los persiguieron?
—Ejecutaron.
—¿Hubo algún sobreviviente?
—Hasta donde tengo entendido, no. Pero es curioso que me preguntes de ello, hijo.
—¿Por qué, mi señora?
—Los encargados de vigilar que ningún Fuego Oscuro escapara de los juicios del Septón fueron los Strong. Ellos entrenaron Exterminadores no para cazar Invasores, sino Nigromantes. Hubo una casa… no recuerdo su nombre porque fue arrasada en un ataque, fiel a los Strong que no dejó ninguna piedra sin revisar en todo el mundo.
Lucerys estaba boquiabierto. —¿S-Sabe si se tienen esos registros?
—Tal vez, eso sucedió hace siglos. Por ello nombraron a los Strong protectores de los Targaryen. ¿Nunca te lo contó Harwin? Todos los herederos siempre fueron instruidos en ello para continuar su vigilancia. Es una blasfemia a todas luces que no puede volver a aparecer.
—Creo que no le dio tiempo… pero ahora que lo sé, pediré sus archivos.
—¿Qué sucede, hijo? ¿Temen que hayan vuelto?
—Más bien que nunca se fueron, mi señora.
—Por los Siete…
—Aegon viene hacia acá, no es prudente que esté lejos, a su lado, mi hermano se sentirá más tranquilo.
—Tengan muchísimo cuidado, Lucerys, si las historias son ciertas, ellos pueden robarles sus Espíritus Guardianes.
—Seremos precavidos, gracias por sus palabras que me han iluminado, Lady Alicent.
—Y dile a Aemond que todavía quiero hablar con él.
—Le haré llegar su recado.
Pasando a saludar al resto de sus hermanos, Lucerys olfateó algo extraño en Baela y Rhaena, a quienes miró con extrañeza, sin decir nada porque no estuvo seguro de que hubiera percibido bien el singular perfume que le pertenecía a Helaena. Además, podría haber mil explicaciones para eso, no tenía que ser precisamente como él estaba imaginándolo. Daemon lo llamó a él como a Jacaerys, luego de haberlo informado sobre sus pesquisas alrededor de los Invasores.
—Tienen que irse con cuidado, si muestran que saben sobre los Nigromantes, los ataques contra ustedes van a empeorar más y no permitiré que su madre esté angustiándose más. Necesitamos refuerzos.
—¿De dónde? —Jace arqueó una ceja, mirando a su hermano de reojo.
—Los Dornienses.
—Ellos no van a ayudarnos. Mamá ya les ha pedido su soporte antes y la rechazaron.
—Usaremos otro método, ¿Luke?
Jacaerys se volvió a él, confundido, sonriéndole al responder. —Lo intentaré, pero tampoco prometo mucho.
—¿De qué hablas?
—Bueno…
—Conoce a alguien quien resulta ser el nieto bastardo favorito del Señor de Dorne —explicó Daemon.
—No me jodas.
—Jace.
—¿Por qué nunca me lo dijiste?
—Creí que lo sabías —Luke hizo ojos de cachorro.
—¿Por qué habría de saberlo?
—Dejen para luego sus riñas —cortó Daemon— Jace, trae primero a tu Omega, después haremos equipos de Exterminadores. Con lo que ha dicho ese mocoso de Daeron, podemos adelantarnos a sus ataques.
—Al fin los sorprenderemos y no al revés.
—No se confíen. ¿Cómo vas con tu espada, Luke?
—Bastante bien.
—Te mantendremos de reserva, es una estrategia tonta que pelees todo el tiempo con los nuevos Invasores, estás revelando tus capacidades. Ahora lo harás cuando yo te lo ordene y más te vale que en esto sí obedezcas.
—Sí, padre.
—Pueden retirarse.
Lucerys se ofreció a escoltar a su hermano para traer a Aegon a la Fortaleza Roja, necesitaban estar todos reunidos si las cosas iban a empeorar. Habló con sus abuelos, pues estaban emparentados y también podrían ser blanco de esos ataques, solo que ellos se negaron y lo entendió. La Serpiente Marina no poseía esa reputación por mera casualidad y aunque no fuese un Exterminador activo, todavía podía encargarse de uno que otro Invasor, sin mencionar que Rhaenys guardaba sus propias armas. Aemond se unió a ellos, cuidando de su hermano que ahora padecía de sueño y ciertos cambios de humor.
—Daemon ha dicho bien, no debes pelear tanto.
—Ya lo había pensado.
—Sí, claro.
—¿Me extrañaste?
—¿Por qué preguntas esas cosas?
—¿Por qué respondes con preguntas a mis preguntas?
Aemond gruñó, robándole un beso. —Estamos listos, vámonos.
Una parte de Lucerys se cuestionó seriamente si acaso las muertes de Harwin y Laenor no tendrían que ver con los Nigromantes. Algo que indagaría más adelante, pues no dejaba de pensar al menos en Laenor quien jamás dio señas de tener ganas de suicidarse, con lo que ahora sabía sus memorias sobre él cambiaron. ¿Y si en realidad estaba más angustiado de que ese Alfa quisiera vengarse y en un último acto de valor dio su vida para protegerlos? O en el peor de los casos, ¿y si en realidad fue asesinado como posiblemente lo fue Harwin Strong? Más misterios que necesitaban respuestas si esperaban sobrevivir a nuevos Invasores capaces de hablar, mutar y tener formas humanas.
Chapter 9: Día 9: Aniversario
Chapter Text
Día 9
Aniversario
Regla No. 6 de los Exterminadores: siempre hay un arma correcta para cada Invasor.
Pocas veces en la vida de un Exterminador se podían dar el lujo de momentos tranquilos, de ahí que fueran tan apreciados, muchas veces siendo algo exagerados para el gusto de Aemond en cuanto a comidas y regalos, entendiendo que era así pues no estaban seguros de cuándo podrían volver a disfrutar de semejante momento. Con el plan de organizar en grupos de reconocimiento y prevención a las demás casas, parecía que habían conseguido neutralizar el daño y hacer retroceder a los Invasores, no los habían derrotado, pero al menos les había concedido ese tiempo de gracia que aprovecharían al máximo.
Su hermano Aegon fue uno de ellos, Jacaerys no quiso esperar más, casi suplicó a su madre que le permitiera su boda, deseaba que fueran esposos antes de que naciera su cachorro. Rhaenyra se lo concedió, fue una ceremonia bastante familiar muy privada con el rito Valyrio como era la costumbre para los miembros de la casa Targaryen. La boda trajo una sonrisa en su madre, quien se animó para hacer el traje de su primogénito, escoltándolo hasta el altar donde el Septón haría los ritos. Ageon estaba muy feliz, llorando porque las hormonas lo tenían prisionero mientras recitaban los cánticos y hacían ese intercambio de sangre. Un momento emotivo, Aemond tuvo que aceptarlo, ver así de dichoso a su hermano mayor era casi un milagro.
Esa fue la primera celebración que tuvieron en la Fortaleza Roja, luego vino otra todavía mayor, se trataba del aniversario de bodas de Rhaenyra y Daemon. Siendo las cabezas de todos los Exterminadores, su banquete tenía que ser acorde a ese rango. El castillo fue un caos total, con gente entrando y saliendo, regalos provenientes de las casas leales, un desfile de cosas que el Omega se preguntó si iban a tener el tiempo de usarlas. Alicent tuvo su instante de gloria al tomar cartas en el asunto e impedir que todos esos preparativos se convirtieran en un infierno para todos, administrando como siempre lo hizo a la sombra de su padre los detalles de la fiesta.
Se invitaron a las casas más cercanas a los Targaryen, los Velaryon entre ellas, por supuesto. Helaena también se lució al diseñar los trajes que usarían, incluyendo los de la pareja para la renovación de sus votos matrimoniales al estilo Valyrio, con sus Espíritus Guardianes presentes. El castillo recibió a sus invitados, varios rostros eran conocidos para Aemond, algunos eran nuevos pues se trataban de los herederos que tomaban ese lugar dejado por un ataque de Invasor. Dejó que su hermana lo vistiera y peinara porque según ella, él lo haría como siempre, lo cual aparentemente era un pecado para la fiesta.
—Wow.
—¿Qué? —arqueó una ceja al salir de su recámara, encontrándose con Lucerys.
—Te ves… hermoso.
—¿Otra vez?
—Cielos, estoy considerando qué tan importante es que estemos presentes en la ceremonia.
—Luke, te recuerdo que no puedes tocarme hasta que no se me pase ese raspón que me hiciste.
—¡Fue un accidente! ¿De verdad me dejarás sin tocarte tantos días?
—Sí.
—Pero, cariño…
—No.
—¿Al menos puedo tomar tu mano?
—Puedes, pero es todo lo que tocarás de mí.
Escuchando esos gruñidos combinados con algunas maldiciones, Aemond sonrió, caminando junto a Lucerys para ir al altar ya preparado, todos esperando por la pareja que llegó, en esas ropas blancas de orillas rojas con los tocados propios de las viejas tradiciones, sonriendo al saludar a todos los presentes para la ceremonia. Había un buen ambiente, incluso sintió a su madre relajada al observar el camino de Rhaenyra y Daemon hacia el Septón, mirándolo un poco, tomando su rosario para unirse a los cánticos que luego ellos repitieron. Tenía que reconocerle a Daemon que pese a lo controvertido de su matrimonio, había sido un excelente Alfa, padre de familia y protector de Rhaenyra. Siempre le había hecho frente a los problemas y rumores alrededor de ellos, cuidando de todos los cachorros como si fueran suyos.
Sin duda era el mejor Exterminador de todos, al que todos temían y obedecían pues de no hacerlo era casi seguro que terminaran sin su cabeza o peor. Daemon se había abierto paso entre todas las dificultades y contratiempos en su vida para casarse al fin con quien más deseaba, Rhaenyra. Ambos bebieron de la copa bendecida, el Septón elevando su voz con el resto acompañándolos, esperando que los Siete los siguieran bendiciendo y los guiaran para continuar su labor como cabezas de su mundo de cazadores. Cuando terminaron la ceremonia, fueron escoltados por los invitados hacia la sala donde se cambiarían sus ropas por las que Helaena había diseñado, regresando al gran salón con el resto para el banquete.
Aemond notó la expresión soñadora de Lucerys, seguramente imaginando una boda entre ellos. Lo codeó, arqueando su ceja cuando el joven Alfa se giró a él, sonriéndole tranquilo.
—Solo pensaba, lo hermoso que debe ser el poder celebrar un aniversario de bodas.
—En nuestro mundo, sí.
—Creo que en general —lo contradijo Lucerys— Porque no es sencillo el poder amar a alguien durante tanto tiempo y que siga siendo esa persona que adoras ver al despertar, que tiene tu tiempo y tu espacio. Más aún el mantener un matrimonio cuando es bien sabido que todos cambian con los años, con las experiencias diarias. Realmente es una bendición el seguir juntos y andar por la misma senda.
—Te has vuelto filósofo.
—Solo me digo… quiero eso contigo. Celebrar muchos aniversarios.
—Todavía no estamos casados —le bromeó.
—Eso cambiará pronto —Lucerys quiso abrazarlo, levantando una mano en advertencia— Pero…
—Hasta que sane mi raspón.
—¿Ya dije que fue un accidente?
—Mm.
—Cariño…
Esa expresión de perrito apaleado movió algo en él, negando al tirar de su cuello para darle un rápido beso en los labios antes de que los brazos del Alfa lo atraparan, caminando más aprisa rumbo al salón que ya estaba atiborrado por los invitados, las bandejas con copas de champaña iban y venían, igual que la de los bocadillos. Ubicó a su madre con sus hermanos, caminando hacia ellos. Jace y Aegon no estaban lejos, el primero cuidando de su Omega, abrazándolo posesivo, de vez en cuando acariciando su vientre más pronunciado mientras su hermano mayor comía de cada platillo que le presentaran. El buen gusto de Alicent estaba ahí presente en cada detalle, ella había hecho varias fiestas y reuniones cuando Viserys estaba vivo, para él como para reforzar amistades con las otras casas, así aprendió a hacerlo de forma impecable, todo coordinado.
Aemond volvió su mirada hacia su hermano mayor, todavía sorprendido de lo bien que se veía tan alegre y disfrutando de la fiesta, una mano acariciando su vientre. Sin duda, el cariño por Jace lo había sacado de esa vida lastimera, transformado en algo mejor. Contemplando a la pareja, se llevó una mano a su propio vientre, haciéndose esas preguntas que de no ser por Lucerys no se las plantearía nunca, como el qué se sentiría tener un cachorro de su Alfa, si podría verlo crecer o si era capaz de protegerlo de los Invasores quienes verían en su hijo otra amenaza más a desaparecer. Al sentirse observado, levantó el rostro notando la sonrisa traviesa de Lucerys por su mano en su vientre, quitándola de ahí. Por el momento, no habría nada de cachorros, sus Supresores estaban haciendo bien su trabajo.
Luego del brindis que se hizo, con algunos representantes de las casas complementando el discurso de Daemon con juramentos de lealtad. Rhaenyra se puso de pie, con una expresión misteriosa, entrelazando una mano con su esposo al verlos a todos.
—En este día tan dichoso, se une otra alegría a nosotros —ella se acarició su vientre, riendo al ver a Daemon quien asintió— La casa Targaryen crece, seremos padres una vez más.
Vinieron los aplausos y felicitaciones, algunas muy escandalosas para el gusto de Aemond, brindando una vez más, Daemon tomando la mano de su esposa para ir al centro del salón pues había llegado el momento de su baile. Con rostros alegres rodeándolos, la pareja tomó su posición, comenzando a bailar en un vals suave, recorriendo esa pista de baile a la que luego fueron uniéndose más parejas. Corlys sacó a Rhaenys, como Jace a Aegon, ellos moviéndose más despacio. Aemond escuchó una tos ligera a su lado, girándose para ver la enorme sonrisa de Lucerys haciendo una reverencia al pedir su mano para bailar.
—¿Me harías el honor?
Era trampa porque rompía su palabra de que no debía tocarlo, pero se lo pasó por esa vez, todos estaban disfrutando del baile, ese momento que seguramente iba a tardar en repetirse. El Omega tomó la mano ofrecida, caminando entre las demás parejas para conseguirse un lugar y comenzar a girar despacio con todos bajo luces tenues, más copas chocando entre sí y risas dejándose escuchar en las mesas. El rostro de Lucerys era toda dicha, mirándolo de esa forma que siempre le chocaba por hacerlo sentir TAN especial, una admiración que luego se decía solo podía ser producto de la locura. De reojo le parecía ver que todos los demás hijos de Rhaenyra también bailaban, curioso fue encontrar a su hermana Helaena divirtiéndose así con las gemelas de Daemon.
—Todos están felices —comentó Lucerys, sujetándolo mejor por su cintura.
—Es bueno.
—Lograremos que sea más seguido, que no sea algo que cueste demasiado.
—¿Lograremos, eh?
—Sabes que sin ti, yo no sería así de fuerte.
—Oh, vaya.
—Hoy estás particularmente hermoso, Aemond.
—Ya me lo has dicho.
—No sobran palabras.
—Tú también te ves muy bien.
Lucerys rio, mirándose. —¿No parezco un tonto?
—Mi hermana siempre hace excelentes ropas.
—Uh, oh, sabes que no me refería a eso.
—Lo sé —sonrió el Omega, picando su mejilla.
Terminaron con ese pastel de bodas con varios pisos que pronto desaparecieron con tantos invitados. Al ver a su madre charlando con la nueva cabeza de los Strong, Aemond aprovechó para saludarlo al aproximarse. Larys Strong no era un Exterminador, había nacido con un defecto que le impedía ser un cazador, pies defectuosos además de una salud delicada. A pesar de ser un hombre joven ya usaba un bastón para andar, contrario a su mente brillante que era como una flecha certera. No estaba solo, lo acompañaba muy de cerca una mujer Beta de largos cabellos negros y lacios, hermosa con todo y que era mayor a Larys, más o menos de la misma edad que Alicent si había observado bien.
—Lord Aemond, un gusto conocerlo —Larys hizo una reverencia, presentando a su acompañante— Ella es parte de la familia, Alys Rivers.
—Gusto en conocerla.
—El gusto es mío, joven Aemond.
—Le contaba a Larys de tus intenciones de ir a conocer su biblioteca —sonrió Alicent— Esperando tener alguna pista más sobre los Invasores.
—Nuestro castillo está abierto a los Targaryen, mi señor, esperaremos ansiosos por su visita. Aunque yo suelo salir para atender los muchos deberes de mi casa, Alys aquí presente será una excelente anfitriona y guía.
—Gracias, Lord Strong, como ha dicho mi madre, recolectamos cuanta información haya y que los Maestres de Poniente todavía no tengan a la mano.
—Me alegra conocer al nuevo talento entre los Exterminadores —halagó Alys, sonriéndole— No me cabe duda de que pronto estará al nivel de Lord Daemon.
—Muy amable de su parte.
—Debemos retirarnos —Larys hizo una reverencia— Puesto que nos corresponde la siguiente expedición, debo regresar para organizar todo. Lady Alicent, Lord Aemond, sus humildes servidores están a sus órdenes.
—Gracias, Lord Strong —asintió su madre, luego volviéndose a él cuando los dos se marcharon— Como te dije, es una casa leal a los Targaryen. Sé que hallarás más pistas para estos nuevos enemigos.
—Siempre ayudándome, madre.
—Estás haciendo un esfuerzo enorme, quiero aligerar tu carga lo más posible.
—Viéndote así de tranquila y en paz, me anima a continuar.
Alicent sonrió, acariciando su rostro. —Mi niño, anda, ve con Lucerys. Si van a portarse mal, sean más discretos que Jacaerys y tu hermano.
—Ellos no conocen la decencia, madre.
—Anda, yo tengo sed, iré a buscar algo que beber.
Luego de felicitar a Rhaenyra por su nuevo cachorro, Aemond se retiró de la fiesta, de todas formas ya era tarde, los demás también estaban marchándose, algunos debían continuar con su labor como los Strong. Apenas si había puesto un pie fuera del salón, cuando Lucerys lo atrapó, echándoselo a un hombro entre carcajadas que lo hicieron gruñir. Ni siquiera le extrañó que se tomara esas libertades, toda la fiesta se la había pasado mirándolo con deseo, se había contenido solo para no ser tan evidente, ahora que ya habían terminado con su deber era momento de satisfacer sus perversiones. Solo negó, tampoco estaba muy en contra de la idea, con todo y que el aroma del joven Alfa prometía que caminaría gracioso al otro día en el desayuno.
—¿No puedes acompañarme? —Lucerys parpadeó asombrado cuando le habló de su visita a Harrenhal, el castillo de los Strong.
—Es importante, tú debes ir con Lord Corlys.
—Puede esperar, iré…
—No, perdemos tiempo si vamos siempre juntos a todos lados, sigue investigando en sus tesoros.
—¿Puedo llamarte?
—Me extrañaría mucho si no lo hicieras.
—Si llega a suceder…
—Voy a estar bien, Luke, deja de ponerte en modo sobreprotector, me marean tus feromonas.
Había una historia curiosa para el castillo de Harrenhal, pues se contaba la leyenda de que en tiempos antiguos había sufrido un espantoso incendio que casi acabó con la vida de todos los Strong, salvo un par de cachorros hijos del Patriarca que al haber salido a escondidas para hacer una travesura, se habían salvado de manera fortuita. El incendio había sido causado por un Invasor, que fue exterminado por las mismas llamas que provocara, motivo por el cual la roca del castillo era negruzca, de manchones imperfectos que no lograban darles un tono parejo a las paredes. Siendo ellos parte de los ejecutores que los Septones enviaron contra los Nigromantes, ahora le parecía que esa leyenda ocultaba algo más.
Lord Larys no se encontraba como ya antes se lo mencionara, lo recibió Alys Rivers, sonriente como educada al presentarle el castillo, guiándolo a su biblioteca.
—¿Puedo ofrecerle algo más, joven Aemond?
—Estaré bien, gracias.
—¿Desea que le haga compañía? Esta biblioteca es vieja y no tiene la iluminación suficiente, podría ser sus ojos si me dice que busca.
—No la molestaría, me las arreglaré.
—Como ordene, joven Aemond, estaré cerca por si me llama, a sus servicios.
Daeron le había contado que, de todos los cazadores que fueron aniquilando a los Nigromantes, fueron los Strong los únicos que jamás fallaron ni permitieron que alguien se les escapara vivos. Eso les permitió atrapar informantes por los cuales hallaron el escondite de un Fuego Oscuro. Lo que pasó con este es un misterio, en los archivos de Poniente se afirmaba que lo ejecutaron ahí en Harrenhal, cerrando el caso. Todos los documentos en la biblioteca así lo confirmaron. Aemond bailoteó sus dedos sobre un viejo libro, sentando en una mesita mirando ese rincón con aroma a hollín y humedad, su instinto le decía que existía una conexión entre ese Fuego Oscuro y los posibles Nigromantes que ahora estaban con los Invasores.
—¿Joven Aemond?
—Lady Alys, no la escuché llegar.
—Solo quería asegurarme de que estaba bien —sonrió ella, sentándose a su lado— Y tal vez ofrecerle algo qué comer, ha pasado un par de horas aquí.
—Estoy bien, gracias. ¿Puedo hacerle una pregunta indiscreta?
—Adelante.
—¿Por qué no lleva el apellido Strong?
—Mi familia siempre fue de sirvientes de confianza, cuando el hermano del difunto Patriarca se enamoró de mi madre, no obtuvo el permiso para desposarla, pero fue bien recibida luego de su muerte.
—Me disculpo si la he ofendido.
—Para nada, aun en estos tiempos causa curiosidad algún bastardo de las casas de Exterminadores. ¿Encontró algo valioso, joven Aemond?
—Todavía no.
—Eso suena a que debe seguir investigando.
Aemond asintió. —Solo un poco más.
—¿Desea que le prepare una habitación? Harrenhal se sentiría honrado y tranquilo si pasa la noche aquí.
—Yo le avisaré.
—Es usted muy amable, joven Aemond, usualmente los Exterminadores tienen un mal carácter si me permite la crítica.
—El entrenamiento es duro.
—No le estorbo más, suerte con su búsqueda —Alys alcanzó una de sus manos, palmeándola casi acariciándola antes de salir a paso tranquilo.
El Omega miró su mano y hacia el pasillo por donde ella desapareció, frunciendo apenas su ceño al levantar ese dorso para olfatear el aroma de la mujer Beta. Se levantó para seguir su búsqueda, recordando que Lucerys no le había enviado ningún mensaje ni llamada, sacando su teléfono, la razón detrás era que no tenía nada de señal ahí. Buscando algún rincón cercano a las pocas ventanitas que poseía la biblioteca, tropezó con tomos olvidados en el suelo, con tantas esquinas en penumbras no le extrañó si encontraba una rata muerta de meses. Al levantar el viejo libro, sus ojos captaron las formas del suelo de madera vieja, los patrones con que solían decorarse, una parte estaba más renovada.
—¿Por qué renovar un piso de una biblioteca en tan mal estado? —se preguntó en un susurro.
Hizo a un lado el estante encima de la parte nueva, casi tumbándose boca abajo para ver la diminuta orilla que delataba algo escondido debajo de los tablones. Aemond sacó una de sus dagas que siempre cargaba consigo buscando levantar una madera, dándose cuenta de que no podía hacerlo. Se levantó para ver alrededor, la parte renovada era casi un círculo perfecto. Le tomó fotos para mostrárselas luego a Daeron, algo le decía que esos patrones que no coincidían con el resto de los dibujos del suelo guardaban una explicación, devolviendo todo a su lugar, saliendo de ahí para al fin recibir toda esa cantidad de mensajes pendientes y llamadas perdidas de Lucerys, haciéndolo reír al imaginarlo preocupado por él.
—Lady Alys, me retiro.
—¿No desea quedarse?
—Me temo no es posible, salió algo urgente que debo atender.
—Los Targaryen siempre ocupados, adelante, joven Aemond, gracias por su visita.
—Y yo agradezco la hospitalidad.
—Soy toda suya, joven Aemond.
No le contó a su Alfa de ese comportamiento porque no quiso problemas por nada, mostrándole su hallazgo del suelo renovado. Los dos fueron con Daeron, su hermano más que emocionado de rastrear esos patrones comisqueando como siempre su comida chatarra. Aemond casi respingó al sentir la nariz de Lucerys olfatearlo de cerca.
—¿Qué te sucede?
—¿Alguien te tocó?
—No.
—Tienes un aroma ajeno.
—Pues sería algo más porque nadie se me ha acercado.
—¿Seguro? —los celos de su Alfa brotaron de inmediato— Haz memoria.
—Luke, estuve encerrado horas en una biblioteca que parecía más una mazmorra, si acaso tengo algún aroma es de tanto libro pudriéndose.
—Hm.
—¿A quién huelo según tú?
Lucerys casi lo estampó contra su pecho para olfatearlo mejor, atrapando un mechón de sus cabellos donde pasó su nariz, gruñendo bajito.
—No lo sé, pero es alguien.
—Vaya, tendría que haberlo abrazado tan fuerte que lo recordaría si parece que tengo su aroma encima ¿no te parece?
—A lo mejor fue un Tótem —comentó Daeron con la vista clavada en sus monitores, tecleando apurado.
—¿Qué es un Tótem? —Lucerys olvidó por unos segundos sus celos al escuchar eso.
—Pues cuando un Exterminador pierde su Espíritu Guardián o bien no lo consigue en su ceremonia de iniciación, a veces hacen pactos con otros espíritus que se les llaman Tótems, son más de protección que de ataque como los otros y su característica más conocida es que poseen casta mixta.
—Explica eso —Aemond ahora fue el interesado.
Daeron mordisqueó un chicle. —Un Tótem es un espíritu combinado de otros mutilados por cualquier razón, un ataque de Invasor, un brujo o una mala invocación de algún humano ordinario. Así como las bacterias, suelen unirse entre sí, un Frankenstein espiritual. Esa fusión genera una esencia, generalmente es Alfa-Beta, los Maestres le dicen Gamma. Otras veces es Beta-Omega, nombrada Zeta, otras veces es Alfa-Omega, llamada Delta. La más rara es Alfa-Alfa, Sigma.
Su hermanito detuvo su búsqueda, haciendo una bomba de chicle al girarse en su silla para verlos.
—Esa Alfa-Alfa es… casi una abominación, como son la misma casta, para que se una debió requerirse de un evento fatal. Mi Maestre me contó que ese tipo de Tótem es una especie aparte, porque al contrario de los otros que suelen provenir de Elementales o de espíritus de la naturaleza, el Sigma es hecho por las almas de quienes murieron violentamente bajo una maldición que pega lo que queda de sus espíritus en ese Tótem. Ah, ellos casi siempre prefieren dormir dentro de estatuas viejas, a menos que un Exterminador los encuentre y los tome como sus espíritus protectores.
—¿Tienen poderes? —Lucerys pareció interesado— ¿De protección, al menos?
—No, solo pueden ser un escudo. Salvo los Sigma, de nuevo.
—¿Por qué?
—Los Sigma neutralizan, si alguien intenta hacerle daño a su protegido, su energía neutraliza no solo el ataque, también el poder de quien lo lanzó. Es como… um… como los pulsos electromagnéticos que dejan sin energía todo alrededor cuando explotan, algo así, gracias a que son Alfa-Alfa.
—No dudo que alguien buscara un Tótem así, tiene su atractivo.
—Bueno —Daeron chasqueó su lengua— Luke, ya dije que solo se hacen por muertes violentas, igual no me expliqué. Quien desea un Tótem Sigma, DEBE asesinar las almas que pretende fusionar.
—Por lo Siete —Aemond sacudió su cabeza— Eso es casi igual a lo que hace un Nigromante.
—Pues… yo digo que el rito debió salir de ellos porque se tiene registro de un Tótem Sigma que le perteneció nada menos que a Vaeron Fuego Oscuro, el primer Nigromante.
Lucerys gruñó, sujetando su espada. —¿Quién se atrevió…?
—¡Sólo es una teoría! —Daeron levantó ambas manos en son de paz— Los Tótems Sigma tienen una desventaja, para marcar o neutralizar su portador debe tocar a su objetivo. Estamos hablando de que alguien toque a mi hermano Aemond, eso es una completa locura.
Este apretó sus labios, mirando a su Alfa gruñir con el ceño fruncido. Un pitido del monitor de su hermanito los distrajo, Daeron girándose para ver el resultado de su búsqueda, leyendo aprisa y luego mostrándoles su monitor boquiabierto.
—Las marcas… son una variante de los símbolos protectores que ya existían. Cuando se hace una variante debe firmarse para saber quién hizo el cambio en caso de algún problema.
—¿Y qué pasa con eso, hermano? ¿Por qué esa cara?
Daeron miró a Lucerys. —La firma es de tu padre, Harwin Strong.
Chapter 10: Día 10: Tradiciones
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Día 10
Tradiciones
Regla No. 33 de los Exterminadores: mantener un arma lista es estar un paso más cerca de la victoria.
Un cachorro Alfa nacido en el gremio de los Exterminadores tiene por delante el más prometer futuro siempre y cuando cumpla con las características necesarias para convertirse en cazador. Por lo regular, un Maestre es quien revisa al recién nacido para dar su veredicto sobre las capacidades físicas que habrá de mostrar el tierno infante con el entrenamiento adecuado. La gran mayoría de los Alfas pasan esta primera revisión, siendo ungidos en el Templo de los Siete para que los espíritus presentes conozcan a un futuro compañero y se familiaricen con él. La segunda revisión es cuando el cachorro muda sus colmillos de leche, los definitivos son revisados una vez más, colmillos fuertes eran el augurio de un excelente Exterminador en ciernes.
Lucerys mudó de dientes mucho antes, algo que sorprendió a su madre, creyendo que tal vez tenía alguna enfermedad o su esencia estaba desequilibrada. Su padre Harwin, por el contrario, lo tomó a bien pues en su familia ya habían existido casos de cachorros precoces. Cuando fue al templo a ser examinado, el Septón predijo que sería un gran Exterminador digno de entrar en el árbol genealógico de los Targaryen pese a tener el apellido Strong. Como su desarrollo fue adelantado, pudo estar en los entrenamientos junto a su hermano Jacaerys, ambos recibiendo luego de manos de su madre las espadas Valyrias para acostumbrarse a ellas y dominarlas como se esperaba en los herederos de la futura Matriarca.
—Un verdadero Alfa —solía instruirlos Harwin— Sabe que todas sus capacidades y habilidades tienen como meta el proteger este mundo. Pero suele ser que la carga de pensar en todas esas vidas abruma la mente y corazón del mejor Exterminador, por ello, hijos míos, deben quitarse de la cabeza la idea de que están aquí entrenando duro para cuidar de millones de vidas. No están haciendo eso, están salvando el mundo donde viven las personas que aman, así sea una sola persona. Cuando sientan un gran agobio en su misión, recuerden eso, están salvando a su persona amada, nada más.
—Sí padre —corearon los dos cachorros poniéndose hielos en sus moretones.
Entre los Alfas Strong había una tradición muy particular, solían celebrar a sus madres obteniendo una rosa blanca de un jardín celosamente cuidado por espíritus de la tierra. La cuestión con ese jardín es que estaba en una torre sin ventanas con una sola puerta que se cerraba en cuanto ellos entraban, quedando a oscuras para valerse únicamente de su olfato y así buscar la rosa en el centro, siendo atacados por estos espíritus de todas formas posibles. Era un orgullo que un cachorro saliera con una rosa en mano para su madre, era la muestra de que en verdad llevaba su sangre, que había salido de su vientre. Tal rito se celebraba dos veces al año, primavera e invierno.
Jacaerys lo consiguió varias veces, ganándose esa sonrisa orgullosa de Harwin al entregarle a Rhaenyra su rosa blanca, recibiendo muchos besos a cambio. Lucerys, por su parte, tuvo muchos contratiempos, solo una vez consiguió esa rosa, antes de que su padre terminara muerto en una misión. Cuando su hermano mayor deseaba molestarlo, solía decirle que era mejor al haberle entregado a su madre más rosas que él, a veces haciéndolo llorar por la rabia de no poder contradecirlo. Después, cuando fueron parte de la familia Velaryon al casarse su madre con Leanor, tuvieron otras tradiciones que seguir muy diferentes, como por ejemplo, aprender a navegar entre tormentas creadas por espíritus del agua, o refinar tanto su olfato que podían distinguir el aroma de una flor entre los cadáveres y restos de seres marinos.
Pero la tradición Velaryon que más le gustó a Lucerys fue sin duda alguna, era el nadar en busca de corales, conchas o cualquier cosa del fondo marino con que hacer un detalle para regalar, casi siempre a su madre aunque podía ser a todos los miembros de su manada, el requisito indispensable era que fuesen obsequios hechos por ellos mismos. Un Alfa Velaryon mostraba su valía con el sudor, sangre y lágrimas propios, nunca valiéndose de alguien o permitiendo que otros hicieran lo que era su deber. Lucerys aprendió a ser un excelente nadador, Leanor le enseñó cómo hacer brazaletes para regalar a toda su familia, ahí aventajó a Jacaerys quien no tenía la paciencia para esas cosas.
