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Alguien nuevo en Privet Drive.

Chapter 3: Capítulo 3.

Notes:

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Chapter Text

El día estaba un poco opaco, y la humedad de la lluvia del día anterior aún se sentía en el aire. Nicholas corrió por el sendero hasta la cabaña de Hagrid, sintiendo cómo el aire húmedo enfriaba la piel de su rostro.

Al llegar, lo encontró junto a la puerta, preparando lo que parecían ser hurones muertos, sus grandes manos manejándolos con una destreza sorprendente, teniendo en cuenta el tamaño de sus dedos.

Era una imagen que, en otro contexto, habría resultado grotesca, pero en el caso de Hagrid, era completamente natural.

El semigigante era tal como lo describían en los libros, aunque la realidad tenía un peso distinto. Su imponente figura no solo irradiaba fuerza, sino también una calidez difícil de describir.

Era imposible no sentir respeto por él. Recordaba su historia, conocía su nobleza, su lealtad, su ingenuidad y su enorme corazón.

En su vida pasada, había simpatizado con él como un lector. Ahora, como estudiante de Hogwarts, lo veía desde una perspectiva completamente diferente.

A pesar de sus defectos, de su tendencia a la imprudencia y de su amor mal sano por criaturas peligrosas, Hagrid era bueno. Noble. Fiel. Sus defectos no opacaban sus virtudes.

Pero para Nicholas, ser un buen hombre no bastaba para ser buen profesor.

Eso lo sabía. Y sabía que, si las cosas seguían su curso original, Hagrid sería arrastrado por el juicio de aquellos que querían verlo fracasar.

No solo el juicio de los alumnos malintencionados, que generalmente eran de Slytherin y Ravenclaw. El juicio del Ministerio. El juicio sobre Buckbeak.

Si quería que Hagrid tuviera éxito como profesor, debía asegurarse de que sus clases tuvieran estructura y utilidad. Sus años trabajando en el Bosque Prohibido eran prueba suficiente de su experiencia. Pero si dejaba que el juicio ajeno lo nublara, incluso Buckbeak lo pagaría.

Primero debía de asegurarse de que los alumnos lo vieran como un verdadero docente y no como un entusiasta de las criaturas mágicas, no debía permitir que acabara siendo un blanco fácil para los ataques.

Nicholas respiró hondo, acomodando su expresión para que no revelara sus pensamientos internos.

—Hola, Nicholas, llegas temprano —saludó Hagrid con su voz grave y fuerte—. Anoche… tuviste un pequeño incidente, ¿crees poder asistir a la clase?

Nicholas tensó los hombros de inmediato, pero se forzó a relajar la postura antes de responder.

—Oh, sí. Fue solo un desmayo. Nada grave. Ahora estoy bien.

Hagrid frunció el ceño, pero no parecía totalmente convencido.

—Madame Pomfrey dijo que no encontró nada de qué preocuparse.

El ceño fruncido de Hagrid se relajó ante la mención de Madame Pomfrey, si ella decía que el chico estaba bien, era porque lo estaba.

—Bueno, la profesora McGonagall me informó que te decidiste por esta clase —Dijo con alegría, por tener un estudiante más en su clase.

Nicholas asintió con naturalidad.

—Sí, lo estuve pensando durante el verano y me decidí por Cuidado de Criaturas Mágicas —mintió sin vacilar.

A lo lejos se escucharon las campanas que marcaban el cambio de clases. Pronto empezarían a llegar los demás.

Nicholas aprovechó el buen humor del semigigante.

—Hagrid… —comenzó Nicholas, tratando de sonar lo más inocente posible—. ¿Puedo decirle algo que podría sonar impertinente?

Hagrid dejó de lado su tarea por un momento y lo miró con curiosidad.

—Dime, muchacho —respondió con amabilidad—. ¿Sucede algo?

Nicholas vaciló apenas un instante antes de continuar.

—Bueno, verá… Escuché que la clase de hoy sería con hipogrifos.

El semigigante se mostró sorprendido por la afirmación.