Ahora, no podía dejar de lamentarse por no haber prestado más atención a las enseñanzas de sus padres, porque ambos, de una manera u otra estaban conectados al mismo dilema frente a él: los Nigromantes.
Harwin los enseñó a resistir, ser fuertes para no caer en trampas mentales de los Invasores. Leanor quiso que tuvieran un noble corazón que no se pudriera con las misiones, haciéndolos Alfas deshumanizados, enfocados en ganar y mantener la línea de sangre sin vínculos afectivos al considerarlos inútiles. Cuando Daemon apareció en sus vidas, la cuestión fue más difícil para ellos, pues siendo un Targaryen los entrenamientos tuvieron cien veces mayor dificultad, dolor y sabor amargo al fallar. Su nuevo padre era un hombre que tomaba decisiones para su propia satisfacción que resultaban en actos sorprendentes que beneficiaban al resto. No era sencillo entender cómo era que pensaba Daemon ni lo que pretendía con sus locuras que Rhaenyra aplaudía, Lucerys llegó a pensar más de una vez que estaba loco.
—Es por eso que él triunfa —le confiaría su madre con orgullo— Porque los Invasores no pueden predecir ni asegurar qué es lo que hará a continuación, no hay nada que teman más que un Exterminador cuya mente no puede ser entendida en términos humanos.
Por lo que cuando conoció a Aemond, quedó maravillado de sus logros, porque si un Alfa Targaryen se las veía negras en su entrenamiento con todo y que eran de los Alfas más dominantes, no quiso pensar en los esfuerzos que tuvo que hacer su Omega para estar a la altura. Aemond había no solo conseguido tener una reputación entre los Exterminadores, además había forjado su propia tradición, una donde estaba incluida esa misma característica de Daemon, el no ser predecible ni tampoco aceptar de buenas a primeras lo que sus sentidos le decían, lo que los demás opinaban o creían. Escapaba a esas convenciones de manera proverbial, sin duda alguna, esas características al final lo habían hecho digno portador de esa Primus Draconis que lo obedecía tan solícitamente.
—Tu padre estaba a punto de descubrir o descubrió la identidad de los Nigromantes —afirmó Aemond cuando dejaron a Daeron luego de aquel descubrimiento— Por eso murió.
—Pero fue asesinado por un Invasor, como muchos otros Exterminadores. ¿Cómo podría un Nigromante haber controlado esa criatura? Es imposible.
—Bien, jamás se pensó en hacer más análisis sobre el Invasor ¿cierto? Ya no puedes asegurar que realmente lo sea.
—Debemos averiguar el verdadero nombre del amante de Leanor.
—Algo me dice que estaba en la información que Harwin halló.
—Aemond, dime con sinceridad, ¿crees que él fue usado para crear un Tótem Sigma?
Su Omega lo miró fijamente, olfateando en él ese conflicto por no querer lastimarlo al decirle la verdad. Lucerys gruñó, sujetando una de sus manos.
—Dilo, no te lo quedes.
—Fue usado para crear un Tótem Sigma, pero…
—¿Pero?
—Creo que retrasó su muerte con el fin de lograr un cambio, que no fuese un Tótem agresivo, ¿comprendes?
—¿Por eso siempre estaba como ausente, dolido?
—Es muy extraño, ahora que hemos estado con Rhaenyra me di cuenta de que ella guarda un excelente recuerdo de Laenor, podría casi jurar que lo quiso bien, pero él fue quien puso ese muro entre ellos. Puede deberse a que no deseaba mancharla, que se diera cuenta de lo que le sucedía en realidad. Nadie de ustedes, era peligroso, la maldición podía alcanzarlos.
—¿Y quién es el maldito que posee ahora su alma como un Tótem? —Lucerys sintió su sangre hervir de solo pensar en Laenor sufriendo atrapado siendo quien sabe qué cosa.
Aemond bufó al sentirlo, siendo él quien ahora tomara ambas manos suyas que masajeó buscando calmarlo con su aroma Omega.
—De algo podemos estar seguros, a ti, especialmente a ti, jamás te lastimaría.
—No es un gran consuelo.
—Pero servirá para reconocerlo. Luke, esto tiene algo más grande detrás, estamos por enfrentarnos a un enemigo que ha permanecido en las sombras estudiándonos. Sabrá dar golpes precisos sin que lo veamos llegar, hay que irnos con cuidado… sobre todo…
—¿Qué? ¿Aemond?
Este suspiró, tragando saliva. —Me temo que vamos a enfrentarnos a decisiones cuestionables. Con solo meditar sobre la muerte de Laenor, no dejo de pensar en lo valiente que fue resistiendo hasta que no pudo más, y aún así, decidió quitarse la vida antes de que se la arrebataran de forma cruel. Esa clase de decisiones es a las que me refiero.
—Jace dice que cuando lleguemos a ese puente, lo cruzaremos, de momento debemos enfocarnos en lo que tenemos por delante.
—¿Y eso es?
—Tengo ganas de ti.
Cultivar el arte de la paciencia fue algo que Daemon les inculcó, uno de sus secretos para ser tan temible Exterminador cuyo dominio hacia temer a los Invasores. La paciencia involucraba tiempo, así que sus pesquisas sobre los Nigromantes avanzaron a pasos de tortuga, dejándoles la sensación de que habían estado siguiendo unas migajas falsas que no conducían a nada. Vino una nueva ola de ataques tan insignificante y azarosa que todos ellos no pudieron evitar pensar que los estaban probando, algo más grande venía. De momento, lo único que les quedó fue darse un momento para el nacimiento del hijo de su hermano mayor.
Jacaerys no cabía en felicidad, dando vueltas de un lado a otro en el hospital esperando por Rayón quien lo llamó para que fuera al cunero donde esperaba ya su primogénito, con toda la Manada siguiéndolo para admirar al rosadito cachorro Alfa al que el Maestre dio el visto bueno, trayendo orgullo a sus sonrientes abuelos que le tomaron cuantas fotos a través del cristal pudieron tomar, queriendo llamar su atención. Aegon estaba pálido, más estable, casi llorando cuando Rayón le puso ese bultito entre sus brazos, admirando sus cabellos ondulados oscuros, ligeramente más claros, ojos de su padre y una vocecita que prometía ser gruesa de mayor. Todo un fuerte Alfa Targaryen.
Cuando pudieron volver al castillo, Jacaerys hizo la ceremonia de presentación en Pozo Dragón, levantando a su hijo hacia los cuatro puntos cardinales, repitiendo las oraciones en Valyrio que los sacerdotes instruyeron, luego dejando que fuera ungido con los siete perfumes de los Siete Dioses, dejándolo sobre una suerte de mini altar para que los Espíritus Draconianos llegaran a olfatearlo, reconocerlo como un miembro más de los Targaryen, y por lo tanto, un día sería su protegido al enfrentar a los Invasores o lo que tuvieran que enfrentar, Lucerys esperó de todo corazón que esa nueva generación no tuviera que luchar como ellos.
—Por los dioses —murmuró Aemond con fastidió al escuchar llorar a Aegon por enésima vez.
—Es la emoción, seguro tú llorarás igual cuando nuestro cachorro nazca.
—Hm.
—No has dicho no —sonrió el joven Alfa.
—Cállate.
Vino el banquete, obsequiado por su abuelo Corlys quien halagó el buen porte del cachorrito dormilón que solo abría sus ojos para exigir su leche. Aemond reprendió a su hermano menor por andar trayendo una tableta a todos lados durante el festejo, hasta que Daeron los jaló a ambos a una esquina para mostrarles qué tanto había estado haciendo, como buen aprendiz de los Maestres de Poniente, anduvo indagando en todos los archivos hasta encontrar lo que Harwin Strong había hecho en aquel piso de su biblioteca.
—Hay un 0.00001% de probabilidad de que me equivoque, pero creo que ahí tiene un Tótem guardado.
—¿Un Tótem Sigma?
—Quizás, pero eso no lo aseguro, estas variaciones de símbolos son para sujetarlo a la tierra y dormirlo dentro de esa cámara que debió hacer porque no hay registros en los planos de Harrenhal de un sótano en la biblioteca.
—¿Por qué guardarlo ahí?
—Ah, ah, la biblioteca está en el centro, toda la arquitectura de Harrenhal fue hecha para resistir ataques de Invasores, se puede quemar pero jamás caerán sus muros. Se le considera la mejor estructura de geometría alquímica de todo Poniente. El mayor punto de poder está ahí, por lo que es un excelente sitio si alguien desea encerrar una abominación sin que haya alguien capaz de detectarlo.
—Me pregunto por qué no lo exterminó —observó Aemond casi leyendo sus propios pensamientos.
—Pues porque ha sido el gran error de todos nosotros —asintió Daeron— Toda la vida se la pasan cazando Invasores pero nunca analizándolos.
—¿Los has visto?
—Me refiero a que se podría atrapar uno que otro para entender más su naturaleza y así poder vencerlos en su propio juego. Quizá Lord Strong tuvo esa idea.
—Si tiene algo ahí, debe estar furioso por haber sido abandonado —su Omega intercambió una mirada con él.
—Parece un trabajo para nosotros. Gracias, Daeron.
—Esto es genial, me emociona mucho… y también me da miedo.
Antes de que marcharan hacia Harrenhal, Lucerys detuvo a Aemond, sonriéndole porque quiso darle un regalo, jalándolo a la parte baja de la Fortaleza Roja donde un día estuvieran las mazmorras de tiempos antiguos ya en desuso, buscando una donde entró, limpiando un poco bajo la mirada consternada de su Omega seguro preguntándose si no estaba perdiendo la razón por tanto estrés. Lucerys rio, saliendo para pedirle que esperara sentado, no sin antes que le cumpliera el gran favor de ordenarle a Vhagar que apareciera dentro de la mazmorra y lo atacara.
—¡¿Qué?!
—Confía en mí.
—Luke, ¿por qué…?
—Sshh, sé lo que hago.
—No estoy muy seguro de eso.
Lo que deseaba era repetir aquella tradición de la rosa, había comprado una previamente, solo que le faltaba como crear la atmósfera correcta para entregársela a su Omega, qué mejor que reviviendo esa vieja tradición de los Strong, con todo y que Aemond lo amenazó con abrir la puerta si en cinco minutos él no aparecía. No hubo necesidad, esta vez, pese a los coletazos de Vhagar, logró atrapar la rosa, entregándola con los cabellos llenos de paja, telarañas, mucho polvo y uno que otro raspón. Hincado de una rodilla, el joven Alfa presentó su rosa blanca impecable a la mirada atónita, algo ofendida pero luego conmovida de Aemond, quien la aceptó con una sonrisa pequeña y un delicioso aroma de felicidad llenando el pasillo.
—Cursi.
—Quiero que no olvides tampoco esto: siempre cruzaré la más terrible oscuridad con tal de poder ofrecerte el mejor regalo, o bien asegurarme de que tú estarás bien.
—Son varias cosas las que me pides no olvidar.
—No soy bueno resumiendo. ¿Te gusta?
Su Omega bufó, acariciándola con cariño. —Es linda.
—La primera de muchas.
—Debemos irnos.
Fueron recibidos por Larys Strong, solicitando su permiso para entrar de nuevo a la biblioteca. El joven Alfa miró receloso a su acompañante Alys cuando esta sonrió con cierto aroma a su Omega, quien apenas si le prestó atención, buscando entre las paredes algo, quizás la sensatez de su pareja. Bajaron a la biblioteca, Lucerys vagamente la recordaba en una visita que hiciera con Harwin hacia muchísimo tiempo, en aquel entonces le había parecido enorme, ahora era más un gran salón lleno de estantes mal puestos que gritaban por una urgente limpieza. Aemond le mostró el centro, esas maderas nuevas frente a las otras más pálidas por el tiempo comiéndose su pintura y brillo.
—¿La abriremos?
—Si Daeron nos bien la combinación, lo lograremos —su Omega sacó un papel manchado de salsa picante donde ese cachorro escribió apurado la forma de abrir ese sello— ¿Listo?
Sujetando a Llanto de los Penitentes, esperó en posición de defensa a que Aemond fuese liberando cada parte de ese entramado mágico, olfateando de inmediato como si algo se fuera destapando, una suerte de tumba cerrada por siglos que ladrones abren a la fuerza para robarse su tesoro. Ellos eran los ladrones y el tesoro… no estaba.
—¿Qué carajos?
Había quedado una impresión del aroma de aquel Tótem encerrado, incluso había marcas como de garras en las paredes de roca maciza con más sellos mágicos tallados, pero aquel ser ya no era más prisionero. Los dos se miraron, sorprendidos, Lucerys mirando alrededor como si esperara que esa cosa estuviera oculta entre algún volumen rancio observándolos burlón. ¿Quién habría podido liberar un Tótem cuando se necesitaban computadoras trabajando a toda velocidad para descifrar el código usado por un Exterminador muerto con su secreto? Sintió algo de rabia, estaban pisoteando el legado de su padre, burlándose de sus esfuerzos por ayudar en esa guerra contra los Invasores, dejándolos como idiotas de paso al estar siempre detrás de sus huellas.
—Luke, deja de gruñir.
—Perdona.
—Debemos preguntarle a Larys si sabe algo de esto.
—Algo me dice que no.
No estuvo errado, Larys Strong no tenía idea de un Tótem atrapado en una cámara oculta de su biblioteca si bien estaba enterado de esa parte nueva, que tenía entendido su hermano mayor había remodelado al intentar una nueva técnica con su espíritu, esa había sido la excusa que él no debatió, en aquel entonces era mucho más joven y estudiaba con los Maestres. Lucerys bufó, algo frustrado, de nuevo notando la mirada de Alys Rivers sobre su Omega a quien abrazó por la cintura, pegándolo de más a su costado al agradecerle a Lord Strong por su cálido recibimiento.
—Es un honor tener a un hijo de mi hermano aquí.
—Nos retiramos.
—Que los Siete los protejan a ambos —Alys palmeó su brazo apenas, haciendo luego una reverencia.
De haber sido un perro, la hubiera mordido en esos momentos. Un picotazo discreto en sus costillas le recordó que debía guardar compostura, saliendo de ahí murmurando cosas en Valyrio, agradeciendo el aire fresco cuando dejaron Harrenhal. Aemond lo detuvo, mirándolo serio con manos en las caderas y esa expresión de que estaba en problemas.
—¿Qué te ha molestado?
—¿La verdad?
—La verdad.
—Cómo te miraba esa mujer.
Su Omega rodó su ojo. —Alys Rivers ha sido la nodriza de varios Strong, tiene ese instinto maternal por excelencia, no es que me vea de una forma en particular.
—Pero…
—Te imaginas cosas que no son, y olvidas una cosa importante.
—¿Qué?
Un dedo lo apuntó casi tocando su nariz. —Yo no soy esa clase de persona que traiciona así a su pareja.
Por cualquier duda, lo besó como si no hubiera un mañana, asegurándose de que cuando volvieran a la Fortaleza Roja, Aemond apestara a él. Se aseguraría de que su aroma estuviera bien impregnado en la piel de su Omega por la noche cuando lo tomara hasta que el propio Aemond lo amenazara con degollarlo si no lo dejaba dormir. Había algo en los ojos de Alys Rivers que no le agradaba, tal vez podría ser esa confianza que tenían las nodrizas, como si conocieran a todo el mundo por el hecho de haber amamantado a unos cuantos, no estuvo seguro, tan solo era que le inquieta ese brillo en su mirada que no le parecía muy normal, como tampoco su toque. Todavía sentía escalofríos de recordarlo, apenas si lo había rozado, pero lo sintió igual que un rasguño.
—¿Rayón? ¿Qué haces aquí?
El enfermero llegó por la mañana, trayendo consigo un maletín y unos aparatos que le hicieron fruncir su ceño.
—Es una medida precautoria por el embarazo de la Matriarca.
—¿Mamá está enferma?
—No, solo es una medida precautoria.
Lucerys corrió a la recámara de Rhaenyra con el corazón en vilo. La encontró descansando en un sofá leyendo un libro sobre cómo elegir la mejor decoración para un cuarto de bebé. Ella bajó su libro, sonriéndole cariñosa y algo confundida.
—¿Qué sucede, hijo mío?
—¿Algo anda mal con el bebé?
—Luke —la Matriarca negó, llamándolo a su lado— Claro que no, solo es que ya no tengo la misma edad que cuando los tuve a ustedes, debo tener mis precauciones, por eso los médicos enviaron a Rayón, me cuidará por el resto del embarazo ahora que Daemon tiene que salir más.
—¿Estás segura? ¿No me estás ocultando nada?
—No, mi vida, estoy bien. ¿Tiene algo de malo prevenir?
—Pues no, solo que jamás lo habías hecho.
—No me había embarazado a esta edad.
Rieron, Lucerys un poco más aliviado de verla tan bien y contenta, acariciando apenas su vientre, una patadita fue su respuesta.
—¿Lo ves? Tu hermana dice que no debes angustiarte.
—¿H-Hermana…? ¿Ya sabes…?
—Sí, será una niña. He pensado en ponerle Visenya.
—Como la gran Exterminadora de los cielos.
—Anda, seguro que Aemond debe estar esperándote para el desayuno.
—¿Quieres que te lo traiga?
—Lo hará Rayón, Luke, por favor, estaré bien. Ustedes tienen cosas realmente importantes a las que prestarle atención.
—Bueno.
Su madre le pellizcó una mejilla que luego besó, acomodando sus mechones como siempre lo hacía desde que tenía memoria.
—Parece que fue ayer cuando te cargaba entre mis brazos y hacías pucheritos. Mira ahora, todo un Exterminador, amo de Llanto de los Penitentes y a punto de casarse.
—Sigo siendo tu cachorro.
—Eso nunca cambiará. Te amo, Luke.
—Y yo, mamá. Cualquier cosa, no importa la hora, llámame.
—Deja eso, ve a desayunar.
—Cuídala mucho, si algo sucede no dudes en hacérmelo saber —pidió el joven Alfa a su amigo. Rayón asintió, guiñándole un ojo.
De forma discreta, había olfateado a su madre, si bien su aroma estaba normal, equilibrado, percibió un cierto olor agrio demasiado tenue para tomarlo en cuenta. Igual no era nada, pero en todo el desayuno estuvo un poco distante preguntándose si sería bueno que todos ellos se ausentaran tanto en los próximos días cuando ella podría necesitarlos, especialmente a Daemon. No tener tan cerca a su Alfa en un embarazo ya no tan sencillo podría ser contraproducente. Alicent pareció detectar su contrariedad, acercándose a él con mirada preocupada.
—¿Qué sucede, Luke? ¿Es por lo de tu madre?
—Sí, sé que Rayón la cuidará bien, solo que…
—Puedo quedarme a su lado, si eso te hace sentir mejor.
—¿Lo haría, mi señora?
—Claro —Alicent asintió— Entre Rayón y yo no le apartaremos la mirada.
—No sabe cómo se lo agradezco, quedo más tranquilo sabiendo que Lady Alicent cuida de mi madre.
—Adulador —se burló Aemond, ganándose un coscorrón de su madre.
—Tranquilo, ella es muy fuerte, por algo es la Matriarca. Esto es solo seguridad.
—Lo sé, pero le apuesto que Jace tendrá los mismos pensamientos que yo cuando se entere. Por cierto, cuide bien de Aegon y su bebé.
—Vamos, desayuna, necesitan energías ambos.
—Y un baño —comentó de la nada Daeron.
Helaena rio al ver a ambos mirar a otras partes, estaban apestosos por sus actividades en la cama, no habían tenido tiempo de aseos porque se levantaron tarde. Lucerys sonrió, besando la mejilla de su gruñón Omega, dedicándose a su desayuno. Partirían de vuelta hacia Marcaderiva, a unir las piezas del complicado rompecabezas que tenían frente a sí, intentando descifrar qué tipo de Tótem había mantenido prisionero su padre y por qué lo habían liberado tan bien y en secreto que nadie se percató de eso. Aemond había comentado que igual Larys mentía al respecto, pero Lucerys lo contradijo porque los Strong hacían un juramento mágico de lealtad, impidiendo mentir a sus señores.
Al menos los siguientes días fueron relajados, pero en su piel hubo una señal, una cosquilla no de las buenas que iba creciendo en incomodidad. Era como al enfermarse de gripe, que va sintiéndose el decaer del cuerpo ante la enfermedad, algo parecido fue para Lucerys quien hizo su máximo esfuerzo por no ceder a la histeria que eso le provocó, repitiendo su tradición de buscarle una rosa blanca a su Omega cuando estuvieron en el castillo de Marea Alta, con Rhaenys aplaudiendo su cortejo. En la última oportunidad, fue una hermosa rosa roja lo que le presentó, cortesía de su abuelo Corlys y que sacó de esas sonrisa que tanto amaba en Aemond, avivando su dulce aroma a felicidad.
—Si sigues así, no quedarán rosas en el mundo.
—Volveré a plantarlas solo para ti.
—Cursi.
—Solo por ti, amor mío, solo por ti.
Lucerys tomó el rostro de Aemond para besarlo, apenas si había rozado sus labios cuando una onda de poder los derribó al suelo junto con sus abuelos. Cruzó una mirada con su Omega, notando que Llanto de los Penitentes temblaba furiosamente. Era un Inorgánico, no tuvieron duda, pero fue Corlys quien aclaró el mal presentimiento del joven Alfa.
—Por los Siete, son varios Inorgánicos.
Chapter 11: Día 11: un Omega diferente
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Día 11
Un Omega diferente
Regla No 4 de los Exterminadores: las decisiones importantes requieren de voluntades fuertes.
Aemond miró sus manos que no podían dejar de temblar, juntándolas en espera de que el frío y ese temblor pasaran, levantando su vista hacia el portal frente a él con lágrimas en los ojos.
Estaba hecho.
Un total de siete Inorgánicos, demasiados para todos ellos, uno solo podía acabar con la mitad del gremio si se lo proponía, siete… era una maldición. Todos los Exterminadores, incluyendo aquellos que apenas si empezaran a entrenar, fueron llamados a la batalla, repartiéndose entre cada punto donde aparecieron las criaturas que pronto comenzaron a desatar su poder, exterminando a humanos en su paso que no pareciera fuese posible detener. Lucerys preparó su espada, Aemond ayudándolo al ir con el Inorgánico más cercano, sin mucho tiempo para coordinarse o decirse algo, debían al menos eliminar uno, tan solo uno para que el poder de todos ellos dejara de asfixiarlos.
Las bajas pronto comenzaron a contabilizarse, la evacuación de civiles era demasiado lenta para la velocidad con la que los Inorgánicos estaban moviéndose. Alguien cercano a ellos mencionó por terror o porque estaba volviéndose loco que era como en los viejos tiempos cuando esas cosas aparecieron sobre la Tierra y casi extinguieron toda vida, lo habían hecho anteriormente, hasta que por fin unos cuantos humanos decidieron hacerles frente, apareciendo los primeros Exterminadores, la casa Targaryen para ser exactos, que en esos momentos no eran otra cosa sino pescadores. Aemond pensó que si unos cuantos humanos armados prácticamente con palos y espadas que no sabían usar pudieron rechazar a los Inorgánicos, ellos armados hasta los dientes debían marcar la diferencia.
Tenían que hacerlo.
Solo que estos Inorgánicos tenían otra capacidad no vista antes, los Exterminadores se llevaron sus manos a la cabeza, cubriendo sus oídos cuando un sonido agudo intentó romperles los tímpanos, era como un canto de sirena potenciado por mil voces. El temblor que los sacudiera anteriormente vino de nuevo y de pronto, Aemond se vio en una suerte de campo infinito con pastos blancos y cielos del mismo tono, todo brillaba tanto que tuvo que entrecerrar su ojo para ver bien. Ahí, Vhagar no poseía una forma fantasmal, se veía realmente como un dragón, volando cerca de él, aterrizando con un rugido largo al girar su hocico hacia una dirección. Estrellas cayendo en el horizonte, rebotando en un lago de aguas negras hasta alcanzar lo que había en el centro, una suerte de pilar formado por piedras que al observarlas mejor, daban la impresión de armar un cuerpo, de muchas partes.
—Un Tótem —susurró asombrado.
—¡AEMOND, ABAJO!
Gimió adolorido al caer bruscamente en el suelo con Lucerys cubriendo su cuerpo de unas ondas de poder que rebanaron cazadores. El Omega gruñó enfadado, sacudiendo al otro para levantarse y contraatacar con Llanto de los Penitentes sin perder tiempo, concentrándose en guiar la mente de Lucerys hacia ese Inorgánico, destruyendo una parte de sus caras sin que se volviera hacia ellos. Fue la primera vez que notó ese extraño comportamiento, que más adelante importaría mucho, en ese instante estaban muy ocupados formando un escudo para salvar inocentes cuando la siguiente onda de poder buscó sus cuerpos, destruyendo edificios y carreteras.
Su Alfa lo intentó de nuevo, esta vez el daño fue mayor, sin que el Inorgánico decidiera atacarlos a ambos como hubiera sucedido. Algo pasaba. Un nuevo chillido envió a Aemond de vuelta a ese paisaje extraño, con Vhagar y las estrellas cayendo. Esta vez pudo caminar hacia el lago, observando mejor ese Tótem de piedra que estaba tragando todos los luceros cayendo en rebotes, como una suerte de agujero negro. Frunció su ceño porque las estrellas parecían provocar una música en las aguas negras, una nota en particular que en conjunto con el resto creaban una melodía alrededor de ese Tótem cuyo reflejo confundió al Omega porque no era el de su cuerpo hecho de piedras diferentes, parecía más un bebé con rasgos de dragón, un bebé draconiano.
—¡TODOS SÍGANME! ¡NO PIERDAN DE VISTA AL ENEMIGO!
Daemon apareció para ayudarlos, con un grupo mayor de Exterminadores, rodeando al Inorgánico para atacarlo ahora que tenía una cara dañada, un golpe de grupo que hizo merma, deteniendo el avance de aquella entidad, frenándola e incluso haciéndola retroceder. Caraxes, el espíritu draconiano de Daemon, sin duda era de temer con todo y que no era un Primus Draconis. El Inorgánico se quedo quieto, sin atacar ni hacer otro movimiento, solamente ahí casi tocando el suelo al flotar apenas centímetros por encima de este, con sus caras de teseracto resplandeciendo apenas. Una serie de explosiones los dispersó, este monstruo no usaba tentáculos de plasma como los otros, eran golpes de aire a gran velocidad que si alcanzaban su objetivo lo desmembraban.
Fue como pisar un campo lleno de minas antipersonales, Lucerys sujetó su mano, llevándolo a un punto alto seguro, observando al Inorgánico en espera de poder atacar con su espada. Aemond lo detuvo, negando, haciéndole ver que todos los demás monstruos estaban igualmente quietos, esperando algo. Se estaban coordinando de una forma que nadie podía entender. El comunicador en el oído del joven Alfa casi chilló, un mensaje urgente que también escuchó pues les concernía a ambos. Rhaenyra estaba teniendo un parto prematuro, el bebé nacía antes de tiempo, seguramente por el estrés de saber a su familia peleando con semejante problema descomunal.
Aemond y Lucerys miraron a lo lejos donde Daemon quien se quedó muy quieto sujetando su espada tan fuerte que la vieron temblar unos segundos y luego llamó a sus cazadores, silbando y dando órdenes. Era un Exterminador, de la casa Targaryen, su deber estaba primero con su misión de proteger al mundo antes que ir a donde su esposa en un momento tan crítico. Lo entendieron aunque no estaban muy de acuerdo, ese parto podría complicarse todavía más, sin embargo, todo sería peor si los Inorgánicos volvían a atacar. Lucerys asintió, invocando el poder de Llanto de los Penitentes, atacando al inmóvil ente que no hizo anda por defenderse de él ni de los daños recibidos por los demás cazadores.
—Algo no está bien, algo no está bien —murmuró insistente el Omega.
¿Por qué dejaban que los hirieran de esa forma?
Estaba de acuerdo en que tenían la capacidad de regenerarse a un paso lento, y que eran demasiado poderosos para resentirse. Solo que su forma de actuar le producía un desasosiego junto con ese aroma tan nuevo, ácido, amargo que prometía desesperanza y mucho dolor. Aemond se unió a la ola de ataques coordinados por Daemon, sintiéndose ligeramente frustrado de que el Inorgánico permaneciera ahí sin atacar, como divirtiéndose de que ellos danzaran alrededor ya provocando más daños severos, la espada de Lucerys al fin alcanzaba una parte profunda de ese teseracto, pero ni así esa cosa se movió. El Omega tiró del brazo del otro, llevándolo lejos.
—No es normal.
—Ya me di cuenta —escupió el joven Alfa, gruñendo fastidiado.
—Se han quedado quietos todos, algo están esperando.
—¿Qué cosa es?
Aprovechando esa pausa, corrieron hacia Daemon, esperando más noticias sobre lo que pasaba con Rhaenyra. Ni siquiera habían terminado de formular la pregunta cuando una nueva onda de poder los lanzó como hojas al viento, Aemond perdiendo la mano que sujetaba de Lucerys, este gritándole. Todo volvió a cambiar, ahora parecía caer de cabeza hacia ese lago de aguas negras donde rebotaban estrellas que iban hacia el Tótem cuyo reflejo era un bebé draconiano. Cayó en el agua con un grito, sintiendo un enorme frío y sorprendiéndose de no experimentar la presión del agua, como si solo estuviera flotando en un mar oscuro de diminutas estrellas titilando débilmente. En esa oscuridad tan fría y aterradora, se asomaron olas, como si esa realidad de pronto se deformara en algo que lució muy conocido.
—¡AEMOND! ¡AEMOND!
Había sido herido de un costado, alcanzado por la onda expansiva de una explosión. También se había golpeado la cabeza. Lucerys estaba en similares condiciones, incluso su traje mostraba ya partes de su piel al haberse desgarrado, con heridas sangrando. El Inorgánico avanzó como si nunca lo hubieran atacado, renovando por completo, algo insólito porque esa no era su velocidad de recuperación. Si estaba pasando lo mismo con los otros seis, nunca iban a poder detenerlos a donde quiera que estuvieran dirigiéndose. Aemond tosió un poco de polvo, buscando comunicarse con su hermano Daeron, notando que estaban ya sin señal alguna.
—¡Apártense!
Daemon no se amedrentó, atacando con más fuerza. Con todo y sus heridas, el resto de los Exterminadores lo siguieron, no dispuestos a que su enemigo ganara. Cuando el Omega se puso de pie, un mareo lo obligó a cerrar los ojos, de pronto viéndose sin necesidad de otro golpe de poder en ese sitio tan extraño, de frente al Tótem con reflejo de bebé draconiano. A su alrededor estaba siete gigantescos Inorgánicos pegados entre sí de tal forma que no se podía ver nada más detrás de ellos, solamente el cielo que pareció volverse de fuego negro.
—… lo último que supe es que nació con rasgos extraños —alcanzó a escuchar esas palabras de Daemon al volver en sí.
—¿Aemond? —Lucerys lo abrazó— Aléjate, estás debilitándote demasiado. Vamos a cambiar de táctica.
Se hubiera ofendido por sus palabras, no era eso lo que estaba sucediéndole, más no se negó esta vez. Asintió apenas, girándose y luego regresando para darle un beso a Lucerys sin decirle nada, tan solo alejándose a tropezones por un temblor que invadió su cuerpo. Era seguro que el resto de los Exterminadores lo tomaran como un signo de su debilidad por ser Omega, esperó de todo corazón que así lo creyeran. No era para nada eso, podría seguir luchando igual que lo estaba haciendo Daemon, solo era que acababa de comprender el significado de aquellas visiones extrañas y necesitaba hacer algo al respecto, confirmar si sus sospechas iban hacia cierto lugar.
Unas súbitas náuseas lo detuvieron, escondiéndose tras escombros para vomitar. Miedo. No del Inorgánico que seguía avanzando, destruyendo a su paso. Era por lo que comenzaba a entender sería su más dura misión. Las piernas le temblaron, limpiándose para ir corriendo lejos de la pelea, sus ojos se rozaron por las lágrimas que contuvo, orando a los Siete porque sus conclusiones fuesen erróneas. Abrió un portal, cruzando sin mirar atrás porque si llegaba a ver el rostro de Lucerys, manchado de sangre más obsequiándole cariño en sus ojos fieros, iba a dimitir de su plan.
La Fortaleza Roja apareció ante él, rodeada de su bosque muralla con un viento meciéndose suavemente de una tarde cambiando lentamente a una noche fresca. Aemond jadeó, encorvándose para tomar aire con manos en las rodillas, jadeando pesado al respirar al ataque de pánico. Se puso en cuclillas, ocultando por unos momentos su rostro entre sus brazos, temblando de nuevo. Recordó esa ocasión en que se coló a la sala de armas de Viserys, mirando su espada Valyria que tomó entre sus manecitas para admirarla con ojos bien abiertos, asombradísimo de semejante arte hecho arma. Su padre entró en esos momentos, asustándolo tanto que soltó la espada que rebotó varias veces en el suelo. Viserys la recogió, mirándolo en silencio. Nunca olvidaría esa expresión de decepción, un Omega no servía para ser Exterminador, su casta estaba hecha para hacer un Nido, cuidar una Manada, dar cachorros Alfas.