—Ya ves cómo es Hogwarts, los chismes vuelan —agregó rápidamente Nicholas, sabiendo que la clase era una "sorpresa".

Hagrid pareció desconcertado, pero entones sonrió más ampliamente.

—¡Ah, sí! ¡Lo son! ¡Hipogrifos! Vas a ver, son criaturas magníficas. Orgullosas, fuertes…

Nicholas aprovechó la apertura para intervenir con tacto.

—Justamente por eso quería hablar con usted…

El semigigante lo miró con atención, dándole espacio para continuar.

—Escuché a unos de Slytherin hablar sobre sabotear su clase. Quería advertirle… Creo que los Hipogrifos están bien, pero son peligroso…

Hagrid se puso rígido de inmediato, su mandíbula se endureció y sus manos se cerraron en puños, lo poco de lo que se podía ver de su rostro, entre el espeso cabello y barba, pareció tomar un color carmín.

—¿Sabotear mi clase? —preguntó con rudeza.

Nicholas asintió con seriedad, tratando de sonar lo más casual posible.

—Podrían intentar algo… Y si eso pasa, o si alguien sale lastimado…

—No sería raro…

El silencio se instaló entre ellos.

Hagrid desvió la mirada hacia los hurones muertos, como si estuviera procesando la información.

Nicholas decidió asegurarse de que captara su punto con claridad.

—Por eso, lo prudente sería que se asegure de que todos escuchen con atención. Desde el principio. Sobre todo, los Slytherin.

Hagrid afirmó con la cabeza, su expresión se ensombreció ligeramente.

—Gracias, Nicholas. Estaré atento.

Las voces de los estudiantes comenzaron a acercarse por el camino. Nicholas sintió que había dicho suficiente, y sin perder más tiempo, se unió al grupo que se estaba formando.

Cuando el grupo ya se había reunido Hagrid se dirigió a la clase con entusiasmo.

—¡Vamos, dense prisa! —gritó al ver a los alumnos acercarse—. ¡Hoy tengo algo especial para ustedes! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, síganme!

La clase avanzó tras el semigigante casi a trote, siguiendo sus enormes zancadas hasta el límite del bosque. Allí, un prado cercado esperaba, aunque a simple vista no había nada en su interior.

—¡Acérquense todos! —gritó Hagrid—. Asegúrense de que tienen buena visión. Lo primero que tienen que hacer es abrir los libros…

Una voz desagradable interrumpió la clase.

—¿De qué modo? — preguntó Draco Malfoy con evidente sarcasmo, su expresión reflejando más burla que genuina curiosidad.

Hagrid frunció el ceño.

—¿Qué?

Malfoy, con su usual actitud de superioridad, sacó su ejemplar de El Monstruoso Libro de los Monstruos, atado con una cuerda. Otros Slytherin lo imitaron, mostrando sus libros sujetos con cinturones o pinzas.

Pero, a diferencia de lo ocurrido en el canon, solo los Slytherin mantenían sus libros cerrados. Todos los Gryffindor tenían sus ejemplares abiertos, listos para ser usados.

Una risa espontánea se expandió entre los estudiantes de Gryffindor.

—¡Pues abriéndolos! —gritó alguien, alimentando la carcajada grupal.

Hagrid, aunque orgulloso de su casa, y también divertido, dio un par de fuertes aplausos, llamando la atención con rapidez.

—¿No han sido capaces de abrir el libro? —preguntó, su tono más firme al dirigirse a los Slytherin.

Los mencionados se removieron incómodos, algunos mirando de reojo a sus compañeros como si esperaran que alguien más respondiera primero.

Malfoy, visiblemente más irritado, empezaba a ponerse rojo, aunque Nicholas no podía decidirse en cual era el motivo, era ira o vergüenza contenida.

—Tienen que acariciarlo —indicó Hagrid, como si fuera lo más obvio del mundo—. Hermione, ¿puedes mostrarles?

Hermione dio unos pasos adelante, cerró el libro y, sujetándolo con fuerza, acarició su lomo con la otra mano.

El volumen se estremeció, se abrió por sí solo y quedó completamente tranquilo en su mano.

Los murmullos entre los Gryffindor se intensificaron.

Malfoy no perdió oportunidad de disfrazar su incomodidad con un ataque inmediato.

—¡Qué tontos hemos sido todos! —escupió con sarcasmo—. ¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió?

El comentario no logró arrancar ninguna reacción de burla a su favor.

Hagrid inclinó la cabeza ligeramente, su expresión pasando de exasperación a una severidad inesperada.

—Diez puntos menos para Slytherin por la grosería del señor Malfoy —sentenció con voz estridente.

El silencio cayó sobre la clase con una intensidad inesperada.

El color en el rostro de Malfoy desapareció por completo. Hasta los Gryffindor enmudecieron, sorprendidos por el cambio de tono en la voz de Hagrid.

Nunca se habían imaginado que el amable y cariñoso semigigante pudiera sonar tan enojado.

Nicholas, atento al desarrollo de la escena, no pudo evitar sentirse satisfecho en silencio.

Si Hagrid mantenía esta actitud, su intervención habría valido la pena.

Los Slytherin abrieron sus libros tras un breve barullo, sus movimientos apresurados reflejaban la incomodidad de haber quedado en evidencia.

Hagrid, satisfecho con la respuesta, enderezó la espalda y asintió.

—Ahora hacen falta las criaturas mágicas. Iré por ellas. Esperen un momento.

Con paso firme, el semigigante se dirigió al bosque y desapareció entre los árboles.

Un murmullo se extendió entre los estudiantes. Nicholas observó a Malfoy de reojo, esperando el comentario mordaz que encendiera la tensión, pero no hubo nada. Solo el chismorreo susurrado de los Slytherin. Eso también había cambiado.

De pronto, un grito emocionado irrumpió en la atmósfera.

—¡Uuuuuh! —exclamó Lavender, señalando hacia el otro lado del prado.

Las miradas se dirigieron al punto señalado. Trotando con elegancia, una docena de criaturas emergía de la distancia.

Tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de un águila gigante. Sus picos reflejaban un tono metálico, y sus ojos ardían con un naranja brillante.

Las garras de sus patas delanteras, afiladas como dagas, parecían capaces de desgarrar carne con facilidad.

Cada bestia llevaba un grueso collar de cuero atado a una larga cadena.

Hagrid corría detrás de ellas, sosteniendo los extremos con esfuerzo, su expresión iluminada por la emoción.

—¡Detrás de la cerca, atrás! —gritó, tirando de las cadenas y guiando a los hipogrifos hacia el área cercada donde se encontraban los alumnos.

El grupo retrocedió instintivamente, algunos más de lo necesario, cuando el semigigante llegó y comenzó a atar los animales a la cerca.

—¡Hipogrifos! —anunció con entusiasmo—. ¿A que son hermosos?

Y lo eran.

La presencia imponente de las criaturas imponía respeto.

—Lo primero que tienen que saber de los hipogrifos es que son orgullosos —explicó Hagrid, recorriendo a los estudiantes con la mirada—. Se molestan con facilidad. Nunca ofendan a un hipogrifo. Eso podría ser lo último que hagan.

En un rincón del grupo, Malfoy, Crabbe y Goyle parecían estar inmersos en una conversación entre murmullos, sin prestar atención.

Hagrid, al notar la distracción, dio otro fuerte aplauso con sus enormes manos, que resonó con fuerza en el prado.

—Esta es una clase peligrosa —declaró, su tono más grave—. Hasta la criatura mágica más pequeña podría lastimarlos. Señores Malfoy, Crabbe y Goyle, ¿qué acabo de decir sobre los hipogrifos?

El silencio reinó de inmediato.

Los alumnos miraron expectantes a los Slytherin.

—Diez puntos menos por cada uno, por no prestar atención.

Las miradas reprobatorias de sus compañeros recayeron en los tres, Malfoy parecía más tenso que antes.

En tan solo un instante, Malfoy había costado cuarenta puntos a la casa Slytherin.