Aemond tuvo un profundo miedo de ver esa mirada en Lucerys.
Vhagar apareció, rodeándolo con su cuerpo fantasmal, adivinando ya que deseaba hacer e infundiéndole valor al hacerle entender que ella lo apoyaba. Eso sí lo hizo derramar unas cuantas lágrimas que rápidamente se limpió porque no tenía mucho tiempo, si los Inorgánicos estaban tan sincronizados, pronto llegaría el punto donde se encontrarían y ahí todo estaría perdido. Antes de que más personas murieran, antes de que Lucerys fuese a perder la vida, tenía que hacer algo. Corrió como loco hacia el castillo, entrando a tropezones por uno de los pasadizos secretos, olfateando el aroma de sangre, dolor y pánico que inundó su olfato. Al llegar al piso donde estaba Rhaenyra, escuchó diferentes voces hablando de cosas diferentes, los médicos sobre el bebé, Alicent dándole ánimos a la Matriarca, un Maestre orando.
Respirando hondo, Aemond entró a la habitación, sorprendiendo a todos ahí. Rhaenyra estaba pálida de muerte, había sábanas manchadas de sangre, instrumental médico, monitores pitando en el fondo. En una esquina estaba una incubadora, con la cachorra dentro. Se acercó a esta, conteniendo el aliento. Aemond sintió que la vida se le escapaba al ver a la recién nacida con el cuerpo de un bebé draconiano, una cabeza alargada con escamas que bajaban por su espalda, una nariz deformada, con garras e incluso la fina cola mostraba puntitos de púas por debajo de la escamada piel.
—¿Aemond? —llamó apenas su madre.
Alicent siempre tuvo ese don materno de entender lo que él quería sin decirle palabra alguna, así que cuando empujó a los médicos y enfermeras, abriendo la incubadora para tomar a la cachorra, su madre actuó como lo haría cualquier madre frente al peligro que cae sobre su hijo. Rhaenyra gritó, llamando a los cazadores vigilando en los pasillos, Alicent alcanzó la ballesta de Aemond, protegiéndolo en su escape al disparar contra los Exterminadores, cubriéndolo con su cuerpo. La bebé lloró, un llanto ronco y extraño, temblando en los brazos del Omega quien desapareció por una de las salidas ocultas de la fortaleza, rechinando sus dientes al escuchar caer el medallón de su madre, un sonido seco de un cuerpo sin vida, Alfas liberando feromonas de rabia.
Un portal más lo llevó hacia Pozo Dragón, los sacerdotes estaban orando para que los Inorgánicos perdieran poder, mirándolo con extrañeza al verlo así malherido de batalla corriendo hacia el altar principal, depositando en el centro de aquel atrio circular a la recién nacida. Aemond jadeó, dudando por escasos segundos. Uno de los sacerdotes se acercó, momento en que los ojos de la bebé ganaron oscuridad, gruñendo y pulverizando al hombre. Los demás actuaron en consecuencia, rodeándola y terminando igual que le primero. El Omega se llevó una mano a la boca, temblando. Su naturaleza le gritaba que no podía dañar a una cachorra indefensa, aunque esta fuese el epicentro de poder de siete espantosos Inorgánicos que estaban dirigiéndose hacia ella. Si la alcanzaban, el exterminio de todo el planeta era seguro.
Pero Aemond era un Omega diferente.
Gritó, alzando sus manos para invocar el poder mágico del círculo antiguo pintando en el suelo de piedra del atrio. Un fuego brillante apareció, girando velozmente alrededor de la recién nacida que pataleó con ese gemido lastimero y ronco. Un temblor sacudió Pozo Dragón, todos los espíritus ahí dentro salieron, aullando y formando un muro alrededor, incluso ellos reconocían el poder oscuro dentro de aquel cuerpecito. Aemond sollozó, mirando esos ojos negros como el vacío infinito, los colmillos asomarse y sus escamas moverse. Reunió todas las fuerzas que había en él para llamar a Vhagar en el más poderoso ataque que tenía un Primus Draconis.
—¡DRACARYS!
Las enormes fauces de Vhagar se materializaron, como si brotaran de la piedra, lanzando una columna de fuego que incineró el cuerpo de la cachorrita quien lloró. Un fuego oscuro brotó de su cuerpo, creando una onda expansiva, destruyendo el techo del atrio, lanzando al Omega contra una columna que se venció, terminando estampado contra una pared igualmente fracturada. Después… nada. El silencio con un templo que se sostenía a medias. Aemond resopló, notando que el poder de los Inorgánicos había desaparecido, se levantó como pudo, mirando ese centro carbonizado, humeante. Unos pasos se aproximaron, Alys Rivers apareció por una puerta, buscándolo con la mirada y al encontrarlo entre los escombros, fue a él para tomar su mano y jalarlo lejos de ahí.
¿Por qué la siguió? Aemond no supo decirlo, el terror de su crimen tal vez, se dejó llevar como cachorro por aquella Beta hasta unas columnas de piedra, de esos portales que ya no servían o eso creyó, porque Alys impuso sus manos cortadas de sangre sobre los bloques y estos abrieron un portal brillante, lucía como aguas de mar ondeándose de forma imposible en el aire sin dejar ver qué había detrás. La mujer asintió apenas subiendo el par de escalones hacia el portal abierto, girándose hacia él al ofrecerle de nuevo su mano para que la tomara, sonriéndole maternal.
Aemond miró sus manos que no podían dejar de temblar, juntándolas en espera de que el frío y ese temblor pasaran, levantando su vista hacia el portal frente a él con lágrimas en los ojos.
Estaba hecho.
Sujetó la mano de Alys Rivers, cruzando ese portal. Fue como si sus pies dejaran de sentir el suelo, parpadeando ante la brillante luz titilante que cegó su vista por unos instantes, recibiendo de golpe un aroma de arena seca demasiado extraño. Al abrir sus ojos, se encontró en el mismo paisaje que había visto por aquellos ataques, solo que este se notó más real, menos etéreo. El aire estaba enrarecido, el cielo lucía de color cobrizo claro, con una luz de un sol que no se veía por ningún lado. Se giró para ver detrás, el portal se había cerrado, estaba ahí atrapado con la Beta, quien buscó su rostro, limpiando con sus pulgares las lágrimas que no supo estaba derramando.
—Hiciste lo correcto.
No lo sintió así y rompió en un llanto amargo que Alys consoló, abrazándolo y haciendo círculos en su espalda. Había asesinado a la hija de su media hermana, una bebé que era la hermana de su Alfa, un miembro de su Manada. Ahora era un Matasangre, no tan diferente de los Fuego Oscuro. El Omega se abrazó a la mujer, escondiendo su rostro en sus cabellos y hombro, temblando al sentir un enorme frío porque su vínculo con Lucerys se rompió, estaba tan lejos de él, en otra parte que perdía todo contacto con su prometido, quien era seguro notaba justo entonces que la Marca que le dejara, desaparecía. Alys solo siguió consolándolo así, hasta que sus piernas cedieron y cayó de rodillas llamando a Lucerys con desesperación porque el frío fue tan intenso que se creyó congelado.
—Está bien, está bien.
—N-No… no, no, no, Luke…
—Era necesario.
—¡Ni siquiera estoy seguro de que fuera necesario! —rugió, tallándose su rostro— ¡No sé si hice lo correcto o solo me dejé llevar por el miedo!
—Hiciste lo correcto —repitió Alys.
—¡Tú…! ¡Desde Harrenhal has estado haciendo cosas! ¡Tú lo planeaste!
—No, solo estoy ayudándote.
—¡Mentirosa! —Aemond aulló, adolorido— ¡ME MANIPULASTE CON TU PODER!
—Yo no puedo hacer eso.
—¡DEJA DE MENTIR! ¡SI VAS A MATARME, HAZLO!
—¿Crees que te traje aquí para eso? Estás equivocado, te traje para salvarte porque los demás no entenderán.
El Omega gritó al escucharla, Lucerys no se lo perdonaría nunca, nadie de los Exterminadores. Daemon lo buscaría para ejecutarlo por traición…
—¡MI FAMILIA!
—Sshh, ellos estarán bien, tienes mi palabra. Ya te lo dije, solo vine en tu auxilio, es lo más que puedo ofrecer a cambio de tu enorme sacrificio.
Lloró otro tanto más, tirándose de sus cabellos. Con las heridas sin atender, el uso de aquel poder draconiano y el estrés por toda la situación, Aemond terminó por rendirse, cayendo a un costado. Despertaría hasta más adelante, no supo cuantos días habían transcurrido, en aquel lugar no había forma de decir la hora. Se encontró con el cuerpo vendado, agotado, con el sabor de medicina tradicional en los labios y tumbado en una pequeña cama modesta pero cómoda dentro de lo que parecía una casa típica de las zonas costeras. De hecho, escuchó el rumor de unas olas, levantándose con un quejido por la punzada en su costado, caminando descalzo por la blanca arena, dejando que el viento marino soplara por entre sus cabellos admirando ese mar turquesa.
—Essos —murmuró con cierto asombro melancólico— Estamos en Essos.
—Así es —Alys apareció por un costado, cargando un cesto con frutas similares a las de su mundo, pero en otro tonos más metálicos— Una dimensión sombrilla de la Tierra, que solían usar chamanes, videntes y Exterminadores como puente a otras realidades. Desafortunadamente, luego de que los Invasores casi destruyeran Essos, prohibieron el paso a cualquier extraño.
—¿Cómo es que tú pudiste traernos aquí?
Alys sonrió. —Soy una Encantadora.
Ese tipo de “híbridos” eran tan escasos como podía ser un espíritu draconiano. Una mutación espiritual que se daba cada ciertos siglos con suerte, en mujeres únicamente. Las Encantadoras podían ser llamadas brujas de la naturaleza, acaso, pero estaba errado el término, eran más como médiums sanadoras. Si la habían aceptado en Essos era porque llevaba consigo algún espíritu que era bienvenido, una suerte de garantía de que no serían un problema ahí. Aemond frunció su ceño, observándola mejor, notando un aura tenue que solo su ojo de zafiro captó.
—Tienes algo contigo.
—Sí —la Beta rio— Vamos adentro, no debes estar de pie tan pronto.
La cabeza le dolía horrores, además de tener un hambre espantosa. Alys le preparó una comida, los alimentos eran buenos con un sabor más ligero, suave al humano. Todos los seres que vivían en Essos eran antropomorfos si había estudiado bien, sus cuerpos tenían pieles coloridas en diferentes patrones dependiendo la especie, casi siempre bonachones, curiosos y excelentes nadadores de su mar turquesa de donde podrían extraer minerales que servían de amuletos mágicos. Un lugar pacífico que terminó convirtiéndose en tierra de nadie por el paso de los Invasores.
—¿Mejor?
—No. ¿Vamos a quedarnos aquí para siempre?
—Para siempre no, pero… no volveremos tan pronto, no hasta que todo se haya aclarado.
—Jamás sucederá.
—Eso no lo sabes.
—¿Qué espíritu cargas contigo?
—Uno que es bondadoso, paternal, que entiende tu dolor.
Aemond arqueó su ceja, la mujer sonrió, cerrando sus ojos por unos momentos con las manos cruzadas sobre su pecho haciendo una oración. El ojo zafiro del Omega le mostró aquel espíritu, casi cayéndose de su silla al contemplarlo.
—¿Cómo…?
—Luego será, ahora debo cambiar tus vendajes.
Volvió a quedarse dormido para cuando ella terminó, perdiéndose en sueños que no recordó, despertando por el rumor de las olas, escuchando un rugido familiar que lo hizo levantarse aprisa, sonriendo al salir de la casa al ver en el cielo de mediodía eterno a Vhagar cruzando el cielo. Lloró sin saber la razón, sentándose en la arena, abrazando sus rodillas. ¿Lucerys podría perdonarlo? ¿Alguien podría perdonar su pecado? Todo lo que ahora tenía era una enorme incertidumbre y una Encantadora acompañándolo en su exilio forzado.
Sí, la cachorra había nacido con una alma de Fuego Oscuro, que con la sangre Targaryen la hizo tan poderosa para llamar a siete Inorgánicos para aumentar el poder de estos si llegaban a vincularse con ella. Se dirigían hacia ella, por eso ignoraban a los Exterminadores, hormigas molestas que luego pulverizarían o bien usarían sus cuerpos muertos para crear un ejército infernal. De no haberla asesinado, la Tierra sería un paisaje peor que Essos y nadie de los suyos estaría vivo. Los había salvado, con un precio muy alto que no estuvo muy seguro le gustara pagar. Rhaenyra iba a vengarse contra su familia, sus hermanos. ¿Qué iba a ser de Aegon, de su cachorro? ¿Lastimarían a Helaena? ¿Qué harían con Daeron? Le aterró su suerte, pidiéndoles perdón en silencio al ser inocentes de su crimen.
La gran pregunta era cómo habían logrado los Nigromantes intercambiar un alma humana por una de los suyos, era un plan secreto de largo plazo tan bien ejecutado que ni el mismo Daemon lo notó. Así de terribles, de astutos y poderosos ya se habían vuelto esos cazadores excomulgados del gremio por practicar artes prohibidas como la Nigromancia al envidiar a los portadores de espíritus draconianos, queriendo superarlos con otro tipo de poder que costaba vidas y traía maldiciones. De no haber sido por el poder del Tótem Sigma que Alys tenía en su poder, ella nunca hubiera podido alcanzarlo a tiempo, ni tampoco marcado para protegerlo de los espías Fuego Oscuro.
Aemond suspiró, limpiándose una mejilla, era un Exterminador, un Targaryen que había jurado proteger a la Tierra de los Invasores y ahora de los Fuego Oscuro, pero… había tenido que hacer algo en contra de sus principios, de su propia naturaleza. Sí, había salvado al mundo, pero SU mundo estaba destrozado.
Chapter 12: Día 12: Días difíciles
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Día 12
Días difíciles
Regla No. 44 de los Exterminadores: un descanso es mejor que la vigilia.
No existía peor cosa que un Celo se reprimiera no por Supresores sino por una situación tan dolorosa y estresante que el cambio en las feromonas se convertía en una tortura. Es lo que pasó con Jacaerys luego de que el ataque de los Inorgánicos cesara, todos ellos molidos por el esfuerzo de contenerlos, recibiendo un mensaje que los dejó helados. Aemond Targaryen había irrumpido en la Fortaleza Roja, robado a la pequeña Visenya de su incubadora y asesinándola en Pozo Dragón con los sacerdotes incluidos, desapareciendo casi al instante sin que nadie pudiera encontrarlo por ningún lado. Daemon estalló en ira al enterarse de semejante noticia, volviendo con ellos al castillo para ver a una devastada Rhaenyra clamar por venganza. Lucerys abrió los ojos al ver el cuerpo acribillado de Alicent en el suelo, apenas cubierto por una sábana. Ella había cubierto el escape de su infame hijo con su vida, siendo cómplice de su acto tan monstruoso, lo que sugería que toda la familia estaba involucrada.
El saber que eso podría costarle la vida a su Omega y cachorro puso a Jacaerys en semejante estado, siendo cuidado por Rayón mientras Lucerys buscaba darle sentido a todo ese caos a su alrededor, resistiendo el llorar porque la Marca de su Omega había desaparecido junto con él y no sabía qué pensar al respecto. Daemon ordenó la captura y encierro de los hermanos de Aemond, incluyendo al propio Aegon a quien separaron de su cachorro, pues era sangre de Jacaerys que no tocarían, más había perdido todo derecho a quedárselo. Con su hermano mayor tumbado en cama sufriendo esos espasmos incontrolables por ese cambio en su esencia, la suerte de Aegon y sus hermanos sería fatal a menos que alguien abogara por ellos.
Otto Hightower lo hizo, sin que Rhaenyra quisiera escucharlo, amenazándolo de muerte junto con todo su clan si volvía a pisar la Fortaleza Roja. Tanto su madre como Daemon no deseaban escuchar razones, no tenían ni la paciencia ni la tolerancia para ello, todo lo que importaba era hacerle justicia a su fallecida hermanita. A Lucerys le dolió saber que los hermanos de su Omega habían sido puestos en las ya abandonas mazmorras tan viejas, sucias con ratas, indignas de esos tres inocentes. Podía olfatear el miedo en ellos, escuchar su llanto por las noches, la súplica porque alguien los ayudara mientras Rhaenyra convocaba a una reunión con las cabezas de las casas más importantes para decidir lo que harían con esos traidores como fueron llamados, acusados de participar en el asesinato de su cachorra.
Jacaerys cayó presa de una fiebre terrible, la Matriarca estuvo con él esos días, retrasando el concilio de los Exterminadores. Lucerys no dejaba de pensar en ese último momento con Aemond, su mirada extraña, no estaba temiendo por la espantosa batalla, había sido algo más que con el calor de la pelea no le prestó la debida atención, lo dejó marcharse así, sin más. Según el informe médico, pese a las deformidades draconianas de Visenya, estaba en perfecto estado de salud, un bebé que necesitaría unas semanas en su incubadora para terminar de fortalecerse. El Maestre la había revisado, una cachorra Beta como su madre que no presentaba más nada extraño que esos rasgos extraordinarios más no inauditos pues se tenía registros de Targaryen sangre pura con esas características y si los médicos no mentían, tampoco había de qué preocuparse por su salud.
—Hermano —Aegon lo buscó, desconcertado como el resto— ¿En verdad Aemond hizo eso?
—Sí.
—Pero… una razón debió tener, no es así.
—Eso quiero creer, hermanito.
—Viajó desde donde estabas hasta este castillo solo por ella, es muy raro. ¿Por qué atacar a los sacerdotes tan pacíficos? Son acciones muy fuera de lugar para él.
—No debemos hablar de esto en voz alta, déjalo para después.
—Pero… Jacaerys.
—Luego.
Su hermano mayor estaba en agonía doble, por el Celo frustrado y por esa posible separación definitiva de su Omega, un padre viudo si el humor de Rhaenyra no cambiaba en las próximas horas. Lucerys sintió un nudo en la garganta cuando se llevaron el cadáver de Alicent sin que sus hijos se pudieran despedir de ella apropiadamente, no tendría un funeral por ser llamada traidora, su cuerpo sería cremado por gracia de Daemon, sus cenizas tiradas a la basura sin más. Una suerte similar esperaba para sus hijos. El joven Alfa sintió sus manos temblar de solo imaginar semejante acto bárbaro, pero… ¿con qué evidencias podría salvarlos si no había manera de probar su inocencia?
—Luke, acompáñame a Pozo Dragón —ordenó Daemon.
Era un Alfa que no estaba de humor para desobediencias, así que fue con él para revisar los escombros del templo ahora inútil para invocar más espíritus o fortalecer los suyos. Tendrían que hacerlo con el otro método que involucraba dar sangre propia. Lucerys arrugó su nariz al aroma tan horrible dejado por el fuego de dragón invocado, todavía las rocas podían sentirse tibias, apestando a muerte y hollín. ¿Por qué? ¿Por qué? Caminando entre los escombros exteriores, detectó otro aroma. Un rugido se le escapó al reconocerlo, muy tenue ya desapareciendo más inequívoco a su mente, era el aroma de Alys Rivers. La maldita había estado ahí, la que Aemond defendió.
¿Acaso ellos dos…?
Jadeó, sintiendo muchísimas ganas de llorar de solo pensar que Aemond le hubiera traicionado de semejante forma. Tal vez siempre estuvo ahí las señales, pero jamás quiso verlas, todo por estar embobado con un Omega tan conflictivo. Lucerys se talló un ojo, respirando hondo y controlándose. Si llegaba a comprobar la desaparición de Alys Rivers, entonces en verdad era que Aemond nunca sintió algo sincero con él, todo ese tiempo lo había estado llevando a donde podría tener la información que requería para luego asestar ese golpe mortal. Tenía sentido si lo pensaba un poco, pues la rabia por haber sido despreciados los llevó a convertirse en Fuego Oscuro. No era que hubiera aparecido alguien de tiempos remotos, todo el tiempo fueron ellos jugando a ser los inocentes.
—Vámonos —Daemon terminó su inspección, apenas si mirándolo.
Cuando volvieron al castillo, Rayón les comunicó que el estado de Jacaerys era delicado, si sobrevivía una noche más, podrían trasladarlo sin problemas al hospital, ahora necesitaba de la compañía de su Manada para salir adelante. Lucerys tomó esa guardia nocturna, quedándose al lado de su cama. Si él sentía morirse de solo tener esa traición encima, no quiso imaginar a su hermano mayor con un cachorro. Un golpe demasiado duro, espantoso. Rayón lo visitó en la mañana muy temprano, llevándole algo de desayuno mientras revisaba los signos de Jace, quien pareció tener mejor color y aroma. Su amigo le pareció que era momento de trasladarlo al hospital, cosa que hicieron, su madre y Daemon siendo quien viajaría con él.
Recordó que no había tomado una siesta, así que cedió sus pensamientos a la nada de los sueños intentando recobrar las energías perdidas. Cuando despertara, tendría una espantosa noticia que lo dejó helado: Aegon y sus hermanos estaban muertos, se habían envenenado a sí mismos. Se levantó cual rayo, corriendo escaleras abajo a las mazmorras para ver esos tres cuerpos tendidos en camillas con sábanas cubriendo sus rostros. Lo sabían, sabían que iban a ejecutarlos apenas Jacaerys estuviera mejor, así que decidieron partir antes con la poca dignidad que les quedaba. El Maestre oró por ellos, mirándolo en espera de su decisión.
—Llévenselos.
—Por órdenes de la Matriarca, serán llevados a una fosa común —recordó el Maestre.
—Bien. Háganlo.
¿Quién iba a decirle a su hermano que su Omega estaba muerto? No quiso mirar los cuerpos cuando sirvientes los levantaron pasando junto a él para llevarlos al transporte. El cachorro sería el primero en sufrir, al no tener ya contacto con Aegon, por lo que Lucerys llamó a Rayón, buscando su ayuda porque el bebé enseguida lloró y no hubo nada que pudiera consolarlo.
—Hay que llevarlo con su padre.
—Pero…
—Necesita olfatearlo o enfermará.
—De acuerdo.
Rhaenyra acomodó al pequeño junto a Jacaerys, este más estable con mejor color en su rostro y un diagnóstico positivo por parte de los médicos. Nadie de ellos dijo algo, ni tampoco se miraron, todo era demasiado surreal para hablar. Confirmaron todos los desaparecidos en el ataque de los Invasores, entre Exterminadores y civiles, el nombre de Alys Rivers apareció con un aguijonazo de dolor en Lucerys. Se habían marchado juntos, los muy traidores. Una rabia fue comenzando a nacer en su pecho, una pequeñísima llamita que iría cobrando fuerza.
—¿Se envenenaron? Qué cobardes, eso solo demuestra su complicidad —espetó Daemon.
—¿Los enviaron a la fosa común? —preguntó Rhaenyra.
—Sí, madre.
—Que limpien todo, no quiero un solo rastro de ellos en el castillo. Su nombre saldrá del árbol genealógico y estará prohibido recordarlos en voz alta.
—Así será, Rhae —asintió Daemon, abrazándola con la mirada en Jacaerys.
Este despertó hasta el siguiente día, llorando al ver a su cachorro a su lado, tan ojeroso como irritable porque le faltaba Aegon. No preguntó nada de nadie, fue lo mejor, en su estado no era buena idea que supiera sobre la pérdida de su Omega o volvería a recaer. Rayón fue a ellos, siempre discreto y apoyándolos en todo, tomando al bebé pues necesitaba revisión por parte del pediatra.
—Lo traeré en cuanto terminemos.
—Gracias, Rayón.
—Fuerza, Jace, Luke.
Lucerys tomó asiento junto a la camilla de su hermano, los dos mirándose sin saber qué sentir o pensar, acongojados, destruidos, confundidos a más no poder. Ese silencio pesado entre ellos fue llenado por los pitidos de los monitores conectados a Jacaerys, quietos, mirando hacia el suelo su regazo con una expresión dolida, así los vería Daemon al entrar, extrañado de no encontrar a su nieto.
—Rayón lo llevó con el pediatra.
—Ya se ha tardado.
Fue Rhaenyra quien decidió subir al piso de pediatría a preguntar por su nieto, acompañada de Lucerys. Ambos escucharon al jefe de médicos comentarle dos cosas raras. La primera era que no tenían a ningún cachorro Targaryen con ellos, tenían conocimiento de que estaba en el hospital, pero todavía no era su cita de revisión. La segunda cosa que averiguaron fue que ese día en particular Rayón lo tenía libre. Daemon no se lo pensó más, ordenando que encontraran al enfermero pues se había llevado consigo a su nieto. Fue una búsqueda inútil que no los llevó a nada. Así como Aemond, Rayón de pronto había desaparecido, secuestrando al primogénito de Jacaerys.
—Lucerys —Daemon pareció recordar algo— Esos tres… ¿qué veneno tomaron?
No le respondió porque ambos comprendieron al acto la situación, dejando a su madre y hermano en el hospital todavía buscando al cachorrito con ayuda de los médicos mientras ellos casi volaban de vuelta a la Fortaleza Roja para interrogar a los sirvientes sobre los cuerpos de los hermanos bastardos, buscando la fosa común a la que fueron arrojados, sin poder reconocer entre los bultos los de Aegon y los demás. Daemon no cedió, llamando cazadores para que buscaran con él entre todos los cadáveres. Lucerys quiso vomitar, tan solo examinando los rostros. Nunca encontraron alguna cabellera platinada ni el aroma que los dos recordaban que poseían aquellos tres hermanos.
—¡Maldita sea! —Daemon rugió, Lucerys no pudo evitar encogerse ante su furia Alfa— ¡Bastardos malnacidos! ¡Ya lo tenían planeado!
Los sirvientes admitieron que no habían visto a quienes recogieron los cuerpos, pero al ser gente que suele cambiar en ese trabajo lo tomaron como algo normal. Nadie pudo dar información de ellos, ni siquiera trabajaban para los Targaryen. Se sintieron muy timados y Lucerys ni siquiera intentó calmar a Daemon cuando se desquitó con cuanto objeto encontró en el camino, inclinando su cabeza porque todo lucía como un plan macabro de su Omega perdido. Resistió su mirada rencorosa, siendo aliviado por un abrazo breve y un beso en sus cabellos seguido de un empujón, tenían que encontrar su rastro como fuese.
—Amo —una sirvienta los encontró— Llaman del hospital, el joven Jacaerys recayó.
—¡Por los Siete!
La noticia no le cayó nada bien a su hermano, estaba en una tormenta interna entre llorar por su Omega y ahora su cachorro perdido con una alta traición a manos de Rayón de quien no creyeron semejante acto, si bien tenía la sangre Dorniense, unos rebeldes por tradición. Lucerys sintió que estaba viviendo un mal sueño, todo era lo que menos había pensado, lo que menos había creído que sucedería. Ni siquiera el que en los medios estuvieran halagando el esfuerzo conjunto de los Exterminadores le consoló, incluso se sintió como falso para él, sin que lograra sonreír a partir de ese momento, teniendo la misma expresión que su madre. Rhaenyra estaba más calmada, pero sus ojos pedían justicia.
Jacaerys fue trasladado a Terapia Intensiva, con ellos esperando horas hasta que los médicos salieron para informarles que estaba estable ya, solo lo mantendrían un poco más en esa sala, si todo continuaba como hasta ahora, luego lo devolverían a su habitación. Con esas noticias al menos un poco más alegres, el joven Alfa se marchó, volviendo a Pozo Dragón, examinando una vez más todos esos rastros que ya estaban siendo estudiados por los Maestres, le dolió ver a aquel que fuese el tutor de Daeron, el Maestre Qarn, quien se acercó a él con expresión apesadumbrada.
—Mis condolencias, joven Lucerys.
—Maestre, ¿cómo van con sus pesquisas?
—¿Podemos hablar lejos de aquí?
Lo comprendió porque el ambiente seguía siendo pesado con todo y que las horas ya habían pasado convirtiéndose en días. El Maestre lo llevó a lo que fuera un jardín interno ahora seco, de aire más liviano para hablar de temas difíciles.
—Joven Lucerys, ¿quiere la opinión de un Maestre o la de un anciano?
—La que sea la más acertada.
—Entonces será la segunda, sin duda.
—Dígame, Maestre.
—Joven Lucerys, su difunta hermana tenía sangre pura Targaryen, ¿sabe qué significa eso?
—Su poder era mayor, los Invasores le temerían de llegar a Exterminadora, por eso…
—No, mi joven señor. Ella, como su madre y abuelos, era incapaz de morir a manos de un fuego espiritual como el de un Primus Draconis.
El Alfa frunció su ceño. —Usted… ¿me está diciendo que hay algo extraño en su muerte por ese fuego mortal?
—Nada le hubiera ocurrido a no ser que tuviera otra condición —el Maestre se le acercó, bajando el tono de su voz— Una que el joven Aemond notó a tiempo antes de que causara estragos mayores.
—¿Qué condición exactamente?
—Puede comprobarlo luego de escucharme, vaya al centro del atrio, notará las huellas dejadas por el fuego sagrado de Vhagar, y en el centro otra marca imprecisa, apenas perceptible. Dígame su naturaleza, joven Lucerys.
Fue de inmediato, mirando esas ruinas al caer de rodillas, notando esa suerte de rasguño en la piedra contrario a las espirales dejadas por el fuego draconiano. Bien podría tomarse como parte del mismo suelo, de hecho se necesitaba mirarlo muy de cerca y a detalle para notarlo, demasiado tenue para resaltar. Lucerys parpadeó, inclinándose más hasta que su nariz prácticamente se pegó a la piedra bajo la mirada curiosa del resto de los Maestres que lo observaron creyendo que el dolor estaba volviéndolo loco al parecer un sabueso olfateando escombros.
En esa posición es que no se percató del momento en que su espada se resbaló de su cinturón, cayendo al mismo suelo que estaba olfateando. Apenas Llanto de los Penitentes tocó la piedra, Lucerys dejó de estar en Pozo Dragón, mirando de frente un espantoso Tótem con forma de dragón que lo observaba con ojos negruzcos y un hocico que vomitaba sangre, el vacío infinito en su interior. Gritó pero ningún sonido salió de su boca, retrocediendo a gatas porque el Tótem se movió hacia él, abriendo más sus fauces. Una tenue luz iluminó a ambos, deteniendo a ese ser. Lucerys se giró para ver la luz porque sintió en su esencia un rastro amado, estirando una mano para tocarlo.
—¡Joven Lucerys! —un Maestre lo hizo volver en sí— No debería acercarse tanto a los rastros, pueden causarle alucinaciones.
—Am… sí gracias… solo quería asegurarme de que era Vhagar.
—No hay otro Primus Draconis despierto ni tan poderoso, joven señor.
—S-Sigan, yo iré con el Maestre.
—Tenemos sales por si las necesita.
—Aire, es lo único que quiero.
Se puso de pie, casi pálido para volver a salir y sentarse en una roca frente al Maestre Qarn, quien entrecerró sus ojos al notar su aspecto.
—¿Lo ha notado?
—P-Pero…
—Joven Lucerys, es demasiado extraño. Le he preguntado quién desea que hable, si el Maestre que opina que no es una evidencia conclusiva y más bien es un mero rastro del poder verdadero del joven Aemond, o el anciano que ha visto muchas cosas en su vida y sabe que si mira de lejos todas estas pistas algo más parece asomar, algo que justificaría el actuar de su Omega.
—Por los dioses.
—Daeron Targaryen, como sabe, estaba bajo mi tutela, de sus últimos trabajos en el sistema de Poniente, ha llamado mi atención que estuvo rastreando la pérdida de datos muy específicos que no alcanzó a relacionar entre sí. Era información que de alguna u otra manera se relacionaba con los Fuego Oscuro, pero ahora puede lucir como si hubiera encubierto a su familia al colarse en los archivos de Poniente.
—Cualquiera pensaría eso.
—Incluido este Maestre.
—No el anciano —Lucerys resopló, sobándose el cuello— Nadie va a creernos.
—Hay entre los comunes una frase muy atinada para estos casos y es que el mejor truco del Diablo fue hacerle creer al mundo que no existe.
—Aemond…
El Maestre ladeó su cabeza, sentándose a su lado, palmeando una de sus piernas apenas, mirando hacia las ruinas con mirada perdida.
—Me pregunto cuán doloroso debió ser ir en contra de lo más sagrado que hay para un Omega con tal de salvar no al mundo, pero al que vive en él.
No pudo responder a eso, sintiendo un nudo en la garganta porque eran palabras similares a las que un día les dijera Harwin Strong. Por eso lo había mirado así, sabía que iba a despreciarlo por su acto tan deshonroso, tan cruel que ningún Omega en sus cinco sentidos haría por más presión que tuviera, ni nadie en realidad, mucho menos ellos los Alfas que eran tan bueno obedeciendo códigos y reglas sin cuestionarse si estaban haciendo bien. Aemond sí lo hacía y por ello, había mantenido esa promesa de elegir entre el mundo y ellos. El Maestre le sonrió, ofreciéndole una barra de chocolate con qué consolar los sentimientos que afloraron en él, Lucerys agradeció el gesto, mordiendo el dulce casi temblando.
—¿Dónde está ahora, Maestre?
—Imposible saber, pero de algo estoy seguro, no está en este plano donde hay tantos Exterminadores que lo encontrarían, debió saltar a otra dimensión y eso es como buscar una aguja en un pajar.
—Me siento horrible por seguir dudando… tener celos.
—Es algo natural, joven Lucerys, no estamos hecho de certezas pero sí de muchas dudas, es así como vamos aprendiendo del mundo, dando saltos de fe en lo que no estamos seguros.
—¿Cómo es que pudo darse cuenta de tanto, Maestre Qarn?
—Al contrario de mis pares, me gusta mucho observar a cada uno de los Exterminadores, y me llamó la atención como un Omega que había perdido un ojo en un ritual que pudo consumir todo su cuerpo no cesó en su meta de convertirse en un gran cazador, venciendo cada uno de sus límites que su casta siempre ha sufrido, despreciado por lo mismo. Creo, que sus hermanos pudieran ser algo similar de haber tenido un cariño paterno que los hubiera inspirado.
—Oh, Siete, Lady Alicent…
—¿Cómo se siente ahora, joven señor?
—Mejor. Ya veo por qué Daeron lo quería tanto.
—Los jóvenes quieren devorar al mundo, pero aun en esa extrema temeridad que no conoce prudencia, saben reconocer la luz que los puede guiar a la verdad, solo hay que tener una pequeña pizca de humildad para aceptar que vivimos ciegos entre sombras difusas y nuestra vista será sanada con el conocimiento.
—Debe cuidarse, Maestre.
—Yo soy viejo, no represento un problema, mi señor. En cambio usted es una promesa que desearán cortar, mi consejo es que no confíe en nadie a partir de este momento, porque lo que sucedió en este templo es una muestra de lo muy inteligentes, poderosos e infiltrados que están los Nigromantes.
—Seguiré sus consejos, gracias.
—Un último consejo si me permite, joven Lucerys, ha sido usted nombrado heredero de Marcaderiva y me parece que desconoce la poderosa arma que el clan Velaryon tiene para estos tiempos oscuros que se aproximan.
—Mi abuelo nunca me ha dicho nada de eso.
—Lo sabe, pero no sabe que lo sabe.
—Oh… creo que me doy una idea. Cielos, Maestre, como extraño tus lecciones, cuídese mucho, por favor.
—Como ya lo mencioné, mi vida está tocando su final, si es ahora o después ya no hace diferencia para mí, lo cual de alguna manera me hace temible. Que los Siete lo protejan y guíen en su sagrada misión, joven señor.
—Me retiro no sin reiterarme mis más sinceros agradecimientos, Maestre Qarn.
El espíritu del joven Alfa pareció encontrar reposo en medio de tanto caos luego de esa charla con uno de los mejores Maestres de Poniente. Lucerys miró al cielo, como si en él pudiera encontrar a su Omega, sus ojos se posaron en las primeras estrellas que comenzaron a brillar en el cielo, fijando su vista en una de ellas.
—Si puedes ir a dónde él está, dile que no debe temer. Ahora me toca a mí, dile que lo sigo amando y aunque estoy celoso, resentido, lo admiro más que ayer. Dile que lo extraño y que procure por su persona como yo lo hice durante estos últimos días, que ore por mí, pues yo, Lucerys Velaryon, voy a vengarlo.
Chapter 13: Día 13: No eres una bestia
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Día 13
No eres una bestia
Regla No. 29 de los Exterminadores: siempre hay una opción hasta en la peor batalla.
Cuatro dragones volaban por el cielo cobrizo claro de un sol permanente, los más pequeños jugueteando por debajo de las alas de Vhagar, perdiéndose en el horizonte de aquel mar turquesa de olas quietas que susurraban con el viento tocando la playa de arena blancuzca. Aemond respiró hondo un par de veces, sentado sobre la arena contemplando el vuelo de los dragones apretando sus manos entre sí. No solo había cometido un crimen contra su familia, sus hermanos habían terminado arrastrados a su suerte, teniendo que exiliarse en aquel sitio que no era lo mejor para los humanos, su único escondite de videntes que los Exterminadores pudieran usar para buscarlos al darse cuenta de que no estaban en ningún lugar de la Tierra.
Giró su rostro, hacia donde se encontraba Rayón, el fiel enfermero de la familia que había decidido tomar partido con ellos porque entendía qué era ser despreciado por su padre, el heredero de Dorne quien lo desechó por no ser un Alfa, logrando tener una vida gracias a su abuelo quien le ofreció una oportunidad al salir de sus territorios, convirtiéndose en ese enfermero que cuidaría de ellos. Su ojo fue hacia Aegon, meciendo entre sus brazos a su cachorro, su hermano mayor había llorado de saber que no estaría junto a su bebé recién nacido, ahora lucía tranquilo con el pequeño Jaerys gorgoteando ajeno a lo que estaba pasando a su alrededor, sabiéndose a salvo entre los brazos de quien le diera la vida.
¿Qué había hecho?
Helaena sintió su mirada sobre ellos, apartándose del grupo donde también estaba Daeron, caminando descalza con su lindo vestido que un Yunkai le tejiera al considerarla como una aparición. Ella se sentó a su lado, posando una mano sobre su brazo, su mirada suavizándose cuando se cruzó con la suya, sonriéndole entonces, acariciando ahora su mejilla con esa misma ternura maternal que tuviera Alicent para todos ellos. Su madre estaba muerta por haberlo defendido, todo estaba hecho trizas simplemente porque le pareció que su única salida era pulverizar el cuerpo de su sobrina antes de que despertara por completo su poder de Fuego Oscuro.
—Estaremos bien. Nos has salvado.
—Lo hizo Alys, no yo.
—No te agobies más.
—Soy un Matasangre, hermana —la voz le falló al pronunciar su nuevo título.
—No lo eres —Helaena lo abrazó, acunándolo contra su pecho, cepillando sus cabellos— Deja de atormentarte por eso.
—No sé qué vamos a hacer, no tengo planes ni esperanzas.
—Lo resolveremos juntos, somos familia.
—Perdóname por haber tomado la vida de nuestra madre.
—Ella solía decir que si un día los Siete le dejaban probar que era una buena madre, daría su vida si era necesario para demostrarlo. Ya no te castigues, hermano, salvaste al mundo y es más de lo que cualquier otro Exterminador ha podido lograr.
Tal vez ellos no lo decían en voz alta, pero notaba en sus expresiones el desasosiego de no saber qué pasaría con ellos de ahora en adelante. Aegon estaba separado de su Alfa, lo estaba tomando con un temple que lo dejaba sin palabras, mimando a su cachorro para que no extrañara el calor de su hogar. Daeron se la pasaba ayudando a Rayón o a Alys en lo que hubiera por hacer, haciendo bromas o curioseando tierras adentro donde estaban los nativos antropomorfos. Helaena cocinaba con Alys, paseándose por la playa junto a su dragona. Esa era su vida de exiliados que no tenía una fecha de caducidad a menos que hiciera algo.
Los tiempos comenzarían a apremiar cuando el cachorro necesitara otras cosas, ahí no había otros niños de su edad, los cachorros de los nativos no eran ni por asomo compañía para él y estaba el tema de su salud, de las cosas que necesitaba para crecer como un Alfa Targaryen. No podían quedarse por mucho tiempo ahí, algo debía suceder. Alys lo llamó para que cenaran, alcanzando su mano que apretó suavemente, guiándolo hacia el interior de la casita. Entre ella y Rayón podían mantenerlos serenos con sus esencias, darles ánimos cuando ya no los sentían más, distraerlos para que no entristecieran tanto. Aemond solía dormir afuera porque había comenzado a tener pesadillas, esa cachorra muriendo por el fuego de Vhagar, llorando inocente a una muerte horrible, una versión diferente a la real.
Sucedió lo que tanto temía, un día, Jaerys amaneció con una fiebre que no cedió por más remedios que Alys hizo para calmarlo. Rayón lo revisó, notando que se debía a cierta debilidad producto de falta de alimento necesario, los alimentos ahí eran para seres diferentes, no humanos con otras necesidades. Aegon no dijo nada sobre volver, nadie de sus hermanos se atrevió a mencionar la única opción que tenían para ayudar al bebé a no enfermar más. No tenían mucho tiempo, si lo dejaban pasar, el cachorro podría caer en una fiebre mortal y entonces iría con los Siete.
—Puedo ir —se ofreció Alys cuando habló con ella de su plan— A mí no habrán de buscarme.
—No, demasiado peligro.
—Tampoco puedes ir solo.
—Iré yo —Aegon los sorprendió, muy serio, alzando su mentón— Soy un increíble arquero ¿no? Puedo derribarlos antes de que me ataquen y Fuegosol es veloz como mis flechas.
—No, eso no.
—En el preciso momento en que tú pises ahí, te caerán encima. Lady Alys bien puede pasar inadvertida, pero tampoco es una guerrera. Bueno, yo no lo soy en el estricto sentido de la palabra, pero tengo buenos trucos aprendidos de mi pequeño hermano.
—Aegon, si algo te ocurriera…
—Entonces cuiden de mi cachorro. Pero yo iré, además soy el mayor y mi decisión se respeta ¿o no, Aemond?
De las más estúpidas y atrevidas ideas que le escucharía a su hermano, dándole todo tipo de consejos sobre cómo evadir vigilancias, Rayón indicándole qué necesitaba para el bebé. Aemond apretó y relajó sus manos cuando Aegon estuvo listo, su dragón esperando a que lo montara para cruzar el portal que lo llevaría a un almacén de medicamentos donde robaría. También los había hecho ladrones. Sin duda alguna, su padre Viserys debía estar revolcándose en su tumba de las vergüenzas que estaba haciendo pasar al apellido Targaryen. Su hermano mayor lo miró, asintiendo con ojos húmedos al abrazarlo con fuerza, palmeando varias veces su espalda y montando a Fuegosol que se elevó al cielo, perdiéndose dentro del portal.
Todos volvieron a la casita, sentándose alrededor de la mesa de algo similar a la madera que observaron en silencio, sin decir nada. Jaerys en su cuna, dormido gracias a unas hierbas, apenas si quejándose bajito todavía resistiendo al tener buena sangre Alfa. Permanecieron así hasta que un rugido los hizo levantarse de golpe, reconociendo el llamado de Fuegosol que volvía solo, trayendo en la montura lo que el cachorro necesitaba para sanar. Aemond detectó el aroma de Aegon en los rastros de sangre que tenían las bolsas, sintiendo un tirón en su estómago, sus ojos rozándose en el acto al entregar los paquetes a las manos temblorosas de Helaena, los demás en silencio mortal no queriendo decir lo que todos pensaban.
—Él volverá —afirmó Aemond con toda su fuerza de voluntad puesta en esas palabras, girándose a todos ellos— Va a volver porque yo lo haré volver.
—¡AEMOND!
—Lo siento hermana, esto debió ser mi misión desde un principio. Alys, por favor, cuida de todos ellos.
—Aemond —Rayón tembló, abrazándolo con fuerza— Lo lograrás.
Casi lo empujó o flaquearía en su decisión, llamando a Vhagar para ser él quien ahora se preparara. No tenía su ballesta, apenas si una espada Dorniense que en realidad le pertenecía a Rayón y que este le entregó antes de volar hacia el portal, preparándose para lo peor. Sus pulmones agradecieron el aire normal de su mundo, comenzando a buscar el rastro de Aegon, olfateando su aroma débil primero, más fuerte conforme iba aproximándose hacia el punto donde lo tenían acorralado, era un muelle, había varios Exterminadores rodeándolo, su hermano defendiéndose con lo que podía que ya no era mucho. Aemond gruñó, preparándose, no perdería otro miembro de la familia.
—¡SOY YO A QUIEN BUSCAN!
Dejó que su instinto Omega desatara esa locura de su casta cuando alguien de su Manada estaba en peligro, atacando a los Exterminadores quienes no creyeron verlo ahí de pronto. La confusión inicial le sirvió para llegar hasta el acorralado Aegon entre dos almacenes del muelle, sacándolo de ahí, entregándole el talismán que lo devolvería a Essos, mirándolo con la dureza suficiente para que no le cuestionara su decisión. Su hermano asintió, estaba herido pero no de gravedad, retirándose a un rincón donde pudiera invocar el portal mientras Aemond los llevaba lejos de él, luchando incluso cuerpo a cuerpo con los cazadores. Al ver que Aegon desapareció, sonrió con tristeza, por fin liberando toda esa furia ya sin importarle lo que fuera a sucederle.
Todo se volvió difuso, como si de pronto el mundo se tiñera de rojo sangre, posiblemente sus músculos llegaron a tener desgarres por la fuerza con que atacó, haciendo bailar esa espada Dorniense con Vhagar lanzando mortales mordiscos a los pequeños espíritus que no le podían hacer frente. El Omega aulló, ignorando dolor o cualquier miedo, reaccionando a las feromonas Alfa que desearon someterlo con sus propias feromonas clamaban por la muerte de quien se le pusiera enfrente. Pronto, más Exterminadores llegaron alertados por el incendio que se levantó en el muelle y el aroma a sangre que no era precisamente de Aemond, cuya presencia lanzó una llamada general. Esos altivos Alfas que un día se mofaran de él en los entrenamientos ahora huían hacia el río profundo buscando salvarse.
Aemond no se los permitió, alcanzándolos con la espada, gritando en rabia ya sin reconocer nada a su alrededor, solo el sentimiento de muerte y destrucción. Partiría a donde su madre con la frente en alto al no permitir que nadie lo sometiera ni tampoco se burlara de él. Un coletazo lo envió por los aires, Caraxes arribaba con Daemon, este listo para enfrentarlo. Había creído que al verlo de frente, le temería por el asesinato de su hija, pero el Omega ya estaba demasiado perdido en su ira, en ese estado frenético que no reconocía sensatez para sentir miedo alguno, blandiendo su espada con Vhagar protegiéndolo de los ataques de Caraxes. Nadie más intervino, todos alejándose al ver semejante intercambio de ataques, Daemon no teniendo tan fácil el contraataque.
—¡TÚ, MALDITO OMEGA! ¡RÍNDETE YA!
—¡JA, JA, JA, JA, JA!
La locura ya dominaba a Aemond, el sabor metálico de la sangre alcanzó su boca, sin ceder todavía, invocando de nuevo a Vhagar. Daemon rugió, abalanzándose sobre él. El Omega tropezó, cayendo a la orilla del río, levantando a tiempo su rostro para ver a ese Alfa levantar en alto su espada que sin duda iba a atravesarle el cráneo. Todo terminaría. Aemond se carcajeó, levantando sus brazos en alto esperando por el ataque final que cobraría su vida, susurrando un nombre como una última oración, un par de lágrimas en ofrenda.
—Lucerys.
El río pareció cobrar vida, elevándose cual muro de agua que se tragó a los dos Exterminadores. Aemond se vio girando en el agua, el frío de esta devolviéndole algo de razón a su mente afiebrada por la pelea. Su ojo zafiro miró algo inaudito. Era una enorme, realmente enorme serpiente con lomo de púas y un hocico de colmillos filosos que vino de lo profundo del río hacia ellos, golpeando de lleno a Caraxes atrapado en el agua, interponiéndose entre él y Daemon. El Omega dio de manotazos buscando nadar, sin conseguirlo, porque la corriente del río era furiosa. Una mano segura lo sujetó, tirando de él hacia el cielo fuera de aquel muro, encontrándose de pronto entre los brazos de un joven Alfa quien le sonrió con el más sincero cariño que podía tener para él.
—Mi Omega, vuelve a mí, regresa.
Como si le quitaran un velo de los ojos, Aemond jadeó adolorido, sujetándose de los hombros de Lucerys al reconocerlo, gimiendo por todos los cortes y heridas en su cuerpo cuyo dolor al fin tuvieron su oportunidad de hacerse presente. Todavía mareado, giró su rostro hacia el río hecho una titánica columna donde se paseaba la enorme serpiente. Bufó apenas, casi llorando al entender. Una Serpiente Marina. Por algo la casa Velaryon dominaba las aguas, cualesquiera que estas fueran. Giró su rostro hacia Lucerys quien lo besó de golpe, tan brusco fue el contacto que sus labios sangraron, gimiendo por el dolor, pero sujetándose a su cuello mientras regresaban al suelo gracias a Arrax.
El muro de agua cayó, Daemon rodando por la orilla a salvo. Lucerys miró a lo lejos a los Exterminadores, blandiendo Llanto de los Penitentes.
—Si alguien intenta hacerle daño a mi Omega, su furia será un paseo por el parque comparado con lo que verán en mí. Yo soy Lucerys Velaryon, heredero de Marcaderiva y nadie va a ponerle un dedo encima a mi prometido.
La serpiente asomó su cabeza hecha de agua, rugiendo en advertencia igual que lo hizo Arrax y Vhagar. El resto de los Exterminadores se miraron entre sí, alejándose por precaución. Aemond jadeó, sosteniéndose un costado y mirando hacia Daemon quien también se levantó, maldiciendo en Valyrio al buscarlos con la mirada, recuperando su espada que limpió del lodo igual que su rostro, caminando hacia Lucerys quien se puso a la defensiva, desplegando su dominio Alfa en actitud retadora con los pies bien plantados en el suelo y su mano firme en Llanto de los Penitentes, la espada brillando en sus líneas azules tenues.
—La advertencia también es para ti, padre.
—Yo no quiero matarlo.
—¿Qué hacías entonces?
—¡Detenerlo! —masculló Daemon, apuntando al Omega detrás de Lucerys— ¡¿Acaso no lo viste?! Se volvió un Omega Feral.
—Estaba defendiendo a su hermano, uno al que condenaste a muerte.
Daemon jadeó, respirando hondo al mirar a todos lados. —Hablemos en el castillo.
—No llevaré a Aemond ahí.
—Tiene heridas que deben atenderse.
—Yo lo haré.
—Luke…
—Si quieres hablar, lo haremos en Marea Alta.
Quiso reclamar al par de Alfas que no hablaran así de él como si no estuviera presente, pero su garganta dolió, cayendo de costado sobre el suelo. Ni siquiera se había percatado de que casi rompía sus cuerdas vocales por tantos gritos y aullidos. Lucerys se giró, levantándolo en brazos, mirando por encima de su hombro a Daemon. La serpiente en el río se enroscó sobre sí misma, avanzando hacia ellos como un pequeño tsunami que los transportó hacia Marcaderiva, al castillo de Marea Alta. El viaje mareó al Omega lo suficiente para quedar inconsciente, volviendo en sí cuando un dolor lo despertó, calmado por el aroma de Lucerys quien le pidió que durmiera de nuevo. Aemond ni se negó, dejando caer su cabeza sobre la cómoda almohada, olvidándose de todo, despertando hasta mucho después por unas voces calmadas hablando no lejos de su cama.
—… los Targaryen no son los únicos con espíritus poderosos.
—… heridas curadas, pero necesitará reposo…
—… esto no es la Fortaleza Roja, aquí mando yo…
—… sabía que eran inocentes…
—… esas criaturas deben volver a un sitio seguro…
—Luke… —llamó confundido a tantas voces.
—Aemond —su Alfa volvió a su lado, sujetando su mano que besó por los nudillos— Tranquilo.
—No veo… no puedo ver nada…
—Es por el dominio que desplegaste, tus sentidos están obstruidos por decirlo de una forma. Volverán cuando te recuperes por completo.
—Luke…
—Tranquilo, mi amor, lo sé —Lucerys besó su frente, susurrando contra su piel al sentirlo temblar no por frío— Lo sé, lo sé todo, no tienes nada qué temer. Sshh, tu Alfa va a protegerte, descansa tranquilo.
Fue un ir y venir entre sueños largos, apenas si logrando ver algo, escuchar mejor. Su olfato fue el que más tardó en recuperarse. Cuando Aemond tuvo plena consciencia, es que al fin logró sentarse en la cama, con el cuerpo vendado y agotado a más no poder. Si un Inorgánico aparecía en esos momentos, todo lo que haría sería levantarle el dedo medio pues no tenía fuerzas para más. incluso Lucerys tuvo que alimentarlo pues sus manos llegaban a temblar sin lograr controlarlas. Tal había sido la fuerza con que dejó libre esa parte letal de su casta, un Omega Feral. No creyó que funcionara, ni tampoco que Lucerys fuese a ponerse de su lado cuando casi perdía la vida peleando contra Daemon.
—¿Cómo te sientes?
—Sobreviviré.
—Me doy cuenta.
—Luke… perdóname.
Su Alfa sonrió, tomando sus manos vendadas, acariciándolas apenas al inclinarse para hablarle en susurros con una voz que calmó sus ansiedades.
—Aemond, mi hermoso y fiero Omega, soy yo quien debería pedirte perdón, diste lo más valioso que tenías tan solo por salvarme. ¿Cómo te pagaré semejante muestra de amor?
—… me dijiste que eligiera.
—Sé que lo hiciste.
—Quise salvarte, y luego… quise morir como un guerrero, pero dolía…
—Sshh, ya pasó. Estamos juntos de nuevo.
—¿De verdad…?
—Mi amor —Lucerys besó su mejilla— Calma, o no te recuperarás.
Aemond jaló aire, mirando su cómoda recámara. —¿Tus abuelos creerán en mi historia?
—¿Por qué imaginas que estás aquí? Siendo honesto, tampoco es que lo crean del todo, pero sí la gran mayoría.
—Y por eso te cedieron al Leviatán. Creí que ya no era posible despertarlo.
—Oh —la sonrisa traviesa de Lucerys fue como un bálsamo que alivió algo en su interior que necesitaba sanar— Bueno, no se puede despertar a menos que una espada viva lo haga y resulta que yo tengo una.
—Lord Corlys no ha reunido tesoros por mera diversión.
—Mi abuelo es todo menos ingenuo.
Lucerys se quedó callado, observándolo fijamente por unos minutos antes de acercarse más, tomando su rostro entre sus manos, acariciando sus mejillas con sus pulgares, besando sus cejas y luego sus labios, dejando unidas sus frentes.
—Debes estar en paz, Aemond, no hay ofensa qué perdonar.
—No lo sé…
—Yo sé que fue horrible, mi vida, si pudiera, regresaría en el tiempo para ser yo quien lo hiciera en tu lugar y así no hacerte pasar por esto, pero no puedo.
—La intención es suficiente.
—Me alegra que estés de mejores ánimos.
—Luke, mis hermanos, ellos no están bien allá.
—¿Dónde están?
Por unos brevísimos segundos, tuvo un atisbo de duda, temblando apenas. Lucerys debió olfatearlo, porque lo abrazó, meciéndolo apenas con un beso en sus cabellos.
—No, te prometo que estarán a salvo, aquí. Los abuelos los recibirán, pero hay que traerlos, cariño.
El Omega cerró sus ojos, murmurando contra su hombro. —Essos.
—¿Cómo lograron llegar ahí?
—Por Alys Rivers —Aemond levantó su rostro al escuchar el rugido de celos en Lucerys igual que su aroma— No sé que imaginas, pero no es verdad.
—Porque los salvó es que no pensaré mal de ella.
—Tonto.
—Te quiero para mí, solo para mí. No quiero compartirte con nadie.
—Gracias, Luke, por esas palabras.
—Te amo, Aemond.
Apretó el abrazo que tenía sobre su Alfa, aspirando su aroma, ocultando su rostro contra su cuello.
—Y yo te amo, Lucerys.
Ese momento fue mejor medicina que aquellas que le administraran para recuperarse, solo Lucerys estaba presente cada que despertaba y Aemond sospechó que ese idiota estaba siendo territorial con él. Tal gesto lo hizo sonreír al imaginar a su Alfa haciendo sus pucheros infantiles porque alguien más quería verlo o atenderlo. Así fue más sencillo permanecer en la recámara de Lucerys, esperando por el regreso de sus hermanos, cosa que sucedió un par de días más tarde, Helaena siendo la primera en entrar entre gritos de alegría para abrazarlo y echar a llorar sobre su hombro. Daeron quiso mantener su dignidad, pero le fue imposible, haciendo lo mismo en su hombro contrario, Aegon esperó a que esos dos se marcharan para sonreírle, mostrándole lo sano que estaba su cachorro gracias a las medicinas y volverse loco para que regresara con su hijo.
—Yo creí que las estupideces solo provenían de mí —le bromeó.
—Sigo tu ejemplo, hermano.
Según las palabras de Lucerys, Marcaderiva sería el refugio temporal de todos ellos mientras se aclaraba la situación. Tanto Rayón como Alys Rivers habían sido “perdonados” por haberlos escondido y ayudado, ambos volviendo a sus lugares originales, si bien Rayón lo visitó más adelante, emocionado de encontrarlo de una sola pieza y contento en donde pertenecía. Aemond sospechó que Lucerys no quería ver a Alys por cuestión de celos, no se lo discutió, era de las cosas que le gustaba de su Alfa. No era que todo estuviera arreglado y todos hicieran como que nada pasó, pero ese ligero descanso fue muy bienvenido hasta que Daemon los visitó para tener esa charla pendiente.
—Realmente eres algo, Aemond, no sé quién es más caótico, si Rhae o tú.
—Supongo que eso es un intento de halago.
—No del todo —Daemon miró de reojo a Lucerys cuando este gruñó en advertencia— Como ya le expliqué a tu Alfa, tenía conocimiento de las infiltraciones de los Fuego Oscuro, estaba consciente de que iban a llegar muy lejos, descubrirlos sin cometer un error no era algo que pudiera hacer antes de que esa cachorra naciera.
—Sé que fue un acto deshonorable —admitió Aemond, sujetando una mano de Lucerys— Que no obtendré el perdón de la familia.
—Dudo que eso sea importante de momento, Rhae entenderá cuando haya sanado su corazón, lo cual sucederá más pronto si podemos atrapar a esos bastardos.
—Aemond está demasiado débil para pelear, padre.
—Jamás mencioné que él tenía que hacerlo ¿o sí?
—Aegon —intervino por su hermano— ¿Qué será de él?
—Por mucho que nos choque, Jacaerys los necesita para recuperarse por completo así como tú requieres de Lucerys a tu lado.
—¿Le acusarán de algo o se vengarán después?
—Entre más rápido aclaremos todo, menos problemas habrá.
—Hemos hablado —Lucerys se giró a él— Estamos de acuerdo en que ahora que este plan de los Nigromantes no funcionó, los hemos obligado a ser más agresivos al punto de atacar con lo que tienen para recuperar el terreno perdido.
—Y no sabemos cómo lo harán —Aemond negó apenas, sin soltar esa mano que acariciaba la suya por el dorso, transmitiéndole calma.
Daemon torció una sonrisa. —Por eso debes recuperarte, si hay alguien a quien desearán bien muerto, ese eres tú.
—Padre…
—Seamos prácticos, Luke. Puede servirnos de cebo.
—No arriesgaré a mi Omega de nuevo.
—Tengo una duda, Aemond ¿cómo pudiste llegar a la conclusión de que la bebé era el centro de poder de todos los Inorgánicos?
—Por unas visiones, me mostraron que ella era su corazón, envuelta dentro de un Tótem.
—Interesante.
—¿Qué es interesante? —Lucerys quiso saber.
—Luego, debo volver a la Fortaleza Roja, tu madre necesita saber qué ocurre aquí.
—Dale mis saludos.
—Puedes ir a saludarla tú ¿sabes?
El Omega casi rio a la expresión contrariada de Lucerys, sus labios fruncidos de forma cómica.
—Luego.
—Hablaremos más cuando hayas salido de esa cama, Aemond.
—Sí, señor.
Aemond se quejó al súbito abrazo algo posesivo sobreprotector de su Alfa cuando Daemon se marchó, temiendo que se sintiera agobiado por la presencia Alfa de este. No fue así, aunque su tío fuese un Alfa dominante y tuviera un aura peligrosa, no lo percibió agresivo ni que intentara imponerse. La parte buena era que estaba consciente de la maldad de los Fuego Oscuro, preguntándose cuándo podría mirar de frente a Rhaenyra sin sentirse el peor criminal. Disfrutó del abrazo, con una media sonrisa, escuchando igual que Lucerys el canto de Llanto de los Penitentes. Aun tenían la mayor pelea por enfrentar, debía sanar y unirse a su Alfa en ese campo de batalla cuando llegara el momento. El sacrificio de Alicent no iba a ser en vano.
Chapter 14: Día 14: Te deseo
Chapter Text
Día 14
Te deseo
Regla No. 117 de los Exterminadores: el mejor cazador mantiene la boca cerrada.
Lucerys sonrió al escuchar un gemido entrecortado escapar de los labios muy apretados de Aemond cuando clavó sus colmillos en uno de sus pezones, sintiendo como su piel se erizaba y se endurecía a sus lamidas hasta dejar la piel lustrosa, una de sus manos jugando con el otro pezón, la otra envolviendo la erección de su Omega hasta tenerlo bien duro. Su olfato detectó la deliciosa humedad que corría entre sus piernas ya, relamiéndose los labios de solo pensar en saborearla, más tarde, cuando Aemond no supiera ya ni como se llamara. Un tirón en sus cabellos le dijo que su pareja estaba impaciente porque continuara con lo que estaba haciendo que era dejar marcas en esa linda piel de porcelana.
—Lucerys…
—Ya sé, cariño.
Un gruñido le advirtió que no se retrasara más, inclinando su cabeza para darle el mismo tratamiento al pezón descuidado, sus caderas restregándose contra las de su Omega, ambos ya excitados, sus feromonas comenzando a llenar todo el aire en la recámara. Aemond ya se había recuperado de sus heridas, permitiendo que las cosas afuera se calmaran lo suficiente para luego tener una reunión con las principales cabezas de los Exterminadores y decidir qué iba a suceder con ellos no sin antes explicar cómo era que habían dado con un Fuego Oscuro en la sangre de la recién nacida de la Matriarca Targaryen. Mientras eso sucedía, Lucerys quiso recuperar tiempo perdido, había extrañado demasiado a su rabioso Omega que le había pateado a varios Alfas de reputación temible en un ataque Feral.
Una vez que terminó con esos dos pezones, el joven Alfa fue bajando por su vientre, delineando con su lengua los músculos marcados de Aemond, sonriendo para sí al sentirlo tensarse, su saliva con sus feromonas ya estaba nublando su mente, podía sentirlo. Lucerys bajó un poco más, jugando ahora a mordisquear y lamer su ombligo, riendo para sí por esas piernas inquietas que calmó con un par de caricias, no que eso lo salvara de otro tirón de cabellos y un nuevo gruñido no muy bien logrado, le faltaba algo de voluntad que terminó por desvanecer al tomar en su boca el miembro de su Omega, lamiendo primero la punta, delineándola y luego engulléndola por completo, Aemond gritando una malograda maldición en Valyrio arañando sus hombros.
Llevó una de sus manos a sus testículos que masajeó apenas, subiendo y bajando su cabeza, succionando un poco. Aemond se tensó, murmurando algo que no alcanzó a escuchar, su mano deslizándose por su perineo, haciendo un poco de presión, ronroneando porque el miembro en su boca palpitó, su Omega estaba muy cerca. Un dedo suyo jugó con la pequeña entrada más que húmeda, deslizándose con facilidad al interior cálido y estrecho que apretó ese dedo invasor, Aemond encogiendo sus piernas, sus manos arañando su cabeza, dedos trémulos enredándose en sus cabellos con exigencias brotando de sus labios hinchados por sus labios, esos cabellos desperdigándose más en la cama al sacudirla cuando fueron dos dedos los que hicieron presión en un pequeño punto, teniendo que sujetar a su pareja o hubiera saltado de la cama con ese grito de placer que fue música para sus oídos.
—Alfa…
—Aquí, cielo, déjamelo a mí.
Chupó con más fuerza, usando su lengua alrededor de la piel sensible, moviéndose más rápido con sus dedos entrando y saliendo. No le tomó mucho para que Aemond se corriera en su boca, bebiendo ese tibio semen, dejando limpio su miembro, repartiendo besos cariñosos por su vientre en espera de que recuperara el aliento y un poco de lucidez, bajando de nuevo por su entrepierna, lamiendo el interior de sus muslos, ese rastro húmedo que era como un manjar a su lengua. Su Omega se estremeció, acariciando la piel sensible ya a su tacto, bajando hasta que su lengua probó de él, primero solamente delineando esa rosada piel que se estremeció. Lucerys sonrió para sí, deteniéndose para confusión de Aemond, irguiéndose de repente, sentándose sobre sus pantorrillas al sujetar con fuerza las caderas ajenas, echándose sus piernas sobre los hombros.
—¡Luke!