Más de lo que Nicholas había anticipado.

Hagrid parecía estar arrasando con los Slytherin.

El semigigante retomó la lección con firmeza, como si el castigo fuera solo un recordatorio de que debía ser escuchado.

—Nunca ofendan a un hipogrifo —repitió, su mirada recorriendo a los alumnos—. Siempre deben esperar a que haga el primer movimiento. Son educados, ¿se dan cuenta? Van hacia él, se inclinan y esperan.

Su voz adquirió un matiz solemne.

—Si el hipogrifo responde con una inclinación, significa que les permite tocarlo. Si no lo hace, será mejor que se alejen enseguida. Pueden hacer mucho daño con sus garras.

Las palabras calaron en los estudiantes.

Hagrid continuó señalando distintas partes del cuerpo de los hipogrifos, explicando su funcionalidad, su dieta y los cuidados específicos que requerían.

La clase se tornaba más interesante y dinámica de lo esperado. Si Hagrid lograba mantener este nivel de enseñanza durante el resto del año, Nicholas se daría por servido.

Poseía conocimiento sobre este mundo, pero era consciente de sus limitaciones. Sabía que el camino le enseñaría a Harry lo necesario para salir victorioso, como estaba destinado a ser.

Pero él no era Harry.

Su objetivo no era el heroísmo, sino la supervivencia.

Había decidido mantenerse con vida y ayudar a Harry en la medida de lo posible, pero para protegerse debía aprender más.

Más hechizos.

Más encantamientos.

Más pociones.

Más sobre criaturas mágicas.

Y, si era necesario… magia que algunos magos y brujas considerarían cuestionable.

Porque, al final del día, las reglas no salvarían a nadie cuando llegara la guerra.

La clase continuo sin interrupciones, hasta que…

—¿Quién quiere ser el primero en acercarse? —preguntó Hagrid.

Como acto reflejo, todos dieron un paso atrás al unísono.

El semigigante los observó con expectación.

—¿Nadie? —preguntó en lo que parecía una súplica.

Nicholas a pesar de verse cautivado por lo magníficos y absolutamente fascinantes que eran los hipogrifos, dejo que el canon se desarrollara, nadie se atrevía a dar el primer paso.

Hasta que una voz rompió la tensión.

—Yo —se ofreció Harry, bastante mortificado.

Un murmullo recorrió el grupo.

Lavender y Parvati intercambiaron una mirada nerviosa antes de susurrar con urgencia.

—¡No, Harry, acuérdate de las hojas de té!

Pero Harry no prestó atención, y avanzó hacia Hagrid.

El semigigante sonrió con entusiasmo, aliviado de tener un voluntario.

—¡Genial, Harry! —gritó—. Veamos cómo te llevas con Buckbeak.

Separó al hipogrifo gris del resto, desató su collar y lo soltó con cuidado.

—Tranquilo… Ahora, primero mírale a los ojos. Procura no parpadear demasiado. Los hipogrifos no confían si lo haces.

Los alumnos observaron con un jadeo contenido cómo Harry inclinaba la cabeza.

Un tenso momento pasó antes de que Buckbeak doblara sus rodillas en una inclinación profunda.

Un murmullo emocionado recorrió la clase.

Hagrid sonrió con satisfacción.

—¡Bien hecho, Harry! —dijo eufórico—. Puedes tocarlo. Dale unas palmadas en el pico. Vamos.

Harry pareció vacilar por un instante, pero finalmente se acercó y lo hizo.

Los alumnos rompieron en aplausos.

Todos excepto Malfoy, Crabbe y Goyle, cuyo descontento se reflejaba en sus rostros.

Hagrid, sin perder el impulso del momento, dio un paso más.

—Bien, Harry. Creo que el hipogrifo dejaría que lo montes.

Una ola de incredulidad recorrió a los alumnos.

Para sorpresa de casi todos, Hagrid ayudó a Harry a subir al lomo de Buckbeak, y después de darle instrucciones, le dio un leve golpe en los cuartos traseros al hipogrifo.