Gruñó, sus feromonas combinándose con las de su Omega retorciéndose con un hermoso sonrojo que se extendió hasta sus orejas y pecho al estar así de expuesto a su boca hambrienta que pegó a él, su lengua entrando para recorrer esas paredes tensas, impregnándolas con su saliva, aumentando así la excitación en un ya perdido Aemond quien gritó su nombre como si fuese un cántico a los Siete. Lucerys sonrió, tomándose su tiempo en probarlo, simulando pequeñas embestidas con su lengua, usando sus colmillos para mordisquear esa piel un poco, queriendo dejar una marca específicamente ahí. Oh sí, que su Omega no olvidara en los días siguientes a quien le pertenecía, quién era el único dueño de ese precioso cuerpo de guerrero que lo dejó boquiabierto un día.
Las manos de Aemond buscaron donde sujetarse, tirando primero de las descompuestas sábanas, luego de una de las almohadas y por último queriendo alcanzarlo, arqueándose al sentirse de nuevo a punto de terminar, negando rápidamente, una mirada nublada buscándolo con algunas lágrimas atrapadas producto de tanto placer explotándole la cabeza. Lucerys se detuvo, un pequeño beso en su entrepierna sin moverse en lo absoluto, sintiéndose ligeramente adolorido por su erección que pedía algo de atención, que sería luego.
—¿Qué pasa, mi Omega? ¿No te gusta?
—Ya no… hazlo…
—No entiendo, Aemond.
Este le gruñó seguido de un gemido casi lastimero, arañando las sábanas, sus piernas queriendo liberarse de su agarre que no permitió, jalándolo hacia él con algo de brusquedad, esa fuerza Alfa que liberó más humedad en él, jadeando ahogado.
—Alfa…
—Dime qué necesitas.
—A ti… por favor… Alfa… tómame.
Los ojos de Lucerys enrojecieron por completo, sus fosas nasales percibiendo claramente en su aroma esa entrega sin reservas. Dio un pequeño mordisco a su cadera al bajar sus piernas que enredó alrededor de su cintura, acomodándose para entrar con un corto empujón, solamente probando si estaba listo. Aemond gimió casi sollozando, desesperado por sentirlo, usando sus muslos para animarlo a que le embistiera un poco más. El joven Alfa gruñó para sí, sujetando con una mano su cadera, inclinándose apenas sobre el otro al penetrarle de golpe, jadeando porque ese interior tan estrecho lo apretó casi a punto de hacerlo correrse, mirando el rostro contraído de placer de su Omega cuyas manos se clavaron en sus brazos, rasguñándolo al gritar extasiado.
Se quedó así por unos minutos, respirando ronco, su pecho bajando y subiendo, pequeñas gotas de sudor cayeron sobre la piel blanca de Aemond, igualmente perlada, erizada. Las piernas de su Omega se tensaron, su cadera sin moverse y luego temblando al querer hacerlo. Aemond lo miró, ese hermoso zafiro mágico brillando, una mano tocó su rostro. Una caricia única. Lucerys besó su palma, pensando como era dichoso de obtener ese gesto tan íntimo del otro, esa mano que lo tocaba con tanta devoción bien podía esgrimir una espada Dorniense y sembrar terror en una docena de fieros Alfas sin que le temblara la mano ni menguara su voluntad. Su Omega era una tormenta en la que gustoso se perdería hasta el final de los tiempos.
—Más.
Comenzó a moverse, primero lento, disfrutando de ese interior cálido, su humedad y la tensión de sus caderas al buscar sincronizarlas con las suyas, buscando el ángulo que volviera a tocar su próstata que Lucerys evitó a propósito, meciéndose con su Omega de esa manera, pasando su brazo por la pequeña cintura, levantándolo lo suficiente para que sus embestidas aunque lentas, fueran profundas. Aemond rodó su ojo, arañando de nuevo sus hombros, exponiendo su cuello a él, salvado por el collar porque la voluntad del joven Alfa ya no era tan firme en esos momentos y no deseaba del todo que sucediera, deseaba que eso fuese algo que Aemond le pidiera lúcido y no balbuceando su nombre al apretarlo cada que entraba, tentándolo a morderlo de todas formas.
No…
Sería más tarde.
Una ocasión perfecta.
Miró su pecho, prefiriendo encajar sus colmillos en él, otras nuevas marcas que no se borrarían tan fácil, que arderían un poco cuando se rozaran con la tela de sus ropas, Aemond gruñiría, recordando cómo lo penetraba, cada gemido casi sollozo que le arrancó al poseerlo. Su Omega lo separó de sus adoloridos pezones, sujetándose de sus hombros para erguirse, deseando caer de lleno sobre su dura erección, apretándola aun más con un aullido de Aemond al hacerlo, abrazándose con fuerza de su espalda, moviendo sus caderas sin que Lucerys lo detuviera, perdido en las expresiones de su rostro sonrojado, sus cabellos meciéndose como olas, empapados de sudor.
—Alfa, Alfa, Alfa, Alfa —murmuró entre cada pequeño salto que daba en su regazo.
Lucerys mordió su hombro, sangrándolo apenas, bebiendo su sangre e impregnando más de su esencia en él, sujetando esas caderas para embestirlo más rápido, olfateando esa necesidad en Aemond. Sus propios cabellos parecieron danzar en sus flancos al martillearlo así, entrando y saliendo con mayor velocidad hasta que esos labios ya no pudieron articular palabra alguna, solamente sonidos imprecisos que pedían más y más. No se lo negó, acelerando, el sonido de sus cuerpos mezclándose con sus aromas, esa humedad que hizo más fácil hallar el ángulo preciso que tensó a su Omega de golpe, este arqueándose casi cayendo entre sus brazos al perderse en su clímax, sintiendo su semen mancharlos a ambos en sus vientres sin que parara de embestirlo.
Aemond pareció volver en sí, todavía con la mirada perdida, llorosa, dejando caer su cabeza sobre su hombro, sus manos se tensaron en su espalda, comenzando a rasguñarlo por ese vaivén que se hizo más frenético. Lucerys quiso escucharlo gritar de nuevo, tumbándolo en la cama, abrazándolo por completo con sus manos atrayéndolo hacia él por su espalda, besando su mentón, lamiendo su cuello, mordiendo su mandíbula, sus labios mientras prácticamente lo enterraba en las sábanas. Su Omega aulló quejumbroso, su espalda ardió por los rasguños que abrieron su piel, el aroma de la sangre solamente avivando más su fuerza Alfa que se impregnó en la piel bajo su cuerpo. Cerró sus ojos, jadeando en el oído de Aemond cada vez más entrecortado, se sintió cerca y deseó estar lo más dentro posible, enterrándose cuando su orgasmo al fin lo alcanzó, llenando a su Omega con su semilla.
Un aroma dulzón invadió su olfato, ese placer proveniente de Aemond, su alegría de sentirlo en su vientre, de ser su Omega. Lucerys besó el hombro donde quedaron marcados sus colmillos, lamiendo la herida para ayudar a sanarla, levantando el rostro para verlo, cepillando un poco sus enredados cabellos. Aemond también lo miró, sonriendo agotado, todavía respirando erráticamente, sin dejar de abrazarlo ni tampoco sus piernas deshaciendo el candado que había hecho para no dejarlo salir. El Alfa sonrió, estirándose para besar su frente, bajar a su zafiro, besándolo al igual que sus labios, metiendo su lengua que enredó con la contraria, lento, sin prisas, disfrutando de estar así unido a él.
—Luke —jadeó Aemond al despegarse de su boca, admirándolo todavía— Extrañaba esto.
—Y yo, amor.
Volvieron a besarse, las manos de su Omega subiendo por su espalda resbalosa por el sudor a sus cabellos que cepilló para retirar mechones pegados a sus sientes. Lucerys nunca se cansaría de esa expresión postcoital en Aemond, tranquilo, relajado, sin la guardia alta ni receloso. Tan solo disfrutando, confiando en él a ese punto para permitirse semejante estado de vulnerabilidad. En otros Omegas quizá era algo común, pero no en su hermoso dragón de tormenta y estaba feliz de haber conquistado su corazón que ahora podía deleitarse con tal obsequio íntimo.
—¿Qué tanto piensas?
—En lo hermoso que eres.
Aemond chasqueó su lengua, suspirando hondo. —Tú eres un Alfa tonto.
—Soy TU Alfa tonto.
—Eres mío.
—Lo soy. Y tú eres mío.
Su Omega sonrió, buscando refugio en su cuello que no le negó, aguantando una sonrisa maliciosa al sentir aquellas fuertes piernas tallarse contra sus caderas, Aemond le apretó, no permitiendo que fuese a perder esa dureza en su miembro, mordiéndose un labio para no gemir y delatarse, poniendo la mejor expresión inocente que pudo al erguir su rostro con una ceja levantada.
—Tienes que dejarme salir.
—No.
—Mañana te enojarás conmigo por no ser capaz de caminar.
—Acepto el precio.
—Te he mimado demasiado.
—¿Estás arrepintiéndote de tus acciones, Alfa?
—Para nada.
Aemond se quedaría bien dormido entre sus brazos, sin despertar hasta casi la hora del almuerzo que de todas maneras tuvo que llevarle porque no fue su deseo que sus hermanos lo vieran cojear de esa forma tan graciosa, dedicándole una mirada asesina que Lucerys entendía no iba en serio, detrás de la fingida rabia había un brillo de satisfacción. En Marea Alta todos ellos estaban recuperándose, incluyendo a Aegon a quien su abuela no permitió volviera a la Fortaleza Roja y comprendió sus razones. Rhaenyra no estaría en los mejores ánimos para tener a un miembro poco deseable en su hogar pese a que ya comenzaran a mostrarse las evidencias de su inocencia.
Jacaerys no tardó en hacerse presente, loco de felicidad al tenerlo de vuelta, llenándolo de besos de tal forma que todos hicieron caras buscando huir de ahí antes de morir intoxicados por tantas feromonas de felicidad que despidieron. Ni siquiera repeló la orden de Rhaenys de mantener a su familia ahí, hasta que todo se hubiera aclarado y que la Matriarca ya no deseara su muerte por mera venganza malograda. Iba a tomar muchísimo tiempo, pero Lucerys confió en que sucedería. Aemond se tomó el día para estar en cama recuperándose de su noche anterior, durmiendo tan cómodo igual que un cachorro que no sabe nada de los peligros del mundo.
—¿Luke?
—Adelante, abuelito.
—¿Cómo está?
El joven rio bajito. —Cansado, solamente. ¿Pasa algo?
—Hay un mensaje de la Fortaleza Roja, tu madre quiere que vayas.
—¿Dice el motivo?
—Sobre ellos.
—No permitiré que los lastimen —Lucerys suspiró— Sé que no tengo…
—Cuentas conmigo —sonrió Corlys, una mano en alto— Las explicaciones sobran.
—Sin ti, no sé cómo hubiera podido protegerlos, abuelito. Te debo mi vida entera.
—Eres mi heredero y mi nieto, razones suficientes para pelear cualquier guerra a tu nombre. Y no soy tan ciego como los demás, como tampoco creo que lo sea Daemon, por eso debes ir, me parece que él va a decir cosas importantes. Yo cuidaré de tu Omega y sus hermanos, no te preocupes.
—Gracias.
—Además, es lindo tener un cachorro en el castillo.
—¿De verdad?
Corlys asintió, mirando a un dormido Aemond. —Cuando ustedes tengan los suyos, seré el viejo Alfa más dichoso del mundo.
—Eso es… lindo de tu parte.
—Ten fe, Luke, no me cabe duda de que si mi hijo puso tanto empeño en ti, es porque vio algo que yo protegeré con mi vida.
—Espero no llegar a semejante precio nunca.
Despidiéndose de sus abuelos como de Aemond y sus hermanos, Lucerys marchó para encontrarse a medio camino con Jace, ambos mirándose algo preocupados al tomar ruta hacia la Fortaleza Roja. Sus sospechas parecieron confirmarse al olfatear la tensión, el rostro de Aegon y Viserys les dijo que el humor de la Matriarca todavía era peligroso, debían andarse con cuidado. Daemon los recibió ya dentro, guiándolos hacia una salita donde esperaba su madre, sentada mirando hacia una fogata con manos cruzadas sobre su regazo, muy seria sin girarse a ellos cuando entraron. La saludaron con una reverencia, quedándose a pocos metros de ella en tanto Daemon fue a su lado, mirándolos unos segundos y luego posando una mano en el hombro de Rhaenyra, quien alzó su mentón sin apartar la mirada del fuego.
—Supongo que ellos están bien —fue una afirmación más que pregunta— Han tenido suerte.
—Madre, yo…
—No me interrumpan, Jace.
Este intercambió una mirada con Lucerys, encogiéndose de hombros y dejando que su madre continuara.
—Han logrado que los Valeryon cuestionen mi autoridad —Lucerys quiso quejarse, Daemon negó apenas en silencio— Que otras casas piensen que soy débil y vulnerable. He perdido una hija, y la estabilidad de nuestro mundo de Exterminadores.
—Ma…
—Ahora también mis hijos creen que no debo estar al mando.
Rhaenyra miró a Daemon, este negando de nuevo, sonriéndole cariñoso al acariciar sus cabellos, siendo su turno de hablar.
—Se debe hacer un juicio, no se pueden olvidar ni dejar las cosas así.
—¿Un juicio con un jurado que hará lo que mi madre sienta correcto? —Lucerys no se aguantó, apretando sus puños— ¿Esa clase de justicia como el asesinar a Aegon sin importar que su cachorro le siguiera los pasos por semejante acto barbárico?
—Luke…
—¿Qué deseas saber, madre? Mi hermana no era mi hermana, era un Fuego Oscuro que iba a cobrar tu vida como la de todos nosotros en cuanto la alcanzaran los Inorgánicos. Sí, es verdad, no tengo cómo comprobarlo porque si todos hubiéramos hecho nuestro trabajo, habríamos detectado a tiempo que llevabas en el vientre a nuestro máximo enemigo. Pero no pasó y tuvo que ser mi Omega quien rompiera con su naturaleza para salvarnos el trasero.
—¿Es que no sientes nada de cariño por tu hermana muerta?
—Ya dije que no era mi hermana, si lo fue, murió en algún punto cuando el alma del Fuego Oscuro entró en su cuerpo. ¿Qué todos están ciegos aquí?
—Cuida tus palabras, Luke.
—Las cuido, padre, pero también tú mismo me enseñaste a no permitir injusticias en mi cara. Yo sé que todo esto es espantoso, horrible, una pesadilla, pero Aemond no tiene por qué ser castigado por un acto al que la verdad, nadie hubiera hecho no por lo que significa para ti madre, sino porque les faltan cojones para hacerlo.
—Luke —Daemon gruñó.
—¿Tanto es tu rencor que serías feliz de ordenar la muerte de mi Omega? —preguntó Jacaerys con suma calma— Dímelo aquí y ahora, sé sincera.
—No es tan simple.
—Lo es —Jace frunció su ceño— Porque todo lo que deseas ahora es venganza, te importa un cuerno si nuestro enemigo se ha colado en nuestra familia y causado una división, todo lo que anhelas es ver correr la sangre de Alicent. No te bastó enviar sus cenizas a la basura, quieres lo mismo con mi familia. Con el Omega de mi hermano, con inocentes cuyo único pecado es compartir sangre contigo y haber sido paridos por Alicent Hightower.
—No me voy a repetir —advirtió Daemon.
—Ustedes lo sabían —atacó Lucerys con firmeza— Yo sé que ya lo sospechaban pero no dijeron nada, ¿por qué? ¿Deseaban culpar a Lady Alicent y sus hijos por ello? ¿Serían sus chivos expiatorios en caso de que no pudieran desenmascarar a los Fuego Oscuro? Incluso para ti, padre, eso es muy bajo.
—Quieres que seamos Alfas de honor y justicia, pero cuando hacemos eso, nos tratas de traidores —acusó Jacaerys— ¿O es solamente cuando hacemos TU justicia que tu amor es incondicional a nosotros?
—¡Jace! —Rhaenyra se puso de pie— ¿Qué clase de hijos son ustedes que me hablan así? ¿Solo por…?
—No te atrevas —Lucerys jadeó, sintiendo lágrimas— No te atrevas a llamarlo de ninguna forma, es el amor de mi vida, lo mejor que me ha pasado y quien prefirió el exilio a perderme. No te lo consiento, perdóname, madre que amo con todo mi ser, pero no te atrevas a pisotear el nombre de Aemond en mi presencia.
—Renuncio a ser tu heredero.
—¿Jacaerys, qué…?
Este se arrancó el medallón que portaba como símbolo de su estatus, lanzándolo al suelo con desprecio.
—Te he ofendido, he perdido tu confianza y tu cariño, nada bueno tengo ya para ofrecerte más que separarme de ti antes de seguir deshonrándote. No seré más tu heredero, ni tampoco un Targaryen. Nombra a Aegon como tu nuevo heredero, yo solo seré un mal recuerdo.
—¡Hijo, no! ¿Qué está pasando con ustedes?
—Los Fuego Oscuro se colaron en esta familia hace tiempo, hace mucho tiempo, de no ser por Aemond, hubieran logrado su cometido. Pero no lo vas a entender aunque en tu corazón sepas que es cierto, madre, no tiene caso seguir hablando.
—Lucerys, no.
—Protegeremos este mundo, solo que lo haremos a nuestra manera. Si alguna vez tuviste un pensamiento generoso para nosotros, quédate con ello, no sufras por estos hijos mezquinos que defienden su felicidad con garras y colmillos. Hasta luego, madre, mi señora y Matriarca.
—¡JACAERYS! ¡LUCERYS!
Ambos jóvenes salieron de la sala, aguantando las lágrimas que dejaron escapar cuando abandonaron la fortaleza. Rhaenyra lloró, sujetándose su vientre, acurrucándose en los brazos de Daemon quien besó sus cabellos, mirando esas puertas abiertas.
—Fue lo mejor.
—Dime que ha sido la mejor decisión —sollozó ella— Que así no los van a lastimar.
—Los Nigromantes nos quieren separados, eso haremos, quieren matarnos, no se los permitiremos. Corlys y Rhaenys no nos van a fallar, los protegerán y velarán mientras estén lejos de nosotros. Solo falta Aegon y Viserys.
—No sé si podré estar tanto tiempo sin mis hijos.
—Es una prueba dura, Rhae, lo sé.
—Si estás conmigo, lo resistiré.
Daemon le sonrió, limpiando sus lágrimas con sus pulgares, besando esos ojos que se hincharon por las lágrimas.
—Nunca te abandonaré.
—Odio tener que jugar este papel.
—Es por ellos, solo por ellos.
—Si en algo tiene razón Lucerys es que le tengo envidia a Alicent, jamás podré superarla en lo que hizo. Ni siquiera dudó, Daemon, de manera inconsciente supo que esos cazadores que estaban con nosotros no eran de fiar, que matarían a Aemond para que no lastimara a su cría. No dudó ni un instante.
—Cuando sea el tiempo, ya la honrarás como es debido.
—Mis hijos hablaron de venganza, sí, contra esos Fuego Oscuro, los quiero extintos de una vez y para siempre.
—Te daré sus cabezas como cortejo.
—Siete, si acaso escuchan plegarias de madres infames, atiendan la mía. Cubran con sus divinos mantos protectores a mis cachorros, no podré estar a su lado en los tiempos venideros, no permitan que nuestros enemigos los lastimen, llenen sus días de alegrías y no de tristezas, pero sobre todo, que sus corazones no se llenen de sentimientos oscuros.
Rhaenyra sollozó otro poco, irguiéndose para sonreírle a su esposo, limpiándose el rostro y arreglando sus ropas. Había un papel que seguir interpretando en esa mascarada, haría sangrar lenta y dolorosamente a los Nigromantes por haber manchado su embarazo, por haberla manchado a ella, destruir la felicidad de su Manada y asesinar a una mujer que un día la amó con la fuerza suficiente para interponerse entre sus asesinos y ella cuando los falsos cazadores al ver que Aemond los burlaba, se fueron contra la Matriarca para no verse descubiertos.
En un último acto de amor, Alicent había dado su vida por las dos cosas más valiosas que habitaban en su corazón, su cachorro y ella.
Los Fuego Oscuro iban a pagar y muy caro.
Chapter 15: Día 15: Nuestra primera pelea
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Día 15
Nuestra primera pelea
Regla No. 88 de los Exterminadores: la mente confundida no puede atacar certera.
Si había algo que incomodaba mucho a Aemond era cuando no podía hacer algo por los suyos, el no saber cómo consolar cuando se suponía que su casta era la mejor en ello. Pero ahí estaban todos en la mesa de los Velaryon cenando en un silencio incómodo luego de que Jace y Luke volvieran de la Fortaleza Roja separados de su madre por diferencias irreconciliables. No podía dejarle toda la carga a su hermana Helaena quien era quien trataba de mejorar el ambiente con sus sonrisas y charlas cortas de temas que no tuvieran nada que ver con el mundo de los Exterminadores ni el apellido Targaryen, lo cual, estaba siendo una misión titánica. Apretó sus labios, mirando tanto a uno como otro de los jóvenes Alfas cuyo aroma era de desesperanza.
No saber qué hacer lo entristeció.
Rhaenys también estaba haciendo lo suyo, ayudando a su hermana con esa pesada misión, Daeron no podía al ser tan joven. Y es que además de ellos dos, también había llegado al castillo Velaryon el menor de ellos tres, Joffrey, pues había decidido estar del lado de sus hermanos, considerando a su madre como alguien demasiado inflexible y cruel. Aemond suspiró, jugando con su copa que miró algo desesperado, ¿cómo era que se hacía eso de mostrar ánimos en un futuro que parecía oscuro? Una mano de Lucerys alcanzó la suya, acariciándola seguramente al olfatearlo tenso. Respondió ese apretón con uno suyo, recordando a un gesto de su Alfa que no había tocado la cena, alcanzando el cubierto para comer.
Le preocupó bastante la expresión de Aegon, parecía tener la misma que él, en conflicto pero sonaba a que sucedía algo más con él, posiblemente porque Jacaerys era el heredero de Rhaenyra, arrancarlo así como así de su lado bien podía tomarse como un gesto de debilidad por parte de la Matriarca quien sería entonces cuestionada sobre su capacidad de liderazgo, un asunto que siempre estuvo en el aire cuando Viserys estaba vivo y que ignoró por pereza o por soberbia. O las dos. Aemond casi estaba seguro de que su hermano mayor estaba pensando que no valía la pena que se hubieran separado de su madre solamente por mantenerlos a salvo.
Terminaron más o menos bien, Corlys mirándolos a todos sin comentar nada, dejando que cada uno fuera a sus habitaciones. Lucerys lo abrazó por la cintura, besando sus cabellos mientras caminaban en silencio hacia la recámara que compartían, ya no tenía caso fingir que debían estar en camas separadas cuando ni siquiera eso sucedía, eran una pareja en la práctica, solo faltaba una que otra cosa legal para confirmarlo. Se abrazaron al dormir, el Omega todavía percibiendo el sutil dolor en Lucerys, su rabia que no podría ser despejada porque no había cómo al no tener un culpable a quien dirigirla, su decepción quizá por haber fallado a su madre como el hijo que debía ser. Se sintió responsable por ello, apretando su párpado al tragar saliva y acurrucarse en el pecho de su Alfa.
—No, mi amor, tú no tienes nada que ver —Lucerys adivinó sus pensamientos, murmurando contra sus cabellos sueltos— Esto es solamente entre ella y yo.
—Lo siento.
—No hay necesidad.
—Quisiera… hacer algo, pero no sé qué hacer. Perdóname.
—Solo quédate a mi lado, eso es todo lo que necesito.
A la mañana siguiente, encontraría a su hermano desayunando solo y de pie en la cocina, Jaerys en sus brazos durmiendo. Parpadeó algo confundido porque si mal no recordaba, Aegon solía hacer eso cuando no quería hablar con alguien y no era él a quien trataba de evitar.
—Buenos días —le saludó.
—Hola —apenas si respondió Aegon, acomodando mejor a su cachorro en un brazo para tener libre el otro y terminar su cereal.
—¿Todo bien?
—Claro. ¿Todo bien con Lucerys?
—Sí.
—Perfecto.
Eso último se le antojó demasiado sarcástico casi burlándose, Aemond respiró hondo, sin alcanzar a replicarle porque Helaena y Daeron entraron para ayudar a poner la mesa. No fue un desayuno tan tenso como la cena, todos los Alfas estaban más relajados y agradeció a los Siete por ello. El asunto era más entre Jacaerys y Aegon, se notaban como dos perfectos extraños, hasta Corlys los observó de reojo, intercambiando una mirada con Rhaenys quien negó para que no les dijera nada. Aemond se volvió a su Alfa, un poco angustiado de que Lucerys fuese también a molestarse igual, pero un beso tierno en su mejilla calmó esa inquietud Omega golpeando su mente.
—Pelearon o más o menos fue eso —comentó Helaena cuando estuvo con ella en un jardín, paseando a Jaerys— La tensión acumulada en Jacaerys desde que nos fuimos no había podido explotar y lo hizo con Aegon, me parece que no contra él, pero… ya sabes que nuestro hermano no es muy bueno entendiendo a la gente.
—Dioses.
—¿Tú estás bien?
—Lucerys está tranquilo.
—Porque tú estás más enfocado, Aegon no ha terminado de recuperarse del parto y es natural, solo que no estamos en las mejores circunstancias y nos hace mucha falta mamá.
Se quedaron callados, eso también necesitaba sanar y no habían tenido el tiempo de hacerlo. Y Aemond entendía que su hermano mayor, teniendo ahora la carga de ser el jefe de la familia, estaba sorteando aguas muy turbulentas con eso, no solo tenía un cachorro, una pareja exiliada de su familia, un peligro oculto tras todos ellos, no se había recuperado de la muerte de Alicent ni de haber casi perdido a su hijo por una sentencia de muerte, huyendo a otra dimensión donde creyó pasaría el resto de sus días. Demasiadas cosas en tan poco tiempo, su humor no era el mejor y estar con un bebé fuera de su Nido lo estaba desestabilizando. El Omega se preguntó si Jace estaba consciente de eso antes de decirle algo porque se podía malinterpretar, dudaba mucho que fuese a ser grosero con él, es que Aegon siempre había sido particular para lidiar con el dolor.
El punto de inflexión se presentaría días más adelante, cuando esa distancia entre Jacaerys y su hermano mayor no soportara más. Helaena paseaba a Jaerys como era usual, Aemond acompañándola cuando Aegon los alcanzó con ojos rozados por un llanto que pretendía controlar y que obviamente no funcionó cuando sujetó a su cachorro, besando sus cabellos entre sollozos. Su hermana de inmediato se angustió, preguntándole qué sucedía pero el idiota no quiso hablar. Jacaerys apareció también exigiendo casi demandando que los dejaran a solas con toda la educación que su rabia Alfa le permitía. Iban a obedecerlo para no causar más problemas, solo que Aegon los detuvo, girándose a su pareja.
—Tú no me dices qué hacer.
—No ahora.
—¡Ni nunca!
—Aegon.
—¡¿Qué?! —el bebé comenzó a hipear— ¿Creíste que siempre estaría obedeciéndote como te gusta? ¿Qué siempre mantendría la cabeza baja?
—Hermano —Helaena se asustó, pero Aegon la empujó.
—Estás desequilibrado.
—¡No me digas! ¿Por culpa de quién?
—Aegon…
—¡Dilo de una maldita vez! ¡Dilo! ¡Ya no te soy suficiente!
—¡Que eso es una mentira! ¡¿Cuántas veces tengo que aclarártelo?! ¡Tus miedos no son mi culpa!
Aegon jadeó, abriendo sus ojos. Le entregó su cachorro a Helaena para estamparle un puñetazo a Jacaerys antes de que Aemond lo hubiera alcanzado. Su hermana gritó como el bebé, alejándolos mientras aquellos dos caían al suelo lanzándose de puñetazos entre rugidos y maldiciones. Lucerys apareció, Aemond no quiso reaccionar así, pero su instinto protector le gritó que dañarían a su hermano entre dos fuertes Alfas, interponiéndose en su camino al malinterpretar el gesto del otro. Helaena suplicó que se detuvieran, llorando por Rhaenys quien pronto apareció con Daeron y Joffrey, quienes se metieron a la pelea para separarlos, ayudados luego por Corlys.
Su hermanito lo sujetó por el torso, alejándolo de los demás Alfas mientras que Corlys se impuso con su dominio para calmarlos a todos, Rhaenys en el medio, abrazando a una temblorosa Helaena que sollozaba en su hombro como el bebé lo hacía en el de ella.
—¡Suficiente! —exclamó la Serpiente Marina mirando a todos con las manos en alto— Esta no es la manera de resolver sus asuntos, lo peor que pueden hacer es pelear entre ustedes, ¿acaso no han aprendido la lección?
No retiró su dominio Alfa hasta que en verdad todos los demás estaban lo suficientemente calmados para escucharlo como se debía. Rhaenys jaló a Aegon y a él de un lado, dividiéndolos para que dejaran de agredirse con sus feromonas. Corlys respiró hondo un par de veces, al fin bajando sus manos para caminar tranquilo hacia los jóvenes Alfas.
—Ya han pasado por demasiado, pero son Alfas, tienen la fortaleza suficiente para soportar esto y más sin desquitarse con nadie. Somos los protectores por naturaleza, quienes debemos mantener la cabeza fría en los peores momentos por más adoloridos, rencorosos, confundidos o heridos que estemos. Ellos nos necesitan, no podemos dejarlos solos —miró cada rostro algo despeinado antes de volverse entonces hacia los Omegas, su mirada suavizándose como su esencia— Mis niños, tranquilos, yo sé que esto ha sido más de lo que hubieran pedido experimentar, pero no tienen que ponerse tampoco a la defensiva. Están aquí para estar protegidos y unidos, sobre todo esto último, ustedes son los únicos que poseen la maravillosa capacidad de mantener este barco a flote, no lo hundan porque crean que a nadie le importa si lo hacen o no. Sí importa, ustedes importan y mucho.
Su hermano mayor rompió a llorar, ocultando su rostro. Corlys fue a abrazarlo, calmándolo con su aroma mientras los demás intercambiaban una mirada. Aemond buscó los ojos de Lucerys, este sonriéndole con un labio partido, asintiendo. Todo estaba bien. Rhaenys tiró de su manga, indicándole que debían dejar a solas a Aegon con Jacaerys, ellos eran los que tenían que resolver sus diferencias, los demás solo estaban reaccionando en consecuencia al ser los dos las cabezas de la pequeña y nueva Manada recién formada. Asintió, llamando a Helaena más tranquila, llevándose a un Jaerys con un enorme puchero y ojos húmedos al que luego lo atenderían.
—Lo siento —Lucerys lo alcanzó dentro del castillo.
—No hiciste nada, en realidad fui yo quien te golpeó sin querer.
—Por los Siete, qué difícil es esto.
—¿Estás arrepentido?
—No, eso no.
—Yo tampoco —Aemond inclinó su cabeza, pero una mano sujetó su mentón, alzándola de vuelta.
—Eso no, no me gusta que hagas eso.
—Lo siento.
—No hay nada qué perdonar, mi amor —su Alfa lo besó, abrazándolo luego— Tan solo es como dijo mi abuelito, necesitamos pensar con cabeza fría y dejar atrás dudas y reproches.
—Es un gran hombre.
—El mejor abuelo, ¿qué tal si vemos por Jaerys?
—Okay.
Aegon seguramente lloró otro tanto más porque regresó de la mano de Jacaerys también lloroso, pero con ojos menos hinchados que los de su hermano mayor. Le hubiera bromeado de no percibir lo dolido que todavía estaba, más infinitamente más estable que antes. Ambos casi corrieron a donde su cachorro, abrazándolo y pidiéndole perdón por haberlo asustado así, dándole los mimos necesarios que pronto aliviaron el estrés del bebé. Había sido una pelea fuerte, la primera que le vería a ellos a quienes nunca consideró pudieran llegar tan lejos. Aemond negó, buscando la mano de su Alfa quien no se la negó, entrelazando sus dedos antes de que recibiera un beso en su dorso y un guiño travieso.
—Quiero disculparme —Aegon los buscó a todos ellos, luego de arreglarse— No me comporté como el hermano mayor y líder de nuestra familia.
—Tenías mucho en esa cabecita —sonrió Helaena siempre noble.
—Extraño a mamá, demasiado —confesó con voz temblorosa— Habíamos planeado llevar a mi hijo a Torre Alta para que conociera los viejos jardines y estuviera con el abuelo… ahora no sé si podré verlo crecer.
—Claro que lo harás —asintió Daeron— Vamos a ayudarte.
—Es… muy doloroso sentir cómo mi Alfa se arrancó una parte de sí todo por mí, solo por mí… yo… ustedes lo saben.
—Eres un gran idiota, pero eres un idiota que vale la pena —le corrigió Aemond— Te lo dije esa vez, si Jace te eligió fue por algo, pudo tener a alguien más, pero te quiso a ti y eso no lo debes olvidar.
—Mamá nos lo dijo —Helaena se unió— Cuando tienes una pareja, esa pareja se convierte en tu nueva familia, es la que tiene prioridad. No es que olvides a tus padres o parientes, pero ya no tienen la misma jerarquía que tu pareja y cachorros. Jacaerys y Lucerys tomaron esa decisión, y creo que fue acertada, pero ustedes poco tienen que ver en ella.