Buckbeak emprendió una carrera, extendió sus alas y se llevó volando a Harry.

Buckbeak sobrevoló el prado por un momento antes de descender con elegancia, sus enormes alas plegándose con suavidad al tocar el suelo.

Hagrid exhaló con orgullo.

—¡Muy bien, Harry!

Volvió la mirada al resto del grupo.

—Bueno… ¿Quién más quiere intentarlo?

La excitación creció entre los estudiantes. El éxito de Harry había sido suficiente para vencer la cautela inicial, y ahora todos querían probar.

Hagrid, viendo el entusiasmo, comenzó a desatar uno por uno a los hipogrifos.

En cuestión de minutos, los alumnos estaban repartidos por el prado, inclinándose y tratando de establecer contacto con las criaturas.

Malfoy, Crabbe y Goyle habían escogido a Buckbeak.

El hipogrifo inclinó la cabeza ante Malfoy, que comenzó a darle palmaditas en el pico con expresión desdeñosa.

Nicholas, mientras acariciaba el cuello plumado de un hipogrifo color cobre, captó el tono de voz inconfundible de Malfoy detrás de él.

—Esto es muy fácil —declaró en voz lo bastante alta para que los más cercanos lo escucharan—. Tenía que ser fácil, si Potter fue capaz…

Su tono destilaba arrogancia.

Nicholas giró sutilmente la cabeza, observando la escena con atención.

—¿A que no eres peligroso? —continuó Malfoy, dirigiéndose al hipogrifo—. ¿Lo eres, bestia asquerosa?

En un destello de garras, Buckbeak reaccionó.

Un grito agudo cortó el aire, mientras Malfoy caía hacia atrás, su túnica arrastrándose contra la hierba.

Sangre manchaba su ropa.

Hagrid, con rapidez impresionante para alguien de su tamaño, se esforzaba por volver a ponerle el collar a Buckbeak, evitando que la criatura intentara alcanzarlo nuevamente.

Los alumnos retrocedieron instintivamente, el aire se llenó de murmullos tensos y miradas alarmadas.

—¡Me muero! —gritó Malfoy, el pánico reflejado en su rostro—. ¡Me muero, miren! ¡Me ha matado!

La exageración en su tono era evidente.

Nicholas soltó una carcajada, incapaz de contenerse ante los gritos dramáticos de Malfoy.

A su lado, el hipogrifo color cobre extendió su pico del color del acero y, con un gesto curioso, despeinó su cabello.

Algunos Gryffindor reprimieron una risa, pero no tardaron en acompañarlo en la burla.

—¡Malfoy es toda una reina del drama!

Hagrid, sin perder tiempo, se agachó para examinar la herida.

—No te estás muriendo, es una herida superficial —dijo con voz fuerte.

El semigigante se enderezó, su expresión endurecida.

—Le pueden agradecer la tarea de un pergamino sobre los hipogrifos al señor Malfoy —anunció, lanzando una mirada seria a la clase—. Esto sucede por no seguir indicaciones.

Acto seguido, levantó al rubio en sus brazos con facilidad.

—Que alguien me ayude con la puerta, tengo que llevarlo a la enfermería.

Nicholas reaccionó de inmediato, adelantándose al grupo y abriendo la puerta.

Hagrid pasó con Malfoy en brazos, encaminándose con paso decidido hacia el castillo.

El murmullo entre los estudiantes no tardó en estallar.

La clase comenzó a moverse más despacio tras ellos, mientras los murmullos entre los alumnos de Slytherin crecían, apuntando rápidamente a Hagrid como el responsable del incidente.

—¡Deberían despedirlo inmediatamente! —gritó Pansy Parkinson, su voz cargada de indignación.

—¡La culpa fue de Malfoy! —replicó Dean Thomas con firmeza.

Nicholas, que había permanecido en silencio hasta entonces, pensando en que su intervención no había cambiado mucho el canon, observó la escena con atención. La discusión era inevitable, por lo que recordaba de la historia, ahora, a pesar de la nueva actitud de Hagrid en clase de hoy, seria determinante si esa actitud se mantenía después del incidente con Malfoy.

—Es cierto, Hagrid fue bastante claro con respecto al peligro, y en el registro de puntos de las casas queda claro que le quitaron puntos a Malfoy por no prestar atención —afirmó, poniéndose de pie junto a Dean, su varita discretamente en la mano al notar cómo Crabbe y Goyle se posicionaban amenazadoramente cerca.

—¡Voy a ver si se encuentra bien! —dijo Pansy, sin prestar atención al intercambio, y sin esperar respuesta, salió corriendo hacia el castillo, seguida de cerca por el séquito de Slytherin.

Nicholas se movió junto con los demás Gryffindor, siguiendo el grupo de estudiantes que se dirigía de vuelta a la torre. Una vez dentro, se apresuró a su cuarto, guardó sus libros con rapidez y, sin perder más tiempo, salió nuevamente,

Tendría que cenar rápido, y asegurarse del estado de Hagrid, y si estaba demasiado afectado por el incidente, la clase no le sería útil, ya que inevitablemente se desarrollarían como en el canon. Nicholas no tenía tiempo que perder. Su supervivencia dependía de su preparación…

Dependiendo del estado del semigigante decidiría si continuar esa clase o invertir ese tiempo estudiando por su cuenta.

El Gran Comedor estaba menos ruidoso de lo habitual. Sin embargo, el chisme sobre la herida de Malfoy ya había recorrido todas las mesas. En la mesa de profesores, Hagrid no estaba presente, lo que no era una sorpresa, pero aumentaba su preocupación por lo que vendría. Con naturalidad, se sentó junto a Hermione.

—¿Creen que Malfoy se pondrá bien? —preguntó Hermione, su expresión reflejando una mezcla de preocupación e irritación por el drama innecesario de Draco.

—Por supuesto que sí. La señora Pomfrey puede curar heridas en menos de un segundo —respondió Harry con seguridad, sirviéndose comida.

Nicholas, atento a las dinámicas entre ellos, decidió insertar un comentario que desviara el enfoque de Malfoy.

—Es cierto, Harry sabe de eso —dijo con ligereza, asegurándose de que el comentario alcanzara a los tres.

El rostro de Harry se pintó de un saludable rojo, la vergüenza reflejándose claramente. Nicholas sabía que en Hogwarts todos sabían de las repetidas visitas del chico a la enfermería, y en este caso, hacer notar aquello ayudaba a aliviar la tensión de la conversación.

Ron, todavía preocupado por la situación de Hagrid, compartió su inquietud.

—Es lamentable que esto haya pasado en la primera clase de Hagrid, ¿no les parece? Todo estaba yendo muy bien —comentó con preocupación—. Es muy típico de Malfoy eso de complicar las cosas...

Hermione miró con atención la mesa de profesores.

—No lo habrán despedido, ¿verdad? —preguntó, su tono reflejando un leve temor.

Ron hizo un gesto de irritación.

—Más vale que no… —gruñó entre bocados, sorprendentemente más moderado que lo habitual.

Nicholas decidió intervenir con calma.

—No, no podrían. Seguramente está en la cabaña, después de todo tendría que asegurarse de que los hipogrifos hayan vuelto al bosque.

El razonamiento pareció tranquilizar a los tres, y pronto retomaron la cena sin la misma preocupación de antes.

Cuando terminó de comer, Nicholas se levantó.

—Bueno, con permiso —dijo, preparándose para salir.

Harry levantó la vista con curiosidad.

—¿A dónde vas?

Nicholas no dudó en responder.

—A la cabaña de Hagrid.

Ron miró su reloj y frunció el ceño, evaluando la idea.

—Si nos damos prisa, podríamos bajar a verlo. Todavía es temprano...

Ron parecía querer integrarse en los planes de Nicholas, pero este sabía que la visita debía ocurrir.

Hermione, frunció el ceño, ante la propuesta de Ron

—No sé... —murmuró, mirando de reojo a Harry.