—Soy el motivo.
—Pero no el principal porque ese solamente puede tenerlo la persona que decide.
—Eres muy sabia, Helaena.
—No, solo… es lo que siento.
Se dieron un abrazo, ni siquiera fue que alguien lo pidiera, simplemente lo sintieron necesario para que las cosas tuvieran mejor sentido. Aegon estuvo más tranquilo, lo que se tradujo en comidas familiares más alegres, las charlas ya no fueron esquivas ni tampoco hubo más miradas evasivas. Corlys se animó lo suficiente para hacerles un banquete simplemente porque sí, quería verlos así de sonrientes y a gusto en su castillo, olvidándose por unas cuantas horas de sus responsabilidades, como dijo, ya habría tiempo para que se enfocaran en resolver tantos enigmas, también necesitaban ser unos chicos normales en una vida más o menos normal.
—Aemond, ven, no hagas ruido.
—No le voy a arrojar nada en la cabeza a Jace.
—No es para eso, mira, mira.
Rodando su ojo, Aemond fue a asomarse hacia el balcón por donde señalaba Aegon, meciendo a su cachorro que estaba por dormirse. En el jardín abajo, Daeron estaba sentado en una banca jugando con una tableta para distraerse ahora que ya no podía entrar a los archivos de Poniente, pero no estaba solo. Joffrey estaba a su lado, intentando arrancar su mirada de la pantalla con alguna charla que se notaba no le salía bien porque sus gestos eran torpes, las mejillas del pequeño Alfa estaban rojas como las manzanas. Arqueó su ceja, mirando a su hermano mayor, Aegon divertidísimo con la escena.
—Es un pillo.
—Solo están haciendo migas.
—Las mismas que haces con Luke por las noches.
—No es igual.
—Claro que sí, las tuyas están acarameladas.
—Aegon, no seas vulgar.
—¿Estoy mintiendo?
Fueron días tranquilos, poniendo las cosas en orden, sentándose en una sala a escuchar las historias de los Velaryon porque se notaba a leguas que Corlys deseaba compartirles sus aventuras, esperando que quizá su experiencia pudiera ayudarlos para lo que vendría. Aemond estuvo más tranquilo al ver que ese episodio entre Aegon y Jacaerys quedó en el pasado, volvían a ser ese par de idiotas enamorados haciendo sus arrumacos por todo el castillo, paseando con su cachorro o molestando a Joffrey ahora que estaba siendo más que evidente que tenía cierta inclinación por su hermanito Daeron, uno muy despistado. Le dolió Helaena, si había observado bien antes de su escape, tenía algo con las gemelas de Daemon, solo que ahora ellas estaban y estarían al lado de su padre.
Pero su hermana no dio más muestras de que eso la entristeciera o pudiera encontrarla lamentándose en algún rincón, como si ella fuera la más fuerte de todos al resistir tan elegante y discretamente los dolores que hubiera en sus corazón, ofreciendo en cambio sonrisas, consejos y muy en especial, la compañía que siempre necesitaban para no sentirse solos conforme la presión de lo que ya no podían postergar vino con el pasar de las horas y los nuevos días en la forma de Otto Hightower. De solo verlo, todos ellos fueron hacia él, recibiendo un abrazo de alivio por parte de su abuelo quien le agradeció a Lord Corlys por haberle permitido verlos en su castillo.
—Estoy en deuda con usted, Lord Velaryon.
—Lo necesitan, Lord Hightower, eso es lo que importa más.
Tal como lo sugiriera Rhaenys, las demás casas comenzaron a cuestionar las capacidades de Rhaenyra, hablando de que tal vez era mejor buscar otro líder luego de saber que Jacaerys había renunciado a su título, posando sus ojos en el pequeño Aegon como el más ideal, el problema era que el cachorro no tenía la edad para semejantes decisiones, lo que habría la puerta a intereses personales poco convenientes para el gremio de Exterminadores si todavía estaban escondidos entre ellos los Fuego Oscuro. Otto les trajo unos obsequios además de información que pudiera ayudarlos, pues había encontrado en los archivos de la familia algunos datos sobre los Nigromantes.
—Todo inició por lo que llamaría una maldición de los Targaryen —así inició su relato, pasándoles carpetas con las copias de esa información— Y es que uno de sus ancestros estuvo comprometido con una joven doncella de una casa llamada Veritas, solo que ese compromiso no se realizó porque el príncipe Targaryen tomó por esposa a una muchacha de la casa Arryn. La Casa Veritas no perdonó la traición, si bien continuaron sirviendo a los Targaryen hasta que fue esa expedición al Otro Lado, momento en que los Veritas traicionaron a los Exterminadores entregándolos a los Invasores, mejor dicho, a los Inorgánicos.
—¿Cómo hicieron eso? —inquirió Jace al hojear su carpeta.
—Por medio de la Nigromancia, por supuesto, joven Jacaerys. Invocaron a sus ancestros, los trajeron a la vida solo para dejar encerrados a los Exterminadores con aquellos monstruos, creyendo que así tomarían el liderazgo con las casas diezmadas de sus mejores guerreros. No contaron con que los Targaryen y sus espíritus draconianos eran demasiado poderosos para ser contenidos, especialmente quien sostenía a Llanto de los Penitentes.
Todos miraron a Lucerys, quien rió como idiota, rascándose una mejilla. Otto le sonrió, continuando con la narración.
—Esa espada viva, que tenía en aquel entonces unas hermanas igual de poderosas, abrieron el portal de regreso después de su victoria, aplastando la rebelión de los Fuego Oscuro como se hicieron llamar esta casa Veritas. Ahí comenzó la cacería que no terminaría sino hasta casi un siglo antes de este. Pero tengo que hacerles notar que toda esta información puede tener pedazos incorrectos, si los Nigromantes han conseguido infiltrarse hasta la mismísima familia Targaryen, bien pudieron hacerlo con todas las demás, alterando la historia a su conveniencia.
Daeron silbó. —Eso sería lo más lógico en su estrategia. Confundir.
—Así es mi pequeño, por eso esto deben tomarlo con sumo cuidado, los errores de interpretación y congruencia estarán a la orden del día.
—Gracias, Lord Hightower.
—Díganme abuelo, estamos en confianza.
Aemond suspiró, cuando tenían una luz de claridad en todo ese fango, encontraban otras trampas que los podrían hacer caer. Lucerys besó su sien, reconfortándolo luego de despedirse de su abuelo cuya presencia vino a levantarles el ánimo, fortalecerlos como pequeña Manada que eran. No todo era malo, ahora poseían una Serpiente Marina auténtica, un Leviatán espiritual que sería sin duda un excelente rival para los trucos de los Fuego Oscuro, además del poder de Llanto de los Penitentes que el Omega se jurò fortalecería todavía más, no tenía ni la más mínima intención de perder a su Alfa por un descuido. Ya lo habían orillado a cometer un acto por demás bárbaro, les devolvería el gesto tarde o temprano.
Daeron se tropezó con ellos en un pasillo, sus mejillas estaban de un rojo vivo, mirando al suelo para evadir sus miradas, apenas si disculpándose para ir corriendo hacia su habitación. Aemond arqueó su ceja, Lucerys olfateando discreto, girándose hacia la dirección por donde vino, luego hacia la puerta de su hermanito, de vuelta hacia el otro lado.
—¿Qué?
—Tu hermano olía a Joffrey —Lucerys rio, asombrado— Pedazo de descarado.
—¿Crees que…?
—Hablaré con mi hermano.
—No.
—¿No?
—Conozco a Daeron, suele ser muy empático y amable con todos, pero cuando algo no le gusta, se vuelve un monstruo. ¿Lo viste molesto?
—Oh…
—Efectivamente, vamos a dejarlos así por el momento, solo hay que vigilarlos, son cachorros todavía.
—De acuerdo —su Alfa le sonrió, tirando de su mano para sujetarlo por la cintura, besando sus labios— Pero me ha contagiado de sus ganas.
—Luke…
—Mm, quiero estar con mi Omega.
—Tu abuela nos va a separar si seguimos así.
—Todo lo contrario, ella quiere más cachorritos llenando el castillo.
—¡Luke!
Fue levantando en brazos, gruñéndole el juego porque ya tenía tiempo que ese gesto le venía gustando, porque Lucerys no lo hacía en plan de burla sino de cariño, haciéndolo sentir protegido, amado. Posiblemente llegarían tarde para el desayuno, valdría la pena.
Chapter 16: Día 16: Celo Alfa
Chapter Text
Día 16
Celo Alfa
Regla No. 65 de los Exterminadores: falta de concentración es igual a la muerte.
Lucerys se talló su nuca, respirando hondo para no desesperar ante las palabras de Jacaerys que si bien eran atinadas para un Exterminador, no estaban siendo las más razonables. Ya no tenían el respaldo de Daemon ni sus hombres, tampoco era que las demás casas solamente por encontrar dudable la capacidad de su madre iban a abrirles las puertas para que mironearan dentro en busca en busca de posibles traidores Fuego Oscuro que estuvieran dentro de sus paredes. Su hermano mayor quería hacer algo así y su instinto de cazador le decía que no iba a funcionar, pero tampoco quería apagar la flama de valentía que ahora tenía Jacaerys luego de unos días deprimido.
—Vamos a pensarlo mejor, ¿te parece? Hay que hacer un mejor plan, podemos decirle al abuelo que nos guíe.
—¿Crees que no tengo buenas ideas?
—No es eso, Jace, es que quiero estar seguro, ahora solo somos nosotros y tenemos mucho que perder.
—Desconfías de mi capacidad para ser líder.
—Qué tontería, hermano, todo lo contrario, daría mi vida por tus palabras.
Jacaerys no quedó muy convencido, pero al menos le concedió esos días para armar un mejor plan que pareciera salido de sus ideas. Una vez superaba semejante prueba, fue en busca de su Omega, encontrándolo con Aegon y su cachorro. No fue de inmediato con ellos, quedándose en el arco de entrada del jardín donde estaban paseando, observando la escena. Bien podría Aemond destajar sin siquiera pestañear a Inorgánicos o Exterminadores, pero no había forma de que pudiera ocultar su felicidad al sostener un tierno cachorrito como Jaerys, sonreírle de esa forma que solo los Omegas tenían para dar a los demás como si no existiera maldad alguna en el mundo. Además, se veía hermoso sosteniendo en brazos al bebé que jugueteó con sus mechones platinados.
Se reclinó en el muro del arco, cruzándose de brazos con una media sonrisa, si miraba con atención, podría darse cuenta de lo muy feliz que era su Omega sujetando al pequeño, un vistazo de lo que deseaba aunque no lo expresara en voz alta. Finalmente, luego de pasar por tantas cosas, el corazón de Aemond comenzaba a ser un libro abierto para él. Lucerys ladeó su rostro, sus ojos denotando cariño de solo pensar en ello, de saber que podía conocer los deseos más escondidos de su pareja y al mismo tiempo estar consciente de lo sagrado que era eso, se le estaba confiando un tesoro que no podía manchar con dudas ni reclamos por no “encajar” o no ser lo que se esperaba. Eso nunca podía pasar, por algo se había alejado de su madre, eligiendo por encima de su vínculo a su Omega.
—¡Oh, ahí está el tío Luke! —exclamó Aegon, el bebé gorgoteando.
Aemond levantó su rostro, devolviendo el cachorro a su hermano para ir con él, mirando por encima de su hombro y luego hacia Lucerys, como esperando que el joven Alfa hiciera algún comentario burlón o referente a la escena. No dijo nada, solamente lo sujetó por sus caderas para darle un corto beso, pegando sus frentes al hablar.
—Necesito tu ayuda.
—¿Para qué?
—Sobre el plan de mi hermano… tiene algunos puntos flojos.
—¿No se molestará porque yo intervenga?
—Claro que no.
—Luke…
—Digamos que no pienso decirle.
—No puedes hacer eso —Aemond quiso separarse pero no se lo permitió— Luke, debemos ser claros si queremos ganarles.
—Lo sé, es que…
—Yo sé que tu hermano puede fastidiar en serio las cosas, pero también tiene una mente de cazador experto muy buena.
—Wow, ¿estás halagando a Jace?
—No apestes a celos.
—Hm.
—Idiota.
—Bueno, le diré que tú me ayudaste, pero fui yo quien pidió tu consejo.
—Eso es mejor.
Le sorprendió que Jacaerys no se tomara a mal sus correcciones, más bien las esperaba, aliviado de cierta forma y lo entendió también pues eso de ser la cabeza de todos ellos iba a ser demasiada presión, conociendo como lo hacía a su hermano, seguro necesitaba uno que otro jalón de orejas, además de los que Aegon pudiera darle. Lucerys estaba contento con que ahora el hermano de su Omega ya también comenzara a tomar las riendas de la rota familia que tenían, ganando confianza en sus decisiones. Bien podría seguir siendo un poco idiota y falto de prudencia, pero se compensaba con su entrega para hacer lo correcto así eso fuese llevarle la contraria a su esposo.
—Luke, hay algo más de lo que quiero hablarte. Un tema diferente.
—Te escucho.
—Creo que… ustedes dos ya deberían dar el paso final.
—¿Paso final?
—Luke, estoy siendo serio.
—Ya lo sé, bueno… no le he preguntado a Aemond qué piensa al respecto.
—Por él, hónralo como se debe, no puedo decirte que tengamos una gran boda, pero…
—Ja, es que no has escuchado a los abuelos.
—¿Sí lo harás?
—Buscaré la oportunidad ¿de acuerdo? Este tema es importante y no quiero presionarlo, deseo que sea algo que sí quiera y no solo que acepte porque los ponemos incómodos a ustedes.
Jace entrecerró sus ojos. —No nos ponen incómodos, es solo que con las cosas que están pasando, sería mejor que ustedes tuvieran formalizada su relación, así protegerías a Aemond al convertirlo en un Velaryon.
—Gracias, hermano, por pensar en nosotros.
—Eres mi hermano, debo hacerlo. Como lo hago con Joffrey ¿no lo notas diferente?
—Creo que tenemos que intervenir, Jace, si las cuentas no me fallan, el celo de Joffrey viene pronto y puede suceder algo peligroso si se lo dejamos pasar.
—Entonces sí está tras Daeron.
—¿Cuándo lo notaste?
—Aegon quería que lo ayudara con unas cosas de su tableta, me pidió que lo buscara y lo encontré… digamos que no precisamente estudiando en la biblioteca.
—Qué par de pillos.
—Mejor calla.
—No somos así de indiscretos.
—Este castillo apesta a ustedes.
—Difamación, difamación. No te desvíes del tema, ¿qué propones hacer? No estamos en Rocadragón ni en la Fortaleza Roja donde hay habitaciones especiales para Alfas en Celo.
—¿Qué no el abuelo tiene un viejo castillo?
—Oh… ya sé cuál dices.
—Podemos llevarlo ahí, cuidarlo.
—Hay que buscar los Supresores por las dudas.
—Luke, hermano, si entre los dos no podemos contener a un mocoso Alfa en Celo, somos la vergüenza de todos los Exterminadores.
Joffrey sería igual que todos ellos, necesitando de pasar su primer Celo Alfa con naturalidad para que su dominio no sufriera daño y más adelante poder controlarlo con Supresores, eso era necesario también en pos de alcanzar a dominar la espada Valyria que esperaba a ser usada en batalla real. Todavía era un cachorro, muy joven para cualquier cosa, eso incluía la posibilidad muy alta de marcar a Daeron por accidente al dejarse llevar por sus feromonas, lo mejor era alejarlo porque además, si estaba cortejando al Omega, este ya podría reaccionar a él y eso crearía más problemas. Para no molestar a sus abuelos ni tampoco a los todos los Omegas, lo mejor era llevarlo al viejo castillo Velaryon para que pasara esos dos días de fiebre incontenible y agresión pura sin alterar la paz que con trabajos habían conseguido.
—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó Aemond con preocupación— Si ustedes fallan en ponerle los Supresores en caso de que se sienta el fugitivo del siglo, puedo ser yo quien lo haga.
—No, no, estaremos bien.
—¿Crees que me alteraría?
—Más bien que mi hermano podría… confundirte.
Su Omega gruñó, pellizcándolo de un brazo. —¿Y crees que yo lo permitiría?
—¡Auch! Pues ya sé que no, pero mejor no te arriesgo. Confía en mí ¿sí, amor?
—Bien.
—Mm, ¿Aemond?
—¿Ahora qué?
Lucerys sonrió nervioso, rascándose una mejilla y tomando las manos de Aemond para llevarlo cerca de la chimenea, acariciando sus dorsos para darse valor.
—Yo… espera, espera.
—¿Luke?
El joven Alfa fue corriendo al mueble donde tenían algunas golosinas de su preferencia, Aemond solía entretenerse con unas tiras de caramelo chicloso picante. Tomó una, formando una argolla con ella y ocultándola tras su espalda bajo una ceja arqueada de su pareja quien no entendió sus movimientos, hasta que Lucerys hincó una rodilla en el suelo, alcanzando su mano izquierda que besó.
—Aemond, sé que esto no es lo que mereces, debería ser de otra forma, pero ya no quisiera esperar para formalizar bien lo nuestro. Sabes que te amo con locura, que pienso en ti cada día de mi vida, me haces ser un mejor Alfa, un mejor Exterminador, me haces querer cosas que nunca pensé y al mismo tiempo valorar las que ya están en mi vida. Eres un universo que voy explorando día con día, un rostro que jamás me cansaría de admirar, soy un tonto enamorado de toda tu persona, que no puede ver ya su futuro sin ti en él, por lo que te pregunto, amor mío… Aemond Targaryen, ¿me harían el honor de ser mi esposo?
Aemond abrió y cerró su boca, sonrojándose un poco, tosiendo un poco y gruñendo luego antes de encogerse de un hombro, más que nervioso pese a ser algo que ya habían comentado con anterioridad. Asintió varias veces, recobrando el habla al apretar su mano.
—Acepto.
Besando esa mano, Lucerys le colocó la argolla de dulce chicloso bajo la risita de su Omega quien la miró entrecerrando sus ojos. Era obvio que necesitaba un buen anillo de compromiso, solo que de pedírselo a Corlys este armaría un escándalo y echaría a perder el momento por mostrarle los mejores anillos que tuviera en sus cofres. No se trataba de eso, de lo caro o lo excéntrico, sino de esa mirada brillante, esa especial que mucho le costó naciera en Aemond, de su sonrisa y su aroma delicioso cantando alegría y confianza al comer su argolla con la risa de Lucerys acompañándolo, levantándose para cargarlo por sus caderas y besarlo.
—Te amo, Aemond.
—Ditto.
—¡Ah! Eso es trampa —rio, besándolo de nuevo, cargándolo con las piernas de su Omega cerrándose alrededor de sus caderas.
—Tienes que descansar para mañana —jadeó Aemond.
—Descanso en tu cuerpo.
Cuando les comentara en el desayuno sobre su compromiso formal hecho con una argolla de golosina, Corlys casi toma el cuchillo de la mantequilla para cometer suicido al no creer que su heredero no le hubiera solicitado un anillo real como debía ser ya que no hizo esa petición frente a ellos. Lucerys tuvo que prometerle que harían una cena para celebrar donde entregaría la argolla que su abuelo decidiera para colocarla en el dedo anular de su Omega. Solo con eso lo contentó, Rhaenys riendo para sí, rodando los ojos antes los desplantes de cachorro que su esposo hizo, pues ya había planeado toda una fiesta por semejante compromiso, solo que los tiempos y situación no se prestaban mucho a invitar amigos y familiares cuando tenían encima todo un conflicto que estaba por estallar en cualquier momento.
Así se despidieron del resto, llevándose a Joffrey consigo con su expresión de disgusto por ser aislado, una muestra clara que los primeros síntomas de su Celo comenzaban a manifestarse. En los Alfas, al menos entre los Exterminadores, los Celos tomaban máximo dos días, fiebres tremendas que a diferencia de los Omegas no los tumbaban en cama, sino que les inyectaban una cantidad de adrenalina tal que bien podrían tener mil peleas sin sentir dolor o cansancio. Un estado eufórico muy cargado de agresión, todo Alfa en Celo atacaba al sentir la presencia de otro de su casta en su dominio que se desplegaba de forma inconsciente para alertar del peligro, entre más territorio abarcara, era signo de cuan fuerte y dominante podría llegar a ser.
Ellos dos habían tenido un buen despliegue, dejando impregnada la habitación por días con sus feromonas, motivo de orgullo de su madre. Pero ahora ella ya no estaba para felicitarlos o guiarlos siempre paciente y maternal, tendrían que hacerlo solos. Fueron al viejo castillo, no muy lejos de aquel en Marea Alta. Había sido el primer castillo de los Velaryon, pero que se había inundado en tiempos pasados cuando hubo un tsunami causado por un Invasor. Ahora sus paredes todavía olían a sal y moho, con hongos y pequeños animales viviendo de las maderas viejas pudriéndose y las paredes que servían de nidos para aves migratorias. Era una vista melancólica si le preguntaban, todavía conservaba ese aire de nobleza y orgullo de Exterminadores ancestrales, con las olas no muy lejos chocando con las rocas de las que se contaba una vez cantaron sirenas en ellas.
Joffrey tomó la habitación que consideraron más resistente, de todas formas sabían que una pelea con él iba a ser inminente cuando la fiebre alcanzara el punto más alto. Era su primer Celo, sin duda incitado por el aroma de Daeron, a quien buscaría cual demente para reclamarlo. Tanto Jace como él usaron sus trajes de combate, las mordidas estarían a la orden del día igual que las patadas y puñetazos. Dejaron a su hermanito descansar, con bebida y algo de comida seca por si se le apetecía, era raro, casi siempre todos los Alfas durante esos días no comían ni bebían, si estaban ya vinculados con su pareja, eran maratones de sexo hasta agotar las energías de ambos.
—Alguna vez leí que uno de los ancestros Velaryon hizo un ritual aquí para hacer un trato con el Leviatán que has despertado. Fue la primera vez que logró despertarlo —comentó Jacaerys por la noche, compartiendo la cena con él.
—Puede ser, siendo el hogar principal del clan. Se supone que al ofrecer su sangre, la serpiente lo mordió, rebanándole su mano izquierda, desde entonces usó un garfio en su lugar, de acero Valyrio con el que le sacaba los ojos a sus enemigos para ofrecerlos al Leviatán.
—Qué bien informado estás.
—Solo que perdieron el ritual, hasta que le pregunté a mi abuelo por el Camino de las Mil Leguas Marinas, ese canto oculta toda la invocación. Eso y el cuerno que hay que tocar.
—¿Te quiso morder?
Lucerys asintió, riendo. —Arrax lo detuvo, como que platicaron entre sí antes de que la serpiente aceptara servirme.
—El abuelo seguro quiso celebrarlo.
—¿Por qué crees que hizo tanto drama por lo del compromiso? Ya le debo dos fiestas.
—Será un día, hermano, te lo prometo.
—Prefiero que salgamos vivos de esto, Jace.
Para la madrugada, su olfato se resintió al percibir los primeros indicios del Celo, un aroma ácido, penetrante, fuego vivo que ardía por cada metro cuadrado que estaba abarcando. Jacaery silbó, preparándose al levantarse del suelo donde se quedaron dormidos, intercambiando una mirada con él porque su hermano honró su sangre Strong al desplegar un amplio dominio. Sería otro Alfa fuerte como ellos, un digno Exterminador. Uno que enfureció a la hora, golpeando paredes y arañando maderas al no detectar a su Omega a quien llamó, pateando la puerta cuando no la pudo abrir porque ellos la sellaron. La pelea ya fue inevitable, los dos hermanos lanzándose sobre Joffrey de ojos rojo sangre y colmillos que buscaron sus carnes.
Con todo y que todavía no era un cazador iniciado, les dio pelea por un tiempo. Lucerys gruñó al lamer sangre que brotó de su nariz por una patada de su hermanito. Jacaerys tuvo un golpe parecido, un labio partido con un feo moretón en un ojo. Consiguieron someterlo, llevándolo de nuevo a su habitación que apestaba a feromonas Alfa, atándolo una vez más y dejando que la fiebre pasara. Se lavaron, para el mediodía tuvieron el segundo encuentro, no tan fuerte como el primero, la falta de comida y sueño ya mermaban las fuerzas de Joffrey, no así su dominio que siguió intacto. El jovencito mordió en una mano a Jace, este sin querer lo noqueó por acto reflejo.
—Vas a tener que disculparte por eso.
—¡Dolió!
—¿Y me lo dices a mí? El bastardo me pateó la entrepierna.
—Al menos vamos la mitad del primer día.
—Hurra —bufó Lucerys, sobándose.
Hubo más gritos, maldiciones de muerte y promesas de una tortura dolorosa si no se marchaban hacia un lugar poco agradable, pero ya no hubo peleas, solamente el mobiliario terminando de servir a su propósito, entregando su vida ante un Alfa en ciernes que desató su ira sobre ellos antes de quedarse profundamente dormido cual cachorro, roncando con una peste sin igual. El día dos fue menos agresivo, en parte al ser el primer Celo Alfa, Joffrey había agotado sus energías en sus primeras horas. Cuando estuvo despierto y con la sensatez de vuelta, todavía un poco afiebrado, le dieron un buen baño frío, con un masaje para sus músculos tensos. Jacaerys se disculpó por la noqueada, como Lucerys por el golpe en su estómago cuando lo pateó, su hermanito les sonrió, abrazándolos agradecido de que lo hubieran cuidado o quien sabe qué hubiera sido de Daeron.
—Gracias por dejarme ser de la Manada.
Jace iba a dar algún discurso motivador sobre ser un buen Alfa cuando el suelo se venció bajo ellos, cayendo hacia lo que parecía un sótano por varios niveles porque las maderas tan podridas no pudieron detener su avance, terminando sobre un suelo rocoso que los recibió. Fue doloroso el rebote como las maderas que golpearon sus cabezas y piernas, sacudiéndose moho, polvo, algas y quien sabe qué más cosas porque todo se veía en penumbras. Joffrey miró alrededor, gateando al encontrar lo que era una suerte de vieja antorcha que encendió con el encendedor que traía para la chimenea. Ese debía ser el lugar donde se hizo la invocación inicial para la serpiente marina de los Velaryon, todo el sitio lucía como un templo olvidado en el tiempo.
Había charcos de agua salada por todos lados, cangrejos comiendo los restos de animales atrapados al haberse colado por los agujeros, incluso había corales creciendo en las paredes. Lo que más les llamó la atención fue el aroma persistente de agua salada con otro aroma que no pudieron identificar. Jacaerys fue quien encontró algo en una de las paredes, la que parecía la principal detrás de un altar apenas reconocible entre coral, algas y escombros pudriéndose en sal.
—Hey, chicos, miren esto.
Con la poca luz de la antorcha, se dieron cuenta que era una suerte de mural, lo interesante de este era que se parecía a la ilustración que hacía tiempo Aemond tuviera para buscar a los Nigromantes. Solo que en este había un pasaje no visto en ningún archivo ni libro alguno. Al parecer, los Velaryon invocaron al Leviatán porque era el único que podía sofocar el Fuego Oscuro. La historia que contaran en su guardia no estaba del todo errada, el ancestro Velaryon había perdido su mano no por la serpiente, sino por el Inorgánico que lo atacó, guiado por un Nigromante, salvado gracias a la aparición del Leviatán.
—¡Luke! —Joffrey apuntó a una esquina.
Era nada menos que Vhagar, que con su fuego incineró al Inorgánico, debilitándolo o algo así para que Llanto de los Penitentes destruyera al monstruo. Desde entonces, los Velaryon y los Targaryen hicieron un pacto de sangre como hermanos jurados. Jacaerys silbó, palmeando su espalda.
—Has hecho bien en tener a Aemond, vuelves a honrar la alianza.
—Todos nosotros, en realidad.
—¿No sería por lo que los Fuego Oscuro atacaron? —sugirió Joffrey— ¿Por qué cuando Jace se hizo de Aegon y Luke de Aemond, iban a volver a tener el poder de antes?
—Querían Exterminadores débiles en cuanto a guardianes, sería más fácil de eliminar.
—Eso no explica lo de mamá —suspiró Luke.
Se quedaron callados, todavía dolía ese recuerdo. Buscaron más pistas, ingeniándoselas para regresar por sus cosas y tomarle fotos, los demás debían verlo. Dejaron ese viejo castillo, haciéndole una pequeña ofrenda de sangre por mantener esa información hasta que ellos llegaran, como Corlys ya les había enseñado se hacía con las cosas inmateriales pero impregnadas de magia sagrada que siempre debía tratarse como lo que era, un regalo de los dioses. Todos despeinados, cansados, uno ojeroso, así se presentarían en Marea Alta, recibidos con abrazos afectuosos de Rhaenys, cada uno tomando rumbo a su recámara para descansar, lavarse y saludar a sus respectivos Omegas quienes agradecieron que regresaran en una sola pieza. Lucerys le mostró las fotos a Aemond, esperando por su opinión, le tomó un par de minutos al otro encontrar palabras.
—Comienzo a creer que el Tótem que protegía a Visenya no era el mismo que Harwin Strong ocultara bajo su biblioteca.
—¿Son dos diferentes?
Aemond asintió. —Mira las fotos, el Nigromante tiene alrededor un Tótem. Al igual que Vhagar, si es tan antiguo era un tesoro que valía la pena rescatar, Harwin debió encerrarlo en espera a que los Fuego Oscuro infiltrados cometieran el error de liberarlo, descubriéndose… y por ello murió.
—Tiene sentido —el joven Alfa apretó sus labios, pensando en algo— Me parece que la señorita Rivers tiene en su poder otro Tótem, ¿no es así?
—Nunca creí que lo preguntarías.
—¿Eso es un sí? ¿Aemond?
Le extrañó mucho que su Omega se quedara serio, casi como si quisiera llorar, acomodándose mejor en la cama para verlo, acariciando su rostro.
—Es un Tótem Sigma.
—Sí, lo imaginaba —Lucerys se encogió de hombros, pese a todo seguía teniendo celos de esa mujer, solo que el silencio y la mirada de Aemond lo dejaron consternado, frunciendo su ceño hasta que entendió esa expresión—Aemond… no me digas, no me digas…
—Ella no lo capturó, si es lo que deseas saber. Vino a Alys por propia voluntad, es su reminiscencia.
—No…
—Lo que Leanor Velaryon salvó con su suicidio, porque supo que un día estarías en peligro y quería protegerte de ellos.
Lucerys sonrió, luego llorando al recordar ese cuerpo meciéndose de la viga del techo por la mañana en que fue a despertarlo. Era lo que había visto, sin percatarse del todo que ese Tótem era tan especial, porque al contrario del resto de su especie, no estaba marcado por la tragedia y la violencia, llenándose de odio hacia los seres vivos. Laenor había impregnado en él su corazón noble, al haber entregado voluntariamente su vida, la creación del Tótem fue diferente. No hubo forma de salvarse, pero sí encontró la forma de seguir protegiéndolo como le prometió cuando cachorro. Aemond besó sus párpados, acunándolo en su pecho.
—Está ahí para ayudarte, cada que lo necesites.
—Mi padre Harwin dio su vida con tal de descubrir el engaño de los Fuego Oscuro, mi padre Laenor sacrificó su vida para protegerme de ellos. Y mi Omega prefirió el repudio y exilio con tal de mantenerme vivo. Le debo demasiado a la vida como a todos los que me amaron bien.
—Yo no busco recompensas.
—Pero las mereces.
—Si te veo feliz, entonces todo está pagado.
—Mi Omega.
—Mi Alfa.
Fue el turno del joven Alfa de abrazar con fuerza a su pareja, sus ojos posándose en Llanto de los Penitentes que pareció resplandecer en respuesta. Ahora lo entendía, los Nigromantes del Fuego Oscuro habían hecho un plan minucioso donde lentamente fueron desapareciendo las armas capaces de exterminarlos, eliminando a cuanto osara acercarse demasiado, creando las divisiones necesarias para que nunca alguien sospechara y uniera todas las piezas. Lo habían hecho tan bien, que fueron capaces de la más grande de sus abominaciones, usaron a su madre para darle vida a un Fuego Oscuro draconiano, con el poder de mandar sobre Inorgánicos.
El joven Alfa se hizo una promesa, y era que todas esas vidas sacrificadas, serían pagadas diez veces con la sangre de esos traidores. Por su Omega y por todos, ahora les demostraría de qué estaba hecho.
Chapter 17: Día 17: Costumbres solo nuestras
Notes:
Luego de un largo período de ausencia, retomamos esta historia.
Gracias por esperar.
Chapter Text
Día 17
Costumbres solo nuestras
Regla No. 11 de los Exterminadores: cada lección debe ser aprendida con humildad.
Tocar un Espíritu Guardián se consideraba una grosería, porque el vínculo entre el espíritu y el Exterminador era sagrado e íntimo, así que tocar un espíritu ajeno caía en la invasión o acoso. Aemond, sin embargo, había ya percibido la energía de varios de ellos a escondidas de sus dueños o hace mucho ya estuviera preso por cometer semejante crimen, a veces pensaba que así debió ser para no entrar en tantos problemas. Estos pensamientos venían ahora que se aproximaba su Celo, luego de su estancia en Essos su cuerpo había experimentado un cambio, podía sentir con claridad cómo se estaba preparando para el arribo de ese tiempo fastidioso.
Y siempre que sucedía, tenía la osadía de tocar el Espíritu Guardián de otro Exterminador cuando las batallas ya terminaban, así todos andaban distraídos en el recuento del desastre sin fijarse en su desliz. Sentir la energía e incluso textura de esta siempre le proveía un ejercicio de introspección, porque había aprendido que cada uno de ellos poseía una peculiaridad o de lo contrario, serían meros espíritus inferiores que nunca podrían hacer frente a un Invasor, no se diga un Inorgánico. La mente de Aemond viajaba a tierra lejanas donde armaba toda una enciclopedia mental de las características obtenidas con su desfachatez, aunado al aroma de los espíritus.
No era que ya hubiera podido tener un catálogo extenso de todos ellos, eran demasiados, pero las buenas docenas acumuladas le permitieron formar unas cuantas teorías al respecto de la naturaleza de los Espíritus Guardianes mientras sentía el cansancio y sentimentalismos propios de un cuerpo sucumbiendo lentamente a un Celo pese a que los Supresores estaban trabajando. Essos lo había cambiado sin darse cuenta, preguntándose si Alys Rivers lo sabía y por ello también decidió llevarlos ahí. Ya tendría el tiempo de cuestionarla al respecto, primero debía indagar más sobre sus enemigos al acecho a los que poco o nada les importaría que llegaran esos días de vulnerabilidad para él.
Una de sus conclusiones respecto a los Espíritus Guardianes era que, entre más nivel evolucionado tuvieran, es decir, fueran de una jerarquía mayor, su aroma como su textura se volvía más rasposa, de aroma penetrante como ácido y su energía se aproximaba a un punto de densidad tal que sin problemas se les podría catalogar de entidades ectoplásmicas. Daeron llegó a comentarle luego de escuchar sus deducciones bastante empíricas que era posible que esos protectores espirituales tuvieran un mismo origen al de los Inorgánicos, siendo ambos una proyección fantasmal en el plano mortal donde ellos habitaban, motivo por el cual solo su Exterminador podía verlos, su mente les daba “forma” comprensible.
—¿Aemond? —Helaena tocó a su puerta— Lady Velaryon tiene todo listo.
—Gracias, hermana. ¿Cómo está Aegon?
—Descansando con su cachorro, celosamente vigilado por su Alfa.
—Al menos.
—¿Quieres ayuda?
Aemond negó, Lucerys ya le había pedido que le permitiera estar en ese momento particular de su vida, una suerte de costumbre que deseaba adoptar para ellos. No necesariamente para tener relaciones, sino compartir y asistirle durante esos días, un decir porque nadie iba a acercársele. Entre las familias de Exterminadores, los Omegas eran recluidos los tres días en habitaciones herméticas a prueba de olfatos Alfas y Betas, un candado con temporizador no se abriría hasta pasado el tiempo sin importar cuando lo patearan o intentaran destruir los ansiosos que llevados por la lujuria buscaban ese aroma. Un escenario alejado de su realidad, porque su disciplina de cuidado personal alcanzaba su máximo pico en esos días, y el Supresor contenía una dosis especial que anulaba su aroma para evitar desastres.
Lucerys apareció trayéndole esa maletita con las cosas necesarias para su Celo: medicamentos para el dolor, toallas, sueros, termómetro, Supresores por si acaso. Ya en la habitación que Rhaenys acondicionó, le esperaban comida y agua necesarios, con un baño preparado. También tenía un televisor por si acaso se le antojaba ver algo, o bien unos libros si tenía las ganas de leerlos. Con los nuevos Supresores el sueño le vencía al punto de pasar más tiempo en la cama que comiendo o leyendo. Alicent les había instruido que era mejor pensar en lo peor para así alistar todo antes que bajar la guardia. El pensamiento sobre su madre lo entristeció, sintiendo una mano apretar la suya, levantando la mirada hacia el joven Alfa.
—¿Todo bien, Mondy?
—Sí… ya está comenzando.
—Me lo parece, hueles dulzón.
—Entraré. No hagas nada sin mí.
—Cosa que no puedo prometer.
—Han dicho que la ola de ataques se detuvo ¿no?
Otro movimiento inesperado, el cese de apariciones de Invasores solo podía indicar dos cosas: o habían descubierto sus pesquisas o estaban planeando un golpe más fuerte. Haber perdido su pilar de enlace con los Inorgánicos fue un golpe del cual todavía no se recuperaban esos Nigromantes, no que ello implicara su quietud. Debían tener planes detrás de los planes, estar alertas debía ser una consigna entre todos.
—Te escribiré.
—No prometo responder a tiempo o todos los mensajes.
—Está bien —Lucerys lo sujetó por la cintura, besando apenas sus labios porque si hacía algo más perdería la cabeza— Voy a extrañarte.
—Solo estaré del otro lado de la puerta.
—Para mí será como si te hubieras marchado a otra dimensión.
—¿A Essos? —bromeó Aemond, riendo al ver los celos aparecer de nuevo en el joven Velaryon.
—Tres días.
—Tres.
Luego de que aquel celoso inspeccionara la habitación, se despidió, activando el candado que cerró la puerta con un sonido seco, no se abriría hasta pasados tres días. Aemond suspiró hondo, tocándose los labios, una cosquilla en su entrepierna humedeciéndolo. Gruñó por ello, buscando ya las ropas que vestiría ese tiempo, sencillas, ligeras que no rasparan su piel. Un bóxer con una camiseta. Se trenzó su cabello, mirándose al espejo, acariciando el collar aun puesto en su cuello. Ya lo había llevado tanto tiempo que olvidaba su existencia la mayor parte del tiempo. Su aroma Omega lo hizo arrugar la nariz, caminando a la cama para tumbarse y tomar la primera siesta de esos días.
Casa Veritas.
Casa de la Verdad.
Ese nombre era más falso que la peluca que un día se puso Aegon para lucir como alguien más y no un Targaryen, colándose a un club nocturno donde lo corrieron por su aroma Omega. ¿Qué textura tenían los Inorgánicos? Ya los había tocado lo suficiente para recordar. Igual que los labios de Lucerys, su pecho firme que se acentuaba al moverse cadencioso, las gotas de sudor perfilando esos músculos, acentuando su olor en las feromonas escapando por los poros de su piel. Ese pene firme, duro, rojizo de la punta que goteaba un líquido que lo hacía babear… que lo estaba haciendo babear.
—¡Por favor! —Aemond se dio en la frente, despertando, buscando la hora en el reloj digital empotrado en la pared.
Medianoche.
Casa Veritas.
Lucerys, ronroneando, sus manos callosas deslizándose en su interior.
Casa Veritas.
El pergamino desaparecido con la genealogía de los Draconis.
Casa Veritas.
Una lengua lamiendo su humedad con auténtica glotonería.
Casa Veritas.
Casa Veritas.
Casa Veritas.
—¡Ah…! —se arqueó al masturbarse, su otra mano introduciendo un par de dedos en su muy pegajoso y húmedo orificio rosado.
Era imposible estar así de excitado cuando los Supresores estaban trabajando. De no haber estado encerrado, le hubiera saltado encima a Lucerys para montarlo hasta que su semen no le hubiera dejado un cachorro en su vientre. Aemond gimió, imaginando eso al correrse, su cuerpo flojo con una ligerísima pero auténtica fiebre de Celo, abriendo su ojo para ver el televisor considerando encenderlo, admirando su forma lisa perfecta con pantalla de un cristal de última generación.
Cristal… vidrio.
Vidrio.
—Veritas… Vítrea… ¡VIDRIAGÓN!
Casi aterrizó su trasero en el suelo al rodar en la cama buscando su teléfono y pedirle a Lucerys que investigara todo sobre el famoso Vidriagón o Vidrio de Dragón, un tipo de piedra obsidiana que ya solo se contaba en historias pasadas pues no había en existencia en sus tiempos. O eso les hicieron pensar. Aemond tuvo que hacer un esfuerzo supremo por no hacer una llamada, solo mensajes porque si escuchaba la voz de aquel Alfa iba a rogarle que abriera la puerta y lo tomara hasta que no tuvieran más energías para hacerlo. Sacudió su cabeza, buscando alejar semejantes pensamientos de su mente, la necesitaba enfocada, había dado con una pista que podría terminar con la guarida de los Nigromantes.
“¿Vidriagón? Sí que tienes ideas raras, pero enseguida te mandaré la información.”
Se mordió la lengua para no replicarle con groserías, prefiriendo ir al baño a refrescarse, quitándose la camiseta con algo de sudor, lo suficiente para provocarle disgusto a su obsesión con la limpieza personal con todo y Celo. El Omega se talló su rostro un poco, echándose agua fría que le trajo alivio, cerrando su ojo por unos segundos, levantando la cabeza para verse en el amplio espejo del lavabo. Un grito se le escapó al ver su ojo de zafiro ausente, en su lugar solo hubo algo negro que pareció tener un extraño resplandor, comenzando a sangrar profusamente. Su mano izquierda voló a su cara buscando detener la hemorragia que ya parecía una fuente abierta de golpe.
—¡NOOO! —Aemond se alejó, chocando con una mesita, tropezando y cayendo de sentón.
No había sangre negra, ni tampoco su ojo izquierdo estaba herido, todo había sido una alucinación. Frunció su ceño muy consternado al revisarse sin encontrar nada más que gotas de agua corriendo por su pecho desnudo, otras gotitas en el fino suelo desde sus mechones sueltos. El zafiro se mantenía en su sitio, no lo había perdido. Con el silencio de la madrugada rodeándolo, prefirió volver a la cama a tomar una siesta o eso intentó, pendiente de la luz del teléfono avisándole cuando llegara un mensaje. Cierto cansancio le venció, dormitando un poco antes de respingar por el silbido de una notificación, sentándose de golpe para leer.
Originalmente, el vidriagón había pertenecido a seres elementales, quienes obsequiaron a los primeros Exterminadores dagas de ese material para protegerse de otros peligros que caminaban junto con los Invasores, Parásitos Espirituales, les llamaron. Un Maestre encontró que las dagas de vidriagón también servían para romper los hechizos de un cuerpo muerto que un Nigromante de Fuego Oscuro hubiera puesto en la carne putrefacta, encargando a una casa su mantenimiento y conservación, fundando una fragua de vidriagón que más adelante desapareció luego de la incursión al Otro Lado. Aemond entrecerró su ojo leyendo aquello, recordando su alucinación en el baño. ¿Qué había significado?
Miró al reloj, notando que pasaban de las tres de la madrugada, sentado en la penumbra meditando si acaso no estaba teniendo un efecto adverso por la posesión de un ojo vidente, luego de años usándolo en las peleas, reconociendo entidades fuera de su mundo. ¿La estancia en Essos había aumentado esa capacidad o lo había empeorado? A veces, tenía la pequeña inquietud de que al final su naturaleza Omega le sería contraproducente, que no soportaría otro encuentro más con un Inorgánico. Tenía miedo de ese momento, de exponer a sus seres queridos a un peligro causado por ese orgullo de pretender ser el mejor Exterminador de todos los tiempos.
—Casa Veritas es la Fragua de Vidriagón —murmuró para nadie más que sí mismo en la oscuridad.
Aemond quiso llorar, sabía que tenía una revelación frente a los ojos, pero no pudo dar con ella, estaba ya cansado por la fiebre del Celo. Prefirió tumbarse en la cama y dormir otro poco, arrojando lejos el teléfono sin responderle de vuelta a Lucerys. Cuando abrió los ojos, ya eran casi las cinco de la tarde, tenía un hambre espantosa, levantándose con un bostezo para atacar el pequeño refrigerador y los estantes con, buscando sabores dulces, los más dulces posibles y suaves. Llenó sus mejillas con comida, suspirando un poco y sentándose en el pequeño sillón de una esquina. Un día y medio, faltaba la mitad de ese encierro para salir con la mente más fresca y concentrada.
Mordiendo un sándwich y subiendo sus piernas al sofá para abrazarlas, inspeccionó desde su lugar el pequeño librero, observando los lomos de los libros, de diferentes colores y grosores igual que sus tamaños. Una de sus manos llevó a su boca una buena ración de gomitas, masticándolas apurado, ladeando su rostro al notar que los libros no tenían un acomodo particular pero bien pudieron tenerlo por tamaño, grosor o color de pastas. Desperdigar información, inconsistente, incompleta. Eso habían hecho los Nigromantes borrando las pistas de sus movimientos entre los clanes de Exterminadores bajo la máscara de ser los herreros de la Fragua de Vidriagón.
—¡Eso! —Aemond casi escupió su jugo al ponerse de pie— ¡Eran herreros, eran…!
Un temblor lo envió al suelo, una sacudida acompañada de una onda de energía cargada de una conocida emoción. Otro Inorgánico… no, no era un Inorgánico, no al menos como ya los habían visto. Aemond se empujó, la piel erizándosele. Peligro. Uno muy real. Tenía que salir de ahí a cómo de lugar, el problema era que la cerradura no cedería por nada en el mundo. O de su mundo. Jadeó al considerar una opción, terminando de vestirse antes de invocar a Vhagar.
—¡DRACARYS!
No había nadie en el pasillo cuando la puerta estalló, todos seguramente en camino para ir a atender el llamado de emergencia. Él hizo lo mismo, buscando su ballesta y traje. Aegon fue el primero en encontrarlo, sujetándolo por los codos al verlo ahí preparándose para la batalla.
—¡Tú estás idiota si crees que…!
Le dolió noquearlo, más no hubo otra opción, en su interior había una imperiosa necesidad por ir al epicentro de aquel temblor porque el peligro estaba ahí. Todavía tenía fiebre, muy tenue porque se inyectó otra dosis de Supresores, temblando por el frío de la descompensación, viajando a toda velocidad en su motocicleta en una carretera que los demás no tomaron. Aemond no lo sabía, pero los Exterminadores se estaban dirigiendo a otro punto diferente, una villa que estaba siendo atacada, él iba en dirección contraria con el corazón latiendo tan aprisa y con fuerza suficiente para dolerle el pecho, llevándose una mano que estrujó sus ropas, jalando aire.
¿Qué hacía un herrero? Tomaba el metal candente del fuego, dándole forma con martillazos para luego meterlo en agua fría, un procedimiento estándar, con variaciones. ¿Qué si los Nigromantes hacían lo mismo con los Inorgánicos?
—Estoy volviéndome loco —rió con un pesado jadeo, la vista nublándosele.
Una figura en el cielo vino a contradecirlo, estremeciéndose por el penetrante aroma de muerte que lo rodeó, un cielo nublado con relámpagos ahí en un campo abierto. El Omega derrapó, corriendo hacia la colina sobre la cual flotaba el Nigromante controlando el Inorgánico en cuestión. Fue la primera vez que veía de frente a su enemigo real y la sensación lo hizo caer de rodillas, respirando entrecortadamente. Mala idea haberse drogado con tantos Supresores. Vhagar apareció protegiéndolo con su cuerpo, rugiendo al encapuchado que descendió, mirándolo desde lo alto de la colina detrás de la máscara que estaba usando, tan, pero tan parecida a la de los Tótems.
Alfa.
Las garras negruzcas de este bailotearon al aire, descendiendo tranquilamente. Vestía ropas en rojo carmesí, con bordes negros. Su máscara era de vidriagón, algo que le sorprendió. Aemond quiso levantarse pero las piernas le fallaron, estaba demasiado débil en el punto más alto de su Celo con su cuerpo tratando de equilibrar sus feromonas bajo efecto de los Supresores. Negó al ver aproximarse al Nigromante, gateando lejos de él. Vhagar se interpuso, siendo cubierta por una enorme cantidad de talismanes espirituales que la dejaron congelada en el tiempo y el espacio, el Alfa apenas si agachándose para pasar debajo de ella hacia donde se encontraba, riendo con un tono de voz ronco.
—Un Omega Targaryen.
Jadeó porque la voz, además de ser una Voz Alfa, tuvo algo más, como si hiciera eco en todas las dimensiones existentes. Se llevó una mano a una de sus orejas, otra a su parche al sentirlo húmedo, quitándoselo para ver sangre en este, recordando su alucinación que esta vez no lo fue, sí estaba sangrando de su ojo izquierdo.
—Vas a devolverme lo que me arrebataste.
—¡No! —Aemond tembló— ¡LUCERYS! ¡LUKE! ¡ALFA!
Fue una pelea corta, más de puñetazos y patadas poco certeras que una auténtica defensa. Todo estaba volviéndose borroso. La mano de Aemond tocó la máscara buscando arrancársela, quitándola al sentirla viva como una segunda piel, solo que fría y palpitante. El Nigromante rió de nuevo, azotándolo contra el pasto fangoso, un puñetazo cerca de su ojo lo dejó mareado igual que la garra asfixiándolo. Todavía se defendió entre rasguños y rodillazos poco efectivos, lágrimas rodaron por su mejilla, mezclándose con la sangre. ¿Por qué había ido solo en primer lugar? ¿Qué clase de poder lo convenció de aventurarse a enfrentar a su peor enemigo siendo un mero Omega?
La garra en su cuello lo dejó respirar, tosiendo con fuerza entre risitas del Alfa quien se sentó sobre sus pantorrillas, examinándolo como lo haría cualquier depredador que se sabe victorioso con una presa que ya no puede escapar de sus garras. Una bofetada y luego fue sujeto por sus cabellos para casi sentarlo, siendo acercado al rostro enmascarado.
—Si hubieras sido tan solo lo que se espera de un Omega, esto no te hubiera pasado.
Aemond gritó cuando las garras en su cuero cabelludo se clavaron profundo, lanzando a su mente pesadillas de horrores incomprensibles, trozos de imágenes sobre sus hermanos, su sobrino, Lucerys… los Velaryon. Su madre y su abuelo. Rhaenyra y Daemon. Todos los demás Exterminadores. El Nigromante se carcajeó, lanzándolo al suelo mirándolo apreciativamente. Esa garra se paseó por su pecho, masajeando lascivo hasta subir a donde su collar, picoteándolo con una de sus filosas uñas. Apenas estaba recuperándose de aquel ataque mental cuando escuchó un clic y acto seguido, su collar salió volando partido en dos por los aires como dos lunas menguantes.
—No… no, no, nononono…
—Es un buen pago que mientras los tuyos estén sangrando, tú también lo hagas, OMEGA.
La máscara se abrió por el mentón, dejando ver una boca abierta de colmillos negruzcos sobresaliendo, listos para morderlo. Fue girado, boca abajo con el cuello de su traje siendo rasgado para exponer por completo su piel, igual que su pantalón siendo obligado a levantar sus caderas y separar sus piernas, rostro estampado contra el fango con una facilidad pasmosa. Era un enemigo que le sobrepasaba en todas las formas posibles y Aemond solo pudo llorar, susurrando el nombre de Lucerys como una oración de protección al sentir el aire frío y las garras recorriéndolo con las feromonas Alfa imponiéndose en su mente, una magia oscura controlando su cuerpo cuando el Nigromante comenzó a recitar una oración.
Relámpagos.
Un rugido de dragón.
El ojo zafiro en el Omega brilló, reconociendo la presencia de un Exterminador… o al menos eso le pareció al erguir su rostro, encontrando en lo alto la hermosa silueta de un Primus Draconis que nunca podría confundir con alguno otro.
Meraxes.
Brillaba en color nácar, con un aroma a especias, sal, emitiendo un aura cálida casi maternal. No estaba entero, fue la primera vez que Aemond vio un Espíritu Guardián mutilado. Eso no lo sorprendió tanto como el descubrir quién era su portador.
—¡MÉTETE CON ALGUIEN DE TU CASTA, BASTARDO DE MIERDA!
Rayón estaba ahí, lanzando a Meraxes contra el Nigromante que lo liberó para defenderse. Dos Alfas luchando. Dos Alfas. Se quedó tumbado ahí, estremeciéndose por demasiadas emociones y sensaciones, buscando algo de equilibrio para reaccionar, liberar a Vhagar. Alzó una mano hacia el Dorniense, sin sabe qué deseaba advertirle. De todas formas este terminó siendo lanzando lejos, con el Fuego Oscuro riéndose de su intento de atacarlo con un Primus Draconis mutilado.
—Tú nunca podrías vencerme.
—Es cierto —jadeó Rayón escupiendo sangre, sonriendo malicioso— Pero él sí que puede.
Arrax apareció desde las nubes arremolinándose, cayendo sobre el Nigromante con una fuerza increíble, haciendo temblar el suelo. Aemond se quejó al llevarse una mano a su rostro, su ojo zafiro doliéndole al ver desplegarse la más poderosa, resplandeciente y amorosa magia Valyria que jamás hubiera visto en su vida, una olea cual tsunami que fue hacia donde el Fuego Oscuro con el rugido de un Alfa furioso con la firme intención de reclamar la cabeza de quien osó ponerle una mano encima a su Omega, uno que no pudo creer que estaba viendo el nacimiento de un auténtico Exterminador, riendo entre lágrimas al recordar a su hermano mayor con sus estúpidas que de pronto tuvieron sentido.
Strong, Velaryon, Targaryen. Inquisidor, Cazador, Exterminador. Y Lucerys era el epítome de las tres mejores casas reunidas.
Aemond hizo un último esfuerzo, concentrando sus últimas energías para guiar a Llanto de los Penitentes cuando cantó rompiendo los sellos de Vhagar, quemando al Nigromante antes de que este huyera en el portal que abrió al verse sobrepasado por la magia de la espada en las manos del más fuerte guerrero. Su guerrero, su Alfa. Ese mismo idiota que había prometido iniciar una costumbre con él de cuidarlo durante su Celo, pero que siendo ellos, tenía que ser en otros términos más salvajes, pero con el mismo sentimiento impreso que en parejas comunes. Claro, existía una prioridad en cada casta, esa necesidad primaria que motivaba al resto, el pilar, la médula de su existencia. Era la misma para los tres, solo que variaba la intención, y cuando se sincronizaban, entonces el milagro aparecía.
Protección.
Sonriendo, Aemond dejó que la inconsciencia por fin se lo llevara.
Chapter 18: Día 18: Transcastidad
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Día 18
Transcastidad
Regla No. 17 de los Exterminadores: una retirada para cambiar planes funciona mejor que mantener la lucha con desesperación.
A Lucerys le temblaban las manos ahí sentado en una banca del hospital frente a las puerta de salida de los médicos cirujanos de emergencia. ¿Cómo había hecho explotar todo el poder de Llanto de los Penitentes? Ni el mismo lo sabía, el mero hecho de ver a su Omega en grave peligro, el aroma de su sangre, su miedo y cansancio combinado con el débil rastro de un Celo despertó algo en él que lo hizo tomar la espada para atacar, pero su mente se convirtió en una supernova sin espacio para la memoria o el razonamiento. Si acaso recordaba algo con mucha claridad era la esencia de Aemond llamándolo, una suerte de lazo espiritual anclado a su corazón que lo trajo de vuelta a la realidad.
—Hey, todo va a estar bien —le sonrió Rayón, sujetando sus manos para que dejaran de temblar.
Miró al enfermero Dorniense con una sonrisa quebrada, asintiendo al tiempo que Jacaerys y Aegon aparecían por un costado del pasillo, el segundo pálido cual hoja de papel, cargando en brazos a su cachorro. Se puso de pie para recibirlos, ignorando que él mismo tenía un pésimo aspecto.
—¡¿Cómo está?!
—Lo están operando —respondió Rayón antes, apretando uno de sus hombros— No es nada grave, afortunadamente, no hay lesiones internas ni hemorragias, solo heridas comunes en un Exterminador.
—¿Es cierto lo que dicen? —Jace miró a todos— ¿Fue un Nigromante?
—Quien lo sabe mejor es Aemond.
Jacaerys lo miró, acto seguido le dio el más fuerte abrazo de su vida que no supo estaba necesitando para controlarse y no explotar como un Alfa agredido. Se aferró a su hermano mayor, agradeciendo ese gesto que le trajo descanso. Taconazos del otro lado del pasillo los separaron, todos girándose para ver nada menos que la Matriarca Targaryen correr para unírseles con lágrimas en los ojos. Fue una escena a la que no pudieron darle crédito, no entendieron por qué, más le dieron la bienvenida, Lucerys sintiendo un segundo abrazo ahora materno.
—¡Mi hijo! —exclamo Rhaenyra, inspeccionándolo antes de mirar a su hermano— ¿Cómo está Aemond? ¿Cómo está?
—Mamá, tranquila.
—¿Por qué no van ustedes a la sala de espera mientras yo le explico a Lady Rhaenyra de la condición de Aemond?
Dejaron a Rayón encargarse de ella, Lucerys sentándose casi de golpe en el sillón, tallándose el rostro. De verdad que estaba asustado por su Omega, ya había pasado por demasiado para ahora sumarle el encuentro más peligroso de su existencia. Aegon, sentado a su lado, palmeó apenas su espalda, llamando su atención con el bebé tratando de imitar a su madre, gorgoteando un poco con burbujas de baba.
—Gracias por salvarlo.
—Si Rayón… apenas me doy cuenta de que en verdad solo soy un mocoso inexperto.
—Pues ni tanto —Jace arqueó una ceja— Eso que hiciste fue especial, además de salvarle la vida a Aemond, nunca había sentido algo así. Ahuyentaste un Inorgánico con tu dominio Alfa, nada más ni nada menos.
—No sé cómo lo hice, lo confieso.
—Yo creo que Aemond sí tiene idea, habremos de esperar a que salga de cirugía y despierte —Aegon le dio un empujoncito— Deja ya de angustiarte, eso que lo haga tu mamá. Por cierto debo quejarme porque nos ignoró debido a la histeria.
—Aegon…
—Entiendo, entiendo, el susto no es para menos.
—Pero sí lo siento —una llorosa Rhaenyra los alcanzó, todos levantándose en el acto para saludarla— ¿Puedo?
—Alerys Targaryen está a tu servicio, mi señora —sonrió Aegon.
Vinieron unos saludos más relajados, gracias a la intervención de Rayón quien siempre sabía cómo ser un diplomático entre la tensión y cierta incomodidad al no saber cómo tomarse la presencia de la Matriarca quien además podía tomar decisiones que a ellos igual no les agradaría. Cuando el cachorro tuvo los suficientes besos y ellos terminaron de darse condolencias mutuas, volvieron a sentarse en silencio, todavía a la expectativa sobre lo que dijeran los médicos todavía en la sala de cirugía. Rhaenyra los miró a todos, sus manos sujetándose de las rodillas mirando el suelo unos segundos.
—Saben que daría todo por una oportunidad para darles otra vida mejor, puesto que no me he comportado a la altura de las circunstancias. Que nacieran Omega les ha traído una serie de…
—Mamá, no, para ya con eso —Lucerys sacudió su cabeza con una mano en alto— La verdad, creo que no pudo irnos mejor. Tienes un hermoso nieto y un par de tontos como sus padres.
—Hey.
Rhaenyra le sonrió, posando sus ojos en cada rostro al pensar en algo que no expresó ahí, negando para sí con sus manos entrelazadas sobre su regazo.
—Hay una diferencia entre hacer lo correcto y ser cruel. No tenemos los mejores términos, pero que uno de los hijos de Alicent esté en el hospital me obliga a presentarme, porque encima de mi deber como la líder de los Exterminadores, soy madre y no dejaré a otro hijos desamparados, menos cuando son familia.
—¿Tú estás bien? —Jacaerys apretó una mano con Aegon.
—De mí no se preocupen, es Aemond la prioridad, como el averiguar cómo es que se dio la aparición de un Nigromante sin que nuestros sistemas lo detectaran.
—Yo tengo una duda —su hermano miró al enfermero— ¿Cómo es que tienes a Meraxes y además… te presentaste como Alfa?
—Oh, eso es una buena historia —Rayón les sonrió, dispuesto a contar esa historia.
Sucedía que había nacido Alfa, originalmente, un bastardo Alfa de los Martell, criado y educado como si fuese de la familia en caso de que se necesitara pues en Dorne era común legitimar cachorros nacidos fuera del matrimonio cuando la descendencia legítima perecía. Rayón no quiso la vida que le esperaba, pues siendo un Alfa iban a ponerle las parejas que ellos quisieran además de que no tenía otra salida que entrenar para ser un Exterminador. Desde entonces él ya quería ser un enfermero, pero lejos de todo aquel barullo y problemas, así que fue con su abuelo, el patriarca de los Martell, para que le ayudara sabiendo que era su consentido.
El anciano Alfa entonces le reveló que ellos poseían una fórmula de transmutación de castas, solo que tenía un precio como suele ser con este tipo de peligros: su dominio se perdería para siempre si llegaba a revertir el efecto. A Rayón no le importó mucho, pidiendo ser un Beta, obedeciendo a su abuelo en su petición de tener consigo un Espíritu Guardián porque ya temía que su nieto sería exiliado por haber desobedecido y además atentado contra su casta original. Fue ahí cuando le dieron a Meraxes, un espíritu que originalmente fue propiedad de los Targaryen pero que en un encuentro con los Dornienses terminó sin su compañero, además de ser dado por muerto.
—No murió como suelen hacerlo —explicó el Beta— Pero estaba incompleto, en aquel ataque había aparecido un Inorgánico y lo mutiló. Mi padre trataba en vano de restaurarlo, mi abuelo sabía que eso no podía ser porque una vez que un Draconis es herido, no se repone. Por eso me convertí en una suerte de guardián para Meraxes, más que un compañero de peleas. Solo esta vez porque lo ameritó.
—¿Quién los alertó? —quiso saber Lucerys.
—Alys, por supuesto, el fuego le habla y supo que un peligro superior a todo lo visto aparecería para dañarlos, entonces me envió a donde su visión le indicó. Como ya dije, solo fuimos un mero distractor, nunca hubiera podido ni rozar un solo grano seboso de ese espantoso Nigromante.
—Gracias por salvar a su hijo —sonrió Rhaenyra— Las cosas hubieran sido distintas sin ti.
—Es para mí un placer, Matriarca, estos mocosos se han ganado mi corazón.
—Pero entonces… ¿puedes cambiar de casta a voluntad?
—No, Aegon, debo revertir la transmutación, pero es un efecto temporal. Cuando se cambia a una casta es definitivo, no un “bueno, hoy seré otra cosa”, así no es cómo funciona.
—Interesante modo de usar la magia —opinó Jacaerys.
Siguieron hablando ya de otras cosas, hasta que aparecieron dos médicos para informarles que podían pasar a la habitación donde estaba ya Aemond. Todos se pusieron de pie, como mesurando quién era la persona con más derechos para ir primero. Casi de inmediato las miradas fueron hacia su madre pues tenía la más alta jerarquía, pero ella se giró a Lucerys, acercándose a él.
—Aemond te necesita.
No se lo dijeron dos veces, casi corriendo hasta el cuarto donde su Omega descansaba ya, respirando pausadamente como en un agradable sueño. El efecto de la anestesia todavía estaba presente, adormeciéndolo. Lucerys sonrió con lágrimas en los ojos al abrazarlo, acunándolo apenas en su pecho al levantar su cabeza, cepillando esos cabellos y besándolos varias veces, aliviado de poder olfatearlo una vez más, aunque su esencia estaba quieta, apagada, vibraba como las cosas que poseen la flama de la vida. Aemond despertó a medias, entreabriendo su ojo para verlo con una sonrisa mareada.
—Alfa…
El joven no se movió, jadeando un poco al volver a sentir ese eco de la supernova en su interior estallando, un recuerdo claro que de momento no supo procesar. Solo había bastado escuchar la palabra para que se sintiera así. Lucerys pegó su frente contra la de su pareja, acariciando la mejilla herida, besando la punta de su nariz no queriendo llorar más porque le dolía tremendamente ver a Aemond en una camilla de hospital, recordarlo pelear contra el Nigromante que intentó mancharlo con esas asquerosas manos negras.
—Perdóname por no llegar a tiempo.
—… llegaste… —suspiró el Omega, quedándose dormido de nuevo.
Repartió besitos, incluyendo una de sus manos, mimándolo así para que su aroma se impregnara en él y durmiera mejor acompañado con su feromonas. Iban a pagarlo muy caro, nadie lastimaba así lo que más amaba en el mundo y se marchaba victorioso, le regalaría a su Omega la cabeza de ese blasfemo aunque fuera lo último que hiciera. El Alfa todavía lo sujetó otro poco, hasta que fue tiempo de marcharse para que su madre y luego Aegon pudieran estar con él, saliendo al pasillo donde estaba su hermano mayor cargando a su hijo junto a un curioso Rayón.
—Está mejor ¿no?
—Sí, no es nada, apenas unos vendajes, pero…
—Haber tenido una crisis así en pleno Celo drenó sus energías —el enfermero palmeó su hombro, luego pellizcando su mejilla— Deja esa cara, mañana estará peleando por irse de aquí.
—Tuve mucho miedo —confesó a los dos— Tuve miedo de perderlo, de que lo lastimaran. De que sucediera algo que no podría remediarse.