Harry, por su parte, despejó cualquier duda con rapidez.

—Tengo permiso para pasear por los terrenos del colegio —aseguró—. Sirius Black no habrá podido burlar a los dementores, ¿verdad?

Nicholas, esforzándose en evitar poner los ojos en blanco evaluó el tono del comentario que no sonó muy sutil, ciertamente Sirius aun no lo había hecho, faltarían unos días para eso.

Nicholas observó a Harry con atención, tratando de descifrar cualquier emoción en su rostro. La mención de Sirius Black no había provocado mucho. Aún no. Harry seguía viendo al fugitivo como una amenaza. Lo que le daba la certeza de que aparte de su aparición en este mundo, nada más parecía haber cambiado.

Harry, sintiendo la mirada, desvió el rostro con rapidez, como si no hubiera dicho nada.

Nicholas esbozó una sonrisa casi imperceptible antes de girarse hacia los tres.

—Ustedes son muy raros —soltó con tono despreocupado—. ¿Vienen o no?

Nicholas no esperó respuesta. Y, se dirigió hacia el vestíbulo, su ritmo seguro, como si ya supiera que lo seguirían. Y lo hicieron. Era el equilibrio perfecto entre independencia y control sobre la historia.

Fuera del castillo, el ambiente aún se sentía húmedo, y el horizonte se veía teñido de los cálidos tonos del atardecer. Al llegar a la cabaña de Hagrid, Nicholas golpeó un par de veces la puerta. La respuesta llegó casi de inmediato, con la voz grave y característica del semigigante.

—Adelante, entren.

Dentro de la cabaña, Hagrid estaba sentado a la mesa de madera, cenando con tranquilidad. Fang, el perro jabalinero, descansaba con la cabeza apoyada en su regazo. A simple vista, no parecía estar tan afectado como Nicholas recordaba, que habían descrito en los libros.

—¡No te habrán despedido, Hagrid! —exclamó Hermione, con un tono de preocupación que rozaba la alarma.

Hagrid negó con la cabeza tras darle un largo trago a su jarra de peltre, casi tan grande como un caldero.

—No, lo sucedido fue culpa del chico Malfoy —respondió con firmeza—. Gracias a la advertencia de Nicholas, me aseguré de que todos prestaran atención. Aunque seguro habrá problemas con el padre de Malfoy...

Ante la mención de Nicholas, las miradas de Harry, Ron y Hermione se dirigieron brevemente hacia él.

—¿Cómo se encuentra Malfoy? —preguntó Nicholas, desviando sutilmente la conversación—. No habrá sido nada serio, supongo, no lo parecía.

Hagrid bufó con molestia.

—Claro que no. La señora Pomfrey lo ha curado en un instante, ni siquiera le ha quedado una marca. Pero la sabandija sigue gimiendo y diciendo que le duele terriblemente…

Harry se cruzó de brazos, su expresión dejando en claro su opinión al respecto.

—Todo es cuento —afirmó—. La señora Pomfrey puede curar cualquier cosa. El año pasado me hizo crecer de nuevo la mitad de los huesos del brazo. Es propio de Malfoy sacar todo el provecho posible.

Hagrid asintió, confirmando la información con un gesto de aprobación.

—El Consejo Escolar está informado, por supuesto —agregó—. Algunos piensan que empecé muy fuerte y que debería haber dejado los hipogrifos para más adelante. Pero otros, después de explicarles lo sucedido, están de acuerdo conmigo en que esto fue culpa del chico por no seguir las indicaciones.

Esto fue una sorpresa para Nicholas, después de todo su intervención no había sido del todo inútil, y eso era perfecto, tendría un profesor útil.

Nicholas golpeó la mesa con decisión.

—Bueno, Hagrid, si necesitas testigos o pruebas, cuenta conmigo. Estaba cerca y escuché cuando Malfoy llamó “bestia asquerosa” a Buckbeak. Algo muy estúpido, considerando la excelente clase que tuvimos. Sigue con el plan de estudios como lo tenías pensado. Usa la estupidez de Malfoy como ejemplo para los demás.

Hermione intervino, apoyando la idea con seriedad.

—¡Claro! Hagrid. En tu próxima clase con Hufflepuff y Ravenclaw, usa lo sucedido como advertencia. Servirá para disuadir a los imprudentes, y después de una clase sin incidentes, quedará claro que toda la culpa fue de Malfoy.

Harry, como si quisiera reforzar el punto, puso su mano sobre el hombro de Nicholas.

—Sí, y como dijo Nick, somos testigos.

La cercanía de Harry y el uso del apodo hicieron que Nicholas sonriera instintivamente. Pero la conciencia de adulto en él reaccionó de inmediato, apagando la chispa antes de que creciera más de lo necesario.

Ron también asintió.

—Sí, Hagrid, no te preocupes. Te apoyaremos.

Las palabras de los estudiantes parecieron calar hondo en el semigigante. Un par de lágrimas escaparon de sus ojos, y antes de que pudieran reaccionar, los envolvió en un fuerte abrazo. La presión de sus brazos hizo que Nicholas se preguntara si algunas de sus costillas seguirían en su lugar.

Hermione, tratando de suavizar el ambiente, tomó la gran tetera de Hagrid.

—¿Quieren un poco de té?

Hagrid sacó un pañuelo del tamaño de una sábana de su bolsillo y se secó los ojos.

—Sí, puede que un poco de té esté bien.

Con un movimiento preciso de su varita, Hermione llenó la tetera con agua y la colocó sobre el fuego de la chimenea.

Hagrid respiró profundamente antes de hablar.

—Mejor así —dijo, sacudiendo el pañuelo tras hacer sonar su nariz en él—. Habéis sido muy amables por venir a verme. Yo, la verdad…

Pero antes de que pudiera continuar, sus ojos se fijaron en Harry, como si recién lo notara con claridad.

—¿QUÉ CREES QUE HACES AQUÍ? —exclamó, poniéndose de pie tan rápido que empujó la mesa en el proceso—. ¡NO PUEDES SALIR DESPUÉS DE QUE HA ANOCHECIDO, HARRY! ¡Y VOSOTROS DOS LO DEJÁIS! —agregó, señalando a Ron y Hermione.

Nicholas frunció el ceño, fingiendo ignorancia.

—¿No puedes salir? —preguntó a Harry.

Harry evitó su mirada, ruborizándose ligeramente.

—Es algo complicado.

Pero Hagrid no le dio oportunidad de explicar.

—¡Vamos! —gruñó, visiblemente molesto—. Los voy a acompañar. ¡Y que no los vuelva a pillar viniendo a verme a estas horas! ¡No vale la pena!

Entre empujones, los sacó de la cabaña y los escoltó hasta la puerta del castillo.

Mientras subían las escaleras hacia la torre de Gryffindor, Harry miró de reojo a Nicholas con evidente curiosidad.

—Nick, ¿Cuál fue la advertencia que le diste a Hagrid? —preguntó.

Nicholas sintió cómo su rostro se calentaba. La mención del apodo, sumada al hecho de que realmente no quería mentirle a Harry, lo puso en una situación incómoda.

Hermione también intervino, intrigada.

—Sí, lo que sea que le hayas dicho funcionó bastante bien. Parecía mucho más tranquilo de lo que hubiera esperado.

Nicholas respiró hondo antes de responder.

—Bueno… Más que una advertencia, creo que fue un consejo…

No era del todo mentira, pero tampoco una verdad completa. Sin embargo, al ver la sonrisa complacida en el rostro de Harry, Nicholas sintió una punzada de irritación. Parecía que el viejo estaba haciendo bien su trabajo, asegurándose de que Harry se conformara con respuestas vagas y enigmáticas.

Notes:

A quien lo lea...

Hola,
Este es un trabajo en proceso. Es un proyecto que me interesé en hacer para mi propio entretenimiento.
Me cansé de buscar un fanfic que fuera de mi gusto, así que decidí escribir uno yo mismo.
Estoy interesado en los comentarios.