—Pero no sucedió —corrigió Jacaerys alzando ambas cejas— Ni va a suceder porque ahora ya no poseen la ventaja de la sorpresa. Los hemos visto, tenemos su aroma, será más fácil dar con ellos.
Lucerys se encogió de hombros, aun adolorido por el estado de Aemond, sus ojos se fijaron en el cachorro Alerys tirando de los cabellos paternos queriendo babearlos. Su aroma Alfa le fue muy claro, como también su tierno, incipiente dominio que desprendía una vibración curiosa, porque era cargada, la promesa de que cuando fuera mayor sin duda tendría al menos la misma fiereza que Daemon. Eso era lo que pasaba cuando dos grandes familias de Exterminadores unían su sangre, cuando los Targaryen se enlazaban entre sí. La magia corría más pura, más concentrada.
—¿Luke?
—¿Ah? Disculpa, hermano, no te escuché.
Jace rió bajito. —Estábamos diciendo que seguro querrás hacer la guardia de esta noche.
—Por supuesto.
Rhaenyra también se quedaría, por nada del mundo dejaría a un hijo de Alicent en semejantes condiciones con todo y lo que se decía de ellos pues el tema de su deserción seguía fresco en la mente de los Exterminadores. Rayón preparó la camita para ella, dándole a Lucerys unas cobijas para el sofá del otro lado, dejando una cena para ambos antes de despedirse, solo andaría en sus deberes con los demás pacientes, más estaría al pendiente de ellos por si algo se ofrecía.
—Gracias, Rayón.
—No hay de qué, Matriarca.
Fue una noche tranquila, Aemond durmió cual bebé -lo cierto es que Rayón hizo trampa al ponerle sedantes porque ya lo conocía de necio- hasta la mañana en que despertó exigiendo un desayuno completo, moría de hambre con todo y el cansancio. Su madre estuvo feliz de verlo en sus cabales, igual que Lucerys quien no dejó de besarlo hasta que su Omega gruñó, apartándolo porque su apetito demandaba ser atendido primero. Ahí estaba de vuelta ese humo volátil y sarcástico entre grandes bocados de fruta picada, tostadas francesas y mucho jugo. El joven Alfa intercambió una mirada divertida con su madre, ambos felices, ella ayudó a su hijo con su aseo después de la revisión médica, dejándolos pues ya no podía desentenderse más de sus obligaciones.
—Ya deja de oler así —Aemond frunció su nariz— No tengo nada.
—No me gusta verte en un hospital.
—¿Y crees que yo me la pasaba genial cuando tú estuviste en una camilla?
—¿Sí?
El Omega entrecerró sus ojos, cruzando sus brazos. —No es gracioso.
—Es lo que digo —Lucerys se sentó a su lado, acariciando un costado distraídamente— Mondy, fue un susto enorme, muchas cosas malas pudieron sucederte.
—No voy a atemorizarme ni echarme para atrás, eso es lo que quieren.
—Solo… hay que tener más cuidado ¿sí?
—Luke —una de sus manos fue sujeta por las de Aemond— ¿Recuerdas lo que te pedí que investigaras antes del ataque?
—Aemond…
—Tenemos que seguir, ellos no van a detenerse porque yo esté en el hospital.
Haciendo un mohín que le costó un pellizco, el Alfa suspiró hondo, dejando caer sus hombros mientras se sobaba su adolorido brazo.
—¿Vidriagón?
—Sí, creo que algunos miembros de la Casa Veritas supieron cómo atrapar en la obsidiana el poder de la magia negra, es su catalizador porque no son Exterminadores, solo fueron herreros.
—Pero eso los hubiera dejado al descubierto ¿no te parece? No es como que tomo mi juego de química y me subo al ático a crear bolitas de chicle.
—¡Lo sé! —gruñó Aemond— Me falta información.
—Yo la buscaré, PERO POR FAVOR, descansa y recupérate. Luego te prometo que patearemos cuantos traseros quieras.
—Estás muy sobreprotector.
—¿Mi Omega casi se muere?
—Hm.
—Te amo.
—Ditto.
—¡Aaaahhh!
Aegon llegó para relevarlo, saliendo a tomar el aire fresco y pensar cómo sacar más información sobre el Vidriagón sin tener que pisar la fortaleza porque ahí era donde seguramente estaban los archivos con esos datos. Rayón lo encontró en la cafetería del hospital, mirando un rollito de canela como si estuviera decidiendo su suerte, sentándose a su lado con una sonrisa curiosa.
—Tengo entendido que estos rollitos no han provocado ningún malestar estomacal en sus clientes, así que puedes morderlo con confianza.
—No es eso —rió Lucerys, levantando la mirada— Oye, Rayón, entonces ¿cuál es tu nombre real? El verdadero verdadero.
—Raymund Arena, pero con un poco de influencias me cambié a Ray On.
—¿Por qué?
—Había una banda en Dorne que me encantaba, se llamaban On.
—¿Es en serio?
—Era joven y estúpido, como tú ahora.
—Ja.
—¿Qué tanto piensas?
—Tengo otra pregunta, ¿ese conjuro de transmutación está oculto o es ultra reservado?
—Bueno, así que digas que hay un panfleto en cada esquina de Dorne hablando de ello, no. Pero tampoco es que no puedas ir y preguntar al respecto. No es conocimiento restringido, precisamente porque el costo de algo así es altísimo.
—¿Duele no tener tu dominio?
—Mm… ya no. Al principio me sentía raro ¿sabes? Como que algo me faltaba y todos me veían encuerado. Luego me acostumbré. Ya hoy en día siento extraño recordar que una vez fui un Alfa.
—Es la primera vez que escucho a alguien estar agradecido de no ser uno.
—¿Qué te puedo decir? Soy la excepción a la regla.
—Gracias por llamarme, de no ser por ti, Aemond…
—Sshh, ese mocoso se ganó mi cariño al verlo luchar tanto tiempo tantas veces. Cada vez que lo veía cruzar emergencias con un brazo desviado, una herida en el costado, una contusión en la cabeza… estuve a punto de ofrecerle mi truco, pero no era que él deseara cambiar su casta, eso lo descubrí más tarde. Estaba orgulloso de no ser un Alfa y poder tener el mismo poder que uno. Somos las dos caras de la moneda y eso me agrada. Ahora, ¿por qué preguntaste por el conjuro?
—No sé, tengo la corazonada que de que alguien más lo ha usado.
—Cariño, no te he mencionado algo importante.
—¿Hay más? Pues qué esperas que necesitamos todo lo que podamos saber.
Rayón negó apenas, mirando al largo ventanal con su luz diurna, dejando caer sus párpados.
—Perder el dominio Alfa es la mitad del precio. La otra mitad, es…
—¿Qué? ¿Asesinar a alguien de la casta que deseas?
—Sí que has visto muchas películas, jovencito.
—Perdón, continúa.
—Entregar un Espíritu Guardián. Yo tenía el mío, una serpiente por supuesto, Elohibras. Ya era vieja, tan vieja como el mundo. Cuando supe del conjuro al inicio me negué por lo mismo, pero ella… ella quiso entregarse cuando mi abuelo le hizo saber que Meraxes se quedaría conmigo.
Lucerys abrió sus ojos de par en par, sin saber qué decir. De solo imaginar que tuviera que sacrificar a Arrax para cambiar de casta… fue impensable para él. Buscó una mano del Beta que apretó suavemente, haciéndole saber su simpatía por la pérdida de una compañera, cada espíritu era sagrado sin importar su rango o su origen, eran criaturas mágicas que llenaban de vida al mundo. Por eso existía Pozo Dragón, para cuidarlos y sanarlos. Rarón le devolvió la débil sonrisa que le mostró, negando primero y alzando una mano en el aire dejando pasar esa amarga memoria.
—En fin, la razón para que no haya necesidad de ocultar o mantener bajo llave esa transmutación es por eso mismo. ¿Para qué deseas saber algo que nunca podrás llevar a cabo? Me refiero a que no he conocido alguien más como yo que haya tenido la cabeza hueca para semejante cosa.
—De verdad se pierden cosas valiosas.
—Querido, hablamos de cambiar algo con lo que naciste, tienes que destruir para construir.
—Creo que jamás te había conocido como ahora, Rayón, te admiro mucho.
—Bah, yo sacrifiqué mi dominio y a Elohibras por una cosa egoísta. Tú y Aemond, lo han hecho para salvarnos, no hay punto de comparación.
—De todas formas, tienes mi respeto.
—¿Qué no lo tenía antes, pedazo de alcornoque?
Había una cuestión de la que nadie estaba hablando pero que pronto sería un tema y Lucerys quiso hablarlo con Aemond en una oportunidad, luego de terminar su cena.
—Algo quieres decir —notó su muy astuto Omega— No te atrevas a prohi…
—Cásate conmigo. Ahora.
—¿Qué?
—Ya no traes puesto el collar, Lord Hightower tardará en ponerte otro, y la verdad sí quiero verte con mi Marca en el cuello. Que seas del todo mío y de nadie más —declaró el joven respirando hondo para sacar lo que llevaba guardado en su corazón— Quiero que cuando te vean pelear tan valiente y terrorífico, se pregunten quién es el afortunado Alfa pareja tuya y entonces yo levante mi manita sonriendo. Quiero ser aquel caminando a tu lado, ahuyentando todo lo que intente hacerte daño, que sea la mano que necesites en tiempos difíciles, los brazos en los que busques refugio. Aemond, quiero ser tu Alfa.
Pensó que el Omega iba a azotarle la bandeja de la cena en la cabeza, pero no lo hizo. Solo se quedó muy quieto apenas si respirando, luego bajando la mirada a los trastes vacíos, tragando saliva, su voz fue suave, serena, algo temblorosa.
—Ya eres mi Alfa.
Lucerys sonrió. —Llámame chapado a la antigua, quiero una boda y todo.
—Se supone que tus abuelos están encargándose.
—Me refiero a algo solo entre nosotros, pues los únicos que importamos somos tú y yo en nuestra relación. ¿Aceptas ser mi esposo y mi Omega?
Puso unos ojos de cachorrito al inclinar su rostro, su corazón latiendo aprisa por el brevísimo temor de ser rechazado. Aemond clavó ese hermoso ojo violeta en el que se reflejó, su zafiro brillando apenas al llevar una mano a su mejilla que rozó con la yema de los dedos, sonriendo lentamente como el amanecer en una playa cuando el sol se toma su tiempo para iluminar las olas con sus rayos.
—Acepto.
Igual era una estupidez, pero así eran las cosas más valiosas en la vida ¿no decía eso su abuelo Corlys? Lucerys tomó en brazos a su pareja, cargándolo hasta donde estaba aquel altar del hospital, de momento vacío y que usaron a modo de altar personal. Vhagar y Arrax aparecieron, al tiempo que el joven Alfa buscaba entre sus bolsillos algo que sirviera de cuchillo, encontrando una navaja multiusos, con una hoja diminuta pero filosa que sirvió para el cometido de cortar sus palmas y unirlas, sangre con sangre, poniendo una marca carmesí en sus frentes, cortando sus labios que unieron musitando los votos Valyrios sobre el aliento ajeno.
—Yo soy tuyo y tú eres mío, desde este día hasta el último de mi existencia —pronunciaron ambos al mismo tiempo, mirándose a los ojos.
Aemond hizo a un lado su cabello, dejando al descubierto su cuello largo y terso, cerrando su ojo inclinando su cabeza en acto de sumisión. Los ojos de Lucerys enrojecieron, sonriendo conmovido, tomándolo entre sus brazos, mostrando sus colmillos que se clavaron en esa glándula que olfateó primero, abriendo la carne, perforando hasta entrar en contacto con el sabor dulce y exquisito de un Omega que se entregaba a él. Escuchó el gemido de este, sus dedos crispándose en su camisa de la que tiraron por la ligera punzada de dolor, luego de placer cuando su sangre se combinó, marcando las feromonas con las suyas, uno solo ser, un solo corazón, un solo espíritu.
Vhagar y Arrax danzaron alrededor, celebrando la unión de sus Exterminadores, teniendo el mismo color dorado resplandeciente por el vínculo creándose permanentemente. Lucerys lamió la herida, sellándola con su saliva al separarse y ver a los ojos a su Omega, uno de mejillas rojizas, respiración entrecortada, un poco excitado, hasta donde los medicamentos estaban permitiéndole. Lo besó de nuevo, entre risas, caricias torpes por las manos cortadas y lo cargó con sumo cuidado para llevarlo de vuelta a la camilla. Rayón los encontró a medio camino al estar buscándolo, lanzando un gritito cuando se dio cuenta de lo que habían hecho.
—¡¿Pero por qué no me invitaron?!
Iban a decirles una que otra cosa, sus abuelos, sus madres, sus hermanos. No importó, ahora todo se veía y sentía mil veces mejor. Estaban juntos, Alfa y Omega, nada iba a detenerlos. Menos un traidor como ese Nigromante del Fuego Oscuro. Lucerys lo sintió claro y fuerte en su corazón, Aemond era la chispa que siempre impulsaría todo su poder, su faro en la oscuridad, la esperanza que jamás moriría. Tal como se lo dijo Harwin, solo por él es que pelearía hasta sus últimas consecuencias para mantener a salvo el mundo donde vivía su hermoso Omega.
Chapter 19: Día 19: Acompañándote
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Día 19
Acompañándote
Regla No. 13 de los Exterminadores: el pasado es una escalera al futuro mejor, no un pozo.
La Marca ya había quedado en su lugar, sin más inflamaciones o piel rojiza alrededor, similar a la que tenía su hermano mayor. Aemond se miró al espejo preguntándose si había sido una buena idea aquella presurosa boda Valyria. No, no estaba arrepintiéndose porque era de los que una vez tomada la decisión, no miraba atrás, era que se preguntaba si eran buenos tiempos para algo así. Ellos no tenían aún el conocimiento de lo que sucedía con los Nigromantes o cómo funcionaban los Inorgánicos pues ahora tenían claro que su patrón de comportamiento iba más allá de lo que siempre creyeron. Unos brazos rodearon su cintura por la espalda, recibiendo un beso en esa Marca.
—¿No te gusta?
—Me gusta —respondió a Lucerys, besando su mejilla— Solo pensaba en la reprimenda que recibiremos de tus abuelos por no esperar.
—Ah, se consolarán cuando les digamos que haremos una boda Velaryon.
—¿Otra boda?
—Todas las que existan, las haremos, porque te amo en todas las formas.
—Hm.
—¿Cómo te sientes?
—Bien, había creído que tendría secuelas, pero creo que esta boda también me ayudó con ello.
—No volveré a permitir que te hagan daño.
—Una promesa difícil de mantener.
—Más no imposible.
Aemond rodó su ojo, acariciando los brazos que lo pegaron al pecho de su ahora esposo. Esposo. La palabra se le antojaba rara, ya se había visualizado a ser un Omega solterón posiblemente cascarrabias lleno de muchos gatos que estaría aleccionando a sus sobrinos acerca de cómo ser un buen Exterminador, consolando su soledad con los ronroneos de sus gatos. El único ronroneo que podía escuchar provenía de su Alfa, sonriéndole por el espejo.
—¿Qué ha dicho tu madre?
—Deberemos presentarnos.
—Es raro…
—Pues yo la vi muy resuelta, ella te admira, Mondy, con mucho eres de las pocas personas que le han plantado cara, aprecia mucho la honestidad.
—Todavía no puedo creer que haya venido a verme.
—¿Sabes? A veces me digo que no terminamos de conocer a nuestros padres.
—Muy cierto.
Pronto lo darían de alta en el hospital y tenían una cita para una reunión de Exterminadores, sería en el fuerte de Rocadragón, hablarían las cabezas de las familias importantes, pero también esos hijos exiliados en una suerte de perdón público. Al parecer era más relevante el dar con los Nigromantes que mantener su enojo contra críos desobedientes, lo cual para él tenía sentido, aunque era raro luego de ese tiempo alejados y sintiéndose solos en el mundo, uno no tan apabullante porque ahora habían formado una nueva Manada de manera involuntaria, en esos giros del destino.
Larys Strong había enviado a su hermano Aegon una caja con tres objetos para que el pequeño Alerys pudiera elegir, al tener la sangre de los Exterminadores de Harrenhal, era su derecho poseer alguna de las reliquias familiares. El cachorro examinó los tres, hasta quedarse solo con uno, era un mazo de mediado tamaño, podía no ser tan especial de no ser por lo que dijo Jacaerys, pues esa arma le había pertenecido nada menos que a su padre Harwin, en sus tiempos como cazador de los Fuego Oscuro, lo que le auguró al pequeño un futuro prometedor como guerrero.
Al parecer, su sobrino tendría muchas de las cualidades que se buscaban entre los jóvenes Alfas a ser Exterminadores, como era el tener un linaje por cuya sangre corriera la magia, entre más pura mejor. Y que hubiera un largo historial de logros y eventos de los que se pudieran aprender como un legado a seguir manteniendo. Una suerte de brújula para todos ellos. Alerys lo tendría todo, solo debía elegir algo, decidirse por algún camino y las cosas se le darían fácil. Le tuvo algo de envidia cuando él lidió largos años no solo con el desprecio de su padre sino con el de sus pares, más estaba feliz tanto por el cachorro como por sus padres, lo merecían, ya habían padecido lo suficiente.
—¿Puedo pasar?
—¡Helaena! ¡Daeron!
Reunirse con sus hermanos le trajo alegría, un poco de enfado porque los comentarios sobre su Marca y la insólita boda en un altar cualquiera de un hospital les pareció de lo más risible además de inusual para su persona. Lucerys lo había cambiado y eso era una verdad. Un pensamiento que luego lo asustaba, desconocerse en ese sentido. Pero solo bastaba que su Alfa se acercara por su espalda, besara su mejilla y acariciara su vientre para olvidarlo, recordando que ya no estaba solo, siempre habría una mano ahí para él incondicional de ahora en adelante.
—Debemos irnos.
—Bien.
—No sueltes mi mano, estaré contigo todo el tiempo.
—Suenas como si fueran a quemarnos vivos.
—Podría ser.
—El de las bromas crueles soy yo.
Con Centinelas resguardando, las cabezas de las familias de Exterminadores se dieron cita en Rocadragón, era como una pasarela entre tantos tipos de personas con formas muy diferentes de luchar contra los Invasores, algunos saludándose, otros ignorándose y otros más llegando tarde para evitar los dos primeros, pues no querían responder preguntas indeseables ni tampoco caer en las trampas de la provocación. Jacaerys, Aegon, Lucerys y él fueron el grupo representante de su pequeña Manada, tomando asiento en la parte más trasera del gran salón oval cuyo centro lo ocupaba la Matriarca Targaryen, quien habló cuando todos estuvieron en sus asientos.
—Esta reunión será breve porque no se trata de convivencia sino de supervivencia. Como ya lo saben, un Nigromante al fin se ha presentado, junto con un Inorgánico que según los informes de Poniente, estaba siendo imposible de rechazar —hubo algunos murmullos de protesta que Rhaenyra dejó pasar— Que haya aparecido significa que han dejado de vernos como una amenaza, así pueden presentarse con la seguridad de que nadie logrará dañarlos.
—¿Quiénes son esos Nigromantes? —demandó Lord Tyrell.
—Tengo a alguien para explicarles mejor eso. Aemond, ven aquí, hermano.
Este se quedó de una pieza, abriendo su ojo al máximo, su mano entrelazada con la de Lucerys apretó esta con mucha fuerza al escuchar que la cabeza de los Exterminadores pedía que hablara sobre lo que ellos sabían. Aegon lo pateó para que reaccionara, tan asustado como él, indicándole con la mirada ponerse de pie para ir al centro a compartir sus conocimientos. Tallándose las manos contra su pantalón, Aemond así lo hizo, buscando con la mirada el rostro de su esposo a modo de apoyo. Con mucho, era la primera vez que era el centro de atención de algo tan importante como una reunión de Exterminadores, y que la líder le cediera la palabra con tanta confianza.
—Diles lo que sabes —murmuró Rhaenyra con gentileza.
Fue como el sueño de toda su vida, él siempre había querido demostrarles a tantos Alfas que valía lo mismo que ellos, que tenía las mismas habilidades e incluso podía superarlos. Ahora que ya estaba en donde quería no supo muy bien cómo proceder, de nuevo buscando los ojos de Lucerys, notando su sonrisa de orgullo, ese asentimiento de cabeza para darle ánimos. Respirando hondo, el Omega habló entonces, con voz firme y clara de lo que sí estaban seguros, todas las demás conjeturas las dejó fuera para no crear malentendidos o más fracturas entre las familias. Explicó también lo sucedido con Visenya porque era algo relacionado con los Nigromantes.
—¿Estás diciendo que fue un acto heroico y no un asesinato premeditado? —quiso burlarse Lord Arryn.
—Así es, señor mío —intervino la Matriarca, Syrax apareciendo— Hoy podemos discutir estas cosas gracias a lo que ninguno de ustedes hubiera conseguido, pero Aemond sí.
Seguro que no hubo en el salón una sola persona que no dirigiera la vista hacia Rhaenyra, el propio Aemond lo hizo al escucharla, buscando a su hermano y parejas respectivas queriendo confirmar que estaban escuchando correctamente. Su hermana lo defendía, aparentemente muy al tanto de la situación, ese guiño a su persona se lo confirmó. No habría de olvidar eso, sorprendido de buen modo pues significaba muchas cosas para ellos, para la memoria de su madre. La Matriarca le invitó a continuar, explicando hasta su encuentro con el Nigromante, del cual ya había estado analizando varias cosas.
—Un descubrimiento fortuito que hice es que su máscara de obsidiana está hecha de Fuego Oscuro, la Casa Veritas logró incrustar en la obsidiana este poder maligno usando sus conocimientos de trabajo con metales para Exterminadores.
—¡Pero hubo miembros que fueron honorables! —defendió Lord Dondarrion— ¡No toda la casa cometió traición!
—Tienes un error ahí —habló Lady Warden— Porque sí existe un registro fidedigno de las muertes de cada miembro de esa casa.
—Sin duda, algunas de esas muertes han sido falsas, milady, para que dejaran de vigilarlos.
Discutieron sus conocimientos, Aemond siempre teniendo la palabra, siendo escuchado en una suerte de cátedra magistral en la que las cabezas de las familias aportaron con su información recabada durante ese tiempo. En verdad fue un sueño hecho realidad que dejó al Omega tan sorprendido como dichoso, un triunfo inesperado que agradeció a su hermana cuando terminó y se quedaron en una sala adjunta para hablar de los pendientes entre ellos, la Matriarca acompañada de Daemon, quien también estaba muy al tanto siendo su pareja.
—¿Estuvieron engañándonos todo este tiempo? —reclamó Aegon más en juego que serio.
—Fue necesario, niños —respondió Daemon, ladeando su rostro— El enemigo nos quería separados, eso hicimos para que bajara la guardia, ya se ha mostrado, podemos atacar.
—Con mucho, solo tenemos un nombre falso de la verdadera casa que ellos fundaron a escondidas de los herreros del Vidriagón —opinó Aemond, mirando a Rhaenyra— Milady… entonces ¿mi madre…?
—Deben estar tranquilos sobre su memoria, ya he ordenado que se haga su lápida junto a la de mi padre, donde merece estar.
Aegon y él se intercambiaron una mirada, agradeciendo aquel gesto. De momento, Marcaderiva se mantendría como su refugio pues la fortaleza no era segura al ser el objetivo principal de los Fuego Oscuro.
—La Casa Celtigar ha apuntado a algo interesante —comentó Rhaenyra— La enorme colección de Corlys reúne muchos tesoros mágicos, lo que ha generado un gran campo de poder. Cuando fueron las incursiones hacia ustedes, nunca pudieron penetrar los muros principales que ya deben estar impregnados con esa magia.
—Pero la fortaleza debería ser igual —Jacaerys frunció su ceño— ¿O no?
—Cuando existían los suficientes Alfas Targaryen no había necesidad, su dominio era un campo impenetrable —Daemon fue el que respondió— Pero nuestro número decayó, lo que pasó con nuestra hija es la prueba de lo frágil que se ha vuelto la fortaleza, así que deben quedarse con los Velaryon.
—Ser Omegas no benefició a la causa —murmuró Aegon sin querer.
—Todo lo contrario, hermano, han estado tras las huellas de los Nigromantes, pero olvidaron hurgar en el historial de la familia.
—¿Ah?
Rhaenyra rió un poco. —Ustedes son los primeros Omegas de auténtica sangre Targaryen que han nacido desde hace más de cien años. Que Aemond haya despertado a Vhagar no es casualidad.
—Oh, creo que me pierdo de algo —bromeó Lucerys.
—¿Un Omega Targaryen puede traer más Espíritus Guardianes? —Aemond sí entendió, frunciendo su ceño a la Matriarca quien asintió.
—Ahora imagina las posibilidades siendo cuatro.
Esa sí que fue una revelación que los dejó sin palabras, mirándose los cuatro entre risas de los adultos. La percepción de Aemond sobre su hermana cambió a raíz de esa conversación, no era una princesa mimada que durmiera entre pétalos de rosas gracias a la sobreprotección de su padre, en verdad se había preparado para tomar el mando del mundo de los Exterminadores a un nivel que ellos no sospecharon, resistiendo algo tan horrible como la muerte de su cachorra quien además había sido usada para un experimento monstruoso. Rhaenyra era digna Targaryen, y digna Matriarca sin duda, el Omega comprendió mejor a su madre por haberla amado y admirado tanto.
Lucerys y él no regresaron de inmediato, su esposo tuvo otras ideas, llevándolo a una inesperada cita en un restaurante donde ya tenía una mesa apartada. Debían celebrar su matrimonio, con una linda cena y una buena botella de vino. Aemond aceptó, queriendo sí un descanso, sonriendo al ver esa elegante mesa con la cena que incluía sus platillos favoritos igual que los postres. En un momento dado, levantó su copa para brindar por su Alfa.
—Gracias por acompañarme en este pedregoso camino mío, Luke.
Acabarían esa cita en el penthouse de un hotel que pertenecía a los Velaryon, el Omega fue levantado en brazos como en esos ritos modernos de parejas recién casadas que iniciaban su luna de miel. Se dejó hacer, besando los labios de su pareja mientras subían por el elevador, sus manos ya buscando los botones de la camisa ajena para abrirla, colando una mano en el pecho firme que vibró a un gruñido posesivo cuando al fin llegaron al pasillo. Se detuvieron un poco, besándose otro poco más, atorados en un rincón con sus caderas restregándose entre sí.
—Cama, ya —jadeó Aemond.
A tropezones lo lograron, quitándose las prendas aprisa, lanzándolas al aire sin fijarse en dónde caían, si en un florero, un mueble o el suelo. Reunidos en la cama, no dejaron de acariciarse, Aemond atrapando entre sus dedos el miembro cada vez más firme de Lucerys, quien a su vez se deleitó con uno de sus pezones, jugando con el otro con una mano, otra separando sus piernas donde se acomodó mejor. El aroma en la habitación fue solo uno, igual que el de sus pieles, sorprendiéndole lo bien que ya se acoplaban como pareja, fundiendo el olor de sus feromonas de la misma forma que cuando se sincronizaban para despertar a Llanto de los Penitentes.
—¡Luke, Alfa!
La lengua de este saboreó su humedad, dedos jugaron en su interior, preparándolo para la erección que luego entró despacio, levantando sus caderas para ayudarle, tirando del rostro sudoroso encima del suyo y besarlo con un largo gemido en su aliento al sentir cómo lo tuvo dentro. El Omega encogió sus piernas, su aroma siendo más dulce y flotando libre, apretando con fuerza esa caliente espada. Lucerys jadeó ronco, lamiendo su cuello antes de comenzar a moverse, primero tomándose su tiempo para salir dejando apenas la punta dentro, empujando con fuerza al volver, haciendo respingar al otro con ello, escuchando un ronroneo en recompensa.
—Mi Omega.
La cama empezó a sacudirse con el ritmo que aumentó en vigor, sus olfatos completamente intoxicados por sus feromonas, sus pieles compartiendo un mismo calor, erizándose al contacto. El joven Alfa movió más aprisa sus caderas, queriendo oír más de esos gemidos entrecortados hasta lograr transformarlos en auténticos alaridos acompañados de rasguños en sus brazos. Aemond creyó que moriría porque se corrió en esos momentos, temblando bajo el cuerpo de su esposo, quejándose porque aquel éxtasis no le abandonó, excitándose casi al instante cuando sus caderas fueron tomadas para alzarlas mejor, un martilleo frenético que lo hizo ver estrellas y luego maldecir porque aquel goce desapareció solo para cambiar de posición.
El Omega fue puesto sobre sus rodillas y codos, dejando caer su cabeza ofreciéndose así a su esposo, no tuvo recelos, rodando su ojo cuando volvió a penetrarlo, tocando ese pequeño nudo ya sensible, clavándose hasta el fondo. Lucerys gruñó, sus feromonas lo envolvieron, reclamando todo de él, unas manos firmes sujetándolo y pegándolo a la entrepierna hasta chocar, una y otra vez. El Nudo apareció, sin que pudiera tenerlo dentro de inmediato, solo rozándole en su entrada hasta que dedicó una mirada nublada y enfadada al mismo tiempo como amenaza, olvidándola por un nuevo vaivén que le arrancó otros sonidos, gritando el nombre de su Alfa al ser recompensado con el Nudo y ese chorro vaciándose en su interior entre espasmos.
Se quedaron recostados de lado, todavía con la adrenalina del momento corriendo por su piel, buscando los labios contrarios en besos largos, perezosos, entrelazando sus manos mientras dejaban que sus respiraciones volvieran a la normalidad, dormitando así unidos y entrelazados. Aemond suspiró, llevando una mano a su vientre hinchado ligeramente, imaginando que hubiera un cachorro. No era posible, lo sabía como Lucerys, más fue un pensamiento agradable. Una vez más, estaba encontrando en todas aquellas cosas tan típicas de los Omegas y que repudió una satisfacción que alegraba su corazón. Su esposo despertó apenas, repartiendo besos sobre su hombro, acariciando sus costados.
—Perfecto, eres perfecto.
—Mm… ¿Luke?
—¿Qué sucede, amor?
—Hay algo de lo que no se habló en la reunión, no vamos a ignorar el elefante blanco.
—¿Ah?
—No finjas —Aemond le miró por encima de su hombro— Sabes de lo que hablo, has despertado como un auténtico Exterminador.
—Bueno, “despertar” no es como la mejor definición. Solo fue un golpe de suerte como me ha pasado con Llanto de los Penitentes.
—No, Lucerys, de verdad liberaste todo tu dominio Alfa al tiempo que el poder de la espada, una sola entidad. Pude sentirlo, físicamente me refiero, no solo feromonas y en mi mente. Hubo algo ahí.
—Pero si me preguntas cómo lo hice, no lo sabré en sí. Todo lo que deseaba era salvarte del Nigromante.
—¿Y qué pensaste exactamente?
Lucerys arqueó una ceja, mirándolo a punto reclamarle que tuvieran una charla así en su luna de miel, negando para sí y refugiándose en sus cabellos descompuestos.
—Pensé… que debía atacar en un solo golpe con todo mi poder porque el Fuego Oscuro era demasiado poderoso, no tendría una segunda oportunidad si fallaba, simplemente dejé que todas mis energías fluyeran con la espada.
—Ya veo.
—¿Mondy? ¿Me compartes tus pensamientos?
—No te pusiste límites, por ello lo lograste.
—¿Ajá? Siento que tienes algo más en esa cabecita tuya.
—Los Nigromantes desaparecieron a los Strong de forma metódica por la sencilla razón de que sus esencias se entrenaron para vencerlos, es el depredador nato de su familia. De la misma forma que buscaron extinguir la Casa Targaryen al ser amos de los Draconis. Y los Velaryon por tener entre sus pertenencias armas peligrosas para ellos.
—Suena a que han sacado del mapa a toda familia potencialmente peligrosa.
—Así es —el Omega acarició el brazo alrededor de su cintura— Alerys está en grave peligro.
—¡¿Qué?!
—Es el hijo de un Inquisidor y un Exterminador, justo como ustedes, solo que no hay un Laenor Velaryon para blindarlos. No se pueden permitir que las raíces vuelvan a crecer, no cuando tú has despertado y lo harás de nuevo en el futuro.
—Aemond…
—Sé que lo percibes, yo lo hago por vínculo.
—De acuerdo, pero tus palabras me asustan, ¿no deberíamos avisarles a nuestros hermanos?
—Rayón está con ellos, luego les diremos con calma, ahora solo quiero descansar como estamos.
—Es un excelente plan.
Tardarían en dejar el penthouse, su luna de miel sería bien aprovechada, al menos esa primera porque el joven Velaryon dio su palabra de tener una mejor cuando todo terminara, junto con las bodas pendientes. Por esa noche y la mañana siguiente, la pareja se dio el lujo de hacer a un lado el mundo con sus preocupaciones, tendrían tiempo para dedicarle a resolver sus problemas, en esos instantes, ambos eligieron que entre el mundo y ellos, estaban primero ellos.

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